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INTRODUCCIÓN A:

SUB-UNIDAD 1.1. Bases neurobiológicas del aprendizaje autorregulado.

Las neurociencias cognitivas están de moda. En los últimos años este campo de
estudio ha tenido un auge importante que ha llegado hasta los temas educativos. Proliferan
videos en internet, seminarios, artículos de revista, insertos en periódicos y entrevistas a
expertos. Lo cierto es que el campo de la neurociencia es muy amplio y no todo lo que
aborda se puede aplicar al área pedagógica; la neurociencia va desde la farmacología y la
neurocirugía hasta el neuromarketing y sus aplicaciones a la publicidad.

Entonces, ¿qué de la neurociencia se aplica a la educación? Al menos tres aspectos


de la educación han sido del interés de la neurociencia; o mejor dicho, tres áreas de
investigación de la neurociencia han despertado el interés de la educación. Una de ellas
corresponde a los procesos de aprendizaje y memoria; otra corresponde a la compresión de
las dificultades de aprendizaje; por último, los mecanismos que subyacen al funcionamiento
ejecutivo y al aprendizaje autorregulado.

Aprendemos a pesar de nuestra voluntad. Podemos escuchar muchas veces una


canción en la radio, en la calle, en televisión, etc. y, aunque no nos guste, terminaremos
aprendiéndola. Este aprendizaje depende de la repetición del estímulo tantas veces sea
necesario como para que deje una huella en nuestra corteza cerebral; esta forma de
aprendizaje no es la que se utiliza en la escuela, puesto que no podemos repetir
incansablemente una actividad o contenido hasta que los estudiantes lo aprendan. En su
lugar se utiliza un conjunto de habilidades cognitivas de alto nivel conocidas como
funciones ejecutivas; éstas nos permiten realizar el aprendizaje autorregulado. El
aprendizaje autorregulado es aquel en que el sujeto que aprende despliega un conjunto de
habilidades para gestionar por sí mismo el aprendizaje; por cierto que el rol del profesor es
fundamental, pero como mediador en el proceso de aprendizaje.

Las funciones ejecutivas nos permiten trazar un plan y seguirlo, monitorear cada
etapa, inhibir el comportamiento no vinculado con la tarea (conversar, jugar, etc.) y dirigir
los recursos atencionales, entre otros. Estas habilidades le permiten al alumno autorregular
su aprendizaje, ajustando su comportamiento al contexto del aula.

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