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Simha Harari Cheja

Miguel Cossío Woodward

Seminario de Literatura y Medios

18 de Junio de 2018

Nota de lectura: Walden dos

La novela de B. F. Skinner, Walden dos, ilustra una utopía científicamente construida,

cuyos métodos de organización se basan en recursos psicológicos. Skinner fue un filósofo y

psicólogo que simpatizaba con las ideas de la teoría del conductismo, que establece que los seres

humanos, y sus acciones, están determinados por estímulos externos; es decir, que todo

comportamiento es una respuesta a algún estímulo, ya sea positivo o negativo. Walden dos

describe una sociedad que habita en una especie de campamento, y opera por medio de los

descubrimientos de la teoría conductista. Lo que inmediatamente resalta con respecto a estos

planteamientos, es la cuestión de la libertad humana: ¿si la mente puede programarse para

responder de formas determinadas, qué tanta libertad hay?

La escena que nos introduce al mundo de Walden dos, y al control del comportamiento

que lo sostiene, es la imagen de un rebaño de ovejas relativamente grande. Las ovejas se

encontraban rodeadas por una cerca compuesta de una simple cuerda sostenida por trozos de

madera. Frazier explica que, inicialmente, la cuerda estaba electrificada. Sin embargo, en cierto

momento, eso dejó de ser necesario:

Pronto nos dimos cuenta de que las ovejas se mantenían dentro del cuadrado y sin tocar la cerca, por lo que

ésta ya no necesita estar electrificada. De modo que pusimos una cuerda, que es más fácil de transportar.

[…] Se ha hecho ya costumbre entre nuestras ovejas no acercarse nunca a la cuerda. Las crías lo aprenden

de sus mayores, cuya sensatez nunca ponen en tela de juicio. (B.F Skinner, 28).
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Este es el primer ejemplo claro del paradigma de organización en Walden dos. Hacia el

final de la novela —en el capítulo 34— Skinner nos regresa a esta escena de las ovejas que, en

esta ocasión, están escapando. Los habitantes de Walden dos, para este punto, pueden ser

fácilmente comparados con las ovejas: se mantienen dentro de una cerca que, en realidad, no les

impide escapar. Las personas, igual que las ovejas, han interiorizado un orden que les da cierta

comodidad o ausencia de dolor y, en consecuencia, se rehúsan a ser libres.

Esto da pie a las siguientes preguntas: ¿por qué la falta de libertad sería deseable?, ¿qué

permite que las personas no cuestionen la naturaleza de su realidad? La respuesta a esta pregunta

tendría que ver con que las utopías son espacios apartados del mundo exterior, que encierran, en

sí mismos, un ideal de felicidad. Esto recuerda a la sociedad ilustrada en Un mundo feliz, de

Aldous Huxley, donde el exceso de satisfacción es lo que permite mantener el orden del sistema.

En otras palabras, la “felicidad” es utilizada como una herramienta de poder; las personas se

mantienen en un estado de deleite (superficial), que termina por eliminar su libertad. Se podría

argumentar, a partir de esto, que las distopías son utopías para quienes no tienen consciencia.

Quienes no se dan cuenta de su falta de libertad, permanecen en la ilusión de contento que ofrece

el orden al que están sometidos.1 Por lo tanto, la libertad implica dolor.

Siguiendo esta misma lógica, Frazier menciona que el sistema para contener a las ovejas

es imperfecto porque funciona a base de estímulos negativos; es decir, utiliza el castigo. Lo que

hace más que funcional al sistema de Walden dos, es que opera por medio de recompensas (y

esto implica ciertas relaciones de poder). En dicho sistema, el poder no es represivo, y no es una

relación jerárquica unidireccional, sino que circula por toda la sociedad. Es un poder con

múltiples facetas, que se encarga no de matar, sino de producir vida, para luego controlarla

enteramente. Walden dos es un espacio de oportunidades: hay trabajo, tiempo de ocio y, en


1
Lenina Crowne es un claro ejemplo de esto.
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general, sus habitantes tienen todo resuelto. Por lo tanto, produce cierta ilusión de felicidad. Sin

embargo, los cuerpos son controlados como máquinas; son educados, producidos e integrados a

un sistema económico, lo que puede verse desde cómo los niños están condicionados para no

lamer las paletas que son colgadas de sus cuellos (Skinner, 103).

Regresando a la idea anterior, la libertad es dolor porque implica abandonar un ambiente

de comodidad (creado por un poder); implica no aceptar ningún orden establecido, lo que, para

algunos, es una fuente de angustia. Como señala Jean Paul Sartre, “no somos libres de dejar de

ser libres”; estamos condenados a serlo. Y pensarlo de esa forma es aceptar que en nosotros

mismos, y en nadie más, recae la responsabilidad total de nuestras decisiones, lo cual puede ser

muy aterrador. En adición, pensar que somos completamente libres es enfrentarse a una total

incertidumbre, donde la vida depende enteramente de nosotros mismos. Y eso, también, es

aterrador.

En conclusión, la libertad siempre implica sufrimiento, pero es la esencia de la vida

humana. En la actualidad, nuestra sociedad capitalista contemporánea tal vez se asemeje, de

cierta forma, a Walden dos. Estamos dentro de un sistema que presupone la libertad, pero

determina y controla la vida enteramente; genera sujetos endeudados de forma permanente.

Todo, hasta la forma en la que concebimos al tiempo, está al servicio de la producción de capital.

(Por eso, las carreras de humanidades se han convertido en carreras muy impopulares).
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Bibliografía

—Skinner, B. F, and Eduardo Tijeras. n.d. Walden Dos.

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