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Moral a Nicómaco · libro quinto, capítulo IX

Refutación de algunas definiciones de la injusticia


Podría preguntarse si hemos definido exactamente lo que es sufrir o cometer una injusticia.
Y ante todo: ¿comprendió Eurípides bien esta diferencia, cuando pronunció estas notables
palabras?{111}

«Yo soy el que ha inmolado a mi madre; yo lo digo;


Ella y yo lo quisimos; sí, la orden de ella ha procedido.»

Pero, ¿es posible realmente, que quiera nadie con plena voluntad causarse a sí mismo una
injusticia? O más bien, ¿no se sufre siempre contra voluntad una injusticia, así como con
voluntad se comete siempre? ¿Es posible que la injusticia que se sufre tenga
indiferentemente uno ú otro carácter, siendo toda injusticia que se comete necesariamente
voluntaria? En otros términos, ¿la injusticia que se sufre puede ser tan pronto voluntaria
como no serlo? Las mismas preguntas pueden hacerse con respecto a la justicia que a uno
hacen los demás; porque como todo acto de justicia es siempre voluntario en el que lo
ejecuta, parece que se puede igualmente oponer con razón, bajo el punto de vista de lo
voluntario y de lo involuntario, la injusticia y la justicia que proceden de otro. Pero debe
parecer bastante extraño sostener que la justicia, que a uno hace otro, es siempre voluntaria,
puesto que muchos se encuentran con que se les hace justicia sin que lo hayan pedido y sin
que lo quieran.

Otra pregunta que podría hacerse es, si en todos los casos el que experimenta alguna cosa
injusta es efectivamente tratado con injusticia; o bien, si sucede con la injusticia que se sufre
lo que con la acción justa que se hace. Puede acontecer que accidentalmente y por efecto del
azar se obtenga en uno u otro sentido una parte de justicia; y esta observación puede
evidentemente aplicarse también a la injusticia y en los mismos términos; porque no es una
misma cosa hacer actos de injusticia que ser injusto. Tampoco es una misma cosa sufrir actos
de injusticia que sufrir una verdadera injusticia. Las mismas distinciones deben [143]
hacerse para la justicia que se hace a los demás o que se recibe de ellos; porque es imposible
sufrir una injusticia, sin que haya alguno que cometa una injusticia, ni obtener la justicia que
os sea debida, sin que haya alguien que realice un acto de justicia.

Pero, ya lo hemos dicho, para ser absolutamente culpable de una injusticia, basta hacer
voluntariamente mal a otro; y hacerlo voluntariamente es saber contra quién, con qué y
cómo se ha obrado. De aquí se sigue, que el intemperante que con plena voluntad se daña a
sí mismo, experimenta voluntariamente un daño, y de esta manera puede uno hacerse
culpable para consigo mismo y causarse un daño personal; porque es una cuestión que
también se ha suscitado, sobre si puede ser uno culpable para consigo mismo. Se puede
suponer otra hipótesis: la de que por intemperancia puede uno experimentar voluntariamente
una injusticia de parte de otro que la cometa no menos voluntariamente. En esta suposición
también se sufriría voluntariamente una injusticia. Pero vale más reconocer que nuestra
definición de lo injusto no es exacta y completa; y a las condiciones de saber a quién, con
qué, y cómo se daña es preciso añadir esta otra condición: que se obre contra la voluntad del
que sufre la injusticia. Puede, pues, experimentarse daño por propia voluntad y hasta sufrir
voluntariamente cosas injustas. Pero nadie se hace a sí mismo una injusticia verdadera, ni se
injuria voluntariamente; porque nadie lo quiere realmente, ni aun el mismo intemperante que
no es dueño de sí mismo. lejos de esto, el intemperante obra contra su propia voluntad;
puesto que nadie quiere jamás lo que no estima como un bien; pero el intemperante hace
precisamente lo que cree que no debe hacerse.

No se experimenta una injusticia, un daño, porque uno done inconsideradamente sus propios
bienes, como Homero dice de Glauco, que dio los suyos a Diómedes, cambiando{112}:

«Oro por bronce, cien bueyes por nueve.»

En este caso, donar sólo depende del que dona; pero sufrir una injusticia no depende de
aquel que la sufre, sino que basta que haya alguno que la cometa con conocimiento.

En resumen, resulta que jamás se experimenta voluntariamente una injusticia. [144]

De las cuestiones que hemos sentado, nos faltan dos que tratar que son las siguientes: saber
quién es el que no tiene razón, si el que da a otro más que merece, o si el que recibe más que
lo que le es debido; y en segundo lugar, saber si puede uno hacerse daño a sí mismo. Si el
primer daño de que acaba de hablarse es posible, y si el que da más que lo que debe dar es el
único culpable y no el que recibe más de lo que le es debido, se sigue de aquí, que cuando
con todo conocimiento de causa y por un acto de libre voluntad se da a otro más que uno se
da a sí mismo, se comete una injusticia para consigo. A esto es a lo que están expuestas
muchas veces las personas desinteresadas, pues el hombre delicado y pundonoroso se siente
inclinado a disminuir siempre su parte personal. Pero esta cuestión ¿es tan sencilla como
aquí parece? Este hombre, si en el cambio gana otra clase de bien, la gloria, por ejemplo, o el
verdadero honor, ¿no ha guardado para si la parte más preciosa? Puede darse igualmente a
esta dificultad una solución que se encontrará en nuestra definición de la injusticia. Este
hombre no sufre nada contra su propia voluntad; por consiguiente, no experimenta una
verdadera injusticia, puesto que así lo quiere; en el fondo sólo experimenta un simple daño.
Es igualmente claro, que el que hace la partición es el que no tiene razón, el cual no es
siempre el que se aprovecha de ella. El que retiene la cosa injustamente dada no es el
verdadero culpable; y sí lo es el que de su propia voluntad ha hecho esta inicua partición, es
decir, aquel de quien procede el principio mismo del acto; y este principio está en el que
arregla las partes, y no en el que las acepta.

Añadamos que, como la palabra hacer tiene muchas acepciones, y puede decirse en cierto
sentido que las mismas cosas inanimadas dan la muerte, lo mismo que la mano obligada por
fuerza superior y el servidor que no hace más que cumplir la orden de su señor, debe
reconocerse que en muchos casos el que obra no es injusto, sino que sólo hace cosas injustas.
Tomemos otro punto de vista; si el juez ha pronunciado una sentencia inicua sin conocer su
error, puede no ser injusto en la esfera del derecho legal; y su juicio puede no ser injusto bajo
este mismo concepto. Sin embargo, en un sentido, este juez es culpable; porque la justicia,
tal como la ley la regula, es distinta de la suprema y absoluta justicia. Si el juez ha dictado
una sentencia inicua, sabiendo que lo era, ha cometido un exceso, ya [145] haya sido para
favorecer una de las partes, ya para castigar la otra. En tal caso es absolutamente lo mismo
que si el juez tomase personalmente su parte en la injusticia; y cuando inicuamente dicta
fallos por tales motivos, es porque encuentra en ello un interés culpable; pues bien puede
afirmarse, que el que en semejante situación adjudica injustamente, por ejemplo, una finca,
objeto de litigio, si no recibe parte de ella, ha recibido por lo menos dinero.

Los hombres imaginan, que así como depende de ellos solos cometer una injusticia, es
también cosa fácil ser justos. Pero no hay nada de eso. Sin duda, seducir la mujer de su
vecino, dar golpes al que pasa, sobornar a un juez, es una cosa sencilla y que depende sólo
de nosotros; pero ejecutar otros actos que piden ciertas disposiciones morales, no es cosa tan
fácil como se piensa, ni que dependa de nosotros únicamente. Asimismo se cree
ordinariamente, que conocer lo justo y lo injusto no exige una gran capacidad, porque no es
difícil comprender las prescripciones que en esta materia contienen las leyes; pero las
prescripciones legales sólo son indirectamente los actos de justicia que se tratan de llevar a
cabo. Practicando estos actos de una cierta manera y repartiéndolos de cierto modo, es como
se llega a ejercer verdaderamente la justicia. Lo mismo que es obra muy difícil conocer lo
que conviene a la salud de nuestro cuerpo; en materia de higiene y de medicina es cosa fácil
conocer lo que es la miel, el vino, el eléboro, el cauterio, la amputación; pero saber
precisamente hasta qué punto, para qué persona, en qué casos es preciso emplearlos como
medios de curación, es una obra tal que basta por sí sola para formar un médico.

Como resultado de esta misma opinión se supone también, que no sería menos fácil al
hombre justo el ser injusto, si quisiera. El justo, según se dice, lejos de encontrar menos,
podría encontrar más medios de cometer todas estas iniquidades que los otros; podría vivir
en adulterio; podría golpear a otro. El hombre de valor también podría en un combate arrojar
su broquel y huir a la carrera en cualquier dirección. Mas para ser un cobarde, para ser
culpable, no basta sólo hacer todas estas cosas; es preciso también hacerlas como resultado
de una cierta disposición moral; así como suministrar la medicina y dar la salud no consiste
sólo en cortar o no cortar, en dar medicamentos o no darlos; sino que el verdadero arte del
médico [146] consiste en hacer todas estas cosas en ciertas y determinadas circunstancias.

La justicia no tiene su verdadera aplicación sino entre seres que tienen una parte en los
bienes absolutos, y que además pueden, por exceso o por defecto, tener demasiado o muy
poco de ellos. Hay seres para quiénes no hay exceso posible en cuanto a estos bienes; esta es
quizá la condición de los dioses. Hay otros, por lo contrario, para quienes ninguna parte de
estos bienes puede ser útil; estos son los seres cuya perversidad es incurable, y para quienes
toda cosa se hace dañosa, cualquiera que ella sea. En fin, hay otros que participan de estos
bienes hasta cierto punto; y esto es lo esencialmente propio del hombre.

———

{111} En la tragedia perdida de Belerejon.

{112} Homero. Iliada, canto VI, v. 236; al cambiar su armadura por la de su adversario.

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