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CAPÍTULO 2

Geopoltica y geoeconómia
A primeros del mes de agosto de 1990 Irak invadió Kuwait bajo el pretexto de que los
kuwaitíes estaban robando su petróleo mediante la técnica de la perforación direccional
(slantdrilling). La respuesta no se hizo esperar. El Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas emitió una resolución por la cual se imponían importantes sanciones al país invasor,
obligando a la congelación de las importaciones y las exportaciones de productos de Irak o
Kuwait, y cerrando los mercados financieros mientras se mantuviera la agresión. Sin entrar
en las causas de la invasión, ni en los porqués de la reacción del Consejo de Seguridad de la
ONU, este hecho muestra los elementos de la geopolítica: «una acción de origen político
ejercida mediante la fuerza sobre un territorio ajeno». Nada nuevo, pues estos hechos han
marcado la historia de la humanidad durante milenios. Sin embargo, este término, la
geopolítica, aunque surgido a finales del siglo XIX bajo las consideraciones del geógrafo
alemán Friedrich Ratzel, tomó relevancia después de la Segunda Guerra Mundial y, muy
singularmente, al término de la Guerra Fría. Ya que al desaparecer la situación de rivalidad
entre los dos bloques, surgieron nuevas reivindicaciones territoriales, generalmente
basadas en fundamentos económicos. Un nuevo contexto, diferente a otras situaciones
históricas anteriores, que no se explica suficientemente ni por consideraciones de geografía
política, ni por intereses de poder. Básicamente, porque con este nuevo orden geopolítico
salen a escena cinco elementos que no existían con igual fuerza en el pasado:
1. Un imparable progreso tecnológico, según el cual el hombre pasa de luchar contra el
entorno físico a influir determinantemente sobre él.
2. Una nueva situación, según la cual el dominio económico ya no depende del tamaño del
territorio o del número de habitantes hábiles para la guerra, sino, al contrario, de la
capacidad tecnológica o de los recursos naturales estratégicos que allí residen.
3. Un nuevo orden político, según el cual las decisiones de los organismos internacionales,
unidas a la diseminación global de la información, evitan que se consoliden las acciones de
fuerza, como se ha mostrado en el caso de Kuwait al inicio de este capítulo.
4. La desaparición de las fronteras como elemento contenedor de posibles acciones de
fuerza política o económica.
5. Y, finalmente, nuevos fenómenos globales, como son: la explosión demográfica, que
estima un total de 9.000 millones de personas en el mundo para 2050, el cambio climático,
el fin del petróleo barato y abundante, los problemas del agua, las migraciones masivas, los
nacionalismos intrafronterizos, y un sinfín de otros problemas según los cuales grupos
humanos, Gobiernos o naciones buscan, sin declarar la guerra, el dominio de territorios
(físicos, económicos o, incluso, virtuales) que anteriormente no les pertenecían. Sin
embargo, aún hay más.

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En este marco, las relaciones internacionales toman un diferente cariz pues incluyen,
además de los factores políticos tradicionales, otros nuevos de orden cultural o
socioeconómico. De manera que, si históricamente las relaciones internacionales hacían
referencia a interacciones entre países, su campo de acción excede hoy con muchos
esquemas bilaterales.
Se trata, sin embargo, de nuevas formas de ocupación del poder político y económico desde
dentro, que utiliza la geopolítica del miedo utilizando bien conocidos resortes de
«marketing» social para estimular el descontento y las emociones que, en muchas
ocasiones, provienen de un mal funcionamiento del mundo económico y político
globalizado. Resortes perfectamente coordinados, en múltiples casos, desde las redes
sociales o los teléfonos móviles mediante masivos mensajes sms, donde la tecnología
permite dirigir las frustraciones sociales de una manera rápida y contundente. Geopolítica
del miedo que tiene efectos a nivel macro y a nivel micro. Ahí están los últimos ejemplos de
Egipto que trajeron la caída del presidente Mubarak, o también de Túnez y otros países del
área; como también, en forma soft, el antiguo movimiento Nunca Mais en España surgido
con el vertido del pretrolero Prestige en las costas gallegas,
Y donde se da la circunstancia de que países «perturbadores» como Venezuela, Irán, Sudán,
etc., son extremadamente ricos en una gran diversidad de ellos. Recursos vitales a veces,
como el agua, que son origen de importantes conflictos, como es el caso del Eufrates, el
Tigris o el Nilo. Recursos estratégicos para el sostenimiento de la civilización tal como la
conocemos, como el petróleo, el uranio, y ciertos metales como el zinc, plomo, cobre, etc.
que, a veces, se dan en lugares de fuertes tensiones geopolíticas. O, finalmente, los
biocombustibles, causa de acciones geopolíticas de muy largo plazo, como pudo ser el
contrato firmado por la compañía coreana Daewoo Logistics con Madagascar para la
explotación de 1.300.000 hectáreas a fin de producir aceite de palma de maíz. Una
situación que en el contexto geopolítico global induce movimientos de dominio entre
naciones, entre regiones o entre grupos sin entidad nacional, siempre con el objetivo de
imponer por medios pacíficos o bélicos la supremacía de unos sobre otros, y siempre desde
posiciones marcadas por intereses económicos.
«La geoeconomía mide el progreso mediante la participación que un determinado producto
alcanza en el mercado, en lugar de centrarse en el avance que una fuerza militar realiza
sobre el mapa». En Europa, esta idea fue ampliamente desarrollada por Pascal Lorot,
fundador y director de la revista francesa Géoéconomie que, en 1990, con una visión
similar, define la geoeconomía como «el análisis de las estrategias de orden económico –
especialmente comerciales–, decididos por los Estados en el contexto de las políticas
conducentes a proteger las economías nacionales o ciertos elementos bien determinados
de éstas, a adquirir el dominio de ciertas tecnologías claves y/o a conquistar ciertos
segmentos del mercado mundial relativos a la producción o comercialización de un
producto o de una gama de productos sensibles, sobre los cuales, su posesión o su control
confiere a los detentadores –Estado o empresa nacional– un elemento de poder o de

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proyección internacional y contribuye al reforzamiento de su potencial económico y social».
la geoeconomía se orienta a las estrategias de dominio económico ejercido por los Estados
directamente, o bajo su influencia por grandes compañías o ciertos grupos de interés
económico globales. Lo que no implica necesariamente un dominio territorial específico,
sino el logro de una supremacía tecnológica o comercial. Así, tanto la geopolítica como la
geoeconomía tienen puntos de contacto, sin que ello signifique que una anule a la otra.
Ambas son de utilidad a la hora de comprender los fenómenos globales. Los unos desde la
óptica de las rivalidades políticas territoriales, y los otros desde el dominio económico
global de los Estados, ya sea directamente o por medio de actividades empresariales que, a
veces, escapan del control político legítimamente constituido. Y para su desarrollo precisa
de una estrategia. Estrategia según la cual, las empresas que operan globalmente, invierten,
investigan y ponen en marcha sus actividades por razones económicas, no políticas. Y en
tanto que tales actividades son influidas o apoyadas por los Estados, se convierten en
actividades geoeconómicas. Ahora bien, la geoeconomía se fundamenta en el dominio
económico mediante estrategias que, básicamente, recuerdan la acción militar, donde se
sustituyen los elementos típicos de la guerra por otros, como son: las inversiones
estratégicas de capital, la innovación en productos o tecnologías de interés para el Estado,
la posición de dominio sobre los mercados en lugar de invadir los territorios, las tarifas
arancelarias, las medidas regulatorias, o esquemas de otro tipo destinados a proteger las
industrias o empresas estratégicas. Todo lo cual, se ajusta a la definición de Pascal Lorot
antes referida, según la cual la geoeconomía incorpora aspectos geopolíticos y
geoestratégicos en tres direcciones: un análisis estratégico respecto de cómo proteger y
desarrollar la economía de base nacional; un desarrollo estratégico de las acciones de
dominio, a poner en práctica; y unos mecanismos de acción que conjugan los intereses del
Estado con los intereses económicos públicos y privados.
No significa esto que la geopolítica fuera sustituida enteramente por la geoeconomía, sino
que esta última es, sin duda, el motor de los intereses económicos globales que subyacen
dentro de ella. La geopolítica fue el eje de acción de las naciones-Estado, que pretendían su
expansionismo cultural, político y económico fuera de sus fronteras. Era el arma de las
relaciones internacionales y la política exterior bajo el transfondo de un nuevo modo de
concebir el poder. Una estrategia que durante las últimas décadas del siglo XX vino a ser
potenciada por las capacidades tecnológicas, yendo más allá de territorios concretos para,
incluso, lograr el dominio del espacio exterior. La geoeconomía es un esquema totalmente
nuevo fomentado por los cambios introducidos por la propia evolución de la globalización
económica con todo el conjunto de transformaciones económicas, tecnológicas, políticas y
sociales que la propia globalización lleva consigo.
Una situación que, según este economista, cambió bruscamente a partir de la revolución
industrial. Hecho revolucionario que condujo a los enormes crecimientos económicos que
hemos conocido, con sus crisis correspondientes, durante los 200 últimos años. Y muy
singularmente en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Crecimientos

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económicos que, según el Premio Nobel, Simon Kuznets, han estado caracterizados por:
altas tasas de crecimiento de PIB per cápita en los países desarrollados; un fuerte
incremento de la productividad en esos mismos países; importantes cambios estructurales
en las economías, de la agricultura original a la industria, y de aquí a los servicios, con un
fuerte predominio de las actividades ligadas al conocimiento, que han dado origen a la
sociedad del conocimiento como paso subsiguiente a la previa sociedad de la información
de finales del siglo XX; los rápidos y profundos cambios sociales, incluyendo el resurgir de
las ideologías, la migración hacia las ciudades y, en cierta medida, la secularización
profunda de la sociedad; el progreso tecnológico y, en especial, el desarrollo del transporte
y de las comunicaciones, que han hecho factible la muerte de las distancias, y que ha
globalizado las actividades económicas a la vez que han «empequeñecido» el mundo; y la
propagación del crecimiento económico que, desafortunadamente, se ha limitado a la
cuarta parte del planeta, mientras que las otras tres cuartas partes de él se mantienen aún
en altos niveles de pobreza.

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