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¿Qué parte de vuestra razón desaparece


en una noche muy pasada de alcohol?

Si estáis totalmente embriagados, imposible saber dónde estáis, lo que


perdéis, lo que os falla y hace falta. De la cabeza que da vueltas, en los
primeros momentos de la borrachera, hasta el otro extremo de la pérdida de
conciencia en el coma etílico, todos los grados de alteración son posibles: de
la razón fluctuante a la razón ausente, pasando por la razón problemática.
Podéis conocer entonces la volubilidad de la razón liberada de las coaccio-
nes sociales y las censuras habituales, la razón excitada, después, la razón
impedida, torpe con el lenguaje y las palabras, la expresión y la argumen-
tación, y finalmente, la razón aturdida, acompañada de una pérdida de
equilibrio, de apuros en la posición bípeda, en vía de la regresión cuadrú-
peda, a menos que no estéis ya reptando cual bestias primitivas... ¡Cuidado
al despertar!
¿Qué es esta razón afectada por la bebida? Una facultad de combinar
los conceptos y las proposiciones intelectuales, de utilizar la inteligencia para
comparar las ideas y la realidad. Razonar es pensar con orden, método y dis-
ciplina, encadenar los argumentos, practicar un discurso sensato, cuya pro-
cedencia, situación y dirección capte el interlocutor. Es, también, conducir
nuestra reflexión con el cuidado de demostrar, probar y justificar. De hecho,
la razón es uno de los instrumentos que permite la relación entre uno mismo

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y el mundo, uno y los otros. Permite la captación y compresión del sentido


que se aplica en las relaciones humanas y la naturaleza del mundo.
La razón que calcula es lo propio del hombre, en efecto, ella nos distin-
gue de los demás animales. Ciertamente, hemos podido constatar en algu-
nos de entre los animales más evolucionados, principalmente los primates,
una relativa capacidad para asociar, inventar, crear y comunicar. Suponga-
mos que hay una banana colgada lejos del alcance de un mono en una habi-
tación cerrada; en una esquina un taburete, en otra, un bastón: rápidamente,
el animal juzga la situación, comprende la naturaleza del problema, reúne el
conjunto de los datos, traza una estrategia, actúa para poner en juego el
proceso que le permite, sin esfuerzo alguno, subirse al taburete y transformar
el bastón en herramienta para descolgar el fruto anteriormente inalcanzable.
Algunos hablan de inteligencia animal, de razón embrionaria (si llamamos así
a la capacidad de concebir un problema y resolverlo por sus propios medios).
Pero esta razón no es evolutiva, es simple, limitada a algunas operaciones
someras, y poco susceptible, incluso después de una educación apropiada,
de llegar a ser tan eficaz, imaginativa e inventiva como la razón humana.

Laucar nuestras neuronas

Esta razón funciona como una máquina, un mecanismo. ¿Hace falta por
ello oponerla a la intuición? ¿El espíritu de geometría de la razón que analiza
se opone al espíritu de finura que capta a través de la intuición? En realidad,
podemos considerar la razón como el complemento de la intuición. Pues el
conocimiento supone a priori percepciones, sensaciones, emociones, una
conmoción del cuerpo y la fisiología. La carne proporciona información des-
ordenada, impulsos nerviosos, señales neuronales, energía eléctrica, imáge-
nes transformadas en datos descifrados por el cerebro. La razón realiza un
trabajo de selección, pone en orden y estructura los datos dispersos en sig-
nos inteligibles y con sentido.
El lenguaje y la razón mantienen una relación íntima para producir sig-
nificación. Por un lado, el lenguaje crea sentido, por el otro, el sentido genera
lenguaje. El movimiento de ida y vuelta permanente hace que la razón actúe
y se descubra, se experimente y se manifieste en el lenguaje. Un ser
desprovisto de lenguaje (verbal o no) da pruebas de que su razón está mer-
mada otro tanto; un ser desprovisto de razón ve su lenguaje paralelamente
limitado, contenido, retenido y poco eficaz. La razón se ejerce en el lenguaje
y con él; de la misma manera, el lenguaje se ejerce por la razón. La razón,

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que pone orden en la confusión primitiva de las sensaciones y las emociones


primeras, necesita un lenguaje estructurado por el cual, el dato difuso, se
convierta en una idea clara y distinta.
La razón procede de una educación neuronal, supone, desde el primer
momento de la existencia, un trabajo regular, sostenido y repetido de la
inteligencia a fin de crear redes, sinapsis nerviosas (conexiones de
neuronas), que puedan utilizarse en operaciones de la mente, de la reflexión,
de la inteligencia, del ejercicio del pensamiento. No hay razón sin educación,
sin adiestramiento fisiológico, sin pedagogía apropiada. No nacemos dispo-
niendo de ese instrumento prefabricado, hay que adquirirlo, trabajarlo,
mantenerlo, hacerlo funcionar regularmente para poder hacer uso de él. No
forzosamente para utilizarlo correctamente, sino para usarlo simplemente.
Trabajando el lenguaje, la memoria, reflexionando, calculando, multiplicando
las ocasiones en las que recurrir a este instrumento, ponemos a punto una
razón por medio de la cual se plantean cuestiones, se resuelven problemas,
se comprende lo que apriorisz resiste a ser comprendido. El niño, el loco, el
anciano senil, el discapacitado psíquico no tienen razón: ya sea que les falta,
como en el caso del recién nacido o del bebé en sus primeros momentos, ya
sea que les ha faltado siempre, ya sea que los ha abandonado. A la manera
de una gracia, un don o un talento, la razón puede ser, haber sido -brillante o
media-, irse, ponerse entre paréntesis -el alcohol, la cólera, la epilepsia, la
locura, las drogas, actúan suspendiendo la razón, inclusive destruyéndola
por medio de las drogas duras, el alcohol o el uso duro de las drogas
blandas.

Carnaval de Colonia en 1953


(fotografía de Henri Cartier-Bresson).

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Immanuel Kant (alemán, 1724-1804)


Creador del criticismo (crítica del funcionamiento de la razón y ¿J reducción de su
uso únicamente a los objetos de experimentación, siendo el resto, muy separado,
dependiente de la fe.) Un libro de suma importancia: Crítica de la razón pura (1781). En
moral hace laico el contenido de las enseñanzas de los Evangelios.

Filosofía de la embriaguez
Para excitar o apaciguar la imaginación hay un medio corporal, el
empleo de sustancias productoras de embriaguez, de las que algunas,
venenosas, debilitan la fuerza vital (ciertas setas, uñas de oso salvaje, el
chicha de los peruanos y el ava de los indios del Pacífico, el opio), otras la
fortifican, o al menos elevan el sentimiento que se tiene de ella (como las
bebidas fermentadas, el vino y la cerveza, o el espíritu extraído de ellas, el
aguardiente), pero todas son artificiales y antinaturales. El que los toma con
tal exceso que se torna durante cierto tiempo incapaz de ordenar las
representaciones sensibles según las leyes de la experiencia, se dice ebrio o
borracho; y el ponerse voluntaria o deliberadamente en este estado se dice
embriagarse. Todos estos medios servirían para hacer olvidar al hombre la
carga que radicalmente parece haber en toda vida. Esta muy difundida
inclinación y su influencia sobre el uso del entendimiento merece preferente
consideración en una Antropología pragmática.
Toda embriaguez muda, esto es, aquella que no aviva la sociabilidad y
la recíproca comunicación de pensamientos, tiene de suyo algo de afrentoso;
tal es la del opio y la del aguardiente. El vino y la cerveza, de los cuales el
primero es meramente excitante, la segunda más nutritiva y parecida a un
alimento, provocan la embriaguez sociable; hay, empero, la diferencia de que
las orgía de cerveza son más soñadoramente herméticas, frecuentemente
también groseras, mientras que las de vino son alegres, ruidosas y de
chistosa locuacidad.
La incontinencia en el beber en compañía, que llega a la obnubilación de
los sentidos, es sin disputa una falta de decoro en el varón, no solo por
respeto a la compañía con que se entretiene, sino también por respeto a la
propia estimación, cuando sale tambaleándose, o al menos con paso
inseguro, o meramente balbu-

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ciendo. Pero también cade aducir muchas cosas para mitigar el juicio obre
semejante vicio, ya que tan fácilmente puede olvidarse y traspasarse el límite
del dominio de sí; pues el anfitrión quiere que el invitado salga gracias a su
acto de sociabilidad plenamente satisfecho [...].
La despreocupación, y con ella el descuido de que es causa la
embriaguez, es un sentimiento ilusorio de acrecentamiento de la fuerza vital;
el embriagado no siente los obstáculos de la vida, en cuya superación se
ocupa incesamente la naturaleza (y es en lo que consiste la salud), y es
dichoso en medio de su debilidad, mientras la naturaleza pugna realmente en
él por restablecer de un modo gradual su vida mediante un paulatino
incremento de sus fuerzas. Las mujeres, los eclesiásticos y los judíos no
suelen emborracharse, o al menos evitan cuidadosamente toda apariencia
de ello, porque son civilmente débiles y tienen necesidad de continencia
(para lo cual es absolutamente indispensable la sobriedad). Pues su valor
externo descansa meramente en la fe de los demás en su castidad, su
piedad o su ley separatista. Pues por lo que concierne a esto último, todos
los separatistas, esto es, todos aquellos que no se someten meramente a la
ley pública de un país, sino además a una ley especial (sectaria), están,
como gentes aparte y presuntos escogidos, preferentemente expuestos a la
atención de la comunidad y al rigor de la crítica; tampoco pueden, pues, ser
negligentes en la atención que se presten a sí mismos, porque la
embriaguez, que suprime este cuidado, es para ellos un escándalo.
De Catón dice su estoico admirador: «Su virtud se robusteció con el vino
[...]», y de los antiguos teutones un moderno: «Tomaban sus resoluciones
(cuando se trataba de decidir una guerra) bebiendo, a fin de que no
careciesen de energía, y reflexionaban sobre ellas pasada la embriaguez, a
fin de que no careciesen de sentido».
El beber desata la lengua [...]. Pero también franquea el corazón y es el
vehículo material de una cualidad moral, a saber, la franqueza. La reserva en
los propios pensamientos es para un corazón puro un estado opresivo, y
unos bebedores jocundos no toleran fácilmente que nadie sea en medio de la
francachela muy moderado; porque representa un observador que atiende a
las faltas de los demás, pero reserva las suyas propias. También dice Hume:
«Es desagradable el compañero de diversión que no olvida; las locuras de un
día deben ser olvidadas para hacer lugar a las del otro». En la licencia que el
varón tiene para rebasar un poco, y

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por breve tiempo, en gracia a la alegría colectiva, los límites de la sobriedad,


se da por supuesta la bondad de corazón; la política que estaba en
boga hace medio siglo, cuando las cortes del Norte enviaban embajadores
que podían beber mucho sin emborracharse, pero hacía amborracharse a los
demás para sonsacarles noticias o convencerlos, era taimada; mas ha
desaparecido con la rudeza de las costumbres de aquel tiempo, y una
epístola monitoria contra ese vicio sería ahora superflua por respecto a las
clases cultivadas.
¿Se puede averiguar mediante la bebida el temperamento del hombre
que se emborracha o su carácter? Yo creo que no. Se ha mezclado un nuevo
líquido a los humores que circulan en sus venas y actúa sobre sus nervios
otro estímulo, que no descubre más claramente la temperatura natural, sino
que introduce otra. De aquí que entre los que se embriagan el uno se
presente enamorado, el otro grandilocuente, un tercero pendenciero, un
cuarto (principalmente con la cerveza) se pone llorón, o le da por rezar, o se
queda mucho; pero todos se reirán, cuando hayan dormido la borrachera y
se les recuerden sus discursos de la noche anterior, de aquel singular temple
o destemplanza de sus sentidos.
Antropología en sentido pragmático. Alianza, Madrid, 199 1, versión española
de José Gaos

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