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El ser ficcional constituye sin duda una de las propiedades más características del lenguaje
literario.
La Ficcionalidad no es condición suficiente para una definición de lo literario (en tanto
hay ficciones no literarias), pero al mismo tiempo es condición necesaria para su
existencia. Sin ficción no hay literatura
El “hablar literario” es un hablar ficticio y sus frases no pueden ser achacadas al autor.
La ficción afecta, pues, al circuito mismo de la comunicación donde se ofrecen los
desdoblamientos de los pactos narrativos. La Ficcionalidad se está refiriendo al estatuto
de relación de la obra literaria con la realidad externa, histórica o empírica,
suspendiéndose la exigencia de adecuación a la oposición verdadero/falso.
Bonati rebate la tesis de Searle cuando arguye que el error de esta orientación es no haber
planteado que la literatura es un hablar ficticio o imaginario. No es que el autor de una
ficción no hable o finja hablar; el problema es otro: el autor de una ficción se limita a
imaginar los actos ilocucionarios de una fuente de lenguaje imaginaria:
Las frases de una novela son actos plenos, efectivos y no fingidos. La regla
fundamental de la institución novelística no es aceptar una imagen ficticia del
mundo, sino previo a eso, aceptar un hablar ficticio. Nótese bien: no un hablar
fingido y no pleno del autor, sino un hablar pleno y auténtico, pero ficticio, de
otro, de una fuente de lenguaje…, que no es el autor, y que, pues es fuente propia
de un hablar ficticio, es también ficticia o meramente imaginaria
La tesis de Searle ha suscitado de pasada una cuestión que se sitúa ente un punto axial de
la teoría de la Ficcionalidad en la poética contemporánea: ¿es este rasgo solo pragmático,
dependiente de la intención del autor y no aislable en la estructura sintáctico – semántica?
Hay una corriente teórica que subraya que la Ficcionalidad es un rasgo de naturaleza
pragmática, como un atributo cuya responsabilidad lo es de convenciones explícitas e
implícitas de los usuarios de la literatura.
García Berrio advierte que las convenciones que a propósito de la obra literaria y de su
especificidad se establecen entre autor y lectores, en cualquiera de los niveles lingüísticos
de aquella, son posibles, porque el propio texto literario y su referente poseen unas
características tales que sirven de punto de partida y justifican tales convencionales, que
dependen, como un a posteriori, de la especificidad del texto.