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“Puesto que toda la vida depende de la primera edad y de su educación, se habrá perdido si
todos los espíritus no fueren aquí por todas las cosas de la vida” COMENIO, J.A.
La educación no se arregla con una ley consensuada, que sería indudablemente un principio,
sino con una profunda vocación por el ejercicio de maestro. Por lo general la escuela reproduce
las condiciones que se dan en la sociedad y en pocas ocasiones consigue transformarla. Es fácil
ser maestro de aquellos alumnos que cuentan con las circunstancias adecuadas,
principalmente una familia que respalda la formación de sus hijos. Pero lo complicado es
educar a los niños que no cuentan con un apoyo emocional y social oportuno. Es corriente que
se produzca un hecho diferencial y discriminatorio; el seudomaestro se deshace del grupo de
niños que no alcanzan el nivel requerido, suspendiéndolos, y se queda con el grupo de niños
escogidos para la “gloria”. Es decir que le pasa el problema a otro maestro y lo normal es que el
maestro que llega se contagie del Efecto Pigmalion; las expectativas y previsiones de los
profesores sobre la forma en que de alguna manera se conducirían los alumnos, determinan
precisamente las conductas que los profesores esperaban; en conclusión, que si un profesor
cree que un alumno no va alcanzar el éxito, está influyendo negativamente en ese niño para
que consiga su propósito. Pero ¿cómo conseguimos que un alumno sin los apoyos suficientes
requeridos avance con los métodos actuales? Es lamentable y hasta irrisorio que un alumno,
sin una base familiar sólida, para adelantar su rendimiento académico lleve a su casa deberes;
no tiene sentido, todo el avance se tiene que producir en la escuela y no en la casa en este
caso, y para esta necesidad no está preparada la educación pública vigente, quizá por el
maremágnum burocrático en la que está inmersa, si, o como se queja el profesorado, por la
falta de recursos; no estoy tan de acuerdo, esencialmente lo atribuyo a la falta de vocación de
los maestros y a la falta de autoestima para creerse y saberse el principal valor de la educación.
Pedro A. Martínez