Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
tk
Conclusión
La política de la perfección
La promesa milenarista de devolver a la humanidad su perfección original de semejanza divina
-premisa que subyace en la religión de la tecnología- nunca buscó la universalidad. En esencia era
una expectativa elitista, reservada únicamente para los elegidos: unos «pocos afortunados», en la
oportuna frase (shakespeariana) de Sinsheimero La mitad de la especie, las mujeres, fueron
expresamente excluidas (véase apéndice) y también lo fueron la vasta mayoría de la población
masculina que, de forma parecida, los santos sumirían en el olvido. De este modo, los monjes
enclaustrados -los soldados espirituales de la salvación representados por Joaquín de Fiore, la
vanguardia milenarista de viri spirituales- buscaban su propia perfección privilegiada, mucho más
avanzada que la del resto de la humanidad, como así hacían también los frailes mendicantes que si-
guieron sus pasos, como misioneros y hombres de estudios. Los grandes exploradores también
creían que habían sido particularmente elegidos y enviados para redescubrir el paraíso, y los
filósofos herméticos y los. formados. en la magia poseían una inspiración similar, confiados en su
especial monopolio de la sabiduría divina. Agita
246
TECNOLOGíAS DE LA TRASCENDENCIA
dos por las visiones apocalípticas de la exclusividad de una hermandad de elite de hombres sabios y
piadosos, los científicos virtuosos del siglo XVII se imaginaban a sí mismos como los nuevos
sabios santificados de la humanidad, los mejor preparados por sus estudios y conocimientos para
encontrarse de nuevo en el reino glorioso que iba a llegar. Asimismo, el manto de perfección que
tan orgullosamente portaban, tejido por monjes, fue traspasado a través de las jerarquías cerradas y
los rituales secretos de la sociedad masónica a la elite ilustrada de la generación moderna, los
ingenieros. 1
Sin embargo, las pretensiones ditistas y trascendentales de quienes potenciaban y perseguían la
religión perfeccionista de la tecnología quedaban ocultas por su dependencia y subordinación
mundanas. En consecuencia, era en última instancia desde el poder mundano del que derivaba su
propia posición de privilegio y sus sueños de lujo y del que se servían para ampliarlos y
extenderlos. De este modo Erigena se planteó dilemas filosóficos en torno a la religión de la
filosofía mientras servía como filósofo de la corte del monarca carolingio Carlos el Calvo, quien
luchó por el control del imperio desmoronado creado por su abuelo, Carlomagno. y fue bajo los
auspicios carolingios y a su servicio, cuando las órdenes benedictinas consiguieron por primera vez
poder y autoridad en la tierra. A partir de aquel momento, sus privilegios dependieron de su
fidelidad a los señores feudales y reyes seglares y, finalmente, de su obediencia al papado.
Aunque se encontraban entre los primeros que elevaron las artes útiles al otorgar al trabajo la
dignidad del culto, los benedictinos pronto relegaron el trabajo verdadero de sus prósperas abadías a
sus hermanos laicos, a sus hermanas servidoras y a los campesinos que trabajaban a sueldo,
mientras ellos se dedicaban de forma exclusiva a la liturgia, a la escritura y al jardín. Hacia el siglo
X, para los monjes benedictinos de Cluny, como ha señalado Jacques Le Goff: «El trabajo se
exaltaba principalmente con el objetivo de incrementar la productividad y la docilidad de los
trabajadores».2
Finalmente, una transformación similar afectó también a los cistercienses, los benedictinos
honradamente reformados que habían condenado la corrupción de los ideales monásticos de la
orden de Cluny. «Los monjes pobres que en un tiempo pasado se mantuvieron
1. Roben L. Sinsheimer, The Strands of Life, Berkeley, University of Califor
nia Press, 1994, pág. 2.
2. Jacques Le Goff, Time, Work, and Culture in the Middle Ages, Chicago, University of
Chicago Press, 1980, págs. 80 y 186 (trad. cast.: Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval,
Madrid, Taurus, 1987).
CONCLUSIÓN
247
a sí mismos a través del trabajo manual-observó George Ovitt- se convirtieron en señores feudales
que supervisaban el trabajo de otros.» Abastecidos gracias a «una creciente fuerza de trabajo
manual de siervos y asalariados», amasaron una gran fortuna y disfrutaron de los privilegios y las
prerrogativas de la elite, al servicio de los papas y los príncipes. De este modo, el abad cisterciense
Joaquín de Fiore, a pesar de ser el autor de un milenarismo revisado que posteriormente alimentó la
rebelión medieval, «no era conscientemente poco ortodoxo ni tenía deseo alguno de subvertir la
Iglesia. Contó con el apoyo de no menos de tres papas para escribir las revelaciones con las que
había sido favorecido». (De hecho, como escribió Bernard McGinn, el milenarismo que Joaquín de
Fiore inspiró «fue con frecuencia una llamada de apoyo al orden establecido en forma de ideología
revolucionaria. [...] Las pruebas apuntan a que las inovaciones más importantes y efectivas en las
ideas apocalípticas normalmente no eran producto de renegados semianalfabetos [...] sino que
fueron producto de la intelectualidad establecida del momento». Esta situación se acentuó aún más
en el resurgimiento milenarista del siglo XVII.)3
Herederos del monacato, los frailes mendicante s debían también su existencia
institucionalizada y su prestigio al papado, al que servían, atendiendo piadosamente a la represión y
conquista, con una diligencia y dedicación sin precedentes. Los frailes eran monjes que habían
abandonado su claustro con el fin de evangelizar el mundo. Como académicos, establecían la base
intelectual para la autoridad papal además de para la ciencia, y como misioneros otorgaban sanción
religiosa además de apoyo para la expansión papal, y posteriormente imperial. En el proceso, se
toparon con varias amenazas al poder establecido -el ejército imaginario del Anticristo- sobre el que
prevenían y contra el que luchaban. De este modo, el fraile franciscano Roger Bacon, uno de los
primeros entusiastas del avance tecnológico, propuso su profético proyecto de invención a los
papas, exhortando a que «la Iglesia debía considerar el empleo de estos inventos contra los
incrédulos y los rebeldes».4
3. George Ovitt, The Restoration oi Periection, New Brunswick, N. J. Rutgers University Press, 1986,
pág. 153; Norman Cohn, The Pursuit oi the Millenium, Oxford University Press, 1961, pág. 109 (trad. cast.:
En pos del Milenio, Madrid, Alianza, 1981); Bernard McGinn, «Apocalyptic Traditions and Spiritual Identity
in Thirteenth Century Religious Life», en E. Rozanne Elder (comp.), The Roots oithe Modem Christian
Tradition, Kalamazoo, Mich., Cistercian Publications, 1984, pág. 1.
4. Roger Bacon, The Opus Majus oi Roger Bacon, Nueva York, Russell and Rusell, 1962, pág. 634.
248
TECNOLOGíAS DE LA TRASCENDENCIA
Colón, por supuesto, buscaba la perfección en nombre de Dios, guiado por las palabras
de los profetas. Aunque lo hizo con el apoyo de los monarcas españoles a los que profesaba
fidelidad y para quienes saqueó la tierra prometida. Los magos del Renacimiento trabajaban
aprendiendo y alcanzando el dominio de su magia en pos del conocimiento divino, sólo
para compartir sus secretos, por cierta cantidad de dinero, con los mecenas reales que
financiaban sus esfuerzos. Los rosacruces, primeros heraldos de la santidad científica,
ligaron sus fortUnas terrenales a la desventUrada monarquía de Bohemia.5
Los sabios de la revolución científica del siglo XVII emprendieron un recorrido similar.
Francis Bacon soñaba con una Nueva Atlántida,
aunque dedicó las energías de toda una vida al enriquecimiento de la corte real. En su
visión del milenio, como subrayó Margaret Jacob, Bacon «siempre situó firmemente el
control delliderazgo del paraíso milenario en manos de una elite». Del mismo modo, en las
cuestiones mundanas trataba de ampliar el dominio humano sobre la natUraleza mientras
preservaba intacto el orden establecido. En una época de incesante inestabilidad social,
como observó James R. Jacob: «La ciencia [se convirtió en] otro medio, junto con la
disciplina del trabajo y la reforma de las costumbres, a través del que las elite s europeas, al
haberse distanciado de la gente, [buscaron] su control y sujeción ala autoridad». El propio
Bacon veía con desdén lo que llamaba «la de~ pravación innata y la disposición maliciosa
de la gente común». Animaba a sus compañeros a aprender de los artesanos rudimentarios,
no a emulados, sino únicamente a mejorar sus esfuerzos más exaltados. Galileo mostró un rechazo
parecido por las «mujeres y gentes
ordinarias» -«las mentes superficiales» de la gente común- y ex- I hortaba a la Iglesia a
ocultar a la gente la verdad científica sobre los I
cielos para no confundidos ni tUrbades. Bacon creía, sin embargo, que la ciencia enseñaría «a la
gente a asumir el yugo de las leyes y a someterse a la autoridad y olvidar sus apetitos
ingobernables».6
Los seguidores de Bacon mantUvieron este punto de vista elitista. Aunque vislumbraron
obsesivamente el advenimiento de un mileriio terrenal, Hartlib, Dury, Plattes y otros entre los
primeros baconianos contaban en gran medida con el apoyo del poder y de los privi
5. Frances Yates, The Rosicrucian Enlightenment, Boulder, Shambala Press, 1978, cap. 1.
6. Margaret C. Jacob, The Cultural Meaning of the Scientific Revolution, Filadelfia, Temple Univerity
Press, 1988, pág. 34; Jacob, J. R. «By an Orphean Charm», en Phyllis Meade y Margaret C. Jacob (comps.),
Politics and Culture in Early Modern Europe, Cambridge University Press, 1988, págs. 235,238,239 Y 244.
CONCLUSIÓN
249
legios parlamentarios y sostenían una visión de la sociedad rígidamente jerárquica. Por ejemplo, en
sus proyectos de reforma educativa, potenciaban una educación universal aunque dividieron las es-
cuelas en «mecánicas» y «nobles»: las primeras, para educar a las masas en las cuestiones
prácticas; las segundas, para educar en la teoría y la ciencia avanzada. Las sociedades científicas
que emergieron en el siglo XVII, seguían el modelo vislumbrado por Bacon, y debían su existencia
y lealtad a la autoridad real y al patrocinio de la aristoHacia (cada vez más capitalista). De acuerdo
con ello, veían su misión social de forma muy parecida a como la había visto Bacon. De este modo,
la Royal Society albergó «talentos e intereses con el fin de beneficiar a la elite y no a la gente
-como ha argumentado J ames
Jacob-, para además contener y explotar a la gente al arrebatarles su conocimiento y sus técnicas,
mientras al mismo tiempo les alejaban de las posiciones políticas y religiosas que podían amenazar
la autoridad constituida».7
La filosofía mecánica, y especialmente el sistema newtoniano, sirvió igualmente a la Iglesia y al
Estado al proporcionar un aparente contrafuerte naturalista a la inviolabilidad del orden establecido.
Los francmasones newtonianos perpetuaron en el siglo XVIII este legado de la revolución
científica: los aristócratas con mentalidad científica que combinaban el misticismo y la magia con
una «dedicación al orden, la jerarquía y la perfectibilidad». En el siglo XIX, esta situación llegó a su
expresión más plena con la filosofía positivista de Auguste Comte y con la persona del ingeniero
que la encarnaba. Con el designio de oponerse a la tradición de la Revolución francesa, la
aproximación social de Comte basada en la ingeniería tenía como objetivo primordial el
restablecimiento permanente del orden. «La máxima que he puesto por delante como descripción de
la nueva filosofía política ~escribió Comte- es "Orden y Progreso". En todos los casos -añadió-, las
consideraciones sobre el progreso están subordinadas a las del orden.» Ya sea que el orden se deba
lograr en defensa de un Estado o de una empresa capitalista, o ambas cosas, los ingenieros, como
los vislumbraba Comte, permanecían dedicados a este fin.8
7. J. R. Jacob, «Orphean Charm», op. cit., págs. 241 y 249.
8. Margaret C. Jacob, «Millenarianism and Science in the Late Seventeenth
Century», Journal of the History of Ideas, vol. 37, 1976, pág. 340; véase también Margaret C. Jacob, Living the
Enlightenment, Nueva York, Oxford University Press, 1991, pág. 208; Gertrude Lezner, Auguste Comte and Positivism:
The Essential Writings, Nueva York, Harper and Row, 1975, págs. 389 y 447.
250
TECNOLOGíAS DE LA TRASCENDENCIA
En su tributo y servicio al poder establecido, los defensores de la religión de la tecnología del
siglo xx han superado a sus antecesores. Los ingenieros de las armas nucleares, dotados desde el
principio con la autoridad y la generosidad ilimitada del Estado, han dedicado su energía e
imaginación a la ampliación del poder estatal. Y sus correligionarios y colegas en la exploración
del espacio han hecho lo mismo. Von Braun aspiraba a las estrellas, aunque bombardeó Londres y
Antwerp, en defensa del Tercer Reich. Posteriormente trabajó para otras situaciones de terror
futuras en nombre de las fuerzas armadas norteamericanas. Durante la mayor parte de su carrera,
los hombres que construyeron los programas espaciales de Estados Unidos (y de la Unión
Soviética) sirvieron a fines militares. En su carrera para rea
lizar el viaje espacial pusieron al mundo al borde de la aniquilación mutua asegurada. Desde
entonces, bajo los auspicios nominalmente civiles de la NASA, han continuado contribuyendo a la
militarización del espacio, en términos de capacidad de vigilancia y capacidad de despliegue
armameñtista.
En la misma posición, los pioneros de la Inteligencia Artificial, que buscaban la mente inmortal,
han sido mantenidos por el ejército de Estados Unidos, al igual que sus discípulos de la Vida
Artificial, el ciberespacio y la realidad virtual. Al tiempo que han formado sus mentes para la
trascendencia han contribuido enormemente al arsenal mundial de armamento, vigilancia y control.
Igualmente han situado sus medios tecnológicos a disposición de corporaciones industriales,
financieras y de servicios, desplegándolos por todo el mundo para disciplinar, descualificar y
desplazar a millones de personas desinformadas, mientras se concentraba el poder y la riqueza
mundiales en manos de cada vez menos gente.
Finalmente los ingenieros genéticos, con apoyo del Estado, han establecido la base tecnológica
para un futuro orwelliano. Al mismo tiempo, han convertido su destreza técnica en una ventaja
provechosa, convirtiéndose en consejeros, accionistas y directores de empresas biotecnológicas y
firmas farmacéuticas multinacionales implicadas en la patente y el monopolio en bloque de «formas
de vida» vegetal, animal e incluso humana. Además, la rentable aceleración de los ex
perimentos genéticos ha hecho de la salud, la seguridad, la integridad ecológica y la diversidad
biológica consideraciones meramente secundarias de la producción rutinaria y sin regulación. La
utilización de información genética humana ya se ha incorporado como un nuevo medio al arsenal
de discriminación social. Las implicaciones eugenésicas de largo alcance de este conocimiento y de
esta tecnología,
CONCLUSIÓN
251
vistas a la luz de la experiencia del siglo xx, no son oscuras ni inimaginables.9
En todas estas áreas, las preocupaciones trascendentes de los hombres espirituales de nuestros
días han producido medios con un poder sin precedentes hacia fines mundanos. La expectativa de
los tecnólogos sobre el dominio restaurado ha sido satisfecha por sus patrocinadores en aras de un
dominio más grande. Aunque, en su mayoría, perdidos en sus sueños esencialmente religiosos, los
propios tecnólogos han perdido de vista o al menos han mostrado una gran despreocupación por los
fines dañinos hacia los que se ha dirigido su trabajo.
Cuando la gente se pregunta por qué las nuevas tecnologías pare
cen ser tan poco adecuadas a las necesidades humanas y sociales, asumen que es por la codicia y el
deseo de poder que motivan las personas que las diseñan y las utilizan. Ciertamente, esto tiene mu-
cho que ver, aunque no es toda la historia. En un sus trato cultural más profundo, estas tecnologías
no se acercan a las necesidades humanas básicas porque, en el fondo, nunca han pretendido
acercarse realmente a ellas. Por el contrario, han estado dirigidas a la meta más elevada de
trascender todas estas preocupaciones mortales. En este contexto ideológico, inspirado más por los
profetas que por los beneficios, las necesidades de los mortales o de la tierra que éstos habitan no
tienen consecuencias duraderas. Y es en este aspecto que la religión de la tecnología puede ser
considerada justamente una amenaza. (Por ejemplo, Lynn White hace tiempo que identificó las
raíces ideológicas de la crisis ecológica en «el dogma cristiano de la trascendencia humana y su
derecho a dominar la naturaleza»; más recientemente, también el ecologista Philip Regal ha
relacionado las justificaciones actuales de la falta de regulación en la bioingeniería con su fuente en
la tardía teología medieval de la naturaleza.)10
Como hemos visto, aquellas personas dadas a este tipo de imaginario se encuentran en la
vanguardia del desarrollo tecnológico, con grandes dotaciones económicas y alentados a hacer
realidad todos
9. PhiIip J. Regal, «Scientific PrincipIes for Ecologically-Based Risk Assessement of Transgenic
Organisms», Molecular Ecology, vol. 3, 1994, pág. 5.
10. Lynn White, «The Historical Roots of Our Ecological Crisis», en Lynn White, Machina ex Deo:
Essays in the Dynamism o[ Western Culture, Cambridge, Mass., MIT Press, 1968, pág. 89; PhiIip J. Regal,
«Metaphysics in Genetic Engineering: Cryptic Philosophy and Ideology in the "Science" of Risk
Assessement», en Ad Van Dommelen, Coping with Deliberate Release: The Limits o[ Risk Assessment,
Amsterdam, Free University of Amsterdam, 1996, pág. 25.
252
TECNOLOGíAS DE LA TRASCENDENCIA
los aspectos de sus fantasías escapistas. Con frecuencia muestran una insatisfacción patológica y un
desprecio hacia la condición humana, vuelan al espacio exterior, y señalan indiferentes la tierra, la
carne y todo aquello que no es familiar -«ofreciendo salvación a través de un arreglo técnico»,
según la oportuna descripción de Mary Midgley- y durante todo este tiempo arreglan el mundo para
que coincida con su visión de perfección.!!
Sin embargo no son únicamente los profesionales los que están tan sensibilizados. En un
milenio de creación, la religión de la tecnología se ha convertido en un hechizo común, no sólo de
los diseñadores de la tecnología sino de quienes están atrapados y desatados por sus designios
piadosos. La expectativa de una salvación última a través de la tecnología, sea cual sea el coste
humano y social, se ha convertido en una ortodoxia tácita, reforzada por un entusiasmo por
la novedad inducido por el mercado y autorizado por el anhelo mi~ lenarista de un nuevo comienzo.
Esta fe popular, subliminalmente consentida e intensificada por extremistas empresariales, guberna-
mentales y mediáticos, inspira una deferencia sobrecogedora hacia los profesionales y hacia sus
promesas de liberación mientras desvían la atención de asuntos más urgentes. De este modo, se
permite el desarrollo tecnológico sin restricciones para continuar a paso acelerado, sin un escrutinio
o supervisión serios: sin razón. Peticiones en favor de una mayor racionalidad, de reflexión sobre
los objetivos y el camino a seguir, de un valoración juiciosa de los costes y de los beneficios -con
pruebas incluso del valor económico y de las ganancias sociales en sentido mucho más amplias-, se
rechazan corno si fuesen irracionales. Desde el interior de la fe, todas las críticas parecen
irrelevantes e irreverentes.
Sin embargo, ¿podemos permitimos por mucho más tiempo tolerar este sistema ciego de
creencias? Irónicamente, la empresa tecnológica de la que en la actualidad dependemos por siempre
más para la preservación y ampliación de nuestras vidas revela una indiferencia desdeñosa, incluso
cierta impaciencia, por la propia vida. Si en su día los sueños de escape tecnológico de las cargas
infligidas por la mortalidad se traducían en cierta liberación del estado humano, la búsqueda de
trascendencia tecnológica en la actualidad ha dejado atrás estos fines terrenales. Si la religión de la
tecnología potenció en su día visiones de renovación social, también alimentó a la vez fantasías de
escapar de la sociedad. En la actualidad este imaginario vivo
11. Mary Midgley, Science as Salvation, Londres, Routledge, 1992, pág. 221.
CONCLUSIÓN
253
ha ganado dominio, de acuerdo con lo que, como observó recientemente un filósofo de la
tecnología, «todo lo que existe en el presente [oo.] se considera desechable». La religión de la
tecnología, en última instancia «se basa en esperanzas extravagantes que sólo son significativas en
el contexto de la creencia trascendente en un Dios religioso, esperanzas de salvación total que la
tecnología no puede cumplir [.oo] Al luchar por lo imposible, corremos el riesgo de destrozar
la buena vida que es posible». Dicho en pocas palabras, la búsqueda tecnológica de salvación se ha
convertido en una amenaza para nuestra supervivencia.12
En consecuencia, la convergencia milenaria entre tecnología y trascendencia ha abandonado la
utilidad histórica que en otro tiempo pudo llegar a tener. Además, mientras nuestra empresa
tecnológica asume proporciones cada vez más imponentes, se hace mucho más esencial
desligada de su fundamento religioso. «La trascendencia es un concepto desatinado -ha
argumentado Cynthia Cockburn-. Significa una huida de lo terreno y lo repetitivo, ascender por
encima de lo cotidiano. Significa poner al hombre en la Luna an tes de alimentar y dar cobijo a
los pobres del mundo [oo.] El paso revolucionario sería hacer que los hombres tuviesen los pies
firmes en la tierra.» Sin embargo, establecer una tregua con nuestra trascendente «fe en la religión
de la máquina», insistió Lewis Mumford hace mucho tiempo, exige que «alteremos la base
ideológica de todo el sistema». Una empresa similar requiere el desafío de las pretensiones divinas
de unos pocos en aras de asegurar las necesidades mortales de muchos y presupone que nos
desengañemos de nuestras propensidades trascendentes heredadas con el objetivo de abrazar de
nuevo nuestra única existencia terrenaL 13
12. Reinhart Maurer, «The Origins of Modern Technology in Millenarianisrn», en Paul T. Durbin y
Friedrich Rapp (cornps.), Philosophy and Technology, Dordrecht, D. Reidel, 1983, pág. 265.
13. Cynthia Cockburn, Machinery of Dominance, Londres, Pluto Press, 1985, pág. 255; Lewis Murnford, «An
Appraisal of Lewis Murnford's Technics and Civilization», Dedalus, verano 1959, pág. 536.