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Ciencias Sociales y Educación, Vol. 3, Nº 5 • ISSN 2256-5000 • Enero-Junio de 2014 • 328 p. Medellín, Colombia 195 ▪
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un método de transición del cual el presente representa el centro. Foucault está ahí, en
ese hueco, ni en el pasado, del que hace la arqueología, ni en el futuro, del que a veces
esboza la imagen –“como en los límites del mar, un rostro sobre la arena”-. Es a partir
del presente como resulta posible distinguir los demás tiempos. A menudo se le ha
reprochado a Foucault la legitimidad científica de sus periodizaciones; es comprensible
la actitud de los historiadores, pero al mismo tiempo me gustaría decir que no se trata
de un verdadero problema: Foucault se encuentra allá donde se instale la problemática,
y esto partiendo siempre de su propio tiempo2.
Para Foucault el análisis histórico tiene que ver con la acción, el conoci-
miento del pasado con la genealogía, y la perspectiva futura con el dispositivo.
Así, acción, genealogía y dispositivo subyacen en la labor crítica de la escritura
foucaultiana que evoca la lucha (conocer es producir subjetividad), el encarnar
el riesgo más allá de una necesidad y el desplazarse en los márgenes, en los
goznes, de la ataduras teleológicas. Foucault transita en su obra por problemas
como la aparición del discurso en el contexto de las ciencias humanas (arqueolo-
gía del saber), una lectura de la Modernidad occidental por medio del concepto
de episteme, estudia las relaciones entre saberes y poderes con la aparición de
las disciplinas, del control y de los biopoderes, de la norma y de la biopolítica
siguiendo una analítica general del poder según una historia de la categoría de
soberanía hasta las formas de actuación del poder en el siglo XX; por último,
Foucault se interesó por el análisis de los procesos de subjetivación bajo la óp-
tica de la estética como construcción de uno mismo y la relación política de uno
mismo con los otros, desde la dimensión de la ética. Todas estas propuestas se
circunscriben en lo que podría ser denominado un estilo de pensamiento que se
reconoce en una genealogía del presente, o lo que él denominaba una ontología
crítica de nosotros mismos, de producción de subjetividades. “Foucault lo repite
a menudo cuando habla de su pasión por los archivos y del hecho de que la
emoción de su lectura procede de que nos narran fragmentos de existencia: la
existencia, pasada o presente, ofrecida en papeles amarillentos o vivida día a día,
es siempre un encuentro con el poder; no es más que eso, pero es algo enorme.”
(Toni Negri, sobre Foucault, 2004). Un encuentro con el poder entendido como
algo inestable que fluye y transita a través de los individuos, poder fluido que,
como dice en su libro Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, fundamenta
el crecimiento del sistema capitalista al modificar los modelos de producción
haciendo partícipes a todos los individuos, trabajo biopolítico, de un régimen
organizado de producción de subjetividad capitalista de aquello que circula como
mercancía y fluye como desecho. Esta noción de poder ve al individuo como algo
potencial a través del cual discurren fuerzas que se ponen en funcionamiento en
su relación con otros individuos. Por ello, el poder antes que existir se ejerce no
2 Artículo-entrevista a Toni Nigri sobre Michel Foucault para FSU-Nouveaux Regards, agosto de 2004.
Versión en español de Diego L. Sanromán para la publicación digital Multitud (Colaboratorio de singularidades
simbiontes). En: http://colaboratorio1.wordpress.com/2009/11/14/sobre-foucault-toni-negri-2004/
3 Michel Foucault (1980). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. México: Siglo Veintiuno.
4 Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diploma de Estudios Avanzados del
Instituto de Historia de las Ciencias y de las Técnicas de París. Doctor en Historia y Filosofía de las Ciencias,
Universidad París I, Panteón-Sorbona. Profesor titular en Historia de la Biología, Jubilado de la Escuela de
Estudios Filosóficos y Culturales, Profesor emérito de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Uni-
versidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Correo electrónico: lapalau@une.net.co
5 Cada texto traducido conserva el formato de presentación en francés.
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Un vagabundeo metódico6
Mathieu Potte-Bonneville7
Vagabundeo fundador
Primero geográfico y biográfico, el vagabundeo se afianza pronto como el resorte
secreto que alimenta el deseo mismo de escribir, deseo que la Arqueología del
saber describe como la construcción de un “laberinto por el que aventurarme,
con mi propósito por delante, abriéndole subterráneos, sepultándolo lejos de
sí mismo, buscándole desplomes que resuman y deformen su recorrido, labe-
rinto donde perderme y aparecer finalmente a unos ojos que jamás volveré a
encontrar”10. A todo lo largo de los años 1960, el lector de Foucault cruzará por
lo demás otros laberintos: los lingüísticos y literarios, de Raymond Roussel,
donde el sentido no se aloja en el hueco de los signos como una instancia previa
o un mensaje que hay que descodificar, sino que nace de sus propios meandros
6 Mathieu Potte-Bonneville, Un vagabundeo metódico. En: Le Magazine Littéraire, N.° 540 (Dossier: Foucault,
inédito), febrero de 2014. Traducción de Luis Alfonso Paláu Castaño, Medellín, 19 de marzo de 2014. <los
números entre paréntesis son los de las páginas de los originales…>
7 Filósofo francés, nació en 1968, profesor de la Ecole Normale Supérieure de Lyon. Presidente de l’Assemblée
Collégiale du Collège International de Philosophie. Potte-Bonneville ha sido profesor de filosofía en Jean
Jaures Montreuil. Especialista en la obra de Michel Foucault y director del Portail Michel Foucault Archives.
Co-fundador de la revista Din y columnista habitual de “La Grande Table”.
8 Michel Foucault. Seguridad, territorio, población. Curso en el Colegio de Francia, 1977-1978. Buenos Aires:
Fondo de Cultura económica, 2008, p. 97.
9 “Prefacio” en Obras esenciales I: entre la filosofía y la literatura. Barcelona: Paidós, 1999. p. 129.
10 Michel Foucault. Arqueología del saber. México: Siglo XXI, 1970. p. 29.
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queología para explicar las causas del paso de una formación discursiva a otra;
su incapacidad también para fundamentarse ella misma y darle sentido a los
compromisos de Foucault habrían suscitado la introducción de una genealogía
más atenta a la materialidad de los conflictos sociales; pero este cuadro de un
mundo donde los individuos serían los juguetes de las maquinaciones del poder
habría conducido a su vez a una toma en cuenta más fina de la iniciativa y de
la libertad de los sujetos.
Hitos cronológicos
1926. 15 de octubre, nacimiento de Paul-Michel Foucault en Poitier, donde su
padre es cirujano del hôtel-Dieu.
1946. Recibido en la Escuela Normal Superior de la calle Ulm. Allí conoce a
Louis Althusser, que se volverá en 1948 profesor asociado de Filosofía.
1948. Foucault obtiene una Licenciatura en Filosofía en la Sorbona.
17 Arqueología del saber. p. 345.
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Frédéric Gros19
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de los enunciados y descripciones de una época, lo que los hace posibles a todos
en su coherencia. Es necesario buscar por debajo, más acá de lo que está dicho
y visto en una época, los sistemas de constreñimientos que hacen visibles y
enunciables a estas cosas, y no a otras.
Foucault da muchas versiones de estas formaciones arqueológicas que so-
portan la articulación singular de las palabras y de las cosas para cada época;
para comenzar, es “la experiencia fundamental” en la Historia de la locura como
percepción cultural colectiva que orienta el sentido de las prácticas sociales y de
las definiciones médicas de la locura; es “la estructura del ver y del hablar” en
Nacimiento de la clínica que anuda siguiendo una articulación siempre singular
de lo que se puede ver y lo que se puede decir del cuerpo enfermo; finalmente,
la “episteme” de Las palabras y las cosas, como regla anónima e histórica de
construcción del objeto del saber, ya se trate de pensar el lenguaje, el viviente
o el intercambio económico.
Confrontado con todos los enunciados médicos, científicos, eruditos, etc.
depositados en el archivo de la historia, y que en un momento fueron recibidos
como pertenecientes al “saber verdadero”, Foucault no pregunta cuáles son
verdaderos y por qué, ni cuál es la significación profunda o latente que habría
que sacar a flote, sino gracias a cuáles reglas se han formado todos ellos en
un momento dado. Estas reglas no son ni lógicas, ni epistemológicas, ni her-
menéuticas, sino “arqueológicas”. No se trata de reglas puramente formales
o “estructurales” sino que ellas organizan la articulación de los saberes con
prácticas institucionales y sociales, e incluso con las percepciones concretas.
Ellas constituyen pues lo que articula silenciosa e históricamente nuestro
saber de las cosas en su dimensión de existencia. Ellas dan cuenta de lo que fue
dicho en tanto que fue dicho, y no otra cosa. El enunciado del saber es tomado
en su dimensión de materialidad, de acontecimiento, de rareza. Pues un saber,
antes de ser verdadero o falso, existe, es decir que distribuye, según modalidades
históricas (susceptibles de transformaciones), posiciones subjetivas, regímenes
de objetos, configuraciones conceptuales, e informa prácticas. La formación ar-
queológica está en retiro con respecto a la disposición epistemológica, pero es
este más acá el esencial; la arqueología describe las condiciones de existencia
y de realidad del saber, cuando la epistemología determina sus condiciones de
verdad (o de verificación).
***
Este nuevo método de escritura de la historia de los saberes no puede dejar
de tener efectos sobre su objeto propio, puesto que se trata cada vez de interro-
gar las ciencias humanas; por tanto, ese momento de constitución del hombre
como objeto de saber, ese momento en el que el hombre se volvió un animal de
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Políticas de la verdad
El segundo período intelectual de Foucault, caracterizado por un compromiso
siempre más marcado en luchas políticas (Grupo de información sobre las prisio-
nes, etc.), es designado a menudo como “genealógico”. Se distingue entonces las
arqueologías del saber y las genealogías del poder. Pero la continuidad con los
estudios anteriores sigue siendo profunda. La interrogación arqueológica tenía
que ver con esos grandes sistemas que constituían para los conocimientos ver-
daderos, y más allá de ellos, un espacio de orden, de reunión y de recogimiento.
Hasta entonces habían recibido estatutos ambiguos donde se mezclaban las
herencias contrastadas de la fenomenología, del formalismo estructuralista, de
la historia de las mentalidades, y quizá sobre todo de la experiencia literaria. Era
la experiencia cultural fundamental (Historia de la locura, 1961), la articulación
estructural de la palabra y de la mirada (Nacimiento de la clínica, 1963), una
red formal y abstracta (las Palabras y las Cosas, 1966), las reglas de formación
discursivas (la Arqueología del saber, 1969).
Esta vez se trata de rencontrar, como matrices de los discursos verdaderos,
dispositivos de poder. El concepto de “voluntad de saber” sirve para enmarcar
estos análisis. Es necesario entonces oponer el deseo de conocimiento a la vo-
luntad de saber. El deseo de conocimiento, de Platón y Aristóteles a Spinoza, es
lo que anuda entre un sujeto y una verdad pre-dados un acuerdo interior, desde
siempre ya secretamente anudado, de tal suerte que el movimiento por el que el
sujeto conoce la verdad efectúa su naturaleza inmemorial. La voluntad de saber,
de los sofistas a Nietzsche y a Freud, descubre tras la búsqueda de verdad el
juego siempre movidito de las pulsiones o de los instintos de dominación; la
relación del sujeto con la verdad es una relación de poder que se entabla en la
exterioridad de la historia, apoyado por prácticas e intereses sociales. Es en esta
perspectiva que la sexualidad será descrita no como una constante antropológica
poco a poco descubierta en su naturaleza por saberes positivos, que superan
corajudamente las censuras y prohibiciones sociales, sino como una toma de
poder sobre los cuerpos y la palabra; incitar, en el secreto del intercambio, a
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Todo este proceso genealógico supone un pensamiento de la verdad bien
alejado de las grandes tradiciones clásicas. Vamos a detenernos aquí en tres
dimensiones: la verdad como tecnología, como producción de realidad y como
procedimiento de sujetamiento.
Se podría decir, de una manera extremadamente general, que en una con-
cepción clásica la verdad está pensada como universal, eterna y desinteresa-
da, en derecho. Se le daría idealmente a todos y por todas partes, incluso si
de hecho, ella solo se le descubriría a los espíritus suficientemente rigurosos,
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Homenaje a Michel Foucault
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el que me encuentro en tanto que historiador de comienzos del siglo XXI con
respecto a una obra de comienzos o de fines del siglo XVI. Este anacronismo
constitutivo de mi relación, ya sea material o mental, puede conducir a resulta-
dos, teóricos por un lado, históricos por el otro, extremadamente interesantes
e, incluso, fructuosos.
Voy a tomar un ejemplo célebre, el de las Meninas de Velázquez, y del fa-
moso texto que le consagró Michel Foucault, como prefacio de su libro seminal
Las palabras y las cosas que data de 1966. Ustedes saben que este libro es una
arqueología del saber: la epistémè y el Renacimiento, luego el paso a la época
clásica y a la representación, con el “Yo pienso” que debe poder acompañar toda
representación… Michel Foucault pone en exergo de esta reflexión las Meninas
de Velázquez a las que califica, luego de un magnífico análisis, de “represen-
tación de (p. 265) la representación clásica”. Es un texto célebre, fundamental,
espléndido, que es preciso leer y releer incluso si se lo ha leído hace veinte años.
Es un modelo de inteligencia, de descripción y de elegancia de escritura. Es al
mismo tiempo un texto históricamente falso.
Es inconcebible que el cuadro haya podido ser pensado como Foucault lo
escribe, o producido con un tal pensamiento en el momento en que fue pintado
por Velázquez. Y por una simple razón: todo el sistema de Michel Foucault re-
posa (cito de memoria) sobre el espejo por supuesto, que está en el fondo de las
Meninas y que refleja el retrato del rey y de la reina a los que el pintor supues-
tamente está pintando. Recordemos que, en las Meninas, Velázquez nos mira,
frente al cuadro, manteniendo a su derecha de su punto de vista, a la izquierda
nuestra, el reverso de una tela que aparentemente tiene las mismas dimensiones
de la que miramos. En la sala tenemos a la Infanta, con un grupo de personas
de compañía (y por ello el título las Meninas) en una habitación iluminada por
ventanas que están a la derecha. En el muro del fondo, más o menos en el centro
del cuadro, entre otras pinturas colgadas en el muro que no se ven muy bien,
un espejo donde se reflejan el rey y la reina de España. Se supone pues que
Velázquez está pintándolos. La lectura del cuadro por parte de Foucault se fun-
damenta en la hipótesis que es necesario fingir que no conocemos a los que se
refleja en ese espejo. Ahora bien, históricamente, es absolutamente imposible
puesto que ese cuadro fue pintado a petición del rey de España, y destinado
a su oficina privada. No puedo imaginar al rey de España haciendo de cuenta
que no sabe que es él el que se refleja en el espejo del fondo. Muy interesante lo
que ha hecho Foucault, porque “democratizó” las Meninas. Miró las Meninas tal
como ellas están colgadas en un museo. Efectivamente, yo puedo fingir que soy
yo, espectador, el que me reflejo en el espejo. No. Es el rey en su despacho de
verano, y él era el único espectador. El rey fue pintado en el fondo del cuadro en
un espejo, pero él también era el destinatario del cuadro. Por tanto, la idea que
se puede fingir no saber quién se refleja en el espejo es históricamente falsa.
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yo creo, Louis Marin, cuya presencia es, a la vez, el origen de toda la represen-
tación y al mismo tiempo incertificable en la representación.
De hecho nunca ha habido cuadro común del rey y de la reina, contrariamente
a lo que pretende Velázquez. Los archivistas y los historiadores lo han buscado
sin éxito. Cuando hay una pareja, es en dos cuadros colgados separados. Veláz-
quez no está pintando al rey y a la reina. Añadiéndose al cuadro, él ha creado
una ficción cortesana según la cual (y esta es la segunda versión del cuadro)
él estaba pintando al rey y a la reina cuando la Infanta llegó a la habitación.
Esta es la anécdota que sugiere el cuadro. Pero a partir del momento en que
el espejo que está en el fondo tiene una función extremadamente precisa en la
primera versión del cuadro (la versión dinástica), ese espejo cambiaba de fun-
ción, se volvía anecdótico y cortesano, pero conservaba, sin embargo, su función
dinástica en la segunda versión. El cuadro se vuelve así insoluble, porque el
espejo, objeto central, cambia aparentemente de función al mismo tiempo que
la conserva. El análisis de Foucault, históricamente falso, se vuelve pues per-
fectamente legítimo si se hace profundamente la historia del cuadro. Sin saber
la historia detallada del cuadro, Foucault puso el dedo en lo que a mi manera
de ver es la trampa máxima del cuadro las Meninas. Velázquez no respeta el
principio de base de la pintura clásica anunciado por Alberti en el siglo XV, a
saber: que el pintor no tiene nada que ver con lo que se ve. Él representa lo que
se ve bajo la luz del sol, dice también Poussin en el siglo XVII. Pintando al rey y
a la reina en un cuadro dinástico al comienzo, luego poniéndolos como sujetos
supuestos de la representación en la segunda versión, Velázquez ha jugado al
aprendiz de brujo. El rey y la reina no pueden estar ahí donde ellos se volverían
anecdóticamente modelos que están siendo pintados. ¡Ay! nunca había sesiones
de pose en la corte de España. ¡Ay! no hay cuadro doble del rey y de la reina en
pareja. El cuadro mismo propone pues un enigma insoluble.
Es gracias a Foucault que uno puede interrogarse de esta manera sobre el
cuadro. Evidentemente es peligroso querer encontrar en un cuadro del siglo
XVII lo que legitime la interpretación del filósofo del siglo XX; el filósofo se
equivoca pero tiene razón. Esto puede ser encantador, brillante e interesante,
pero también arbitrario y peligroso. Siempre se puede demostrar cualquier cosa,
es suficiente con hablar bien para hacerlo. El historiador inevitablemente reac-
ciona. En tanto que tal, yo no puedo buscar poner a la historia al servicio del
anacronismo. Es necesario, sin embargo, hacerlo de vez en cuando, pues es así
como se hace la historia del arte. Hablo aquí de la historia del arte de los artistas
mismos. Desde que ellos miran las obras del pasado, no tienen nada que hacer
con las categorías de las historia del arte. Se las apropian, como Foucault con
las Meninas. En el fondo, Foucault ha reaccionado como artista, como filósofo
artista, de una cierta manera. No son los historiadores los que han hecho la
historia del arte, en el sentido de sucesión de las obras en la historia; son más
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bien los artistas los que han mirado las obras del pasado y se las han apropiado
en función de sus propios deseos, de sus propias búsquedas, y de sus propias
interrogaciones. Y esta práctica historiadora del anacronismo controlado, que
va de Foucault a las Meninas, o de Manet a Tiziano para ver cómo la Venus de
Urbino puede legitimar la Olimpia, es una puerta apasionante que se abre a la
historia del arte, y a la reflexión sobre lo que es la Historia. Pues esta no existe
por fuera de la gente que hace su relato.
Creo que existe una distinción en alemán entre “Geschichte”, el relato, e “His-
torie”, la sucesión de los hechos. El anacronismo se produce en la “Geschichte”,
puesto que es el relato de hechos pasados, (p. 267) pero, en lo que concierne a
la historia del arte, también en la “Historie”, porque los artistas regularmente
se han apropiado las obras del pasado con su fin propio. Ellos hacen lo que
mejor les parece para su propia finalidad. Es por esto que me gusta mucho la
frase de Hubert Damisch que citaba antes. Él también dijo: “La pintura tiene
su peso de pintura”.
La pintura es un objeto histórico producido en un cierto momento en condi-
ciones precisas, pero el pensamiento de la pintura puede ir más allá de las con-
diciones históricas del pensamiento de su tiempo. Usted se habrá dado cuenta,
por ejemplo, de que en las carátulas de los discos, para ilustrar una música del
siglo XVIII, con mucha frecuencia ponen cuadros del siglo XVI. Me sorprendió
este desajuste que voy a tratar de explicar. La pintura al no tener que concep-
tualizar, al no tener que verbalizar su contenido, se considera solamente como
una representación de lo visible, una imitación; pero por esta representación de
lo visible puede también hacer que marchen de manera distinta los conceptos
de su época. No está obligada a representar los conceptos de la época; lo puede
hacer, pero como ella no está verbalizada, puede representar otra cosa distinta
a lo que se conceptualiza en su época.
Voy a poner un solo ejemplo, del que ya hemos hablado, que es el de la pers-
pectiva, y del punto de fuga donde se reúnen las líneas paralelas. Ese punto
de fuga, sabemos que está situado en el infinito, porque las paralelas allá es
donde se reúnen. En esta óptica, la perspectiva nos mostraría el infinito. Sí, ella
nos lo muestra, pero es necesario recordar que el infinito no era pensable en
aquella época. Algunos individuos pensaban que el universo podía ser infinito,
pero no era un concepto corriente, y seguramente no entre los pintores de la
perspectiva, ni tampoco de Alberti que era su teórico. ¿Qué ocurre desde que
la pintura nos muestra en acto el infinito de las líneas de fuga que se reúnen en
el punto de fuga, mientras que este infinito es impensable en la época en que
la perspectiva se funda como técnica de representación? Los pintores, o Alberti
o incluso Nicolás de Cusa, gran teórico del mundo indefinido, no han tenido la
idea del infinito en acto, pero la pintura lo muestra por sus propios medios no
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Homenaje a Michel Foucault
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Atlas de lo imposible
Warburg, Borges, Deleuze, Foucault22
Georges Didi-Huberman23
cimacios de un museo; una mesa se reutiliza sin cesar para nuevos banquetes,
nuevas configuraciones. Como en el amor físico donde el deseo constantemente
se reanima, se relanza, es preciso en suma constantemente volver a poner la
mesa. Nada está pues aquí fijado de una vez por todas, y todo está por rehacer
–por placer recomenzado más bien que por castigo sisifiano–, por redescubrir,
por reinventar.
Desde sus definiciones más instrumentales y bajamente materiales –“Tabla
se dice de muchas cosas que son planas27…”– hasta la gran variedad de sus usos
técnicos, domésticos, jurídicos, religiosos, lúdicos o científicos, la tabla se entrega
primero como un campo operatorio de lo dispar y de lo móvil, de lo heterogéneo
y de lo abierto. El punto de vista antropológico, tan caro a Warburg, presenta la
considerable ventaja de no separar la trivial manipulación de los monstra (los
hígados de cordero adivinatorios que se ven en la primera plancha de su atlas
Mnémosyne28) y la sublime elaboración de los astra (los cuadros de Rafael que
Warburg reproduce en otras planchas, sobre todo la última29). Como más tarde
Claude Lévi-Strauss se negará a separar los gestos menudos de las “maneras
de mesa”, de las aspiraciones a los más grandiosos “sistemas del mundo”309.
Me parece significativo que Aby Warburg haya fracasado siempre a la hora
de fijar su pensamiento cuando trataba de los cuadros “definitivos”, que él deja,
en general, vacíos o incompletos31. El proyecto del Bilderatlas, por su dispositivo
de tabla de montaje indefinidamente modificable –por la intromisión de las pin-
zas móviles con las cuales colgaba sus imágenes, y de la sucesión de las fotos
con las cuales documentaba cada configuración obtenida– le permitían siempre
volver a jugar, multiplicar, afinar o hacer bifurcar sus intuiciones relativas a la
gran sobredeterminación de las imágenes. El atlas Mnémosyne fue pues el apa-
rato concreto de un pensamiento que el propio Warburg expresó claramente en
la conclusión de un discurso pronunciado en la apertura del Instituto Alemán
de Historia del Arte en Florencia, en 1927: “Si continua –coraggio!– ricomiciamo
la lettura!32”. Como si “leer lo que nunca ha sido escrito” –expresión crucial
de Walter Benjamin para toda noción de legibilidad3312 (Lesbarkeit)– exigiera
la práctica de una lectura siempre recomenzada, la práctica de una incesante
relectura del mundo.
¿Percibir las “relaciones íntimas y secretas de las cosas, las correspondencias
27 A. Furetière, 1690, III, p. 1981.
28 A. Warburg, 1927-1929, pp. 14-15.
29 Ibíd., pp. 132-133.
30 C. Lévi-Strauss, 1968, pp. 390-411.
31 Cfr. G. Didi-Huberman, 2002, pp. 249-251.
32 A. Warburg, 1927, p. 604.
33 W. Benjamin, 1933, p. 363.
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Fig. 1. Aby Warburg, Bilderatlas Mnemosyne, 1927-1929. Plancha 50-51. Londres, Warburg
Institute Archive. Foto The Warburg Institute.
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Este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo
familiar al pensamiento –al nuestro: al que tiene nuestra edad y nuestra geografía– tras-
tornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia
de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria
de lo Mismo y de lo Otro. Este texto cita “cierta enciclopedia china” donde está escrito
que “los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c)
amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta
clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel
finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de
lejos parecen moscas4221.
de los hígados de los animales, y aun cuando se puede decir que existen algunas diferencias entre esta
hepatoscopia y la haruspicina etrusca, los romanos atendieron más a esta última que contaba con muy
numerosas coincidencias con la otra… cfr. Santiago Romero, “la Interpretación romana de las prácticas
hepatoscopicas extranjeras”. En Internet. (N. del T.)
Fig. 2. Katsushika Hokusai. Manga, 1814. Grabado en madera, 29,5 x 21 cm. París, Biblioteca
nacional de Francia (Res. Dd 654, vol. 7, fol. 28vº-29rº). Foto DR.
44 Ibíd., pp. 1, 3, 4.
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Fig. 3. Francisco Goya. Disparate femenino, hacia 1815-1824. Aguafuerte y agua tinta,
24 x 35 cm. Prueba de artista. Madrid, Museo Lázaro Galdiano. Foto G. D.-H.
¿Pero de qué desazón, de qué sacudida se trata? ¿Qué es pues lo que está
amenazado en la serie disparatada de Borges (como en la recopilación, a la vez
cómica y amenazadora, de los Disparates de Goya)? Foucault pone buen cuidado
en precisar: “no se trata de la extravagancia de los encuentros insólitos. Sabemos
lo que hay de desconcertante en la proximidad de los extremos o, sencillamente,
en la cercanía súbita de cosas sin relación”45. El disparate, lo heteróclito, no se
reducen pues a la “extravagancia” de un simple contraste; es la manera para
Foucault de sugerirnos que la pista de lo fantástico (a lo Roger Caillois) o de la
ensoñación material (a la Gaston Bachelard) no es ciertamente la buena pista
que haya que seguir. Lo que nos sacude de risa, y también sacude “todas las
superficies ordenadas y todos los planos que vuelven juicioso para nosotros el
pululamiento de los seres”, es precisamente que los planos de inteligibilidad se
despedazan hasta el desmoronamiento. Lo que se hunde en la enciclopedia china
o la “tabla de Borges” no es sino la coherencia y el soporte mismo del cuadro
clásico en tanto que superficie clasificatoria del pulular de los seres.
En el intervalo entre los animales “que acaban de romper el jarrón” y los “que
de lejos parecen moscas”, lo que se quiebra, se arruina, es pues claramente “el
espacio común de los encuentros”, “el sitio mismo donde podrían ser vecinos”, ese
lugar común que se precisa llamar claramente un cuadro –“cuadro que permite
al pensamiento llevar a cabo un ordenamiento de los seres, una repartición en
clases, un agrupamiento nominal por el cual se designan sus semejanzas y sus
diferencias”46. Toda la empresa de las Palabras y las cosas ha sido resumida por
45 Ibíd., p. 2.
46 Ibíd., p. 3.
47 Ibíd., p. 9.
48 Id., 1969, p. 16.
49 Id., 1966a, pp. 130-131.
50 Ibíd., p. 160.
51 Ibíd., pp. 77-82.
52 Ibíd., pp. 213-217.
53 Ibíd., p. 336.
54 Ibíd., pp. 2-3.
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“cuadro” o del “lugar común”; ese concepto es el de heterotopía que puede, sin
dificultad, comprenderse a partir de las disparatadas invenciones goyescas o
borgeanas. La heterotopía “sería el desorden que hace centellear los fragmentos
de un gran número de posibles órdenes en la dimensión, sin ley ni geometría, de
lo heteróclito; y es necesario entender este término lo más cerca de su etimolo-
gía: las cosas están ahí ‘acostadas’, ‘puestas’, ‘dispuestas’ en sitios a tal punto
diferentes que es imposible encontrarles un lugar de acogimiento, definir más
allá de unas y de otras un lugar común”55.
Como el disparate o lo heteróclito se distinguen de la “extravagancia” o de lo
“incongruente”, las heterotopías se distinguen de las utopías de las que Foucault
nos dice que “consuelan” –mientras que las heterotopías amenazan o inquietan–,
forma de sospechar lo que Louis Marin, más tarde, habrá de mostrar claramente
en sus análisis de Thomas More, a saber: que los espacios utópicos solo son
un avatar particular del espacio representacional clásico56. “Las heterotopías
inquietan, sin duda porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden
nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes o los enmarañan,
porque arruinan de antemano la ‘sintaxis’ y no solo la que construye las frases,
sino aquella menos evidente que hace que ‘se mantengan juntas’ (unas al otro
lado o al frente de otras) las palabras y las cosas”57. En 1982, Foucault encaró
las heterotopías bajo un ángulo mucho más político; pero lo hizo para decir que
“la libertad es una práctica”, e incluso, una técnica58… Como habían sido, a su
escala, las elecciones técnicas de Warburg para hacer funcionar libremente su
atlas de imágenes como una verdadera heterotopía de la historia del arte.
En 1984, en un texto magnífico titulado “los Espacios otros”, Foucault pre-
cisará aún lo que quiere entender por “heterotopía”: espacios de crisis y de
desviación, disposiciones concretas de lugares incompatibles y de tiempos
heterogéneos, dispositivos socialmente aislados pero suficientemente “penetra-
bles”, en fin, máquinas concretas de imaginación que “tienen por función crear
un espacio de ilusión que denuncia como aún más ilusorio a todo el espacio real,
todos los emplazamientos dentro de los cuales la vida humana está encerrada”59.
En esta perspectiva de la emancipación –y a pesar del hecho de que Foucault en
1966 se rehúsa aún a hacer una clara distinción entre “tabla” y “cuadro”– ¿no
sería el atlas ese campo operatorio capaz de poner en funcionamiento, en el
nivel epistémico, estético, y por qué no político, “una especie de contestación
55 Ibíd., p. 3.
56 Ibíd., p. 3. Id., 1984, p. 29. Cfr. L. Marin, 1973, pp. 87-114.
57 M. Foucault, 1966a, p. 3. Cfr. Id., 1966b, pp. 10-15.
58 Íd., 1982, pp. 206 & 213.
59 Íd., 1984, pp. 32-33.
a la vez mítica y real del espacio en el que vivimos”, en suma: el espacio mismo
para la “más grande reserva de imaginación”60?
La “tabla de Borges”, como la noción de heterotopía que la comenta, trans-
forma el conocimiento mismo en su soporte, en su exposición, su disposición
y, por supuesto, su contenido. Ella anticipa igualmente la idea de meseta de la
que Gilles Deleuze y Félix Guattari harán pronto el elemento constitutivo de los
“rizomas” del pensamiento inventivo, aquel en el que se hacen los verdaderos
descubrimientos. Meseta: “toda multiplicidad conectable con otras por medio
de tallos subterráneos superficiales, de manera que se forme y se extienda un
rizoma”61. Y se comprende, ante las planchas móviles del atlas Mnemosyne, que
las imágenes están allí no tanto consideradas como monumentos sino como do-
cumentos, y menos fecundas como documentos que como mesetas conectadas
entre ellas por vías “superficiales” (visibles, históricas) y “subterráneas” (sinto-
máticas, arqueológicas) a la vez. Todo aquí responde a un principio de “carto-
grafía abierta y conectable en todas las dimensiones, desmontable, invertible,
susceptible de recibir constantemente modificaciones”62. Lo que admiran en las
mismas páginas Deleuze & Guattari a través del “método Deligny” –“hacer el
mapa de los gestos y de los movimientos de un niño autista, combinar muchos
mapas para el mismo niño, para muchos niños…”63 (fig. 4)– se puede reconocer,
en las migraciones de culturas en la corta como en la larga duración, a través
de este “método Warburg” que acá interrogamos, esta “historia de fantasmas
para personas grandes” donde fueron levantados múltiples mapas móviles para
las emociones humanas, los gestos, los Pathosformeln64 (fig. 5).
Fig. 4. Fernand Deligny. Dibujo de Monoblet, 1976. Tinta china sobre papel, 36,6 x 49,7 cm.
Archivos Jacques Allaires & Marie-Dominique Guibal. Foto DR.
Fig. 5. Aby Warburg. Esquema de una geografía personal, 1928. Dibujo a lápiz. Londres, The
Warburg Institute. Foto de Warburg Institute.
60 Ibíd., pp. 30 & 33.
61 G. Deleuze & F. Guattari, 1980, p. 33.
62 Ibíd., p. 20.
63 Ibíd., p. 22-23.
64 Cfr. G. Didi-Huberman, 2002, pp. 115-270.
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71 Ibíd., p. 85.
72 Ibíd., p. 86.
73 W. Benjamin, 1928, p. 44.
74 G. Deleuze, 1969, p. 183.
75 Ibidem.
76 Ibíd., p.89.
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las más pequeñas letras” del mapa, y luego, al mismo tiempo, experimenta la
certidumbre de haber “encontrado a Dios” y se despierta de un sueño de ahora
en adelante en pedazos perdidos77. Pero, en cada brizna, en cada parcela de
materia o de lenguaje, desde la A del Aleph hasta la Z del Zahir, Borges encon-
trará también el cristal de mundos desmontados y remontados hasta el infinito.
El Zahir es esa absoluta rareza capaz de focalizar –para no decir, llevar, como
los Justos de la tradición judía– el universo entero bajo la forma más disimulada
que sea, humilde y cambiante, común y pasajera al mismo tiempo:
En Buenos Aires el Zahir es una moneda común, de veinte centavos; marcas de
navaja o de cortaplumas rayan las letras N T y el número dos; 1929 es la fecha grabada
en el anverso. (En Guzerat, a fines del siglo XVIII, un tigre fue Zahir; en Java, un ciego
de la mezquita de Surakarta, a quien lapidaron los fieles; en Persia, un astrolabio que
Nadir Shah hizo arrojar al fondo del mar; en las prisiones del Mahdí, hacia 1892, una
pequeña brújula que Rodolf Carl von Slatin tocó, envuelta en un jirón de turbante; en
la aljama de Córdoba, según Zotenberg, una veta en el mármol de uno de los mil dos-
cientos pilares; en la judería de Tetuán, el fondo de un pozo)78.
Esta cita ha tenido que ser larga; después de todo ella solo forma una frase,
lo que nos obliga a ver aquí una sola plancha de lo que sería el “atlas de Borges”,
un atlas que, a su vez, está formado por un número indefinido de “tablas” de
este género. Pero lo que cuenta, en una tal enumeración de imágenes o de “co-
sas vistas”, no es su suma, su lista o su inventario, sino más bien las relaciones
que ellas tejen entre sí, desde la lejanía de la “mar populosa” hasta la próxima
de un cuerpo de mujer amada; desde el impersonal “círculo de tierra seca en
una vereda” hasta la íntima “circulación de mi sangre”. Es claramente el “rigor
secreto” de las cosas caóticamente reunidas lo que aquí importa, como lo dirá
Borges a propósito de Lewis Carroll80.
Escribir –ya se trate de Ficciones o de crónicas, de poemas o de ensayos
documentales– consistiría pues, bajo este ángulo, en formar el atlas o la car-
tografía de los cambios que imponen nuestras experiencias inconmensurables
(lo que es muy diferente a hacer el relato o el catálogo de nuestras experiencias
conmensurables). Hay, por ejemplo, en El hacedor listas aleatorias de impresio-
nes fugitivas o las tentativas para establecer los recuerdos heteróclitos que,
con nuestra muerte, desaparecerán en la nada81. Pero también existen listas
perfectamente rigurosas –solo son en apariencia aleatorias–, listas de cosas
(Sachen) muy diferentes aunque engendradas por una sola causa (Ursache),
como cuando la realidad de la esclavitud justifica por sí sola una reunión de
acontecimientos muy disparatados tales como: “los blues de Handy (…), el ta-
maño mitológico de Abraham Lincoln, los quinientos mil muertos de la Guerra
de Secesión (…), la admisión del verbo linchar en la decimotercera edición del
Diccionario de la Academia”, etc., etc.82. Un montoncito de polvo en el fondo de
un estante testimoniará para Borges sobre “la historia universal”83, y es por
mia.pdf
Un cúmulo de polvo se ha formado en el fondo del anaquel, detrás de la fila de libros. Mis
ojos no lo ven. Es una telaraña para mi tacto.
Es una parte ínfima de la trama que llamamos la historia universal o el proceso cósmico. Es
parte de la trama que abarca estrellas, agonías, migraciones, navegaciones, lunas, luciér-
nagas, vigilias, naipes, yunques, Cartago y Shakespeare.
También son parte de la trama esta página, que no acaba de ser un poema, y el sueño que
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Fig. 6. “El puñal de Pehuajó”, según Jorge Luis Borges, Atlas, Buenos Aires, 1984.
Foto G. D.-H.
Se rencuentra acá la esencial dialéctica del atlas, tal como Walter Benjamin
pudo caracterizarla al hilo de sus textos sobre la memoria, la colección, el mun-
do de las imágenes; es una práctica materialista en el sentido en que deja a las
cosas su anónima soberanía, su abundamiento, su irreductible singularidad91.
Pero es al mismo tiempo una actividad psíquica donde el inventario razonado le
hace sitio a la asociación, a la anamnesis, a la memoria, a la magia de un juego
que se ha ido atada a la infancia y a la imaginación92. La imaginación de nuevo;
la “reina de las facultades” según Baudelaire, la que “toca todas las otras”,
análisis y síntesis a la vez porque ella es material hasta el punto de solo ver
en el mundo un “inmenso almacén de observaciones”, poética puesto que ella
“descompone toda la creación y, con los materiales amasados y dispuestos según
reglas cuyo origen solo se puede encontrar en lo más profundo del alma, crea
un mundo nuevo”93. Este “mundo nuevo” del que el atlas hace una cartografía
paradójica y fecunda, una cartografía capaz de trastornarnos y de orientarnos
al mismo tiempo en los espacios y los movimientos de la historia.
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Traducciones
nadas, pero el individuo homosexual no existía”104. Todo ocurre pues como si,
antes del empuje de la psiquiatría, la homosexualidad nunca hubiera sido de-
finida en términos de identidad; solo se tenía que ver con actos, o con tipos de
prácticas, y no con un “sujeto” homosexual. Contra esta tendencia a historizar las
categorías foucaultianas (es decir, a fijarlas en conceptos que describen estados
históricos), el estadounidense David Halperin, en un artículo con título iróni-
camente provocador, “Olvidar Foucault”105, lleva a cabo una serie de preciosas
puntualizaciones. Para comenzar, recordaba que la distinción sodomita/homo-
sexual, lejos de remitir a conductas o representaciones colectivas, se inscribía
en el marco de una historia de los discursos sobre la sexualidad. Su función no
era oponer dos actitudes, sino dos regímenes de prohibición o de control, con el
fin de mostrar por contraste, la novedad del segundo (de tipo normalizador) con
respecto al primero (de tipo jurídico y represivo). Distinción heurística pues, que
sirve para captar la especificidad de una época por diferenciación con otra, y no
esquema de explicación histórica. David Halperin sacaba de acá enseguida una
regla de método: proseguir el proceder de Foucault –o dicho en otros términos:
negarse a “olvidarlo”– no es, a nombre de alguna “verdad” cualquiera sobre el
sexo, discutir toda identidad desde el punto de vista de los solos actos, sino
estudiar la manera como, en cada época, actos e identidades se articulan si-
guiendo configuraciones singulares. Es con esta condición que una historia de la
sexualidad podía realmente contribuir a la invención de nuevas maneras de ser.
En una perspectiva diferente, otros historiadores se dedicarán a reconstituir
las complejas conexiones entre las categorías penal y psiquiátrica; no una simple
sustitución de la primera por la segunda, sino la relación conflictiva por un lado,
y el redoblamiento sintomatológico por el otro. Contrariamente a Francia, donde
los actos “contra-natura” habían sido suprimidos de la lista de los crímenes y
delitos en 1791, el Código Prusiano de 1851 (artículo 143), luego el Código Penal
alemán de 1871 (artículo 175), continúan castigándolos severamente106. De Ulri-
chs a Krafft-Ebing, la tesis del carácter innato de la inversión sirve para combatir
esa legislación represiva. Como lo subraya Julie Mazaleigue, “la multiplicación
de los estudios sobre la homosexualidad en Alemania toma todo su sentido
en este marco político específico”107. Aquí el homosexual-especie no toma el
lugar del sodomita-relapso; lo sustrae de los rigores de la ley. Paralelamente,
sin embargo, la misma concepción conduce a reforzar la estigmatización del
sodomita, bajo los rasgos, no del invertido por naturaleza, sino del perverso por
hábito; el pederasta se vuelve la figura extrema del vicio y de la desviación108.
104 Thierry Voeltzel (ed.) la expresión es de Foucault en Vingt ans et après. París: Grasset, 1978, p. 33.
105 David M. Halperin. “Forgetting Foucault. Acts, Identities and the history of sexuality”, 1998.
106 Julie Mazaleigue. “Histoire de la perversion sexuelle. Emergence et transformations du concepts de perversion
sexuelle dans la psychiatrie de 1797 a 1912”. Tesis inédita. Universidad de Picardie-Jules-Verne, 2010, p. 333.
107 Ibíd., p. 343.
108 Ibíd., p. 336-339.
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Traducciones
109 Cfr. Didier Eribon (1999). Reflexiones sobre la cuestión gay. Barcelona: Anagrama, 2001. pp. 397-398.
110 Ibíd., p. 398.
111 La Voluntad de saber, p. 134.
112 Ver el notable libro de Harry Oosterhuis, Stepchildren of Nature: Krafft-Ebing, Psychiatry, and the Making of
sexual identity. University of Chicago Press, 2000.
113 En Lettres d’un inverti allemand au Docteur Lacassagne 1903-1908, ed. establecida por Ph. Artières, Epel, 2006,
pp. 12-13.
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Traducciones
Stéphane Legrand117
116 Stépahane Legrand, La dirección de los recursos humanos. En: Le Magazine Littéraire, Nº 540 (Dossier: Fou-
cault, inédito), febrero de 2014. Traducción de Luis Alfonso Paláu Castaño, Medellín, 28 de marzo de 2014.
117 Filósofo francés, nació en 1975, fue estudiante del ENS y hoy profesor de filosofía. Autor del libro La normalidad
de la anomia: Foucault y el análisis de lo social, entre otras obras de literatura.
118 M. Foucault. Nacimiento de la biopolítica; Curso en el Colegio de Francia 1978-1979. Buenos Aires: Fondo de
cultura económica, 2007. p. 283.
119 M. Foucault. los Anormales; Curso en el Colegio de Francia 1974-1975. Buenos Aires: Fondo de cultura económica,
2000.
120 M. Foucault (1976). Historia de la sexualidad I: la Voluntad de saber. México: Siglo XXI, 1977.
contra el enemigo interior121. Ahora bien, esos análisis convergen hacia un mismo
problema: el de una sociedad cuyas relaciones de poder se definen a partir de la
manera como ella se protege de las amenazas que ella misma engendra por la
vida de su población, y busca su regularización y su optimización. El biopoder
es en este sentido un poder que “se ejerce positivamente sobre la vida, que
emprende el administrarla, mejorarla, multiplicarla”122; o además cuyo “papel
más importante es el de asegurar, sostener, reforzar, multiplicar la vida”123.
La biopolítica de las poblaciones, que se habría puesto en funcionamiento
a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, no busca ya las multiplicidades
humanas en tanto que sumas de cuerpos individuales disciplinables hasta en
sus menores rodamientos, sino como “una masa global, afectada de procesos
de conjunto que son propios de la vida, y que son procesos como el nacimiento,
la muerte, la producción, la enfermedad”124, y frente a la cual deberán ser locali-
zados dispositivos reguladores apoyados en las constantes estadísticas (tasas,
medias, umbrales) observados a escala del territorio, para mantener una pobla-
ción de seres vivos en el equilibrio deseado, acercándola a un estado juzgado
como óptimo: “es sobre la vida ahora, y a todo lo largo de su desenvolvimiento,
que el poder establece sus contactos”125.
Por acá se supone que entró por primera vez la existencia biológica en el
campo de las preocupaciones posibles para un poder. Y es en este sentido que
Foucault cree poder voltear la célebre fórmula de Aristóteles (según la cual el
hombre era “por naturaleza” un animal político), para afirmar que “el hombre
moderno” se ha vuelto “un animal en la política, del que su vida de ser viviente
está en cuestión”126. Pero además, una tal biopolítica ya no se articula con la
antigua noción de soberanía, emblemáticamente definida por el jus vitae necisque
(derecho de vida y de muerte) del soberano, como derecho de hacer morir y de
dejar vivir a sus súbditos, sino a su rigurosa inversión en un nuevo paradigma:
el deber de hacer vivir y/o dejar morir.
Entonces, si es verdad que el poder para Foucault no consiste nunca sim-
plemente en una conexión directa con los sujetos, sino más bien en dispositi-
vos que permiten actuar sobre sus acciones posibles, ¿cuál será el dispositivo
de poder susceptible –en el contexto biopolítico– de estructurar el campo de
acción posible de las poblaciones con miras a hacerlas vivir o a dejarlas morir?
121 M. Foucault. ”Es necesario defender la sociedad”; Curso en el Colegio de Francia 1975-1976. Buenos Aires: Fondo
de cultura económica, 2000.
122 M. Foucault (1976). Historia de la sexualidad I: la Voluntad de saber.
123 Ibíd.
124 M. Foucault. ”Es necesario defender la sociedad”. p. 221.
125 M. Foucault (1976). Historia de la sexualidad I: la Voluntad de saber.
126 Ibíd.
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los transforman. Foucault lo resume con una fórmula magnífica: “Pues cuando
los individuos comienzan a amarse, ahí si viene el problema”134. Y una de las
formas esenciales de nuestra desobediencia.
134 Ibíd.
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las críticas de sus contemporáneos. No hay pues que ir a buscar una definición
grabada en el mármol, sino una inscrita en la arcilla de un pensamiento en mo-
vimiento. El concepto aparece por primera vez en la lección del 1 de febrero de
1978 para analizar un fenómeno histórico139: el despliegue progresivo a partir
del siglo XVIII de una forma de poder singular “que tiene por blanco principal
la población, por forma mayor de saber la economía política y por instrumento
técnico esencial los dispositivos de seguridad”. Incluso es posible establecer
una periodización de las transformaciones de las “grandes economías de poder
en Occidente”, con un “Estado de justicia” primero, establecido por leyes con-
suetudinarias y por leyes escritas en un marco territorial feudal, remplazado
por un “Estado administrativo”, que se realiza a través de los reglamentos y
de las disciplinas sobre un territorio definido por fronteras; a las que sucede
finalmente un “Estado de gobierno” que ejerce su autoridad, no tanto sobre un
territorio como sobre una población, a través de la regulación de la economía y
una garantía de seguridad. La “gubernamentalización del Estado” se encuentra
pues agarrada entre lo menos posible de Estado, del liberalismo de la economía
de mercado, y la mayor presencia de Estado, de una policía entendida en el
antiguo sentido de administración del bienestar de los ciudadanos.
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143 D. Fassin et al. Juger, reprimer, accompagner. Essai sur la morale de l’État. París: Seuil, 2013.
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si la mayor parte de los primeros usos de Foucault se focalizaron ante todo, ora
sobre el análisis del discurso, ora sobre el análisis de los dispositivos discipli-
narios –como en Colonising Egypt (1989) de Timothy Mitchell, a propósito de los
orígenes no europeos de los dispositivos disciplinarios–, después de los años
1990 ha sido más bien la gubernamentalidad colonial la que ha sido objeto de
un número considerable de trabajos. En una Francia tan moderna149, el esta-
dounidense Paul Rabinow ha mostrado cómo la organización “moderna” de la
sociedad francesa no ha podido constituirse sino a través de sus colonias, que
pueden ser consideradas como constituyentes de un verdadero “laboratorio de
la Modernidad” en el que algunas prácticas, especialmente en materia de plani-
ficación espacial y de dispositivos urbanos, con sus compartimentaciones sobre
una base racial, han influido posteriormente en lo que aconteció en el Hexágono.
En este surco hay que situar igualmente la obra la Invención del tercer mundo
(1995)150, sobre la emergencia del discurso del desarrollo luego de la Segunda
Guerra mundial; el manizalita Arturo Escobar dilucidó los mecanismos discursi-
vos y gubernamentales propios de un régimen de verdad indizado a la economía
neoliberal que permitió que algunos países hayan podido ser calificados de
“áreas subdesarrolladas” o “Tercer Mundo”, es decir, como un campo amplio y
homogeneizado de “anormalidad”, llamado a ser objetivo, y a ser normalizado
por una multiplicidad de tecnologías gubernamentales. La noción foucaultiana
de gubernamentalidad ha sido declinada de muchas maneras, como en los
trabajos de David Scott sobre Sri Lanka (Refashioning futures, 1995), y los de
Gyan Prakash sobre la relación entre ciencia, imaginación cultural y política en
la India (Another Reason: Science and the Imagination of Modern India, 1999). En
un dominio más cercano de la geografía y del urbanismo, la notable contribu-
ción de Stephen Legg (Spaces of Colonialism: Delhi’s Urban Governmentalities,
2007) se focalizó en una genealogía de la disposición urbana de Delhi, a través
de lo que él llama “una arqueología espacial” capaz de mostrar las numerosas
correlaciones entre estrategias de segregación racial y estrategias de disposi-
tivos residenciales.
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Imaginarios de la plantación
Finalmente, otro campo de investigación muy importante es el de las relaciones
con la sexualidad y el género. En este linaje es necesario recordar aquí la obra
de Elsa Dorlin, la Matriz de la raza157, donde la autora se dedica al desarrollo de
la economía de plantación esclavista en el siglo XVIII para explicar, por un lado,
la formación y la introducción del concepto de raza en el seno de la ideología
nacional y, por el otro, la estructuración del pensamiento racista sobre la base
del imaginario de la diferencia sexual. Estas relaciones entre racismo y sexua-
lidad enfrentadas en el momento de la edad de oro de los imperios en los siglos
XIX y XX, han sido estudiadas en una perspectiva foucaultiana por Ann Laura
Stoler, que sin duda ha sido la primera que puso en paralelo el curso de Foucault
en el Collège de France de 1976, “Es necesario defender la sociedad” (para la
época aún inédito) con el primer volumen de la Historia de la sexualidad, con
el fin de mostrar el encabalgamiento, en el propio Foucault, de las cuestiones
de la sexualidad burguesa (en Europa) y del nacimiento del racismo de Estado.
Como lo testimonian sus obras de acá en adelante de referencia, tales como
Raza y educación del deseo (1995) o la Carne del imperio158, Stoler adopta una
perspectiva foucaultiana que se presenta, sin embargo, como descentrada con
respecto a la formación de los sujetos burgueses europeos, en la medida en que
su empresa consiste en la escritura de una historia “desplazada” que tiene en
consideración “las etimologías coloniales de la raza” y la política imperial. Leer
de manera comparativa o contrapuntística los discursos sobre la sexualidad
que Foucault había exhumado para la Europa de los siglos XVIII y XIX significa
pues para la historiadora estadounidense hacer que se reflejen en el espejo de
las situaciones coloniales donde habían germinado las percepciones imperiales
de los Otros racializados, que habían, a su vez, hecho posible la afirmación de
un si mismo burgués.
Pierre-Henri Castel160
Filo perdido
Con gusto voy a adoptar ante esta situación una postura polémica. Pues el in-
menso éxito de Foucault, especialmente entre los universitarios anglo-sajones
después de los años 1980, engendró una situación absurda. En lugar de ver en
ese estado de cosas nuevo una ruptura, que invocaba además medios de análi-
sis también originales, cantidad de autores simplemente extendieron a la salud
mental sus análisis legendarios sobre biopolítica, la “función psy”, la normaliza-
ción higienista, la totalidad de pleno regreso de la llama neoliberal. La salud en
159 Pierre-Henri Castel, Frente a la salud mental, un superyó estorboso. En: Le Magazine Littéraire, Nº 540 (Dos-
sier: Foucault, inédito), febrero de 2014. Traducción de Luis Alfonso Paláu Castaño, Medellín, 25 de marzo de
2014.
160 Investigador y psicoanalista francés, nació en París en 1963. Doctor en filosofía y psicología clínica y patológica
de la Ecole Normale Supérieure, director de investigación de la CNRS (Centro de Investigación de Medicina,
Ciencias, Salud, Salud Mental y Sociedad, Universidad de París-Descartes).
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161 La abreviatura del inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, el manual diagnóstico y esta-
dístico de los trastornos mentales, publicado por la Sociedad estadounidense de psiquiatría, que es autoridad
en materia de clasificación y de definición de los enfermedades mentales.
los “escuchas de voz”. ¿No saben lo que es eso? Es lo que se llamaba, no hace
mucho tiempo en psiquiatría, alucinaciones del oído, psicóticos delirantes que
creen, los infortunados, que potencias oscuras les hablan, y los embaucan a
hacer esto o aquello. Pues algunos han emprendido hacer otra cosa con su ex-
periencia y, en primer lugar, no seguir erigiendo a los psiquiatras en jueces de
su anormalidad. Una vez despedidos los psiquiatras, les hablan a sus voces, les
responden y negocian con ellas. Y se han dado cuenta de que no estaban solos.
Muchísima gente tiene vivencias similares. Y a buen número de ellos les está
yendo mucho mejor, en esta pluralidad estallada de ellos mismos, que cuando
se los aplastaba a golpes de medicamentos para acallar esas alteridades ex-
travagantes. En suma, Foucault estaría yendo por delante de lo que continúa
inquietando a todas esas racionalidades bien intencionadas que luchan por
racionalizar la salud mental (y nóteselo bien, con ello habría suscitado un horror
parecido en los neurocientíficos, al que le produjo a los psicoanalistas).
También habría luchado con dientes y uñas contra esa rectificación de
sus conceptos que la filosofía analítica ha tratado después de su muerte, para
incorporarlos a una epistemología por fin presentable. Pienso en Ian Hacking,
y la manera como él se ha inspirado en Foucault para explicar cómo ciertas ca-
tegorías (como “autista”, “pedófilo”, etc.) podían funcionar no solamente como
designaciones, sino como maneras para la gente de saber cómo funcionar en
tanto que representantes de esa categoría (en tanto que “autistas”, por ejemplo);
lo que Hacking llama “efectos bucle”. Inmenso éxito: no existe ya ningún artículo
profesional en que el misterio de la categorización no sea resuelto por el maridaje
inesperado del logicismo más árido y la French theory más conectada. Lo más
molesto de todo es que el tal efecto de bucle no es la solución del problema. Es
su nombre. E incluso según las últimas noticias, el propio Hacking ya no lo cree.
En desquite, esas tentativas han hecho olvidar la anti-filosofía de Foucault,
armada por la literatura. Lejos de embolatarse en argucias sobre el nominalismo,
Foucault habría más bien dejado escuchar esas voces ínfimas cuyo cuchicheo
puebla la Internet, de los blogs a los foros, “ejemplos clínicos” en autobiografías
ingenuas (como las que pueden concluir el muy serio Schizophrenia Bulletin).
Las habría desencarcelado de sus formas convenidas y, en lugar de criticar
sempiternamente el efecto normalizador de las clasificaciones psiquiátricas,
habría puesto lo inclasificable en exergo, en su violencia cruda. Es su oído el
que nos falta, para descubrir en todo ese ruido, el grito que se convertiría en
obra, y que haría de nuevo vibrar al unísono locura y verdad.
Una cosa sí es segura: el neo-foucaultismo que constituye actualmente un
recurso teórico importante en salud mental es un relativismo o un historicismo
a tal punto blando, que hay necesidad de un suplemento más firme, aquí de una
“ética”, allá de una “política”, gentilmente orientada a la izquierda (liberal, en
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el sentido inglés de la palabra). Porque cuando menos hay que proteger a los
individuos del mundo de hoy. ¿No? ¿No tienen necesidad de sociólogos críticos
para advertírselos? Desde allá donde nos vigila, el divino calvo debe estarse
desternillando.
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que las sociedades humanas siguieran, todas, una misma curva de evolución,
yendo de las formas más simples a las formas más completas. Esta evolución
no variaba de una sociedad a otra más que por la velocidad de las transforma-
ciones. Por otra parte, las grandes formas sociales, como por ejemplo las reglas
de matrimonio o las técnicas agrícolas, serían en el fondo clases de especies
biológicas, y su extensión, su crecimiento, su desarrollo, su difusión, también,
obedecerían a las mismas leyes y a los mismos esquemas que el crecimiento y
el despliegue de las especies biológicas. De todas maneras, el modelo que Tylor
se daba para analizar el desarrollo y la historia de las sociedades era el modelo
biológico. Para contar la historia de las sociedades Tylor se refería a Darwin, y
de una manera más general al evolucionismo.
El problema de Boas era el de liberar al método etnológico de ese viejo modelo
biológico y mostrar cómo las sociedades humanas, ya sean simples o complejas,
obedecían a ciertas relaciones internas que las definían en su especificidad;
este juego interior a cada sociedad es al que Boas llamaba la estructura de una
sociedad, estructura cuyo análisis habría de permitirle hacer una historia ya
no biológica sino realmente histórica de las sociedades humanas. De ninguna
manera se trataba pues para Boas de una supresión del punto de vista histórico
en provecho de un punto de vista, digamos, antihistórico o a-histórico.
He tomado el ejemplo de Boas, hubiera podido tomar de la misma manera el
ejemplo de la lingüística y especialmente de la fonología. Antes de Trubetzkoy,
la fonética histórica encaraba la evolución de un fonema o de un sonido a través
de una lengua166. Ella no tendía a dar cuenta de la transformación de todo un
estado de una lengua en un momento dado; lo que Trubetzkoy ha querido hacer
para la fonología fue dotarse del instrumento que permitiera pasar de la historia
de alguna forma individual de un sonido a la historia mucho más general del
sistema fonético de toda una lengua.
Podría tomar un tercer ejemplo que evocaría brevemente: el de la aplicación
del estructuralismo a la literatura. Cuando Roland Barthes ha definido, hace
algunos años, lo que ha llamado el nivel de la escritura por oposición al nivel
del estilo o al nivel de la lengua, ¿qué quería hacer?167 Pues bien, se le puede
comprender cuando se observa lo que era la situación y el estado de los estudios
de historia literaria en Francia hacia los años 1950-1955. En esa época, o bien
Londres, J. Murray, 1871, 2 vol; Anthropology: An Introduction to the Study of Man and Civilization, Londres,
McMillan, 1881.
166 Troubetzkoy (N.), Zur allgemeinen Theorie der phonologischen Vokalsysteme, Travaux du Cercle linguistique
de Prague, Praga, t. I, 1929, pp. 39-67; Grundzüge der Phonologie, Travaux du Cercle linguistique de Prague,
Praga, t. VII, 1939 (Principes de phonologie, trad. J. Cantineau, París, Klincksieck, 1949) [Principios de fonología,
Madrid: Cincel, 1992].
167 Barthes, (R.), Le Degré zero de l´écriture, París, Seuil, 1953 [El grado cero de la escritura. Buenos Aires: Siglo
XXI, 1973].
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170 Chaunu (H.) y (P.), Sevilla y el Atlántico, París, Sevpen, 1955-1960, 12 vol. <Universidad de Sevilla, 1983>
historia del mundo. Pues ahora se sabe muy bien que la inversión de una ten-
dencia económica es mucho más importante que la muerte de un rey.
Se estudian de la misma manera, por ejemplo, los crecimientos de población:
que la curva demográfica de Europa, que estuvo más o menos plana en el curso
del siglo XVIII, se haya subido bruscamente a fines de siglo y haya continuado
subiendo durante el siglo XIX, es algo que en parte ha hecho posible el desa-
rrollo industrial de Europa en ese siglo; pero nadie vivió este acontecimiento
como pudieron vivir las revoluciones de 1848. Acaba de comenzar un estudio
sobre los modos de alimentación de las poblaciones europeas en el siglo XIX:
se ha apercibido que en un cierto momento la cantidad de proteínas absorbida
por las poblaciones europeas comenzó a subir bruscamente. Acontecimiento
prodigiosamente importante para la historia del consumo, para la historia de la
salud, para la historia de la longevidad. El aumento brusco de las cantidades de
proteínas absorbidas por una población es, de cierta forma, mucho más grave
que un cambio de Constitución y que el paso de una monarquía a una república,
por ejemplo. Es un acontecimiento, pero es un acontecimiento que no se puede
alcanzar por los métodos clásicos y tradicionales, sino por el solo análisis de
series tan continuas como sea posible de documentos a menudo descuidados.
No se ve pues, en la historia serial, al acontecimiento disolverse en provecho
de un análisis causal o de un análisis continuo, sino cómo se multiplican las
capas de acontecimientos.
De acá se siguen dos grandes consecuencias ligadas la una a la otra: la
primera es que las discontinuidades de la historia van a multiplicarse. Tradicio-
nalmente, los historiadores marcaban las discontinuidades en acontecimientos,
como el descubrimiento de América o la caída de Constantinopla. Es verdad
que tales acontecimientos pueden concernir discontinuidades, pero la gran
inversión, por ejemplo, de la tendencia económica que estaba en crecimiento
en Europa en el siglo XVI, que se estabilizó y entró en regresión en el curso del
XVII, marca otra discontinuidad que no es exactamente contemporánea de la
primera. La historia aparece entonces no como una gran continuidad bajo una
discontinuidad aparente, sino como un encabalgamiento de discontinuidades
superpuestas. La otra consecuencia es que se está llevado por esto a descubrir
dentro de la historia tipos de duraciones diferentes. Tomemos el ejemplo de los
precios: existen lo que se llama los ciclos cortos. Los precios suben un poco,
después cuando llegan a un cierto techo, tropiezan contra el umbral de consumo
y, en ese momento, vuelven a descender un poco para remontar nuevamente. Son
ciclos breves que se pueden aislar perfectamente. Por debajo de esta duración
corta, de esta duración de alguna manera vibratoria, tenéis ciclos más importan-
tes que alcanzan veinticinco o cincuenta años, y luego, más por debajo está lo
que se llama, en inglés, los trends seculares (la palabra está pasando a la lengua
francesa), es decir, especies de grandes ciclos de expansión y de recesión que,
▪ 276 Universidad de Medellín
Homenaje a Michel Foucault
II
171 “Carceri e manicomio nel congegno del potere” (“Prisons et asiles dans le mécanisme du pouvoir”; entrevista
con M. D’Eramo), Avanti, 78º año, n.º 53, 3 de marzo de 1974, p. 26-27 [Michel Foucault. Dits et écrits. t. II. París:
Gallimard, 1994. pp. 521-525]. tr. Luis Alfonso Paláu, Medellín, septiembre 22 de 2014.
172 Alusión a la obra en curso sobre los dispositivos de castigo.
— Hace algunos años, había una costumbre “a la Heidegger”, diría yo: todo
filósofo que hacía una historia del pensamiento o de una rama del saber debía
partir, al menos, de la Grecia arcaica, y sobre todo nunca ir más allá. Platón solo
podía ser la decadencia a partir de la que todo comenzaba a cristalizarse. Este
tipo de historia en forma de cristalización metafísica establecida de una vez por
todas con Platón, retomada acá en Francia por Derrida, me parece desoladora.
Desconsoladora, porque después de Grecia pasaron una cantidad de cosas di-
vertidas e interesantes hasta el punto que uno de mis objetivos polémicos es el
querer edificar una arqueología mucho más próxima. Hace menos de uno o dos
siglos se produjo una cantidad de fenómenos que ligaron nuestras estructuras
sociales, nuestra economía, nuestra manera de pensar con una fuerza al menos
semejante a lo que ha podido producirse en las primeras ciudades griegas. Es
verdad que evito hablar de Grecia porque no quiero caer en la trampa del arcaís-
mo helénico, en el que nos han encerrado durante tanto tiempo los historiadores
del pensamiento. Tenemos una historia, tenemos una etnología, tenemos una
arqueología que podemos hacer prácticamente en presente.
— Lo que interesa en sus libros, es claramente la locura, la medicina clínica
terapéutica, pero también y sobre todo la filosofía subyacente a esos fenómenos.
Se tiene como la impresión de que usted evita expresar directamente su filo-
sofía. Parece que usted quisiera que la relación entre su filosofía y el lector no
fuera inmediata, sino que pasara por un objeto particular como precisamente la
locura, las ideas científicas. ¿Por qué esa necesidad de colocar la filosofía bajo
otros objetos como los prisioneros, los locos?
— No hay discurso filosófico sin objeto. Veamos: ora los filósofos toman como
objeto la experiencia, la de ellos, los datos inmediatos de la conciencia, lo vivido,
etc. (y estos son objetos precisos), ora ellos escogen como tema de reflexión algo
como el ser, el espacio, el tiempo, es decir, objetos fabricados, de todas maneras
cuidadosamente conservados por la tradición filosófica escolar, universitaria. El
ser, el tiempo, la experiencia son objetos que se han desgastado a tal punto, tan
cotidianos, tan familiares, es decir tan transparentes que terminamos por dejar
de considerarlos como objetos. Si se me dice: “La filosofía habla en general”, yo
respondo que cuando un filósofo afirma que él no habla de nada en particular,
sino de la experiencia en general, él está hablando en realidad de una cosa
muy particular, es decir, de la experiencia históricamente definida que es la
suya, pero que él la transformó y que la ha hecho valer como una experiencia
general. Discutir sobre el ser significa hablar dentro de una tradición histórica
cerrada tal y como es la visión de la enseñanza filosófica a partir del siglo XV.
Esos objetos me fastidian. Uno puede filosofar sobre mil objetos maravillosos,
espléndidos, divertidos, poco conocidos: los locos, la policía, los pobres. ¿Por
qué no filosofar sobre todo eso?
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de análisis, algo que les ha servido ulteriormente. Las palabras y las cosas es
un libro que se ha leído mucho pero que en el fondo se ha comprendido poco.
Se dirigía a historiadores de las ciencias y a los científicos, era un libro para
dos mil personas. Lo han leído muchas más personas, qué se va a hacer. Pero
a algunos científicos como a Jacob, el biólogo premio Nobel, le sirvió. Jacob
escribió la Lógica del viviente174; había capítulos sobre la historia de la biología,
sobre el funcionamiento del discurso biológico, sobre la práctica biológica, y él
me dijo que había utilizado mi libro. El librito que me gustaría escribir sobre los
sistemas disciplinarios sería muy bueno que le pudiera servir a un educador, a
un guardia de prisiones, a un magistrado, a un objetor de conciencia. No escribo
para un público, escribo para utilizadores, no para lectores.
— Sus libros tienen siempre un carácter político sin nunca tratar de política;
¿cuáles son sus relaciones con la política?
— Me han dicho con frecuencia: “Vea pues, es extraño; antes usted nunca
se ocupaba de política y ahora solo se ocupa de ella”.
— ¿No es verdad?
— Sí, es verdad.
— ¿Es político la Historia de la locura?
— Sí, pero ahora. Es decir que, cuando la Historia de la locura fue publicada
en Francia, en 1961-1962, no hubo una sola revista ni un solo grupo que poseyera
intereses políticos que le permitieran hablar de él. Me hago entender. En nin-
guna revista marxista, en ningún periódico de izquierda, nada. Los únicos que
hablaron de ella fueron Barthes y Blanchot, por supuesto que muy importantes
los dos, pero más en literatura que en política. Cuando escribí un texto sobre
la formación de la medicina clínica, un libro que considero político, nadie habló
de él, verdaderamente nadie. En cambio, cuando en Las palabras y las cosas
dije que Marx había tomado de Ricardo sus conceptos económicos, entonces…
¿Qué se produjo? La frontera política cambió su trazado y, ahora, temas como la
psiquiatría, el internamiento, la medicalización de una población se volvieron
problemas políticos. Luego de lo que ocurrió en los últimos diez años, los gru-
pos políticos se han visto obligados a integrar esos dominios a su acción, y así
hemos terminado por converger, ellos y yo, no porque yo hubiera cambiado –y
no es que me enorgullezca de ello, me gustaría cambiar– sino porque en este
caso, puedo decir con arrogancia que fue la política la que vino hacia mí, o más
bien: que colonizó esos dominios que eran ya casi políticos, pero que no se los
reconocía como tales.
174 París: Gallimard, 1970. <la primera edición castellana de Laia fue desastrosa… luego Salvat corrigió la tra-
ducción… Paláu>
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III
175 “Bio-histoire et bio-politique”, Le Monde, nº 9869, 17-18 de octubre de 1979, p. 5 (sobre J. Ruffié, de la Biologie
à la Culture, París: Flammarion, 1976) [Michel Foucault. Dits et écrits. t. III. París: Gallimard, 1994. pp. 95-97].
tr. Luis Alfonso Paláu. Medellín, noviembre 9 de 2014.
176 J. Ruffié. De la biología a la cultura. Barcelona: Muchnik, 1982.
IV
Una maravillosa erudición [225]177
Es verdad que el hombre es una especie viviente que tiene una historia. Pero
es también un ser histórico que tiene una vida; una vida y una muerte, con una
fragilidad que lo expone a las enfermedades, a las epidemias, a las mortalida-
des desastrosas, a la esterilidad y a las grandes devastaciones de la especie. El
hombre en sociedad no vive solamente de pan, pero tampoco muere solamente
de guerra y de hambre. Su historia es indisociable de la de los parásitos, de la
de los microbios, de la de las bacterias y de la de los virus, indisociable de la
de los metabolismos, de la de las carencias vitamínicas, y de la de los desequi-
librios alimenticios.
Philippe Ariès es considerado como uno de los pioneros de la historia de las
mentalidades. A mí me parece sobre todo uno de los inventores de esa historia
que cuenta lo que el hombre hace consigo mismo como especie viviente: nata-
lidad, infancia y, ahora, en un trabajo monumental, la muerte.
Seiscientas cincuenta páginas, que no son ni tristes ni monótonas. Sino
abigarradas, divertidas, imprevistas, que enternecen a menudo y que también
177 “Une érudition étourdissante”, Le Matin, nº 278, 20 de enero de 1978, p. 25 (sobre Ph. Ariès, el Hombre ante la
muerte, París: Seuil, 1977) [Michel Foucault. Dits et écrits. t. III. París: Gallimard, 1994. pp. 503-505]. tr. Luis
Alfonso Paláu. Medellín, octubre 27 de 2014.
hacen reír. El libro menos negro, el menos “en duelo” que uno pueda imaginar;
esta muerte que se podría creer que era siempre la misma, o casi la misma, ha
suscitado tantas invenciones diversas; en torno al último momento, los hom-
bres han organizado tantos ritos, tantas ceremonias ruidosas o silenciosas; han
dado a la muerte tantas imágenes yacientes, orantes, danzantes, socarronas,
esqueléticas, lánguidas, dulces, adornadas, desnudas, castas, eróticas; con el
cadáver han hecho tantas cosas para mostrarlo, exaltarlo, ocultarlo, enterrarlo a
la bartola, fijarle un territorio, disponer en torno a él sábanas, flores, discursos,
consolaciones, lecciones de teología, poemas de amor.
Philippe Ariès trastornando el decoro de los historiadores, recorre diez siglos,
conecta las canciones de gesta con la Muerte de Iván Illich178, descifra inscrip-
ciones y analiza la práctica norteamericana de las funeral homes. Se cree con
frecuencia que lo que hay de más estable en una civilización es su culto de los
muertos. Pero el propio Occidente, en su práctica de la muerte, ha manifestado
su maravillosa inventiva; desde hace siglos ha vivido y ha muerto de mil muertes.
Dicho esto, no estoy haciendo justicia con el libro cuya erudición en efecto
es maravillosa. No estoy haciendo que resalte suficientemente la fuerza de in-
teligencia. Philippe Ariès es cristalógrafo; no reduce las complejidades, recorre
meticulosamente todas las aristas. Hay que leer su análisis de lo macabro bajo
sus diferentes caras: cadáver que se oculta en la realidad, interior de los cuer-
pos que se muestra en imágenes, relación intensa con las cosas, por el apego
individual a los bienes y por la percepción amarga de las vanidades. O también
su análisis de la mentira con los agonizantes, esa invención de los siglos XVIII y
XIX, con todo el juego del lenguaje de doble sentido, de saber y de silencio, de
complicidad y de engaño, que se juega entre el médico, el entorno y el enfermo
que lo acepta sin duda para seguir siendo dueño de su relación secreta con su
propia muerte.
Algunos momentos decisivos han escandido estos diez siglos de una muerte
en perpetua mutación. Pero con el humor de los grandes historiadores, Ariès
no va a buscarlos en lo alto, por el lado de las metafísicas poderosas o de las
perturbaciones institucionales. Sino por lo bajo, por el lado de esos gestos
oscuros, anónimos, sin fecha precisa, con los que toda sociedad se encuentra
comprometida sin que ella misma se haya dado cuenta. Por ejemplo, el momento
en que se comenzó a ponerles velos a los muertos para que no miraran ya a los
vivos. O el momento, en que el moribundo se pone a dictar al detalle lo que se
deberá hacer con sus despojos, dónde meterlos, cómo rezarlos, cuántos meses,
a quién dar tres reses o cuatro pesos. Pero también el día en que el enfermo
ya no se atrevió a plantear, con certidumbre interior, la pregunta “sin rodeos”
del labrador: ¿es que me voy a morir? Sino que se volteó hacia el médico para
preguntarle: ¿de qué estoy enfermo, doctor?
178 Tolstoi (L.). La Muerte de Iván Illich (1886) in Obras completas t. II. Madrid: Aguilar, 1959. pp. 1134-1157.
Ciencias Sociales y Educación, Vol. 3, Nº 5 • ISSN 2256-5000 • Enero-Junio de 2014 • 328 p. Medellín, Colombia 285 ▪
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V
Foucault estudia la razón de Estado [272]179
ser que tal es el destino de la mayor parte de los críticos intelectuales en los EE.
UU. ¿Cómo explica usted esta diferencia]
<En el curso de una entrevista en el campus, él declaró:>
— Después de 1964, la universidad francesa sufre una crisis profunda, una
crisis a la vez política y cultural. Se dibujaron dos movimientos: un movimiento
animado por los estudiantes para deshacerse del marco de vida estrictamente
universitario, que se identificaba también con otros movimientos, tales como
el movimiento feminista o el movimiento a favor de los derechos de los homo-
sexuales. El segundo movimiento se produce entre los docentes por fuera de
la Universidad. Hubo entre ellos una tentativa por expresar sus ideas en otros
lugares: escribir libros, hablar en la radio o la televisión. [Además, la prensa
francesa siempre ha manifestado un interés mayor por este tipo de debates de
ideas, de lo que lo hacen los periódicos norteamericanos.]
[— Usted habló en sus conferencias de la necesidad, para el individuo, de
realizarse. En los EE. UU. se ve naturalmente desarrollarse, desde hace un cierto
tiempo, un amplio movimiento a favor de la realización de sí mismo; es un movi-
miento apolítico, cercano a los grupos de encuentro, o de grupos como EST180, u
otros. ¿Hay una diferencia entre la “realización de sí” tal como se la entiende aquí,
y lo que esta noción recubre para usted.?]
— [En Francia también, existe un movimiento similar que tiene la misma
intensidad. Yo por mi parte tengo un enfoque diferente de la subjetividad.]
Considero que, después de los años sesenta, la subjetividad, la identidad y la
individualidad constituyen un problema político importante. Me parece que es
peligroso considerar la identidad y la subjetividad como componentes profundos
y naturales, que no están determinados por factores políticos y sociales. Nos
tenemos que liberar del tipo de subjetividad del que tratan los psicoanalistas,
[es decir: la subjetividad psicológica]. Estamos prisioneros de ciertas concep-
ciones de nosotros mismos y de nuestra conducta. Debemos liberar <cambiar>
nuestra subjetividad, nuestra relación con nosotros mismos.
[— Usted ha dicho algo, en su conferencia, a propósito de la tiranía del Estado
moderno en su relación con la guerra y con el bienestar social.]
<— Usted ha dicho en su conferencia que el Estado moderno manipula la
vida de los individuos>
— Sí; si pensamos en la manera como el Estado moderno comenzó a intere-
sarse en el individuo –a preocuparse por su vida– la historia nos revela <hay>
una paradoja <en la historia del Estado moderno>. Es en el momento mismo
en que el Estado comenzaba a practicar sus más grandes masacres cuando se
180 Ehrard Sensitivity Training, psicoterapia de grupo en boga en los EE. UU.
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Traducciones
puso a preocuparse por la salud física y mental de los individuos. El primer gran
libro consagrado al tema de la salud pública, en Francia, fue escrito en 1784,
cinco años antes de la Revolución y diez años antes de las guerras napoleóni-
cas. Este juego entre la vida y la muerte es una de las principales paradojas del
Estado moderno.
— ¿Es diferente la situación en otras sociedades, en los países socialistas
o comunistas, por ejemplo?
— Desde este punto de vista no es mucha la diferencia en la Unión Soviética
o en China. El control ejercido sobre la vida individual en la Unión Soviética es
muy fuerte. Aparentemente nada de la vida del individuo le es indiferente al
Gobierno. Los soviéticos han masacrado dieciséis millones de personas para
edificar el socialismo. La masacre de las masas y el control individual son dos
características profundas de todas las sociedades modernas.
[— Hay algunos críticos en los EE. UU. que se preocupan también por el
problema de la manipulación de los individuos por parte del Estado, y por otras
instituciones. Pienso en Thomas Szasz, por ejemplo. ¿Qué lazos ve usted. entre
su trabajo y el suyo?]
<— El tema del control del individuo no es nuevo>
— Los problemas que yo trato en mis libros no son problemas nuevos. No
los inventé. Una cosa me ha sorprendido en las reseñas que han sido hechas
de mis libros en los EE. UU., en particular en lo que se ha escrito sobre el libro
que dediqué a las prisiones. Se ha dicho que traté de hacer la misma cosa que
Erving Goffman en su obra sobre los asilos181 –la misma cosa, pero menos bien–.
Yo no soy un investigador en ciencias sociales. No busco hacer la misma cosa
que Goffman. Él se interesa en el funcionamiento de un cierto tipo de institu-
ción: la institución total, el asilo, la escuela, la prisión. Por mi parte, trato de
mostrar y de analizar la relación que existe entre un conjunto de técnicas de
poder y de las formas, de las formas políticas como el Estado y de las formas
sociales. [El problema sobre el que se concentra Goffman es el de la institución
misma.] El mío es la racionalización de la gestión del individuo. Mi trabajo no
tiene por objetivo una historia de las instituciones o una historia de las ideas,
sino la historia de la racionalidad tal como ella opera en las instituciones y en
la conducta de la gente.
[La racionalidad es lo que programa y orienta el conjunto de la conducta
humana. Hay una lógica tanto en las instituciones como en la conducta de los
individuos y en las relaciones políticas. Hay una racionalidad incluso en las
formas más violentas.] Lo más peligroso en la violencia es su racionalidad. Por
181 Goffman (E.). Asylums. New York: Double-day, 1961. <Internados: ensayos sobre la situación social de los en-
fermos mentales. Buenos Aires: Amorrortu, 2008>.
— Cuando usted dice que la conducta de la gente está mucho más modelada
¿se debe comprender que ese es un fenómeno inevitable [o cree usted que existe
algo, en los seres humanos, que se resiste a ese modelado]?
— En las sociedades humanas no hay poder político sin dominación. Pero
nadie quiere ser mandado, incluso si los ejemplos de situaciones en las que las
gentes aceptan la dominación son numerosos. Si examinamos, desde un punto
de vista histórico, la mayor parte de las sociedades que conocemos, constatamos
que la estructura política es inestable. No hablo de las sociedades no-históricas,
de las sociedades primitivas. Su historia no se parece en nada a la nuestra.
Pero todas las sociedades que pertenecen a nuestra tradición han conocido la
inestabilidad y la revolución.
— Su tesis concerniente al poder pastoral se funda en la idea, desarrollada
en el Antiguo Testamento, de un Dios que vigila y protege a un pueblo que
obedece. Pero ¿qué hace usted con la época en que los israelitas no obedecían?
— El hecho de que el rebaño no siga al pastor es bastante normal. El problema
es saber cómo la gente vive su relación con Dios. En el Antiguo Testamento, la
relación de los judíos con Dios se traduce por la metáfora del Dios-pastor. En la
ciudad griega, la relación de los individuos con la divinidad se parece más bien
a una relación que existe entre el capitán de un navío y sus pasajeros.
— [Es un fenómeno muy extraño –y lo que le voy a decir va quizá a sorpren-
derlo– pero me parece que, incluso si] un buen número de sus hipótesis parecen
contradictorias <controversiales>, hay algo muy convincente en su proceder y
en sus convicciones.
— Sencillamente yo no soy historiador. Y no soy novelista. Practico una es-
pecie de ficción histórica. De cierta manera sé muy bien que lo que digo no es
verdadero. Un historiador podría muy bien decir que lo que he escrito “no es la
verdad”. Para decirlo de otra forma: he escrito mucho sobre la locura; a comienzos
de los años sesenta, hice una historia del nacimiento de la psiquiatría. Sé muy
bien que lo que hice es, desde un punto de vista histórico, parcial, exagerado.
Quizá ignoré algunos elementos que me contradirían. Pero mi libro ha tenido un
efecto sobre la manera como las gentes perciben la locura. Entonces mi libro, y
la tesis que en él desarrollo tienen una verdad en la realidad de hoy.
Trato de provocar una interferencia entre nuestra realidad y lo que sabemos
de nuestra historia pasada. Si lo he logrado, esta interferencia producirá reales
efectos sobre nuestra historia presente. Mi esperanza es que mis libros tomen
su verdad una vez escritos, y no antes.
Como yo no me expreso muy bien en inglés, el tipo de afirmaciones que hago
acá va a hacer que la gente diga: “Vea usted, miente”. Pero permítame formular
▪ 290 Universidad de Medellín
Homenaje a Michel Foucault
esta idea de otra manera. He escrito un libro sobre las prisiones. Trato de eviden-
ciar ciertas tendencias en la historia de las prisiones. “Una sola tendencia”, se me
podría reprochar. “Entonces lo que usted dice no es completamente verdadero”.
Pero hace dos años, en Francia, hubo agitación en muchas prisiones, los
detenidos se rebelaron. En dos de esas prisiones, los prisioneros leían mi libro.
Desde sus celdas, algunos detenidos les gritaban el texto de mi libro a sus
camaradas. Yo sé que lo que voy a decir es pretencioso, pero… esta es una
prueba de verdad, de verdad política, tangible, una verdad que comenzó una
vez se escribió el libro.
Espero que la verdad de mis libros esté en el porvenir.
VI
Entrevista con Michel Foucault sobre el libro de Dover [311]182
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Traducciones
tolerancia social y homosexualidad: los gays en Europa occidental desde el comienzo de la era cristiana
hasta el siglo XIV. Barcelona: Muchnik, 1998).
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Traducciones
de la monosexualidad. Sería preciso ver si, del lado de las mujeres, no se podría
imaginar una hipótesis equivalente que implicaría categorías de mujeres muy
variadas, una sub-cultura femenina donde el hecho de ser mujer supondría que
se tienen posibilidades de relación con otras mujeres que no son dadas, ni a los
hombres por supuesto, ni siquiera a otras mujeres. Me parece que en torno a
Safo y al mito de Safo hubo esta forma de sub-cultura.
— Efectivamente, algunas investigaciones feministas recientes parecen ir
en este sentido, del lado de las mujeres trovadoras, en particular, cuyos textos
se dirigían a mujeres; pero la interpretación es difícil, puesto que no se sabe si
ellas eran solamente portavoces de algunos señores, como los trovadores hom-
bres. Pero algunos textos existen, en todo caso, que hablan (como Christine de
Pisan) del “femenino sexo”, y que prueban que habría una cierta consciencia
de una cultura femenina autónoma, perfilada por lo demás por la sociedad de
hombres. ¿Podríamos por tanto hablar de cultura gay femenina, aunque el tér-
mino gay para las mujeres no me parezca muy apropiado?
— Efectivamente, este término tiene una significación mucho más corta en
Francia que en los EE. UU. de América. En todo caso me parece que, postulando
una cultura gay (al menos masculina), Boswell no se contradice con respecto a
la tesis que quiere que la homosexualidad no sea una constante antropológica
que sería ora reprimida, ora aceptada.
— En La voluntad de saber, usted analiza la puesta en discurso del sexo, que
prolifera en la época moderna; pero, en ese discurso sobre el sexo parece que la
homosexualidad está ausente al menos hasta el año 1850.
— Me gustaría llegar a comprender cómo ciertos comportamientos sexuales
se vuelven en un momento dado problemas, dando lugar a análisis, constituyendo
objetos de saber. Se trata de descifrar esos comportamientos, de comprenderlos
y de clasificarlos. Lo interesante no es tanto una historia social de los compor-
tamientos sexuales, una psicología histórica de las actitudes con respecto a la
sexualidad, sino una historia de la problematización de esos comportamientos.
Hay dos edades de oro de la problematización de la homosexualidad como mo-
nosexualidad, es decir de las relaciones entre hombres y hombres, y hombres
y jovencitos. La primera, es la del período griego helenístico que se termina a
grandes rasgos en el Imperio romano. Los últimos grandes testimonios son: el
diálogo de Plutarco, las disertaciones de Máximo de Tiro y el diálogo de Lucia-
no186…
Mi hipótesis es —aunque sea una práctica corriente— que ellos han hablado
mucho de eso porque les planteaba problemas.
186 Plutarco. “Diálogo sobre el amor” in Obras morales y de costumbres (moralia). Madrid: Akal, 1987; Máximo de
Tiro. “Disertaciones” in Obras completas. Madrid: Gredos, 2005; Luciano de Samosata. Diálogos de las corte-
sanas. Madrid: Alianza, 2005.
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Traducciones
187 Referencia a Magnus Hirschfeld (1868-1935) que editó de 1899 a 1925 el Jahrbuch für sexuelle Zwischentufen
unter besonderer Berücksichtigung del Homosexualität (Leipzig, Max Spohr), anuario consagrado a los “es-
tados sexuales intermediarios”, donde él publica artículos originales y reseñas de obras. Hirschfeld publica
especialmente: Von Wesen der Liebe: Zugleich ein Beitrag zur Lösung der Frage der Bisexualität, Leipzig, Max
Spohr, 1909; Die Transvestiten, eine Untersuchung über den erotischen Verkleidunstrieb, mit umfangreichem
casuistischen und historischen Material, Berlín, Pulvermacher, 1910-1912, 2 vol; Die Homosexualität des Man-
nes und des Weibes, Berlin, Louis Marcus, 1914. Ver Nicolas (C.), “Los pioneros del movimiento homosexual”,
Masques, revue des homosexualités, nº 8, primavera de 1981, pp. 83-89.
188 “La amistad como modo de vida” <in Internet, Modemmujer, red de comunicación electrónica, n. de t.>
189 Ver “Sobre la historia de la homosexualidad”, Le Débat, nº 10, marzo de 1981, pp. 106-160.
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