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Efectivamente, para el
pensamiento racionalista
moderno el carácter de la
alquimia es fundamentalmente
especulativo, lo que la catalogaría
como pseudociencia debido a la
imposibilidad de ajustarse al
método científico. También en la
anterior definición se apunta
como finalidad principal la
búsqueda de la piedra filosofal (sustancia capaz de transformar un
metal vulgar como el plomo en oro) y la panacea o medicina
universal a través de operaciones experimentales relativas a la
transmutación de la materia, lo cual es sin duda cierto aunque sólo
“a grosso modo”, ya que el procedimiento alquímico puede
comprender cualquier tipo de fenómeno físico o químico de la
materia, así como la alquimia espiritual (parte importantísima de
dicho procedimiento) implica un proceso de transmutación psíquico
(de la psique o alma del operador). Es este componente espiritual el
que al parecer otorga el “carácter esotérico” a la alquimia, junto con
el ancestral, sagrado y difuso origen de ésta.
Una vez dicho todo esto, vamos a hacer un repaso serio y más
concienzudo del arte alquímico.
La etimología del término “alquimia” es motivo de controversia; se
le han atribuído diversas raíces, seguramente porque el origen de
esta palabra en sí se remonta a tiempos inmemoriales. Normalmente
se suele aceptar como origen más inmediato la palabra que los
filósofos árabes usaban para designar a la alquimia: “al-kimiya” o
“al-kimia” (de aquí derivó al latín medieval “alchimia” y al francés
antiguo “alquimie”). Esta palabra árabe, a su vez, puede tener su
origen en:
-El griego clásico “chemeia” (con el añadido del artículo arábigo al-)
cuyo significado sería “lo que fluye, mana o discurre” en el sentido
particular del metal fundido, la misma fusión o toda obra hecha de
un metal fundido. Similar a la palabra también griega “khyma”
(fusión, mezcla de líquidos).
-El nombre “al khem” con que los árabes designaban a Egipto,
similar a la propiamente egipcia “keme” o “khmi”, que alude a la
“tierra negra”, o tierra negra fértil. Algunos autores árabes lo
traducen por “tierra sabia”, o “tierra de conocimiento”, como es el
caso de Idries Shah Sayed (autor sufí contemporáneo).
En todo caso se advierte la vía arábiga, pues la árabe fue una cultura
que asimiló los principios del arte alquímico muy probablemente de
la misma fuente, Egipto, y los desarrolló y propagó a la vez que se
expandía su civilización, además de tener perfecto conocimiento de
la vertiente griega del estudio alquímico que floreció también
alrededor del foco de Alejandría sobre todo y también de los
trabajos persas e indos al respecto. Un auténtico crisol cultural que
recogió sin duda el testigo del arte alquímico.
Desde una perspectiva histórica general podemos distinguir dos
tendencias principales en la alquimia, que parecen ser
independientes, al menos en sus primeras etapas (y teniendo en
cuenta la falta de datos fehacientes acerca del origen del arte): la
alquimia oriental, centrada en China y su zona de influencia cultural
y en la India y con una datación histórica bastante similar, y la
alquimia occidental, cuyo centro se desplazó a lo largo del tiempo
entre Egipto, Grecia y Roma, el mundo islámico, y finalmente de
nuevo a Europa.