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El funcionario judicial

“Quien imparte justicia debe inspirar la suficiente confianza para que quienes acudan a
él sientan la tranquilidad de que sus derechos o pretensiones no serán objeto de subasta,
ni éstos les serán desconocidos infundada y arbitrariamente”

La palabra “funcionario” viene del francés (fonctionaires). Antes de eso, existía en español
la palabra “función”, derivada del latín, en el sentido de “ejercicio de algún empleo, facultad
u oficio”. Ese ejercicio llevaba consigo la noción de cumplimiento de una obligación.

Cuando esa función se hace “pública”, el que la ejecuta es el “funcionario público”.

Funcionario público es la persona individual que ocupa un cargo o puesto en virtud de


elección popular o nombramiento conforme la ley, por el cual ejerce mando, autoridad,
competencia legal y representación de carácter oficial de la dependencia o entidad
correspondiente, y dispuesto a una vida económica mediocre.

Un sistema democrático clásico, como el que supuestamente rige Nicaragua, se sustenta


en una independencia de los tres poderes que se constituyen en los órganos directivos de
la sociedad: Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial, este último, morada del
funcionario judicial.

Lamentablemente, en Nicaragua la función judicial ha sido desde illo tempore una


Cenicienta, manoseada permanentemente en su gestión, y una especie de botín del Poder
Ejecutivo; situación que va en contra del establecimiento de un sistema de pesos y
contrapesos entre los poderes del Estado, que estén en igualdad de condiciones para
evitar arbitrariedades y privilegios de unos en perjuicio de los derechos de otros, lo cual
termina por perjudicar a la ciudadanía en su conjunto.

La función judicial tiene como objetivo resolver todo tipo de controversias, no solo entre
personas particulares, sino entre estas y determinada autoridad o entidad pública. En
síntesis, la función judicial es el recurso final de protección del derecho de las personas,
siendo por ende el más alto foro que decide cómo y a favor de quién debe aplicarse la ley;
por eso demanda la más exigente seriedad y rectitud de proceder de quien está investido
de tan alta responsabilidad, que puede juzgar incluso el honor y dignidad de personas o
instituciones.

Necesitamos funcionarios judiciales que, entre otras cosas, sean independientes,


imparciales, eficientes e idóneos. Mientras no tengamos funcionarios judiciales con esas
características, ¿de qué nos sirve pasar de procesos escritos a procesos orales, si los
mismos funcionarios judiciales ineficientes, dependientes, etc., que hoy deciden “el tuyo y
el mío”, serán los mismos que lo decidirán cuando tengamos un proceso oral? Más
importante que el cambio de procedimiento, es el cambio de mentalidad del funcionario
judicial.

Esta semana me tomó cinco días conseguir copia de un escrito, pues el expediente no
estaba en archivos, y cuando llegó no estaba foliado, por lo tanto hubo que regresarlo al
Juzgado para que allí lo foliaran y lo mandaran de regreso a archivo (queja esta
muy común en el Complejo Judicial de Nejapa).

¿El proceso oral hará que los jueces y secretarios funcionen con mayor independencia,
mayor imparcialidad, mayor eficiencia e idoneidad?

¿Les otorgara mayor independencia de las consignas políticas? ¿Se negarán a lanzar
adoquines contra el Holiday Inn? ¿Dejarán de creer que son subordinados del Ejecutivo y
de la PGR?

Quien imparte justicia debe inspirar la suficiente confianza para que quienes acudan a él
sientan la tranquilidad de que sus derechos o pretensiones no serán objeto de subasta, ni
éstos les serán desconocidos infundada y arbitrariamente… En consecuencia, el juez debe
estar revestido de una «toga» de credibilidad y de seriedad en sus actos, que le permitan
ser respetado por las partes que acuden a su decisión para resolver sus controversias.

En nuestro país, la función de administrar justicia está distorsionada. El contexto


socioeconómico incide en la formación del profesional del derecho, de manera que el
otorgar justicia en este país no se concibe como el medio civilizado de administrar justicia,
sino como una batalla por la supervivencia en el “Vietnam” que es nuestro sistema judicial.

No existe una formación ética-social del abogado en las aulas de Derecho, y no se trata de
que conozcan o no la doctrina, asunto secundario en la apreciación de la independencia
judicial; lo importante es que los que llegan a ser jueces comprendan la función que en la
sociedad tiene el funcionario judicial al administrar justicia.

Necesitamos funcionarios judiciales que conozcan el significado de la función que ejercen


para, de esa manera, alcanzar un sistema judicial que realmente funcione,
independientemente de la forma que adopte para su funcionalidad. Funcionarios con
dignidad, producto de la racionalidad, de la autonomía, de la voluntad y del libre albedrío.

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