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Enlace Virtual – Edición N° 2, noviembre 2009

Boletín electrónico de la Unidad de Virtualización Académica (UVA)


Universidad de San Martín de Porres (USMP)

FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS PARA UNA TEORÍA DE LA


ARQUITECTURA

Arq. Nicanor Wong Ortiz


Universidad Ricardo Palma
Docente de la Escuela de Arquitectura de la USMP
nwong@usmp.edu.pe

Resumen

¿Qué distingue los conceptos de teoría, del diseño, de la filosofía o de la ideología del
concepto de arquitectura? ¿Son todas estas preguntas previas en singular o en plural?
En el siglo XVII, la ciencia moderna entra en abierta polémica con la tradicional, se
conjuntan aspectos válidos con erróneos. La revolución científica empezará con
Copérnico y la teoría heliocéntrica; Francis Bacon consolidará la ciencia basada en la
experimentación, Descartes influirá en el enfoque matemático de la ciencia y Kepler
formulará las primeras leyes científicas de la nueva ciencia. Galileo Galilei formula
teorías como la ley de la caída de los cuerpos y el descubrimiento de algunos planetas,
la mecánica de Newton inaugura una nueva era. Mientras tanto, Hegel concibe la
naturaleza como un despliegue de la idea y Comte –padre del positivismo– formula la
ley de los tres estadios del conocimiento: hay que abstenernos de preguntarnos por las
causas últimas de las cosas y limitarnos a formular leyes de los fenómenos
observables. Bajo este panorama, intentaremos dilucidar si aún es válido hablar de
teoría en arquitectura.

Palabras clave

Teoría, espacio, materia, forma, sustancia, causa, efecto, acto, potencia.

1. Introducción

La arquitectura era conocida vulgarmente como el quehacer humano que trasforma la


naturaleza para guarecerse de las inclemencias de ella y satisfacer las necesidades
básicas del hombre. A la acción de configurar un espacio que reúna las condiciones
físicas indispensables para protegerse del frío, del calor o de la lluvia, se la añade con
mayor intensidad el deseo de belleza. Se intentará así organizar tal configuración en
cánones de orden, proporción, forma y función para esta actividad edilicia. El legado
del romano Marco Vitruvio Polión en el siglo I a.C. en su tratado De Architectura es
claro ejemplo de este deseo.

Sin embargo, desde que el hombre es calificado como “sapiens”, probablemente se


haya cuestionado por razones más allá del mero hecho de construir. Ya el filósofo
chino Lao-Tsé (siglo IV a.C.) sostenía que “cuatro paredes y un techo no son
arquitectura, sino el aire que queda dentro”. Es pues que la arquitectura tendría como
su materia prima el espacio.

2. El espacio, materia prima de la arquitectura

La materia prima, en la filosofía aristotélica, se le denomina al sujeto primero de la


realidad corpórea, tangible por los sentidos y sujeta de cambios. Además, conviene
indicar que es el principio esencial a partir del cual el ente corpóreo se genera. Por
último, la materia prima permanece en la cosa generada. Se le denomina “prima”
porque no hay nada anterior a ella, es decir, no hay materia de la materia para
distinguirla de la nada. El nombre de materia “segunda” lo reservamos para lo que es
sujeto de modificaciones.

El espacio sería el principio esencial a partir del cual se generan las cosas, es decir, es
el inicio (a quo: hacia lo cual). Es, pues, que nos aproximaríamos a una primera
definición del espacio como “pura potencialidad e indeterminación”. Esta “potencialidad
pura” no es una posibilidad lógica (de razón), sino una capacidad real puesto que “lo
que puede ser” no llega a ser si no es a través del acto de ser. El espacio en cuanto
conocido y sujeto de especulación lo es por su capacidad inteligible a través de los
sentidos. No puede existir sin la forma que lo hace partícipe del acto de ser.

Entiéndase por “forma sustancial” al principio que hace inteligible los seres, ya sean
materiales o inmateriales (por ejemplo lo que es producto de nuestra imaginación),
vale decir, por lo cual una entidad tiene un modo determinado modo de ser.

Ahora bien, un determinado modo de ser responde a un acto por el cual las cosas son
lo que son y, ese acto -unitario y real- es a lo que llamamos forma sustancial (por
ejemplo: la casa es un espacio para habitar porque posee la forma sustancial casa).
También hay unos modos de ser cualitativos que responden a las formas accidentales
(siguiendo el ejemplo anterior: la casa es verde).

Será por la forma que el espacio tiene un principio intrínseco de unidad y organización,
diferenciándose de los meros estados de agregación. La unidad de materia y la forma –
la composición hilemórfica- es una relación de potencia y acto que, unidas, forman la
esencia o sustancia de las cosas: una entidad que sólo tuviera forma, sin materia,
sería inmaterial, como pueden ser las ideas.

De la idea de potencia y acto, materia y forma, se deduce que la forma sustancial es


única para cada sustancia: su esencia. De no ser así, la sustancia individual podría
poseer dos formas sustanciales contrarias.

Será justamente “el acto de la forma sustancial”, el ser algo y no otro, lo que permitirá
que el espacio sea conocido en la medida en que está más en acto. Esta capacidad de
ser –acto– es sujeto de gradación, se puede ser más o se puede ser menos, siempre
en referencia a la capacidad mayor inteligible. Mientras más incierto, se “es” menos.
Podemos concluir que la forma sustancial es el principio inteligibilidad del espacio.

3. El espacio individuado

Lo que es susceptible de conocer es lo que existe en la realidad: el espacio individual y


concreto. Por tanto, la experiencia nos dice que es un hecho la singularidad. Por otra
parte, el espacio tiene unas propiedades comunes a otros. Entonces, ¿qué es lo que
hace que dos espacios, perteneciendo a una misma función, es decir, teniendo algo en
común, sean diferentes? La solución radica en el principio de individuación.

El principio de individuación no es otra cosa que la materia prima, ya que la forma


sitúa a la sustancia dentro de una “especie”. Y, como lo que individualiza debe darse
en el nivel sustancial, y no es la forma (acto), se deduce necesariamente que tiene que
ser la materia prima. Por esto, decimos que la materia prima recibe a la forma y la
individúa, constituyendo un espacio concreto: este espacio y no otro.

El espacio queda cuantificado (quantitate signata: cuantitativamente signado). La


materia prima es una, como principio común a todo, pero la materia la encontramos
multiplicada en cada entidad individual. Como la forma es lo común a los individuos,
en ella no puede radicar el principio de multiplicidad. Por eso, tenemos que admitir que
será la misma materia pero individualizada por la cantidad (quantitas). La cantidad, al
tener dimensiones, determina a la materia haciendo que “este” espacio no sea “aquel”
espacio.

4. Lo individuado: dinamismo y estructura interna

Epistemológicamente, todo lo que es algo se caracteriza por un dinamismo propio y


peculiares pautas estructurales. Es decir, lo existente corpóreo se despliega siguiendo
unas pautas espacio-temporales causadas por su propia materialización individual.

Las características básicas de un espacio configurado materialmente serían:

− Potencial: Posee unas propiedades y características modificables en la medida en


que sea susceptible de tal o cual modificación según su propia estructura interna.
Por ejemplo, un elemento de madera es susceptible de convertirse en ceniza al ser
quemado, lo cual no sucedería con el metal.
− Cuantitativo: Es mensurable en su singularidad.
− Sensible: Susceptible de ser captado por nuestros sentidos.
− Material: Está hecho de algo que puede ser modificable.
− Sometido al espacio-tiempo: Dimensiones elementales de todo lo que es material.
Ocupa un lugar y está sometido a una sucesión de momentos: un antes y un
después.

Llamaré a este espacio individualizado y configurado materialmente lo edificado.

4.1 Lo edificado y su sistematización

Será pues que lo edificado establece un vínculo de relación con lo que le rodea y
consigo mismo, ya sea por su localización, ubicación, situación o posición.

Por localización entenderemos la relación entre lo edificado y el continente inmóvil, por


ubicación, la relación entre lo edificado y lo que le rodea –lo natural y lo artificial- y por
situación o posición, el orden interno de lo edificado.

Todas estas cualidades hacen posible que lo edificado forme un sistema. El término
sistema proviene del griego syn “junto a” e histemi “poner, colocar”, vale decir, lo
edificado es parte de un conjunto. Será pues, por la cualidad de relación, que al
espacio edificado se le puedan asignar reglas o principios de enlace de sus partes por
el todo individual y del todo individual con lo que le rodea.
¿Será entonces el espacio edificado objeto de una ciencia experimental? La respuesta
será positiva por su propia materialidad. Contrariamente, la filosofía considera los
sistemas tal y como se dan en la naturaleza. Las entidades naturales tienen un mayor
grado de “ser” por su estructura unitaria y dinamismo propio. Por otra parte, el espacio
edificado, si bien mantiene una individualidad, su unidad es más débil por el grado de
dependencia de las partes respecto al todo: agregaciones, conjunto de órdenes y
enlaces. Filosóficamente, podría ser un sistema en sentido débil.

Hasta el momento, me he referido tan sólo a las características hilemórficas del


espacio como si fuese autosuficiente y autónomo. Si la clave del entendimiento del
mismo ha sido la relación acto-potencia en tanto forma sustancial y materia prima, la
clave del entendimiento del espacio edificado será no sólo su esencia sino su
naturaleza.

5. La naturaleza del espacio edificado

En sentido amplio, por naturaleza podemos entender el conjunto de entidades que


componen el Universo: el Cosmos. Ahora bien, en sentido estricto, la naturaleza es el
principio intrínseco de actividad del ente corpóreo. Este principio intrínseco es atributo
tanto de la materia como la forma, pero la forma es más “naturaleza” que la materia
porque la actividad proviene de la forma. Por tanto, podemos concluir que la
naturaleza es principio de acciones y pasiones y éstas no ocurren de modo
espontáneo, sino en sucesión de causa-efecto y, para efectos de este ensayo, interesa
discernir la causa de la dinámica que configura el espacio.

Estamos en situación de advertir que cada sustancia tiene una naturaleza propia, y las
sustancias están formadas por la materia y la forma como causas intrínsecas de ella
(están dentro de la sustancia). Y con referencia al cambio, debemos advertir que éste
supone una causa agente que lo constituya en el ser y una causa final por la cual se
mueve a obrar.

Definiremos la causa como “aquello a partir de lo cual algo procede de algún modo”. Es
así como podemos considerar que las causas que constituyen a un ser son la causa
material, formal, ejemplar, eficiente y final. Las cinco causas anteriormente
mencionadas las podemos definir del siguiente modo:

− Causa material: Es aquello a partir de lo cual algo se hace y permanece


intrínsecamente en la cosa hecha. Por ejemplo, la madera con la que se hace una
cabaña.
− Causa formal: Es aquello por lo que algo tiene un determinado modo de ser. Por
ejemplo, una cabaña en vez de un tótem.
− Causa ejemplar: Es la forma ideada por la inteligencia de la causa eficiente. Se
distingue de la forma por su carácter subjetivo y racional. Por ejemplo, la
distribución y número de ambientes de la cabaña.
− Causa eficiente: Es aquello a partir de lo cual se produce el cambio. Por ejemplo, el
que construye la cabaña.
− Causa final: Es aquello por lo cual algo se hace. Por ejemplo, se construye la cabaña
para habitarla.

Tanto la causa formal como la ejemplar constituirían el especial carácter humano y


social del espacio edificado en orden a la causa final, lo que propiamente denominamos
arquitectura.
6. Pensar, construir, habitar

Hasta el momento, los párrafos precedentes han ido en orden de definir el campo de
acción del quehacer arquitectónico y su esencia. A continuación, estudiaremos al actor
de este quehacer definido y a su cometido con la finalidad de dilucidar los motivos, el
conocimiento mediante la razón de las causas últimas de su actuación como
configurador del espacio, un espacio humanizado.

Me detendría en dos cualidades humanas afectadas por el accionar del arquitecto: la


capacidad de posesión del espacio (habitus) por el usuario y la acción-pasión como
herramientas de las que se sirve para alcanzar lo primero.

Entendemos por acción aquel sujeto que pasa de la potencia al acto. Por tanto, podría
definir la acción como el ejercicio de la causalidad eficiente o la característica cuya
naturaleza consiste en la actualización de una potencia activa. El arquitecto, como
sujeto agente de un espacio edificado y el usuario como sujeto paciente son sujetos –
en el habitar– de adquirir una perfección, actualizando una capacidad que se posee
(potencia pasiva).

Cabe distinguir que la acción, tanto en la configuración –que ahora denominaremos


diseño– del espacio, como la capacidad de posesión del mismo pueden ser transitivas o
inmanentes. La transitiva mueve al sujeto paciente a realizar una acción (por ejemplo,
transitar por un pasillo para pasar de un ambiente a otro), mientras que la inmanente
la causa y el efecto permanecen en el mismo sujeto, es decir, se perfecciona a sí
mismo (por ejemplo, la contemplación de la belleza de la luz al ingresar por los vanos
dispuestos en un muro).

La acción del arquitecto en el diseño del espacio habitable deriva de su naturaleza


específica, de tal modo que podría afirmar que el obrar sigue al ser (operari sequitur
esse). Por lo tanto, existiría una cierta semejanza entre la acción del agente
(arquitecto) y la pasión que repercute en el paciente (usuario) puesto que nadie puede
otorgar lo que no tiene previamente. Esto sería conocido como la “huella” del creador
sobre la obra.

A pesar de toda la especulación anterior, se sucede una serie de emergencia de


novedades que exigen una causa, ya sea derivada de la condición de la libertad
humana como del autosostenimiento de la obra edilicia sobre los materiales
empleados. Por una parte, estas complejidades pueden deberse a la potencialidad del
espacio en cuanto materia prima susceptible de actualizarse de diversas formas (por
ejemplo, el cambio de uso de un espacio) y, por otra, la confluencia de causas agentes
que actualizan potencialidades en el material edilicio: humedad, óxido, fisuras, etc.
Estas potencialidades existen como una información almacenada en la estructura física
de la materia cuantificada que, cuando se dan las circunstancias adecuadas, producen
nuevos tipos de organización. Este fenómeno revela una característica del mundo
físico: su contingencia.

El orden pensar-construir-habitar es el orden fáctico de la creación de un espacio


edificado, desde la causa hasta el efecto. La razón de la arquitectura devendrá de la
teleología de la misma. Recién estamos en capacidad de distinguir si es posible
elaborar de la praxis arquitectónica una filosofía y/o teoría de la misma.
7. Teoría del diseño: necesidad y contingencia

Si definimos la ciencia como el conocimiento cierto por las causas, la teoría será la
serie de la leyes o hipótesis que sirven para relacionar determinado orden de
fenómenos.

Puesto que la arquitectura se realiza sobre una materia cuantitate signata, está
sometida al control experimental que se enuncia por medio de leyes, por ejemplo, las
leyes físicas que regulan el orden constructivo: coeficientes de resistencia de los
materiales, procesos constructivos, etc. Sin embargo, en cada proceso intervienen
muchos factores por lo que no se repiten las mismas circunstancias. Podría decirse que
no existen leyes en sentido estricto sino una regularidad que nos induce a pensar en
repeticiones aproximadas.

En este sentido, la contingencia (el poder ser) se opone a la necesidad (el deber ser).
Puesto que el quehacer arquitectónico necesita de la edilicia y la edilicia del mundo
material, existirían muchos tipos de necesidad de carácter relativo.

La mayor dependencia de la materia implica, para el arquitecto, una mayor necesidad


en el obrar, lo que supondría una cierta coacción a la libertad de diseño, una
imperfección. El ser humano, como artífice del diseño creativo, supera la materialidad
ejerciendo una auténtica libertad, mientras que las entidades materiales obran de
modo necesario. A pesar de todo, en el accionar sobre la materia, se incurre en cierto
determinismo del diseño aunque de carácter relativo y complejo, sometido al azar de
las circunstancias y la libertad humana.

Propiamente, no se podría hablar de una teoría del diseño, sino de múltiples teorías
debido a su propiedad contingente y azarosa.

8. Teoría de la arquitectura

A diferencia de la antes mencionada, teorizar sobre arquitectura es un intento de


sistematizar las posibles formas substanciales que actualizarían la materia prima en un
singular espacio edificado y habitable. Vale decir, es un intento de comprender las
razones de la acción del arquitecto: la causa ejemplar y eficiente.

La función creativa del arquitecto respecto a la concepción de la forma sustancial y su


posible individualización a través de la materia responderá, sobre todo, a la naturaleza
del raciocinio. Es propio de la naturaleza de esta capacidad del intelecto humano
alcanzar una verdad inteligible a partir de varias certezas conocidas comparadas entre
sí. A este accionar se le denomina razonamiento: vincular proposiciones que crean una
dependencia causal y necesaria de la conclusión a la que se llega respecto al
antecedente.

Pero también existen otras formas de llegar a una conclusión: por medio de la
argumentación. La argumentación se divide en dos partes, la primera parte de
conclusiones generales de la que se deduce una nueva conclusión particular que está
contenida dentro de la anterior de la que partimos. La segunda parte de hechos
singulares adquiridos mediante la experiencia sensible hasta llegar a alguna conclusión
general a la que se le denomina argumentación inductiva.

Para Aristóteles, la verificación de una conclusión tenía que ser completa. Sólo de este
modo la conclusión podría asumir el estatus de ley universal.
Puesto que tanto la causa ejemplar como la eficiente están sometidas a la libertad del
arquitecto y las peculiares circunstancias sociales, culturales y tecnológicas, la teoría
de la arquitectura se presenta como una variedad en lo singular. A diferencia del
anterior, no es susceptible de generar reglas sino tan sólo proponer explicaciones que,
dependiendo de las premisas, pueden conllevar a conclusiones erróneas, dudosas o
certeras; pero siempre a una mayor o menor aproximación a lo que denominamos
verdad, fin del conocimiento intelectual.

Así, lo que denominamos como teoría de la arquitectura, devendría en un conjunto de


conocimientos sistemáticos, ordenados y coherentes sobre la causalidad ejemplar,
agente y final del quehacer arquitectónico. Como ciencia, tendrá dos objetos de
estudio: el material y el formal. El objeto material será el conjunto teórico respecto a
la arquitectura mientras que el objeto formal –aspecto bajo el cual se estudia el objeto
material– será el modo inductivo o argumentativo de carácter lógico racional empleado
para alcanzar tal conocimiento.

Puesto que el intelecto humano no está exento del error tanto en la toma de premisas
como del proceso de análisis, comparación y síntesis, la teoría de la arquitectura es
caldo de cultivo de la crítica, vale decir, es sometible a ser examinado y elaborar otros
conjuntos de juicios respecto al proceso o a la conclusión de alguna teoría.

El empleo del plural en la teoría de la arquitectura no cabe sensu stricto por la


univocidad de su fin asumido como acción. Sí cabría el empleo del plural respecto al
conjunto de conclusiones dentro de una sola acción: la búsqueda de una certeza o
verdad teórica.

9. Filosofía y teoría de la arquitectura

El interrogarse sobre el porqué de las cosas es inherente a la razón humana, aunque


las respuestas que se han ido sucediendo se enmarcan dentro de un horizonte que
evidencia la complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el hombre. A
pesar del cambio de los tiempos y de los progresos del saber, existe un conjunto de
principios tales como el de no contradicción, de finalidad, de causalidad, de concepción
del hombre como sujeto inteligente y libre…que son compartidos en cierto modo por
todos. Es como si nos encontrásemos ante una filosofía implícita donde cada uno cree
conocer estos principios.

Tomás de Aquino definiría la filosofía como el conocimiento de todas las cosas por sus
causas últimas adquirido mediante la razón. Puesto que la filosofía tendrá como objeto
material todas las cosas, es decir, lo que es, su propósito será la explicación de las
causas primeras (sobre todo la material y eficiente) y últimas (final).

El método empleado por la filosofía será también de orden racional que, partiendo de
la realidad sensible a través del conocimiento, indaga por las causas primeras y finales
de todo lo que es. La experiencia sólo le será útil para verificar los hechos. En este
punto radican las diferencias y similitudes con la teoría de la arquitectura: primero, en
cuanto a la proximidad con la realidad sensible. Esta proximidad hace que la filosofía
sea –tal vez– menos abstracta y conceptual que la teoría. Mientras que la teoría puede
especular sobre otros razonamientos, la filosofía especularía –básicamente– sobre el
ser de las cosas que tiene un sustento in re (en la realidad próxima y evidente).
Segundo, la elaboración teórica de la arquitectura tiene una marcada traza social y
sujeta a la dinámica propia de la historia. Al igual que la filosofía, el progreso de ambas
no es lineal ni acumulativo. Hay avances, retrocesos y cúspides inalcanzables que no
necesariamente van a la par con el progreso científico-técnico, aunque sí existen
influencias de una sobre la otra y viceversa.

10. Referencias

ALVIRA, Tomás et alii. (1990). Metafísica. Pamplona, EUNSA.

ARTIGAS, Mariano. (1990). Introducción a la filosofía. Pamplona, EUNSA.

ARTIGAS, Mariano. (1998). Filosofía de la naturaleza. Pamplona, EUNSA.

ARTIGAS, Mariano y Juan José SANGUINETI. (1989). Filosofía de la naturaleza.


Pamplona, EUNSA.

AUBERT, José. (1987). Filosofía de la naturaleza. Barcelona, Herder.

LLANO, Alejandro. (1998). Gnoseología. Pamplona, EUNSA.

MARITAIN, Jacques. (1967). El orden de los conceptos. Buenos Aires, Club de Lectores.

MARITAIN, Jacques. (1987). Introducción general a la filosofía. Friburgo, Editorial


Universitaria.

SANGUINETI, Juan José. (1982). Lógica. Pamplona, EUNSA.

SANGUINETI, Juan José. (1992). Introducción a la filosofía. Roma, University Press.

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