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Héctor López
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Primera parte
En el nacimiento de la ciencia cognitiva a mediados del siglo XX,
encontramos una metáfora que podemos llamar fundante: es la
"metáfora del ordenador" como modelo de los procesos
mentales en general, y de la función cognitiva en particular
(pensamiento racional, adquisición de conocimientos,
inteligencia, memoria).
2. Inteligencias vacías
Para quienes pensamos estas cosas con el psicoanálisis, vemos
que ciertas teorías recurren a un lenguaje científico, pero que,
como El caballero inexistente de Ítalo Calvino, son una
hermética armadura formal que recubre un vacío. Son teorías de
una inteligencia sin sujeto, como bien queda plasmado en el
siguiente párrafo: “Para el MIT la idea de que debe haber un
agente que «realice el acto de pensar» es sólo un eco moderno
de la idea de que debe haber un «alma» en la glándula pineal”
(Turkle 1980, p. 266).
No deja de interesarnos esta idea de un pensamiento sin
“alguien” que los piense, en la medida que nos evoca
fuertemente al inconsciente freudiano.
Pero no debemos olvidar la sentencia freudiana: “donde eso era
(la máquina formal), el sujeto debe advenir” (Wo Es war soll Ich
werden) (Freud 1933, p. 74). Que la “máquina formal” del
lenguaje es materia muerta sin el sujeto, queda sintentizado en
la siguiente frase de Lacan: “Pues todo ese significante, se dirá,
no puede operar sino estando presente en el sujeto. A esto doy
ciertamente satisfacción suponiendo que ha pasado al nivel del
significado” (Lacan 1957, p. 190).
Por otra parte, sería difícil para un psicoanalista que haya leído
el “Proyecto de psicología para neurólogos” de Freud, no estar
de acuerdo con los filósofos de la mente que no admiten que
“debe existir un agente pensante, un «yo» para que tenga lugar
el pensamiento, idea a la que Minsky tilda de pre-científica”
(Turkle 1980, p.265). Idea a la que también Freud, y luego
Lacan, consideran teóricamente oscurantista y clínicamente
tendenciosa. Dice Freud: el yo es apenas el “payaso del
circo” [3] y no el agente de la razón, al menos no de “la razón
desde Freud”, según reza el título de “La instancia de la letra en
el inconsciente o la razón desde Freud” de J. Lacan.
Ante este problema, el cognitivismo debe resignarse al yo, dice
F. Varela, como un mal necesario (Varela 1986), ya que la
creencia en un yo es imposible de remover, no sólo en el sujeto,
sino también en el investigador. A la pregunta ¿quién piensa?
No habría más remedio que responder “yo”.
Sin embargo, cognitivistas como Varela, como Minsky o como
Pappert, saben que existe otro nivel de determinación de los
fenómenos mentales, pero seducidos por la “autonomía
funcional” de los procesos “inteligentes” que se instancian en
ese nivel segundo, no atinan a colocar allí a ningún sujeto. Para
ellos la noción de sujeto acaba en las funciones del yo. Si no
existe el yo, pues bien, tampoco existe el sujeto. El “ser” es una
entidad metafísica.
Pero el psicoanálisis afirma que ese yo es apenas una instancia
narcisística que “cree” actuar de acuerdo a sus intereses, pero
que desconoce una parte oscura de sí mismo, un saber que se
le escapa y que lo escinde entre lo que cree saber, y una verdad
inconsciente que no es la suya, sino “del sujeto”.
Si bien es cierto que los procesos son autónomos, producen sin
embargo un efecto de sujeto que puede hacer escuchar en la
superficie la verdad particular. De lo contrario, ¿Cómo justificar
una continuidad entre lo orgánico y lo simbólico por más
conexiones que se postulen? ¿Cómo hacer del cerebro la causa
última de lo psíquico? ¿Cómo llenar el abismo entre esas dos
realidades disímiles? La filosofía de la mente es en gran parte
un intento por resolver esa incógnita.
La inteligencia artificial (I.A.), campo donde se supone que las
máquinas pueden ser pensantes, ha puesto este tema de las
relaciones entre la res extensa y la res cogitans en un puesto
prioritario del debate cognitivista. Aunque el problema está lejos
de ser resuelto, hay autores que han aportado sus soluciones. El
más notable de ellos es John Searle que en su ensayo “Mentes
y cerebros sin programas” (Searle 1989, p. 413) pretende haber
arribado a la solución “definitiva” del enigma de las relaciones
mente-cuerpo, por la vía neurofisiológica. [4]
3. El inconsciente cognitivo
Sin embargo, otros investigadores cognitivistas, entre los que
valdría la pena citar a Manuel Froufe, autor de El inconsciente
cognitivo, la cara oculta de la mente (Froufe 1997), consideran
que si el ordenador es una metáfora de la mente, no lo es
menos el cerebro mismo. Esto significa que el cerebro no sería
“la” mente, homologación que aparece en muchos autores (“el
cerebro, es decir la mente”, o “la mente, es decir el cerebro”),
sino un modelo para dar cuenta de un objeto que –como el
inconsciente freudiano– tiene de “realidad” sólo la de ser un
concepto, sin referente empírico. El pensamiento positivista no
se conforma con un objeto conceptual, busca “descubrirlo” en el
mundo de las cosas, por eso un autor como D. B. Klein puede
preguntarse si el inconsciente freudiano ha sido un invento de
Freud o un el descubrimiento de una realidad (Klein 1977).
Desde la moderna epistemología “discontinuista” podríamos
responder a Klein que el “invento” de Freud hace existir al
inconsciente como objeto, o como decía Saussure: “el punto de
vista «es» el objeto”, siempre que Klein esté dispuesto a aceptar
que la ciencia actual no se ocupa de objetos empíricos sino de
objetos simbólicos, no por eso menos reales.
La idea que comentábamos de Froufe echa por tierra toda
pretensión de continuidad mente-materia, e introduce la función
del corte epistemológico al suspender la certeza “material” en
cuanto a la causalidad psíquica, y la necesidad de introducir un
orden tercero, más allá de las propiedades tanto del cerebro
como de la mente subjetiva. En el caso de Froufe sería el
concepto de metáfora, pero no como representando a un
referente material como el cerebro, sino como sucesivas
analogías que no representan a ningún objeto material en tanto
referente final, sino que sustituyen a la imposibilidad lógica de
situar la causa en lo real.
Si hablamos de un orden tercero, y si rescatábamos la idea de
Froufe (el cerebro como metáfora biológica de una metáfora
electrónica), es porque el psicoanálisis postula que ese orden
tercero es el del lenguaje, estructura simbólica cuyo origen no es
el cerebro, pero tampoco la mente, sino justamente el Otro (A).
Este Otro del lenguaje es causa del inconsciente (“el
inconsciente está estructurado como un lenguaje”, Lacan) al
mismo tiempo que causa del sujeto (“un significante —campo
del Otro— es lo que representa al sujeto para otro significante”).
Por supuesto que este “sujeto” no es el individuo de la
psicología, ni siquiera es un sujeto empírico, sino el
representante de aquella instancia que recoge los efectos
simbólicos de una causa imposible por ser inconsciente.
Tampoco en psicología cognitiva, cuando se habla de sujeto,
nos estamos refiriendo al sujeto personal de la conciencia,
tampoco al yo, sino a una entidad propia de esa disciplina.
¿Quién es ese sujeto? Ese es el problema, no sólo para
nosotros sino también para la psicología cognitiva:
“Desde luego, el sujeto cognitivo no es el que solemos entender
por tal en nuestra vida cotidiana. No suele serlo, por lo menos.
Es decir: no suele identificarse el sujeto cognitivo con ese marco
de autoreferencia al que atribuimos, en nuestros intercambios
sociales y reflexiones personales, unas ciertas intenciones y
metas, un determinado sentido de la identidad persona, una
conciencia de segundo orden de ciertos contenidos, objetivos y
razones de conducta. Dicho en otras palabras, el sujeto
cognitivo no se identifica con el “sujeto de atribución de la
psicología natural” (Riviere 1986, p. 30).
Pero cuando se trata de definir ese sujeto en términos positivos,
un autor tan importante como el de la reciente cita se las ve en
aprietos similares a los nuestros cuando queremos definir al
sujeto psicoanalítico. Sólo dice que lo importante “es que el
sujeto cognitivo no puede identificarse con el sujeto personal”
(Riviere 1986, p. 31) ya que debe ser ubicado en un nivel
“subpersonal”. De todos modos agrega que el sujeto cognitivo
se caracteriza en términos de cierta “arquitectura funcional”, es
decir de una determinada forma de organización del sistema
cognitivo que establece “límites de competencia” en el
funcionamiento cognitivo.
Referencias
[1] Esta teoría de nivel “micro” ha dado lugar al predominio
actual del tratamiento químico para todo malestar o enfermedad
del sujeto en la cultura actual.
[2] Citado por Sherry Turkle (1980, p. 241).
[3] “El yo juega ahí el risible papel del payaso del circo, quien,
con sus gestos, quiere mover a los espectadores a convencerse
de que todas las variaciones que van ocurriendo en la pista se
producen por efecto exclusivo de su voluntad. Pero sólo los más
jóvenes entre los espectadores le dan crédito” (Freud 1914)
[4] En la segunda parte nos ocuparemos de Searle.
Segunda parte
Bibliografía citada
Bruno Mariano (2005): Relaciones entre la metapsicología
freudiana y el enfoque conexionista de la ciencia cognitiva en
cuanto al modelo de lo psíquico, Tesis de doctorado, Rosario,
2005.
Campbell, J. (1992): La máquina increíble; Lo que revelan los
nuevos descubrimientos de la Inteligencia Artificial sobre el
verdadero funcionamiento de la mente, F.C.E., México, 1994.
Freud Sigmund (1914) “Contribución a la historia del movimiento
psicoanalítico, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires,
1979, tomo 5.
Freud Sigmund (1933): “Nuevas conferencias de introducción al
psicoanálisis”, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos
Aires, 1979, tomo 22.
Froufe Manuel (1997): El inconsciente cognitivo, la cara oculta
de la mente, Biblioteca Nueva, Madrid, 1997.
Jakobson Román (1967): “Dos aspectos del lenguaje y dos tipos
de afasia”, en Jakobson R. y Halle M., Fundamentos del
lenguaje, Ayuso-Pluma, Madrid, 1980.
Klein D. B. (1977): The unconscius: Invention or discovery? A
historico-critical inquiry, Santa Mónica, CA, Goodyear.
Lacan Jacques (1946): Acerca de la causalidad psíquica, Homo
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Lacan Jacques (1953): El seminario. Libro 1. Los escritos
técnicos de Freud, Paidós, Barcelona 1981.
Lacan Jacques (1957): “La instancia de la letra o la razón desde
Freud”, en Escritos I, Siglo XXI, México, 1976
Lacan Jacques (1958): “La dirección de la cura y los principios
de su poder”, en Escritos, Siglo XXI, México, 1976.
Lacan Jacques (1960): “La subversión del sujeto y la dialéctica
del deseo en el inconsciente freudiano”, en Escritos, Siglo XXI,
México, 1976.
Lacan Jacques (1964): El seminario. Libro 11, Los cuatro
conceptos del psicoanálisis, Editorial Paidós, Buenos Aires,
1989.
Lacan Jacques (1966): “La subversión del sujeto y la dialéctica
del deseo”, en Escritos, Siglo XXI, México, 1976.
Lacan Jacques (1975): “Conferencia en Ginebra sobre el
síntoma”, en Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires,
1991.
Lévi-Strauss Claude (1945): “El análisis estructural en lingüística
y antropología”, en Antropología estructural, Eudeba, Buenos
Aires, 1973.
Lévi-Strauss, Claude (1949): “La eficacia simbólica”,
en Antropología estructural, Eudeba, Buenos Aires, 1973.
Minsky Marvin (1985): The society of mind, Simon & Schuster,
Nueva York, 1985.
Norman Donald A. (1981): Perspectivas de la ciencia cognitiva,
Paidós, Barcelona, 1987.
Raimy Victor (1984) “Conceptos erróneos y terapias cognitivas”,
en Mahoney M.J. y Freeman, A., Cognición y psicoterapia,
Paidós, Barcelona, 1988.
Riviere Ángel (1986): El sujeto de la psicología cognitiva,
Madrid, Alianza, 1986.
Searle John (1989): “Mentes y cerebros sin programas”,
en Filosofía de la mente y ciencia cognitiva, Paidós, Barcelona,
1995
Turing Alan M (1934): ¿“Puede pensar una máquina”?, en
Turing A.M. Putnam H. y Davison D., Mentes y máquinas,
Tecnos, Madrid, 1985.
Turkle Sherry (1980): El segundo yo, Ediciones Galápagos,
Buenos Aires, 1984.
Varela F., Thompson E y Rosch E. (1986): De cuerpo presente,
Gedisa, Barcelona, 1992.
Notas
[1] Todas las siguientes citas con indicación de página pero sin
nombre de autor pertenecen a este mismo texto de Searle.
[2] Resuenan en esta enseñanza los ecos de Hegel con su
concepto de negatividad como condición determinante de la
antropogénesis, y los de Lèvi-Strauss, para quien el origen de la
ley no está determinado por ninguna de las contingencias bio-
psico-sociales sino que es ella misma, la ley, determinante de
todas esas condiciones determinadas.
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