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Pero,
¿quién creó a Dios?
Hacia una sociedad solidaria
ISBN: 84-313-2074-5
Depósito legal: NA 888-2003
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribu-
ción, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con autori-
zación escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser
constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal).
Ilustración cubierta:
Luis Altarejos
Tratamiento:
PRETEXTO. Estafeta, 60. 31001 Pamplona
Imprime:
GRÁFICAS ALZATE, S.L. Pol. Ipertegui II. Orcoyen (Navarra)
PRÓLOGO ............................................................................................. 9
de sentido que el hombre tiene para todos sus actos, la tiene también
para su vida entera, y la tecnología no se lo ofrece.
Dios es el fundamento de las leyes que rigen el mundo y el pro-
yectista que da un sentido al universo, a la vida y al hombre. Éste es
el Dios cuya existencia debe ser demostrada. Esta definición no es
más que una concreción de la dada en el prólogo, porque es una ex-
plicitación del concepto de creador.
Antes de dar paso a las demostraciones, veamos una analogía del
concepto de Dios.
Un ser muy inteligente procedente de cierta galaxia se encuentra
un día con una caja de música de la Tierra. Al abrirla suena una can-
ción que habla de una tal Susana. Al extraterrestre le parece que hay
dos posibilidades: o bien la canción que sale de la caja se explica por
medio de un «duende-dios», o bien puede explicarse perfectamente
por mecanismos científico-técnicos. El extraterrestre, tras una minu-
ciosa investigación, acaba hallando todos los resortes y las tarjetas
perforadas y las ruedas dentadas, y las cuerdas que acaban de expli-
car hasta el más mínimo detalle todo el funcionamiento de la caja de
música.
Plenamente satisfecho de su trabajo, concluye: «No hace falta
ningún «duende-dios» para explicar el funcionamiento de esa caja.
Todo el mecanismo queda explicado a través de un ingenioso siste-
ma de ruedas y muelles, detalladamente descrito en mi informe. No
hace falta nada más.»
Lástima, diremos nosotros: la primera parte de esta declaración
donde descartaba al falso dios, al «duende-dios» y lo sustituía por un
mecanismo científico-técnico, era correcta, pero la segunda parte,
donde manifiesta que «no hace falta nada más», es patentemente fal-
sa, porque lo que falta es, precisamente, lo más importante: el ser que
diseñó la caja, que ordenó las cosas según cierta disposición, que
compuso la música y que la dedicó a una tal Susana. Ese ser es ne-
cesario si queremos explicar la caja de música, pero el extraterrestre
muy inteligente jamás lo encontrará con su metodología científica:
esa metodología se queda sólo en el mecanismo, pero no alcanza al
diseño y al sentido.
III
Las «pruebas» de la inexistencia de Dios
* * *
En algún momento se hizo popular un argumento muy antiguo
que pretendía derribar definitivamente la creencia en un Dios omni-
potente. Si Dios es omnipotente —decía— será capaz de crear un ser
indestructible, pero entonces no tendrá poder para destruir a este ser,
y siendo así ya no podrá decirse que Dios es omnipotente.
Los que proponen este argumento (¡incluso en la actualidad!)
consideran que la incapacidad de destruir lo indestructible es una li-
mitación de la omnipotencia. Creen haber dado con «algo» que Dios
nunca podrá hacer, con una «operación» que Dios nunca podrá rea-
lizar. Ahora bien, si analizamos esta supuesta «operación», nos dare-
mos cuenta de que no se trata en realidad de ninguna operación, ya
que las operaciones son acciones que se realizan según cierto siste-
ma, manera o mecanismo conocido o desconocido, simple o com-
plejo, natural o sobrenatural, pero si algo es indestructible no puede
haber sistema, manera ni mecanismo posible de destruirlo. No esta-
mos hablando, pues, de ninguna operación, sino de nada. Dios pue-
de realizar todas las operaciones posibles. La incapacidad de hacer lo
imposible no limita el poder de nadie: el de Dios, tampoco.
El enemigo de cierta marca de automóviles insiste en que dichos
automóviles carecen de volante «cuadrado-redondo». Sólo los incau-
tos se dejarán engañar por tal acusación, ya que las personas sensatas
saben que el no poseer volantes cuadrado-redondos no es ninguna
limitación del valor de ningún automóvil. El volante «cuadrado-re-
dondo» no puede existir, y, por tanto, en realidad no es «algo» que
pueda ser deseado. La imposibilidad de realizar lo imposible no es
ninguna limitación de poder.
* * *
22 Pero, ¿quién creó a Dios?
* * *
Reservaba para el final la «prueba» más endiablada, la más difí-
cil de derribar y que ahora aparece como un corolario de lo que aca-
bamos de ver: «Si Dios existe eternamente, atemporalmente, enton-
ces: ¿cómo pudo crear alguna cosa en el tiempo? Dicho de otro
modo: ¿qué hacía Dios antes de la creación del mundo? ¿Cuánto
tiempo esperó antes de empezar a crear?».
La respuesta es obvia, lo cual no significa que sea fácil de cap-
tar: Dios no esperó ningún tiempo antes de crear. Siempre ha estado
Las «pruebas» de la inexistencia de Dios 23
El infinito
1. HUME, D., Tratado de la naturaleza humana, Félix Duque (Ed.), Editora na-
cional, Madrid, 1977, p. 183.
¿En qué se equivocó Estratón de Lámpsaco? 35
* * *
Al llegar a este punto, las esperanzas de los estratónicos se des-
vanecen y precisamente por ello es posible fundamentar una impo-
nente prueba de la existencia de Dios. Veámosla.
Ya vimos en el capítulo anterior que no se puede dudar del prin-
cipio de razón suficiente: «Todo tiene una razón de ser». También
hemos visto ahora que las últimas «cuestiones de hecho» (las leyes
de la naturaleza) no tienen una razón de ser lógica o matemática.
Ahora bien, no hay más que dos maneras de explicar las cosas: o bien
porque hay una necesidad de orden lógico-matemático, o bien por-
que hay una voluntad que ha determinado que existan esas cosas y
que sean tal como son.
Si alguien está pensando en «otras razones» de orden físico, quí-
mico o biológico, desengáñese de su recalcitrante estratonismo: la fí-
sica, la química y la biología no se fundamenta en razones, sino en
observaciones, tal como hemos visto detenidamente en los párrafos
anteriores.
38 Pero, ¿quién creó a Dios?
Las cosas del mundo pueden ser representadas por medio de pun-
tos en el espacio de una pantalla. Los puntos se mueven simulando el
movimiento de las cosas, siguiendo unas leyes determinadas en el
programa del ordenador. Cuando dos puntos, a los que se asignan
ciertas características, se encuentran, reaccionan según la dinámica
prevista en las leyes del mismo programa. Un sistema de puntos pue-
de moverse durante cierto tiempo, mientras se disponga de todo el
conjunto de leyes que hacen falta para todas las situaciones. Ante si-
tuaciones imprevistas, los dos puntos que se encuentran no reaccio-
nan en absoluto; la dinámica se detiene y un anuncio insistente y per-
turbador nos avisa: «¡Error en el sistema! ¡Error en el sistema!» Que
suceda esto en el monitor de nuestros ordenadores es algo que tiene
mucho que ver con la demostración de la existencia de Dios.
Estas paradas tan irritantes nos indican que el movimiento de un
punto (que representa un ser del universo) es algo que se explica por
medio de dos tipos de causas a las que podríamos llamar históricas y
actuales. Las causas históricas corresponden a toda una secuencia de
movimientos anteriores de otros puntos, que ha terminado con una
interacción que ha hecho mover a nuestro punto. Las causas actuales
son todo un conjunto de condiciones y leyes que determinan que el
movimiento se produzca y que sea de cierta manera. Estas causas ac-
tuales se subordinan unas a otras como las rutinas y subrutinas de un
programa y dependen todas ellas de la operatividad del programa, de
la energía del ordenador, y, en última instancia, de la inteligencia y
voluntad del programador.
Es inútil intentar explicar el movimiento de los cuerpos partien-
do sólo de las causas históricas. Sin las causas actuales la dinámica
se detendría: los cuerpos no sabrían lo que deben hacer. Observemos
bien ahora la analogía: la pantalla del monitor representa el mundo
de los seres reales en un proceso de evolución histórico. Para que se
dé algún tipo de movimiento en la pantalla es absolutamente im-
prescindible que esté conectada a un ordenador donde se hallan las
leyes del movimiento. En el mundo ocurre lo mismo: los seres rea-
les están en el universo, que viene a ser como una gran pantalla tri-
dimensional. Se hace necesario que el universo esté «conectado» con
su ordenador, con el ser que posea las condiciones y las leyes del mo-
vimiento; un ser exterior al universo y causa primera de su movi-
miento. A ese ser se le llama Dios.
La cuerda del reloj 51
la energía del mundo, y por eso son válidas las famosas leyes de con-
servación que descubren los físicos en sus laboratorios.
El mundo en que vivimos es un programa en marcha con unas le-
yes que permiten cierta autonomía e incluso libertad, pero su anima-
ción y su existencia dependen de Alguien que está fuera del monitor
cósmico: Alguien que fundamenta constantemente el movimiento y
el ser del mundo. Hace veintiún siglos, esta verdad le fue inspirada
al principal representante de la teología cristiana (Pablo de Tarso), y
la plasmó en una frase célebre que dice: «En Dios vivimos, nos mo-
vemos y existimos».
Hasta aquí nos hemos referido a las causas actuales del movi-
miento, que es la parte más difícil. Ahora nos toca analizar breve-
mente las causas históricas, que son las únicas que entienden los fi-
lósofos ateos.
Demócrito y Leucipo, principales representantes del ateísmo en la
Antigüedad, sabían bien que en el «estatuto» del ser no puede haber
ninguna ley que le obligue a ponerse en relación con otro, porque si así
fuera, habría una contradicción con lo que se observa en la realidad; en
efecto, un mismo ser puede entrar en relación con el que está a su de-
recha si lo golpeamos desde la izquierda, pero entrará en relación con
el de su izquierda si lo golpeamos desde la derecha. Eso significa que
no hay en su «estatuto» nada que lo obligue a ponerse en relación con
otro. Por consiguiente, toda relación que un ser establezca con otro de-
be tener su causa en otro ser que se ha puesto previamente en relación
con él. Si queremos hallar por tanto la causa del movimiento, hemos
de ir remontando esta cadena de seres que son causas del estableci-
miento de relaciones pasadas (o históricas). Y si el conjunto ha de te-
ner una explicación, si el movimiento ha de ser posible, esta serie de
seres en cadena no puede ser infinita porque en física no hay cabida
para el infinito. Ya demostramos esto en su momento.
La física cuántica viene aquí a reforzar desde el empirismo la
realidad que estamos demostrando, porque gracias a ella se ha llega-
do a la conclusión de que existen algo así como átomos de tiempo.
Siendo así, no se habría podido llegar a ninguna parte partiendo del
54 Pero, ¿quién creó a Dios?
NIVELES DE RESPUESTA
1. Cf. FLEW, A., Dios y la filosofía, El Ateneo, Buenos Aires, 1976, p. 106.
62 Pero, ¿quién creó a Dios?
SIMULACIÓN DE LA REALIDAD
2. ÍDEM, p. 83.
3. Cf. MARITAIN, J., Aproximaciones a Dios, Encuentro, Madrid, 1994, pp. 44-
46.
La gran decisión 71
sería una limitación para uno de los dos, con lo cual ya no sería ne-
cesario.
Cuando se ha demostrado la existencia de un ser necesario a par-
tir de la contingencia de todos los seres del universo y del universo
mismo, se ve que este ser no es del universo, no es material, pues no
tiene partes, y es la causa eterna creadora del universo; se trata, pues,
de Dios.
Dios no es un tapaagujeros de nuestra ignorancia, como gustan
calificarlo los ateos. No decimos que Dios existe para cubrir una cau-
sa desconocida. Jamás se acude a causas desconocidas para demos-
trar la existencia de Dios. Desde santo Tomás, la teología diferencia
la causa primera (Dios) de las causas segundas. Las causas segundas,
para ser encontradas, requieren el uso de la metodología científica, y
cuando no se hallan, no hay ningún teólogo que se lance a exclamar
que dispone de una nueva prueba de la existencia de Dios. De ser así,
los tratados de teología estarían abarrotados de pruebas de la exis-
tencia de Dios: tantas cuantas causas desconocidas tiene la ciencia
moderna, que no son pocas.
Esta ingenua y falsa acusación suele reforzarse con ejemplos to-
mados de la mitología y de los dioses de los pueblos primitivos. Ha-
bía el dios del trueno, dicen, porque los primitivos desconocían la
causa del trueno y lo atribuían a un dios. Y lo mismo sucedía con el
dios de la lluvia, del viento, del cereal, etc. Según Burnett Taylor, la
religión comenzó con el animismo. Se atribuyó un alma a las cosas
inanimadas y al universo, y así se creyó en el dios del cielo, de la llu-
via o del fuego 4.
La teoría de Taylor fue desacreditada por las investigaciones de
Andrew Lang sobre la religión de los primitivos. El animismo se
mostró entonces como una degeneración de una religión monoteísta
primaria. Wilhelm Schmidt, a través de investigaciones indepen-
dientes llegó a la misma conclusión e invalidó por la vía experimen-
tal las tesis de las teorías animista, evolucionista y sociológica del
origen de la religión 5.
4. Cf. QUILES, I., Filosofía de la Religión, Espasa Calpe, Madrid, 1973, 3ª ed.,
pp. 37 y ss.
5. Cf. ÍDEM, pp. 41-42.
La gran decisión 73
LA ASEIDAD
gato de Cheshire, sin el gato. Hay que ser muy crédulos para acep-
tar el platonismo.
No existe ningún mundo de las ideas independiente de la mente.
Las ideas existen, pero no están flotando en la nada, jugando a ver
quién las atrapa. Las ideas son un producto, una operación o una for-
ma de las mentes. No sabemos cómo son las mentes, ni cómo fun-
cionan, ni cómo imaginarlas ni cómo describirlas, pero sí sabemos
una cosa segura de ellas; sabemos que existen, porque nosotros mis-
mos somos mentes, tenemos consciencia y lo notamos, y, por su-
puesto, tenemos ideas.
Las simetrías y las ecuaciones que han hallado los físicos como
realidad material última son ideas, ciertamente, pero no ideas escri-
tas en la nada, operando sobre la nada; son ideas que Alguien tiene y
que mientras las tiene existen realmente. Los físicos sólo conocen
parte de esas ecuaciones y formas, y ni siquiera están pensándolas to-
do el tiempo, pues acabarían locos si lo hicieran. La materia depen-
de, pues, de una mente que conoce todo el intríngulis íntimo de la
realidad precisamente porque al pensarlo, lo crea y hace que exista.
Esa mente creadora es Dios. Al ser Creador, es el que ordena y da un
sentido y un fin a todas las cosas, y por eso es el Señor del universo.
XII
El aprendiz de brujo
aquello que fuimos (y recordamos) con aquello que somos, y esa in-
tegración es un producto de la mente. Sin una mente, el pasado se es-
fuma. Ahora bien, como el presente es un puro instante, no tiene pro-
piamente existencia. Eso significa que, sin una mente no existe nada,
ni pasado, ni presente, ni futuro. Lo que permite asignar una dura-
ción real a las cosas es la integración, que es exclusiva de la mente.
Una dura roca granítica no tiene la más mínima duración consi-
derada en sí misma. Toda su estructura molecular interna y externa
se modifica constantemente y es un caos sin significado en ausencia
de una mente que la contemple no sólo desde fuera (superficialmen-
te), sino también desde dentro (hasta lo más íntimo).
No somos nada sin el pasado, pero si el pasado no existe porque
se ha esfumado, entonces nada existe. Este nihilismo es un puro pe-
simismo al que conduce el ateísmo consecuente y al que llegaron
ciertamente grandes pensadores ateos. Es una postura que se opone
a la realidad vivencial y a la conciencia. Sí que existe algo: yo exis-
to. No hace falta ser ni agustiniano ni cartesiano para afirmar una co-
sa así. Es una mera constatación de que algo está ocurriendo y que,
por tanto no residimos en el sueño indiferenciable de la nada abso-
luta. Yo me doy cuenta de que existo y, de paso, observo otras cosas
que no pertenecen a mi ser. Diferencio lo que es mío de lo que no lo
es a través de mis sentidos, y llego al convencimiento de que existen
cosas fuera de mí. Pero esas cosas no tendrían ninguna unidad ni du-
ración ni consistencia sin una mente que las observe.
El mundo y cada una de sus partes existe gracias a una mente (la
mente de Dios) que lo conoce y lo proyecta.
La mente de Dios no es como la nuestra, que se mueve de un pa-
sado a un futuro. La mente de Dios es un vasto campo donde se re-
gistra absolutamente todo y se conserva. Nada se pierde, nada se ol-
vida. Todo está allí. Todo y más. De hecho, recordar no es más que
sintonizar con nuestro pasado situado en el campo, gracias a deter-
minados mecanismos de resonancia del cerebro. Pensar es utilizar la
lógica, y por tanto es navegar en el campo de la lógica. Lo consigue
el cerebro cuando sintoniza con ese campo. No hallaremos nunca un
circuito silogístico neuronal. No hay en el cerebro un circuito para
cada sensación que se tuvo en el pasado ni para cada pensamiento,
entre otras cosas porque estos circuitos deberían ser observados por
92 Pero, ¿quién creó a Dios?
otro circuito para cobrar unidad, y ese otro circuito debería ser ob-
servado por otro y así hasta el infinito. Se haría necesario un último
observador que no requiriera ser observado, y toda materia requiere
ser observada.
Por caminos independientes llegamos a una misma conclusión:
existe una mente, que es un campo de verdad, de existencia, de ra-
zón lógica y matemática. Este campo contiene las ecuaciones del
universo y de la materia que vimos en el capítulo XI, y hace que es-
tas ecuaciones se proyecten en una realidad que llamamos energía, y
luego materia, cuya esencia es básicamente una voluntad. Por eso los
límites de la materia no son escudriñables por la ciencia.
XIV
El orden cósmico
3. Cf. CHALMERS, D. J., La mente consciente, Gedisa, Barcelona, 1999, pp. 443
y ss.
98 Pero, ¿quién creó a Dios?
unas pestañas a modo de criba, para que los vientos no puedan dañar
los ojos...?» 1.
El orden funcional o finalístico en los seres vivos salta a la vista por
todas partes: en las juntas y articulaciones de bacterias, vegetales, in-
sectos, moluscos y vertebrados, en los dispositivos perceptores y en su
asociación con un órgano directivo central y con un órgano efector; en
las moléculas mismas, como pueden ser los enzimas alostéricos, pro-
vistas por una parte de un centro activo y por otra de un centro regula-
dor; los receptores de membrana, los pigmentos, auténticas antenas que
captan luz de específicas longitudes de onda; en los mecanismos de re-
lojería de alta precisión presentes en las células; en los desconcertantes
programas innatos de comportamiento, muchos de los cuales no tienen
precursores en otras especies. En los sistemas fisiológicos como los
controladores de la meiosis o de la mitosis. En la inserción de los ner-
vios en el justo lugar de los músculos donde será efectiva...
Cualquier punto de partida para la evolución de estos sistemas
complejos es un sistema complejo y denota previsión y diseño. En
algunos casos como en el sistema metabólico del ciclo de Krebs, es
posible demostrar incluso la imposibilidad de evolución paso a pa-
so 2. El ciclo de Krebs es un todo funcional muy complejo que exis-
te como es o no existe en absoluto. Deberíamos reflexionar sobre
ello cada vez que respiramos, porque dicho ciclo es el que permite
dirigir los electrones hacia las cadenas respiratorias de las membra-
nas mitocondriales y hace posible la vida aerobia.
El orden funcional es siempre fruto de un proyecto inteligente.
Algunos científicos modernos han rechazado la quinta vía de santo
Tomás por no entender el concepto de orden funcional y confundir-
lo con el de orden en general. El orden en general consiste en la su-
jeción a una ley. En el orden funcional esta ley es justo la que se re-
quiere para el mantenimiento de alguna función útil a un ser vivo.
Consideremos el caso de un grifo semicerrado que gotea. Aquí la
gravedad, el flujo, la viscosidad y la tensión superficial acaban ori-
ginando una producción de gotas que obedece a una ley rítmica. Es
das. El problema con estas hipótesis es, sin embargo, el mismo que
con las terrestres, sólo que trasladado algo más lejos.
Los estudios de la materia orgánica extraterrestre no pueden alen-
tar las nuevas hipótesis, porque se han hallado pocos aminoácidos, en
poca concentración y además, en su mayoría, distintos de los terres-
tres; y por lo que hace a otras moléculas, siguen sin hallarse estructu-
ras fundamentales para la vida. Por fin, sigue siendo ilusorio el paso
de este material a través de la atmósfera, en estado incandescente, por
medio de un meteorito y su acumulación en los océanos, donde se
produciría una rápida dilución, o en los volcanes donde se daría una
tostación que originaría proteinoides, muy diferentes a las proteínas,
y sin otros componentes igualmente necesarios para la vida.
La producción de vida requiere diseño, orden, previsión, inteli-
gencia.
Últimamente ha surgido la hipótesis de Stuart Kauffman y Walter
Fontana, según la cual se van produciendo progresivamente más y
más polímeros catalíticos hasta llegar a un conjunto que es autocatalí-
tico, donde existen catalizadores para todas las reacciones necesarias
para producir los propios catalizadores. Me parece bien que se inves-
tigue la dinámica de la catálisis recíproca. Lo que no puede hacerse
es extrapolar estas sugerencias y considerar que la autocatálisis es ca-
paz de explicar la vida y su origen. La razón es que la vida requiere
un mínimo de información materializada en moléculas codificantes
(como los ácidos nucleicos). Hace falta información para originar sis-
temas energéticos, sistemas de membrana, sistemas de reproducción
y sistemas relacionantes con el medio (como mínimo nutricionales).
Se trata de informaciones dispares, reunidas en una unidad dinámica
funcional. Por eso el origen de la vida, como orden funcional (o fina-
lístico), requiere un proyecto, un diseño, una inteligencia.
La teoría de Gaia, por último, da nuevo vigor a las pruebas de exis-
tencia de finalidad, de previsión y de diseño en los campos morfoge-
néticos, a nivel global de la biosfera, y tal vez a nivel del universo.
FINALIDAD EN EL COMPORTAMIENTO
6. Es un clásico que extraigo y resumo del famoso libro de SIMON, J., A Dios
por la ciencia, Alonso, Madrid, 1979, pp. 360-364. Cf. también WIGGLESWORTH, V.
B., La vida de los insectos, Tomo 7, Destino, Barcelona, 1974, p. 124.
El orden funcional 109
menticia para sus larvas. Para ello escoge una hoja de abedul, luego
la corta desde un borde hasta el nervio (al cual sólo rompe un poquito
para que la hoja quede floja pero viva) siguiendo cierta curva en for-
ma de «s» directa y a continuación, pasando al otro lado, hace lo pro-
pio desde el otro borde siguiendo otra curva inversa a la anterior en
forma de «s» recostada. De esta manera, al arrollar la hoja, el borde
formará ángulo recto con las líneas arrollantes, que serán tangentes a
la curva. A continuación este escarabajo forma un embudo con la ho-
ja ya cortada. Agarra la hoja con las uñas de su parte izquierda y la
estrecha a su cuerpo, y con las de su parte derecha va caminando has-
ta que el embudo queda listo. Repite la misma operación con las dos
mitades de la hoja. Cuando termina esta complicada labor, practica
ciertos agujeros a modo de receptáculos donde deposita los huevos
y por fin cierra el embudo por medio de una ingeniosa costura que
realiza con su trompa (a modo de aguja). Para terminar, cierra la
abertura grande por medio de un trozo de hoja triangular que sale,
dando vueltas alrededor del cuerpo.
No es una operación sencilla. Cualquiera puede comprobarlo si
intenta construir una especie de cucurucho permanente con una ho-
ja. Además, hay algo que rebasa nuestra comprensión. Es la forma
de la curva que traza el insecto en el borde de la hoja para cortarla.
Se trata de la resolución de un problema de cálculo diferencial en
geometría que fue resuelto por Huyghens en 1673: considerando que
el borde de la hoja sea una envolvente, hay que trazar la respectiva
evoluta cuyas líneas arrollantes formen ángulos rectos con el borde
y sean tangentes a la evoluta.
Cualquier conducta instintiva es la expresión de una inteligencia,
porque hace referencia a una finalidad. Sólo la inteligencia se mue-
ve por causas finales, ya que al hallarse en el futuro, dichas causas
no pueden actuar físicamente sobre el presente. La conducta instinti-
va es llevada a cabo, sin embargo, precisamente sin usar la inteli-
gencia, e incluso por seres que no tienen inteligencia, como es el ca-
so de los insectos. El hecho de que no tienen inteligencia se ha
demostrado infinidad de veces, modificando las condiciones del me-
dio y observando cómo el insecto sigue realizando los mismos actos,
pero ahora carentes de todo sentido.
La conducta inteligente realizada por un ser sin inteligencia, nos
recuerda las operaciones maravillosas realizadas por un ordenador
110 Pero, ¿quién creó a Dios?
LA ALTERNATIVA DARWINIANA
LA COMPLEJIDAD IRREDUCIBLE
10. BEHE, M. J., La caja negra de Darwin, Andrés Bello, Barcelona, 1999.
11. MELÉNDEZ-HEVIA, E., La evolución del metabolismo: hacia la simplicidad,
Eudema, Salamanca, 1993, pp. 64-65.
El orden funcional 119
La objeción extraterrestre
12. Cf. BRENTANO, F., Sobre la existencia de Dios, Rialp, Madrid, 1979, pp.
371-382.
El orden funcional 121
Hasta aquí una simple teoría o imagen que no tiene por qué ser
necesariamente cierta, pero que despierta la imaginación para conce-
bir otras formas de entender la relación entre alma y cuerpo.
Se ha criticado la idea de que el alma espiritual pueda actuar so-
bre el cuerpo material y viceversa, diciendo que es inconcebible tal
interacción entre lo material y lo inmaterial, pero ya el mismo Des-
cartes respondía a esta acusación invitando a los materialistas a ex-
plicar la interacción entre dos seres materiales. No hay ni siquiera
ahora, con los enormes avances de la física, ni un atisbo de esta ex-
plicación. No es imaginable cómo interactúan los cuerpos físicos.
¿Qué son las fuerzas o de dónde proceden? ¿Qué es la energía y por
qué se transforma? ¿Qué es la luz en términos aptos a nuestra ima-
ginación y a nuestro entendimiento? ¿Hay alguna teoría que pueda
explicar sin ecuaciones qué es la gravedad? ¿En qué consiste cur-
varse el espacio-tiempo? ¿No son eso palabras? ¿No son acaso el es-
pacio y el tiempo puros conceptos?
Los campos físicos (gravitatorio, electromagnético, neutrónico,
electrónico, etc.) regidos por la física cuántica no pueden explicarse
en términos de materia: sólo pueden describirse (no entenderse) en
términos matemáticos y detectarse (no percibirse) por sus efectos. La
materia se explica como una interacción entre campos esencialmen-
te misteriosos e imperceptibles. Cuando se observan fenómenos que
requieren nuevas entidades (campos) para ser explicados, los físicos
no dudan en introducirlos en su cuerpo doctrinal. Pues bien, los fe-
nómenos psíquicos o mentales son irreducibles a los electrónicos,
gravitatorios, neutrónicos y muónicos. Hace falta a todas luces un ti-
po de campo diferente para dar cuenta de ellos: el campo psi, como
ha sido llamado modernamente; un campo ligado al alma.
El campo psi es tan elemental como una partícula subatómica, y,
al igual que dichas partículas, puede individualizarse en cuantos que
tienen una inextricable interconexión. Esos cuantos están en relación
inmediata con los individuos o almas individuales, las cuales pueden
establecer relaciones de resonancia consigo mismo en el pasado (que
es la memoria) y con otras personas, con mayor dificultad (que es la
telepatía).
Existe un código mental que permite relacionar los estados aními-
cos con los estados cerebrales. Probablemente dicho código tenga que
ver con los múltiples estados cuánticos de las partículas subatómicas.
132 Pero, ¿quién creó a Dios?
LOS QUALIA
LA VOLUNTAD
LA CONSCIENCIA
LA MEMORIA
LA IMPLEMENTACIÓN ALGORÍTMICA
EL ORDENADOR ALEATORIO
LA PERCEPCIÓN EXTRASENSORIAL
LA TELEPATÍA
LA PSICOCINESIS
8. Cita en HARDY, A., HARVIE, R. y KOESTLER, A., El desafío del azar, Paneu-
ropea, Barcelona, 1975 (Biblioteca de estudios parapsicológicos, n.º 4), p. 18.
9. ÍDEM, p. 18.
142 Pero, ¿quién creó a Dios?
BILOCACIÓN
10. Cf. DELANNE, G., El alma es inmortal, Amelia Boudet, Barcelona, 1988,
pp. 135-136.
11. TALAMONTI, L., Universo prohibido, Plaza y Janés, Barcelona, 1974, pp. 99
y ss.
144 Pero, ¿quién creó a Dios?
12. Cf. GUERIT, J.-M., «El coma», Mundo científico, n.º 107 (noviembre 1990),
pp. 1110-1122.
Aquello que los cirujanos no encontraron 145
do de la vida y la vida del hombre es, como afirmaba Sartre, una pa-
sión inútil.
La concepción de que la vida carece de sentido es una conse-
cuencia inmediata del ateísmo, ya que sólo un Creador intencional
puede conferir finalidad (destino trascendente) al hombre. El ateís-
mo concibe al ser humano como a un producto esperpéntico condi-
cionado por la selección natural a querer vivir, gozar, perpetuar su es-
pecie y a olvidar que debe morir como individuo y como especie;
una máquina orgánica dotada de mecanismos instintivos para sobre-
vivir y de mecanismos psíquicos derivados del egoísmo básico de los
genes.
El ser humano, para el ateísmo, es un producto determinado por
influencias genéticas y ambientales a creer que es valioso (digno) y
que lo que hace es valioso, aunque lo que hace, en última instancia,
es producir dióxido de carbono y otros excrementos.
El ateo considera que la dignidad es una ilusión, pero una ilusión
que se impone de forma invencible al hombre consciente que tiene
suerte en la vida y recibe salud, cultura, bienes, afecto y autoestima.
Por el contrario, esta ilusión es inexistente en el ser humano incons-
ciente y en el que se ve sometido a la pobreza o al dolor, y habla en-
tonces de una vida indigna. No existe entonces, para el ateo, una fun-
damentación para los derechos, los cuales son, para él, tan arbitrarios
como la ilusión de dignidad en que se basan.
El ateísmo duro y consecuente es concomitante con una visión
absolutamente pesimista del mundo, donde el único consuelo es el de
recibir placeres sensoriales. Incluso el amor queda reducido a una
reacción química agradable y regida por aspectos egoístas: dar para
recibir; ayudar para sentir autoadmiración, para no sentir un cosqui-
lleo químico llamado remordimiento; compartir para no sentir sole-
dad, desamparo, miedo, impotencia...
¿Qué puede haber de noble en el ser humano? ¿Qué puede haber
de desinteresado, de heroico, de libre? Para un ateo, nada. Todo se ri-
ge por la ley de acción de masas, por la ley de acción y reacción, por
la ley de la selección natural... El ateo ve al mundo como un espec-
táculo de uñas y dientes, como una pesadilla de sangre y de dolor que
acaba mal para todos y que sólo los que tienen suerte pueden suavi-
zar a base de las morfinas y los ídolos que ofrece la civilización.
¿Qué vale un ser humano? 155
Esta visión del mundo produce una náusea y una angustia tan in-
soportables que es evitada instintivamente. Muy pocos ateos se han
atrevido a afrontarla. Sartre fue uno de los que lo intentaron.
El ateo vive, pues, en la amnesia para no tener que enfrentarse con
este pensamiento. Es demasiado duro e insoportable recordar que de-
ben morir los seres más queridos, y luego uno mismo y nuestros su-
cesores; recordar que se está rodeado de sufrimiento por todas partes,
que han habido hombres sometidos a crueldades insoportables, y que
a uno mismo o a cualquiera de nuestros allegados le puede suceder lo
peor en cualquier momento. Esta realidad, este hecho, es ignorado en
la práctica por la totalidad de los ateos y no soportan que nada ni na-
die les recuerde esas cosas que consideran de mal gusto.
Hasta aquí hemos planteado las dos posibles concepciones del
ser humano: a) la del creyente en Dios, para quien Dios mismo ga-
rantiza una vida después de la muerte y un sentido o razón de ser en-
caminado al bien, de todo el sufrimiento humano; y b) la del ateo, pa-
ra quien no hay vida detrás de la muerte (ya que no hay Dios para
garantizarla) y por tanto no hay sentido, no hay felicidad posible pa-
ra el hombre.
¿Hay algún hecho o razón que permita hacernos ver cuál de las
dos concepciones es la verdadera? Sí. Hay hechos y hay razones que
llevan a aceptar la concepción optimista del creyente. Hablemos pri-
mero de las razones.
La logoterapia
4. Cf. LEPP, I., Psicoanálisis de la muerte, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1967,
p. 174.
5. ÍDEM, p. 181.
¿Qué vale un ser humano? 157
LA MUERTE
MIEDO AL MILAGRO
EL MILAGRO EN EL CRISTIANISMO
Para los ateos todas las religiones son iguales, pero para los cris-
tianos existe una diferencia abismal entre el cristianismo y el resto de
las religiones. El cristianismo tiene continuidad con el judaísmo y
contiene un núcleo doctrinal común, por lo que la religión en cues-
tión ha sido llamada a veces judeo-cristiana, pero lo esencial en ella
es la creencia en Cristo.
Hay milagros dentro del cristianismo que avalan esta doctrina;
son milagros fundamentales que guardan relación con la persona de
Cristo. La veracidad de estos milagros confirma la veracidad de esta
persona y, por tanto, toda su doctrina. No ocurre igual en las otras re-
ligiones. Aunque existen algunos milagros realizados por o en virtud
de miembros de otras religiones, son milagros esporádicos a los que
la propia religión concede poquísima importancia, y ni siquiera están
avalados por testigos credenciales (como son los mártires), y sobre
166 Pero, ¿quién creó a Dios?
EL MILAGRO DE LA RESURRECCIÓN
2. Cf. CARREÑO, J. L., Las huellas de la resurrección, Hogar del Misionero, Al-
zuza (Navarra), 1978; SOLÉ, M., La sábana santa de Turín; su autenticidad y tras-
cendencia, Mensajero, Bilbao, 1988; IGARTUA, J. M., El enigma de la sábana san-
ta, Mensajero, Bilbao, 1988; ANSÓN, F., Después del carbono 14. La sábana santa,
Arcaduz, Madrid, 1989; PETROSILLO, O. y MARINELLI, E., L’escàndol d’una mesura.
Milagros 171
¿Agua curativa?
¿Sugestión?
¿SIMPLEMENTE EXTRAORDINARIO?
¿Explicación estadística?
¿Explicación parapsicológica?
OTROS MILAGROS
9. Cf. SCOTT, D., El enigma de los milagros, Martínez Roca, Barcelona, 1988,
pp. 200-201.
10. Cf. COMPOSTA, D., 14 milagros del siglo XX, Rialp, Madrid, 1992.
11. Cf. MESSORI, V., Los desafíos del católico, Planeta testimonio, Barcelona,
1997, pp. 181-185.
12. Cf. MICHEL, A., El misticismo. El hombre interior y lo inefable, Plaza y Ja-
nés, Barcelona, 1975, pp. 252-253.
13. Cf. MESSORI, V., op. cit., pp. 176-181.
Milagros 179
14. Cf. LORING, J., Motivos para creer, Planeta testimonio, Barcelona, 1997,
pp. 130-132.
15. Cf. ANSÓN, F., Después del carbono 14. La sábana santa, Arcaduz, Ma-
drid, 1989, p. 85.
16. Cf. LORING, J., op. cit., pp. 127-130.
17. Cf. ANSÓN, F., Tres milagros para el siglo XXI, El Pilar (Siglo I), Guada-
lupe (1531), Fátima (1917), Arcaduz, Palabra, Madrid, 1992. Y más detalladamen-
te: MESSORI, V., El gran milagro, Planeta testimonio, Barcelona, 1999.
Astrolabio
RELIGIÓN
En memoria de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer (2.ª edición) / Alvaro del Portillo, Francisco
Ponz y Gonzalo Herranz
Homenaje a Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer / Autores varios
Fe y vida de fe (3.ª edición) / Pedro Rodríguez
A los católicos de Holanda, a todos / Cornelia J. de Vogel
La aventura de la teología progresista / Cornelio Fabro
¿Por qué creer? (3.ª edición) / San Agustín
¿Qué es ser católico? (2.ª edición) / José Orlandis
Razón de la esperanza (2.ª edición) / Gonzalo Redondo
La fe de la Iglesia (3.ª edición) / Karol Wojtyla
Juan Pablo I. Los textos de su Pontificado
La fe y la formación intelectual / Tomás Alvira y Tomás Melendo
Juan Pablo II a los universitarios (5.ª edición)
Juan Pablo II a las familias (5.ª edición)
Juan Pablo II a los enfermos (3.ª edición)
Juan Pablo II y el orden social. Con la Carta Encíclica Laborem Exercens (2.ª edición)
Juan Pablo II habla de la Virgen (3.ª edición)
Juan Pablo II y los derechos humanos (1978-1981) (2.ª edición)
Qué dice la Biblia / Antonio Fuentes
Juan Pablo II a los jóvenes
Juan Pablo II, la cultura y la educación
Juan Pablo II y la catequesis. Con la Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae
Me felicitarán todas las generaciones / Pedro María Zabalza Urniza
Juan Pablo II y los medios de comunicación social
Creación y pecado / Joseph Cardenal Ratzinger
Sindicalismo, Iglesia y Modernidad / José Gay Bochaca
Ética sexual / R. Lawler, J. Boyle y W. May
Ciencia y fe: nuevas perspectivas / Mariano Artigas
Juan Pablo II y los derechos humanos (1981-1992)
Ocho bienaventuranzas (2.ª edición) / José Orlandis
Los nombres de Cristo en la Biblia / Ferran Blasi Birbe
Vivir como hijos de Dios. Estudios sobre el Beato Josemaría Escrivá (5.ª edición) / Fernando Ocá-
riz e Ignacio de Celaya
Los nuevos movimientos religiosos. (Las sectas). Rasgos comunes y diferenciales (2.ª edición) / Ma-
nuel Guerra Gómez
Introducción a la lectura del “Catecismo de la Iglesia Católica” / Autores varios
La personalidad del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer (2.ª edición) / Autores varios
Señor y Cristo / José Antonio Sayés
Homenaje a Mons. Álvaro del Portillo / Autores varios
Confirmando la Fe con Juan Pablo II / José Luis García Labrado
Santidad y mundo / Autores varios
Sexo: Razón y Pasión. La racionalidad social de la sexualidad en Juan Pablo II / José Pérez Adán
y Vicente Villar Amigó
Los doce Apóstoles (2.ª edición) / Enrique Cases Martín
Ideas éticas para una vida feliz. Guía de lectura de la Veritatis splendor / Josemaría Monforte Re-
vuelta
Jesucristo, Evangelizador y Redentor / Pedro Jesús Lasanta
Teología y espiritualidad en la formación de los futuros sacerdotes / Pedro Rodríguez (Dir.)
Esposa del Espíritu Santo / Josemaría Monforte
De la mano de Cristo. Homilías sobre la Virgen y algunos Santos / Card. Joseph Ratzinger
Servir en la Iglesia según Juan Pablo II / Jesús Ortiz López
Iglesia y Estado en el Vaticano II / Carlos Soler
Un misterio de amor. Solteros ¿por qué? / Manuel Guerra Gómez
Pero, ¿Quién creó a Dios? / Alejandro Sanvisens Herreros