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Damos a continuación , como curioso elemento de juicio, una desconocida carta


que Tomás Manuel de Anchorena escribió a Juan Manuel de Rosas, con fecha 12 de
abril de 1842, pero que no envió a éste, de manera que su texto quedó en el libro
borrador de su firmante, de donde lo tomamos por gentileza del Sr. Tomás de
Anchorena, propietario del mismo, para, por primera vez, darlo a publicidad.

EL INMEDIATO PASADO ARGENTINO SEGÚN UNA CARTA DE D. TOMAS


MANUEL DE ANCHORENA. El autor de dicha carta era miembro del Cabildo de
Buenos Aires en 1810. Cuando la Junta de Mayo deportó a los cabildantes por haber
reconocido secretamente al Consejo de Regencia, el único al que se sometió a proceso
fue a Anchorena, porque su patriotismo y su adhesión a la junta eran incuestionables.
Cuando Belgrano lo llamó al Alto Perú, abandonó sus negocios y actuó como secretario
del prócer y asesor jurídico, pues era abogado y doctor en cánones. Luchó en aquella
campaña como antes había ayudado a Belgrano con préstamos para la campaña de
Tucumán y Salta. Fue diputado por Buenos Aires en el Congreso de Tucumán, y como
tal firmó el acta de declaración de la Independencia, en 1816. Cuantas veces fue
candidato a miembro de la Legislatura contó con el voto de Buenos Aires. Fue ministro
en el gobierno del general Viamonte. Federal neto, fue consejero de su pariente Rosas,
a quien, como veremos, criticó con el mismo amor a lo que creía verdad que lo hizo a
muchos otros. Son éstos algunos antecedentes que el lector debe tener en cuenta para
valorar el contenido de la referida carta, que dice así:

"Sr. Dn. Juan Manuel de Rosas.


"Mi querido primo: Cuando escribí a Vmd. el treinta del pasado, ocupada mi
cabeza del asunto de sor María Gil Planellas, se me olvidó darle las debidas gracias,
como lo hago al presente, de la palma que se sirvió mandarme, que Clara y mis chicos
me aseguran ser la mejor que han visto este año en la función del Domingo de Ramos,
a la que yo no pude asistir como tampoco a las demás de Semana Santa, por que me
lo impidió el mal estado de mi pecho, del que gracias a Dios me siento algo aliviado.
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"También omití hablar a Vmd. del tratado de Paz y amistad que ha celebrado la
República del Ecuador con el Gobierno de España, el cual se registra en nuestro Diario
de la Tarde de 22 del pasado marzo N' 3186, que ha tenido Vmd. la bondad de
remitirme; pero esta omisión fue de propósito, porque siendo para nosotros dos un
asunto demasiado ingrato el de nuestra malograda libertad a independencia, no creí
propicio hablarle a Vmd. de él en el día de su cumpleaños, que ha de ser día de
regocijo; y también, porque, cuando pienso en esto, me enfermo, o pongo de muy mal
temple, y necesito prepararme interiormente con mil reflexiones políticas, y
cristianamente, para reconocer con alguna serenidad lo que nos ha sucedido y
sucederá a este respecto.
"Yo presumo que los ecuatorianos se han apurado a celebrar este tratado
aterrados con lo que ha sucedido en todos los nuevos Estados de América y con lo que
ven que está sucediendo a cada paso, hoy en unos, mañana en otros, sin que ninguno
en más de treinta años de guerra haya Podido afianzar su existencia política, ni gozar
de tranquilidad. Ellos a mi juicio pueden haber considerado que la guerra civil en cada
uno de los Estados va tomando de día en día un carácter más y más feroz e inhumano,
pues que ya no se perdona medio alguno de hostilidad entre los partidos contendientes,
por más inmoral y ruinoso que sea al país. Que sublevada por todas partes y puesta en
armas la muchedumbre ignorante, grosera y soez, inclinada siempre a toda clase de
licencia y desorden, no hay americano alguno que pueda contar en su país con la
seguridad de su persona y bienes. Que la libertad civil de los americanos hace tiempo
se va reduciendo a no tenerla ni para llenar los deberes de padre de familia, ni de
preceptor en las aulas, ni en las escuelas, ni de empleado público, ni para servir de
testigo diciendo la verdad bajo de juramento, cuando éstas no son favorables a alguna
persona por temor de que corriendo el tiempo lo persigan, o asesinen impunemente
bajo el pretexto verdadero o falso de pertenecer a tal o tal partido, cuya clasificación
está en manos de cualquiera de sus enemigos bajo el seguro, de que lisonjeando como
debe lisonjear la insolencia de la muchedumbre, será proclamada por ésta con la más
completa aseveración.
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"Que la independencia política de los americanos se ha convertido en una


vergonzosa esclavitud a favor de todos los Estados de Europa y de la república
norteamericana y reducido a que los ciudadanos de más importancia de los nuevos
Estados americanos tengan que ponerse en su propio país bajo la protección, o
clientela de algunos de los extranjeros europeos o norteamericanos, por más ruin y
despreciable que sea entre los suyos, para salvar su vida y acaso algo de sus bienes
de las agresiones de sus enemigos personales. Que este triste estado de cosas
promovido y atizado por todos los agentes públicos extranjeros, y demás individuos de
sus respectivas naciones, no cesará, ni hay en la América poder para hacerlo cesar
hasta que quede anonadada la antigua descendencia española, y los extranjeros se
hayan hecho, o tengan una muy grande facilidad de hacerse dueños de todas sus
propiedades, en cuyo caso establecerán la autoridad y las leyes y harán la división de
los Estados que más se acomode a sus intereses, tomando por pretexto, para justificar
sus usurpaciones, los desórdenes y actos de inhumanidad que hayan cometido los
americanos. Que bajo de este concepto, no pudiendo a, la larga los americanos
pudientes estar seguros en sus respectivos países, ni gozar de sus bienes
conservándolos en su nombre, ni tampoco poniéndolos en nombre de padrinos
extranjeros que se los usurparán seguramente más tarde o más temprano, tendrán que
emigrar a Europa, trasladando allí lo que puedan de su fortuna, por cuyo caso lo mismo
que por permanecer en .su propio país, les es más conveniente ponerse bajo la
protección o clientela de los españoles que de los otros extranjeros, ya por .ser aquéllos
generalmente más honrados y de más buena f e que éstos, ya por los antiguos enlaces
de amistad y sangre, ya por la identidad de idioma, religión y costumbres, ya en fin
porque la España, después de la Italia, es más barata para vivir que ningún otro país de
Europa, y como probablemente debe ser muy corto el número de españoles que haya
en el Ecuador, y cada día será menor, habrán tal vez creído que poco alivio quita el
tratado a los ecuatorianos concediendo a aquéllos los mismos goces que tienen los
demás extranjeros, al Paso que aumentando sus libertades y garantías se proporcionan
con ellas los ecuatorianos un asilo de salvación más seguro, en todos los grandes
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riesgos que tienen que comer hasta que el país caiga en manos de los grandes
potentados de Europa.
"Me inclino a sospechar que éstos hayan sido los motivos que ha tenido la
República del Ecuador para celebrar dicho tratado, porque según su contexto parece
más bien solicitado por el Gobierno de ésta que por el de los españoles, pues las dos
declaraciones hechas después de su celebración por el ministro ecuatoriano
manifiestan que por una parte prescindió de etiquetas que pudieran embarazar o
retardar el tratado y que, por otra, después de celebrado procuró lisonjear al Gobierno
español para que prestase su ratificación. Si en esto ha hecho bien o mal el Gobierno
del Ecuador, no me atrevo a resolverlo, porque para tal resolución necesitaría tener
conocimientos del estado y circunstancias de aquel país que es imposible haberlos
desde aquí. Temo, si, que su ejemplo sea seguido por otros gobiernos de los nuevos
Estados americanos, y que sobre el punto de libertad a independencia nacionales de
dichos Estados se aumenten cada día las risotadas de los extranjeros.
"Cuál sea la terrible impresión que causen estas cosas en su ánimo, lo infiero por
lo que a mi me pasa. Es tanta la tristeza que me causa su consideración, que me asalta
desprevenido, cuando pronto me asoma el deseo no sólo de morir antes que
presenciar lo que preveo. sino también el de que mueran mi mujer y mis hijos, pero me
acuerdo que soy cristiano, traigo a la memoria todo lo que nos enseñó Jesucristo N. S.
sobre cómo debemos mejorar las cosas de este mundo y poniéndome en sus manos,
formo la resolución de resignarme con lo que sea su divina voluntad. Porque a la
verdad que otra cosa hemos debido esperar de ese espíritu de impiedad a irreligión que
junto con las revoluciones de ochocientos nueve y ochocientos diez se procuró
derramar y derramó por todos los nuevos Estados de América. ¿Qué hemos debido
esperar de esa espantosa inmoralidad con que los encargados de la autoridad pública
se esforzaban en sublevar a los hijos contra sus padres, y a los esclavos contra sus
amos? ¿Qué hemos debido esperar de esa sacrílega imprudencia con que jurando
obediencia a Fernando VII y cooperar con nuestros esfuerzos y sacrificios a la salvación
de la España de la infame dominación de los pérfidos franceses, nuestros necios y
asquerosos mandones, sacados de entre el polvo y lodo de los vicios en que habían
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estado encenagados toda su vida, incitaban a los pueblos a la rebelión, tratando de


palabra y por ese tiempo a los Reyes de tiranos, llenando de improperios a nuestros
propios padres para concitar contra ellos el odio y después de nosotros sus hijos y el de
nuestros propios esclavos, encendiendo por estos inicuos medios, y con lisonjeras
esperanzas de ambición las pasiones de los ministros del altar y valiéndose de ellos
para profanar los púlpitos con injustas acriminaciones contra los que nos habían dado
el ser, contra los Reyes de España y contra los Papas? ¿Qué hemos podido esperar de
esa crueldad y villanía con que centenares de españoles, siendo unos vecinos
honrados y pacíficos, eran confinados bajo el fingido pretexto de ser enemigos de la
felicidad de nuestra patria, pero sin otro motivo real que el no presentar buena cara a la
más asquerosa disolución de los que se proclamaban decididos patriotas y entusiastas
por nuestra libertad, o no haber querido prodigarles sus pedidos particulares para que
diesen libre ensanche a sus vicios hasta haber sido traicionados por sus pérfidas
esposas, o el servir de estorbos para que algunos de esos fascinerosos no introdujesen
en su casa la impureza y la deshonra? ¿Qué hemos debido esperar de tanta sangre y
de tantas lágrimas inocentes que se ha hecho derramar por no querer esos malvados
someterse a ley ninguna y muchas veces por satisfacer pasiones brutales? ¿Qué
hemos debido esperar de esa porción de asesinatos que se han cometido por crímenes
que figuró la venganza y que hizo aparecer por medios siniestros y con falsos testigos
comprados al efecto? ¿Qué hemos debido esperar de esas guerras civiles de la Banda
Oriental, Entre Ríos y Santa Fe sostenidas con un furor bestial en que se cometieron
tantos robos, tantos saqueos, tantos incendios y tantos y tan crueles asesinatos
degollando a los hombres como perros, y otros mil atentados de los que apenas hay
raros ejemplos en la historia de las naciones gentiles? ¿Qué hemos debido esperar de
este gran cúmulo de crímenes y de otros en muchos infinitos sino Dios irritado
convirtiese nuestra patria en un teatro de padecimientos, y una libertad a
independencia en una vergonzosa esclavitud como la que estamos sufriendo bajo la
influencia tiránica de los extranjeros? Hace tiempo, primo, que el azote de la Divina
providencia se está viendo en todo el mundo, para todos aquellos que no cierran los
ojos para no verlo. Empezó en el siglo pasado por la Francia, se corrió por la Europa,
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visitó a la Asia y la África, vino a América y continúa aquí y en España. Los españoles
pagan a mi ver las crueldades que, no los Reyes, sino los mandones ejercieron con los
indígenas de América al tiempo de la conquista, y después durante su dominación; y
los Americanos estamos pagando la complicidad que hemos tenido en el mal trato de
los indios después de conquistada la América y los innumerables crímenes cometidos a
nombre de la Patria y de la libertad a independencia americana. ¡Quiera Dios tener
misericordia de nosotros, de nuestros hijos y que sólo esos crímenes tengamos que
pagar!
"Yo pertenecí siempre y hasta ahora pertenezco a la causa de la patria; y
pertenecí no para mejorar mi suerte, como lo hacían casi todos los americanos, con
muy pocas excepciones, sino al contrario, conociendo el gran peligro que corría de
perder en la revolución la muy feliz que me había deparado la Providencia. Tampoco
pertenecí por ligereza de la edad sino por el deseo de que mi patria prosperase todo lo
que podía prosperar, pues aunque entonces era todavía muy joven, no seria por esto de
cascos ligeros cuando el año 1810 fui elegido para formar el Cabildo junto con otros
tres americanos, los más respetables de la clase de vecinos que tenía esta ciudad, y
por cierto que ni los electores tuvieron en esto de qué arrepentirse, ni los electos por
qué desdeñar la elección que se había hecho de mí para asociarme con ellos. Así fue
que jamás rehusé ninguna clase de servicio positivo en sostén y defensa de nuestra
causa, y en el año mil ochocientos doce, habiéndome dedicado a la profesión de
comerciante después de haber hecho una completa carrera de estudios, graduándome
de Doctor en Teología y recibiéndome a los tres años de Abogado, viendo el gran
peligro en que estaba la causa de nuestra patria y los apuros del general Belgrano en
Jujuy, movido de sus muchas y muy esforzadas instancias, dejé todos mis intereses y
otras particularidades a un lado, y corriendo el riesgo evidente de que el general
Goyeneche me secuestrase el valor en efectos de cerca de cuarenta mil pesetas que
tenía en Potosí, me resolví a servirle de Auditor y Secretario de Guerra en toda su
campaña al Perú, que duró hasta fines de 813, sometiéndome a todas las penalidades
de ella, que sólo puede valorarlas el que las ha sufrido y arrostrando todos los peligros
de los combates y demás que ofrece esa clase de guerra, unas veces a su lado, otras
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separado de él, expidiéndome en este caso por mí solo en virtud de comisiones que
tenía a bien darme, como sucedió cuando, al marchar para Vilcapugio, me dejó
encargado de mantener en seguridad y orden la villa de Potosí, en donde había una
gran madriguera de enemigos nuestros y teníamos los grandes repuestos de armas,
municiones, víveres, etc. También lo serví con mi dinero y con mi crédito y relaciones
para que le prestasen sin ningún premio ni interés veinte y tantos mil pesos fuertes en
Tucumán para mover de allí a Salta el ejército nuestro, contra el general Tristán, siendo
así que todos sabíamos que no se nos había de pagar en esta ciudad para donde
recibimos libranzas sino cuando al Gobierno se le antojase, como así sucedió al cabo
de mucho tiempo. Pero en medio de esta decisión tan firme y manifiesta, jamás rompí
ninguna de mis antiguas amistades españolas, que eran muchas, y menos con mis
apoderados, que en todos los pueblos del interior y Bolivia eran españoles. Ellos eran
mirados como godos enemigos de nuestra patria, y yo como patriota enemigo de los
godos. Hablaba con ellos de política y especialmente de nuestra causa, y no
discordábamos en ideas. ¿ Y por qué? Porque ellos, como todos los españoles
juiciosos, que eran muchos, no detestaban nuestra causa, detestaban la conducta
criminal que a nombre de la patria desplegaban contra ellos los que habían arrebatado
la autoridad pública y de quienes todo se debía temer v nada bueno se podía esperar.
Detestaban las miras perversas de esos hombres de quienes desciende la maldita raza
de los unitarios, porque siendo impíos sin religión alguna, sin amor a su patria y sin
ningún sentimiento de humanidad ni justicia, invocaban los nombres de la libertad a
independencia para apoderarse de todo, y devorarlo todo en vicios y maldades. Los
que con tales miras invocan una causa justa no la defienden, antes al contrario la
combaten, la deshonran, la desnaturalizan y la convierten en una máscara de
indignidad que usada por ellos no puede menos de mirarse con horror. Esto es lo que
hicieron los famosos patriotas del diez que el 25 de mayo se alzaron con el santo y la
limosna de un modo el más insolente y descarado y esto es lo que ahora estamos
pagando, pues que para con Dios no valen disfraces, ni tramoyas como se ve por el fin
trágico y miserable que cada uno de ellos ha tenido, y que debe servirnos a todos de
ejemplo.
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"Dice Vmd., y dice con razón, que hemos hecho inmensos sacrificios por una
independencia pero han sido de nuestra independencia de la España; mas por nuestra
independencia de los malos extranjeros de Europa hemos hecho todo lo contrario.
Hemos hecho y hemos podido hacer para Ponernos bajo una dependencia de ellos
mucho mayor que la de España cuando estábamos bajo su dominación. Lo primero
que empezamos a hacer fue aplaudir su religiosidad, manifestándonos descontentos
con nuestra religión; abandonamos nuestros antiguos usos y costumbres para tomar
los de los extranjeros, entregándonos a un extraordinario lujo en comer y en vestir,
como en todo lo demás, y crearnos una porción de necesidades ficticias para las que
ellos exclusivamente debían ser los proveedores. Al momento que se incendió entre
españoles y americanos y empezó a asomar la guerra civil entre nosotros, en cuyas
dos clases de guerra no morían sino puros americanos, porque eran americanos casi
todos los soldados y oficiales de los ejércitos españoles, al momento digo se
encendieron ambas guerras, en las que por una y otra parte se desplegaba un furor
bestial, pero muy principalmente en la guerra civil, porque parecía que no tuviésemos
sentimientos de humanidad y que no hubiésemos oído jamás lo que el autor de la
naturaleza nos ha prescripto expresamente sobre el modo como debemos tratar a los
hombres, aun cuando sean nuestros más fieros enemigos. Entonces mismo fue que
empezaron a agotarse las intenciones de la generosidad para respetar a los extranjeros
más de lo que debíamos en su persona y bienes y dispensarles todos los goces
imaginables que podían desear, libertad completa de industria y comercio, en todos los
ramos, de todos modos, es decir por mayor y menor y en todos los puntos de la
República. Libertad de toda carga militar y aun civil. Libertad para mentir, censurar,
chismear, acriminar ocultamente, seducir y aun minar los principios de una causa y el
crédito de nuestras autoridades y también sugerir pretensiones injustas a los pueblos,
aumentar lar discordias interiores y perjudiciales a la seguridad a independencia de la
República en toda la extensión del Estado. Libertad para comprar y ser dueño de toda
clase de propiedades raíces rústicas o urbanas. Libertad para establecer casas propias
de comercio bajo el nombre de compañías formadas sin manifestar capital ni
guardando ninguna de las demás formalidades que, junto con éstas, exigen nuestras
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leyes de comercio para preservar al pueblo de grandes fraudes. Libertad para contraer
cuantiosos créditos en la Aduana bajo su firma, del mismo modo que podrían hacerlo
los argentinos más ricos y más bien arraigados con bienes en el país. Libertad para
tener cada nación sala de comercio separada de los demás y estafeta pública separada
de la del Gobierno. Libertad para que bajando a tierra los comandantes de los buques
de guerra destinados a asustarnos con su poder, tuviesen telégrafo en la casa de su
habitación. Libertad para que los cónsules pusiesen a la puerta de calle de su casa las
armas de su nación. Libertad para que todo el extranjero que quisiera penetrase por
todo el interior de nuestro país, se impusiese de los más oscuros rincones de él y de
todo lo que pudiese llamar su atención, para lo cual si era menester .se le cargaba de
recomendaciones a fin de que en todas partes y por toda clase de personas se le
prestase toda consideración y respeto y los buenos oficios que pudiere necesitar.
Libertad para visitar nuestros archivos públicos y sacar de ellos todos los documentos
que quisieren. Libertad en fin para asilar criminales en sus casas, facilitar la fuga a
personas detenidas legítimamente por las autoridades del país, y aun a los prisioneros
de guerra, y para hacerlo con tal poderío que si alguna vez llega a ser descubierto
algún extranjero de haber hecho alguna de estas cosas en complicidad con algún otro
vecino del país, sin advertir éste el objeto a que se le hacía servir, la conducta pérfida
del extranjero fue clasificada por un acto de filantropía y la inocencia del vecino por una
traición a la Patria.
"Omito otro sinnúmero de libertades que el referirlas sería nunca acabar, como
también innumerables procedimientos, tan infames como ruinosos al país, que sólo
tuvieron por objeto lisonjear la ambición y los deseos de los extranjeros. Tales fueron,
por ejemplo, la erección del Banco Nacional, dándoles a ellos una parte igual en su
administración y manejo a la que tenían los vecinos del país, sobre quienes únicamente
debían recaer todos los males que produjese; la extinción de las comunidades
reguladas; el proyecto de empréstito sobre Inglaterra, para disiparlo en otros proyectos
locos que sólo sirvieron para engordar a ingleses y franceses, etc. Mas, si en medio de
tanta crueldad y fiereza entre nosotros (como si en la guerra contra la España y en
nuestras guerras civiles tratásemos por una y otra parte a acabarnos hasta dejar
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desierto el país), si en medio de esto y de la ilimitada liberalidad con los extranjeros,


Vmd., yo o algunos otros que no pasaran así de una docena de hombres en esta
ciudad, indicaba la necesidad de poner límites a tantas franquicias en precaución de
que no sucediese lo que ha sucedido y está sucediendo, al momento le daban a uno la
espalda esos famosos patriotas, tratándonos entre los de su camada de hombres
egoístas, mezquinos, fanáticos, preocupados con las antiguallas españolas, amoldados
con las toscas ideas del tiempo de la ignorancia, etc., por manera que nos veíamos
obligados a callar para no ser burlados y cargados de improperios por esa turbamulta
de botarates y bribones.
"Entre tanto, el resultado de todo esto ha sido, y es, que mientras nosotros hemos
estado ocupados en la guerra que nos hacía la España, en la que cuanto .se destruía y
aniquilaba de hombres y fortunas, todo era americano; mientras nos hemos estado
despedazando en guerras civiles suscitadas y atizadas con artificios por los extranjeros,
tratándonos recíprocamente con más desprecio y, crueldad que la que se usa con los
perros que se procede a su matanza, los señores ingleses, norteamericanos, franceses
y demás europeos, excepto los españoles nuestros padres, se han apoderado
exclusivamente de todo el comercio exterior e interior del país, y de todos los ramos de
industria, imponiéndonos la ley en todo, y aprovechándose de nuestros conflictos y
necesidades y, mientras mutuas persecuciones nos han chupado nuestras fortunas,
nos han sacado más de cuarenta millones de pesos fuertes en moneda, alhajas,
chafalonías y pastas de oro y plata, nos han disipado gran parte de nuestras riquezas
con maliciosas quiebras y con la introducción de papel moneda falso y de artículos y
efectos adulterados con que han engañado y están engañando hasta ahora
impunemente al pueblo. Además de esto se han investido del carácter de persona
sagradas entre nosotros, y con esta investidura se han hecho más patrones y
protectores, viéndonos a cada paso obligados a implorar su favor para salvar nuestras
vidas y propiedades de las persecuciones de nuestros enemigos personales; y esta
clientela la han ejercido y ejercen con tal poderío y extensión, que en los años catorce y
quince un inglés, ya finado, llamado Kendal, fingiendo el nombre, firma y sello del
comandante de la Fragata Inglesa, daba los pasaportes para Entre Ríos a nuestros
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buques, pues eran apresados los que lo llevaban de nuestro Gobierno, y me han
asegurado que hoy mismo hay aquí dos casas inglesas que hacen el negocio de
facilitar la salida ocultamente, con toda seguridad a muy buen precio, a todo el que
quiera emigrar de esta ciudad por temor de que lo asesinen o hagan alguna otra
tropelía. Don de defensa en que los tales caballeros ingleses cuidarán muy bien de
tener agentes secretos que aumenten las clasificaciones de unitarios y promuevan
persecuciones y que inspiren grandes temores, pues que de este modo crezca el
número de emigrados y éstos les engorden la bolsa.
"En tan triste estado por nuestra molicie y crudas divisiones, dilapidando la
riqueza del país en vicios y vanas PROFUSIONES, persiguiéndonos, humillándonos y
despreciándonos recíprocamente hasta el punto de tratarnos unos y otros como pícaros
y no como hombres, creo ya imposible quitarles a los extranjeros europeos y
norteamericanos el predominio que han adquirido en todos los nuevos Estados de este
continente y en México, y que el único camino que nos queda para aliviar nuestra
desgraciada situación es trabajar con el sincero esmero en restablecer la unión entre
nosotros bajo unos mismos principios, un mismo dogma político y un mismo sistema,
que debe ser el de la federación, porque es el que los pueblos quieren y han querido
siempre, porque es el único que puede producirnos grandes bienes y preservarnos de
infinitos males a que estaríamos expuestos y sin duda alguna llegaríamos a sufrir en el
sistema de unidad. Pero para esto es preciso no perder de vista lo que es el corazón
humano, fijar mucho la atención en la clase de ideas morales que reinan en el siglo en
que estamos y en el carácter de la gente del país y diversas clases que la componen.
Es preciso que la causa de la federación no sirva de máscara para cometer atentados y
licencias que irritan a todo hombre de bienes y de familia y no pueden producir otra
cosa que males. Es preciso respetar escrupulosamente ciertos principios sin los cuales
es imposible que haya orden, moralidad ni unión en la República. Es preciso respetar la
religión y a sus sacerdotes, aun en el caso mismo de castigarlos por crímenes que
hayan cometido. Es preciso respetar las leyes de la Iglesia, los templos y pórticos. Es
preciso respetar los derechos naturales del hombre y respetar proporcionalmente a
cada uno en particular según su clase, edad, estado, condiciones y sexo, porque donde
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no hay respeto, todo es despreciable, no se conoce verdadera unión social, moralidad


ni virtud alguna: los hombres no obedecen por amor, ni por razón, sino por puro temor
al modo de las bestias, y de consiguiente, corriendo el tiempo embrutece y bestializa
toda la población, pero antes que todo la muchedumbre ignorante y grosera, y más que
todo la juventud que ha de subrogar a los magistrados presentes y vecinos principales
en su vejez, porque ella es más susceptible que todos los demás de buenas y malas
impresiones, con las circunstancias de que lo que se imprimió una vez difícilmente se le
llega a borrar del todo. En una palabra es preciso dictar buenas leyes, es decir justas y
acomodadas a las circunstancias del país y observarlas con escrupulosidad y que los
negocios sean administrados del modo y por personas dignas, establecidas legalmente
al efecto, no por todos los que quieran revestirse de autoridad y ultrajar a los demás.
"He hecho a Vmd. estas indicaciones para llamarle la atención sobre cosas que
pasan entre nosotros, de las que unas ciertamente no llegarán a su noticia como son, y
otras, ocupada su cabeza con tantos y tan grandes asuntos como tiene sobre si, no se
le presentarán bajo el aspecto de funesta trascendencia moral y política que más tienen
en perjuicio de nuestra causa federal, y de la justicia con que resistimos las agresiones
de los pérfidos unitarios, y demás que se han unido a ellos. Tal vez Vmd. me criticará
interiormente de impertinente en muchas cosas. Si fuese así, debe Vmd. dispensarme
como se lo suplico, considerando que nadie está exento de errar y que si le expreso a
Vmd. mis ideas con toda la franqueza que se ve, es porque me intereso muchísimo en
el acierto de sus resoluciones, en el lustre de su administración y que no sólo triunfe la
causa federal, sino que triunfe con lucimiento y brillantez. Por lo demás, si a Vmd. le
parece, como a mí, demasiado larga esta carta, debe Vmd. hacerse cargo que siendo
sobre un asunto que no puede menos de afectar sobre manera a todo americano de
honor, es preciso o guardar un pequeño silencio, procurando alejárselo totalmente de
nuestra imaginación y recuerdo, o, en caso de hablar de él, hacerlo con su condigno
sentido; cuando podemos en el seno de la amistad contada la extensión y desahogo
necesario para aliviar el gran disgusto anterior que le causa su recuerdo, concluiré,
pues, rogándole quiera admitir las expresiones de fina e invariable amistad con que lo
saluda su apasionado primo. T. M. de A. 12 de abril de 1842."
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