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CARLOS ROMAI~OSA

LABOR LITERARIA

CÚR))OJ).\ I 1<E1'L;BI.IC.\ .\RLI~:\Tt:\.\


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JI ~a.L.. ~z:--4~;¿"'( ,
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ADVERTENCIA

FOR~1O ESTE LIBRO CO:--; ALGU:--;.\S pA-

GIXAS LlTER.-\RL\S MíAS, DE LAS YA PUBLI-

L\DAS. L.\S AQüí REUXID.\S SO:\' LAS QUE

COXSIDERO :\IE:--;OS DEFECTUOSAS: Ql'IZA

PORQt"E SO:--; LAS Ql'E :\lAs QUIERO. ELL\S


:--;0 OFRECE:\', POR LO T AXTO, OTRA XOYE-

DAD QüE LA DE APARECER POR PRIMERA

YEZ EXE~T AS DE LAS l\IUTILACIOXES Y DE

LOS ERRORES DE Il\lPREXTA COX QUE SE'

HA:\' PUBLICADO EX DIARIOS Y RE'"IST.-\.S.

C. l~.

¡:Ó~DOBA, ~ULlO :21 DE I~<)~.


EL SUICIDIO

El hombre obedece ú una fuerza


superior misteriosa, impalpable .Y
secreta, contra cuya influencia in-
contrastable se estrella impotente y
dolorida la voluntad humana, por-
que es dé~il para resistir é inháhil
para desviar lá corriente imprevista
y recial de los acontecimientos y de
las vicisitudes de la existencia, entre
cuyas fugaces ondas, ora impetuf)~
sag, ora sereúas, ya ard·ientc.s, ya
-. ~-
I

frías, va el hombre clijnpliendo su


misteriosa misión sobre la tierra.
Desde que los sentidos sacuden
la somnolencia nativa y empiezan
á entrar en pleno)' consciente goce
de sus atributos, y las facultades del
alma, que nacen dormidas, se des-
piertan y se enciende la luz de la
razón qtle discierne y de la concien-
cia que guía, el hombre, arrastrado
por el devastador torbellino de sus
lnúltiples y encontradas pasiones,
comienza á bajar la escabrosa pen-
diente de la vida" tan eri~da de
punzadores zarzales y de asperí:;;i-
mos escollos, al chocar en cada uno
de los cuáles va perdiendo una por-
ción de su sangre y dejando un gi-
rón de su existencia! ..
y -así ya pasando -la vida, entre
muchísimos sorbos amargos y po-
cos, poquísimos dulces, hasta que
por fin se cumple en él la. ley fatal,
la ley del t¿rmino .... y con la lnilertt:
'*
-9-

concluye ra~ l~cha encarnizada, im-
placable, incesante, que constituye
la vida.
Pero, á veces un cúmulo de cir-
cunstancias especiales, siniestra-
lnente eslabonadas; y otras veces,
un solo hecho, un solo suceso, ona
sola yicisitud, una sola circunstan-
cia, impelen al ser humano, hombre
Ó ffi'J.jer, á abreviar el plazo de la
sentencia innata ..... y pone fin á su
existencia, voluntariamente y con
suptopia Illano, quebrantando las
,. lej.es ..grabadas eg cla naturaleza, ó
'cvicA'ando, como aiee Estrada, las
leyes instintivas de la vida» .
•~ . l\'Ias, esta muerte voluntaria, deli-
berada y labrada por la propia mano
del extinto, qué se llama suicidio,
¿.por qué se édOCeptúa un crirn.en?-.
¿Por qué la-tusticia humana, cutm ..
. lodo tal «criJ:~en» no se consuma to-
~\ t,!l~mt;nte)1Iama ájuicia al « criminal»)
$ y ~·~pone Ul1a pena, un .ca.s!igo,
-10 - ..
.. . ·1'

ulfrapasando con tal p'r.Qceaet lo"


límites de su jurisdicciÓn --natural;
queriendo, profana,mente, eiercer·~1l.
autoridad en deliberaciones dellib~
albedrío, que únicamente deben s~r
juzgad~s,-8i es que se han dejui~
gar alguna vez,-por el que rige los
séres y las cosa!; en el conciert{~
grandioso y solemne del universo.
La justicia humana, en el caso en
cuestión, mientras más grave sea el
crinwn, mientras más irreparable sea.
el daño del delincuente, es más iIYl:-
potente, resulta más deficiente,llláS
irrisorio, por decirlo así, su poder;
porque tiene forzosamente que de~
jar sin reparación el criln,ert ~. itri ..
pune al cri-minal, á quien apreh~nde
yacente, rígido, inmóvíl, p~rQ eXfln~,
to de todo proceso y-de tOda pena';
en una palabra, inviora_ble~ ~en:~l
ientidp jurídico del eonceptct. ¡ ..

Por otra parte, aunque hay cir-


cupstancias que no solamente' atft~
--- 11 -

núan ~a gra\[edad de la espantosa


perpetración del suicidio, sino que
hasta la disculpan, pienso, sin em . .
bargo, ql,le tal acto ó proceder no
obtendrá jamás la sanción de la so-
ciedad, y que, por el contrario, siem-
pre provocará su enérgica reproba-
ción y su acerbo anatema.
y esto se explica, sin justificarse.
Digo que se explica, porque el sui-
cidio choca y está en pugna con el
instinto de conservación, inherente
á todo ser en quien palpita la vida;
y digo que no se justifica, porque á
VeCei Ía sociedad, con sus exigen-
cías y con sus hostilidades inexora-
b1es, es la causa impulsiva que pre-
cipi~a á muchos desdichados al
abisnlo'insondable de la muerte .
.. Empero, el suicidio tiene múlti-
pIes móviles, y .muchos de ello~ dia-
ni~tr~IOl(fltte ·opuestos entre sí; lo
cu.al ¡trueba que el mal no radica en
un.sólo punto; sino en lTIuchísimos,
-- 12 -

y que, por consiguiente, dicho mal


es irremediable, incorregible, y á
veces,--pena da el decirlo,-á ve-
ces, fatalmente necesario!
y si no, dígase-¿ qué otro reme-
'dio le queda que la muerte al que
conculcando, aunque sea en rápido
momento de ofuscación, las leyes
delicadísimas del pundonor y de la
dignidad, incurre en una falta inde-
corosa, en un delito infamante de
imposible reparación y que le re-
porta la pena más terrible, más mor-
daz, más cáustica: el escarnio social!
¿ Qué oho remedio le queda que
la muerte al criminal que, cual un
réprobo, se revuelve sempiterna-
mente en su lecho, desencajado, fe-
bril, convulso, insomne, p.orque el
buitre feroz del remordimiento le
acosa con ahinco implacable, hun-
diendo y revolviendo su pico corvo,
acerado y desgarrador en lo vivo de
su conciencia!
- 13-
Para ciertos conflictos íntimos de
la vida, para ciertas situaciones aflic-
tivas de la existencia, el suicidio es
un~' solución i~elud·ible.
Comprendemos que esto es dolo-
roso, muy doloroso, por lo mism<J-
que es cierto, muy cierto.
y así, sólo podemos exclamar
aquello del inspiradísimo y malo-
grado Eguílaz: « Es una verdad
amarga,-pero es una gran verdad!})
No quiero decir, con lo expuesto,
que el suicidio sea un expediente
plausible, ni que con él deba solu-
cionarse todo lo doloroso, lo arduo,
lo aflictivo, lo adverso que nos opri-
me, que nos confunde, que nos tor-
tura, que nos desespera en los mil
imprevistos, diversos y suc,e,sivos
lances que forman la trama y la
lucha de la existencia. Digo sola-
mente que el suicidio, en casos cir-
cunscriptos, es un recurso supremo,
al que hay que acudir irremisible-
"
-14-
lTIente; más aún, fatalmente: porque
tan funesta necesidad estriba, ó bien
en las exigencias ó preocupaciones
sociales, de quienes somos esclavos;
ó bien en la deficiencia de nuestra
propia quebradiza naturaleza, cuya
~sistencia en ciertas atribuciones
es limitadísima ..
Cuando el hombre se ve abruma-
do tenazmente por el dolor en cual-
quiera de sus múltiples formas, se
retuerce, forcejea, lucha; pero, si el
conflicto se prolonga demasiado,
agotando su., resistencia, cede y se
destruye"'4 ...~ ·por la misma ley que
estalla urmcuerda por excesivamen-
te tensa, ó" 'se troncha una caña al
empuje violento del" raudo 'torbe-
nino!
Cuando un hombre ínteg~~, alti-
,,'0, pundonoróso, mira menoscaba-
do, escarnecido, lnancillado su ho-
nor, cuyas manchas son indelebles;
.cuando en un rapto de obcecación
- 15-
comete un error funestísimo, perpe-
tra un crimen alevoso ú olvida, in-
fring~_ ó tergiversa algunas de las
leyes fundamentales de la moral,-
á todo lo cual está expuesto y de
todo lo cual es siempre susceptible
por su índole, por su temperamen-
to, por su naturaleza; - y luego
contempla, palpa y siente los estra-
gos de su culpa, ó apura la lTIordien-
te amargura que le ocasiona la cul-
pa ajena, y el remordimiento, ó el
despecho; ó el desencanto le aco-
san y punzan con inexorable saña ...
entonces sus fuerzas de voluntad,
de raciocinio,_ de sentimientos reli-
giosos se agotan y cae, dominado y
vencido por el formidable conflicto.
¿ Qué sucede entonces? La niebla
fría de la tristeza le envuelve el ce-
rebro, y el dolor muerde su corazón
y filtra su amargura hasta en sus
fibras más recónditas; el instinto de
conservación -espira, estrangulado
- 16-

por las ansias de reposo, y en aquel


momento todo se tiñe, para el des-
dichado, de un color monótono,
gris, y se contempla en una soledad
lnoral espantosa, y cesan para sus
oídos hasta las estridulaciones ar-
lnoniosas de la naturaleza; .... y su
ánimo llega á una tensión lnáxima,
suprema, de desencanto y desespe-
ración; .... y no pudiendo soportar
por un instante más tan aflictiva y
dolorosa situación, destroza por su
propia mano el estambre de su vida,
para co;nseguir el repóso anheladot
Para evitar el suicidio, hay pri-
mera¡nente que modificar las leyes
tácitas, pero rigurosas, de la socie-
dad. Hay que desprenderse de las
mil preocupaciones inveteradas,-
algunas absurdas,--que n¿s escla-
vizan. Hay, después de todo lo di-
cho, que modificar, que cambiar
~sencialmente la naturaleza de la
arcilla de que estamos amasados.
- 17-
l\fientras tanto, dígase lo que se
quiera, escandalícense Jos moralis-
tas ~ojigatos, el suicidio ha sido y
será siempre el supremo refugio de-
las almas desoladas. Para quienes la
existencia es solamente una libación
amarga, una cadena lacerante de
eslabonadas decepciones; para quie-
nes la adversidad implacable de la
suerte, el ensañamiento perpetuo
del dolor, han apagado su fe, su ilu-
sión y su esperanza, -esas tres lla-
mas divinas que trae consigo encen-
didas el corazón humano; pero que
una vez apagadas no vuelven á en-
cenderse jamás,-sólo en el regazo
silencioso y compasivo de la muerte
pueden encontrar lenitivo para sus
crueles tormentos!
Allá únicamente concluyen -para
siempre y encuentran su eterna cal-
ma las veleidades de la fortuna, las
perfidias del mundo, los torcedores
de la memoria, las dudas del enten-
- 18-

dimiento, las perplej idades de la vo-


luntad, los ímpetus despóticos del
temperamento, las ansias indefini-
bles del espíritu, las pasiones vehe-
mentes del corazón, los escrúpulos
alarmantes de la conciencia; en una
p~labra, la perpetua agitación y la
dolorosa pesadumbre de la vida!

Cuando yo era niño, la noticia de


un suicidio me era una cosa incon-
cebible~ y como oía reprobar y con-
denar t:th"~fjón, yo también sentía
despertarse ~ mi cierto cándido.
repro·C'he hácl'~ el suicida. En mi
inocencia infantil, no comprendía
cómo ún hombre"se mataba, siendo
la vida tan encantadora, tan amena,
tan alegre, tan risueña.
~fás tarde, cuando empecé á pal-
par la realidad de las cosas; cuando
empezó á esfumarse ante mis ojos,
hasta desaparecer, ese color de rosa
imaginario, con que vemos teñidas
- 19-

todas las cosas en la infancia; cuando


empezó á rasgarse el purpurino y
denso .velo que encubría ciertas ne-
gruras; cuando empecé á notar que
~a vida no era, en absoluto, .COlTIO
'A la había imaginado, y que tenía
su parte deforme, su parte sombría,
su parte monótona, su parte árida,
y que las risas y las lágrimas, el pla-
cer y el dolor, la alegría y la tristeza,
el entusiasmo y el tedio, la ilusión y
desencanto, el amor y el odio, la luz
y la sombra, ~e entrel~~b~n con-
tínuamente formaticlo la urdimbre
complicada y cambiante, de la exis-
tencia, , . , entonces .el relato de un
suicidio no 111e causaba ni la repul-
sión ni el asombro primitivo .... Por
un impulso de respeto irreflexi,v,o,
,espontáneo, pero profundo, ya no
lTIe atrevía' á censurar tan fúnesta
resolución.
Me encontraba cada día, sin peti ..
.sarlo, más transigente.
- 20-
Aun no se había caído por com-
pleto de mis oj QS la venda de la
inocencia y de la inexperiencia,
pero empezaba ya á vislumbrar los
contornos sombríos de la realidad
de las cosas; .... y entonces un sui-
cidio me estremecía, me espantaba,
porque allá, en las profundidades
seminebulosas de mi raciocinio pre-
maturo, entreveía, vagamente, razo-
nes, fundamentos, móviles de lógica
incontrastable, que lo ocasionaban.

Ahora, que aunque. todavía muy


joven, ya he vivido tanto.
Ahora, que al color de rosa de 1<>
imaginario, ha substituido el tinte
gris de la realidad.
Ahora, que sé que el egoísmo es
el eje alre~edor del cual gitan todas
las pasiones humanas; que todos
nuestros afectos, hasta los más Ín-
timos y sagrados, no son más que
impresiones -'que vibran en nuestro
-21-
corazón por un tiempo más ó ménos
largo, según la intensidad de la fuer-
za que los ha producido; pero que
al fin se extinguen, sin dejar Inás
hondos vestigios que los que dejan
en el espacio el silbido del viento,
el tañido de una campana, la pulsa-
ción de una cuerda sonora!
Ahora, que sé que todos llevamos
en la sangre, en estado latente, el
germen maligno del crimen, en sus
múltiples variantes, esperando sola-
mente la ocasión para sentir sus iln-
pulsos irresistibles de manifestarse
en alguna acción, á semejanza de
la chispa que está latente en el pe-
dernal, esperando solamente el cho-
que recio del eslabón para surgir
vívida y ardiente del seno opaco y
helado en que yace dormida!
Hoy, que sé sobre qué frágil y
oscilante base está fundada la amis-
tad! "

Hoy, que observo Y" penetró el


- 22-
lnóvil rastrero de muchas reveren-
cias, de muchas atenciones, de mu-
chas alabanzas!
Hoy, que entreveo las negruras
que ocultan ciertas cristalinas super-
ficies!
Hoy, que sé cómo punzan yenve-
nenan la indiferencia, la ingratitud,.
la murmuración, la calumnia, la per-
fidia: todos estos dardos ponz::lñosos
de la maldad humana que nos hie-
ren de continuo el corazón y el
alma!
Hoy, que veo cómo' nuestras di-
versas susceptibilidades y fragilida-
des, congénitas ó adquiridas, pero
incorregihles, nos llevan con fre-
cuencia al suplicio de la desespera-
ción, produciéndonos acer~?s dolo-
res, sacudimientos intensos, vértigos
horribJes qué superan nuestra te~ue
resisteneia y que" nos ponen frecuen-
temente fll dintelqe la locura ó de
la lnuerte!
- 23-
Hoy, que sé todo esto .... yo no
. .
sanCIOno, yo no aconseJo, yo no
apla~.do el suicidio; pero tampoco
anatematizo al suicida. Y cuando
llega á mis oídos la triste, la sOlnbría
noticia de un suicidio, palpita de
súbito en mi mente, como una íntima
plegaria, esta bella y noble .estrofa,
que leí hace varios años, no recuer-
do donde, y la cual quedó indeleble-
mente impresa en mi memoria:

No maldigas el alma que se ausenta


Dejando la memoria del suicida:
Nadie sabe que fuerza, qué tormenta,
Lo arroja de las playas de la vida!

1887.
PEDRO GOYENA
(RÁPIDOS APUNTES PARA UNA BIOGRAFíA)

Los hombres del temple mor~1. del


Dr. Goyena son escasos en todas
partes, y su desaparición de entre
lo~ vivos produce duel<t naciona~,
aun cuando los sorprenda la muerte
sin ocupar ningiín puesto público
,?xpectable. Bien comprueba esta
afirmación la mmensa concurrencia,
sin exclusión de color político ni
26 - .

de ti~te religioso, que rodeó el fé-


retto ~el ilustt~ e~tinta po~ quien
hoy tom'a~os la f1~a. ~ erdad e~
que .también raríslm~ ~e~ s~ en ..
cuentraft
,
reunj.Qos,.como facetas de \

una misma personaliaad, la virtud.


. ¡

el carálter y~1 t41ent...Q.... r"· ..


• • -: . •• • • • • • .t' • . • . • • ..... . . . .••.•

. fJ Dr. Goyena es 'Una figura rta-


cional de contornos tan gallardos)
de perfiles tan puros, que difícilmen-
te' se encuentra con quien compa-
rarlo. Desde muy roven, puso al ~er­
vicio de su patria, lo que le 'bab.
dado la oaturaleza y lo que 1,otabf!1
adquirido en el estudio: las energ~s
de su carácter, las luees de su inteli-
gencia.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . .:.
En el espacio de tiempo que'
comprenden los últimos vein~e años
de su vida, no se ha discutido u~a
cuestión grave, ni se ha resue~tQ. u~
problema trascendental en nuestro
-- 27 -

país, en ~l orden e~onómico, políti-


ca, sociaí, ó religioso, sin que el
Dr. Goyena terciara decididamen-
te e-n el debate, ya desde .las colum-
na~ de la prensa, "como periodista,
ya 4esde su banca. como represen-
tante 'del pueblo: iluminando el cri-
terio de las asambleas con los fulgo-
res de su elocuencia.

Estaba animado por un espíritu


refinadamente civilizado. De ahí la
inlnutable firmeza de su fe religiosa,
en armonía con su tolerancia tran-
quila para todas las distintas mani-
festaciones del culto: como pensador
que' había absorbido y asimilado en
su conciencia todas las luces de la
cultura contemporánea.

Era .una individualidad que se


presentaba bajo lnúltiples prismas:
era ~rítico, filósofo, polemista, ora-
dor.
--28 -

.... w ................................... ..

Como orador, muthas veces las


ráfagas melodiosas de su elocuen-
cia han hecho vibrar el ánimo del
a.uditorio, estallando al unísono, cor-
religionarios y adversarios, en viví-
simos aplausos.
• • .. .. •• • ....... I .. • .. • ... • .... -;.. • .......

Como polemista, era temible por


su dialéct43a de acero. Como todo
hombre convencido de la bondad de
su '~ausa, combatía con ,tesón, con
ardimiento, con' tenacidad; pero,
siempre, sin descender de la regi~n
de los principios, y ni aun en lo l~~S
ardoroso 9.~ la lucha pe~día. sus há-
bitos c_aballeTescos;:Ja~ás esgrimía
armas prohibidas; poi-e'so inspi~aba
tanto respeto y tanta admira.c;ión á
sus mismos adversarios, hasta el
punto que uno de sus más dignos
contendientes, en los dominios de la
idea religiosa, exclamó al bor~e de
su tumba: ojahí pudiéra71ws oolve'r-
- 29-

lo á la vida, aunque tuviéramos que


batallar de nuevo con su pUjanza
formidable!

Como crítico, todo lo observaba,


todo lo disecaba y analizaba minu-
ciosamente. Era penetrante y agudo
y hasta incisivo, sin .ser mordaz; y
las cinceladas flechas de oro de su
ironía, no eQlpapadas jatnás en hitf,l,
se clavaban,-aguda·s y centellean-
tes,-se clavaban certeramen~ en
el blanco, causartdo vivo dolor, sin
p~oducir encono. '.
-. .
Comp ~lósofo, vivía ,entregado á
la meditación,y al estildiq; 'Y no se
suscitaba una:d.a.da en suánimo, que
no intentara disiparla ha~ta. Gonse-
,guirlo; ni se presentaba á su mente
un problema, por arduo que fuera,
que no lo afrontara con ahinco, has-
ta resolverlo.
- 30-
Como profesor y catedrático, ha
prestado servicios eficientes á la
patria; pues no obstante haber muer-
to relativamente joven, dos genera-
ciones han abrevado el espíritu en
el raudallurninoso y cristalino de su
sabiduría.

La muerte tronchó bruscamente


esa vida tan fecunda, ese dechado
de ciudadano; y, ¡ oh ironías crueles
del destino! ese pensador profundo,
ese observador sagaz, ese crítico de
ática finura, ese periodista eximio,
ese conversador primoroso, ese
abogado concienzudo, ese cat~drá­
tico insigne, ese que fué en un tiem-
po el más radiante luminar del,par-
lamento argentino, murió de pronto
dejando á su familia, inconsolable y
dolorida, debatiéndose en las an-
gustias de una extrema pobreza!
31 -

La juventud argentina, cuyos


lniembros, en su mayoría, son ar-
dientes defensores de las ideas libe-
rales, se sintió hondamente conmo-
vida por la muerte del Dr. Goyena,
quien era, según la autorizada opi-
nión del Dr. del Valle, el 1nás bri-
llante paladín del catolicismo ar-
gentirlO; y en múltiples manifesta-
ciones, esa noble juventud, demostró
su edificante admiración por el emi-
nente ciudadano que no quebró nun-
ca la rígida línea de su conducta,
ni empañó jamás la diáfana pureza
de su carácter. Es que los pueblos,
cuando llegan al grado de cultura
del nuestro, honran la lnemoria de
sus varones esclarecidos, sin tener
en cuenta cuales fueron sus preocu-
paciones religiosas.

! •• ••••••••••• ••• . . .. . . . .
Pasado mañana se cumple el 780-
aniversario del acontecimiento más
trascendental y solemne en nuestra.
breve historia nacional: la procla-
mación de nuestra independencia
por el ilustre Congreso de .Tucu-
mán.
Todas las naciones cultas y libres,.
rememoran con fiestas pop"J.lares y
espl¿ndidas pompas, los aconteci-
mientos trascendentales de su vida
- 34-
histórica, cuyas fechas inscriptas con
caracteres indelebles en la lnemo-
ria y en el corazón de sus hijos, se
convierten en cifras sagradas.
Para el pueblo argentino una de
esas fechases la que sirve de epí-
grafe á estas ligeras líneas.
En efecto: el Congreso de Tucu-
lnán, estando en inminente peligro
de disolución; abatido por múltiples
reveses; perplejo ante graves difi-
cultades; minado por tendencias di-
versas, que se agitan dilacerando su
seno; gastando su autor'idad y su
fuerza en discusiones inoportunas
y estériles, luientras surgen disol-
ventes conflictos en las provincias,
que amenazan defraudar los propó-
sitos callados, pero latentes, .~e los
revolucionarios de Mayo; ese Con-
greso, decimos, en aquel día de santa
inspiración tuvo la visión clara del
porvenir, se dió cuenta exacta de la
situación, acalló sus rencillas inter-
- 3-5-
nas, cerró sus discusiones áridas,
fundió sus disidencias personales,
reconc;entró el vigor de su autoridad,
estalló unánime en un deseo firme
y grandioso; y sobreponiéndose á
las circunstancias adversas del mo-
mento, arrostró los peligros del caso
y proclamó, con intrépido patriotis-
mo y viril audacia, á la faz del mun-
do entero, la independencia de las
Provincias Unidas del Río de la
Plata.
Esta declaración del Congreso
de Tucumán produjo un efecto má-
gico en el pueblo argentino: pene-
tró honda y vibrante en su concien-
cia, iluminó su mente, encendió su
fantasía, aceró su carácter, templó
.su ánimo, virilizó su corazón, acen-
,dró sus deseos, ensanchó sus h'o'ri-
zontes, dió inmenso vuelo á su es-
píritu, prestó contornos de grande-
za á sus hechos, y desde que tuvo
una patria que, defender y una her-
- 36-
mosa bandera que tremolar, demos-
tró mis energías 'en las asambleas,.
más decisión para la lucha, más
ímpetu en el combate, lnás estoicis-
mo en el peligro, más abnegación
en el sacrificio, y fué entonces in-
quieto y ardiente en la discusión t
recio en el ataque, obstinado en los
reveses, generoso en la victoria, se-
reno en la fortuna, yunque en la ad-
versidad!
Con la revolución del 25 de Ma-
yo de 1810, empieza la gestación de
nuestra nacionalidad,'y el 9 de Ju-
lio de 1816 el Congreso de Tucu-
mán sacude enérgicamente el abru-
mante yugo del coloniaje é inscribe
á la Nación Argentina en el regis-
tro de las naciones indepe.!ldientes.
¡Honor eterno al ilustre Congreso-
que dió á luz una nación inmensa,.
rica y generosa! ¡Aplauso resonante
á ese congreso.' que declaró altiva-
mente los propósitos, hasta enton-
- 37-

cea velados, de los revolucionarios


de Mayo! ¡Gratitud inextinguible á
los pr9ceres que defendieron, con su
sangre y con sus luces, la vida inde-
pendiente de esa nación, hasta de-
jarla robusta y estable!
Han transcurrido 78 años desde
el día en que aquel memorable Con-
greso nos declaró pueblo indepen-
diente. Ahora bien: hemos corres-
pondido á las esperanzas concebidas
por aquel venerando Congreso, res-
pecto á nuestro futuro engrandeci-
miento material y moral? ReInos
llenado las grandes ilusiones, que
respecto á nuestro porvenir se for-
jaron nuestros padres, que sacrifi-
caron su reposo, su fortuna y su vi-
da, por dejarnos independientes y
libres? De seguro, no hemos corres-
pondido á esas esperanzas y á esas
ilusiones ni tan inmediata ni tan
perfectamente como quizás aquellos
pensaron.
- 38-
Hemos marchado por jornadas
cortas, lentas y penosas.
Nuestra historia nacional, que sólo
cuenta 78 años, es muy breve, pero
muy accidentada. Podemos hojear-
la, y la encontraremos constelada de
episodios heróicos, llena de rasgos
generosos, matizada de discusiones
luminosas; pero, muy pocas páginas
habrá que no estén, ó sombreadas
por la tiranía, ó ensangrentadas por
la guerra internacional, ó abrasadas
por el incendio de las guerras civi-
les. Muy raras son las páginas de
nuestra historia iluminadas por la
luz serena y fecundante de la paz.
El camino recorrido hasta ahora,
salvo trechos muy breves, ha estado
erizado de obstáculos; y al separar,
superar ó salvar cada uno "de esos
obstáculos, ha habido desangre 7
enervamiento, postración, y se ha
necesitado tiempo para reparar las
fuerzas perdidas y proseguir la mar-
39 -

cha hacia los grandes destinos.


Múltiples y dolorosas son las vici-
situdes que ha experimentado el
pueblo argentino desde el día que
se le declaró independiente; pero,
en medio de tantos contrastes, que
han puesto á prueba su vitalidad
material y el temple varonil de su
alma, ha permanecido erguido, con
la conciencia de su entidad como
nación, con la confianza palpitante
en el porvenir que le auguraron sus
preclaros patricios, y siempre á la
vanguardia de la civilización en la
américa latina.
Como todo pueblo joven, inteli-
gente y viril, el pueblo argentino ha
cometido muchos errores y ha su-
frido grandes contrastes; pero, esos
errores yesos contrastes le sirven
hoy de fuente de información y de
texto de consulta, para pulir, con el
buril de la experiencia, la aspereza
de sus hábitos. políticos, modelar sus
- 40-
instituciones, p~rfeccionar sus leyes,
y trazarse la pauta q.e conducta que
ha de hacer eficientes sus anhelos
Ge engrandecimiento.
Nuestros próceres de la Indepen-
cia soñaron con los grandes desti-
nos de' las Provincias Unidas del
Río de la Plata, porque abrigaron
la cqnvicción profunda de que con
sus luchas y sus sacrificios habían
trazado las contornos de una gran
nación: cuyos límites, por el norte,
,se bañaban en los resplandores del
trópico; por el sur, se perdían en las
brumas del polo; por el oeste, holla-
ban las cimas de los Andes, y por el
.oriente, se sumergían en las aguas
azules y' salobres del Atlántico.
Los anhelos, los sueños, las espe-
"ranzas d~ aquellos abnegados pa-
triotas no .se realizaron con la cele-
ridad ni con la perfección que desea-
ban y creían. Imprevistas é incon-
trastables vicisitudes lo illlpidieron.
-41-
Sin embargo, quebrantada muchas'
veces, pero jamás desesperada, la
nación argentina á ido marchando,
vacílante ó resuelta, orillando aba.
mas ó venciendo dificultades, hacia
su prosperidad, su libertad y su
grandeza. Y hoy, si l~s clarov.iden...
tes fundadores de su indepéndencia
volvieran á la vida sus ahnas vibra ..
rían de entusiasmo y satisfacc.ió'n al
contemplarla grande, unida, her-
mosa y rica, y gallardamente incor-
porada al concierfo de las naciones
cultas y libres.

JULIO J DE 1894.
Leopoldo LugoDes

Se110r Mariano de Vedia.


BUENOS AIRES.

Mi estimado amigo: Vez pasada,


hará cosa de seis meses, un joven,
conciudadano nuestro y comprovin-
ciano mío, Leopoldo Lugones, que
en sus prod ucciones literarias se es-
conde bajo el seudónimo de Gil
Paz, estuvo por ir á establecerse á
esa capital. Entonces yo le ofrecí
darle una tarj eta de presentación
para ante Vd.; pero, inconvenientes
- 44-
repentinos é imprevistos obligaron
al joven L~ones á postergar su
vlaJe.
Hoy á venido á ve~me y á decirme
que en la semana entrante partirá
para Buenos Aires, y me ha recla-
mado la ofrecida tarjeta de presen-
tación. Se la he dado.
Ahora me dirijo á usted direc-
tamente, para avisarle que en la
semana próxima lo visitar.1 el joven
aludido.
Leopoldo Lugones es pariente de
aquel distinguido «intefectuah ma-
logrado que se llamó Benigno Lu-
gones, y tiene actualmente veinte
y dos años. Ha escrito mucho, co-
laborando en diarios y revistas de
'esta ciudad, y puedo asegurarle
que desde sus primeros e~sayos de-
jó vislumbrar que había en él un
literato y un poeta de alto vuelo. Des-
de que esgrimió la pluma hizo no-
tar el temple magnífico de su estilo,
- 45-
con rasgos enérgicos y esplendo-
rosos. •
~scribe en prosa y en verso con
la mislTIa facilidad, y con el mismo
estilo exuberante y resplandecien-
te. Pero, en el verso, que él labra y
cincela con la pasión de un lapida-
rio, es donde hace vibrar todas las
energías estéticas de su espíritu, y
donde derrama á raudales los extra-
ños fulgores de su lTIente.
Su inspiración es d~ la misma ín-
dole y del mismo" temple viril que
la inspiración de Pedro B ..Palacios~.
de quien es ardiente admirador, y á
quien algunas veces ha imitado con
exito sorprendente. Tan es así, que
yo creo que sus composiciones Lo-
cura é Ingens!, publicadas. hace
tres ó cuatro años, podían llevar al
pie la firma de Almafuerte, sin nle-
noscabo de la reputación de tan
justamente renombrado seudónimo.
La imaginación del joven poeta si

- 46-
no la considero más viva y penetran-
te que la de Alrna{uerte, la consi,
dero más amplia, más móvil y lnás
rica en colores.
Lugones ha escrito mucho en ver-
so: pero, la mayor parte, y lo mejor,
lo reserva inédito. De lo publicado,
siento no tener nada á mano para
lnandarle. Pero, de sus e~critos en
prosa encuentro Genealoglas (eocri-
tas el año 93,, cuando aun no , tenía
20 años) el Ultimo épico y A 1nedia
noche.' Ahí se los adjunto, para que
se vaya dando cuenta del' estilo del
joven poeta, hasta que él le haga
conocer algo más y lnejor. En los
últimos tiempos, su estilo se ha
bruñido mucho. Actualmente', tie-
ne composiciones poéticas m~gnífi­
cas por su forma y lnuy atrevidas por
sus ideas; porque Lugones es libe-
ral rojo, y exaltadísimo en todas sus
pasiones y en todos sus propósitos:
exaltación muy propia de su falta de
- 47-
experiencia, y que se irá templando
paulatinamente con los años y con
~os ~esengaños.
Por ahora, pretende corregir los
defectos sociales gritando indigna-
do, y restallando el apóstrofe que,
como un látigo tártaro, arranca la
piel y ensangrienta la faz que cru-
za: ¡todo iJ,lúltimente! lo que prue-
ba su inexperiencia. Cuando haya
vivido y aprehdido más; cuando los
continuos desencantos maceren im-
placablemente su vehelnencia; cuan-
do palpe la realidad y penetre y co-
nozca á fOhdo los hombres y las
cosas, y se convenza que todo es-
fuerzo sincero es definiti vamente
estéril, porque se estrella en lo re-
fractario de la arcilla de que esta-
mos amasados, y que no es' 'cuer-
do exigir de los hOlnbres lo que
no es susceptible de la naturaleza
humana: la perfección; cuando su-
ceda en él todo esto, entonces de-
-.48 -
jará el apos\rofe, arma violenta é
irritante, que esgr~'en los que creen
y esperan con~dida vehemencia;
y usará la ironía, arma aguda, sutil..
me~. cáustica y punzante, que es-
griman los ya i~iciados en los triste~
misterios de la experiencia.
Pero, no queramos precipitar en
Lugones las evoluciones fatales de
la vida.
Cada edad tie!le sus tenden<;ias,
sus impresiones y sus medios de ex-
presión. Primero, admirar; luego, l~­
char; después, cruzar los'brazos, es-
perando el reposo, el único: el de-
finitivo! Primero, el entusiasmo; lue-
go, la duda; después, el desencanto!
Primero, la sonrisa de la~inocencia;
luego, el grito de l",indigna.t:ió.tt; des.
pué s , el rictus del descrei.&niel1to!
Primero, el pincel encanta40 qUe des-
cribe; luego, la. piqueta .,irada que
dellluele, y, á lo últiQ\o, efimpasible
escalpelo que diseca! ...
- 49-
Pero, retrocedamós -(in poco. De-
dale que Lugonej, p<Jr ahora, es li-
.
beral'rojo, subver,,~e é incendiario;
cuando publique su Profesión de fe,
'

poesía inédita, taO agresiva y 1!Iln·in-


e,andescente que parece escrita con
un punzón de fuego, creo que levan-
tará una tempestad de aplausos ...
y de injurias.
En fin, mi amigo, si la existencia.
de este joven no se trunca en flor,
si no se interna por sendas extravia-
qas, si cultiva con esmero y con fer-
vor sus facultades intelectuales, creo
que llegará á ser pronto uno de los.
más renombrados poetas argentinos.
y dentro de pocos años, cuando se
citen los. ~ás inspirados y originales
poetas americanos, se citará también
\

á lf4¡gones, en primera línea.


Reconozco que no tengo autori-
dad para ~acer una, profecía de tal
m!!gnittirf;pe~Q, cuando me decido
á. ';"-decir lo que siento y .10 que pre-
- 50 - .
r

sien.ta, lo digo, sin ambajes ni timi~


deces; máxime, cuando, como en el
caso actUal,. si estoy en un error á
nadie p6Íjudico, 'y si estoy en lo
cierto td.dos se eomplacerári, por-
que adII1i~r.án nuevos fulgores en
el blasón de1a:s letras á,gentinas.
l-Ioy por hoy, no vacilo en afir-
marle que en nuestra patria n:::> te-
nenios un .p~eta, de la edad de Lu-
gones, que tenga ni más vuelo en
la . inspiración, ni más originalidad
y vigór en la forma.
y me permito advertirie, mi ami-
go, que soy más ~.certado para co-
nocer los buenos literatos, que para
conocer los buenos políticos. Ver-
dad es que la literatura y la política
son dos cosas tan diversas ...En la
literatura reina la luz, y puede co-
nocerse fácilmente á todo el que se
coloque dentro de su zona. En la
política impera la sombra, y los
hombres se luiran, se estrechan y se
- 51. -

e~perimentan'!'ó40t sin conocerse llVP-
ca! En la literatura se exhibe lo q~e
.se piensa ylo que" se siente/En la
.... '~ 1 _. ,

politica se oculta 1"C? que s~~~nte y


]0 que se piensa. EA la liteIarura, la
intención flota. En la ¡tqUtica, la in-
tención pernranece si~pre escon-
dida. En la literatura se tejen ....l~s
inspiraciones con hilos de 1uz, en
cuyos encajes l6m.inos~s el espíritu
.se aprisiona encantado.~ sin que ja.
mAs en pos del encanto reciba ún
golpe aleve. En la política, la in-
triga es el canevlÍs de todos" los éxi-
tos, é incesantemente, aún en el se-
no mismo de la amistad, el egoísmo,
ó la perfidia, están urdiendo sus re-
-des, en cuyas insidiosas mallas el
partidario sincero y vehement~ que-
da siempre enredado. ¿Enredado?
.Estrangulado!
Estas consideraciones, de tintes
filosóficos, las encajo aquí, sin ton ni
.son, y las encajo solamente .... por-
---,. 52 -

que afluyen tercas á la punta de mi


pluma.
Me he decidido á presentarle á V d~
al joven Lugones, porque creo que,
además de ser Vd. un literato dis-
ting'jido, hasta el punto que ha he-
cho Vd. adquirir carta de ciudadanía
en nuestra repúblic3.literaria á Juan
Cancio, es usted un espíritu noble,
generoso, exento de envidia, y siem-
pre dispuesto á prestar benévola
acogida á todos los ungidos por las
musas y, á la vez, desa~parados de
la fortuna. Roeber, Roxlo y, además,
algunos inspirados bohemios «inte-
.1ectuales" que han encontrado en
usted una protección gentil, prueban.
lo que creo.
Leopoldo Lugones, no es.un bo-
hemio. Perteneciendo á una familia
pobre, pero distinguida, de esta so-
ciedad, ha vivido siempre aquí, sin
haberse alejado nunca todavía del
~ido materno. Es un cóndor joven,
-- 53-
que por primera vez despliega sus
alas y se lanza á los espacios des-
conocidos, cediendo á los impulsos
irresistibles de su instinto. Es un jo-
ven inexperto, pero audaz, que por
primera vez se aventura mar aden-
tro, en el mar tumultuoso de la vida.
Yo deseo que usted lo conozca,
le ofrezca su amistad, le haga co-
nocer los demás literatos amigos
de usted, le ofrezca las columnas de
su diario, ó lo recomiende á otros
diarios y revistas; en una palabra,
que, en la mejor forma que le sea
posible, patrocine usted á este jo-
ven escritor en sus primeras vicisi-
tudes dp. la lucha por la vida y por
el arte. Así lo deseo, así se lo pido
y así lo espero. Usted, que ha. pres-
tado en su diario benévola acogida
á tantos escritores errantes, creo que
no se arrepentirá nunca de habérse-
la prestado también á mi joven re-
comendado. •
- 54-
De mí, sólo le diré que vivo olvi-
dado de todos; pues se ha hecho la
conspiración del silencio alrededor
de mi nombre. Y, hoy por hoy, vivo
enclaustrado aquí, en mi celda ig-
norada, mitigando las amarguras de
mis desencantos políticos con mis
lecturas literarias. Y como le he ha-
blado de poetas, le repetiré lo que le
decía, verbalmente, en aquellas ya le-
janas conversaciones literarias: que
mis poetas americanos predilectos,
son siempre Andrade, Acuña, Díaz
Mirón, Gutiérrez Nájera, Julián del
Casal, Ricardo Gutiérrez, Joaquín
Castellanos, Pedro B. Palacios, y
ahora, también, ese genio en flor,
Leopoldo Lugones. Todos estos poe-
tas me hacen pensar hondo y sen-
tir intensamente. Pero, cuando quie-
ro encantar mi espíritu; cuando
quiero deleitarlo puramente, sin ex-
perimentar acerbas ni recónditas
tristezas, entonces leo al divino ni-
- 55-
caragüense, Rubén Darío. Leyendo
á Rubén Darío se enciende dulce-
mente la fantasía, sin que el corazón
se oprima, ni los nervios vibren do-
lorosamente. Rubén Darío es un ma-
go lapidario de la literatura, y sus es-
critos, radiantes de fulgores, matices
y reflejos insólitos, parecen mosai-
cos de luces. De imaginación móvil,
de imaginación vivaz, de imagina-
ción inagotable en colores, parece
que la naturaleza se ha complacido
en teñirle la imaginación con todos
los espléndidos tintes tropicales.
y yo, dando libre vuelo á mi fan-
tasía, he pensado que cuando Ru-
bén Darío se prepara á escribir, una
hada misteriosa le presenta por tin-
tero una copa de sonoro y diáfano
cristal, dentro de la cual ha disuelto
ópalos, perlas, rubíes, topaci os, es-
meraldas, zafiros, y el poeta, empa-
pando la pluma en aquella fulgente
disolución de piedras prec.iosas, im-
- 56- I

prime en el papel sus ideas, sus sen-


timientos, sus nostalgias, sus inspi-
raciones: 'porque el estilo de Rubén
Daría es fúlgido, suavísimo, y torna-
.solado, como las plumas de un co-
librí!

***

He visto en los diarios que el Co-


mité del Partido Nacional va á pro-
-clamar eJ nombre de usted, como
candidato para diputado nacional,
en la próxima renovación del Con-
greso. Me ha complacido mucho tal
noticia, y deseo que su candidatura
triunfe en los comicios de !vfarzo. Si
así sucede, el Partido Nacional de la
capital federal llevará al Congreso
un representante joven, inteligente,
preparado y laborioso. No crea que
- 57 - , ....

lo adulo; le manifiesto sinceram~nte


10 que pienso.
De Vd. siempre afIno. amigo.

CARLOS ROMAGOSA.

Córdoba, Febrero 16 de 1896.


(DISCURSO LEíDO EN EL ATENEO DE CÓBDOBA,EN x..A. VE-
LADA LITI&'BUIO-lIt:SICAL CELEBRADA EN HONOIt DE
BUBÉN Duío, EL 15 DE OCTUBRE DK 1896.)

SEÑOR PRESIDENTE:
SEÑORAS:
SEÑORES:

Confuso y tembloroso llego á es-


ta tribuna.
Después de las hermosas palabras
con que el presidente de este Ate-
neo acaba de presentar al distingui-
do huésped, en cuyo honor se ha
organizado ·esta velada;. y después
- 60-

de haberse escuchado la palabra lle-


na de luces y armonías del eximio
prosador, y cuando aún falta por es-
cuchar del mismo su palabra alada
de inspirado poeta, comprendo que
mi presencia en esta tribuna viene
á ser un paréntesis árido en el en-
canto de esta velada. Pero, la comi-
sión directiva de este centro inte-
lectual que ha organizado esta fiesta
me ha designado para que tome
parte en ella, y yo no he podido, ni
debido eludir la difícil situación.
Vengo, pues, á ocupar vuestra
atención hablando de la última evo-
lución literaria, llamada por sus ad-
versarios decadente, y llama~a por
sus iniciadores simbolista, de cuya
evolución nuestro celebradq. hués-
ped es el representante más genuino
y caracterizado en la América la-
tina.
-61-
Las diversas manifestaciones lite-
rarias que han ejercido un fuerte do-
luinio y han dejado una viva huella
eri' la conciencia de la humanidad)
han sido siempre el reflejo de la épo-
ca histórica en que se han desen-
vuelto. De modo, que esas manifes-
taciones no constituyen propiamen-
te escuelas, sino ciclos que reflejan
fielmente la índole psicológica de las
gene:aciones que se sucedieron en
ellos.
No hay, pues, para mí, extrícta-
mente hablando, una escuela lítera-
ria clá~ica, ni llnaescuela literaria
romántica, ni una escuela literaria
naturalista. Hay un ciclo literario
clásico; hay un ciclo literario román-
ti.co; hay un ciclo literario naturalis-
ta. Cada uno de estos ciclos, como
consecuencia de la civilización que
refleja, tiene su estética caracterís-
tica. La belleza clásica es serena,
olímpica, fría, es la belleza del per-
- 62-
fil, la belleza de las líneas, como que
ella refl~ja la índole de una sociedad
jdolátrica y absorbida en las abstrac-
ciones. La belleza romántica es in-
quieta, tumultuosa, ardiente, es la
belleza de la expresión palpitante,
<;omo que refleja la índole de una
sociedad impaciente y febril, que vi-
ve áuscultándose á sí misma, enfer-
ma', dolorida y triste, engolfada en
lo~ misterios de su corazón. La be-
lleza"' naturali:;ta es una "helleza pan-
teista: es"la belleza de la ~teria, una
belleza viva, pero grotes€a, como
q:ue refieja la índole de una socie-
d'~.q afanada en hacer ver que lo" do-
lnina todo, porque todo lo mide, lo
pe"sa, lo dise~a y lo analiza .... "me-
nosolo íntiti;lo) ló esencial.
. La.manifest~ciones"literarias'; co-
mo todos los ~cont~cimientos his-
tóricos' no tienen solución de cf>nti-
~uidad, SUlO que se suceden esl~o­
nA.nd0.5e estrechamente y tenie~o
- 63-
entre sí íntimos puntos de contacto;
pero, como cada manifestación lite·
raria, es el medio de expresión de
una tendencia social, es claro que,
cuando esa tendencia se calubia, la
manifestación literaria que la ha re-
flejado, sino responde á la nueva
tendencia, debe cerrar su ciclo,-y
pretender eludir su 'clausura es lu-
char estérilmente, es empeñarse en
la más desesperante de las quimeras,
es como intentar detener las horas
que son inevttablemente fugitivas.
Tal afirmación se halla comproba-
da en las tres grandes manifestacio-'
nes literarias dé -la historia: el cla ..
sicismo, el romanticismo y eln~tu~
ralismo. Esta última manifestación;
-el naturalismo,- d~be¡ y~ cernir
su ciclo, porque ya no'responde'A:'la
nueva tendencia def e'Spíritu soc'ial.
La cfescripción· cruda de la natu-
¡alezi'ya no satisface á una sociedad
llue siente renacer su fé, Y que'la
;.,
. - 64-

siente renacer de tal modo avivada


qu~ quiere amarlo todo, y no le bas-
ta con cónocer el alma de los seres,.
sino que desea é intenta afanosa-
mente conocer el alma de las cosas.
Pues, para satisfacer este profundO'
anhelo del espíritu moderno ha na-
cido la nueva manifestación litera-
ria, deQqminada shnbolis'lflo por sus
iniciado;~s. . .
La clasificación de decadencia,
con que han querido deprimirla sus
adversarios, es i~jusm, y es IIbsurda;
lejos de implicar decadehcia, el.. .
~
Sim-
bolismo imJ?lica un progreso evi-
dente, pues es la síntesis de todas las
manifestaciones literarias.que la han
precedid?, p,.9seyendo, ademá.s, su-
tiles resortes estéticos completa-
mente originales. :Lejos de 'signifi-
cartiPa decadencia, el Simbolismo
signillca una espléndida eflores-
cencia de la literatura, pues vie ..
ne á enriquecerla lengna en «voca-
- 65 - .

bulario, en rítmica," en plasticidad.


yen matiz>. Lejos de representar de-
cadencia, el Simbolismo es una per--
fecCión literaria: porque ha encon-
trado el secreto de sensibilizaFlo to-
do, desde los objetos más rudos é-
inertes, hasta los conceptos más su-
tiles.
.•
"

Todos llevamos. en nuestra natu--


raleza una lira: la sensibilidad, cuyo,
cordaj~ sutil es el ~istema nervioso~.
En ese cordaje vive, silenciosa, una
varitdad infinita de sensaciones es--
téticas, que sólo esp~Í"an, para vi-
brar, al p.restigioso &,rtista que sepa
evocarlas.,'. '
·1'
La belleza, el encanto y el miste- .
rio, se hallan e.sparcidos en todas las
cosas del universo; pero, á ve~s..,esa,
belleza, ese encanto y ese rolsterio
permanecen.. mudos ó escondidos,.
esperando .quien los descubra y los.
- 66-

haga vibrar; y ese sólo puede ser un


artista eximio que posea en alto gra-
do 'talento, ingenio, sentimiento,
entusiasmo y fe. Pues bien, los ini-
ciadores del simbolismo son artistas
de esa urdimbre psicológica: ellos
saben evocar las sensaciones más
recónditas de ese cordaje sensitivo
que forma la trama de nuestra natu-
raleza, y saben, á la vez, iluminar y
hacer vibrar sugestivamente la be-
lleza, el encanto y el misterio, es de-
cir, el alma de las cosas.
Decídme, entonces, si la nu~va
literatura merece ,ser tachada de de-
cadente, ó sí, por el contrario; no me-
rece, con justicia, ser conceptuada
-como una profunda y trascendental
revelación estética. ,
Y ahora, permitidme reco;d~r á
gr~ndes rasgos dónd~~' y cuándo se
inIció la evolución literaria
.' . simbo-
lista.
- 67-
Francia,-esa nodriza é institu-
triz del espíritu moderno,-ha sido
la cuna del Simbolismo.
Allá' por el año 1883, el natura-
lismo estaba en su apogeo, y la len-
gUq y la poesía francesas lastimosa-
mente deprimidas.
Fué entonces cuando varios jóve-
nes escritores concibieron el noble
y audaz proyecto de hacer renacer
el ideal literario. Impulsados por un
lnismo sentimiento estético, se pu-
sieron de acuerdo en los principios
esenciales, reconociendo por maes-
tros á Rabelais,' á Shaskespeare, á
Poe á de V,igny, á Baudelaire.
Las figuras más salientes del gru-
po rptaurador. eran Jean Moréas,
Charles Morice, Laurent Tailhade,
Maurice Barrés. Los' primeros a.rtí-
culos de propaganda que publicaroI\
~n las humildes·11.ojas literarias qu~
les prestaron acogida, produjeron
murmullos y e~cándáls:>sj y les susci-
- 68-
taron burlas y diatribas. Pero el
grupo de paladines, lejos de abatir-
se, redobló:sus ímpetus y ensanchó
sus propósitos, meditando una ver-
dadera y original evolución litera-
ria. A favorecer y fomentar esta
atrevida idea vino Paul Verlaine,
que habiendo figurado en el grupo
parnasiano, de que era pontífice Le-
conte de Lísle, no sólo se enroló en
el grupo revolucionario, sino que
llevó consigo á tres artistas eximios,
los epoetas malditos»: Tristan Cor-
,biére, Arthur ~imbau.d y Stéphane
Mal1armé. Paul Verlaine, poeta ge-
nial, penetrante y sutil, que ha re-
corrido como nadie la gama de los
sentimientos, y que, después de Vic-
tor Rugo, es quizás el más grande de
los poetas franceses de este' siglo,-
Paul Verlaine fué reconocido jefe de
aquella brillante y audaz Cruzada
literaria.
Vigorizada por los impulsos de
- 69-
estos nuevos espíritus fuertes y ori-
ginales, la idea de los jóvenes poe-
tas se.acentúa y toma sus contornos
definitivos, y la lucha heroica co-
mienza, impetuosa é implacable. Se
fundan revistas de propaganda, se
escriben libros en verso y en prosa
que son ya producciones genuinas
del nuevo ideal literario. Los adver-
sarios lapidan á los innovadores con
los epítetos más agudos é injustos,
y, por fin, los tachan de decadentes.
Entonces algunos jóvenes artistas,
sin reflexionar si la palabra decaden-
te pudiera tener alguna influencia
adversa, que, impresionando á los
espíritus superficiales, retardara el
triunfo del nuevo Ideal, aceptan, ó
mejor dicho, recojen el epíteto y lo
adoptan, no por conformidad con su
concepto, sino por desdén y por de-
mostrar que no los arredraba tomar
como divisa aquel calificativo, aquel
inri, con que se les pretendía escar-
- 70-
necer y deprimir; convencidos de
que su ideal literario era histórica-
mente oportuno, y, por lo tanto, in-
contr~stable: porque obedecía á la.
íItd_~ á los anhelos y á las exigen-
cias del espíritl)o. moderno.
• •
Los ad-
versarios red<1b1in y ag~a~ sus
ataqtIes. Ld's jóvenes inn~v~dores
centuplican sus entusiasmos y sus
Ílnpetus, viendo día á día áumentar
su grupo coh nuevos prosélitos,.
y acrecentar así su labor y sus con-
quistas:_·· •
Va-en )885 algunos célebres es-
~rltóres, que habían permanecido ó
i~diferétites, ó activamente adver-
sos. á la. -ñueva tendencia, atenuaron
su indiferencia y sus hostilidades,.
recoriociendo que los jóvenes del
nuevo ideal literario tenían «'él senti-
miento del misterio»; que eran ~ex­
quisitos músicos y pintores sutiles:t y
«que su~ reformas rítmicas obtenían
matices y sonoridades imposibles
-- 71 -

bajo el yugo de las antiguas reglas. ~


Por aquel tiempo, J ean Moréas, la
figura más brillante del grupo re-
formista, formuló los principios de
la nueva estética, .. rechazó p~~ra ,ella
el calificativo de decadente, y le dió
el título de simblllista.
41 I::.ó:s ~uevos artis$s, decía Mo-

réas, buscan ante todo el puro con-


cept0 y el eterno símbolo». Sin 'em-
bargo, los libros que seguían publi-
cando los nuevos escritores, conti!1q~~
ban siendo criticados co~. ~q.grante
animadversión: se les acn15ílIaba e'n-
carnizadamente con epít~s y bUIJas
mordaces ó deprimentes. ~ntonce~,
el mismo Moréas, á solicitud" de uno
de los diarios más leídos de Paris,
que quería presentar á sus lectores
la índole de la intrincada y ardiente
cuestion literaria, el mismo Moréas,
digo, trazó el manifiesto del Simbo-
lismo.
En aquel manifiesto, documento
- 72~

'hermoso é histórico, c,~nciso, ené,r-


gico y claro como mi"'alto relieve,
:Moré:ls explica tás causas, bs r ro-
pósi tos, la índole, la get:lealogía Yhas-
ta la mecánica y psicologÍjl, por decir-
'loasí,uelnuevo movimiento literario.
Demostró que sólo por una aberra-
'ción del sentido crítico, ó por una
ofuscación egoísta de los que per-
tenecían á la escuela literaria impe-
rante, -escuela que, aunque impo-
-tente pararesponderálas exigencias
<"fel espíritu modérno, se empeñaba
·~n prolongar' ·su vidaJ -podía la
nueva tendencia ser tachada de de-
. cadente, y que sólo la denominació¿1.
· de simbolismo caracterizaba con
. exactitud la nueva evolución artísti-
· ca. De.mostró que lo que se le tilda-
: ha á la nueva literatura. c: la ·excesiva
'pompa, la metáfora extraña, las in-
· novaciones de la métrica y el voca-
bulario nuevo en que las armonías
:.se combinan con los colores y las
73 -

lineas,:t lejo~de implicar decaden-


cia, eran s~~bs <;aracterísticos de
una sorprendente eflorescencia es-
téticá. Aquel ni-anifiesto produjo
sensación';~ s-e le discutió extensa-
mente por I~ prensa, y fué sómeti-
do por renolnbrados críticos á un
estudio analítico.
Con aquel ~anifiesto, el simbo-
lismo tuvo su programa y su bande-
ra. Los ideales del nuevo movimien-
to artístico quedan terminante y
explícitamente definidos, y la luchi
de defensa y de propaganda se ore
ganiza sistemáticamente. Los neó-
fitos aumentan, y la producción de
libros y artículos de urdimbre sim-
bolista es copiosa y brillante. El, fer-
vor por los nuevos ideales, y la ve-
hemencia por su propaganda, acre-
cen de tal tnodo, que aquel grupo
de innovadores se siente oprimido
en un solo círculo, y los jóvenes que
lo constituyen ~e dispersan, forman-
-- 74-
do distintos grupo·s, con denomina-
ciones especiales,: unos se llaman
instrumentistas, otros magos, otros
místicos, otros inagníficos. Pero
esos diversos grupos no significan
divisiones fundamentales, sino, ex-
clusivamente, divisiones personales:
pues los jóvenes que lo forman to-
dos son rápsodas de un mismo ideal,
todos son paladines de una misma
causa, todos son fieles de un mismo
santuario; y todos, para hacer triun-
far el mismo ideal,-la Belleza so-
perana,-luchan con valor, con au-
dacia, con agilidad, con entusiasmo
y con fe, estando formidablemen-
te armados para los diferentes lan-
ces de la Cruzada: tienen la pi-
queta de la imprecación, para de-
11101er el egoíslllo; tienen la~ flechas
de la ironía, para acribillar la envi-
dia, y para iluminar la ignorancia
de las multitudes tienen los res-
plandores de su palabra inspirada.
í5
Los esfuerzos vehementes de es-
tos jóvenes debían serlo, y han sido,
coronados por el éxito. Ardua ha
sido la lucha; pero el triunfo res-
plandece ya. Las reformas rítmicas
yestéticas formuladas en elmani-
fiesta del ilustre ~foréas, bajo la sin-
tética clasificación de simbolismo,
están triunfantes, siendo aceptadas
por todos los nuevos escritores que
tienen el culto del arte puro y de la
belleza excelsa.
El denominar el nuevo lTIovimien-
to literario con una palabra sintéti-
ca, fué una necesidad ineludible';
porque cada revolución necesita una
divisa, por la cual se distingan los
combatientes. Pero, una vez que la
revolución alcanza el triunfo de sus
ideales, la divisa desaparece, pasan-
do á ser un recuerdo histórico.
Así VelTIOS hoy, que la denomina-
ción de sim,bolümw ya ha sido su-
primido por. los mismos que la crea-
- 76-
ron. Las denominaciones especia-
les de los gnlpos en que se fraccio- .
nó la legión de la Nueva Cruzada
del Arte, tienden á desaparecer.
Es que el período primitivo de "la
nueva reforma, el período de la lu-
cha heroica, tiende á cerrarse.
Todavía llega á oírse uno que
otro murmullo de protesta, uno que
otro toque de alarma; todavía llega
á verse una que otra chispa incen-
diaria y uno que otro relámpago.
Pero, estad seguros que esos son
los ultimos murmullos de una lnar
tumultuosa que se calma; las últimas
vibraciones de un toque bélico que
se extingue; las últimas chispas de
un incendio que se apaga; los últi-
mos relámpagos de un tempestad
que se aléja! ..
Los ideales de la nup.va tenden-
.fía literaria están ya bien arraiga-
dos y florecientes; y hoy) los que se
)la1naron simbolistas, y los que des-
- 77-

pués se llamaron instrumentistas, ro-


manos, magníficos, 111ísticos, etc., se
llaman simplemente artistas moder-
nos, artistas del nuevo ideal estéti-
co, que ha roto todas las trabas re-
tóricas, que subyugaban y deprimían
el estro poético; de ese ideal estéti-
co, que consiste en revestir la idea
de una form:l sensible; de ese ideal
estético, que consiste en hacer vi-
brar y sentir la belleza, el encanto y
el misterio, que sabia y bondadosa-
mente ha impreso Dios en todas las
cosas del universo. Los iniciadores
de este ideal artístico van deponien-"
do sus divisas de combate, y entre-
gándose á la labor paciente y esme-
rada, convencidos que han triunfado,
y que en el Nuevo Ideal Estético
han de amamantar el espí;itu las
nuevas generaclOnes.
De los precursores, de los maes':
tras y de las proyecciones del 1110-
vimiento literario simbolista, habla~
78 -

ré brevemente, para no romper la


discreta extensión de este discurso.
Edgar Poe es consid~rado como
uno de los precursores del Simbo-
lismo, y el autor de los e Cuentos
mara villosos», por su extraña fanta-
sía, por su índole estética, y por su
raro y sugestivo procedimiento li-
terario, lnerece el título de precur-
sor. Pero, los verdaderamente un-
gidos precursores del Simbolismo,
son Ricardo Wagner y Charles Bau-
delaire: aquél por sus teorías estéti-
cas, y éste por su labor literaria. Y
en verdad que leyendo las teorías
de Wagner, y leyendo al autor de
las e Flores del ~Ial J, se reconocen
los propósitos y se notan los sinto-
lnas palpitantes de la nueva ~volu­
ción literaria-hoy en la aurora de
su Imperio.
De los lnaestros, Paul Verlaine es
el más genial y s'ltil. Nadie como él
produce con sus estrofas lnás multi-
- 79-
pIes y recónditas sensaciones. Sus
libros Pétes galantes, Poémes sa-
turniells, Romances sallS paroles,
Sagesse, Dedica ces, contienen la pul-
sación de todas las notas del senti-
miento: desde las mis nítidas y dul-
ces, hasta las más sombrías y amar-
gas; desde las más sencillas y tiernas,
hasta la lnás complejas y trágicas.
Ah! si parece que en aquellos libros
de Verlaine palpitan todas las agi-
taciones, todas las tristezas, todas
las nostalgias, todas la~ L..vzobras y
todos los delirios del corazón de la
humanidad moderna. Pobre Ver-
laine! cuánto se ve que ha padecido;
pero, ya llegó la redención: hoy
goza de la inmutable quietud!
Después de Verlaine, entre los
maestros ill1str~s están el autor de
Pélerin Pas.~ionllé, Jean Moréas, de
hermoso talento, y de una foja de
servicios en la nueva cruzada estéti-
ca verdaderamente brillante; el au-
___.. 80 --, ') ","~
. ,
,.
1."!....~
,.
. .
' .... .
tor de ¡fÍjfl'es 18,idi d'zlu;r flt,une,
~tépllat\e-l\1aJrar~é;de~pftitu ágil,
lumiüoso y:~ctntnd~t;' Cha~leS M'o,-
c!cl,. autoEje La' Litt~riltltre iletout
á l'1leure; el más profundo de lo~'
eríticos del nuevo id~lartístjco,es-
...
píritu delicado,aidi~nte, genetali-
-zador, que busca con ~nsia viva la
Clave de unatie desug~tióo. univét..
sal. Los escritórescarircier~adós del
nuevo movii'ftiri(i> liteJ;ario, son ,nu-
ehos para ~Iüra,' á·c.itarlos. á todos','
y cerraré la 'enumeración cit~ndo al
fuás j oven d~ ellos, al' a'utor de, Clo-
elles, ~n la" 'fi:trit,'y de Tluil~ des bn(-
mes, ·Adolphe Retté ,. d'e :naturaleza
impe!liosa, relall1pague:¡nt~ y genial
Se vulgariza li, id~ de qu.e el es-
tilo dé los nueV()$ escdtores 'es .COlU-
plicad(j-ycon~so, y que, poi~onse­
euencia, sus.Ífi)ros resu'ltall·oscuros ..
Tal aflrinaciún es falsa y es' e~rOnea.
No hay' estilo apar'entémente más
oscuro que el estilo de la B~blia, y,
•• J
~ .

sin embargo} nó l~ay lihro mis lu-


mil:10st> que Ja ~iblia~F;s 'qlle .lá os~
fIliridad no est!"el'Í~t!ie$J:iló, sino. en
elléctor. Y la Biblia. 6\S un. ~ílbt·o
e

eminentemente simbóli~(;: -de a1iLJa


f;uón de que~se libro santo sea un!l.
de las fuentes '\'i\tas, donde abr:ev~
su sed estética y templan su inspirn-:-
ción lo s.· artistas delÚ1ievo ideal lite-
. ~ 1-
ráno. . -'. . ,
" ·Lo ql}e hay és qúe;' P.ara leer á los
escritores de la nueva ·literatura, se
neCesita tener el e'Spíritu agili-tado
por una nutrida preparación, y leer-
los meditándo. No hay que respalar
sobre sus· palabras, hay qlie detener~
se á. profundi~arlas: '. así desapa-
recen todas ·-las coofusiones' y di-
ficultades,se desellbren los:.pensar
mientas, y !?e'· 'éxper.imentáti; s'ensa-
ciones.estéticastctñ
. . re~óñditas,
.
variadas, y nunca~ sentidas, como si
por una mágica evocacióri. vibraran
todas ~as Dotasdela gama intelectual
- 82-

en el prisma sensitivo del espíritu.


He hablado á grandes rasgos del
génesis, del desenvolvimiento y de
la índole del nuevo Ideal Artístico ..
Ahora, respecto á sus proyecciones,
diré que se difunde triunfante. Ya ha
penetrado en Italia, contando entre
sus adeptos á uno de los cerebros
más vigQrQsos y refinados de la pre-
sente generación, Gabriel D' Annun-
zio, que en su libro Vil'genes de las
rocas, se ha acercado, como nadie,
quizás, á la perfección de aquel ideal.
También sabemos, por la erudita y
bella conferencia que nuestro distin-
guido huésped dió recientemente en
el Ateneo de Buenos Aires, que el
lTIoderno lTIovimiento artístico 'ha flo-
recido ya en elliterarialTIente .. ilustre
y culto Portugal, donde cuenta con
un joven y brillante paladin, el inspi-
rado poeta, de fantasía oriental, Eu-
genio de Castro.
En nuestra América .... Pero, per-
- 83-
luitidme que al hablar' del floreci-
lniento del arte lnoderno en nuestra
Améri~a latina, sea un poco n1ás ex-
tenso, recordando, aunque rápida-
mente, los rasgos lnás notables de
ese florecimiento.
La influencia de Hugo y la in-
fluencia de los grandes maestros cas-
tellanos palpitaban entrel~~das en
la inspiración de los poetas mneri-
canos, cuando allá por el año 1887
un acontecimiento inesperado produ-
jo una verdadera conmoción en las
1etras. Qué acontecimiento era ése,
de tanta repercusión en la intelec-
tualidad hispano-americana?
Pues,sencillamente, la aparición de
un libro, de pocas páginas, en verso
y en prosa, publicado en Chile,. gue
tenía por título una palabra vaga en
su concepto, y por autor un nOlnbre
que nadie conocía, y que muchos lo
supusieron seudónimo. Y ¿por qué ra-
zón producía tanta conmoción aqu~I
- 84-

libro, tan humilde en su tamaño, en


su título y en su origen? Es que aquel
libro, escrito con nítida y vibrante
inspiración, Y~ní1,l á convulsion~r la
lengua castell~IürfEs aquel libro, de
contextura 'Il!eraria rara, extraña, ve-
nía ár~)1nper el amaneramiento cas-
tizo. -t:s,- e-i1 fiD, que con aquel libro
de
el clarín la revolución literaria ini-
ciada en Francia, sonaba por primera
vez en América y en lengua castella-
na, y sonaba mágicamente.
Aquel libro era Azul _.. , -titulo
esencialmente simbólico,-ysu autor,
Rubén Darío, joven de 20 años, en-
tonces por nadie conocido, y desde
entonces conocido por todos, y para.
.
slelnpre.
..
Azul .. . tuvo un éxito asombroso .
Cundió por todo el continente; dió
origen á serias diEcusiones; pasó los
mares y llegó á n1anos de los altos crí-
ticos españoles, quienes le prodigaron
explícitas y razonadas alabanzas.
- 85-
Azul .. . fué un libro leído crJn pasión
en la América latina, porque por pri.
lnera yez se veían trasportadas á
idioma español la~ c~a:~dades plásti-
cas, pictóricas y ~iCal~s del fran·
cés; y Rubén Darío'~ue<Íó"'&msidera­
do como el primer iniciador (tln~cano
del nuevo idealliterari, ' ". ~~'. ~~. ~'.
Ciertamente, anteS' que Ilt;,b~~ ba-
rio, justo es recordarlo, otro a~~
cano había arrancado á l,a lengtIa de,
Cervantes vibraciones descono.cid;is;
pero, tan distintas á las que arra~ara
Darío, que en nada elupalidecía la
originalidad y los méritos de este
joven poeta.
Aquel otro americano eraJoséMar-
tí, á quien no puedo nombrar sin evo-
car su sOlnbra, para tributarle las, ~x·
presiones de 1ni admiración y de n1i
gratitud: de mi admiración de hom-
bre, por su carácter diamantino y por
su talento relampaguean te, fuerte y
original: de mi gratitud de a~nericano,
-·86 -

tf>rque numó por querer yer libre á.


su patria: aquella-hermosa Cuba, ce-
ñida por aquel 1llar de las Antillas,
que ora se presenta sereno y azul co-
1110 un lago, ora tumultuoso y lívido
como un océanb: como si. lo acome-
tieran súbitas impacieft~ias y furo-
tes al no poder reflejar completamen-
te libres, en su ancho, ondulante y
profundo cristal, aquellas espléndidas
islas artísticamente engarzadas en él!
José ~Iartí es para mí la persona1i-
dad más original que ha producido la
América: era grande por su corazón,
por su alma y por su talento. Su co-
razón era una esponja sensitiva, que
absorbía todas las amarguras de los
desencantos de la vida, sin expritnir
jamás una gota sobre nadi~. Su al-
Ina podía compararse con esos árbo-
les balsámicos del.trópico, que, según
la frase indiana, impregnan de dulces
perfumes el hacha que los hiere. Su
cerebro contenía una sávia inmensa y
-87-
vivaz, que se desbordaba en extra~
producciones literarias, que tienen
todaJa exuberancia, todas las armo-
nías, todos los encantos y todas las
misteriosas penumbras de Ulla selva
vírgen deJo trópico. ~us escritos eran
de factura ...~traña.y profusa; pero,
sabía también, perfectalllent~, en~a'­
jar la amplitud del concepto en lá
brevedad de la frase; su sintaxis era
laberínti<!a, pero espléndida; sus pe-
riodos literarios, martillados y res-
plandecientes como escudos homéri-
cos. Y aquel gran corazón, y aquella
noble alma y aquel fuerte talento se
sintetizaron en una poema heroico,
en un poema heroico que ~Iartí dedi-
có á la libertad de su patria:-poema
que trazó al aire libre, tomand~. por
pluma una espada y por tinta la hir-
viente, tUlnultuosa y relampagueante
·sangre de sus venas!
Para mí,josé Martí y Rubén Darío
son los escritores más originales que
- 88-
ha producido la América, y ~ quienes
más debe la lengua castellana. Martí
ea arrancado á la lengua de Caste-
lar sonoridades lnetálicas nuncas
oídas, y Daño le ha impreso dtictili-
. Ji •
d..¡d~tmtes y armonías, que no se la
había snpuesto susceptible de admitir,
como lo ha reconocido el mismo don
Juan Valera.
Debe, pues, considerarse á Martí
como el precursor americano de la
nueva tendencia literaria, y á Darío
como á.suyim~genuinc1~Artista.
Azul . .. señala el florecitniento
en la América latina del nuevo ideal
literario.
Ahora, ¿cuáles son los más nota-
bles escritores de ese florecimiento?
Allá en :Méjico, el ya malogr~do 1\la-
nuel Gutiérrez tjájera: de índole lite-
rario aristocrática, y de labor florea-
da, insinuante y melancólica.
Allá en C~ffa,~eUempranamente ya
llorado Jn~ári -del Casal: delicado, pe-
-. 89

netrante, senslÍlvo, llamado, el hijo


espiritual de Paul Verlaine.
Allá en Colombia, José Asunción.
Silv~: que en la flor de su edad, en el
esplendor de su fantasíá~ y en 19S co-
lnienzos de su bella labor a~tic+t,
acaba de buscar un refugio en i'adni-
ca sombra dulce y benéfica para las
almas incurable mente desesperadas:
la sombra del ciprés!
Allá en Bolivia, pero residien<;io y
laborando en Buenos Aires sus tapi-
ces rítmicos.' Ricardo Jaimes Freire:
fuerte y magnífico. '
Acá en la Repl1blica Argentina .......
La República Argentina cuenta con
una brillante constelación de inspira-
dos poetas: Luca, Echeverría, Már-
mol, Guido Spano, Ricardo Gutiér-
rez, Rafael Obligado, Joaquín C~ste­
.llanos, Leopoldo Díaz, y destacándo-
se en la mislna constelación tres
grandes poetas verdadéramente ge-
. niales: uno de enas duerme ya el
- 90-
sueño eterno, otro está en la plenitud
de su vida y de su inspiración, y el
último está en la flor de su edad y
de su genio. Habréis comprendido
que me he referido, sucesivamente, á
Olegario Andrade, á Pedro B. Pala-
cios y á Leopoldo Lugones.
Este último poeta, de naturaleza.
impetuosa y agresiva, y de labor vi-
gorosa, vibrante y resplandeciente,
es un producto genuino y original
del moderno movitniento literario,-
poeta que ha sido pr~entado ya,
gentilmente, á la admiración y á la
esperanza de las letras americanas,
por la pluma lapidaria de I~ubén
Darío.
De modo que, desde ~Iéjico hasta
Buenos Aires, es decir, desde un ex-
tremo á otro de la América latina, el
nuevo Ideal Artístico tiene sus fuer-
tes heraldos.
y sabéis cuál es, además de con-
tribuir á refinar el gusto estético, el
-- 91 --
servicio eficiente y trascendental que
prestan los Nuevos Artistas de este
continente? El que por su intermedio,
y por primera vez, el pensamiento
artístico y literario de América se es-
tá comunicando íntilnamente con el
pensamiento europeo.
No faltan críticos que burlona ó
acerbamente atacan á los nuevos ar-
tistas, no viendo en su extraña labor
literaria más que hojarasca. Error,
crasísimo error. Eso que parece ho-
jarasca está impregnado de. bellos
pensamientos, de conceptos profun-
dos y sutiles; pero hay necesidad,
por un estudio constante, de agilitár
y aguzar el espíritu, para que esos
pensamientos yesos conceptos no
escapen á nuestra penetración~ La
labor de los maestros no tiene hoja-
rasca; pero, no hay que confundir á
los maestros, á los verdaderos artis-
tas, con los artesanos sih inspiración.
Confundirlos,' es lo mismo que con-
- 92-

fundir el brillo del talco con las luces


del brillante; es lo mismo que confun-
dir ellnonótomo chirrido de la cigar-
ra con el dulcísimo trino del ruiseñor;
es lo mismo que confundir al tordo,
de corto y débil vuelo, con el cóndor
fuerte y audaz, que desplegando sus
poderosas alas, y describiendo lna-
gestuosos círculos, se va elevando á
las alturas lnás inaccesibles, hasta
hundirse y desaparecer en los abis-
mos azules del espacio.
Por lo demás, las burlas y censuras
de la critica aferrada á las antiguas
reglas, que sufren los artistas moder-
nos, pasan por sus almas y sus idea-
les, sin dejar más hondas huellas que
las que deja sobre la tersa superficie
de un lago la sombra de un 'gavilán
que, con las garras crispadas y ávido
de presa, cruza chillando por el es-
.
paclO.
Respecto á mi juicio sobre el estilo
de los nuevos artistas. me limitaré á
- 93-
trariscribir el juicio que sobre el estilo
de uno de elllts, hice, hace ya mucho
tiempo, en carta dirigida á un joven
escritor argentino. Yo decía en aque-
lla carta: t . . . . mis poetas america-
nos predilectos, son siempre Andra-
de, Acuña, Díaz :Mirón, Gutiérrez
Nájera,]ulián del Casal, Ricardo Gu-
tiérrez,]oaquín Castellanos, Pedro B.
Palacios, y ahora, también, ese genio
en flor, Leopoldo Lugones. Todos
estos poetas me hacen pensar hondo
y sentir intensamente. Pero, cuando
quiero encantar mi espíritu, cuando
quiero deleitarlo puramente, sin ex-
perimentar acerbas ni recónditas tris-
tezas, entonces leo al divino nicara-
güense, Rubén Darío. Leyendo á
Rubén Darío, se enciende dulcelnente
la fantasía, sin que el corazón se
oprima, ni los nervios vibren doloro-
samente. Rubén Darío es un mago
lapidario de. la literatura, y sus escri-
tos radiantes de reflejos, matices y
- 94-
fulgores insólitos, parecen mosaicos
de luces. De imaginación móvil, de
imaginación vivaz, de imaginación
inagotable en colores: parece que la
naturaleza se ha complacido en te-
ñirle la imaginación con todos los
espléndidos tintes tropicales. Y yo,
dando libre vuelo á mi fantasía, he
pensado que cuando Rubén Darío se
prepara á escribir, una hada miste-
ri?sa le presenta por tintero una co-
pa de sonoro y diáfano cristal, dentro
de la cual ha disuelto ópalos, perlas,
rubíes, topacios, esmeraldas, zafiros,
y el poeta, empapando la plmna en
aquella fulgente disolución de piedras
preciosas, imprime en el papel sus
ideas, sus sentimientos, sus nostal-
gias, sus inspiraciones: porque el es-
tilo de Rubén Darío es fúlgido, suaví-
simo y tornasolado, como las plumas
de un colibrí.)
- 95-

SE~OR PI{ESIDE:-1TE:

SE~OI{AS:

SE~ORES:

He terminado mis consideraciones


sobre el Simbolismo y sus primeros
y más brillantes cultores.
Pero, antes de abandonar esta tri-
buna' permitidme que salude gentil-
lnente al eximio poeta, en cuyo honor
se ha organizado esta velada:-poeta
que, en la flor de su existencia, ya
lleva la frente iluminada por la bri-
llante guirnalda de la celebridad.
y como, para mí, Rubén Darío, es
el representante genuino de la.' mo-
derna generación intelectual de la
América latina, que ha emprendido
llena fe, de inspiración, de gallardía,
de altivez y d~.entusiasmo, la Cruzada
hacia la perfección del Ideal Artísti-
_. 95-

co, yo, en tributo <le mi admiración,


me complazco en la ilusión de arrojar
á sus plantas todas las flores de una
selva americana.
EVARISTO CARRIEGO

SerlO'/' docto'/' Et'aristo Carriego.

PARA~Á.

:rvri querido doctor: Tengo el pla-


cer de acusarle recibo de su concisa
y atenta carta de fecha 26 de Octu-
breppdo.
Le agradezco vivamente los hon-
rosísimos conceptos que le ha' mere-
cido mi discurso del Ateneo. Aquella
carta, por su fondo, por su forma, por
su firma, es para mí un valioso pre-
luio, que nu~ca sospeché que pudiera
obtener por mi h~milde discurso ..
- 98-
Por una rara coincidencia, recibí
su carta en circunstancias en que es-
taba hablando de Vd. con un amigo;
y mientras le contaba que ese mismo
día le había enviado á Vd. un ejem-
plar ,del folleto sobre la velada del
Ateneo, me entregaron su carta.
Al abrirla y ver que en ella hablaba
de mi discurso la leí en voz alta, sin
sospechar que contuviera tan excesi-
va benevolencia para mí, y tan exce-
siva acrimonía para Darío.
Mi amigo quiso que le entregara la
carta, para hacerla publicar al día si-
guiente. e Una carta tan bella, y tan
honrosa, y firmada por Carri~go,-­
me dijo,-no debe Vd. dejarla inédi-
ta. • e Es cierto,-le contesté,-,y yo
la publicaría con viva satisfacción, si
no la conceptuara empañada por evi-
dentes injusticias.. Y no accedí á su
publicación.
Al día siguiente, fueron muchas las
personas que me pidieron les mos ..
- 99-
trara la carta del «viejo luchador Car-
riego.t: tan vivo interés despiertan sus
producciones intelectuales! Y esto no
es extraño. Como hombre y escritor,
·es Vd. un «raro.t. Como hombre, en
las tempestuosas luchas de la vida pú-
blica y en las múltiples vicisitudes de
su existencia Vd. no ha abatido jamás
su altivez ni ante el peligro, ni ante la
amenaza, ni ante la adversidad: como
si llevara viva y palpitantemente ta-
tuado en su conciencia el Potius
mori quam {cedare:-Primero morir
que traicionar! Como escritor, ha de-
jado Vd. bien estampado en 'la lne-
lnoria nacional su fonnidable y admi-
rablemente cincelada garra de león.
Su pluma, siempre ágil y vibrante,
es múltiple: cuando ataca es piqueta
de acero: cuando estigmatiza es pun-
zón de fuego; cuando investiga es
helado escalpelo, y cuando quiere Vd.
derramar sus tiernos afectos, su plu-
ma,-su filosa, su aguda, su cáustica
~ 100 -~

pluma,--se torna en suave y delica~


do pincel.
Sus producciones literarias impre~
sionan siempre; es que son sugesti-
vas, y son sugestivas porque al tra-
zarlas se reconcentran todas las luces
de su talento, todas las energías de
su carácter, todas las delicadezas de
su alma y todas las amarguras de su
experiencia en la punta de su pluma.
y luego, aquella original maestría pa-:
ra expresar las ideas! Nadie, en nues-
tro país, sabe como Vd. encerrar la
amplitud de un concepto en la conci-
sión de una frase. De ahí que sus es-
critos tengan siempre la estructura,
la profundidad y la rígida fuerza de
convicción de una página de versícu-
los bíblicos.
Su carta, lapidaria como todos sus
escritos, llle ha valido de parte de
mi~ amigos tan efusivas felicitaciones
como mi lnismo discurso, y lne hu-
biera sido lnuy satisfactorio publicar-
- 101 -

la si ella no adoleciera,-le hablo con


diáfana sinceridad,-si ella no adole-
ciera de este grave defecto: el de ser
excesivamente elogiosa para lní, sien-
do excesivamente injusta para Da-
río.
Califica Vd. de (ramplón, el dis-
curso de Darío; pero, lni doctor! ¿ha-
brá Vd. leído con prevención ese dis-
curso? ¿lo habrá Vd. leído á la lijera?
Ese discurso, es una impecable obra
de arte: es un bordado damasquino,
es una joya biz:lntin:l, es una cincela-
dura de Cellini, es, en fin, una filigra-
na literaria de urdimbre primorosa.
Así, pues, permítame que le diga que
si el calificativo de (ramplón, no es
una lapsus calami¡ si no es una aspe-
reza involuntaria, si es, en una pala-
bra, un calificativo meditado, ha co-
-metido usted una flagrante injusticia,
impropia de usted, mi viejoJ mi que-
rido, mi respetado amigo. -
Le reitero mi agradecin1ientopOl'
- 102-
su carta, y le manifiesto mi viva admi-
ración al ver que ni los años, ni las
decepciones de la vida, consiguen de-
bilitar su cerebro, ni empañar la níti-
da incandescencia de su estilo.
Le retribuyo cordialmente su apre-
tón de manos, y quedo· siempre su
afmo. amigo.

CARLOS ROMAGOSA.

C6rdoba, Soviembre 2 de 1696.

NOTA-La rartA que publico bajo el eplCrafe de ~En­


rilto Cameco", - la cual filé dada á la publicidad por.1
doctor Carrlego ell UD diario del Para."-la eacribt en eOD-
teltaclóD á la e&r1& que tralCrlbo • cODUlluclón:

&flor do" Cario, Romagolla.


CÓRDOBA.

Mi estimado amigo: Le envio mis feH-


I\it.aoiones muy sinoeras por su brillante
discurso en el Ateneo de Córdoba.
Ha sido usted el verdadero héroe de In
fiesta.
- 103
Ninguna otra. frente más digna que la
suya.de oeñir las palmas del triunfo. Lo
que más enalteoe su viotoria es haberla
obteni.do sin pretenderla. Es el mayor mé-
rito de la modestia.
Toda la luz que ha fulgurado en la es-
cena ha salido de su cabeza. Usted ha he-
cho todo el gasto de la deooraoión, hacien-
do resaltar las magnificenoias de un talento
privilegiado.
El huésped á quien se honraba en aque-
lla velada, ha quedado en la penumbra.
Queriendo Vd. ena.lteoerlo lo ha obscure-
oido. A su discurso ra.mplón, ha oontestado
Vd. oon un torrente de eloouenoia.
Sin una fama oonsagrada como la de
aquél, se ha puesto Vd. á la altura de los
primeros prosistas de su pais.
Le doy un apretón de manos.

EVARISTO CARRIKGO.

ParaD á, 26 de Octubre de 1896.


femísto.Gles y iFístioos
(nAGMENTOS DE LEeCIONES DE UISTOIUA)

...........................
••••••••
.
...........
.
"4'" ••••••••••

Desp~és de la yictó-:;'¡a de l\Iaratón,


que Atenas había alcanzad" luchan·
do sola, la ciudad de l\Iirierya adqui.
rió gra~ prestigio y celebridad, y sus
ciuda~.anos ~ entreg~ron á los de"a·
neos.. dei ·triu~o"
.', persuadidos de ha·
.

ber esÓlnnentado para siempre al


Gran Rey ~ sus intentos' de con·
quistar la Grecia. Sólo un hombre
, - 106 -

se su~trajo á los entusiasmos deli-


rantes del lnomento, tuvo la visión
clara del futuro, comprendió que ~Ia­
ratón no podía ser más que el prólo-
go dei sangriento drama que iba á
desenvolverse. teniendo pgr escenario
el territorio patrio, y, finne'.rel\.'esta
convicción, se dedicó con~o á
organizar fudtelnente á :.su'·pai~', en
vista de los peligros que su prdfunda
mirada descubría en el seno misterio-
so del porvenir. Ese ~ombre era Te-
místocles, cuya aludida previsión fué
la base de su celebridad.
Temístoc1es había Ilatí~ en hu-
milde cuna. Su padre era, ateniense,
pero su madre era ~injera; ., sin
embargo, Tenústocles t&'a;..un puro ti-
po griego, poseyendo, estrechamente
entrelazados en su naturaleza, todos
los defectos y todas las virtudes de
la raza helénica.
Su vida de niño dejó vislumbrar
lo que sería su vida de hombre. Su
- 107-
maestro, que era un hombre sagacísi-
Ino, le predecía, casi espantado de la
precocidad de su ambición, que nun-
ca sería un hombre vulgar y que sus
actos serían ó extremadamente bue-
nós á extremadalTIente malos. Aquel
Inaestro acertaba ..T~níÍstocles no ·ca-
yój~ás en la vulgaridad, ni sus ac-
ciones . esiúviercm efrvueltas en pe-
numbras ó celajes, sino en vivas
luces, ó en densas sombras. Tres alTI-
biciones agitaron simultánea y per-
Inanentemente su alma: el poder, la
fortuna y la gloria. Y estas tres insa-
ciables..mbiciones lo dominan, lo ab-
sorben y lo impulsan en todas las cir-
cUllstanci~ ~dt".id vida. Ellas son sus
pasi6nes ..Bllas "le trazarán en todos
los momentos su pauta de conducta.
Ellas le labrarán á la vez su popula-
ridad y su desprestigio, su influencia
y su infortunio. Ellas lo llevarán, ora
por caminos honrosos, ora por sendas
extraviadas, á las l11ás distintas vici-
- 108-
situdes, y conduciéndolo alternati-
vamente unas veces á las cimas lu-
minosas, otras á los planos sombrea-
dos, no lo abandonarán jamás, sino
cuando lo hayan hecho rodar defini-
tivamente, por pendientes sombrias,
hasta el fondo del abismo.
Bajo el imperio de sus pasiones,
circunscribió sus estudios á la política.
Lá música y la poesía eran propias
solamente, según su criterio, para
amenizar el tedio de las horas de
ocio. De ahí que declarara sin pena
que era inhábil en cuestiones de arte;
pero que se jactara de poder conver-
tir rápidamente una ciudad dt!bil y
pobre en una ciudad rica y fuerte.
Su ardiente imaginación, la tena-
cidad de sus pasiones y la impetuo-
sidad de su carácter, 10 hicieron co-
l11eter grandes errores, que desde
niiio empezaron á agitarle y á amar-
garle la existencia.
Su p:tdre, previendo los sinsabores
- 109-
que le deparaba la política, trató de
encaminarlo por otros rumbos; pero,
todas sus advertencias y consejos
fueron inútiles. Un día que se pasea-
ban juntos por las orillas del mar,
vieron COlno se deshacían en la so-
ledad y en la arena los restos de los
buques abandonados. Entonces el
padre, llamando la atención de Te-
lnístocles, le dijo: e He ahí, hijo IÍiío,
la imagen del porvenir que espera
á los servidores del Estado, cuando
han dejado de agradar al pueblo.,
Temístocles arrugó ligeramente el
ceño, y palideció, ante aquella triste
advertencia; pero, ni contestó una pa-
labra, ni desistió de sus propósitos.
y ¿cómo podía desistir de sus 'pro-
pósitos? si ellos no eran, más que los
impulsos de una vocación profunda
y ardiente, y, COlno toda vocación,
estaba enredad~ tenazmente, por de-
cirlo así, en la trama lnisma de su
naturaleza.
- 110-

La primera acción pública y eficaz


de Temístocles fué afiliarse resuelta-
lnente al partido que tenía por divi-
sa: Guerra á los persas. La primera
acción de su influencia fué hacer
condenar á muerte al intérprete que
acompañaba á los lnensajeros de
Darlo, cuando este rey mandó pedir
á Grecia la tierra y el agua en señal
dl. sumisión; y lo hizo condenar á
~uerte á dicho intérprete, bajo el
pretexto de que había mancillado la
lengua, helénica traduciendo á ella
las'vergonzosas exigencias del rey
d~P~íjia.
~,. Oes'ae el comienzo de su vida pú-
blica, Temístocles puso en juego to-
~a,¡ las cuali<fades de su naturaleza
y de' su espíritu: la inagotable activi-
dad, la habilísinla intriga, la fecunda
inicia.tiva, la encantadora elocuencia:
impulsado siempre por las tres entre-
lazadas ambiciones que relampaguea-
han penennemente en el fondo de su
-- 111--

alma: el·poder, la fortuna y la gloria.


Temístocles había tenido el golpe
de vista estratégico certero, eligiendo
la península del Pireo para' labrar
los cimientos de una Atenas maríti-
ma, que complementase la Atenas
continental. Los primeros trabajos dél
puerto habían comenzado cuandG se
trabó la guerra con los persas, por lo
cual, ~chos trabajos quedaron inter
rumpldos. Pero, después de la bata,.
lla de Maratón, pudo Temístocles
reanudar con ahinco sus proyect9s.
Firmemente convencido de q~e~ ~s
persas no tardarían en p(e'enü~r
vengar la afrenta que habían '~r:A~()
en las llanuras de Maratón, éo~siguió
que se resolviera la croPtción
.' .
de' una;
escuadra, persuadiendo 'á sus canciu-
.'

.dadanos que sólo por lnar podría


vencerse á los persas.
La escuadra quedó creada. Mas,
la vehemente, i~sinuante y persuasiva
elocuencia de Temístocles no se de-
- 112-
tuvo allí, sino
.. que consiguió también
que el púeblo renunciara á la parte
que le correspondía en la partición
que se efectuaba cada año, entre to-
dos los ciudadanos, del producto de
las- minas de plata del monte Laurio:
para qne con esos dineros, remin-
,ciados patrióticamente por el pueblo)
.se constituyera un tesoro de guerra
para la construcción de buques.
Estas iniciativas eficaces de Te-
lIDstocle' eran lnuy plausibles; pero
no las realizaba, sino con grandes
esfuerzos: allanando dificultades, ven-
.~endo. obstáculos, acallando nlUf-
'lnlJJ"aciones. Como hombre público de
~ pO'deroso talento y de grandes inicia-
tivas, Temísto..~S tenía mu'éhos ad-
~ersarios y detractores; y lo más terri-
ble pára él eriL que el nlás inexorable
de todos ellos lo era precisamente el
hOlnb~ más {ntegro de Atenas, Arís-
tides, qUien }?or su rectitud de conduc·
ta lnerecía ser llamado el Justo.
- "113 --

Arístides había sido cOlllpañero


""~"

de infancia de Temístoc~es; pero,


hombre ya, había dejado de ser su
amigo íntimo. Ambos se habían ha-
llado en Maratón, donde se cOlnpor-
taran como valientes guerreros; pero,
nunca congeniaron: había entre ellos,
como dice un escritor, incompatibili.:-
dad de temperalnento y de caráctet.
Temístocles era audaz, astuto, insi~
nuante, ingeniosísimo en los planes,
é intrépido en la acción; sttil ó arre-
batado, segun las circunstancias; es-
céptico y flexible en lnoral; pronto
siempre á sacrificarlo todo por alcan-
zar su objeto; era, en una pal~br~, el
tipo eterno del hombre l?.olíticó. ena
vez, se hacían delanuyIe "él elogios de
la im~arcialida~: e Yo, dijo .Tet;níst,
cles, InterrumpIendo ~ su InterloClf-
tor, nunca lne sentaría en un tribunal
donde lnis amigos nq enco,htiaran
en mí lnás protección"que "1nis' enemi-
mlgos.» Declarando a.,sí, sin ambajes
- 114-

ni escrúpulos, que él estaba siempre


pronto á sacrificar los más sagrados
principios de la justicia, en aras de
sus afectos y de sus conveniencias
personales.
Arístides, por el contrario, se dis-
~inguía por la rigidez de sus princi-
pios' por la severidad de su honra-
dez, por la pureza de su conducta,
por el respeto á la opinión pública y
por su impecable rectitud de concien-
cia. Era el tipo~ por excelencia, del
magistrado. Cierto día, dos particu-
lares pleiteaban ante él; uno de los
litigantes creyó lnás eficaz, para ob-
tener .1.1p fallo favorable, hablar de
los ma:les que su adversario había he-
dto 1. ·,b.rístides. Este le interrumpe
y 1.. dj.Ce: ~ l\IIi amigo, hablad sólo de
los. males '·que os ha hecho á vos,
porque en este momento se juzga
vuestra querella y no la lnía, pro-
bando, así, que no confundía sus
apasionadas cuestiones personales
- 115
con .~us sagradas y serenas funcio-
nes de magistrado. Otro día, pre-
sentó un proyecto de ley. Reunida la
asamblea para discutirlo, se le im-
pugnó vivamente; él lo defendió con
tenacidad; y, cuando tras larga y
acalorada discusión, fué á v4iltarse
aquel proyect<?, Arístides declara,
lnagnánimamente, que en aquella
discusión sus adversarios lo han con-
vencido que su proyecto era perjudi-
cial, y que, por lo tanto, lo retira. Con
lo cual demostraba la sinceridad de
sus propósitos, y también que ni el
orgullo, ni la vanidad, no ofuscaban
en ningún caso el sereno cri~~al de
criterio. \: " '
·N
Los hombres de las altas ~da;.,
des de Temístocles, á p~ar de au~
grandes defectos, son fatarmente ne-
cesarios para el engrandecilniento de
una nación. Los hombres de las be-
llas prendas morales de Arjstides
honran á un país; pero, son incapa-
-. 116-
ces para conducirlo á la mayor altu-
ra de su fuerza y de su esplendor:
porque esa rigidez infl~xible, que es
la pauta de su conducta, es, desgra-
ciadamente, incompatible con las mil
sinuosidades y dificultades de la vida
pública. Temístocles era un genio.
Arístides era un sabio, en el sentido
clásico del concepto. Temístodes
era el númen de la grandeza de la
Grecia. Arístides era el honor de
Atenas. Temístocles era un hombre
de naturaleza vibrante, para quien
nO había lnúsica COlno la música del
aplauso; amaba la popularidad y la
alcanzaba: porque, aún cuando des-
preciaba el arte, sabía pulsar como
nadié las cuerdas del sentimiento
popular. Arístides, impasible j rígido,
sin ninguna pasión activa, prefería el
silencio, y, profundamente austero,
sentía cierta aversión por el pueblo:
porque el pueblo, además de no
cOlnprender las delicadezas de ca-
117 -

rácter, se deja arrastrar fácihnente


por aquellos que saben halagar sus
. .
cIegas paSIOnes.
Con tan distintas cualidades y pro-
pósitos, se entabló una viva rivalidad
entre Temístocles y Arístides. Fué,
dicen, la lucha de la vieja y de la
nueva Atenas. Arístides censuraba
implacablemente las empresas y los
proyectos de. su rival, y se desvivía
por convencer á los demás de los pe-
ligros trascendentales que entraña-
ban esos proyectos y esas empresas.
Temístocles quebrantaba la oposición
de Arístides, haciendo ver que las
ideas de éste eran estrechas, y que
ajustándose á ellas Atenas pennane-
cería encadenada á su Inedianía y á
su debilidad, sin ver jatnás ap.men-
tarse su brillo y su poder, expuesta
á ser fácil presa de la audacia de
cualquier pueblo conquistador óaven-
turero.
Pero, aunque TemístQcles conse-
-. 118-
guía quebrantar la oposición de su
rival, éste era un 'verdadero estorbo
para aquél, porque siempre tenía cla-
yados los ojos sobre las arcas del te-
soro público, ejerciendo una fiscaliza-
ción pennanente y severa, y se em-
peñaba en convencer á todos que los
proyectos de Temístocles se llevaban
á cabo por lnedio de negocios es-
candalosos; y eran tan tenaces, y tan
implacables, su fiscalización y vigi-
lancia, que no cesaron· hasta que
consiguió evidenciar l~s malversa-
ciones de Temístocles.
Desde entonces, la rivalidad de
estos dos grandes hombres se agrió
extremadamente. Ya no fué rivalidad,
fué cOlnbate. Ya no trataron de su-
perarse, sino de despedazarse; de
hundirse lnútuamente en el concep-
to público. Parecía que aquella in-
compatibilidad de temperamento, de
conducta y de miras, hubiera hecho
fermentar en el ánimo de aquellos
- 119-
hOlnbres la ardiente ponzoña del
odio. Puede decirse que personifica-
ban la eterna cuestión del yunque y
del martillo: basta que el 'martillo,
gü'ando en el espacio, diga que si,
para que el yunque, afianzado en
tierra, conteste: nó! Arístides COln-
prendía que la eterna contradicción
en que vivían él y Temístocles era
perjudicial para Atenas, y de com-
prenderlo así se afectaba profunda-
mente. e No habrá salvación para
Atenas, exclamó un día, sino cuando
nos hayan arrojado á mí y á Temís-
tocles al fondo del Báratro,. Pero,
Temístocles no pensaba lo mismo;
creía que con que Arístides fuera arro-
jado solo al abismo quedaría solucio-
nado el conflicto, y resolvió librarse
de su rival por medio del ostracismo.
Las diez tribus del pueblo fueron
convocadas á la ágora, para dirimir
la implacable querella de aquellos
dos ilustres Ciudadanos.
-. 120-
Temistodes, que no quería correr
é\ riesg9 de salir mal en la jornada,
~tó de ferrar toda probabilidad en
su cOQtra, esgrimiendQ sus vibrantes
in~gaS y desplegando una actividad
incansable.
El mismo día ~e la asamblea, pu-
do verse' ei:Ja plaza pública á aque-
llos dos hombres, refleiando cada uno
en sus exterioridad~10$.,.asgos fun-
damentales ~ sU... ~pectjvo carác-
ter. Temístqcles estaba páljdo, nér-
vioso, inquieto, y no d~scansaha, re-
corriendo todos los grupos, habla!ldo
con todos los hombres: á unos re-
cordándoles los senliCios que él había
prestado á Atenas, á otros enconán-
doles el ánimo contra Arístides, re-
curriendo á todas las sutile~as de su
ingenio y de su elocuencia para pin-
tarlo como una rémora del progreso,
del embellecimiento y de la grande-
za de Atenas: haciendo presión en el
ánimo de todos, para que se resolvie-
- 121
....
ra el destierro de Arístides. Este, pof'
el contrario, estaba allí, ~ereno' ~r
tranquilo', paseándose callado entte
los grupos de lá. gente del pueblo, de
aquellos grupos que las intrigas efi-
caces de Temístocles hacían lnover
como ondas de un mar tUlnultuoso.
Arístides, con la frente erguida, pero
con la lnayor lJiituralidad, como se-
guro de habér ttimplido siempre con
su deber, rto hacarp~ón sobre na-
die, y catfiinaba,-solitario entre las
multitudes,-sin acercarse á ningún
grupo, ni hablar una palabra, espe-
rando respetuosb el fallo popular. Y
tal era su actitud, cuando dice la his-
toria que se le ,acercó un campesino
que no sabía escribir y le pidió l. sin
sospechar con quien hablaba, que
escribiera el nombre de Arístides en
la concha donde se inscribía el voto
de la persona á quien se quería apli-
car el ostracislDo. (¿ Os ha hecho al-
gún mal la persona que queréis des-
-- 122 --
terrar?-, preguntó Arístides al cam-
pesino. e Ninguno, le contestó éste,
ni siquiera le conozco; pero estoy
cansado de oirle llamar el justo - ~
Arístides no replicó nada; escribió su
nombre en la concha y se la devolvió
al campesino, devorando en silencio
la amargura de tan torpe injusticia.
El infortunio es la piedra de toque
del carácter. El sufragio de la asam-
blea le fué adverso á Arístides,y cuan-
do se le notificó no lanzó ni una que-
ja, ni un gemido; ni riadie vió en él
una palidez, ni una convulsión. Sin
que aquel fallo, injusto y arbitrario,
consiguiera perturbar la olímpica se-
renidad de su espiritu, se alejó de la
ciudad querida, pidiendo á}os dioses
e que nunca los atenienses se vieran
en circunstancias tan dolorosas ó tris-
tes que tuvieran necesidad de sus ser"
vicios.. ¡No es posible mayor gran-
deza de alma!
- 123-

II

TEMffiTOCLEa EN LA ÁGORA

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..

Ya conocemos la esforzada defen-


sa del desfiladero de las Termópilas,
y el legendaria sacrificio del espar-
tano Leonidas con sus trescientos sol-
dados. General y soldados fueron
sepultados en la falda misma de
aquel desfiladero: digna tumba de
tan heroicos defensores del territorio
patrio! Sobre la roca que servía de
lápida á aquella tumba se grabó este
clásico epitafio: e Caminante vé á
decir á Esparta que yaceluos aquí
por haber obedecido sus leyes., Y
así como en los cementerios cristia-
nos se acostumbra colocar sobre los
sepulcros estátuas lacrimatorias, án-
- 124-
geles del dolor, que simbolizan el
duelo de la familia de los que moran
allí, los espartanos colocaron, escul-
pido en granito, á la entrada de aquel
célebre desfiladero, un enorme león,
símbolo de la fuerza, de la altivez y de
la bravura: queriendo, probablemen-
te, significar con ello que debía acu-
dirse á aquella tumba no á llorar, sino
á retemplar las fuerzas del patriotismo
y de la obediencia á las leyes. Aque-
lla tumba, pues, no se sintió nunca
humanamente arrullad~ por cánticos
fúnebres, ni humedecida por lágrimas
de dolor. Pero, la naturaleza, como
lnadre amorosa, no quiso suprimir pa-
ra aquella gloriosa tumba ni los cán-
ticos, ni las lágriOlas: las ondas azu-
les del golfo Maliaco et~mamente
arrullan con sus rítmicos murmullos,
y humedecen con sus níveas espumas,
la tumba de aquellos muertos inmor-
tales!
Pero volvamos á TelnÍstoc1es y
- 125-
contemplémosle en el nl01nento lnás
solerp.ne y trascendental de su tem-
pestuosa vida pública.
Así que J erjes forzó el paso de las
Tennópilas marchó directamente á
Atenas, á la cual encontró desierta;
porque los Atenienses la habían aban-
donado, refugiándose en la isla de
Salamina, siguiendo los consejos de
Temístocles.
Jerjes incendió á Atenas y, en
seguida, se volvió á sus naves, con-
s'ultando á los jefes de su flota sobre
la conveniencia y oportunidad de dar
un combate naval. Todos opinaron
que debía darse inmediatamente un
combate naval; todos, lnenos la reina
de Halicarnaso, Artemisa, que aC0111-
pañaba á Jerjes en su expedición de
conquista: reina célebre, primero, por
su valor, por su talento y por su sen-
satez, y más tarde, célebre por el
crimen á que la impulsó su bárbaro
despecho por el desprecio de Dárda-
- 126-
no, á quien amaba y á quien hizo sa~
car los ojos mientras dormía, y luego,
para calmar la pena y el remordi-
lniento de su crimen, se precipitó al
mar Jónico, desde la roca de Léu-
cade, roca ya tristemente ungida in-
mortal por el suicidio de la poetisa
griega Safo.
No hay que confundir á dicha rei-
na de Halicarnaso, con la otra reina
de la misma ciudad, llamada también
Artelnisa, mujer célebre por su belle-
za, y sobre todo, por 'el inmenso do-
lor que manifestó á la muerte de su
esposo Mausoleo, á quien hizo levan:'
tar un magnífico monumento sepul-
cral, que era tenido por los antiguos
como una de las siete maravillas
del" mundo. De ahí el nombre de
tnáusoleo, dado á todo monumen-
l~. sepulcral de ostensible magnifi-
Cencia.
Pero cerremos las digresiones.
J~Hes no pudo segun: la solitaria,
- 127 -

aunque atinadísima, opinión de la rei-


na de Halicarnaso, y cedió al torren-
te 4~ la opinión general.
Mientras tanto, los griegos esta-
ban en completo desacuerdo, respec-
to al plan para vencer y expulsar ,á
los persas invasores. Unos, los dc1
del Peloponeso, querían atrincherarse
en el continente, es decir, querían de-
fender su país sobre su propio terri-
torio. Otros, como los atenienses, ac-
tualmente sin hogar, y errantes con
sus familias, eran de opinión contra-
ria: querían que se librase pronto un
combate naval, para reconquistar la
ciudad querida. Como los jefes de
las fuerzas guerreras no podían po-
nerse de acuerdo, se citó al pueblo
para que deliberara al respecto. La
primera asamblea fué pacíficá, pero
estéril; la segunda, fué tumultud'sa,
pero fecunda. A ella acudió Temís-
tocles, dispuesto á hacer un esfu~""rZo
supremo para convencer al pueblo
de ltÍ 'Cf)qt¡enie~<;ia de d~ inmediata:,,:
lnente un c.;bfie" nal{a~.- ,
.
. Temístoc16s sabia c¡u.e iba á luchar
" .
con el eg~ísmo de ~os, con"Ja en-
vidia de o~~y con" la ignQrancia
de las multitú.cfes; pero el lance era
ineludible y definitivo, y. acuQ¡a . .
suelto A,Ia luch-a, dispuesto á toca[
todQ.10s
'¡'
¡
resortes de su ingenio ;#'v. ¡
\

esgnqiir todas las armas de su talen-


to, co~ audaQia, con brillo, con agili-
dad y con fulIleza inagotables: y así,
" .
vamos -á ~"1ó.dos, los ímpetus de su
tempera~to, tQd~ energías de
su volllBtad, todas las ambiciones,de
su alma, todas las sutilezas,., de su in-,
genio, todas las luces de su ~alento,
todos los rayos de su ¡'M,ieu;ión, en
una palabra, vanlml á ver" tQ~os los
rasgos de $~ comp!~a l~onali­
dad vibr~d,p á la Vel! en nn. supre-
lna aspjj-aci<Ül, _
.'
una: ~tlllá
.
~9-
SI va. " la. ...... ,.. # ~

En aquella asamb)ea. va .A .resol-


- 129 --
vers~' ~u potienir; . sU rei~ltaao' va á
ser .decisivo para sIr vid, Si en atIue-
na asamblea vence, espera ~ecobrar
su hogar, adquirir for~unA, alcanzar
influencia, y poder 4eStacarse entre
sus contemporáneos envuelto en lm¡.
~plandores de la g]oria. .. Pero si sa-
l.e veocido, vivirá lejos de sU l}atria,
olvidado, hundido en las penuPlbras
de la indiferencia púbrica. 'Telñ.ísto-
eles no se resigna á vivir en -el olvi-
do; ni l1l:enOS en el infóltunio, y' acude
á aquella asambl~ á l11c~ heróica-
, ......
mente, y conl~ eUa ~e ~ á Jugar
~ fondo su suerte, .vamos á ,~er1o, pa-
ta alcanzar ~ victoria, desplegar to-
das las fuerzas. todas las' agilidades~
todos losenc~a~tos .de 'su elocuencia!
Asistamos á aquena: asamblea. '.
El pneb19 e~táreunido"~ la plaza
pública; ~,tá inqmeto,' ríeÍ'vi:oso, iln-
. .. .""~.

paGlent~ Yi CCJ1TIO 31etnpl'e, tntrnpura-


dar. De pronto, un 'h,e.'flldo reclama
silencio';'-y pregunta: ¿quién quiere
-. 130-

lwblar?, declarando así abierta la


.asamblea. Temístbcles se adelanta y
sube á la tribuna. Está pálido! Me-
jor: la palidez, cuando no procede
de desconfianza, sino de emoción, es
siempre. favorablemente sugestiva.
Comienza hablar; su tono está im-
pregnado de patética tristeza: es que
empieza pulsando las cuerdas del
sentimiento popular. Pinta las des-
gracias de la patria y del hogar: par-
te del territorio griego invadido por
los persas; Atenas, la ~ella, la culta,
la predilecta de Minerva, incendiada
y solitaria; las familias errantes como
caravanas lnalditas; las nobles y be-
llas mujeres atenienses s,ufriendo
hambre y frío, mientras los bárbaros
se regalan en espléndidas lnesas, y,
lo peor de todo, acuéstanse en sus
lechos, mientras ellas duermen al ra-
so: todo lo cual parte el corazón y
punza la altivez, no siendo digno de
los griegos contemplar semejante es-
- 131 -
pectáculo con los brazos cruzados.
Debe, pues, intentarse una inmediata
reparación! El pueblo escucha estas
palabras profundamente atento y
emocionado..
Temístocles comprende que le ha
ganado el corazón,y quiere, en segui-
da, ganarle la voluntad. Entonces ex-
pone sus planes de batalla: hace ver
que el estrecho de Salamina es él
único punto estratégico para el com-
bate, el único punto donde pueden
contrarrestarse todas las ventajas de
los persas, respecto á sus lnás nUlne-
rosos elementos de guerra: y hace ver
todo esto, en un estilo tan sencillo,
tan nítido, tan insinuante y tan ardien-
te á la vez, que hace surgir espontá-
neamente en el ánimo de su' audito-
rio la convicción de la victoria. Y
cuando Temístocles nota que todas
las miradas están reconcentradas y
fijas en él, como en un disco encanta-
do; cuando ve que el pueblo. está
- 132-
pendiente de sus labios, hace estallar,.
en palabras ardientes, todas las pa-
siones que relampaguean en su al-
Ina: el patriotismo, la ambición la
gloria, y la profunda desesperación
de que se deje perder una ocasión tan
propicia para reparar todas las som-
brías desdichas de la patria. El pue-
blo está ya entusiasmado, y cautivó
de la palabra de Temístocles!
Pero, tanto ardor, tanta vehemen-
cia, tantos encantos, hacen estallar
talnbién fuertelnente el .lnayor y el
eterno defecto de la raza griega: la
envidia. Las silnpatías que iba alcan-
zando Temístocles en el ánimo del
pueblo, le suscitaron agrias contradic-
ciones entre sus adversarios. El co-
rintio Adimanto le hecha en ~ara su
precipitación, y le advierte que clos
que se ponen en In archa antes de la
señal, salen vencidos en los juegos .•
cEs cierto, le contesta Temístocles,
'pero á los que llegan tarde no se les
- 133 --
ciñe la frente con la corona del triun-
fo. , Esta réplica, rápida, vibrante y
sugestiva, exalta de entusiasmo al
pueblo; y Temístocles, para conven-
cerlo que el patriotismo es la pasión
imperante en su alma, propone que á
su enemigo, á su implacable enemigo
personal, á Arístides, se le levante el
ostracism o, se le llame y se le pida
que venga á prestar el concurso de sus
luces, de su rectitud y de su experien-
cia' en aquellos mOlnentos de tantos
peligros y de tantas tristezas para su
patria: demostrando así Temísto-
eles, que el fuego de su patriotismo
era tan intenso que fundía hasta sus
odios personales. El pueblo lo escu-
cha prendado ya de tanta grandeza
de alma, de tanta elocuencia' 'y de
tanto patriotismo; pero sus enemigos
á la vez redoblan sus ataques, y quie-
ren hacerlo callar. Euribiades, no
consiguiendo interrumpirlo, ni dOlni-
nar su poderc)sa voz) le asesta la ~a-
~ 134-

no en el rostro. Temístocles siente


arder su sangre; pero ahoga los ímpe-
tus de indignación que le produce
aquel, ultraje, hace un rápido parénte-
sisá s~ discurso, se encara con Euri-
bia·~. y le dice: (Pega, pero escu-
cha ~ , y reanuda Sll discurso con
palabras más vivas, más impetuosas)
lnás fulgurantes, más persuasivas,
pulsando, como un artista eximio,
todas las notas del sentimiento y de
la inspiración; y por último, para ter-
minar su discurso, y cu~ndo ya está
intensamente pálido por la emoción,
pulsa como resorte supremo la cuer-
da más sensible y vibrante del cora-
zón del pueblo, garantizándole ¡con
su propia vida! el éxito triunfal de la
batalla.
Al oir aquellas palabras el pueblo,
agitado por una aura ardiente y
eléctrica, que recorre su alma y sus
nervios, se exalta y se estremece de
~ntusiasmo) estalla en una explosión
- 135-
de aplausos y aclama A gritos los
plat:les de batalla de Temístocles. Te-
místocles ha vencido: la batalla va A
librarse; el persa va A ser exp$acLo;
Atenas va A ser arrancada de la.,gilr-
ra de los bárbaros: la divina Grecia
está salvada! Y ia trascendencia de
la resolución de aquella asalnblea es
una de las pruebas lnAs evidentes que
nos ofrece la historia, de lo que pue-
de la palabra,-la lnás bella y suges-
tiva de las facultades humanas,-de
lo que puede la palabra, cuando vibra
en los lábios de un hOlnbre en cuyo
cerebro arde la chispa divina del ge-
nio!
JII

FIN DE ARtSTIDES y DE TEl\1tSTOCLES

. . . . . . . ... . . . . . . ...... . .... .


"

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . , ....... .
Hemos estudiado las causas y el
desenvolvimiento de las {¡uer/ras m~.
~ 136-

dicas. Hemos narrado los heChos mi_o


litares de Matatrm~ de lás TermóÍ>i-
las, de Salarnina, de Platea;\lé Micala. "
Conocemos la tnítp.fl y ws episodios
é incidentes lnás notable& de aque-
llas batallas., Hemos visto deslilar á
$us):>rincipales héroes..l'ya sa~lnos
que el desenlace ~de ~quenas guerras
ha sido favorable á la Gre~a;·dcsen-
lace trascendentalís~mo;' porqué con'
él no sólo se salvó la Grecia, SIDO
tam bién la civilización. El triunfo de
los persas hubiera sido .fuhestá para
la humanidad. La Persia, ~endo
g¡avitar su despotismo abrtuD.a,nte,
hubiera atrofiado el genio, deprimido
~l espíritu de fusión y sofocado el ca..
rácter abierto y expansivo de la l1UB
griega; y, por consiguiente, 'hubi~a
retardado la eftorescepcia, el refina-
.111iento y la- difusión de la~ espléndi-
das luces helénicas, que- han influido
de un Jllodo tan vivo y éficiente en
.el desenvolviluiento de la civilizacióD
-- 137 -
,
unive~.sal Por eso se ha diche;> que la
humanidad· "~a he,cho fmyas las vic-
t,?rias dc.J~ guerra~ médicas. Por eso
se h,a dfch~ que ~os recuerdos glo-
rip~o~ de l\Iaratón, de Salamina, de
PI~t~a, a.ún. desp~és de veinticuatro
~iglos, no pan;perdido ni su brilld ni,
su prestigio, .y nosotros podemos
~greg~, .que por la '''misma razón los
nombres, ilm;fres' de Milcíades, de
Leqnidas., ..de Arísti des , de Temísto-:-
clc:~ y de Cimón, continúan y conti-
nuarán"vibrando en la memoria de la
humanidad, ~rrancando de todas las
gener:a~iones aplausos de admirac~ón
y latidos de gratitud! _
PeWr antes de terminar nuestras
locGiDnes sobre la grandiosa epopeya
~~~da con 'el nombre de g1ler1'a.~
'lIltdicas, vamos ;¡ presenta.r, termi-
naqdp ~u carrera pú~lica y su vida, á
lC?s dQs person'iljes griegos de~.¡nás
nOf!lb.Fadía.. en aquellos tiem~s: la
~rsonalidad 'm~jígida y la per~~
- 138-

nalidad más centelleante, es decir, á


Arístides y á Temístocles, respecti-
vamente.
Cuando Arístides, en el destierro,
supo que Atenas había sido invadida
é incendiada por Jerjes, sintió hon-
da y dolorosa impresión; de modo
que, cuando se le notificó que se le
había levantado el ostracismo, olvidó
las injusticias con que lo habían he-
rido sus conciudadanos, acalló sus
resentimientos íntimos, y corrió á po-
nerse al servicio de su patria,-de su
patria, que estaba en inminente peli-
gro de caer, por completo y para siem-
pre, bajo la garra del.imperio persa.
Atravesó, con seriospeligr.os, laBo-
ta enemiga, y llegó á Salamina en
circunstancias que iba á librarse el
combate naval. Siempre grande su
alma, no sintió ninguna mortificación
al tener que combatir bajo las órdenes
de su enemigo personal Temístocles;
pero, para que su actitud no fuera
- 139-

sospechada de hmnillación, ni de hi-


pocresía, cuando se encontró delante
de "Temístocles, le dijo con serena,
pero con profunda resolución: e Con-
tinuemos siendo rivales; pero, ahora,
rivalicemos en ardor por sal Val" la
patria, . Confirmando así, una vez
más, que ante la salvación de la pa-
tria deponía sus agravios, sus preven-
ciones y sus odios personales.
Después de la batalla de Salamina,
en la que jugó un rol menos brillante
que otros jefes, pero donde se com-
portó tan valiente como el que más,
continuó contribuyendo con ahinco á
los preparativos militares, para expul-
sar definitivamente de Grecia á los
persas.
El día que iba á librarse la batalla
de Platea, donde Arístides comanda-
ba á los ateni~nses, se suscitó una dis-
puta entre los griegos, que pudo ha-
cer peligrar el éxito de aquella jorna-
da.. Los tegeos querían indesistible-
- 140-

mente ocupar un puesto determinado


en el plan de batalla: el mismo pues-
to solicitado con insistencia por los
atenienses. Entonces Arístides com-
prendió que aquella caprichosa y em-
pecinada disputa podía ser funesta
para la causa nacional, y va1iéndose,
más que de la autoridad militar, de la
autoridad moral que ya circundaba
su personalidad como una mágica
auréola, resolvió el conflicto diciendo:
e Aquí no hemos venido á disputar tal
ó cual puesto, sino á pelear con el
enemigo común. Así pues, yo y los.
atenienses que comando pedimos que
los lacedemonios, que son los que
dirigen esta jornada, nos designen
nuestro puesto de batalla, que noso-
tros sabremos convertir en lugar de
honor el puesto que nos toque.» Es-,
te rasgo de patriótica abnegación
acalló todas las disputas, concilió to-
das las voluntades, y así todos los
griegos satisfechos en sus respecti-
- 141 -

vos puestos, lucharon aquel día con


igual ardimento, con igual bravura é
intrepidez, obteniendo un triunfo tan
sangriento y tan completo, que con
razón se ha dicho que en aquella jor-
nada los griegos vengaron de un so-
lo golpe todas las calamidades de la
invasión persa: el saqueo de las ciu-
dades, la devastación de los campos,
el incendio de los templos y la matan-
za de los ciudadanos.
Después de las batallas de Platea
y de Micala, que resolvieron la desa-
parición de los persas del territorio
griego, Arístides y Temístocles si-
guieron cordialmente distanciados;
pero, empeñados en la misma empre-
sa, colocados en la nlisma línea de
propósitos, puede decirse que estu-
·vieron unidos en Atenas, rivalizando
en ardor por labrar la fuerza, el pres-
tigio, el bienestar y el engrandeci-
miento de lél: patria.
Arístides, el político genuino de la
- 142-

aristocracia, iluminado íntimamente


por la luz serena de la justicia, que
jamás seapagaba en su espíritu, com-
prendió que era justo y conveniente
recompensar el heroísmo con que el
pueblo ateniense había luchado en
las guerras lnédicas, y consiguió que
se reformaran las leyes de Salón, por
cuya reforma todos los cargos públi-
cos, en lo sucesivo, fueron accesibles
á todos los ciudadanos.
También consiguió, después de rei-
teradas y tenaces iniciativas, que' se
formara una liga perma~ente de las
ciudades griegas del continente y de
las islas: liga que tenía por objeto el
dominio del mar Egeo y la defensa
contra el persa; y dióá la liga un ca-
rácter anfictiónico, es decir, religioso
y político á la vez, correspondiendo
la presidencia de la confederación á
Atenas, y siendo su centro religioso
Delos, la más pequeña y la más cén-
trica de las islas Cícladas.
- 143-
Las ciudades confederadas resol-
vieron, por unanimidad, que Arístides
redactara las estipulaciones de la liga,
y que designara, á su ciencia y con-
ciencia, la contribución que debía pa-
gar cada ciudad confederada: tan
grande era el prestigio de su sensatez
y de su integridad; cuyas nobles cua-
lidades quedaron consagradas explí-
citamente una vez más, por la opi-
nión pública, cuando presentó, y fue-
ron aceptadas, sin reclamo ni protes-
ta de nadie, las estipulaciones de la
liga y la distinta contribución que de-
bía pagar cada ciudad:
El tesoro de la liga, que alcanzaba
á millones, fué depositado en el san-
tu ario de Apolo, en Delos, confián-
dose á Arístides la administración de
ese tesoro, quien lo administró con
tanta pureza, que luás tarde los con-
federados declararon que sólo un ate-
niense podía ser el administrador de
aquel tesoro: así se proyectaban los
..
- 144- ~- s
.- - .
resplandores de la rectitud de Aris~
d~s sobre sus conciúdadanos! .
Aristides es el arquetipo del ciuda-
dano honrado, patriota y justiciero á -,
la vez. No oQ~tante haber actuado
tanto en la vid-a pública; no obstante
haber intervenido en mil negocios en-
tre el Estado y los particulares; no
obstante haber sido mucho tiempo el
árbitro inapelable en las querellas de
sus conciudadanos, y no obstante ha-
ber sido administrador absoluto del
inmenso tesoro de-la 1iga permanente,
procedió siempre con tanta integri-
dad y con tan real pureza, que vivió
siempre pobre: de tal modo, que cuan-
do murió no dejó con que pagar los
diez palmos de tierra que h(ilbían" de
servirle de morada eterna. Atenas tu-
vo, ineludiblemente, que cQstear el
entierro y los funerales de Arístides,
y que amparar á sus hijos.
Tal iué Arístides: la más alta per-
sonificacióft de la rectitud de con.-
~ .•.\, - 143 -
.
\ ~.

tiencia, la más acrisolada personi-


ficación de la irttegridad, la lnás p~r­
fecta personificación del cumplilnielÍ'-
to del deber. Por eso gozó durante
toda su vida de la más profunda con-
sideración entre sus conciudadanos.
Pudieron desterrarlo, obedeciendo á
extraviadas pasiones políticas; pero
nunca le desconocieron sus brillantes
y nítidas virtudes cívicas y privadas.
Después de la batalla de J.\tlaratón>
fué al ciudadano que se le consideró
más digno para' lOnfiarle la guardia
de los trofeos arrancados al enelnigo:
trofeos que ~imbolizaban la naciente
gloria y la na'ciente grandeza de la
patria.
Su rectitud de conciencia llegó á
incrustarse de tal modo en la con cien -
cia pública, que sus fallos como ma-
gistrado, y sus consejos como ciuda-
dano, eran considerados indefectibles
é incuestionables. y así vemos que
cuando Temístocles, después de la
-.146 -
jornada de Platea, presenta un pró-
yecto, según él de carácter tan grave
y trascendental que declara no poder
confiarlo al público, porque exigía gran
secreto, la asamblea pública nombra
representante absoluto á Arístides,
para que se entere del proyecto en
cuestión y resuelva, en definitiva, si
conviene aceptarlo ó no; y bastó que
Arístides declarara que el proyecto
era inconveniente, para que el pueblo
lo rechazara, sin intentar saber de lo
que trataba; y el mismo Temístocles,
á pesar de su firme convicción de que
el proyecto era conveniente, no insis-
tió en él, porque estaba persuadido
que la opinion adversa de Arístides lo
hacía inadmisible para el pueblo: tan
imperiosa y decisiva era la autoridad
moral de este preclaro varónt
Llegó á la ancianidad pobre; pero
sin perder ni la ecuanimidad de áni-
mo ni la sencilla magestad que siem-
pre lo habían caracterizado.
. - 147-
Cuando se sintió lnortalmente en-
fermo, pudo acostarse sereno en su
lecho, á esperar, sin zozobras ni de-
sesperación, el desenlace fatal. Y en
la hora suprema de la agonía, no sin-
tió turbada la tranquilidad de su con-
ciencia ni por el fantasma de un re-
lnordimiento, ni siquiera por la som-
bra de un pesar; y cerrando lentamen-
te los ojos penetró, exento de pena,
de inquietud y de temor, en el seno
lnisterioso de la lnuerte! Así murió
Arístides, tal como había vivido, con
serena majestad, sin lnenoscabar ja-
lnás el renombre de Justo que le die-
ron sus contemporáneos en cerelno-
nia pública, y cuya vida lnerece, no
escribirse á la ligera, sino cincelarse
cuidadosamente, haciéndolo destacar
tal como fué: un modelo de varón
fuerte, en su triple faz de hOlnbre, de
ciudadano y de magistrado.
y ahora, pasemos á hablar de Te-
místocles.
- 148-

A diferencia de Arístides, quesiem-


pre se encontró á un mismo nivel en
el concepto de sus conciudadanos,
Temistocles tuvo frecuentemente al-
ternativas \;olentas. Es que Aristides
marchaba en la vida sobre una base
firme y fuerte: su inflexible rectitud;
mientras que Temistocles marchaba
:-iobre las ondas móviles y tumultuo-
sas de sus pasiones: ondas que lo ele-
vaban i'L veces al nivel de Arístides,
otras veces lo llevaban más arriba,
presentándolo circundado de mági-
cos resplandores, y otr~ veces lo ba-
jaban tanto, que parecía que lo hun-
dían en un abismo, envolviéndolo en
siniestros celajes!
Por la brillante victoria de ~Iara­
tón, Milcíades adquirió tanto presti-
gio y fué tan admirado que mereció
que lo representaran en el Pecilo,
-notable pórtico de Atenas, ornado
de hermosas pinturas,-rodeado de
héroes y semic}ioses.
- 149-
Desde entonces, Temistocles, sin-
tiendo ya encendida en su alma la
pasión de la gloria, decía que le qui-
taban el sueño los trofeos de Milcía-
des. Y no descansó un instante hasta
que alcanzó tantos honores COmo es-
te ilustre guerrrero.
Como era costumbre tradicional
en Grecia discernir, después de una
batalla, un prelnio de honor al que
se hubiera comportado en ella más
valientemente, los jefes griegos, des-
pués de la batalla de Salamina, se
reunieron en el istmo de Corinto, y
ante el altar del dios Neptuno cele-
braron asamblea para discernir la
corona del valor. Cada uno de aque-
llos jefes se discernió para si el pri-
mer premio; pero, todos declararon
que el segundo premio lo merecía
Temistocles: prueba evidente que
merecía el primero. Esparta tanegoís-
.ta y tan envidiosa de la gloria de los
demás, Esparta misma le discernió
- 150-

una corona de olivo. Temístocles ha-


bía llegado entonces á la cima de su
popularidad y de su prestigio. Ya hu-
biera podido conciliar el sueño, que
le quitaban los trofeos de Milcíades;
pero, ah! la fiebre inextinguible de
sus grandes ambiciones le abrasaba el
cerebro y el alma, y ya no l~ sería
posible dormir tranquilo, sino cuando
lo acostaran en el lecho final!
Previendo, con esa penetración ge-
nial que lo distinguía, próximas dis-
cordias entre Atenas y Esparta, des-
pués del triunfo de Platea y cuando
los persas habían deSaparecido del
territorio griego, Temístocles se de-
clic6 ardientemente á reparar los es-
tragos que habían hecho los persas
en Atenas, y resolvió fortificar inex-
pugnablemente esta ciudad.. Los es-
partanos, con hábiles pretextos qui-
sieron impedir la realización de los
proyectos de Temístocles, que inspi-
raban sospechas á las demás ciuda-
- 151 -
des del continente; pero, con astucia
y audacia á la vez, burló la oposición
de Esparta, y Atenas quedó perfec-
tamente aprestada para afrontar
cualqui~ra situación difícil que sobre-
VImera.
Circundado con la resplandecien-
te auréola de la gratitud y de la ad-
miración del pueblo, Temístocles pa-
recía un semi-dios; pero ¡siempre do-
minado por sus pasiones! no descan-
saba en aumentar los fulgores de su
gloria, ni tampoco en acrecentar su
influencia y su fortuna. Agitado
siempre por sus pasiones, al fin lo
acometió el vértigo y lo extravió por
pendientes resbaladizas y sombrías.
La vanidad y la envidia le muerden
y le empozoñan constantemente el
ánimo!
En los juegos públicos, donde se
reunían los griegos deponiendo sus
querellas y donde estrechaban los
vínculos de confraternidad, Temísto-
- 152-
-eles quería introducir la discordia,
pretendiendo, con tenacidad, que se
excluyera de esos juegos á todos los
que no habían tomado parte en las
guerras médicas. Se mortificaba tam-
bién cuando el pueblo en vez de re-
-concentrar en él sus miradas, las re-
<concentraba en los actores de aque-
llos juegos.
Levantó en Atenas un templo.~ la
diosa del Buen Consejo, y colocó su
propia estatua en aquel santuario.
Quería que los aplausos por sus
hazañas y por los seryicios que ha-
bía prestado á la patria, le arrullaran
continuamente el oído y el alma. No
-se avenía á que nadie, fuera de él,
gobernase en Atenas. Esto, sobre to-
do, le suscitó muchos enemigos, en-
tre ellos Cimón, el más ilustTe 4e to-
dos, hijo de :Milcíades, que había sido
iniciado en la vida pública por Arísti-
des, y que por sus antecedentes, por
-sus cualidades y por sus brillantes he-
- 153-
chos de armas ~ozó pronto del favor
popular. COlno Temístocles quería
truncar ó, por lo menos, obstaculizar
los triunfos públicos de Cimón, éste
y sus partidarios suscitaron el ostra-
cismo contra Temístocles. De modo
que Temístocles vino á ser víctima
de la misma arma que él en otra oca-
sión había hecho esgrimir injusta-
me~te contra Arístides; y no supo
como éste, ser resignado y magnáni-
mo en la hora del infortunio. Cuando
se le notificó que el pueblo había vo-
tado su ostracismo, se sintió honda-
lnente lacerado; hechó en cara á
Atenas su ingratitud y á sus adver-
sarios su injusticia, y se alejó de la
ciudad .relampagueando odios y mal-
diciones. Sin embargo, se explica
con. fa.cilidad esta diferencia entre
Arístides y Temístocles para sobre-
llevar el infortunio: porque Arístides
era algo así como un ideal perso-
nificado; mie.ntras que T emístocles
- 154-

era un tipo profundamente humano.


Temístocles se retiró á Argos; y
acusado de estar complicado en una
conspiración contra su patria yen
favor de los persas, --la conspira-
ción de Pausanias, el vencedor de
Platea-fué citado á juicio; pero, en
vez de comparecer á la cita á defen-
derse, huyó de Argos y se refugió en
la Persia, comprobando así su culpa-
bilidad. Es que no pudiendo ser ya
el primero de los griegos, había con-
cebido el propósito, y se le había afe-
rrado en el entrecejo y en el alma,
de llegar á ser el primero de los va-
sallos del rey de Persia, su enemigo
lnortal!
Cuando se supo que se hab{a fu-
gado de Argos se le tendieron mil
redes para atraparlo; pero" él supo,
con los inagotables recursos de. su
ingenio, escaparse por las nlallas de
esas redes. La fuga de Temístocles es
un tejido sorprendente de vicisitudes
- 155-

y aventuras. En aquella fuga legen-


daria va cruzando por ciudades go-
bernadas por terribles enemigos su-
yos; va escapando de las garras de
unos y de las persecuciones de otros,
recurriendo al talento, á la actividad,
al ingenio y á la audacia que tantas
veces él había desplegado en servicio
de su patria. Y va salvando todos
estos peligros, no para llegar, á un
refugio amigo, sino para llegar al
palacio del rey de Persia, su más
lnortal enemigo, - tanto, que tenía
ofrecido enorme precio por su ca-
beza.
Después de mil incidentes aventu-
reros, consiguió Temístocles llegar
de incógnito á Susa, capital de la
Persia. Se encaminó al serrallo, y pi-
dió hablar con el rey. Nadie lo 'cono-
cía. Y cuando estuvo delante del Rey
de los Reyes, Artajerjes, se arrodilló
y guardó silencio, hasta que el intér-
prete le preg~ntó su nombre. Enton-
- 156-

ces Temístocles se puso de pie, asu-


lnió una postura altiva, miró fijamente
á Artajerjes, y poniendo insinuante
majestad en la entonación, le dijo:
e Gran Rey.. . soy Temístocles de
Atenas, que desterrado y perseguido
por los griegos vengo á buscar un
asilo á vuestro lado. Soy Temísto-
eles, el griego que os ha hecho más
daño, y el que ahora se propone
prestarte lnás servicios.' y sin dar
tiempo á que Artajerjes dijera nada,
le expuso, con su elocuencia sugesti-
va, los motivos de su fuga de Grecia
y los mil peligros que había salvado
para llegar hasta Susa; le manifestó
sus profundos resentimientos contra
su propia patria, y sus ardientes de-
seos de venganza; dándole, por fin,
á entender claramente todo ·su plan,
es decir, que no pudiendo ser ya el
primero de los griegos, quería ser el
primero de los vasallos del Rey de
los Reyes. Artajerjes quedó asombra-
- 157

do de tanta audacia ! Nada le prome-


tió á Temístocles en aquel momen-
to, y hasta disimuló la impresión y la
complacencia que le causaba verlo en
su presencia; pero dicen que ellas
fueron tan vivas y sofocantes que en
la noche de aquel día varias veces
se le vió incorporarse en su lecho y
exclamar soñando: e Yo tengo en mi
poder á Temístocles de Atenas!,
Al día siguiente, Artajerjes hizo
comparecer de nuevo á Temístocles
á su presencia, y demostrándole
atenta acogida, le dijo: e Aquí tenéis
doscientos talentos; .pues habiendo
vos mismo venido á entregaros en
mis manos es justo que vos recibáis
la recompensa que tenía prometida
al que te me entregara., Acto con-
tinuo' le pidió datos sobre el'estado
de la Grecia; pero Temístocles se re-
husó á darle explicaciones á este res-
pecto antes de haber aprendido la
lengua pers~., y pidió un año de pla-
- 158--
zo para aprenderla y exponer enton-
ces, sin necesidad de intérprete, los
planes contra la Grecia. Se le conce-
dió.
En poco tiempo aprendió el persa;
y debido á su talento y á su habili-
dad para insinuarse en el ánimo de
los demás, adquirió tanta influencia,
que siguiendo la costumbre de aque-
llos tiempos, se le designaron tres
~iudades, tributarias del pan, de la
carne y del vino. Temístocles fijó su
residencia en Magnesia.
¡Oh cambios y vicisi~udes de los
I¡.ombres esclavos de sus ambiciones!
El que se inició en la vida pública
teniendo por divisa: gtterra á los per-
sas,. el inspirado y brillante· orador
popular; el glorioso vencedor del
Rey de los Reyes, en Salamina; el
ciudadano de Atenas, la más culta,
libre, civilizada y democrática de las
ciudades griegas, convertido ahora,
por una serie de vicisitudes de su vi-
- 159-
da y por otra serie de extravíos de
sus pasiones, convertido ahora en un
indolente sátrapa oriental!
Pero los grandes errores, como las
grandes claudicaciones, suelen ex-
piarse á veces, y hasta suelen lavar-
se, con el sacrificio de la propia san-
gre, y esto es lo que hizo Temístocles,
quedando redimido en la lnelnoria
de la posteridad.
Cuando se venció el plazo que ha-
bía pedido para presentar sus planes
contra la Grecia, sus odios se habían
extinguido, su ánimo se había sere-
nado, la reflexión había iluminado su
espíritu: el arrepentimiento de haber
buscado un asilo entre los persas le
oprimía el corazón, y el remordi-
miento de haberse comprometido á
trazar planes contra su patria le. pun-
zaba la conciencia. Entonces com-
prendió Temístocles que sólo la
muerte podría librarlo de las exigen-
cias de los persas, del desprecio de
-160 , ~

, • ¡.a, ...._

sus cOllcil!-dadan'os y de la execra~ión


de la his~oria} y c~.m la energía con
. • í .

que siempre había, proceQ-ido .~n' SU$


resomcióne.s, se refugiÓ en. el ~egazo
de la muerte, b~bie1tdo. un· yeneno
que lO. hizo, sufrir hC?¡rib'emente = de'
o ~ !Ir ~

modo q~ su' ln~~rte".b~~an~,o. el


reposQ de su conciéncia, la i.ndti1gen~
~ia., de sU patria .Y la aps.oiucipn· de
la posteridad, fué ta~ desespera.da~
tan convulsiva y dolorosa, ,<;OP.J.O ha-
bía sido su vida, busqln~o 1a: rortlUla,
el poder y la gloria !
SARDANÁPALO
(BE.lUlllSC!i:lIICIA DE US.Á ~ECCIÓS DX HISTOR{.\}

• e e • '• • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •

Hemos vi~to anteriormente que


los reyes asirios son de índole heli-
cosa, conquistadora é implacable-
mente sanguinaria, y que, á diferen-
cia de los demás reyes orientales~
odian la indolencia y sólo se hallan
en !'.u elemento al frente de sus fero-
ces soldados, siendo sus preocupa-
ciones y sus sueños permanentes,.
los ejércitos, las invasiones, las ba-
-- 162 -
tallas, las matanzas, las conquistas,
los incendios.
Sardanápalo era, pues, una com·
pleta degeneración de la raza, como
que era la triple personificación de
la gula, de la indolencia y de la mo·
licie. Al ruido ensordecedor de las
armas, prefería los susurros ador·
mecedores de las palmeras; al tu·
lTIulto de los ejércitos, la corte silen·
ciosa de sus esclavos y de sus oda·
liscas; á las inclemencias de la in·
t~mperie, las frescas sombras de sU.S
jardines; á las penalidades de los
~ampamentos, las delicias de su pa·
lacio; á. las luchas y azares de la gue-
rra, las complacencias de sussiervos;
á las aventuras peligrosas de las con-
quistas, los triunfos seguros de sus
caprichos. Vivía encerrado en su pa-
lacio de N ínive apurando, indolente,
pero insaciable, la copa de los p1a·
ceres. No permitía que llegaran á sus
oídos ni las necesidades y peligros
- 163-
de su reino, ni las cuestiones y que-
jas de sus súbditos; no permitía que
nada, ni nadie, interrumpiera ni
amargara la dulce libación de su
vida. De modo que, los murmullos
que resultan de las múltiples palpi-
taciones de un pueblo, como eco de
sus aspiraciones, de sus ideas y de
sus sentimientos, se estrellaban yse
extinguían en los muros del palacio
real, dentro del cual el vicio y el de-
sorden desplegaban sus devorado-
ras, deprimentes y fatales magnifi-'
cencias.
Esta vida indolente y corrompida
de Sardanápalo, descontentó átodos
los súbditos, é infundió, por fin, el
más profundo desprecio en el ánimo
del más valiente de sus vasallos, Ar-
haces, general de las tropas, quien
en connivencia con Belesis, gober-
nador de Babilonia, se propuso der-
rocar á Sardanápalo, creyendo que
dada la indolencia) la corrupción y
- 164-
el afeminamiento de este rey, basta-
rían los primeros amagos revolucio-
narios para abatirlo, rendirlo y apri-
sionarlo. Pero, no fué así.
La naturaleza humana tiene sus
profundos secretos, que pueden lle-
gar á permanecer siempre latentes,.
sino vienen circunstancias especia-
les á revelarlos. Por eso es imposible
conocer á fondo á las personas; pues
para ello sería preciso verbs actuar
en todas las diversas circunstancias
en que pueden hallarse en la vida.
Sardanápalo es una. prueba de
esos profundos secretos de la natu-
raleza humana. Cuando supo que
había estallado la revolución enca-
bezada por su vasallo Arbaces, en
vez de abatirse se irguió altanero;
se despojó de su traje de orgías y
se vistió de hierro, dispuesto á lu-
char, hasta vencer ó morir: como si
el religro le hubiera despertado las
energías de la raza, energías en él
- 165-
hasta entonces latentes, y ahora vi-
brantes en su organismo y en su es-
píritu.
Sardanápalo salió de su palacio,
venció á los rebeldes, quebrantando
las primeras tentativas de los revo-
lucionarios. Pero sitiada nuevamen-
te la ciudad de Nínive, y habiendo
las inundaciones del Tigris destrui-
do en gran parte las muraBas que
circundaban y defendían la ciudad,
Sardanápalo tenía que ser fatalmen-
te vencido, y fué entonces que de-
mostró, en todo su vigor, la bárbara
energía de su raza.
Cuando Sardanápalo compren ..
dió que era inútil toda resistencia,
y vió que iba á caer en manos de sus
enemigos, hizo levantar y encender
una enorme hoguera en medio' de
uno de los patios de su espléndido
palacio, y después de arrojar á ella
sus tesoros, sus insignias reales, sus
mujeres y sus esclavos, se precipitó
- 166 -.

él mismo á l(.l.s llamas, prefiriendo


la muerte á la esclavitud. Y tantas
riquezas, tanta.' esplendidez, tanta
hermosura, tanta vanidad y tantas
ansias inagotables de placeres, en-
vueltas en los rojos y voraces tules
de las llamas quedaron convertidos~
en breves instantes, en un montón
de cenizas: montón de cenizas que
una ráfaga de viento dispersó rápi-
damente, como un sarcasmo lanza-
do por el destino á las grandezas, á
los placeres y á las vanidades de la
vida!
Sin embargo, una tradición afir-
ma que se recogieron los calcina-
dos restos de Sardanápalo, y que
en la tumba donde se depositaron
se grabó este epitafio: «Bebe, come
y goza de la vida; lo demás no es
nada.:t ¡:Maldito epitafio!

1891.
El 30 de Enero del corriente año
resolví irmé al campo, á objeto de
reparar mi salud quebrantada. l\:Ie
fuí á Capilla del Monte, generosa é
insistentemente invitado á su lind~
casita de veraneo por mi inteligente
y buen amigo, doctor Luis E. Rodrí . .
guez.
Llegué á Capilla del Monte" en-
fermo y demacrado. Pero, después
de diez días de permanencia en
aquel agreste y pintoresco valle, as-
pirando su ai,re puro' y balsámico;
- 168 -'

pude volver á esta ciudad comple-


tamente restablecido, y tan fuerte,
que pude asegurar que volvía con
pulmones de hierro dulce.
Pero volví con algo más y, de
seguro, lnás interesante para la ge-
neralidad. Volví con una carta, que
me encontré entre las breñas de los
alrededores de Capilla del Monte,
donde su autor debió dejarla, por
descuido, después de leerla sentado
en plana y ancha piedra, al lado de
la cual yo la encontré en una de mis
-continuas caminatas.
La carta, como se verá, es amo-
rosa, descriptiva y filosófica, toda
impregnada de un acentuado tinte
pesimista.
Está dedicada á una mujer, cuyo
nombre no aparece ni siquiera en el
encabezamiento. Tampoco está es-
-erito el punto adonde va dirigida.
Por todo esto,me he supuesto que tal
vez no exista la lnlljer aludida en la
- 169 ~

carta, y que sólo sea un ideal del au-


tor, ideal ante quien presenta todos
los relámpagos de sus pasiones, to-
das 'las amarguras de sus desencan-
tos, todas las ansias de sus nostal-
gias, todas las observaciones de su
. .
expenencia.
La carta está firmada; y aunque
yo no conozco la persona de la fir-
ma, ni la he oído nombrar jamás, ni
conseguí conocerla en Capilla del
Monte,-por lo cual he sospechado
que la firma es un seudúnimo,-he
creído de ineludible discreción no
püblicar la firma.
Hay algo mío en esa carta? Diré
la verdad. El original, que se cono-
ce que es borrador, se compone de
treinta carillas de letra enmarañada
y apretada, y lne ha dado m\.icho
trabajo para leerlo y ponerlo en
limpio. A veces no he podido des-
cifrar tal ó cual palabra, y entonce~
la he -sustituído por una mía, pero
- 170-
siguiendo la lógica de la frase y del
pensamiento de~autor. En la des-
cripción del ce,..~J)1 después del pri-
lller párrafo, el original presenta un
intrincado laberinto de enmendadu-
ras y borrories, imposible de desci-
frar. Entonces yo,por no ~ejar trun-
ca esa. descripción he ~i.néN.stado
en ella algunos lijeros apunte's que
tenía escritos sobre el m-ismo [Junto.
.A.sí, pues, el último párrafo de la
descripción ,del cerro me· pertenece.
Estg es lo único mío que hay en la
carta. En lo demás, p.ue(J.o",a&egu!ar
que no he modificado ni agreg~~b
un so1o concepto. _ .• (
Por qué publico esta carta'? Pot
que estando en mi archivo- privado,
--,
y no siendo mía, he ereíd.o ~(lue de-
bía romperla, Ó pllb!icarlll. COI'! la
explicación del caso;' y me "he re-
suelto. por lo últi11;\o, p'orque pienso
que e~:l no carece dt" interé~ ~o­
das l~~ almas iilfórftinadas tienen
-- 171 -

puntos de contacto. Por eso creo


que muchos lectores encontrarún
párrafos de esa cartá que les parece-
rán 'escritos 'por eUos mismos.
l\Ii j4icio es este: que esa cart..1. es
la condensación. de una vida: que
esa carta es la condensación de una
alma,. de ~na alma sensitiva, ardien-
te y vibrante; pero profundamente
triste y dolorida: de una alma nati-
vamente llena de románticas ternu-
ras y envuelta en radiantes fulgo-
res; pero á la cual el mundo ya ha
impregnado de hieles y envuelto pa-
ra siempre en las sombras de los
desencantos.
Ahora, á continuación, la carta.

Capilla del lrntltt', Euero :1;-, de 1~!)7.

)11 QUERIDA . .... . . .


Con "iva satisfacciún recibí tu
carta de [echa 20 del corriente.
Estaba tri~te, sombríamente tris-
- 172-

te, necesitaba ya saber algo de ti


directamente, cuando recibí tu carta.
Al recibir mi correspondencia en
la estación del ferrocarril y ver que
había una carta tuya, sentí esa clase
de pla<;er que por lo reconcentra-
do, intenso y vivo punza como el
dolor. Abrí y leí tu carta con ansia
viva, no porque bU':icara en ella de-
claraciones impregnadas de ternu-
ra, ni promesas risueñas, ni espe-
ranzas, que son á la vez estímulos
para el valor y bálsamo para la lu-
cha, porque nada de e.sto tengo dere-
cho á exigirte,-y si algún derecho
tengo lo renuncio en holocausto á
lo que hayas sufrido por causa lnía.
Abrí y leí tu carta con ansia viva
porque habían pasado tantos días
sin verte, tantos días sin .. hablarte,
tantos días que no lne iluminaban
e 1 alma los dulces fulgores de tus
ojos -- ¡tantos días!-que busqué
calmar la inquietud devoradora que
- 173-
esas privaciones nle producían re-
corriendo aquellas páginas, donde
estaban condensados tus ültiInos
pensamientos y tus últimas impre-
siones. ~Iientras las leía me parecía
tenerte á mi lado, muy cerca. ..
de mí;
más aún, lne parecía tenerte en mis
brazos: tu cabeza reclinada sobre
lni pecho, oyéndote atento, triste,
y dolorido quizás, pero encantado y
sintiendo bajo mi mano los latidos
de tu corazón .. Con semejante ilu-
sión, yo hubiera querido prolongar
tu carta hasta la eternidad; pero
¡ todo tiene su término en la vida! y
tu carta tenía el suyo.
Tu carta está escrita con tristeza
y con dulzura; hay en sus líneas pal-
pitaciones de zozobras, latidos de
pasión, sombras de temores, amar-
guras de contrariedades, ansiedades
de nostalgias, rasgos de gentil abne-
gaCióÍl, ~n ut;la palabra: un tumulto
de impresiones diyersas! Creo que
- 174-

ella refleja fielmente 'ei estado actual


de tn ánimo, y así quiero que sean
todas tus cartas en lo sucesivo.
}\Ie dices que tu pensamiento está
absorbido en hallar la solución del
problema de nuestra felicidad: sino
de la felicidad absoluta, imposible
en la vida, <Í lo menos de una felici-
uad relativa, que permita á nuestros
corazones torturados siquiera bre-
yes instantes de expansión. Esta es-
pontánea y generosa declaración
ilumina dulcemente toda tu carta.
Tú que conoces mis tormentos
íntimos, comprenderás también que
tu declaración es un bálsamo que
templa y reanima las fibras dolori-
das y amargadas de mi pecho. Por
eso he hallado tan íntimamente dul-
ce esa declaración. Sin embargo,
no pienses que me forjo ilusiones;
no pienses que pretenda encade-
narte despóticamente á tu declara-
ción, exigiéndote que no desistas
- 175-

de lo que hoy' rne dices que buscas


con afán. Yo esperaré, sin exigirte
nada. He recibido en mi tempestuo-
sa vida tantos y tan diversos y tan
inesperados desencantos, que se ha
apoderado de mí una profunda des-
confianza para todo aquello que me
ofrezca un halago. Los halagos en
perspectiva, en vez de alegrarme,
lne entristecen, porque sé que mi
suerte adversa los ha de volver ó en-
gañosos ó fugitivos! Por eso habrás
notado que nunca espero nada con
paciencia. Es que el tiempo es mi
eterno, mi implacable enemigo; todo
lne lo arrebata: ilusiones, esperan-
zas, seres queridos! :Mi eterna, mi
triste historia es esta: ver las cosas,
prendarme de ellas, poseerlas un
instante y perderlas después. para
siempre!
Además, la vehemencia de mis
pasiones y la sinceridad de mis afec-
tos se han estrellado tantas veces
--- 176 --

en la egoísta realidad de la ,-ida,


que hoy -me he vue1to desconfiado,
no tanto de los demás, que proce-
diendo en armonía con la genera-
lidad proceden cuerdament@, sino
de mi mismo, que rebelándome con-
tra la realidad de las cosas y de los
hechos, soñando, delirando, preten-
diendo iluposibles, procedo como
un insensato. Pero, ¡qué caros he
pagado mis cándidos delirios en la
vida! En la polit~ca, en la amistad,
en _mis afectos sencillos y en mis
más profundas pasiones, en todo y
con todos he palpado los mismos
desencantos. Y actualmente me di-
go: si en todos los círculos de la
vida y en todas las personas he en-
contrado siempre la misma natura-
leza egoísta, y he experi.l,llentado
las mismas decepciones, quiere de-
cir entonces que yo estoy fuera de
la realidad; que me obstino en en-
contrar lo que esa realidad no eneie-
- 177 -

rra; que agito lQs brazos en el vacío,


y que, por lo tanto, yo no tengo de-
recho á quejarme de nada, ni á re-
criminar á nadie, porque nadie es
culpable de que yo sea un iluso, un
raro, un solitario de la vida, venido
al Inundo condenado fatalmente á
devorarme y consumirme en la pira
de mis ansias delirantes!
Pero, á pesar de mis delirios, de
lnis desencantos y de mis descon-
fianzas, háblame siempre, amiga
mía, lo que medites y pienses, lue
sea favorable ó adverso. Derrama
en tus cartas, como te lo tengo pe-
dido, todas las impresiones palpi-
tantes de tu corazón, hayan de pro-
ducirme alegría ó tristeza.
No importa tampoco que lo que
hoy me digas ó prolnetas, mañana
lo olvides ó te arrepientas y hagas
lo contrario de lo prometido, si así
conviene á tu dicha y á tu tranqui-
lidad. De mí no escucharás ni una
- 178-
queja, ni una recriminación. Y ¿sa-
bes por qué no te recriminaría ni me
quejaría en el caso de que me hirie-
ras en el alma? Mira: yo ya no es-
pero nada, ni creo en nada ni en
nadie fuera de ti. En todos los
seres he encontrado siempre el
egoísmo en el corazón, la falsía en
los labios, la mentira en el semblan-
te; y hoy sé, por amarga experien-
cia, que confiar en las personas es
lnás temerario que confiar en la
yehemencia voluble de la yeleta, en
los espejismos engañosos de la
pampa, ó en la mansedumbre pérfi-
da del remanso. Con semejantes ob-
servaciones, comprenderás que ten-
go el ánimo deshecho y empapado
en hiel. Sí, tengo el ánimo empa-
pado en hiel; pero no en la .. hiel del
odio, sino en la hiel de los desencan-
tos! Es que además de las alevosías
del destino, me hiere, me amarga y
abruma profundamente el hecho de-
- 179-

sesperante y doloroso de que voy


pasando por mi generación sin ser
comprendido! Sólo en ti he creído
encontrar una excepción. Tú posees
el corazón y el alma que yo he bus-
cado siempre con infinito anhe~o.
Tú tienes un corazón noble y una
alma inmensa y sensitiva; por eso
creo que eres la única persona capaz
de comprender la mía, y es por
esto que mis sentidos y mis faculta-
des giran á tu alrededor; es por esto
que he reconcentrado en ti todos los
anhelos de mi pecho, todos los la-
tidos de mi corazón, todas las aspi-
raciones de mi alma, en una pala-
bra: todas las múltiples palpita-
ciones de mi existencia. Así, com-
prenderás que tú lo eres todo para
luí: el espacio, la luz, el ambiente,
la vida! Por lo tanto, si tú me fal-
taras, si por cualquiera causa, mo-
tivo ó pretexto me hirieras en el
corazón y en el alma, yo no te recri-
-- 180 -

minaría, ni te interpondría mis que-


jas, porque no habría objeto: por-
que muerta mi Única ilusión, lno-
riría también la única esperanza que
me liga á la vida; y en tal caso,
se,ría inútil toda recriminación y
toda queja. Ya no me quedaría lnás
que un refujio: en éllne asilaría, sin
recriminarte, ni quejarme!
Tú, talvez me dirás: «si yo he lle-
gado á ser para ti el espacio, la luz,
el ambiente, la vida, y sabes que
soy tuya, ¿ por qué entonces no de-
saparecen del todo esa .tristeza yesa
desesperación que palpitan siempre
en el fondo de tu alma y se reflejan
en tus labios y en tu frente?, Ah,
no extrañes esto, amiga mía; pues
tiene su explicación en aquello que
dijo el poeta: «Hay dardos· que se
arrancan de la herida, ---- dejando
dentro la acerada punta!)
. .~hora, voy hablarte un poco de
- 181 -

lni viaje y de mi vida por estos mun-


{los lejanos.
La noche, víspera de mi partida,
fué"para mi una noche de insomnio, y
amanecí nervioso, febril y con un in-
tenso dolor de cabeza. A lnedida que
~e aproximaba la hora de lni viaje,
sentía aUlnentarse mi inquietud y
mi tristeza; sentía algo COlno un des-
~arramiento íntimo. Hubiera dado
no sé qué por estar contigo siquiera
hreves instantes, reclinar en tu seno
mi frente atormentada y desahogar
mi corazón oprimido; pero, no era
posible. Había, pues, que sofocar los
impulsos, que plegar los labios y
partir irremisiblemente. Partí, pues,
con el ánimo dolorido é inundado de
amargura. y aquí estoy, desde hace
quince días, haciendo una vida soli-
taria, vaga, errante y de íntima con-
templación.
No tengo aquí ningún amigo, y
esto me \'ie~e muy bien; porque así
' - 182.-
puedo anuar siempre solo ~n lnis ex-
cursiones y absorberme en m¡s pen-
salnientos y en mis fantasías, sinnlo-
lesto cámarada.
Nadie, pues, lne distráe, porque
intencionalmente rehuyo toda sacie,;,
dad, evitando formar relación con lo~
demás visitantes de este paraje, para.
poder andar lnás reconcentrado y
nlás libre.
Capilla de l\Ionte es un extenso
valle, donde las ondulacione~ del te-
rreno forman nUlnerosos vallecitos.
E.stá circundado por grandes monta-
ñas, algunas, las l11ás bajas, cubiertas
de vegetación; y otras, de cumbres
muy elevadas, ásperas y áridas. El
aspecto de este paraje es muy ame.,.
no: hay aqlú valles pintorescos, que.,
bradas profundas, vertientes" cristali-
nas, paisajes bellísimos, vistas es ..
pléndidas, perspectivas encantadoras;
todo destacándose, por decirlo así, de
un fonuo agreste y adusto, y ellce-
- 183-
rrado P9r l~s líneas azules que recor-
tan elhonzonte. Por todo lo cual,
camprenden'is que el panoralna es
aquí magnífico y delicioso ... ~. para el
que goza de quietud íntima, que para.
el que no goza de esa quietUd es de
un sarcasmo desesperante!
La.s faldas de las montañas están
cubie!,tas de grandes árboles, entre
Jos que predominan el férreo que-
bracho colorado, el frondoso ¡nolle,
el amarillo guayacán, el añoso alga-
rrobo y el punzante espinillo. Las
lOiuas, que accidentan. el valle, están
guarnecidas de lllúltiples plantas sil-
vestres, entre las cuales abundan el
fragante poleo, el retmuo de flores
amarillas y la palma, que por su tron-
co elevado y circular y por sus ho-
jas largas, angostas, triangúlares,
agudas, agrupadas en ramos de for-
Ina de pantalla, parece una columna
erizada de lnanojos de hojas de es-
padas con l~s puntas hacia arriba.
'. ..:-...... 184 - ....
~ " ~.
;
---
. " . .
hl sU#Q.de e~il$ lomas ~S~l fLlfom ..
brad.p.~~e 'verde Y··muUid.á. p~millaf
y root!zando. ~si ,alfoll].bra> ~~. vel\'
>

esparcidas como al ~e~cuiaó.:· roj~


globulinas, celestes 8antalud..~ l>larf-
cas ó encendid~ lna:t~'tij/i·.jqla­
dos heliotropos del, cam~~:~·ltl~~,,~
puro, tibio y perfumado. ;,',--. ~, .... ,' ... '
Pero lo lnás notable que preSéiita.
Capilla del l\Ionte es su ce~ro, .~ *hi.,:
lnenso, su magestuoso 'ce~~ qU:~
los indígenas bautiza~on conel~l~C!!ÍYJ.'"
bre de Uritnrro. Esta graQll~·asp'~~.
ra y pintoresca montafi~.~iene ~'nrha':
rañados tejidos de árbol~ rr6n~?sas
en su falda, soberbia desnUdt>z.el1, $'U~
alturas, desfiladeros, abismo~'. -~Y CAas-
-
cadas en sus flancos, pil1~1?~ ~~ su
cumbre, é imponente seyeridad~'~n'
sus contornos. '.... . .....
Este cerro, hermosó)'. raI~; pre~
senta durante el día 19S más' d~til1~
tI):; aspectos y las nuís '\'ariada:~. C6-

l.lraciones. Si puede decirse (itíé e1


- 18;) -

sol, con los tules cambiantes de su.s


Juces, lo convierte en un enor,lne y
magnífico diorama. Primero, con Jas
luces suayes del alba, se le ve azul
violeta, COIUO una inmensa ola de mar
petrificada. Luego, cuando el sol lo
hiere y hace chispear sus aristas, que-
da envuelto en tonos dorados con her-
mosas manchas de sombras proyec-
tadas por las nubes. Después, aparece
yerde y espléndido, como una inmen-
sa y tosca esmeralda. Más tarde se
despoja de su tinte verde y se presenta
"dusto y sombrío, como una ciclópea
luole gris. En seg"uida, parece que la
Juz; cierne polvo de oro sobre el gris.
y cuando el sol desciende á hundirse
en el ocaso, y lo hiere de frente, lo en-
vuelve en vivos resplandores de fra-
gua: parece entonces un enorme y
fulgente carbunclo. Pero, pronto su
tinte rojo se atenúa hasta desapare-
cer y fundirse en el azul pálido que
le imprime el crepúsculo, y desde ese
- 186-
momento su color azul se va espe-
sando gradual y rápidamente hasta
llegar al obscuro; entonces su enor-
Ine lnasa negra se incrusta y se esfu-
lua en las tinieblas nocturnas, para
volver á destacarse más tarde, té-
nuemente azulado, cuando la luna lo
baña con su dulce y diáfano resplan-
dar.
Ya ves qué hermosa es Capilla
del Monte; y sin embargo, no obs-
tante su hermosura, no obstante sus
encantos, no obstante su aire puro,
tibio y perfumado, mi, frente siempre
está pálida, mi ceño sienlpre adusto
y mi semblante siempre sombrío! Es
que aquí, como en todas partes, no
siendo á tu lado, lne siento. atormen-
tado por honda y complicada deses-
peración; desesperación que hace
llluchós años es lni constante cama-
rada! Figúrate que mis recuerdos de
niño se confunden con mis primeras
pasiones y lnis primeros tormentos; y
- 187-
puedo asegurarte que desue enton-
ces no he tenido un instante de quie-
tud íntima: como si una lnano iInpla-
cablemente cruel hubiera incrustado
para siempre en el fondo de mi pecho
una inquietud punzante y devora-
dora!
Sólo cuando estoy cerca de ti sien-
to n1itigarse profundan1ente mi de-
sesperación y cahmirse mi inquietud:
paréntesis dulcísimos, pero fugitivos,
porque así que n1e alejo de ti vuelven
á exacerbarme el ánimo las amar-
guras y las zozobras. Y ¿sabes lo que
llamo estar eerca de ti? Tenerte á lni
lado, viéndote, hablándote, encan-
tándome en tu presencía: no tenién-
dote de este modo, todo es lejos para
mí!
Así, pues, por toJo lo dicho com-
prenderás que ni Capilla del :Monte
con sus múltiples atractivos, ni nin-
guna otra capilla de las lnuchas que
tal vez me esp~ran en la yida, pueden
- 188-

influfr decisivatnente en la tranquili-


dad de mi ánimo. Sólo una capilla
contemplo en lontananza que me
ofrece seguro amparo y dulce quie-
tud: la capilla ardiente!
Pero volvamos á mi vitla semisal-
vaje y sombría.
Todas las mañanas lue levanto
lnuy temprano, salgo á caminar por
los alrededores de la población, y me
interno en los parajes más agrestes
y solitarios. Y allí, sentado ó recosta-
do sobre las piedras, reconcentro lni
espíritu y doy libre Yl\elo á lni pensa-
lniento, cuyo centro de gravedad
eres tú. No dejo de pensar en ti un
solo insL'lnte. Vieras cómo hago des-
filar los recuerdos que nos son co-
Humes! Y como cada recuerdo tiene
su matiz especial, figúrate 'qué diver-
sidad de matices, desde el más ri-
~ueño al mús sombrío, en ese desfile.
Con qué intensidad pienso en ti, y
Clnno estudio tu naturaleza y tu es-
- 189

píritll. Reconcentro mis sentidos y


mi -alma en tu ser; y cuando salgo
de tan intensa reconcentración mi
frente suele estar pálida y ardorosa,
lne laten fuertemente las sienes y el
co.razón, mis ojos se arrasan. de lá-
grimas; pero lnis labios permanecen
inmó"iles, como sellados, sin sentir
jamás el impulso de ninguna queja
contra ti. Después, me estudio á mi
mismo, y "ieras cómo penetro y di-
seco la trama de mi naturaleza lllO-
ral; CÓIllO analizo, impasible y rígido,
sin oir los gritos rebeldes del cora-
zón, cómo analizo mis ansias, mis de-
lirios, mis exigencias,. mis obstinacio-
nes. Y como resultado de tan dolo-
roso análisis ¡cuánto me recrimino,
por cándido, ó por insensato!
A veces suelo pasar horas y 'horas
en estas íntimas reconcentraciones,
y cuando ya me siento muy exaltado
y dolorido busco un bálsamo con que
mitigar la tensión desesperante de
- 190 --

mis nervios, y me pongo á contem-


plar la naturaleza. Entonces siento
que la exaltación' y el dolor se fun-
den en la tristeza que siempre me
acompaña; y como mi tristeza, por lo
permaQente, ya no llama la atenci~n
de los que me conocen, emprendo la
yuelta á la casa donde me alojo,-y
allí me confundo y aturdo en el bulli-
cio general.
Después de almozar, me pongo á
leer un rato, y leo, y leo, sin olvidarte
nunca. Así que pasan las horas ca1ci-
nantes de la siesta, yue~Yo á empren-
der otra excursión por un punto dis-
tinto del de la mañana; pero aunque
con distinto itinerario, siempre con el
Inisl110 programa. Hasta la puesta del
sol, estoy vagando en zig-zags por las
colinas, por las orillas de los.ríos, por
las espesuras ó por las sendas aparta-
das y umbrías. Cuando el sol se
hunde tras las il1111enSaS l11ontañas, y
con él desaparecen las tintas vivas
- 191 -
del paisaje, quedando todo melancó-
licamente sOlnbreado, yo emprendo
mi regreso á la población y siempre
llego á casa cuando ya los contornos
de las lnontañas han desaparecido, y
todas las cosas se esfuman en las ti-
nieblas nocturnas. Es decir, que em-
piezo mis excursiones iluminado por
los vivos rayos del sol, y las termino
envuelto en los fúnebres crespones
de ]a noche: trasunto fiel de todas las
empresas de mi vida! Las he inicia-
do siempre con el corazón encendido
é iluminado por los vivos resplando-
res del entusiasmo, y las he concluído
con el corazón helado por las frías
sombras del desencanto! Parece que
he nacido condenado á igual suplicio
que Sísifo: porque en las diversas y
distintas empresas de mi vida, cuando
he ido ascendiendo la montaña no
he llegado jamás á la cima; mientras
que cuando he. caído, he rodado has-
ta las profundidades del abismo!
-- 192 -

Esta mañana me levanté muy tem-


prano y caminé mucho, internándome
en una quebrada profunda, áspera y
obstaculizada por enmarañados ra-
majes de árboles inmensos. Seguí ca-
lninando, hasta que salí á una peque-
¡la explanada uonue había una pie-
dra bastante grande, que tenía la for-
ma de un tosco ataúd. El cansancio
lne obligó ú recostanne en ella; y me
puse á contemplar atentamente la
naturaleza.
Cerca de lní corría un río de cau-
ce In u)' pedregoso, cuyas aguas, que
se deslizaban chocando en obstácu-
los interminables, parecían quejarse
dolorosamente.. .A.1 alcance de lni
vista, y haciendo un paréntesis á la
corriente inquieta, había un remanso
ancho y profundo, y como todos los
remansos, sereno y halagador en su
superficie, agitado y voraz en su fon-
do: imagen fiel de todos los encantos
de la "ida!
- 193 -

Del denso ramaje que entretejían


los árboles en la falda de la montaña,
salían, vibrantes, los silbidos y cantos
armoniosos de los zorzales.
l\ pocos pasos de donde yo estaba
recostado, un verde lagarto, tendido
el cuerpo y erguida la cabeza, esta-
ba en el borde de una grieta toman-
do el sol, cuya luz á la vez que ale-
graba sus ojos vivaces daba á su piel
veteada brillantes reflejos lnetálicos.
Allá en las cumbres de las lnonta-
ñas, las neblinas formaban vaporosos
tules, vaporosos tules que se desen-
volvían, se plegaban, se desgarraban
y, por fin, se deshacían: lo lnismo
que las ilusiones!
y allá arriba, lnás allá de las cum-
bres' divisé al cóndor audáz, que des-
cribiendo lnagestuosos círculos 'reco-
rría sereno y soberano los ámbitos
azules.
De repente, separé la vista de la na-
turaleza y la reconcentré en lni lnis-
- 194-

lUO, y lo primero que vi. . . . . fué


tu imagen, flotando solitaria y sobe-
rana allá en los espacios profundos
de mi alma. Entonces coloqué mi ca-
beza entre mis manos y durante largo
rato nle quedé así, pensando en ti.
Muchas noches continuas de in-
somnio y el cansancio por la larga y
dificultosa caminata de aquella ma-
ñana, me rindieron y me quedé dor-
lnido. Y COlUO mi sueño es siempre
agitado y febril, apenas me dormí
empecé á soñar, influenciado por los
accidentes del paisaje que me circun-
daba. Soñé que bañándome en aquel
Tío de que he hablado, la corriente,
J mi imprevisión, me habían llevado
al remanso, donde braceaba. mucho,
silencioso, cansado, triste, dolorido y
pálido ¡pugnando en yano..por salir
{l la orilla!
De pronto, un insecto que pasó
zumbando por mis oídos me despertó
bruscamente, y me encontré fuera
- 195 --

(lel remanso soñado: tendido lni


cuerpo en tosco lecho de piedra, los
hrazos quietos y cruzados sobre el
pecho, todo fuera del remanso, to-
do .... , menos lni corazón, que vive
perpetuamente dentro del remanso
sombrío de mis pasiones, luchando
ansioso, sin irse jamás á fondo, pero
sin conseguir tampoco salir janlc'ls á
la orilla!
Cuando se disiparon las nieblas
del sueño ¡qué tumulto se agitaba en
el fondo de mi pecho! Fuera de mí:
todo luz, todo armonía, todo sereni-
dad! Dentro de lní: t()do confusión,
todo tristeza, todo inquietud! Enton-
ces sentí anhelos misteriosos de hun-
dirme en el seno de la naturaleza,
confundirme con ella y desaparecer
para siempre, como desaparece la
luz entre las ráfagas del viento, ó
como desaparecen las vibraciones so-
"noras en el seno del espacio!
Pero cuando el corazón ama pro-
-- 196 -

fundamente y lleva enredada en su~


fibras la imagen del ser querido, por
lnucha (1ue sea la hiel que le inunde,
se agita, se retuerce y resiste mucho
antes de estallar, ó antes de decidir {l
la voluntad á romper las amarras del
suplicio~ ¿Por qué vacilará tanto el
corazón en abandonar la vida, cuan-
do sufre el tormento de una pasión
profunda y dolorosa? Cuando sólo
puede esperar sentir más viva y lnás
punzante su inquietud, ó caer, herido
por los desencantos, en la parálisis
desesperante del tedio. j pero, nunca
gozar! ¿ por qué se. empeña en ,-i,-ir?
¿Es por demencia ó por cobardía?
¿O es que ú veces queda en lo recón-
dito del corazón alguna fibra incólu-
me, que reconcentrando en sí todas
las energías de la vida, lucha herói-
camente conb-a las tendencias fatídi-
cas de las demás fibras heridas yen-
fermas? Algún día, quizás, pueda re-
solver este obscuro problema; hoy
- 197 -
"¡"o confundido, y no acierto ú re-
~olverlo. Lo único que hoy sé de
cierto es que te amo inmensamente,
y qüe sufro lnucho !
Esta tarde tOlné en mi excursión
un rumbo distinto al de la mañana.
Fuí caminando hácia el oeste, hasta
encontrar un río de lecho arenoso y
aguas cristalinas. Vagué mucho por
~us orillas, y ap'agué mi sed e~ su
dulce corriente. Después, lo relnon~é
hasta que inmensas piedras, de for-
InaS variadas y caprichosas, despren-
didas de los abruptos. cerros que lo
flanquean por su margen iZ(luierda,
obstaculizan su cauce dando origen
ú remansos y caídas. Sobre una de
aquellas piedras Ine senté ú descan-
~ar. Cuando el sol se sepultó en occi-
dente bajo inmensos y espléndidos
rabellones de púrpura,'y el crepúscu-
lo extendió sus pálidos tules, lne in-
yadió inmensa tristeza: mis recuerdos
se élyiyaron,. y mis nervios yibraban
- 198-

como cuerdas sonoras de infinita~


sensaciones puls3:das por manos fe-
briles. :\[ás que nunca lne absorbí en
tu recueruo. Tu imagen se lne repro-
ducía en touos los puntos del horí-
zonte: lne parecía verte allá, en la
bnlma lejana, con tu blanco matiné,
sentaua en tu silla de hamaca, balan..;
ceánuote dulcemente, la cabeza re-
clinada en encorzo s~bre el respaluo,
la frente pálida, el seno palpitante, y
los ojos IUlninosos y pensativos fijos
.,
en IUl. •..•
De pronto, touo se hundió en las
primeras sombras ue la noche; to-
uo .... ) luenos tu imajen, que quedó
flotando en mi alma; lnenos mi tris-
teza, que quedó refugiada en mi co-
razón; luenos lni inquietud, que que-
dó punzando en mi pecho; y lnenos
lnis recuerdos, que quedaron vi,·os y
palpitantes en lni luente!
He llegado {l casa, ya cerrada la
noche.
-- 199 -

A las nueve lne he puesto á escri-


birte; yen este lnomento abro mi re-
loj y veo que son las cuatro de la
mafiana del día lnartes, que pronto
amanecerá.
Aquí pongo término á esta exten-
sa carta, para entregarme al reposo
del sueño y . . . . .. y desvelanne, co-
mo siempre, pensando en ti!
Adiós, te mando un beso con la
luna: la hennosa, la pálida, la triste,
la compañera de las almas desola-
das. Remember me!

... . .. . ...... .
Por la copia:-

CARLOS RO:\fAGOSA.

Córdoba, lIayo de 189i.


VELEZ SARSFIELD

La América latina adolece del


delirio de las estatuas. Y nuestro
país no se ha librado de esa enfer-
medad continental.
La estatua ó el monumento per-
sonal- apoteosis en bronce ó pie.
dra-sólo deben ser erigidos por la
posteridad, que es la que con seve-
ra meditación y criterio imparcial y
sereno, da el fallo definitivo sobre
los hombres, y declara cuál de ellos
es acreedor a~ respeto, tí. la admira-
- 202-
ciún y á la gratitud de la patria en
tal alto grado, que merezca que se
perpetúe su lnemoria en piedra ó
bronce para culto y ejemplo de las
generacIOnes.
Pero en esta joven, ardiente y tan
noble ~omo irreflexiva América la-
tina, se han invertido y hasta per-
vertido los lnóviles y los fines flue
determinan la erección de estatuas
ó monumentos. Apenas desaparece
de entre los vivos un hombre de
actuación pública ruidosa, cuando
ya sus contemporáne<?s, con el áni-
lno todavía influenciado por el en-
tusiaslno enfermizo de las pasiones,
proyectan levantarle una estatua , -
y la estatua se labra ó se. funde y
va á ocupar el centro de una plaza
pública, donde recibe diíll-iamente
el respeto de unos pocos, las pro-
testas de muchos y la indiferencia ó
extrañeza de los más. ¡ Cuando la es-
tatua con justicia erigida, sólo des-
- 203-

pierta un sentimiento unúnime de


viva veneración en el pueblo que la.
contempla!
Vendrá para la América latina, y
por lo tanto para nuestro país, ven-
drá indefectiblemente, decimos, una
época de reflexión y magestad, que
se caracterizarú por la demolición
de las estatuas eri 5 idas á impulsos
de pasiones personales. Entonces la
lnayor parte de las estatuas existen-
tes en la actualidad serán irremisi-
hlemente demolidas, pasando por la
escena que ~cuparon, sin dejar hue-
llas, como fugitivas sombras chi-
nescas.
Pero abrigo la convicción serena
y profunda que unos de los pocos
monurnentos que respetará la poste-
ridad inexorable, será el monU.'men-
to erigido á la melnoria del esclare-
cido jurisconsulto é ilustre estadista,
doctor Dalmacio Velez Sarsfield.
20~ -
Difícil, casi imposible, encerrar
en n"tpidas y pocas líneas la figura
lnoral del doctor Dalmacio Velez
Sarsfield. ~[uchas, muchas páginas
habría que labrar para trazar los
perfiles de esta personalidad origi-
nal: para hahlar de su "igoroso ce-
rebro; de su profundo saber; de su
temple acerado para el trabajo asi-
lluo; de su fisonomía moral, de lí-
neas francas y en~rgicas; de su orato-
ria parlamentaria, fecunda y magis-
tral, matizada con epigramas lapi-
llarios; de su locución yolteriana, en
contraste con el fondo rígido de su
carácter; de los múltiples servicios
prestados á su país con concienzuda
preparación y alto patriotismo; y
por último, de su inmensa ~ impere-
l:edcra labor escrita, que ..culmina
t'1l su Código Ci"il: condensación

de su talento, de su ciencia y de SlI


loxperiencia, que la patria ha consa-
~
o·rado·-)·
, con ClI)"O CódiO"o
o la na-
- 205-
cióll argentina podría presentarse,
sin yacilaciones ni palideces, á un
concurso internacional de legisla-
ciún.

La vida del doctor Dalmacio Ve-


lez Sarsfield ha sido laboriosa en
grado eminente; pero ella á sido re-
lativamente muy serena. Ni grandes
tempestades, ni grandes infortunios,
perturbaron ni agitaron esa eminen-
te laboriosidad.
Durante la tiranía de Rosas,-épo-
ca que ha de señalarse en nuestra pa
tria con piedra negra,---el doctor Ve-
Jez Sarsfip.ld no afrontó, como otros
ilustres a~gentinos, las amargas,
abrumadoras y tristes vicisitudes de
la emigración. Contemporizó~' táci-
tamente, con aquella época sombría,
creyendo, quizás, prestar así, dadas
sus cualidades personales y psicoló-
gicas, servic,ios luás eficientes á su
- 20ó-

país. Se recluyó entonces en su ga-


hinete de estudio, á enriquecer su
,"igorosa inteligencia con las cien-
cias sociales y políticas; de tal mo-
do que cuando la ,"ietoria de Case-
ros clausurú aquella época nefasta,
)" abrió \Ina época nueva de lumino-
sos horizontes, el doctor Velez Sars-
field fué uno de los ciudadanos más
hien preparados para contrihuir con
sus luces ú la reorganizaciún d..!l
país, encarrilándolo é impuls1ndolo
enérgicamente por la ascendente,
hrillante .Y complicada. vía del pro-
greso y de la ch'ilizaciún.

La vida intelectual y pública del


..loctor Dalmacio Velez Sarsfield
fué de una fecundidad asombrosa.
J)esde que empezó actuar en aquel
Congreso del año 26, hasta su mi-
nisterio en la presidencia de S:lf-
- 207-
miento; más aún, hasta que cayó
enfermo de muerte, su labor fué
continua, múltiple, inmensa,eficien-
te, .. trascendental. Constituciones,
Diarios, Bancos, Censos, Exposicio-
nes, Ferrocarriles, Telégrafos, Có-
digos: hacia todos estos elementos
de progreso y civilización irradió
su poderosa iniciativa, y en todos
ellos dejó vivamente est.ullpada la
huella l11agistral de su espíritu de
hombre de estado,--de hombre de
estado, es decir, del que sabe labrar
la fuerza, la paz, ]a riqueza, la cul-
tura, en una palabra: el engrande-
cimiento material, 11loral é intelec-
tual de su patria.
Durante el largo período de su
vida pública no tuvo un instante de
I

reposo. Por eso cuando cesaron de


latir su cerebro y su corazón, el
príncipe de los oradores argentinos,
el ahora ya también por siempre
ausente doctor . . Nicolás Avellaneda)
- 208-
al contemplarle definitivamente ya-
cente en el lecho funerario pudo
exclamar, con absoluta exactitud:
'J'alldem quiescil. . . . . Por fin
descansa!

La capital de su provincia natal,


Cúrdob~, reflejando el sentimiento
nacional, ha condensado, en el tiem-
po y en el espacio, su admiración y
gratitud por el uoctor Dalmacio Ve-
lez Sarsfield, erigiendo .LÍ su memoria
un bello y magestuoso monumento
público, cuyo pedestal granítico está
exornado con cuatro grupos alegó-
ricos, que representan la Ley, laJus-
ticia, la Diplomacia, la Economía
Política, es decir, las cuatro- entida-
des sociológicas que abrazó la órbi-
ta de su vida pública y al rededor
de las cuales giraron permanente-
lDente su pensamiento, su acción y
- 209-

su pluma. Y coronando el lnonu-


mento aparece, sencilla y severa,
como fué su vida, la estatua del doc-
tor' Velez Sarsfield, estatua fundida
en bronce, j en bronce! lo cual es
perfectamente simbólico: porque de
bronce era su naturaleza, de bron-
ce fué su caráct~r, de bronce ha si-
do su pluma, de bronce es su labor.

~o,"iel1lhre de 189;.
(I'RÓWGO DR JOYAS POÉTICAS A~[ERICAX AS)

La poesía lírica an~ericana ha to-


mado en estos últimos tiempos un
giro que la independiza completa-
lnente de los lnoldes clásicos á que
estaba subyugada; y con la libertad
ha adquirido un vuelo tan ágil, tan
g-allardo y tan alto, que puede' ase-
gurarse que la América latina posee
hoy el cetro de la poesía lírica caste-
llana.
España,-.I~o se mortifiquen los
- 212-
españoles susceptibles y exaltados,
lo digo con el profundo respeto y
cariño que me inspira tan heroica
nación, triplemente querida por mí
por ser llladre de mi patria, por ser
patria de mi padre, y por estar vi \"a
é íntim~unente ligada á los recuerdos
de mi adolescencia borrascosa;-
España no cuenta en la actualidad
nlás que con dos poetas líricos: Cam-
poamor'y Núñez de Arce. Campoa-
lllor sutil, penetrante, disector psico-
lógico, ellnás profundo de los poetas
españoles, el nlás profundo y, excep-
tuando á Bartrina, el luás originak
viéndose reunidos y compenetrados
en Campo amor la fantasía meridio-
nal y el humorislllo del norte, la yi-
vacidad latina, ondulante, graciof'a,
sugesti \"a y la nlelancolía germánica
irónica, amarga y contagiosa. N úñez
de Arce, de vuelo condorino, cuya
inspiración tiene siempre ardientes y
sonoras vibraciones, cuyos poemas
- 213-
elevan é iluminan intensa, aunque á
veces tristemente el espíritu, y cuyas
estrofas refulgen como urpncíneos
yelmos heridos por los niyos del
sol.
y fuera de estos dos grandes poe-
tas, de estos dos grandes ¡naestros,
sólo puede citarse á Salvador Rueda,
poeta más bien descriptivo que 1(-
rico, notable por la agilidad ·gentil
.Y suprema de la versificación, y por
la variedad de ¡natices y brillantez
deslumbrante del estilo.
Los demás poetas. españoles vi-
vientes, son poetas de corto, aunque
de gracioso y ágil vuelo, que sólo la-
horan composiciones ligeras, sobre-
saliendo en este género de poesía
:l\Ianuel Reina, cuyos cantos tienen
los murmullos, la' efervescencia, las
chispas, los reflejos y.la consistencia
de la espuma del champagne.
(Aquí no hablo, porque no encua-
dra hacerlo en estas líneas, de los
- 214-

Foetas draniáticos, de que España


puede gloriarse de poseer una brillan-
te cohorte, entre 'la cual sobresalen
Echegaray, Tamayo y Baus, Sellés,
Dicenta y Guimerá. Alnérica no tie-
ne poetas dramáticos de nota.)
Pero .i\.mérica, -- y aunque" en este
libro está representado todo el con-
tinente' en mis consideraciones lite-
rarias hablo especialmenre de la
América latina, por tener en esta obra
una figuraciün más extensa é impor.
tante,--Alnérica, decía, cuenta en la
actualidad con una espl~ndida pléya-
de de poetas líricos, que rompiendo
los 1110ldes antiguos, quebrantando
el yugo de las tiránicas reglas, se
han sentido sin estorbos ni grillos re-
tóricos y han desplegado con aÚl-
plitud las alas y relllontado libre-
1nente el vuelo de la inspiración, con
una firmeza, una gracia y una a~li.
dad hasta ahora desconocidas. Por
esto aseguraba que la América lati-
-- 215 -
na posee, en la actualidad, el cetro
de la poesía lírica castellana.

A.llá por el año 1883, estalló en


Francia una yiolenta revolución lite-
raria, encabezada por Jean l\foréas,
Laurent Tailhade .y otros, quienes
nombraron jefe de la Cruzada á Panl
Verlaine, que desertó de las filas par-
nasianas para incorporarse al Cená-
culo Simbolista. Múltiples y violen-
tos fueron los episodios y yicisitudes
de aquella revolución, y-en síntesis
-su consecuencia ha sido la actual
evolución literaria de Europa y An1é-
.
nca.
Aquella revolución repercutió eléc-
tricamente en este continente, in-
fluyendo de lnodo tan intenso, que
hizo genninar en el espíritu de los
jóyenes poetas una nueva eflorescen-
cia estética. Entonces la poesía ame-
- 216-

ricana experiinenta una verdadera re-


forma: métrica, lnetáfora, vocabula-
rio, todo cambia, todo toma un nuevo
giro. Las viejas é inflexibles reglas
retÓricas se rompen; los maestros
consagrados quedan olvidados, y los
jóvenes ,poetas americanos, fervoro-
sos cultores del Nuevo Ideal Litera-
rio,-que consiste en hacer vibrar y
sentir la belleza, el encanto y el mis-
terio que se encierra en el alma de
los seres y en el alma de' las cosas,
-los jóvenes poetas americanos, sin
convencionalismos qu~ los traben y
subyuguen, se entregan á su libre
inspiración, y cantan, arrancando á
la gloriosa lengua del Romancero y
del Quijote sonoridades y, In atices
insólitos, hasta entonces no conocidos
ni adivinados.
Así quedaba inaugurado en Amé-
rica el nuevo ciclo de la poesía lírica
castellana.
Antes de inaugurarse el ciclo alu-
- 217 --
dido, este magnífico y fecundo conti-
nente había producido inspirados y
grandes poetas, que deben agruparse
en el ciclo literario anterior, en' el
cual florecieron poetas de inspiración
enérgica y robusta, como Heredia,'
cantor del Niágara; de fantasía y ma-
jestad victor-hugonianos, como An-
drade; de vuelo amplio y sereno,
como Justo Sierra; de cantos dulces,
palpitantes, elevados y doloridos, co-
lno Manuel Acuña; de notas delica-
das, hondas y siempre quejumbrosas,
como Ricardo Gutiérrez; de vívidas
y dulces exaltaciones amorosas, co-
lno Manuel M. Flores; de estro ar-
diente y brillantísimo, como Juan
Zorrilla de San Martín, y de pensa-
lnientos vivaces, hermosos y filosófi-
cos' como Joaquín Castellanos~'
y allá en la américa anglo-sajona
Edgar Poe, de inspiración exaltada
y enfermiza, de fantasía diabólica-
mente bella, ó bellamente diabólica,
- 218-
de pensamiento profundo y de estilo
mágico, ilustre precursor del Nuevo
Ideal Literario; Longfellow, profun~
do y sereno, y VValt Whitman, pan-
teísta de lnajestad patriarcal, pensa-
dor de universal amplitud y capri-
choso emperador del ritmo.
y debo citar aquí á José lVlaría de
HereJia, nacido en Cuba, pero ama-
mantado intelectualmente en Fran-
cia; de inspiración olímpica, serena y
.diáfana: cubano que piensa y escribe
en francés y cuya pluma, - cincel
lapidario, - por su l~bor de perfec-
~ción impecable, hoy no tiene rival ni
en América ni en Europa. José María
de Heredia es el Benvenuto Cellini
. de la poesía.
Pero es dentro del nuevo ciclo de
la poesía americana donde florecen
los verdaderos poetas, inspirados y
artistas á la vez, artistas exquisitos,
. refinados, que pulen, cincelan y bru-
ñen las estrofas, impregnándolas de
- 219-
tanta luz, color, calor y yida, que ha-
cen yibrar intensamente la fuerza, el
encanto y el misterio, es decir, el al-
ma de lo que cantan.
Esa pléyade se compone de Sal-
vador Díaz lUirón, l\Ianuel Gutiérrez
Nájera, Julián del Casal, Rubén Da-
ría, José Asunción Silva, José Santos
Chocano, Leopoldo Lugones y Pe-
dro A. González, y quizás alguno
otro más, que no acude ahora ni al
cristal de lni lnemoria, ni á los pun-
tos de mi pluma.
Manuel Gutiérrez Nájera, cuya
pluma de oro parecía empapada en
resplandores de luna; J ulián del Ca-
sal, cuya lira parecía encordada con
fibras vivas de su corazón; José Asun-
cíón Silva, que nació con el Infortu-
nio por ángel de la guarda, y 'cuyos
cantos son fragmentos palpitantes de
su corazón enfermo y de su alma so-
ñadora:-todos tres, artistas exilpios,
han entrado ya ¡en plena juventud!
-- 220 -

en la eterna clausura y en la eterna


lnudez del sepulcro!
Quedan vivientes y en pleno vigor
y actividad, Salvador Díaz Mirón,
Rubén Darío, José Santos Chocano,
Leopoldo Lugones y Pedro A. Gon-
zález: mag-níficos heraldos del mo-
dernismo literario, que desde un ex-
tremo á otro de la América latina es-
tán tocando dianas triunfales en sus
o:\ureos clarines.
Salvador Díaz l\lirón labra cantos
hermosos en estrofas iluminadas por
resplandores de una al.ta y fulguran-
te inspiración. En sus últimas com-
posiciones sólo expresa ideas agresi-
,-as, ó acerbas, ó tristes: lo que no
nle extraña, porque como alguien ú
ha dicho acertadmnente, así, así agre-
sivas, ó acerbas, ó tristes, son siem-
pre las ideas cuando nacen en un ce-
rebro alimentado por la sangre de
un corazón sin esperanza! ..... .
I~ubén Darío, la lnás refinada )'
- 221 -
aristocrática intelectualidad america-
na, cuya pluma encantada embellece
cuanto toca. Sus estrofas admirable-
rnénte cinceladas, tienen luz, color,
vida y elegancia suprema. Sus com-
posiciones tienen todos los encantos,
menos ellnisterioso encanto que im-
primen las penumbras que emergen
de la melancolía y del dolor desco-
nocidos de este poeta, de este poeta
que ama intensamente la vida, la ab-
sorbe por todos sus poros y la goza
lo más que puede, sin preocuparse
de nada ni de nadie.
José Santos Chocano, reyolucio-
nario exaltado, de inspiración vibran-
te; sus versos restallan violentamente;
sus cantos centellean protestas con-
tra la organización actual de la so-
ciedad, é impaciencias febriles 'y aira-
das' por la pronta realización de sus
ideales.
Leopoldo Lugones, de desbordan-
te y tumultuQsa inspiración; original,
- 222'-

fuerte, impetuoso. Su pluma es una


espada flamígera: aguda, filosa, res-
platldeciente, terrihle. Persigue con
ahinco sus ideales, y les rinde culto
con un fervor siempre palpitante y
violento. Sus cantos no tienen seme-
jantes en América ni por sus ímpe-
tus, ni por sus fulgores, ni por sus
sombras.
Pedro A. González, de imagina-
ción intensa y viva. El v'uelo de su
inspiración es amplio, elevado y ai-
roso. Sus cantos se distinguen por
una serenidad profunda y por una
profundidad serena.
y para concluir con esta enumera-
ción, citaté dos poetas que, distintos
por su índole literaria de los que
acabo de citar, y distintos entre sí,
son dos verdaderos poetas de raza,
que hacen honor á sus respectivas
patrias y al continente americano.
Me refiero á Carlos Roxlo y á Pedro
B. Palacios.
- 223-
El primero, de inspiración dulce,
cristalina y serena, cuyo fondo es
ese vago tinte melancólico propio
de las almas sensitivas, nobles y pen-
sadoras. Su pluma es un copioso rau-
dal de versos. Sus estrofas, aún aque-
llas en las que canta sus nostalgias
y sus tristezas, están empapadas en
una luz y una frescura primaverales.
Sus composiciones todas están im-
pregnadas de esa fragancia de to-
lDillo que exhalan las églogas virgi-
lianas.
El segundo, más c()nocido por su
seudónimo de Almafuerte, seudóni-
lDO que le cuadra perfectamente, es
uno de los poetas más vigorosos y
originales del continente. Su inspira-
ción es fuerte y centelleante. Latidos
de vivo dolor, sombras de hondas tris-
tezas, ansiedades de profundas nos-
talgias templan su inspiración. Los
anatemas, las protestas, los apóstro-
fes, los lameI?-~os violentos y vivaces,
- 224-
que forman la trama psicológica de
sus cantos, se ve, se siente que emer-
gen de ,la negra selva de sus penas!
Tiene "isiones y acentos proféticos,
y sus lapidarias estrofas parecen sen-
tencias bíblicas grabadas con un
punzón de fuego sobre planchas lne-
tálicas.
No concibo, no comprendo cómo
un eminente crítico, de gran talento
y de consagrada autoridad, ha podi-
do decir que los poemas de Alma-
{lle1'le son de relnedo becqueriano,
cuando en una sola de .las estrofas de
Alma{uerte está contenida la esencia
poética y la esencia filosófica de to-
das las poesías juntas de Becquer.

e Sihay cielos y climas propicios


á la imaginación, COlno los de Grecia
é Italia,· deben contarse entre ellos
los del Nuevo Mundo, en donde sus
- 225-
primeros descubridores creyeron ha-
llar el paraíso terrenal y admiraron
constelaciones desconocidas y es-
ple·ndentes. , Así comenzaba don
Juan !vIaria GutiéfTez el prólogo con
'que precedió su colección de poesías
.
amencanas.
Tenía razón aquel ilustre literato
argentino. No hay cielos ni climas
como los climas y los cielos ameri-
canos, para despertar, encender y ha-
cer vibrar ó soñar la imaginación: los
climas variados, aquí la exaltan has-
ta el delirio; allá la enervan hasta la
somnolencia: y los cielos la encantan,
porque en estos cielos americanos, tan
azules y nítidos, los astros centellean
con mágicos fulgores. Y si estos cli-
mas y estos cielos avivan y encantan
la imaginación, los paisajes que ofre-
ce la privilegiada naturaleza ameri-
cana la tiñen de múltiples yencendi-
dos matices. No hay paisajes como
. los paisajes .americanos.
- 226-

Extensas praderas, de esplendente·


verdor, surcadas por caudalosos ríos
de márgenes magníficas, de ancho
cauce y corriente impetuosa, que re-·
ciben el espontáneo tributo de mil
ríos más pequeños, que forman in-
trincadas, rumorosas y vitales redes
liquidas; inmensas y tupidas selvas,
que contienen la más rica variedad
de árboles, plantas, hierbas y flores,
fieras, . reptiles, insectos y pájaros;
selvas que por el millón de notas di-
yersas que las pueblas parecen enor-
mes arpas salvaje3. Y ~irviendo de
fondo á este cuadro vivaz y ardiente,
imponentes é inaccesibles montañas
de entrañas lnetalíferas, en cuy"
faldas se extienden bosques· floreci-
dos, de cuyos flancos bajan, arras-
trándose y saltando por las ·breñas,
como enormes y airadas serpientes
de cristal, los torrentes que van á for-
Inar Ó á enriquecer los ríos de las lla-
nuras. y más arriba, en las altiplani-
- 227-
cies, grupos. de vicuñas y alpacas
dando movilidad al espectáculo; y
allá, en las cumbres, centelleando las
cárididas nieves y las flámulas volcá-
nicas; y ¡nás allá de las cumbres, el
sultán del espacio, el cóndor, paseán-
dose con magestuosa voluptuosidad
por los palacios azules.
Pero si los climas, los cielos y los
paisajes americanos pueden encen-
der' encantar y teñir la imaginación,
el rol hermoso y trascendental que
está jugando América en los desti-
nos nlisteriosos de la humanidad ha-
ce palpitar el corazón de inmensa ale-
gría y enciende profundo y sacrosan-
to entusiasmo en el alma. Efectiva-
mente; América es un enorme crisol
etnográfico á donde convergen y se
fusionan los hombres de todas las ra-
zas, de todas las lenguas, de todas
las regiones, de todos los ideales, co-
TIla si este magnífico Continente hu-
biera sido pr.ovidencialmente descu-
- 228-

bierto para ser el centro de la Con-


fraternidad humana, y el abierto y
esplendoroso santuario de la santa.
Democracia.
De modo que, bajo cualquier pris-
Ina que se la mire, América es pro-
picia para encender la imaginación
y el alma, é inspirar bellísilTIos can-
tos á los que han nacido con la gra-
cia divina del estro poético.

No se han estableciuG todavÍacons-


t antes corrientes recíprocas de inter-
cambio literario, entre las naciones
del Continente Americano. Puede
decirse que cada nación se desen-
vuelve, intelectuahnente hablando, en
un lnarcado aislalniento respecto de
sus demás hennanas. De ahí resulta
que entre ellas no se conozcan, con
la difusión, mnplitud y oportunidad
convenientes, las producciones del
- 229-
espíritu de que pueden gloriarse unas
y otras.
y si esto sucede en América, ¿ qué
extraño que en Europa se desconoz-
ca ampliam~nte la inspirada y her-
nlosa poesía americana? Europa, que
sólo se preocupa con grande interés
de la exuberante producción mate-
rial de este continente, mira con pro-
funda indiferencia su rica y bella
producción intelectual; y á causa de
esta indiferencia, sólo conoce la poe-
sía americana por las Antologlas,
Parnasos, Liras, etc., etc., que se le
ofreceI"l:; y la desprecia, y hasta la es-
carnece, creyendo cándidamente que
allí está contenida lo mejor y lo con-
ceptuado mejor de la poesía ameri-
cana. Error, cándido error! Esas An-
tolog¡(U~, esas Liras yesos Par'iuISO,"i
han sido hechos con premeditados y
exclusivos propósitos comerciales, y
sus autores han juntado profanamen-
te, para no <lescontentar á nadie y
- 230-

asegurar así el. éxito comercial de la


empresa, todo lo que han encontrado
de los buenos y de los malos poetas;
no insertando todo lo lnás bello de
los primeros y no repudiando nada
de los segundos; de lnodo que esas
colecciones contienen unas cuantas
poesías brillantes y hermosas perdi-
das en una selva de poesías pálidas
y vulgares: pudiendo decirse de la
lnás selecta de esas colecciones Intcr
'¡'(lmus lilia fulgcnt: Entre las ramas
brillan las flores.
Esas rápidas consideraciones so-
bre las Colecciones de poesía ame-
ricanas, no aluden á la colección pu-
blicada hace varios años por el dis-
tinguido poeta argentino, l\lartín
Coronado; en cuya colección y selec-
ción se observa el lnismo e&píritu de-
licado, el mismo sentimiento estético
que en el inspirado autor de cSiem-
.
prevlva •.
- 231 -

Cuando comencé á guardar cuida-


dosamente las poesías americanas
que caían en mis manos, y que yo con-
ceptuaba bellas, lo hice con el exclu-
sivo objeto de deleitarme solitaria é
·íntimamente en su lectura, sin pensar
·que alguna yez pudiera decidirme ú
·coleccionarlas en un libro. Pero algu-
nos amigos míos, que tienen influen-
·cia en mi ánimo y en mi voluntad,.
al conocer la colección de poesías de
mi archivo me instaron y lne deci-
dieron á publicarlas en un libro, cre-
yendo, ellos, que con tal publicación
se repararía la triste impresión y el
efecto desastroso que habían produ-
cido casi todas las Antologías ame-
ricanas publicadas hasta ahora, y en
especial la publicada últimamente
por la acreditada casa editora de
Barcelona de los señores Montaner
y Simón, libro aquél que por salir de
,tan notable casa editora ha de ha-
ber tenido amplia difusión. Si mis
- 232-

buenos y sinceros amigos han acer-


tado en sus creencias, instándome y
decidiéndome á la publicación de es-
ta obra, á ellos los aplausos del triun-
fo. Y si, por el contrario, se han equi-
vocado, yo cargo con toda la res-
ponsabilidad, porque la publicación
de un libro malo ó inútil no se discul-
pa con· nada, ni con nadie.
Para seleccionar las composicio-
nes de esta colección no he tenido en
vista si el autor de cada una de ellas
era un poeta desconocido ó consa-
grado, un poeta ignor.ado ó célebre.
He procedido exclusivamente por el
mérito estético de la composición. Mi
criterio literario, no entorpecido por
prevenciones de ninguna. índole, y
lni sentimiento estético han sido, res-
pectivatnente, el tamiz donde he cer-
nido y la piedra de toque donde he
aquilatado las composiciones que for-
lnan esta colección: porque el único
propósito y la única aspiración que
- :!33 -

lue han impulsado ú la publicación


de este libro son presentar un florile-
gio, donde resplandezca en su yalor y
en 'su hermosura la poesía ameri-
cana.
No pretendo que en este libro es-
tén contenidas todas las bellas poe-
sías que se han escrito en América.
No puedo tener tal pretensión. Mu-
chas de esas composiciones, perte-
necientes á los mismos autores de las
que figuran en este luismo libro, no
las he publicado porque no cabían
dentro del plan limitad() de esta obra;
y otras muchas no las he publicado,
probablemente porque no las he co-
nocido.
Joyas Poétit·((,'j AJ}U!l'i(,({71([.~ he ti-
tulado este libro. Él no contiene, se-
guramente, todas las joyas poéticas
americanas. Pero, si en él1W estlÍn
todas las que son, cren firmemente
que .,;on todas [a.,; que estlÍu.
- 234-
Catorce naciones americanas han
tributado sus poesías á este libro. To-
das las naciones importantes del con-
tinente figuran en él, todas tienen
sus poetas que las representan; todas,
menos una. He hecho una amplia in-
vestigación, desplegando verdadero
y vivo interés por encontrar un poeta.
paraguayo, que pudiera figurar en
este libro, y mis esfuerzos han resul-
tado definitivamente -estériles.
Cuesta mucho creerlo! La nación
de clima ardiente, alumbrada por un
sol tropical; la nació~ de los cielos
diáfanos; la nación de las brisas per-
fumadas; la nación circundada por
anchos y rUlnurosos ríos de márge-
nes encantadoras; .la nación de las
espléndidas selvas, en cuyas penum-
bras el urutaú canta su canto, tan
dulce y triste que parece el lamento
de un corazón dolorido; la nación de
valor legendario, cuyos episodios
sangrientos y heroicos en su defensa
- 235-
contra la Triple Alianza l11erecen un
Homero que los cante, el Paraguay,
en fin, no tiene un poeta digno de fi-
gurar en una colección de poesías
selectas americanas! Da pena el de-
cirlo!

En cuatro idiomas distintos: caste-


llano, inglés, portugués y francés,
haycomposiciones en este libro. Las
poesías brasileras y los sonetos en
francés del cubano Heredia los he
publicado originales: en primer lu-
gar, porque no hay traducciones
fieles y artísticas; y en segundo lu-
gar, porque el portugués es un idio-
ma tan diáfano, que es fácilmente
comprensible para la generalidad, y
el francés nos es familiar á todos los
amencanos.
Por lo que respecta á las composi-
ciones norteamericanas, como el in-
- 236,-

glé.~ no es .idioma ta~ difundido ni


tan cultivado en América como el
francés,lne parecíó acertado y con-
veniente publicar, en vez de los tex-
tos originales,las magistrales traduc-
ciones de The Raren y de rphe Belb;,
hechas por el venezolano Juan An-
tonio Pérez Bonalde, y por el gua-
temalteco DomingoEstrada, respec-
tivamente, yla traducción de Ercel-
sioJ', hecha por el argentino Luis L~
Dominguez, que, aunque no tiene el
mérito literario de las dos citadas an-
teriormente, es una tr~ducción bas-
tante fiel y correcta.
La composición Salul al( J[onde
de \Valt Whitman la he publicado
en su texto original, porque. no hay
traducciones castellanas especiales
é íntegras de las poesías de \Vhit-
man, quizás, sencillamente, porque
este raro y lnagestuoso poeta pan-
teísta es intradueible fielmente.
y habiéndoseme observado que
- 237-

he debido poner en este libro, ade-


luás de las traducciones referidas,
los textos originales de «El Cuervo'
y de «Las Campanas;, de Edgar Poe,
y del «Excelsior, de Longfellow, me
complazco en atender esa observa·
ción, insertándolos aquí en estas pá·.
ginas, sucesivamente y en el orden
que los he mencionado.
"1 • • • •• • • • • •• •• • • • • •••••• ••••••

En la inserción delas composicio-


nes que contiene este libro no he se-
guid.o ningún plan, ni orden, ni pre-
ferencia. Las he ido imprimiendo
á capricho, ó según se me ven·ían á
la mano. En los índices se hallarán,
detalladamente ordenados, todos los
datos que se requieran.
Pero, al concluir la impresión de
la obra, noto que por una rara ca-
- 238-
sualidad he comenzado esa impre-
si6n con El Cuert'o de Edgar Poe,
y la he terminado con la Introduc-
ción del poema de e Las Montañas
del Oro de L~opoldo Lugones, com-
lt

posición puhlicada primeramente


con el título de e La Voz contra la
roca» en la Biblioteca del ilustrado
y formidable Paul Groussac, Es de-
cir, que he abierto y cerrado el libro
de las Joya .., Poética8 Americana.~)
como con dos fantásticos y magnífi-
cos'broches, con dos cantos extra-
ños, inspirados y bellís~mos, perte-
necientes á los dos poetas para mí
defantasia más complicada, más ori-
ginal, más vivaz, más exaltada y ful-
gurante que ha producido este ma-
gestuoso y espléndido continente
americano.
Dlrlembre 24 de 1897.
POLrTICA y HOMBRES (1)

LA. PRIMER..\. RENUNCIA DEL DOCTOR PIZ..\.RRO


ASO 1892

(VIlAGlln"TO DE UN LffiKO EN PREPARACIÓN)

Cuando el doctor Pizarro leyó su


programa de gobierno, lleno de pro-
luesas halagüeñas y redactadó en
un estilo deslumbrante, lnereció el
( 1) Puhlicado en el diario La Patria, bajo el eplgrafe de
"Páginas de historia contemporánea", y con este seudóni-
mo: JI.,.cel U¡rorrdi"o.
- 240-

aplauso unlnim~ ue este- pueblv, y


hasta aquéllos que mis habían COl11-
batiuo su candidatura acallaron sus.
protestas y se decidieron á secun-
dar sus nobles propósitos escritos.
El doctor Pizarro inició su admi-
nistración llamanuo á compartir sus
tareas á hombres de uistinto:; mati-
ces políticos, quienes, hacienlo abs-
tracción ue sus pasadas resistencias,
no yacilaron en prestarle su decidi-
do concurso, para ayuuarle á cum-
plir su laudabl.:! programa.
Su gobierno se inauguró así bajo
los mejores auspicios:
Pero lIt yirtud y el éxito de un go-
bernante, no están en escribir un
programa de gobierno con todos los
resplandores de una inteligencia po-
derosa; la virtud y el éxito ~e un go-
bernante están en escribir un pro-
grama sencillo y sincero, honrado y
progresista, encuadrado . dentro de
intenciones plausibles, reales y pr<ic-
- 241 -

ticas, y cumplirlo después al pie de


la letra.
Prometió demasiado el doctor Pi-
zarro? Seguramente, demasiado, da-
dos sus propósitos velados. De ahí
que durara muy poco aquella un á-
nÍme confianza inicial que dió á los
primeros días de su gobierno una
popularidad insólita.
Qué produjo tan pronto el desen-
canto, el descontento y la censura?
El contraste violento y sarcástico en-
tre las promesas del programa y los
actos del go bernante! Veamos.
EI.doctor Pizarro 'había declara ...
do en su programa inaugural que go-
gernaría 110 con los partidos, SillO so-
bre los partidos; y, sin embargo,.á
ra,íz de iniciarse su gobierno prestó
calor y vida á un club público ,com-
puesto de piezas de diversos colores,.
con miras opuestas, con anteceden-
t~s distintos, con repulsiones inven-
cibles entre sí, y, por lo tanto, sin
- 242-
cohesión de ningún género. Primer
error por parte del gobernante, que
dió origen al primer grito de cen-
sura por parte de los gobernados.
El doctor Pizarra había prometi-
do, en el estilo pomposo y re~plan­
deciente que le es característico, la
lnás amplia libertad electoral. Y sin
embargo, en las elecciones del mes
deJunio, el referido club-junta eje-
cutiva de los propósitos del doctor
Pizarra -levantó una candidatura
inconstitucional, aunque por un sar-
casmo irritante aquel club se llama-
ba CLUBCONSTITUCIO~AL.· y dicho club
se empeñó con tenacidad audaz en
hacer encajar su candidato en la cá-
mara de diputados, no obstante ha-
her sido derrotado en los comicios.
La sesión de la cámara de diputados
en que se discutió la elección aludi-
tia, es una de las sesiones más céle-
lJres de los anales legislativos de la
provincia. El pueblo, lleno de vivo y
-- 243 --

palpitante interés, acudió á presen-


ciar la discusión, llenó el local de la
barra y se desbordó por el recinto
de sesiones, dejando libre solamen-
te el hemiciclo donde se sientan los
diputados, pero formando una co-
lumna compacta en la antesala, co-
lumna que se prolongaba por los
pasillos y las escalinatas hasta las
puertas de caBe del palacio de la
Legislatura. El pueblo estaba ner-
yioso é inquieto. Los diputad.:>s, fir-
lnes y briosos. El ambiente del re-
cinto de sesiones, inflamado. La
sión fué digna del espectáculo que
representaba el recinto parlamenta-
rio y digna de la expectativa del pú-
blico. Fué una sesión complicada,
vivaz, relampagueante, tumultuosa,
sangrienta. .
y si bien es cierto que el club re-
ferido no alcanzó á realizar sus pre-
tensiones, por lo menos consiguió
neutralizar ciertos elementos flotan-
- 244-
tes y equilibristas cIela cámara; y
las puertas oe esta corporación po-
lítica se cerraron para el eandidato
que había triunfado .en las urnas
electorales, en lucha franca y legal
por su parte.
La responsabilidad de semejante
injusticia se hace gravitar sobre el
doctor Pizarro-único resPQnsable
de todos los atentados del CLUB-
COXSTITUCIO~AL - y el pueblo mur-
mura indignado.
Poco tiempo después, se produjo
la publicación oficial de aquel infor·
lTIe económico de la p'rovincia, salpi-
cado de comentarios injuriosos; in-
forme que era un proceso de las ad-
lTIinistraciones de la tHtim3: de cada y
en el que había cargos tremendos
para muchas personas actpantes en
política..A.quel informe era un libelo.
Sin embargo, mereció aplausos, cre-
yendo muchos que el doctor Piza-
rro, procediendo con lógica infle-
-- ~245
xible, iha hacer deducir las accio ..
nes judiciales pertinentes; pero
pronto se notó que en aquel infor-
me había omisiones, que patetiza-
ban·la parcialidad del doctor Piza-
rro; y la decepción de los que es-
peraban las deducciones subsiguien-
tes al informe creció cuando vieron
que la mayor parte de las personas
recriminadas en aquel documento
formaban parte del Club favorito,
del CLUB CO~STITUCIONAL, y otras, que
aún no formaban, seapresl1ron á ha-
<;erlo, como buscando un asilo pro-
tector, como si aquel Club fuera un
refu yi'll JJI pecat01"1.lm.
Profundos desencantos para aque-
llos que aplaudían los actos del doc-
tor Pizarro. Sin embargo, la espe-
ranza no muere fácilmente en el· co-
razón de un pueblo, y si llluere re-
nace, como el fénix, de sus propias
·cenizas. Y el pueblo decepcionado
espenj todavía.
- 246-
Pero llegó, por fin, lo que se con-
side raba como piedra de toque de
la imparcialidad gubernati\'a, tan
reiteradas veces prometida por el
doctor Pirarro; llegó, por fin, la elec-
ción municipal.
y aquel club, - siempre aquel
CLt"B Co~STITUCIO~AL, como piedra
de escándalo, como virus de dis-
cordia,- aquel Club, digo, le\'anta
para intendente municipal una can-
didatura que tenía todos los visos de
una candidatura oficial. La sospe-
cha es vehemente. El candidato es
pariente del Gobernador.
El día de la elección municipal
los partidos políticos aprestaron sus
elementos y concurrieron á las ur-
nas. Aunque tras largas discusiones
se allanan las primeras dific.ultades y
se instala la mesa receptora de vo-
tos; pero, á poco andar, surgen nue-
vos desacuerdos entre los conjueces,
se hacen cargos de parcialidad, y
- 247-
en seguida "iene el conflicto, el es-
cándalo: la policía interviene par-
cialmente, y un partido se retira de
las. urnas, con la protesta vibrante
en los labios y en el corazón.
La candidatura de aquel club, ó
Partido Constitucional como ~e lla-
mó aquel día, descubriendo ilnpru-
dentemente, en un rapto de expan-
sión, las pretensiones veladas de
quien lo había engendrado;--la can-
didatura indicada triunfa escandalo-
samente, y como consecuencia de
ésto, los hombres que representaban
la conciliación ó alianza entre el go-
bierno del doctor Pizarra y una rama
de la oposición dimiten sus puestos
públicos y se repliegan á sus respec-
tivas filas políticas, convencidos de
que aquel gobierno, que se .inició
tan magestuosamente, en pocos lne-
ses se había demostrado un gobierno
partidista, opresor, arbitrario, libe-
lista y nepótico.
- 248-
y él, el doctor Pizarro, entendi-
miento robusto, inteligencia viva,
amplia y nutrida,· orador parla menta-
Tio de nota, figura nacional tallada en
el yunque de la vida pública, se ve
de pronto aislado,. rehuido, acribi-
llado á censuras, repudiado por to-
dos, y rodeado solamente por aque-
llas personas que forman el CLUB
COSSTlTL'ClOXAL diminuto y multicolor,
personas que, sah'o raras y honrosas
excepciones, habían sido recrimina-
das por él mismo en el ruidoso infor-
lne Thiriot.
Ante situación tan desairada, el
doctor Pizarro se siente desfallecer; y
comprendiendo claramente que por
circunstancias complejas su gobier-
no ha fracasado, medita seriamente
en su situación, se convence que no
puede continuar al frente de los des-
tinos de la pro,;ncia, y resuelve re-
nunciar su alto cargo.
Pero, aunque el doctor Pizarro se
- .249 -

distingue como hombre de gran ta-


lento, en lo que se refiere á sus pasio-
nes es un hombre como cualquier
otro, sin grandeza de ánimo ni fuer-.
za de voluntad para evitar los efec-
tos. de las mareas de esas pasiones;
y por eso vemos que mordido en su
amor propio por su fracaso guberna-
tivo extiende su renuncia de gober-
nador de la provincia, en un docu-
mento que refleja entrelazadamente
los relámpagos de su despecho, los
ímpetus de su temperamento y las
energías vibrantes de su estilo litera-
rio; pero documento completamente
desprovisto de las energías profun-
das y serenas de un carácter eq uili-
brado.
Ese documento era definitivo por
su forma y por su fondo. Por S1:1 for-
ma, porque en él ha incrustado tres ó
cuat~o veces la palabra e indeclina-
ble J . Y era definitivo por su fondo;
porque habiendo en él insultado ai-
- 250-

radamente á este pueblo, atribuyén-


dole instintos de esclavos, el resenti-
lniento perdurará vivo y palpitante,
sin que nada pueda hacer olvidar ni
perdonar la ofensa.
La renuncia del doctor Pizarro era,
pues, indeclinable; y era tanto más
indispensable que así fuera cuanto
que la ruptura entre el doctor Pizarro
y el pueblo, á quien había insultado
inconsultamente, era una ruptura de-
finitiva.
Pero la renuncia aludida era un
simple juego de comedia, aunque,
sin sospecharlo su autor y sus acto-
res, un juego lnuy peligroso; porque
al tocar los resortes para que la co-
media tuviera el desenlace favora-
ble premeditado, es decir, el retiro
de la renuncia. tí pedido df:,l pueblo,
el lnás crudo ridículo iba á caer so-
bre ellos, quedando transparentada
para siempre la incapacidad y la fal-
ta de magestad en el carácter del
-- 251 -

doctor Pizarro, como gobernante.


Cuanto hizo entonces la camarilla
política que rodeaba al doctor Pi-
zarro,--la cual era un agente públi-
co del mismo,-cuanto hizo esa ca-
marilla para demostrar que el pueblo
no quería que renunciara el doc-
tor Pizarro fué una mistificación te-
lneraria; porque este pueblo sensible
y altivo no podía besar la mano que
había restallado el látigo con que se
le había azotado el rostro pública-
mente.
Dejemos constancia de lo que su-
cedió, en puridad.
Los hombres de importancia en la
política y de peso en la opinión, sin
exclusión de ningún partido, com-
prendieron que la renuncia del doc-
tor Pizarro, por las circunstancias y
por la forma en que se había produ-
cido, era una renuncia indeclinable,
y ante tal convicción asumieron la
actitudcircunspectadelcaso,sin pre-
- 252-

tender contrariar la lógica de los


acontecimientos.
La prensa de esta localidad, con
un criterio imparcial y severo, juzgó
que era quizá lamentable, pero que
era ineludible la renuncia en cues-
tión; renuncia cuyos conceptos in-
temperantes suscitaron su indigna-
ción y su censura.
La juventud pensante é ilustrada
formó un juicio idéntico y le hizo
el vado al dimitente, para que ca-
yera irremisiblemente; esgrimiendo
luego esa misma juventud su incisi-
va sátira contra el gobernante, ante
el inaudito espectáculo en varios ac-
tos, con puros incidentes pirotécni-
cos, que se concertó para que reti-
rara teatralmente su renuncia; espec-
táculo que no acertaba á definir si
era drama l') comedia, y cuyo desen-
lace final esperó para esclarecer sus
dudas, y con\Oencerse que hahia sido
un grotesco sainete.
- 253-
No hubo, pues, manifestaciones
populares, movidas por impulsos es-
pontáneos, á objeto de pedirle al
doctor Pizarro que retirara su renun-
cia. No! Lo que hubo á ese respec-
to fueron demostraciones aisladas de
personas, si no despretigiadas, á lo
menos sin prestigio en la opinión,
aunque con la suficiente candidez, ó
sangre fría, para declararse árbitros
ó intérpretes de los sentimientos del
p~blo. Lo que hubo fueron algunas
manifestaciones colectivas lllovidas
por resortes mecánicos. Aquella ca-
marilla política, á qtÍip.n se conside-·
raba agente directo del doctor Piza-
rro, intimó á los empleados de la ad-
ministración y de la lllunicipalidad
obligándolos,so pena de destitución,
á firmar una solicitud en la que se le
pidiera al doctor Pizarro que reti-
rara su renuncia. Y dichos emplea-
dos, á pesar de sentir verdadera
repugnancia, por no perder sus pues-
- 254-

tos firmaron la indicada solicitud,


pero sintiendo germinar en sus es-
píritus la animadversión poreldoctor
Pizarro, que los hacía pasar cruel-
mente por las horcas caudinas de
una forzada adulación.
A algunas colonias extrajeras pa-
ra que hicieran una solicitud idéntica
á la exigida á los empleados de las
administraciones públicas, se les di-
jo, insidiosamente, que si la renuncia
del doctor Pizarro fuera aceptada
por la legislatura, la revolución es-
tallaría acto continuo. Y el elemento
extranjero, en su generalidad nluy
conservador, firmó en barbecho la
solicitud sah·adora.
Por otra parte, la solicitud solici-
tada de los extranjerosno significaba
nada, ni podía pesar nada~. porque
los extranjeros no tienen personería
legal para inmiscuirse en los conflic-
tos políticos internos. A.demás, ellos
no conocen á fondo las cosas politi-
- 255-
cas, ni afrontan sus ulterioridades.
Los únicos, pues, que tienen dere-
cho á intervenir en los conflictos
políticos internos son los criollos,
sea cualquiera su rango social, su
posición financiera, su tinte religio-
so, su color político; porque única-
mente los criollos, en cualquier cir-
cunstancia y en todos los mOlnentos,
están dispuestos á dar por la anhe-
lada solución de esos conflictos, su
bienestar, su tranquilidad, su sangre,
su vida!
Esos extranjeros que solicitaron
del doctor Pizarra el retiro de su
renuncia.--Ia mayor parte de esos
extranjeros, digo,-si hubier:l. esta-
llado una revolución cualquiera, aun-
que hubiera sido en defensa de ideas
liberales ultrajadas, hubieran queri-
do ponerse á salvo de todo peligro,
y los hubiéramos visto refugiarse en
sus domicilios, abroquelarse en sus
- 256-
nacionalidades y arrebujarse cobar-
demente en sus banderas.
La solicitud del Concejo· Delibe-
rante, firmada solamente por una
parte de sus miembros, pues otra
parte se negó á hacerlo, esa solici-
tud, decimos, no podía tener autori-
dad moral para el doctor Pizarro,
porque provenía de una corpora-
ción á quien, con razón ó sin razón,
como Gobernador aún no le había
reconocido su legalidad.
Ni pudo esa corporación solicitar-
le nada al doctor Piz,ario, sin ofre-
cerle generosa y previatnente su
renuncia colectiva, como Inedia de
allanar las dificultades que aparen-
temente habían determinado la re-
nuncia del gobernante. Pero el
Concejo Deliberante no cr.eyó con-
veniente tal proceder previo, y con-
sideró oportuno y eficaz para sí pe-
dirle al doctor Pizarra que retirara
su renuncia, en un documento que
-- 257 -

es la nota lnás alta de adulación que


deben registrar los anales de esta
provincia. ¡Cómo se conoce que el
que redactó ese' documento no de-
bía afrontar la responsabilidad lTiO-
ra) con su firma!
y si después de todo lo dicho,
mencionamos una manifestaciÓn de
damas distinguidas, impulsadas, co-
lno siempre y en todo, por nobles
propósitos, pero que encantadas en
los fulgores de la superficie, desco-
nocían las negruras del fondo de la
política de actualidad; una manifes-
tación de muchos niños y algunos
jóvenes, todos muy distinguidos, pe-
ro todos muy inexpertos; y por últi-
IDO, algunas cartas irrisorias por su
forma y por su fondo, tendremos to-
do el movimie.nto habido en pro del
retiro de la renuncia del doctor Piza-
rro. :Movimiento al que se le preten-
dió dar proporciones gigantescas,
haciendo una alharaca pirotécnica,
- 258-

como no se "recuerda otra igual; lle-


gando los directores de la tal alha-
raca, en el febril desempeño de su
papél, á turbar el reposo del sueño
de la población á altas horas de la
noche, para enterarla de dos ó tres
cartas de personas muy distinguida.s
y tan honorables como se quiera,
perCi que no representaban absolu-
tamente nada en la política ni en la
opinión.
Sin embargo, el efecto deseado se
había producido, aunque se había
producido grotescamente forzado; y
el doctor Pizarro retirÓ su renuncia,
cometiendo un error gravísimo, por-
que después de las declaraciones y
conceptos vertidos en esa S~l prime-
ra renuncia, no podía decorosamen-
te continuar gobernando ~~ta pro-
vincia, sin retractarse previamente
de tales declaraciones y de tales
conceptos. Y por otra !larte, la re-
tractación hubiera' producido este
- 259-
triste convencimiento: que su re-
nuncia no había sido un acto pen-
sado, ni el fruto de una profunda
meditación, sino, simplemente, la
condensación de un acceso de ner-
vios, lo que no 'es disculpable en
hombres de su talla.
Lo cierto es que le faltó al doctor
Pizarra el amigo de las circunstan-
cias; un amigo de intenciones puras
y de carácter franco, que le dijera:
,Doctor Pizarra: no podéis retirar
vuestra renuncia, y si la asalnblea
legislativa no os la aceptara tenéis
el deber ineludible de insistir en ella
irrevocablemente; pues dados los tér-
l11inos en que está concebida esa re-
nuncia, si quedara sin efecto por
cualquiera causa, vuestro gobierno en
adelante será dificilísimo, sino impo-
sible, porque estará erizado de múl-
tiples conflictos, alguno de los cuales
producirá fatal y estrepitosamente
vuestra caída inevitable.
- 260-

e Aunque hombre de robusto ta-


lento y de muchas luces, no tenéis la
ecuanimidad de 'ánimo ni ese domi-
nio de las pasiones, indispensables á
los hombres de gobierno.
e Quizá seáis como los cóndores:

muy fllertes, y muy ágiles, y lnuy ai-


rosos, para desplegar las alas y re-
montarse con magestuoso aplomo á
las alturas Inás inaccesibles; pero tan
inhábiles y. desairados para andar
por la tierra, que no pueden caminar
sino á tientas y á tropezones.
e Dejad el gobierno:y buscad vues-

tro estadio, vuestro centro de acción


intelectual: la tribuna, la prensa, la
cátedra.
e No os dejéis sugestionar por los

manejos de una camarilla política di-


minuta y sin autoridad legal, cuyos
individuos, después de vuestras defi-
nitivas declaraciones, son los únicos
que se agitan impacientes y tocan
todos los resortes imaginables para
- 261-
que os quedéis en el gobierno: por
que con vuestro retiro miran desva-
necerse sus perspectivas, frustarse
sus -planes, estancarse sus intereses.
«Romped ahora, con firme volun-
tad, cuantas redes pretenden detene-
ros en el gobierno, y huid de esa ca-
marilla política que os circunda, en-
cabezada por un hombre de índole
florentina; camarilla que es un man-
zanillo, cuya sombra letal se proyecta
sobre vuestra personalidad política,
á la que irá matando poco á poco,
.deprimiéndola, empequeñeciéndola,
hasta reducirla á cero. ~

('órdoba, .\bril de 1898


·
LA FATALIDAD
(AlIPLIA('IÚN DE UNA LECCIÓ!iI DJ: BI~TORIA)

Los héroes de las leyendas grie-


gas, no obstante sus fúerzas podero-
sas, su valor, sus empresas grandes
y temerarias, sus triunfos, su abne-
.gación y los inmensos servicios pres-
tados á la patria y á los hombres,
fueron todos muy desdichados; ·Hér-
cules, el héroe nacional de la Grecia,
y Teseo, Perseo, Belerofonte y otros
héroes locales comprueban la afir-
lnación. L~ vida de todos ellos es-
- 264-

tá amargada por el dolor y sombrea-


da por la tristeza, y todos mueren
trágicamente!
Los griegos creían que los héroes
eran víctimas de la Fatalidad: deidad
misteriosa y siniestra contra la cual
no se podía luchar, siendo definiti-
vamente estériles todos los esfuer-
zos humanos, y aún el poder de los
mismos dioses, para contrarrestar
sus adversos designios.
(No hay que confundir la idea de
la Fatalidad con la idea de la ven-
ganza divina, pers0!1ificada en la
diosa Némesis; idea que era tam-
bién una terrible preocupación de
los griegos, que consideraban una
prosperidad demasiado grande co-
mo el mayor de los peligros para
los mortales, porque despertaba
irremisiblemente la cólera y la ven-
ganza de los dioses, á quienes con-
~eptuaban envidiosos y vengativos.
Esta preocupación de los griegos
- 265

está pat~tical1}ente demostrada en


la siguiente leyenda, conocida con
el nombre de Anillo -de Pollerales.
En el siglo VI antes de la era cris-
tiana, gobernaba en Samos,-her-
masa y fértil isla del mar Egeo, y pa-
tria del filósofo Pitágoras,-el tirano
Polícrates, que salía siempre ven-
cedor en los campos de batalla; que
adquiría sin lucha cuantas riquezas
codiciaba, y satisfacía sin dificultad
ni tardanza todos sus deseos y todos
sus caprichos. Podía decirse que la
Victoria, la Fortuna y el Placer esta-
ban dócilmente á sus órdenes. Vi-
vía orgulloso de sus triunfos mili-
tares, envuelto en los fulgores de
sus espléndidas riquezas y aturdido
por esa mágica fiebre, por ese vér-
tigo encantador que produce· la vi-
da, cuando no gravitan sobre ella,
atemperando sus vibrantes desbor-
des y sus delirantes ofuscaciones, ni
los infortunios ni los pesares.
- 266-

Un día Polícrates, por primera


vez, se puso á lneditar sobre su vi-
da; recorrió mentalmente los días
transcurridos de su existencia, y re-
cién se dió cuenta de que durante
cuarenta años habia gozado de una
felicidad continua y radiante, jamás
amargada y nunca nublada, ni por
la hiel ni por la sombra de un disgus-
to. Súbitamente se apoderó de su
ánimo el profundo temor de des-
pertar la envidia de los dioses; sintió
por primera vez devoradora inquie-
tud y anheló con afán que le so-
brevinieran algunas contrariedades
que interrumpieran incidentalmen-
te su olímpica dicha, para no ex-
ponerse á suscitar la venganza di-
vina. Pero sus anhelos no se cum-
plían y sus zozobras autnentaban.
Entonces resolvió ocasionarse él
mismo una pérdida y una contrarie-
dad, creyendo conjurar así los peli-
gros que presentía. Quitúse un lnag-
- 267 -

nifico anillo de los muchos que cons-


telaban sus. dedos, anillo. que repre-
sentaba una inmensa riqueza y que
era su joya más querida, y violen-
tando y ahogando los impulsos de
su avaricia y de sus preferencias,
arrojó el anillo al mar, como un tri-
buto pagado á la envidia dé los dio-
ses y como un medio de conjurar sus
venganzas.
Después, sólo pensó en seguir ex-
primiendo á la vida todos sus goces.
Pero aquel mismo día, estando pen-
sati vamente arrellanado en su sillón,
devanando en su mente fantasías y
fantasías, codiciando nuevos triun-
fos, nuevas riquezas y nuevos pla-
ceres, de pronto se le presentó un
esclavo trayendo en magnífica fuente
de plata un pescado de escamas mul-
ticolores, que por lo hennoso y raro el
humilde pescador que acababa de
atraparlo en sus redes se lo traía de
regalo al tirano. Á la vista de tan
- 268-
hermoso pescado, que excitaba su re-
gio apetito, Polícrates tomó una cu-
chilla que tenía 'al alcance de su ma-
no) - cuchilla asiria de hoja ancha,
arqueada, filosa y centellante, y de
puño de nácar con incrustaciones de
piedras preciosas, - y con ella abrió
el vientre de aquel pescado, encon-
trando allí impensadamente el anillo
que hacía pocas horas había arroja-
do al mar.
Al contemplar su anillo resplande-
ciente en las entrañas de aquel pesca-
do, cuando él lo creía. en el fondo del
mar, Polícrates palideció de sorpresa
y de terror. Aquel hallazgo era un
presagio fatídico. Comprendió que
sus precauciones habían sido inútiles,
que la envidia de los dioses se había
despertado contra él, y que N émesis
no había aceptado su volunt.:'lrio sa-
crificio. Los más sOlnbríos presenti-
lnientos conturbaron hondmnente su
espíritu; sombríos presentimientos
- 269-
que no debían tardar en justificarse.
Efectivamente; pocos días después,
Daría, rey de Persia, declara la guerra
á Polícrates, y Oroete, lugartenien-
te de Daría, toma por asalto á Sa-
mas, se apodera del tirano y lo hace
lTIorir crucificado. Así quedaba com-
probado: primero, que los dioses cas-
tigan siempre en los mortales una
dicha constante; y segundo, que son
inútiles todos los sacrificios volunta-
rios para conjurar y eludir los rayos
de Némesis, es decir, los rayos de la
venganza divina!)
La idea de la Fatalidad, que tan-
to atormentaba á los griegos, en nin-
guna parte está tan dramáticamente
condensada como en la leyenda de
Edipo, la más violenta y sombría
de las leyendas tejidas bajo el'sere-
no y luminoso cielo de la Grecia.
He aquí esa leyenda. Edipo hijo"ode
Layo y de Yocasta, reyes de Tebas,
había venido al mundo señalado de
-- 270 -

antemano como víctima de la Fa-


talidad. UI,l oráculo había predicho
á Layo q~e moriría á manos del
primer hijo que tuviera. Por eso
cuando Y ocasta dió á luz el primo-
génito, Layo mandó degollar al ni-
ño para contrarrestar las prediccio-
nes del oráculo, es decir, los desig-
nios del destino. Pero el yasallo en-
cargado de cumplir la bárbara or-
de no se atrevió á mancharse c::>n
la sangre real é inol'ente d~ aquel
niño, y en vez de degollarlo lo ában-
donó en la cumbre del monte Cite-
rón, dejándolo colgado cabeza aba-
jo y amarrados los piés con fuertes
cuerdas á las ramas de un árbol.
Por casualidad acertó "á pasar
oportunamente por allí Forbas, pas-
tor de los ganados de Polibio, rey de
Corinto. Vió al niño martirizado, lo
desató del árbol, librándolo de una
lTIUerte segura, y al contemplarlo
con los piés hinchados por las liga-
- 271 -
duras le dió el nombre ue Edipo.
Después se lo llevó á C<)rinto y lo
present6 á los r~yes, <f,ntándoles
las"circunstancias del hallazgo. Los
reyes de Corinto, que no tenían hi-
jos, se apiadaron y se encariñaron
del niño y resolvieron criarlo y edu-
carlo como hijo propio.
Así creció y se educó Edipo, des-
conociendo su verdadero origen, y
desconociendo los terribles desig-
nios del destino que gravitaban so-
bre él. Había pasado su infancia y
su adolescencia en el palacio de los
reyes de Corinto, viviendo mimada-
lñente, espléndidamente, sin que na-
da de raro, ni nada de presagioso le
hubiera sucedido hasta entonces.
Recién acababa de entrar en la edad
viril; estaba en la plenitud ·de sus
fuerzas y de sus bríos, y era ahora
cuando iban á desencadenarse so-
bre él las tremendas catástrofes fIue
le tenía deparado la Fatalidad.
-~ ~72 -

Un día, eh -tp banquete públi.


ca, Edipo tpvo un violento alterca-
."
do con 'un- hQITIbre que sabia. los
.

misterios que envolvían el origen


de Edipo. Aquel hombre, á quien
los vapores del vino y la acritud de .
la disputa habían hecho perder la
benevolencia y la discreción, trató á
Edipo con tono sarcástico, echán-
dole en cara, por último, que era un
bastardo, un advenedizo, cuyos pa-·
dres nadie conocía. Tales pal~bras
lo impresionaron tan dolorosamen-
te á Edipo que no tratp de castigar
al ofensor, sino de averiguar lo que
ellas encerraban de verdad. Corrió á
ver á los que él consideraba sus pa-
dres y les refirió los agravios qu~
acababa de recibir, rogándoles que
le descubrieran el misterio, si al-
gún misterio había en su vida. Los
reyes de Corinto, que querían entra-
ñablemente á Edipo, se afanaron
por desvanecerle sus dudas y se es·
- 27i~" ~

for7aron por serena~ el ánimo, ase-


gurándole que aqUfI h9mbre, que
tan hirientes palabra.le'había lan-
zado, hahía estado borracho y que
era un simple impostor. Y para con-
vencer á Ed'ipo de que era verdad
lo que le aseguraban castigaron se-
veramente al indiscreto y malvado.
Pero Edipo no, quedó satisfecho,
ni tranquilo. La duda se le había cla-
vado en la mente y en el corazón.
Las palabras afrentosas de aquel
borracho habían zumbado terrib!e-
mente en sus oídos, habían vibrado
punzantes en su cerebro y se ha-o
bían aferrado dolorosamente en lo
más íntimo de su ser:'emponzoñán-
dolo como un áspid, dilacerándolo
como una garra de acero. Tan cier-
to es que hay palabras que' tienen
la agudeza de un dardo, el filo de
una daga, ó la causticidad de un
veneno!
Querienq~ poner término á las
- 274-
dudas que lo atormentaban, una
noche, sin confiar á nadie sus pro-
pósitos, sale de Corinto y gui:mdo-
se por las estrellas se encamina á la
ciudad de Delfos, situada ~l pie del
áspero y pintoresco Parnaso, á in-
terrogar á ApoIo sobre sus dudas.
Llega á Delfos y penetra en el san-
tuario,--en aquel famoso y magní-
fico santuario, en cuyo vestíbulo
estaba escrita en letras de oro la
célebre máxima Guoti Seulltoll:
.Conócete á ti mismo" que más
tArde fué adoptada por, Sócrates co-
lDO base fundamental de su filosofía.
---Edipo, digo, penetra en aquel san-
tuario y por intermedio de la pitoni-
sa interroga al dios sobre su origen.
El oráculo en vez de ser claro y ex-
plicito, fué reticente y pérfido. Elu-
dió la contestación á la pregunta
de Edipo respecto á si los reyes de
Corinto eran sus verdaderos padres,
y sólo le hizo saber los crímenes y
- 275-
las desdichas á que estaba condena-
do por la Fatalidad: le hizo'saber que
estaba predestinado á matar á su pa-
dre, á casarse con su lnadre y á en-
gendrar una prole odiosa y maldita.
Ante tales anuncios Edipo se aterra;
pero no se abate, y resuelve luchar
contra el destino. Entonces, des-
garrándose el corazón, ahogando
los impulsos del cariño y de la gra-
titud, resuelve no volver más á Co-
rinto y alejarse de sus padres, en
silencio y para siempre. TOlna el
camino de Tebas.Así creía Edipo
evitar las predicciones del oráculo
de Delfos. Pero los decretos de la
Fatalidad son ineluctables. La pru-
dencia, la fuerza de voluntad, los
nobles se.ntimientos, la altivez y el
valor de Edipo, en vez de conjurarle
los ·peligros serán la causa de que
esos peligros estallen. Huyendo de
Corinto y de los reyes de aquella ciu-
dad y enca~inándose á Tebas cree
- 276-
eludir los anuncios del orá'tulo, y
sin embargo, cada. paso de su fuauo
precaucional es un paso al cumpli-
miento de su tremendo destino. Ca-
lninando hacia Tebas se encuentra
en una encrucijada con un anciano
fuerte y díscolo, y que arbitraria-
lnente le cierra el paso. Edipo ri-
ñe con aquel desconocido impru-
dente y temerario. El anciano cruza
con su látigo el rostro de Edipo, y
éste hiere mortalmente á su ofensor,
dejándolo tendido á sus piés. Aquel
anciano era Layo, rey. de Tebas y
padre de Edipo.
Ignorando el parricidio que aca-
baba de cometer, continúa su mar-
cha serenamente y llega á' Tebas,
en circunstancias que esta ciudad
era desolada por la Esfinge; terrible
monstruo que tenía cabeza de mu-
jer, cuerpo de leona y alas de pája-
ro, y que se había situado en el
monte Fikión, en los alrededores de
- 277-
Tebas\ desde donde proponía á los
tebanos enigmas que había apren-
dido de las musas y devoraba á los
que no acertaban con la solución.
El número de las víctim:ls d ~ la Es-
finje se contaba por el número de
las personas á quienes proponía los
inso]ubles enigmas. Creón, herma-
no de Yocasta, había ofrecido la
corona de Tebas y la mano de la her-
mosa viuda de Layo al que librara á
Tebas dellnonstruo que la desolaba.
Edipo con todos los bríos, con to-
dos los ímpetus y con todas las au-
dacias de la juventud se resuelve á
tentar la aventura y se presenta de-
lante de la Esfinje, quien al verlo le
propone este enigma: «Cuál es el ser
que anda en cuatro piés por la ma-
ñana, en dos al mediodía y' en tres
por la tarde, y que lnientras lnás
piés tiene anda más despacio?¡, Edi-
po, con vivaz sutileza, dice inmedia-
tamente: e~e ser es el hombre, que
-- 278 -

en su infancia, es decir, en la maña-


na de su existencia, se arrastra so-
bre sus piés y sus manos; en la ju-
ventud, es decir, en el mediodía <.le
su vida se mantiene de pie sobre sus
dos piernas, y en la vejez, es decir,
en la tarde de su existencia, ya sin
fuerza, camina apoyándose en un
bastón). La Esfinge vencida por es-
ta acertada explicación se retuerce
de rabia y se precipita desde 10 alto
de la roca en donde había situado su
lnorada, y entonces Edipo la de-
güella con el cuchillo de los sacrifi-
.
CIOS.
Por su valor, por su sutileza y por
los inmensos servicios que acabah~
de prestar á los tebanos, librándolf)s
de la Esfinge, Edipo es nombrado
rey de Tebas y se casa con Y ocas-
ta, sin saber que era su madre.
Edipo vivió feliz muchos años, y
tuvo en Y ocasta dos hijos, Eteoc1e
y Polinice, y una hija, Antigona.
- 279-
De pronto se declaró en Tebas una.
peste horrible y misteriosa. Una ráfa-
ga de muerte soplaba furiosa y per-
manente sobre ella: los ganados mo-
rían en sus praderas, los frutos en las
yemas de los árboles, los niños en el
seno de sus madres. Entonces los te-
banas, sobrecogidos de espanto y de
desesperación, se juntan en proce-
sión imponente y acuden al palacio
real y le piden á Edipo que inter-
ponga la influencia de S'.l valor y de
su bondad ante los dioses, para que
hagan cesar los males que a...fligen
y devastan á Tebas. Edipo, profun-·
da mente conmovido ante aquella pro-
cesión suplicante, donde no faltaba
ni un niño, ni un anciano, ni una lUU-
ger de Tebas, promete interced~r ar-
dientemente ante los dioses. Sin pér-
dida de tiempo consulta al oráculo
sobre la causa de tanta calamidad, y
el oráculo le dice que la ira de los
dioses se ha desencadenado sobre Te-
- 280-
has y que el único causan~ esa
ira es el matador de Layo. Edipo
lanza sobre el desconocido matador
las más terribles imprecaciones, y
ordena una prolija investigación para
que se le descubra y se le castigue.
y no tarda en saberse, por boca del
adivino Tiresias, que ellnatador de
Layo está dentro de los muros de
Tebas y que no es otro que Edipo.
Asesino de su padre, esposo de su
madre y padre de sus hermanos, el
infeliz Edipo siente que su razón des-
fallece bajo el peso de tantas catás-
trofes. Y cuando se encuentra en
presencia del cadáver de Y ocasta,
que locamente desesperada al cono-
cer el horroroso descubrimiento aca-
haha de suicidarse estrangulándose
. con su cinturón, Edipo se abalanza
~obre el cadáver, arranca los largos
alfileres de oro del manto real, se le-
vanta los párpados y se clava aque-
llos alfileres en sus ojos, para que sus
~
. .
- 281

~jos .~"lelánte hundidos por siem.-


pre en las tinieblas no pudieran con-
templar lo que le causaba horror, ni
pudieran reconocer lo que antes se
complacía en contemplar!
El odio lnás implacable se de-
sató entonces en Tebas contra Edi-
po. Todos lo maldicen, todos lo
repudian, todos lo hostilizan, negán-
dole hasta el pan -y el agua. Abruma-
do así bajo el peso de las recrimina-
ciones populares y bajo el peso de los
decretos divinos, Edipo ~iego y po-
bre, enfenno y maldito, sale huyendo
desesperadamente de Tebas.
Sin embargo, no va completamen-
te solo: hay un ser que lo acompa-
ña. Su hija Antígona, el tipo lnás
puro, más delicado y más sensitivo de
las leyendas griegas, es la única per-
sona que se ha compadecido de él y
que lejos de abandonarlo ha queri-
do compartir sus desdichas. Así, Edi-
po se aleja .de la ciudad de su naci-
- 282 _.

miento conuucido por la mano de su


hija Antígona: á!1gel custodio que
cuiuauosamente va apartándolo de
las piedras y de las zar7. a.~,. \'a enju-
gám!ole las lágrimas y u~rramándole
en el corazón lacerado ~l uu1ce bál-
samo de su cariño y de su ternura.
Despu~s de mil peno'\as dificulta ..
des, llegan Edipo y Antígona á los
alreuedores de Atenas, adonde el
pueblo en masa se aglomera con cu-
riosidad y espanto á la vez, á contem-
plar alluella ernlnte y rara pareja,
compuesL'l de un réprobo y de un án ..
gel; de un viejo ciego, adusto y som ..
brío, cargado de <'TÍlnelles y de mal·
diciont's y de una niña hennosa y
huena, casta y sensitiva, de ojos cán ..
didalnente, celestemente luminosos
como estrellas.
Edipo no quiso entrar en Atenas,
y le pidiú á su hija que lo conduje..
ra al cercano bosque de Colona con·
sa~ado á las Eumt!nides, tli\"inidades
- 283-
cuyo oficio consistía en atormentar la
conciencia de los culpables. Cuando
negaron, Edipo queriendo ya termi-
nar su apesadumbrada vida, se des-
prendió de la mano de Antígona, lnal-
dijo á sus hijos Eteocle y Polinice,
que lo habían desamparado en la ad-
versidad, y penetró en el bosque sa-
grado, desapareciendo para siempre
entre relámpagos y truenos!
Se habían CUll1plido las siniestras
predicciones del oráculo; pero la Fa-
talidad implacable ~on Edipo había
determinado que la prole de esté
héroe desapareciera también trágica-
lnente.
Los dos hijos de Edipo, Eteocle
y Polinice, se disputaron con enco-
no la sucesión real. Eteocle se apo-
dera v~olentamente del trono y rei-
na en Tebas. Polinice se refugia en
Argos y pide al rey Adrasto, con
cuya hija se. casa, su protección con-
tra la usurpación de su hermano.
·- 284 --

Adrasto toma parte con ahinco en la


querella de Polinice, y se organiza en
Argos la célebre expedición guerrera
de los siete jefes CO'ni1YL Tebas. La
guerra fué tremenda; los episodios
que la forman son terribles: en ellos
vénse estallar en toda su violencia la
fiereza de las pasiones que animaban
;.'t los hombres de aquellas edades.
Como la lucha se prolongara san-
grientamente sin ventajas para nin-
gun bando, Eteocle y Polinice resoi-
vieron dirimir la contienda en un
combate singular. Los dos hermanos
l'e destacan de sus respectivos ejérci-
tos, se contemplan con odio crujiente
y relampagueante y se abalanzan
uno sobre el otro, con ira tan ciega é
impetuosa, que ambos quedan muer-
tos sobre el campo de batalla: se ha-
hían clavado mutuamente sus cuchi-
llos en el corazón!
Creón, hermano de Y ocasta, se apo-
deró entonces del trono de Tebas, y
- 285-
prohibió bajo pena de muerte que se
diera sepultura á aquellos dos herma-
nos fratricidas, para que fueran devo-
rados por las hienas ó por las aves de
rapiña y no quedara de ellos rastro
alguno sobre la tierra. Pero Antígona
estaba allí, y tan piadosa hennana co-
lno había sido piadosa hija, no podía
permitir que los cadáveres de sus her-
manos fueran profanados quedando
insepultos, y resolvió tributarles los
honores fúnebres que los librara de
la profanación que. había decretado
Creón. Á la noche, burlando la vigí-
lancia de las guardias del rey, Antí-
gana se encamina al campo sangrien-
to donde yacían insepultos sus her-
lnanos, forma una pira de leñas olo-
rosas, coloca sobre ella los elos cad,í-
veres y le prende fuego, para que
convertidos en cenizas aquellos cuer-
pos, el viento se los llevara evitando
la profanación. Y cuentan las leyen-
das griegas que apenas Antígona
- 286-

encendió la pira, vióse á ésta di,;dir-


~e violentamente en dos llamas de
distinto color, correspondiendo cada
llama á cada uno ~e ~os cad{weres; y
que cuando el fuego hubo terminado
~u obra; un ráfaga de viento separó
las cenizas de cada cadáver y las dis ..
persó en opuestas direcciones. Con
lo que se demostraba que el odio que
había separado en vida á aquellos
dos hermanos, era tan treInendo y
tan inextinguible que subsistía hasta
en la In uerte .
Creón, en vez de compadecerse de
la piadosa Antígona, se enfureció con
ella y la condenó á ser enterrada vi-
va; pero Antígona no se anitnó á su-
frir tan horrible suplicio y apresuró su
muerte estrangulándose con su .bri-
lIante y flexible cinturón.
La prole de Edipo quedaba exter-
minada trágicamente. Los decretos
de la Fatalidad se habían cumplido
- 287-
y esta sombría deidad estaba impe-
rante y satisfecha!

La Fatalidad era un dogma del pa-


ganismo: dogma terrible que produ-
cía, COlno consecuencia, la desespe-
ración con sus desalientos, sus hieles
y sus sombras. El cristianislno - la
más pura, la más bella, la lnás dulce,
]a más excelsa de las religiones-lo
suprimió, sustituyéndolo por el dog-
lna de la Providencia: de cuyo seno
divino surge la esperanza con sus es-
tímulos, sus bi'llsamos y sus nítidos
resplandores.
25 DE MAYO
(DISCURSO U:íno E!iI EL CO!ilCIERTO LITERARIO-lIUSIC..H.,
C'SLKlIRADO 1<::\1 F.:L TEATRO RIVERA I!ilDARTE, BAJO I,OS
AUSI'WIOS DE LA Sociedad de Benl'fiCRtlCia, EN I.A NOCln:
DEL 25 m: )lA YO m:1898.)

EXCMO. SEÑOR GOBERNADOR:

SEXORAS:

SEÑORES:

Cuando se está mirando la bande-


ra nacional, y alIado de la bandera
que ondula se destaca el escudo ma-
gestuoso y sereno, y escudo y ban-
dera se contemplan escuchando las
notas y los cánticos del Himno vi-
- 290-
brante y sugestiyo,
... no hay
.
palabra
que no resulte pálida, y fría, y esté-
ril, para sostener la emoción que pro-
ducen conjuntamente esos tres excel-
sos y adorados símbolos del honor,
de-la invulneralidad yde la gloria de
la patria: emoción tan profunda y ab-
soluta que absorbe por completo
nuestro ser, nos enciende un entusias-
mo eléctrico, nos hace olvidar las tris-
tezas, los dolores y las pasiones que
nos circundan y atormentan, nos in-
flama el corazón y la fantasía, nos
haces penetrar en el seno misterioso
del porvenir, donde vislumbramos la
visión de la patria asombrosamente
grande, hermosa y fuerte; y. nuestra
arcilla experimenta palpitaciones tan
hondas que casi nos sofocan; y nues-
tro espírítu siente vibraciones tan fuI ..
gurantes é impulsos tan vivaces y ex-
celsos, como si se sintiera con alas
para remontarse más allá de los lin-
des de la lnirada, e hasta encontrar ]a
- 291 --
región inviolada del infinito, donde
ge~.minan y florecen los astros y las
almas! »
y si no hay palabra suficientemen-
te encantadora y vibrante á la vez
para 111antener viva dicha emoción,
lnenos, mucho menos lo es mi pala-
bra, que no tiene ni el encanto de la
yibración ni la vibración del encanto.
Sin embargo, aquí estoy, porque
así lo han resuelto las distinguidas
damas de la Sociedad de Beneficen-
cia' por cuya iniciativa y bajo cuya
dirección se celebra esta fiesta con-
lnemorativa. Yo he debido aceptar
la gentil y honrosa designación que
se me ha hecho, para corresponder
siquiera con mi buena volunta~ á las
grandes consideraciones que mere ..
cen damas tan cultas y meritorias; y
he aceptado, no ob!i)tante mi profun-
da convicción, expresada y fundada
oportunamente con diáf~na sinceri-
dad, de que con el concurso de 'mi
- 292-

palabra yo vengo á empañar los en-


cantos y á sombrear los fulgores de
este solemne y espléndido festival.

SEÑORAS: SEÑORES:

Todos los pueblos que han conse-


guido ser árbitros de sus propios
destinos tienen sus fechas excelsas:
aquellas que rememoran un aconte-
cimiento 'glorioso y una evolución
trascendental en el desenvolvimiento
de su vida histórica.' Y esas fechas
se graban, se incrustan, por decirlo
así, en la conciencia y en el corazón
de sus hijos, y se convierten en cifras
sagradas, que el pueblo venera con
culto palpitante y exaltado. Para el
pueblo argentino, el 25 dé' Mayo es
una de esas fechas excelsas: ella le
rememora su advenimiento á la vida
emancipada.
Las leyes históricas, como las leyes
de la naturaleza, no pueden contrave-
- 293-
nirse, y se cumplen indefectiblemen-
te en la hora prefijada por aquel Ár-
bi~~ supremo, que en el seno de la
eternidad y del infinito labra itnpe-
riosamente el movimiento, los suce-
sos y los destinos de los mundos.
Bajo el imperio de esas leyes, el
pueblo argentino en la revolución de
l\layo, sintiéndose fuerte y capaz, se
empeñó, más por instinto que por re-
flexión, en desasirse de todo aquello
que lo oprimía, que lo amarraba y
le impedía el desenvolvin1iento de
sus energías vitales; y procediendo
con brusca y fecunda violencia rasgó
las sofocantes envolturas del colonia-
je: buscando el espacio, la luz, el mn-
hiente, la vida, es decir, la inq~pen­
dencia y la libertad.
He dicho que los revolucionarios
de l\-layo procedieron trascendental-
mente más que por reflexión, por ins-
tinto, obedeciendo, sin quda, al im-
perio misterioso de esas leyes· histó-
- 294-
ricas á que he aludido. Los hombres
pensantes de la revolución de ~Iayo
no le imprimieron los rumbos y los
ideales que la caracterizan. Fué la
luasa popular, la masa popular tu-
luultuaria y anónima, la que determi-
nó la índole de la revolución, y est3.
impersonalidad es lo que constituye
su carácter especial y sagrado.
Sí, intervinieron individualidades
pensantes en la revolución del 25 de
:\tIayo de 1810; pero el verdadero
caudillo v el verdadero numen de
"'
aquella revolución fué el pueblo, lnis-
teriosa y ardientemente inspirado.
Por eso la fiesta conmemorativa del
25 de :Mayo es por excelencia la.
fiesta del pueblo argentino.
El 25 de ~{ayo de IStO·el puehln
argentino, declarándose árbitro de
sus destinos, nació á la vida históri-
ca, y junto con su vida histórica co-
lnenzó la lucha, --la lucha, fondo y
trama de toda vida!
295 -

Los pueblos no se independizan


ni .se constituyen establemente, sino
entre convulsiones, fuego y sangre.
Tal vez así está incontrastablemente
escrito! Quizá las convulsiones, el fue-
go y la sangre sean indispensables
para dar grandeza, pompa y l11ages-
tad á la historia y á las leyes de los
pueblos. Recordemos que el l11ás su-
blime de los códigos, aquél que ha
servido de base á la legislación de
todos los pueblos. civilizados, aquél
que es la piedra angular sobre que
descansa la estabilidad social, el De-
cálogo, fué entregado por Dios mis"
lllO al que conducía el pueblo elegi-
do á la tierra de promisión, fué en . .
tregado por Dios mismo á ~~?isés,
entre nubes, truenos y relál11pagos,
allá en la siempre tempestuosa y
relampagueante cumbre del Sinaí!
La epopeya de la independencia
argentina es larga y acci~entada. Se
compone de múltiples é interesantes
- 296-
episodios. CuáQta luz, cuánta som-
bra, cuánto denuedo, cuánto sacrifi-
cio! Algún día ha de nacer el Home-
ro que la cante en versos inmortales .
. Cuando se penetra en la complica-
da y cambiante trama de esa epope-
peya y se estudian los ideales que
la informan, cómo se inflama y se
acrisola el alma! Y qué inmensa tris-
teza la que se experimenta cuando se
,'an viendo desaparecer trágicamente
á sus héroes!

Á Mariano Moreno, el alma más


radiante de la revolución, el que vis-
lumbró como nadie , los destinos fu-
turos de la patria. A Mariano 1vIoreno,
luuriendo en la flor de la edad, y sin
que le fuera dable dormir' el sueño
final en el seno de la tierra querida.
Sus huesos yacen para siempre en
.el fondo de la enorme é insondable
urna azul del Atlántico!
Á Juan José Castelli, tan inteligen-
- 297-

te y tan enérgico; tan resuelto sienl-


pre á toda lnedida violenta, con tal
que fuera en holocausto á la patria. Á
Castelli, carácter de acero, 111uriendo
de la más trágica de las lnuertes: mu-
riendo de pesar!
Á Bernardo Monteagudo, el más
fogoso de los tribunos, cuya alma
enigmática estaba perpetuanlente en-
vuelta en densos y sombríos celajes,
pero también perpetUa111ente incen-
diada por el patriotismo. Á Bernardo
:Monteagudo, luchando con desespe-
ración por última Yez .... para arra n -
carse el puñal que aleve y lnortalmen-
te le habían clavado en el pecho sus
embozados enemigos!
Á José de San Martín, .la figura
lnás grande, más imponente, mIs 1",-
-pidaria de nuestra historia. Á José
de San l\lartin, el héroe nacional por
excelencia, muriendo en la más
amarga y desesperante de las sole-
dades: en la soledad del ostracismo!
- 298-

Ya lo véis! Los héroes de la epo-


peya argentina, como los héroes de
todas las epopeyas, son víctimas del
infortunio, y todos mueren trágica-
lnente!
No lo extrañéis! La montaña del
heroísmo es siempre la montaña del
calvario! La montaña del heroísmo
no está tapizaua con alfombras de
Turquía! En su cima brilla el res-
plandor fascinante de la gloria; pe-
ro sus flancos están erizados de ás-
peros y cortantes escollos, de pro-
fundos y peligrosos abismos, de zar-
zas enmarañadas y punzantes. Los
predestinados se encantan, se apa-
sionan del resplandor fascinante de
la cima, sienten impulsos ~~resisti­
bIes de bañarse en él, y emprenden el
ascenso de la montaña. La ascen-
sión es complicada y dolorosa. Hay
{lue marchar en constante inquietud,
en permanente batalla, en continuo
desgarramiento: orillando los abis-
- 299-

mas, removiendo los escollos, sepa-


rando las zarzas· que ensangrientan
el corazón. Y mientras la lucha es
lnás ardua, luás amarga y luás dolo-
rosa, el resplandor de la cima es más
intenso y fascinante! Y los héroes pug-
nan y se esfuerzan con febril ardi-
luiento por llegar á ella. Y al fin lle-
gan ..... pero muertos! Han dejado la
vida -á gironesen las fragosidades
bravías del camino. N.o importa! La
lucha y el infortunio los han luartiri-
zado, pero á la vez los han purificado;
y al llegar á la cima de la luontaña,
que es haber llegado á la muerte, el
resplandor de la gloria los circunda
con una auréola tan brillante que los
presenta exentos de manchas: consti-
tuyendo así el honor de la patria y la
admiración y el culto de las genera-
ciones!
Yo no dispongo aquí del tiempo ne-
cesario para hacer desfilar, ante vues-
tros recuerdos, el brillante cortejo
- 300-
de héroes de la 'hermosa epopeya
nacional.
Pero, como á un rápsoda que está
contando fragmentos de esa epopeya,
permitidme que aún hable de uno de
sus héroes. Permitidme que en este
solemne aniversario, y en estos solem-
nes momentos, evoque el recuerdo de
:l\Iartín Güelnes: ese paladín de nues-
tra independencia,--,-de contornos tan
originales. Ese paladín que se amol-
daba al lenguaje y á la~ costumbres
de sus soldados, para compenetrarse
íntimalnente con ellos é infundirles el
purísimo y ardiente patriotislno que
exaltaban su corazón y su alma. Güe-
ll1es vestía el traje del gaucho; pero
en Güemes, el poncho era una clámi-
de y la vincha una diadelna! l\'Iartín
Güemes, al frente de un escuadrón de
~auchos, que era un escuadrón de
centauros, recorría las fronteras de
la patria haciéndolas infranqueables.
Güemes, es pues, el genio tutelar, el
-.301 -
héroe legendario, el semidiós de las
fronteras nacionales. Y si luañana
algún pueblo a venturero, ó algún pue-
blo ingrato, pretendiera invadir esas
fronteras, la sombra heroica de l\Iar-
tín Güemes será el ángel custodio de
nuestros ejércitos, y una vez rotas las
hostilidades y una vez empeñada la
lucha, veremos en qué campamentos
resuenan primero las dianas de la vic-
toria!
En este día clásico de la patria, yo
siento estallar entrelazadamente "en
lni alma mis sentimientos argentinos
y mis sentimientos americanos. :Me
enorgullezco al recordar que el rasgo
luoral característico de mi patria es
ese espíritu caballeresco, que siempre
ha impreso á todos los acontecimien-
tos que forman el drama de SlJ historia.
Espíritu caballeresco que ha hereda-
dado de la lnadre patria; de aquella
nación para nosotros siempre tan que-
rida, {l quien hoy, con profunda pena
- ::so:! -
y á la "ez con profunda admiración,
"emos agredida, ensangrentada y cir-
(,undada de mortales peligros; pero,
~iempre altiva j' briosa, resuelta á ju-
J.!ar á fondo la partida en que estL\ em-
peñada: porque España es siempre
l."ahallf"resca y siempre hf"roica, lo mis-
mo en la defensa de su..~ derechos, que
en la defensa de sus ofuscaciones!
Nuestra patria es grande y fue rtf"
en el pre~ente; pero, aún ha de ser
111ás grande y más fuerte en el futuro:
porque grandes y fuertes estiln llama-
das .í ser todas las naciones de este
(~ontinentf' americano, el más gran-
dioso de los continentes por sus con-
tornos, por sus riqueza.."i y por sus
destinos; de e-ste continente america-
no, refll~o ~.. grad() de todos los que
aman la libertad y el trabajo y no Io.~
encuentran en su patria; de este con-
tinente americano, enorme crisol et-
nugráfico, donde estin destinadas á
fusionarse todas las razas, convirtién-
- 303 --

<lose en el magnífico santuario abierto


de la democracia universal; de este
continente americano, circundado por
los dos océanos más lnagestuosos,
abrasado el corazón por los trópicos,
y cuyos extremos están envueltos mis-
teriosamente en los cendales de las
brumas de ambos polos; de·este con-
tinente americano, cuyas lnaravillas
naturales están cantando su exube-
rancia y su lnagnificencia; de este pri-
vilegiado continente americano, don-
de se contempla lalnás asombrosa de
las cataratas: la catarata del Niágara;
el más encantador y fascinante de los
mares: el mar de las Antillas; el rey
de los ríos: el rio Amazonas; la lnás
fértil y hermosa de las llanuras: la
Pampa argentina; la más volcánica y
opulenta de las cordilleras: la cordi-
llera de los Andes; la más fuerte y
señorial de la a ves: el cóndor; y le-
vantando"la vista más arriba, la más
divina y simbólica de las constela-
- 304-

ciones: la fulgurante constelación del


Crucero!
Estamos en los dinteles del siglG
XX. Pues bien, en este día clásico de
nuestra historia, en este día en que
en la lnente sólo fulguran los ~upre­
mos ideales, yo elevo lni más fervien-
te súplica al Árbitro de los mundos y
le pido, con el alma arrodillada, que
el sol del primer d~a del siglo XX no
alumbre un solo pueblo americano
.que no sea independient~ y libre!

SEXORES:

Esta hennosa fiesta conmelnorati-


va se celebra bajo los auspicios de la
noble Sociedad de Beneficencia, que
tantos, y tan elevados, y tan eficien-
tes servicios presta constantemente en
esta capital. Nada más acertado. Las
damas cultas, ilustradas y virtuosas
que forolan esa sociedad benéfica por
excelencia, son quienes lnerecen cus-
- 303-

todiar una fiesta tan solemne com()


ésta; fiesta que, por la lnagia de los
recuerdos, convierte al recinto donde
se celebra en glorioso santuario, don-
de se venera virtualmente la imagen
de la patria!
Don Bernardino Rivadavia, elhom-
bre público de vistas ln1.s profundas
y de ahna lnás acrisolada que ha
tenido este país, don Bernardino Ri-
vadavia, durante cuyo lninisterio se
produce la eflorescencia de nuestras
instituciones libres, queriendo dejar
estampado hasta en el corazón de la
sociedad ia huella luminosa de su es-
píritu reformador, entrega á la mujer
el sacerdocio de la beneficencia pú-
blica, fundando en Buenos ·.A.ires la
Sociedad de Beneficencia.
La mujer argentina fué espartana
en la guerra de la Independencia, ro-
Jnana en la,~ luchas civiles, y fuerte y
abnegada en todas las circunstancias.
Pero, desde que tuvo á su custodia la
- 306-

beneficencia pública, su radio de ac-


ción constante y eficiente, hasta en-
tonces circunscripto al hogar, se des-
horda, se ensancha, se engrandece,
extendiéndose á la escuela, á los asi-
los, al hospital. Donde quiera que el
infortunio bate sus alas sombrías y
vierte sus hieles, allá acude la mujer
argentina, á derramar los resplando-
res y los raudales balsámicos de su
ternura y de su caridad.
Los pueblos antiguos no compren-
dieron la hermosa misión destinada á
la mujer en la sociedad; desconocie-
ron el tesoro de sus virtudes nativas,
y la mantuvieron en una deprimente,
amarga y triste esclavitud. El cristia-
nismo la redimió. Entonces púao mos-
trar el magnífico tesoro de sus virtu-
des. Y hoy, todos los pueblos cultos
le rinden cordial homenaje, y la col-
lllan de consideraciones. La esclava
se ha convertido en reina. Pero es
una reina cuyo cetro es de nítido cris-
- 307-
t~l, Y sólo debe ejercer su influencia
y su autoridad en el campo de la ab-
negación y de la virtud, para que no
se quebrante su poder ni se empañe
su diadema.
En la lucha cruda é inevitable que
sostienen los hombres entre sÍ, la lnu-
jer no debe enconar los ánimos, sino
serenarlos; no debe ahondar las he-
ridas, sino vendarlas; no debe en-
cender los odios, sino encender en
los corazones la pasión por]o gran-
de, por lo bueno, por lo justo, por lo
bello.
En la existencia batalladora del
hombre, la mujer debe jugar el rol
que juega la palmera en el 9..esierto,
el lirio en el valle, el ruiseñor en la
selva, el lucero en el firmamento, es
decir, que debe ser un refugio repa-
rador, un encanto balsámico, una no-
ta dulcísima, un resplandor divino.
La mujer no' debe perder jamás
esa auréola de encantadora idealidad
- 308-
que la . circunda, auréola que no es
otra cosa que la irradiación de su al-
ma: de su alma empapada en una
esencia misteriosa: de su alma tan
extremada y refinadamente sensitiva,.
virtuosa y radiante, que siempre está
latiendo amorosamente en su cora-
zón, vibrando dulcemente en sus la-
bias, fulgurando hermosamente en
sus ojos. Alma blanca y perfumada
como una azucena; cincelada y res-
plandeciente COlno una joya; más.
aún, cincelada y resplandeciente .....
como una estrella!

SE~ORAS: SE~ORES:

El 25 de Mayo de 1810 'señala el


génesis de la nación argentina, y hoy,
88° aniversario de aquella fecha, po-
demos decir que la nación argentina
ha resuelto fa vorablenlente los pro ..
blemas y luisterios de su génesis, y
que está ya entregada firmemente
-- 309 --

en la persecución de sus nobles idea ..


les. Podemos celebrar complacidos
el aniversario de aquel día excelso.
El espectáculo que presenta en la ac-
tualidad la República Argentina no
puede ser ni lnás hermoso, ni lnás
edificante, ni sus perspectivas pueden
ser lnás grandiosas: en cuyas pers-
pecti\"as se vislumbran sus altos des-
tinos.
Libre y soberana, altiva y laborio.;
sa, la República Argentina está entre.-
gada de lleno á los múltiples desdo-
blamientos de su vitalidad, trabajando
con ahinco en su engrandecimiento
material y moral: explorando y lnen-
surando sus más lejanos ter:¡jtorios;
cultivando sus extensas y fértiles lla-
nuras; explotando las variadas é ina-
gotables riquezas de su suelo; fomen-
tando rápidamente su población, es-
timulando la afluencia de la inmigra-
ción, que hace florecer colonias, villas
y ciudades en todas sus comarcas;
-- 310 -

celebnindo relaciones comerciales y


diplomáticas con los paises más im-
portantes de América y Europa; adop-
tando los lnás modernos inventos de
guerra y de labor; fundando y espar-
ciendo profusamente esos templos
del trabajo, que se llaman talleres, y
esos templos de la cultura, que se lla-
lnan escuelas; asimilándose las cos-
tumbres de los pueblos lnás cultos;
pulimentando su sociabilidad con el
cincel de la instrucción 'pública; pro-
tegiendo decididamente la efiores-
cien te de las letras, de las ciencias y
de las artes; reformando sus leyes, en
consonancia á las últimas teorías cien-
tíficas; armándose serena, pero re-
sueltatnente, no para agredir ni para
detentar derechos de nadie, sino para
resguardar y defender con éxito sus
riquezas, sus derechos y su honor á
la sombra de su gloriosa bandera:
incorporada, en fin, al concierto de
las naciones libres, civilizadas y fuer-
- 311 -

tes, y en caluino de ser, digámoslo


sin orgullo, pero cqn inmensa y des-
bordante satisfacción, en· camino de
ser la prinlera nación de este esplen-
doroso continente, - de este esplen-
doroso continente americano, descu-
bierto por el genio y la perseverancia
de Cristoforo ColOlubo!
íNDICE

I"ÁOUA

AD~'F~EXCIA .
J~ '.

· jg. ...~~(,IDIO... .. . ~. . . . . . 7
l'F;llR.O GO\'"ENA....................... 2;)

.'LEOPOLOO
~.
DE Jl"UO.. .. ........................
LUGONES... ..... ........
*1
4:1
,
• EL SIlIBOLISl[O ................ , . . . . . . fi!l
:lNARTSTO CA.RRIEGO......... ... . .. ' Hi
~xtS'roC'LES y ARÍSTIDE..;;.,... .'.. 111,)
:-:lRDAxÁPALO .............. '.. . . . . . . .. 1m
1m MI ARCHIYO. .. ... .. .. .. .. .. .. . .... 1Hi
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