Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
E ste capítulo intenta rescatar algunas características principales de la comunicación de crisis para
luego pensar las imbricaciones posibles –no excluyentes de muchas otras que pudieran sucederse en
la realidad– con otros tipos de comunicaciones. Este esquema de relaciones e imbricaciones se ofrece
desde distintas visiones que algunos modelos o prácticas habituales de comunicación de crisis
recomiendan como patrones de actuación.
Mayoritariamente, la producción sobre la comunicación política parte de investigaciones, ensayos o
referencias que tienen a la comunicación y al comportamiento político electoral como guías, y asocian sin
traslación, o extrapolan irresponsablemente tópicos, postulados y resultados a la gestión de la
comunicación gubernamental, de riesgos y de crisis.
Por eso, es importante reconocer las grandes dimensiones que diferencian a cada tipo de comunicación,
y asumir los efectos contraproducentes que pueden generarse si las distinciones no se advierten con
claridad.
1. “incidente”, situación en la que el sistema global no corre peligro, pues se trata de una ruptura o
fallo que afecta físicamente a un subsistema de autonomía relativa, que a su vez es afectado por las
relaciones de fuerza y sinergia del entramado en el que opera su dinámica relativa;
2. “accidente”, lo que afecta físicamente a todo el sistema;
3. “conflicto”, en donde la estructura simbólica de la organización se ve alterada, pero todavía no
hasta el punto en que se pongan en entredicho sus valores (Perrow, 1984).
Es útil exponer esta distinción de instancias o gradualidades progresivas pues, siguiendo la definición
de Pauchant y Mitroff (1992), existe un cuarto nivel que es una situación crítica en tanto la situación
afecta físicamente a todo el sistema y amenaza a sus valores fundamentales y a su existencia misma. Esta
definición está próxima a la idea de conflicto de Elizalde, que sostiene que conflicto son relaciones
sociales entre actores en las que no está en juego la discusión relativa de poder, aún bajo la existencia de
hostilidad, que solo se transforma en crisis cuando uno de ellos pone en riesgo su vida o su posición
(Elizalde 2004:20-21).
La segunda visión sobre la temporalidad de la crisis sostiene que una crisis puede ser crónica o aguda y
es de alguna manera un estado de excepción o anormal (Berge, 1990). Siguiendo esta línea, en las crisis
crónicas, las decisiones suelen tomarse partiendo siempre de errores anteriores (propios y/o ajenos) y
son situaciones en las que se ha ido tan lejos que ya no se puede dar marcha atrás. Pueden durar meses e
incluso años, con gravedades que no requieren de intervenciones de emergencia. Estas fases preliminares
de las crisis equivaldrían a los conflictos de la primera postura. No por ello debe caerse en la tentación
de pensar que estas “anormalidades” constituyen crisis estructurales de acoplamiento prolongado. Esta
no intervención de emergencia, más otros factores, algunos imprevistos incluso, pueden desencadenar una
crisis aguda. En ella, la característica es la decisión de la máxima autoridad ante daños inmediatos que
no pueden esperar soluciones diletantes si lo que se quiere es minimizar las pérdidas y cuyo lema es “hay
que hacer algo y hay que hacerlo ahora” (Gonzalez Herrero, 1998:32-34).
Cualquiera sea la postura que se acepte, las organizaciones suelen explorar solamente su ambiente y
requieren realimentación solamente sobre los objetivos que deben conseguir y los riesgos diarios que han
aprendido a reconocer. Pero rara vez buscan información que pueda indicar que el mundo está a punto de
alcanzar un estado que desean evitar. Sencillamente no están equipadas para recoger datos que les exigen
mirar más allá de los límites de sus mandatos. Sus sistemas de información están diseñados para
proporcionar una realimentación normalizada sobre el logro de objetivos. La detección de la crisis
requeriría la recogida de datos sobre eventos y pautas aberrantes y hasta entonces desconocidas que
pueden transformarse en una amenaza. Sin embargo, la mayoría de las organizaciones modernas no
acopian este tipo de datos (Boin, Hart, Stern y Sundelius, 2007:40.)
Esta postura está relacionada con la de Béjin (1979:81), que considera que una crisis es una
“acumulación sinérgica de procesos que se desarrollan más o menos en una serie de fases, en diferentes
campos de la actividad social, pudiendo analizarse cada uno de estos procesos como un descrédito de los
signos de valor instituidos que repercute en las evaluaciones subjetivas, y en consecuencia, produce
vacuolas de indeterminación que no es posible dominar en la apretada red de las expectativas recíprocas
basadas en esas evaluaciones”.
Por ello, el proceso por el que un grupo, una organización o una sociedad desarrollan un consenso
sobre la crisis es muy misterioso. Algunas amenazas aparentemente obvias, indudablemente al menos en
visión retrospectiva, son ignoradas totalmente, mientras que otros peligros relativamente menores pueden
mantener en vilo a una sociedad por un período de tiempo asombrosamente largo.
En ausencia de visión retrospectiva, los gobiernos deben considera las señales y sopesar las pruebas.
Solo cuando los líderes gubernamentales definen una situación como crisis la acción de recuperación
será emprendida (Boin, Hart, Stern y Sundelius, 2007:46). Uno de los factores más importantes que obran
en contra del reconocimiento de las crisis es el limitado tiempo del que disponen los responsables
políticos y los líderes públicos para considerar, debatir y decidir sobre los asuntos de política pública.
La agenda de políticas públicas está colmada de cuestiones que aguardan que se adopte una decisión.
Todos estos asuntos han librado una difícil batalla para llegar a la cima de la agenda, todos han adquirido
el estatus de urgencia. En otros casos puede ser la política de enfrentamiento la que mantiene fuera de la
agenda crisis futuras. Los intereses opositores pueden formar parte de una coalición que bloquee
efectivamente el debate de un asunto. Si quienes están en el poder no necesitan una coalición para
gobernar y controlan más o menos la agenda, pueden negarse simplemente a otorgar el estatus de urgencia
a cierto tema.
Lo cierto es que definir una crisis es un aspecto central porque estar en crisis implica un estado de
excepción desde el punto de vista comunicacional, en el que el resto de las comunicaciones entra en un
paréntesis respecto de las primeras posturas que darían cuenta de la comunicación de crisis propiamente
dicha.
Es importante reconocer que no se actúa sobre algunas crisis porque los actores involucrados no
pueden atraer atención hacia su trance. Fallan al encuadrar el asunto de su preocupación para que los
demás comprendan y compartan la naturaleza de la amenaza, sientan la urgencia y actúen en
consecuencia.
Una barrera final para reconocer una crisis podría ser el escenario institucional en el que la crisis debe
poder reconocerse. Los avisos de crisis inminentes tienen una posibilidad solo si se entienden como
amenazas directas para el modo de vida protegido y atendido por las elites político–administrativas.
Cuando una crisis se ha materializado y se ha hecho aguda, la naturaleza del reto de proporcionar sentido
cambia dramáticamente (Boin, Hart, Stern y Sundelius, 2007:47-49).
Curiosamente, muchas de las primeras posturas comunicativas se dan mediante la “negación” o
“desmentida”. Desde esas formas suelen mutar a las modalidades de “clarificación o explicación”,
“ataque a los acusadores” o bien pasar a “responsabilizar” o “culpar a terceros” (Coombs y Holladay,
2005). Si efectivamente no se está en crisis y sí, por ejemplo en un conflicto, estas posturas
comunicativas no son problemáticas en absoluto. Pero si se estuviese en crisis, esas modalidades forman
parte de las acciones no recomendables, especialmente porque no contribuyen al reconocimiento ni al
encuadre necesarios para hacer más factible la obtención de certidumbre.
En cambio, existen otras posturas comunicativas típicas frente a una crisis:
Pero no todas las crisis se terminan cuando los retos operacionales se solventaron. La crisis de sombra
alargada separa esa categoría de las crisis que permanecen vivas en las arenas políticas y sociales,
incluso aunque las amenazas que dieron paso a la crisis no existan ya. Las crisis producen una sombra
alargada cuando llegan a ser vistas como indicadores de problemas profundos o cuando se conectan con
cuestiones críticas en otros dominios organizativos o de política pública (Boin, Hart, Stern y Sundelius,
2007:118-121).
Hay que tener en cuenta que la cuestión problematizada en un período crítico ocupa la mayor parte de la
agenda mediática, y que esta sobreexposición multiplica las lecturas sociales y convierte en
acontecimiento cualquier mínima acción que sacie el apetito periodístico de la noticia. Ello implica que
la potencialidad de que una crisis, siempre en el intento de mejorar o recuperar el poder o la reputación
perdida antes de la crisis, sea potencialmente un camino hacia una crisis de sombra larga.
Por otro lado, y potenciando el fenómeno anterior, la excesiva dramatización de lo político en un
momento de conflictividad genera una competencia histriónica de suma cero, en la que el “éxito” de un
sujeto es leído como el “fracaso” de quien ocupa la otra polaridad (Riorda y Cabás, 2005). Por ello, si
en el intento de gestionar una crisis se manifiesta unilateralmente el éxito de quien la gestiona, la
resistencia de quien pierde, en la lógica de la suma cero, acarreará alta intensidad como mecanismo de
defensa.
Esto se agrava en situaciones de crisis con capacidad para la “resistencia” política e institucional
como:
Los plazos formales son muy diferentes entre los diferentes tipos de comunicación política.
Una gestión dura técnicamente desde el momento formal de la asunción (aunque podría afirmarse que es
de hecho desde el momento en que se gana una elección) hasta que concluye el mandato.
En campaña electoral el tiempo formal es muy claro, pues normalmente las campañas permiten un plazo
en el cual se inicia y finaliza el pautado, significa ello asimismo el punto de inicio y final de la campaña
respectivamente. Con respecto al fin de la comunicación electoral, se puede computar el inicio de la veda
electoral, aunque correspondería extenderlo hasta el momento de anuncio de los resultados de la
votación.
El riesgo no tiene plazos. La decisión de la comunicación de riesgo obedece en muchos casos a
situaciones de urgencia o de imposición de fenómenos que lo producen. Pero se puede convivir con el
riesgo, sin advertirlo plenamente, o bien tener plena noción del riesgo, pero minimizar sus consecuencias.
La comunicación de riesgo, especialmente aquella altamente profesionalizada, empieza por meras
decisiones políticas sin que medien apuros o imposiciones y terminan de igual forma.
3.3 Combinación de argumentos y temporalidad de sus acciones
La comunicación gubernamental, en términos de argumentos, tópicos y elementos de impacto, no tiene
antes. Todo lo que se haya dicho, hecho o tenga significancia antes de un mandato, tendrá impacto en el
propio mandato. De igual manera, tampoco tiene fin una vez que la gestión finalice. Todo lo que se haya
dicho, hecho o tenga significancia dentro del mandato, será usado o resignificado en el futuro.
Al igual que la comunicación gubernamental, en términos de argumentos, tópicos y elementos de
impacto, la comunicación electoral tampoco tiene antes. Todo lo que se haya dicho, hecho o tenga
significancia antes de un mandato, tendrá impacto en la campaña electoral. Pero a diferencia de aquella,
sí tiene un fin, que es el momento en el que la propia campaña electoral finaliza.
La comunicación de riesgo, igual que la comunicación gubernamental, es un tipo de comunicación que
siempre es impactada en términos de argumentos y tópicos por un antes y un después que siempre serán
resignificados e ilimitados.
Mucha de la resignificación a posteriori tendrá que ver con la eficacia de la comunicación de riesgo.
La diferencia con la comunicación gubernamental es que puede tener picos de intensidad muy altos en el
presente, producto de la estacionalidad o de un hecho circunstancial, y muchas veces sustentada desde
comunicaciones centradas en el miedo.
3.4 Costos
Los costos de la comunicación gubernamental son altísimos, básicamente porque son constantes. Vale
responder a los críticos del costo de la comunicación gubernamental con dos argumentos:
a) En verdad debieran ser críticos con la política misma, en tanto la comunicación política no es más
que una metonimia que ayuda a legitimar un proyecto mayor.
b) Cuando centran la crítica en los mensajes de gran amplitud o de amplitud ilimitada (boundary-
spanning), constantes, que atraviesan un amplio público, con un amplio espectro de significación y valor
económico para su implementación, pero básicamente orientados a crear una imagen favorable del
emisor o de algo o alguien relacionado a él, deben considerar que muchas acciones de políticas públicas
son meros hechos de comunicación gubernamental (por ejemplo, las campañas públicas o de bien público
o las políticas de prevención en su conjunto), y aunque lleven la firma del gobierno y sean onerosas, son
tan discutibles como hacer una autopista o un hospital. Nadie podría prever qué impacta más, y aunque
ello fuese posible, se trata de opciones políticas. Desde la ironía de denominar al gasto excesivo en
publicidad como “subsidios a la información” (Negrine, 1996:11), se juzga explícitamente un patrón de
gasto o inversión comunicacional imposible de cuantificar, tan funcional como cualquier otro subsidio.
También se debe considerar que muchas de las acciones comunicacionales, aunque en sí mismas no son
políticas públicas propiamente dichas, contribuyen a sostener el consenso, y el criterio de escogencia de
oportunidad es un mero hecho subjetivo. Sin caer en juicios contrafácticos, cabría preguntarse si sería
menos costoso, no solo desde lo económico, sino también por la erosión de la confianza pública del
ciudadano frente a sus representantes, que un gobierno no lograre crear o sostener consenso en la
ciudadanía.
De todos modos, el gasto gubernamental suele ser visto como menos impactante que el gasto electoral,
porque este último se da con mayor intensidad que el gubernamental y durante un período tan extenso que
suele provocar efectos de hastío en el ciudadano.
La comunicación de riesgo, en cambio, tiene las mismas oportunidades o críticas que le caben a la
comunicación gubernamental, aunque siempre serán menores por dos razones: rara vez el riesgo es total y
para toda la ciudadanía (eso permite segmentar), y normalmente hay ocasiones en las que los riesgos se
acrecientan, principalmente estacionalidades.
3.5 Imbricación entre las comunicaciones
Aunque legalmente no siempre esté regulada, la comunicación gubernamental tiene etapas de
comunicación en donde se superpone con la comunicación electoral. Independientemente de las
implicancias legales de cada sistema normativo, ambas comunicaciones mantienen (especialmente para el
oficialismo) una alta posibilidad de imbricación y coordinación que puede resultar en una fuerte ventaja.
Mucha de la comunicación de riesgo es también comunicación gubernamental rutinaria. Pero no puede
coexistir con normalidad cuando hay crisis, porque la crisis actúa como un paréntesis o excepción en los
objetivos, estilos, tonos y argumentos rutinarios de la comunicación gubernamental.
Por otro lado, mucha de la comunicación electoral puede adquirir, con formas propias y diferenciadas,
acciones de comunicación de riesgo.
También la comunicación de riesgo puede coexistir con las comunicaciones de crisis cuando estas se
han sucedido. Esta coexistencia puntual presume un nivel de intensidad mayor al de riesgo.
3.6 Uso de eslóganes y polisemia de los mensajes centrales
En la comunicación gubernamental se recomienda usar un único eslogan en cada momento. Ello no
implica negar la posibilidad de que, en clave de estricta coherencia, el mismo eslogan no pueda
evolucionar en el mediano plazo hacia mensajes que mantengan plena unidad conceptual con el inmediato
anterior.
Sí tiene el requisito de que ese mensaje sea lo más polisémico posible, especialmente considerando la
extensión de un mandato y, por ende, la dificultad de quedar atrapados en mensajes o propuesta
empíricamente verificables en el corto plazo, producto de mensajes excesivamente directos o de
significado lineal desde una visión claramente denotativa.
En comunicación electoral, durante mucho tiempo se sostuvo la idea de mensajes únicos, quizás
pensando en sistemas de medios más cerrados y uniformes. Hoy, siempre con la idea de mensajes
coherentes, las campañas electorales suelen permitir la convivencia de cuatro o más mensajes a modo de
eslóganes simultáneos, lo que actúa como elemento diferenciador en términos de los segmentos a los que
se dirige la campaña y como complemento de ideas o argumentos diferentes.
Las comunicaciones electorales pueden trabajar indistintamente con mensajes polisémicos y directos o
de significado lineal, aunque es recomendable una combinación de ambos estilos –máxime si se trabaja
con varios eslóganes– y que cada uno de ellos cumpla una u otra función.
En la comunicación de riesgo, particularmente cuando toma forma de campaña específica, sí se puede
recomendar el uso de un eslogan o de una idea predominante (que no sea necesariamente un eslogan pero
se aproxime a la funcionalidad de aquel). Al igual que en las crisis, deben ofrecer una fuerte pedagogía
que los haga altamente comprensibles, pero pueden permitir alguna combinación menor con mensajes que
pueden tener polisemia, especialmente en las consecuencias positivas o negativas que pueda tener el
riesgo comunicado.
3.7 Actores enunciadores
Bibliografía
Allison, G. (1996). “Modelos conceptuales y la crisis de los misiles”, en Villanueva, A. La Hechura de
las Políticas Públicas, México, Miguel Ángel Porrúa G. E..
Arroyo, L. (2009). Escenografía política. 24 consejos para una campaña permanente en la
comunicación de gobiernos, Málaga, IX Congreso de la AECPA.
Béjin, A. (1979). “Crisis de valores, crisis de medidas”, en El concepto de crisis, Buenos Aires,
Ediciones Megápolis.
Berge, T. (1990). The First 24-Hours. Cambridge, MA: Basil Blackwell, Inc.
Billings, R., T. Milburn y M. Schaalman (1980). “A model of crisis perception: a theoretical and
empirical analysis”, Administrative Science Quarterly Vol. 25, Cornell University.
Boin, A., P. Hart, E. Stern y B. Sundelius (2007). La política de la gestión de crisis: el liderazgo
público bajo presión, Madrid, INAP.
Coombs, T. y S. Holladay (2005). “Reasoned Action in crisis Commu-nication: an attribution theory-
based approach to crisis management”, en Millar, P. y R. Heath, Responding to crisis: a rethorical
approach to crisis communication, New Jersey, Lawrence Erlabaum Associates Publishers.
Courtney, H. (2002). Pre-visión 20/20: Estrategias para el manejo de la incertidumbre en la
administración de negocios, Bogotá, Harvard Business School Press, Grupo Ed. Norma.
Dobry, M. (1988). Sociología de las crisis políticas, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas.
Edelman, M. (1991). La construcción del espectáculo político, Buenos Aires, Editorial Manantial.
Elizalde, L. (2004). Estrategias en las crisis públicas, Buenos Aires, La Crujía Ediciones.
______ (2006). “La comunicación gubernamental: problemas y soluciones estratégicas”, en Elizalde, L.;
D. Fernandez Pedemonte y M. Riorda, La Construcción del Consenso: Gestión de la Comunicación
Gubernamental, Buenos Aires, La Crujía Ediciones.
______ (2009). Gestión de la comunicación pública, Barcelona, Bosch Comunicación.
Erikkson, J (2001). “Introduction”, en Erikkson, J. (comp.) Threat politics: new perspectives on security,
risk and crisis management, Aldershot, Ashagte.
Fernández Pedemonte, D. (2006). “La reacción impensada: el discurso del gobierno ante los casos
periodísticos conmocionantes”, en Elizalde, L; D. Fernandez Pedemonte y M. Riorda La Construcción
del Consenso: Gestión de la Comunicación Gubernamental, Buenos Aires, La Crujía Ediciones.
González Herrero, A. (1998). Marketing preventivo: la comunicación de crisis en la empresa,
Barcelona, Bosch Casa Editorial.
Halper, T. (1971). Foreign Policy Crisis. Appearance and reality in decision making, Columbus,
Charles E. Merill.
Hall, D. T., y R. Mansfield (1971). “Organizational and individual response to external stress”.
Administrative Science Quarterly, Vol. 16.
Hamblin, R. (1958). “Leadership and crises”, Sociometry Vol. 21.
Hay, C. (1995). “Estructura y actuación”, en Marsch, David y Stoker, Gerry, Teoría y métodos de la
ciencia política, Madrid, Alianza.
Hermann, R. (1963). “Some consequences of crisis which viability of organizations”, Administrative
Science Quarterly Vol. 21.
______ (1972). International Crises: Insights from Behavioral Research, New York, Free Press.
Holder, T. (2005). “Constructing response during uncertainty: organizing for crisis”, en Millar, P. y R.
Heath. Responding to crisis: a rethorical approach to crisis communication, New Jersey, Lawrence
Erlabaum Associates Publishers.
Horsley, J. y R. Barker (2002). “Toward a Synthesis Model for Crisis Communication in the Public
Sector: An Initial Investigation”, Journal of Business & Technical Communication, Vol. 16.
Kitzberger, P. (2010). “Giro a la izquierda, populismo y activismo gubernamental en la esfera pública
mediática en América Latina”, en Sorj, B (comp.), Poder Político y Medios de Comunicación, Buenos
Aires, Siglo XXI.
Lagadec, P. (1993). Preventing chaos in a crisis: strategies for prevention, control, and damage
limitation, Berkshire, Mc Graw Hill International.
Losada Díaz, J. (2010). Comunicación en la gestión de crisis: lecciones prácticas, Barcelona, Editorial
UOC.
Morin, E. (1979). “Para una crisiologia”, en Béjin, A. y E. Morin, El concepto de crisis, Buenos Aires,
Ediciones Megápolis.
Negrine, R. (1996). The communications of politics, Londres, Sage Publications.
Ornstein, N. y T. Mann, (2000). “The Permanent Campaign and the Future of American Democracy”, en
Ornstein, N. y T. Mann (eds.), The Permanent Campaign and its Future, Washington DC, American
Enterprise Institute, The Brookings Institution.
Pauchant T y I. Mitroff (1992). Transforming the Crisis Prone Organization. San Francisco, Jossey–
Bass Publishers.
Perrow (1984). Normal Accidents: Living with High Risk Technologies Princeton, NJ: Princeton
University Press.
Riorda, M. y P. Cabás (2005). “Si los rojos no fueran tan rojos: la gestión de comunicación de crisis de
la Alianza”, Revista de la SAAP, Buenos Aires, Vol.2, Número 2, septiembre.
______ (2006). “Hacia un modelo de comunicación gubernamental para el consenso”, en Elizalde, L. D.
Fernández Pedemontey M. Riorda, La Construcción del Consenso: Gestión de la Comunicación
Gubernamental, Buenos Aires, La Crujía Ediciones.
______ (2008). “Gobierno bien pero comunico mal: análisis de las Rutinas de la Comunicación
Gubernamental”, Revista del CLAD Reforma y Democracia, Caracas; Febrero, Número 40.
Rosenthal, U. Kouzmin, A. (1997). “Crises and Crisis Management: toward comprehensive government
decision making”, Journal of Public Administration Research and Theory, J–Part, Vol 7, N° 2.
Ruiz, F. (2010). “Fronteras Móviles: caos y control en la relación entre medios y políticos en América
Latina”, en Sorj, B (comp.), Poder Político y Medios de Comunicación, Buenos Aires, Siglo XXI,
Plataforma Democrática.
Sandman, P. (2006). “La verdad sin tapujos”, Boletín del Organismo Internacional de Energía Atómica
47/2, marzo.
Weinsteiner, R. (2010). Gestionar una crisis sin moverse de al lado de las canillas, en
http://www.weinsteiner.net/2010/07/gestionar–una–crisis–sin–moverse–de–al.html#links.
Confusión y enfrentamiento.
La comunicación en el orden del disenso
Luciano H. Elizalde
Introducción y planteo del problema
Debería ser algo seguro que los efectos de la psicología política pacífica no son tan destructivos como
los efectos de la violencia física, en cualquier contexto. Sin embargo, la situación actual no confirma
necesariamente este supuesto. Las formas del disenso no dejaron de transformarse en los últimos años y
esto ha impactado en las estrategias de solución.
Las formas de resolución del disenso mediante los mecanismos del sistema jurídico y del sistema de
discusión crítica instalados en el sistema mediático y en el parlamentario han quedado relegadas a un
segundo lugar. Parecería que son pocos los que creen realmente que la discusión racional controlada
pueda dar buenos resultados, con algunas excepciones obvias en la vida académica, el trabajo literario o
en la tarea periodística. Esto explica por qué los vecinos se reúnen en una marcha para que la prensa
exponga y expanda su reclamo, o por qué algunos pocos jubilados cortan el paso de automóviles de una
avenida para que el funcionario responsable envíe el dinero al banco que hasta el momento ni siquiera
los atendía, o el caso de los maestros de escuela primaria que no solo van a la huelga, sino que marchan
en masa, repudian al gobierno y se exhiben furiosos para conseguir el aumento reclamado.
En resumen, en la sociedad actual es difícil encontrar acciones que expresen el disenso de modo
racional y pacífico. El mecanismo de la crítica pública, fortalecido e institucionalizado por el proyecto
moderno como medio de cambio y de solución de diferencias debería ser usado antes, durante y después
de la aplicación de los mecanismos resolutivos del sistema judicial. Sin embargo, nos alejamos de esta
situación para encontrarnos con otra de rasgos psicológicos y culturales diferentes.
Dos aspectos de la vida social pueden considerarse como rasgos de esta transformación. En primer
lugar, el sistema político ha impuesto su principio autopoiético (Luhmann, 1991:56-57) de reproducción
sobre el sistema económico. En los años noventa, el “orden” del sistema económico definía el “orden”
del sistema político. Sus principales jugadores participaban directamente en la determinación de los
procesos de disenso más violentos, junto con los jugadores del sistema político, o por delante de este.
Ahora, en cambio, el disenso social a gran escala se encuentra dominado por los temas, los motivos
y las estrategias de la política. A tal punto, que es posible escuchar amargamente a ciertos empresarios
de países limítrofes decir: “En la Argentina no se puede hacer negocios”. O la expresión menos ruidosa
pero contundente de autodefinirse incapaces de comprender de qué manera es necesario manejarse en la
realidad política que habilita o prohíbe, arbitrariamente, instalar un negocio en el país. El sistema
político define las reglas del disenso social, político, económico, cultural, social, científico, etcétera. El
sistema económico actúa, ahora, de modo subordinado al sistema político.
En segundo lugar, el sistema de medios de comunicación se ha vuelto el “teatro de operaciones” del
disenso y el “proveedor de las mecanismos” para el disenso violento o agresivo en el escenario público.
Las situaciones de disenso, incluso aquellas en las que los jugadores usan la violencia física directa, son
mediatizadas y sus resultados exhibidos y expandidos ante la opinión pública y ante los mercados.
Paradójicamente, los medios de comunicación actúan como “diques de contención” para la violencia
física, pero funcionan como mecanismos de canalización y de realización de la violencia simbólica o de
la agresividad social.
La cultura de masas necesita de motivos y activadores de interés, de mecanismos estresantes (Sloterdijk
y Heinrich, 2004:78 y ss.) y las expresiones de violencia potencial o real son siempre gratificantes desde
el punto de vista de las audiencias. Pero por otro lado, al no traspasar la prohibición del uso de la
violencia física colectiva, el enfrentamiento en forma de guerra de grupos, los propios jugadores del
sistema político y de los sistemas subordinados (económico, social, cultural) utilizan la presión y la
acción simbólica, el enfrentamiento metafórico pero doloroso para los afectar a sus rivales y
adversarios.
Así, cada sistema obtiene la rentabilidad social necesaria: el sistema de medios de comunicación
pública colectiva gana al encender la atención de los espectadores, lectores y usuarios por medio de la
exposición dramática del disenso violento; y los jugadores de los sistemas político y económico
adquieren el acceso al escenario público para lograr la presión psicológica sobre adversarios, aliados,
enemigos, amigos y observadores.
En síntesis, la política necesita del disenso y el sistema de medios de comunicación se ha transformado
en el principal mecanismo de producción de disensos violento en las sociedades actuales. El problema es
cómo funciona y de qué manera es factible actuar para contener sus efectos no buscados.
En este contexto, surge entonces el problema de las formas que adquiere el disenso y de la manera de
reconocerlo y de gestionarlo por quienes están a cargo de organizaciones políticas, sociales y
empresarias. En este sentido, este capítulo busca despejar los siguientes interrogantes:
¿Qué formas básicas adquiere el disenso? ¿Es posible separar a los mecanismos comunicativos
del disenso en formas sociales reconocibles y diferenciables?
¿De qué manera es posible categorizar estas formas de disenso desde dentro de la organización o
de la corporación? ¿Cómo diferenciar los efectos posibles de las formas de disenso para la
organización, para el grupo o para la persona?
¿Qué características adquiere la comunicación pública como mecanismo de disenso?
Algunas de estas preguntas están orientadas por una ciencia social que adquiera una modalidad de
servicio social. No es el único modo posible para la ciencia social, pero sin duda es una de las formas
que le reclama la sociedad. La ciencia social podría proveer algunas respuestas que sirvan a una mejor
forma de vivir en sociedad. Por eso, este trabajo asume una perspectiva de gestión de la comunicación de
los asuntos públicos. Empresas, organismos estatales, organizaciones sociales, grupos sociales y
personas con responsabilidades corporativas necesitan resolver problemas generados por los asuntos
públicos y por el escenario público.
Uno de los inconvenientes es cómo manejar el disenso público. El disenso en la sociedad actual no se
genera, la mayoría de las veces, de modo racional. Al contrario. El hecho de que se produzcan
intercambios de diferencias de perspectivas de manera racional no activa la atención de nadie. Cuando el
disenso es socialmente importante es porque también es violento. Por lo tanto, en la formación o en la
preparación de aquellos que tienen que manejar los asuntos públicos de gobiernos, de organizaciones
sociales y de empresas privadas debería aparecer la competencia relacionada con el proceso de gestión
de las diferencias públicas que se expresan de modo violento. Desde esta perspectiva, la gestión del
disenso violento debería estar vinculada con lo que se denomina “crisis management”. En realidad, la
crisis management debería ser solo un ítem del dissent management en la medida en que la crisis no es
la única forma social de disenso.
A partir de este problema, se tratará de profundizar y detallar el análisis de las formas de disenso, de
sus modos de identificación y de la manera de responder a sus problemas de forma estratégica.
Hipótesis
Las formas sociales del disenso funcionan según la estructura de un mecanismo de causalidad (Merton,
1992a; Elster, 1993, 1997). En la actualidad, estos mecanismos dependen de las estructuras sociales y
culturales de la política y de la comunicación. Esto significa que los jugadores sociales que deciden
utilizar ciertas formas de disenso aprenden o desaprenden las estrategias (las tácticas y las operaciones)
que necesitan articularse para que el mecanismo de disenso esté “montado” para desarrollar su
efectividad.
El grado de aprendizaje es más o menos sistemático. Puede ser enseñado en un seminario o aprendido
por la observación indirecta de lo que hacen o de cómo deciden ciertos jugadores de importancia1. Por
esto, es necesario plantearse el modo en que la cultura política construye conceptualmente estos
mecanismos. La construcción conceptual es una construcción social: las formas sociales de disenso,
como construcciones sociales, permiten que estos mecanismos sean incorporados, elegidos o cambiados
por otros medios o mecanismos de cambio diferentes.
Metodología de análisis
Para la contrastación empírica de la hipótesis de este trabajo se han considerado datos de entrevistas,
de representaciones históricas de historiadores profesionales y de noticias publicadas en la web. La
ontología de los datos es de tipo cultural: se consideran conceptos y representaciones culturales que
puedan influir en las estrategias de los jugadores sociales, en sus diagnósticos y en sus proyecciones
prácticas para las decisiones.
Desde esta perspectiva, Algirdas Greimas (Greimas y Fontanille, 1994:55, 67 y ss.) considera que las
expresiones usadas en el habla y en la escritura de la vida cotidiana dependen de las estructuras de
oposiciones semánticas de la cultura que sustenta y sobre la que se apoya la significación y el sentido de
la realidad social. En una línea parecida, Iuri Lotman (1996:23, 45-46) afirma que la cultura se organiza
en códigos que permiten ordenar los procesos de significación. Estos códigos estructuran el sentido, no
solo para comprender algo de cierta manera sino también para llevarlo a la acción.
Por último, Niklas Luhmann (1991, 2006) se refiere a ese fenómeno semiótico-cultural como una
“autodescripción” que realizan los sistemas sociales gracias al uso de “semánticas”. Las semánticas
permiten que los sistemas sociales desarrollen el sentido de las acciones y reacciones sociales. Desde
este punto de vista, Luhmann permite mejorar la comprensión de la perspectiva del trabajo: “Los textos
se elaboran para el reconocimiento y para la utilización en múltiples circunstancias, de allí que coordinen
aquellas autoobservaciones que se ajustan a ello. Hablamos de ‘semántica’ siempre que se trata de estas
ventajas de sentido dignas de ser conservadas. El sistema prepara una semántica especial, mediante la
que se facilita la autorreferencia en situaciones frecuentemente muy heterogéneas. Esta semántica luego
puede –generando una ulterior distinción– utilizarse de manera correcta o falsa” (Luhmann, 2006:704).
Por lo tanto, la metodología usada para recolectar datos y para analizarlos está sustentada en el aporte
de la semiótica estructural y de la sociología sistémica funcional. En tanto se las considera mecanismos
sociales, las formas sociales de disenso funcionan gracias a procesos de comunicación. Se define
comunicación como un mecanismo complejo de activación de inferencias activadoras de respuestas por
medio de la representación objetiva de la realidad, el relacionamiento subjetivo de los jugadores, el
enmarcado o el enfoque de las situaciones y la producción de señales (Sperber, 1995; Sperber y Wilson,
2004). La comunicación se consigue por medio de un proceso de representación, de relacionamiento
subjetivo y sistémico, y con la definición de las situaciones que experimentan los actores y agentes
(Elizalde y Crespo, 2010:161-162).
La evidencia se realizó mediante una búsqueda intencional de situaciones de disensos (hechos, eventos,
acontecimientos) desde los que se puede inferir el uso de formas de disenso como mecanismos de
cambio, dentro de las estrategias conscientes –o no tanto– de los jugadores implicados.
La matriz trata de organizar dos decisiones centrales en el dissent management. Por un lado, en el eje
vertical, se consideran las formas sociales de disenso que activan las situaciones o los acontecimientos
(accidentes, marchas, cortes de ruta, acusaciones y debates, entre otros) que deben gestionarse pero que
no es posible saber cómo hacerlo con seguridad. La ventaja de reconocer un hecho de acuerdo con una de
las formas de disenso es que permite definir con mayor claridad y precisión una estrategia general de
respuesta, más allá de las especificaciones y diferencias tácticas que es necesario incorporar in situ. En
general, en la gestión de problemas, los actores definen las situaciones que tienen que manejar como
“problema financiero”, “problema social”, “problema técnico”, “problema logístico” o “problema
medioambiental”, entre otros. Sin embargo, esto no alcanza para determinar si es un enfrentamiento
voluntario y dirigido o si cualquiera de estos problemas solo es un proceso desordenado (Elizalde,
2010:85 y ss.). Y, en segundo lugar, tampoco es factible desarrollar una estrategia de respuesta que sea
dirigida específicamente hacia el problema que se plantea en la forma social de disenso.
En la matriz, las formas de disenso se ordenan de tal manera que sea posible observar las diferentes
formas sociales de disenso, con sus estructuras y sus diferencias específicas:
Estas formas de disenso actúan dentro de situaciones y de hechos, y provocan diferentes efectos en
otros jugadores sociales. Pero estos efectos son relativos a ciertas condiciones. Por lo tanto, en el eje
horizontal se analizan estos efectos potenciales que las formas de disenso dentro de la organización o del
grupo social. Las diferencias internas entre un estado de “normalidad”, de “emergencia” y de “crisis”
dependen de las relaciones del sistema con el entorno, pero también de las metas y de los objetivos
estratégicos que debe cumplir la organización para continuar con cierto proyecto (problema existencial
que implica no solo sobrevivir, sino también continuar en una “forma de vida” política, cultural,
profesional, específica). Las diferencias entre una y otra categoría de forma interna podría darse según
algunos criterios que indiquen la gravedad de una situación para la organización, para sus metas y para su
conducción.
En el eje horizontal es necesario prestar especial atención en la esfera interna del jugador social
(organización, grupo o persona) para diferenciar entre los niveles de gravedad de las experiencias
generadas por las formas de disenso social. La falta de reflexión o de pensamiento sistemático en el
asunto lleva a que se reaccione de modo errado en ambos casos: o sobreactuando en una emergencia
porque se la considera una crisis, o devaluando y subestimando la crisis por considerarla una situación
menor, solo de alcance operativo. Cada una de las formas de disenso tendría, hipotéticamente, diferentes
efectos internos en la organización, en el grupo o en la vida personal o profesional de una persona. El
problema, sobre el cual es necesario trabajar en la segunda para de la matriz, es el de la categorización
de la gravedad de la situación de disenso, una vez reconocida la forma de disenso que contiene.
Las respuestas o el manejo sistemático de una contradicción deberían estar dirigidas a una gestión
cuidadosa para que no escale en conflicto. Para esto, las acciones (los mensajes) deben enmarcarse en
situaciones no violentas. El conocimiento mutuo, la exploración de alternativas y de opciones son algunos
de los caminos que se pueden buscar cuando dos jugadores se encuentran en una situación que identifican
y reconocen como una contradicción.
En tanto puede ser definida como una “situación de desentendimiento” de ambos lados del problema,
los voceros de quienes reconocen la contradicción deberían desempeñarse como “mediadores” o
“facilitadores” de un entendimiento más racional antes de caer en un espiral de otras formas de disenso
(como el conflicto, la conflictividad o el escándalo). La estrategia básica es tratar de que las partes
comprendan las diferencias entre ellas, sobre todo, aquellas relativas a la falta de orientación hacia la
violencia o hacia la manipulación del otro.
Las opciones de salida de una situación marcada por la forma de disenso de contradicción pueden ser
el entendimiento u otras formas de disenso, como la discusión o la controversia, o formas aún más
dañinas, como el riesgo (expresión del miedo o de confianza infundados) o el enfrentamiento abierto o
latente que tiene el conflicto.
El manejo de contradicciones sirve, en la misma línea teórica que Luhmann, para establecer un sistema
de alertas dentro del sistema social (la organización o el grupo). Para esto es necesario saber cómo
identificarlas en un hecho y de qué manera reconocer la diferencia con el conflicto y con el riesgo, que
son las principales formas del disenso con las que se suele confundir a la contradicción.
Controversia
La controversia como forma de disenso está muy cerca de la contradicción y del riesgo. De la primera,
porque la controversia es una forma de disenso que se centra en un tema objetivo, es decir, un tema que
se desprende o se independiza de los jugadores y observadores, para quedarse en una estructura de
argumentos más o menos efectivos. En la medida en que la controversia se incorpora más a los jugadores
de modo directo como objeto de discusión, entonces se pasa al riesgo y de este se escala al conflicto. No
es fácil observar una controversia pura, sin elementos que provienen del riesgo o del conflicto.
Las discusiones en el contexto de la sociedad hipermediática son intercambios de enunciados,
eslóganes, grandes cantidades de datos que no pueden ser consumidos por los legos (y, tal vez, tampoco
por los expertos) y excesos retóricos deliberados. Las discusiones o intercambios de opinión deberían
mostrar las mejores razones, pero no siempre están dirigidas a exponer un argumento más verdadero ni
más racional4.
Sin embargo, esto es algo bastante difícil en una sociedad que necesita de tanto estímulo emocional
para atraer la atención y la voluntad de observación e interpretación. El juego comunicacional que
funciona en este caso es el juego de “mercado” y el juego “deportivo” (Elizalde, 2009:177 y ss.). Pero
también puede haber discusiones en los juegos morales y judiciales, aunque cuando pasamos a este tipo
de juego estaríamos en un conflicto. Las discusiones corporativas pueden generar problemas cuando
evolucionan en discusiones personales. No es difícil que esto suceda. La prensa denomina “discusiones”
a situaciones en las que los políticos, funcionarios o directivos de compañías discuten sobre algo de
modo mesurado y controlado. Sin embargo, también aparecen situaciones en las que las discusiones
escalan a conflictos o a conflictividad.
La función retórica de la comunicación aparece como central en esta forma social. Las estrategias de
combinación de las unidades de mensajes se orientan a combinar formas gramaticales y argumentativas
que resulten persuasivas.
Una controversia puede ser el resultado de la transformación que sufre una contradicción en la medida
en que los participantes salen de la confusión por medio de un proceso de discusión y de argumentación,
diferenciado, identificable para todos, y con efectos más claros para los jugadores. O también puede ser
la consecuencia pacífica de un riesgo en tanto los jugadores pasan del estado de miedo y de ansiedad a
uno de discusión racional. Sin embargo, la función retórica y la función espectacular de la comunicación
de la controversia permiten engaños, manipulaciones, desinformación, ataques personalizados o
seducciones retóricas. La función comunicativa básica y central de la controversia es la comunicación de
representación. Y la producción de la representación para la controversia es el intento de generar una
imagen de “verdad” en los jugadores políticos implicados y, necesariamente, en los observadores, es
decir, audiencias, usuarios y públicos.
Controversia entre el gobierno nacional y Monsanto
En 2003 la empresa Monsanto realizó una presentación al gobierno de Néstor Kirchner para que se le
reconozcan todas las regalías que no se le habían pagado de la patente de un tipo de soja que habían
desarrollado de modo experimental y que, por eso, no habían cobrado en el momento de su lanzamiento
al mercado. A partir del año 2004 se pasó de una controversia a un conflicto entre Monsanto y el
gobierno nacional. Pero dentro del conflicto siempre existió una controversia como mecanismo adicional
de presión racional –sobre todo dirigida al escenario público global– acerca de la legitimidad de
Monsanto para reclamar el pago de las regalías.
La controversia como forma social de disenso se sustenta, sobre todo, en un intercambio de mensajes
sobre la representación del derecho de la compañía norteamericana y de los mensajes de meta-
representación de las bases de legitimidad y los fundamentos de la situación de derecho de Monsanto
para apoyar su reclamo. Esta representación y metarepresentación aparecen expuestas por un conjunto de
implicados o de jugadores incorporado poco a poco en el problema.
La aparición con una posición pública tiene como objetivo fortalecer o debilitar la posición pública de
alguno de los dos principales participantes del problema público (gobierno nacional y Monsanto). Por
ejemplo, en el diario La Prensa del 2 de abril de 2004, el entonces secretario de Agricultura de la
Nación de, Miguel Campos, declaraba: “(…)la administración Kirchner no está preocupada por la
discusión de fondo, que es natural, sino por el modo en que la empresa decidió encarar esta situación:
enviando cartas documento a los exportadores y anunciando que frenará embarques (…)”. Más allá del
juego retórico, los implicados observan la diferencia entre controversia y conflicto, aunque sea solo a los
fines de actuar dentro de lo que era, a esa altura del problema, un conflicto abierto entre el gobierno
nacional y la empresa Monsanto.
Sin embargo, la forma social de controversia continuaba en la medida en que los participantes actuaban
de una manera apacible y considerando los argumentos centrales. La controversia les permitía no entrar
en el conflicto abierto y descarnado, pero tampoco descendían al nivel de la contradicción, nivel que el
Gobierno pretendía dar al asunto. Como ejemplo de esto se puede considerar la toma de posición de
diferentes participantes a favor o en contra de la postura pública de Monsanto.
Pero en el mes de mayo del año 2005, la sede de la Administración Federal de Ingresos Públicos
(AFIP) de Tucumán clausuró las oficinas de Monsanto en esa capital provincial por irregularidades
cometidas por la empresa en 2003 (Ámbito Financiero, 11 de mayo de 2005). Las irregularidades no
estaban relacionadas con el problema público sino con detalles administrativos de la empresa. Y en
junio, Monsanto respondió con una acción que mostraba que lo que había expresado meses antes no era
una amenaza vacía de contenido: activó la vía judicial internacional, y solicitó a los gobiernos de
Holanda y de Dinamarca que controlasen las cargas de los barcos semilleros argentinos (El Cronista
Comercial, 29 de junio de 2005). Esto generó una respuesta muy contundente del gobierno argentino, no
solo desde la Secretaría de Agricultura sino desde el mismo Ministerio de Economía de la Nación. En
declaraciones a la prensa, el gobierno nacional manifestó que se presentaría como “tercera parte” en el
litigio entre Monsanto y los productores –a los que Monsanto reclamaba el pago de compensaciones por
haber recibido un beneficio mayor al haber usado el nuevo tipo de soja desarrollado por la empresa– a
partir de las medidas internacionales (Ámbito Financiero, 4 de julio de 2005).
En resumen, la controversia se transformó en un conflicto de juego “diplomático” controlado y
reservado hasta que derivó en un conflicto abierto luego de que Monsanto amenazara con litigar
internacionalmente y, sobre todo, a partir de que efectivamente lo hizo en mayo del año 2005.
El arreglo sobrevino con una resolución nacional (Nº 388) para limitar el uso de las semillas por parte
de los productores. Con la nueva normativa, los productores pueden usar gratis semillas derivadas de las
que compraron a Monsanto en años anteriores si pueden certificar que siembran la misma cantidad de
hectáreas que el año anterior. Fue un camino intermedio entre lo que pretendía la empresa y lo que
pretendían los productores. El interés popular por el tema fue muy bajo y, si hubiese aumentado,
Monsanto hubiera tenido mayores dificultades para conseguir sus objetivos en la medida que difícilmente
hubiese tenido apoyo popular en este tipo de discusión. A diferencia del alto grado de participación real
y de contagio que tuvo el conflicto entre el sector agropecuario y el gobierno nacional en 2008, este
conflicto estuvo dominado en el escenario público por la forma de disenso de la controversia.
La controversia es una de las formas de disenso menos destructiva, con menores efectos subjetivos
sobre los participantes. Pero es el paso concreto y contundente de que existe voluntad de buscar y de
mostrar que alguien tiene más razón que otro. Hay jugadores con motivos para defender sus razones y
esto puede escalar, a su vez, a formas de disenso más dañinas.
La situación adquiere la forma de diferencias de puntos de vista centrados o apoyados en argumentos
sobre el tema o sobre los argumentadores del tema. Quien actúe como vocero en una controversia debería
tener la capacidad de discutir, de mantener un discurso con una retórica consustanciada con el
conocimiento del tema y el nivel de la discusión para mostrar la verdad de su posición o para no mostrar
los errores que ha cometido antes. La retórica, sin embargo, debe ser considerada como algo separado de
la capacidad para generar simpatía en un cierto público. La estrategia básica es saber polemizar, sin
atacar de modo personal para que no escale a un conflicto. Para hacerlo, es necesario tener y mantener un
alto grado de conocimiento técnico acerca del tema que se está discutiendo, además de saber cuáles son
los costos de quedarse en la controversia o saltar al conflicto.
Riesgo
Los riesgos son percepciones y expresiones que surgen de estas percepciones y de sus creencias acerca
del peligro (Elizalde, 2009:149 y ss.). Los estudios sobre este mecanismo social han avanzado lo
suficiente como para dejar de lado la bibliografía clásica y usar los estudios que abordan en forma
específica el problema (Trettin y Musham, 2000:421-413; Hodges, 2000:12-14; Gale McKee y otros,
2007:448 y ss., Reyna, 2008:258). Sin embargo, cuando los juegos de comunicación pasan por el
problema de los riesgos, estamos en un problema más complejo que el de una discusión o una
controversia. La expresión de miedo a algo o la inquietud expresada es el mecanismo de producción
social del riesgo. Esto se encuentra bajo control aparente ante la seguridad de que todo está como debe
estar. Sin embargo, no siempre es así y es conveniente trabajar para pasar del campo de la seguridad al
del riesgo.
Como expresión desajustada ante el peligro (de miedo y de incertidumbre sin fundamento aparente, o de
certeza y confianza excesivas), el riesgo es generado por tres momentos comunicativos diferentes. El
primer momento es la interpretación de mensajes sistémicos originados en las fuentes del temor. Los
receptores y observadores de estos mensajes son usuarios y audiencias.
El segundo momento es el protagonizado por los usuarios atemorizados y las audiencias con
incertidumbre. Sus mensajes son de representación –del origen del peligro, de las condiciones de control
ideales y de los efectos calculados con el sentido común o con algún medio técnico propio– y de
relación. Los mensajes de relación, por su parte, son de relación entre los responsables del “riesgo” y las
potenciales víctimas, entre los que saben y no saben, entre los que son inocentes y los que tienen
capacidad de comprender el peligro (por ejemplo, niños y adultos, enfermos y sanos, ancianos y
jóvenes).
Finalmente, el riesgo se cierra provisoria o definitivamente con la comunicación efectiva o no de los
responsables hacia los implicados como víctimas, con el objetivo de ajustar las expectativas de los
primeros. El ajuste de expectativas debería ser el resultado de mensajes que cubren las cuatro funciones
de la comunicación. En primer lugar, es necesario crear situaciones de confianza (enmarcado). Luego, es
central la comunicación del problema y de la solución (representación objetiva), los roles de cada parte
(comunicación de relación subjetiva) y la codificación de las situaciones de normalidad o de
preocupación (comunicación de relación sistémica).
La representación objetiva del problema y de la solución se centra en la función metalingüística:
explicar el significado de cada una de las palabras técnicas importantes para dar aviso del problema, por
ejemplo, es central. En la comunicación de relación subjetiva es necesario trabajar en la reputación de
cada uno de los responsables. La función expresiva de la comunicación es muy importante para los
técnicos o políticos, pero también es central la función de llamada o de relación con el usuario. Esto es
lo que suele aumentar el problema a la hora de transformar la derivación de una contradicción riesgosa
en un conflicto. El final de la respuesta de los responsables en el origen del riesgo es el establecimiento
de un proceso de codificación sistémico para la interpretación automática (sistémica) de los estados de
alerta y de tranquilidad de la comunidad. El proceso no finaliza necesariamente en esta tercera etapa. En
realidad, las comprensiones que llevan a la desconfianza, al desentendimiento, a los desacuerdos y,
finalmente, a transformar el riesgo en un conflicto, hacen que el proceso deba comenzar de nuevo o deba
aceptarse que es necesario pasar a la forma de conflicto como modo de manejar el disenso.
El riesgo de la gestión política de la basura
Si se considera el riesgo como una forma social de disenso, se debe pensar en las expresiones de
incertidumbre o de certidumbre extremas en personas que sienten y piensan que están expuestas o que no
están expuestas a ciertos peligros tecnológicos o naturales5. Además, se debe pensar en el modo de
gestionar estas percepciones, conocimientos, sentimientos y expresiones desajustadas de la realidad.
El problema para gestionar las relaciones con las comunidades o grupos que manifiestan –por acción o
por omisión– ciertos riesgos es que se los considera casi siempre en dos situaciones: o como
contradicción o como conflicto. Esto sucede tanto desde el punto de vista de funcionarios y políticos,
como desde la perspectiva de ciertas organizaciones sociales que pretenden activar la conciencia del
riesgo para que estos grupos pasen a la acción de protesta o de reclamo. ¿Cómo gestionar el riesgo sin
que se transforme en un conflicto? ¿Es posible gestionar el riesgo como forma de disenso para que no se
transforme en otra forma más intensa de disenso como el conflicto, la conflictividad o el escándalo?
Para analizar la sensibilidad mediática se puede tomar como ejemplo la situación medioambiental de la
provincia de Buenos Aires. El siguiente cuadro refleja la importancia relativa que medios de diferentes
ciudades bonaerenses otorgan a las cuestiones del medioambiente.
Los dos temas que sobresalen en los medios provinciales –agua y basura– son centrales y generan
constantes problemas en municipios y provincias. Sin embargo, ni siquiera en estos temas la percepción
del problema que tienen los legos es cercana a la de los expertos. Los medios de prensa y periodísticos
están dentro de quienes se considran “no expertos” o legos en ambos temas.
Los problemas en diferentes localidades por el intento de colocar basurales muestra el pasaje directo
desde el riesgo al conflicto. En varios pueblos y ciudades de la provincia de Buenos Aires los vecinos se
manifestaron y marcharon para oponerse al traslado de basurales cerca del lugar en donde viven. A
continuación se reproducen pasajes de entrevistas hechas a expertos, que consideran que el tema de la
basura debe ser tratado y solucionado.
“Es de público conocimiento la oposición de los vecinos que fue en su momento en Villa
Domínico, hoy en Ensenada y en González Catán. Pero en general lo que se percibe es un
desconocimiento total y absoluto sobre la técnica que se aplica tanto para la separación, el
tratamiento o la disposición de los residuos. En muchos casos (el desconocimiento) está
influido políticamente o movido por algún interés económico que ex profeso desinforma a la
población con un objetivo., Indican que hay contaminación y producen enfermedades donde la
realidad es muy distinta. Este análisis realizado durante 33 años demuestra que no existe
ninguna incidencia nociva a los acuíferos o a la calidad del aire” (Elizalde y Fitz Herbert,
2010:129).
Los expertos consideran que la oposición de los vecinos está fundamentada en una creencia o certeza
falsa desde el punto de vista de las pruebas científicas y técnicas del tema. Y, además, que esta creencia o
conocimiento desajustado se produce como resultado de un proceso de manipulación y de desinformación
de jugadores con intereses económicos.
Desde la perspectiva del funcionario local que puede mejorar las condiciones de tratamiento de basura
del municipio o que puede aumentar los ingresos económicos si instala una planta de tratamiento, la
oposición de los vecinos en forma de conflicto es un problema mucho menos solucionable que el
conflicto con una empresa o corporación privada. Pero antes de haber pasado a la etapa del conflicto, los
vecinos tuvieron que expresar su temor y su desconfianza con la medida, y se discutieron formas
alternativas de control y de realización del proyecto. Es decir, se ha estado dentro de la forma social de
disenso que se define como riesgo. Pero la distancia cognoscitiva es tan amplia, que no es fácil
problematizar una cuestión que está tranquila y sin demandas, para pensar en el futuro. Los expertos
entrevistados lo ven de esta manera:
“Tenés que atacar la causa y el efecto, separar en origen. Lo que pasa es que eso para un
intendente puede ser mucho más problemático o no muy alegre para la gente, entonces es más
fácil que recolecte los residuos tal cual está y tirar el problema para la etapa siguiente, que
es la nuestra” (Elizalde, 2010c:131).
La educación pública para acercar el conocimiento de las personas no expertas a las soluciones
realistas es un proceso de mediano y largo plazo. Los medios de comunicación y de prensa son
importantes pero es necesario que el proceso se considere de modo estratégico para pasar de la
“fantasía” a la “realidad” (Elias, 1990:34 y ss.; 1994:20 y ss; 45-46).
“(…) Sobre la cantidad de páginas en los medios relacionada con el relleno sanitario y el
basural, te diría que (lo) que tiene peor imagen es el relleno sanitario. Ahora, eso hace al
desconocimiento generalizado de la gente. Porque el basural a cielo abierto es un predio
ilegal donde tiran la basura sin ningún tipo de control. En general, ahí terminan residuos
peligrosos que nosotros ni recibimos. No gestionamos residuos peligrosos. Bueno, eso termina
en un basural a cielo abierto. Y la sociedad no le da importancia a eso” (Elizalde,
2010c:133).
El riesgo funciona como un mecanismo de disenso usado por los ciudadanos, por las organizaciones
sociales, por los medios e incluso por ciertos jugadores políticos cuando no comprenden una situación o
cuando –en medio de un conflicto– pretenden generar un cambio bajo presión. Pero mientras que el
conocimiento, el sentimiento y la decisión sean gestionadas por los grupos y las organizaciones sociales
como “riesgo” genuino, entonces es posible gestionar la comunicación y el conocimiento de un modo
diferente a como se lo gestiona en las formas del conflicto.
El temor de los vecinos se traslada a los funcionarios que no quieren lidiar con la gestión del disenso
en forma de riesgo cuando los primeros se manifiestan enojados, desconfiados y quitan su apoyo a los
proyectos políticos. Sin embargo, es mucho más aconsejable gestionar el disenso como forma social del
riesgo que como un conflicto abierto.
Por este motivo los funcionarios utilizan enfoques (frames) como “Basura Cero”, que representan
situaciones ficticias para una sociedad de consumo como la nuestra. Y que lo único que generan son
falsas ilusiones que se transformarán, luego, en frustración y en mayores reacciones violentas en contra
de los gobiernos y funcionarios de turno. En tanto la situación muestra el temor o el desajuste de
expectativas, el vocero debería tener capacidad para “traducir” los aspectos técnicos del problema en
conocimiento interpretable y confiable para los legos y, así, obtener “compromisos de confianza” con los
grupos de riesgo implicados en el problema. La acción básica de esta estrategia, según esta forma de
disenso, es la de “contener” para formalizar acuerdos de control colectivo del riesgo. Para esto se
necesita desarrollar o contar con un capital de credibilidad que puede conseguirse mediante la reputación
propia o la trasferencia de reputación de alguno de los implicados (organizaciones no gubernamentales –
ONG–, gobierno, prensa) que se transforman en garantes o en respaldos de uno de los implicados.
En síntesis, las formas sociales de contradicción, de controversia y de riesgo pueden tomar formas
agresivas pero tienen una menor intencionalidad de daño, de ruptura y de disyunción que las formas
sociales de disenso organizadas alrededor del mecanismo de enfrentamiento. El conflicto, como
enfrentamiento voluntario e intencionado; la conflictividad, como una serie de actos e interacciones
agresivas centradas en su inmanencia y con mucha capacidad de destrucción, y el escándalo, que puede
ser completamente funcional cuando se sustenta en una realidad moral sólida, pueden ser muy
destructivos si solo se los utiliza como tácticas políticas.
Conflicto
Las situaciones definidas como “conflicto” son enfrentamientos voluntarios (por lo menos de una de las
partes implicadas) que intentan cambiar algo de la manera de pensar, de sentir, de decidir y de actuar del
otro.
El vocero de una de las partes que debe ponerse al frente de una situación en la que impera el conflicto
como forma social de disenso debería actuar como un “negociador”, tanto frente al actor implicado
directamente como frente a aquellos que pueden ser sus aliados o sus adversarios. En el conflicto, las
maniobras deberían tener en cuenta, ante todo, dos aspectos del adversario: los medios de acción que las
partes invierten en el conflicto y las intenciones o la voluntad de usarlos en ciertas circunstancias.
El conflicto es el mecanismo central del disenso. En nuestra cultura, es un término utilizado para
denominar a todas las formas de disenso de un modo no estricto. La sociología del conflicto lo ha tratado
como un mecanismo tipológico, es decir, como un mecanismo general que puede tomar diversas formas,
aunque básicamente con la misma estructura de base. Desde esta perspectiva, el conflicto se define como
una relación social que utiliza la violencia como medio (Freund, 1987:57 y ss.). También se lo enmarca
dentro de la lucha de clases (Dahrendorf, 1974:259) y, específicamente dentro de la lucha de clases,
como expresión de la liberación de los movimientos sociales (Tilly, 1995; 2005a; 2005b).
En el marco de la violencia simbólica, se define al conflicto como forma de enfrentamiento
representada en los medios de comunicación de masas (Vasilachis, 2005:95-96); como una más forma de
expresar la violencia social (Crettiez, 2009:35 y ss., 86 y ss., 99 y ss., 107 y ss.); como enfrentamiento
intimidatorio entre individuos o entre empresas pero, sobre todo, entre naciones (Schelling, 1960:12 y
ss.), o solamente como guerra, es decir, como enfrentamiento armado (Arquilla y Ronfeldt, 2000:7 y ss.).
Aunque sin hacer referencia al término “conflicto”, Barrington Moore trata la persecución entre grupos
culturales, políticos y religiosos como resultado del intento de conseguir la “pureza moral” (Moore,
2001:11-19, 179-184).
Para diferenciarlo de las otras formas de disenso, en este trabajo el término “conflicto” será usado
como un mecanismo específico de diferenciación y de disyunción entre jugadores sociales. En la misma
línea que Julien Freund (1987:58), es considerado un enfrentamiento calculado por los jugadores, sobre
todo, a partir de que se debe adivinar los pasos posteriores de las reacciones del otro. Lo contrario al
conflicto sería la paz, como concordia o sosiego (Diccionario de la Real Academia Española) buscados
o calculados. Darle al conflicto este recorte semántico específico implica concebir una relación
disyuntiva de la que se piensa cómo entrar y cómo salir. Pero a diferencia de Freund y coincidiendo con
la perspectiva de Thomas Schelling (1960:9 y ss; 13–15) y de Niklas Luhmann (1991:361 y ss.), se
considera al conflicto como un proceso comunicativo de intercambio de mensajes que condicionan al
otro de manera específica según las intenciones de la contraparte. Sin embargo, este intercambio de
mensajes es siempre intencional y consciente.
Esta concepción permite comprender que las formas de disenso –los aspectos negativos del conflicto y
de la paz– son tres: contradicciones (que no se controlan, normalmente), riesgos (en la medida en que son
expresiones espontáneas de miedo o de certezas genuinas) y conflictividad, en tanto y en cuanto no se
puede controlar las reacciones, salvo que se considere a la contención como la solución calculada del
problema.
El conflicto también puede incorporar a la controversia, pero el hecho de que haya una controversia no
significa que los jugadores están en conflicto. Por otro lado, a diferencia del riesgo, en el conflicto los
jugadores no permanecen en un estado de comunicación de sentimientos de miedo, de enojo o de
expectativas incumplidas por alguien. Además, el conflicto se diferencia de la conflictividad ya que el
mecanismo de disenso del primero es dirigido y está estratégicamente pensado desde una decisión
racional que vincula fines con medios (Elizalde, 2010). Y, finalmente, el conflicto es diferente al
escándalo en la medida en que este último se utiliza como un mecanismo extremo de disenso por el cual,
a partir de que la relación social con otro está enmarcada o definida como escandalosa, ya no hay regreso
o retorno a un acuerdo racional, por lo menos en el ámbito exhibido o público. El conflicto, en tanto
elemento racionalizado de búsqueda de disenso y de consenso posterior, puede usar el resto de las
formas de disenso social.
El conflicto entre el gobierno nacional y el sector agropecuario
Durante 2008 el escenario público argentino estuvo dominado por el enfrentamiento entre el gobierno
nacional y el sector agropecuario. El enfrentamiento entre los sectores agropecuarios y el gobierno de
Cristina Kirchner, iniciado el segundo día después de que el Gobierno anunciara la imposición de
retenciones a las exportaciones, fue definido abiertamente como un conflicto. Y así lo entendieron
gremios del campo y el mismo Gobierno. Además, el conflicto incluyó otras formas de disenso:
controversias (sobre la distribución de la riqueza), riesgos (de quedar desabastecidos), actos de
conflictividad (manifestaciones violentas de grupos de cada uno de los bandos) y algunos intentos de
escándalo (denuncias cruzadas sobre inmoralidades de ambas partes).
¿Por qué era un conflicto y no una forma de conflictividad o de riesgo? En primer lugar, el
enfrentamiento entre dos grupos, o entre dos grupos de grupos, se realizó sobre la base de unos reclamos
que eran posibles de cumplir por cada uno de los dos grupos. Cada uno demandaba un cambio en el otro,
la aceptación de algo que el otro tenía capacidad de hacer.
En segundo lugar, el conflicto se desarrolló sobre todo como un “juego judicial”, pero también, en un
segundo momento, se utilizaron los principios del “juego de mercado” y finalmente escaló en un “juego
bélico” (Elizalde, 2009:177 y ss.). El juego “judicial” se ordena por las oposiciones
“culpable/inocente”, mientras que el “juego de mercado” se realiza llevando a la acción la oposición
entre “aceptación/rechazo” del público que funciona como un mercado. Por su parte, los “juegos bélicos”
se estructuran en las oposiciones “ataque/defensa”.
En tercer lugar, por su intensidad y violencia, este conflicto utilizó el resto de las formas de disenso.
Ambos actores usaron controversias (sobre la economía del campo, la distribución del ingreso, la
función del Estado o la ideologización de la política), el riesgo expresado por grupos pro campo y pro
gobierno, los intentos de construcción de escándalos, y ciertas reacciones de conflictividad (la salida con
las cacerolas a la Plaza de Mayo y otras calles de Buenos Aires, o la expresión de apoyo al Gobierno de
algunas organizaciones sociales).
El conflicto fue declarado por el sector agropecuario antes que por el Gobierno. El 20 de marzo, el
diario La Nación tomaba las siguientes declaraciones del presidente de la Sociedad Rural Argentina,
Luciano Miguens: “No vamos a aflojar en esta lucha. Esta medida tiene que caer. Tengamos un sentido de
no irritar al ciudadano común; respetemos la Semana Santa, pero esto no significa levantar la medida”.
Desde el Gobierno definieron las medidas y las acciones del sector del campo como “extorsión”. “No
vamos a negociar bajo presión ni extorsión”, sostuvo el ministro del Interior, Florencio Randazzo, “Yo no
dialogo con extorsionadores”, indicó el entonces jefe de Gabinete de Ministros, Alberto Fernández.
Los actos sociales también marcaban una escalada del conflicto. El Gobierno y sus aliados realizaron
acuerdos de precios con fertilizantes, anunciaron “escarches” realizados por el dirigente Luis D’Elía, y
limitaron el esquema de compensaciones creado en 2007 para contener los precios de alimentos
derivados de granos. Por su parte, el sector del campo suspendió la venta de animales al Mercado de
Liniers, en los mercados de granos solo se hicieron operaciones a futuro, y se realizaron, durante la
última semana del mes de marzo de 2008, más de 300 movilizaciones en el interior del país.
Como se puede observar, las acciones verbales y no verbales que construyen el conflicto no pueden ser
definidas o enmarcadas como no intencionales. Nadie creería que las acciones que se sucedieron después
de la firma de la Resolución 125 fueron parte de una contradicción.
La comunicación del conflicto es tan básica como la de la contradicción. Sin embargo, tiene diferencias
sustanciales. El conflicto como enfrentamiento voluntario o buscado, por lo menos por una de las partes,
utiliza dos funciones de la comunicación: la de relación subjetiva y la de relación sistémica. El problema
que se resuelve con el conflicto es de tipo relacional. Puede usarse, para esto, la contradicción aparente,
la controversia simulada o el riesgo como pantalla, pero lo que se está buscando en realidad es el cambio
de decisión del otro o de los otros.
Las comunicaciones para crear el conflicto están guiadas por los principios de la comunicación de
cálculo (Elizalde, 2009). Los juegos comunicativos del conflicto son el juego bélico y el juego
diplomático, usados para mejorar posiciones; el juego moral y el judicial, para crear las condiciones que
dificulten al otro mantener una posición en la medida en que o es malo (juego moral) o es culpable (juego
judicial) y, finalmente, el juego de mercado (simpatía de las masas) y el juego deportivo (imagen de
ganador potencial), para conseguir apoyo y legitimidad social. En el conflicto, los jugadores sociales
actúan bajo tres principios fundamentales: fortalecen la posición propia o debilitan la de otro, generan
las condiciones para fortalecer su propia posición o debilitar la de otro, y buscan apoyo social mediante
una competencia con otro jugador en la cual el jurado es la opinión pública y las audiencias.
Como mecanismo comunicativo, a diferencia de la contradicción el conflicto es una forma de disenso
que expresa de modo explícito o latente la contradicción para generar un cambio. Desde un punto de vista
sociológico comunicativo, el conflicto es una doble comunicación contradictoria (Luhmann, 1991:390) en
la que alguien dice “no” y la otra persona dice “no al no”. La estructura del conflicto como mecanismo de
disenso es una comunicación negativa a la primera comunicación negativa. Por ejemplo, el gobierno
nacional anunció la Resolución 125, la Mesa de Enlace del sector del campo declaró que no aceptaría la
medida y el conflicto comenzó cuando el Gobierno dijo que no aceptaría la negativa del campo. Es muy
importante comprender el mecanismo comunicativo básico de la doble negación, que puede ser explícita
o implícita, pero que siempre consiste en negar la negativa del otro formulada o expresada anteriormente.
Para que se estructure un sistema conflictivo es necesario, como mínimo, ser consciente de tres
mensajes sucesivos de contradicciones. Por ejemplo, en un intercambio en el que un gobierno anuncia
que hará una plaza, los vecinos responden que no quieren la plaza y el gobierno finalmente anuncia que
hará la plaza aunque los vecinos no la quieran, la contradicción estaría definida entre el primer y el
segundo intercambio.
En cambio, en el mismo ejemplo, el riesgo necesitaría de una expresión de temor o de incertidumbre
acerca de los efectos de la plaza. Y la controversia se activaría con una discusión sobre la necesidad de
la plaza, sus efectos para el pueblo y para el fisco, entre otros debates. Si el intercambio lleva a una
acción colectiva duradera y más o menos descontrolada de los vecinos o del grupo de choque del
gobierno, entonces es factible que se esté bordeando la forma social de la conflictividad. Finalmente,
puede ser que los jugadores del conflicto utilicen o no un escándalo como forma especialmente efectiva
de cambio social buscado. El escándalo es una forma de conseguir que la disyunción con la otra parte sea
profundizada por el disenso colectivo en su contra.
Conflictividad
La segunda forma social de disenso que puede confundirse con el conflicto es la de la conflictividad.
La conflictividad es una agresividad social colectiva canalizada de manera menos programada y
sistematizada que el conflicto. Surge del descontrol, del enojo o de un cálculo, pero termina siendo más
importante satisfacer la necesidad de catarsis personal o grupal. La conflictividad se puede vincular con
tres contextos de activación: ciertos “territorios”, “lugares” o “situaciones” (Goffman, 1979:29 y ss.); el
mantenimiento o ritualización de un “estilo” (Hebdige, 2004:127 y ss.), es decir, el proceso mismo de
posicionamiento (Davies y Harré, 2007:245 y ss.; Harré y otros, 2009), o con la necesidad de catarsis
emocional o de enojo o ira a raíz de algún acontecimiento anterior (Elizalde, 2010).
Hans M. Enzensberger (1994:18 y ss.) denomina a los disturbios y violencias de nuestra era “guerra
civil molecular”. En esta forma de agresión, no solo terroristas, mafiosos, skin heads o traficantes
generan problemas, sino que el ciudadano común se transforma en un “barra brava” o hooligan, en un
incendiario, un loco homicida. Hay luchas entre bandas, entre grupos de diferentes de conocidos, de
fanáticos de un grupo de música o de un estilo de vida. Según este autor, la guerra civil molecular
comienza de “forma imperceptible” (Enzensberger, 1994:47). El espacio público se ensucia con basura,
hay vidrios rotos en las calles, las paredes se cubren de graffiti, en los colegios se rompen mobiliarios y
edificios y se rompen los teléfonos públicos.
En realidad, este es el ambiente propicio para que se genere la conflictividad. Esta forma de disenso
dirigido, pero no siempre dependiente de un plan para conseguir logros, puede encontrarse en los
comienzos de aquello que Eric J. Hobsbawm denomina “turba urbana” (Hobsbawm, 2001:147 y ss.),
aunque con muchas diferencias. La acción desplegada por la turba se componía, según el autor, por dos
mecanismos de disenso: el pedido de que se los recibiese para conversar sobre sus reclamos y el ataque
violento y directo contra el rico o el poderoso (Hobsbawm, 2001:151-153).
Los rasgos básicos que se observan en la conflictividad son:
1. Un proceso de enfrentamiento en el cual los jugadores no persiguen un objetivo trascendente al
del mismo enfrentamiento como proceso de ritualización. Esto es importante como indicador de la
forma de disenso y como elemento de evaluación para saber cómo actuar.
2. La conflictividad es el resultado de una estrategia de identidad. El cuidado de las
conversaciones de negociación debería estar centrado en la contención y en la relación con la
identidad del grupo de acción.
3. Como consecuencia del funcionamiento de la identidad colectiva, puede aparecer un mecanismo
de contagio o de mimesis que hace que el proceso de enfrentamiento se descontrole. Las acciones
son muchas veces reacciones a mensajes dirigidos o no dirigidos de parte de la otra parte y que
activan procesos emocionales de contagio funcionales a la confirmación del grupo como tal y de
su continuidad en el tiempo.
4. La conflictividad está definida por sus motivos emocionales, pero no es una reacción violenta
espasmódica. La diferencia entre el enojo contagioso simple y la conflictividad como forma de
disenso es que el estado de conflictividad es continuo, aunque su estrategia no responda a un
conflicto de maniobras. La conflictividad como forma de disenso se sostiene en un estado
emocional permanente, que mantiene la posibilidad de esta estrategia.
A menudo, la conflictividad se confunde con la forma social del conflicto. Sin embargo, la
comunicación de representación de la conflictividad (por qué se está haciendo lo que se hace) lleva a que
el adversario deba tomar una decisión grave. O tiene que pensar en que es un mensaje de fantasía o falso,
de cualquier manera, no es realista en relación con el horizonte de reclamo y de demanda o, al contrario,
la amenaza es creíble ya que sus intenciones están alineadas con sus medios de presión y de expresión y,
entonces, sus efectos serán tan contundentes que modificarán realmente el espacio político en el que se
encuentran actuando. Este es un cálculo necesario y urgente para quien necesita gestionar una forma de
disenso violenta. La diferencia está en saber si la violencia simbólica será usada como medio de
negociación o como manifestación de su identidad colectiva (Benjamin, 2009:54). Mientras que en el
conflicto los actores utilizan la violencia como medio de cambio, en la conflictividad la usan como una
forma de manifestación de su identidad colectiva. Y en esta forma de manifestación de la violencia es
factible que genere, en caso ser efectiva, una crisis en la estructura interna del adversario.
La conflictividad puede observarse en situaciones en las que los jugadores implicados no tienen en
claro una estrategia de reclamo o de cambio de las condiciones sociales pasadas, actuales o futuras. O se
muestran y aparecen de un modo mucho más expansivos de lo que realmente pueden, como una estrategia
para amedrentar o para intimidar al otro. Pero tratar el disenso que adquiere forma de conflictividad
como si fuese un conflicto tiene una serie de consecuencias muy importantes sobre la solución al
problema.
En primer lugar, el error de diagnóstico se paga muy caro en relación con los resultados temporales del
disenso. Se actúa de una manera racional de acuerdo con los pedidos o demandas de los grupos en
“conflictividad”, pero los efectos no tienen relación aparente con las acciones. Se les da lo que necesitan
de acuerdo con sus pedidos, pero se vuelve con las manifestaciones públicas y exhibiciones agresivas
que tanto molestan desde el punto de vista institucional. El segundo efecto negativo es hacia dentro de la
organización. La falta de cambio en la actitud de los grupos de conflictividad produce una
autopercepción deformada en relación con la falta de efectividad de las acciones planeadas. Esto genera
un estado emocional de tipo depresivo que se aleja, poco a poco, de la realidad a la hora de manejar el
problema.
La conflictividad de los estudiantes secundarios en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires
Uno de los casos de disenso violento en los que se usaron formas sociales de conclictividad fue el
protagonizado por los estudiantes chilenos en 2006 y conocido como la “revolución de los pingüinos”, o
el ocurrido en Buenos Aires con los estudiantes secundarios en la toma de colegios y marchas en contra
del Gobierno de la Ciudad, liderado por Mauricio Macri.
Una situación de disenso que se activa y se desarrolla mediante un mecanismo de conflictividad no
puede tratarse como si se estuviese en un conflicto. Muchas veces, el aspecto externo de una situación
genera indicios erróneos, lo cual lleva a tomar decisiones equivocadas. Por ejemplo, más allá de las
similitudes entre los levantamientos y las protestas de estudiantes de nivel secundario, mientras que el
levantamiento de los estudiantes chilenos podría ser considerado como un conflicto, la protesta con toma
de colegios protagonizada por los estudiantes porteños durante 2010 debería considerse como una forma
de disenso de conflictividad.
En el enfrentamiento chileno, los estudiantes reclamaban la derogación de la Ley Orgánica
Constitucional de Enseñanza, la derogación del Decreto Supremo 524 del 10 de abril de 1990, que regula
a los Centros de Alumnos, la finalización de la municipalización de la enseñanza, la reformulación de la
Jornada Escolar Completa (JEC), el cese del cobro de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), el
pase escolar gratuito y unificado, y la tarifa escolar gratuita en el transporte escolar para la Educación
Media. Estos reclamos eran parte de la “posición pública” que tenían los estudiantes, que revelaba dos
aspectos que delataban que se estaba frente a un conflicto. Primero, eran reclamos coherentes con los
intereses de los diferentes grupos de estudiantes, lo quedó demostrado en el proceso de negociación con
el gobierno nacional de Chile. Segundo, eran reclamos que podían satisfacerse. En tercer lugar, y
reuniendo los dos aspectos anteriores, existía una coherencia y una racionalidad en la estrategia de los
dirigentes estudiantiles que les permitió modificar el punto de vista del gobierno de Michelle Bachelet.
En cambio, y aunque tenían muchos puntos en común, las protestas estudiantiles en la ciudad de Buenos
Aires tenían una diferencia estructural con el caso chileno. Los rasgos similares radican en el accionar de
los grupos de estudiantes su lenguaje, la actitud pública y la manera de diseñar la retórica del reclamo.
Sin embargo, la protesta porteña estaba orientada de manera tal que no conseguiría nada nuevo, más allá
de la exhibición del problema, de la crítica al gobierno de Mauricio Macri y a un tipo de política de
cierta orientación ideológica.
La posición pública de los estudiantes porteños estaba resumida en el reclamo por la presentación del
plan de obras del Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Este plan de
obras había sido presentado tiempo antes de que comenzaran los reclamos y la toma de colegios.
Al final del proceso de conversaciones y de marchas, de tomas y de negociaciones como mecanismos
de destrabar el problema, el modo retórico que eligieron los estudiantes para expresar su reclamo fue
pedir“un plan de obras públicas para arreglar todos los colegios, bajo control de los docentes,
estudiantes y trabajadores; triplicar el presupuesto educativo sobre la base de un quite de subsidios a las
escuelas privadas y religiosas”, y de consignas como “Basta de plata para la deuda externa y para los
empresarios”, “No a la Metropolitana”, “Plata para trabajo, salud y educación”, “¡Ni un colegio sin
centro de estudiantes!” o “¡Unidad con los docentes, universitarios y trabajadores, fuera Macri!”. En
general, con la toma de colegios los estudiantes reclamaban “mejoras edilicias” (La Razón, 17 de agosto
de 2010), “un plan de lucha contra el vaciamiento de la escuela pública” (Página/12, 17 de agosto de
2010) y “reclamos de soluciones edilicias” (Crónica, 5 de septiembre de 2011).
No siempre las protestas estudiantiles están canalizadas por mecanismos de conflictividad. En muchos
casos fueron genuinos conflictos que pudieron ser solucionados con procesos de negociación. En el caso
porteño, en cambio, la negociación fue un mecanismo menos central que el modo en que el Gobierno de
la Ciudad contuvo a los estudiantes: los escuchó y les propuso el plan de trabajo que ya antes había
presentado y desarrollado. En definitiva, no hubo cambios estructurales, ni los estudiantes estaban
preparados para llevarlos adelante.
Las formas sociales de conflictividad pueden confundirse con el conflicto, pero también puede ocurrir
que escondan y cubran un verdadero conflicto. Cuando la conflictividad se confunde con el conflicto, no
se puede solucionar porque se intenta negociar lo que la otra parte no quiere ni está dispuesta a negociar
y lo que, por lo tanto, es imposible negociar. En el segundo caso, si se trata una situación de disenso
como conflictividad cuando en realidad es un conflicto manejado por un agente social oculto detrás de un
actor social, entonces es factible que sucedan dos cosas: o se pierde tiempo y se debilita la posición de
quien no comprende la situación, o en determinado momento sale a la luz el verdadero adversario (agente
social) detrás del aparente adversario (actor social).
En resumen, la forma de disenso que se define como conflictividad (Elizalde, 2010) se estructura por
mecanismos de enfrentamiento y de reacción violenta motivados emocionalmente, pero que alcanzan un
grado de descontrol o de falta de estrategia que se transforma en sí misma en una estrategia. Arquilla y
Rosfeltd consideran que una de las estrategias del conflicto es la confusión. Pero es posible distinguir a
esta forma de táctica específica de un conflicto armado si se considera que el disenso puede ser
presentado de dos formas sociales diferenciadas: como enfrentamiento violento estratégico y como
enfrentamiento o reacción violenta guiada emocionalmente. En esta segunda forma, el vocero debería
comportarse como contenedor, como un “enfriador” de la situación. Las estrategias racionales no tienen
demasiado efecto en una situación de contagio emocional y reacción violenta repetida. El contenedor
debería mantener el contacto con los implicados con una perspectiva de largo plazo, pero tratando de
subsistir en la relación con ellos, más que intentando hacerlos cambiar de posición.
Escándalo
El escándalo es una forma social de disenso generada a partir de que alguien –una persona, un grupo o
una organización– viola un valor central y fundamental para la sociedad en la que vive. Desde una
perspectiva histórico-cultural, específicamente en la tradición judeo-cristiana, el escandalizar significa
“hacer caer, ser para alguien ocasión de caída” (Léon-Dufour, 1990:284 y ss.). “El escándalo es la
trampa que se le pone al enemigo para hacerle caer”, dice Léon-Dufour (1990:284). La caída, en este
contexto, es moral y religiosa. En realidad, el escándalo es un concepto complejo en la tradición bíblica
y se ha heredado en la concepción política y moral de la cultura occidental de un modo similar (Jiménez
Sánchez, 1994; 1995; 2000; Thompson, 2001).
Y desde este punto de vista, se puede afirmar que el escándalo se transforma en un mecanismo de
disenso superlativo. Funciona dentro del conflicto y dentro de la conflictividad. Si dentro de lo que se
cree que es una forma de disenso de la esfera de la contradicción, de la controversia o del riesgo aparece
un escándalo, es un indicador claro de que se ha escalado a la esfera del conflicto. De hecho, el
escándalo se utiliza en situaciones extremas para conseguir profundizar el efecto del conflicto. Y una vez
que se activa, se comienza en una situación “sin retorno”, tanto para el acusado como para el acusador.
Nadie que viole el valor protegido dentro de la estructura del escándalo debería “sobrevivir” en la vida
pública.
El escándalo se construye por medio de un proceso comunicativo que comienza con la categorización
de una acción o de un hecho protagonizado por alguien como escandaloso o inmoral. El uso del término
no es imprescindible. Puede suceder que una situación inicialmente no sea catalogada como un
escándalo, pero que realmente termine siéndolo. En otros casos, puede ocurrir que desde el inicio un
jugador intente sistemáticamente rotular a una situación como un escándalo, y que el intento se frustre
porque no hay base social, ni jugadores de decisión (jueces, fiscales, entes de control, organizaciones
sociales, personalidades de gran reputación, etcétera) que puedan determinar la sanción como si fuese un
hecho moralmente grave.
La comunicación del escándalo funciona sobre la base de la construcción de una versión. Se denomina
“versión” a la combinación de varios tipos de mensajes diferentes: aquellos que presentan una verdad
del mundo objetivo, y mensajes sobre la identidad personal de los implicados. En la versión de los
acusadores y en la versión sobre el asunto no hay coherencia entre lo que se espera del rol institucional y
social del acusado y sus acciones escondidas u ocultas estratégicamente.
La estructura de comunicación del escándalo está apoyada en la objetividad del valor moral sobre el
cual se organiza el valor semántico del mensaje. El valor moral se transforma de ser un supuesto en el
mensaje a ser lo comunicado explícitamente. El supuesto se expresa o se hace público de tal manera que
surge el aspecto de índole jurídica y forense: hay que saber si el acusado realmente es culpable y esto se
debe hacer de modo público, en el foro. Por lo general, la acusación de presunción o de seguridad de que
alguien ha protagonizado un escándalo se presenta antes de que aparezca una prueba objetiva –
intersubjetiva o pública– en contra del acusado.
Para gestionar esto, el vocero que defiende la posición del acusado debería ser una persona con
reputación, es decir, con credibilidad y legitimidad suficiente delante de los acusadores y de la opinión
pública para realizar una defensa ciertamente eficaz del acusado. La estrategia del escándalo está
organizada dentro de un juego judicial del cual es necesario salir como inocente, aunque también puede
ser un juego moral (bueno/malo) o un juego de posiciones (“mercado” de la persona). O se muestra que
la acusación es inverosímil o se pide perdón para ser redimido del pecado cometido.
Lograr que la percepción pública y la estructura de comunicación de la acusación giren ante la defensa
del acusado de parte de personas con reputación y alejadas del caso es bastante difícil. Cuando el
sacerdote católico Julio César Grassi fue enjuiciado acusado de haber abusado sexualmente de menores
de edad, la defensa que de él hicieron personas públicas, con buena reputación, no logró un cambio
sustancial en la forma en que los medios de comunicación trataron al acusado. En este caso y teniendo en
cuenta la gravedad de la acusación, el pedido de perdón es impensable como mecanismo de salida del
escándalo, justamente por la identidad pública del acusado. Su “posicionamiento” (Davies y Harré,
2007) como conjunto de obligaciones y de derechos que funcionan como presupuesto del debate acerca
de su inocencia o de su culpabilidad es el apoyo sobre lo que se golpea al acusado.
Y esta cuestión de la identidad pública o del “posicionamiento”, como dice Rom Harré (Harré y otros,
2009:9), se suma al problema de cómo manejar la dimensión de la verosimilitud del escándalo generada
por las estructuras ideológicas que dominan el escenario público. Estas representaciones ideológicas
condicionan las formas y los criterios de producción y distribución de conocimiento sobre el asunto. En
el caso Grassi, el hecho de que el protagonista sea un sacerdote, de que sea famoso y de que haya niños
involucrados son condimentos especialmente interesantes para la formación del escándalo.
El escándalo está relacionado con esta estructura dramática que le proveen los protagonistas, sus
papeles y la historia potencial que está en juego. En otros escándalos con acusados de abusar de
menores, luego de un tiempo se termina por perdonar y por integrar al acusado a la vida pública. Por
ejemplo, cuando hace años Héctor Veira, un famoso jugador de fútbol, fue condenado por violación en
grado de tentativa de un menor, luego de un tiempo el delito término siendo materia de humor negro y el
personaje fue integrado y aceptado socialmente en el medio del espectáculo.
En el caso de las acusaciones a Mauricio Macri, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, por
escuchas ilegales a miembros del propio gobierno, la posición ideológica del acusado permite la
aceptación menos forzada de que lo que se dice puede ser verdad. En definitiva, la potencialidad del
escándalo está desigualmente distribuida. Las escuchas de la derecha no son lo mismo que las escuchas
de la izquierda, o viceversa. Los abusos de estrellas del fútbol no tienen la misma importancia que los
abusos de los sacerdotes. Identidad pública –obligaciones y derechos– y posición ideológica son dos
elementos que condicionan la permanencia o la salida de los acusaos del escándalo.
Por su parte, la sociedad utiliza al escándalo para proteger ciertos valores fundamentales relacionados
con identidades o roles sociales y con creencias y valores ideológicos de una hipotética violación por
parte de miembros de la comunidad. Pero para que esto funcione necesita tener “crédito de sentido”. Por
eso, en general, el escándalo funciona gracias a un modelo “financiero” o “bancario” (Sloterdijk,
2010:31) en el que cuanto más se usa menos valor tiene. Incluso es posible que se “gaste” su base
“capitalizada” si se lo utiliza inadecuadamente. Se podría decir, entonces, que el escándalo es efectivo en
la medida en que se relaciona con un proceso de capitalización social, y que depende de esta base de
capitalización social que permite a los diferentes jugadores sociales contar con un “crédito” comunitario
para activar las acusaciones cuando es necesario de modo exitoso.
El escándalo de la bolsa de dinero en el Ministerio de Economía
Si se considera al escándalo de un modo concreto y empírico, como un mecanismo usado por un
jugador social en contra de otro, para generar condiciones negativas sobre la percepción pública de
alguien o para que no se repita cierta forma de conducta, entonces se transforma en una especie de “bala
de plata” de las formas sociales del enfrentamiento. La representación social del escándalo que realizan
la prensa o los medios (la industria del cine, por ejemplo) muestra con bastante detalle el funcionamiento
de esta forma social de disenso.
El 25 de junio de 2007, el semanario Perfil informó que 21 días antes (el 4 de junio) se había
encontrado, durante una requisa habitual de la Brigada de Explosivos del Cuerpo de Bomberos de la
Policía Federal, una bolsa con dinero (140.000 dólares, 50.000 euros y 100.000 pesos) en el despacho
que ocupaba la entonces ministra de Economía de la Nación, Felisa Miceli, en el Palacio de Hacienda.
Pero además, el medio informó que el acta de la requisa había desaparecido.
A partir de esta denuncia periodística, se sucedieron una serie de hechos, acciones y eventos que
provocaron el alejamiento de la ministra de su cargo. ¿Cuáles fueron los hechos que desarrollaron el
proceso y que estructuraron el escándalo como forma de disenso social?
En primer lugar, al día siguiente de la publicación de la noticia de Perfil, el vocero de la ministra
“desmintió” al semanario y dijo que el dinero no se había encontrado en el baño, sino en un armario del
despacho, y que en realidad en la bolsa no había la cantidad de dinero que informaba el diario, sino
menos (100.000 pesos y 31.670 dólares).
Las reacciones fueron varias. Se inició un proceso judicial a cargo de un fiscal, y las asociaciones
periodísticas y la oposición política tejieron diferentes hipótesis sobre los negocios particulares de los
parientes cercanos de la ministra y sus relaciones con el poder político.
El 4 de julio, la editorial del diario La Nación reclamaba declaraciones de Miceli, que aún no había
sido autorizada por el entonces presidente de la Nación, Néstor Kirchner, para explicar públicamente por
qué tenía tanto dinero en su despacho en el Ministerio de Hacienda.
La ministra apareció ante la prensa 12 días después de que se publicara la noticia de Perfil. Para
definir su posición pública indicó que se había comportado de modo “ingenuo” o “torpe” (La Capital de
Rosario, 8 de junio de 2007). Explicó que había llevado el dinero para realizar una operación
inmobiliaria familiar y señaló que casi todo el dinero en realidad pertenecía a su hermano.
En la relación entre el enfoque elegido (ingenuidad) y la versión de la posición pública se encuentra la
primera debilidad de la defensa. No es creíble que una persona con el conocimiento técnico y la
responsabilidad que tenía la ministra pueda ser ingenua en este tipo de cuestiones. En segundo término, su
versión tuvo varias inconsistencias y contradicciones verbales. La más importante es que el dinero
encontrado tenía fajas del Banco Central, que solo le da dinero a otros bancos. Este hecho fue siempre
inexplicable. Tercero, en la versión de los motivos del hecho, la ministra conjeturó (en realidad, aseguró)
que había interesados en sacarla del Ministerio de Economía (Clarín, sábado 7 de junio de 2007).
Un elemento que se agregó a la desconfianza y a la falta de credibilidad fue que los bomberos
declararon haber recibido un llamado de la custodia de la ministra para que devolvieran el acta realizada
el 5 de junio. El personal de custodia involucrado, a su vez, dijo que tenían “órdenes de arriba” (Lanata,
2007).
El 9 de julio el jefe del radicalismo declaró que el presidente debía pedirle la renuncia a su ministra. A
partir de ahí, la posición pública de la ministra nunca tuvo suficiente consistencia interna y mucho menos
era creída por quienes la escuchaban o la veían por televisión. Sin embargo, el mismo día, el entonces
jefe de Gabinete de Ministros, Alberto Fernández, declaró en el diario La Nación que las explicaciones
dadas por la ministra eran satisfactorias a los ojos del presidente Kirchner.
Cinco días después de las declaraciones del jefe de Gabinete, la tarde del 16 de junio, Felisa Miceli
entró al despacho de Alberto Fernández a entregar su “renuncia indeclinable” dirigida al presidente
Néstor Kirchner (Página/12, 16 de junio de 2007). El presidente no la sostuvo más en un año electoral.
¿Cuáles fueron los mecanismos internos del escándalo para que funcionase como forma social de
disenso? En primer lugar, la exhibición pública de un hecho considerado socialmente aborrecible e
imposible de justificar por ninguno de los participantes (acusados directos, implicados indirectos,
decisores, medios y opinión pública). En segundo lugar, una explicación o defensa ineficaz. Una falta de
eficacia comunicativa para hacer creíble el punto de vista del implicado. Muchas veces es casi imposible
articular una posición pública eficaz a la luz de los hechos conocidos y de lo difícil y delicada que es la
línea que es necesario recorrer. Tercero, imposibilidad o negativa de los decisores (jueces, fiscales,
mandos medios y altos funcionarios) para esconder o hacer desaparecer las pruebas del hecho enjuiciado
en el escándalo.
El comportamiento inmoral tiene dos efectos inmediatos: por un lado, el propio efecto destructivo de la
inmoralidad y, por otro, el efecto social de repudio aumentado por el hecho de que para solucionar una
mala acción se toma otra mala acción. Desde el punto de vista del cálculo racional, además de ser
potencialmente escandalosos, los actos inmorales o ilegales pueden ocasionar más problemas que
renovadas soluciones al problema. Finalmente, el interés mediático y político en el personaje que
protagoniza el escándalo o en el escándalo mismo es otro de los mecanismos internos del escándalo.
La eficacia o no del escándalo como forma social de disenso (y luego de consenso) reside en el
resultado de la dinámica del juego de relación de los jugadores y observadores implicados. En primer
lugar, la eficacia depende de que los acusados directos (Felisa Miceli) y los implicados indirectos
(Néstor Kirchner) no alcancen a controlar eficazmente la posición pública sobre lo ocurrido
(comunicación de enfoque, de representación, de relación personal e impersonal) y de que las medidas o
acciones del control de daños, más allá de la explicación mediática, sean ineficaces. Si los acusados y
los implicados pudiesen ser eficaces en estas dos acciones, afectarían a dos de los participantes más
importantes del escándalo: los decisores (jueces, fiscales, funcionarios, investigadores del Estado) y la
opinión pública (que da o retira la legitimidad social necesaria pero no suficiente de la política
moderna). De esta manera, darían vuelta la situación y encontrarían la legitimidad para decidir que el
acusado, en realidad, era inocente.
Este problema de comunicación se ha planteado antes en otro lugar a la hora de analizar cómo funciona
el proceso de legitimación en una situación de crisis (Elizalde, 2003, 2009:207 y ss.). En este caso, los
acusados necesitan descubrir quiénes son sus “respaldos” (quiénes saldrán en su favor en una situación
negativa) y quiénes son sus “garantes” (aquellos que decidirán si se puede o no quedar en el lugar que
están). El problema del escándalo –cuando realmente es un escándalo y no se está delante solo de un
rótulo más de la prensa sensacionalista– es que afecta también a los “respaldos” y a los “garantes” si el
acusado directo no cuenta con una posición pública creíble o con una estrategia eficaz de control de
daños. En el caso Miceli, su posición pública nunca fue seriamente aceptada por nadie y tuvo
“respaldos” muy débiles y un “garante” huidizo delante de la prensa. Por otro lado, su estrategia de
control de daños se vio perjudicada con acciones inmorales e ilegales como la desaparición del acta
realizada por la Brigada de Bomberos Voluntarios de la Policía Federal Argentina.
El escándalo se torna eficaz como modo de generar un problema muy importante a alguien porque se
sustenta socialmente en una supuesta transgresión que es “casi” imposible de justificar, o lo es en
poquísimas ocasiones, tanto por los acusados, como por los implicados indirectos (respaldos y garantes
posibles), los decisores y los observadores (de primer grado, como los medios y periodistas, y de
segundo grado, como los diferentes ciudadanos, grupos y organizaciones que forman la opinión pública).
¿Cómo puede alguien “salir ileso” si aparece como acusado directo o implicado directo de un
escándalo? Por un lado, si desarrolla una estrategia de un juego judicial (Elizalde, 2009:179 y ss.) en el
escenario público y es declarado inocente por la prensa y la opinión pública al observar verosímil su
posición pública y, especialmente, al creer en la versión de su posición pública. Por otro, si los
decisores que se ven vinculados al escándalo expresan un veredicto en favor del acusado, en relación de
dependencia o con evidente independencia de lo expresado por los medios de masas y por la opinión
pública.
Tres ejemplos muestran mejor esta aseveración. En el caso Watergate, la opinión pública
norteamericana dejó solo al presidente Richard Nixon y los decisores (quienes debían decidir sobre su
juicio político) acompañaron a la opinión pública (Drobrynin, 1998:316 y ss.; Summers, 2003:528 y ss.;
Appy, 2008:455 y ss). En el caso del juicio político al entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires, Aníbal Ibarra, a raíz de los cientos de muertos que provocó en incendió de Cromagnon durante el
concierto del grupo Callejeros, la opinión pública y muchos líderes de opinión acompañaron hasta último
momento al funcionario. Pero le faltó un solo voto para que lo reafirmaran en su cargo. El tercer caso es
el sexgate protagonizado por el presidente norteamericano Bill Clinton, en el que la opinión pública
arrastró de nuevo a los decisores que, aparentemente, habían decidido llevar al presidente a juicio
político (Clinton, 2004:866; Rodham Clinton, 2003:515 y ss.; 523 y ss.).
Además, los acusados directos y los implicados indirectos tienen más posibilidades de “sobrevivir” al
escándalo si logran negociar con los medios de prensa para que no se le dé cobertura ni importancia al
hecho durante un largo tiempo. Que los medios de comunicación y de prensa tengan el caso en su agenda
depende no solo de criterios de decisión estrictamente periodísticos. Los medios tienen que resolver,
constantemente, problemas de relaciones políticas y corporativas que están en la razón misma de la
producción de su agenda diaria. Independientemente de sus características, si se logra que los medios
saquen el caso de la agenda, la presión social y psicológica para los decisores descenderá tanto que, solo
si están convencidos o muy interesados en seguir el hecho, tomarán cartas en el asunto. Un ejemplo de
esto es el de la implicación del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, en las
escuchas ilegales realizadas desde el Ministerio de Educación de la Ciudad. Más allá de las
negociaciones secretas entre el acusado, los implicados y los decisores, el caso salió casi por completo
de la cobertura mediática y de la agenda. Solo a partir de acciones contundentes de alguno de los
participantes los medios volverían a colocarlo en sus agendas.
En resumen, se necesitan una posición pública verosímil y creíble, una estrategia de relacionamiento
con los decisores adecuada y el relacionamiento estratégico posible con los medios de comunicación y
de prensa. Estos tres mecanismos aceleran o frenan el efecto de disenso del escándalo y su eficacia
comunicativa en el escenario público.
Conclusiones
La necesidad de manejar racionalmente situaciones de disenso violento es cada vez mayor. No existe
una manera segura de no experimentar alguna de estas situaciones desconcertantes. En los últimos años,
en la Argentina se han institucionalizado mecanismos de disenso fuera del sistema judicial y de la
discusión racional. El sistema judicial ha quedado un tanto marginado o igualado al sistema social de la
opinión pública y de su manipulación por los jugadores del “enfrentamiento”, para determinar quién es el
ganador y quién el perdedor, o a quién le corresponde una sanción y a quién un premio. El disenso social
se ha establecido como mecanismo eficaz de cambios políticos como no había sucedido antes.
¿Por qué ha sucedido esto? ¿Es la Argentina un caso excepcional? Si bien no se ha realizado un estudio
comparativo sistemático como para obtener una inferencia rigurosa, es posible llegar a una conclusión
parcial si se consideran otras referencias históricas y sociales. Hobsbawm (2001:265) cree que la
aparición de hechos violentos extremos o de cambios en las formas sociales de la violencia es el
resultado de ciertas transformaciones sociales estructurales. El autor considera que es factible que
aparezcan los “rebeldes primitivos” cuando hay un debilitamiento de los sistemas institucionales
tradicionales, cosa que no deja ningún “dique de contención” institucional para los grupos de
desesperados, resentidos u olvidados. Del modo en que lo presenta, su punto de vista se acerca al de la
teoría de la mimesis de René Girard (2005:100,174). Dice Hobsbawm: “Los hombres se encuentran
haciendo cosas que ellos saben de cierto que están mal, pero que no pueden dejar de hacer” (2001:265).
Por su parte, Girard considera que la reacción violenta y la canalización de la agresión hacia una
persona que se transforma en víctima expiatoria es consecuencia de la crisis, de la des-diferenciación de
tipos de personas, de funciones o de posiciones sociales que no se comprenden: los pobres son más
pobres, pero se dan cuenta de que si golpean o roban, nadie los reprimirá; algunos ricos son más ricos y
otros dejan de serlo; los que eran importantes pueden ser satirizados, y quienes tenían poder, dejan de
tenerlo. Algo así sucedió entre 2001 y 2002 en la Argentina. El “ambiente de desinstitucionalización”,
entonces, es la respuesta a la primera pregunta. El tipo de disenso violento y la combinación de las
formas sociales de disenso es el resultado de la oportunidad que observaron algunos jugadores políticos
a partir del cambio de condiciones políticas después de la crisis del año 2001.
Cada una de esas formas sociales de disenso funcionan, en la realidad, casi siempre en combinación
unas con otras. Desde un punto de vista teórico, son tipos ideales que deberían servir para preparar
estrategias de diagnosis y estrategias de respuestas o de solución. Este trabajo ha profundizado el primer
tipo de ambas estrategias, es decir, las que intentan desarrollar el fundamento para operacionalizar los
conceptos en dimensiones y en indicadores que permiten observar este tipo de mecanismos sociales en la
realidad. Sin embargo, se ha dejado de lado, por ahora, el proceso de exploración en las estrategias de
solución.
De acuerdo con lo analizado hasta ahora, se podría pensar que sería necesario, primero, diferenciar dos
grandes esferas o tipologías de disenso: las originadas en contradicciones, como las controversias y el
riesgo, por un lado, y las producidas alrededor del conflicto, como la conflictividad y el escándalo, por
otro. Segundo, y después de determinar con precisión la forma de disenso dentro de la tipología básica,
habría que desarrollar planes operativos específicos y detallados que lleven a soluciones particulares
según la forma social del disenso.
Desde una perspectiva teórica, la gestión del disenso debería tomar como punto de partida estas
cuestiones tratadas propedéuticamente en este trabajo. Primero, el análisis del disenso como relación
social disyuntiva, que adquiere formas básicas, o mecanismos de activación, “detrás” o “dentro” de los
hechos o de los acontecimientos que, aparentemente, son completamente diferentes entre sí y particulares,
pero sobre los que es posible encontrar elementos en común.
Reconocer cada una de estas formas de disenso permitirá mejorar el diagnóstico de los problemas y sus
respuestas plausibles. Esto no significa quitarle variedad y diferenciación a cada hecho social. Al
contrario. Implica actuar como lo hace la ciencia: buscando estructuras estables que permitan teorías que
expliquen cómo funcionan las cosas más allá de sus manifestaciones observables. En segundo lugar, estas
formas sociales no definen por sí solas el efecto que tendrán sobre los jugadores implicados. Mientras
que el intento de ejercer presión social mediante la activación de un escándalo es muy efectivo para una
situación, en otra no tiene efectos realmente importantes. “Conocerse”, tener una matriz de análisis que
permite conectar las formas sociales del disenso con la estructura interna de la organización o del grupo
permite aumentar las posibilidades de la efectividad del diagnóstico y de contar con un plan de respuesta
estratégica.
Bibliografía
Appy, Christian G. (2008). La guerra de Vietnam, Una historia oral, Barcelona, Editorial Crítica.
Arquilla, John y David Ronfeldt (2000). Swarming and the Future of Conflict, Santa Monica, RAND/
National Defense Research Institute.
Ávila, Ricardo (2010). “Nadie estaba preparado”, entrevista a Antony Hayward, ex CEO de BP, en
Portafolio, 8 de noviembre, pp.8-9.
Bateson, Gregory (1991). Pasos hacia una ecología de la mente. Una aproximación revolucionaria a la
autocomprensión del hombre, Buenos Aires, Editorial Planeta-Carlos Lohle, (1972).
_____ (1993). Una unidad sagrada. Pasos ulteriores hacia una ecología de la mente, Gedisa,
Barcelona, (1991).
Benjamin, Walter (2009). “Para una crítica de la violencia”, en Estética y política. Buenos Aires, pp. 31-
65.
Clinton, Bill (2004). Mi vida, Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
Crettiez, Xavier (2009). Las formas de la violencia, Buenos Aires, Waldhuter Editores.
Dahrendorf, Ralf (1974). Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial, Madrid,
Ediciones RIALP, (1957).
Davies, Bronwyn y Rom Harré (2007). “Posicionamiento: La producción discurso de la identidad”, en
Athenea Digital, Núm. 12, otoño 2007, pp. 242-259.
Drobrynin, Anatoly (1998). En confianza. El embajador de Moscú ante los seis presidentes
norteamericanos de la Guerra Fría (1962-1986), México, Fondo de Cultura Económica.
Elias, Norbert (1990). Compromiso y distanciamiento. Ensayos de sociología del conocimiento,
Ediciones Península, Barcelona.
______ (1994). Teoría del símbolo. Un ensayo sobre antropología cultural, Ediciones Península.
Elizalde, Luciano H. (2003). Las estrategias de la crisis. La función de la comunicación en la gestión
de la crisis, Buenos Aires, La Crujía Ediciones.
______ (2009). Gestión de la comunicación pública. Empresas, grupos e instituciones en el escenario
público, Barcelona, Editorial Bosch.
______ (2010b). “Conflictividad y conflictos en el escenario público argentino. Estado, empresas,
organizaciones y vecinos al borde de un ataque de nervios”, en Conexiones, Revista Iberoamericana
de Comunicación, Vol.2, Núm.1, pp. 79-98.
Elizalde, Luciano H. y Ricardo Crespo (2010a). “Comunicación y función retórica en la teoría de Raúl
Prebisch”, en Videla, Ludovico y Javier González Fraga (editores), Raúl Prebisch: su vida y su obra,
Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales Francisco de Vitoria, Unión Editorial, Madrid, pp.
157-199.
Elizalde, Luciano H. y Arturo Fitz Herbert (2010). Cultura medioambiental en la Provincia de Buenos
Aires. El proceso estratégico de comunicación pública en temas medioambientales, Parte II,
CONSEJO FEDERAL DE INVERSIONES (CFI), Buenos Aires.
Elster, Jon (1993). Tuercas y Tornillos. Una introducción a los conceptos básicos de las ciencias
sociales, Barcelona, Gedisa, (1989).
______ (1997). “Una defensa de los mecanismos”, en Egonomics. Análisis de la interacción entre
racionalidad, emoción, preferencias y normas sociales en la economía de la acción individual y sus
desviaciones, Barcelona, Editorial Gedisa, (inglés, 1997), pp. 179-214.
Enznsberger, Hans Magnus (1994). Perspectivas de guerra civil, Barcelona, Anagrama.
French, David P., David Hevey, Stephen Sutton, Ann Louise Kinmonth y Theresa M. Marteau (2006).
“Personal and Social Comparison Information about Health Risk. Reaction to Information and
Information Search”, Journal of Health Psychology, Vol. 11(3), 497–510.
Freund, Julien (1987). Sociología del conflicto, Buenos Aires, Fundación CERIEN.
Gale McKee, Laura, Rex Forehand, Kim S. Miller, Daniel J. Whitaker, Nicholas Long y Lisa Armistead
(2007). “Are Parental Gender Role Beliefs a Predictor of Change in Sexual Communication in a
Prevention Program?”, en Behavior Modification, Vol. 31, número 4, julio, 435-453.
Galtung, Johan (2004). Violence, war and their impact, http://them.polylog.org /5/fgj-en.htm.
Girard, René (2002). La ruta antigua de los hombres perversos, Barcelona, Editorial Anagrama, (1985).
______ (2005). La violencia y lo sagrado, Barcelona, Editorial Anagrama.
______ (2010). Clausewitz en los extremos. Política, guerra y Apocalipsis, Buenos Aires, Ediciones
Katz.
Goffman, Erving (1969). Strategic Interaction, New York, Ballatine Books.
Goffman, Erving (1979). Relaciones en público. Micro-estudios del orden público. Madrid, Alianza
Editorial, 1971 (inglés).
______ (1986). Frame Analysis An essay on the Organization of Experience, Northeasterm University
Press edition, New York, (1976).
Greimas, Algirdas J. y Jacques Fontanille (1994). Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a
los estados de ánimo. México, Siglo Veintiuno Editores, (edición en francés, 1991).
Habermas, Jürgen (1989a). Teoría de la acción comunicativa, Buenos Aires, Taurus, tomo II, (1981).
______ (1989b). Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, Madrid,
Ediciones Cátedra, (edición en alemán, 1982).
Harré, Rom; Fathali Moghaddam, Tracey Pilkerton Cairnie, Daniel Rothbart y Steven R. Sabat (2009).
“Recent Advances in Positioning Theory”, in Theory & Psychology, Vol. 19 (1): 5-31.
Hebdige, Dick (2004). Subcultura. El significado del estilo, Barcelona, Editorial Paidós. (1979).
Hobsbawm, Eric J. (2001). Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos
sociales en los siglos XIX y XX, Barcelona, Editorial Crítica.
Hodges, Alan (2000). “Emergency Risk Management”, en Risk Management, Vol. 2, No. 4, pp. 7-18.
Jiménez Sánchez, Fernando (1994). “Posibilidades y límites del escándalo político como una forma de
control social”, en REIS (Revista Española de Investigaciones Sociológicas), núm. 66, pp. 7-36.
______ (1995). Detrás del escándalo político. Dinero, poder y opinión pública en la España del siglo
XX, Barcelona, Tusquets.
______ (2000). “El caso MATESA: un escándalo político en un régimen autoritario”, en el seminario
«Escándalos políticos y responsabilidad pública en la España contemporánea», celebrado en el Salón
de Actos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a
Distancia, 13 de abril.
Kissinger, Henry (2004). La Diplomacia. México, Fondo de Cultura Económica.
Lakoff, George (2007). No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político. Madrid, Editorial
Complutense, (inglés 2004).
Léon-Dufour, Xavier (1990). Vocabulario de teología bíblica. Barcelona, Editorial Herder.
Lotman, Iuri M. (1996). La semiosfera. Semiótica de la cultura y del texto I, Valencia, Cátedra-
Universidad de Valencia.
Luhmann, Niklas (1991). Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría genera, México, Universidad
Iberoamericana – Alianza Editorial.
______ (2000). La realidad de los medios de masas, Barcelona, Universidad Iberoramericana.
______ (2006). La sociedad de la sociedad, México, Editorial Herder y Universidad Iberoamericana.
Merton, Robert (1992a). “Funciones manifiestas y latentes”, en Teoría y estructura social, Fondo de
Cultura Económica, (1949), pp. 92-160.
_____ (1992b). “Grupos de referencia y estructura social”, en Teoría y estructura social, Fondo de
Cultura Económica, (1949), pp. 362-470.
Moore, Barrington (2001). Pureza moral y persecución en la historia, Barcelona, Editorial Paidós.
Reyna, Valerie F. (2008). “A Theory of Medical Decision Making and Health: Fuzzy Trace Theory”, en
Medical Decision Making, noviembre-diciembre, pp. 850-864.
Rodham Clinton, Hillary (2003). Historia viva. Memorias. Buenos Aires, Grupo Editor Planeta.
Schelling, Thomas C. (1960). The Strategy of Conflict, Harvard University, Cambridge.
Short, Phillip. (2003). Mao, Barcelona, Editorial Crítica.
Sloterdijk, Peter (2010). Ira y tiempo. Ensayo psicopolítico, Madrid, Ediciones Siruela.
Sloterdijk, Peter y Hans-Jürgen Heinrich (2004). El sol y la muerte. Investigaciones dialógicas. Madrid,
Ediciones Siruela, (2001).
Sperber, Dan (1995). “How do we communicate?” en Brockman, John y Katinka Matson (editores), How
things are: A science toolkit for the mind, New York, Morrow, pp. 191-199.
_____ (2005). Explicar la cultura: un enfoque naturalista, Madrid, Ediciones Morata.
Sperber, Dan y Deidre Wilson (2004). “La teoría de la relevancia”, en Revista de Investigaciones
Lingüísticas, Vol. VII, pp. 237-286.
Summers, Anthony (2003). Nixon. La arrogancia del poder, Barcelona, Editorial Península/Atalaya.
Tannen, Deborah (1996). Género y discurso, Barcelona, Editorial Paidós, (inglés, 1994).
Thompson, John (2001). El escándalo político. Poder y visibilidad en la era de los medios de
comunicación, Barcelona, Editorial Paidós, (inglés 2000).
______ (1995). “Reflexiones sobre la lucha popular en Gran Bretaña, 1758-1834”, en Política y
Sociedad, Vol. 18, pp. 115-147.
______ (2005a): “Los movimientos sociales entran en el siglo veintiuno”, en Política y Sociedad, Vol.
42, Núm, 2: 11-35.
______ (2005b). “La democratización mediante la lucha”, Sociológica, año 19, número 57, enero-abril,
pp. 35-59.
Trettin, Lillian y Catherine Musham (2000). “Is Trust a Realistic Goal of Environmental Risk
Communication?”, en Enviroment and Behavior, Vol. 32 No. 3, mayo, 410-426.
Vasilachis de Gialdino, Irene (2005). “La representación discursiva de los “conflictos sociales”, en
Estudios Sociológicos de El Colegio de México, Vol. XXIII, núm. 67, enero-abril, 2005, pp. 95-138.
1 Para muchos jugadores de la política, el modo de decidir y de actuar de Néstor Kirchner se transformó en un modelo a seguir, más allá del
partido, ideología o simpatía por el personaje. Algo similar ocurrió en los años noventa con el ex presidente Carlos Menem y su estilo de
gestionar el conflicto. El manejo experto de ciertas formas o mecanismos de gestión social y política se aprenden y se conocen. Una vez
conocidas, es posible que baje su efectividad. Lo mismo afirma Henry Kissinger (2004:79 y ss.) de las tácticas de Bismark en el equilibrio
europeo: cuando todos pudieron copiar sus maniobras, dejaron de ser útiles, no solo para él sino para el resto.
2 Este diagrama se denomina “matriz de disenso” y ha sido elaborado a partir de la relación entre trabajo empírico de investigación y de
consultoría, por un lado, y de lecturas teóricas que fueron ampliando y detallando los conceptos usados.
3 La queja formal del gobierno argentino presentada ante su par uruguayo se realizó por el temor a que la instalación de dos plantas de
producción de pasta de celulosa para fabricar papel contaminase el río Uruguay. Una de las plantas era propiedad del Grupo ENCE
(Empresa Nacional de Celulosa), formado por empresas de capitales españoles. Su trabajo se “basa en el cultivo, cuidado, promoción y
aprovechamiento de especies forestales para la producción y extracción de madera y biomasa y su transformación en celulosa y energía”
(http://www.ence.es/es/grupo_ence.html: 30 de julio de 2011). La otra planta fue instalada por la finlandesa Metsä-Botnia Ab, conocida en el
mercado solo como Botnia. Esta compañía se especializa en la transformación de la fibra de la madera en pulp o celulosa para, en una
segunda etapa, realizar las aplicaciones necesarias a diferentes tipos de papel (http://www.botnia.com/Products/Pages/Default.aspx: 30 de
julio de 2011).
4 En la concepción de la ética del discurso, para llegar a exponer un enunciado o acto de habla racional es necesario tener en cuenta varias
“pretensiones de validez”: verdad, rectitud y sinceridad (Habermas, 1989a, 1989b:256 y ss.).
5 El manejo de certidumbres extremas y desajustadas es a corto plazo algo tranquilo y fácil. Sin embargo, representa el peor escenario para
que se forme una base emocional de resentimiento, de enojo y de desconfianza una vez que este público haya experimentado un desajuste de
sus expectativas.
6 Se podría incluir algo más grave que una crisis. Sin embargo, la palabra más común para esto es “catástrofe” y su uso está restringido, desde
un punto de vista técnico, para otras situaciones. Niklas Luhmann dice al respecto: “Las catástrofes se reportan preferentemente cuando
entran en juego cantidades extraordinarias –carambolas masivas en los accidentes, miles de focas muertas, pérdidas millonarias, etc–. Se
celebran los datos que indican aumento del producto social bruto y se lamenta su caída; la política y la bolsa reaccionan cuando se dan a
conocer las cifras, sin pensar que el producto social bruto también crece al pagar trabajo anteriormente no pagado o porque los accidentes y
catástrofes aumentan y se compensan los daños mediante pagos” (Luhmann, 2006:871). Por esto, es posible identificar la generación de una
catástrofe de manera casi evidente.
La guerra por las representaciones.
Mediatización y disenso en el gobierno de Cristina
Fernández de Kirchner
1. Introducción
Siguiendo la estrategia del ex presidente Néstor Kirchner, el discurso de la presidenta argentina
Cristina Fernández de Kirchner adoptó un tono de denuncia a poderosas corporaciones que, dice,
defendiendo sus intereses sectoriales conspiran contra el proyecto del gobierno popular. Entre estas, ya
en los primeros meses de gobierno, destaca como blanco de polémica a la corporación mediática.
Mientras leía o escuchaba los varios discursos presidenciales de 2008 y 2009 que tenían como objeto a
los medios de comunicación, muchos de los cuales glosaban medidas para reducir su poder político, fui
dándome cuenta de que se estaba exponiendo ante la sociedad una teoría y una pragmática gubernamental
sobre los medios de comunicación. Tal teoría merece ser explicitada y analizada ya que, seguramente,
tiene consecuencias significativas en la gestión de la comunicación gubernamental en contextos de
mediatización y protesta social, y de cambio en la forma en estas dos variables se hacen presentes en el
debate público.
La mediatización se refiere al hecho de que las prácticas sociales se modifiquen con la presencia de
los medios (Verón, 1986, 1992) o, como sostiene Lucrecia Escudero, a “aquellos procesos que tienen a
los medios como agentes principales de socialización, contribuyendo activamente a construir nuestra
percepción del mundo circundantes” (Escudero Chauvel y García Rubio, 2007:11). Mediatizción y
protesta social, entonces, son interdependientes: con la mediatización aumenta la visibilidad y eficacia
simbólica de la protesta social y el empleo del sistema de medios por parte de los grupos y del Estado la
complica. “El hecho de que aumente la densidad y el uso de la estructura de producción, circulación y
consumo de información y de conocimiento permite que personas, grupos, movimientos sociales y
organizaciones puedan utilizar esta estructura de medios para imponer, gestionar y hacer más eficaces sus
reclamos, pedidos y presiones sobre las estructuras del Estado –sobre cualquiera de los tres poderes–
aunque principalmente sobre el área ejecutiva, ya que es la encargada y la responsable de las decisiones
a corto plazo” (Elizalde, 2006:160). La comunicación gubernamental recibe y alimenta esta dinámica.
Además, estamos ahora ante una nueva etapa en la mediatización, en la inserción de los medios en los
procesos políticos y en las prácticas socialmente relevantes. Por un lado, esta inflexión se inicia con la
extensión de los medios digitales, la segmentación de las audiencias y la consecuente personalización del
consumo. Por otro, por las posibilidades que los nuevos medios ofrecen para interactuar con los públicos
y para que las audiencias ejerzan control sobre sus propios contenidos. Es lo que Castells (2009) llama
“autocomunicación de masas”, vale decir, una comunicación que ya no sigue el modelo broadcasting –
uno a muchos– de la comunicación masiva, sino un modelo multidireccional de muchos a muchos.
A la proliferación de blogs, redes sociales y medios wiki producidos en forma colectiva, se suma el
hábito de las audiencias de combinar los medios como respuesta a las estrategias de convergencia
tecnológica, entre medios y soportes, por parte de las empresas. Estos cambios avanzan en la dirección
opuesta a la masividad y al discurso unilateral. Concomitantemente, nuevas identidades sociales con
nuevas demandas y nuevas formas de protesta social comparecen en el escenario público argentino
posterior a 2001. El Estado y sus gremios ya no son el único ámbito de articulación de la protesta, nuevos
agrupamientos se producen en torno de issues públicos largamente presentados por los medios de
comunicación (Lewkowicz, 2002; Sidicaro, 2002). Estas audiencias, que al movilizarse se transforman
en públicos, elaboran sus reclamos y sus performances al margen de las consignas del gobierno y de los
políticos profesionales.
La sofisticada teoría gubernamental sobre la mediatización no parece haber tenido en cuenta estas
profundas transformaciones que alteran el espacio público. Nunca un gobierno argentino buscó tanto
saltearse la mediación de los medios –el contacto con los periodistas y la negociación con los
empresarios de medios– para terminar tan obsesionado con ellos, incluso, atribuyéndoles más poder del
que la evidencia empírica ha demostrado que tienen. Nunca antes un gobierno argentino terminó haciendo
de la lucha por gestionar las representaciones sociales y dominar el relato –su forma de entender la
comunicación gubernamental– algo tan importante como la gestión y la acción.
2. Propuesta metodológica
En este capítulo consideraré la relación de Cristina Fernández de Kirchner con los medios de
comunicación argentinos con la hipótesis de que un sector importante de las empresas mediáticas se ha
ido erigiendo, gradualmente en el discurso de la presidenta argentina, en el principal adversario político
de su proyecto, en la medida en que se demuestra eficaz en la competencia por la gestión de las
representaciones sociales.
Para probar esta hipótesis acudiré al estudio de un caso periodístico, como vengo haciendo en mi
programa de investigación del CONICET (tanto en su fase de descripción de la estructura de los casos
mediáticos conmocionantes en la Argentina, como en la fase de estudio de la recepción de la información
sobre crisis públicas y la aparición de nuevos públicos articulados en torno de issues mediáticos).
Efectivamente, este programa ha ido progresando desde unas primeras indagaciones sobre las noticias
policiales hasta la propuesta de una teoría sobre la función social del caso periodístico. El programa
pasó por diversas instancias de validación, como la comparación de hallazgos en diversos casos, que
permitieron una generalización entre casos, o la confrontación de los hallazgos de los análisis textuales
con los de un estudio de recepción de la información sobre estos casos en una muestra intencional de
porteños de clase media. Entre los casos analizados se cuentan las denuncias de sobornos en el Senado y
la protesta social precedente a la caída de Fernando De la Rúa (de los años 2000 y 2001,
respectivamente), los referidos a las olas de violencia precedentes a la irrupción pública de Juan Carlos
Blumberg como líder de la protesta por la inseguridad durante el gobierno de Néstor Kirchner (del año
2004), y el estudio comparativo de las reacciones de estos dos gobiernos frente a sus respectivas crisis
públicas (Fernández Pedemonte, 2009).
Este caso se abordará con el método del Análisis del Discurso, desde el punto de vista de la teoría de
la enunciación y de las representaciones sociales, a partir de un corpus de enunciados hechos públicos
entre 2008 y 2009.
Se entiende por “representaciones sociales” a las “construcciones simbólicas individuales y/o
colectivas a las que los sujetos apelan o las que crean para interpretar el mundo, para reflexionar sobre
su propia situación y la de los demás y para determinar el alcance y la posibilidad de su acción
histórica” (Vasilachis, 1997:301).
La muestra principal está conformada por una serie de discursos pronunciados por Cristina Kirchner
entre el 25 de marzo de 2008 y el 21 de octubre de 2009. Este corpus está integrado por nueve discursos
completos. Los primeros cinco se refieren directamente al conflicto público generado a partir de la
protesta organizada por entidades representantes de algunos sectores del campo argentino (Federación
Agraria, Confederaciones Rurales Argentinas –CRA–, Confederación Intercooperativa Agropecuaria
Limitada –Coninagro– y Sociedad Rural Argentina, entre otras) contra la Resolución 125/2008 emitida el
11 de marzo, que elevó el porcentaje de retenciones a la exportación de la soja y el girasol. La sola
constatación de que entre los días 25 de marzo y 1 de abril del mismo año hubo cinco intervenciones
públicas de la presidenta habla a las claras de la relevancia dada por ella tanto al conflicto como a la
comunicación pública como forma de lidiar con él.
El llamado “conflicto del gobierno con el campo” ha sido objeto de diversos análisis periodísticos,
políticos, sociales e incluso comunicacionales (desde este último punto de vista vid, por ejemplo,
“Beila” Palma, 2009; Coviello y Orce de Roig, 2009; Del Coto y Varela, 2010; Raiter, 2009). Mi análisis
de esta parte de la muestra no se detendrá, sin embargo, en las acciones de estos actores en conflicto –
campo vs Gobierno–, ni en la recíproca construcción discursiva de uno y otro, sino, más bien, avanzará
hacia la representación de un tercer actor –los medios de comunicación– cuya presencia creciente y
crecientemente explícita en el discurso de la presidenta está directamente vinculada con mi hipótesis de
trabajo.
Los cuatro discursos de Cristina Kirchner del año 2009, la segunda parte de la muestra principal,
hablan a los medios de comunicación, ya que se refieren a medidas de gobierno que les afectan
directamente. Uno de esos hechos, centrales para nuestro asunto, es la presentación del proyecto de ley
de servicios de comunicación audiovisual destinado a reemplazar la Ley Nacional de Radiodifusión de
1980, promulgada durante la última dictadura militar argentina.
Entre el primer grupo de discursos y el segundo se intercalan dos episodios políticos muy relevantes.
En primer lugar, el rechazo del Congreso a la resolución presidencial que había dado origen al conflicto
con el campo, lo cual significó un revés importante para el Gobierno en un tema que había concitado la
agenda pública durante cuatro meses y que había sido puesto por las partes contendientes en un nivel de
confrontación ideológica y simbólica que excedía ampliamente la discusión técnica. En segundo lugar, la
derrota del partido gobernante en algunos distritos estratégicos del país en las elecciones legislativas de
2009, fundamentalmente en la provincia de Buenos Aires, donde se presentaba el ex presidente Néstor
Kirchner como primer candidato. En este segundo grupo de discursos, como se verá, los medios no
aparecen mencionados en tanto vehículos de discursos de instancias institucionales ideológicamente
adversas al proyecto del gobierno, sino como instancias institucionales adversarias en sí mismos.
Conforman esta parte del corpus de análisis, entonces:
Es mi propósito describir la teoría implícita sobre los efectos políticos de los medios de comunicación,
devenidos en actores políticos a vencer, que se infiere de esta muestra, y que representa una inflexión en
el discurso de Cristina Kirchner en los primeros años de su mandato (concretamente, los años 2008 y
2009). El arco temporal dentro del cual se inserta esta muestra abarca desde los primeros 100 días de su
mandato hasta el completamiento de su segundo año de gobierno. Efectivamente, el 20 de marzo de 2008
se cumplieron los primeros 100 días de mandato de la presidenta, que había asumido el 10 de diciembre
de 2007, tal como ella misma refiere en el discurso del 25 de marzo de 2008. El periodismo político
mantiene esta señalización con el mito de que durante esos días iniciales existió una “luna de miel” entre
el nuevo Gobierno y los ciudadanos y, concomitantemente, una tregua por parte del periodismo crítico.
Una segunda muestra contrastiva está constituida por una serie de textos mediáticos o académicos de un
grupo de intelectuales que, durante el período analizado, se manifestaron públicamente a favor de la
política de medios de la presidenta Kirchner. Y apoyaron la política de medios del oficialismo tanto por
su su acuerdo con la crítica al modo de representar el conflicto entre el Gobierno y el campo de los
grupos mediáticos centrales como por su respaldo argumental al contenido y a la finalidad de la nueva
ley de medios promovida por el Gobierno, uno de cuyos objetivos declarados es reducir el poder de
influencia de estos grupos concentrados de medios7. De la comparación entre el discurso de la
presidenta y las declaraciones de los intelectuales que apoyan su política de medios intento obtener una
correlación cualitativa que permita verificar la existencia de una convergencia discursiva (Vasilachis de
Gialdino, 1997) para traducir algunos supuestos de la teoría implícita del poder político sobre los
medios de comunicación en términos propios de las ciencias sociales, de las ciencias de la comunicación
y, aún más concretamente, de la rama que se ocupa de la política de comunicación. Efectivamente, los
autores de los textos de esta muestra de contraste son todos ellos intelectuales, la mayor parte profesores
universitarios de carreras de Ciencias Sociales, específicamente de Comunicación, de universidades
nacionales.
He escogido tres fuentes para esta muestra: los comunicados de los colectivos autodenominados
Coalición por una radiodifusión democrática y Carta abierta, más dos libros: un texto universitario sobre
políticas de comunicación de un miembro activo de la Coalición y otro texto universitario reciente de
política de comunicación argentina producido por varios profesores de la Universidad Nacional de La
Plata (UNLP), pertenecientes casi todos ellos a la Coalición. Estos enunciadores reivindican
explícitamente la concepción sobre los medios mantenida por la presidenta en este momento de su
gobierno y, además, son reconocidos en los discursos presidenciales directa o indirectamente (ver, por
ejemplo, los discursos presidenciales del 27 de agosto y del 21 de octubre de 2009).
La muestra de contraste queda conformada, entonces, por los siguientes textos:
1. Carta Abierta 1 (sin título); Carta Abierta 2: “Por una nueva redistribución del espacio de las
comunicaciones”; Carta Abierta 3: “La nueva derecha en la Argentina”; Carta Abierta 5:
“Restauración conservadora o profundización del cambio” y Carta Abierta 6: “Declaración de la
pirámide” (véase http://www.cartaabierta.org.ar, última consulta 20/03/2011).
2. Iniciativa ciudadana por una ley de radiodifusión para la democracia - 21 PUNTOS y
Fundamentos, de la Coalición para una radiodifusión democrática (véase
http://www.coalicion.org.ar, última visita 20/03/2011).
3. Martín Becerra, Sociedad de la información. Proyecto, convergencia, divergencia, Norma,
Buenos Aires, 2003 y Alejandro Verano (editor), Medios de comunicación en la Argentina.
Diagnóstico y prospectiva. Tomo 1, Prometeo/Ediciones de Periodismo y Comunicación, La Plata,
2009.
Los principales supuestos de la teoría implícita sobre los medios de comunicación del Gobierno
(apoyada por estos intelectuales) serán contrastados, a su vez, con algunas proposiciones sobre los
efectos políticos de los medios de comunicación con gran aceptación en la comunidad académica, de
acuerdo con bibliografía científica reciente del mundo anglosajón (de donde suelen provenir los marcos
teóricos de base empírica que reseñarán aquí).
De todos los elementos que integran una concepción de la relación de los medios con el sistema
político, me interesa destacar en este texto la concepción que el poder político revela de la función de los
medios en la generación, propagación y gestión del disenso. Se trata de un tópico central en sociedades
en las que la alta mediatización parece vincularse sistémicamente con la alta conflictividad. Es central
también porque, como veremos, al describir el poder la injerencia de los medios en el disenso, trata
otros aspectos esenciales para una teoría de los medios, tales como el poder de los medios, la
objetividad periodística, la libertad de expresión y la libertad de empresa, el rol del Estado en el
mercado de la opinión pública, la competencia entre la política y los medios por las representaciones de
la actualidad y sus actores y los efectos políticos de los medios de comunicación.
Establece una comparación con los piquetes de pobres y desocupados de la crisis institucional
argentina de 2001 y 2002: “(…) de aquella tragedia a esto que parece un paso de comedia” “(…)
los piquetes de la abundancia, los piquetes de los sectores de mayor rentabilidad” (25/3).
Presenta al sector como egoísta: “Cuando hay pérdidas la sociedad debería absorberlas, es una
suerte de socialización de las vacas flacas y cuando las vacas vienen gordas, las vaquitas para
ellos y las penitas para los demás” (25/3).
Define a la protesta social como “un paro empresarial, un lock out patronal por tiempo
indeterminado para privar de alimentos a los argentinos” (27/3). “Un 24 de febrero de 1976
también hubo un lock out patronal (…) Un mes después, el golpe más terrible, la tragedia más
terrible que hemos tenido los argentinos” (1/4).
Explicita que la discusión de fondo es por el modelo de país. “Y yo creo que en la República
Argentina se está discutiendo la distribución del ingreso y un modelo de país” (27/3).
Encuadra el modelo que a su entender querrían las entidades del campo en huelga. “Un poco el
modelo de 1910, del Centenario, donde un pequeño sector concentraba la riqueza, mucha riqueza,
éramos el granero del mundo, pero también éramos un país con mucha miseria” (31/3).
Ese modelo está asociado con la puja por la distribución del ingreso a la que aludió en su
discurso de asunción y que define como tema central de su gobierno. En modalidad didáctica,
explica: “Pero a ver, ¿qué es la distribución del ingreso? ¿Cómo se hace la distribución del
ingreso si no es, precisamente, sobre aquellos sectores que tienen rentas extraordinarias (…)?”
(25/3).
Del otro lado, el destinatario directo del discurso y el actor que sufre los embates del sector
agropecuario, protagonista por transferencia de la transformación que el Gobierno supuso para la
Argentina, es el más amplio posible.
Hay algunas referencias a esos actores como sujetos (de acciones positivas) u objetos (de acciones
negativas): “todos los argentinos” (el de mayor cantidad de ocurrencias) o “todos los argentinos y
argentinas”, “todos” (el segundo en cantidad de apariciones), “todos y cada uno de los habitantes”, “los
desocupados”, “la mayoría de los argentinos”, “los argentinos”, “las mujeres”, “peronistas”, “jóvenes”,
“los trabajadores argentinos”, “todos los habitantes”, “todos los sectores”, “el pueblo” (“la democracia
es el pueblo”, afirma en el discurso del 27/3), “militantes de derechos humanos”, “millones y millones de
argentinos”, “argentinos que no tienen trabajo, que tienen hambre o que aun teniendo un salario no les
alcanza”, “los pobres, los trabajadores, la clase media”, “las Madres”, etc.
Hay, luego, apelativos que indican el nombre dado al destinatario directo: “ustedes”, “compañeros;
hermanos y hermanas”, “amigos y amigas, compañeros y compañeras”, “argentinos”, “señores
periodistas, señores políticos, todos los argentinos”, “hombres y mujeres que no son de mi partido”,
“dirigentes sindicales”, “organizaciones sociales”, “ciudadanos, ciudadanas”, “pueblo argentino”, etc.
Este actor y este destinatario amplio, mayoritario, unido, aparece, a veces, enfrentado discursivamente
al contradestinatario y enemigo: “el peronismo/ los otros”, “todos los argentinos / ellos, gente con
dinero”, “asalariados / los que más ganan”, “nosotros / los que solamente quieren insultar o agraviar” (y,
también, en una invocación: “a todos, a todos, aún a los que agravian”), “todos / algunos”.
El esquema nosotros/ellos subyacente queda claro en esta construcción: “A todos los que se han
acercado a esta plaza, a los sindicatos, a los movimientos sociales, a los miles de ciudadanos y
ciudadanas que no están de acuerdo con el desabastecimiento, con la especulación, con los que quieren
adueñarse de todo”.
Con frecuencia la enunciadora incorpora en el discurso a este destinatario amplio, con función de co-
enunciador (a través de un nosotros que lo incluye) o en función de sujeto de acciones que en sentido
estricto deberían predicarse del Gobierno. Esta afirmación se evidencia en frases como “los argentinos
invirtieron 62 millones de pesos”, “argentinos (que) hemos invertido”, “todos hemos logrado”, “los
argentinos consumen, los argentinos consumimos”, “el dinero que el Estado, que los argentinos”.
En esta confrontación entre un sector de privilegio y la sociedad en su conjunto, el encuadre elegido por
la presidenta –que, como vimos, incluye imágenes como “piquetes de la abundancia”, “lock out contra el
pueblo”, “paso de comedia”, “defensores de los genocidas”, “discusión del modelo”)– debe competir
con el frame del conflicto aportado por los medos de comunicación. Los medios pasan, en el discurso de
Cristina Kirchner, de ser aliados del enemigo a ser ellos mismos el enemigo.
Se los menciona como “medios”, “infinidad de editoriales, de artículos”, “periodistas”, “un canal de
televisión”, “algunos medios”, “dirigentes mediáticos”, “los medios”, “letra de molde”, “los grandes
titulares”, “los diarios”, “fotografías que se publicaron”. De esta enumeración se desprende que la
presidenta está pensando en la prensa escrita y en la televisión. Del reparto de atribuciones se sigue que
las principales críticas van dirigidas a los titulares de los diarios y a las opiniones vertidas en ellos, en
tanto la mención específica del medio televisivo alude a imágenes o testimonios que le impactaron, pero
que ella puede deslindar del contenido ideológico con el que fueron escogidas.
En este primer bloque de discursos se presenta a esos medios como realizadores de las siguientes
funciones, que la presidenta usa y critica.
Algunas pocas veces los medios aparecen como transmisores de noticias o de imágenes que se pueden
interpretar de distintas maneras.
Así, por ejemplo, cuenta que vio por televisión a un muchacho de Chivilcoy que decía que le habían
dado un ‘puntazo’ (se supone que los activistas del campo) por repartir alimentos durante la huelga; o que
algún productor decía que iba a seguir ganando pero que quería ganar todo lo que le correspondía; o que
las imágenes de huelguistas que hacían un asado en la ruta que ellos mismos habían cortado le había
impactado.
En la comparación inicial, en el framing de Cristina Kirchner sobre los piquetes de 2008 y los de la
gran crisis argentina de 2001-2002 –que marca de punta a punta la retórica y la política de los Kirchner–,
los medios son, según la presidenta, más condescendientes con las protesta del campo de lo que
fueron con las protestas de los pobres y desocupados.
Los medios, asegura, denostaron a “aquellos argentinos que de-sesperados por la falta de trabajo, por
la miseria se lanzaron a las calles”, o “pidieron al Gobierno que diera palos y pusiera orden”.
Para condenar esta contradicción en las demandas de los medios hay que suponer una continuidad
ideológica entre las dos puntas de la comparación (2001-2008) en las empresas informativas.
Uno de los pasajes más significativos es el que contiene una crítica a la caracterización que los
medios hicieron de su primer discurso (25/3) y, sobre todo, la resistencia de la presidenta a la
interpretación de los medios de que fue la dureza del discurso lo que gatilló las expresiones de protesta
callejera.
“Después vi escrito, en letras de molde, que por mi discurso, duro, según la caracterización
que hicieron algunos medios, hubo una suerte de cacerolazo acá en la Capital Federal”, “(un
medio) tituló que la reacción fue por el discurso duro de la presidenta”.
Más en general, denuncia la falta de objetividad de los medios que solo destacan los aspectos
negativos de su gestión y lo que falta por hacer en sus políticas fundamentales.
“Esta Argentina que vimos transmitida por ellos”, dice, se opone a la real. “Quieren plantear que todo
va mal”. Sostiene que el motivo de alarma de los medios, inmediatamente anterior al conflicto del
Gobierno con el campo, “era qué iba a pasar con la presión gremial por los salarios”, pero, alega, no
sucedió nada de lo negativo que supusieron. También le llama la atención, en un contexto de pugna por la
distribución del ingreso, que en los medios pueda “escribirse acerca de que todavía está pendiente una
mejor distribución del ingreso”. “Yo les pregunto señores periodistas: ¿el ingreso de quién?”, remata.
Otro enunciado destacable es aquel en el que la presidenta distingue entre los periodistas y los medios
en los que trabajan:“también hay artículos interesantes sobre todo cuando los periodistas escriben lo que
ellos piensan realmente”.
La crítica más fuerte, sin embargo, se refiere a la difusión de prejuicios sociales y a la división de
corte clasista que los medios, según la presidenta, operan en la sociedad. Es con ocasión de esta crítica
que Cristina Kirchner trae a colación, por primera vez en nuestro corpus, el tema de la libertad de
prensa:
“(Algunos diarios) diferencian según si el que hizo un piquete es de un color de piel… Así no
se construye sociedad, así no se construye democracia, así no se construye libertad de prensa.
Se construye libertad de prensa cuando se trata a todos por igual, independientemente del
color de la piel o del apellido. Eso es libertad de prensa y eso es democracia en la República
Argentina y en todas partes”.
Habría que sumar al frame gubernamental del conflicto con las entidades del campo la imagen sobre
los medios incluida en esta intervención del discurso del 1 de junio, coherente con el repertorio léxico
dentro del cual emplazó el asunto y, a la vez, dotada de gran pregnancia tanto para los periodistas como
para el público.
“Esta vez no han venido acompañados de tanques, esta vez han sido acompañados por
algunos ‘generales’ multimediáticos que además de apoyar el lock out al pueblo, han hecho
lock out a la información, cambiando, tergiversando, mostrando una sola cara. Son los
mismos que hoy pude ver en un diario donde colocan mi caricatura, que no me molesta, a mí
me divierten mucho las caricaturas y las propias son las que más me divierten, pero era una
caricatura donde tenía una venda cruzada en la boca, en un mensaje cuasi mafioso. ¿Qué me
quieren decir, qué es lo que no puedo hablar, qué es lo que no puedo contarle al pueblo
argentino?”
Los distintos discursos presentan, además, una argumentación sobre la relación entre el poder político y
los grupos en disenso, en definitiva, sobre la gestión del disenso. En esta pequeña teoría del disenso,
enunciada bajo modalidad descriptiva y prescriptiva, un verbo clave para la presidenta es “entender”.
Marca el límite del disenso. Los sectores enfrentados a una política del Gobierno que les afecta
directamente pueden no estar de acuerdo, pero están obligados a entender. Quizás la presidenta se aferre
a una de las acepciones del verbo que otorga el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que
indica que para “entender” el interlocutor debe captar la intención del locutor (como cuando decimos:
“Ahora sí te entiendo”), acompañado esto del supuesto de que la intención es honesta y abarcadora, aun
cuando no se esté de acuerdo con su propuesta.
“Para dialogar, para acordar y para entender que cuando un gobierno constitucional en
ejercicio de las facultades que le confiere la Constitución y las leyes y, esencialmente, el voto
popular, toma una medida que está en ese marco de legalidad y de legitimidad, puede ser, por
allí, no aceptado, porque hasta no tiene por qué ser aceptado, pero sí entendido”.
Como se verá también en los ejemplos que siguen, el argumento de que la presidenta tiene la última
palabra procede de la legalidad de su investidura:
“Yo les pido que, en nombre de las instituciones, en nombre de la calidad institucional, en
nombre del pueblo, en nombre de todo lo que les ha tocado vivir a los argentinos, recapaciten
un poco”.
“Se estaba interfiriendo en la misma construcción democrática, esa que nos dice que son los
representantes del pueblo, elegidos en elecciones libres, democráticas y sin proscripciones,
los que deciden, deliberan y ejecutan”.
Estas apelaciones construyen un contradestinatario a quien hay que convencer sobre la base misma del
sistema democrático pero, a la vez, muestran falta de investidura simbólica (entendida justamente como
algo distinto de la investidura formal) respecto de ese sector, la carencia respecto de ese grupo social, de
capital simbólico (Bourdieu, 1986).
La enunciadora se presenta como quien entiende la visión parcial, pero debe asumir la posición global,
que justamente le exige su condición de presidenta.
“Yo puedo entender los intereses del sector, pero quiero que sepan que soy presidenta de todos
los argentinos y que tengo que gobernar para todos los argentinos y para los intereses de
todos los argentinos (…) Porque somos todos nosotros los que con el esfuerzo sostenemos este
modelo y permitimos que los sectores que tienen una mayor competitividad puedan tener
también una mayor rentabilidad”.
La idea que se desliza aquí es la de presentar al enunciador como portavoz del conjunto. El que
disiente, por tanto, tiene que adaptarse porque solo representa a un sector, no al todo. Ahora bien, esto no
se argumenta. La presidenta no presenta pruebas de que el interés general, en esta protesta, esté en contra
de la reivindicación sectorial.
“Yo quería, finalmente, dirigirme a todos los argentinos y pedirles un esfuerzo muy grande de
tolerancia, porque siempre las pujas distributivas y los enfrentamientos con sectores generan,
en definitiva, violencia, violencia que por cierto he visto mucho más en los sectores de alto
poder adquisitivo que en aquellos que no tenían trabajo”.
Otro límite del diálogo es la violencia. También en este caso denuncia una actitud violenta por parte de
quienes están del lado de la reivindicación del campo –capas sociales altas– de manera abstracta, sin dar
ejemplos, volviendo al eje de la comparación entre los piquetes de la miseria y los de la abundancia.
“¿Qué pasa si el día de mañana los concesionarios de los peajes, por ejemplo, dicen ‘O me
aumentan las tarifas tanto por ciento o no pasa ningún auto más’. ¿Qué pasa si el día de
mañana los empresarios de los distribuidores de los servicios de gas, por ejemplo, dicen ‘O
me aumentan tanto las tarifas o no hay más gas para nadie’? ¿Qué pasa si los distribuidores
de energía eléctrica me dicen ‘O me aumentan tanto las tarifas de energía eléctrica o no hay
más energía...’? ¿Esta es la forma de negociar y de dialogar en la República Argentina? No
creo”.
Aquí, a partir de un artículo periodístico, critica la protesta social. Ahora bien, el método de presión
nunca fue objeto de su crítica cuando procedió de otros sujetos sociales, como piqueteros o gremialistas.
Es decir que el blanco de la crítica es el cambio de sujeto social (de hecho, todos los ejemplos a los que
alude el periodista son de la parte patronal). Sin embargo, la crítica es de carácter formal, de método.
“Quiero decirles, argentinos y argentinas, que creo profundamente en el diálogo, pero creo
profundamente en el diálogo democrático, donde cada uno expone sus posiciones, sus
intereses y, entonces, quien tiene que tomar la decisión, la toma”.
La convocatoria al diálogo siempre incluye una cláusula que supone que una vez escuchada la demanda
ella hará lo que crea mejor, cláusula que por su repetición lleva a sospechar que no hay posibilidad
alguna de convencerla, por mucho que convoque al diálogo.
“Pero negociar y articular no es decir ‘o se hace lo que yo digo o no hay diálogo y
negociación’. Eso no es diálogo y negociación, eso es imposición”.
Estos son argumentos doble filo, cambian de valencia apenas se aplican al poder en vez de aplicarlos
al disidente.
De modo que de los discursos de Cristina Kirchner contra las entidades del campo se pueden extraer,
además de la construcción del enunciador y del destinatario propia de toda enunciación, una descripción,
en modalidad didáctica, del disenso y una categorización de otro actor (diverso del Gobierno, del sector
del campo en rebeldía y de los prodestinatarios), los medios de comunicación, que interviene
negativamente en la propagación del conflicto y que aparece asociado con los enemigos de la coyuntura,
colectivo conformado también por las entidades del campo y los detractores de la política de derechos
humanos del Gobierno.
6. Discusión
Si tuviésemos ahora que comparar este corpus teórico sobre los medios de comunicación y sobre su
intervención en los procesos de disenso público quizás lo primero que salte a la vista en el discurso
presidencial sea el lugar desde donde está enunciada esa teoría. Se trata de una teoría crítica
paradójicamente enunciada desde el lugar del poder, tanto por parte de la presidenta como por parte de
los intelectuales oficialistas. Además de crítica la teoría es normativa, en el sentido de que supone que el
flujo de la información y de las representaciones puede ser regulado y que la intervención del Estado
volvería a ubicar a los medios comerciales en una posición subalterna y funcional al sistema deseado. El
diagnóstico es crítico y el pronóstico normativo. La función social de los medios aparece definida desde
el vértice de la organización social.
Hay una hipótesis fuerte no expresada sobre los efectos ideológicos de los medios de comunicación. La
hipótesis de los efectos potentes es inversa a la de la autonomía de las audiencias. Aunque tanto en el
discurso de Cristina Kirchner como en el subtexto de los intelectuales se hace referencia continuamente a
los actores sociales, principalmente marginados, como actores del proceso de comunicación pública,
sobre todo para pregonar la necesidad de ampliar el acceso a la propiedad de licencias y al poder de
enunciar de estos sectores, no se los considera nunca como audiencias activas, críticas, independientes.
Se habla en su nombre, pero sin auscultar empíricamente la relación cotidiana que esos grupos y la
sociedad en su conjunto establecen con sus medios de comunicación y con los nuevos medios del entorno
digital.
Como es sabido, algunas hipótesis de gran capacidad explicativa surgidas en torno de la década de los
ochenta en Estados Unidos, muy abonadas empíricamente en todo el mundo, han regresado a la idea de
efectos potentes, aunque ahora se trata de efectos cognitivos localizados, que proceden por decantación
en plazos largos de tiempo. La idea que sobrevuela la ley de servicios audiovisuales y otras políticas
coyunturales del Gobierno que afectan directamente al modo de organizar el negocio de los medios es
que con regulación e intervención, cercenando el alcance o la reputación de estos grandes enunciadores
mediáticos, se logrará frenar la influencia ideológica negativa que se descuenta tienen y se podrá, en
cambio, difundir otras representaciones con mayor poder de penetración.
El supuesto que preside esta lucha en el discurso y en el terreno de las condiciones materiales de
producción de los discursos públicos (normas, inversiones económicas, desarrollo de infraestructura
tecnológica, etc.) es que si se recupera el control de la emisión se controla la recepción. Dicho de
manera más burda: quienes controlan los medios pueden cambiar la ideología de la gente y aún ganar
elecciones. Esta concepción se parece más a la etapa teórica pasada de denuncia a los poderosos efectos
ideológicos de los medios de la Escuela de Frankfurt. El problema es que tanto en aquella posición como
en esta se infieren efectos fuertes de los medios a partir de un análisis sofisticado de los dispositivos, de
los textos, de los jugadores, pero sin indagar en las audiencias.
Este párrafo de Carta Abierta 1 sobre el conflicto con el campo es muy claro en ese sentido:
“En la actual confrontación alrededor de la política de retenciones jugaron y juegan un papel
fundamental los medios masivos de comunicación más concentrados, tanto audiovisuales
como gráficos, de altísimos alcances de audiencia, que estructuran diariamente «la realidad»
de los hechos, que generan «el sentido» y las interpretaciones y definen «la verdad» sobre
actores sociales y políticos desde variables interesadas que exceden la pura búsqueda de
impacto y el raiting”.
La descripción del poder de los medios a partir de la observación de su comportamiento es
apocalíptica en el sentido que adquirió el adjetivo en el debate sobre la industria cultural.
Se podría decir, entonces, que la teoría sobre los medios del Gobierno no está muy desacertada en su
diagnóstico, cuando estudia el proceso de mediatización del lado de los medios. La idea del ciudadano
como sujeto del derecho de la información, más propia de Europa, frente a la protección legal de los
medios, más propia de Estados Unidos, se impone hoy en la jurisprudencia de los países desarrollados.
Desde el punto de vista profesional, el privilegiado detachment que la quinta enmienda de la
Constitución de Estados Unidos garantiza para los medios es objeto de severas críticas por los teóricos
del periodismo público, por las nefastas consecuencias que ha acarreado sobre la vida profesional y
cívica el hecho de que los medios se concibieran como un poder y se distanciaran del público (Álvarez,
2000). La concentración de los medios es objeto de controles también en Estados Unidos y es
considerada críticamente incluso por los expertos en negocios de los medios.
Pero, en cambio, el marco teórico del Gobierno carece de pruebas acerca del poder que los medios
adversos tienen sobre las actitudes de los ciudadanos y sobre el poder que el mismo Gobierno podrá
ejercer sobre la conciencia de la gente. De acuerdo con Lance y Shanto (2008), el estudio del desarrollo
de la comunicación política en la segunda parte del siglo XX deja clara dos líneas evolutivas
aparentemente contradictorias: la continua fragmentación de las audiencias de los medios y la aparición
de grupos informativos concentrados que sesgan la información. En realidad, ambas tendencias conducen
a la declinación de los procesos de identificación conformista por parte de las audiencias. Los medios
podrán pertenecer a grupos monopólicos, pero la gente no les cree.
Esto hace que las audiencias busquen otras mediaciones además de las de los medios para armar sus
posiciones políticas. Las audiencias fragmentadas no son masas informes que reciben los mensajes
mediáticos en un vacío social. Son individuos y también están adscriptos a grupos de diversos tamaños,
antes de ser audiencias. La investigación en comunicación reciente sobre la sociedad civil y la
participación política ha encontrado que los efectos de los medios, especialmente durante las campañas
electorales, son mediados fundamentalmente por las discusiones interpersonales sobre la política.
Desde un punto de vista de la cognición individual, las motivaciones diversas pueden hacer variar la
comprensión y la asimilación de los mensajes políticos (David, 2009) y las actitudes pueden ser
anteriores a la elección del enfoque del medio que se consume (Iyengar & Hahn, 2009). Incluso puede
haber una correlación positiva entre las coberturas mediáticas muy guionadas políticamente y las
actitudes cínicas, sobre todo entre los jóvenes (Elenbaas y de Vreese, 2008). Otros estudios (Young &
Vishak, 2008) analizan si los medios de entretenimiento producen pautas diferentes de adquisición de
información política y de procesamiento de información en la producción de juicios políticos
comparadas con los medios de noticias, que son los únicos que se tienen en consideración cuando se
piensa en efectos políticos desde una posición normativa. Contra naturalización de la noción
convencional de política y su relación con los medios masivos, ya hace muchos años que los Estudios
Culturales británicos propusieron tener en consideración tanto la dimensión vertical como la dimensión
horizontal del poder, es decir la ideología que también se filtra por los programas televisivos, o de otros
medios, de ficción y de entretenimiento que, por otra parte es lo que la gente más consume, la misma
gente que mira –en menor proporción– los noticieros o lee los diarios.
Es la concepción simplista del público como pasivo y sometido a efectos considerables de los medios
–que se descuenta que tendrán un discurso homogéneo, con idéntica direccionalidad ideológica– lo que
une la idea de la intervención de los medios en el disenso, concretamente en el conflicto del Gobierno
con el campo, con la teoría más general del Gobierno sobre los medios. Efectivamente, si el Gobierno
representa a los intereses de todos, pero algunos, sin embargo, adhieren a las reivindicaciones de un
sector, es porque los medios representan ese disenso como una protesta social justa y ocultan sus
verdaderas intenciones: debilitar al gobierno popular para proteger intereses corporativos.
Una vez perdida la batalla, el Gobierno se vuelve contra el verdadero actor político que puede hacerle
perder la guerra: la corporación de grandes medios. En este esquema no entra la gente. La gente o está
defendiendo privilegios o adhiere a los que defienden sus privilegios engañada por los medios de
comunicación. Ningún disenso contra el Gobierno puede ser genuino si es amplificado por los medios
que le agregan su propio interés, nos dice el Gobierno. Es, por tanto, necesario combatir las
representaciones difundidas por medios manipuladores.
El gran ausente de este argumento es el público. La audiencia crítica y activa que deviene actor político
con iniciativa propia, autoconvocada y organizada. Más específicamente, con suficiente frecuencia como
para marcar una tendencia en la Argentina las audiencias se movilizan de manera coordinada,
comparecen en el escenario y el espacio públicos, a partir del consumo de la información suministrada
por los medios, sobre todo cuando esa información responde al enfoque, mencionado al principio de este
capítulo, del caso mediático conmocionante (Fernández Pedemonte, 2010a) que sacude repetidamente a
la opinión pública nacional. Pienso, por ejemplo, en los asambleístas de Gualeguaychú, en las Madres
del Dolor que lloran a las víctimas de la inseguridad, a los estudiantes secundarios y universitarios en la
ciudad de Buenos Aires. En principio, estos grupos no responden a la convocatoria o a la difusión de
consignas de políticos profesionales o de dirigentes de otro tipo, con función política (sindicalistas,
líderes de movimientos sociales, dirigentes de organismos de derechos humanos, etc.) y su movilización
sucede a la intensa cobertura mediática de un issue público. Además, estas audiencias activas se
apropian de los contenidos de los medios y de los nuevos medios para convocar a los otros a las
“performances”, para comentar lo que aparece en los medios del mainstream y para hacer llegar a los
pares y a esos medios sus propios contenidos de impronta documental y de denuncia (cartas de lectores,
comentarios en diarios digitales, llamados telefónicos a programas de radio, cadenas de mails o de SMS,
fotos, videos, textos, etc.) (Fernández Pedemonte, 2010b).
A pesar de la personalización de los medios, correlativa de la emergencia de nuevas subjetividades en
el espacio público, en la etapa actual de mediatización no parece posible una gestión de la comunicación
de gobierno que prescinda de los medios de comunicación, tanto masivos como nuevos medios. Al
contrario, la creciente penetración de los medios y la difusión casi completa de las tecnologías de
recepción y producción de contenidos no han hecho más que suministrar más información junto con más
herramientas de intervención social a los grupos disidentes. Es necesario plantear la relación política con
este sistema de medios cada vez más extenso y más variado –también desde el punto de vista ideológico–
a partir de un diagnóstico soportado en una auténtica teoría de los efectos políticos de los medios de
comunicación, como la sostenida por Cristina Kirchner y sus aliados intelectuales. Pero tal teoría debería
estar lo suficientemente aggiornada como para describir el cuadro de situación actual, en particular en lo
que se refiere a la función social que los públicos asignan a los medios y en dónde se ubica el poder que
se les atribuye. Todo parece indicar que el comportamiento actual de los públicos ya no entra en el
cuadro descripto por las teorías de la comunicación política iniciales en las que se consideraba a las
audiencias como pasivas, dependientes de discursos persuasivos uniformes, sometidas a las
representaciones sociales de los medios. Sin teoría actualizada, sobre todo de la etapa de la recepción
del proceso de comunicación política, se podría insistir con una estrategia que ya no se ajusta a la
realidad, una realidad que a la larga siempre termina saliéndose con la suya.
Bibliografía
Alasuutari, Pertti (1999). “Three Phases of Recepcion Studies” en Alasuutari, Pertti (ed): Rethinking the
Media Audience, Londres, Thousand Oaks, Nueva Delhi, Sage, pp. 1-21.
Álvarez, Carlos (2000). Comunicación, democracia y ciudadanía. Fundamentos teóricos del ‘Public
Jornalism’, Buenos Aires. CiCCUS-La Crujía.
“Beila” Palma, Alejandra (2009). “‘Campo’, ‘país’ y ‘gobierno’: análisis de las funciones estratégicas y
las elecciones léxicas y pronominales en el discurso de Alfredo De Angeli en el marco del conflicto
agrario argentino del año 2008”, I Jornadas Internacionales sobre Discurso e Interdisciplina, UNC.
Angenot, Marc (2010). El discurso social. Los límites de lo pensable y lo decible, Buenos Aires, Siglo
XXI ediciones.
Bárbaro, Julio y Horacio Gennari (2011). Poder y comunicación. Hacia una argentina 3.0. Buenos
Aires, La Crujía.
Becerra, Martín (2003). Sociedad de la información. Proyecto, convergencia, divergencia, Buenos
Aires, Norma.
Benveniste, Emile (1982). Problemas de lingüística general, México, Siglo XXI.
Bourdieu, Pierre (1986). “Economía de los intercambios lingüísticos” en ¿Qué significa hablar?
Barcelona, Akal/Universidad.
Callejo, Javier (1996). Investigar las audiencias. Un análisis cualitativo, Barcelona, Paidós.
Castells, Manuel (2009). Comunicación y poder, Madrid, Alianza.
Chareaudeau, Patrick (2003). El discurso de la información, Barcelona, Gedisa.
Coviello Ana Luisa y María Eugenia Orce de Roig (2009). “Los piquetes de la abundancia o Todos
somos el campo: análisis del discurso político de Cristina Kirchner durante la crisis del agro”, I
Jornadas Internacionales sobre Discurso e Interdisciplina, UNC.
David, Clarissa C. (2009). “Learning Political Information From the News: A Closer Look at the Role of
Motivation”, Journal of Communication; Vol. 59 Issue 2, pp. 243-261.
Del Coto, María Rosa y Graciela Varela (2010). “Espacios sociales y visuales: cuando lo político se
comparte por Youtube”, Revista argentina de comunicación, Año 4, N. 4/5, pp. 47-66.
Diezhandino, María Pilar (2007). Periodismo y poder, Madrid, Pearson-Prentice Hall.
Ducrot, Oswald (1986). Decir y no decir, Buenos Aires, Hachette.
______ (1984). El decir y lo dicho, Barcelona, Paidós.
Elenbaas, Matthijs y Claes H.de Vreese (2008). “The Effects of Strategic News on Political Cynicism
and Vote Choice Among Young Voters”, Journal of Communication; Vol. 58 Issue 3, pp. 550-567.
Elizalde, Luciano (2006). “La comunicación gubernamental: problemas y soluciones estratégicas” en
Elizalde, Luciano, Damián Fernández Pedemonte y Mario Riorda. La construcción del consenso.
Gestión de la comunicación gubernamental, Buenos Aires, La Crujía.
Escudero Chauvel, Lucrecia y Claudia I. García Rubio (coordinadoras) (2007). Democracias de
opinión. Medios y comunicación pública, Buenos Aires, La Crujía.
Fernández Pedemonte, Damián (2010a). Conmoción pública, Buenos Aires, La Crujía.
______ (2010b). “La audiencia como público: hacia una gestión de los nuevos usos sociales de la
información”, Conexiones. Revista Iberoamericana de comunicación. Vol. 2, Num. 1, pp. 61-78.
______ (2006). “La reacción impensada” en Elizalde, Luciano, Damián Fernández Pedemonte y Mario
Riorda. La construcción del consenso. Gestión de la comunicación gubernamental, Buenos Aires, La
Crujía.
Goffman, Erving (2006). Frame Analysis. Los marcos de la experiencia, Madrid, CIS.
Greimas, A. J. Courtés (1979). Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Madrid,
Gredos.
Iyengar, Shanto y Kyu S. Hahn (2009). “Red Media, Blue Media: Evidence of Ideological Selectivity in
Media Use”, Journal of Communication (2009); Vol. 59, Issue 1, pp. 19-39.
Kerbrat-Orecchioni, Catherine (1986). La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje, Buenos Aires,
Hachette.
Lakoff, George (2006). No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político, Madrid, Editorial
Complutense.
Lance, Bennett W. y Shanto Iyengar (2008). “A New Era of Minimal Effects? The Changing Foundations
of Political Communication”, Journal of Communication; Vol. 58 Issue 4, pp. 707-731.
Lewkowicz, Ignacio (2002). Sucesos argentinos. Cacerolazo y subjetividad postestatal. Buenos Aires,
Paidós.
Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, sancionada el 20 de octubre de 2009.
Manetti, Giovanni (1995). “Los modelos comunicativos y la relación texto lector en la semiótica
interpretativa” en Grandi, Roberto. Texto y contexto en los medios de comunicación, Barcelona,
Bosch.
Neuman, Russell y Lauren Guggenheim (2009). “The Evolution of Media Effects Theory”, International
Communication Asociation Annual Conference, Chicago.
Nightingale, Virginia (2001). Studying Audiences. The Shock of the Real, Rouletdge, London & New
York.
Peake, Jeffrey S. y Matthew Eshbaugh-Soha (2008). “The Agenda-Setting Impact of Major Presidential
TV Addresses”, Political Communication; Vol. 25 Issue 2, pp.113-137.
Philo, Greg (2008). “Active Audience and the construction of Public Knowledge”, Journalism Studies,
Vol. 9, N° 4.
Pis Diez, Ethel (2010). “La ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en el mapa de medios de
Argentina: efectos sobre la estructura de la propiedad”, Conexiones. Revista Iberoamericana de
comunicación. Vol. 2, Num. 1, pp. 29-41.
Raiter, Alejandro (2009). “Yo hablo, ustedes entiendan. Interdiscurso y presuposición en los discursos de
Cristina Fernández de Kirchner”, I Jornadas Internacionales sobre Discurso e Interdisciplina, UNC.
Riorda, Mario (2008). “Hacia un modelo de la comunicación gubernamental para el consenso” en
Elizalde, Luciano, Damián Fernández Pedemonte y Mario Riorda. La construcción del consenso.
Gestión de la comunicación gubernamental, Buenos Aires, La Crujía.
Scolari, Carlos (2008). Hipermediaciones. Elementos para una Teoría de la Comunicación Digital
Interactiva, Barcelona, Gedisa.
Sidicaro, Ricardo (2002). Los tres peronismos. Estado y poder económico 1946-55/ 1973-79/ 1989-99,
Buenos Aires, Siglo XXI Argentina.
Vasilachis de Gialdino, Irene (1997). Discurso político y prensa escrita. La construcción de
representaciones sociales, Gedisa, Barcelona.
Verano, Alejandro (editor) (2009). Medios de comunicación en la Argentina. Diagnóstico y
prospectiva. Tomo 1, La Plata, Prometeo/Ediciones de Periodismo y Comunicación.
Verón, Eliseo (2002). Efectos de agenda II. Espacios mentales, Buenos Aires, Gedisa.
______ (1992). “Interfaces, sobre la democracia audiovisual avanzada” en VVAA. El nuevo espacio
público, Barcelona, Gedisa.
______ (1986). “La mediatización” recogido en Semiosis de lo ideológico y del poder. La
mediatización, Buenos Aires, CBC, (1997).
______ (1985). “La palabra adversativa” en El discurso político, Buenos Aires, Hachette.
Young Mie Kim y John Vishak (2008). “Just Laugh! You Don’t Need to Remember: The Effects of
Entertainment Media on Political Information Acquisition and Information Processing in Political
Judgment”, Journal of Communication; Vol. 58 Issue 2, pp. 338-360.
Zunino, Edi (2009). Patria o medios. La loca guerra de los Kirchner por el control de la realidad,
Buenos Aires, Sudamericana.
7 El objeto de la ley de medios sancionada en 2009 es regular los servicios de comunicación audiovisual en todo el ámbito territorial de la
República Argentina y el desarrollo de mecanismos para promover, desconcentrar y fomentar la competencia con fines de abaratamiento,
democratización y universalización del aprovechamiento de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (Artículo 1 de la Ley
26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual).
8 En su libro Patria o medios, el periodista Edi Zunino elabora una documentada relación de los problemas laborales que tuvieron los
principales periodistas críticos durante el gobierno de Néstor Kirchner (Julio Nudler en Página/12; Marcelo Longobardi y Alfredo Leuco en
América TV; Pepe Eliaschev en Radio Nacional y Víctor Hugo Morales en Canal 7, entre otros). Además, señala los problemas
empresariales que tuvieron algunos medios debido al reparto discrecional de la publicidad oficial o a maniobras políticas (Perfil, La Nación y
Crónica, entre otros). Durante el gobierno de Cristina Kirchner subsisten la falta de contacto directo con los periodistas, la ausencia de
vocero, de conferencias de prensa o entrevistas, así como el uso político de la publicidad gubernamental. No se denunciaron, en cambio,
nuevos casos de hostigamientos personales a periodistas, aunque continúa la obstaculización del acceso a los espacios mediáticos y el
escarnio público a algunos periodistas que ya eran marginados en el gobierno anterior, como es el caso de Jorge Lanata. Paradójicamente, el
gobierno de Néstor Kirchner tuvo, en la práctica, buena relación con el grupo Clarín, el principal enemigo de Cristina Kirchner desde el
conflicto del campo. De hecho, el gobierno de Néstor Kirchner prorrogó la licencia de sus canales de televisión y autorizó la fusión,
denunciada como oligopólica, de las dos principales operadoras de cable de la Argentina, Multicanal y Cablevisión, ambas propiedad de
Clarín. Al mismo tiempo, la presidenta ya cuenta con un verdadero holding de medios adictos, los del sistema público y otros que son
propiedad de empresarios oficialistas, como es el caso, por ejemplo, de los medios del grupo Szpolski (Veintitrés, Siete Días y El Argentino,
entre otros) y del grupo Hadad (C5N, Radio 10 e Infobae.com, entre otros).
9 Las secciones de la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual que afectan más directamente a la factibilidad de la actividad de
las entidades no estatales con o sin fines de lucro son las siguientes: Capítulo II: Requisitos para adjudicación de licencias y autorizaciones,
art. 45. Multiplicidad de licencias y Capítulo V: Contenidos de la programación, art. 65 sobre pautas de distribución de los contenidos por
origen y art. 67 sobre las cuotas de pantalla de cine y artes audiovisuales.
Dios en el poder.
Una conversación telefónica: del escándalo mediático al
equilibrio político
E l involucró
14 de febrero de 2006, el gobierno de Puebla se vio envuelto en un escándalo mediático que
al jefe del Poder Ejecutivo del estado y a una escritora con fuertes vínculos con el
periodismo y organizaciones de derechos humanos. Una conversación telefónica referida en un periódico
de cobertura nacional, repercutida y multiplicada en otros medios de comunicación, principalmente
radiofónicos, logró la atención de la opinión pública del país cuando el mandatario fue enfrentado por las
cámaras de televisión.
Dado que la imagen televisual responde a la exaltación y creación de valores sociales y culturales para
estimular las reacciones del público, y que su discurso crea una representación de la realidad que forma
imágenes o estereotipos, las dos entrevistas al gobernador de Puebla, difundidas por televisión en red
nacional entre la noche del 14 de febrero y la mañana del día 15, crearon una percepción que el receptor
colectivo interpretó como realidad: la de culpabilidad.
En menos de 24 horas los frames o marcos que definen situaciones o problemas y constituyen encuadres
de referencia para examinar cómo las controversias son concebidas en el discurso público (Goffman,
1974:21) hallaron, desde la perspectiva de los medios, un hilo narrativo fuerte y el escándalo alcanzó la
potencia de news icon, a partir de la percepción de transgresión de las leyes y abuso de poder. Al mismo
tiempo, las respuestas oficiales, que carecían de estrategia y articulación, complicaron la crisis.
El peor de los escenarios se presentó cuando el escándalo generó rechazo por parte de la población que
había apoyado al mandatario desde su campaña y en el primer año de gobierno. Al margen del desarrollo
de una revisión jurídica que a la postre concluyó con la exoneración del gobernante desde del máximo
tribunal del país, la confianza generada durante los años de trayectoria política se transformó en recelo en
cuestión de días. La gobernabilidad se tambaleó.
En una crisis, la emoción es más importante que los hechos. Sandman (2003:26-28) señala que la
comunicación de crisis es una clase de comunicación de riesgos relativamente rara, pero de gran
importancia. La audiencia es enorme y está muy enfadada, lastimada; muestra más temor y sufrimiento
que enojo. Si alguna de estas sensaciones resulta insoportable, puede tornarse en negación o agravarse y
convertirse en terror o depresión. Por lo tanto, la tarea consiste en ayudar a la audiencia a soportar su
temor y desgracia. Algunas de las estrategias clave son evitar la confianza en exceso, compartir los
dilemas, mostrar humanidad y empatía, reconocer la incertidumbre y proponer acciones.
La crisis que llegó al gobierno, de la noche a la mañana, se mantuvo durante 30 días bajo una lluvia de
señalamientos en los medios de comunicación, durante los cuales se realizaron acciones que complicaron
el problema, como campañas de autopromoción y la creación de una Fiscalía Especial. Estas acciones
evidenciaron la ausencia de un comité de crisis, de un vocero-especialista designado y la carencia de una
estrategia de comunicación de crisis que tuviera como propósito restituir el orden perdido y transmitir a
la sociedad tranquilidad, control de la situación y confianza en el futuro.
La comunicación de crisis no bastaba para restañar: fue necesario replantear la organización y el
funcionamiento de la oficina de Comunicación Social del gobierno del estado, con una estrategia
cimentada en las necesidades y expectativas de la población, y un modelo de comunicación y operación
moderno y eficiente, que articulara los mensajes con el conjunto de ministros que conformaban el
gabinete.
Este capítulo, que expone la gestión del disenso desde la comunicación gubernamental, es una buena
oportunidad para reflexionar sobre el tema a partir de una perspectiva estrictamente comunicacional. Nos
ocuparemos de definir los elementos que produjeron el conflicto para lograr, desde la semiótica,
comprenderlo en el entorno latinoamericano.
También ofreceremos la bitácora teórica que guió las acciones aplicadas en el caso, considerado por
expertos en comunicación política y medios como el más complicado de 2006, año de elección
presidencial en México, foco de atención en América Latina. La mirada retrospectiva que aquí se ofrece
demuestra la validez de las reflexiones de algunos teóricos y pone en debate conceptos necesarios para
establecer una estrategia oportuna para afrontar la crisis y recuperar el equilibrio y la gobernabilidad.
Como se dijo, una de las acciones para realizar de manera inmediata en el proceso de comunicación de
crisis fue establecer una estrategia de control de daños, que significa frenar la crisis, y evitar que los
efectos provocados hasta entonces afectaran a la institución e impidieran exponer ante los medios de
comunicación la postura y las explicaciones pertinentes que permitieran revertir el escenario (Langford,
2008). Por ello fue importante considerar que si los actores involucrados en este caso se negaban a
hablar, otros lo harían y también cundirían los rumores: a falta de respuestas contundentes y claras,
aparecerían en la prensa opiniones de los más dispares personajes.
De manera urgente –aunque se debió haber hecho desde que estalló el escándalo y no 30 días después,
cuando el caso había tomado dimensiones alarmantes–, se trabajó en la formación un equipo de expertos
y se designó a un líder que fungiera como vocero, con toda la autoridad para manejarse en los medios.
Cualquier afirmación que dejara lugar a dudas o que careciera de credibilidad sería interpretada y
complementada con información de otras fuentes, con la consecuente pérdida de control del problema.
Este grupo de trabajo o comité de crisis se abocó a las siguientes tareas:
Medir el tamaño del problema y calcular las consecuencias en el corto, mediano y largo plazo.
Centralizar y controlar el flujo de información proveniente del exterior y emitida al exterior,
principalmente a medios de comunicación. La instrucción para los miembros del gabinete fue
abstenerse de exponer sus puntos de vista en un caso del que eran ajenos y concretarse a informar
sobre sus áreas.
En la planeación, asumir una posición que considerara “el peor de los escenarios” y tomar
decisiones a partir de este nivel.
De ser posible, contener el problema, analizar la utilidad y el beneficio de hacer concesiones o
sacrificios en el corto plazo, sobre todo de carácter político.
Organizar adecuadamente al equipo de crisis y delegar responsabilidades cotidianas. En este
caso se definieron tres áreas específicas: defensa legal, operación política y estrategia de
comunicación.
Nunca depender de una sola persona para solucionar la crisis. Las decisiones se tomarían de
manera colegiada para calcular adecuadamente los riesgos.
Resistir el impulso de actuar por instinto, especialmente con respuesta inmediata. Por ello se
realizaron estudios cualitativos y cualitativos de manera constante para medir adecuadamente a la
opinión pública y anticipar reacciones ante posibles decisiones.
Siempre tratar de entender el propósito de los medios; ellos buscan la “nota”, quieren conocer
las causas y saber quién es el culpable.
Para establecer un proceso de comunicación proactiva era necesario reconocer las debilidades y
amenazas, así como oportunidades y fortalezas que tenía el gobierno. Un análisis de fortalezas,
oportundades, debilidades y amenazas (FODA) arrojó como resultados que las debilidades eran carencia
de un esquema formal de coordinación entre dependencias, ausencia de criterios estratégicos para el uso
de medios de comunicación, que la toma de decisiones no se fundamentaba en la investigación del interés
ciudadano y que había desconocimiento de políticas de comunicación social, tal vez porque no existían.
Por otro lado, la amenaza era que la agenda pública era impuesta por los medios y no por el gobierno del
estado, sobre todo en su esfera de acción.
Por lo que respecta a las fortalezas, era un gobierno con un fuerte respaldo popular, con temas sociales
de gran impacto, con una estructura gubernamental con experiencia en sus áreas respectivas y un
gobernador con aprobación gubernamental alta y elevadas expectativas ciudadanas. Por eso, aparecían
como oportunidades proyectar la imagen de un gobierno innovador y con un alto sentido social, generar
mensajes orientados a cada región del estado, construir un gobierno con visión y rumbo, y trascender
como un gobierno que genera oportunidades de progreso para todos los sectores sociales.
El plano concreto. Refiere aquellos satisfactores físicos que espera la sociedad, tales como
servicios públicos, obras, infraestructura, empleos. En suma, el bienestar físico, palpable, que
reciben los ciudadanos una vez que el gobernante empieza a ejercer sus funciones.
El plano simbólico. Contiene aquellas materias primas psicológicas como la certidumbre, la paz,
la confianza, la comprensión y el apoyo solidario. Estos intangibles le otorgan sentido a los
tangibles (Arbesú, 2001:117-121), le dan sentido a la comunidad. Por ejemplo, la devaluación de
la moneda significa, en el ánimo de los ciudadanos, la devaluación del país y de la imagen del
gobierno. Por eso, la evaluación gubernamental es un elemento que influye en los electores al
momento de emitir su voto y la refrendan durante la gestión mediante la calificación que le otorgan
al gobierno.
Además, precisa Arbesú (2001:104-114), la política simbólica implica la capacidad de influir en las
voluntades (véase la Figura 4) mediante imágenes, signos y símbolos, y se da en todos los niveles, no
solo en las relaciones entre gobernantes y gobernados. La composición de la política simbólica está
definida por cuatro elementos: imagen simbólica, operación simbólica, la propia comunicación y la
memoria.
La visión del gobierno debía convertirse en estrategias de comunicación que vincularan sus acciones en
beneficio de la sociedad y, con ello, alcanzar su aceptación y reconocimiento y eventualmente la
participación social. Como se ilustra en la Figura 6, la visión de gobierno también tenía como propósito
alcanzar la legitimidad que le permitiera trascender como un gobierno que genera oportunidades de
progreso para todos.
El proceso de comunicación del gobierno del estado se apoyó en dos importantes pilares: información
y comunicación. Como explicaría Paoli (1990:123), no bastaba con informar, entendido este acto como
aquel con que dos o más sujetos evocan en común un significado; era necesario comunicar: aplicar los
mecanismos que permiten al individuo retomar los datos de su ambiente y estructurarlos de una manera
determinada, de modo que le sirvan como guías de acción.
Información. Informar a la sociedad con veracidad y prontitud las acciones gubernamentales. Las
prioridades informativas serían jerarquizadas en función de la agenda temática propuesta por el
Ejecutivo. El derecho a réplica se ejercería para responder con oportunidad a las críticas generadas en
los medios de comunicación. La emisión de respuestas debería estar sustentada en información
documentada y confirmada. Durante las crisis provocadas por fenómenos naturales o sociales, las
dependencias concentrarían información –siempre y exclusivamente en la Dirección General de
Comunicación Social–. En el caso de contingencias, se designaría un portavoz ante la opinión pública.
Comunicación. Se planteó que la imagen del gobierno del Estado debería estar soportada en los cinco
ejes que integraban el Plan Estatal de Desarrollo 2005-2011. Las campañas promocionales deberían ser
evaluadas por estudios de opinión de tipo cuantitativo y cualitativo; todo esfuerzo de difusión de las
diferentes dependencias tendría un sentido político unitario. En campañas de comunicación, habría
respeto a los lineamientos de imagen establecidos en los manuales emitidos por la oficina responsable.
Se seleccionaría a los medios de comunicación formales y alternativos de mayor impacto para ejecutar
las campañas de acuerdo con su público objetivo, penetración e influencia. Se mediría siempre el
impacto social que generaran las campañas de comunicación realizadas por el gobierno del estado y las
diferentes dependencias que integraban la administración pública estatal.
Para puntualizar las funciones operativas de comunicación que permitieron lograr los objetivos
planteados, se diseñó un modelo con seis ejes estratégicos, desarrollado en la Figura 7.
Bibliografía
Amado Suárez, Adriana y Castro Zuñeda, Carlos (1999). Comunicaciones públicas. Buenos Aires,
Temas Grupo Editorial.
Arbesú, Luis Ignacio (2001). Mercadotecnia Política. Las decisiones políticas: de la planeación a la
acción. (comp.) Siglo XXI editores.
Barton, Laurence (1993). Crisis in organizations. Managing and Communicating in the Heat of Chaos.
Ohio, College Division, South–Western Publishing Co. .
Bennet, W. Lance y Regina G. Lawrence (1995). “News Icons and the Mainstreaming of Social Change”,
Journal of Communication vol. 43.
Canel, María José y Karen Sanders (2005). “El poder de los medios en los escándalos políticos: la
fuerza simbólica de la noticia ícono”, Análisis 32, Pp. 163-178. Diposit Digital de Documents de la
UAB, en http://ddd.uab.cat/
Cansino, César (2002). Conceptos y categorías del cambio político. México, Instituto de Estudios
Educativos y Sindicales de América. SNTE.
Chiquiar, Daniel (1994). “Estudios de niveles socioeconómicos”, en México-Primera versión. México,
D.F, Serminario de Actualización Profesional, AMAI.
Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDH-DF) (2008). Versión estenográfica del foro
“Ética y Derechos Humanos. Efectos sociales al publicar y difundir arbitrariedades”. México, DF, 10
de julio.
Costa, Joan. (1999). Identidad Corporativa, editorial Trillas.
Dader, José Luis (2004). “Comunipólogos: Los sastres del emperador, sus hilos de oro y las lentes del
público”, Revista Doxa Comunicación, No. 2.
Derridá, Jacques (1998). De la gramatología, México, Siglo XXI.
Fernández Pedemonte, Damián (2006). La construcción del consenso. Gestión de la comunicación
gubernamental, Buenos Aires, La Crujía.
Gerbner, G. (1985). Mass media discourse: message system analysis as a component of cultural
indicators, en New approaches to the analysis of mass media discourse. Nueva York, Guyter and Co.
Gitlin, T. (1980). The whole world is watching: mass media in the making and unmaking of the news
left. California, University of California Press.
Goffman, Erving (1974). Frame Analysis: an essay on the organization of experience, Northern
University Press.
Homs, Ricardo (2000). Estrategias de Marketing Político, Editorial Planeta Mexicana.
Iyengar, Shanto y Ronald R. Kinder (1993). La televisión y la opinión pública: la información es poder.
México, Ediciones Gernika.
Langford, Martin (2008). Disponible en www.kissmanlangford.com
Linz, Juan (1987). La quiebra de las democracias. Madrid, Alianza Universidad.
Lara Klahr, Marco (2005). Diarismo. Cultura e industria del periodismo impreso en México y el
mundo, México, Editorial E.
Kotler, Philip (1972). Marketing Management, Pretince-Hall.
Lull, James, y Stephen Hinerman (1997). Media scandals: morality and desire in the popular culture
marketplace, Columbia University Press.
Markovits, Andrei S., y Mark Silverstein (1988). “Introduction: Power and Process in Liberal
Democracies”, en Markovits, Andrei y Mark Silverstein (comps.): The Politics of Scandal: Power and
Process in liberal Democracies. Nueva York, Holmes y Meier.
Meyer Rodríguez, José Antonio (2009). “Establecimiento de agendas en medios de comunicación:
Repercusiones del escándalo mediático Marín-Nacif-Cacho”, Revista Latina de Comunicación Social,
Año 12, tercera época, no. 64, Tenerife.
Paoli, J. Antonio (1990). Comunicación e información: perspectivas teóricas. México, Tercera edición,
Trillas.
Prada Oropeza, Renato (2003). Hermenéutica, símbolo y conjetura, México, Lupus Inquisitor -UIP, UIT,
BUAP.
Quevedo, Amalia (2001). En De Foucault a Derrida. Pasando fugazmente por Deleuze y Guattari,
Lyotard, Braudrillard, Navarra, Ediciones Universidad de Navarra. Edición digital de Derrida en
Castellano http://www.jacquesderrida.com.ar/comentarios/quevedo.htm
Reynoso, Víctor Manuel (2005). Las elecciones 2004 en Puebla. Los cambios detrás de la continuidad.
Disponible en: http://www.cajanegra.buap.mx/67.pdf
Ries, Al y Jack Trout (1981). Positioning, the batltle for Your Mind, USA, Mc Graw-Hill.
Riorda, Mario; Luciano H. Elizalde y Damián Fernández Pedemonte (2006). La construcción del
consenso. Gestión de la comunicación gubernamental. Buenos Aires, La Crujía ediciones.
Rogers, E. M. y J.W. Dearing (1988). Agenda-setting research: Where has it been? Where is it going?,
Newbury Park, Sage.
Sandman, Peter F. (2003). Four kinds of risk communication. The Synergist (American Industrial
Hygiene Association). Disponible en: http://www.psandman.com/col/4kind-1.htm. Traducción cortesía
de Organización Panamericana de la Salud, Oficina Regional para las Américas de la Organización
Mundial de la Salud (OPS).
Sánchez Galicia, Javier y Elías Aguilar (2004). Razones de Voto. Manual de Comunicación Electoral.
México, Lunarena.
Sartori, Giovanni (1999). Homo Videns. La sociedad teledirigida, Taurus.
Sosa Plata, José Antonio (1998). “Información Política: Enfoque Analítico y Perspectiva Estratégica”.
Cuadernos de Orientación Metodológica, Nº5, Instituto Federal Electoral.
Thompson, John (2001). Escándalo político: poder y visibilidad en la era de los medios de
comunicación. Madrid, Paidós.
Vázquez Colmenares, Ana (2005). La imagen en el Posicionamiento de un candidato. Democracias
Desafiantes, Antología de campaña, Alacop.
Vengoechea, Mauricio De (2010). Siete herramientas para apagar una crisis de gobierno, Bogotá,
Siglo XXI.
Videos referidos
“¿Por qué le dicen precioso al góber? 1 Las llamadas!” (2007, junio 19). [Archivo de video].
Recuperado de http://www.youtube.com/watch?v=qH4czWWj-i8&feature=related
Comunicar valores durante los disensos público-políticos:
entre el escándalo y la polémica
Pablo Ariel Cabás
1. Introducción
La comunicación de crisis supone hacer frente a un proceso de incertidumbre y de confrontación sobre
la validez de las normas y de los valores que regulan el juego político.
La discusión sobre esas normas y valores es un proceso mediático que adopta la forma del escándalo o
de la polémica. Mientras los primeros son un mecanismo de control social hacia los políticos, las
polémicas son una propuesta de cambio de los políticos a la sociedad. En los escándalos se busca
restaurar el valor de la norma, mientras que en las polémicas se busca legitimar la transgresión, poner en
evidencia el agotamiento de la normativa y propiciar el cambio social.
Ambos procesos comunicacionales ocupan, en la actualidad, un lugar central en la agenda pública
mediática. El discurso periodístico tiende a considerarlos como una degradación de la calidad del debate
político y centra en ellos sus críticas hacia el sistema político. Tiende, de este modo, a generar un clima
de sobreescandalización, y potenciar las actitudes antipolíticas, la apatía y la distancia entre la
ciudadanía y los políticos (Heredia y Rodríguez Guillén.2004).
Este trabajo analiza las características y funciones que ambos procesos de asignación de valores tienen
en la comunicación política, así como las estrategias discursivas que los actores políticos –según sean
oficialismo u oposición– despliegan para imponen su propia jerarquía de valores al resto de la sociedad.
A partir de ejemplos de la realidad política argentina contemporánea se analizarán las características de
estos procesos comunicacionales en la agenda pública política.
Que el infractor sea una persona pública con una alta exposición mediática.
Que la norma o la serie de normas vulneradas sean apreciadas por la sociedad en la cual se da la
infracción.
Que la trasgresión implique una subversión radical de los valores asociados con el rol o con la
función que un actor social realiza en una sociedad, o con la imagen que existe sobre ese actor.
El tercer punto es uno de los que más perjudica a los actores políticos ya que, generalmente, para
acceder a los cargos electivos y a sus responsabilidades y reconocimientos los políticos se ven en la
necesidad de adscribir a ciertos valores y/o creencias morales que defienden y publicitan en la esfera
mediática. De hecho, reciben reconocimiento público por encarnar esos valores apreciados por la
sociedad, o por algún sector de ella. Cuando la violación de las normas que otorgaron reconocimiento al
agente se hace pública, estos políticos son más vulnerables a que sus contradicciones queden expuestas y
pierdan la gracia social que alcanzaron.
La transición de una valoración positiva a una negativa sobre el mismo atributo suele darse en el marco
de un acto fuerte gravoso (Parodi, 1998) que deviene en un proceso de escandalización y, a través de la
estigmatización, reelabora la etiqueta asignada al actor político.
Durante los escándalos, la reputación de los involucrados se pone en riesgo. Se establece una contienda
por el “buen nombre” que va más allá de la mera sanción judicial por el comportamiento desviado. La
reputación (honorabilidad, capital simbólico, poder) es un género de recurso que los individuos pueden
acumular, cultivar y proteger. Es un recurso valioso porque permite a los individuos ejercer el “poder
simbólico”, es decir, utilizar formas simbólicas para intervenir e influir en el curso de las acciones y, por
lo tanto, acumular poder. Es un recurso costoso cuya acumulación puede llevar mucho tiempo y demandar
grandes esfuerzos, y es también un recurso frágil que puede perderse rápidamente y que debe cuidarse
contra ataques o acontecimientos que amenacen con reducirlo o destruirlo (Elizalde, 2004).
Todo escándalo significará un proceso comunicacional acelerado de pérdida de honor del agente, o
bien de un cambio radical en la valoración de su imagen pública. Quien es objeto del escándalo sufre un
ataque básico a su honor, a su reputación pública y a su autoestima. Desde el punto de la opinión pública
el proceso supone determinar si la persona a la cual se le imputa la infracción que desató el escándalo
realmente cometió los actos de trasgresión (Kepplinger, 2005). En el caso de que así fuera, la exposición
del escándalo es la condena merecida por su desviación.
2.4 Los discursos infamantes y defensivos dramatizan las posiciones públicamente
Para que exista un escándalo, el conocimiento público de la infracción debe ser presentado como una
“denuncia”, como una “acusación infamante” no prevista por el actor.
Pero es también requisito necesario la presencia de reacciones públicas de rechazo e indignación, que
denuncien la conducta del actor o de la institución y dramaticen la dimensión moral del incumplimiento.
Los escándalos pueden ser entendidos como la reacción de la opinión pública ante el conocimiento de
que un actor, que depende o representa a una organización del sector público, cometió acciones, tuvo
actitudes o por su posición está vinculado con transgresiones que se desvían de lo esperado para su
comportamiento (Zapata Johansson, 2007).
Sin reacción pública no podría haber escándalo. Solo en la esfera pública-mediática la historia
adquiere su entidad. Y es en la reacción de desaprobación donde su existencia se afirma.
Una situación debe ser considerada un escándalo solamente cuando genera una conmoción pública
escandalosa, es decir, únicamente cuando los medios de comunicación lo etiquetan de esa manera y la
opinión pública reacciona ante ese etiquetamiento negativamente.
Para el español Fernando Jiménez, un escándalo político es una reacción de indignación de la opinión
pública contra un agente político al que se considera responsable de una conducta que es percibida como
un abuso de poder o una traición de la confianza social sobre la que se basa la posición de autoridad que
mantiene o puede llegar a mantener tal agente (Jiménez, 1994).
Cualquier tipo de corrupción a la norma podría ser percibida como escandalosa; sin embargo solo
estaremos ante un escándalo cuando hubiere una reacción pública negativa hacia la desviación y, por lo
tanto, se constituyera en una forma de control social. El escándalo es, por lo tanto, una de las formas a
través de las cuales una sociedad se regula a sí misma y coordina el comportamiento de sus miembros. La
reacción social de indignación y de rechazo permite hablar de un fenómeno social diferente al de la
corrupción amplia.
Los discursos infamantes y defensivos son el escándalo y constituyen su repertorio dramático y
performativo. Sin el repudio por la conducta inmoral, no se produciría el proceso comunicativo. Para que
el escándalo sea público, una parte del “discurso infamante” debe elevarse a la categoría de acto de
habla en los medios de comunicación.
Por otro lado, el discurso infamante buscará persuadir a la audiencia sobre la relevancia moral de la
infracción, el valor excelso de las normas violadas, la conducta depravada e intencional del desviado y
la condición de indignación e impotencia ante los atropellos. La línea argumental será la de atribuirle una
importancia mayúscula a la sanción social, condición necesaria para la supervivencia misma del sistema
político. Puede ser realizado por múltiples actores de la política, por los periodistas, e incluso por la
misma opinión pública, que irrumpe en el espacio mediático. Es un discurso que se erige a sí mismo
como el depositario de la ley, como el reaseguro normativo ante la laxitud de las conductas. Se horroriza,
se emociona, se distancia y condena con todas sus capacidades retóricas las conductas indignas. Interpela
al acusado, le exige razones y motivos, le presenta pruebas, le reclama remordimiento.
El discurso infamante desconoce la matriz polémica de las conductas y persigue al discurso defensivo
hasta hacerlo inaudible. No existe escapatoria, ni atenuantes de la pena para una conducta que solo se
redimiría ante el escarnio público y la confesión del acusado.
De forma inversa, el discurso defensivo buscará disminuir la relevancia del tema, relativizar los
límites de las leyes, disminuir la percepción volitiva de su conducta, contextualizar sus actos, excusarse
en el descuido, humanizar la falta. Busca persuadir a la audiencia sobre el trasfondo inocente de su
conducta, pero sin negar públicamente el imperio normativo.
La defensa puede estar encarada por el acusado o bien por terceros no intervinientes que salgan en
defensa del infractor o en ataque a los acusadores. Los responsables del discurso defensivo intentarán
reinsertar su argumento en el campo de lo polémico y lo discutible. El discurso defensivo busca poder
hablar en igualdad de condiciones con el discurso infamante. Pretende relativizar las verdades sobre las
que se monta el discurso acusador, ya que al aceptar la conducta transgresora como un acto discursivo
posible de la esfera mediática, la legitima.
Este marco discursivo tiene dos características: hay una disputa por el significado de los valores
amenazados por la infracción, y hay un proceso de sanción social que “sutura” mediante la
“estigmatización del agente”, cuya conducta y reputación ha sido puesta en el “banquillo de los
acusados”.
2.5 El debate moral discute la infracción moral específica del agente
La trasgresión pública de ciertos valores sociales se vincula con las teorías sobre la sanción social y
con la relatividad y la contextualización de las normas morales que imperan en una sociedad. Los valores
y las normas muestran diferentes grados de “susceptibilidad al escándalo” en función del contexto socio-
histórico, de la atmósfera moral y cultural de la época y de la importancia que los individuos den a las
normas o valores en juego, es decir, de su capacidad vinculante.
Cuando hablamos de trasgresión a las normas entramos a una zona gris de disputa por imponer
determinadas escalas de valores. Los valores no necesariamente generan un consenso amplio, ni
necesariamente la gente los toma como referencia para su vida cotidiana. Al contrario, los valores son,
con frecuencia, polémicos en la vida social, elementos a los que algunas personas adhieren y otras
rechazan. La aparición de un escándalo se asocia a menudo con un proceso de “moralización” más
amplio, mediante el cual aquellos que denuncian por escandalosa la acción se adhieren o se reafirman en
la observación de ciertos valores o normas (Thompson, 2001).
Los no participantes deben desaprobar y sentir que el comportamiento es indigno moralmente. Por
medio de la desaprobación pública, el juicio social restituye la validez de la norma.
La creciente pluralidad de sistemas de valores y el debilitamiento de ciertas normas tradicionales han
ido atenuando la fuerza moral de los juicios. Sin embargo, esa fuerza moral se ha mantenido como una
especie de adhesión vaga. Son valores simbólicos y códigos nominales de comportamiento que no se
traducen necesariamente en la práctica (Thompson, 2001).
En este contexto, los escándalos revisten especial interés en nuestras democracias, porque ellos
condensan procesos de normativización y de control social. Los escándalos pueden ser vistos como un
indicador del proceso histórico de desarrollo moral y de los tipos potenciales de conflictos y violencia
de una sociedad. Solo puede llegar a ser escandalosa la violación de las normas políticas que han sido
aceptadas como tales en la conciencia pública de la mayoría (Neckel, 2005).
Por su parte, la opinión pública reacciona sancionando a través de las reglas de juego del poder, es
decir, en las elecciones. Si bien el proceso puede provocar cambios en la legitimidad de la autoridad
política, serán las elecciones el momento adecuado para modificar la estructura de poder de los grupos
en disputa.
En última instancia, los escándalos son un mecanismo de control social informal que vincula las
relaciones sociales de las competencias de los grupos de poder al mismo tiempo que sirven a la función
de regulación moral de la política y hace posible el mantenimiento de la reproducción simbólica de las
condiciones de poder. Los escándalos representan una institución social: ellos proveen una determinación
normativa de la dirección en la cual determinados conflictos normativos de la política deben ser
encauzados, limitan el contenido y las formas de dichos conflictos y, por eso, contribuyen a la integración
social.
Desde la perspectiva de Neckel, los escándalos políticos contribuyen a consolidar las reglas de
delegación del poder político, precisamente porque anulan (aunque temporalmente) esas reglas. Antes
que contribuir a la anomia social o al cinismo, son mecanismos que contribuyen a la función de
mantenimiento de la estabilidad social.
3. Las polémicas en el espacio público político
Una polémica es un proceso comunicacional confrontativo entre dos o más grupos que buscan imponer
una determinada visión u orden moral en la sociedad. Un determinado consenso es alterado por un agente
que disruptivamente incumple con lo esperado, niega públicamente la validez de la norma social
establecida y la denuncia como caduca. Por otro lado, aquellos que reclaman su sanción se reafirman en
la vigencia de la norma.
La palabra “polémica” proviene del vocabulario militar. En un comienzo era sinónimo del vocablo
“bélico” y, a su vez, ambas provenían de la palabra “guerra”. Mientras lo bélico (de origen latín) se
identificó con el enfrentamiento físico militar, lo polémico (de origen griego) se fue diferenciando como
propio de la confrontación dialéctica.
En nuestros días, este vocablo refiere a una controversia o a un choque de ideas entre por lo menos dos
partes antagónicas. En efecto, el vocablo polemista, que se asigna al individuo proclive y entusiasta de la
polémica, proviene de “polemistés”, que significaba “combatiente”, mientras que “polémicos”, que
también proveniente del griego, eran los que manejaban ‘el arte de la guerra’.
Con el tiempo, los enfrentamientos armados entre los polemistés se fueron convirtiendo en choques de
opiniones y puntos de vista, por lo que la palabra “polémica” se tornó sinónimo de controversia.
A diferencia de los escándalos, en los que los acusados no ponen en discusión la importancia de la
norma violada, en las polémicas el infractor rechaza esa categoría porque rechaza pública y abiertamente
la norma. Y, con ello, propugna el cambio social. En los escándalos, los acusados pretender
desvincularse de la violación, y niegan haber cometido esas faltas. En las polémicas, en cambio, los
infractores asumen plenamente las consecuencias de sus actos como testigos de una denuncia explícita a
las normas vigentes. No intentan exculparse, sino que pretenden legitimar su conducta públicamente, y
desafían la validez de la norma.
Durante las polémicas no hay una discusión sobre la conducta individual del agente, sino un
enfrentamiento en torno a las normas que deberían regir el juicio valorativo en torno al acto. Al ser un
proceso controvertido, se entabla una discusión entre por lo menos dos partes antagónicas sobre lo
aceptable y lo inaceptable moralmente. Ambas partes se reconocen como legítimas y se adjudican la
exponencial representación de una mayoría moral.
En las sociedades laicas y democráticas el fundamento de verdad no puede ser tributario de ninguna
posesión divina. Las fuentes de legitimación serán, entonces, el número de individuos partidarios de una
opinión o de una mayor capacidad argumentativa, sea esta racional (siguiendo el modelo clásico de
democracia parlamentario) o emocional (de acuerdo con el modelo de democracia mediática). Como
señala Tocqueville, citado por Noelle-Neumann (2003), en períodos de igualdad los hombres no tienen fe
en los otros debido a su semejanza; pero esa misma semejanza les da una confianza casi ilimitada en el
juicio del común del pueblo, porque parecería probable que, como todos cuentan con los mismos
elementos de juicio, la mayor verdad debería ser la de la mayoría.
En los procesos comunicacionales polémicos cada parte denuncia a la otra como una interpretación
ilegítima del ordenamiento moral que debe regir a la sociedad. La polémica desafía un orden de las
cosas, replantea la creencia aceptada y generalizada hasta ese entonces. Es disruptiva y pone de
manifiesto el disenso en el espacio público mediático. Le da voz a una visión alternativa de sociedad.
Esta situación es conocida como la polarización o división de la opinión pública. La sociedad se parte en
dos. La característica distintiva es que cada fracción se sobrevalora enormemente en lo que se denomina
una “percepción especular” (Noelle-Neumann, 2003:166).
Las polémicas replantean el espacio público poniendo en discusión los valores con los que se rige el
juego político y la representatividad. Plantean una discusión abierta y fuerzan a las partes a argumentar
aquellas posiciones que hasta entonces no eran puestas en duda. Colocan en el centro de la escena de
debate, los disensos latentes de las sociedades. La polémica interpela, pregunta, indaga, cuestiona los
fundamentos de un determinado orden.
Tanto la polémica como el escándalo implican una ruptura de las normas y de los valores vigentes en
una determinada sociedad. Ambos fenómenos son disruptivos y parten del incumplimiento por parte del
agente político de un determinado mandato social. La diferencia entre ellas no se encuentra en la
dimensión normativa que regula el espacio público, sino que estriba en el propósito político de la
infracción. Esta decisión política se traduce en un discurso diferente al escándalo, que plantea (o
replantea), en distintos términos, los marcos de la confrontación pública.
Mientras que los escándalos surgían a partir de la “acusación” y de la “sospecha” sobre la desviación
del agente (véase 2.1), en las polémicas esta alteración disruptiva del orden se realiza ante el escrutinio y
la mirada pública. Hay una pretensión de legitimar la conducta y despojarla de los juicios valorativos.
Hacerla visible permite polemizar sobre las normas que la regulan. No hay una intención de ocultamiento
sino todo lo contrario, de apertura y exhibición. En un escándalo, el acusado es “descubierto” contra su
voluntad. Un acto que pretendía mantener en el ámbito de lo privado y secreto llega a la luz pública y
pone en discusión la contradicción entre el discurso público del acusado y sus actos privados. El
polemista, en cambio, no es “descubierto” porque él mismo, ante la mirada pública, infringe la norma
como mecanismo de denuncia.
El polemista rechaza la acusación de haber violado el contrato de reciprocidad con la ciudadanía (2.2).
A diferencia del “acusado” en un escándalo, su conducta no es evaluada como una defraudación que deba
ser silenciada, sino como una reformulación del contrato de reciprocidad válido en el espacio político.
El polemista se erige como el precursor de novedosos valores sociales, como el exponente de un nuevo
orden que viene a cambiar lo viejo por lo nuevo. Al hacer esto, destruye y reconstruye el contenido del
lazo que la representación democrática formula entre los políticos y la ciudadanía.
Al ser mecanismos de visibilización de los disensos públicos en torno a los valores que regulan o
debieran regular a la sociedad, ambos procesos comunicacionales son confrontativos y conflictivos.
Cada fracción intentará imponer una determinada lectura e interpretación sobre la discusión. Mientras
que en los escándalos políticos, la falta de acuerdo o de consenso pondrá en debate la reputación y la
capacidad moral del agente (2.3) por el acto cometido (2.5), en las polémicas la diferencia está en la
importancia y en el contenido que las partes asignan a las leyes y a las costumbres puestas en juego. No
hay una discusión en torno a la infracción específica del agente, sea este individual o institucional, sino
sobre las normas que deberían regular esa conducta. El marco normativo es interpelado por la acción del
actor, y no el actor el interpelado por el marco normativo.
En el Libro I de La República, de Platón, Polemarco es utilizado para polemizar con Sócrates en torno
al significado de la Justicia y a la administración justa de los gobernantes como algo distinto a solo hacer
bien a los amigos y mal a los enemigos, es decir la teoría del ojo por ojo. Polemarco es el responsable
de activar y movilizar el debate sobre lo moral y lo justo. Platón lo utiliza como una de las partes de la
confrontación discursiva en torno a los valores que deben regir a los gobernantes y a los ciudadanos.
Los polemistas ocupan el lugar de Polemarco en el espacio público, corriendo el eje de discusión de la
conducta individual a las leyes que deben regirla.
Por último, a diferencia de los escándalos, en los que los discursos se presentan como infamantes para
aquellos que pretenden sancionar la acción y defensivos para aquellos que han sido acusados de
corruptos (2.4), en las polémicas ambos discursos se asumen como iguales, son visiones distintas y
alternativas sobre los valores. No hay una posición de emisor depreciada y reactiva para el acusado, sino
que ambos discursos son legítimos de ser expresados públicamente por los contendientes.
Quien infringe la norma en una polémica no habla desde una posición depreciada por un etiquetamiento
previo adverso, sino que desafía abiertamente a todo ese sistema de valoraciones y se coloca en igualdad
de condiciones con el discurso conservador. El discurso polémico es disruptivo para poder captar la
atención del espacio público sobre la situación de injusticia previa del sistema, que en su inercia,
compele al actor a violar las normas, en la pretensión de poseer un criterio moral superior.
El discurso conservador busca mantener el statu quo y marginar la acción polémica a mera anomalía
ad hoc. Negará el estado de injusticia previa denunciado y señalará la perversión individual del agente
en su pretensión de legitimar un orden moral alternativo. Antes que un discurso infamante y condenatorio,
este se aproximará más al discurso psiquiátrico y rotulará como “patológica” (antes que la “pecadora” de
los escándalos) a la conducta polémica.
En el apartado siguiente se analizan dos casos del espacio público político reciente de la Argentina
durante los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner. Se analizan la polémica
planteada en torno a los índices de inflación del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) y el
escándalo que debió enfrentar Felisa Miceli, entonces ministra de Economía de Néstor Kirchner, por un
dinero encontrado en el baño de su oficina y que derivó en la renuncia a su cargo.
5. La polémica en torno a las cifras del INDEC y el escándalo de Felisa
Miceli
La intervención del INDEC comenzó en octubre de 2006, durante el gobierno de Néstor Kirchner,
cuando Guillermo Moreno, secretario de Comercio Interior, solicitó al organismo la lista de comercios
visitados por sus encuestadores. Desde los medios de comunicación comenzaron a hacerse denuncias en
torno a distintos tipos de “presiones” del funcionario, hasta que el 29 de enero de 2007 Graciela
Bevacqua, hasta entonces directora del Índice de Precios al Consumidor (IPC) del INDEC, fue
desplazada de su cargo. En su reemplazo asumió Ana María Edwin, pese a las sospechas y críticas del
periodismo y de la oposición.
En 2007 comenzaron las protestas de los empleados nucleados en el gremio de Asociación
Trabajadores del Estado (ATE) frente al edificio del INDEC. Ante las cámaras de televisión, los
trabajadores denunciaban persecuciones de Moreno.14
El IPC no era solamente una variable que afectaba las expectativas inflacionarias de la población, sino
que también modificaba los intereses de la deuda pública. El Gobierno dejó trascender implícitamente
que reducir los índices de inflación le permitiría reducir los intereses a pagar por sus compromisos
externos e internos.
Cerca del 42% de la deuda pública argentina se indexaba a partir del índice de precios. Por lo tanto,
cuando aumentaba la inflación crecían los intereses. Un punto más de inflación, según estimaciones
periodísticas publicadas en 2008, implicaba unos 572 millones de dólares más de deuda externa. Al
disminuir el índice de inflación, la Argentina llevaba ahorrados unos 20 mil millones de pesos desde
2006 hasta agosto de 2008. Desde la comunicación gubernamental se señalaba que el organismo había
sido copado por consultoras privadas que buscaban empujar el índice para arriba para favorecer a los
tenedores de bonos. En esta línea, el diario La Nación publicó: “Los propios técnicos actualmente
opuestos a la intervención reconocen, en reserva, que en la década del 90 había presiones de las
consultoras privadas para acceder a las bases de datos del organismo”.15
La intervención dio lugar a una serie de conflictos y polémicas derivadas, a las que los medios dieron
una amplia cobertura. Una de esas disputas que adquirió una gran trascendencia fue el rol que cumplió
Graciela Bevacqua durante el proceso. La ex directora del IPC había sido la primera en ser desplazada
del organismo. El Gobierno argumentó a favor del cambio, por medio de la entonces ministra de
Economía, Felisa Miceli, que a fin de enero de 2007 comparó a Bevacqua con la interventora oficial
Beatriz Paglieri:
“La funcionaria desplazada no está concursada. Es una matemática y se ha puesto [en su
lugar] a una economista, con lo cual le estoy dando una plusvalía a la persona que se ha
puesto en el cargo”.16
Asimismo, Pueblo Peronista, una agrupación liderada por Guillermo Moreno, respaldó en varias
oportunidades al responsable de la intervención:
“Lo bancamos a Moreno. Como buen peronista, él sabe que la economía tiene que estar al
servicio del pueblo y no del mercado. Edwin [Ana] lleva años en el Indec, no es una
improvisada (…) los gremialistas de ATE-Indec se quejan porque les terminamos el curro a
unos cuantos”.17
La polémica por los índices estadísticos estuvo presente durante los cuatro años del gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner. El periodismo presentó los índices de cada mes desde una cobertura
adversa al Gobierno, puso en duda las cifras oficiales y lo acusó de “manipular” al sistema que debería
reflejar lo más fielmente posible la economía del país.
La comunicación externa encarada por el INDEC no fue capaz de disipar las dudas planteadas en el
público en general y los medios de comunicación fueron muy eficaces en desacreditar los cálculos
inflacionarios sobre el cual se apoyaba la economía. Este descrédito se fue extendiendo como sospecha
hacia el resto de los índices que provenían del INDEC.18
Tras los comicios legislativos celebrados en 2009, la presión por introducir cambios en el INDEC
aumentó desde la oposición y los medios de comunicación. Sin embargo, el 29 de junio de 2009 Cristina
Kirchner descartó que hubiera alguna intención de volver al viejo INDEC. Distintos funcionarios
oficiales rechazaron en diferentes oportunidades las críticas al funcionamiento del organismo y
ratificaron el rumbo del Gobierno. El ministro del Interior, Florencio Randazzo, por ejemplo, insistió en
que las únicas estadísticas válidas eran las del organismo oficial y cuestionó a los empresarios críticos,
al señalar: “Algunos vivos pretenden que cuando los bolsillos están un poco mejor aumenten los
precios”.
No menos tajante fue, durante su primera conferencia de prensa, la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner, cuando sostuvo que el secretario de Comercio Interior y virtual interventor en el INDEC,
Guillermo Moreno, era un hombre “honesto, laborioso y eficaz” que “cumple rigurosas órdenes de sus
superiores”.19
En reiteradas ocasiones, en medio de fuertes rumores en torno a cambios inminentes en la intervención
del INDEC, Fernández de Kirchner señaló:
“Las variables indican que no están dadas las condiciones para un proceso inflacionario”.
“Los datos [del INDEC] son verificables y coinciden con los de las principales consultoras”.
“El desprestigio del organismo tiene que ver con la presencia de intereses políticos y
financieros”.20
En octubre de 2008, ante el Congreso, el entonces jefe de Gabinete, Sergio Massa, anunció que se daría
a conocer la metodología utilizada para elaborar los índices –sobre todo el de inflación y pobreza– y que
se abrirían las puertas del organismo para que actores políticos, sindicalistas y empresarios conozcan la
tarea que allí se realiza.
“Es una idea del Gobierno convocar no sólo al Parlamento sino a todos los organismos
sociales y económicos a ver las estadísticas oficiales para que, en definitiva, terminemos con
los mitos y sensaciones”.21
En el Gobierno se presentaron ciertas diferencias en el interior del equipo de gestión en torno a la
cuestión del INDEC. Esto dio lugar a una larga serie de rumores, especulaciones y desmentidas por parte
de los periodistas.
Massa fue el primer ministro que se pronunció públicamente en favor de introducir cambios en la
metodología de medición del IPC, para dar una señal de confianza a los inversores y disipar la falta de
credibilidad impulsada por los medios de comunicación y las consultoras privadas22. Otros funcionarios
que dieron señales de cambio fueron el entonces ministro de Economía, Carlos Fernández, y el entonces
presidente del Banco Central de la República Argentina, Martín Redrado.
Al igual que Néstor Kirchner, el ministro de Planificación, Julio De Vido, resistió los cambios de fondo
en el organismo. De Vido señalaba a los medios que creía “firmemente” en los índices del Gobierno.
En este contexto, en julio de 2009, el entonces ministro de Economía, Amado Boudou, anunció el inicio
de un proceso de estudios para introducir mejoras en la metodología de medición del organismo. El
cambio metodológico en las mediciones permitiría revisar la tarea del INDEC no desde el año 2007,
como pretendían los líderes opositores, sino desde 1999. Para el Ministerio de Economía, la
metodología del IPC aprobada entonces sesgaba la medición de la inflación debido al patrón de consumo
que imponía la convertibilidad, y a que difería sustancialmente con el patrón de consumo del modelo de
crecimiento iniciado en 2003. El ministro pretendía mejorar la percepción social de las estadísticas, y
hacerlas avalar por prestigiosas universidades públicas.
El diario La Nación editorializó en contra de las modificaciones introducidas en los siguientes
términos:
“A partir de ahora habrá muchas más voces habilitadas para hablar en favor y quizá también
en contra de la tarea que cumple el INDEC, con mayor o menor grado de consistencia técnica.
Pero lo que no resulta para nada seguro es que el nuevo esquema contribuya a devolver la
confianza en las inverosímiles estadísticas oficiales. La autocrítica fue la gran ausente en la
conferencia de prensa del ministro”.23
En febrero de 2009, Edwin, la funcionaria que encabezaba la intervención del INDEC, viajó a los
Estados Unidos. Allí, en el marco de la cuadragésima sesión de la Comisión de Estadística de la
Organización de las Naciones Unidas, Edwin destacó que la Argentina y Brasil eran los únicos
representantes sudamericanos:
“Esto demuestra que estamos a la par de los principales países del mundo en el tema de las
estadísticas. (…) Participaron solamente 24 países y se discutió el impacto de la crisis sobre
las estadísticas y sobre de qué forma se pueden adaptar las metodologías para medir las
políticas que los gobiernos en general, y el nuestro en particular, están llevando a cabo. (…)
Es un trabajo que en el Indec venimos desarrollando desde hace un tiempo y ahora a nivel
internacional, es una experiencia que otros países van a tomar también porque se refiere a
como impacta la crisis en la población”.
“Nuestras estadísticas están a la par de las de los principales países del mundo (…) y critico
la intencionalidad política que trasciende el ámbito estadístico en las calificaciones de riesgo
realizadas al país.24
En los últimos cuatro años la intervención del INDEC ha sido uno de los aspectos más cuestionados de
las gestiones de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner. Cada presentación mensual del
IPC ha sido una oportunidad que los medios críticos aprovecharon para señalar la falta de credibilidad
de las mediciones. Este encuadre adverso del periodismo estuvo acompañado por un descrédito en la
ciudadanía sobre las cifras reales de la inflación presentadas por el organismo. Si bien la desconfianza
hacia la institución y sus mediciones es previa a la intervención, a partir de 2006 se convirtió en un lugar
recurrente del discurso opositor, de los medios y de las consultoras privadas.
Mientras que los partidos opositores y los medios de comunicación han intentado llevar el proceso
comunicacional hacia el escándalo, el discurso del oficialismo lo ha confinado al campo de lo polémico,
ofreció interpretaciones alternativas de los hechos denunciados y planteó la necesidad de llevar adelante
un cambio de enfoque en las funciones y metodologías de trabajo del organismo.
La estrategia discursiva del oficialismo ha consistido en hacer explícitos los intereses económicos en
juego en la demandada “neutralidad” metodológica de las mediciones, así como en criticar abiertamente
el sistema de medición previo y acusarlo de corresponderse con un sistema económico y monetario
caduco. Si bien la batalla por la opinión pública en relación a este tema es todavía un proceso
comunicacional abierto, el Gobierno ha sido capaz de evitar utilizar argumentos defensivos que
reforzaran la idea de estar ante un “escándalo”. Al llevarlo al campo de lo polémico, ha logrado articular
un discurso alternativo y válido para un buen número de adherentes a las políticas económicas oficiales y
relativizar las construcciones escandalosas de las noticias periodísticas.
Por otro lado, el caso de Felisa Miceli, al mando de la cartera de Economía entre 2005 y 2007, no
corrió la misma suerte y el escándalo derivó en la renuncia de la funcionaria y su alejamiento del
Gobierno.
Felisa Miceli fue la primera mujer en la historia argentina nombrada ministra de Economía y
Producción el 28 de noviembre de 2005 en reemplazo de Roberto Lavagna.
Había sido una activista de izquierda en los años ochenta y ocupado distintos cargos de importancia
antes de su nombramiento. Participó del directorio del Banco de la Provincia de Buenos Aires, trabajó en
la consultora Ecolatina, de Lavagna, fue representante del Ministerio de Economía ante el Banco Central
y presidenta del Banco de la Nación Argentina.
Durante el período que estuvo en el cargo, la economía argentina creció fuertemente, impulsada por la
recuperación posterior a la crisis de 2001y 2002 y por el aumento de la producción, el consumo y las
exportaciones.
En la madrugada del 5 de junio de 2007, durante un control rutinario, la Brigada de Explosivos
encontró una bolsa con $100.000 y US$31.670 en el baño de su despacho. Inmediatamente la denuncia
apareció en las planas de los principales diarios del país.
En un primer momento, la funcionaria afirmó que su hermano le había prestado el dinero hallado, y que
lo había guardado provisoriamente en el baño para luego depositarlo en el banco. Posteriormente señaló
que el dinero estaba destinado a la compra de un inmueble y que provenía de otro de sus hermanos y no
del que había señalado en primer lugar.
Complicando aún más su situación, se comprobó que el dinero tenía un fajo del Banco Central, por lo
que para el fiscal indicaba que la suma había salido del circuito financiero legal para entrar en el
mercado negro, lo que constituía un posible ilícito.
Un día después de que la Justicia ordenada un allanamiento en su despacho, la ministra señaló:
“(El escándalo) está montado para perjudicarme. Alguien quiere capitalizar esto. Alguien
quiere quedarse con el Ministerio de Economía. Está clarísimo que es una campaña para
sacar rédito político. (…) El hecho tomó una trascendencia desmedida. (…) Puede haber sido
un error, pero no un delito. Ese día no tuve tiempo para hacer el trámite bancario que tenía
que realizar y decidí guardarlo en el Ministerio en vez de llevarlo a mi casa”.
Por último, la ministra intentó una defensa política y estableció acusaciones cruzadas, pero sin
identificar responsables. Atribuyó las denuncias en su contra, a “alguien de acá”, en referencia al
Ministerio de Economía: “Creo que esto está montado por gente poderosa vinculada a la causa Greco y
Meyer que denunciamos a abogados que trabajaron en este Ministerio 20 años”.25
Desde distintos sectores opositores salieron a criticarla, e incluso desde el lavagnismo, a través
Alejandro Rodríguez, vocero del ex ministro Roberto Lavagna, que señaló: “Cuando la ministra aclara,
oscurece. Hay que dejar trabajar a la Justicia como corresponde y no pretender salvarse echando culpas
a otros”.26
Al ser llamada a declarar por el fiscal Guillermo Marijuán, la ministra presentó su renuncia al cargo el
16 de julio de 2007, en línea con la política adoptada desde 2003 según la cual los funcionarios
comprometidos con la Justicia debían alejarse del cargo público. En su carta de dimisión “indeclinable”,
Miceli justificó así su decisión:
“La difusión de actos concernientes a mi vida privada vinculándolos con actos públicos ha
generado un daño inmerecido a mi honorabilidad, que indudablemente afecta al gobierno”.27
El 28 de diciembre del mismo año fue procesada por los presuntos delitos de “encubrimiento” y
“sustracción de documento público” y se embargaron $200.000 de sus bienes.
Felisa Miceli siguió reivindicando su inocencia y afirmando que la causa fue armada por intereses que
había perjudicado mientras ocupaba la jefatura del Ministerio de Economía.
6. Conclusiones
Easton (1966) señala que los sistemas políticos se pueden caracterizar como estables y persistentes si
cumplen exitosamente dos funciones: asignar valores para una sociedad, y lograr que la mayoría de sus
miembros acepten estas asignaciones como obligatorias, al menos la mayor parte del tiempo.
Desde la perspectiva de Easton, la asignación de valores es el conjunto de decisiones que en un sistema
político distribuye recursos de distinto tipo ante demandas también diversas. Esto es, las demandas y
recursos pueden referirse a bienes y servicios o ser de carácter simbólico o propiamente político. En los
casos de disensos comunicacionales, como los escándalos y las polémicas, lo que primero está en juego
es la distribución de recursos simbólicos, pero luego estos pueden habilitar transferencias y
redistribuciones de recursos políticos y económicos.
Que estas decisiones sean eficaces, es decir, que logren los propósitos deseados y sean aceptadas por
los actores relevantes de la sociedad –que sean percibidas como legítimas–, son factores de gran
importancia para la estabilidad política (Olamendi, 2000).
Las polémicas y los escándalos sirven para abrir disruptivamente el debate político en torno a los
valores y las normas que regulan el sistema político y social. Son disruptivos en tanto alteran la
normalidad comunicativa por medio de una infracción, que pone de manifiesto los disensos morales que
atraviesan las sociedades.
La principal diferencia estriba en que las estrategias discursivas de los actores políticos expresan
diferentes propósitos políticos. Mientras en los escándalos se busca restaurar el valor de la norma
violada, en las polémicas se propicia el cambio normativo.
A diferencia de la década del noventa, en la que los escándalos de corrupción y de abuso de poder eran
una constante del espacio público mediático, el período que se inicia luego de la transición presidida por
Eduardo Duhalde estuvo marcada por la fuerte presencia de polémicas planteadas desde el mismo
gobierno nacional. Este replanteo del debate público se dio en un marco de confrontación creciente entre
algunos medios hegemónicos y el oficialismo a partir de la sanción de la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual y de la interpelación del discurso político al discurso periodístico. Esto no
implica que la década del noventa haya estado exenta de polémicas o que el periodo iniciado en 2003
haya estado exento de escándalos. Por el contrario, ambos procesos comunicativos ocupan un importante
espacio del tiempo y de la atención mediática, pero lo que fundamentalmente cambió fueron las
características del discurso oficialista y opositor.
Mientras el discurso oficialista en los noventa adoptaba una estrategia discursiva defensiva ante las
denuncias de corrupción o de abuso, que los medios de comunicación visibilizaban, en la actualidad el
oficialismo ha sido más “exitoso” en correr los términos de la discusión al campo de lo polémico y evita
argumentos defensivos que se monten sobre los etiquetamientos previos de los medios de comunicación.
Al rechazar los términos de la denuncia, el Gobierno tiene una mayor capacidad de ofrecer visiones
alternativas y conflictivas sobre los mismos eventos.
Actualmente, el discurso del periodismo ha sido puesto en discusión y, por lo tanto, perdió el aura
fiscalista de los años noventa. Al ponerse en evidencia el componente político de la construcción
noticiosa de los escándalos, los periodistas pierden el monopolio de la construcción de los disensos
sociales y la política recupera el lugar que le había sido arrebatado.
Bibliografía
Abéles, Marc (1998). Rituales y comunicación política moderna, en VVAA, El Nuevo espacio público,
Barcelona, Editorial Gedisa.
Bowler, Shaun y Karp Jeffrey A. (2004). “Politicians, Scandals, and Trust in Government”, Political
Behavior, Vol. 26, Nro. 3.
Canel, M. J. y K. Sanders (2005). “El poder de los medios en los escándalos políticos: la fuerza
simbólica de la noticia icono”, Revista Análisis Nro. 32.
Cepernich, C. (2002). Media and Political scandals in Italy. Mistrust on the ground of antipolitics, paper
to be presented at workshop “Antipolitics and the media” 29a ECPR Joint Session Torino.
Dobratz, B. y Whitfield S. (1992). “Does scandal influences voters`s party preference? The case of
Greece during Papandroeu era”, European Sociological Review.
Easton, David (1965). A Systems Analysis of Political Life, Nueva York, John Wiley & Sons.
Edelman, M. (1991). La construcción del espectáculo político, Buenos Ares, Manantial.
______ (1985). The Symbolic Uses of Politics, Illinois Press.
Ekström, Mats y Bengt Johansson (2006). “Talks scandals2, paper presentado en la ICA´S Annual
Conference, San Francisco, 24 a 28 de mayo.
Elizalde, L. (2004). Las estrategias en las crisis públicas. La función de la comunicación en la crisis,
Buenos Aires, La Crujía ediciones, Colección Inclusiones.
Elizalde, Luciano H.; Damián Fernández Pedemonte, y Mario Riorda (2006). La construcción del
consenso. Gestión de la comunicación gubernamental, Buenos Aires, La Crujía ediciones.
Funk, C. (1996). “The impact of scandal on candidate evaluations: an experimental test of the role of
candidate traits”, Political Behavior, 16 (4), 1-24.
Gergen, David; Ann Lewis y Roberto Izurieta (2005). Cambiando la escucha. Comunicación
presidencial para ciudadanos indiferentes, Buenos Aires, La Crujía ediciones.
Gonzalez, M., M. Bovera, J. Sullivan y V. Chanley (1995). “Private reactions to public transgressions:
predictors of evaluative res ponses to allegations of political misconduct”, Personality and Social
Physicology Bulletin, 21.
Gosselin, André (1998). “La retórica de las consecuencias no previstas”, en Gauthier, Gilles; André
Gosselin y Jean Mouchon: Comunicación y Política, Barcelona, Barcelona, Gedisa Editorial.
Heredia, Juan y Raúl Mora y Rodriguez Guillén (2004). Entre los escándalos mediáticos y la antipolítica;
Rev. El cotidiano; México, Universidad Autónoma Metropolitana– Azcapotzalco.
Izurieta, Roberto; Rubpen Perinay Christopher Arterton (2003). Estrategias de Comunicación para
Gobiernos, Buenos Aires, La Crujía ediciones.
Jiménez, Fernando (2004). “The politics of scandal in Spain: morality plays, soc ial trust, and the battle
for public opinion”, American Behavioral Scinetist, Vol. 47, N 8.
_____ (1994). La batalla por la opinión pública en el escándalo político; Estudio de un caso en La
España Contemporánea, Estudio/Working Paper, noviembre.
_____ (1994). Posibilidades y límites del escándalo político como una forma de control social, Reis:
Revista española de investigaciones sociológicas, Nro. 66.
Jímenez, F. y Caínzos M. (2004). “La repercusión electoral de los escándalos políticos. Alc ance y
condiciones”, Revista Española de Ciencia Política, N. 10.
Kari Andén-Papadopoulos y Kristina Widestedt (2006). “The Mediated Visibility of Political Scandal:
How a crayfish party turned a Swedish minister into a poodle”, paper presentado en la Internacional
Communication Association Conference, Dresden.
Kepplinger, Hans Mathias (2005). “Un escándalo es un escándalo: cuando lo que queda en el camino es
el honor”, Revista Dialogo Político, Nro. 1, Buenos Aires, Fundación Konrad Adenauer.
King, Anthony (1986). “Sex, Money, and Power”, en Hodder-Williams, Richard y James Caesar
(editors), Politics in Britain and United States: Comparative Perspective, Durham, Duke University
Press.
Lowi, Theodore J. (1988). The Politics of Scandal. Power and process in Liberal democracies, Nueva
York, Holmes & Meier.
Markovits A. y Silverstein M. (1988). “Power and Process in Liberal Democracies”, en Lowi, Theodore
J. (editor), The Politics of Scandal. Power and process in Liberal democracies, Nueva York, Holmes
& Meier.
Morató, Javier del Rey (1996). Democracia y Posmodernidad. Teoría general de la información,
Madrid, Editorial Complutense.
Neckel, Sighard (2005). “Political Scandals. An Analytical Framework”, Comparative Sociology, Vol. 4;
issue 1-2, Leiden.
Noelle-Newman, Elizabeth (2003). La espiral del silencio. Opinión Pública: Nuestra piel social,
Barcelona, Ed. Paidós.
______ (1998). “La espiral del silencio. Una teoría de la opinión pública”, en Ferry Jean-Marc; Wolton,
Dominique y otros, (compiladores): El nuevo espacio público, Barcelona, Editorial Gedisa.
Olamendi, Laura Baca (2000). Lexico de la Política, México, Flacso.
Palmer, Jerry (2006). “Secrecy, communications strategy and democratic values”, en Keeble, Richard:
Communication Ethic Today, Troubador Publishing Ltd.
______ (2000). Spinning into Control. News values and source strategies, Londres, Leicester
University Press/Continuum Books.
Parodi, Jean-Luc (1998). “Lo que eres dice tanto de ti que ya no se escucha lo que dices”, en Ferry, Jean-
Marc; Wolton, Dominique y otros, (compiladores): El nuevo espacio público, Barcelona, Editorial
Gedisa.
Peruzzotti, Enrique (2003). “Media scandals and societal accountability. Assessing the role of the senate
scandal in Argentina”, paper preparado para la Conferencia Estrategias de Accountability Social en
América Latina. Acciones legales, medios de comunicación y movilización, Buenos Aires.
Portillo, Maricela (2004). “Mediatización del ejercicio del poder. Videoescándalos y política”, Revista
Mexicana de Comunicación, Nro. 87.
Rancière, Jacques (1998). Aux bords du politique, París, La Fabrique.
Riorda, Mario (2005). “Matrices y conceptos sobre la comunicación de crisis. Comunicando desde el
infierno: los últimos 21 días del Gobierno de De La Rúa”, en Blomeier, Hans y Faniela Blanco (eds.):
“Cuando el desencanto encanta”, Buenos Aires, Konrad Adenauer Stiftung.
Riorda, Mario y Cabás, P. (2005). “Si los rojos no fueran tan rojos: la gestión de la comunicación de
crisis del Gobierno de la Alianza”, Revista de la Sociedad Argentina de Análisis Político, Vol IV.
Rundquist, Barry S.; Strom, Gerald S. y Peters, John G. (1977). Corrupt Politicians and Their Electoral
Support: Some Experimental Observations. The American Political Science Review, Vol. 71, No. 3.
Sartori, Giovanni (1998). Homo Videns. La sociedad teledirigida, Madrid, Editorial Taurus.
Sarlo, Beatriz (1995). “Siete Hipótesis sobre la videopolítica”, El caminante cuaderno1, Buenos Aires.
Schwarz, N. y H. Bless (1992). “Scandals and the public’s trust in politicians: assimilation and contrast
effects”, Personality and Social Phsyicology Bulletin, 18.
Shelling, T. C. (1984). La estrategia del conflicto, Madrid, Tecnos.
Thompson, John B. (2005). “La nueva visibilidad”, Rev. Papers, Nro. 78.
______ (2003). “La transformación de la visibilidad”, Estudios Políticos; Nro. 90.
______ (2001). El escándalo político. Poder y visibilidad en la era de los medios de comunicación,
Barcelona, Editorial Paidós Estado y Sociedad.
Wolton, Dominique (1998). “Las contradicciones de la comunicación política”, en Gauthier, Gilles;
André Gosselin y Jean Mouchon (comps.): Comunicación y Política, Barcelona, Gedisa.
Zapata Johansson, Patrik (2007). Legitimacy Lost and Back to Normality Scandals in the Public Sector –
the Swedish Case; EJBO Electronic Journal of Business Ethics and Organization Studies; Vol. 12, No.
2.
10 Fuente: www.argentina.ar .
11 Frente para la Victoria, Partido Socialista, Nuevo Encuentro, Frente Amplio, Coalición Cívica, parte del PRO, la UCR y Proyecto Sur, entre
otros.
12 Ekström y Johansson (2006) hablan de un cuarto tipo de escándalo denominado “talk scandals”. Estos escándalos, a diferencia de los tres
anteriores, no son producidos fuera de los medios de comunicación y luego “revelados”, sino que se originan en el mismo campo mediático.
Estos escándalos se inician por actos discursivos, como discusiones que transgreden normas y códigos de discursividad. Generan el
interrogante sobre cómo puede ser que una persona que ocupa un cargo de tal relevancia pueda llegar a decir algo y cómo pude llegar a
comportarse así (Ekström y Johansson, 2006:24). Son infracciones sobre lo “políticamente correcto” de decir o mostrarse públicamente en
los medios.
En realidad, este tipo de normas siempre se refieren a un valor distinto que la mera trasgresión de las normas de discursividad. El exabrupto o
la frase altisonante, en todo caso, podrán constituir un abuso del poder, una actitud intolerante, una grosería que pone al descubierto un
atributo de la personalidad que estaba oculto hasta ese entonces y que es exhibida al público, y pone nuevamente en evidencia el quiebre del
límite entre lo privado y lo público.
13 La literatura sobre la obra de Durkheim es abundante y prolífera. Para una aproximación al pensamiento de Durkheim con énfasis en la
integración social, ver: Andrei S. Markovits y Warren W. Oliver III (1981). “The Political Sociology of Integration and Social Developmen: A
Comparative Análisis of Emile Durkheim and Kart W. Deutsch”, en Richard Merrit and Bruce Russett (editores), From Nacional
Development to Global Community: Essays in Honor of Karlo W. Deutsch, Londres, George Allen & Unwin.
14 “Una decisión que llegó bajo presión”, La Nación, 22 de julio de 2009.
15 “Credibilidad intervenida: las claves para entender la crisis del Indec”, La Nación, 10 de agosto de 2008.
16 “Renunció al Indec la ex directora de inflación”, La Nación, 5 de febrero de 2009.
17 “Secretos del paraíso kirchnerista, donde nadie discute a Moreno”, La Nación, 2 de agosto de 2009.
18 “Este Indec ya no aguanta más”, La Nación, 14 de agosto de 2008.
19 “Este Indec ya no aguanta más”, La Nación, 14 de agosto de 2008.
20 “Analizan medidas para sanear el Indec”, La Nación, 28 de septiembre de 2008.
21 “Massa defendió al Indec en el Congreso”, La Nación, 2de octubre de 2008.
22 “Los Kirchner analizan en el Sur el futuro del Indec”, La Nación, 16 de agosto de 2008.
23 “Ni reforma de fondo ni autarquía “, La Nación, 22 de julio de 2009.
24 “Nuestras estadísticas están a la par de las de los principales países del mundo”, La Nación, 24 de febrero de 2009.
25 ”Felisa Miceli: ‘Alguien quiere sacar rédito político y quedarse con mi cargo’”, Clarín, 7 de julio de 2007.
26 “El lavagnismo salió a responderle a Miceli: ‘Cuando la ministra aclara, oscurece’”, Clarín, 7 de julio de 2007.
27 “Argentina: renuncia ministra de Economía”, BBC Mundo, 16 de julio de 2007.
La comunicación gubernamental y el apoyo social hacia las
medidas de gobierno
Franco Delle Donne
L a como consecuencia de una serie de cambios e innovaciones en la forma de hacer política. Entre otras
importancia de la comunicación política en la sociedad actual ha aumentado de manera sustantiva
transformaciones, el enorme poder que poseen los medios de comunicación en tanto escenario de la vida
política actual ha obligado a los políticos y a sus partidos a adaptarse a nuevas reglas del juego. Cómo
actores de la esfera pública, los gobiernos no están exentos de esta situación y, por eso, deben ocuparse
de elaborar, construir y sostener su comunicación para legitimar sus decisiones (Diermann, 2010:5). Esta
tarea es posible mediante la búsqueda de acuerdos entre los distintos actores de la esfera pública que
desemboquen en una aceptación generalizada de sus políticas y decisiones, es decir, en un consenso
(Hill, 2004:2; Riorda, 2006:18). Esa legitimación se apoya fuertemente en la comunicación
gubernamental, entendida como el conjunto de estrategias y acciones comunicacionales desplegadas por
un gobierno para construir aquel consenso de base a través del cual se colabore con la tarea de gobernar
(Elizalde, 2006:146; Riorda, 2008:1).
Para contextualizar la argumentación resulta preciso señalar que cada gobierno se enfrenta a una
situación de sobreexposición pública que provoca un aumento de la visibilidad de sus decisiones. La
mayor visibilidad posibilita, a su vez, un mayor número de puntos de vista sobre un mismo tema, es decir,
surgen más posibilidades de interpretación (Elizalde, 2006:156). Según Pan y Kosicki (2001:36-37)
existe una competencia constante en la arena política para imponer la propia interpretación sobre un
issue, y en ella no solo participan los actores políticos y sociales tradicionales, sino que también lo
hacen los grupos de interés y los propios ciudadanos.
Dentro de este escenario las acciones comunicacionales del gobierno no pueden dejarse libradas al
azar sino que, por el contrario, deben ser objeto de una planificación y ejecución adecuadas. Sin esa
planificación, la competencia entre las distintas interpretaciones sobre un tema podría terminar en una
derrota del gobierno, y así se pondría en peligro la legitimidad de su decisión sobre ese tema (Matthes,
2007:33). En consecuencia, la labor estratégica de la comunicación gubernamental pasa a ocupar un lugar
fundamental en la batalla de interpretaciones sobre los temas de la agenda pública.
Ahora bien, es posible que la competencia entre las distintas interpretaciones sobre un issue lleve a un
conflicto de tal envergadura que rompa con el consenso. Como resultado se produce un disenso,
entendido aquí como la existencia de dos o más posicionamientos sobre un tema de los cuales ninguno
logra imponerse. Es frecuente la existencia de disenso en torno a una medida de gobierno que no logró
hacer triunfar su interpretación y, por lo tanto, su definición del problema.
Este capítulo analiza cómo la comunicación gubernamental también se ocupa de transformar el disenso
en consenso. La siguiente pregunta sirve de guía para desarrollar este aspecto de la comunicación
gubernamental: ¿cuáles son las condiciones necesarias para que la comunicación gubernamental logre su
objetivo de reducir el disenso generado a partir de una decisión de gobierno?
Algunos aportes sobre el estudio de comunicación gubernamental ofrecen una respuesta inicial para
este interrogante. En efecto, Riorda (2008) sostiene que la coherencia en la comunicación gubernamental
es una condición necesaria para que la aceptación de políticas aumente. Esto significa que la capacidad
de articular los niveles más abstractos y los más concretos de la comunicación gubernamental resulta
esencial para la eficacia comunicativa de un gobierno. Ahora bien, cuando se debe actuar frente a un
disenso ya instalado en la agenda pública, la comunicación gubernamental precisa de un segundo
elemento.
Este capítulo trabaja, entonces, sobre la inclusión de un nuevo concepto como condición necesaria para
cumplir los objetivos de la comunicación gubernamental. Este concepto es el de la flexibilidad de la
comunicación gubernamental, que refiere a la capacidad de la comunicación gubernamental para
enfrentar al disenso mediante la neutralización de las interpretaciones (o frames) planteadas por los
actores críticos de la medida.
La aplicación de estos dos conceptos clave, la coherencia y la flexibilidad, a la estrategia de
comunicación gubernamental se ilustra mediante el estudio de tres casos. Este análisis del uso de la
comunicación gubernamental que realizaron tres municipios de la Comunidad Autónoma de Madrid
permite visualizar diferentes estrategias comunicacionales y sus resultados en términos de aumento o
reducción del disenso social. Los casos poseen un elemento común que consiste en el conflicto producido
por la decisión gubernamental de suspender las corridas de toros durante la celebración de las fiestas
locales.
El capítulo presenta dos partes. La primera trabaja el concepto de la comunicación gubernamental, su
relación con el conflicto y la definición del problema, y luego profundiza sobre los conceptos de
coherencia y flexibilidad. En la segunda parte se despliega el análisis de los tres casos mencionados a
los cuales se aplica la teoría planteada previamente.
A partir de lo expuesto sería factible formular la siguiente hipótesis que se aplica a los casos que se
analizan a continuación: una comunicación gubernamental que sea coherente entre sus niveles y
paralelamente flexible para presentar una nueva interpretación del problema posee las condiciones
necesarias para lograr un decrecimiento del disenso.
Este aislamiento parcial debilitó la definición del problema ya que el gobierno utilizó argumentos
nuevos y poco trabajados. En otras palabras, al no apoyarse en su nivel sustantivo y generar en el nivel
incremental una comunicación basada sobre valores distintos, su capacidad argumentativa perdió
potencia y habilitó un espacio para que los disidentes aprovecharan.
En conclusión, la flexibilidad de la comunicación gubernamental de Aranjuez en la gestión de este
disenso fue tan elevada que devino en falta de coherencia entre los niveles de comunicación. De esta
forma, el disenso no se aplacó y la legitimidad de la medida se vio seriamente afectada. Pese al disenso,
la medida se ejecutó y no hubo corridas de toros en esas fiestas. Sin embargo, el coste político que debió
pagar el gobierno fue elevado, ya que la legitimidad de la medida nunca dejó de ser cuestionada.
4.3 El municipio de Rivas Vaciamadrid
Desde los inicios de su gestión, el gobierno de Rivas Vaciamadrid se posicionó como un municipio
administrado de manera austera y eficiente. El mito de gobierno se apoyaba en estos valores, que se
vieron robustecidos a partir de la profundización de la crisis económica española y la posterior crisis
financiera mundial.
Se puede afirmar que la decisión de suprimir las corridas de toros en abril de 2009 se apuntaló sobre
estos lineamientos generales del nivel sustantivo de la comunicación gubernamental. El gobierno
argumentó que el elevado costo del espectáculo sumado a la crisis económica impedía que el gobierno
afrontase la organización de las corridas. En el siguiente extracto se pueden ver las justificaciones de un
miembro del gobierno y la interpretación en clave económica que se construye para legitimar la decisión:
“’La razón que primó en la toma de decisión ha sido el alto coste que supone la contratación
de dos encierros, dos capeas y dos novilladas (96.000 euros), una cantidad muy similar al
presupuesto total de las Fiestas (98.500 euros). Teníamos que optar entre programar los toros
o celebrar las fiestas’, argumenta Tania Sánchez, concejala de Cultura y Fiestas que ha
terminado decidiendo suprimir los festejos taurinos” (Este de Madrid, 2009).
Un grupo de vecinos del casco histórico agrupados en una asociación civil desaprobó la medida e
inició una campaña en contra que desembocó en algunos hechos de violencia contra la concejala de
Cultura y Fiestas del gobierno. Este grupo veía seriamente afectados sus intereses porque la eliminación
de las actividades taurinas del programa de las fiestas traía aparejado un perjuicio económico para
comerciantes y vendedores del municipio.
Como se desprende del siguiente fragmento del boletín informativo del ayuntamiento, el gobierno
intentó descalificar a este grupo y lo acusó de ser incapaz de ver la realidad económica de los municipios
españoles:
“La decisión de prescindir de los festejos fue comprendida por todos los colectivos culturales
y vecinales del casco antiguo, a excepción de la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo, que
no comparte la medida pese a la complicada situación económica que sufre el Ayuntamiento,
como el resto de administraciones españolas” (Rivas al Día. Revista de información
municipal, 2009).
La interpretación del issue que planteó el gobierno se enfrentó a la que proponían aquellos grupos. El
frame de los opositores descartaba a la economía como causa y denunciaba que la verdadera razón de la
suspensión de los espectáculos taurinos era la tendencia ideológica del partido gobernante y su rechazo
hacia la cultura taurina. Este enfoque corría la discusión hacia otro espacio, e intentaba activar el tándem
entre el valor de la tradición y las corridas de toros.
Hasta aquí se puede observar una polarización del conflicto entre dos definiciones del problema sobre
la decisión de eliminar las corridas de toros. Por un lado, el gobierno alude a la economía y, por otro,
quienes se oponen a la medida aseguran que existen razones ideológicas (véase la Figura 2).
Frente a esta situación de disenso la comunicación gubernamental sufrió las dificultades casi opuestas a
las analizadas en el caso de Aranjuez. Es decir, la coherencia en la comunicación gubernamental de
Rivas Vaciamadrid se sostuvo, pero se falló en incorporar una flexibilidad que permitiese una
redefinición del problema que legitime la medida y elimine las interpretaciones refractarias.
Los valores que sostenía el nivel sustantivo –como la eficiencia y la austeridad– se correspondían con
la acción que se comunicaba en el nivel incremental, en este caso la suspensión de los toros por sus
costos y por la falta de público. Pese a ello, la polarización no desapareció, sino que aumentó, lo cual se
puede ver reflejado en las sucesivas manifestaciones en contra de la medida y en los actos de violencia.
La explicación de esta continuidad del disenso se puede adjudicar a que la comunicación
gubernamental fue incapaz de flexibilizar su postura para asimilar el frame competidor y neutralizarlo a
través de su resignificación. En otras palabras, al evitar cualquier tipo de referencia al tema de la
tradición se estaba alimentando la lógica opositora de acusar al gobierno de ocultar sus motivaciones
ideológicas tras excusas de índole económica. Esto tenía dos efectos negativos para el gobierno. Por un
lado, se deterioraba al mito de gobierno ya que menospreciaba a sus valores fundamentales al tildarlos
de excusas justificadoras. Y, por otro, se deslegitimaba la propia medida del gobierno al acusarla de
obedecer solo a los intereses políticos e ideológicos del partido de gobierno por encima de los intereses
ciudadanos.
La flexibilización de la interpretación del gobierno hubiese reducido la eficacia de la argumentación
planteada por los detractores. En este sentido, se puede decir que una redefinición del problema que
señalase que la tradición no es un valor exclusivo de las actividades taurinas y que puede ser
representada en otros aspectos hubiese colaborado con la disminución del disenso. Entre otras cosas, la
idea del egoísmo ideológico del gobierno habría perdido fuerza al exhibirse al valor de la tradición
como un elemento considerado en el discurso gubernamental.
Finalmente, el gobierno pudo llevar adelante su medida pero, al igual que en caso de Aranjuez, los
costos políticos fueron grandes. El propio desarrollo de las fiestas se vio afectado por diversos actos de
violencia que enfrentaron a grupos pro y antitaurinos. La cantidad de críticas publicadas en los medios de
comunicación, incluso luego de la celebración de los festejos, llevó al gobierno a anunciar que se
celebraría una consulta popular para decidir si la medida se mantendría el siguiente año. Este intento de
legitimar la medida luego de su implementación da cuenta del fracaso de su frame y de su necesidad de
justificarla frente a sus gobernados.
4.4 El municipio de Manzanares El Real
Al estar conformado por una coalición de cuatro partidos políticos (el Partido Socialista Obrero
Español, Izquierda Unida y dos partidos locales), el gobierno municipal de Manzanares El Real
estableció desde sus inicios que la necesidad de eficiencia y austeridad económica era primordial, y que
ese objetivo no podría alcanzarse sin un clima de diálogo social y entendimiento. Por tanto, los conceptos
de diálogo político y de economía austera se encontraban en el centro del nivel sustantivo de su
comunicación gubernamental.
Cuando el gobierno anunció la decisión de quitar las actividades taurinas de las fiestas de 2009, su
definición del problema no difería en demasía con los casos analizados previamente. En efecto, la crisis
económica sumada a los elevados costes del espectáculo taurino eran motivos más que suficientes para
justificar la medida. Los grupos opositores a la decisión se manejaron con argumentos muy similares a
los planteados en el municipio de Rivas Vaciamadrid. Se acusaba al gobierno de atacar a la tradición
española y solo ocuparse de su ideología antitaurina.
A la hora de redefinir el problema y plantear una nueva interpretación, la comunicación gubernamental
de este municipio logró elaborar una estrategia que combinó coherencia entre sus niveles de
comunicación y flexibilidad para incorporar un nuevo factor en su nivel incremental.
El nivel sustantivo de la comunicación basado sobre la austeridad económica y el diálogo político se
mantuvo en la redefinición del problema. Por un lado, la comunicación gubernamental nunca dejó de
sostener que la economía del municipio debía continuar por el camino de la austeridad y la reducción del
gasto. Los costes económicos que suponían montar el espectáculo taurino en las fiestas eran considerados
excesivos y, por lo tanto, declinables. El siguiente fragmento del diario local Madridiario da cuenta de
esta argumentación del gobierno:
“El propio Ayuntamiento de esta localidad argumenta ‘el alto coste’ que les supone la
celebración de los cuatro festejos que componen su feria taurina del mes de agosto, en torno a
los 125.000 euros, un 27,53% del total de dinero anual disponible para diferentes actividades
programadas en los apartados de cultura, deporte, juventud y servicios sociales”
(Madridiario, 2009).
Por otro lado, esta estrategia, que hasta ahora parece ser similar a la del gobierno de Rivas
Vaciamadrid, fue hábil para agregar una cuota de flexibilidad al incorporar al elemento de la tradición en
su discurso, sin perder la coherencia entre niveles.
Apoyándose en el concepto de diálogo social de su mito de gobierno, el municipio decidió convocar a
una consulta popular a los vecinos, los llamó a participar en la decisión. Como se ve en la siguiente cita
del medio local Cadena Ser-Madrid Norte, el mensaje remarcaba que el problema no era de índole
política, sino económica, con lo cual se reconocía el valor de los toros en tanto tradición. Se planteaba el
tema dentro del frame propuesto por el gobierno, la economía, pero se reconocía que estaba en juego un
valor importante para los ciudadanos y, por esa razón se los llamaba a tomar parte, a dialogar:
“El alcalde Oscar Cerezuelo insiste en que la consulta se hizo por motivos económicos y no
para crear el eterno debate de toros si o toros no” (Cadena Ser-Madrid Norte, 2009).
En el referéndum se planteaban tres opciones: suspensión total de los toros, reducción de sus costes o
no suprimir ni recortar. El resultado de la consulta popular fue a favor de la cancelación de las corridas,
pese a que luego hubo un aporte privado que financió parte del espectáculo. El punto para destacar es que
el disenso se vio neutralizado casi en su totalidad y la medida, contrariamente a los dos casos anteriores,
se pudo llevar adelante con la legitimidad necesaria y sin grandes costes políticos para el gobierno.
4.5. El equilibrio entre la coherencia y la flexibilidad necesarias en la comunicación
gubernamental
Según el modelo de rutinas de la comunicación gubernamental (Riorda, 2008), la necesidad de una
coherencia entre los tres niveles de la comunicación es básica para conseguir los objetivos que se
propone. Ahora bien, como hemos observado, pese a que la condición de la coherencia puede estar
presente en la comunicación gubernamental de un municipio, el disenso no necesariamente se ve
controlado. Y es en este punto donde cobra importancia un segundo concepto: la flexibilidad. Este
concepto alude a la capacidad para incorporar un factor contextual al nivel incremental de la
comunicación, pero dentro de los límites del nivel sustantivo que se ha desarrollado.
La comunicación gubernamental de Aranjuez y de Rivas Vaciamadrid careció de alguno de estos dos
conceptos en sus respectivas interpretaciones del issue. Así, la comunicación gubernamental no fue capaz
de imponerse al enfrentar a los frames presentados por los opositores. Y, por consiguiente, el disenso
social no se vio reducido.
Por una parte, Aranjuez abandonó los valores del nivel sustantivo de comunicación y recurrió a nuevos
elementos para redefinir el problema. Por el contrario, el gobierno de Rivas Vaciamadrid optó por no
flexibilizar su visión al no incorporar el concepto de tradición a su discurso, pese a que el disenso no
decrecía. Ambos fracasaron en reducir el disenso social y, por lo tanto, la legitimidad de la decisión se
vio afectada e implicó importantes costos políticos para esos gobiernos.
La comunicación gubernamental del tercer caso analizado, el gobierno de Manzanares El Real, fue
capaz de combinar ambas variables y logró reducir el disenso que se había producido tras su decisión.
Ello trajo aparejada una legitimación social de la medida que pudo ser implementada sin consecuencias
negativas para el gobierno. A modo de ilustración, podemos ubicar a cada uno de los casos analizados en
una tabla que combina la valencia de ambos conceptos.
Estos tres casos sirven de ejemplo para ensayar la aplicación de los conceptos de coherencia y
flexibilidad en la comunicación gubernamental. Lejos de ser resultados empíricos contundentes que
comprueben o refuten hipótesis, permiten profundizar en el estudio del uso estratégico de la
comunicación gubernamental en pos de colaborar con la tarea de administrar.
5. Conclusión
La comunicación gubernamental posee una relevancia social y política muy importante. Con ella, un
gobierno anuncia pero también justifica sus acciones. Además fortalece el proyecto político del gobierno
y permite legitimar las decisiones mediante la discusión con otros actores. El producto de este proceso es
un consenso de base que no hace más que fortalecer la democracia.
Los gobiernos no pueden dejar de tener en cuenta a la comunicación. Sin una comunicación
gubernamental planificada, con objetivos claros y congruentes con el plan de gobierno y sus
correspondientes valores, el gobierno corre el peligro de generar disensos que pongan en riesgo no solo
la legitimidad de sus decisiones, sino su propio proyecto político.
La coherencia entre los distintos niveles de comunicación es vital. La articulación armónica entre los
diferentes elementos de la comunicación gubernamental es una condición necesaria para que exista la
posibilidad de controlar una polarización social frente a un disenso. Ahora bien, existe un segundo
concepto que es también condición necesaria para explicar la continuidad o la reducción del disenso
social. La flexibilidad para adaptarse al contexto y redefinir un problema sin perder la coherencia con el
nivel sustantivo de la comunicación también es esencial para lograr una comunicación gubernamental que
construya el consenso.
Un desafío interesante para avanzar en la investigación del tema consiste en la operacionalización de
los conceptos para construir indicadores de cada uno de ellos. Así, sería factible desarrollar
investigaciones empíricas que pongan a prueba las teorías y que permitan profundizar el conocimiento
sobre los procesos que intervienen y afectan a la comunicación gubernamental.
Bibliografía
Aranjuez. Información y Servicios (2009). “Reabre sus puertas el museo taurino”, Aranjuez. Información
y Servicios, Aranjuez ,11 de abril.
Ayuntamiento de Aranjuez (2009a). “Aranjuez no cede a las “presiones” de la Comisión Nacional
Taurina para tener festejos el 30 de mayo”, disponible en:
http://www.aranjuez.es/Noticias/VerNoticia.aspx?id_noticia=39&id_tipo_noticia=1, último acceso: 19
de junio de 2009.
_____ (2009b). “El Gobierno adjudicará el martes 31 de marzo la gestión de la Plaza de Toros de
Aranjuez”, disponible en: http://www.aranjuez.es/Noticias/VerNoticia.aspx?
id_noticia=22&id_tipo_noticia=1, último acceso: 19 de junio de 2009.
Cadena Ser-Madrid Norte (2009). “Manzanares El Real reducirá el gasto en el toro”, disponible en:
http://www.sermadridnorte.com/noticias/manzanares-el-real-reducira-el-gasto-en-el-toro_2431/,
último acceso: 29 de mayo de 2009.
Canel, María José (2007). Comunicación de las instituciones públicas, Madrid, Editorial Tecnos.
Diermann, Melanie (2010). Lernen von Obama. Regierungsko-mmunikation mi dem Yes-we-can-Faktor,
disponible en: http://regierungsforschung.de/data/diermann_regierungskommunikation_obama_nrw.pdf,
último acceso: 24 de octubre de 2010.
Edelman, Murray (2002). La construcción del espectáculo político, Buenos Aires, Manantial.
Elizalde, Luciano (2006). “La comunicación gubernamental: problemas y soluciones estratégicas”, en:
Elizalde, Luciano; Damián Fernández Pedemonte y Mario Riorda (Eds.), La construcción del
consenso. Gestión de la comunicación gubernamental, Buenos Aires, La Crujía.
Este de Madrid (2009). “Las Fiestas de mayo en Rivas suprimen los festejos taurinos por razones
económicas”, disponible en: http://www.estedemadrid.com/noticia_ampliada.asp?id=12745, último
acceso: 28 de mayo de 2009.
Garnett, James L. (1992). Communication for results in government: a strategic approach for public
managers, San Francisco, Jossey-Bass.
Gerstlé, Jacques (2005). La comunicación política, Santiago de Chile, Lom.
Hill, Hermann (2004). Regierungskommunikation in Deutschland, disponible en: http://www.dhv-
speyer.de/HILL/Publikationen/Regier-ungskommunikation.pdf, último acceso: 20 de septiembre de
2010.
Kriesi, Hanspeter (2004). “Strategic political communication: mobilizing public opinion in ‘audience
democracies’”, en: Esser, F. y Pfetsch, B. (Eds.), Comparing political communication: theories, cases,
and challenges, Cambridge, Cambridge University Press.
Lang, Sabine (2004). “Local political communication: media and local publics in the age of
globalization”, en: Esser, F. y Pfetsch, B. (Eds.), Comparing political communication: theories, cases,
and challenges, Cambridge, Cambridge University Press.
León, José L. (1992). Persuasión de masas: psicología y efectos de las comunicaciones sociopolíticas
y comerciales, Madrid, Deusto.
Madridiario (2009). “Referéndum en Manzanares El Real sobre si celebrar los festejos taurinos”,
disponible en: http://www.madridiario.es/2009/Marzo/municipio/manzanares-real/138706/referendum-
manzanares-real-festejos-taurinos.html, último acceso: 29 de mayo de 2009.
Matthes, Jörg (2007). Framing-Effekte. Zum Einfluss der Politikberichterstattung auf die Einstellungen
der Rezipienten, München, Verlag Reinhard Fischer.
Pan, Zhongdang y Gerald Kosicki (2001). “Framing as a Strategic Action in Public Deliberation”, en:
Reese, S.; O. Gandy JR. y A. Grant (Eds.), Framing public life. Perspectives on Media and Our
Understanding of the Social World, New Jersey, Lawrence Erlbaum Associates.
Rey Morató, Javier (2007). Comunicación política, Internet y campañas electorales: de la
teledemocracia a la ciberdemocr@acia, Madrid, Tecnos.
Riorda, Mario (2008). “Gobierno bien pero comunico mal: análisis de las Rutinas de la Comunicación
Gubernamental”, Revista del CLAD Reforma y Democracia, 40, Caracas.
_____ (2006). “Hacia un modelo de comunicación gubernamental para el consenso”, en: Elizalde,
Luciano; Damián Fernández Pedemonte y Mario Riorda (Eds.), La construcción del consenso. Gestión
de la comunicación gubernamental, Buenos Aires, La Crujía.
Rivas al Día. Revista de información municipal (2009). “Las Fiestas de San Isidro se cuelan por las
calles del Casco”, Rivas al Día. Revista de información municipal, mayo, 78, Rivas Vaciamadrid.
Rochefort, David y Roger Cobb (1994). “Problem definition: an emerging perspective”, en: Rochefort,
David y Roger Cobb (Eds.), The politics of problem definition Shaping the policy agenda, Kansas,
University Press.
Sanders, Karen (2009). Communicating politics in the twenty–first century, 1st edn, United Kingdom,
Basingstoke.
Strünck, Christoph (2006). “Die hohe Kunst des Non-Agenda-Setting-Framing als Instrument politischer
Kommunikation von Interessengruppen“, en: Kamps, K. Y Nieland, J. (Eds.), Regieren und
Kommunikation. Meinungsbildung, Entscheidungsfindung und gouvernementales
Kommunikationsmanagement. Trends, Vergleiche, Perspektiven, Köln, Herbert von Halem Verlag.
Swanson, David L. (1995). “El campo de la Comunicación Política. La democracia centrada en los
Medios”, en: Swanson, D.L.; A. Muñoz Alonso y J.I. Rospir Zabala (Eds.), Comunicación política,
Madrid, Universitas.
Vogel, Martina (2010). Regierungskommunikation im 21. Jahrhundert. Ein Vergleich zwischen
Großbritannien, Deutschland und der Schweiz, Baden-Baden, Nomos.
Otras referencias consultadas. Boletines informativos
Aranjuez. Información y Servicios. 2009, 11 de abril, Aranjuez.
Aranjuez. Información y Servicios. 2009, 12 de mayo, Aranjuez.
Aranjuez. Información y Servicios. 2009, 13 de junio, Aranjuez.
Aranjuez. Información y Servicios. 2009, 14 de julio, Aranjuez.
Rivas al Día. Revista de información municipal. 2009, mayo, 78, Rivas Vaciamadrid.
Rivas al Día. Revista de información municipal. 2009, junio, 79, Rivas Vaciamadrid.
Otras referencias consultadas. Recursos de Internet
20 minutos. 2009, http://www.20minutos.es/.
ABC. 2009, http://www.abc.es/.
ADN. 2009, http://www.adn.es/.
As.com. 2009, http://www.as.com/.
Ayuntamiento de Aranjuez. 2009, http://www.aranjuez.es/.
Ayuntamiento de Manzanares El Real. 2009, http://www.manzanareselreal.es/.
Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid. 2009, http://www.rivas–vaciamadrid.org/.
Cadena Ser Madrid Norte. 2009, http://www.sermadridnorte.com/.
Cope. 2009, http://www.cope.es/.
Cuatro esquinas. 2009, http://www.4esquinas.com/.
Diario digital del Henares. 2009, http://www.diariodelhenares.com/.
El Buzón. 2009, http://www.elbuzon.es/.
El Espejo de Aranjuez. 2009, http://www.elespejodearanjuez.com/.
El Mundo. 2009, http://www.elmundo.es/.
El País. 2009, http://www.elpais.com/.
Este de Madrid. 2009, http://www.estedemadrid.com/.
Gente Digital. 2009, http://www.gentedigital.es/.
La Razón. 2009, http://www.larazon.es/.
Madridiario. 2009, http://www.madridiario.es/.
Madridpress. 2009, http://www.madridpress.com/.
Más Aranjuez. 2009, http://www.masaranjuez.com/.
Mundotoro. 2009, http://www.mundotoro.com/.
Público. 2009, http://www.publico.es/.
Qué. 2009, http://www.que.es/.
Revista Zona Norte de Madrid. 2009, http://www.revistazonanorte.com/.
Soitu.es. 2009, http://www.soitu.es/.
Suplemento El Burladero. 2009, ABC, http://www.burladero.com/.
Suplemento Ecodiario. 2009, El Economista, http://ecodiario.eleconomista.es/.
Álvaro Uribe y la comunicación presidencial en los
conflictos de seguridad
Juan Carlos Gómez Giraldo
“En el fondo, es el consenso lo que hace
que un gobernante obtenga más poder que otros,
incluso dentro de regímenes no democráticos”.
(Elizalde, 2006:158)
E n 1919 Max Weber manifestó que la política consiste “(…) en una dura y prolongada penetración a
través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura” (Weber,
2007:151); palabras que dejaban al descubierto un sentimiento encontrado del sociólogo, que iba desde
el más profundo pesimismo a un hálito de esperanza, situación apenas lógica en un hombre que acababa
de presenciar la inobjetable derrota y la humillante rendición de su país en la Primera Guerra Mundial.
El pensador alemán puso la rúbrica de su desolación ante un auditorio colmado por estudiantes en el
invierno de ese año en una universidad de Munich: “Lo que tenemos ante nosotros no es la alborada del
estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad glacial (…)” (Weber, 2007:151).
En aquel momento y, pese a la tormenta que se avecinaba, Weber albergaba en su corazón la ilusión del
cambio a favor: “Entonces era primavera y tierno nuestro amor; entonces la saludaba cada día con mi
canto, como canta el ruiseñor en la alborada del estío y apaga sus trinos cuando va entrando el día”
(Weber, 2007:150). Entendía que el ejercicio de la política era exclusivamente para hombres con
vocación que intentaran siempre lo imposible en aras del bien común, algo así como los héroes de la
antigüedad clásica que “fundamentaron su grandeza en su habilidad para producir cosas –trabajo, actos y
palabras– que merecieron la inmortalidad”28 (Arendt, 1993:31).
Hoy este asunto es bien diferente, y el fondo y la forma de la política se han transformado. El uso de
técnicas de comunicación dirigida a grandes audiencias ha convertido las prácticas y “el sentido de la
política” (Gingras, 1998:31) en una especie de show en el que prima la imagen: imagen que fabrican los
sofistas modernos (productores de televisión) y que mantienen los políticos de hoy (actores) para
ubicarla al interior mismo de los hogares de todos los públicos. “La política mediática de hoy es más
próxima, más cercana, más íntima; tan íntima, cercana y próxima como pueda ser la televisión. La
política de hoy es: televisión; es: imagen” (Gómez G., 2005:65). Los medios de comunicación, pues, se
han convertido en el elemento central de la transformación de las estructuras de la vida política y la
democracia contemporáneas, centralidad que diversos autores denominan “mediocracia”29,
“videopolítica”30 o “democracia centrada en los medios”31 para calificar a la democracia instaurada en
países de corte occidental.
Colombia entró en esta particular forma de entender y desarrollar la política, fuertemente influida por
los medios de comunicación, en especial durante la primera década de este siglo. En ese momento
gobernó Álvaro Uribe Vélez, uno de los presidentes más polémicos de los últimos años, y al mismo
tiempo y sin duda alguna uno de los de mayor popularidad en la historia del país. Uribe Vélez basó su
estrategia a lo largo de dos períodos constitucionales (2002-2006 y 2006-2010) en la guerra frontal
contra los grupos guerrilleros, apoyado en la que denominó “Política de Seguridad Democrática”.32 Este
instrumento le permitió llevar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)33 y al
Ejército de Liberación Nacional (ELN)34 de una fuerza armada y operativa de casi 30.000 hombres en
2002 a una virtual derrota militar y política en 2010.
Pero estos logros no solo están fundamentados en una política de seguridad. Para que esta iniciativa
funcionara, Álvaro Uribe usó de manera constante una bien aceitada maquinaria comunicativa que le
permitió llegar a todos los colombianos con su mensaje directo, coloquial y “sincero”, granjeándose un
séquito creciente e incondicional que le admitió casi todo: desde escándalos de tráfico de influencias en
las que se vieron involucrados sus hijos hasta denuncias por interceptaciones y seguimientos ilegales a
magistrados de la Corte Suprema de Justicia, opositores y periodistas. Tan exitosa gestión comunicativa
ha llevado a que observadores del poder en Colombia califiquen al gobierno de Uribe como un “régimen
de comunicación”; régimen o estilo que se caracterizó por eludir en su actuación consideraciones
deontológicas, filosóficas y políticas y privilegiar estrategias comunicativas para configurar una opinión
pública favorable a sus intereses (Gómez G., 2005:87). De esta forma, el mandatario se mantuvo en los
más altos lugares de popularidad, por encima del natural desgaste que puede producirse en la imagen de
cualquier político con tantos años en el poder.
El fenómeno, sin embargo, es más complejo de lo que se advierte desde la perspectiva crítica, y
conviene analizarlo con elementos prácticos que contribuyan a comprenderlo. En este orden de ideas es
preciso recurrir al aporte de la comunicación política, no como aglutinación de técnicas de persuasión o
manipulación de masas sino como un campo de investigación para encontrar explicaciones a fenómenos
políticos.
Este trabajo, pues, pretende dilucidar el fenómeno desde dos posturas; la primera, que elaboré en un
trabajo anterior (Gómez G., 2005) y que manifiesta durante el gobierno del presidente Álvaro Uribe
Vélez en Colombia se vivió un régimen de comunicación política. Y la segunda, tomada de los aportes
del profesor Luciano Elizalde, explica los hallazgos de la primera desde la teoría de la espiral del
consenso-disenso (Elizalde, 2006).
2. La verdad dramatizada
Uno de los elementos centrales de la estrategia de Uribe consistió en la elaboración permanente de
hechos mediáticos de alto impacto, especialmente la televisión. Giovanni Sartori afirma que la política
tiene cada vez menos relación con acontecimientos genuinos y cada vez más con acontecimientos
mediáticos, es decir, está constituida por hechos fabricados para ser puestos en la escena de la televisión
(Sartori, 1998:113). Esta tergiversación televisual de la política es peligrosa porque se aleja
considerablemente de la realidad, establece nuevas reglas para la interpretación de los hechos y genera
una nueva manera de determinar la verdad. Esta crítica a la democracia mediática es compartida por
Ignacio Ramonet: “¿Qué es verdadero y qué es falso? El sistema en el que evolucionamos funciona de la
manera siguiente: si todos los media dicen que algo es verdad, es verdad” (Ramonet, 1998:51). El
concepto de verdad queda, pues, supeditado al criterio de los medios y no al criterio del receptor; el
examen y la crítica no son posibles y hay un retorno a la época en la que todo era dogma.
Como un claro ejemplo del uso estratégico de la dramatización de la política por parte del gobierno
Uribe puede citarse lo ocurrido en septiembre de 2004 a raíz de un artículo publicado en la revista
Semana. El mandatario colombiano quiso desestimar la polémica originada cuando se dieron a conocer
las conversaciones entre el comisionado de Paz Luis Carlos Restrepo y los negociadores de las
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en Santafé de Ralito, en las que se daba cuenta de los
compromisos que adquirió el funcionario del gobierno con los paramilitares en temas tan delicados como
el de la extradición. El presidente Uribe aprovechó entonces una visita a los Estados Unidos para
recordar (estratégicamente) los vínculos del narcotráfico y el desmovilizado M-19 (grupo subversivo del
que provienen los más enconados opositores del gobierno de Álvaro Uribe) en los hechos del Palacio de
Justicia en 1985. Las declaraciones presidenciales desviaron la atención del tema fundamental –
negociaciones con las autodefensas– y motivaron en cambio una cascada de comentarios por parte de los
señalados por el presidente, de los medios de comunicación, de analistas y de la opinión pública en
general sobre un asunto con cinco lustros encima y sin implicaciones judiciales en el presente.
“La televisión no solo ha llegado a ser la autoridad cognitiva más importante de los grandes públicos
sino que en ella se atribuye un peso desconocido y devastador a los falsos testimonios” (Sartori,
1998:114). Así entendida, las autoridades de la televisión –presentadores, periodistas, reinas, modelos–
son los nuevos referentes cognitivos, los nuevos intelectuales, mientras que los verdaderos pasan a un
segundo plano con los perjuicios que esta actitud trae para la democracia. Pierre Bourdieu complementó
esta apreciación cuando afirmó que “nuestros presentadores de telediarios, nuestros moderadores de
debates, nuestros comentaristas deportivos, se han convertido, sin tener que esforzarse demasiado, en
solapados directores espirituales (…) que dicen lo que hay que pensar” (Bourdieu, 1994:66). Bourdieu
calificó este comportamiento de los medios como anti-intelectualismo, “constante estructural (muy fácil
de comprender) del mundo periodístico, que lleva a los periodistas (…) a introducir los debates que no
pueden movilizar más que a los intelectuales periodistas […]” (Bourdieu, 1994:84).
Así pues, la videopolítica favorece –voluntaria o involuntariamente– “la emotivización de la política,
es decir, una política dirigida y reducida a episodios emocionales” (Sartori, 1998:115), dramatización
pública que afecta los sentidos, que produce efectos lacrimógenos, que impide pensar. Y puesto que
impide pensar, la televisión se divierte marginando a todos aquellos que insisten en pensar. El principio
de selección que impera en ella es la búsqueda de lo sensacional, de lo espectacular, de lo excepcional.
“Apela a la dramatización en doble sentido: pone en escena, en imágenes, un hecho y exagera su
importancia, la gravedad y el carácter dramático, trágico” (Bourdieu, 1994:25). La televisión banaliza la
política porque obliga a quienes la ejercen a aparecer en ella bajo las premisas enunciadas, premisas que
tienen que ver con una nueva configuración de la realidad bajo postulados dramáticos que ponen de
relieve el parecer sin importar el ser y el pensar. La videopolítica, “la cultura de la imagen, rompe el
delicado equilibrio entre pasión y racionalidad. La racionalidad del homo sapiens está retrocediendo, y
la política emotivizada, provocada por la imagen, solivianta y agrava los problemas sin proporcionar
absolutamente ninguna solución” (Sartori, 1998:115-116).
“El uso de los símbolos, el acento puesto en las imágenes, el empleo de un lenguaje teatral y de frases
sorprendentes, así como la explotación de las emociones, son todos elementos que tienen por objeto
llamar la atención de una manera espectacular (…)” (Gingras, 998:36), pero que usados de manera
reiterada y abusiva solo logran –con el tiempo– la apatía y la incredulidad en los receptores de estos
mensajes.
3. Marketing político
Para crear hechos mediáticos efectivos se requiere un buen nivel de conocimiento del denominado
“marketing político” (Bélanger, 1998:139), para establecer cuáles son los gustos de las audiencias en
materia de contenidos, horarios, presentadores. Se requiere del concurso del marketing para conocer de
manera inmediata cuáles fueron las reacciones de los clientes frente a los contenidos emitidos o a los
productos ofrecidos. Y cuando la política aparece como uno más de estos productos se pretende
presentarla liviana y comprensible para todos, lo que implica –dados los costos del tiempo en la
televisión– sacrificar el irremplazable tiempo para la explicación.
En una entrevista concedida el 28 de junio de 2005, el ex canciller de Colombia y ex asesor
presidencial en asuntos de comunicaciones y de imagen del gobierno Uribe, Jaime Bermúdez, se refirió al
uso permanente de técnicas de marketing para encauzar las estrategias de comunicación y para pulsar la
opinión pública: “(…) usamos todos esos termómetros que permiten calibrar qué está pensando la gente;
por supuesto hay un monitoreo permanente de los medios de comunicación, eso ayuda también a
descubrir qué se está excluyendo, qué se está diciendo”. En el libro La Audacia del Poder, en el que
publica sus memorias del primer periodo de gobierno, Bermúdez ratifica la centralidad de esta
estrategia: “El papel de las encuestas en la popularidad de Uribe no consistió en servir de brújula
orientadora en cada una de las decisiones políticas. Sirvieron como una herramienta adicional de trabajo:
más que para decidir qué hacer, fueron útiles para sugerir cómo hacerlo” (Bermúdez, 2010:46).
Régis Debray manifiesta lo siguiente al referirse a este nuevo tipo de gestión política como “gobierno
de las encuestas”: “El hipnotismo de la demanda y la obnubilación de la cifra hacen del gobierno en la
república de las encuestas un piloto de línea que toma un boletín meteorológico por un plan de vuelo. ¿A
dónde vamos? Adonde haya buen tiempo” (Debray, 1995:151). En esta tendencia se ponen de moda la
demoscopia, los índices de popularidad, las encuestas, los barómetros, los sondeos. Todos estos
instrumentos pueden ayudar a medir instantes en el proceso comunicativo pero no pueden expresar
realidades completas; sirven para tomar el pulso pero no son capaces de realizar diagnósticos. Por
útiles que sean, solo miden el primero de los tres niveles de la opinión pública, el relacionado con la
actualidad. Quedan, entonces, fuera el segundo, mucho más profundo y relacionado con las preferencias
ideológicas, y el tercero, relacionado con las infraestructuras culturales, religiosas y sociales (Wolton,
1999:154).
Toda esta parafernalia de la democracia moderna lleva a identificar coincidencias en el uso del
marketing por parte de periodistas y políticos; ambos lo emplean para recoger el sentimiento mayoritario
y las preferencias del público frente a uno u otro producto de comunicación; ambos beben de él para
satisfacer, no importa de qué manera, la necesidad de conocimiento prospectivo. Sin embargo,
periodistas y políticos deben ser conscientes de que las encuestas, por su carácter estático, pueden
distorsionar la imagen real de la opinión pública. En su libro Opinión pública y democracia
deliberativa: medios, sondeos y urnas, Víctor Sampedro Blanco lo aclara bien cuando señala: “Las
encuestas proporcionan una foto aérea y estática de la opinión pública. Describen a grandes rasgos las
tendencias mayoritarias de la población pero no nos explican su origen, ni predicen su evolución”
(Sampedro, 2000:175). Hay que anotar también que el éxito de las encuestas depende de la correcta
formulación de las preguntas y de la buena aplicación de las técnicas del muestreo. Errores en cualquiera
de estas variables incidirán directamente en los resultados.
A pesar de los problemas técnicos advertidos en la realización de las encuestas, políticos, gobernantes
y periodistas las utilizan sin atender a estos llamados de atención, abusan de ellas y del público y las
convierten en verdades inobjetables: “La foto suplanta a la realidad; las encuestas a la opinión pública
(…) se está confundiendo el instrumento de medir (la encuesta) con la realidad medida (la opinión
pública), igual que si empleásemos termómetros para calcular la luz” (Sampedro, 2000:176). Se dan por
ciertos unos resultados estadísticos y poco puede argumentarse en su contra; se acatan las cifras y se
acallan las voces disonantes. La opinión recogida en las encuestas es para Sartori: “a) Débil, es decir, no
expresa opiniones sentidas profundamente; b) volátil, puede cambiar en pocos días; c) inventada en ese
momento para decir algo; y d) produce un efecto reflectante, un rebote de lo que sostienen los medios de
comunicación, una opinión manipulada, expresión de su poder sobre los ciudadanos que lleva, en la
mayoría de las ocasiones, a bloquear decisiones políticas útiles o a tomar decisiones equivocadas”
(Sartori 1998:73-74).
No obstante las anteriores consideraciones, al ex presidente Uribe le gustan las encuestas y sabe cómo
manejarlas. La empresa de medición de opinión pública Gallup realizó un seguimiento a la imagen
presidencial desde el inicio de su gobierno hasta el final, mediante una secuencia de “fotografías”
(Sampedro, 2000:176) tomadas cada tres meses para conocer lo que pensaban los colombianos sobre
diversos aspectos de la gestión del mandatario (véase Cuadro 1). El gobierno sabía muy bien cómo
funciona un “régimen de comunicación política” y, por eso, antes de que la empresa encuestadora tomara
la “foto”, el presidente se alistó, se preparó, produjo hechos mediáticos espectaculares para que en el
momento de la obturación su imagen apareciera reluciente ante la opinión pública y la medición superara
el límite anterior.
4. Democracia dirigida
De esta manera se cumple el proceso de sistematización de la democracia, un estado de la cuestión en
el que el ciudadano deja de pensar por sí mismo y se deja “orientar” sobre la manera de pensar y de
obrar (McCombs y Evatt, 1995). La televisión le informa sobre los temas y además le ofrece los
argumentos adecuados para responder a las preguntas del próximo sondeo; así se transforma a la
democracia como poder y se le vende como marca, como producto (Wolin, 2008:101). Y qué mejor
producto que Álvaro Uribe Vélez.
Según los postulados del marketing comercial, el producto se debe empaquetar bien y se debe diseñar
un bien completo plan de distribución que lo lleve a todos los puntos de venta posibles. Nuestro producto
llegó a todas las plazas, se hizo al de todos los públicos; llegó hasta el más recóndito municipio de la
geografía nacional a través de una estrategia de marketing que él mismo denominó “Consejos Comunales
de Gobierno”, y que fue definido como:
“(…) un programa del gobierno nacional para generar espacios de interacción y diálogo
permanente entre los ciudadanos, las autoridades del orden territorial y el gobierno central,
con el propósito de trabajar concertadamente en la solución de los problemas, necesidades e
inquietudes de los ciudadanos”35 (Camacho, 2010:53).
Más allá de atender a los postulados de su definición, los Consejos Comunales de Gobierno (CCG) se
convirtieron en una estrategia de comunicación gubernamental que facilitó el diálogo público entre
gobernante y gobernados con la intención de obtener e incrementar los niveles de consenso y de
gobernabilidad. Así lo expresó el propio ex mandatario de los colombianos en el libro Credibilidad en
el diálogo público. Consejos Comunales de Gobierno, el sella del presidente Álvaro Uribe Vélez
cuando realizó un balance de esta estrategia:
“Yo diría que más importante que conseguir la carretera o que conseguir el hospital o que
conseguir la gratuidad educativa es haberle dado credibilidad a la interlocución ciudadanía-
gobierno” (Uribe, 2010:9).
Y agrega en otro aparte:
“(…) en este gobierno en lugar de haber construido gobernabilidad con el Congreso a través
de auxilios parlamentarios o de puestos públicos, se ha construido a través de trabajo con la
opinión ciudadana, de manera directa” (Uribe, 2010:17).
Esta estrategia tuvo mayores alcances y el equipo de gobierno se atrevió a sugerir que estas reuniones
con los ciudadanos eran una expresión característica del “Estado Comunitario”, lo que resulta ser una
interpretación sesgada de esta corriente teórica que pretende alejarse de los extremos planteados por el
liberalismo y el socialismo. En un intento por explicar su interpretación del concepto “Estado
Comunitario”, Uribe manifestó que seguramente podrían hallarse elementos comunes en su interpretación
con la teoría política aludida, pero indicó que eran solo una coincidencia: “(…) hay unos papeles
escritos por mí en la Gobernación de Antioquia, donde poníamos de presente esa necesidad de contrastar
al neoliberalismo y de contrastar al Estado burocrático con un Estado con creciente participación
comunitaria (…)” (Uribe, 2010:15). Los CCG no son, pues, expresión alguna del “Estado Comunitario”:
son mejor la evidencia de una estrategia de comunicación para obtener gobernabilidad, para lograr
consensos. Y Uribe sí supo hacer esto.
En esta estrategia de comunicación política, el ex mandatario aparecía ante la comunidad y hablaba a
los ciudadanos de manera coloquial y directa, llamaba a las personas por su nombre, se vestía como
ellos, debatía sus necesidades y establecía compromisos, como político en campaña. Seguidores y
críticos han reconocido esta particular manera utilizada por el ex presidente para comunicarse con sus
gobernados. Hay un proceso de construcción del espectáculo político (Edelman, 1991) para los medios a
través de símbolos propios de cada región; el presidente se presenta ante los ciudadanos con sombrero y
poncho, como un paisano de la región, y, la región, a manera de agradecida retribución, rinde un
homenaje a la comitiva presidencial con una muestra representativa del folclor local.
7. Conclusión
La comunicación, llámese política o gubernamental, no es mala en sí misma. Al contrario, es necesaria
y fundamental para la democracia. “El Estado actual, más que nunca, necesita contar con un aparato de
comunicación sistemático, organizado estratégicamente, que asegure la realización de las políticas
públicas con eficacia” (Elizalde, 2006:149). Pero esas estrategias de comunicación no solo deben
responder a la búsqueda del consenso requerido para obtener gobernabilidad; esas estrategias deben,
ante todo, buscar el bien común y la concertación de voluntades para el tránsito seguro hacia una
verdadera democracia.
Lo contrario, la construcción de consensos a través de la manipulación de los espíritus, la
administración sutil o directa de los medios, la compra de servicios de consejeros o de espacios
publicitarios (Demers y Lavigne, 2007:74), o cualquier otra manera artificiosa de controlar la
información que del poder político ofrecen los medios, puede –casi con seguridad– generar
distanciamientos insalvables entre los actores que componen la opinión pública. “Es decir, que la cara
oficial de la opinión pública, presente en los medios de masa, pierde credibilidad ante los ojos de la
opinión construida por las redes de comunicación interpersonal” (Demers y Lavigne, 2007:75). La
política se debe entender no como una “(…) agregación de puntos preconstruidos sino como una
interminable discusión por caminos diversos, que produce una auto-alteración de los puntos de vista”
(Maigret, 2005:344).
Bibliografía
Arendt, Hannah (1993). La condición humana. Barcelona: Paidós.
Bauman, Zygmunt (2007). Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. Barcelona: Paidós.
Bélanger, André-J (1998). “La comunicación política, o el juego del teatro y de las arenas”. En Gauthier,
Gilles y otros: Comunicación y política. Barcelona: Gedisa Editorial.
Bermúdez, Jaime (2010). La audacia del poder. Momentos claves del primer gobierno de Uribe
contados por uno de sus protagonistas. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana S.A.
Bordieu, Pierre (1994). Sobre la televisión. Barcelona: Anagrama.
Camacho, Nubia y otros (2010). Credibilidad en el diálogo público. Consejos Comunales de Gobierno,
el sello del presidente Álvaro Uribe Vélez. Bogotá: Presidencia de la República de Colombia;
Secretaría de Prensa y Alta Consejería para la Competitividad y las Regiones.
Canel, María José (1999). Comunicación política. Técnicas y estrategias para la sociedad de la
información. Madrid: Tecnos.
Dader, José Luis (1998). Tratado de comunicación política. Madrid: Cersa, Madrid.
Debray, Régis (1995). El estado seductor. Las revoluciones mediológicas del poder. Buenos Aires:
Editorial Manantial.
Demers, Francois y Alain Lavigne (2007). “La comunicación pública: una prioridad contemporánea de
investigación”, Comunicación y Sociedad, julio-diciembre, número 8, Universidad de Guadalajara,
México.
Edelman, Murray (1991). La construcción del espectáculo político. Buenos Aires: Editorial Manantial.
Elizalde, Luciano H; Damián Fernández Pedemonte y Mario Riorda (2006). La construcción del
consenso. Gestión de la comunicación gubernamental. Buenos Aires: La Crujía.
Gingras, Anne-Marie (1998). “El impacto de las comunicaciones en las prácticas políticas. Lectura
crítica”. En Gauthier, Gilles y otros: Comunicación y política. Barcelona: Gedisa Editorial.
Gómez G., Juan Carlos (2005). “Del régimen de comunicación política del presidente de Colombia
Álvaro Uribe Vélez”, Palabra Clave, volumen 8, número 2, edición número 13, Revista de la Facultad
de Comunicación de la Universidad de La Sabana, Chía - Colombia.
Joffe, Joseph. Citado por Nye, Joseph. EE. UU. No puede lograr unilateralmente sus objetivos. En: El
País [versión digital] (s.f). Disponible en
http://www.elpais.com/articulo/internacional/EE/UU/puede/lograr/unilateralmente/objetivos/elpepiint/20
Fecha de consulta: 1 de septiembre de 2008.
La Porte, Teresa (2007). “La diplomacia pública americana: lecciones para una comunicación
internacional”, Revista Comunicación y Sociedad, volumen XX, número. 2. Facultad de Comunicación
de la Universidad de Navarra. Pamplona. España.
Maigret, Éric (2005). Sociología de la comunicación y de los medios. Bogotá: Fondo de Cultura
Económica.
McCombs, Maxwell y Evatt, Dixie (1995). “Los temas y los aspectos: explorando una nueva dimensión
de la agenda setting”, Comunicación y Sociedad, volumen VIII, número 1, pp.7-32.
Morin, Edgar (1995). Introducción al pensamiento complejo. Disponible en:
http://www.geomundos.com/salud/psicosocial/introduccion-al-pensamiento-complejo----por-edgar--
morin_doc_11487.html. Fecha de consulta: 25 de agosto de 2008.
Nye, Joseph S (2003). La fuerza no basta. Yale Global. Disponible en
http://yaleglobal.yale.edu/article.print?id=5840. Fecha de consulta: 25 de septiembre de 2008.
Presidencia de la República de Colombia. Ministerio de Defensa Nacional (2003): Política de Defensa y
Seguridad Democrática. Disponible en: http://www.presidencia.gov.co/seguridad_democratica.pdf.
Fecha de consulta: diciembre 2 de 2010.
Presidencia de la República de Colombia (2010). Trabajo, hechos y corazón. Balance de Gobierno
Colombia 2002-2010. Disponible en: http://www.trabajohechosycorazon.com/docs/libro_thyc.pdf.
Fecha de consulta: enero 19 de 2010.
Ramonet, Ignacio (1998). La tiranía de la comunicación. Madrid: Editorial Debate S.A.
Sartori, Giovanni (1998). El homo videns. La sociedad teledirigida. Madrid: Taurus.
Sampedro Blanco, Víctor (2000). Opinión pública y democracia deliberativa. Medios, sondeos y urnas.
Madrid: Istmo.
Thompson, John B (1998). Los media y la modernidad. Una teoría de los medios de comunicación.
Buenos Aires: Ediciones Paidós Ibérica.
Todorov, Tzvetan (2007). “Mémoire du mal, tentatio du bien”. En Bauman, Zygmunt. Miedo Líquido: La
sociedad contemporánea y sus temores. Barcelona: Paidós.
Uribe Vélez, Álvaro (2003). Alocución presidencial transmitida por todos los canales de televisión del
país. Rionegro-Antioquia.
_____ (2010). “El presidente Álvaro Uribe Vélez habla de los Consejos Comunales de Gobierno”. En
Camacho, Nubia y otros. Credibilidad en el diálogo público. Consejos Comunales de Gobierno, el
sello del presidente Álvaro Uribe Vélez. Presidencia de la República de Colombia; Secretaría de
Prensa y Alta Consejería para la Competitividad y las Regiones. Bogotá.
Vanguardia Liberal (2010) [versión digital] (s.f). La pobreza en Colombia no cede. Disponible en:
http://www.vanguardia.com/historico/53402-la-pobreza-en-colombia-no-cede. Fecha de consulta:
enero 19 de 2010.
Weber, Max (2007). La ciencia como profesión. La política como profesión. Madrid: Espasa Calpe,
S.A.
Wolin, Sheldon, S. (2008). Democracia S. A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo
invertido. Buenos Aires: Katz Editores.
Wolton, Dominique (1999). Sobre la comunicación. Madrid: Acento Editorial.
28 Resulta memorable esta descripción de Hannah Arendt acerca del ideal clásico del político: “Por su capacidad en realizar actos inmortales,
por su habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres, a pesar de su mortalidad individual, alcanzan su propia inmortalidad y demuestran
ser de naturaleza ‘divina’. La distinción entre hombre y animal se observa en la propia especie humana: solo los mejores (aristoi), quienes
constantemente se demuestran ser los mejores (aristeuein) y ‘prefieren la fama inmortal a las cosas mortales’, son verdaderamente
humanos; los demás, satisfechos con los placeres que les proporciona la naturaleza, viven y mueren como animales” (Arendt, 1993:31-32).
29 Término acuñado por Donsbach en 1995.
30 Giovanni Sartori reclama la autoría de este término en su libro Homo Videns: la sociedad teledirigida, publicado por Taurus en 1998.
31 Frase atribuida a Swanson en 1995.
32 Estrategia del gobierno de Álvaro Uribe Vélez diseñada para reforzar y garantizar el Estado de Derecho en todo el territorio, mediante el
fortalecimiento de la autoridad democrática (Presidencia de la República de Colombia, 2003:12).
33 Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –Farc–, grupo guerrillero creado en 1964 por campesinos que, inspirados en las
revoluciones de China y de Cuba, reclamaban mejor distribución de las tierras. Ese grupo comandado por Manuel Marulanda Vélez encontró
en el narcotráfico, el secuestro y la extorsión sus principales fuentes de ingreso, que le permitieron un crecimiento desmesurado durante las
dos últimas décadas del siglo pasado y lo fortalecieron en un frustrado proceso de paz con el presidente Andrés Pastrana Arango (1998-
2002).
34 Ejército de Liberación Nacional –Eln–, grupo subversivo que emerge en Colombia en la década de los años sesenta con una profunda
inspiración doctrinal pero sin base armada en sus inicios.
35 Esta definición de los Consejos Comunales de Gobierno está contenida en el libro Credibilidad en el diálogo público. Consejos
Comunales de Gobierno, el sello del presidente Álvaro Uribe Vélez, publicado en 2010 por la Secretaría de Prensa y la Alta Consejería
para la Competitividad y las Regiones.
36 Las negritas son mías y las presento para enfatizar la necesidad de la concertación en el poder.
37 Coinciden estas categorías con los conceptos clave del discurso de posesión del presidente Álvaro Uribe Vélez el 7 de agosto de 2002.
Prensa y gobiernoen situaciones complejas
Adriana Amado
1. Comunicación de gobierno y comunicación de prensa
La aparición en los medios se ha convertido en un tema clave en cualquier gestión de gobierno. Hasta el
municipio del último rincón del mapa tiene su jefe de prensa que organiza la difusión de las actividades
en los medios locales, las redes sociales y aspira a que su funcionario tenga su cuarto de hora en algún
medio de alcance nacional. Ni qué decir de las campañas electorales, que desde hace décadas se diseñan
pensando prioritariamente en la prensa, asumiendo que desde ahí los mensajes se derramarán hacia la
ciudadanía. Se entiende que, ya que la sociedad dedica buena parte de su tiempo a los medios, la política
debería colarse por ahí. Sin embargo, estas prácticas aceptadas por el uso y la costumbre necesitan ser
repensadas desde una mirada que articule teorías y técnicas para revisar los resultados que obtuvieron
hasta ahora y las circunstancias propias de la política actual.
Agendas, mediatización y manipulación de la información son conceptos de uso extendido que
describen procesos sociales por esencia cambiantes y que, por lo tanto, necesitan ser redefinidos en cada
caso. Está claro que el temario de los medios y la agenda pública tienen recíprocas influencias. La
visibilidad que dan los medios a ciertas cuestiones facilita su difusión en el espacio público y su
tratamiento en la esfera política. A la inversa, el poder pone en la consideración de la sociedad temas e
información a través de la prensa masiva. Por eso, hablamos de sociedades mediatizadas cuando la
discusión pública se basa sobre las representaciones sociales que proyectan los medios (Ferry, 1998;
Gauthier, 1998). O, para ser más precisos, de “sociedades en vías de mediatización” en la medida “en
que las prácticas sociales (modalidades de funcionamiento institucional, mecanismos de toma de
decisión, hábitos de consumo, conductas más o menos ritualizadas, etc.) se transforman por el hecho de
que hay medios” (Verón, 1998:124). Estas transformaciones en las instituciones públicas y en los mismos
medios de comunicación obligan a analizar y revisar permanentemente las condiciones del sistema.
Para entender mejor la complejidad de la comunicación pública deben considerarse sus dos canales
principales. Por un lado, los mensajes se vehiculizan a través de la prensa para presentarlos como
información en espacios editoriales. La gestión de prensa asume que el periodismo es la actividad
socialmente legitimada para producir construcciones públicamente relevantes (Van Dijk, 1996). Sin
embargo, como observa Niklas Luhmann, “…la descripción de la sociedad que corre a cargo de las
noticias y los reportajes no es la única que produce efectos. También la publicidad y el entretenimiento
logran consecuencias en la medida en que comunican las posiciones individuales y ciertas disposiciones
de la comunicación” (Luhmann, 2000:117). Con este fundamento puede explicarse el hecho de que la
publicidad gubernamental tome creciente relevancia para las administraciones, que dedican importantes
recursos a pautar avisos tradicionales, pero también a desarrollar formatos donde se hibrida lo
periodístico y lo publicitario. Es el caso de anuncios que se presentan como “espacio de publicidad”, o
notas que realizan los periodistas por compromiso o como gentileza a un anunciante, pero que, como
regla, no responden a ningún criterio de noticiabilidad ni iniciativa de la redacción sino que son
impulsadas y producidas por los propios interesados. Esto es bastante común en medios que deberían ser
públicos pero que los gobiernos de turno utilizan a su beneficio. Pero también son corrientes en los
medios comerciales que permiten que las pautas publicitarias, su base financiera, condicionen el
tratamiento informativo que darán a sus anunciantes. En cualquier caso, los avisos son un importante
caudal de mensajes que no utilizan la intermediación periodística y que se insertan gracias a auspicios a
medios, programas o periodistas, compra de espacios, o desarrollo de medios propios dedicados a la
información institucional, en formatos que imitan la información o el entretenimiento.
Sin embargo, prensa y publicidad no operan de la misma manera. Mientras que la información requiere
la participación del periodista, “el dispositivo administrativo de la campaña oficial, en cambio, anula esa
mediación: la información queda fuera del juego” (Verón, 1998:127). El discurso publicitario se delata
en su perspectiva, en su aparición programada por el propio emisor, pero especialmente porque en él está
ausente la negociación entre lo político y lo periodístico. Dado que las condiciones de producción y
reconocimiento son específicas en cada caso –publicidad, discurso político y discurso informativo–
(Verón, 1998:124), no podrían postularse efectos únicos para la comunicación pública, puesto que los
efectos estarían determinados por el género discursivo que adopte la comunicación pública. Un correlato
de esto es que un incremento en la frecuencia de la publicidad no resulta necesariamente en mejores
resultados o una mayor manipulación de las audiencias. La única consecuencia indiscutible es el peso
creciente de los anunciantes en el sistema mediático, en donde cada vez se desdibuja más la separación
que había entre la información generada por iniciativa y bajo responsabilidad del periodista, y aquella
empujada por el propio interesado, sea en su calidad de anunciante, de fuente, o de ambos (Amado,
2010a:71). Tal como está planteado hoy el sistema, los principales manipulados no parecen ser los
públicos, sino los mismísimos medios.
Así como están las cosas, manejar un presupuesto para las acciones de prensa y la pauta oficial se ha
vuelto una condición no negociable para los gobernantes. Importantes sumas destinadas a pautar avisos
publicitarios o comprar espacios para insertar mensajes producidos por el emisor facilitarían la
distribución de información propia a través de las oficinas de prensa. Las pautas gubernamentales, a su
vez, garantizarían un importante caudal de fondos a los medios, muchos de los cuales se harán
dependientes de este financiamiento oficial, con lo que también serían más permeables a las presiones de
quienes son, además, sus proveedores de información.
Sin embargo, al parecer, este no resultó el mundo perfecto que soñaban los propietarios de medios y los
políticos. Este sistema de comunicación en apariencia tan aceitado olvidó que la comunicación pública
no es solo una cuestión exclusiva de funcionarios y periodistas, sino que su existencia depende también
de la ciudadanía. Como ha planteado Dominique Wolton en una clásica definición, se trata del “espacio
en que se intercambian los discursos contradictorios de los actores que tienen legitimidad para
expresarse públicamente sobre política, y que son los políticos, los periodistas, y la opinión pública”
(Wolton, 1998:110). La comunicación política tendría lugar en la intersección de estos tres espacios
simbólicos –el público, el político y el comunicacional–, y no ocurriría de igual manera en periodos
normales, en situaciones de crisis o durante las elecciones.
La distinta naturaleza de la comunicación de gobierno y el marketing electoral determina que los
recursos de uno no necesariamente funcionen para la otra. Por empezar, porque la comunicación de
gobierno debe tener como destinatarios a todos los habitantes y no sólo a los ciudadanos con cierta
afinidad política. Ello implica también considerar a todos los medios y vehículos de comunicación
necesarios para llegar a la ciudadanía y no únicamente a los medios alineados con el gobierno de turno.
Requiere aprender a comunicar con el disenso y especialmente en las crisis, que es cuando los
ciudadanos necesitan mayor orientación de sus gobernantes. Además, mientras el marketing político
busca la notoriedad ante todo, a la comunicación de gobierno no le alcanza con obtener visibilidad
mediática. En época de elecciones, lograr el conocimiento del candidato se convierte en el objetivo
central de la comunicación, en tanto es condición necesaria para luego promover el voto. Sin embargo, no
funciona de la misma manera para la gestión de gobierno, donde la exposición al mensaje no es suficiente
para lograr una comunicación efectiva con el ciudadano. El ejemplo de las campañas viales es elocuente
en este sentido. La mayoría de la población conoce reglas básicas de tránsito, como la de detenerse ante
un semáforo en rojo, y sabe también de la cantidad de muertes que se producen por su incumplimiento
porque ha sido el eje de las noticias y de la mayoría de las publicidades de educación vial desde hace
años. Sin embargo, la repetición de estos conceptos no parece generar cambios importantes en el
comportamiento vial, porque no basta con exponer los mensajes para que sean comunicados. “Las
grandes crisis de los últimos años (…) son producto de errores en la comunicación, de lo que también
forma parte creer que se pueden imponer públicamente decisiones contra las que existen resistencias
‘naturales’ u ‘organizadas’” (Rolke, 2002:399). Esto es así porque la comunicación pública no es una
cuestión de medios, aunque se lleven la mayor tajada de los gastos de difusión y sean el centro de los
planes de comunicación. Las más recientes investigaciones demuestran que los medios no son vehículos
poderosos siempre y en cualquier situación, sino que ha cambiado sustancialmente el vínculo de los
públicos con sus medios, lo cual es el factor más crítico para tener en cuenta.
De hecho, en las sociedades latinoamericanas la importancia de los medios como fuente de información
política está en leve pero consistente retroceso. Tomando un estudio general como el monitoreo anual de
Latinobarómetro (2010:67), en 2010 los medios perdieron hasta ocho puntos de relevancia como fuente
de información política con relación al año anterior y muestran los porcentajes más bajos desde 1996,
cuando empezó el seguimiento. Entre esos años la televisión pasó de picos del 84% al 78% de las
respuestas en 2010; la radio, del 55% al 48% y, la gráfica, del 50% al 35%. Internet es el único canal
que creció pero aún no es significativo: solo el 16% lo menciona como fuente de información política.
Incluso las redes sociales, tan sobreestimadas por los funcionarios que dedican equipos enteros a
alimentarlas, no forman parte de la realidad cotidiana de los latinoamericanos: solo el 19% de los
ciudadanos de la región usa Facebook y, el 13%, You Tube, y apenas una décima parte usa internet todos
los días (Latinobarómetro, 2010:80).
Esta retracción tiene como contracara que, desde 1996 hasta 2010, aumentó del 25% al 44% la familia
como fuente de información sobre política. Y si se suman otros grupos sociales (amigos, 36%;
compañeros de trabajo, 16%; y de estudio, 7%), se observa que en política la comunicación interpersonal
resulta una fuente equivalente a los medios. Es llamativo que países donde el gobierno mantiene una
fuerte tensión con los medios de comunicación los porcentajes superen ampliamente la media del
continente: por caso, en Venezuela y Ecuador el 64% de la población recurre a la familia para informarse
sobre política. En menor o mayor grado pueden rastrearse actitudes similares en otros estudios. En
cualquier caso, estos datos traen a colación el concepto de comunicación política como
gubernamentalidad, es decir, como recurso para “reducir las tensiones irresolubles entre las demandas de
la ciudadanía y la posibilidad de respuesta de los gobiernos” (Riorda, 2006:23). Esta perspectiva obliga
a considerar los circuitos de comunicación que se registren en una sociedad en un momento dado, y es
claro que hoy no se restringen únicamente a los medios.
1.1 El poder no está en los medios
Mientras que los gobiernos siguen obstinados en suponer que los medios son el poder, y dedican buena
parte de sus esfuerzos a neutralizarlos, para la opinión pública latinoamericana el poder no está en los
medios. Según los resultados del Latinobarómetro, ante la pregunta “¿Quién tiene más poder?”, desde
2003 el gobierno mantiene el primer lugar con un 58% de las respuestas (Latinobarómetro, 2010:80). El
segundo lugar de poder lo tienen las grandes empresas, con un 48% de las menciones. En tercer lugar se
encuentran los partidos políticos y el Congreso con el 26% y 25%, respectivamente, mientras que solo
17% de las respuestas señala a los medios como poder.
Ocurre que la esfera política se alimenta y alimenta el espacio mediático, con lo que a veces pierde
perspectiva y olvida que la suma de ambos no cubre la totalidad del espacio público. Lo que pasa en los
medios no es necesariamente lo que pasa en la sociedad. El problema es que cuanto más se concentran
las elites en los medios y en su dietario, más se distancian de las agendas ciudadanas, y así lo que
difunden las aleja de los grandes públicos que pierden interés en lo que circula en los medios en la
medida en que no hablan de sus intereses. Un ejemplo de esta disociación es que para los equipos de
comunicación los diarios son la meta principal, aunque sean los medios menos consultados como fuente
de información para la opinión pública. Y el hecho de que algunas de sus noticias sirvan de base para la
agenda de los demás medios no justifica los esfuerzos y recursos que dedican los equipos de prensa a los
diarios. Pero claro, pocos reconocerían que parte de la difusión no va dirigida a los ciudadanos, sino a
los pares, con quienes miden fuerzas en función de los centímetros obtenidos.
Todo esto muestra que el escenario de los medios está cambiando a partir de dos factores principales.
El sistema registra, por un lado, una transformación sustancial del modelo de los medios de masas y, por
otro, un cambio en la enunciación de los contenidos informativos. Existen razones de fondo para hablar
de una reestructuración del sistema de los medios masivos del siglo XX, especialmente determinada por
el hecho de que los medios pasaron de la lógica de oferta homogénea al esquema de demanda
personalizada, donde el usuario decide cuándo y cómo se expone a los medios. A ello se agrega, como
concluyó Germán Rey, que “la sociedad civil cada vez asume con más tenacidad la observación y la
interlocución con el poder de los medios de comunicación” (2005:90). Nuevos lenguajes mediáticos y
audiencias con espíritu participativo han contribuido al desarrollo de redes horizontales de comunicación
interactiva que conectan local y globalmente a muchos con muchos, sistema que Castells (2008)
denomina “autocomunicación de masas”, en oposición al esquema de distribución de los medios masivos
de un mensaje unidireccional de uno a muchos, base de la comunicación publicitaria y de prensa. Sin
pretender adentrarnos en la complejidad de esta discusión, baste la idea de que la comunicación
mediática está cambiando sustancialmente hacia la mediatización global, a un ritmo más rápido que el de
los análisis teóricos, muchas veces tributarios de modelos que ya no tienen correlato con el devenir
social.
Hoy coexisten varios modelos de comunicación que responden a distintos momentos históricos. Al
modelo ideologizado de la prensa de opinión del siglo XIX siguió el modelo de la hegemonía de los
medios audiovisuales del siglo XX, hoy en redefinición por la difusión de las nuevas tecnologías de la
comunicación. Pero junto con ellos, se fue conformando un modelo que desde fines de la década de 1970
se reconoce como el modelo de las relaciones públicas (o comunicación) generalizadas, en el que los
Estados, empresas y organizaciones de la sociedad civil han ido perfeccionando técnicas de
comunicación que les permiten participar activamente en el sistema de medios. Tal como postula Bernard
Miège (2007), la gestión de la comunicación “se ha implantado profundamente en las relaciones sociales,
y en su nombre se despliega un arsenal de iniciativas y campañas que ha creado su propio espacio entre
las actividades comerciales, las de gestión y –sobre todo y casi siempre– las de decisión”. Como plantea
este especialista, todos estos desplazamientos de la esfera mediática ya no permiten trazar una separación
rigurosa entre los medios tradicionales y los nuevos, ni entre las técnicas de la información y las de
comunicación.
Una de las consecuencias de estas transformaciones es que buena parte de sus contenidos se decide y
produce fuera de los medios (Castells, 2009:143). Cada vez son más las organizaciones privadas,
públicas y de la sociedad civil que desarrollan información con una especificidad y volumen que pocos
medios pueden equiparar. Las fuentes institucionales cuentan con equipos multidisciplinarios que
incluyen múltiples funciones, desde la clásica gestión de relaciones públicas de vocerías y atención de
las solicitudes de los periodistas, hasta la producción de la información con formato periodístico, con
realización multimedia y audiovisual y desarrollo de plataformas tecnológicas para distribuir la
información a los medios. El caso del Poder Ejecutivo argentino es ilustrativo de la dimensión que ha
cobrado la comunicación gubernamental en el sistema. Los gastos destinados a Prensa y Difusión de los
Actos de Gobierno se multiplicaron por 10 en 10 años. Con una planta estable de cien personas y un
gasto en personal contratado que en los últimos seis años se multiplicó por 13, esta oficina de prensa
cuenta con un equipo multitudinario que difícilmente pueda ser equiparado en otros sectores, o incluso en
las redacciones de los medios más importantes. También el peso de la pauta publicitaria gubernamental
en el sistema se incrementó. En el año 2000 el gasto en publicidad del gobierno nacional representaba el
1% del total del mercado publicitario argentino. En 2009, varias veces más. Al punto que ese año la
suma de los gastos de publicidad de las tres administraciones principales del país (Poder Ejecutivo de la
Nación, del distrito capital y provincia de Buenos Aires) representó el 14% de la inversión publicitaria
total (Amado, 2010a:119). Este crecimiento en la estructura de prensa y en el presupuesto publicitario
muestra claramente los dos ejes en que se apoya la comunicación gubernamental por estos días.
Queda claro que los aparatos de comunicación operan desde la “cultura del promocionalismo”, en la
que políticos, gobiernos y las corporaciones (dentro de las que se encuentran los mismos medios)
difunden sus intereses particulares por sobre el interés general (Castells, 2009:330). Por eso, cuantos
más recursos tienen a su disposición, más se ocupan en conseguir que su información tenga mayor
difusión, aunque no necesariamente esto les haya deparado más receptores. Con el agregado de que el
peso que tiene en el sistema toda esta información de los actores de poder (que son, además, los
principales anunciantes) genera un temario concentrado que mucho tiene que ver con la creciente brecha
entre la agenda pública y la agenda mediática, razón principal del corrimiento de las audiencias de los
medios. Y como esta información suele producirse en función de la agenda mediática, ocurre que termina
entrando en un círculo vicioso. Y, paradójicamente, la hipermediatización de la comunicación política
conlleva en sí misma la pérdida de su eficacia: “Si el espacio mediático se considera como
representativo del conjunto de los discursos y preocupaciones, esta idea nos lleva a deslegitimar todo lo
que existe fuera de él y por lo tanto contribuir a que la comunicación política se encierre en sí misma, lo
cual es inverso a su papel” (Wolton, 1998:119).
Manuel Castells señala que mientras en Europa la publicidad paga está prohibida u ocupa un lugar
secundario en épocas electorales, las campañas políticas de Latinoamérica, Asia y África se basan sobre
una importante pauta publicitaria en los medios comerciales, generalmente acompañada con una mezcla
de control gubernamental sobre los medios y redes clientelistas que se nutren con dineros y favores.
Ahora bien, esta obsesión de los gobiernos por los medios se ha convertido en un contrasentido, porque
“la reacción ciudadana es huir y desconectarse ante la manipulación mediática de los gobiernos, la
corrupción mediática de los privados y el periodismo ejercido como propaganda” (Rincón, 2010:9).
Principalmente, porque “la ausencia de noticias sobre acontecimientos conocidos o la descarada
manipulación de la información socavan la capacidad de los medios para influir en el receptor, limitando
así su relevancia en la política mediática” (Castells, 2009:270). Y la limitación tiene un infausto efecto
secundario: apenas el 26% de los latinoamericanos manifiesta algo de interés en la política
(Latinobarómetro, 2010:60).
No es extraño, entonces, que la ciudadanía haya descubierto antes que las elites que los medios no
ostentan el poder, percepción que confirma el documentado trabajo de Castells. En palabras del
investigador, los medios “no son el Cuarto Poder. Son mucho más importantes: son el espacio donde se
crea el poder. (…) Por ello, para lograr sus objetivos, casi todos los actores y los mensajes deben pasar
por los medios de comunicación. Tienen que aceptar las reglas del juego mediático, el lenguaje de los
medios y sus intereses.” (Castells, 2009:262). Este escenario plantea una nueva perspectiva para el
análisis de los medios, en la medida en que el poder relativo del actor ya no parecería ser tan importante
para aparecer en la prensa, sino la habilidad para integrarse a la partida, como muestran numerosos casos
en donde movimientos sociales o grupos marginales han sabido hacer escuchar su voz en la escena
pública, a disgusto de los poderosos. Como señala Damián Fernández Pedemonte, “el hecho de que
aumente la densidad y el uso de la estructura de producción, circulación y consumo de información y de
conocimiento permite que personas, grupos, movimientos sociales y organizaciones puedan utilizar esta
estructura de medios para imponer, gestionar y hacer más eficaces sus reclamos, pedidos y presiones”
(Fernández Pedemonte, 2010:79).
La investigación de De la Torre y Téramo (2004:81) demostró que menos de un cuarto de las fuentes se
alinean con el antagonista y solo un quinto son neutrales. En el caso específico de la comunicación
política, un monitoreo sobre las noticias de las elecciones presidenciales argentinas de 2007 determinó
que el 80% de las notas se concentraron en cuatro de los catorce candidatos que se presentaron a los
comicios, que eran los de más poder y recursos para su campaña. Dos tercios de esas noticias se
ocupaban de un único candidato, y más de la mitad de estas notas exclusivas correspondían a la candidata
oficialista, que tenía a su disposición todo el aparato de prensa gubernamental.
La cooperación fuentes-periodistas funciona porque los periodistas encuentran material en los tiempos
y formas que necesitan y las fuentes obtienen la difusión que buscan para sus mensajes. Pero ello
determina que las noticias se centren en su protagonista. Claro que esta disponibilidad en tiempos
electorales o cuando se impulsa una campaña de difusión no se mantiene en situaciones de crisis, cuando
los funcionarios se vuelven reticentes a dar explicaciones. Y aunque la maquinaria de prensa conoce bien
los tiempos de las redacciones, las crisis marcan sus propios ritmos y suelen desajustarse. Como analizó
Luciano Elizalde (2004:116), dado que los medios priorizarán lo crítico, en situaciones de conflicto la
comunicación de prensa debe lidiar con complicaciones adicionales. En estos momentos, la retracción de
las fuentes oficiales suele compensarse con comentarios y opiniones de los afectados, lo que hace que
estas situaciones requieran otro tipo de trabajo, menos proactivo y más estratégico, centrado en la
investigación de los medios y monitoreo de redes sociales, que se convierten en fuentes alternativas para
las noticias que de pronto se encuentran sin información a causa del habitual hermetismo oficial. Las
crisis plantean una limitación del sistema de comunicación gubernamental basado sobre la oferta
informativa. Sea con los públicos en general o con el periodismo en particular, la crisis demanda
habilitar canales de respuesta más que de difusión, de ida y vuelta más que los unidireccionales de
provisión de gacetillas y discursos a los que están acostumbradas las oficinas de prensa.
Durante una crisis, la mayor dificultad que tiene el vínculo entre los periodistas y las fuentes oficiales
es que éstas no saben responder a la demanda periodística. En lugar de facilitar el acceso a la
información, los responsables del área de prensa lo entorpecen al demorar las respuestas, no brindar la
información en los tiempos requeridos, entre otras (Lavalle et al., 2009).
No obstante, como observó Ramírez (1995) para España, en algunos casos los gabinetes de prensa
“cumplen una función necesaria, positiva y socialmente aceptada. Así lo estima la mayoría de la clase
periodística y así es visto también por las empresas informativas”. Pero también puede ocurrir que los
jefes de prensa constituyan un obstáculo para el libre juego informativo y que la acción de prensa solo
considere los aspectos promocionales sin desarrollar capacidad de respuesta. Corresponde, pues,
preguntarse qué le pasa a un sistema que funciona fluidamente con la oferta informativa pero que tiene
dificultades en dar respuesta a las demandas. Décadas de gestión de comunicación han contribuido a
configurar el sistema que conocemos. Hoy la comunicación gubernamental tiene clara presencia en los
medios, pero justo en el momento en que la prensa no tiene la llegada a los ciudadanos que tuvo (o se
supuso que tenía) durante muchos años. Y hay indicios para suponer que su clara presencia en los medios
haya tenido que ver con esta crisis en la prensa. Por lo tanto, se impone la tarea de restituir la
información pública a quien nunca debería haberla perdido: a la ciudadanía, cada vez más de-sentendida
de la información y de la política.
2.1 Sociología de las fuentes
La investigación de Leon Sigal concluyó que solo un cuarto de las noticias provenían de la iniciativa
periodística, mayormente a través de entrevistas. El resto provenía de procedimientos que impulsaban los
agentes de prensa de las distintas oficinas de la Casa Blanca. El 58% surgía de los canales de rutina,
como procedimientos oficiales (12%), conferencias de prensa (24%) y gacetillas (17%). Los canales
informales tales como filtraciones, información de respaldo, reportes de prensa, editoriales,
representaban una menor proporción (16%) (Sigal, 1973:121).
En la Argentina, la investigación de Estudio de Comunicación (2008) mostró que la entrevista es el
canal preferido y más valorado por los periodistas. Sin embargo, los análisis de noticias confirman que
la proporción de entrevistas es mínima en comparación con la transcripción de comunicados y anuncios
oficiales. Y en esto también influyen las fuentes, que dosifican las entrevistas a los medios que no
formularán preguntas inconvenientes. Por razones similares, se han eliminado de las agendas
presidenciales las conferencias de prensa y se prefiere la transmisión de anuncios con invitados que
apoyan los mensajes con calurosos aplausos. La estrategia elegida por el presidente Néstor Kirchner es
descriptiva de esta comunicación de una vía: “Los asuntos de coyuntura se abordan en los actos
protocolares. Y aunque se viva obsesionado con los medios, poco hay que conceder conferencias de
prensa y en raras ocasiones hay que dar entrevistas; a menos que se tenga el control” (O’Donnell, 2008).
Pero la misma tónica se observa en otros mandatarios tan distintos ideológicamente como Álvaro Uribe,
de Colombia, Rafael Correa, de Ecuador, o Nicolás Sarkozy, de Francia (Rincón, 2008; Duarte, 2011).
Los anuncios de medidas de gobierno en la prensa es una táctica tradicional de las autoridades y los
funcionarios: “El presidente considera que hacer un anuncio es una forma efectiva de que la orden llegue
rápidamente, y al transmitirlo en conferencias de prensa o comunicados, demuestra que es una decisión
tomada” (Sigal, 1986:137). Una vez anunciado, el suceso se presenta como irreversible, por eso la
prensa juega una parte crucial en las tácticas de comunicación de las instituciones. Pero que sean muy
utilizados por las fuentes, no implica que resulten creíbles o efectivas como solían ser.
El hecho de que sea la fuente la que determina el vínculo se observa en que no siempre las prácticas de
las oficinas de prensa son las que preferirían los periodistas, lo que también indica que no siempre el
vínculo es de colaboración recíproca. Sin embargo, en las noticias sigue siendo mayoritaria la presencia
de las fuentes oficiales. En la investigación citada, el 79% de los periodistas sostuvo que las “fuentes
propias de los medios” son las “más creíbles”, y tan solo el 5% opinó que las “fuentes oficiales ajenas a
la empresa” lo son. Entre la máxima credibilidad de las fuentes del medio y la mínima de las fuentes
oficiales se ubican las fuentes institucionales: voceros (54%), departamento de comunicación (41%) y
página web (34%) (Estudio Comunicación, 2008:41). Lo cierto es que cuando los periodistas se ponen
en contacto directo con los involucrados en el hecho, esto es, cuando se trata de fuentes de primer orden,
(Martini, 2000:67), lo hacen a través de información estratégicamente producida por ellos, y no tanto por
acceder en forma personal a los informantes. En este esquema, los productores de información
tradicionales (de segundo orden), como las agencias de noticias que cobran por sus servicios, comienzan
a tener menos relevancia porque no pueden competir con las agencias de relaciones públicas u oficinas
de prensa que producen material de libre disponibilidad.
La posición de privilegio en el sistema informativo de las fuentes organizadas se refuerza con su
productividad para la provisión de información. Algo más del 25% de los periodistas admite recibir “75
o más” gacetillas por día y un 23% recibe entre “15 y 30” (Estudio de Comunicación, 2008:26). Solo en
la sala de prensa virtual del Poder Ejecutivo argentino se publican un promedio de 20 comunicados por
día, con picos de hasta 50 gacetillas informativas a media semana. A esto hay que agregar las novedades
y la agenda cotidiana de los funcionarios de todas las carteras, discursos y notas de opinión de los
ministros y secretarios, y material audiovisual de libre publicación, lo que convierte a ese espacio en la
fuente principal de la información política en el circuito mediático (Amado, 2010a:85). Semejante
volumen de información producida siempre será mayor que el espacio disponible en los medios.
La permeabilidad de los medios a los recursos que movilizan los agentes de relaciones públicas suelen
justificarse desde las redacciones, en la mayoría de los casos, que alegan que se trata de información que
interesa más a la fuente que a las audiencias, con lo que no justifica que el medio asigne sus escasos
recursos para cubrirla. Esto ha naturalizado el hecho de que la fuente se haga cargo de la producción
periodística, que desarrollan los gabinetes de prensa con altos parámetros profesionales, de modo tal que
sus gacetillas se transcriben “tal cual llegan a la Redacción o con un mínimo de esfuerzo editorial”
(Borrat, 2006:264). De este procedimiento surgen tantas noticias con una única fuente o ninguna, o con
altos porcentajes de fuentes no declaradas al lector, porque el periodista se respalda en la autoridad del
emisor y en la calidad del material.
Para algunos observadores, estas circunstancias están redefiniendo el papel del periodismo. Dicen los
investigadores españoles Pablos y Mateos que al “copiar notas ajenas esos redactores se transforman en
copistas, que es un tipo de personal más barato para el empresario de medios que sueña con aumentar
beneficios sin percatarse de que el periodismo, la prensa, los medios informativos, a pesar de ser
empresas con un fin comercial, son también un servicio público” (Pablos et al., 2003). En cualquiera de
las perspectivas, queda claro que el periodista se enfrenta y compite con el periodismo producido antes
de la redacción. Mateos remarca la circunstancia de que “aumenta el volumen de periodismo pagado
antes de ser escrito, no después, como era el caso de los periódicos o revistas de venta al número.
Aunque a este argumento se le podría oponer otro que en parte lo desmontaría: lo determinante no es si se
paga lo escrito antes o después de ser escrito, sino hasta qué punto el pago dicta o no su contenido y su
enfoque” (Mateos, 2003).
Estas conclusiones muestran que si bien está reconocida la relación entre los periodistas y los agentes
de prensa, todavía no parecen estar del todo claras las funciones que deberían desempeñar unos y otros.
El aumento de notas de las oficinas de prensa que se publican en los medios puede explicarse desde la
influencia directa de las fuentes pero también de la dependencia técnica derivada de las urgencias de los
tiempos o la escasez de recursos de los periodistas. Lo que sí es seguro que no se observa que las
redacciones tengan procedimientos que morigeren la acción de la prensa, ni que éstas asuman la
responsabilidad que les cabe por la credibilidad o el interés de lo publicado.
La mayoría de las personas, incluidas las fuentes informativas, sirven a sus fines particulares.
Para ser creíble, una fuente demuestra su fiabilidad a través de un proceso de ensayo y error.
Algunos individuos, como por ejemplo los ministros, están en una mejor situación para conocer
a las otras personas de la organización. Aunque puedan servir a sus intereses personales, su
información será probablemente más “exacta” porque tienen más “hechos” a su alcance.
Las instituciones y organizaciones tienen procedimientos para protegerse. La importancia de una
declaración o de un “sin comentarios” debe siempre establecerse de acuerdo al conocimiento
que el periodista tenga de esos procedimientos institucionales.
De ahí se deduce que una fuente es citable en la medida en que es fiable, tiene poder y el periodista
mantiene con ella vínculo estable que permite poner en el marco adecuado sus declaraciones. La versión
que dé la fuente es, por definición, parcial, pero su interés en la información que transmite no la invalida
(de hecho, es una condición obvia para admitir una declaración). No obstante, los manuales de estilo
recuerdan que las fuentes personales son menos confiables que las factuales por cuanto “se trata de
personas que a menudo defienden sus propios intereses y que pueden manipular al periodista de tal forma
que éste se acabe contentando con reproducir, sin aplicar sin sentido y sin el contrapeso de otras fuentes,
lo que le quieran contar” (El Mundo, 1996:99).
Esta observación plantea cuál es la posición que le cabe al periodista en la construcción de la versión
de los hechos que ofrecerá a su público. Si la clásica objetividad factual se ha trasladado a la
responsabilidad subjetiva, habría que preguntarse qué recursos sostienen la credibilidad del relato.
Decía Tuchman que “los atributos formales de noticias y periódicos aparecen como rituales estratégicos
que justifican la proclamación de objetividad. Permiten al periodista decir, señalando sus pruebas, «Soy
objetivo porque he usado comillas»” (Tuchman, 1972). Esta operación transfiere a la fuente la carga de
la prueba, pero convierte la noticia en una tautología: «es oficial porque es oficial». Lo que no
necesariamente es interpretado como que «es verdad porque es oficial». Como advertía Verón, en estas
circunstancias la enunciación política “se revela extraordinariamente frágil” (1998:130).
Este es uno de los cambios más tangibles que el sistema de las relaciones públicas generalizadas ha
traído a la política. El clásico valor noticiable que hablaba de información “de interés” ha sido
reemplazado por información “interesada”. Y lo que resulta de interés para la fuente, no siempre tiene
que ver con los intereses de los públicos. Los periodistas solían ser la interfaz entre unos y otros para
traducir las demandas de las audiencias a las fuentes. Cuando la información se transformó en pura
oferta, pasó a centrarse en la versión de la fuente que la impulsa, perdió la perspectiva del destinatario y,
en consecuencia, el interés de éste en esa información. Y es mucho peor cuando la noticia se presenta con
la única prueba de que fue dicha por alguien que además tiene interés en que se difunda. O se trata de
anuncios de hechos que van a ocurrir, con lo que la única prueba de veracidad es que se anuncia. Y
vuelve el sistema a encerrarse en sí mismo.
Rodrigo Alsina (2003) cita la definición de Greimas y Courtès del contrato pragmático que está
implícito en la información de los medios: “El contrato fiduciario pone en juego un hacer persuasivo por
parte del destinador y, como contrapartida, la adhesión del destinatario: de esta forma, si el objeto del
hacer persuasivo es la «veridicción» (el decir la verdad) del enunciador, el contraobjeto, cuya obtención
se da por hecho, consiste en un creer la verdad que el enunciador otorga al estatus del discurso-
enunciado: en ese caso, el contrato fiduciario es un contrato enunciativo (o contrato de la «veridicción»)
que garantiza el discurso-enunciado…”. Agrega Rodrigo Alsina que el contrato pragmático fiduciario de
los medios de comunicación es un producto histórico de la institucionalización y de la legitimación del
papel del periodista, que le asigna función del relato de los hechos sociales. Como tal, va mutando tanto
las potestades que se concede al relato como los mecanismos de legitimación, y depende en gran medida
de las circunstancias en que se desarrolle la tarea de informar. Sin embargo, la lógica de oferta de
información de prensa y las dificultades de obtener respuesta ante la más mínima demanda periodística
naturaliza que la reserva del informante se conceda como condición de la provisión de una declaración.
Es obvio que el periodista preferiría presentar la noticia con sus responsables claramente identificados,
porque será más creíble que una anónima, en tanto “las fuentes de atribución directa mencionan al
informante, por lo que permite la verosimilitud derivada del poder del testimonio y de la cercanía con el
hecho producido” (Martini, 2000:69). A falta de base fáctica, la relación con las fuentes puede ser en sí
misma un factor de verosimilitud del relato, pero solo en la medida en que se hace explícita al lector. Los
manuales de estilo suelen marcar cuatro instancias de comunicación entre la fuente y el periodista:
Información pública (on the record) cuando el contenido y las fuentes pueden citarse.
Información no atribuible (not for atribution) puede ser publicada sin dar a conocer la identidad
de la fuente.
Información de referencia (background), que se facilita para orientar al periodista, que puede
tomarse solo como referencia muy general.
Información off the record (extraoficial, confidencial) que se proporciona para no ser publicada,
salvo “que el periodista pueda confirmar esa información en otra fuente que hable con carácter
no restringido”, caso en el que podrá publicarla.
Bibliografía
Amado, Adriana (ed., 2010a). La palabra empeñada. Investigaciones sobre medios y comunicación
pública en Argentina. Buenos Aires, C3-Friedrich Ebert Stiftung.
_____ (2010b). Prensa y comunicación. Relaciones informativas responsables. Buenos Aires, La
Crujía.
Borrat Héctor y de Fontcuberta Mar (2006). Periódicos: sistemas complejos, narradores en interacción.
Buenos Aires, La Crujía.
Camacho Azurduy, Carlos (2003). “El derecho a la información como práctica de formación y desarrollo
de la ciudadanía comunicativa”. Diálogos de la Comunicación, Nº 68.
Castells, Manuel (2008). “Comunicación, poder y contrapoder en la sociedad red (I). Los medios y la
política”. Revista Telos, No 74, enero-marzo.
______ (2009). Comunicación y poder. Madrid, Alianza, 2010.
Cytrynblum, Alicia (comp.) (2007). Niñez y adolescencia en la prensa argentina, Informe anual 2006.
Buenos Aires, Periodismo Social Asociación Civil.
______ (comp.) (2008). Niñez y adolescencia en la prensa argentina. Buenos Aires, Periodismo Social
Asociación Civil.
______ (comp.) (2009). El encierro mediático. Monitoreo 2008. Buenos Aires, Periodismo Social
Asociación Civil.
______ (comp.) (2010). La tarea pendiente. Monitoreo 2009. Buenos Aires, Periodismo Social
Asociación Civil.
Davis, Nick (2008). Flat Earth News. Londres, Chatto & Windus.
Dayan, Daniel (Comp.) (1997). En busca del público. Barcelona, Gedisa.
De la Torre, Lidia y María Teresa Téramo (2004). La noticia en el espejo. Buenos Aires, Editorial de la
Universidad Católica.
Donsbach, Wolfgang y Arndt Wenzel (2002). “Actividad y pasividad de los periodistas ante el trabajo de
prensa de los bloques parlamentarios”, en Priess (2002).
Duarte-Plon, Leneide (2011). “Sarkozy e a imprensa: Uma relação de amor e ódio”, Observatorio da
Imprensa, San Pablo, Instituto para o Desenvolvimento do Jornalismo, edición 26 de enero.
El Mundo (1996). Libro de estilo. Madrid, Temas.
Elizalde, Luciano (2004). Estrategias en las crisis públicas. Buenos Aires, La Crujía.
Elizalde, Luciano, Damián Fernández Pedemonte y Mario Riorda (2006). La construcción del consenso.
Buenos Aires, La Crujía.
Estudio de Comunicación/Universidad Austral (2008). Periodistas, empresas e instituciones: claves de
una relación necesaria. Buenos Aires, Universidad Austral.
Fernández Pedemonte, Damián (2010). Conmoción pública. Buenos Aires, La Crujía.
Ferry Jean, Dominque Wolton et al. (1998). El nuevo espacio público. Barcelona, Gedisa.
Gauthier, Gilles, Gosselin A. y Mouchon J. (Comps.) (1998). Comunicación y Política. Barcelona,
Gedisa.
Krugman, Paul (2011). “Un clima de odio político que invade todo”. New York Times/La Nación, edición
11 de enero.
Kunczik, Michael (2002). Conceitos de jornalismo, San Pablo, Editora da Universidade de São Paulo.
Lavalle Cobo, Dolores y Cornelia Schmidt-Liermann (2009). Las conferencias de prensa en la
Argentina. Buenos Aires, Konrad Adenauer.
Latinobarómetro (2010). Informe 2010. Santiago de Chile, Corporación Latinobarómetro.
Luhmann, Niklas (2000). La realidad de los medios de masas. México, Universidad Iberoamericana.
Mateos Martín, Concha (2003). “Descripción de la estructura funcional del gabinete de prensa político en
los entornos informativos locales”. Revista Latina de Comunicación Social, número 54, marzo,
Tenerife, La Laguna.
Martini, Stella (2000). Periodismo, noticia y noticiabilidad, Buenos Aires, Norma.
Mayoral Sánchez, J. (2005). “La batalla de las fuentes”, en Cuadernos de Periodistas, Asociación de la
Prensa de Madrid, diciembre.
Miège, Bernard (2007). “Hacia nuevos planteamientos. La cuestión de las TIC”. Revista Telos, Octubre-
Diciembre, Nº 73.
O’Donnell, María (2008). “El atril del asesino”. En Rincón O. (2008).
Pablos Coello, José Manuel de y Concha Mateos Martín (2003). “Estrategias informativas para acceder a
un periodismo de calidad en prensa y TV”, en Sala de prensa, Año V, Vol. 2, noviembre, edición 61.
Priess, Frank (2002). Relación entre política y medios. Buenos Aires, Konrad Adenauer Stiftung.
Ramírez, Txema (1995). “La influencia de los gabinetes de prensa: Las rutinas periodísticas al servicio
del poder”. Revista Telos, Madrid, 40, diciembre-febrero, p. 47-57.
______ (1996). “Gabinetes de comunicación: de la seducción por la imagen a la obsesión por
“aparecer”. Revista de Estudios de Comunicación (Komunikazio Ikasketen Aldizkaria), Universidad
del País Vasco, N° 1, diciembre.
Rey, Germán (2005). “Panorama: El escenario móvil de la televisión pública”, en Rincón (2005).
Rincón, Omar (Comp.) (2005). Televisión pública: del consumidor al ciudadano. Buenos Aires, La
Crujía.
______ (Ed.) (2008). Los tele-presidentes: Cerca del pueblo, lejos de la democracia. Bogotá, Friedich
Ebert Stiftung-Centro de Competencia en Comunicación para América Latina, Documento Nº 7.
______ (Ed.) (2010). Por qué nos odian tanto [Estado y medios de comunicación en América Latina].
Bogotá, Friedich Ebert Stiftung-Centro de Competencia en Comunicación para América Latina,
Documento Nº 11.
Riorda, Mario (2006). “Hacia un modelo de comunicación gubernamental para el consenso”, en Elizalde
et al (2006).
Rodríguez Villafañe, Miguel y Ernesto Villanueva (2010). Compromiso con la libertad de expresión.
Análisis y alcances. México, Fundalex.
Rodrigo Alsina, Miquel (2003). “Confianza en la información mediática”, Revista cidob d’afers
internacionals, Universitat Autònoma de Barcelona, 61-62, mayo-junio.
Rolke, Lothar (2002). “Periodistas y relacionistas públicos. Una relación antagónica con futuro abierto”,
en Priess (2002).
Sigal, Leon (1973). Reporters and Officials: The Organization and Politics of Newsmaking. Lexington,
D.C. Heath and Company.
Thompson, John (2001). El escándalo político. Barcelona, Paidós.
Tuchman, Gaye (1972). “La objetividad como ritual estratégico: un análisis de las nociones de
objetividad de los periodistas”, en revista American Journal of Sociology, número 4, volumen 77.
Reeditado en Cuadernos de Comunicación e Información, Universidad Complutense de Madrid, Nª 4:
“Retórica” (s/d).
Van Dijk, Teun (1996). La noticia como discurso. Barcelona, Paidós.
Verón, Eliseo (1998). “Interfaces, sobre la democracia audiovisual evolucionada”, en Ferry et al.
Wolton, Dominique (1998). “Las contradicciones de la comunicación política”, en Gauthier, et al. (1998).
Comunicación gubernamental:
la importancia de la accesibilidad en las relaciones con la
prensa
Nicolás Rotelli
Introducción
El objetivo de este capítulo es analizar las relaciones entre los gobiernos y la prensa en el proceso de
construcción de las noticias y proponer alternativas de gestión que posibiliten mayor y mejor inserción en
la agenda mediática.
Este análisis se desarrollará a partir de un caso que bien podría ilustrar algunos aspectos de cómo se
desarrollan las relaciones entre estos actores de la comunicación política actual. Para analizar el rol del
gobierno como fuente de información de la prensa se tomará como base un estudio de las noticias que
aparecieron en las páginas de los diarios sobre el conflicto con el sector agropecuario que se desarrolló
en la Argentina en 2008 (Rotelli, 2010).
La perspectiva que se adoptó hizo foco en las huellas que quedaron de las condiciones de producción
de las noticias, más allá de las diferencias ideológicas y posturas políticas de cada medio de
comunicación. A través de estas huellas o marcas que quedan en el texto (Verón, 2007) se puede acceder
a las herramientas, acciones y prácticas implementadas por las instituciones para incidir en el proceso de
construcción de las noticias.
La comunicación política actual debe atender a esta multiplicidad de prácticas y actores que configuran
el escenario mediático, uno de los escenarios donde se realiza activamente la comunicación política.
Dominique Wolton señala: “No existe comunicación sin reglas y sin público” (2007:384). Siguiendo esta
afirmación, este capítulo procura establecer relaciones entre las reglas y los públicos que intervienen en
el proceso de construcción de las noticias, para poder identificar el rol de las fuentes institucionales en
este proceso.
El conflicto agropecuario desatado en la Argentina en 2008 generó una serie de debates en torno al rol
de los medios durante estos acontecimientos. Este es un interesante caso para estudiar el rol que
efectivamente tuvieron no solo los medios, sino todos los actores que participaron del proceso de
construcción de las noticias publicadas sobre el conflicto. Por ello, este texto indaga en el tema desde
una perspectiva teórica que entiende que el análisis de los medios no debe restringirse a lo que se
publica en ellos, sino que debe alcanzar a la multiplicidad de prácticas y relaciones que se establecen
entre los actores del proceso de construcción de la noticia: periodistas, fuentes informativas y público.
Por ello se decide estudiar a las fuentes institucionales activas, a los que no pueden hacer oír su voz, a
los periodistas como destinatarios de la acción de las fuentes, los recursos de prensa utilizados por las
instituciones y los criterios de noticiabilidad negociados entre periodistas y fuentes. Todos estos
elementos, reglas y públicos del conflicto nos permiten describir las prácticas sociales integradas a los
medios. Además, nos posibilitan ir en busca de investigaciones que atiendan a todos los protagonistas del
proceso de construcción de la información pública, para dejar de pensar en los medios como
protagonistas exclusivos de un proceso unívoco de construcción de sentidos.
El proceso de construcción de las noticias
La investigación sobre el establecimiento de la agenda ha llegado a la conclusión de que el
conocimiento público de los asuntos, especialmente de los asuntos políticos, está estrechamente
relacionado con la cobertura que se les presta en los medios nacionales (Castells, 2009).
La importancia de tener lugar en la agenda mediática es indudable para los actores que participan en la
política actual. Como señala McCombs: “... los mayores esfuerzos se ejercen también para influir en la
agenda temática de los medios informativos, porque estos mensajes son obviamente menos interesados y,
por tanto, más creíbles para el público” (2006:200).
Como explican diversos investigadores, el periodista depende cada vez más de las fuentes para
construir las noticias (Latorraca y Montero, 2005; Licitra, 2005; Rodrigo Alsina, 2003). Es necesario
comprender este escenario para entender cómo se trabaja en los medios y, como se verá más adelante,
valorar la importancia de las fuentes, que funcionan como verdaderas usinas de información, facilitando
la tarea de un periodista generalmente mal pago y sin tiempo para investigar y profundizar a la hora de
construir las noticias. Así, se configura un nuevo escenario para la producción de noticias, donde muchos
de los principales artículos de periódicos y revistas asumen plenamente la estructura de un cable de
agencia. Esto implica que publican la mínima información posible, que prácticamente no usan
información de contexto para construir la noticia, que soslayan el análisis y el posicionamiento y que
priorizan la instantaneidad del suceso (Latorraca y Montero, 2005). Por una cuestión principalmente
tecnológica, el periodista está cada vez más tiempo en las redacciones y menos en la calle. Señala
Licitra: “Esto, sumado a la multiplicación de los gabinetes de prensa política institucional, hace que las
supuestas ‘investigaciones’ hoy se hagan de manera expeditiva: el contenido llega de esas oficinas de
prensa por teléfono o por e-mail, se transcribe y se publica, y de este modo, la supuesta ‘investigación’
no es más que una versión reescrita de la voz de las fuentes” (2005:47).
Si a ello se suma que los periodistas argentinos suelen ser, de entre los colegas latinoamericanos, los
que más tiempo pasan en la oficina, un 72% de acuerdo a un estudio de Ipys (Amado Suárez, 2010:84), se
entiende el peso creciente que adquiere en las noticias esta información institucional.
Este es un terreno que la comunicación de gobierno no debe soslayar: constituirse en fuente con
información precisa, completa e interesante para las potenciales audiencias puede ser una herramienta
decisiva para instalar la visión del actor que debe diseñar y ejecutar las políticas públicas.
La comunicación institucional de una organización o partido político ya no se limita a acciones de
publicidad institucional: el eje pasó de la organización como emisora de mensajes voluntarios a la
organización como emisora de mensajes muchas veces involuntarios, la mayoría de los cuales llegan a la
sociedad a través de los medios de comunicación masiva. En esta línea Adriana Amado asegura: “En ese
contexto, uno de los principales objetivos de la comunicación institucional es incidir en la agenda
mediática, intentando que la posición de la organización o el personaje que busca publicidad se difunda
en la prensa” (2009:50).
En este escenario, las fuentes institucionales muchas veces carecen de estrategias claras de
comunicación, lo que se refleja en aspectos como la tendencia a comunicar todo lo que hace la
organización o bien no comunicar nada, la falta de sentido de oportunidad sobre el mejor momento para
informar, la improvisación y la urgencia a la hora de informar cuando se hace, y la falta de adaptación a
diferentes formatos y recursos de prensa.
Las instituciones deben procurar generar acontecimientos “prensables”, en términos del consultor
Colombo (2006), para conseguir que los medios cubran las acciones y decisiones que adopta la
institución. Así, para llamar la atención de la prensa y, por ende, ser tenido en cuenta para su difusión
masiva, un contenido o información deberá contar con un diferencial importante, una cualidad distintiva
que aporte algo nuevo o un beneficio concreto a un público masivo o a un sector específico (Colombo,
2006:5).
Además, las urgencias de los periodistas a la hora de producir las notas generan una suerte de “pacto”
entre fuentes institucionales activas que generan noticias y necesitan difusión y periodistas ávidos de
acontecimientos “prensables”. Se produce, así, un fenómeno de publicación de noticias provenientes de
fuentes institucionales, proceso definido por Neveu (2004:26) como “prêt a publier”, cuya traducción
sería “listo para publicar”. La fuente institucional no solo provee información sino que construye
noticias, desde las oficinas de prensa, con la colaboración, claro, de los periodistas.
Diversas investigaciones (Amado Suárez, 2008; Periodismo Social, 2009; Alfaro, 2009) coinciden en
señalar una correlación entre la participación activa de las fuentes en la producción de información y su
inclusión en las noticias, razón por la cual se observa un claro predominio de las fuentes institucionales
activas por sobre la investigación periodística independiente.
Este dato obliga a replantear la clásica postura que afirma que los medios, incluso por encima de los
periodistas, son los que determinan la agenda mediática, tal como plantearon algunas reflexiones
académicas sobre la cobertura del conflicto por las retenciones móviles en la Argentina (UNLP, 2008;
COMFER – INADI – CNM, 2008). Este capítulo busca poner en valor la importancia de las fuentes de
información activas, organizadas y estables en el proceso de producción de las noticias. Si solo se
analiza el rol de los medios, es decir, del emisor, en la producción de las noticias –como se realizó en
los estudios académicos mencionados– se pierde de vista la complejidad del proceso. Entender cómo
funcionan los flujos de información (Lash, 2005), las prácticas y rutinas de trabajo e intercambio con las
fuentes puede resultar más útil para analizar y gestionar las relaciones con la prensa en la comunicación
política actual que la sola atención a los discursos e intereses de los emisores.
Hoy va tomando cada vez más fuerza un actor: la prensa institucional.42 La rutina productiva de las
noticias lleva, como señalamos anteriormente, a un proceso donde la escasez de tiempos y recursos por
parte del periodista son una constante. En este escenario, la gestión de prensa “on line” (Sibilia, 2008)
de las entidades del agro permitió que los medios brindaran a las acciones de estas instituciones una
importante cobertura.
Otro elemento para señalar es la actividad de las autoridades de las entidades del agro a la hora de
responder a las requisitorias periodísticas ante un hecho tan importante como lo fue el conflicto
agropecuario de 2008. Así, los voceros de las instituciones en todo el país fueron los encargados de
responder una y otra vez a los periodistas sobre las acciones y consecuencias que iba generando el
conflicto con el correr de los días.
Los medios reprodujeron gran parte de los contenidos producidos por las oficinas de prensa de las
entidades de la Mesa de Enlace. Los recursos de prensa utilizados fueron, en su mayoría, comunicados o
gacetillas de prensa, conferencias de prensa, entrevistas a dirigentes y artículos prerredactados. Esto
confirma la tendencia enunciada por Borrini (2000:44) acerca de que herramientas de comunicación
como artículos y reportajes en medios, gacetillas y comunicaciones de crisis aumentaron en importancia
frente a otras, como publicidad institucional, house organ (boletines o revistas institucionales) y
lobbying, que disminuyeron en importancia en los últimos años.
Más allá de la adhesión de los distintos medios a alguno de los actores del conflicto, lo cierto es que
los datos obtenidos muestran que hubo un modelo de comunicación que permitió visibilizar la postura del
agro en los tres medios analizados. Este modelo de comunicación, basado principalmente en responder a
la demanda incesante de los medios, le permitió al agro, un actor que no participa habitualmente de la
agenda noticiosa de los grandes diarios, constituirse en una fuente principal durante todo el conflicto.
Los usuarios, el público que consume las noticias, permanecen “online, sin interrupciones de ningún
tipo” (Sibilia, 2008:281). Podemos decir, entonces, que los encargados de gestionar las relaciones con la
prensa desde las instituciones también deben permanecer online: conectados a los hechos que afectan a la
institución y listos para responder a cualquier demanda de información de los periodistas, con material
novedoso, confiable y adaptado a las necesidades tecnológicas de cada medio. La comunicación
inalámbrica e internet han facilitado decididamente las transmisiones instantáneas de información,
altamente valoradas por los periodistas y sus audiencias.
Bibliografía
Amado Suárez, Adriana (2008). “Fuentes y lenguajes: factores de incidencia en la agenda mediática”, V
Jornadas de Investigación en Comunicación, Universidad Nacional de General Sarmiento.
_____ (2009). “Fuentes y noticias: la construcción de la agenda”, en Revista DIRCOM, Nº82, marzo.
______ (coord.) (2010). La palabra empeñada: investigaciones sobre medios y comunicación pública
en la Argentina, Buenos Aires, Fundación Friedrich Ebert.
Amado Suárez, Adriana y Nicolás Rotelli (2010). “Fuentes y periodistas en la diversidad informativa”, V
Congreso ALACIP, Buenos Aires, 28 al 30 de julio, ponencia.
Alfaro, Rosa María (2009). ¿Desarrollo? Encuentros y desencuentros entre medios y ciudadanía,
Observatorios en Red, Lima, Asociación de Comunicadores Sociales Calandria.
Borrino, Alberto (2000). Investigación sobre la comunicación institucional en la Argentina, Buenos
Aires, Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales.
Castells, Manuel (2009). Comunicación y poder, Barcelona, Alianza.
Colombo, Daniel (2006). “Empresas y medios: una relación necesaria”, en Revista La Crujía, Nº2,
septiembre, pp. 4,5.
Comité Federal de Radiodifusión (COMFER), Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia
y el Racismo (INADI) y Consejo Nacional de la Mujer (CNM) (2008). Observatorio de la
Discriminación en Radio y Televisión. Informe sobre el tratamiento televisivo de las repercusiones
de las medidas agropecuarias. Disponible en:
http://www.inadi.gov.ar/uploads/Observatorio/INFORME/_corregido_final_al_25_de_julio.pdf
Kapuscinski, Ryszard (1999). “¿Acaso los medios reflejan la realidad del mundo?”, en Le Monde
diplomatique, Número 3, septiembre.
Lash, Scott (2005). Crítica de la información, Barcelona, Amorrortu.
Latorraca, Martín y Hugo Montero (2005). “Los peones del tablero (o los periodistas de hoy)”, en
Latorraca, Martín et al. El periodismo urgente: claves para entender la prensa de hoy, Buenos Aires,
Centro Cultural Ricardo Rojas.
Lavalle Cobo, Dolores y Cornelia Schmidt-Liermann (2009). Las conferencias de prensa en la
Argentina, Buenos Aires, Fundación Konrad Adenauer.
Licitra, Josefina (2005). “¿Para qué sirve el periodismo de investigación?”, en Latorraca, Martín et al. El
periodismo urgente: claves para entender la prensa de hoy, Buenos Aires, Centro Cultural Ricardo
Rojas.
Martini, Stella (2000). Periodismo, noticia y noticiabilidad. Buenos Aires, Norma, 2000.
Mayoral Sánchez, Javier (2005). “La batalla de las fuentes”, en Cuadernos de Periodistas, Asociación
de la Prensa de Madrid.
Mc Combs, Maxwell (1996). “Influencia de las noticias sobre nuestra imagen del mundo”, en Bryant, J. y
D. Zillmann (comps.), Los efectos de los medios de comunicación. Investigaciones y teorías,
Barcelona, Paidós.
_____ (2006). Estableciendo la agenda. El impacto de los medios en la opinión pública y en el
conocimiento, Barcelona, Paidós.
Mc Quail, Denis (2000). Introducción a la teoría de la comunicación de masas, Barcelona, Paidós (3ª
ed. rev. y amp.).
Neveu, Erik (2004). Sociologie du journalisme, París, La Découverte.
Periodismo Social, (2009). Niñez y adolescencia en la prensa argentina. Monitoreo 2008, Buenos
Aires, Periodismo social.
Ramonet, Ignacio (2002). “Los periodistas están en vías de extinción”, Sala de Prensa, Año IV, Vol.2,
Número 46.
Rodrigo Alsina, Miquel (2003). “Confianza en la información mediática”, en Revista Cidob d’afers
Internacionals, Universitat Autónoma de Barcelona, mayo-junio.
Rotelli, Nicolás (2010). “Las fuentes institucionales y la construcción de la agenda mediática en la
comunicación política actual. Análisis de un caso en el proceso de producción de las noticias del
conflicto Gobierno-campo”, Universidad Católica de Córdoba, Tesis de Maestría en Gestión Política
(inédita).
Sartelli, Eduardo et al. (2008). Patrones en la ruta. El conflicto agrario y los enfrentamientos en el
seno de la burguesía, marzo–julio de 2008, Buenos Aires, R y R Ediciones.
Sibila, Paula (2008). La intimidad como espectáculo, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Universidad Nacional de La Plata (2008). Observatorio de Medios de Argentina. “Observación y
Análisis de las coberturas realizadas por los diarios Clarín, La Nación, Página 12 y Crítica de la
Argentina sobre la crisis registrada entre las entidades patronales del agro y el Estado Nacional,
durante el período que abarca del 1 al 15 de junio de 2008”. Documento en línea.
Verón, Eliseo (2004). Fragmentos de un tejido, Barcelona, Gedisa.
______ (2007). La Semiosis Social, Fragmento de una teoría de la discursividad, Barcelona, Gedisa.
Weaver, David (1997). Canalización mediática (Agenda Setting) y elecciones en Estados Unidos,
Cuadernos de Información y Comunicación, Universidad Complutense de Madrid.
Wolton, Dominique (2007). Pensar la comunicación, Buenos Aires, Prometeo.
38 Para el análisis se tomaron dos periodos claves del conflicto. El primero, del 12 al 25 de marzo de 2008, se abrió con el anuncio del
entonces ministro de Economía sobre la modificación del régimen de retenciones a las exportaciones agropecuarias con la Resolución
125/2008 del Poder Ejecutivo Nacional. Este período de análisis se cierra con la primera aparición pública de la presidenta de la Nación,
Cristina Fernández, en el conflicto, en un discurso en el que criticó los reclamos del agro y ratificó la medida. El segundo período, del 4 al 17
de julio de 2008, comprendió dos momentos centrales para la cobertura noticiosa: las negociaciones previas a la votación sobre las
retenciones móviles en la Cámara de Diputados y la votación en la Cámara de Senadores, adversa al Gobierno, que determinó el fin del
conflicto (Rotelli, 2010).
39 Dentro de las fuentes gubernamentales se incluyó a los miembros del oficialismo de los Poderes Ejecutivo y Legislativo, así como a los
miembros del Frente para la Victoria, partido de gobierno.
40 Las fuentes de atribución reservada o indirecta no mencionan al informante, por lo que no permiten la verosimilitud derivada del poder del
testimonio y de la cercanía con el hecho producido. Por oposición están las fuentes de atribución directa.
41 Se conocieron con el nombre de “tractorazos” a las movilizaciones que realizaron los ruralistas con sus tractores como medio de transporte
para manifestarse en las rutas. Este nombre fue popularizado por los medios periodísticos.
42 Así recuerda Quinteros, responsable de prensa de Federación Agraria Argentina (FAA), su rutina de trabajo durante los días del conflicto,
donde asumieron decididamente el rol de productores de información y participaron de lleno en la construcción de las noticias que se
publicaban. “Nosotros estábamos en las rutas. Sacábamos fotos y con notebooks enviábamos la información en el momento y desde el lugar.
Pasábamos a ser reporteros de los medios”. Entrevista a Daniel Quinteros (Rotelli, 2010).
Acerca de los autores
Adriana Amado. Es doctora en Ciencias Sociales (Flacso). Magíster en Comunicación Institucional.
Profesora y licenciada en Letras (UBA), especializada en temas de comunicación pública y medios. Es
docente e investigadora en la Universidad Nacional de La Matanza, de Buenos Aires, donde está a cargo
de la materia Teorías de la Comunicación por concurso público. Es profesora invitada en posgrados de
universidades argentinas y participa activamente en foros y redes internacionales de su especialidad.
Entre sus publicaciones académicas cuenta con tres libros de su autoría y siete obras colectivas como
editora, de las cuales la más reciente es La palabra empeñada. Investigaciones sobre medios y
comunicación pública en Argentina (2010). Colabora como columnista especializada en televisión y
temas de sociedad en diversos medios de prensa. Dirige el blog de intercambio académico
www.catedraa.com.ar, que creó en 2004, y preside Información ciudadana, una iniciativa cívica que
promueve la información pública responsable (facebook/inf.ciudadana).
Pablo Ariel Cabás. Doctorando en Política y Gobierno. Magíster en Gestión Política de la Universidad
Católica de Córdoba (UCC) con orientación en Diseño y Gestión de la Comunicación (Georgetown
University). Licenciado en Ciencia Politica (UCC). Es docente de Comunicación Política y de Opinión
Pública en la Universidad Católica de Córdoba y en la Universidad Empresarial Siglo XXI. Ha realizado
publicaciones referidas a la comunicación gubernamental, comunicación de crisis y escándalos políticos.
Franco Delle Donne. Doctorando por la Freie Universität Berlin. Magíster en Democracia y Gobierno
en la Universidad Autónoma de Madrid. Licenciado en Comunicación Social por la Universidad
Nacional de la Matanza. Su trabajo se ocupa de los efectos de la comunicación gubernamental en el
apoyo social hacia las medidas de gobierno en Alemania. Entre mayo y septiembre de 2011 ha dirigido la
campaña electoral del primer candidato directo con descendencia turca del partido Social-Demócrata
Alemán (SPD), İlkin Özışık, al parlamento de Berlín.
Luciano H. Elizalde. Es profesor de Asuntos públicos y comunicación de crisis en la Maestría en
Gestión de la Comunicación de las Organizaciones de la Facultad de Comunicación de la Universidad
Austral. En 2006 diseñó el Programa de Comunicación Institucional (PCI), que coordina actualmente.
Como investigador del CONICET se ha especializado en crisis y disenso corporativos. Su último libro es
Gestión de la comunicación pública (Editorial Bosch, 2009).
Damián Fernández Pedemonte. Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Profesor
de Análisis del Discurso en grado y posgrado y decano de la Facultad de Comunicación de la
Universidad Austral. Investigador de Centro de Estudios en Comunicación Aplicada (CECAP), desde
donde ha dirigido proyectos de investigación para instituciones, y del CONICET. Director de la
colección “Inclusiones” de Comunicación de editorial La Crujía. Su último libro es: Conmoción pública.
Los casos mediáticos y sus públicos (La Crujía, 2010).
Juan Carlos Gómez Giraldo. Doctorando en Comunicación de la Universidad Austral. Magíster en
Estudios Políticos de La Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de La Pontificia
Universidad Javeriana (Bogotá). Comunicador social y periodista de La Universidad de La Sabana
(Bogotá). Profesor de Comunicación Política y de Investigación en Comunicación Pública. Ha sido jefe
del Área de Comunicación Pública, director del programa de Comunicación Social y Periodismo,
secretario Académico y Administrativo y director del Observatorio de Medios de la Facultad de
Comunicación de la Universidad de La Sabana.
Mario Riorda. Doctorando en Comunicación Social, con especialidad en asuntos públicos, en la
Universidad Austral. Magíster en Política y Gestión Pública UES21 en colaboración con Georgetown
University. Licenciado en Ciencia Política en la Universidad Católica de Córdoba. Es consultor en
cuestiones de estrategia y comunicación política para gobiernos y partidos en América Latina. Fue
decano por dos períodos en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la
Universidad Católica de Córdoba. Ha trabajado en un centenar de procesos electorales y ha asesorado a
múltiples gobiernos en planificación estratégica de la comunicación política, legitimación de procesos de
políticas públicas, construcción de visiones de gobierno, gestión de comunicación de crisis públicas y en
actividades de capacitación. Dicta asignaturas, seminarios de posgrado o cursos de capacitación sobre
temas de comunicación política electoral, gubernamental y de crisis en numerosos países en
universidades. Sus últimas publicaciones son Manual de Comunicación Política y Estrategias de
Campaña: candidatos, medios y electores en una nueva era y La Conquista del Poder: campañas y
elecciones presidenciales en América Latina. Su cuenta de Twitter es @marioriorda .
Nicolás Rotelli. Magíster en Gestión Política por la Universidad Católica de Córdoba. Licenciado en
Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba. Es profesor titular en la Licenciatura en
Ciencia Política y de Gobierno y en la Maestría en Dirección de Comunicaciones Institucionales en la
Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Trabaja actualmente como asesor de prensa y
comunicación institucional para organismos públicos y del tercer sector.
Javier Sánchez Galicia. Magíster en Ciencias Políticas y Gestión Pública. Comunicador social por la
Universidad Iberoamericana-México. Es presidente en América Latina del Instituto de Comunicación
Política. Consultor en comunicación política, especializado en Gestión de Crisis. Coautor de Marketing
y Elecciones, Razones de voto, Manual de Comunicación Electoral, Gobierno Electrónico y Treinta
claves para entender el poder.
Créditos
La gestión del disenso : la comunicación gubernamental en problemas / Luciano H. Elizalde; Damián Fernández Pedemonte ;
Mario Riorda (eds.). - 1a ed. -
Buenos Aires : La Crujía, 2011.
352 p. ; 20x14 cm. - (Inclusiones / Damián Fernández Pedemonte)
ISBN 978-987-601-153-2
1. Comunicación Social. I. Elizalde, Luciano H., ed. II. Damián Fernández Pedemonte, ed. III. Riorda, Mario, ed.
CDD 302.2
© La Crujía Ediciones
Tucumán 1999. Ciudad de Buenos Aires, Argentina
E-mail: editorial@lacrujiaediciones.com.ar
www.lacrujiaediciones.com.ar