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Argentina: Los ojos de América Scarfó

Nota de la redacción: Dejamos el extracto de un artículo publica-


do por el periodista Hugo Montero en la revista Sudestada número
cinco, aparecida en enero de 2012. En sí, el artículo no tiene nada
nuevo de lo que ofrece el libro «Severino Di Giovanni. El idealista de
la violencia». De hecho, Montero llega a calcar exactamente el lengua-
je machista anexado al libro de Osvlado Bayer, tratando a América
como la sombra de Severino, como la enamorada que sigue a su ama-
do, como la fanática que sigue a su ídolo.

Pero extraímos el final del ar-


tículo, que retrata muy brevemente
el camino que recorrió América tras
la muerte de su compañero.

***

—Aunque sea un pecado de


vejez, quiero esas cartas.

A los 86 años, América no


iba a resignarse. Si había que
reunirse con el entonces ministro
del Interior, Carlos Corach, o
con el mismísimo jefe de la Policía Federal en su despacho,
América no iba a dudar. Aún cuando el funcionario policial
alegara que esas cuarenta cartas de Severino eran propiedad de
la institución, ella lo interrumpía, firme pero siempre paciente:

—Señor, son cartas de amor que me escribieron a mí, me


pertenecen a mí. No se trata de un documento policial o que
sirva como prueba de algún delito. Las cartas me pertenecen
sólo a mí.
A través de la investigación de Bayer, América se había en-
terado a fines de los años setenta de que las cartas de Severino
no habían sido destruídas, sino que, desde ese aciago 30 de
enero de 1931, cuando se llevaron de la quinta de Burzaco,
dormían en el archivo del porteño Museo Policial.

—Antes de morir quiero tener las cartas y poder apretarlas


contra mi pecho -le explicó al historiador, cuando le pidió ayu-
da para recuperarlas, en 1999.

Así comenzó su odisea de reuniones, cartas formales y pa-


ciencia infinita hasta dar con ellas. Claro que el funcionario no
iba a perderse la ocasión de presentar la entrega de la corres-
pondencia a través de un acto, para intentar anotarse unos po-
rotos ante la opinión pública. Pero en el acto formal, América le
borró la sonrisa con una sola frase. Breve, tajante:

—Que quede claro. Yo he venido aquí a buscar algo mío -


afirmó ante los micrófonos, en la Casa Rosada-. Me pasé toda la
vida evitando al periodismo y tengo que terminar con todos
estos acá -comentó luego, irónica.

Cuando los flashes de los fotógrafos registraron el momen-


to del traspaso de las cartas, no se prestó al juego cómplice de
saludos y sonrisas diplomáticas. Por el contrario, se paró de
frente a los periodistas y esperó el silencio para hablarles a to-
dos los presentes:

—No me olvido de que fue desde acá de dónde salió el


cúmplase de Uriburu. Y después cuántas madres que no saben
dónde están sus hijos… fue desde acá de dónde salieron otras
órdenes para matar infinidad de jóvenes.

Durante los años que siguieron al fusilamiento de Severino,


América padeció una dura enfermedad, trabajó con un nombre
falso cosiendo pantalones por un sueldo miserable hasta que
encontró protección entre sus compañeros de ideas. Continuó
con sus estudios: en 1998 se recibió de traductora pública de
francés, después siguió cursando el traductorado literario de
esa lengua, y ya contaba con el mismo título, pero de italiano.
Algunos años más tarde, se enamoraría de otro compañero y
fundaría una librería y un sello editorial, Américalee, a través del
cual publicará algunos títulos esenciales de grandes pensadores
ácratas. Escribió también artículos para diarios anarquistas.
«Lucha Nuestra», uno de ellos, decía:

La felicidad no es una utopía: también en nuestra vida pueden


existir momentos felices. Aunque sea sólo por un instante que pode-
mos saborear algo de esta quimera. Un triunfo en el estudio, en el
trabajo y en la lucha cotidiana puede proporcionarnos un momento de
felicidad. Si la sociedad no estuviera constituída como lo es actual-
mente, muchos individuos tendrían mayores satisfacciones para su
espíritu. Sin embargo, el descontento es una cosa innata en el indivi-
duo investigador, curioso, experto… ¿Quién, acaso, luego de tanto
pensar, después de tanto calcular buscando soluciones a un problema,
no experimentó la inmensa satisfacción al alcanzarlas? ¿Aquel que
pasó en un laboratorio estudiando los más complicados problemas de
la complejidad de la naturaleza no exclamó un ¡eureka! de triunfo
descubriendo o realizando aquello que el cerebro había previsto? Lo
mismo ocurre en la lucha por un mejor porvenir. Se me dirá que esta
lucha está llena de obstáculos, que las espinas de la vida son muchas.
Pero, si deseamos ardientemente la rosa fragante, roja como la sangre
que nos corre generosa por las venas, y para cortarla y ofrecerla al ser
más amado, debemos atravesar una ciénaga o un monte espinoso, es-
toy segura de que superarían estos impedimentos y llegando a la meta,
cansados, heridos y ensangrentados, se les dibujará una sonrisa triun-
fal de inmensa satisfacción.
Desde entonces, rechazó uno a uno los ofrecimientos de
productores y cineastas, seducidos por llevar al cine su historia
de amor con Severino. También se negó sistemáticamente a
participar de biografías, con la única excepción de la investiga-
ción de Bayer.

—Esa historia es mía y la voy a escribir yo -repetía a todos


los interesados, cuando anhelaba escribir un libro y donar las
ganancias al Hospital de Niños.

Pero no alcanzaron sus 93 años para cumplir ese deseo.


Murió en 2006, en su casa de Congreso. Cerca de su cama, una
caja con las cartas de Severino. Un último recuerdo: en aquel
encuentro a pocas horas del fusilamiento, después de su último
beso, se miraron a los ojos.

Desde lo más profundo de sus jóvenes años, abrazada a su


amado, América prometió: «Voy a seguir con tu recuerdo hasta
la muerte». Así lo hizo.

lajauriadelamemoria.wordpress.com

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