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Jan Collaert, La invención del libro impreso, ca. 1600
Lo que en algún tiempo fue una relación apenas sobreviven es gracias a los esfuerzos
más o menos digna entre amantes de la lite- de un puñado de editores de conducta per-
ratura, se ha convertido, con honrosas excep- sistentemente ética, una especie en vías de
ciones, en la relación entre celestinas y prosti- desaparición. Ahora los editores se basan en
tutas; cuando éstas ya no satisfacen los deseos las ventas de la última obra publicada para
de los clientes, son licenciadas sin gracias ni decidir si seguirán publicando o no a su autor;
miramientos. Durante siglos, ser editor sig- la noción de alentar una obra compuesta pe-
nificaba tener el honor de publicar la obra de nosamente a lo largo de los años, hecha de li-
quienes hacían literatura; en muchos casos, bros mayores y menores, tanto exitosos como
no todos, claro, hoy, ser editor quiere decir ser ignorados, ha desparecido. En los grandes gru-
un tendero a quien poco le importa la suerte pos editoriales ya no son los editores quienes
de quien produce la mercadería que en forma deciden, sino los agentes comerciales. Ser edi-
masiva vuelca al mercado. tor hoy es un oficio de mártires o de locos.
Unos seis meses antes de que ganara el Pre- Pocos editores, por supuesto, se declaran
mio Nobel, Doris Lessing me escribió una car- en favor de las nuevas políticas comerciales;
ta desconsolada en la que me decía que había casi todos se proclaman defensores del escri-
enviado su nueva novela y un par de relatos tor y de su obra, pero también un editor debe
largos a sus editores ingleses y americanos. poder sobrevivir, y los grandes grupos edito-
Los primeros le dijeron que escribía demasia- riales no son ni empresas filantrópicas ni bas-
do (esto, a una novelista octogenaria); los se- tiones intelectuales. Michael Krüger, hombre
gundos, que su literatura tenía poco interés sin pelos en la lengua, declaró que estos cam-
para las nuevas generaciones. Después del No- bios en el mundo editorial afectan no sólo
bel, por supuesto, fue festejada y cortejada, nuestras facultades literarias sino que “afec-
pero Lessing no olvidó nunca aquel despecho. tan nuestra propia existencia”.
La verdad es que hoy muchos escritores Desde la época de Gilgamesh, los escrito-
esenciales padecen el mismo tratamiento, y si res se han quejado siempre de la mezquindad