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El estilo y diccion del Evangelio de

Juan
1. La sencillez. La primera impresión que se recibe al leer algún pasaje de Juan es la
de la sencillez del vocabulario y del estilo. Ni el lector más sencillo se asusta, ya que
halla delante de sí vocablos muy conocidos, a menudo cortos, como lo son luz, vida,
palabra (o verbo), pecado, mundo, amor, saber, conocer, ver, testificar, creer, etc.
Además de eso las oraciones gramaticales son casi siempre breves, enlazándose las
cláusulas con «y» o «mas» (pero). sin las complicaciones de intrincadas cláusulas
subordinadas.

2. La profundidad de los conceptos. Volveremos otra vez a considerar los profundos


temas de Juan, pero notamos aquí lo que es obvio a todo lector atento: que la
aparente sencillez del vocabulario y del estilo de Juan le lleva inmediatamente a
profundos conceptos relacionados con la vida y la condición del hombre, con las
manifestaciones que Dios da de sí mismo, con el desarrollo de las edades, y con el
gran conflicto entre la luz y las tinieblas. No es que Juan nos engañe por una
apariencia espúrea de sencillez, sino que sus profundas meditaciones e intuiciones,
basadas siempre en la persona y las enseñanzas del Verbo, le llevan muy directa y
limpiamente a la verdad, siéndole natural —en ello se revela el genio y el
temperamento del escritor— expresarla en voces y figuras de gran fuerza vital,
comunes a la vida humana, sin necesidad de envolverla en ropaje teológico o
filosófico. El concepto del «Logos» es filosófico en otros escritos, pero aquí Juan lo
convierte en un título que expresa al Hijo encarnado como revelación del Padre, y
su sentido esencial está al alcance de todo niño en Cristo.

3. La influencia del arameo. El griego de la última etapa de la obra literaria de Juan


es bueno, dentro de su estilo peculiar, pero las frases cortas, colocadas en series
paralelas o antitéticas, nos recuerdan la literatura hebrea. Tenemos un ejemplo de
«frases acumuladas» en los primeros versículos del Evangelio: «En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.» La repetición enfática del
sustantivo principal (aquí «el Verbo») es otro conocido rasgo de su estilo. Pero, a la
manera de la poesía hebrea, las cláusulas pareadas o asociadas pueden ser de
contraste, o expresiones positivas seguidas por negativas que dan el mismo sentido:
«Porque no envió Dios a su I lijo al inundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo sea salvo por medio de él» (3:17); «vosotros sois de abajo. yo soy de arriba;
vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo» (8:23): «él confesó, y no
negó» (1:20); «en la casa de mi Padre muchas moradas hay; si no fuera así, os lo
hubiera dicho» (14:2).

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