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Un cristiano sin compromiso es aquél que lucha entre su inclinación al mundo y los placeres que
ofrece, y la necesidad que tiene de ordenar su vida, conforme lo establece la Palabra de Dios
Cruza una mirada con el acusado. Sabe que tiene en sus manos el destino de aquél
hombre. El tribunal lleno de personas. Semblantes que en su diversidad expresaban
expectación, preocupación y un tercer grupo de personas, totalmente indiferentes. El
murmullo creía a cada minuto. Y el testigo que sale de un asiento y se dirige al
estrado.
Cruza una mirada con el acusado. Sabe que tiene en sus manos el destino de aquél
hombre. Ni un gesto, nada. Y todos a la espera de su respuesta. Y el momento no
tarda.
Negarlo fue tanto como dictarle una sentencia. Desconocer largos años de amistad,
secretos compartidos en la intimidad de una camaradería, pero llegado el momento,
una aseveración contundente: “No lo conozco...”. La justicia fue implacable. El testigo
negó a su mejor amigo, echo por tierra la defensa, dejó sin piso cualquier argumento.
Piense ahora que quizá el acusado hubiese sido usted. Que estaría con la esperanza
de que en un momento de crisis su amigo más cercano le brindara respaldo y
testificara a su favor. Pero recibe una sorpresa desagradable: Aquél en quien
confiaba, públicamente le niega, lo desconoce...
Y al igual que Pedro, los cristianos a veces negamos a nuestro amado Señor
Jesucristo... ¿Cómo y cuándo lo negamos?
Un cristiano sin compromiso es aquél que lucha entre su inclinación al mundo y los
placeres que ofrece, y la necesidad que tiene de ordenar su vida, conforme lo
establece la Palabra de Dios. Sabe que este camino llenaría su vida pero se deja
tentar por la mundanalidad. Esa es la imagen que parecería ofrecernos el apóstol
cuando al ser llevado Jesús a casa del sumo sacerdote “Y Pedro le seguía de lejos”
(Lucas 22: 54 b).
Para testimoniar que somos cristianos no es necesario andar cantando coritos, asumir
la jerga de santidad que solemos aplicar los evangélicos cuando hablamos y estar
citando a toda hora versículos bíblicos. Generalmente quienes desean llamar la
atención con sus creencias, llegado el momento no corroboran con hechos lo que
dicen sus palabras. A Cristo se le testimonia con nuestras acciones.
A Pedro le reconocieron como seguidor de Jesús, “Pero una criada, al verle sentado
al fuego, se fijó en él, y dijo: También éste estaba con él... un poco después viéndole
otro, dijo: Tú también eres de ellos... como una hora después, otro afirmaba, diciendo:
Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo... “(Versículos 56-59).
En Pedro había un sello especial, un distintivo, algo que él no podía ocultar. Sin
embargo él estaba empecinado en negarlo. ¿Temor?¡Preocupación por la opinión de
los demás...? Cualquiera que fuese la razón, evidenciaba en sus palabras y hechos
que era un discípulo, no podía ocultarlo, pero estaba decidido a ocultarlo y negar su
condición especial de hombre de fe.
La respuesta será la misma en todos los casos: Pedro, usted y yo fallamos cuando
dependemos de nuestras fuerzas y no del poder de Dios. ¿Recuerda a Pedro horas
antes? Le había dicho a Jesús:“Señor, dispuesto estoy a ir contigo no solo a la
cárcel, sino también a la muerte”(Lucas 22:33).
Pedro confió más en sus fuerzas que en el poder de Dios, que nos trae fortaleza y nos
ayuda a enfrentar la adversidad, las crisis y las tentaciones. Eso fue justamente lo que
expresó Jesús con su mirada, inmediatamente después que cantara el gallo y Pedro
le hubiera negado tres veces: “Y enseguida, mientras él (Pedro) todavía hablaba, el
gallo cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro...”(versículos 80. 61 a).
Judas y Pedro fallaron. Cada uno desde diferentes perspectivas, pero fallaron.
Abandonaron al Señor Jesús en el momento menos apropiado. Huyeron de la
realidad. Temieron las consecuencias. Se acobardaron. Pero también las decisiones
finales de Pedro y de Judas marcaron la diferencia... y esa diferencia fue
determinante en el destino eterno de cada uno.
Judas se arrepintió del daño, pero en lugar de buscar a Dios en medio de su crisis, se
ahorcó. Víctima de la desesperación, preso de la cobardía, acudió a la vía más fácil:
quitarse la vida para no enfrentar la realidad. Pudo haber buscado el rostro del Señor
en procura de ayuda, pero prefirió el suicidio.
Pedro en cambio, al incurrir en el error y sentir el peso de la mirada tierna del Señor
Jesús “... saliendo fuera, lloró amargamente”(versículo 62). El se arrepintió y se
dispuso al cambio. Y en el capítulo dos del libro de los Hechos de los Apóstoles
predicando el evangelio de Jesucristo, con denuedo, con valentía, con decisión, sin
ocultar su fe en el Hijo de Dios.
Estoy convencido que estas líneas le llevarán a reflexionar sobre su propia existencia.
Y algo de suma importancia: su testimonio como cristiano. Y algo más: tengo el
convencimiento de que, con su arrepentimiento y decisión de cambio, las cosas serán
diferentes desde hoy en su desenvolvimiento al interior de la iglesia, pero en especial
en el campo secular.