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El suspenso es un fracaso de la sociedad y de la educación

“Puesto que toda la vida depende de la primera edad y de su educación, se habrá perdido si
todos los espíritus no fueren aquí por todas las cosas de la vida” COMENIO, J.A.

Lanzaría la siguiente sentencia: Un niño que suspende aumenta extraordinariamente las


posibilidades de perderse para la sociedad. Pero lo que no cabe duda es que supone un gran
fracaso de la educación y un revés para todos los ámbitos, padres, maestros, pero
principalmente del estado. A menudo cuando un maestro echa la culpa a los padres de que
sus alumnos suspendan, esconde muchas veces su incompetencia. No me imagino a María
Montessori justificándose en la negligencia de unos padres sobre el fracaso de alumno suyo.
Esta doctora italiana (1870-1952) que puso las bases de la formación preescolar, consideraba a
los niños como la esperanza de la humanidad, por lo que dándoles la oportunidad de utilizar la
libertad a partir de los primeros años de desarrollo, el niño llegaría a ser un adulto con
capacidad de hacer frente a los problemas de la vida. Desde el profundo respeto que tenía por
los niños, se entiende que sintiera el fracaso de sus alumnos como una frustración personal.
¿Cuántos profesores (más que maestros) basan su prestigio en la cantidad de suspensos que
suscriben?

La educación no se arregla con una ley consensuada, que sería indudablemente un principio,
sino con una profunda vocación por el ejercicio de maestro. Por lo general la escuela reproduce
las condiciones que se dan en la sociedad y en pocas ocasiones consigue transformarla. Es fácil
ser maestro de aquellos alumnos que cuentan con las circunstancias adecuadas,
principalmente una familia que respalda la formación de sus hijos. Pero lo complicado es
educar a los niños que no cuentan con un apoyo emocional y social oportuno. Es corriente que
se produzca un hecho diferencial y discriminatorio; el seudomaestro se deshace del grupo de
niños que no alcanzan el nivel requerido, suspendiéndolos, y se queda con el grupo de niños
escogidos para la “gloria”. Es decir que le pasa el problema a otro maestro y lo normal es que el
maestro que llega se contagie del Efecto Pigmalion; las expectativas y previsiones de los
profesores sobre la forma en que de alguna manera se conducirían los alumnos, determinan
precisamente las conductas que los profesores esperaban; en conclusión, que si un profesor
cree que un alumno no va alcanzar el éxito, está influyendo negativamente en ese niño para
que consiga su propósito. Pero ¿cómo conseguimos que un alumno sin los apoyos suficientes
requeridos avance con los métodos actuales? Es lamentable y hasta irrisorio que un alumno,
sin una base familiar sólida, para adelantar su rendimiento académico lleve a su casa deberes;
no tiene sentido, todo el avance se tiene que producir en la escuela y no en la casa en este
caso, y para esta necesidad no está preparada la educación pública vigente, quizá por el
maremágnum burocrático en la que está inmersa, si, o como se queja el profesorado, por la
falta de recursos; no estoy tan de acuerdo, esencialmente lo atribuyo a la falta de vocación de
los maestros y a la falta de autoestima para creerse y saberse el principal valor de la educación.

En resumen, y con el compromiso de justificarme en próximos artículos, les pediría que se


preguntaran si un alumno merece repetir todas las materias de un curso a partir de no haber
aprobado sólo algunas de ellas, ya sea una, dos o más; porque en mi opinión, no es de recibo
que un niño pierda ni un minuto de su tiempo en repetir unos conocimientos que ya adquirido
y que provocarían su hartazgo de la escuela, porque en ningún caso debemos socavar su
expectativa, interés y ganas de aprender, que no me cabe duda que la tienen; es trabajo del
maestro descubrirlas.

Pedro A. Martínez

Graduado en Educador Social

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