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Resumen
¿Qué distingue los conceptos de teoría, del diseño, de la filosofía o de la ideología del
concepto de arquitectura? ¿Son todas estas preguntas previas en singular o en plural?
En el siglo XVII, la ciencia moderna entra en abierta polémica con la tradicional, se
conjuntan aspectos válidos con erróneos. La revolución científica empezará con
Copérnico y la teoría heliocéntrica; Francis Bacon consolidará la ciencia basada en la
experimentación, Descartes influirá en el enfoque matemático de la ciencia y Kepler
formulará las primeras leyes científicas de la nueva ciencia. Galileo Galilei formula
teorías como la ley de la caída de los cuerpos y el descubrimiento de algunos planetas,
la mecánica de Newton inaugura una nueva era. Mientras tanto, Hegel concibe la
naturaleza como un despliegue de la idea y Comte –padre del positivismo– formula la
ley de los tres estadios del conocimiento: hay que abstenernos de preguntarnos por las
causas últimas de las cosas y limitarnos a formular leyes de los fenómenos
observables. Bajo este panorama, intentaremos dilucidar si aún es válido hablar de
teoría en arquitectura.
Palabras clave
1. Introducción
El espacio sería el principio esencial a partir del cual se generan las cosas, es decir, es
el inicio (a quo: hacia lo cual). Es, pues, que nos aproximaríamos a una primera
definición del espacio como “pura potencialidad e indeterminación”. Esta “potencialidad
pura” no es una posibilidad lógica (de razón), sino una capacidad real puesto que “lo
que puede ser” no llega a ser si no es a través del acto de ser. El espacio en cuanto
conocido y sujeto de especulación lo es por su capacidad inteligible a través de los
sentidos. No puede existir sin la forma que lo hace partícipe del acto de ser.
Entiéndase por “forma sustancial” al principio que hace inteligible los seres, ya sean
materiales o inmateriales (por ejemplo lo que es producto de nuestra imaginación),
vale decir, por lo cual una entidad tiene un modo determinado modo de ser.
Ahora bien, un determinado modo de ser responde a un acto por el cual las cosas son
lo que son y, ese acto -unitario y real- es a lo que llamamos forma sustancial (por
ejemplo: la casa es un espacio para habitar porque posee la forma sustancial casa).
También hay unos modos de ser cualitativos que responden a las formas accidentales
(siguiendo el ejemplo anterior: la casa es verde).
Será por la forma que el espacio tiene un principio intrínseco de unidad y organización,
diferenciándose de los meros estados de agregación. La unidad de materia y la forma –
la composición hilemórfica- es una relación de potencia y acto que, unidas, forman la
esencia o sustancia de las cosas: una entidad que sólo tuviera forma, sin materia,
sería inmaterial, como pueden ser las ideas.
Será justamente “el acto de la forma sustancial”, el ser algo y no otro, lo que permitirá
que el espacio sea conocido en la medida en que está más en acto. Esta capacidad de
ser –acto– es sujeto de gradación, se puede ser más o se puede ser menos, siempre
en referencia a la capacidad mayor inteligible. Mientras más incierto, se “es” menos.
Podemos concluir que la forma sustancial es el principio inteligibilidad del espacio.
3. El espacio individuado
Será pues que lo edificado establece un vínculo de relación con lo que le rodea y
consigo mismo, ya sea por su localización, ubicación, situación o posición.
Todas estas cualidades hacen posible que lo edificado forme un sistema. El término
sistema proviene del griego syn “junto a” e histemi “poner, colocar”, vale decir, lo
edificado es parte de un conjunto. Será pues, por la cualidad de relación, que al
espacio edificado se le puedan asignar reglas o principios de enlace de sus partes por
el todo individual y del todo individual con lo que le rodea.
¿Será entonces el espacio edificado objeto de una ciencia experimental? La respuesta
será positiva por su propia materialidad. Contrariamente, la filosofía considera los
sistemas tal y como se dan en la naturaleza. Las entidades naturales tienen un mayor
grado de “ser” por su estructura unitaria y dinamismo propio. Por otra parte, el espacio
edificado, si bien mantiene una individualidad, su unidad es más débil por el grado de
dependencia de las partes respecto al todo: agregaciones, conjunto de órdenes y
enlaces. Filosóficamente, podría ser un sistema en sentido débil.
Estamos en situación de advertir que cada sustancia tiene una naturaleza propia, y las
sustancias están formadas por la materia y la forma como causas intrínsecas de ella
(están dentro de la sustancia). Y con referencia al cambio, debemos advertir que éste
supone una causa agente que lo constituya en el ser y una causa final por la cual se
mueve a obrar.
Definiremos la causa como “aquello a partir de lo cual algo procede de algún modo”. Es
así como podemos considerar que las causas que constituyen a un ser son la causa
material, formal, ejemplar, eficiente y final. Las cinco causas anteriormente
mencionadas las podemos definir del siguiente modo:
Hasta el momento, los párrafos precedentes han ido en orden de definir el campo de
acción del quehacer arquitectónico y su esencia. A continuación, estudiaremos al actor
de este quehacer definido y a su cometido con la finalidad de dilucidar los motivos, el
conocimiento mediante la razón de las causas últimas de su actuación como
configurador del espacio, un espacio humanizado.
Entendemos por acción aquel sujeto que pasa de la potencia al acto. Por tanto, podría
definir la acción como el ejercicio de la causalidad eficiente o la característica cuya
naturaleza consiste en la actualización de una potencia activa. El arquitecto, como
sujeto agente de un espacio edificado y el usuario como sujeto paciente son sujetos –
en el habitar– de adquirir una perfección, actualizando una capacidad que se posee
(potencia pasiva).
Si definimos la ciencia como el conocimiento cierto por las causas, la teoría será la
serie de la leyes o hipótesis que sirven para relacionar determinado orden de
fenómenos.
Puesto que la arquitectura se realiza sobre una materia cuantitate signata, está
sometida al control experimental que se enuncia por medio de leyes, por ejemplo, las
leyes físicas que regulan el orden constructivo: coeficientes de resistencia de los
materiales, procesos constructivos, etc. Sin embargo, en cada proceso intervienen
muchos factores por lo que no se repiten las mismas circunstancias. Podría decirse que
no existen leyes en sentido estricto sino una regularidad que nos induce a pensar en
repeticiones aproximadas.
En este sentido, la contingencia (el poder ser) se opone a la necesidad (el deber ser).
Puesto que el quehacer arquitectónico necesita de la edilicia y la edilicia del mundo
material, existirían muchos tipos de necesidad de carácter relativo.
Propiamente, no se podría hablar de una teoría del diseño, sino de múltiples teorías
debido a su propiedad contingente y azarosa.
8. Teoría de la arquitectura
Pero también existen otras formas de llegar a una conclusión: por medio de la
argumentación. La argumentación se divide en dos partes, la primera parte de
conclusiones generales de la que se deduce una nueva conclusión particular que está
contenida dentro de la anterior de la que partimos. La segunda parte de hechos
singulares adquiridos mediante la experiencia sensible hasta llegar a alguna conclusión
general a la que se le denomina argumentación inductiva.
Para Aristóteles, la verificación de una conclusión tenía que ser completa. Sólo de este
modo la conclusión podría asumir el estatus de ley universal.
Puesto que tanto la causa ejemplar como la eficiente están sometidas a la libertad del
arquitecto y las peculiares circunstancias sociales, culturales y tecnológicas, la teoría
de la arquitectura se presenta como una variedad en lo singular. A diferencia del
anterior, no es susceptible de generar reglas sino tan sólo proponer explicaciones que,
dependiendo de las premisas, pueden conllevar a conclusiones erróneas, dudosas o
certeras; pero siempre a una mayor o menor aproximación a lo que denominamos
verdad, fin del conocimiento intelectual.
Puesto que el intelecto humano no está exento del error tanto en la toma de premisas
como del proceso de análisis, comparación y síntesis, la teoría de la arquitectura es
caldo de cultivo de la crítica, vale decir, es sometible a ser examinado y elaborar otros
conjuntos de juicios respecto al proceso o a la conclusión de alguna teoría.
Tomás de Aquino definiría la filosofía como el conocimiento de todas las cosas por sus
causas últimas adquirido mediante la razón. Puesto que la filosofía tendrá como objeto
material todas las cosas, es decir, lo que es, su propósito será la explicación de las
causas primeras (sobre todo la material y eficiente) y últimas (final).
El método empleado por la filosofía será también de orden racional que, partiendo de
la realidad sensible a través del conocimiento, indaga por las causas primeras y finales
de todo lo que es. La experiencia sólo le será útil para verificar los hechos. En este
punto radican las diferencias y similitudes con la teoría de la arquitectura: primero, en
cuanto a la proximidad con la realidad sensible. Esta proximidad hace que la filosofía
sea –tal vez– menos abstracta y conceptual que la teoría. Mientras que la teoría puede
especular sobre otros razonamientos, la filosofía especularía –básicamente– sobre el
ser de las cosas que tiene un sustento in re (en la realidad próxima y evidente).
Segundo, la elaboración teórica de la arquitectura tiene una marcada traza social y
sujeta a la dinámica propia de la historia. Al igual que la filosofía, el progreso de ambas
no es lineal ni acumulativo. Hay avances, retrocesos y cúspides inalcanzables que no
necesariamente van a la par con el progreso científico-técnico, aunque sí existen
influencias de una sobre la otra y viceversa.
10. Referencias
MARITAIN, Jacques. (1967). El orden de los conceptos. Buenos Aires, Club de Lectores.