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HAGA DE SU HIJO UN GRAN FILÓSOFO

Jordi Nomen plantea aprovechar aquello que los niños tienen en común con los pensadores,
capacidad de asombro y admiración, para fomentar su espíritu crítico

Carles Geli - Barcelona 23 MAR 2018 - 17:21 COT

Se trataba de dibujar el silencio. Y plasmó un pájaro. “Cuando voy al bosque, todo es silencio: solo
está su canto y nada más”, explicó. El silencio, por exclusión. Podría haberlo planteado un filósofo,
pero fue un alumno del profesor de Filosofía y Ciencias Sociales Jordi Nomen, un niño, porque
estos tienen curiosidad y admiración, las mismas cualidades de todo gran pensador: ambos miran
igual el mundo. Por ello cree Nomen (Barcelona, 1965), cual particular Prometeo, que hay que dar
el fuego de la filosofía cuanto antes a los infantes, para que así “aprendan a pensar por ellos
mismos, para convertirlos en ciudadanos críticos, creativos, para que lleven una vida menos
impulsiva y más autónoma”, sostiene. Y tiene un método, a partir de una supuesta sacrílega
trinidad antipedagógica, cuentos-juego-arte, que desarrolla en el libro El niño filósofo (Arpa).

La premisa de Nomen es que tenemos una inteligencia filosófica. “Huyo de las inteligencias
múltiples de Howard Gardner, que dice que te dediques a lo que sirves; yo creo que la inteligencia
se puede trabajar, estimular, es una capacidad que puede ser entrenada”, afirma. Con eso, y
pertrechado con las ideas del filósofo y educador norteamericano Matthew Lipman (creador del
programa Filosofía para niños a partir de novelas filosóficas, que les permiten abordar temas de la
vida cotidiana), el autor ha escogido a 12 filósofos que ha asociado a 12 preguntas frecuentes que
se plantean los niños sobre la vida. Así, Platón responde a si debemos actuar con la cabeza o el
corazón; Séneca, a si hay que tener miedo a la muerte; Montaigne, a si es importante tener
buenos amigos o Arendt a qué es la maldad, por ejemplo.

El escritor Jordi Nomen, en el patio de la escuela Sadako de Barcelona. ampliar foto

El escritor Jordi Nomen, en el patio de la escuela Sadako de Barcelona. Massimiliano Minocri

A una breve introducción del personaje y su pensamiento le sigue un relato y una propuesta de
juego (un baile de minué para testar a Spinoza sobre cómo se puede conseguir la alegría; escoger
una pareja independientemente de que en la frente tenga pegado un atributo moral sin que él lo
sepa para decidir, vía Kant, qué debemos hacer en cada momento; continuar un dibujo iniciado
por otro, pero del que apenas divisamos un centímetro, para responder a Nietzsche si es necesario
ser creativo para vivir…). Cierra cada capítulo una oferta plástica y el análisis de una obra artística
(unas creativas imágenes de Chema Madoz para el Rousseau que inquiere para qué sirve la
educación; unas fotografías de una familia norteamericana y otra del Chad con sus cestas de
comida semanal para ilustrar al Erich Fromm de si es más importante tener o ser…).
Las reflexiones están enfocadas para niños de entre 9 y 12 años, y siempre bajo el formato de
diálogos socráticos en clase. “No son debates, donde hay una posición A contra B, sino diálogos,
que implica no posiciones fijas sino dar razones y argumentar”, insiste Nomen, que justifica que las
historias sean de naturaleza muy distinta (fábulas tradicionales, un Chéjov, un Jorge Bucay…) y no
de los filósofos en cuestión: “Se trata de que sus ideas se puedan utilizar más allá de sus libros;
además, sus textos no siempre son de la comprensión de los niños; por eso utilizo lo que tienen
más cerca, lo que hacen todo el día: el cuento, el juego, el arte; lo importante es que lleven a
aprender a pensar”.

También es consciente el autor, en un descanso entre dos clases en el colegio Sadako de Barcelona
donde imparte (“es una escuela inclusiva: aquí el niño es el centro de la educación”), de que son
tiempos que “caminan hacia una menor curiosidad intelectual” y de que, si se les enseña a pensar,
los niños son más conscientes, pero, en consecuencia, menos felices, algo que parece sacrílego.
“La felicidad está sobrevalorada y mal explicada: la felicidad entendida como plenitud total,
completa y continuada, es una engañifa, no existe, y darse cuenta de eso es ser lúcido; hay que
revindicar la alegría, que es concreta y de hoy”. Además, hay que luchar contra el concepto de
inutilidad práctica de la Filosofía en una sociedad cada vez más mercantilista. “No hay que
practicarla tanto por utilitaria por razón laboral como porque sin ella es difícil lograr un poco de
plenitud; o, al menos, para ser conscientes de que la plenitud tiende a desestabilizarse fácilmente,
que no es permanente”.

Los griegos llamaban idiotés a aquellos faltados de juicio crítico y que no participaban en política.
“La filosofía ha de ser un tábano, ha de obligar a los otros a dar explicaciones, ha de interrogar a
nuestra sociedad, como hace hoy el coreano Byung-Chul Han”, dice Nomen. El pensar, sostiene,
ayuda a frenar la aceleración loca de la vida digital y “a crear una ciudadanía crítica que evitará
que la democracia caiga pervertida por intereses económicos, como vemos”. Tiene claro el
también profesor de Ciudadanía de la Universidad Autónoma de Barcelona quién no quiere ese
ciudadano crítico: “Ese poder que se plantea no dar explicaciones de nada, por ejemplo; toda la
sociedad debería estar interesada en crear niños así si no queremos que la democracia se pierda”.

“Una vida vivida sin reflexión no vale la pena”, defendía Sócrates, como recuerda Nomen, quien
atribuye a todo pensador crítico una postura humilde, pero de carácter, alguien que es sincero y
“abocado a la acción: ser ciudadano es eso, participar en la vida de la ciudad porque no todo acaba
en el voto, como nos quieren hacer creer… Pero si no se trabaja en la familia y en la escuela, no
salen ciudadanos críticos. Hay que educar en la razonabilidad, el sentimiento, que no en el
impulso, y en la acción”. Y ahí asoma Pitágoras: “Educad a los niños y no será necesario castigar a
los hombres”. Pero para todo eso no queda, alerta Nomen, demasiado tiempo más: “Es el
momento para que no se pierda del todo; si no se hace ahora, se acabará el espíritu crítico”.

"A los profes no se nos enseña a escuchar"


Admite Jordi Nomen que su método —que ya compendió en formato de libro en catalán el año
pasado, que lleva tres décadas practicando y que fomenta en el marco de GrupIREF, grupo de
investigación y enseñanza de la Filosofía para niños— demanda un profesorado distinto y un
cambio de programa educativo notable. “A los profesores no se nos enseña a preguntar, a
escuchar ni a responder, ni tan siquiera a ser dúctiles a cambiar de opinión… Y todo eso es lo que
conforma el diálogo socrático”. A ello y a la habilidad de pensamiento (“nunca pensamos cómo
estamos pensado”), añade la necesidad de saber crear una comunidad, una atmósfera
(“requerimos confianza en el grupo porque los niños se mojan, se desnudan”) y llegar a la mayoría
de las decisiones por consenso (“es prioritario en democracia y cuando se logra en clase es
mágico: se produce un silencio porque se dan cuenta de que lo han logrado cuando parecía
imposible; genera bienestar”).

Como “pensar es más lento que aprender de memoria y reflexionar, que es volver a mirar, o
estimular requiere tiempo”, admite Nomen que cuesta que esa metodología se vaya implantando,
a pesar de que cree que empieza a notarse ya más en Primaria (“los profesores son más flexibles,
de siempre”) que en la Secundaria (“implica cambiar el currículo y la metodología, temarios,
objetivos… Ningún profesor de filosofía discute qué dicen los filósofos: se intenta que los alumnos
los entiendan más o menos y se les examina de ello”).

https://elpais.com/cultura/2018/03/23/actualidad/1521830362_563550.html

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