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PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
ÍNDICE
Agradecimientos
Presentación
Introducción
1. El Naufragio
2. El mensaje de Anathor, la Ballena Blanca
3. Un viraje inesperado hacia una realidad paralela
4. La ruta que lleva al olvido
5. Recuperar el tesoro escondido
6. Romper los mapas de referencia
7. Echarse al agua
8. Descubrir en la oscuridad la luz de las estrellas
9. Avistar la Estrella Polar
10. Dar con la brújula del corazón
11. La isla del silencio
12. Gobernar el timón
13. Alcanzar a ver que el océano no termina en el horizonte
14. La luz del faro
15. Recordar el puerto para olvidar el canto de las sirenas
Epílogo
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Quiero dar las gracias a Griselda Vidiella, Ángel Giménez, Emilio Grau,
Juan Lozano y Antonio Lozano, por abrirme la puerta de sus casas y de sus
corazones. Muy especialmente a Antonio, por su apoyo y por su amor.
Y a Daniel Hernández y a Pablo Usón, por atreverse a subir a este barco
rumbo a puerto desconocido.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Prólogo
A la mayoría de nosotros nos resulta fácil hablar de aquello que hemos aprendido, pero,
¿sabemos quiénes somos realmente?
Este libro no va a desvelarte quién eres, sólo tú puedes responder a esta pregunta.
Tampoco contiene un nuevo método, técnica o saber oculto, al contrario. Este libro es
un viaje hacia el olvido.
Emprendí mi particular viaje hacia el olvido una noche en la que de repente sentí una
profunda angustia vital. Mi mente se convirtió en un pozo sin fondo al que me caí
irremediablemente mientras el corazón se me escapaba por la boca. Durante la caída vi
con claridad la delgada línea que separa lo que llamamos locura de la cordura. Y lo
cerca que están ambos mundos.
A partir de ese día mi vida dio un vuelco. Estaba acostumbrada a pisar fuerte y a
saberme invulnerable, así que cuando descubrí mi fragilidad sentí mucho miedo. Para
recuperarme cuanto antes, me agarré a lo conocido, a lo familiar. Me equivoqué. Para
recuperar mi vida, tuve que soltarla.
A veces nos preguntamos quiénes somos y qué queremos realmente, pero estamos tan
llenos de las palabras de otros que nos resulta imposible oír nuestra propia voz. Hemos
construido el día a día sobre las expectativas que pusieron en nosotros los padres, los
profesores, los vecinos, los amigos… Estamos llenos de palabras ajenas que nos marcan
el camino. Pero ese camino, ¿es realmente el nuestro?
Responder a esta pregunta para mí no fue fácil. Tuve que aprender a vaciarme. A
olvidarme de todo aquello que había aprendido y buscar un nuevo vocabulario. El mío.
Fue un viaje en solitario en el que aprendí a volver la mirada de fuera hacia adentro. Por
suerte, me encontré con personas que me tendieron la mano y, gracias a ellas, poco a
poco mi corazón empezó a latir de nuevo y mi cabeza se serenó.
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Ya con mi vida recuperada, sentí que quería devolver algo de lo mucho que había
recibido a lo largo de mi proceso. Así nació el documental Una realidad paralela, en el
cual está inspirado este libro.
Una realidad paralela habla del proceso vital de cinco buscadores. Cinco personas a las
que su andar les ha llevado a descubrir que, más allá de lo que ven nuestros ojos, la
realidad continúa.
Ellos fueron una fuente de inspiración para mí. Gracias a ellos aprendí palabras de
ilusión, de pasión, de posibilidades, de intención, de amor y de alegría. Aprendí a abrir
la mirada y a encontrar mi camino. Este libro cuenta cómo su historia y la mía se
cruzaron, y cómo ese encuentro fructificó.
Si te llevas este libro a casa, tal vez encuentres en él un montón de palabras que te
gustan. No para que te las hagas tuyas, sino para que juegues con ellas. Porque las
palabras son listas y crean posibilidades en la cabeza y sentimientos en el corazón. Y
aunque no quieras insisten, y, a poco que las dejes, te recuerdan quién eres realmente.
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–Creo que todo el mundo en algún momento necesita replantearse su vida y preguntarse si
es feliz con lo que hace. Si lo que hace es lo que quiere. Muchas veces la respuesta es no. No, eso no
es lo que quiero. Lo normal sería entrar en un proceso de cambio. Lo que pasa es que muchas
personas no quieren entrar en ese proceso porque tienen miedo. Y es que esa opción implica a
menudo tener que abandonar lo que eres. No sólo lo que tienes, sino lo que eres. Tienes que
renunciar a todo lo que sabes, a todo lo que sabes hacer… Y decir: ¡Quiero aprender! Y eso nos
cuesta a todos. Pero si te atreves a dar ese giro, la recompensa es inexplicable.
Emilio
–Antes del cambio, antes de empezar mi búsqueda y de encontrar mi camino, pensaba que
en la vida todo era cuestión de suerte. Pensaba: “si me toca la lotería se arreglarán todos mis
problemas…”, “Si me dan ese trabajo me irán mejor las cosas…”. Estaba convencido de que un
golpe de suerte podría solucionar todos los problemas que tenía. Hoy sé que la determinación me
lleva donde quiero ir y que la suerte habita en las cosas pequeñas: en la sonrisa de una persona, en
la mirada de un niño, en el paseo con mis perros… Pequeños detalles que nutren profundamente mi
vida. Para mí, eso es la suerte.
Ángel
–No sé si mi vida es diferente a la vida de los demás. Lo que puedo decir es que mi vida
actual es diferente a mi vida de años atrás. ¿Por qué? Porque es mucho más abierta. Me choca, me
duele menos el mundo, lo acepto. Y acepto también mi parte sin resolver. A veces, incluso consigo
no juzgarme. A veces consigo no juzgar a los demás. Hay una mayor alegría en mi vida y… estoy en
ese camino.
Juan
–En el zen se dice que si tú abres la mano, por tu mano puede pasar toda la arena de la
playa. Pero con la mano cerrada, como mucho, te quedarás con un puñado de arena. Nada más.
Intento vivir mi vida con ese espíritu.
Antonio
–Yo creo que el ser humano es una entidad formada por un cuerpo físico, un cuerpo
emocional, un cuerpo mental y un cuerpo espiritual. Todos ellos conectados, no hay ningún cuerpo
que pueda desprenderse de los otros. La parte espiritual o esencia, como me gusta llamarla, está, a
su vez, conectada con el todo, con la fuente. Creo que cuando somos capaces de conectar con
nuestra esencia, conectamos con nuestra sabiduría, no la de hoy, sino la de siempre. ¿Te imaginas?
Griselda
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El naufragio
Eran las nueve de la noche. Tenía treinta y tres años y le quedaban diez minutos de vida.
Iba a morir, pero aún no lo sabía, y seguía con su rutina, ajena al aquí y al más allá. En
realidad, era una persona que no estaba ni viva ni muerta. Lo que quiero decir es que si
un médico le hubiera tomado el pulso habría dicho que aún vivía, aunque un ser
realmente vivo se hubiese dado cuenta de que estaba profundamente muerta y de que
sólo un milagro podría despertarla. Y sí. Lo que ocurrió fue un milagro.
El corazón de Lola estaba a punto de fallar. Era de noche. A esa hora, sentada en el sofá
del comedor, practicaba uno de sus rituales preferidos: exponerse a la lluvia de noticias
sin mojarse. Es decir, se dedicaba a mirar sin ver, a oír sin escuchar, a olfatear sin oler, a
comer sin degustar, a tocar sin sentir… A seguir las imágenes de la televisión como el
que ojea el exterior por la ventana, o por la mirilla de una puerta que nunca va a abrir.
Desde ese refugio infranqueable, suspiraba por lo mal que andaba el mundo, como si
ella no formara parte de él. Le reconfortaba oír desgranar un suceso tras otro mientras se
dejaba acariciar por la suavidad de su albornoz de algodón.
Lola aún no sabía que los muros de su refugio estaban a punto de desplomarse.
Ignoraba que las puertas y las ventanas ya no tendrían sentido. No podía ni imaginar
que el techo se abriría de par en par y el cielo ocuparía su casa hasta chocar contra el
suelo y abrirlo en canal para engullirla a ella y a su albornoz de algodón. No sospechaba
nada mientras su cuerpo seguía sentado, su mente se evadía y su corazón le susurraba
por última vez antes de pararse.
Por más que lo intentaba, Lola no lograba recordar cuándo empezó a verse como una
mujer con talento y con mucha mala suerte. De pequeña destacaba en manualidades,
había ganado un par de concursos de redacción, tenía facilidad para la música y era
divertida. Con apenas diez años, ya había participado en un programa de radio y en un
concurso musical de la tele. Sus amigas dejaban que ella decidiera qué hacer y a dónde
ir los fines de semana. Fue la primera del grupo en besar a un chico y en hacer el amor.
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Era una líder y prometía. ¿Dónde se había extraviado? ¿Qué es lo que no había
entendido? ¿Cómo podía sentirse tan perdida y asustada?
Todo eso pasaba por su cabeza mientras su cuerpo seguía refugiado tras la ventana del
televisor y su corazón se alejaba.
La cabeza seguía dándole vueltas. Respiró profundamente para intentar serenarse, pero
no lo consiguió. Al contrario. La sin razón viajaba rápido. A tanta velocidad que
empezó a asustarse.
Apoyándose en los muebles, consiguió llegar hasta el teléfono como pudo, con
la cabeza turbia, las manos temblorosas y la visión nublada. Pidió ayuda a la persona de
urgencias que le contestó desde el otro lado y poco más. Perdió el conocimiento. Al
sentirse desfallecer, se preguntó si su vida había valido la pena y notó un pinchazo de
dolor en el corazón. Si tengo que morir, pensó, que no me duela mucho.
Deslizó su espalda suavemente por la pared y se dejó caer al suelo. Cerró los
ojos para recuperar el ritmo de la respiración y encontrar un poco de sosiego. Intentó
convencerse de que aquello no era nada. Un mareo a lo sumo. Un susto. Con el tiempo
lo recordaría como un mal día. Una noche mala. Una más. Pero en el fondo sabía,
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sentía, que estaba a punto de emprender un viaje. Un viaje para el que no necesitaba
maletas, ni pasajes, ni pasaportes. Allá donde iba no le hacían falta ni el nombre ni los
apellidos, porque nadie iba a llamarle. Allá donde iba… ¿Cuál sería su destino?
Se imaginó en un almacén de almas esperando su turno para fundirse en ese todo
eterno y primigenio del que nadie vuelve para contarlo. ¿O sí?
Ella no lo sabía. Fue consciente de lo poco que sabía de la vida y de la muerte y,
a pesar de ello, se aferró a la vida. No le parecía mal irse, aunque tampoco bien, así que
rogó que el médico no tardara en llegar.
No podía hablar y no podía acallar la mente. No podía mover ni un solo músculo
de su cuerpo ni conseguía inmovilizar el pensamiento, que parecía movido por la
necesidad de recordar antes de decidir olvidarlo todo.
Y Lola no tuvo más remedio que recordar.
Y recordó.
Recordó a su padre minutos antes de morir. Su padre había sido un hombre con una
salud de hierro. Valiente, activo y poco dado a compadecerse. Nadie podía pensar que
moriría en apenas doce horas. De aquella manera tan dolorosa. Ella no estaba preparada.
Era su primer encuentro cara a cara con la muerte y no pudo darle la mano y
acompañarlo en su partida. Se vio esperando tras la puerta de la habitación, en el pasillo
del hospital, sin atreverse a entrar. Cuando su madre salió y le dijo que su padre se había
ido, no lloró. Se comportó como una burócrata contratada por la familia para organizar
los trámites del funeral. Tampoco ahora podía derramar ni una lágrima, porque otro
recuerdo le esperaba con prisa.
Otro y otro, y otro más.
Era como si unas compuertas se abrieran para que ella se adentrara en un túnel
de luz que la esperaba al fondo. Para que se dejara caer un poco más.
Y se dejó caer un poco más cuando recordó y se reconoció junto al hombre con
el que había compartido más de diez años de su vida. Una vida que sentía revivir de
nuevo en su interior, por muy lejana que le pareciera. Allí estaban los dos. Entre
discusiones y reconciliaciones que se sucedían como si trataran de encajar las piezas de
un puzzle incompleto.
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La luz cada vez estaba más cerca. Las compuertas siguieron abriéndose y las
imágenes de su vida llegaron a ella de la mano de su madre, de su hermano, de sus
amigos, de sus ilusiones, de sus pasiones. Recuerdo tras recuerdo.
Al oír la voz, Lola supo que había llegado su momento y no opuso resistencia. Se
entregó. Fue en ese instante cuando se abrió ante ella un túnel de luz. Era una luz dorada
y tenue que brillaba con más fuerza a medida que avanzaba y se dejaba engullir. De
pronto dejó de notar la aspereza de la lengua y el peso de su cuerpo. Dejó de luchar, de
retener, de controlar, de asirse a la supervivencia. Fue entonces cuando sintió la quietud
de su mente y la plenitud de su corazón. Fue entonces cuando supo que había cruzado la
oscuridad y había vencido a la noche. Y comprendió el origen de sus miedos y la forma
de los monstruos que la habían acechado toda su vida. Fue en ese preciso instante, justo
cuando la imagen de su albornoz de algodón ya se disipaba, cuando sintió la fuerza de
aquellas dulces palabras que le habían hablado desde el fondo del túnel. Y se dio cuenta
del poder de las palabras. Y vio claramente que las palabras eran la materia de la que
estaban hechos los recuerdos, los sueños, los silencios, la vida, la muerte y el universo
entero. Palabras de odio capaces de fabricar monstruos y miedo y dolor y sufrimiento.
Palabras de amor con la fuerza de dibujar alegría y confianza y seguridad y compasión.
Palabras que construían realidad y sociedad y aquí y allá y más allá. Palabras dichas o
susurradas o gritadas o calladas. Palabras, palabras, palabras.
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–Aquí y ahora empieza tu viaje –siguió diciendo la voz con pausada cadencia.
–¿A dónde? –preguntó Lola.
–Solo te diré que has sido tú quien ha elegido zarpar, aunque nada te impide
quedarte en tierra. Como siempre, tú eliges: tu corazón te ha llamado y tu cuerpo espera.
Puedes dejarte llevar por la voz del corazón y vivir, o regresar a tu cuerpo sin vida.
La voz calló, y Lola supo que iniciaba un largo viaje. ¿Sería de ida? ¿O de ida y vuelta?,
se preguntó.
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No podía precisar el tiempo que había transcurrido desde que dejó de ver la espiral de
luz y se reconoció de nuevo en su cuerpo. La cabeza ya no le daba vueltas, se sentía
bien, incluso un poco contenta. Pero ese bienestar le duró poco, porque al mirar a su
alrededor vio que ya no estaba en casa, sino en una gran sala de cine. Dedujo que era un
cine al ver la pantalla adosada en la pared y la platea de butacas donde estaba sentada,
en la fila siete, en el centro, como a ella le gustaba. Parecía esperar tranquilamente a que
dieran la publicidad, el trailer y, al fin, la película. Todo habría sido de lo más normal si
no fuera por el modo en que había llegado hasta allí. Precisamente ésta era la cuestión:
¿cómo había llegado hasta allí? Las luces de emergencia de la sala estaban encendidas y
eso le descubrió otro hecho insólito que la inquietó aún más: estaba sola.
Recordaba perfectamente que había perdido el conocimiento en el salón de su
casa, que había llamado al médico y que, mientras le esperaba, había visto pasar su vida
en un segundo, justo antes de… ¿morir?
Se levantó de un salto dispuesta a encontrar a alguien que pudiera aclararle
aquella extraña situación, pero, nada más ponerse en pie, las luces de la sala se apagaron
y Lola decidió sentarse de nuevo.
El susurro de la voz llenó de luz la oscuridad de la sala, y Lola sintió que su cuerpo se
balanceaba ligeramente. Un calor agradable se instaló en su pecho y tuvo ganas de
llorar.
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–No estás sola en este camino solitario. Te acompaña el saber que está escrito en
el universo, la livianidad del tiempo y el poder de la palabra. Mira a tu alrededor sin
limitar tu mirada. Agudiza tu oído para escuchar más allá de las voces cercanas. Abre
tus sentidos para percibir una realidad más amplia.
La voz calló.
No tuvo tiempo de procesar esas palabras, pues la sala se sumergió en la
oscuridad. Atónita, clavó los ojos en la luz que iluminó la pantalla, avisándole de que el
proyector se ponía en marcha. No sabía qué hacer. Por un lado tenía la necesidad de
salir corriendo y preguntar al primer ser humano con el que se cruzara de qué iba todo
aquello. Por otro, quería permanecer sentada en la butaca de aquel cine, porque algo le
decía que era importante para ella quedarse y esperar, sin prisa, a que la película
empezara. Ganó su intuición, así que Lola se quedó.
La luz fundió a negro y el negro abrió al mar. La pantalla se llenó de un mar
agitado, de un azul oscuro, reflejo de las nubes que apuntaban tormenta y de la
profundidad de sus aguas. Bien, una película. Le encantaba el cine. Mientras se
acomodaba en la butaca, no pudo evitar preguntarse quién habría puesto en marcha el
proyector.
El pequeño velero que se mecía sobre las olas como si fuera un barquito de
papel cautivó su atención. Lola lo siguió con la mirada. Sonrió al descubrir al grupo de
ballenas piloto y juguetones delfines que lo acompañaban, saltando, rompiendo las olas
y siguiendo la estela del velero. En la embarcación viajaban cinco personas. Lola se
afanó por encontrar alguna cara conocida entre aquella pequeña tripulación, pero no
reconoció a nadie, y se distrajo de nuevo con los delfines y las ballenas que parecían
acompañarles.
De repente se topó con los ojos de una de las ballenas piloto, que la miraba
fijamente:
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Anathor la sobresaltó de tal modo que Lola brincó de su asiento. La ballena que la
miraba fijamente y que le hablaba desde la pantalla no era blanca, pero lo importante no
era eso. Lo que la sobrecogió fue que reconoció aquella voz. Era la misma que le había
guiado a través del túnel de luz y le había hablado antes.
De repente le vino a la cabeza una cita que había leído en alguna parte:
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Le costaba creer que una ballena le hablara. Le costaba encontrar una explicación lógica
a esa serie de acontecimientos extraños que parecían empujarla irremediablemente hacia
una nueva vida que, de momento, se le escapaba de las manos. ¿De qué forma se estaría
engañando ella en ese instante?
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Las olas trataban de alejar los pensamientos de Lola una y otra vez sin lograrlo, hasta
que en la pantalla se sobreimpresionó el título de la película:
Sus palabras se mezclaron con una voz muy distinta a la de Anathor, la Ballena Blanca.
Era la voz de una mujer acostumbrada a hablar en voz alta. Una periodista, una
dobladora o quizá una actriz. Una persona que ha aprendido a modular, a dejar respirar
el texto y entonar correctamente. Una voz que está fuera del campo visual del
espectador pero que le guía a través de las imágenes y de los mensajes para facilitar su
orientación.
Todos nos preguntamos en algún momento quiénes somos, de dónde venimos y a dónde
vamos. Pero la mayoría de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, dejamos de
hacernos estas preguntas, porque el día a día nos empuja y resolver los problemas
cotidianos que se nos plantean ya nos parece un gran reto.
La historia de esta película la protagonizan cinco personas que no dejaron de
preguntarse hasta que encontraron respuestas. Griselda, Ángel, Emilio, Juan y Antonio
son cinco aventureros que se han atrevido a cruzar el límite que la sociedad nos marca
para encajar en ella y buscar su propio camino. A estas cinco personas, su búsqueda
les ha llevado a descubrir que, más allá de lo que ven nuestros ojos, la realidad
continúa.
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–Aquí la pregunta es: ¿la realidad con la que estás conectando te llena, te hace
feliz, te hace sentir bien, armonizada, en equilibrio? ¿Tienes buena salud? Si tu vida
está llena, si tu realidad te aporta todo eso, ¡genial! Continúa con tu vida, sea como
sea, hagas lo que hagas. Si la respuesta es no, ¡cámbiala!
Ángel
Ángel le pareció un hombre de aspecto afable. Tenía los ojos pequeños y negros, entre
pícaros y asustadizos, y le transmitió confianza. Sus palabras eran tan sencillas y
contundentes que daban miedo.
Daba miedo hurgar en la vida de uno con esas preguntas tan triviales y ser capaz
de responderse con sinceridad. Pero lo hizo. Se preguntó si era feliz con la vida que
llevaba: ¿Tenía amigos en los que poder confiar y que confiaran en ella? ¿Estaba
satisfecha con su trabajo? ¿Se sentía a gusto en su casa? ¿Tenía buena salud? ¿Qué tal
andaba de dinero? ¿Y el amor? Casi se olvida del amor…
Cuando oía las noticias de la tele, parapetada en su sofá, muchas veces se había
sentido afortunada… Era cierto, no podía quejarse. No pasaba hambre ni sed, ni apuros
económicos… Tenía un grupito de amigos… Un trabajo cómodo… Un amante de vez
en cuando… Pero Ángel había dicho: “La realidad con la que estás conectado, ¿te llena?
¿te hace feliz?”. No. Lola se dio cuenta de que Ángel hablaba de una plenitud que ella
nunca había conseguido en su vida. Ni siquiera cuando estaba locamente enamorada.
Pues “¡cámbiala!”. Ángel había pronunciado aquella palabra y se había quedado tan
ancho. Si fuera tan fácil…
Cambiar nuestra vida, encontrar esa plenitud de la que hablaba Ángel entre
líneas. ¿Cómo?, se dijo Lola. Y mientras ella cavilaba acerca de las palabras de Ángel,
otro miembro del grupo irrumpió en la pantalla y la llenó con su voz:
–Yo no sé explicar muy bien cómo funciona, pero sé que es posible. Para mí la
realidad es… Pondré un ejemplo: una imagen holográfica. Esas imágenes en tres
dimensiones que se mueven cuando nosotros nos movemos… pues bien, si rompemos
un holograma en veinticuatro mil pedazos, cada uno de esos pedazos, sea pequeño,
mediano o grande, contiene la imagen entera que representaba ese holograma antes de
romperse. Esa es la visión que yo tengo de la realidad.
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Para mí, cada persona, cada una de las criaturas del Universo, está hecha con
la misma materia de Dios, de la energía primigenia o como queramos llamarle. Cada
uno de nosotros somos una parte de Dios. Lo que quiero decir es que para mí la
realidad es una creación permanente, y, si somos conscientes de que la realidad es una
creación permanente y de que llevamos el ADN de Dios en nosotros, ¡pues fíjate tú!
Somos perfectamente capaces de crear nuestra propia realidad.
Emilio
Emilio hablaba con la fuerza que cobran las palabras de un niño cuando argumenta
sobre el origen de la vida y la muerte con total naturalidad. “¡Somos perfectamente
capaces de crear nuestra propia realidad!”, había dicho sin inmutarse. Con esos ojos
azules, con esa sonrisa de buen chico… Emilio le acababa de decir a Lola que era Dios,
y que la vida que tenía y que no le gustaba la había creado ella solita. No sabía si reír o
llorar, pero supo que aquellas palabras encerraban un mensaje aún más difícil de digerir:
somos dueños de nuestras elecciones y de nuestra vida, la realidad en la que vivimos
deriva de ellas. ¿Y por qué nadie se lo había dicho antes? De repente recordó la
muletilla que la había acompañado secretamente los últimos años, y que se repetía cada
vez que las cosas no le salían como ella quería o esperaba: que era una chica con
muchas posibilidades pero con mala suerte; luego la comparó con: ¡soy Dios y tengo la
capacidad de crear la vida que quiero! Desde luego, se dijo, si ella tuviera la capacidad
de construir la vida que quería… se quedó unos segundos con la palabra en la boca:
¿Sabía lo qué quería?
En función del día y del momento, Lola se veía tumbada en la arena blanca de una playa
tropical, pasando del mundo y de ella misma, y, dos horas más tarde, era la directora de
cine más famosa de la tierra. A veces era una madraza cuidando de sus cinco polluelos y
de su querido marido, y otras la amante más perversa de la ciudad… Cuando estaba en
grupo añoraba la soledad, y cuando nadie la llamaba se sentía abandonada…
De todas formas, se dijo Lola, muy bien, supongamos que Emilio tuviera razón y
que todos lleváramos la semilla de Dios dentro de nosotros: ¿cómo despertar esa chispa
divina que duerme en nuestro interior? ¿Cómo saber realmente lo que uno quiere?
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¿Cómo podemos ser capaces de crear nuestra propia realidad? ¿Por dónde
empezar?
–No tengo respuestas válidas para los demás. Lo que a mí me sirve es estar
presente. Cuando estás totalmente presente en aquello que haces es cuando vives tu
vida realmente y, por tanto, haces aquello que realmente quieres. Si cuando trabajas,
estudias, te diviertes, lo que sea, no estás presente, no vives la vida. Vives en el
pensamiento. Vives en la ilusión que está en tu cabeza, y en consecuencia se te escapa
la vida, se te escapa lo que está pasando delante de ti. Eso es lo que nos pasa a la
mayoría de nosotros.
Hay un cuento zen que ilustra muy bien lo que quiero decir. Un día, a un
campesino se le escapó la única yegua que tenía, y la gente le dijo: ¡qué mala suerte!
Pero al cabo de tres días la yegua volvió con dos caballos, y entonces la gente dijo:
¡qué buena suerte! Luego su hijo mayor salió a pasear con uno de los caballos, y se
cayó y se rompió la pierna. La gente dijo: ¡qué mala suerte! Pero a los pocos días
estalló la guerra y se llevaron a todos los varones del pueblo a luchar, menos a su hijo,
que tenía la pierna rota. Entonces la gente dijo: ¡qué buena suerte! No hay que juzgar
lo que nos pasa: esto es malo, esto es bueno. Es nuestro juicio el que crea. La vida
simplemente hay que vivirla con conciencia, sin prejuicios. Son los juicios y las
ilusiones que nos hacemos sobre lo que nos pasa lo que nos aleja de nuestra verdadera
vida.
Antonio
“¡Esto es malo, esto es bueno!”. Antonio tenía una voz grave, sonora, con una vibración
que se te colaba por la boca del estómago y te hacía un nudo en la garganta. “¡Esto es
malo, esto es bueno!”. El nudo en la garganta le recordó a Lola el mecanismo de su
mente: “Esto es malo esto es bueno”. Se dio cuenta de lo mucho que le gustaba
fantasear. Le encantaba imaginar cómo sería su casa ideal, su trabajo ideal, su hombre
ideal…
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Pasaba horas pensando en la última conversación que había tenido con fulanito o
con menganita. En lo que ella había dicho, en lo que le habían contado. Interpretaba tal
o cual comentario, “esto es malo, esto es bueno”, según su estado de ánimo.
Le gustaba sentarse en la terraza de un bar y dejarse llevar por la vida de los
otros, jugando a adivinar cómo serían los muebles de su casa, el trabajo en el que
estarían metidos, la cara de su compañero o compañera…. A Lola le encantaba evadirse
de la cotidianidad de su vida, de su ¿vida? De su ¿realidad?
¡Todo aquello era demasiado! Necesitaba una pausa. Cerró los ojos y respiró
profundamente. Se sentía muy cansada. ¿Dónde estaría Anathor? Le rondaban mil
preguntas por la cabeza, y tal vez ella tuviera respuestas. Pero no se encontró con
Anathor al abrir los ojos de nuevo.
Se encontró en el comedor de su casa, tumbada en el sofá, con su albornoz de
algodón reconfortándola y un montón de preguntas por responder. Se las formulaba un
hombre de unos treinta y pocos años que le hablaba con voz condescendiente: ¿había
perdido el conocimiento de aquella manera alguna otra vez? ¿Qué había comido ese
día? ¿Había bebido? ¿Tomaba algún tipo de medicación? Estaba en casa y ese hombre
era médico. Había vuelto a su vida ¿real? Con una pequeña linterna en la mano, el
doctor le examinó un ojo y luego el otro. Bien. Seguro que aquel extraño viaje había
sido un delirio fruto del estado de ansiedad en el que se encontraba. Una locura. Sonrió
para sus adentros. Todo era fruto de su imaginación. Se había montado una película,
nunca mejor dicho.
Tras examinarle las pupilas, y hacerle un montón de preguntas, el médico abrió
su maletín y le informó de que iba a ponerle una inyección de diazepam. Según dijo,
porque presentaba un cuadro de estrés agudo. Mientras preparaba la dosis con suma
solemnidad, le aconsejó que al día siguiente, sin falta, visitara a un especialista. Un
psiquiatra, puntualizó. Lola apenas notó el pinchazo. Agradeció al médico que
permaneciera a su lado los minutos que necesitó el medicamento para surgir efecto.
Notó claramente cómo el diazepam se iba apoderando de ella y cómo, a medida
que avanzaba aquella ínfima dosis de química, se reconciliaba con su cuerpo, con su
mente y con su espíritu. Recordó las palabras de Ángel, las de Emilio y las de Antonio.
Realmente, la realidad era relativa. Sin moverse del salón de su casa, en pocos minutos
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se había sentido morir. Se había sentido la peor y la mejor persona del mundo. Y ahora,
tras un simple pinchazo, ya no le importaba saber si era buena o mala, ni si estaba viva
o muerta. El mundo le parecía maravilloso y su vida llena de oportunidades y buena
suerte. Incluso se sentía un poco Dios.
El médico notó su somnolencia y le recomendó que se acostara. Al día siguiente,
le comentó tomándola del brazo, lo vería todo de otra forma. Aquello tan sólo había
sido un susto. Ella no quería verlo de otra manera, ese estado de las cosas ya le parecía
bien. Se dejó caer en la cama y cerró los ojos. Qué paz. ¿Habría una manera de vivir en
ese estado sin recurrir a la química?
Por alguna extraña razón, se vio echada en la azotea de su casa. No tendría más de seis
años. Se estiraba allí las noches de verano. El sol había calentado el terrazo durante todo
el día y, cuando caía la noche, aquellas baldosas guardaban un calor que la reconfortaba.
Se tumbaba boca arriba y miraba las estrellas, que brillaban nítidas y cercanas.
Les hablaba y les contaba las pequeñas aventuras del día, o los temibles miedos que la
asolaban algunas noches. Las estrellas parpadeaban, como si se limpiaran los ojos para
verla con más claridad, y muchas de ellas le guiñaban el ojillo en señal de complicidad.
La voz de su madre siempre la sobresaltaba, y les decía adiós con la mano mientras
bajaba las escaleras a toda velocidad, sin dejar de mirar al cielo.
¿Cuándo dejó de mirar al cielo? ¿Cuándo dejó de preguntarse quién vivía en las
estrellas? ¿Quién era Dios? ¿O dónde iban las personas cuando morían? ¿Dónde estaba
su abuelo? ¿Cuándo dejó de preguntarse todo eso?
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Cuando tenía cuatro añitos, más o menos, recuerdo que me senté sobre las
rodillas de mi padre. Me acuerdo de que le miré y le pregunté: papá, ¿qué es la
muerte? Mi padre se quedó muy sorprendido, pero sin pensarlo mucho me dijo:¡pues la
oscuridad, el fin! Creo que de ahí viene mi primer bloqueo.
Ángel
–No sabría explicarlo, pero en aquel instante supe que eso que me decía mi
padre no era verdad. Algo dentro de mí me dijo que aquello no era cierto. De pequeños
recibimos muchos mensajes de este tipo y poco a poco nos olvidamos de quiénes somos
realmente.
Ángel
Lola se dio cuenta de que estaba otra vez en el cine. Sentada en la fila siete, como antes,
y con la película en el mismo punto donde la había dejado.
Estaba claro que el diazepam no había funcionado del todo, porque sus
alucinaciones seguían y no podía salir de ellas. Se tranquilizó diciéndose a sí misma que
daba igual dónde estuviera. Le gustaba su casa y el calor de su albornoz, pero las
palabras de aquellas personas a las que nunca había visto antes le reconfortaban tanto
como el terrazo caliente por el sol del verano de aquellos días de su lejana niñez.
Y entonces, una voz de mujer, muy dulce, susurró:
–Con cinco o seis años, por las noches pasaba mucho miedo. Cuando me
acostaba, nunca estaba sola en la habitación. A algunas personas les puede parecer
extraño, pero había hombres y mujeres alrededor de mi cama. Los veía tan claros como
te veo a ti ahora.
Griselda
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Cuando hablaba, Griselda era como un soplo de aire fresco. Lola se dejó acariciar por el
suave aliento que se entremezclaba con sus palabras. No la conocía, pero la sintió
cercana.
–En aquel momento no sabía quiénes eran y me daban mucho miedo. Ahora sé
que eran seres que ya habían dejado su cuerpo, personas que estaban muertas pero
cuya su energía seguía allí. Me asustaba mucho. No sabía qué hacer, era una niña y,
claro, me ponía a chillar y a llorar. Al final acababa durmiendo con mis padres, o mi
padre, que el pobre tenía mucha paciencia, se quedaba conmigo hasta que me dormía.
Griselda
–Todo lo que hay a nuestro alrededor que no vemos, los niños lo ven. Ven más
allá de las formas. Ven las energías. Quizá no saben lo que es o no le dan importancia,
porque para ellos es normal. Por eso su relación con la naturaleza y con los animales
es completamente diferente. Ellos ven la vida al completo.
Emilio
Lola recordó que el médico le había recomendado andar por el campo. No hace
falta que te vayas de la ciudad si no puedes, le había dicho, pero pasa cada día un ratito
en un parque o en un espacio al aire libre donde te sientas tranquila. Tal vez por eso ya
no estaba en el cine ni en su casa, sino oyendo el trino de los pájaros y la suave brisa de
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
la tarde. No se preguntó cómo había llegado hasta aquel parque, ni tampoco cuándo
había salido del cine. Fue consciente de que estaba sufriendo una metamorfosis, y de
que nada podría ya detener ese cambio. Era incapaz de saber hacia dónde se dirigía, ni
qué sería de ella, aunque supo que ya no podía dar marcha atrás. La puerta que creyó
cerrar para siempre esa noche lejana de su niñez se había abierto de par en par y ella
había cruzado el umbral. Quizá se encontraría de nuevo con el demonio de piel negra y
ojos fieros, con mil dragones echando fuego por la boca, con una medusa de cuatro mil
patas y veneno mortal; pero sabía que allí también se escondían los duendes y las hadas,
los avatares y el conejo de la suerte. Sonrió con el gesto del que no tiene nada que
perder ni nada que ganar.
Sonrió, y su sonrisa se encontró con la mirada de un bebé. Tenía los ojos fijos en
ella. Los ojos del bebé la atravesaban de arriba abajo sin decir nada, como si lo supieran
todo de ella. De ella y del universo. Unos ojos ávidos y a la vez sabios, que la miraban
sin juzgar, que simplemente jugaban a ver.
–Todos hemos visto la realidad con ojos de niño, pero nos olvidamos. Y nos
olvidamos a causa de la educación que recibimos en casa, en la escuela. Nos olvidamos
por los mensajes constantes que recibimos de la sociedad.
Emilio
Así que Lola se apuntó a jugar a ver con el bebé, y el bebé le dijo, sin necesidad de usar
palabras: veo veo. Y ella vio. Vio los movimientos de una libélula que revoloteaba
alrededor del tronco de una vieja y encorvada encina, y vio como ese pequeño odonato
le sonreía. No pudo evitar sobresaltarse y casi salió corriendo, pero la detuvo el estallido
de risa del bebé, que ahora la miraba como si fuera su cómplice.
–La realidad que percibe el niño choca frontalmente con la realidad establecida
cuando empieza a ir a la escuela. En la escuela le dicen lo que tiene que hacer, lo que
no tiene que hacer. Lo que tiene que creerse, lo que no tiene que creerse. Es brutal. Yo
recuerdo esa etapa como un cambio radical en mi vida. Me di cuenta de que había un
mundo fuera que era muy agresivo para mí, y no sabía por qué.
Emilio
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
¿Por qué de pequeños nos amenazan con encerrarnos en el cuarto oscuro, con el lobo, el
coco, el hombre del saco, quedarnos sin postre, sin recreo, sin caramelos…? ¿Por qué
nos dan un porque sí o un porque lo digo yo como respuesta? ¿Por qué nos preguntan
qué queremos ser de mayores, como si por ser niños no fuéramos nada ni nadie? ¿Por
qué nos utilizan como escudo en las batallas o como moneda de cambio en las
negociaciones? ¿Por qué nos obligan a sustituir el juego por las obligaciones? ¿Por qué
nos llenan de palabras de miedo y de rabia y de desconfianza y de competitividad,
arrebatándonos las letras que crean la fantasía y la magia y la colaboración y la alegría?
¿Por qué nos matan la pasión con el deber ser? ¿Por qué no nos dejan ser, con la excusa
de enseñarnos a saber estar?
–Cuando era muy crío, muy niño, no me gustaba lo que veía a mi alrededor. Los
mayores siempre me daban órdenes y me decían lo que tenía que hacer. Me decían lo
que estaba bien y lo que estaba mal. No era culpa suya, es la manera que tiene nuestra
sociedad de irnos moldeando para que encajemos en ella. Lo último que quiere un
padre es que su hijo tenga problemas, que sea rechazado por la sociedad. Por eso nos
transmiten los códigos necesarios para sobrevivir en ella.
Antonio
¿Por qué es tan importante saber estar callado, sentado, limpio, quieto, atento,
alerta? ¿Por qué no se valora el ser especial? El ser único. El ser diferente. El ser uno
mismo. El ser, en sí mismo.
–Recuerdo que un día decidí, siendo muy, muy niño todavía, que iba a intentar
vivir una vida diferente a la que llevaban mis padres, mis tíos… la gente del pueblo. En
aquel momento creo que no sabía muy bien en qué consistía esa diferencia, pero es
curioso, era una convicción que me salía de dentro. Yo sentía, y siento, que he venido a
este mundo a experimentar, a jugar, a aprender.
Antonio
Lola se vio paseando por las callejuelas de su pueblo, con ocho o nueve años.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
No recordaba a dónde iba, aunque sí el color azul oscuro del cielo. A esas horas
las luces de las casas empezaban a centellear aquí y allá. Era verano. En verano, en
aquel tiempo, las gentes dejaban las ventanas y las puertas abiertas de par en par para
que la brisa de la noche se llevara el calor del día. Ella andaba sola. Sin prisa. Con los
sentidos atentos. Empapándose de las diminutas rutinas que se sucedían esa tarde.
Comprobó que también ese día se oían los ruidos de los platos y las cacerolas en las
cocinas. El bullir de las horas previas a la cena. Entonces Lola recordó lo que había
sentido esa tarde de verano y se preguntó: ¿cómo una niña de esa edad podía sentir tanta
tristeza? No era una tristeza causada por el disgusto de haber perdido un juguete, por
una riña con las amiguitas o por un reproche de mamá o papá. Era una tristeza que
surgía desde las profundidades de su ser y la empujaba a decirse a sí misma que un día,
de mayor, se iría de ese pueblo. Lejos, muy lejos.
Recordando las palabras de Emilio y de Antonio, fue consciente de que
seguramente ellos, de niños, también se habían sentido muy tristes. Comprendió en
aquel momento que la mayoría de los niños deben sentir esa melancolía cuando se dan
cuenta de que tienen que olvidar. Olvidar quiénes son. Olvidar de dónde vienen.
Olvidarse de todo lo que son capaces de ver y de todo aquello que saben, para ver y oír
la pequeñez del mundo en el que hemos decidido vivir y limitarnos.
Parece que para convertirse en adulto es imprescindible dejar de creer en el
poder de las estrellas y en la magia de las hadas y, sobre todo, dejar de creer en el tesoro
escondido que todos llevamos dentro.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Te vas dando cuenta de que eres como una especie de robot. Te sientes como si
llevaras un circuito impreso con la programación de lo que se espera de ti, de cómo
comportarte en este modelo social, de cuáles son las reglas del juego, etc.…
Ángel
Entonces Lola vio claro que llevaba toda su vida intentando escapar de las personas que
la obligaron a crecer. De los atardeceres de su pueblo, que le hablaban del paso del
tiempo. De esas calles de verano abarrotadas de sonidos cotidianos y de luces que no
dejaban ver nada.
Fue consciente de que un día salió corriendo para escapar de aquel reparto de
papeles conocidos y de que aún no había dejado de correr. ¿A dónde iba? Era la primera
vez que se lo preguntaba. Se había limitado a ir de un lugar a otro sin buscar nada. Se
había limitado a huir. Se trataba de alejarse y lo había conseguido.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Creo que tarde o temprano todos detectamos esa red de programación que nos
limita. Algunas personas la aceptan y siguen con su vida. Otras encuentran la forma de
gestionarla con habilidad. Y otros, en cambio, luchamos por liberarnos de esa
programación y buscar.
Ángel
Buscar… Durante todos estos años había corrido tanto para escapar de sí misma que se
había perdido. No sabía dónde estaba, ni a dónde quería ir. Podemos correr toda la vida
y, un día, darnos cuenta de que no nos hemos movido del portal del que partimos. Eso
es lo que le había pasado a ella, hoy lo sabía. Durante todos estos años se había
esforzado por nadar contra corriente, y obligó a la corriente a nadar contra ella y la
corriente ganó.
Lola recordó un sueño que la había perturbado meses antes. En el sueño, se veía
metida en el caudal de una corriente de aguas rojizas y densas, como si fuera un río de
sangre. No estaba sola. Había otras personas que, como ella, se veían arrastradas por el
agua. La única diferencia entre ella y el resto era que ella nadaba con todas sus fuerzas
corriente arriba, mientras los demás se dejaban llevar por el fluir de las aguas. En el
sueño, le llamó especialmente la atención una mujer. Era una mujer grande y corpulenta
de mirada tranquila y ojos de un azul limpio y cristalino. Tenía el cabello rubio y la piel
blanca y lucía una sonrisa amorosa y feliz. Ella, Lola, la miraba y no entendía su
resignación, su pasividad. ¿Por qué se dejaba arrastrar por el torrente sin oponer
ninguna resistencia? Aquella actitud que no comprendía la llenó de impotencia y
entonces, con una mezcla de perplejidad y de rabia, le gritó a esa mujer. Le gritó que
ella sí lo conseguiría. Ella sí lograría ir contra corriente. Lo lograría.
La mujer la miró compasiva, pero no le respondió.
Lola se despertó muy agitada en medio de la noche y no supo dilucidar si había tenido
un sueño o una pesadilla.
Ahora lo entendía.
Entendía la bondad de aquel rostro y entendía la felicidad del fluir de aquella
bondadosa mujer. Lola comprendió de repente que si aceptas cada uno de los instantes
de tu vida podrás ver lo que la vida te ofrece.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Es la sinceridad con nosotros mismos lo que nos ayuda a tomar conciencia, lo
que nos hace aceptar o buscar.
Ángel
Y es que cuando ves lo que la vida te ofrece, puedes buscar y elegir. Y es cuando te
dejas llevar por el fluir de la vida cuando puedes ir más allá.
–¿Qué hago yo aquí?, ¿qué hago con mi vida? Todos nos hemos hecho alguna
vez estas preguntas. Para mí fue un momento difícil y doloroso que me obligó a ir más
allá.
Juan
Juan desprendía esa fuerza que emana de las personas que se han sumergido en el caos
de lo cotidiano, para encontrar el orden del universo.
De repente Lola sintió una profunda gratitud. Supo que las palabras de aquellas cinco
personas que le hablaban desde el otro lado de la pantalla estaban transformando su
vida. Agradeció a Juan, Emilio, Ángel, Antonio y Griselda la sinceridad de sus palabras.
Les dio las gracias por descubrirle el camino hacia una realidad paralela. Les dio las
gracias por atreverse a buscar y por la valentía de contar sus experiencias. No les
conocía, no sabía por qué el fluir de la vida la había arrastrado hasta esa sala, hasta esas
personas, pero estaba agradecida por ello.
Sintió que el aire entraba en sus pulmones con una fuerza renovada y la llenaba
de coraje. Dejó que penetrara en el interior de cada una de sus células y entonces se dijo
que a partir de aquel momento desplegaría la vela de la confianza y navegaría con el
viento a favor.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Sabía que ningún viento es favorable si uno no sabe a dónde quiere ir, así que decidió
que empezaría por buscar.
Lola no recordaba si de pequeña quería ser bombero o veterinaria, lo único que sabía
era que tenía facilidad para los estudios y que le encantaba leer. Para ella los libros eran
mundos fantásticos llenos de emoción y aventuras con final feliz. Se pasaba horas en la
biblioteca o encerrada en su habitación, saltando de una historia a otra de la mano de
unos personajes a los que nadie obligaba a crecer. Fue así, pasando una hoja tras otra de
aquellos libros y llorando y riendo con sus compañeros de viaje, como, sin darse cuenta,
se convirtió en mujer. En un adulto con capacidad de elección.
El tiempo había pasado tan deprisa que le fue imposible encontrar un momento para
preguntarse qué quería ser de mayor. Y siguió escondiéndose tras las hojas de los libros
y estudió una carrera y otra. Como Antonio. Y, sin darse cuenta, los libros se quedaron
en las estanterías porque tuvo que salir corriendo. Corría como si alguien la persiguiera.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
No corría sola, millones de personas participaban en la misma carrera en pos del dinero,
el poder, el reconocimiento, el éxito… En pos de querer a alguien o de que alguien les
quisiera.
–Yo nunca quise casarme y tener hijos. Así que cuando decidí darme un tiempo
para saber qué hacer con mi vida, quizá lo tuve más fácil que otras personas, a quienes
les pesa la responsabilidad de la familia. Como era un hombre libre, lo vendí todo.
Vendí mi casa, mi moto… todo. Regalé mis libros. Y me tomé tres años sabáticos.
Antonio
Pero aquella noche en el salón de su casa, el corazón de Lola había dicho basta y su
cuerpo se había dejado caer en la cuneta. Ni siquiera había tenido tiempo de quitarse el
albornoz de algodón para que se viera el número de su dorsal y todos supieran que ella
había corrido como la que más, que ella formaba parte de esa carrera tan importante en
la que participaban, teóricamente, los afortunados. Estaba claro que ya no iba a batir
ningún récord.
–Me fui a Brasil y alquilé una casa en la playa. Me pasaba el día tomando el
sol, bebiendo Martini, paseando con mi perro por la playa… Y las noches bailando. En
fin , durante un año me pareció que esa era una buena vida, pero al poco tiempo supe
que tampoco era eso.
Antonio
Dicen que el tiempo se alegra cuando alguien se deja caer en la cuneta. Se pone
contento porque al tiempo, al contrario de lo que se cree, la velocidad no le gusta. Sabe
que no hay manera de hablar con nosotros cuando andamos de acá para allá, y él tiene
un mensaje que darnos y unas preguntas que hacernos. Su misión en este mundo es
convencernos de que el pasado y el futuro no existen, de que, por mucho que nos
escondamos en ellos, la distancia entre la vida y la muerte será la misma, y de que, por
mucho que corramos, tarde o temprano nos pillará con sus preguntas.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
El pasado llegó y le recordó a Lola la emoción que la embargaba justo antes de salir de
viaje, cuando se decía a sí misma que se iba para no volver, porque descubriría una
ciudad nueva que la cautivaría para siempre, o que se encontraría con una persona a la
que se uniría para toda la vida, o un trabajo tan apasionante que no podría rechazar.
Hoy, oyendo las palabras de Antonio y de Juan, se daba cuenta de que en
realidad el viaje tan sólo era una excusa. Una posibilidad. Una oportunidad para
escapar. Una ocasión perfecta para dejar atrás las preguntas que le formulaba el tiempo:
¿quién eres? ¿qué quieres? ¿a dónde vas? ¿qué quieres dar? ¿qué quieres recibir?
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–El viaje a Brasil fue un aprendizaje muy interesante. Me fui a Brasil porque
estaba convencido de que cambiando de sitio mi vida iba a cambiar. Creí que iba a
dejar atrás todo lo que no me gustaba de mí y que me iba a transformar en alguien
nuevo. Pero supe que no, que te vas todo tú, con lo que te gusta y con lo que no te
gusta, así te vayas a la otra punta del mundo.
Juan
Y es que cuando Lola regresaba del viaje, el tiempo la esperaba agazapado con sus
preguntas, que le asaltaban al abrir los armarios y guardar la maleta o al poner en la
lavadora la ropa sucia: ¿quién eres? ¿qué quieres? ¿a dónde vas? ¿qué quieres dar?
¿qué quieres recibir? Pero en aquel momento Lola no tenía respuestas. Tampoco ahora
las tenía, aunque ya no podía salir corriendo. Su corazón había decidido pararse o
pararla. Buscar o buscarse. Sabía que esta vez no podría escabullirse, y decidió que, si el
tiempo le preguntaba de nuevo, le miraría a los ojos y le pediría ayuda.
Y, claro, el tiempo le preguntó de nuevo, y Lola le miró a los ojos y le pidió ayuda. Y el
tiempo la ayudó. La cogió de la mano y la retuvo. La retuvo en el instante presente. Así
que no pudo irse al pasado ni al futuro, no pudo hacer más que abrirse al presente y caer
en él. Cayó tan hondo en el pozo del instante presente que, por primera vez, halló
respuestas.
–Con veinte años ya era una mujer casada y una empresaria a quien le iban
muy bien las cosas.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Con veintisiete años ya tenia dos hijos y una vida que a los ojos de todos los que
me conocían era perfecta. Pero había un vacío muy grande dentro de mí. En aquel
momento no sabía exactamente qué me pasaba, ni por qué me sentía así. Fue muy duro,
pero al final tomé la decisión de separarme y de dejar aquel trabajo.
Griselda
Fue el instante quien se las dio. Le dijo que para encontrar su camino debía olvidarse de
las palabras que había aprendido del pasado y del futuro. Palabras de otros que
pertenecían a vidas de otros. Palabras de otros que pretendían construir vidas ajenas.
Palabras que llegaban del pasado y se infiltraban en su futuro para darle forma.
Cuando el instante calló, Lola supo que el instante tenía razón. Supo que para
empezar a buscar, debía aprender a olvidar. Tenía que sacar fuerzas para romper los
mapas de referencia que habían guiado su existencia hasta aquel entonces.
–Lo que sientes es tan fuerte que no puedes seguir viviendo una mentira. No
puedes seguir viviendo una vida en la que ya no crees. Rompí con la vida que ya
conocía y me adentré en algo desconocido. Fue empezar a buscar sin saber qué. Con
dos niños pequeños, uno casi bebé, y con muchos conflictos alrededor, porque nadie me
apoyaba. Pero en el fondo yo sabía, sentía que estaba haciendo lo correcto.
Griselda
Lola supo que para empezar a buscar tenía que olvidar los consejos, las advertencias, las
sugerencias, los avisos, las prohibiciones, las recomendaciones y las órdenes del pasado.
Tenía que olvidar las palabras de otros para encontrar sus propias palabras. Sintió
vértigo nada más decirlo: las voces de su madre, de su padre, de sus amigos, de los
profesores, de las noticias de la tele a las que creía no prestar atención… Todas ellas se
aferraron a su cuerpo y resonaron con fuerza en su cabeza: ¿qué harás sin nosotras? ¿A
dónde irás? Todo lo que te dijimos fue por amor. ¿Crees que es tan fácil? Te perderás.
Te quedarás sola… Sintió un gran vacío y mucho miedo, pero el tiempo salió de nuevo
en su ayuda y la cogió de la mano y la retuvo. La retuvo en el instante presente.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Mi cambio de vida fue llegando de una manera progresiva. Fue como un ir
soltando personas y actividades que ya no me interesaban, que no me llenaban, y abrir
la mirada.
Emilio
Y mientras se dejaba caer, Lola empezó a soltar. Soltó y soltó. Palabra tras palabra.
Conversaciones, opiniones… todo aquello que guardaba del pasado y que se había
incrustado en su futuro.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Echarse al agua
–Creo que tarde o temprano hubiera tirado la toalla. ¿Qué quiero decir con
tirar la toalla? Que no habría podido seguir viviendo una mentira y mi vida se hubiera
resentido de una u otra forma. Estoy muy contento de haber dado el paso que di.
Ángel
–Eres muy valiente –le respondió una voz de hombre desde el otro lado de la
mesa.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Eres muy valiente —repitió de nuevo el director del canal—. ¿Estás segura de
que quieres dejarnos? Aquí se trabaja bien. Muchas personas pagarían por estar en tu
lugar.
–Es curioso, pero las cosas importantes de mi vida no las he pensado. Quiero
decir que la mente no me ha llevado a ellas. Me gusta usar la cabeza para las
cuestiones de logística de mi vida, aunque en mis decisiones centrales siempre me ha
movido otro motor. Es como una intuición que me lleva a los sitios… Y de repente me
encuentro en un lugar, con unas personas, dando un giro a mi vida o dentro de un
proceso personal…
Antonio
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Hasta que empezó a ver la película Una Realidad Paralela y su vida empezó a cambiar,
nunca se hubiera atrevido. Antes de conocer a Antonio, Juan, Emilio, Ángel y Griselda
no hubiese tenido fuerzas para hacerlo. Dejar el trabajo, ¿para hacer qué? Ahora
también estaba asustada, pero confiaba. Confiaba en la chispa divina que llevaba dentro.
Quería despertarla, quería descubrir su tesoro.
–La mayoría de las cosas que he hecho las he hecho desde la pasión. Y hoy,
cuando miro hacia atrás, no me entretengo en pensar que lo hubiera podido hacer
mejor, o que he tenido suerte porque las cosas me podían haber ido muy mal.
Agradezco haber hecho lo que he hecho. Sin más.
Juan
–¿Te puedo preguntar por qué has decidido dejarnos? –siguió su jefe– ¿Ha
pasado algo? ¿Has tenido algún encontronazo?
–No, de verdad, no ha pasado nada, solo que… quiero escribir –dijo Lola con
convicción–. Quiero tener tiempo para escribir.
De repente la cara de su jefe, que hasta aquel momento se había mantenido en un
estado de atención y expectación, tomó un tinte compasivo y evasivo al mismo tiempo.
Como aquel que después de un rato de conversación descubre que su interlocutor es un
poco retrasado mental o ha perdido el juicio, y saca su lado más humano pero a la vez
preventivo. Casi nadie sabe muy bien cómo tratar a un demente. Se levantó de un salto,
se acercó a Lola, que ante el gesto de su jefe también se puso en pie, y le dio unas
palmaditas en la espalda.
–Espero que te vaya muy bien, de verdad. El mundo de las editoriales y todo eso
es complicado…Pero, qué digo, ¡todos los mundos son complicados! La cuestión es
abrirse un hueco. Cuando uno se abre un hueco, ya está… Lo consigue… No pierdas las
esperanzas… Eres muy valiente.
Sin interrumpir ni un segundo su soliloquio, el jefe la acompañó hasta la puerta
del despacho empujándola ligeramente con la mano aún apoyada en su espalda, le dio
un par de besos exagerados y se despidió de ella.
Cuando Lola se dio la vuelta para mirarlo por última vez, lo vio ladear la mano a
izquierda y derecha, mientras mantenía una sonrisa apretada y tensa.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Como si el mismo hilo que tiraba a un lado y a otro de la mano le tirara también
de las comisuras de los labios. Sus ojos ya no la veían, se habían ido a repasar
mentalmente el siguiente asunto, realmente importante, que le esperaba.
Aquella imagen abrió en Lola la puerta de la duda. ¿Habría tomado la decisión
correcta?¿Estaría echando su vida por la borda?¿Cuánto tiempo podría aguantar con el
dinero que tenía? ¿Qué haría luego? Las reacciones y las caras de sus compañeros
agudizaron, si cabe, sus temores.
–¡Eso sólo se lo pueden permitir los ricos!
Ella no tenía dinero.
–¡Claro, como tú no tienes ni hijos ni familia! ¡A vivir la vida!
Lola había oído esa frase un montón de veces. “¡Me encantaría estudiar, pero con los
niños no tengo tiempo!” “¡Me cambiaría de trabajo, pero con los niños no puedo!” “¡Me
gustaría comer mejor, pero con los niños no hay manera!”. Entonces se acordó de
Griselda y de su valentía. Se acordó de la cara del bebé que la miró en el parque, de sus
ojos que lo decían todo, y de su alegría. Se acordó de nuevo del salón de su casa y de
cómo había ido tejiendo su albornoz de algodón con hilos de rutina y de día a día.
Cuando construimos nuestra vida con las palabras de otros y olvidamos las nuestras, un
hilo de seda puede ser suficiente para que nos sintamos atados.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Sintió un cosquilleo bajo sus pies. Sonrió al imaginar que miles de hormigas se habían
prestado a llevarla en hombros por su hazaña y, al sonreír, oyó de nuevo el soplo de voz
interior, que de muy dentro le decía: “Felicidades”.
Notó como si unas pequeñas alas se desplegaran a sus espaldas. Como si a cada
paso que daba creciesen y se abrieran hasta doblar su tamaño; aunque pueda parecer
extraño, cuanto mayor era su capacidad de volar más arraigada se sentía a la tierra.
–Lo pasé muy mal. Tenía los niños pequeños, pocos recursos, no sabía a qué
dedicarme ni qué hacer con mi vida. Pero hoy, cuando miro hacia atrás, pienso: ¡qué
bien lo hice!
Griselda
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
¿Y ahora qué? Lo cierto era que últimamente no hacía más que soltar. Era como
si necesitara vaciarse del aire que había respirado durante toda su vida. Había dejado
atrás amigos, amantes, trabajo, lugares conocidos, conversaciones, creencias,
pensamientos… incluso había cambiado la forma de comer. El teléfono había dejado de
sonar, las semanas de su agenda estaban en blanco, el día y la noche se sucedían sin
planes de por medio.
–Durante varios años busqué cuál podría ser mi camino. Hice mil trabajos. Me
metí en tareas de decoración, de diseño, siempre me había gustado el interiorismo y
pensaba que por ahí…
Griselda
Le gustó encontrarse con Griselda, y le reconfortó la sosegada oscuridad de la sala de
cine. Necesitaba recapitular. Sentía que habían pasado muchas cosas desde que le había
dado el vahído en el salón de su casa. No tenía ni idea de cuánto tiempo había
transcurrido, si un instante, un día o cinco años. A veces todo le parecía un sueño o una
especie de delirio, y otras era como si se sintiera realmente viva por primera vez.
Se preguntó cuántas personas estarían como ella, buscando dar el siguiente paso
en la oscuridad, sin atreverse a mirar atrás y sin ver ni una sola flecha que les indicara el
camino a seguir.
–Pero no era por ahí. Seguí buscando. Poco a poco me metí en cursos de
terapia alternativa. Hice reiki, acupuntura… En uno de estos cursos conocí a Ángel.
Enseguida conectamos
Griselda
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
… sus palabras.
De repente, Lola lo vio claro. Se dio cuenta de cuál era el siguiente paso que quería dar.
Fue como ver de nuevo el parpadeo de las estrellas de las noches cálidas de su niñez.
No tuvo que pensar para saber sobre qué quería escribir. Súbitamente supo que lo suyo
era encontrar palabras. Mejor dicho, recuperar palabras. Palabras sencillas. Palabras
llenas de humildad, de cotidianidad. Palabras que tan sólo rozaran la piel y los sentidos.
Que llegaran a las personas como si las hubiera pronunciado un niño. Quería entregar
palabras como entrega un manzano su fruto y su sombra, o una rosa su aroma y su
color, o un perro su fidelidad y su compañía. Como ellos, quería entregar lo que tenía.
Sabía que las palabras de otros no sirven para construir una vida propia, por eso
ella sólo quería entregar palabras de aliento. Palabras abiertas de posibilidades y miras,
para aquellos que buscaban, como ella, un camino hacia sí mismos.
Lola volteó las palmas de sus manos y se las quedó mirando fijamente, como si quisiera
preguntarles a sus dedos si estaban con ella. Si le ayudarían a pulsar las letras correctas
para crear las palabras precisas que lograran expresar esos sentimientos. Sus dedos
parecieron dispuestos y pulsó la primera tecla, que no fue otra que la A. Y escribió:
Antes, ahora, aventura, alegría, alimentar, aleluya, amar, avatar, aletear, aligerar,
alentar, ayudar…
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Un día Griselda me dijo: Tenemos que montar un centro para ayudar a otras
personas. Lo dijo tan convencida, con tanta fuerza, que yo le contesté: ¡muy bien!
Ángel
Los dedos de Lola se soltaron y su corazón empezó a latir con tanta fuerza que creyó
que le saldría por la boca.
–Fue una profunda intuición. ¡Lo sentí con tanta fuerza, lo vi con tanta
claridad! Entonces, Ángel y yo fuimos conscientes de que nuestros caminos se habían
cruzado porque la vida nos reservaba un proyecto en común.
Griselda
Miró las palmas de sus manos de nuevo y sonrió al recordar las palabras de una pitonisa
que le leyó las líneas de la mano una noche.
La pitonisa le tomó con mucha delicadeza la mano derecha y la miró unos segundos,
luego le pidió la mano izquierda y, tras una breve pausa, le dijo: “Tan sólo el amor
puede unir tu línea de la cabeza con la del corazón. En tu vida la mente y el corazón
trascurren por caminos paralelos, no se cruzan. Cuando el amor las una, tu vida
cambiará”.
En aquel momento creyó que la vidente le anunciaba la llegada de una nueva
relación. Un hombre que entraría en su vida y junto al que se sentiría completa, plena.
Hoy comprendía las palabras de aquella buena mujer.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
me sentía lleno porque estaba realizando un trabajo que me gustaba y que además
contribuía a ayudar a otras personas. Entendí que no se trata de esperar a que el
mundo nos llene… No funciona así. Me di cuenta de que cuando recibía más amor era
cuando estaba dando a los demás. Ya sé que es una frase muy bonita y muy tópica, pero
cuando uno lo vive, lo entiende. Y yo vivo esta sensación muchísimas veces en la
consulta.
Ángel
Lo que quiso decirle es que nadie puede llenarnos más que nosotros mismos. Y que sólo
cuando encontramos el sentido de nuestra vida podemos sentirnos completos. Llenos.
Sólo cuando encontramos el sentido de nuestra vida, nuestro corazón y nuestra mente se
unen. Sólo cuando encontramos nuestro propósito, sea cual sea, aunque se trate
simplemente de contemplar el universo, somos capaces de dar y de recibir amor.
En aquel instante Lola sentía profundamente esa unión. Le invadía una fuerza
que le abría el corazón y le daba una claridad de mente que le permitía vencer el miedo
a avanzar sin ver, a caminar sin mirar atrás, a pulsar una letra tras otra convencida de
enlazar palabras de aliento.
–Con eso no quiero decir que todo el mundo tenga que ser terapeuta, ni mucho
menos. Lo que quiero decir es que por primera vez encontré lo que buscaba. Es decir,
encontré el sentido de mi vida. Creo que uno encuentra el sentido de su vida cuando,
haga lo que haga, siente que con ello está entregando y recibiendo a la vez.
Ángel
Sintió una profunda alegría, esa que dura un instante y que no necesita de la risa ni de la
sonrisa para manifestarse.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Por qué, se preguntó Lola, a algunas personas les da por buscar y otras se limitan
simplemente a quejarse, a acomodarse o a resignarse en silencio.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Cuando alguien dice que no esta contento con su vida y se queja de la gente
que le rodea, de la familia, del trabajo… Lo primero que tendría que hacer es buscar la
manera de ser feliz. Buscar aquello que le hace feliz. Porque en el momento en que una
persona es feliz, inevitablemente su entorno y las personas de su entorno cambian. Pero
exigir permanentemente que los demás sean mejores para que nosotros no tengamos
que cambiar es un camino bastante absurdo. Un camino que sólo nos lleva a ser un
poco más infelices cada día.
Emilio
¿Por qué algunas personas se pasan la vida culpando al mundo, al universo y a los
demás, y otras se culpan a sí mismas de todo lo que les pasa? ¿Por qué algunos se
instalan en el sufrimiento y hacen de él su cárcel, y otros buscan la felicidad con todas
sus fuerzas?
–Necesitamos pasar de una visión negativa y crítica del mundo, de los demás,
de todo lo que nos pasa, y plantearnos un posicionamiento positivo de nuestra vida.
Ángel
¿Por qué algunos están convencidos de que se puede mejorar el mundo, y otros se
repiten cada día que la vida es así y que nadie podrá cambiarla? ¿Por qué algunos
quisieran morir nada más nacer, y a otros el universo les parece maravilloso?
¿Por qué hemos limitado la realidad a aquello que vemos y tocamos, cuando la mayoría
de las sensaciones y sentimientos que nos hacen felices ni se ven ni se tocan?
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
¿Por qué algunas personas creen en la fuerza de una sonrisa y de una palabra amable, y
otras sólo confían en el poder de la violencia?
–La intención es lo que crea. Lo que pasa es que la intención hay que ajustarla.
Es decir, habitualmente nuestra intención es dispersa. No sabemos lo que queremos o
no sabemos cómo expresar lo que queremos. Pero la intención, una vez afinados
nuestro pensamiento, nuestra palabra y nuestra obra, es absolutamente todopoderosa.
Emilio
Las imágenes del mar captaron la atención de Lola. Cerró los ojos y se imaginó
zambulléndose en el océano. Se metía tan adentro que se convertía en una gota de agua.
Aquella sensación le gustó y se dejó llevar. No tardó en descubrir junto a ella a sus
amigos y amigas, otras gotas de agua. Al verles, Lola les animó a jugar. No le hizo falta
decirles nada. Todos se apuntaron a jugar. Jugaron a ser parte de una gran ola azuzada
por el viento y se levantaron muy alto. Luego se dejaron caer, salpicándose unas a
otras.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
El sol fue a verlas y de tanto mirarlas las convirtió en vapor y todas juntas se
transformaron en una nube para ver la tierra desde el horizonte. Dejaron que el trueno y
el relámpago dieran la señal y, tras ella, se dejaron caer en forma de lluvia sobre los
árboles y las plantas y los animales, que les daban las gracias cuando las recibían.
Cayeron una aquí y otra allá, pero todas se hicieron río para fluir de vuelta a
casa, al océano, y, una vez más, volver a empezar. Lola sonrió. Era una gota de agua, y
también era un océano. Era una gota de agua, y también era nube y lluvia y río… Era
una gota, y también era el universo. ¿Qué pasaría si cada uno de nosotros nos
sintiéramos gotas de un gran océano? ¿Qué pasaría si cada uno de nosotros aportara al
día un bello pensamiento, una palabra de agradecimiento, o un acto de júbilo…?
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Si nos dejamos llevar por los mil pensamientos que acuden cada segundo a
nuestra mente, es imposible centrar nuestra intención. Es necesario detener la mente
para escuchar lo que nos dice nuestro corazón.
Emilio
Por qué, se preguntó Lola, después de dejar atrás una manera de hacer y de entender la
vida, después de buscar, de cambiar, tras encontrar finalmente aquello a lo que
entregarnos, la mente aún es capaz de apagar la voz de nuestro corazón con su
insistencia.
-El corazón no impone nunca su criterio, deja que seamos nosotros quienes
escojamos, pero nos dice claramente lo que le hace feliz o lo que le duele y, si estamos
atentos y le hacemos caso… nos lleva y nos da fuerzas para reconducir nuestra vida. El
único peligro es que si el corazón te llama una y otra vez y tú no le haces caso, al final
deja de hablar. Creo que desgraciadamente hay muchas personas a las que su corazón
les ha dejado de hablar.
Emilio
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
-Mi truco para conseguir detener la mente y oír la voz del corazón es practicar
unos minutos de meditación cada día.
Emilio
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Lola pasó el dedo índice por los libros de la pequeña biblioteca que formaba parte del
Centro Zen de Barcelona. Se encontró allí sin saber cómo había llegado, pero, a estas
alturas, esos detalles ya no le preocupaban.
Su dedo se detuvo en un libro: Sabiduría del corazón*, se llamaba. Abrió el
libro y leyó una página al azar:
“Cada instante contiene el infinito”. Si tuviera que explicar a alguien qué quería
decir el escritor con aquella frase no habría sabido por dónde empezar; pero,
curiosamente, al oírla notó que su corazón y su mente se alinearon de nuevo, y
experimentó la misma inocencia que había sentido en el parque al perderse en la mirada
del niño, la misma fuerza que le impulsó a teclear palabras sencillas, la misma plenitud
que sintió cuando se hizo una con el océano… Fue un instante…
∗
Gérard Pilet. Ed.Milenio, 2009
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Quién no ha vivido alguna vez la sensación de ser uno con el universo, al contemplar
una puesta de sol, al culminar el acto sexual con la persona amada, o al sostener en sus
brazos a un bebé recién nacido. Tal vez ese ir más allá de nosotros mismos tan solo duró
un segundo o menos, pero durante ese tiempo fuimos capaces de trascender nuestro
cuerpo y ser uno con el sol, con la persona amada y con el bebé recién nacido. Fue una
experiencia íntima que tal vez no supimos contar a nadie, porque no encontramos
palabras para dibujarla.
–La postura de zazen, sentado con las piernas cruzadas, la espalda recta, el
mentón metido… es importante porque permite que tu cuerpo esté anclado entre la
tierra y el cielo. En ese momento no hay separación, no hay dualidad, todos los mundos
están ahí. Todos.
Antonio
Porque cuando el corazón y la mente se unen para desaparecer, las palabras y las formas
se quedan esperando en las puertas de nuestros sentidos.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
La cotidianidad aparece en un abrir y cerrar de ojos, y, con ella, la mente con sus
interminables pensamientos y el corazón susurrándonos al oído y… nosotros en medio
intentando discernir cuál es el siguiente paso a dar. Pero si alguna vez fuimos capaces
de disolvernos en el instante presente y convertirnos en infinito, nuestro cuerpo guarda
para siempre esa memoria. La guarda en cada poro de nuestra piel, para que, con el
simple roce de una pequeña gota de rocío, sintamos añoranza.
Sintamos el anhelo de recordar esa gota de agua que fuimos en la inmensidad del
océano. Esa mota de polvo sobre la tierra. Ese suspiro del universo.
–No busco explicaciones de mi proceso vital que me cuadren, o que tengan una
lógica determinada, o que sirvan a otras personas. Creo que cada uno tiene que
encontrar su camino. Tampoco busco gurús, ni maestros, simplemente sigo… Dentro de
mí hay una fuerza que me empuja a seguir por este camino. Nada más.
Antonio
Sentada en meditación en aquel pequeño dojo donde la vida le había llevado, con las
piernas cruzadas, la espalda recta y el mentón hacia adentro, un sentimiento de gozo se
instaló en su corazón. En aquel momento Lola sintió que la realidad dejaba de tener
paredes y puertas, para convertirse en un espacio infinito donde cabía todo. Y donde
todo desaparecía.
La mente apareció veloz y le trajo un recuerdo de su niñez. De esas tardes del
mes de mayo en las que celebraban el mes de María en la capilla del colegio. La iglesia
se llenaba de flores violetas, rojas, rosas, amarillas, naranjas, blancas… y de sus
fragancias dulces, con matices ácidos y ásperos. A veces cerraba los ojos y podía
diferenciar el olor de la rosa y el del clavel, y el del lirio de la fragancia del gladiolo…
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Era embriagador. Una de las religiosas les daba la señal y todas juntas cantaban a
“María, que madre nuestra es…”. Cuánto más embotados estaban sus sentidos por los
olores y los colores de las ofrendas a la Virgen, más de dentro y más limpia salía su voz.
Era como un sonido que la traspasaba a la altura del corazón como lo haría una flecha.
Le gustaban aquellas tardes del mes de mayo.
Por aquel entonces, daba por hecho que María era la madre de Jesús y que Dios
era su padre, aunque no era el esposo de María, y que el Espíritu Santo era una
paloma… Y que Padre, Hijo y Espíritu Santo formaban la Santísima Trinidad, de la que
María quedaba excluida… No entendía muy bien todo aquello, pero había tantas cosas
que no entendía del mundo de los adultos que una más no le extrañaba y no le
importaba. Lo que a ella le gustaba era ese sentimiento que la embargaba en la iglesia
de su escuela mientras cantaba con el corazón traspasado de sensaciones y sentimientos
inexplicables. Hasta los nueve o diez años consiguió proteger el aroma de esas tardes en
el lado bueno de los recuerdos, pero sus profesores se empeñaron en inculcarle la
religión a través de la prohibición, y como ella era incapaz de tener fe y de creer en unas
normas que había que aprenderse de memoria, tuvo que rebelarse. Dejó de ser católica y
se apartó de la familia de Dios en cualquiera de sus manifestaciones y tradiciones. Los
ángeles, los arcángeles, el demonio, el pecado, el infierno y el cielo dejaron de formar
parte de su vocabulario. Es más, huía de cualquier persona que pronunciara esas
palabras y desechaba los libros que las utilizaban. Aunque nunca olvidó aquellas tardes
del mes de mayo.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Gobernar el timón
–Para mí no son necesarios los intercesores con Dios, tal como los han
utilizado, y los utilizan, las diferentes estructuras religiosas. Si nos damos cuenta de
que Dios esta dentro y fuera de nosotros, y de que nosotros somos él, ya no hará falta
que alguien hable con Dios en nuestro nombre.
Emilio
Sentada en meditación, Lola comprendió de repente por qué se henchía su pecho con los
aromas y los colores que llenaban la pequeña capilla de su escuela, esas tardes en las
que cantaba a María con el corazón abierto, como sólo puede abrirlo la inocencia, y con
la voz serena y vigorosa. Ahora sabía que Dios estaba en aquella iglesia cuando ellas
cantaban, que Dios se abría paso en ella cuando su voz surgía desde las profundidades
de su cuerpo.
Ahora entendía que Dios está con nosotros en cualquier lugar donde nosotros
estemos. Que Dios está allí y aquí, ahora y siempre.
–¿Yo soy cristiano? Pues sí. ¿Soy budista? Seguramente sí. ¿Me acerco a la
tradición sufí? Sí, también soy sufí… Creo que todos ellos hablan del mismo mensaje,
aunque lo muestran desde diferentes prismas o puntos de vista. Pero todos estamos
religados. Este es el sentido que yo le doy a la religión. Es decir, que Dios está en
nuestro interior y que de alguna manera podemos despertarlo. Este es el mensaje de
Cristo, de Buda, ese es el mensaje de los hombres santos, ese el mensaje de los
patriarcas… presentado de formas diferentes, porque cada cultura ha utilizado su
simbología y sus metáforas, para explicar algo que escapa a nuestra mente.
Juan
Ahora entendía que Dios y nosotros somos uno. Porque, ¿qué sería de Dios sin el
hombre? ¿Qué sería del hombre sin la chispa divina que lo habita?
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Ahora entendía por qué muchas personas que lo tienen todo se sienten vacías.
Se dio cuenta de que podemos ser muy felices al lado del compañero o compañera con
el que compartimos nuestra vida, tener un círculo de amistades en el que nos sintamos
arropados, un trabajo que nos satisfaga, unos hijos maravillosos, una economía que nos
permita llevar una vida desahogada… Podemos ser altos, guapos, inteligentes y
divertidos… Podemos ser personas exitosas y reconocidas. Podemos tenerlo todo y
sentirnos vacíos, porque la materia con la que se construye aquello que nos llena ni se
ve ni se toca. Ni se mide ni se pesa. No es buena ni mala. No está sometida a las leyes
del tiempo ni del espacio. No se oye. No se paladea. Está en todas partes y en ninguna.
La materia con la que se construye todo aquello que realmente nos llena puede
arrebatarnos y llevarnos al infinito, aunque sólo sea un instante.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
De una u otra forma, a la mayoría nos gustaría derribar las paredes de nuestro día a día.
Averiguar quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. En el fondo, todos
andamos buscando el sentido de la vida. Pero para unos cuantos, encontrar se convierte
en un propósito. En un fin. Algunos le llaman curiosidad innata del individuo y se
convierten en científicos, otros le llaman fe y son creyentes, pero unos y otros saben
que, más allá de nuestros actos cotidianos, existe un espacio en el que tan sólo puedes
entrar si estás dispuesto a ver más allá de lo visible.
Al oír hablar a Emilio de los “guías” o “los seres… que aparecen… y tienen una
relación muy directa con nosotros…”, Lola no pudo evitar acordarse de sus clases de
religión.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Es energía. Hay personas que se conectan con “guías” o “seres de luz”
concretos, incluso los ven. En mi caso no es así. Yo no visualizó físicamente a estos
seres. Tan sólo siento su energía o su mensaje.
Antonio
–Entras en estados en los que tienes acceso a estos seres, que yo entiendo que
están en otras dimensiones y que son capaces, en algún momento, de interactuar con
nosotros. En mi caso es así. No sé muy bien cómo transmitirlo, simplemente es que, en
un determinado instante, sé que me llega una información que no es mía.
Todos hemos experimentado alguna vez lo que es una intuición, ¿no? Algo que
nos llega con mucha fuerza y no sabemos por qué. Lo que pasa es que la mayoría de las
personas no hace caso a estas intuiciones, por miedo o porque les parecen tonterías.
Emilio
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Lola levantó la mirada. El aire parecía limpio. El espacio entre ella y la ventana y entre
la ventana y el cielo estaba vacío. Echó un vistazo a su alrededor y luego aguantó un
segundo mirando al sol. Sí, por mucho que le pareciera increíble, allí estaban las ondas
de la radio, las de la tele, las del microondas, los rayos infrarojos, los ultravioletas, los
rayos gamma… Sus ojos no podían distinguir sus colores, ni sus movimientos, ni sus
longitudes de onda, ni sus frecuencias, pero allí estaban.
Llamarles seres de luz es muy aparatoso. Yo creo que son seres normales que
habitan en una dimensión física diferente a la nuestra. Vibran a otra velocidad. En la
medida en la que la vibración es más alta, la multidimensionalidad aparece. Es pura
física.
Antonio
Quizá el científico quiere desmenuzar el universo, para descubrirse a sí mismo. Tal vez
el creyente busca en sí mismo, para trascender el universo.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Lola se pasó la mano por el pelo. Se quedó mirando el finísimo cabello que se había
quedado enredado entre sus dedos. Hoy sabía que si un científico analizaba aquel pelo
rojizo, sería capaz de hablarle de las macromoléculas de sus células, pero, al mismo
tiempo, no pudo evitar sentir un escalofrío. Aquella información llevaba miles de
millones de años transfiriéndose de un ser a otro ser. Secretamente. De un humano a
otro humano. De forma oculta. De un padre y una madre a un hijo tras otro.
Misteriosamente.
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
La información está ahí. Ante nuestros ojos. Enredada en un rizo rojizo. Esparcida en el
aire. Contenida en el agua. Ardiendo en el fuego. En la profunda oscuridad de la tierra.
La información está ahí, ante nuestros ojos. Esperando que abramos la mirada.
La Verdad es. Ha sido siempre y será eternamente. Algunos creen que ha habido
seres que han podido conocerla real y totalmente, y han tratado de transmitirla, de
corazón a corazón, escondiéndola entre metáforas, símbolos y formas. Otros en cambio
siguen buscando, convencidos de que un día se la encontraran tras el cristal de una lente
de aumento.
Seguramente no hay tanta diferencia entre científicos y creyentes. Unos y otros son
personas de fe. Personas que creen en algo de lo que no se tienen pruebas o evidencias,
y buscan la forma de demostrar sus hipótesis. Los unos a través de Dios, la nada, la
iluminación, el despertar, los ángeles y los arcángeles… Los otros a través de los
átomos, los quarks, los electrones, los neutrinos, los leptones, el acelerador… Los unos
a través del conocimiento intuitivo. Los otros mediante un sistema organizado y basado
en relaciones objetivas y comprobables.
Unos y otros se han hecho siempre las mismas preguntas: ¿Quiénes somos? ¿De
dónde venimos? ¿A dónde vamos?
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LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Amor. A Lola le salió esta palabra del corazón. Seguramente el amor era un fenómeno
físico-químico que tarde o temprano los científicos lograrían explicar rigurosamente,
pero por mucho que desmenuzaran el amor en cadenas de proteínas, ¿qué sería de
nosotros si no pudiéramos experimentarlo?
Lola se detuvo una vez más en las palabras y se dio cuenta de que cada uno de nosotros
elige sus palabras y con ellas construye su vida. Se dio cuenta de que las palabras
podían ser el todo y la nada. Una llave o el candado.
–Pero, claro, tienes que estar abierto a esa conexión, y muchas veces lo que
pasa es que el miedo nos cierra, porque genera un cierto vacío entrar en ámbitos en los
que no hay control, en los que no sabes qué pasa.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Elegimos las palabras en las que creer y con ellas creamos. Creamos el cosmos y el
microcosmos. Construimos nuestro universo y el espacio infinito… Sin ellas nada es
posible. Con ellas el vacío se convierte en nuestra casa.
–De algún modo hay que lanzar el pie al vacío con la seguridad de que antes de
que llegue al suelo va a aparecer el escalón.
Juan
Los ojos de Lola se dejaron cautivar por el vaivén sinuoso de las olas y el azul grisáceo
del cielo.
62
OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Sintió que el pequeño velero estaba a punto de anclar en el puerto, y que quizá
tuviera que despedirse de aquellas cinco personas que ya se habían convertido en sus
compañeros de viaje. Griselda, Ángel, Emilio, Juan y Antonio le habían entregado
palabras llenas de alegría, de cambio, de fuerza, de valentía, de posibilidades… Palabras
que le habían ayudado a recordar. Y a olvidar para recordar de nuevo.
Recordar que podemos mirar la vida cara a cara y atrevernos a cambiarla si nuestra
realidad no nos gusta. Lola sonrió y dio las gracias, porque nunca antes se había sentido
tan valiente.
Recordar la fuerza que mueve nuestra pasión cuando nos entregamos a lo que creemos y
creemos con entrega en lo que hacemos. Lola miró la palma de sus manos, y le pareció
que las líneas del corazón y de la mente se convertían en un pequeño río de luz… Quiso
creer que era una buena señal. Y lo creyó.
Recordar que en cada uno de nosotros podemos encontrar un espacio de silencio donde
oír la voz del corazón. Y, por un instante, el cuerpo de Lola se fundió con el infinito.
Recordar que es posible lanzarse al vacío cuando uno confía. Y Lola vio como el suelo
desaparecía bajo sus pies.
Recordar que, cuando olvidamos lo que hemos aprendido, podemos descubrir quiénes
somos realmente.
63
OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Tal vez no esté en nuestra mano descorrer el velo del misterio que nos impide ver el
origen y el fin de nuestra vida aquí en la tierra. Quizá sea una posibilidad que todos
tenemos, pero que muy pocos podrán realizar en este mundo. No importa. Quizá
sentirnos dioses nos aturulle un poco… Entonces, ¿por qué no empezamos por sentirnos
humanos?
–Formamos parte de una unidad, que es el todo. Es como una gran fuente.
Imagínate una burbuja de luz impresionante que también eres tú, todos formamos parte
de esa energía primigenia. Esa gran fuente de luz evoluciona y evoluciona gracias a las
experiencias de encarnación.
Griselda
–Somos actores de una experiencia del alma. Claro que todos vivimos nuestro
día a día con los cinco sentidos, nos lo creemos como si fuera cierto, pero creo que hay
que ir un poquito más allá de lo aparente y recordar nuestra verdadera naturaleza.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Tener esta referencia de lo que realmente somos… Y una vez sabemos eso,
salir a la calle e intentar relacionarnos con un medio que a lo mejor nos es hostil, con
un sistema de vibraciones que no responde en absoluto a la armonía que haría falta...
Pero, precisamente, entender que esas situaciones, vamos a decirlo así, son
intencionadas, es decir, forman parte de nuestro proceso de aprendizaje.
Emilio
–Una de las leyes que rigen este universo es la del libre albedrío. Yo creo
firmemente en ese libre albedrío, y cada mañana me digo: “bueno, tienes un día por
delante, puede ser un día magnífico o puede ser un día horrible. Tú decides”. Creo que
si para mi aprendizaje necesito que sea un día horrible, pues muy bien, eso tendré, un
día horrible, porque permaneceré en ese día horrible y lo prolongaré y lo propiciaré
cada vez más.
Ángel
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
–Creo que podemos elegir vivir con dignidad, con alegría, con amor... Tenemos
esa oportunidad. Creo que las personas que piensan que eso no es posible viven en la
oscuridad.
Ángel
66
OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Capaces de convivir con el tiempo, sabiendo a ciencia cierta que tan sólo cuenta el
instante presente.
Capaces de entregarnos a la vida como si fuéramos inmortales, sabiendo que hoy puede
ser nuestro último día.
–La única forma que tengo de contribuir a que la sociedad evolucione de una
manera más positiva es ayudándome a mí mismo. No veo otro camino. Y, en todo caso,
si ese ayudarme a mí mismo da unos determinados beneficios para mí, y las personas
de mi entorno se dan cuenta y me preguntan: “Oye, ¿qué has hecho para estar así de
bien?”, entonces poder compartir mi experiencia con ellos. Pero nada más.
Para mí, lo que nosotros llamamos realidad es la expresión en el mundo de la
manifestación de la conciencia colectiva de la humanidad. Es un espejo. Entonces,
cambiándonos cada uno, cambiando nuestra percepción del mundo, cambiaremos el
espejo.
Juan
Tal vez no esté en nuestra mano descorrer el velo del misterio que nos impide ver el
origen y el fin de nuestra vida aquí en la tierra. Quizá sea una posibilidad que todos
tenemos, pero que muy pocos podrán realizar en este mundo. No importa. Quizá
sentirnos humanos nos aturulle un poco…Entonces, ¿por qué no empezamos por
sentirnos dioses?
67
OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Hoy, si tuviera que pedir un deseo profundo, no pediría ser feliz: pediría ser
íntimo con mi verdadera naturaleza. Conocerme a mí mismo, con todo lo que eso
representa.
Juan
La música llenó la sala y se llevó las palabras, como si supiera que había llegado su
hora, el tiempo de reposar lo dicho. El instante en el que uno decidía si aquellas
palabras le resonaban y dibujaba con ellas un nuevo camino o un sendero o un atajo o
un puente… O no. O las dejaba caer en un saco roto para que se perdieran de vuelta a
casa.
–Recuerda –una voz resonó con fuerza y Lola miró a su alrededor. La voz no
provenía de fuera, aunque ya no estaba sola en la sala de cine. Cualquiera de los allí
presentes podía haber pronunciado aquellas palabras, pero Lola supo que era Anathor
quien lo hacía. Ya no le susurraba desde el azul grisáceo de las olas, sino desde las
profundidades de su corazón. Siempre había estado allí, agazapada. En el centro de su
pecho. Ahora lo sabía. Lo sabía y le daba las gracias por haberla guiado y alentado
durante todo el viaje. El viaje que había cambiado su vida.
Tuvo ganas de reír y de llorar a la vez. Y lloró y rió.
No pudo evitar recordar cómo había empezado su aventura. Y recordó.
68
OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Jamás hubiera imaginado que en ese pozo sin fondo encontraría a su corazón
esperándola.
69
OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Estaban en esa sala con la esperanza de haber construido un mundo de palabras para que
alguien, aunque sólo fuera uno, se las llevara a casa. No para que se las hiciera suyas,
sino para que jugara con ellas. Porque las palabras son listas y crean posibilidades en la
cabeza y sentimientos en el corazón. Y aunque no quieras insisten, y a poco que las
dejes te recuerdan quién eres realmente.
Tal vez, si poco a poco todos recordamos, nos acordaremos de que somos humanos, o
quizá dioses. Seres capaces de jugar con las palabras y construir con ellas nuevos
caminos y senderos y atajos y puentes y… un instante de silencio para olvidarnos de
todo aquello que hemos aprendido y recordar quiénes somos realmente.
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OLVIDAR
LO QUE HEMOS APRENDIDO
PARA RECORDAR
QUIÉNES SOMOS REALMENTE
Epílogo
Griselda Vidiella, Ángel Giménez, Emilio Grau, Juan Lozano y Antonio Lozano
son Nayadel. Un grupo de cinco personas que se encontraron el dieciocho de agosto de
2004, para realizar un trabajo juntos. Fruto de este encuentro nació el EMO, una
tecnología viva que actúa en el agua que circula por su interior, liberándola de viejas
memorias e imprimiéndole frecuencias de alta vibración.
nayadel.com
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