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FILOSOFÍA
GUÍA TEÓRICA PARA LA SESIÓN 06
La posibilidad del conocimiento.
Introducción.
SESIÓN: 6
TEXTO: Introducción al análisis filosófico
AUTOR: John Hosper
¿Qué es el conocimiento?
2. A veces hablamos de saber cómo: ¿Sabe usted cómo montar a caballo, cómo usar
un soldador de acero? Usamos la expresión coloquial «saber cómo» al hablar de esto.
El saber cómo es une, habilidad, sabemos cómo montar a caballo si tenemos la
habilidad de montar a caballo, y la prueba de si tenemos esa habilidad es si, en la
situación apropiada, podemos realizar la actividad en cuestión. Si usted me coloca en
un caballo, pronto descubrirá los méritos de mi pretensión de saber montar a caballo.
3. Pero, con mucho, el uso más frecuente de las palabras «conocer» y «saber» —y
del que nos ocuparemos primariamente— es el sentido preposicional; «se que...»,
donde la palabra «que» va seguida por una proposición: «sé que ahora estoy leyendo
un libro», «sé que soy ciudadano americano», y así sucesivamente. Hay cierta
relación entre este último sentido de «conocer» («saber») y los anteriores. No
podemos haber tenido trato con Smith sin saber algunas cosas sobre él (sin saber que
ciertas proposiciones que versan sobre él son verdaderas), y es difícil ver de qué
modo se puede saber cómo nadar sin conocer algunas proposiciones verdaderas
sobre la natación, referentes a lo que se ha de hacer en el agua con los brazos y las
piernas. (Pero los perros saben nadar, aunque se supone que no conocen ninguna
proposición sobre la natación.) Sin embargo, una persona puede estar
considerablemente familiarizada con una zona rural sin conocer tantos hechos sobre
ese sitio como una persona que
nunca haya estado pero haya obtenido su información de otras fuentes; una persona
que sepa nadar puede no ser capaz de escribir un manual de natación; ni un buen
jinete necesita conocer tantas cosas sobre caballos como el zoopsicólogo que escribe
libros sobre caballos sin ser capaz de montarlos.
Ahora bien, ¿qué es lo que exigimos para conocer en este tercer y muy importante
sentido? Tomando la letra «p» para representar cualquier proposición, ¿qué requisitos
han de satisfacerse para que se pueda decir de alguien que conoce p? Hay, después
de todo, muchas personas que pretenden que conocen algo que no conocen; así que,
¿cómo se pueden separar las pretensiones de conocer correctas de las incorrectas?
a) p ha de ser verdadera. En el momento en que tengamos razón para creer que una
proposición no es verdadera, queda inmediatamente descalificada la pretensión de
saberla de cualquier persona: no podemos saber p, si p no es verdadera. Si digo «se
p, pero p no es verdadera», mi enunciado es autocontradictorio, pues parte de lo que
implica saber p es que p sea verdadero. Análogamente, si digo «él sabe p, pero p no
es verdadera», también esto es autocontradictorio. Puede que yo pensase que sabía
p; pero sí p es falsa, en realidad no lo sabía. Sólo pensé que sí. Sin embargo, si
pretendo saber p, aun admitiendo que p es falsa, mis oyentes pueden concluir
acertadamente que todavía no aprendí a usar la palabra «saber». (…) ¿qué es lo que
sabemos sobre p cuando sabemos p? Sabemos que p es verdad, naturalmente; la
misma formulación resuelve la cosa: saber p es saber que p es verdadera.
b) No sólo ha de ser verdad p; hemos de creer que p es verdad. Este puede ser
llamado el «requisito subjetivo»: hemos de tener cierta actitud hacia p, no sólo la de
preguntarnos o especular sobre p, sino creer positivamente que p es verdad. «Yo sé
que p es verdad, pero no creo que lo sea» no sólo sería una cosa muy curiosa de
decir; daría derecho a nuestros oyentes a concluir que no hemos aprendido en qué
circunstancias usar la palabra «creer». Puede haber muchos enunciados que creamos
pero no sepamos sí son verdaderos, pero no puede haber ninguno que sepamos
verdadero y sin embargo no creamos, puesto que creer es parte (una característica
definitoria) de saber. «Sé p» implica «creo p», y «él sabe p» implica «él cree p», pues
creer es una característica definitoria de saber. Pero creer p no es una característica
definitoria de que p sea verdadera: p puede ser verdadera aunque ni yo ni nadie la
crea. (La Tierra era redonda antes de que nadie creyese que lo era.) No hay
contradicción ninguna en decir «él creía que p (esto es, creía que p es verdadera),
pero p no era verdadera». Ciertamente, a cada momento decimos cosas de este tipo:
«El cree que la gente le persigue, pero, desde luego, no es verdad.» En este punto
hemos de tener sumo cuidado, pues mientras que no hay contradicción en «él lo cree,
pero no es verdad», o en «es verdad, pero no lo cree», hay, sí no contradicción, al
menos gran extravagancia en decir «es verdad, pero yo no lo creo». Desde luego se
puede decir esto en broma, o como una mentira deliberada. Pero, ¿y sí se dice
sinceramente? No sólo seria extravagante, sino autocontradictorio; pues entonces mí
enunciado pararía en esto: que yo lo digo y lo creo, a pesar de lo cual no lo creo, y
esta parte final, «lo creo pero no lo creo», me pondría en contradicción.
No hay ningún problema con 1: sin duda hay innumerables proposiciones verdaderas
que yo no creo, aunque no sea por otra razón que porque nunca las he oído. Tampoco
lo hay con 2: puedo estar mintiendo o bromeando. El problema comienza con 3,
porque decirlo sinceramente significa que yo creo lo que digo. Esto es más explícito
en 4, donde especificamos que se entiende por «sinceramente», y aquí damos en una
contradicción: creerlo pero no creerlo.
Podemos, sin embargo, tener algunas dudas sobre esta segunda condición. Creer
parece ser cosa de grado; podemos creer con diversos grados de convicción que
pasan por la duda y finalmente la no creencia. «Lo creo —podemos decir— pero no
con mucha fuerza.» ¿Con cuánta fuerza hemos de creerlo para satisfacer la
condición? ¿Hemos de creerlo realmente? En tanto que la proposición es verdadera,
¿no podemos saberla sin creerla realmente? “Yo sé que he ganado el premio de un
millón de dólares, pero no puedo creerlo todavía”. Esta última forma de expresión
generalmente es retórica: lo creemos (de otro modo no estaríamos tan sorprendidos),
pero no obstante nos resulta muy impresionante creerlo; o lo creemos («con la
cabeza» sabemos que es verdad), pero aún no podemos digerirlo, no podemos sentir
hacia ello lo mismo que sentimos normalmente cuando creemos algo (nuestros
sentimientos no están armonizados con la creencia). «Sé que el mundo no es plano,
pero aún no puedo creerlo.» Ahora «creer» ha trasladado su significado a «responder
emocionalmente a ello como a mis otras creencias». O: puede que yo sepa las
respuestas a todas las preguntas del examen, pero no puedo creer que las sepa, esto
es, no tengo gran confianza en que las sepa. Pero este caso es engañoso: cuando no
tengo gran confianza en que las sepa, no es que no las crea (las respuestas), sino
que no sé que puedo darlas. Saberlas presupone que sea capaz de darlas, y creer
que las conozco implica creer que puedo darlas, pero conocerlas no implica creer que
puedo darlas. No confundamos las dos cosas; conocer o creer las respuestas y
conocer o creer que puedo dar las respuestas son dos cosas diferentes.
A pesar de los diversos grados de convicción con que se puede creer, sería
extremadamente raro decir, si no es en sentido retórico, “sé p, pero no creo p”, tan
raro, por cierto, que una persona que fuese por ahí diciendo cosas tales como «sé que
los perros tienen cuatro patas, pero no lo creo» y «sé que 2 más 2 es igual a 4, pero
no lo creo» bien podría ser acusada de no haber aprendido qué significa la voz
«conocer» en nuestro lenguaje, lo mismo que podría ser acusado de esto sí
pretendiese saber proposiciones que admite ser falsas, Así que, con estas
aclaraciones, puede quedar como está nuestro segundo requisito.
Hemos examinado dos requisitos del conocer, uno «objetivo» (p ha de ser verdadero)
y uno «subjetivo» (p ha de ser creído). ¿Son suficientes? ¿Se puede decir que
conocemos algo, si lo creemos y lo que creemos es verdad? Si tal, podemos definir el
conocimiento simplemente como creencia verdadera, y éste sería el fin de la
discusión.
Este es, entonces, nuestro tercer requisito: que haya elementos de juicio. Pero en este
punto comienza nuestro problema. ¿Cuántos elementos de juicio han de haber?
«Algunos» no vale como respuesta: puede ser que haya algunos elementos de juicio
que indiquen que mañana va a hacer sol, pero todavía no sabemos que será así. ¿Y
«todos los elementos de juicio disponibles»? tampoco esto serviría; todos los
elementos de juicio ahora disponibles pueden no ser bastantes. Todos los elementos
de juicio de que ahora disponemos están lejos de hacernos capaces de saber si hay
seres conscientes en otros planetas. No lo sabemos, incluso después de haber
examinado todos los elementos de juicio que hay a nuestra disposición.
¿Y «elementos de juicio suficientes para darnos una buena razón para creerlo»? Pero
¿cuántos elementos de juicio son éstos? Yo puedo haber conocido a alguien y haberlo
encontrado escrupulosamente honesto siempre; prácticamente por cualquier criterio,
esto constituiría un buen elemento de juicio de que será honesto la próxima vez, y aún
así puede no serlo; supongamos que la próxima vez le roba a alguien la cartera. Yo
tenía una buena razón para creer que seguiría siendo honesto, sin embargo, yo no
sabía que seguiría siendo honesto, pues no resultó cierto. Todos estamos
familiarizados con casos en que alguien tenía una buena razón para creer una
proposición que, sin embargo, ha resultado ser falsa.
¿Qué es, entonces, suficiente? Ahora estamos tentados de decir «elementos de juicio
completos —todos los elementos de juicio que pueda haber—, las obras, todo». Pero
si decimos esto, démonos cuenta de que hay muy pocas proposiciones cuya verdad
podamos pretender conocer. La mayor parte de aquellas proposiciones que en la vida
diaria pretenderíamos sin la menor vacilación conocer no las conoceríamos, de
acuerdo con este criterio. Por ejemplo, decimos «sé que si soltase este lápiz se
caería», y no tenemos la menor duda de ello; pero aunque tengamos unos elementos
de juicio excelentes (los lápices y los demás objetos se caen siempre que los
soltamos), no tenemos elementos de juicio completos, pues no hemos observado aún
el resultado de soltarlo en este momento. Por tomar un caso incluso más claro,
decimos «sé que hay un libro delante de mí ahora», pero no nos hemos ocupado de
hacer todas las posibles observaciones que serían relevantes para determinar la
verdad de este enunciado: no hemos examinado el objeto (el que tomamos por un
libro) desde todos los ángulos (y dado que hay un número infinito de ángulos, ¿cómo
podríamos hacerlo?), e incluso sí lo hubiésemos mirado concienzudamente durante
media hora, no lo hemos hecho cien horas, ni un millón; y no obstante parecería
(aunque algunos lo han discutido, como veremos) que sí una observación proporciona
elementos de juicio, mil proporcionarán más elementos de juicio, ¿y cuándo
podríamos dar por acabada la acumulación de elementos de juicio? O también,
decimos «sé que la casa del señor Jones está en la esquina; he vivido en esa
manzana toda mi vida, he visto la casa cien mil veces, de modo que debo saberlo»,
aunque ciertamente no tenemos «todos los elementos de juicio que pueda haber».
¿Cómo podríamos saberlo, si la acumulación de elementos de juicio nunca parece
terminar? Por muchos que tengamos, siempre podríamos tener más; más allá de
cierto punto no los consideramos necesarios, aunque siempre podríamos obtener más
si quisiéramos.
«Quizá no tengamos por qué llegar tan lejos como para decir "todos los elementos de
juicio" y "elementos de juicio completos" y cosas por el estilo. Todo lo que hemos de
decir es que debemos poseer elementos de juicio adecuados.» Pero, ¿cuándo son
adecuados los elementos de juicio? ¿Es algo menos que «todos los elementos de
juicio que pueda haber»? «Bueno, adecuados para capacitarnos conocer.» Pero esta
pequeña adición a nuestra definición nos mete en un círculo. Estamos intentando
definir «conocer», y no podemos hacerlo empleando la conveniente frase “suficiente
para capacitarnos conocer”. Pero una vez que hemos abandonado la expresión «para
conocer», nos quedamos una vez más con nuestro problema: ¿cuántos elementos de
juicio son los adecuados? ¿Son los adecuados cuando hay algo menos del total? Si
no tenemos todos los indicios, sino sólo si 99,99 por 100 de ellos, ¿no podría ser que
ese 0,01 por 100 que fuese en contra del resto y nos exigiese concluir que esa
proposición, después de todo, no puede ser verdadera, y por tanto que no la
sabíamos? Es seguro que ha ocurrido con bastante frecuencia que un enunciado que
pensábamos saber, al que quizá incluso habríamos apostado nuestras vidas, resultó
al final falso o dudoso. Pero en ese caso, después de todo, realmente no lo sabíamos:
los elementos de juicio eran buenos, incluso abundantes, pero a pesar de todo no lo
suficientemente buenos, no realmente adecuados, puesto que no fueron suficientes
para garantizar la verdad de la proposición. ¿Podemos saber p con algo menos del
total de los elementos de juicio sobre p que pueda haber?
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