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ORIGEN DEL SER HUMANO EN LA TIERRA

Origen del ser humano

Hace unos 50.000 años, un grupo de hombres y mujeres abandonó Africa en busca de alimentos.
Eran algunos de los supervivientes de una cruda glaciación.

Hoy, 2.000 generaciones después de aquel viaje y con una población mundial de 7.000 millones
de habitantes, cuesta pensar que sean los antepasados comunes de todos nosotros.

Nuestro ADN revela que todos somos una única raza. Los distintos caracteres sólo son las
adaptaciones que nuestros antepasados desarrollaron al poblar los distintos rincones del planeta.
Todos somos parientes, no tan lejanos.

Nuestra especie, el homo sapiens, nació hace unos 200.000 años. Si la historia de la
Tierra estuviera contada en un día, el hombre moderno aparecería 1,7 segundos antes de la
medianoche. Somos unos recién llegados. El homo sapiens fue la especie elegida, la que
sobrevivió y evolucionó. Otras especies parecidas lo intentaron sin éxito y se extinguieron, como
el neanderthal.

También el homo sapiens estuvo a punto de desaparecer en varias ocasiones. Su inteligencia,


creatividad y las mutaciones genéticas le salvaron de la extinción. Los cambios climáticos
provocaron el salto evolutivo de la especie humana.

El estudio de los restos fósiles y los análisis genéticos del ADN nos remotan al origen del
género homo y su evolución. Los restos humanos más antiguos están en Sudáfrica. Hace unos
65.000 años, una glaciación estuvo a punto de acabar con la humanidad. Sólo unos centenares
sobrevivieron, cobijados en cuevas de la costa sudafricana. Se alimentaban, sobre todo, de
tubérculos y productos del mar
Pero llegó un momento en que los alimentos escaseaban. Abandonaron Africa y emprendieron
viaje hacia el sudeste asiático. Sorprendentemente, la primera zona que poblaron fue Australia.
En aquella época el nivel del mar estaba muy bajo y sólo 250 kms de agua separaban Asia de
Australia. Continúa siendo un misterio cómo lograron cruzar, pero es un hecho que lo hicieron.
Los restos fósiles de hace 50.000 años lo confirman.

Hace 45.000 años poblaron Asia central, la India y China. El grupo de la India se adaptó muy bien
y creció rápidamente. El grupo de China, en cambio, quedó aislado durante muchas
generaciones. Desarrolló mutaciones genéticas para adaptarse mejor a su hábitat. Así nacieron
los rasgos asiáticos. Pero el clima volvió a cambiar y fuertes sequías asolaron Asia. El grupo de
Asia central partió hacia tierras más frías en busca de pastos. Fueron los primeros pobladores de
Europa, hace 40.000 años.

Los humanos no llegaron a América hasta hace 15.000 años. De nuevo, un cambio climático fue
determinante. Durante la última glaciación, un grupo asiático cruzó el estrecho de Bering
congelado. Al volver a subir el nivel del mar, quedó aislado en el nuevo continente y desarrolló los
rasgos indígenas característicos. Hace tan sólo 500 generaciones que el hombre terminó de
conquistar todas las zonas habitables del planeta.

Los cambios en el clima dominan la evolución del ser humano. Hoy nos enfrentamos a un
nuevo cambio climático de consecuencias impredecibles. ¿Sabremos adaptarnos a los nuevos
retos como lo hicieron los antepasados? Quizás estemos a las puertas de una nueva etapa de la
evolución humana.

ORIGEN DE LA VIDA

El origen de la vida en la Tierra se produjo a través de un largo proceso, hace más de 2700
millones de años. La teoría más extendida sugiere que se formó en el medio marino, a partir de
una «sopa prebiótica» de compuestos orgánicos que pudieron formarse en dichas
condiciones, evolucionando y consiguiendo con el paso del tiempo un mayor grado de auto
organización. También existen teorías creacionistas, que parten de la hipótesis de la existencia de
alguna potencia inteligente capaz de generar la vida, y otras teorías que involucran algún tipo de
origen extraterrestre.
Creacionismo.

Atribuye la existencia de la vida a una “fuerza creadora” desconocida. Esta idea surgió
quizá del hombre primitivo y se reforzó en las primeras culturas, como la egipcia o la
mesopotámica. La teoría creacionista considera que la vida, al igual que todo el Cosmos, se
originó por la voluntad creadora de un “ser divino”.

Teoría de la panspermia.

A principios del siglo xx, el científico llamado Svante Arrhenius propuso que la vida había
llegado a la Tierra en forma de bacterias, procedente del espacio exterior, de un planeta en el que
ya existían. Aunque a esta teoría se le pueden poner dos objeciones:
· No explica cómo se originó la vida en el planeta de donde provienen las “bacterias”.
· Sería imposibles que cualquier forma de vida puede atravesar la atmósfera de la Tierra sin
quemarse debido a que se ha comprobado que cuando penetran el planeta se alcanzan elevadas
temperaturas.

Teoría de la generación espontánea o abiogénesis.

“Esta hipótesis plantea la idea de que la materia no viviente puede originar vida por sí
misma”.

Aristóteles pensaba que algunas porciones de materia contienen un "principio activo" y que
gracias a él y a ciertas condiciones adecuadas podían producir un ser vivo. Este principio activo
se compara con el concepto de energía, la cual se considera como una capacidad para la acción.
Según Aristóteles, el huevo poseía ese principio activo, el cual dirigir una serie de eventos que
podía originar la vida, por lo que el huevo de la gallina tenía un principio activo que lo convertía en
pollo, el huevo de pez lo convertía en pez, y así sucesivamente. También se creyó que la basura
o elementos en descomposición podían producir organismos vivos, cuando actualmente se sabe
que los gusanos que se desarrollan en la basura son larvas de insectos.

Esta hipótesis fue aceptada durante muchos años y se hicieron investigaciones alrededor
de esta teoría con el fin de comprobarla. Uno de los científicos que realizó experimentos para
comprobar esta hipótesis fue Jean Baptiste Van Helmont, quien vivió en el siglo XVII. quien
realizó un experimento con el cual se podían, supuestamente, obtener ratones y consistía en
colocar una camisa sucia y granos de trigo por veintiún días, lo que daba como resultado algunos
roedores. El error de este experimento fue que Van Helmont sólo consideró su resultado y no
tomo en cuenta los agentes externos que pudieron afectar el procedimiento de dicha
investigación. Si este científico hubiese realizado un experimento controlado en donde hubiese
colocado la camisa y el trigo en una caja completamente sellada, el resultado podría haber sido
diferente y se hubiese comprobado que lo ratones no se originaron espontáneamente sino que
provenían del exterior

Experimento de van Helmont

Platón o Aristóteles creyeron en la generación espontánea, y aceptaron la aparición de formas


inferiores de vida a partir de “materia no viva”. Se basaban en la observación natural de la carne
en descomposición, de la que al cabo de unos días, surgían gusanos e insectos.

Francesco Redí (1626-1698) fue un médico italiano que se opuso a la teoría de la generación
espontánea y demostró que en realidad esos gusanos que aparecían, eran las larvas de moscas
que habían depositado sus huevos previamente. Para demostrar su teoría, en 1668 diseñó unos
sencillos experimentos, que consistieron en colocar pequeños trozos de carne dentro de
recipientes cubiertos con gasa y otros trozos en recipientes descubiertos, para que sirvieran como
“testigo”. Unos días después, la carne que quedó al descubierto tenía gusanos, mientras que la
carne protegida no los tenía. Además, sobre la gasa que cubría los frascos se encontraron los
huevecillos de las moscas, que no pudieron atravesarla.

En la misma época, Anton Van Leeuwenhoek (1632-1723), un comerciante holandés con una
gran afición por pulir lentes, estaba construyendo los mejores microscopios de su época, y realizó
las primeras observaciones reconocidas de microorganismos, a los que él denominaba
“animáculos”.

En 1745, el clérigo inglés John T. Needham (1713-1781), un investigador vitalista intentó, a


pesar de los resultados obtenidos por Redi, demostrar la veracidad de la generación espontánea.
Para ello realizó unos experimentos que consistieron en hervir caldos nutritivos durante dos
minutos, para destruir los microorganismos que en ellos hubiera (ese tiempo de ebullición no es
suficiente para matar a todos los microorganismos). A los pocos días volvían a aparecer
pequeños microorganismos que, por tanto, debían haberse creado “espontáneamente”.
Lázaro Spallanzani (1726-1799), un naturalista italiano, no aceptó las conclusiones de Needham.
En 1765 preparó ”caldos” en distintas vasijas de cristal con boca alargada (similar a un matraz
aforado) y los sometió a ebullición prolongada. Unas vasijas las dejó abiertas, mientras que otras
las tapó herméticamente. Cuando calentaba un caldo en un frasco abierto, se observaba que al
cabo de un tiempo aparecían microorganismos, mientras que cuando lo hacía en frascos
cerrados, éstos no aparecían.

Los resultados de Spallanzani no convencieron a Needham y sus partidarios, quienes alegaron


que el calor excesivo destruía la vida y que los resultados de Spallanzani, únicamente
demostraban que la vida se encontraba en el aire y que sin él no podía surgir (en los
experimentos de Needham, los matraces estaban abiertos). Spallanzani repitió el experimento,
hirviendo durante dos horas sus caldos, pero cometió el error de dejarlos semi-tapados como
Needham acostumbraba a hacer, por lo que al observarlos después de unos días encontró que
todos los caldos se habían contaminado con microorganismos que procedían del aire. Al
considerarse que las pruebas no eran concluyentes, el problema quedo sin decidirse otros 100
años, en los que la controversia continuó, hasta que en 1859, la “Academia francesa de Ciencias”
ofreció un premio a quien pudiera demostrar, con suficientes pruebas, si existía o no la
generación espontánea.

El premio lo ganó Louis Pasteur (1822-1895) quien a pesar de su juventud, en aquella época ya
era un reconocido químico-biólogo. Mediante una serie de serie de sencillos pero ingeniosos
experimentos, obtuvo unos resultados irrefutables, que derrumbaron una idea (la “generación
espontánea") que había durado casi 2.500 años. A partir de entonces se considera indiscutible
que todo ser vivo procede de otro (Omne vivum ex vivo), un principio científico que sentó las
bases de lateoría germinal de las enfermedades y que significó un cambio conceptual sobre los
seres vivos y el inicio de la Bacteriología moderna.

Experimento de Pasteur
TEORIA DE LA EVOLUCION
Es importante distinguir entre Teoría de la evolución, que aquí hemos presentado como
una teoría de carácter estrictamente científico, y el Evolucionismo.

Toda ciencia se encuentra asociada a un método que puede ser más o menos explícito
o definido. El método no consiste simplemente en un conjunto de reglas operativas sino que
incluye elementos de muy distinto tipo y alcanza una gran complejidad en la ciencia real. En
todos los casos, el uso de un método siempre comporta una reducción en el ámbito abarcado
de la realidad estudiada. Esta reducción es especialmente necesaria si se quiere alcanzar uno
de los objetivos que persigue la ciencia empírica y que consiste en controlar, de alguna
manera, la realidad: ciencia empírica es «aquella actividad humana en la que se busca un
conocimiento de la naturaleza que permita obtener un dominio controlado de la misma»
[Artigas 1999: 15].
La reducción metódica que determina el modo en que contemplamos con esa ciencia la
realidad, lo que observamos y lo que dejamos fuera de nuestra consideración, es
completamente necesaria para alcanzar los objetivos de la actividad científica. Los problemas
surgen cuando se olvida que emplear un método implica reducción o, simplemente, se afirma
de una manera positiva que sólo es real aquello que se hace presente a través de un método
particular, por muy complejo que sea. Esa afirmación, en realidad, lo que hace es otorgar un
carácter global, que es propio de la filosofía, a una ciencia particular. El problema radica en
que este modo de proceder deja fuera de la realidad, de una manera arbitraria, aspectos que
son reales pero no capturables por dicho método. Como esos aspectos omitidos o negados
pertenecen a la realidad, antes o después reclamarán su presencia en nuestro conocimiento y,
entonces, se ofrecerán para ellos explicaciones inadecuadas por que no se ajustan al método
con el que se explican. También se creará una situación propicia para que se ofrezcan
respuestas ideológicas a los problemas que surgen como consecuencia del mencionado
desajuste. La disciplina que trata de abarcar la totalidad desde su método particular se desliza
por la pendiente del reduccionismo y, entonces, con propiedad se le puede añadir al nombre
de dicha disciplina el sufijo “ismo”.

Pretender explicar con la teoría de la evolución todos los fenómenos de nuestra


experiencia, incluyendo realidades tan humanas como el amor, por ejemplo, la realidad de
Dios, la moral, etc., sería constituir a dicha teoría en una especie de filosofía en la que
necesariamente habría que introducir elementos ajenos a la misma
Evolucionismo significaría, en este contexto, una cosmovisión en la cual el mundo
natural se contempla y explica en su totalidad a través del método desarrollado por la teoría de
la evolución. Esta pretensión, que puede constatarse en algunos autores actuales, no es en
absoluto legítima [Artigas-Giberson 2007]. La situación es paralela, aunque con sus propias
características, a la que se derivó del nacimiento de la mecánica. La física del siglo XVII
constituyó una verdadera novedad en el modo de entender la realidad natural y trajo consigo
multitud de beneficios para la humanidad. Pero junto con la disciplina científica también se
desarrolló un modo de pensar globalizante, y por tanto de carácter filosófico, que recibió el
nombre de mecanicismo o filosofía mecánica. El nacimiento de una nueva ciencia en la que se
ofrecen resultados satisfactorios y respuestas a problemas antes no resueltos, y en la que se
abren perspectivas de alcanzar nuevos e importantes conocimientos, constituye siempre una
ocasión para incurrir en un reduccionismo. La ocasión será tanto más tentadora cuanto más
poderoso sea el método y más espectaculares sean los resultados alcanzados con la nueva
ciencia.

El mecanicismo ejerció una gran influencia en el pensamiento durante tres largos siglos.
Entró en crisis como consecuencia del avance de la misma ciencia física. El evolucionismo,
como reduccionismo, también ejerce en la actualidad gran influencia en muy diversos ámbitos
y está presente en los escritos de algunos divulgadores científicos que han conseguido hoy en
día gran audiencia.

Incurriría en un reduccionismo evolucionista, por tanto, el que quisiera explicar toda la


realidad desde los elementos metódicos que emplea la teoría de la evolución. Pretender
explicar con la teoría de la evolución todos los fenómenos de nuestra experiencia, incluyendo
realidades tan humanas como el amor, por ejemplo, la realidad de Dios, la moral, etc., sería
constituir a dicha teoría en una especie de filosofía en la que necesariamente habría que
introducir elementos ajenos a la misma. La experiencia de la mecánica es muy ilustrativa de lo
que entraña la pretensión de abarcar toda la realidad con un método científico. En el caso de la
mecánica no sólo se vio que era insuficiente para asumir un papel que es propio de la filosofía,
sino que ni siquiera sirvió para explicar toda la realidad de su propio tema: la del movimiento
físico.

La confusión de la teoría de la evolución con el evolucionismo es frecuente y ha dado


lugar a controversias como la que ha enfrentado el darwinismo con el creacionismo o, más
recientemente, con el “Diseño Inteligente”. Las pugnas de este tipo no llegan nunca a ningún
puerto porque, ordinariamente, la discusión se centra en aspectos de ámbito filosófico. Este es
precisamente el ámbito que los contendientes no pueden alcanzar al pretender mantenerse
dentro de la ciencia. El recurso a ideologías, al menos implícito, hace el acuerdo imposible.

La distinción anterior guarda relación con la acusación dirigida por algunos contra la
teoría de la evolución de que no es propiamente ciencia sino filosofía. Esta acusación no
equivale a lo que señalan autores como Artigas cuando dicen que toda ciencia tiene una serie
de presupuestos filosóficos. Lo que en realidad dicen es que las afirmaciones que caen dentro
del tema de dicha ciencia son de ámbito filosófico y no están sustentadas por un método
propiamente científico. En la base de esta acusación está el no tener suficientemente en
cuenta la distinción que estamos comentando y entender por teoría de la evolución alguna de
las formas de evolucionismo.

Los problemas con los que se tuvo que enfrentar la filosofía, especialmente durante la
primera mitad del siglo XX, en relación con el llamado “problema de la demarcación”, es decir,
el problema de la determinación de si algo es ciencia o no lo es, ha llevado a adoptar criterios
más bien amplios y llenos de matices en la delimitación de lo que constituye a una disciplina
como ciencia. Si se exigiera por ejemplo que una teoría, para que fuera científica, tuviera que
poseer capacidad predictiva, como ocurre con la Física, entonces efectivamente habría que
poner entre paréntesis o negar la cientificidad de la teoría de la evolución. El mismo
Dobzhansky afirma: «Los que pretenden que la predicibilidad es esencial para una teoría
científica pueden burlarse de la teoría de la evolución por considerarla anticientífica»
[Dobzhansky 1983: 405-406]. Hoy se pone más bien el énfasis en la sistematicidad como
peculiaridad de la ciencia [Hoyningen-Huene 2008], y no se pretende establecer una
demarcación de sus límites tan precisa que se niegue la consideración científica a disciplinas
que sí lo son, aunque su método no responda a un paradigma tan neto y bien establecido
como el de las matemáticas o la física, por ejemplo.

El debate sobre el naturalismo surge también en este contexto. El naturalismo, en su


acepción más común y fuerte, defiende que toda la realidad se resuelve y se explica por leyes
naturales: naturalismo ontológico. Algunos críticos de la teoría de la evolución la han acusado
de ser naturalista. También en este caso parece que es mas justo acusar de naturalismo, en
este sentido fuerte, al evolucionismo. Por otra parte parece justificado defender que sólo se
puede recurrir a leyes naturales cuando se quieren explicar fenómenos que no se salen del
ámbito de la naturaleza material. Defender esto último sería defender lo que podría llamarse
naturalismo metodológico. La ciencia es legítimamente naturalista en este último sentido, es
decir, cuando no se erige a sí misma como un conocimiento de carácter global, lo cual es
específico de la filosofía.

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