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Por
Fernando de Trazegnies Granda
Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú
1. La responsabilidad extracontractual
Este artículo es, sin duda, la norma emblemática de la responsabilidad
extracontractual. Al parecer, fue propuesta en el s. XVII por el eminente jurista
francés Jean Domat1; y, desde entonces, a pesar de las variaciones y de
las innovaciones ocurridas a lo largo del tiempo, se conserva bajo la forma de ese
principio fundamental que ordena que todo aquel que causa un daño a otro estar
obligado a indemnizarlo.
El principio está basado en la idea de la responsabilidad subjetiva que si
bien no es necesariamente la concepción más antigua de la responsabilidad, es
1 MAZEAUD, Henri y Léon, y André TUNC, Traité 'Théorique et Pratique de la Responsabilité Civile
Délictuelle et Contractuelle, 6.“ ed., Editions Montchrestien. Paris, 1965, N.° 36,1.1, pp. 45 y 46.
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Artículo 1969o: Indemnización por daño moroso y culposo / Fernando de Trazegnies Gratula
Uno de los aspectos generales -vale decir, que afectan a cualquier tipo de
responsabilidad extracontractual, sea por acto ilícito o por acto riesgoso- está
constituido por las condiciones en que opera la solución jurídica del problema
causado por el daño.
Como puede apreciarse, el texto del artículo 1969 establece no solo ciertas
causales del daño sino que también determina lo que debe hacerse con la
víctima; y esta determinación tiene carácter general para todos los casos de
responsabilidad extracontractual, cualquiera que sea su causa o modalidad: la ley
ordena que cuando se produzca un daño, el causante está obligado a indemnizar a
la víctima.
2 Con referencia a estos dos últimos tipos de responsabilidad, podría sostenerse que no son quizá dos
tipos de responsabilidad objetiva, sino más bien una suerte de obligación de fianza, en tanto que el
demandado responde solidariamente frente al tercero damnificado por los actos de su dependiente o
por el incapaz a su cargo, pero puede repetir contra el patrimonio del causante directo del daño.
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2.1 El dolo
2.1.1. El dolo en los textos anteriores al Código de 1984
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3 Explicación del autor de estos comentarios del concepto de “disposición”, conforme al contexto.
4 MAZEAUD, frailé Théorique et Pratique de la Responsabilité Civile Délicluelle et Contractuelle,
cit., N.° 42,1.1, p. 53.
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Derecho Penal, por lo que la indemnización por los daños resultantes de un acto
delictuoso tenía que ser solicitada ante el juez penal de la causa que conocía el
delito5. No cabe duda de que los autores de tal jurisprudencia no conocían los
debates en la Asamblea Legislativa francesa que aprobó el Código de Napoleón,
"abuelo” del Código peruano de 1936, en este tema. Y por ello no conocían en
absoluto las declaraciones de Tarrible que es tan preciso en la descripción de la
voluntad de la ley de crear una reparación uniforme para todo tipo de daños.
Como resultado de ello, durante buena parte del s. XX, las indemnizaciones
por daños resultantes de delito eran consideradas en el Perú por los jueces
penales con criterios muy variados: unas veces eran excesivamente altas, porque
el juez penal las consideraba desde un punto de vista punitivo; en otros casos
eran excesivamente bajas porque, siempre considerando que la indemnización
tenía carácter punitivo, se consideraba que el reo tenía ya bastante con la pena de
cárcel y el pago a la víctima era una mera adición a la pena, que había que regular
prudentemente.
2.I.4. La recuperación del dolo dentro del Derecho civil y del fuero civil
El artículo 1969 del Código Civil de 1984 ha recuperado para el fuero civil
la responsabilidad que resulte de daños a un tercero, por causa de dolo,
mencionándolo específicamente junto con la culpa.
Esto significa que la diferencia entre lo penal y lo civil no está en la na-
turaleza dolosa o por culpa del acto (hay delitos culposos), sino en la perspectiva
diferente desde la cual el mismo acto es tratado por el Derecho Civil y por el
Derecho Penal. Así, si se persigue descubrir y castigar al autor de un hecho
doloso porque ha atentado contra la seguridad y el orden público, debe intervenir
el Derecho Penal. En cambio, si se persigue más bien reparar víctima de un
hecho, doloso o no, debe intervenir el Derecho Civil; y el conocimiento del
proceso judicial que persigue una indemnización para la víctima corresponde en
este caso al fuero civil, sin perjuicio de que paralelamente exista un proceso
penal contra el causante, la que persigue sancionar el delito. Y puede suceder que
el causante sea considerado libre de responsabilidad penal y, sin embargo, en el
fuero civil se le obligue a pagar una indemnización por daños y perjuicios.
5 Ejecutoria Suprema de 15.05.1978, Revista de Jurisprudencia Peruana, Junio de 1978, N.° 413, p. 621.
Ejecutoria de 12.09.1978, Revista de Jurisprudencia Peruana, Diciembre de 1978, N.os 418 y 419, p. 959-
Ejecutoria Suprema de 15.08.1978, cit., p. 854. Ejecutoria Suprema de 04.08.1978, cit., p. 959, etc.
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2.2. La culpa
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Artículo 1969a: Indemnización por daño moroso y culposo / Femando de Trazegnies Guinda
el artículo 1969 que comentamos se refiere al dolo solo para resaltar que
constituye parte de la culpa y más bien ignora toda referencia a grados de culpa,
sin establecer ninguna distinción en los efectos que en esta materia puede tener el
dolo y la culpa y, menos aún, las diferencias entre niveles del culpa no dolosa.
La razón fundamental de esta ausencia de distinciones estriba en que la
responsabilidad extracontractual tiene como propósito, según se ha dicho
anteriormente, regresar a la víctima al estado indemne, reparar el daño que le ha
sido causado. Por consiguiente, toda reparación debe constituir una re- titutio in
integrum, es decir, debe medirse por la naturaleza del daño y no polla naturaleza
de la infracción. Los grados del culpa son relevantes cuando lo que se pretende
es sancionar al culpable: en tal caso, sería injusto sancionar por igual a quienes
tienen culpas de diferente grado. Pero cuando se trata de restituir a una persona a
la condición que había tenido antes de ser la víctima de la culpa de otro, todo lo
que cuenta es la magnitud del daño a efectos de determinar el monto de la
reparación.
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en las conciencias de las personas sino que tienen inevitablemente que basarse en
los hechos documentados y de conocimiento público. Por otra parte, en muchos
casos, la exoneración de responsabilidad por "motivos personales”, dejaría
desamparadas a víctimas que, cualquiera que sea la circunstancia particular del
causante, no tienen por qué resultar afectadas con la falta de una reparación.
Por consiguiente, el juez se ve obligado a estudiar la culpa in abstracto para
establecer la responsabilidad extracontractual, es decir, aquella perspectiva de la
culpa según la cual esta se determina comparando la conducta del causante con
una conducta objetiva o ideal en tales circunstancias: el buen padre de familia, el
conductor eficiente y razonable, etc.
Este es uno más de los casos en que el Derecho se distingue -lícitamente-
de la moral: mientras que una determinada conducta puede ser considerada
moralmente como libre de culpa, si la analizamos in concreto, esa misma
conducta es considerada culpable por el Derecho, dado que este la analiza in
abstracto comparándola con un patrón objetivo de conducta y, en función de
ella, declara haber lugar al pago de una indemnización.
Quizá estos conceptos pueden ser vistos de manera más clara si recurrimos
a una escenificación de la situación para entenderlos. Tomemos un ejemplo que
el autor de este comentario creó hace algunos años con este propósito.
Una persona acaba de recibir la noticia de que su madre se está muriendo.
Toma su automóvil y se dirige rápidamente al hospital para acompañarla en sus
últimos minutos. Embargado como está por la emoción, no tiene una atención
plena en el manejo; cuando menos, no maneja con la misma atención que una
persona normal en circunstancias normales. Y, por otra parte, conduce
sumamente rápido porque quiere alcanzar a ver a su madre aún viva. En tales
circunstancias, ciertamente no le hubiera sido posible conducir normalmente
porque no está en un estado de ánimo normal ni en circunstancias normales. Sin
embargo, tampoco es capaz de darse cuenta de las repercusiones de tal estado de
ánimo alterado sobre sus actos y sobre la rapidez de sus reacciones.
De pronto, se cruza un peatón; y aunque quizá, si hubiera tenido una
atención más despierta, hubiera podido evitar atropellarlo, en las condicio
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c) Dificultades de la distinción
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6 MAZEAUD, Traité Théorique et Pratique de la Responsabilité Civile Délictuelle et Contractuelle, cit., N.»
429,1.1499.
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7 Loe. cit.
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Artículo 1970°
RESPONSABILIDAD POR RIESGO
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1. La responsabilidad objetiva
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8 MAZEAUD, Traité Théorique et Pratique de la Responsabilité Civile Délictuelle et Contractuelle, cit., N.°
71-73,1.1, pp. 78-80.
9 MAZEAUD, Traité Théorique et Pratique de la Responsabilité Civile Délictuelle et Contractuelle, cit., N.°
73,1.1, p. 79.
10 OLAECHEA Y OLAECHEA, Manuel Augusto, El problema de la responsabilidad extracontractual en el
nuevo Código Civil, Lima, 1940.
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11 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de la Lengua Española. Riesgoso, sa.: adj. Am. Aven-
turado, peligroso, que entraña contingencia o proximidad de un daño.
12 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de la Lengua Española. Peligroso, sa. (Del lat. peri-
culosus). 1. adj. Que tiene riesgo o puede ocasionar daño.
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con causantes impersonales, como la pérdida del líquido de los frenos del
automóvil, fallas en los instrumentos de un avión, etc.
De la inevitabilidad de todo ello se deriva la conclusión que la única
manera de evitar totalmente esos daños adicionales que resultan de la utilización
de las nuevas tecnologías, es prohibiéndolas. Si se prohíben los automóviles y
los autobuses de transporte interprovincial, lógicamente no habrá nunca un
accidente lamentable producido por la utilización de esas tecnologías. Y a la
inversa, por más que se sancione severamente a los conductores que manejen a
excesiva velocidad, a los distraídos, a los choferes de ómnibus que se duermen
sobre el timón, etc., siempre habrá un cierto número de accidentes al año debido
a esas causas. Si no se quiere llegar hasta prohibirlas, cuando menos hay que
convertirlas en inofensivas estableciendo que no se pueden producir y vender
vehículos automotores que vayan a más de 5 km por ahora y que no pasen de un
cierto peso y tamaño, que todos los vehículos se encuentren rodeados de
colchones de algodón (como el juego de “los carros que chocan” en las ferias)
para amortiguar cualquier golpe, etc. etc.
Pero, ciertamente, nadie que esté en su sano juicio aprobaría una tal nor-
matividad. Ciertamente, esas tecnologías traen inevitablemente problemas pero,
por otra parte, dan facilidades que son indispensables en la vida actual. Por
consiguiente, cuando nosotros negamos que se prohíba la circulación de
automóviles sabemos que inevitablemente habrá un número de muertos y
accidentados cada año, en mayor o menor grado según los controles de licencia
de conducir, velocidad adecuada, ausencia de alcohol o drogas en quien
conduce, etc. Pero lo grave es que, a pesar del máximo cuidado en las
precauciones legales, el porcentaje de tales accidentes nunca podrá llegar a cero.
Por tanto, sin tomar consciencia de ello, todos los que usamos esas nuevas
tecnologías hemos colocado a los muertos y heridos en un lado de la balanza y a
la celeridad de comunicaciones, la confortabilidad del transporte, etc., en el otro
lado de la balanza. Y es así como hemos optado porque mueran cierto número de
personas cada año como si fuera una condición para poder gozar de las ventajas
de movilizarse en un vehículo automotor.
Por consiguiente, ¿quién se beneficia con este riesgo creado? Ciertamente,
el fabricante del vehículo, ciertamente la empresa de transportes que lo utiliza y
su personal, ciertamente también los pasajeros; pero, en realidad,
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13 Citado por Juan José CALLE, Código Civil del Perú, Lima, 1928, p. 702, nota al artículo 2191-
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El planteamiento más político que jurídico que lleva a penalizar a los que
tienen un mayor patrimonio solo por el hecho de disponer de un mayor
patrimonio, ha sido denominada como el principio del “deep pocket” o bolsillo
profundo: quien tiene el bolsillo más grande, paga. En realidad, podríamos
denominarla “justicia a lo Robín Hood”: quitarle a los ricos para darles a los
pobres. A juicio de quien escribe estos comentarios, eso no es sino parte de una
emotiva demagogia pretendidamente revolucionaria que ha intentado llegar
hasta el Derecho, pero que se encuentra con la barrera de la racionalidad:
Indudablemente, de acuerdo con la teoría de la distribución social del daño,
si se produce un accidente entre un camión que transporta la mercadería de una
empresa y un trabajador peatón que regresa a su casa, sería a la empresa a quien
le tocaría realizar el pago de los daños sufridos por el peatón. Pero esta
conclusión no se basa en la teoría del “riesgo-provecho” de la que antes hemos
hablado; porque no es que la empresa se beneficie con el riesgo creado al poner
un camión en circulación, sino que es la sociedad toda la que se beneficia con el
hecho de que esa empresa coloque sus productos en diversos puestos de venta al
alcance de la población. Tampoco su obligación de pagar los daños se derivaría
del hecho de que la empresa tiene un capital mayor que el del peatón y, por
consiguiente, ese pago le va a afectar menos el bolsillo, como lo proponen los
seguidores del principio del “deep pocket”, porque nadie puede ser obligado a
pagar suma alguna de dinero solo porque tiene más dinero que otros.
La razón por la que la empresa pagaría de acuerdo con la teoría de la
distribución social del daño es porque esa empresa es la que está en mejores
condiciones de disolver la carga del daño en la sociedad toda: esa empresa
considerará ese riesgo como parte de sus costos y, consecuentemente, fijará el
precio de venta de su producto teniendo en cuenta ese costo; y de esta manera, el
monto pagado por el daño será asumido por todos los consumidores. Esa
empresa no sería propiamente “responsable” del daño sino responsable del pago
de la indemnización y vehículo para que tal indemnización pueda ser disuelta
entre toda la sociedad a través del mercado.
Pero, además, el mundo moderno nos ofrece hoy en día un sistema que
resulta muy adecuado para el tratamiento eficiente de la distribución social de los
daños: el seguro.
No hay duda de que quien mejor puede disolver socialmente el costo del
daño es el seguro; y, generalmente, cuando menos hasta ahora, existe una mayor
facilidad del propietario de un automóvil para asegurar el daño causado con su
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vehículo, que del peatón para tomar un seguro general de accidentes. Por otra
parte, si el seguro es contratado por una empresa, la aseguradora toma a su cargo
los riesgos y luego diluye el costo de la prima a través del precio de sus
productos. Por su parte, la aseguradora a su vez es un mecanismo de dilución
social del daño a través del cálculo de las primas.
En los casos de actividades generalmente más propensas a tener accidentes,
el seguro puede ser obligatorio, como es el caso de los accidentes de trabajo y
ahora también de los accidentes de automóviles.
Ciertamente, la adopción de este principio de la distribución social del daño
no excluye la aplicación del principio de la culpa cuando es el caso. La
distribución social del daño se justifica en el hecho de que toda la sociedad es en
cierta forma responsable de los accidentes frecuentes; pero, sin duda, hay
muchos de esos accidentes que se producen por una manifiesta imprudencia o
negligencia del actor.
Sin embargo, esta comprobación no implica que el seguro deje de intervenir
sino que la compañía aseguradora, luego de pagada la reparación de la víctima,
tenga el derecho de repetir contra el causante que incurrió en negligencia o
imprudencia.
Por consiguiente, el principio de la responsabilidad subjetiva y el de la
responsabilidad objetiva no se excluyen recíprocamente sino que se com-
plementan cuando la culpa es clara, a fin de que no toda la indemnización se
diluya entre toda la sociedad, sino que el autor manifiestamente culpable cubra el
monto de la reparación. Pero el proceso judicial necesario para probar la culpa no
entorpecería ni dilataría el pago de los daños, a ser realizado por el seguro.
6. Los obstáculos
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7. Los resultados
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