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CURSO DE ETICA CRISTIANA. PROFESOR PABLO WIEGAND G. CURSO BASICO DE MORAL EUGENIO ALBUQUERQUE GRUPO NUMERO TRES Compromiso por ia justicia La justicia ha sido siempre virtud clave de la ética, porque, en cierto modo, constituye la materializacién de todas las demas virtudes. Como ha escrito V. Camps, la justicia es la ética, la virtud propiamente dicha. Es, en efecto, condicién necesaria de la vida moral. Si no existe la justicia, la dignidad de la per- sona es mera palabrerfa. Las cosas que importan al hombre, las grandes urgencias sociales, estan en relaci6n con fa justicia: los derechos humanos, el desarrollo de los pueblos y las grandes desigualdades, la paz y la guerza, la violencia, la pena de muer- te, los conflictos laborales, la huelga, etc. Por encima de todas las controversias, cada una de estas instancias se encuentra en relaci6n directa con la justicia. Toda la ética social occidental ha girado en torno a la justi- cia; y esta categoria sigue conservando su validez. Pero el tér- mino justicia es hoy uno de los ms utilizados y, quiza, mas manipulados y degradados. Todos los grupos sociales, los par- tidos politicos, las instituciones quieren ofrecer sus programas, objetivos e intereses, bajo la bandera de la justicia. Facilmen- te resulta un concepto ambiguo y vacio de sentido. Por ello, es necesario precisar su significado y definir sus exigencias. Este es el objetivo principal de este capitulo. En primer lugar, si- guiendo el mensaje biblico, sefialamos los rasgos mas impor- 109 tantes que describen la comprensién cristiana de la justicia; des- pués, desde este horizonte, presentamos algunas exigencias éti- cas, destacando la busqueda de la igualdad y la opcién prefe- rencial por los pobres, aspectos que ha de cuidar especialmente la catequesis (cf. DGC 104). Don mesianico En el Antiguo Testamento, justicia tiene un sentido muy amplio y llega, a veces, a ser sindnimo de salvacién, paz, liberaci6n, santidad. En realidad, designa todo aquello que el creyente pue- de esperar de Dios. Es un don mesidnico y salvifico: «Abrase la tierra y produzca salvacion, y germine juntamente la justicia» (Is 45,8; 9,6; 60,17). Es, por otra parte, un atributo de Dios; caracteriza jas rela- ciones de la alianza de Yahvé con Israel. Dios obra conforme al derecho y establece el derecho en el pueblo. Ante la false- dad de principes, jueces y sacerdotes, «el Sefior es justo, no Co- mete injusticia» (So 3,50). Y Dios protege el derecho de cada uno; acoge a los pobres y ayuda a los oprimidos. Y, si la justi- cia de Dios expresa para Israel su fidelidad a ja alianza, Israel debe responder también fielmente. La justicia es la respuesta que Yahvé espera. implica una actitud recta ante Dios y ante el projimo, que origina necesariamente exigencias sociales. En este sentido, los profetas denuncian que la injusticia do- mine en la vida publica y ensefian que la adoracién a Dios es un engafio si no va acompaiiada del respeto por el derecho de los hombres, especialmente de los pobres. La explotacion de los débiles, los precios excesivos, la trampa en los pesos, el en- gafio en los cambios, son aspectos concretos de esta denuncia de la injusticia. ‘A menudo cuando !a Sagrada Escritura proclama la ley de Dios, recuerda que es £1 quien reivindica {a justicia para todos fos hom- bres y quien vengard a aquellos cuyos derechos son violados. La 110 sangre de un hombre asesinado grita a Dios proteccidn. Si los sa- arios justos no se pagan a los trabajadores, es Dios quien apoya su peticién. Si un trabajo no se realiza con honestidad a cambio del justo salario, si no se da el valor justo a las mercancias vendi- das, es ef Dios justo el que queda privado de sus derechos. La justicia del Reino El Nuevo Testamento prosigue esta tradicién. Pero ya en los si- népticos se advierte gran reserva ante la practica usual de la jus- ticia en las denuncias de Jestis ante los fariseos: «Si vuestra justi- cia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5,20). Y es que el Evangelio promete y otorga una justicia nueva: la justicia del Reino, que saciard a todos los que tienen hambre y sed de ella. Esta es la justicia que hay que buscar: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia> (Mt 6,33). Su contenido est constituido por las exigencias del Sermén de la Montaiia, incluida la de amar a los enemigos. Pero la verdadera justicia no es obra de los hombres, sino don de Dios, de la misma manera que el Reino es obra divina. Desde esta perspectiva hay que entender también el concepto paulino de la justicia. Segtin el pensamiento de san Pablo, Dios no manifiesta su justicia juzgando al hombre con criterios jus- tos, sino declarandolo justo, es decir, haciéndolo justo. Asi, so- lo es justo aquel a quien Dios reconoce como tal. Por tanto, fa justicia, mds que regular la conducta social del hombre, desig- na la relacién con Dios. Dios ha demostrado su justicia en- viando a Cristo. Declara justo a todo el que cree en El. Y esta oferta de justicia se dirige a toda !a humanidad: «El hombre es justificado por la fe» (Rm 3,28). Entonces, en la concepcién paulina, la justicia no es obra del hombre ni fruto de su es- fuerzo, sino don de Dios. Pero si se acepta la justicia, ésta se convierte, ciertamente, en origen de una nueva moralidad, en un estado de vida que supera la injusticia y el pecado. Wt Se podria decir, en sintesis, que en la Sagrada Escritura se en- cuentran y conviven dos significados de justicia. Junto a la idea teoldgica, desarrollada especialmente por san Pablo de la «jus- ticia de Dios» que se otorga a los creyentes, se halla también la exigencia de una justicia que es preciso vivir para entrar en el reino de Dios, aunque su contenido no queda muy precisado. Dar a cada uno su derecho Los primeros influjos en el concepto cristiano de justicia provie- nen de fa cultura grecorromana. Arist6teles elabora una noci6n de justicia cuyo influjo es determinante en ef pensamiento occi- dental. Para el gran fildsofo griego, justicia «es una virtud por la cual cada uno recibe lo suyo y segin indica la ley». El centro de esta concepcién filoséfica es la idea de dar a cada uno lo suyo; es decir, que el hombre dé al hombre fo que le corresponde. En cambio, injusticia significa que es retenido o quitado al hombre por el hombre, lo que es suyo. Percibimos ya en esta descripci6n de [a justicia la tensi6n que va a permanecer viva durante mu- chos siglos: por una parte, es justo lo que el hombre puede rei- vindicar como suyo, por otra, lo que indica 1a norma social. Quizé lo mds importante sea la transmisi6n de este pensa- miento: a través de Platon, Aristételes, Cicerén, san Ambrosio, san Agustin, el Derecho romano y, especialmente, santo Tomas, pasa a ser patrimonio comin de la tradicién occidental. Santo Tomas, intentando armonizar el concepto de justicia-virtud, pro- pio de los griegos, y el de justicia-derecho, propio de los ro- manos, presenta la justicia como una de las cuatro virtudes car- dinales y la define como «la virtud por la cual cada uno, con voluntad constante y perpetua, da a cada uno su derecho». Se- gin santo Toméds, la justicia se refiere a las relaciones del hom- bre con todos los demés y esta configurada por tres elementos esenciales: la alteridad, lo debido y la igualdad, considerada como medida y fundamento. £| mismo distingue los diferentes tipos que ldgicamente es posible apreciar: justicia general (fe- 112 gal) que regula las relaciones de !as partes hacia el todo, y jus- ticia particular, que se subdivide, a su vez, en conmutativa (re- gula las relaciones juridicas entre los individuos) y distributiva (regula las relaciones det todo hacia las partes, dei Estado ha- cia los ciudadanos). Se podria decir que casi hasta el siglo xx perdura este con- cepto de justicia. Parece que es posible establecer los derechos y deberes que corresponden a cada uno en estricta justicia, a través de un anilisis racional de los contenidos. Ya desde prin- cipio del sigto xx se acufia la expresin justicia social para de- signar todo fo que Ia vida social requiere de los individuos. La justicia social exige, pues, que todos tomen parte efectiva de la vida social y regula las distintas aportaciones de cada uno. Su- pone la existencia de una sociedad entre los hombres; de ella se derivan una serie de consecuencias y de obligaciones, or- denadas al bien comin. . El nuevo rostro de Ia justicia social Hoy se ha producido una transformacién social muy grande que hace que los problemas de la justicia sufran también un desplazamiento: de la pregunta por el comportamiento justo del individuo se pasa a la pregunta por el orden social justo. Es decir, la cuestin que hoy se plantea no es sélo lo que es justo para las personas en sus relaciones con los demés, dentro de un determinado sistema social, sino hasta qué punto es justo dicho sistema. Mientras en la concepcién liberal se ha visto la justicia orien- tada a garantizar a los individuos un espacio de libertad para organizar la propia vida, en la tradicién socialista ha ido gene- ralmente ligada a fa biisqueda de la igualdad, entendida como abolicidn de los privilegios de los poderosos. En el actual ocaso de las ideologias quizé merezca la pena fijarse en algunos aspectos que pueden considerarse como ad- 113 quisiciones de interés, en la pretensién de construir una con- cepcién de la justicia en la que sean compatibles la igualdad y {a libertad. Hoy se habla, en este sentido, de una «justicia de oportunidades» y de una «justicia de necesidades». Por una parte, la verdadera justicia social urge una cierta igualdad de todos en lo concerniente a las condiciones externas de Ja vida; y, en este sentido, la justicia implica la superacién de todo ti- po de discriminaciones juridicas y sociales para que individuos y sociedades puedan realizar el propio progreso y desarrollo. Por otra parte, una sociedad justa debe comenzar por satisfa- cer las necesidades més urgentes para garantizar a todos fa sub- sistencia; y debe determinar y tutelar también los derechos so- ciales que tienen todos y cada uno de fos seres humanos. Por ello, la practica de la justicia exige siempre un fuerte control que ha de intentar armonizar Ia libertad y la solidaridad. Pero la sociedad actual est4 marcada «por el pecado de in- justicia» (Sinodo 1971). Ante esta situacién, la justicia cobra un valor y una funcién decisivos. Es la respuesta que esperan mul- titudes ingentes de seres humanos que viven situaciones inhu- manas e injustas. Esta respuesta conlleva multiples exigencias: reconocimiento de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, de igualdad, solidaridad y participacidn, de res- ponsabilidad por ef desarrollo y ia liberacién. La justicia tiene que orientar toda la ética social, porque abarca realmente todos los ambitos y problemas sociales; tie- ne un sentido integral y ha de hacerse presente en fas perso- nas y en las estructuras. Hoy, su establecimiento y promocién constituye el gran reto eclesial; es un compromiso ineludible. A motivarlo e impulsarlo en los creyentes, «segtin la funcién, vocaci6n y circunstancias de cada uno» (SRS 41; DGC 104) orienta toda la doctrina social de la Iglesia. Desde esta con- viccién destacamos algunas exigencias que implica su pro- mocién y desarrotlo. 114 Reconocer al otro y aproximarse Con profundidad ha explicado Levinas que el acto fundamen- tal de la ética es el reconocimiento del otro. Su presencia es distinta de la de fas cosas; el yo no puede no reconocer esa pre- sencia. Por ello, la relaci6n al otro es una experiencia que se impone por su propia fuerza. Y este reconocimiento se tradu- ce en don; «Reconocer a otro es dar». Si este reconocimiento es efectivo, si es acogida y relacién ética de promocién, en- tonces constituye realmente el momento primero de la justicia. La experiencia tfpica en que se verifica esta relacién de jus- ticia es el encuentro biblico con el extranjero, el huérfano, la viuda, que indican en su debilidad la existencia del otro. Son un rostro débil confiado al yo; su reconocimiento es el hecho Ultimo y definitivo de la existencia. Un ejemplo paradigmatico Jo constituye la parabola lucana del «buen samaritano» (Le 10,25-37). Segdn san Lucas, el samaritano que va de camino es sor- prendido por «algo», 0 mejor, por alguien: un hombre herido al borde del camino. Este hombre necesitado se convierte en !amada para él; y él responde aproximandose y siendo eficaz- mente misericordioso. Ef samaritano se deja «alterars, afectar y conmover por el hombre maltratado. Este es el comienzo de una relacidn de amor. La primera puerta del amor es el acer- camiento. Para vivir la justicia y la solidaridad hay que co- menzar por aproximarse y reconocer al otro en su debilidad y en su dignidad. Promocién del bien comin Bien comin es un término acufiado frecuentemente en los do- cumentos de la doctrina social de fa Iglesia. En la visién cris- tiana implica el bien de las personas y el bien de la comuni- dad; abarca no sélo el bienestar material y los valores 115 econémicos, sino también otros muchos bienes, como la con- vivencia, la cultura, la libertad, [a moralidad ptiblica. Repre- senta el conjunto de condiciones de la vida social que permi- ten a las personas y a los grupos humanos una vida digna; hace posible, en expresién del Vaticano II, «el logro mas pleno de la propia perfeccién» (GS 26). El bien comin expresa, por tanto, la realizacién de la justicia social. Sollicitudo rei socialis apenas utiliza el término bien comin. Pero la enciclica habla continuamente de solidaridad; y vincu- la el desarrollo de los pueblos a la solidaridad de los pueblos. De tal manera que el desarrollo depende de [a sotidaridad. Es- to es posible, porque la enciclica entiende por solidaridad, la conjuncién de esfuerzos para lograr los intereses que son co- munes a los hombres y al género humano. El concepto de solidaridad que propone la enciclica es muy afin al concepto de bien comin Propuesto en ‘los documentos anteriores. En este sentido, el bien comun constituye una exi- gencia ética primordial de Ia justicia social. La utopia de la igualdad La justicia es, al mismo tiempo, una actitud subjetiva y un prin- cipio organizador objetivo de la vida sociopolitica. Es una de las actitudes fundamentales de la conciencia, como asegura Ci- cerén: «Por la justicia es, ante todo, por lo que Ilamamos bue- no aun hombre». Pero es también condici6n esencial de la vi- da humana comunitaria, y principio organizador de la sociedad. Hoy son muchos fos que defienden que el verdadero sentido y la exigencia ética fundamental de la justicia estriba en la bus- queda permanente de la igualdad humana. Esto supone el cues- tionamiento del orden establecido, porque la implantacién del derecho en la sociedad no coincide, de hecho, con el derecho y ef orden establecidos. Pero implica, ademés, la solidaridad y responsabilidad colectiva. Es tarea ética de todos los hombres. 116 Este principio de la iguaidad es posible situarlo y encontrarlo en la raiz misma del Evangelio, que defiende la igualdad de to- dos los seres humanos al afirmar que todos somos hijos del mis- mo Padre y, por tanto, que todos somos hermanos. ;Qué ma- yor fundamento podriamos buscar para afirmar la igualdad que la fraternidad entre todos los hombres? El articulo primero de la Declaracién Universal de los Derechos Humanos establece: «Todos Jos seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como estan de raz6n y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». Cristaliza en esta formulacién la fuerte aspiraci6n a la «libertad, igualdad, fraternidad» que, después de siglos de luchas, se manifiesta en la Revolucién Francesa; en estos tres grandes principios podria expresarse también la visién cristiana de la justicia. Pero, al mismo tiempo, habria que afirmar que el Evangelio va més lejos. Por una parte, se puede buscar la igdaldad a tra- vés de leyes y decretos; pero, por-otra, hay que comprender que no ha existido nunca y que nunca va a existir en este mun- do nuestro. La igualdad real y efectiva serd siempre una aspi- racién, un horizonte. Por eso, el Evangelio, mas que el princi- pio de igualdad plantea el principio de preferencia, como dice J. M. Castillo. Opcién preferencial por los pobres Jestis constata: «Pobres tendréis siempre entre vosotros» (Jn 11,8). Y ante esta realidad establece: «Los tiltimos seran los pri- meros» (Lc 43,30). En esta breve y sencilla expresién podria quedar formulado el principio de preferencia que se encuentra después afirmado de multiples formas en los evangelios. Es la opcién preferencial por los pobres, los humildes, los ham- brientos, frente a los ricos y poderosos (cf. Lc 1,51-53; 4,18-19; 6,20-26). Jestis pone su preferencia en fos ciegos, los cojos, los leprosos, los pobres, los cautivos, los oprimidos, los margina- dos; en todos los degradados y descalificados de este mundo. 4117 El proyecto de jestis no es una sociedad igualitaria, sino una so- ciedad preferencial; es decir, un modelo de convivencia y de sociedad en el que los preferidos son los tiltimos de la historia, las victimas y los crucificados, los que peor lo pasan en la vi- da. Es el proyecto del Reino. Realizarlo ya, humanamente es impensable; pero sf es posible que {os cristianos organicemos nuestra vida, nuestra espiritualidad, nuestra orientacién de fa justicia, poco a poco, y aunque sea lentamente, hacia la uto- pia por la que Cristo vivid y murié. En esta perspectiva, «la btis- queda del reine de Dios y su justiciay se manifiesta moralmente en la opcién preferencial por tos pobres. La cuestidn mas grave y acuciante que hoy tiene planteada la ética social es la creciente desigualdad entre ricos y pobres. La existencia de cientos de millones de pobres en el mundo plantea un problema fundamental. Cada dia més, la riqueza del mundo se concentra en menos personas. No hace falta dar mu- chas cifras; sabemos que mds de mil millones de seres huma- nos sufren de hambre crénica; que cada dia unas 70.000 per- sonas mueren de inanicidén; y que todavia mas de dos mil millones carecen de los bienes indispensables para cubrir las necesidades basicas. Moralmente no puede ofrecer ningtin género de dudas que un sistema econdémico-politico que genera tales resultados es un sistema profundamente injusto. Si la moral cristiana defien- de el destino universal de los bienes y ensefia que Dios los creé para satisfacer las necesidades basicas de todos los hombres, de manera que «deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia» (GS 69), hay que afirmar entonces con claridad que los seres humanos tienen derecho a poseer fo que necesitan para vivir dignamente. Y consiguientemente, los que poseen mas de lo necesario para vivir dignamente, tienen la obligacién de justicia de dar a los pobres. Al tratarse de un de- ber, si no se cumple, empieza la obligacion de restituir. 118 4 : | : Derechos humanos La justicia social implica una conciencia muy viva de los de- rechos de todos, implica el respeto y la defensa de los derechos humanos. Deben ser respetados en el orden interno de cada nacién y en el orden internacional. Centesimus annus se refiere explicitamente al derecho a la vida, a los derechos de la familia, a la justicia en las relaciones laborales, a los derechos concernientes a la vida de la comu- nidad politica en cuanto tal y a la libertad religiosa (cf. CA 47). Resultarfa interesante en el grupo de catequesis, buscar, leer y comentar el texto de la Declaracién Universal de los Derechos del Hombre, aprobado por la ONU en 1948, asi como fos de- rechos fundamentales reconacidos y promulgados en la Cons- tituci6n espafiola (art. 14 al 29), y los derechos humanos que recoge la enciclica de Juan XXIII, Pacem in terris (n. 11 al 27). La afirmaci6n de los derechos humanos lleva también a de- fender los derechos de los pobres. La restauracién de la justi- cia implica ayudar a hacer efectivos los derechos a quienes no pueden ejercerlos, a quienes son victimas de la conculcacién sistematica de los mismos derechos. Pero la afirmacién de los derechos humanos supone, sobre todo, el reconocimiento y respeto de la dignidad y libertad de la persona. Este reconocimiento lleva, como dice el Vaticano Il, a denunciar «cuanto viola la dignidad de la persona, como las mutilaciones, las torturas morales 0 fisicas, los conatos siste- maticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende la digni- dad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitucién, ia trata de blancas y de jévenes, o las condicio- nes laborales degradantes...» (GS 27). Como reconoce el Directorio General para la Catequesis, «la obra evangelizadora de la Iglesia tiene en este vasto cam- po de los derechos humanos, una farea irrenunciable... Es la ta- 119 rea central y unificante del servicio que la Iglesia y en ella los fieles laicos, estdn Ilamados a prestar a la familia humanap (n. 19). La catequesis tiene también la funcién de preparar para es- ta responsabilidad. Testimoniar y anunciar el evangelio de la justicia EI evangelio de la justicia forma parte esencial del mensaje de Jestis, de lo que El ensefié y vivid. Sus actitudes y su compor- tamiento son una postura permanente ante los pobres y deshe- redados de este mundo. Hoy, «el probiema de fa justicia es uno de los més amplios, graves y urgentes de la sociedad contem- pordnea» (Sinodo 1971). Por ello, el gran compromiso de las comunidades cristianas se concentra en hacer operativo en la historia el evangelio de la justicia. La proyeccién evangelizadora de la comunidad cristiana co- mienza en su capacidad de aproximacién a los pobres; es de- cir, empieza haciendo el recorrido del samaritano, siendo ella misma samaritana de corazon abierto, compasivo y solidario, capaz de expresar las exigencias de {a justicia en el compartir. Del mismo modo que al samaritano «se le movieron las entra- fias a compasidn» y, por eso, se acercé al prdjimo maliratado, le vendé, lo subié a su caballo, le condujo al mes6n y cuidé de él, asf también, ante el sufrimiento de los pobres, la Iglesia ha de verse alterada; tiene que descabalgarse y cargar con el pe- so de la marginaci6n. Desde esta experiencia es posible mirar la realidad social con ojos distinios con los que la mira el sistema; es decir, desde las victimas, los pobres, los «ndufragos del sistema». La aproxima- cién samaritana y el sufrimiento compartido generan no sdlo la critica y la denuncia, sino también un movimiento compasivo hacia los de abajo, que promueve la accién por la justicia. Si nuestra sociedad democratica se sintiera realmente afectada y 120 alterada por el grito de los pobres, cambiarian la planificacién y la ayuda al desarrollo que proponen y deciden nuestros res- ponsables politicos; serfan distintos los objetivos y prioridades econdmicas de cualquier presupuesto. Y es que el mundo se ve de distinta manera desde las favelas que desde los palacios, des- de las pateras que cruzan el Estrecho que desde la orilla de la «tierra prometida», desde los parados que desde los empresa- tios. Y para hablar de justicia hay que empezar situandose. Situada desde los pobres, la comunidad cristiana ha de lle- gar a la conviccién firme de la importancia de la justicia en la misién evangelizadora, en toda accién pastoral. De ello de- pende la auténtica renovacién de las comunidades, que se con- centra siempre en la acogida y construccién del Reino. En el Reino se fundamenta el compromiso por la justicia, la opcidn por los pobres y toda accién social de ta Igtesia. Finalmente, el compromiso por la justicia implica educar pa- ra [a justicia. En la accién educativa y catequética, en las rela- ciones pastorales, hay que llegar a la dimensién social de la for- macién moral (cf. DGC 87), hay que tener valor para proponer las exigencias evangélicas y denunciar las injusticias; y hay que guiar, especialmente, para que valores y derechos se vivan en la vida cotidiana; es decir, para que sean asimilados, sean fer- mento evangélico y orienten la existencia. La verdadera educa- ci6n no es simple teoria ni asimilacién de conocimientos; es practica, se lleva a cabo mediante la accién, la participacin y el contacto vital con las mismas situaciones de injusticia. | PISTAS PARA LA REFLEXION Y EL DIALOGO 1. Analizar la situacién de injusticia de la sociedad actual. Qué injusticias percibimos més presentes y cercanas? sCud- les nos parecen mas dolorosas? 121 2. Analizar y comentar el mensaje de Jestis sobre la justicia. Puede hacerse a través de los siguientes textos: Mt 5,10; 7,12; 20,1-16; 25,31-46; Le 7,27-39; 10,20-37; 16,19-31. 3. 3Cual es el concepto de justicia que hoy domina en la so- ciedad? ;Cudles me parecen los aspectos mas importantes que aporta el mensaje biblico sobre la justicia? Compara la concepcién actual de justicia con la concepcién biblica. 4. Reflexionar sobre la relacién fe-justicia. ;En qué sentido la fe en Jestis implica el compromiso por la justicia? Qué pien- so del compromiso por {a justicia y de la opcién preferen- cial por los pobres que hoy se viven en la Iglesia? 5. 3Hay verdadero amor cristiano si no hay justicia? ANOTACION BIBLIOGRAFICA E. ALBURQUERQUE, Ftica social. 100 preguntas, Editorial CCS, Madrid 1996. B. BENNASSAR, Moral evangélica, moral social, Sigueme, Sa- lamanca 1990. X. ETXEBERRIA, Ef reto de los Derechos Humanos, Sal Terrae, Santander 1994. K. LEBACQZ, Justicia en un mundo injusto, Herder, Barcelona 1991. J. M. CASTILLO, Los pobres y la teologia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1997. i 122 i) EI trabajo, ceniro de la cuestion social El trabajo es una constante en la vida de los hombres; marca su camino en la historia. El hombre es un ser que trabaja. La his- toria es historia del trabajo. Pero tanto el sentido como [a es- tructura y organizacién del trabajo han sufrido un cambio muy profundo con la Ilegada de la industrializacién. La maquina y- las grandes fabricas lo han convertido en un engranaje muy complicado. Es un elemento indispensable para un nuevo mo- delo de sociedad y, al mismo tiempo, puede convertirse tam- bién en factor de alienacién, de deshumanizacion y de graves conflictos sociales. Segtin Juan Pablo Il, constituye el centro y la clave de la cuestion social. A este tema dedicé la enciclica Laborem exer- cens. Siguiendo de cerca este documento, vamos a intentar pro- fundizar en el sentido humano del trabajo y en sus principales exigencias éticas, para proponer algunos de los derechos mas importantes que brotan-del trabajo. El hombre, sujeto del trabajo En el trabajo se puede distinguir su caracter objetivo y subjeti- vo. Lo verdaderamente importante es este Ultimo: el hombre es 123 sujeto del trabajo. £l hombre trabaja, realiza diversas acciones en su trabajo. Todas ellas, independientemente de su conteni- do objetivo, tienen que servir para la realizacién y perfeccio- namiento de la vocaci6n humana. Esta dimensién condiciona la ética del trabajo. Es decir, el valor ético del trabajo esta vinculado directamente al hecho de que quien lo Ileva a cabo es una persona, un sujeto conscien- te y libre. La dignidad del trabajo no esta en su dimensién ob- jetiva (lo que el hombre hace), sino en su dimensién subjetiva {es el hombre quien lo hace). Por lo tanto, el trabajo estd en funcién del hombre, y no ei hombre en funcién del trabajo. Esto constituye el mas elocuente «evangelio del trabajo». Manifiesta que la base para determinar su valor no es el tipo de trabajo que se realiza, sino que es el hombre quien lo realiza. EI primer fundamento del valor del trabajo es.el, hombre mis- mo, su sujeto. Desde aqui se comprende que, aunque algunos trabajos puedan tener un valor objetivo mds o menos grande, sin embargo cada uno de ellos se mide, sobre todo, desde ef criterio de la dignidad del sujeto del trabajo; y se comprende también que independientemente del trabajo que cada hom- bre realiza y, suponiendo que ello constituya una finalidad de su obrar, esta finalidad no puede ser en modo alguno definiti- va. De hecho, la finalidad de cuaiquier trabajo, aun el mas co- triente y mondtono, es siempre el hombre mismo. Por lo tanto, la primera orientacién ética exige hacer del tra- bajo una realidad personal y personalizante. Es decir, que naz- ca de la persona y, al mismo tiempo, la enriquezca y permita afirmarse y realizarse como persona. El trabajo supera la fina- lidad econémica, utilitarista e instrumental. Debe ser un ele- mento de humanizacién, un elemento que permita al hombre ser y hacerse mas hombre. Estas afirmaciones tienen que confrontarse con la realidad, tan lejana a veces. Y tienen que confrontarse también con las. distintas corrientes de pensamiento materialista y economicis- 124 : ta. Estas corrientes han entendido el trabajo como una especie de mercancia que el trabajador vende al empresario. Aunque van desapareciendo las formulaciones en este sentido, sin em- bargo, en la practica existe siempre el peligro de considerar el trabajo como una mercancia «sui generis», o como una «fuer za andnima» necesaria para la produccién. Se produce asf una inversion de valores: el hombre es considerado como un ins- trumento de produccién, en vez de ser tratado como sujeto efi- ciente y creador. En la perspectiva de la ética cristiana, el trabajo no es un producto que se intercambia, una cosa sujeta al mercado, algo que tiene un precio, que se compra y se vende, ni es tampoco simplemente el objeto de un contrato entre dos individuos. Si el trabajo se humaniza, escapa a este régimen de contrato ya esta concepcidn meramente econdémica; entonces se convier- te en autodonaci6n de personas libres que toman’ conciencia de su vocacién humana y de su responsabilidad. Sentido positivo y creador EI trabajo es caracteristica y signo del hombre. Constituye una dimensién fundamental de la existencia humana. Producir, fa- bricar, transformar la naturaleza, es la actividad tipica de la per- sona. El mundo ha sido dado al hombre; y el trabajo supone su dominio sobre la tierra. El hombre esta llamado a someter y do- minar la tierra; es decir, a descubrir y usar, mediante su activi- dad consciente, todos los recursos de la tierra. Estd Hamado a completar la creacién y a cooperar en su perfeccionamiento. Trabajar no aparece entonces como el cumplimiento de un deber mas 0 menos costoso y doloroso, sino como la dimen- sién esencial de la persona, como un modo especifico de ser. Si el animal es capaz de utilizar lo que produce la naturaleza para satisfacer sus necesidades, sdlo el hombre es capaz de orientar todo ello hacia sus propios fines. La civilizacion surge 125 cuando el hombre abandona una actitud pasiva ante la natu- raleza e impone su dominio; cuando la somete, la transforma y la hace producir. Y al mismo tiempo, es entonces cuando él mismo se transforma, crece, progresa, se realiza como persona y realiza su vocacién humana. En la base de fa concepcién cristiana del trabajo se en- cuentra la convicci6n de una creacién permanente: la creacién se encuentra en continuo devenir hacia un mayor perfeccio- namiento. Y Dios encarga esta misién creadora y transforma- dora al hombre, que fa realiza mediante la actividad del traba- jo. En esta perspectiva, el trabajo es una participacién activa y libre en la creacién; y tiene un sentido positivo y creador. Tam- bién en esta perspectiva se comprende su sentido como dere- cho y como deber. Derecho y deber No sdlo la Sagrada Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento (cf. 1 Ts 4,10-11; Ef 4,27-28), propone la obligacidn de trabajar. To- da la tradici6n cristiana, especialmente la docirina social de la Iglesia de los cien dltimos afios, ensefia e insiste en el deber mora! del trabajo. Si el trabajo se orienta al perfeccionamiento de la persona, si a través de él el hombre colabora en la cons- truccién de la sociedad, es clara la obligacién. El hombre de- be trabajar para cumplir dichos objetivos. Fl deber moral del trabajo aparece, pues, tanto desde una vertiente antropoldgica como social. Cada persona es el primer responsable del propio crecimiento. Para la mayoria, el traba- jo constituye incluso el Gnico medio honrado del propio sus- tento y subsistencia. Si quieren ganar honestamente lo necesa- rio para vivir con dignidad, han de cumplir leaimente la ley del trabajo. Pero este deber transciende la dimensi6n utilitarista y fa ne- cesidad humana; constituye un deber social. La persona vive 126 en la sociedad y de {a sociedad. EI desarrollo de su personali- dad, el bienestar, la actual calidad de vida, sélo puede conse- guirlo gracias al trabajo de los demés. Sin el trabajo no sdlo de la generacién presente sino también de las pasadas, la vida hu- mana no tendria el nivel que hoy tiene. Por todo esto, el tra- bajo supone un deber irrenunciable, y negarse a trabajar re- presenta un verdadero pecado; porque significa el rechazo del hombre a la voluntad de Dios que fo llama a comprometerse en el mundo para transformarlo. Ser participe de la creacién y de la redencién significa aceptar y asumir la realidad del tra- bajo. Por otra parte, esta obligacién moral puede convertirse tam- bién en un deber juridico. Es decir, es posible llegar a imponer legalmente el trabajo a las personas habiles para realizarlo. De hecho, las Constituciones de los Estados modernos tienden a reconocer este deber, aunque no lleguen a formular los medios para hacerlo cumplir. Asi, por ejemplo, la Constitucién espa- fiola prescribe: «Todos los espajioles tienen el deber de traba- jar» (art. 35,1). Hoy se afirma y reconoce comdnmente, junto al deber, el derecho al trabajo. Este reconocimiento aparece formulado en todas las declaraciones y normas internacionales y en todas las constituciones de los paises con democracia pluralista. Sin em- bargo, ordinariamente, no pasa de ser un principio programa- tico con muy poca fuerza vinculante ante la magnitud que al- canza en muchos paises el problema del paro. Derecho al trabajo y problema del paro En realidad, se trata de un problema relativamente nuevo. El fe- némeno del paro empieza a aparecer en Europa a principios del siglo xx. Alcanza proporciones considerables durante fa cri- sis econémica de 1929 y, mas recientemente, a raiz de la crisis del peiréleo (1973), sin que se consiga frenarlo de manera sa- 127 tisfactoria. La gravedad y amplitud del problema ha ilevado a las grandes proclamaciones del derecho al trabajo. En la De- claracién Universal de los Derechos del Hombre (1948) se re- conoce como un derecho fundamental. Toda la doctrina social de la Iglesia ha subrayado este de- recho, Juan XXIII lo afirma como derecho natural (PT 18), ha- ciéndose eco de la declaracién de las Naciones Unidas. Des- de Rerum novarum a Centesimus annus, se han destacado las exigencias que reclaman el derecho al trabajo: la relaci6n con el sustento vital, fa relacién al propio valor del trabajo y a la moderna organizacién social del mismo trabajo. Pfo XI! dice con mucha concisién y claridad: «Al deber personal del tra- bajo, impuesto por la naturaleza, corresponde y sigue el de- recho natural de cada individuo a hacer del trabajo el medio para proveer a la propia vida y de los hijos». Y Pablo VI:

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