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Significado del Padre Nuestro.

La respuesta de Jesús es el Padre Nuestro diversa con una redacción ligeramente distinta en
Mateo y en Lucas (Mt 6,9-13; Lc 11,2-4), lo que recuerda que no se trata de sumar otro “rezo” a
los ya conocidos, sino de una forma de hablar a Dios, de relacionarse con El y comprometerse en
el proyecto del Reino. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que el Padre Nuestro es
la oración cristiana fundamental (2759), resumen de todo el Evangelio y corazón de las
Sagradas Escrituras (2762). Reflexionar las palabras del Padre Nuestro es ya una escuela de
oración y una forma de comprender la relación con Dios que nos propone y ofrece Jesús.

Todo el comentario se ha realizado siguiendo lo señalado en el Catecismo de la Iglesia Católica,


números

a) Padre

En el rito de la comunión, el sacerdote introduce la oración del Padre Nuestro con estas palabras:

“fieles a la recomendación del salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir...

” Llamar a Dios “padre” es un atrevimiento imposible para el ser humano. Dios es mayor que todo
lo que podamos pensar o decir y este trato tan cercano es una gracia que no merecemos. Es Jesús
quien nos permite dirigirnos a Dios como Padre, pues Él nos mostró con su vida y su mensaje

Que Dios es un Padre amoroso que nos sale al encuentro. Llamar a Dios Padre es reconocer
que en Él está nuestro origen y nuestra meta. No es sólo el Creador, sino el Padre de su Hijo
Jesús, quien se ha hecho hermano nuestro y, por lo mismo, hijos adoptivos de Dios. Nuestra
naturaleza humana no puede por sí misma aspirar a una gracia tan grande, por eso nos
reconocemos como “hijos en el Hijo”, es decir, parte del cuerpo de Cristo, hijos del mismo Padre y
hermanos entre nosotros.

En la cultura de Jesús, la función de los hijos era imitar a sus padres en todo. No seguir el ejemplo
o profesión de los padres era una grave ofensa al honor familiar. Reconocer a Dios como Padre es
querer imitar su conducta: “sean misericordiosos como el Padre de ustedes” Orar a Dios Padre es
dirigirnos a Él con un corazón confiado y humilde, como el hijo pequeño pide algo a su padre,
sabiendo que lo que Él nos dé siempre será bueno para nosotros. No oramos a un Dios con quien
haya que negociar o pagar por favores concedidos, sino a nuestro Padre que quiere lo mejor para
nosotros, y que guía nuestros pasos con su sabiduría y bondad.

b) Nuestro

Al Dios que llamamos Padre lo llamamos “nuestro”, lo que indica un sentido de propiedad: Dios
es nuestro y nosotros somos de Él. Esta pertenencia hace de nosotros “su” familia y de El
“nuestro” Dios, en un don absolutamente sorprendente y gratuito, que nada tiene que ver con
nuestros méritos, sino que se debe a su gracia y generosidad.

También indica que en El ponemos “lo nuestro”, sobre todo nuestra esperanza, ya que se nos ha
dado por su Hijo Jesús quien nos entrega su Espíritu Santo como confirmación de nuestra
esperanza: “han recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar:
¡Abba, Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos
de Dios” No decimos “Padre mío”, sino “nuestro”, porque oramos en comunión con todos los
cristianos, tanto del presente, como del pasado y del futuro. Nuestra relación con Dios no es
individualista, sino que pasa necesariamente por la fraternidad. Y no sólo con los cristianos, sino
con toda la humanidad, especialmente con los pobres y los que sufren, alcanzando incluso la
creación entera.

c) Que estás en el cielo

Para comenzar, el Cielo no se refiere a un lugar, sino a un modo de ser. Afirmar que Dios
“está” en el cielo afirmamos que es plenitud y santidad, perfección y bondad plenas. Esto
quiere decir que está más allá de todo concepto humano y que las palabras que usamos
para referirnos a Él son inadecuadas en su sentido común. Por ejemplo, cuando afirmamos
que es Padre no decimos que sea como nuestros padres, sino que es Padre en plenitud, Él
es el “Padre perfecto”, plenamente Padre. Si Dios es Dios, siempre será más que todo lo que
podamos decir de Él. Por eso no debemos absolutizar nuestra manera de ver a Dios, como si fuera
la única verdadera, y estar siempre abiertos a dejar nuestras ideas para encontrarnos con el Dios
siempre sorprendente y maravilloso. También significa reconocer que estar junto a Dios es
nuestra vocación, la realización de todos nuestros deseos y esperanzas.

Buscamos la felicidad y la plenitud, las que sólo podemos encontrar en Dios. Como afirma San
Agustín: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti “Si
estamos en Dios y El en nosotros, el Cielo puede estar en nuestro propio corazón y nosotros ser
“un cielo” para los demás, es decir, un lugar para encontrar a Dios y, con El, la plenitud y
la felicidad. Es lo que afirma san Cirilo de Jerusalén: “El Cielo puede ser también aquellos que
llevan la imagen del mundo celestial, y en las que Dios habita y se pasea”

Afirmar que Dios está en el Cielo no es afirmar su lejanía, sino la certeza de su presencia
y compañía, su preocupación permanente por nosotros. Si Dios está en el cielo y nosotros
estamos unidos a Él en la oración y la comunión, quiere decir que con El estamos todos
nosotros, siempre presentes delante de Él.

d) Santificado sea tu Nombre

En la Biblia, el nombre de alguien no indica sólo la forma de llamar a alguien, sino su propia
naturaleza, su esencia, su verdadera identidad. Santificar el nombre de Dios significa reconocer
que Él es santo y, por lo tanto, darle el respeto que se merece y rendirle adoración. Pedir la
santificación de su nombre es comprometer la propia vida para que su salvación llegue a todos,
para que todos puedan reconocer su santidad, para que su voluntad salvadora se realice en la
historia para todos, para que el mundo se según su voluntad de amor y misericordia.

También implica devolverle al ser humano su dignidad de imagen y semejanza de Dios,


“porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en
la visión de Dios” Se trata de que nuestra vida muestre a los demás .La santidad y bondad
de Dios, de manera que al ver cómo vivimos santifiquen el nombre de Dios a quien pretendemos
servir. Muchas veces nuestra conducta como creyentes hace San Agustín, Confesiones San Cirilo
de Jerusalén, Carecieses mystagogicae. San Ireneo, contra las herejías, que los que nos rodean
termine dudando de la bondad de Dios o de su misma existencia y esta es una grave
responsabilidad que ya recordaba el Concilio Vaticano II:” En esta génesis del ateísmo pueden
tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación
religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida
religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la
religión.

Por último, implica el deseo y compromiso de que en “Su Nombre” sólo se haga aquello que
es su voluntad, aquello que corresponda a su santidad y bondad plenas. Muchas veces en la
historia se ha usado el nombre de Dios para justificar atrocidades y crímenes, injusticia y
opresión, todo ello opuesto a su voluntad y santidad. Por eso, no debemos atribuir a Dios
los males del mundo y menos aún, justificar la injusticia o la Opresión con su nombre.

e) Venga a nosotros tu Reino

El centro de la predicación de Jesús es el anuncio del Reino de Dios. Se trata de la


manifestación de la plena soberanía de Dios, de su voluntad realizada en la historia. En ese
sentido esta frase se enlaza con la anterior y la siguiente. El Reino de Dios comienza en la persona
de Jesús, en su vida, muerte y resurrección, y alcanzará su plena realización cuando Jesús vuelva,
al fin de la historia. Mientras tanto, la Iglesia celebra su esperanza en la pronta vuelta del Señor y
se compromete en su misión de anuncio del Evangelio a toda la creación. La espera cristiana no es
pasividad, sino esfuerzo por ordenar el mundo según la voluntad de Dios, hasta que llegue la
plenitud. Por eso, la espera de la plenitud del Reino nos compromete en la construcción de un
mundo más justo, fraterno y solidario. Sólo quien está dispuesto a vivir según la lógica del
Reino de Dios puede pedir de verdad su venida. Vivir según el Reino significa hacer de las
bienaventuranzas. Nuestro programa de vida, vivir al estilo de Jesús, prolongar su misión y su
presencia en nuestra realidad. En ese mismo sentido, la Eucaristía es el gran signo del Reino de
Dios ya presente en medio nuestro y, a la vez, señal de la espera de su plenitud a la vuelta del
Señor.

f) Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo

Esta frase se relaciona con la anterior. La voluntad de Dios es que todos se salven, que su
designio de amor llegue a todos. Pedir que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo es
pedir que en nuestra realidad (en la tierra) se realice su designio de amor plenamente
(como en el cielo). Se trata que los seres humanos nos amemos como Él nos ama, porque el amor
es la manifestación plena de su voluntad. Por lo mismo, el mal y el sufrimiento nunca son voluntad
de Dios, que siempre quiere el bien para nosotros. Para vivir esta voluntad es necesario seguir a
Jesús, unir nuestra voluntad a la de Él, que es quien cumple plenamente la voluntad del Padre:

“Yo no puedo hacer nada por iniciativa Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia en el
mundo actual mía; como oigo, juzgo, y mi juicio es justo porque no busco mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió”

No pedimos sólo que se haga en nosotros, sino en toda la humanidad y en toda la creación. Que a
todos llegue esa voluntad de bien y de amor, que nadie viva privado del bien que Dios quiere para
él. Esta petición la hacemos en comunión con todos los que han vivido la voluntad de Dios en
sus vidas, y entre ellas, tiene un lugar especial la Virgen María, quien vivió la voluntad de
Dios perfectamente:
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38) y que nos invita a
seguir a Jesús y vivir según su palabra: “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2,5). Junto con ella,
recordamos a la multitud de los santos y santas, conocidos y anónimos, que vivieron la voluntad
de Dios en sus vidas, volviéndose modelos de seguimiento de Jesús para nosotros. Por último,
pedir que se haga Su Voluntad es también denunciar las situaciones en que no se está cumpliendo,
donde se vive la opresión y la injusticia, todo ello opuesto al querer de Dios, marcado por el amor
y la fraternidad.

g) Danos hoy nuestro pan de cada día

Nos acercamos con la confianza de los hijos a pedir al Padre lo necesario para cada día, porque
sabemos que Dios siempre actúa con bondad. Por eso no sólo pedimos el pan para nosotros,
sino también para todos aquellos que carecen de lo necesario para llevar una vida digna.
Por eso, pedir a Dios el pan nuestro de cada día es también un compromiso por construir una
sociedad que permita a todos tener lo necesario para realizarse como personas. También
mostramos nuestra disposición para compartir nuestros bienes con los demás, remediando con
lo que tenemos sus necesidades.

Nuestra confianza en Dios se refleja en que pedimos lo necesario para “hoy”, entregando el
mañana en las manos de Dios. Pedimos lo esencial, expresando con ello la intención de llevar
una vida sencilla, que muestre a los demás de forma concreta la confianza que decimos tener
en Dios y en su protección.

Por último, implica también nuestro esfuerzo misionero: queremos que el Pan de Vida llegue a
todos, que la Palabra de Dios alimente la vida de todos los que sufren, así como el esfuerzo por
transformar la sociedad de muchos que se comprometen con sus hermanos. Ese definitiva,
el Pan de Vida, Jesús, que se nos entrega en la Eucaristía, renovando su presencia y nuestra
esperanza.

h) Perdona nuestras ofensas...

En esta petición ponemos como medida del perdón de Dios nuestra propia disposición a perdonar:
perdónanos “como nosotros perdonamos”. Quien no está dispuesto a perdonar no ha acogido el
perdón de Dios, y en el fondo, supone que no lo necesita. Así afirmamos a un tiempo nuestro
pecado y la misericordia de Dios que está dispuesto a perdonarnos. Esto se expresa en forma
concreta en los sacramentos de la Iglesia, que significan y ponen a nuestro alcance la misericordia
de Dios, particularmente en los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía.

El reconocer nuestro propio pecado, nuestra propia capacidad para el mal, nos

Permite estar abiertos a perdonar el pecado de los demás, mostrando con ello que realmente se
ha acogido la misericordia que Dios nos ofrece. También nos compromete a ser instrumentos de
paz y reconciliación para quienes son víctimas del odio y de la injusticia.

i) No nos dejes caer en la tentación

Esta petición se relaciona con la anterior. Las ofensas al prójimo nacen de nuestro pecado, y
nuestro pecado nace de consentir a la tentación. La tentación es la sugerencia o invitación a
realizar o no una acción que puede alejarnos de Dios. La tentación es parte de nuestra vida
espiritual, por eso no pedimos no ser tentados, sino triunfar sobre la tentación cuando esta se
produzca. Para ello, pedimos el don del discernimiento para saber distinguir lo bueno de lo malo,
y a la vez, la fuerza del Espíritu Santo, para que nos guíe en el camino correcto.

Y es que la tentación siempre sugiere algo aparentemente bueno, pero que en el fondo
es malo, porque nos aleja de Dios y de los demás. Por eso, triunfar sobre la tentación implica
una decisión del corazón, es decir, el firme compromiso de hacer lo bueno y la necesaria
reflexión para distinguir lo verdadero de lo falso en lo que se nos sugiere.

Es lo que nos recuerda Jesús: “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” (Mt 6,21)
Reconocer las inclinaciones del propio corazón es una manera de descubrir el tesoro que
llena nuestra vida, purificando nuestras intenciones y dejándonos guiar por el Espíritu Santo, a
través de la perseverancia en la oración y en la vigilancia del propio corazón.

j) Y líbranos del mal

Reconocemos nuestra incapacidad para liberarnos de aquello que nos impide alcanzar
nuestra plenitud en Dios, nuestra necesidad de ser librados por El de aquello que nos limita y
dificulta nuestra vida. Vernos libres de todo mal es un anhelo no solo para nosotros, sino para
toda la familia humana, toda ella desea la salvación, aunque no siempre sea consciente de
ello.

Detrás del mal reconocemos la acción del demonio, directa o indirectamente y pedimos al
Padre que nos proteja de su acción, ya que él es el origen del mal. No se trata de una petición
movida por el temor, sino por la certeza que nos da la resurrección de Cristo, quien, con
su muerte y resurrección, ha derrotado al mal y al demonio. Esta victoria, se realizará
plenamente al fin de los tiempos, por eso decir “líbranos del mal” es pedir a Jesús que vuelva
pronto y lleve a la humanidad y la creación a su plenitud.

Presentamos también a Dios los males de la humanidad entera, el sufrimiento de tantos en el


mundo y nos solidarizamos con los pobres, los enfermos, los marginados, es decir, con todos los
que sufren las consecuencias del mal. Junto con ellos pedimos la liberación del mundo entero
de todo mal, de toda injusticia y pecado. Es también el compromiso de luchar contra el mal en
cualquiera de las formas en que se presente y de arriesgar la propia vida por la causa del bien, tal
como Jesús.

k) Amén

El Padre Nuestro, y toda oración cristiana, es cerrada con el “Amén”, que viene del
hebreo “Emuná”, que significa firme, estable, seguro. “Amén” significa entonces estoy de
acuerdo, lo afirmo como seguro, me comprometo con toda mi existencia para que así sea.
Amén no es un deseo “así sea”, sino una certeza (así es), por ello refleja nuestro compromiso para
hacer vida aquello que hemos orado

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