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Es importante considerar dentro del estudio de la violencia aquellos factores familiares que
la promueven y reproducen. Siendo inminente preguntarse por qué la familia se vuelve una
fuente de violencia y no de cuidado y protección para sus miembros, especialmente para
los más vulnerables del hogar.
Gelles, R. 1984 (citado por Bentovim, A. 2000) enunció once factores que hacen que las
familias tiendan a la violencia, en lugar de cumplir con su rol fundamental que es ofrecer
una crianza y socialización adecuadas. A saber:
6. Diferencias de edad y sexo: las familias suelen ser el grupo donde interactúan miembros
de diferentes edades, sexos y visiones societarias intrínsecas sobre el género, la edad y la
autoridad que debe ejercerse. Aquellas familias donde se produce la violencia se
caracterizan por manejarse con enfoques patriarcales: se acepta a las mujeres y los niños
como víctimas adecuadas para la violencia y el abuso. Las tensiones en la familia liberan
modelos aprendidos en la familia de origen, que pueden ser un “semillero experimental”
para las interacciones violentas.
8. La privacidad: la familia moderna es una institución privada, aislada de los ojos, los oídos
y, muy a menudo, de las reglas de la sociedad en su conjunto. Donde la privacidad es
elevada, el control social es bajo -no hay cabida para que otro vea y detenga lo que sucede-
. En privado pueden distorsionarse las reglas sociales y los significados sobre la familia. Las
distorsiones extremas en las creencias acerca del castigo adecuado caracterizan a los padres
abusadores. Estas distorsiones pueden ser asimiladas por la víctima como algo válido, lo
cual le permite justificar la conducta del agresor. En la mayoría de los casos el agresor aísla
a la víctima replegándola a un entorno privado donde esté reducida la comunicación con
otros y por lo tanto tenga menos posibilidades de pedir ayuda. Asimismo, el abuso conyugal,
suele rotularse como un incidente doméstico privado, lo cual remarca la idea de que debe
atenderse y resolverse en privado, a puerta cerrada.
9. La membresía involuntaria: se suele concebir a la familia como una entidad mucho más
importante que los individuos que la componen, de modo que es más importante que
permanezca unida antes que optar por la separación o reubicación de algún miembro. Si
10. El estrés: la familia está permanentemente sujeta a cambios y transiciones. Los recursos
violentos para afrontar el estrés constituyen una respuesta característica aprendida dentro
del contexto familiar. Las familias en donde tiene lugar el abuso se caracterizan por estar
“colmadas de estrés”, y el estrés se maneja con respuestas hostiles antes que con
respuestas apropiadas.
11. Conocimiento extendido de las biografías sociales: las fortalezas y debilidades, los
agrados y desagrados, los amores y temores son todos conocidos por los miembros de la
familia. Un conocimiento que puede ser usado para dar apoyo o para atacar. La “maldad”
o “bondad” del otro se refuerza en un contexto cerrado, repetitivo del carácter y de la vida
familiar. Se crean y refuerzan los roles, al establecerse qué es lo que se supone que uno
deba ser o hacer. En las familias abusivas dichos roles se toman en sus formas más
negativas. Así tenemos que si un miembro de la familia tuvo una infancia de abandono
donde fue desvalorizado y concebido como un estorbo, en la nueva familia que construyó
se le trata igual manteniendo su rol de víctima.
Los estilos de crianza remiten a la manera particular en que los padres se relacionan con los
hijos, estableciendo roles y códigos de comunicación e interacción determinados e
íntimamente unidos a las expectativas y metas de crianza parental. Comprenden el
conjunto de creencias, métodos y conductas que los padres emplean para lograr la
disciplina y educar a los hijos. Algunos estilos de crianza favorecen la violencia por acción u
omisión.
Estilo autoritario-represivo: Los padres ejercen control sobre los hijos, cada una de sus
acciones “educativas” buscan conseguir este fin. El monólogo paterno se sobrepone a la
posibilidad del dialogo abierto padre-hijo. No muestra interés por las opiniones,
Estilo permisivo-negligente: El padre/madre muestra una baja aceptación del hijo en una
relación poco afectiva, indiferente y de marcado desinterés por el mismo, pudiendo llegar
al abandono físico o afectivo. No establece límites congruentes porque no están claros ni
los roles ni las metas de crianza siendo permisivos y pasivos ante las conductas del hijo.
Delega la responsabilidad de crianza a otros familiares o entes. Otorga mucha
independencia y responsabilidad al hijo en cuanto a la tarea de cuidarse y atenderse así
mismo. No se interesa y preocupa por atender y conocer las necesidades, sentimientos y
pensamientos del hijo. Desarrollan un clima familiar de vacío y deprivación. Los padres
negligentes son incapaces de “dotar al hijo con un valor personal”. Insertan en el hijo la
premisa de: “no soy”. Esta premisa le da al niño el significado de ser invisible y poco
importante para sus padres o familiares, de modo que no es merecedor de cuidado y afecto.
En la medida que los factores aquí estudiados estén presentes en la vida familiar, se cultivan
las condiciones para crear historias personales de violencia capaces de mantenerse en el
tiempo y de transmitirse de generación en generación. En este sentido, Bentovim, A. (2000)
afirma que “los acontecimientos en la vida de las personas crean “historias”, según las
cuales ellas viven sus vidas, entablan relaciones, inician acciones, responden a otras, las
mantienen y desarrollan. Los hechos traumáticos de naturaleza abusiva pueden tener un
efecto llamativamente poderoso de crear “historias” que se autoperpetúan y que, a su vez,
se reeditan y refuerzan”.
Bentovim, A. Sistemas Organizados por Trauma. El abuso físico y sexual en las familias.
Editorial Paidós, Argentina, 2000.