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Lanata "Un día, llamó Neustadt, me invitaba a almorzar". por La Pista Noticias
El coleccionista - Año 2008 Jorge Lanata escribio luego de la muerte de Bernardo Neustadt. "Un día, hace diez
años llamó Neustadt, me invitaba a almorzar" Durante el encuentro Neustadt le preguntó - ¿Qué cree que
tengo que hacer con el tema de la televisión? "Y cómo podía ser posible que él me preguntara a mí qué hacer?"
contó Lanata
Un día, hace diez años (aunque nunca me crean con las fechas) llamó Neustadt. Bernardo Neustadt me invitaba
a almorzar. Almorzar iba a llevarnos mucho tiempo y cierta intimidad. Le dije a mi secretaria que propusiera un
café en su oficina de Puerto Madero. Dos o tres días después, yo estaba ahí, parado frente a un inmenso cartel
que decía Neustadt, en pesadas letras de molde. “Neustadt”, en letras grises, como las del logotipo de un banco.
Dijimos cosas circunstanciales hasta que Neustadt – que hablaba moviéndose y de pie, mientras yo estaba
sentado frente al escritorio – me preguntó:
“El tema de la televisión” era el asunto del que todos hablaban en esos días: Telefe le había propuesto firmar
un contrato por rating, en el que lo obligaba a no bajar nunca de los 12 puntos. En caso contrario, levantaban
Tiempo nuevo.
Con Menem fuera del poder, Neustadt había iniciado su lento pero inexorable declive. Telefe vivía el comienzo
de la fiebre de las novelas costumbristas, los realities, los megaprogramas de veinte o treinta puntos.
La escena era un poco bizarra: ¿qué hacía yo, en esa oficina, con Neustadt, y cómo podía ser posible que él
me preguntara a mí qué hacer?
Me miró.
El sábado (7 de junio) a la tarde, el chat de Google en mi máquina explotó: “¿Te enteraste?”, “¿Viste lo de
Neustadt?”. En una habitación de hotel en Asunción del Paraguay vi a la madrugada la repetición de un
excelente programa de TN: Tiene la palabra, con Bernardo Neustadt. Alfredo Serra, Luisa Valmaggia y Ernesto
Tenembaum, entre otros, preguntaban. Ahí estaba otra vez Neustadt hablando bien de mí. Lo que se veía era
un viejo un poco triste, un poco asustado, ansioso por explicarse, con pantalón de vestir y alpargatas azules,
citando a Gandhi.
“Es una paradoja -observó Tenembaum, con inteligencia-, “en la época de Gandhi usted hubiera apoyado a los
ingleses.”
Durante la emisión, el túnel del tiempo trajo a mi memoria otro programa: una entrevista del primer Día D con
Grondona, en la que le pregunté si respetaba a su eterno compañero. Grondona se sorprendió, molesto, y tardó
cinco segundos en responder. Cinco segundos son una eternidad.
Cinco segundos.
- No -me dijo-. Respetarlo, no.
Ahora ya es de mañana y sigo, en el mismo cuarto, mirando el noticiero. Grondona y otros desfilan por la casa
de Martínez que Neustadt bautizó Tiempo Mío, y todos se llenan la boca con palabras vacías.
Ese viejo temeroso que murió tenía carisma y un gran poder de comunicación. No lo usó para la gente sino
para el poder. Pensó que estaba bien así, pero ¿quién no piensa que lo que uno hace siempre es lo correcto?
Vivió y murió solo. No le sirvió para nada tener plata en el banco. Si puede, que descanse en paz.