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Fallo Quiroga

El representante del Ministerio Público Fiscal solicitó el sobreseimiento del imputado. El


juez a cargo de la instrucción discrepó con tal criterio y, por aplicación del art. 348 Ver
Texto CPPN., remitió los autos en consulta a la Cámara de Apelaciones, la cual resolvió
remitir el sumario al fiscal general ante esa alzada para que apartara al agente fiscal y
desinsaculara un nuevo representante del Ministerio Público.
El fiscal general requirió la declaración de nulidad del auto por el que el juez elevó la causa
en consulta y de todos los actos posteriores practicados en su consecuencia, con
fundamento en que el mentado art. 348 Ver Texto había sido derogado tácitamente en
virtud de lo dispuesto por el art. 120 Ver Texto CN.
6. Que el art. 348 Ver Texto párr. 2º CPPN. establece: "El juez dictará el sobreseimiento
si estuviere de acuerdo con el requerido. De lo contrario, sea que no esté de acuerdo con
el sobreseimiento pedido por el fiscal o sea que sólo el querellante estimara que debe
elevar la causa a juicio, dará intervención por seis días a la Cámara de Apelaciones. Si ésta
entiende que corresponde elevar la causa a juicio, apartará al fiscal interviniente e
instruirá en tal sentido al fiscal que designe el fiscal de Cámara o al que siga en orden de
turno". A su vez, el art. 120 Ver Texto CN. consagra al Ministerio Público como "órgano
independiente con autonomía funcional". Por su parte, el art. 1 Ver Texto ley 24946
señala que sus funciones serán ejercidas "en coordinación con las demás autoridades de
la República" (conf. art. 120 Ver Texto CN.), pero "sin sujeción a instrucciones o directivas
emanadas de órganos ajenos a su estructura" (conf. art. 1 Ver Texto párr. 2º ley 24946).
7. Que de acuerdo con la interpretación que el Ministerio Público hace de las normas
mencionadas, el llamado "procedimiento de consulta", en el cual las discrepancias entre
el juez de instrucción y el fiscal en cuanto a si corresponde o no elevar la causa a juicio
son resueltas por la Cámara de Apelaciones, que puede instruir al fiscal para que
produzca el requerimiento respectivo, viola el principio ne procedat iudex ex officio y,
consecuentemente, pone en riesgo las garantías de imparcialidad, defensa en juicio y
debido proceso legal. En efecto, según lo manifiesta el procurador general al citar la causa
B.320 XXXVII, el cual dictaminó "permitir que el órgano encargado de dirimir el pleito se
involucre con la función requirente, que exclusivamente se encuentra en cabeza del
Ministerio Público Fiscal, deriva necesariamente en la pérdida de toda posibilidad de
garantizar al imputado un proceso juzgado por un órgano imparcial que se encuentre
totalmente ajeno a la imputación". Pero ello, además, "desconoce la `autonomía
funcional' del Ministerio Público Fiscal, como órgano requirente y titular de la acción
penal pública, que impide postular su sometimiento a las instrucciones de otros poderes
del Estado".
Que la exigencia de "acusación", si es que ha de salvaguardar la defensa en juicio y la
imparcialidad como condiciones del debido proceso, presupone que dicho acto provenga
de un tercero diferente de quien ha de juzgar acerca de su viabilidad, sin que tal principio
pueda quedar limitado a la etapa del "debate" (como se planteó en los precedentes
indicados), sino que su vigencia debe extenderse a la etapa previa, de discusión acerca
de la necesidad de su realización.
18. Que ello es así, por cuanto en el marco de un sistema procesal regido por el principio
de legalidad procesal, en el cual la pretensión penal pública es llevada adelante por dos
representantes del Estado (el fiscal y el juez), la exigencia de que las funciones de acusar
y juzgar se encuentren, al menos formalmente, en cabeza de funcionarios distintos queda
completamente diluida si también el tribunal de alzada puede, en contra del criterio del
Ministerio Público, decidir, por sí solo, que se produzcan la acusación y la apertura del
debate.
19. Que, en efecto, aun en un contexto normativo limitado a lo que ha dado en llamarse
el principio "acusatorio formal" (conf. acerca de este concepto Roxin, Claus, "Derecho
Procesal Penal", 2000, Ed. del Puerto, p. 86 y ss.), resulta insostenible que sea el tribunal
encargado de controlar la investigación preparatoria el que pueda ordenarle al fiscal que
acuse. Pues el ejercicio de tal facultad de sustituir al acusador hace que los jueces, en vez
de reaccionar frente a un estímulo externo en favor de la persecución, asuman un
compromiso activo en favor de ella. Tal actitud es susceptible de generar dudas en cuanto
a la imparcialidad con que debieron haber controlado el procedimiento de instrucción,
esto es, permaneciendo "ajenos". Cabe recordar que este tribunal ha reconocido desde
siempre que el derecho a ser juzgado por los jueces designados por la ley antes del hecho
de la causa (art. 18 Ver Texto CN.) debe ser entendido como sujeto a la garantía de
imparcialidad, reconocida como garantía implícita de la forma republicana de gobierno y
derivada del principio acusatorio (Fallos 125:10; 240:160 Ver Texto ), sin restricción
alguna en cuanto al mayor o menor avance de las etapas procesales.
Desde esta perspectiva, la intervención de la Cámara de Apelaciones "ordenando" que se
produzca la acusación pone en tela de juicio la imparcialidad del tribunal
"retroactivamente", y que ese mismo tribunal ya no intervenga más no basta para
tranquilizar la conciencia, pues dicha intervención ya es suficiente para generar la
sospecha de que en algún momento durante la etapa procesal, que debió controlar
manteniéndose desinteresado, abandonó la posición de tercero ajeno al conflicto y se
inclinó indebidamente en favor de la acusación.
19. Que, en consecuencia, por el momento puede quedar a un lado la pretensión del
Ministerio Público de que se interprete el aforismo ne procedat iudex ex officio como un
derivado necesario del principio republicano de división de poderes, que debe funcionar
con prescindencia de que se vean afectadas las garantías de imparcialidad y de defensa
en juicio. Así se juzga, pues frente a ciertas situaciones la pregunta relativa a si
efectivamente hubo una lesión a tales garantías se torna irrelevante, y el riesgo de que
esto pueda ocurrir ya es suficiente.

Fallo Furlan
71. Sebastián Claus Furlan vivía en la localidad de Ciudadela, Provincia de Buenos Aires,
con su padre, Danilo Furlan, su madre, Susana Fernández, y sus hermanos, Sabina y
Claudio Furlan69. La localidad de Ciudadela Norte es “una zona de clase media baja y
clase baja, a menos de 500 metros de uno de los barrios más marginales y peligrosos del
Conurbano70 de Buenos Aires conocido como ‘Fuerte Apache’”71. La familia de
Sebastián Furlan contaba con escasos recursos económicos
72 El 21 de diciembre de 1988, con 14 años de edad73 , Sebastián Furlan ingresó a un
predio cercano a su domicilio, propiedad del Ejército Argentino, con fines de
esparcimiento74. Dicho predio era un circuito de entrenamiento militar abandonado,
donde todavía habían montículos de tierra, “vallas y obstáculos realizados con
durmientes de quebracho” y restos de una pista de infantería que estaba en estado de
abandono75. El inmueble no contaba con ningún alambrado o cerco perimetral que
impidiera la entrada al mismo, hasta el punto que “era utilizado por niños para diversos
juegos, esparcimiento y práctica de deportes”76. Una vez en el predio, el menor de edad
intentó colgarse de “un parante transversal o travesaño” perteneciente a una de las
instalaciones, lo que llevó a que la pieza de aproximadamente 45 o 50 kilogramos de peso
cayera sobre él, golpeándole con fuerza la cabeza y ocasionándole pérdida instantánea
del conocimiento77 . 73. Sebastián Furlan fue internado en el servicio de Terapia
Intensiva del Hospital Nacional Profesor Alejandro Posadas (en adelante el "Hospital
Nacional Posadas"), con el diagnóstico de “traumatismo enc[é]falocraneano con
p[é]rdida de conocimiento [en estado de] coma grado II-III, con fractura de hueso parietal
derecho”78. En dicha oportunidad ingresó al quirófano para ser intervenido por “un
hematoma extradural”79. Luego de la operación, Sebastián Furlan continuó en coma
grado II hasta el 28 de diciembre de 1988 y en coma vigil hasta el 18 de enero de 198980
. Mientras estuvo en terapia intensiva se le practicaron “dos tomografías computadas
encefálicas que [mostraban] edema cerebral y troncal, [así como] electroencefalogramas
y potenciales evocados de tronco y visuales que [indicaban] enlentecimiento”81 . 74. El
23 de enero de 198982 Sebastián Furlan fue dado de alta para su atención en consultorio
externo83, con dificultades en el habla y en el uso de sus miembros superiores e
inferiores84 y con un diagnóstico que incluyó “traumatismo de cráneo con pérdida del
conocimiento […] fractura temporoparietal derecha, contusión cerebral y del tronco
mesencefálico”85. Tomando en cuenta este diagnóstico, los médicos ordenaron
continuar con un tratamiento de rehabilitación ambulatorio
El 31 de Agosto de 1989 Sebastián Furlan intentó quitarse la vida arrojándose del segundo
piso de un edificio cercano a su domicilio, por lo que fue internado en el Hospital Nacional
Posadas para observación por “depresión severa en adolescente”94. En dicha ocasión, se
diagnosticaron “traumatismos varios con p[é]rdida momentánea del conocimiento […],
con alteraciones del lenguaje, mareos, paraparesia signos de irritación meningea,
sensorio conservado, [d]islalis [y] ataxia”95. En la descripción clínica se indicó que desde
hacía varios días presentaba crisis de llanto, acompañada por deseos de abandonar la
escuela, manifestaciones de sentirse inútil e ideas de suicidio. Asimismo, se advirtió que
era el segundo intento de suicidio de Sebastián Furlan96 , quien previamente se infringió
heridas a sí mismo97 . 77. A pesar de que el menor de edad pudo reintegrarse al colegio,
“en el segundo ciclo del año 1990 padeció severas alteraciones en el habla, la motricidad
y cambios profundos en su conducta que desconcertaron al personal docente y que,
desde el punto de vista de dicha esc[uela], obstaculizaban el desarrollo normal de [su]
aprendizaje y [el de los otros alumnos]”98. Por ejemplo, en el escrito emitido el 3 de
marzo de 1998 por la Escuela de Educación Técnica No. 4 dentro del proceso por daños
y perjuicios, se evidencia la conducta de Sebastián Furlan en esa institución educativa
durante dos ciclos académicos consecutivos: “[p]rimer año segunda división” (cursado
durante 1988) y “segundo año primera división” (cursado “hasta principios del mes de
mayo” de 1990). En las observaciones sobre el primer ciclo, la escuela concluyó que “se
registraron episodios aislados de conductas trasgresoras de las normas institucionales de
escasa significación y con características comunes en alumnos que ingresan a esta
escuela hasta alcanzar su posterior adaptación a la misma”. No obstante lo anterior, el
reporte sobre el segundo ciclo académico, después de ocurrido el accidente, da cuenta
de las alteraciones señaladas anterioremente”. Como prueba de estas alteraciones se
señalaron una serie de sucesos ocurridos desde el 11 de abril de 1990 hasta el 24 de abril
de ese año, entre los que se destacan por su gravedad: i) “[p]roblemas disciplinarios
desde el inicio de las clases” así como “llegadas tarde” y “ausentes consecutivos”; ii)
“conductas agresivas” como “juego de manos” o “golpe[ar] a una alumna”, y iii) “falta de
respeto a alumnas” como “besar a una alumna en la cabeza, pese a la resistencia que
opuso”, “trat[ar] de tirarse encima de una alumna” o “baj[arse] los pantalones y la ropa
interior en el aula”. B) Proceso civil por daños y perjuicios y el cobro de la indemnización
78. El 18 de diciembre de 1990 el señor Danilo Furlan (en adelante “el demantante” o la
“parte actora”), asistido por abogada, interpuso demanda en el fuero civil -Juzgado
Nacional Civil y Comercial Federal No. 9- contra el Estado de Argentina, con el fin de
reclamar una indemnización por los daños y perjuicios derivados de la incapacidad
resultante del accidente de su hijo, Sebastián Furlan. En dicha demanda se indicó que la
misma se promovía con el fin de interrumpir la prescripción de la acción, dejando la
reserva de ampliarla posteriormente.
80. El 16 de abril de 1991 el demandante integró la demanda inicialmente interpuesta y
solicitó una indemnización por concepto de: i) “daño moral [por] los padecimientos
físicos y psíquicos [como] consecuencia del accidente”; ii) “secuelas por las lesiones
cerebrales sufridas y que le impedirán en un futuro emprender una carrera terciaria y
concluir una secundaria”; iii) “secuelas por las lesiones físicas sufridas que le impid[ían] y
le impedirán en el futuro realizar una vida social normal”, y iv) “lesiones cerebrales y
físicas recurrentes, que se manifiestan en reiterados dolores de cabeza, p[é]rdida de la
memoria y entumecimiento de miembros”. En dicha oportunidad, se ofreció como
prueba informativa que se librara un oficio al registro de la propiedad inmueble de la
Provincia de Buenos Aires para que informara sobre el titular de dominio del predio a la
fecha del accidente y se solicitó que se corriera traslado de la demanda104.
Posteriormente, el demandante solicitó el beneficio de litigar sin gastos105, el cual fue
concedido por el juzgado106. El 19 de abril de 1991 el juez tuvo por presentada la
demanda107 .
B.5) Sentencias de primera y segunda instancia 99. Mediante sentencia de primera
instancia, emitida el 7 de septiembre de 2000, el juzgado falló haciendo lugar a la
demanda y estableciendo que el daño ocasionado a Sebastián Furlan fue consecuencia
de la negligencia por parte del Estado, como titular y responsable del predio. Esto, dadas
sus condiciones de abandono, sin ningún tipo de cerco perimetral que impidiera el paso
y con elementos de notorio riesgo. Asimismo, la sentencia estableció que este predio era
considerado por los habitantes de la zona como una plaza o un sitio de uso público, donde
generalmente acudían los menores de edad a jugar192 . 100. En su sentencia, el juzgado
dio por probado que Sebastián Furlan “padec[ía] un desorden orgánico post-traumático
y una reacción anormal neurótica con manifestación obsesiva compulsiva (con deterioro
de su personalidad), lo que ha[bía] determinado un importante grado de incapacidad
psíquica […] y trastornos irreversibles en el área cognitiva y en el área motora”. Sin
embargo, el juzgado consideró que en el caso había mediado responsabilidad de
Sebastián Furlan, quien “por su propia voluntad y consciente de los riesgos que p[odían]
sobrevenir de la realización de juegos en sectores no habilitados y con elementos
desconocidos y abandonados”, había desplegado una conducta que tuvo incidencia
causal en el hecho dañoso. En virtud de ello, el juzgado atribuyó 30% de responsabilidad
a Sebastián Furlan y 70% de responsabilidad al Estado. En consecuencia, condenó al
Estado Nacional-Estado Mayor General del Ejército a pagar a Sebastián Furlan la cantidad
de 130.000 pesos argentinos más sus intereses en proporción y con ajuste a las pautas
suministradas en la sentencia. Adicionalmente, impuso las costas del juicio al Estado por
haber resultado sustancialmente vencido y teniendo en cuenta la naturaleza del
reclamo193 . 101. El 15 y 18 de septiembre de 2000 tanto la demandada194 como la
parte actora195 interpusieron, respectivamente, recurso de apelación196. La sentencia
de segunda instancia, emitida el 23 de noviembre de 2000 por la Sala I de la Cámara
Nacional en lo Civil y Comercial Federal confirmó la sentencia. La Cámara Nacional ratificó
que existió “una combinación de culpa presunta (por riesgo de la cosa) y de culpa probada
(por acción de [Sebastián Furlan])”. Concluyó entonces que el a quo “graduó
correctamente la incidencia de ambas culpas” y que fueron adecuados los “montos
indemnizatorios otorgados”, tomando en cuenta la incapacidad sufrida por Sebastián
Furlan, las “secuelas irreversibles como consecuencia de su estado de coma” y los
tratamientos requeridos. Respecto a la imposición de costas, la Cámara encontró que “le
asist[ía] razón” a la parte demandada, debido a que “la distribución de culpas […] debía
reflejarse en la imposición de costas”, razón por la cual estableció que Sebastián Furlan
debía asumir el pago del 30% correspondiente197 . B.6) El cobro de la indemnización 102.
Mediante auto de 30 de noviembre de 2000, el juez dictaminó que, de conformidad con
el artículo 6 de la Ley 25.344 sobre emergencia económica- financiera, se suspendían los
plazos procesales198. El 22 de marzo de 2001 el demandante, a través de su abogado,
practicó la liquidación de las sumas debidas199 , solicitó al juez que se decretara el
levantamiento de la suspensión de los plazos procesales y se procediera al traslado de la
liquidación200. El 15 de mayo de 2001 el juez aprobó la suma de 103.412,40 pesos
argentinos de liquidación en concepto de capital e intereses a favor del Sebastián
Furlan201 y el 30 de mayo de 2001 se expidió una constancia que indicaba que dicha
liquidación se encontraba firme, consentida e impaga202 . 103. El resarcimiento
reconocido a favor de Sebastián Furlan quedó comprendido dentro de la Ley 23.982 de
1991, la cual estructuró la consolidación de las obligaciones vencidas de causa o título
anterior al 1 de abril de 1991 que consistiesen en el pago de sumas de dinero203. Dicha
Ley estipuló dos formas de cobro de indemnización: i) el pago diferido en efectivo o, ii) la
suscripción de bonos de consolidación emitidos a dieciséis años de plazo204 . 104.
Teniendo en cuenta las precarias condiciones en las que se encontraba y la necesidad de
una rápida obtención del dinero205 , Danilo Furlan optó por la suscripción de bonos de
consolidación en moneda nacional206. Finalmente, surtidos diversos trámites para tal
efecto, el 6 de febrero de 2003 el Estado informó a la parte interesada acerca de la
disponibilidad de los Bonos de Consolidación cuyo vencimiento era el año 2016207 . 105.
El 12 de marzo de 2003 el Estado entregó 165.803 bonos al beneficiario. Ese mismo día
Danilo Furlan vendió dichos bonos. Tomando en cuenta que Sebastián Furlan tuvo que
pagar honorarios a su apoderado por un valor de 49.740 bonos208 y que, de conformidad
con los términos de la sentencia de segunda instancia, tuvo que pagar una parte de las
costas procesales209 , Sebastián Furlan recibió en definitiva 116.063 bonos, equivalentes
a 38.300 pesos
la Corte Interamericana reitera que toda persona que se encuentre en una situación de
vulnerabilidad es titular de una protección especial, en razón de los deberes especiales
cuyo cumplimiento por parte del Estado es necesario para satisfacer las obligaciones
generales de respeto y garantía de los derechos humanos. El Tribunal recuerda que no
basta con que los Estados se abstengan de violar los derechos, sino que es imperativa la
adopción de medidas positivas, determinables en función de las particulares necesidades
de protección del sujeto de derecho, ya sea por su condición personal o por la situación
específica en que se encuentre274, como la discapacidad275 . En este sentido, es
obligación de los Estados propender por la inclusión de las personas con discapacidad por
medio de la igualdad de condiciones, oportunidades y participación en todas las esferas
de la sociedad276 , con el fin de garantizar que las limitaciones anteriormente descritas
sean desmanteladas. Por tanto, es necesario que los Estados promuevan prácticas de
inclusión social y adopten medidas de diferenciación positiva para remover dichas
barreras277 . 135. Asimismo, la Corte considera que las personas con discapacidad a
menudo son objeto de discriminación a raíz de su condición, por lo que los Estados deben
adoptar las medidas de carácter legislativo, social278, educativo279, laboral280 o de
cualquier otra índole, necesarias para que toda discriminación asociada con las
discapacidades sea eliminada, y para propiciar la plena integración de esas personas en
la sociedad281 . El debido acceso a la justicia juega un rol fundamental para enfrentar
dichas formas de discriminación282
C) Plazo razonable Alegatos de las partes y de la Comisión Interamericana 140. La
Comisión alegó que el Estado es responsable por la violación de los artículos 8.1 y 25.1
de la Convención, en relación con el artículo 1.1 de la misma, en perjuicio de Sebastián y
Danilo Furlan, por la “demora injustificada en el proceso por daños y perjuicios”. 141. Por
su parte, los representantes alegaron que el Estado violó “los artículos 8.1 y 25, a la luz
de los artículos 1.1, 2 y 19 [de la Convención Americana] y los artículos correspondientes
a la Convención sobre los Derechos del Niño (arts. 2, 3, 12 y cctes […]), por no haber
tomado las medidas necesarias para brindar a Sebastián Furlan y su familia un recurso
rápido, oportuno y efectivo”, vulnerando “las garantías del debido proceso y el derecho
a una tutela judicial efectiva”. Agregaron que esta situación se vio agravada por el
incumplimiento del “deber de suministrar a Sebastián Furlan las medidas especiales de
protección que su condición de niño con discapacidad requería”.
La Comisión sostuvo que ”el proceso por daños y perjuicios […] duró diez años hasta [la]
sentencia definitiva y después dos años más hasta la creditación de los bonos”. 145. Por
su parte, los representantes alegaron que “para la estimación de la razonabilidad del
plazo para la obtención de una respuesta judicial efectiva, corresponde sumar, cuanto
menos, el lapso que llevó la puesta de disponibilidad de los bonos a favor de Sebastián
Furlan”, ya que existió una “demora en el trámite administrativo de ejecución tendente
a la titulación de los bonos”. Señalaron que “transcurrió más de 1 año y 9 meses” entre
la solicitud de cobro de los bonos hasta su recepción definitiva, y argumentaron que
durante este tiempo “se dio cumplimiento a un burocrático trámite administrativo,
plagado de demoras injustificadas y caracterizado por la exclusiva participación de los
entes estatales de la administración”.
L a Corte considera que el derecho a la igualdad y no discriminación abarca dos
concepciones: una concepción negativa relacionada con la prohibición de diferencias de
trato arbitrarias425, y una concepción positiva relacionada con la obligación de los
Estados de crear condiciones de igualdad real frente a grupos que han sido
históricamente excluidos o que se encuentran en mayor riesgo de ser discriminados426
. Asimismo, la Corte ha señalado que el derecho a la integridad física, psíquica y moral,
consagrado en el artículo 5.1 de la Convención Americana, “no sólo implica que el Estado
debe respetarlo (obligación negativa), sino que, además, requiere que el Estado adopte
todas las medidas apropiadas para garantizarlo (obligación positiva), en cumplimiento de
su deber general establecido en el artículo 1.1 de la Convención Americana” En el
presente caso la Corte resalta que los menores de edad y las personas con discapacidad
deben disfrutar de un verdadero acceso a la justicia y ser beneficiarios de un debido
proceso legal en condiciones de igualdad con quienes no afrontan esas desventajas. Para
alcanzar sus objetivos, el proceso debe reconocer y resolver los factores de desigualdad
real de quienes son llevados ante la justicia. La presencia de condiciones de desigualdad
real obliga a adoptar medidas de compensación que contribuyan a reducir o eliminar los
obstáculos y deficiencias que impidan o reduzcan la defensa eficaz de los propios
intereses428 . 269. El Tribunal ha hecho referencia a la situación agravada de
vulnerabilidad de Sebastián Furlan, por ser menor de edad con discapacidad viviendo en
una familia de bajos recursos económicos, razón por la cual correspondía al Estado el
deber de adoptar todas las medidas adecuadas y necesarias para enfrentar dicha
situación. En efecto, ha sido precisado el deber de celeridad en los procesos civiles
analizados, de los cuales dependía una mayor oportunidad de rehabilitación. Además, la
Corte concluyó que era necesaria la debida intervención del asesor de menores e
incapaces o una aplicación diferenciada de la ley que reguló las condiciones de ejecución
de la sentencia, como medidas que permitieran remediar de algún modo las situaciones
de desventaja en las que se encontraba Sebastián Furlan. Estos elementos demuestran
que existió una discriminación de hecho asociada a las violaciones de garantías judiciales,
protección judicial y derecho a la propiedad ya declaradas. Además, teniendo en cuenta
los hechos reseñados en el capítulo sobre la afectación jurídica producida a Sebastián
Furlan en el marco del proceso civil (supra párrs. 197 a 203), así como el impacto que la
denegación al acceso a la justicia tuvo en la posibilidad de acceder a una adecuada
rehabilitación y atención en salud (supra parrs. 197 a 203), la Corte considera que se
encuentra probada, a su vez, la vulneración del derecho a la integridad personal. En
consecuencia, la Corte declara que el Estado incumplió su obligación de garantizar, sin
discriminación, el derecho de acceso a la justicia y el derecho a la integridad personal en
los términos de los artículos 5.1, 8.1, 21, 25.1 y 25.2.c, en relación con los artículos 1.1 y
19 de la Convención Americana en perjuicio de Sebastián Claus Furlan.
Fallo halabi
Ernesto Halabi promovió acción de amparo reclamandoque se declare la
inconstitucionalidad de la ley 25.873y de su decreto reglamentario 1563/04, en virtud de
considerar que sus disposiciones vulneran las garantías establecidas en los artículos 18 y
19 de la Constitución Nacional, en cuanto autorizan la intervención de las comunicaciones
telefónicas y por Internet sin que una ley determine "en qué casos y con qué
justificativos". Alegó que esa intromisión constituye una violación de sus derechos a la
privacidad y a la intimidad, en su condición de usuario, a la par que menoscaba el
privilegio de confidencialidad que, como abogado, ostenta en las comunicaciones con sus
clientes (fs. 2/8).
2°) Que, al producir su informe, el Estado Nacional sostuvo que la vía del amparo no
resultaba apta para debatir el planteo del actor. Afirmó, además, que la cuestión se había
tornado abstracta en virtud del dictado del decreto 357/05, que suspendió la aplicación
del decreto 1563/04, toda vez que con ello se disipó la posibilidad de que exista un daño
actual o inminente para el actor, o para cualquier usuario del sistema
(fs. 50/54).

Que la regla general en materia de legitimación es que los derechos sobre bienes
jurídicos individuales son ejercidos por su titular. Ello no cambia por la circunstancia de
que existan numerosas personas involucradas, toda vez que se trata de obligaciones con
pluralidad de sujetos activos o pasivos, o supuestos en los que aparece un litisconsorcio
activo o pasivo derivado de la pluralidad de sujetos acreedores o deudores, o bien una
representación plural. En estos casos, no hay variación en cuanto a la existencia de un
derecho subjetivo sobre un bien individualmente disponible por su titular, quien debe,
indispensablemente, probar una lesión a ese derecho para que se configure una cuestión
justiciable.
A esta categoría de derechos se refiere el primer párrafo del artículo 43 de la Constitución
Nacional en que encuentra cabida la tradicional acción de amparo, instituida por vía
pretoriana por esta Corte en los conocidos precedentes "Siri" y "Kot" (Fallos: 239:459 y
241:291, respectivamente) y consagrada más tarde legislativamente. Esta acción está
destinada a obtener la protección de derechos divisibles, no homogéneos y se caracteriza
por la búsqueda de la reparación de un daño esencialmente individual y propio de cada
uno de los afectados.
-6-
11) Que los derechos de incidencia colectiva que tienen por objeto bienes colectivos (art.
43 de la Constitución
Nacional) son ejercidos por el Defensor del Pueblo de la Nación, las asociaciones que
concentran el interés colectivo y el afectado.
En estos supuestos existen dos elementos de calificación que resultan prevalentes.
En primer lugar, la petición debe tener por objeto la tutela de un bien colectivo, lo que
ocurre cuando éste pertenece a toda la comunidad, siendo indivisible y no admitiendo
exclusión alguna. Por esta razón sólo se concede una legitimación extraordinaria para
reforzar su protección, pero en ningún caso existe un derecho de apropiación individual
sobre el bien ya que no se hallan en juego derechos subjetivos. No se trata solamente de
la existencia de pluralidad de sujetos, sino de un bien que, como el ambiente, es de
naturaleza colectiva. Es necesario precisar que estos bienes no tienen por titulares a una
pluralidad indeterminada de personas, ya que ello implicaría que si se determinara el
sujeto en el proceso éste sería el titular, lo cual no es admisible. Tampoco hay una
comunidad en sentido técnico, ya que ello importaría la posibilidad de peticionar la
extinción del régimen de cotitularidad. Estos bienes no pertenecen a la esfera individual
sino social y no son divisibles en modo alguno.
En segundo lugar, la pretensión debe ser focalizada en la incidencia colectiva del derecho.
Ello es así porque la lesión a este tipo de bienes puede tener una repercusión sobre el
patrimonio individual, como sucede en el caso del daño ambiental, pero esta última
acción corresponde a su titular y resulta concurrente con la primera.
De tal manera, cuando se ejercita en forma individual una pretensión procesal para la
prevención o reparación del perjuicio causado a un bien colectivo, se obtiene una
decisión cuyos efectos repercuten sobre el objeto de la causa petendi, pero no hay
beneficio directo para el individuo que ostenta la legitimación.
En este tipo de supuestos, la prueba de la causa o controversia se halla relacionada con
una lesión a derechos sobre el bien colectivo y no sobre el patrimonio del peticionante o
de quienes éste representa.
Puede afirmarse, pues, que la tutela de los derechos de incidencia colectiva sobre bienes
colectivos corresponde al
Defensor del Pueblo, a las asociaciones y a los afectados, y que ella debe ser diferenciada
de la protección de los bienes individuales, sean patrimoniales o no, para los cuales hay
una esfera de disponibilidad en cabeza de su titular.
12) Que la Constitución Nacional admite en el segundo párrafo del art. 43 una tercera
categoría conformada por derechos de incidencia colectiva referentes a intereses
individuales homogéneos. Tal sería el caso de los derechos personales o patrimoniales
derivados de afectaciones al ambiente y a la competencia, de los derechos de los usuarios
y consumidores como de los derechos de sujetos discriminados.
En estos casos no hay un bien colectivo, ya que se afectan derechos individuales
enteramente divisibles. Sin embargo, hay un hecho, único o continuado, que provoca la
lesión a todos ellos y por lo tanto es identificable una causa fáctica homogénea. Ese dato
tiene relevancia jurídica porque en tales casos la demostración de los presupuestos de la
pretensión es común a todos esos intereses, excepto en lo que concierne al daño que
individualmente se sufre. Hay una homogeneidad fáctica y normativa que lleva a
considerar razonable la realización de un solo juicio con efectos expansivos de la cosa
juzgada que en él se dicte, salvo en lo que hace a la prueba del daño.
Sin embargo, no hay en nuestro derecho una ley que reglamente el ejercicio efectivo de
las denominadas acciones de clase en el ámbito específico que es objeto de esta litis. Este
aspecto resulta de gran importancia porque debe existir una ley que determine cuándo
se da una pluralidad relevante de individuos que permita ejercer dichas acciones, cómo
se define la clase homogénea, si la legitimación corresponde exclusivamente a un
integrante de la clase o también a organismos públicos o asociaciones, cómo tramitan
estos procesos, cuáles son los efectos expansivos de la sentencia a dictar y cómo se hacen
efectivos.
Frente a esa falta de regulación Cla que, por lo demás, constituye una mora que el
legislador debe solucionar cuanto antes sea posible, para facilitar el acceso a la justicia
que la Ley Suprema ha instituido C, cabe señalar que la referida disposición constitucional
es claramente operativa y es obligación de los jueces darle eficacia, cuando se aporta
nítida evidencia sobre la afectación de un derecho fundamental y del acceso a la justicia
de su titular. Esta Corte ha dicho que donde hay un derecho hay un remedio legal para
hacerlo valer toda vez que sea desconocido; principio del que ha nacido la acción de
amparo, pues las garantías constitucionales existen y protegen a los individuos por el solo
hecho de estar en la Constitución e independientemente de sus leyes reglamentarias,
cuyas limitaciones no pueden constituir obstáculo para la vigencia efectiva de dichas
garantías (Fallos: 239:459; 241:291 y 315:1492).
La eficacia de las garantías sustantivas y procesales debe ser armonizada con el ejercicio
individual de los derechos que la Constitución también protege como derivación de la
tutela de la propiedad, del contrato, de la libertad de comercio, del derecho de trabajar,
y la esfera privada, todos derechos de ejercicio privado. Por otro lado, también debe
existir una interpretación armónica con el derecho a la defensa en juicio, de modo de
evitar que alguien sea perjudicado por una sentencia dictada en un proceso en el que no
ha participado (doctrina de
Fallos: 211:1056 y 215:357).
En la búsqueda de la efectividad no cabe recurrir a
criterios excesivamente indeterminados alejados de la prudencia
que dicho balance exige.
13) Que la procedencia de este tipo de acciones requiere
la verificación de una causa fáctica común, una pretensión
procesal enfocada en el aspecto colectivo de los efectos de
ese hecho y la constatación de que el ejercicio individual no
aparece plenamente justificado. Sin perjuicio de lo cual,
también procederá cuando, pese a tratarse de derechos individuales,
exista un fuerte interés estatal en su protección, sea
por su trascendencia social o en virtud de las particulares
características de los sectores afectados.
El primer elemento es la existencia de un hecho único
o complejo que causa una lesión a una pluralidad relevante de
derechos individuales.
El segundo elemento consiste en que la pretensión debe
estar concentrada en los efectos comunes y no en lo que cada
individuo puede peticionar, como ocurre en los casos en que hay
hechos que dañan a dos o más personas y que pueden motivar
acciones de la primera categoría. De tal manera, la existencia
de causa o controversia, en estos supuestos, no se relaciona con
el daño diferenciado que cada sujeto sufra en su esfera, sino
con los elementos homogéneos que tiene esa pluralidad de sujetos
al estar afectados por un mismo hecho.
Como tercer elemento es exigible que el interés individual
considerado aisladamente, no justifique la promoción de
una demanda, con lo cual podría verse afectado el acceso a la
justicia. Sin perjuicio de ello, como se anticipó, la acción
resultará de todos modos procedente en aquellos supuestos en los
que cobran preeminencia otros aspectos referidos a materias
tales como el ambiente, el consumo o la salud o afectan a grupos
que tradicionalmente han sido postergados, o en su caso,
débilmente protegidos. En esas circunstancias, la naturaleza de
esos derechos excede el interés de cada parte, y al mismo tiempo,
pone en evidencia la presencia de un fuerte interés estatal
-10-
para su protección, entendido como el de la sociedad en su conjunto.
En tal sentido, los artículos 41, 42 y 43, párrafo segundo,
de la Constitución Nacional brindan una pauta en la línea
expuesta.
14) Que la pretensión deducida por el abogado Ernesto
Halabi puede ser calificada como un supuesto de ejercicio de
derechos de incidencia colectiva referentes a los intereses
individuales homogéneos definidos en los considerandos 12 y 13
de este pronunciamiento.
En efecto, el pretensor interpuso acción de amparo en
virtud de considerar que las disposiciones de la ley 25.873 y de
su decreto reglamentario 1563/04 vulneran los derechos establecidos
en los artículos 18 y 19 de la Carta Constitucional en
la medida en que autorizan la intervención de las comunicaciones
telefónicas y por Internet sin determinar "en qué casos y con
qué justificativos" esa intromisión puede llevarse a cabo. La
referida intervención importa una violación de sus derechos a la
privacidad y a la intimidad, y además pone en serio riesgo el
"secreto profesional" que como letrado se ve obligado a guardar
y garantizar (arts. 6° inc. f, 7°, inc. c y 21, inc. j, de la ley
23.187). Su pretensión no se circunscribe a procurar una tutela
para sus propios intereses sino que, por la índole de los
derechos en juego, es representativa de los intereses de todos
los usuarios de los servicios de telecomunicaciones como también
de todos los abogados.
Como se anticipó en el considerando 7°, corresponde
resolver el alcance del pronunciamiento. Al respecto, este Tribunal
considera cumplidos los recaudos que, para las acciones
colectivas, se delinean en esta sentencia.
En efecto, existe un hecho único Cla normativa en
cuestiónC que causa una lesión a una pluralidad relevante de
derechos individuales.
La pretensión está concentrada en los efectos comunes
para toda la clase de sujetos afectados, con lo que se cumple el
H. 270. XLII.
Halabi, Ernesto c/ P.E.N. - ley 25.873
dto. 1563/04 s/ amparo ley 16.986.
-11-
segundo requisito expuesto en el considerando anterior. La
simple lectura de la ley 25.837 y de su decreto reglamentario
revela que sus preceptos alcanzan por igual y sin excepciones a
todo el colectivo que en esta causa representa el abogado Halabi.
Finalmente, hay una clara afectación del acceso a la
justicia, porque no se justifica que cada uno de los posibles
afectados de la clase de sujetos involucrados promueva una demanda
peticionando la inconstitucionalidad de la norma, con lo
que se cumple el tercero de los elementos señalados en el considerando
anterior.
Por lo demás, esta Corte estima que, dado que es la
primera oportunidad en la que se delinean los caracteres de la
acción colectiva que tiene por objeto la protección de derechos
individuales homogéneos y que no existe una reglamentación al
respecto, cabe ser menos riguroso a la hora de evaluar el resto
de los recaudos que habrá que exigir en lo sucesivo en los procesos
de esta naturaleza. En estas condiciones, se considera que ha existido una adecuada
representación de todas las personas, usuarios de los servicios de telecomunicaciones
Cdentro de los que se encuentran los abogadosC a las que se extenderán los efectos de
la sentencia.
Para arribar a esta conclusión se tiene en cuenta la publicidad que se le dio a la audiencia
celebrada ante esta Corte, como también la circunstancia de que la declaración de
inconstitucionalidad de la ley 25.873 se encuentra firme y que el decreto reglamentario
1563/04 ha sido suspendido en su vigencia.
Asimismo, se consideran las presentaciones que, en apoyo de la pretensión del
demandante, han realizado como Amigos del Tribunal, la Federación Argentina de
Colegios de Abogados y el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal que
comparecían para evitar "las nefastas consecuencias que para todos los habitantes de
nuestro país y en particular para los abogados matriculados en nuestro colegio traería
aparejada la sub sistencia formal de las normas cuestionadas" (fs. 215/216 y 235/237).
Similares consideraciones fueron realizadas en la audiencia celebrada ante el Tribunal por
los oradores de esas dos instituciones (fs. 347/357). 15) Que la conclusión mencionada
no puede ser objetada so pretexto de que la acción colectiva prefigurada en la referida
cláusula constitucional no encuentre, en el plano normativo infraconstitucional, un carril
procesal apto para hacerla efectiva. Ese presunto vacío legal no es óbice para que los
jueces arbitren las medidas apropiadas y oportunas para una tutela efectiva de los
derechos constitucionales que se aducen vulnerados. Ha expresado el Tribunal al
respecto que basta la comprobación inmediata de un gravamen para que una garantía
constitucional deba ser restablecida por los jueces en su integridad, sin que pueda
alegarse en contrario la inexistencia de una ley que la reglamente: las garantías
individuales existen y protegen a los individuos por el solo hecho de estar consagradas
por la Constitución e independientemente de las leyes reglamentarias.
En apoyo de tal afirmación, esta Corte sostuvo que ya a fines del siglo XIX señalaba
Joaquín V. González: "No son, como puede creerse, las 'declaraciones, derechos y
garantías', simples fórmulas teóricas: cada uno de los artículos y cláusulas que las
contienen poseen fuerza obligatoria para los individuos,para las autoridades y para toda
la Nación. Los jueces deben aplicarla en la plenitud de su sentido, sin alterar o debilitar
con vagas interpretaciones o ambigüedades la expresa significación de su texto. Porque
son la defensa personal, el patrimonio inalterable que hace de cada hombre, ciudadano
o no,un ser libre e independiente dentro de la Nación Argentina" ("Manual de la
Constitución argentina", en "Obras completas", vol. 3, Buenos Aires, 1935, núm. 82;
confr., además, núms. 89 y 90). Los preceptos constitucionales tanto como la experiencia
institucional del país reclaman de consuno el goce y ejercicio pleno de las garantías
individuales para la efectiva vigencia del Estado de derecho e imponen a los jueces el
deber de asegurarlas (confr. causa "Siri", Fallos: 239:459).
16) Que es innegable, entonces, que una inteligencia dinámica del texto constitucional,
superadora de una concepción pétrea de sus directivas, conlleva la posibilidad de
encontrar en él los remedios adecuados para cada una de las circunstancias que está
llamado a regir. En ese sentido ha observado también el Tribunal que la Constitución, que
es la ley de las leyes y se halla en el cimiento de todo el orden jurídico positivo, tiene la
virtualidad necesaria de poder gobernar las relaciones jurídicas nacidas en circunstancias
sociales diferentes a las que existían en tiempo de su sanción. Este avance de los
principios constitucionales, que es de natural desarrollo y no de contradicción, es la obra
genuina de los intérpretes, en particular de los jueces, quienes deben consagrar la
inteligencia que mejor asegure los grandes objetivos para que fue dictada la Constitución.
Entre esos grandes objetivos y aun el primero entre todos, está el de "asegurar los
beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres
del mundo que quieran habitar en el suelo argentino"
(Preámbulo). De ahí que la Constitución está dirigida irrevocablemente
a asegurar a todos los habitantes "los beneficios de la libertad" y este propósito, que se
halla en la raíz de nuestra vida como Nación, se debilita o se corrompe cuando se
introducen distinciones que, directa o indirectamente, se traducen en obstáculos o
postergaciones para la efectiva plenitud de los derechos (confr. causa "Kot", Fallos:
241:291).
17) Que ante la imperiosa necesidad de dar una respuesta jurisdiccional que esté a la
altura de la evolución de las instituciones y a las exigencias actuales de la sociedad, no
puede pasar desapercibida a los magistrados la experiencia recogida en otros sistemas
jurídicos. Al respecto, en lo que aquí interesa, resulta ilustrativo traer a colación que en
los Estados Unidos de Norteamérica, a partir de las directivas del Bill of peace del siglo
XVII, mediante la labor jurisprudencial, se ha delineado la institución de las class actions
cuya definición conceptual quedó plasmada en las Federal Rules of Civil Procedure de
1938 y que ha experimentado una evolución posterior mediante numerosas decisiones
judiciales hasta obtener contornos más precisos en las Federal Rules de 1966. La Regla 23
(Equity Rule 23) de ese ordenamiento determinó que uno o más miembros de una clase
puede demandar o ser demandado como parte en representación de todos cuando: 1) la
clase es tan numerosa que la actuación de todos es impracticable, 2) existen cuestiones
de hecho y de derecho comunes a la clase, 3) las demandas o defensas de las partes
representantes son típicas de las demandas o defensas de la clase, y 4) las partes
representantes protegerán los intereses de la clase justa y adecuadamente.
El juez debe admitir la pretensión deducida por parte de un representante de la clase,
efectuando un adecuado control de su representatividad y de la existencia de una
comunidad de intereses. La decisión que se adopta tiene efectos erga omnes.

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