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FACULTAD DE DERECHO
SEPTIMA 7º COHORTE
Presentado Por:
UNIVERSIDAD DE MEDELLIN
Sin lugar a dudas, la pasada votación fue una de las más importante del pueblo colombiano
en su historia, porque de ella dependía el devenir de nuestra patria en muchas décadas.
No obstante, el trasfondo del asusto se torna nebuloso, teniendo en cuenta que, la
consolidación de la justicia para la paz, se enmarca en un inmenso cumulo injusticia e
inequidad. Al considerar que, fue la población urbana la que decidió sobre el acaecer de
una guerra que principalmente ocurrió en escenarios rurales.
El artículo 5 transitorio del acto legislativo 01 de 2017 menciona al respecto, uno de sus
objetivos es “satisfacer el derecho de las víctimas a la justicia” pero me pregunto ¿Qué se
entiende por justicia? Hace algunas décadas uno de los más importantes juristas de la
historia Hans Kelsen escribió un pequeño libro titulado ¿Qué es la justica? Desarrollo el eje
temático con gran destreza, sin embargo, llego a la conclusión la siguiente: es imposible
explicar a ciencia cierta que significa justicia, al considerar que, justicia es como dice
Michele Taruffo un sentimiento irascible. La justicia es más parecida a un sentimiento como
el amor, el miedo, en otras. Que, a un derecho de los coasociados. Entonces, ese postulado
de jurisdicción especial para la paz se queda corto. Al reflexionar por un segundo que,
justicia en materia de conflicto armado interno difiere según la paráfrasis que su interprete
quiera endilgarle. En otras palabras, el Estado Colombiano les entrega a las víctimas del
conflicto lo que él cree que es justicia y es deber de ellas acoger este significado,
acoplándolo a sus creencias.
Por otra parte, creo fervientemente en la idea que justicia en el contexto colombiano se
confunde con el concepto de orden, para nosotros estos términos son sinónimos, estamos
coaptados, es decir, odiamos el caos, el desconcierto, la anarquía, pretendemos reprimir
ese sentimiento de autodestrucción que invade cada parte de nuestro cuerpo, con una
especie de dictamen o más específicamente una ley que nos tome de la mano, como una
padre cuando lleva a un hijo por el bosque, nos muestre el camino que debemos seguir, y
somos tan optimistas que creemos que un grupo de burócratas tiene la morfina que cura
nuestras angustias. Lamento decir que esto no es verdad, los magistrados de hoy en día
se parecen más los Dioses del Olimpo, con un estatus que evoca verdadera reverencia,
con total desprecio a lo terrenal, que a los verdaderos detentores del poder jurisdiccional
impartiendo justicia para resolver los conflictos en sociedad.
En ese orden de ideas, el artículo 11° transitorio que trae a colación la sustitución de la
sanción penal, recalca la problemática antes señalada. En efecto, impetra un poder
subjuntivo sobre las decisiones de los jueces de las jurisdicciones restantes, y el único
consejo que encarga es evitar vulnerar el principio de “non reformatio in pejus” no obstante,
un principio muy importante como lo es la “seguridad jurídica” prima facie parece no
preocuparles mucho, en otras palabras, indiferencia total, este principio significa “certeza
del derecho” si no hay certeza en las decisiones de los togados no hay derecho y por ende
se extingue nuestra idea de justicia. Cabe recalcar, no estamos en presencia de un sistema
judicial típico de justicia retributiva, ese no es el objetivo, el proceso de paz tiene una
connotación netamente política, un conflicto que inicio por interés políticos debe terminar
de la misma forma, claro está, estos elementos jurisdiccionales que deben hacerse
necesariamente, han de estar acordes al objetivo del acuerdo, la reparación de las víctimas
y no solo imponer sanciones.
Cabe recalcar, la dignidad humana es el eje central de nuestro Estado Social de Derecho,
proporcionalmente, el punto clave de la justica especial para la paz son las víctimas. Es
decir, todo lo relacionado con este punto, debe ramificarse bajo la tesitura que las víctimas
son el principio coaxial de esta nueva aventura que intenta aplicar nuestro Gobierno, debo
decir Colombia se ha convertido en los últimos años en un laboratorio prodigioso para
cualquier tipo de temas jurídicos. Nuestro lema ¡amarren nomas que en el camino
se arreglan las cargas! al parecer es el tópico de este nuevo desafío que intentamos
efectuar. Verbi gracia, el artículo 21 transitorio cuando dice; el tratamiento será simétrico en
algunos aspectos, diferenciado en otros, pero siempre equitativo, equilibrado, no hay que
ser un genio para entender que, si es simétrico para unos y asimétrico para otros, esto
implica la vulneración de principios como la igualdad formal y por ende estos conceptos
endilgados en el mismo párrafo equitativo y equilibrado desaparecen totalmente.
De igual forma, tenemos la falsa creencia que todos nuestros problemas políticos, sociales
y culturales se terminan constitucionalizándolos, craso error, una falacia que sin lugar a
dudas ha generado más conflictos que los que ha podido solventar. En el marco de una
Constitución que tiene 26 años de vigencia, con un número importante de reformas al texto
original, a punto de ser derogada y sustituida por una nueva, aún pretendemos que todos
nuestros problemas se solucionan agregando parágrafos, no cabe dudas, esta visión
carece totalmente de impacto. No obstante, los grandes teóricos en el ámbito jurídico
colombiano apuestan su alma y dicen irreverentemente, que esa es la solución más
plausible, ¡en un país de locura debe ser la decisión más sensata!
A simple vista, encuentro dos problemas muy notorios: en primer lugar, el acto legislativo
01 de 2017 sostiene que las medidas para la reparación a las víctimas del conflicto armado
dependen de los recursos disponibles, es decir, la reparación estaría supeditada a la
sostenibilidad fiscal. Seria magnifico, que el Estado fortaleciera sus capacidades para
garantizar la persecución de los bienes lícitos e ilícitos de los perpetradores de las
violaciones, pero también de las personas que se beneficiaron de esas violaciones, esto
ayudaría en gran medida a disminuir los costos logísticos, que devienen del erario público.
En segundo lugar, el acto legislativo conlleva una regla probatoria para la determinación de
la responsabilidad de altos mandos militares pertenecientes a la fuerza pública, desde la
perspectiva de la cadena de mando, considero que, la regla tal cual está consagrada en
norma, genera una carga probatoria demasiado onerosa a las víctimas, porque obliga a que
se demuestren una serie de circunstancias, que no necesariamente en todos los casos de
violaciones a derechos humanos por acción u omisión de agentes del Estado tengan que
concurrir, especialmente en figuras como extralimitación de funciones, los grados de
culpabilidad que se generan alrededor del conocimiento que el mando tiene sobre el
comportamiento de sus subordinados entre otros. Implica la necesidad de fortalecer la
posibilidad que tengan las victimas de exigir el derecho a la verdad, desde la perspectiva
probatoria en la responsabilidad de la cadena de mando en situación de macro
victimización, que muchas veces en un orden sistemático y masivo de violaciones se
complejiza, frente a la concurrencia de una serie de elementos que necesariamente el acto
legislativo debe dejar de contemplar con el objeto de garantizar la elucidación de los hechos
desde la verdad material.
Como segundo colofón, debo decir que, mientras no cambiemos de actitud y entendamos
que justicia no es sinónimo de orden, estamos condenados a seguir como corderos a un
grupo elitista de personas que abusan del poder que les confirió el pueblo, introduciendo
en nuestras cabezas las ideas más extravagantes. Respaldados por las normas vigentes,
se creen dueños de nuestros destinos, debemos despertar y cambiar ese estado de
interpretado en el que vivimos.