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Sesgos cognitivos de

terapeutas basados en
las evidencias
Por
Ignacio Etchebarne
-
31/03/2017

Hace unos días publiqué una nota sobre los sesgos cognitivos de las
personas en general. Ahora les presento los sesgos que
potencialmente podrían tener los terapeutas que, como yo, nos
embanderamos en las prácticas psicológicas basadas en las
evidencias científicas (Evidence-Based Practice in Psychology o
“EBPP” en inglés). La EBPP contempla la triangulación de 3 fuentes
de información en la toma de decisiones profesionales:

 Las últimas evidencias científicas sobre distintos abordajes


psicológicos en general, sobre abordajes específicos para la
problemática/desafío del consultante, y sobre hallazgos en
ciencias básicas, por ejemplo, sobre memoria, aprendizaje, etc.
 La propia experticia del terapeuta, conformada por su
experiencia profesional con cada consultante, y la información
proveniente del consenso entre sus pares respecto a lo que
funciona en cada forma de práctica psicológica, en un contexto
dado.
Interactuando con otros colegas y observando mis propios procesos
internos como terapeuta, he descubierto una serie de sesgos
cognitivos, tanto en mí como en los demás, que, más de una vez, nos
llevan a arribar a conclusiones o dar opiniones que, contrario a
nuestro posicionamiento, no se basan en evidencias científicas. Por
supuesto, no cuento con evidencias que me permitan generalizar
estos sesgos a toda la población mundial de terapeutas y coaches
basados en las evidencias; sin embargo, mi intuición me lleva a
pensar que no estamos solos en estos modos reactivos. Ustedes, los
lectores, dirán…

Un primer sesgo suele surgir cuando atiendo a un nuevo


consultante y refiere insatisfacción con su tratamiento/coaching
anterior. Mi sesgo automático en esta situación es el siguiente:

 Si el terapeuta tratante o coach ofreció una forma de terapia


que no esté basada en las evidencias o posea evidencias menos
robustas que la mía (por ejemplo, coaching ontológico,
psicoanálisis de alta frecuencia, terapia gestáltica, o cualquier
otro abordaje con menor tradición de investigación como las
Terapias Cognitivo-Conductuales), automáticamente aparece
en mi mente, la interpretación, “¡Viste que ese abordaje no
sirve!”.
 En cambio, si el terapeuta tratante ofreció mi misma forma de
terapia (algún tipo de Terapia Cognitiva-Conductual), entonces
se me dispara el pensamiento, “¡Ah, seguro que implementó
mal la terapia!”.
 Primero, mi única fuente de información es el relato del
consultante, con lo cual no tengo forma de evaluar si el mismo
refleja en forma confiable lo transcurrido durante el abordaje
anterior, o si se sustenta en interpretaciones idiosincráticas del
consultante, muy distantes de lo que describiría un observador
externo y/o el terapeuta tratante.
 En segundo lugar, no tengo forma alguna de evaluar
fehacientemente la competencia del terapeuta tratante (salvo
que se trate de desviaciones groseras de lo esperable).
 En tercer lugar, ninguna forma de terapia es 100% efectiva, con
lo cual, muchas veces, incluso los abordajes más eficaces,
implementados a la perfección, no logran los resultados
buscados.

Un segundo sesgo sucedió las veces que concluí que la terapia no


estaba dando sus frutos porque el consultante no se dejaba ayudar o
porque no se comprometía con el tratamiento. Este sesgo ha sido
rebatido por Linehan (1993) cuando explicó -en el contexto de la
Terapia Dialéctica-Conductual- que el paciente nunca falla, sino el
terapeuta o la terapia. También los desarrolladores de la Entrevista
Motivacional (Rollnick y Miller, 1995) han reestructurado este sesgo,
evidenciando que las personas siempre tienen muy buenas razones
para no cambiar, las cuales requieren ser explicitadas y abordadas
previamente para posibilitar el cambio. Gracias a estos clínicos-
investigadores cambió radicalmente mi forma de ver la clínica.
Aunque de tanto en tanto, debo releerlos para volver a desactivar a
este sesgo.

Un tercer sesgo cognitivo, que sostuve un buen tiempo, fue


pensar que los abordajes que no contaban con evidencias empíricas
respecto a su grado de eficacia, eran menos eficaces o, directamente,
ineficaces. Lo cierto es que es necesario tener especial cautela al
desaconsejar abordajes sin evidencias empíricas, porque con esa
acción le estamos cortando el acceso a los consultantes a otros
abordajes que potencialmente podrían resultar eficaces, si se
investigara al respecto. Esto se explica por la popular frase, “la
ausencia de evidencias no es evidencia de ausencia”. Es decir, para
poder afirmar que un abordaje es ineficaz, o iatrogénico (que hace
daño), un terapeuta basado en las evidencias también debe basar esa
afirmación en evidencias de esos efectos. De lo contrario, estamos
disfrazando opiniones personales como si se tratara de afirmaciones
basadas en evidencias.

Muchas veces, desaconsejamos prácticas psicológicas –


infundadamente-, sustentándonos en reportes de casos aislados de
efectos adversos. Sin embargo, ello no constituye evidencia rigurosa
de ineficacia. Un ejemplo impecable de reporte de tratamientos
iatrogénicos basado en evidencias es el artículo de Lilienfeld (2007)
sobre tratamientos psicológicos que causan daño. La
mismísima Presidential Task Force de la American Psychological
Association ([APA], 2006, p. 274) se encargó de rebatir este sesgo
hacia los tratamientos sin evidencias empíricas, explicando que, al
considerar “Intervenciones específicas para problemas específicos
que no han sido sujetas evaluación empírica sistemática, no puede
asumirse que sean eficaces o ineficaces; simplemente no han sido
evaluadas a la fecha”.

Algunos terapeutas objetan que no priorizar a un abordaje basado en


evidencias por sobre aquéllos carentes de ellas, podría generarle un
costo de oportunidad –y daño potencial- al consultante, por perder
tiempo probando un tratamiento “inefectivo”. Sin embargo, vuelvo a
insistir en recordarles que la ausencia de evidencias y los reportes
aislados negativos, no constituyen evidencia rigurosa de ineficacia ni
de iatrogenia. Las personas que elijan esos abordajes estarán
accediendo a prácticas psicológicas sin evidencias científicas, y es
importante que reciban esa información y que se desaconseje optar
por éstos como primera opción, ya que se desconoce su grado de
eficacia. No obstante, eso es todo lo que podremos decirles si
queremos que nuestro consejo esté basado en evidencias científicas y
no, en sesgos personales. Esta posición no es neutral ni condonante
de abordajes inciertos, sino científicamente coherente. Además, la
práctica psicológica basada en las evidencias exige que se consideren
las preferencias de los consultantes en la toma de decisiones sobre
los procedimientos a implementar (APA, 2006) y, tal como señala el
meta-análisis de Swift y Callahan (2009), esto modera la
continuidad y el resultado de los tratamientos. Por esta razón,
negándoles a los consultantes la posibilidad de que elijan la práctica
psicológica que prefieren recibir, efectivamente les estamos
generando un daño y haciéndolos pagar el costo de oportunidad de
no poder acceder directamente al abordaje de su preferencia.

Por último, notarán que hablo de prácticas psicológicas basadas en


“las evidencias” y no, en su singular (“la evidencia”). Ello se debe a
que el singular connota un monismo metodológico o gold
standard metodológico por el cual, la EBPP ya no pregona. Es decir,
desde el monismo metodológico se consideraba a los diseños
experimentales como investigaciones “serias”, y a los demás diseños
metodológicos como inferiores o poco serios. Sin embargo, ello no se
condice con la definición de “mejor evidencia de investigación”
propuesta por el informe de la Presidential Task Force de la APA
(2006, p. 274), que dio nacimiento a la EBPP:

Mejor evidencia de investigación se refiere a resultados científicos


relacionados con estrategias de intervención, evaluación, problemas
clínicos, y poblaciones clínicas en contextos de laboratorio y de
campo, así como a resultados clínicamente relevantes de
investigación básica en psicología y campos relacionados. La APA
aprueba múltiples tipos de evidencia de investigación (ej., eficacia,
efectividad, costo-efectividad, costo-beneficio, epidemiológica,
tratamiento utilizado) que contribuyen a la práctica psicológica
efectiva. Múltiples diseños de investigación contribuyen a la práctica
basada en las evidencias, y diferentes diseños de investigación son
más aptos para responder a distintos tipos de preguntas.

Para desincentivar estos sesgos personales y promover el


intercambio científico y respetuoso, basado en los criterios de la
EBPP, los clínicos, coaches2 e investigadores asociados al equipo de
investigación en psicología clínica, dirigido por el Dr. Andrés J.
Roussos (Juan Martín Gómez Penedo, Julieta Olivera, Malena
Braun, Santiago Juan, Laura Challú, Vanina Waizmann, Ludmila
Jurkowski, Viviana Guajardo y yo, Ignacio Etchebarne), hemos
armado el grupo de Facebook titulado “Prácticas psicológicas
basadas en las evidencias (EBPP)”.

Nuestra visión es formar una gran comunidad virtual donde nos una
el valor de la práctica basada en las evidencias y nos enriquezca la
diversidad teórica de cada miembro. Si no lo han hecho ya, ¡los
invito a sumarse!
Artículos recomendados:

 Para mí que es así: niveles de evidencia en psicología


 ¿Para qué sirve cada psicoterapia y qué evidencia existe sobre
esto?
 Buscando evidencia de que la psicoterapia funciona

Referencias

 American Psychological Association (2006). Evidence-Based


Practice in Psychology. American Psychologist, 61(4), 271–285.
 Lilienfeld, S. O. (2007). Psychological Treatments That Cause
Harm. Perspectives on Psychological Science, 2(1), 53-70.
Disponible en:
 Linehan, M. M. (1993). Cognitive-Behavioral Treatment of
Borderline Personality Disorder. New york: The Guilford Press.
 Rollnick, S., y Miller, W. R. (1995). What is Motivational
Interviewing? Behavioural and Cognitive Psychotherapy, 23,
325-334.
 Swift, J. K., y Callahan, J. L. (2009). The Impact of Client
Treatment Preferences on Outcome: A Meta-Analysis. Journal
of Clinical Psychology, 65(4), 368-381.

1. Coaches basados en la evidencia y desarrollado por


profesionales idóneos de la salud mental ↩

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