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"También omití hablar a Vmd. del tratado de Paz y amistad que ha celebrado la
República del Ecuador con el Gobierno de España, el cual se registra en nuestro Diario
de la Tarde de 22 del pasado marzo N' 3186, que ha tenido Vmd. la bondad de
remitirme; pero esta omisión fue de propósito, porque siendo para nosotros dos un
asunto demasiado ingrato el de nuestra malograda libertad a independencia, no creí
propicio hablarle a Vmd. de él en el día de su cumpleaños, que ha de ser día de
regocijo; y también, porque, cuando pienso en esto, me enfermo, o pongo de muy mal
temple, y necesito prepararme interiormente con mil reflexiones políticas, y
cristianamente, para reconocer con alguna serenidad lo que nos ha sucedido y
sucederá a este respecto.
"Yo presumo que los ecuatorianos se han apurado a celebrar este tratado
aterrados con lo que ha sucedido en todos los nuevos Estados de América y con lo que
ven que está sucediendo a cada paso, hoy en unos, mañana en otros, sin que ninguno
en más de treinta años de guerra haya Podido afianzar su existencia política, ni gozar
de tranquilidad. Ellos a mi juicio pueden haber considerado que la guerra civil en cada
uno de los Estados va tomando de día en día un carácter más y más feroz e inhumano,
pues que ya no se perdona medio alguno de hostilidad entre los partidos contendientes,
por más inmoral y ruinoso que sea al país. Que sublevada por todas partes y puesta en
armas la muchedumbre ignorante, grosera y soez, inclinada siempre a toda clase de
licencia y desorden, no hay americano alguno que pueda contar en su país con la
seguridad de su persona y bienes. Que la libertad civil de los americanos hace tiempo
se va reduciendo a no tenerla ni para llenar los deberes de padre de familia, ni de
preceptor en las aulas, ni en las escuelas, ni de empleado público, ni para servir de
testigo diciendo la verdad bajo de juramento, cuando éstas no son favorables a alguna
persona por temor de que corriendo el tiempo lo persigan, o asesinen impunemente
bajo el pretexto verdadero o falso de pertenecer a tal o tal partido, cuya clasificación
está en manos de cualquiera de sus enemigos bajo el seguro, de que lisonjeando como
debe lisonjear la insolencia de la muchedumbre, será proclamada por ésta con la más
completa aseveración.
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riesgos que tienen que comer hasta que el país caiga en manos de los grandes
potentados de Europa.
"Me inclino a sospechar que éstos hayan sido los motivos que ha tenido la
República del Ecuador para celebrar dicho tratado, porque según su contexto parece
más bien solicitado por el Gobierno de ésta que por el de los españoles, pues las dos
declaraciones hechas después de su celebración por el ministro ecuatoriano
manifiestan que por una parte prescindió de etiquetas que pudieran embarazar o
retardar el tratado y que, por otra, después de celebrado procuró lisonjear al Gobierno
español para que prestase su ratificación. Si en esto ha hecho bien o mal el Gobierno
del Ecuador, no me atrevo a resolverlo, porque para tal resolución necesitaría tener
conocimientos del estado y circunstancias de aquel país que es imposible haberlos
desde aquí. Temo, si, que su ejemplo sea seguido por otros gobiernos de los nuevos
Estados americanos, y que sobre el punto de libertad a independencia nacionales de
dichos Estados se aumenten cada día las risotadas de los extranjeros.
"Cuál sea la terrible impresión que causen estas cosas en su ánimo, lo infiero por
lo que a mi me pasa. Es tanta la tristeza que me causa su consideración, que me asalta
desprevenido, cuando pronto me asoma el deseo no sólo de morir antes que
presenciar lo que preveo. sino también el de que mueran mi mujer y mis hijos, pero me
acuerdo que soy cristiano, traigo a la memoria todo lo que nos enseñó Jesucristo N. S.
sobre cómo debemos mejorar las cosas de este mundo y poniéndome en sus manos,
formo la resolución de resignarme con lo que sea su divina voluntad. Porque a la
verdad que otra cosa hemos debido esperar de ese espíritu de impiedad a irreligión que
junto con las revoluciones de ochocientos nueve y ochocientos diez se procuró
derramar y derramó por todos los nuevos Estados de América. ¿Qué hemos debido
esperar de esa espantosa inmoralidad con que los encargados de la autoridad pública
se esforzaban en sublevar a los hijos contra sus padres, y a los esclavos contra sus
amos? ¿Qué hemos debido esperar de esa sacrílega imprudencia con que jurando
obediencia a Fernando VII y cooperar con nuestros esfuerzos y sacrificios a la salvación
de la España de la infame dominación de los pérfidos franceses, nuestros necios y
asquerosos mandones, sacados de entre el polvo y lodo de los vicios en que habían
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visitó a la Asia y la África, vino a América y continúa aquí y en España. Los españoles
pagan a mi ver las crueldades que, no los Reyes, sino los mandones ejercieron con los
indígenas de América al tiempo de la conquista, y después durante su dominación; y
los Americanos estamos pagando la complicidad que hemos tenido en el mal trato de
los indios después de conquistada la América y los innumerables crímenes cometidos a
nombre de la Patria y de la libertad a independencia americana. ¡Quiera Dios tener
misericordia de nosotros, de nuestros hijos y que sólo esos crímenes tengamos que
pagar!
"Yo pertenecí siempre y hasta ahora pertenezco a la causa de la patria; y
pertenecí no para mejorar mi suerte, como lo hacían casi todos los americanos, con
muy pocas excepciones, sino al contrario, conociendo el gran peligro que corría de
perder en la revolución la muy feliz que me había deparado la Providencia. Tampoco
pertenecí por ligereza de la edad sino por el deseo de que mi patria prosperase todo lo
que podía prosperar, pues aunque entonces era todavía muy joven, no seria por esto de
cascos ligeros cuando el año 1810 fui elegido para formar el Cabildo junto con otros
tres americanos, los más respetables de la clase de vecinos que tenía esta ciudad, y
por cierto que ni los electores tuvieron en esto de qué arrepentirse, ni los electos por
qué desdeñar la elección que se había hecho de mí para asociarme con ellos. Así fue
que jamás rehusé ninguna clase de servicio positivo en sostén y defensa de nuestra
causa, y en el año mil ochocientos doce, habiéndome dedicado a la profesión de
comerciante después de haber hecho una completa carrera de estudios, graduándome
de Doctor en Teología y recibiéndome a los tres años de Abogado, viendo el gran
peligro en que estaba la causa de nuestra patria y los apuros del general Belgrano en
Jujuy, movido de sus muchas y muy esforzadas instancias, dejé todos mis intereses y
otras particularidades a un lado, y corriendo el riesgo evidente de que el general
Goyeneche me secuestrase el valor en efectos de cerca de cuarenta mil pesetas que
tenía en Potosí, me resolví a servirle de Auditor y Secretario de Guerra en toda su
campaña al Perú, que duró hasta fines de 813, sometiéndome a todas las penalidades
de ella, que sólo puede valorarlas el que las ha sufrido y arrostrando todos los peligros
de los combates y demás que ofrece esa clase de guerra, unas veces a su lado, otras
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separado de él, expidiéndome en este caso por mí solo en virtud de comisiones que
tenía a bien darme, como sucedió cuando, al marchar para Vilcapugio, me dejó
encargado de mantener en seguridad y orden la villa de Potosí, en donde había una
gran madriguera de enemigos nuestros y teníamos los grandes repuestos de armas,
municiones, víveres, etc. También lo serví con mi dinero y con mi crédito y relaciones
para que le prestasen sin ningún premio ni interés veinte y tantos mil pesos fuertes en
Tucumán para mover de allí a Salta el ejército nuestro, contra el general Tristán, siendo
así que todos sabíamos que no se nos había de pagar en esta ciudad para donde
recibimos libranzas sino cuando al Gobierno se le antojase, como así sucedió al cabo
de mucho tiempo. Pero en medio de esta decisión tan firme y manifiesta, jamás rompí
ninguna de mis antiguas amistades españolas, que eran muchas, y menos con mis
apoderados, que en todos los pueblos del interior y Bolivia eran españoles. Ellos eran
mirados como godos enemigos de nuestra patria, y yo como patriota enemigo de los
godos. Hablaba con ellos de política y especialmente de nuestra causa, y no
discordábamos en ideas. ¿ Y por qué? Porque ellos, como todos los españoles
juiciosos, que eran muchos, no detestaban nuestra causa, detestaban la conducta
criminal que a nombre de la patria desplegaban contra ellos los que habían arrebatado
la autoridad pública y de quienes todo se debía temer v nada bueno se podía esperar.
Detestaban las miras perversas de esos hombres de quienes desciende la maldita raza
de los unitarios, porque siendo impíos sin religión alguna, sin amor a su patria y sin
ningún sentimiento de humanidad ni justicia, invocaban los nombres de la libertad a
independencia para apoderarse de todo, y devorarlo todo en vicios y maldades. Los
que con tales miras invocan una causa justa no la defienden, antes al contrario la
combaten, la deshonran, la desnaturalizan y la convierten en una máscara de
indignidad que usada por ellos no puede menos de mirarse con horror. Esto es lo que
hicieron los famosos patriotas del diez que el 25 de mayo se alzaron con el santo y la
limosna de un modo el más insolente y descarado y esto es lo que ahora estamos
pagando, pues que para con Dios no valen disfraces, ni tramoyas como se ve por el fin
trágico y miserable que cada uno de ellos ha tenido, y que debe servirnos a todos de
ejemplo.
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"Dice Vmd., y dice con razón, que hemos hecho inmensos sacrificios por una
independencia pero han sido de nuestra independencia de la España; mas por nuestra
independencia de los malos extranjeros de Europa hemos hecho todo lo contrario.
Hemos hecho y hemos podido hacer para Ponernos bajo una dependencia de ellos
mucho mayor que la de España cuando estábamos bajo su dominación. Lo primero
que empezamos a hacer fue aplaudir su religiosidad, manifestándonos descontentos
con nuestra religión; abandonamos nuestros antiguos usos y costumbres para tomar
los de los extranjeros, entregándonos a un extraordinario lujo en comer y en vestir,
como en todo lo demás, y crearnos una porción de necesidades ficticias para las que
ellos exclusivamente debían ser los proveedores. Al momento que se incendió entre
españoles y americanos y empezó a asomar la guerra civil entre nosotros, en cuyas
dos clases de guerra no morían sino puros americanos, porque eran americanos casi
todos los soldados y oficiales de los ejércitos españoles, al momento digo se
encendieron ambas guerras, en las que por una y otra parte se desplegaba un furor
bestial, pero muy principalmente en la guerra civil, porque parecía que no tuviésemos
sentimientos de humanidad y que no hubiésemos oído jamás lo que el autor de la
naturaleza nos ha prescripto expresamente sobre el modo como debemos tratar a los
hombres, aun cuando sean nuestros más fieros enemigos. Entonces mismo fue que
empezaron a agotarse las intenciones de la generosidad para respetar a los extranjeros
más de lo que debíamos en su persona y bienes y dispensarles todos los goces
imaginables que podían desear, libertad completa de industria y comercio, en todos los
ramos, de todos modos, es decir por mayor y menor y en todos los puntos de la
República. Libertad de toda carga militar y aun civil. Libertad para mentir, censurar,
chismear, acriminar ocultamente, seducir y aun minar los principios de una causa y el
crédito de nuestras autoridades y también sugerir pretensiones injustas a los pueblos,
aumentar lar discordias interiores y perjudiciales a la seguridad a independencia de la
República en toda la extensión del Estado. Libertad para comprar y ser dueño de toda
clase de propiedades raíces rústicas o urbanas. Libertad para establecer casas propias
de comercio bajo el nombre de compañías formadas sin manifestar capital ni
guardando ninguna de las demás formalidades que, junto con éstas, exigen nuestras
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leyes de comercio para preservar al pueblo de grandes fraudes. Libertad para contraer
cuantiosos créditos en la Aduana bajo su firma, del mismo modo que podrían hacerlo
los argentinos más ricos y más bien arraigados con bienes en el país. Libertad para
tener cada nación sala de comercio separada de los demás y estafeta pública separada
de la del Gobierno. Libertad para que bajando a tierra los comandantes de los buques
de guerra destinados a asustarnos con su poder, tuviesen telégrafo en la casa de su
habitación. Libertad para que los cónsules pusiesen a la puerta de calle de su casa las
armas de su nación. Libertad para que todo el extranjero que quisiera penetrase por
todo el interior de nuestro país, se impusiese de los más oscuros rincones de él y de
todo lo que pudiese llamar su atención, para lo cual si era menester .se le cargaba de
recomendaciones a fin de que en todas partes y por toda clase de personas se le
prestase toda consideración y respeto y los buenos oficios que pudiere necesitar.
Libertad para visitar nuestros archivos públicos y sacar de ellos todos los documentos
que quisieren. Libertad en fin para asilar criminales en sus casas, facilitar la fuga a
personas detenidas legítimamente por las autoridades del país, y aun a los prisioneros
de guerra, y para hacerlo con tal poderío que si alguna vez llega a ser descubierto
algún extranjero de haber hecho alguna de estas cosas en complicidad con algún otro
vecino del país, sin advertir éste el objeto a que se le hacía servir, la conducta pérfida
del extranjero fue clasificada por un acto de filantropía y la inocencia del vecino por una
traición a la Patria.
"Omito otro sinnúmero de libertades que el referirlas sería nunca acabar, como
también innumerables procedimientos, tan infames como ruinosos al país, que sólo
tuvieron por objeto lisonjear la ambición y los deseos de los extranjeros. Tales fueron,
por ejemplo, la erección del Banco Nacional, dándoles a ellos una parte igual en su
administración y manejo a la que tenían los vecinos del país, sobre quienes únicamente
debían recaer todos los males que produjese; la extinción de las comunidades
reguladas; el proyecto de empréstito sobre Inglaterra, para disiparlo en otros proyectos
locos que sólo sirvieron para engordar a ingleses y franceses, etc. Mas, si en medio de
tanta crueldad y fiereza entre nosotros (como si en la guerra contra la España y en
nuestras guerras civiles tratásemos por una y otra parte a acabarnos hasta dejar
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buques, pues eran apresados los que lo llevaban de nuestro Gobierno, y me han
asegurado que hoy mismo hay aquí dos casas inglesas que hacen el negocio de
facilitar la salida ocultamente, con toda seguridad a muy buen precio, a todo el que
quiera emigrar de esta ciudad por temor de que lo asesinen o hagan alguna otra
tropelía. Don de defensa en que los tales caballeros ingleses cuidarán muy bien de
tener agentes secretos que aumenten las clasificaciones de unitarios y promuevan
persecuciones y que inspiren grandes temores, pues que de este modo crezca el
número de emigrados y éstos les engorden la bolsa.
"En tan triste estado por nuestra molicie y crudas divisiones, dilapidando la
riqueza del país en vicios y vanas PROFUSIONES, persiguiéndonos, humillándonos y
despreciándonos recíprocamente hasta el punto de tratarnos unos y otros como pícaros
y no como hombres, creo ya imposible quitarles a los extranjeros europeos y
norteamericanos el predominio que han adquirido en todos los nuevos Estados de este
continente y en México, y que el único camino que nos queda para aliviar nuestra
desgraciada situación es trabajar con el sincero esmero en restablecer la unión entre
nosotros bajo unos mismos principios, un mismo dogma político y un mismo sistema,
que debe ser el de la federación, porque es el que los pueblos quieren y han querido
siempre, porque es el único que puede producirnos grandes bienes y preservarnos de
infinitos males a que estaríamos expuestos y sin duda alguna llegaríamos a sufrir en el
sistema de unidad. Pero para esto es preciso no perder de vista lo que es el corazón
humano, fijar mucho la atención en la clase de ideas morales que reinan en el siglo en
que estamos y en el carácter de la gente del país y diversas clases que la componen.
Es preciso que la causa de la federación no sirva de máscara para cometer atentados y
licencias que irritan a todo hombre de bienes y de familia y no pueden producir otra
cosa que males. Es preciso respetar escrupulosamente ciertos principios sin los cuales
es imposible que haya orden, moralidad ni unión en la República. Es preciso respetar la
religión y a sus sacerdotes, aun en el caso mismo de castigarlos por crímenes que
hayan cometido. Es preciso respetar las leyes de la Iglesia, los templos y pórticos. Es
preciso respetar los derechos naturales del hombre y respetar proporcionalmente a
cada uno en particular según su clase, edad, estado, condiciones y sexo, porque donde
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