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Lanata sobre Neustadt

Lanata "Un día, llamó Neustadt, me invitaba a almorzar". por La Pista Noticias

El coleccionista - Año 2008 Jorge Lanata escribio luego de la muerte de Bernardo Neustadt. "Un día, hace diez
años llamó Neustadt, me invitaba a almorzar" Durante el encuentro Neustadt le preguntó - ¿Qué cree que
tengo que hacer con el tema de la televisión? "Y cómo podía ser posible que él me preguntara a mí qué hacer?"
contó Lanata

Año 2008. Por Jorge Lanata para Crítica

Un día, hace diez años (aunque nunca me crean con las fechas) llamó Neustadt. Bernardo Neustadt me invitaba
a almorzar. Almorzar iba a llevarnos mucho tiempo y cierta intimidad. Le dije a mi secretaria que propusiera un
café en su oficina de Puerto Madero. Dos o tres días después, yo estaba ahí, parado frente a un inmenso cartel
que decía Neustadt, en pesadas letras de molde. “Neustadt”, en letras grises, como las del logotipo de un banco.
Dijimos cosas circunstanciales hasta que Neustadt – que hablaba moviéndose y de pie, mientras yo estaba
sentado frente al escritorio – me preguntó:

-¿Y usted qué cree que tengo que hacer?


-¿Perdón?
-¿Qué cree que tengo que hacer con el tema de la televisión?

“El tema de la televisión” era el asunto del que todos hablaban en esos días: Telefe le había propuesto firmar
un contrato por rating, en el que lo obligaba a no bajar nunca de los 12 puntos. En caso contrario, levantaban
Tiempo nuevo.
Con Menem fuera del poder, Neustadt había iniciado su lento pero inexorable declive. Telefe vivía el comienzo
de la fiebre de las novelas costumbristas, los realities, los megaprogramas de veinte o treinta puntos.

- ¿Qué cree que tengo que hacer con el tema de la televisión?

La escena era un poco bizarra: ¿qué hacía yo, en esa oficina, con Neustadt, y cómo podía ser posible que él
me preguntara a mí qué hacer?

- ¿Usted tiene plata en el banco? -le dije. Neustadt sonrió, benevolente.


- Sí, claro.
- Entonces deje.

Me miró.

- Deje. Deje ahora. Porque lo van a destruir.

La televisión es una mierda -me dije mientras salía de Puerto Madero.


Ahí estaba su mejor alumno, el tipo que había hecho durante años todo el trabajo sucio para todos y no le daba,
siquiera, un par de meses de rating bajo. Treinta años después, ni eso se había ganado.
Ese tipo, solo, rodeado de mujeres que redecoraban sus casas de Punta del Este, que luchó en sus últimos
años hasta la desesperación para tener prestigio entre sus pares o entre los estudiantes de comunicación,
comenzó a hablar bien de mí en los reportajes. Yo, desde lo pequeño, odiaba que me mencionara. Me parece
que nadie puede estar orgulloso de su odio. Deberíamos avergonzarnos de odiar; es algo que nos sujeta, nos
quita libertad y nos vuelve mínimos.

El sábado (7 de junio) a la tarde, el chat de Google en mi máquina explotó: “¿Te enteraste?”, “¿Viste lo de
Neustadt?”. En una habitación de hotel en Asunción del Paraguay vi a la madrugada la repetición de un
excelente programa de TN: Tiene la palabra, con Bernardo Neustadt. Alfredo Serra, Luisa Valmaggia y Ernesto
Tenembaum, entre otros, preguntaban. Ahí estaba otra vez Neustadt hablando bien de mí. Lo que se veía era
un viejo un poco triste, un poco asustado, ansioso por explicarse, con pantalón de vestir y alpargatas azules,
citando a Gandhi.
“Es una paradoja -observó Tenembaum, con inteligencia-, “en la época de Gandhi usted hubiera apoyado a los
ingleses.”

Durante la emisión, el túnel del tiempo trajo a mi memoria otro programa: una entrevista del primer Día D con
Grondona, en la que le pregunté si respetaba a su eterno compañero. Grondona se sorprendió, molesto, y tardó
cinco segundos en responder. Cinco segundos son una eternidad.
Cinco segundos.
- No -me dijo-. Respetarlo, no.

Ahora ya es de mañana y sigo, en el mismo cuarto, mirando el noticiero. Grondona y otros desfilan por la casa
de Martínez que Neustadt bautizó Tiempo Mío, y todos se llenan la boca con palabras vacías.
Ese viejo temeroso que murió tenía carisma y un gran poder de comunicación. No lo usó para la gente sino
para el poder. Pensó que estaba bien así, pero ¿quién no piensa que lo que uno hace siempre es lo correcto?
Vivió y murió solo. No le sirvió para nada tener plata en el banco. Si puede, que descanse en paz.

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