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Pérez Flores, Edwin Guillermo

Historia de la cultura en España y América I


Semestre 2018-1
08/12/17
Un sueño posible: vivir la anarquía

En la actualidad, el anarquismo es sinónimo de caos, desorden, ignorancia, retroceso, inestabilidad,

en suma, de la peor catástrofe que pueda afectar a una sociedad. Sin embargo, esta doctrina

sociopolítica demostró ser, durante la Guerra Civil española, una alternativa noble e ingeniosa

capaz de reconstruir un país que se caía a pedazos. Dicha filosofía política, a pesar de provenir de

las plumas extranjeras de Bakunin y Proudhon, encontró en el pueblo español el lugar adecuado

para florecer porque sus principios ideológicos describieron plenamente el espíritu antiautoritario

y guerrero del hombre ibérico, el cual lideró grandes batallas contra guerreros tan diestros como

Julio César o Napoleón; conquistó tierras inimaginables; sació el hambre voraz provocada por el

oro y llenó de genialidad las páginas de El Quijote. En consecuencia, la anarquía obsequió a los

libertarios hispánicos las piezas faltantes que complementaron su ansiada revolución: la

colectivización de la economía, el establecimiento de un orden social igualitario por medio de los

preceptos del anarco comunismo y el fomento de la cultura de las masas. La siguiente investigación

es un breve análisis sobre las acciones políticas, económicas y sociales que los anarquistas

españoles realizaron a lo largo de la Guerra Civil a fin de hallar una solución a la inminente crisis

en la que estaba inmersa España.

La autogestión

Ante las devastadoras consecuencias que ocasionó este peculiar conflicto bélico español, la CNT-

FAI sugirió una loable iniciativa para mantener y aumentar la productividad del campo, las

fábricas, comercios, y talleres, los cuales eran el núcleo de la economía española en las primeras

décadas del siglo XX. Este proyecto reformador tuvo gran nivel de aceptación entre los

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trabajadores urbanos y rurales porque respondió, sin ambages, a las exigencias que ignoraron los

gobiernos de izquierda y derecha; mostró las inconsistencias de las distintas organizaciones

socioeconómicos como las del comunismo, el cual pretendía imponer la dictadura del proletariado,

es decir, el cambio de poder a manos de otro grupo y no la repartición igualitaria del mismo;

agudizó la conciencia libertaria de los gachupines al recordarles su naturaleza antimaterialista que

los había guiado por el sendero sinuoso, sin saber, de los “valores fundamentales del anarquismo

moderno, entre ellos el sentimiento de igualdad y justicia, la negación del estado y las autoridades,

la predisposición de a la rebeldía, la afirmación incondicional de la dignidad propia como norma

suprema de conducta, la identificación mística con un ideal, […] grandeza de alma” (Saña, 2010:

114); y depositó, acertadamente, el mando de la resistencia en las personas indicadas.

Las colectividades se construyeron bajo el axioma de la autogestión o autoadministración

económica, el cual puede explicarse con tres de sus principales características: la primera, consistió

en la exclusión de cualquier aparato burocrático o cabecilla que pretendiera imponer sus intereses

sobre los de la colectividad pues el movimiento ácrata consideraba a las jerarquías como un

desestabilizador de la anhelada estructura igualitaria; un ejemplo claro fue la existencia de un

salario unitario, es decir, un dirigente ganaba la misma cantidad de dinero que un ingeniero,

campesino u obrero (aunque en algunas ocasiones un líder de la CNT podía ganar un sueldo

cuantioso pero sólo por tiempo limitado y en la mayoría de las ocasiones ese dinero iba parar en

las arcas de la organización); otro, era la actitud democrática ante las diversas actividades

administrativas que debían llevar a cabo en sus empresas industriales y agrarias, en consecuencia,

las proposiciones hechas durante una asamblea se examinaban tomando en cuenta las inquietudes

y sugerencias de los miembros de la comunidad anarquista pues todos tenían la última palabra en

la toma de decisiones.

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El segundo atributo a destacar de dichas entidades económicas, fue el método utilizado por

los anarcosindicalistas para implementarlas en la península Ibérica: la no violencia y la

organización; Saña (2010) al respecto señaló que los anarquistas abrigaban la esperanza de que el

ejemplo de la revolución convenciera por sí mismo al reacio proletariado urbano y rural. Esa

capacidad de cautivar por la originalidad de una idea y no por la imposición, provocó un aumento

en el número de aliados, y al mismo tiempo, de fieros enemigos de los libertarios españoles, los

cuales difamaron la soberanía y autenticidad de estas instituciones socioeconómicas a través de

acusaciones tan sorprendentes como el asesinato de personalidades ilustres, quema de iglesias,

terrorismo, explotación inhumana de agricultores y obreros, etc. Quizá este sea el origen de las

concepciones negativas que ahogan en la actualidad la verdadera esencia del anarquismo.

La última particularidad a mencionar es el cómo se desarrollaron las colectividades en las

distintas regiones de España porque “no existe un modelo único de colectivización, sino que ésta

es un proceso sumamente complejo y heterogéneo en el que cada región tenía lo que podría

llamarse su propio ejemplo de colectivización” (Bernecker, 1992: 101). Por ello, este fenómeno no

se percibió de la misma manera en el sur de España (Andalucía y Extremadura), donde las

colectivizaciones dieron paso a una economía mixta en donde una parte de la misma estaba

socializada (principalmente la agricultura) y la otra siguió el modelo capitalista (las leyes del

mercado); en comparación con Cataluña, en donde las fabricas colectivizadas abastecieron de

armas y municiones a los insurgentes en la devastadora Guerra Civil española.

Sin duda alguna, las colectividades demostraron a España y al mundo que la anarquía “se

funda en la negación de toda autoridad, pero jamás descarta toda forma de organización” (Vilchis,

2014: 18) porque contrario a lo que ciertos individuos piensan, la anarquía contiene una fuerza

moral y ética que trasciende los decadentes valores de la sociedad moderna. Prueba de ello fueron

los logros obtenidos por estas instituciones económicas que van desde los derechos laborales como
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las prestaciones sociales, jornada laborales posibles, la defensa contra los despidos injustificados;

pasando por las ingeniosas metodologías para aumentar la producción en los sectores agrícola,

industrial y de servicios como las Cajas de Compensación cuyo objetivo “consistía en echar una

mano a las actividades que por las razones que fuere estaban en apuros o no eran tan eficientes

como las otras” (Saña, 2010: 118) o los tranvías colectivizados en Barcelona, los cuales aseguraron

grandes ganancias al movimiento ácrata; hasta la implementación del federalismo más puro, aquél

inspirado en la antigua democracia griega, aunque solo durara un breve instante.

La revolución cultural

En el sector educativo, los anarquistas lucharon contra el analfabetismo igual que lo hicieron contra

los fascistas y los comunistas. Ellos anhelaban materializar dos sueños que garantizarían la

permanencia y la duplicación de los frutos obtenidos por los colectivistas a través del tiempo: el

primero, exterminar la concepción dualista que relacionaba el trabajo físico y la intelectualidad, es

decir, un campesino, no podía aspirar a cultivar sus ideas y pensamientos más profundos pues

estaba condenado a efectuar labores agrícolas por el resto de sus días; el otro objetivo planteaba la

eliminación del sistema de recompensas y castigos. El sistema pedagógico creado por la CNT-FAI,

basado en los postulados antes expuestos, fue proclamado en el Congreso de Zaragoza de 1936; no

obstante, este hecho es poco conocido puesto que los contrarrevolucionarios se encargaron de

minimizar esta consecución.

Las escuelas racionalistas de Ferrer Guardia, los ateneos liberatorios y los cafés fueron los

campos de batalla elegidos por los anarquistas para cabalgar junto a Don Quijote y hacerle frente

a la locura de la ignorancia. A estos lugares acudían personajes muy variados desde el policía

asolador de la sabiduría, el anarquisidicalista consagrado a la revolución hasta el inocente curioso:

la educación pertenecía al vulgo, a las masas, a la humanidad. Por este tipo de sitios se logra

comprender la existencia de grandes libertadores como la de José Peirats el cual: “Adquirió [en el
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Ateneo Obrero Racionalista de Sants] un nuevo bagaje de estructuras mentales, una moralidad y

una manera de vivir, que incluía la templanza, todo ello enraizado en un hondo sentido del

igualitarismo, la camaradería y el ansia de mejora cultural” (Ealham, 2016: 53). Sin duda alguna,

esos valores tan humanos no significaron nada para la dictadura de Franco, pero al menos ayudaron

a la resistencia a no claudicar en la búsqueda de una vida digna.

¿Por qué el anarquismo?

El movimiento ácrata bregó incasablemente para no perder de vista su objetivo principal: la

revolución moral del individuo. Esto lo llevo a construir carreteras, escuelas y hospitales; a hacer

llegar las colectividades en donde se necesitaban; a sumergir en las artes y las ciencias a sus

militantes mientras forjaba en la industria metalúrgica y química las armas que le otorgarían la

victoria en la guerra. La FAI (como se cita en Saña, 2010) lo expresó en 1937 con las palabras

siguientes: “Ganar la guerra es mantener firme y victorioso el principio de la revolución, y éste

será la consecuencia inmediata de la victoria”.

Durante la Guerra Civil la anarquía ganó una infinidad de enemigos tanto del Bloque

Nacional como del Frente Popular pues sus ideales colmaron de terror el sistema establecido por

estos grupos intransigentes. Sin embargo, es curioso observar cómo esas doctrinas políticas o

socioeconómicas al intentar silenciar la voz imperiosa del socialismo libertario sólo consiguieron

amplificarla hasta alturas sublimes. Esta situación fue la que experimentó amargamente el

comunismo al querer someter el indómito espíritu anarquista. El génesis de esa tragicomedia recayó

no en las diferencias de pensamiento teóricas o científicas entre los padres de dichas ideologías

sino en las pasiones personales y en la ambición por el poder (Saña, 2010). No obstante, el

anarquismo superó en cierta medida ese origen turbio porque a diferencia del comunismo (el cual

disfrazó con la grandeza de la revolución a su inconfundible dictadura; imitó el funcionamiento de

las normas utilizadas en las fábricas capitalistas para moldear sus dogmas; confió en la aparición
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de un acontecimiento inédito que trajera consigo los elementos necesarios para iniciar la pugna por

la psedolibertad y prefirió las fuerzas de producción sobre las fuerzas de la moral y la ética) esta

“atribuye el máximo valor a la dimensión moral del individuo” (Saña, 2010: 154) que se articula

con los principios de la libertad, la utopía y la educación.

Conclusiones

La Guerra Civil española fue un conflicto bélico e ideológico de magnitud internacional en donde

ciertos grupos sociales utilizaron diferentes doctrinas políticas, filosóficas y sociales para adquirir

el poder. Sin embargo, la falta de valores humanos fue los que realmente derramó la sangre de

miles de persona inocentes. El anarquismo es muy peligroso para cualquier sistema de poder

porque rescata del olvido la justicia, la igualdad, la tolerancia, en suma, las características más

favorables de la ética y la moral que permiten, quizá no una utopía, una convivencia pacífica entre

los habitantes de este planeta. Quedo totalmente convencido que es un sueño posible vivir la

anarquía.

Referencias

Bernecker, W. (1992). El anarquismo en la guerra civil española. Estado de la cuestión. Cuadernos


de Historia Contemporánea, 14, 91-115. Recuperado de
http://revistas.ucm.es/index.php/CHCO/article/view/7954
Ealham, C. (2016). Vivir la anarquía, vivir la utopía: José Peirats y la historia del
anarcosindicalismo español. Madrid: Alianza Editorial.
Saña, H. (2010). Revolución libertaria. Los anarquistas en la Guerra Civil española. Pamplona:
Laetoli.
Vilchis, A. (2014). Anarquismo e indigenismo, dos utopías educativas: la escuela racionalista en
yucatán, méxico (1915-1924) y la escuela indigenal de warisata, bolivia (1931-1940). (Tesis de
Doctorado, Universidad Nacional Autónoma de México). Recuperado de
http://132.248.9.195/ptd2014/junio/088204246/Index.html

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