Você está na página 1de 4

PRINCIPLES RATIONALES TECHNIQUE PIANISTIQUE

DE LA INTERPRETACIÓN

ALFRED CORTOT

Podríamos sostener que no hay arte que presuponga en mayor medida que el de la interpretación,
el manejo delicado, la comprensión refinada de todas las formas de emociones o de sensaciones
que se trata de trasladar al espíritu del oyente mediante la magia misteriosa de las sonoridades.

"Rousseau lo dijo: 'para elevarse hasta las grandes expresiones de la música, sería necesario
haber hecho un estudio particular de las pasiones humanas y del lenguaje de la naturaleza'. Y
Tolstoi añade: 'El arte es la comunicación de los sentimientos experimentados'.

"La música no puede, evidentemente, describir con precisión. Su dominio es el del despertar de
las sensaciones. Debe permitir a cada uno que viva su sueño, bajo la influencia de una excitación
momentánea, que puede diferir según la disposición de los oyentes y según su mentalidad
profunda "Ahora bien, cuanto más cultivado esté nuestro espíritu y evolucionada nuestra
inteligencia, tanto más tendrán nuestras sensaciones la posibilidad de afinarse. Y el compositor
que nos transmite el reflejo de sus impresiones cuenta con el intérprete para despertar en los
oyentes emociones semejantes a las que él mismo ha sentido.

"Es sabido que los fisiólogos han determinado, de una manera precisa, la calidad de las reacciones
físicas causadas por la audición de ciertos ritmos, de ciertas melodías, y luego han procurado
demostrar que las emociones producidas por la música eran paralelas a las provocadas en el ser
sensible por los dolores y los goces. La música obra pues físicamente sobre el organismo, y
nosotros apareamos a las sacudidas físicas que nos produce, emociones de calidad más o menos
rara, según nuestra mayor o menor preparación y nuestro mayor o menor caudal de ideas y
sentimientos. "Se intenta a veces hacer distinción entre la música expresiva de sentimientos y otra
que tendería a no expresar nada fuera de las relaciones sonoras. Pero cualquiera que sea la forma
empleada, y aún cuando ella se someta a ese género que ciertos teóricos han convenido en llamar
'música pura', como fondo de la inspiración del compositor existe un sentimiento que el intérprete
tiene el deber de encontrar para transmitirlo al oyente. Ahora bien, no hay sentimientos
extrahumanos, y el poder ideal de la música, aún en las obras más elevadas, más depuradas en el
fondo o en la forma, es resucitar en ellas las emociones humanas, las sensaciones familiares que
allí se encuentran, magnificadas por las galas del revestimiento artístico.

"La lengua musical, a medida que se hace más elevada, se vuelve más hermética sin duda, pero
conserva para los iniciados toda su claridad emotiva. Sin embargo, sólo por un mecanismo
intelectual infinitamente sutil, el intérprete puede y debe hacer diáfano el sentido de una
composición, a través del lenguaje simbólico de los sonidos.

"Cuando tomo como asunto de estudio la música llamada de programa o de carácter sugestivo,
tengo menos en vista el estudio de un género especial que la posibilidad de apremiar de más
cerca, gracias a él, la traducción elocuente o sensible de los sentimientos, la inteligencia de los
detalles pintorescos, la verdadera atmósfera dónde situar las obras, y para decirlo todo, de
desarrollar en los músicos ese don de exteriorización que constituye el talento del intérprete y sin
el cual la música es letra muerta.

1 (importante): "Además, estimo que el único medio, a la vez rápido y seguro, de perfeccionar la
técnica instrumental es someterla estrictamente a la preocupación de la interpretación poética.
Con ello la técnica se diversifica, se hace flexible y confiere a la ejecución esos tintes variados que
por sí solos hacen comprensibles y vivientes las obras musicales, cualquiera sea el género a que
pertenezcan.

"¿Se esfuerza la enseñanza actual de la música lo bastante por penetrarse de la naturaleza misma
del arte que pretende elucidar, por descubrir los móviles secretos de la inspiración del
compositor? ¿Y no sacrifica demasiado a la pura habilidad instrumental en detrimento de la
inteligencia de los sentimientos?".

"La corrección exterior de la ejecución, la perfección mecánica no son nada, si no sirven para
traducir mejor el principio generador de la obra de arte.

"Con todo, sólo con dificultad osamos inducir a los alumnos a asomarse a los abismos que ese arte
descubre en el alma humana, ese arte cuyas raíces se hunden en lo profundo de nuestro corazón,
arte que es confesión universal de los dolores, de las esperanzas, de las pasiones, de las alegrías,
en lo que tienen de irresistiblemente espontáneo, de más agudo, de más amargo.

"Demasiado a menudo nos contentamos con decir, si no por negligencia, por lo menos a causa de
una especie de pudor asaz inexplicable: 'Toque más fuerte, más suave, observe esta digitación, no
olvide ese acento, es indispensable. ¿Indispensable... para qué?.

Resulta que allí donde el autor nos ha gritado su desesperación, nos ha exhalado la pena ardiente
de su amor, nos ha confiado su resignación o su esperanza, nosotros demasiado a menudo sólo
alcanzamos a presentar a las meditaciones de nuestros alumnos una especie de fórmula
convencional, por lo cual el lenguaje ardiente de la música se convierte en algo análogo a las
poesías para uso de los pensionados de señoritas, donde la palabra 'tambor' reemplaza tan
convenientemente para el oído una rima menos casta, pero singularmente más elocuente!

"Si ustedes quieren vamos a declarar la guerra al 'arte de adorno', a las filigranas perfectas de una
ejecución carente de alma. Vamos a rebelarnos contra los matices 'tradicionales' que sólo tienen
como sostén esta razón enojosa pero perentoria, y es que 'producen efecto'.

Por ello, últimamente, los grandes concursos pianísticos de los cuales fui jurado, en estas
instancias los veo como un derroche de los artistas que participan al demostrar su talento en algo
que solo busca encontrar márgenes establecidos, creando esfuerzos inertes de ganar un premio
objetado por un jurado con cánones ya definidos y de los cuales me veo en instancias de
arrepentimiento de haber participado.

"La música debe ser peligrosamente, sublimemente contagiosa.

"Ello supone, si ustedes la aman lo suficiente como para consagrarle sus vidas, que no será un
matrimonio de conveniencia por consideraciones mediocres el que ustedes contraigan con ella.
Sin cesar y sin reposo deben ustedes aportarle un alma ardiente y los recursos de toda su
imaginación y de todo su amor. De esta comprensión cada vez más íntima del misterio profundo
del arte, nacerá tal vez, en algún momento sagrado de sus estudios, ese estremecimiento interior
que hace presentir la proximidad de la verdad artística. Ese día la técnica de ustedes habrá
progresado más eficazmente que al precio de meses de escalas sin objeto y de ejecución de
virtuosidad estéril. Ustedes encargarán entonces a sus dedos que traduzcan su pensamiento.
Ustedes serán entonces intérpretes y no ejecutantes.

"Interpretar es recrear en sí la obra que se toca", insistiendo en la necesidad de no procurar


hacerlo sino situándose en las condiciones en que la creación se produjo, en la necesidad, dicho de
otra manera, de saber mucho, a fin de comprender bien y de evitar las probabilidades de error.

Por eso afirmo y en primerísimo lugar, en lo que concierne a la nacionalidad, que 'el intérprete que
no supiera adoptar, con un estilo nacional, sus características más salientes, apenas podría aspirar,
si el piano es su instrumento, al título de 'pianista', en el sentido peyorativo del término

"La emoción de una época se traduce directamente por intermedio de sus hombres de genio",
dice. "Cuando somos incapaces de participar en esa emoción, debemos atribuir esa incapacidad a
nosotros mismos, y no a la obra.

"Es bueno conocer toda anécdota que circule a propósito de la persona de un autor, de la
concepción o de la eclosión de una obra. Hay anécdotas que son exactas. Otras no son quizá sino
leyendas nacidas a posteriori. Con todo, si éstas nos parecen adaptarse al sentimiento de la obra o
de ser de índole tal que estimulen nuestra imaginación, haríamos mal en descartarlas".

"Algunas obras se han puesto así en viaje, hacia la posteridad, cargadas de un bagaje de ideas que
se adhieren a ellas como la hiedra a la encina. Salvo en algunos casos en que lo ridículo de la
denominación rivaliza con la incomprensión del texto, se adaptan a menudo bastante bien al
carácter de las piezas.

"La lengua musical dispone, para los iniciados, de una elocuencia asaz precisa para evitar que un
verdadero contrasentido pueda establecerse con probabilidades de larga duración. Pero es
importante no dar a esos títulos de tradición sino la importancia relativa que tienen para la
interpretación.

"He podido comprobar, por experiencia personal, cuán fácilmente se propagaban esas
denominaciones parasitarias. Habiendo procurado definir con un epígrafe la naturaleza de los
sentimientos que cada uno de los Preludios de Chopin despertaba en mí, tuve la sorpresa de ver
que algunos de mis más eminentes colegas se servían a su vez de esos epígrafes, adoptando, con
la fórmula que me había tentado, los mismos términos con los cuales me había esforzado yo en
hacer más sensible una emoción enteramente personal... Hubiera preferido yo, aunque
sintiéndome halagado por su tácita aprobación, que ellos hubiesen hecho un llamado a su
imaginación o a su propia sensibilidad, antes que recurrir a interpretaciones hechas, y hechas para
la expresión de sentimientos de los cuales no tendré la fatuidad de suponer que puedan ser
enteramente los de ellos".

Por eso hago un llamado a 'esa emoción personal y sincera del verdadero artista frente a una gran
obra', emoción que no puede suplirse con nada.
"El 'Conócete a ti mismo' del filósofo griego debería seguir siendo una preocupación perpetua
para los intérpretes de la música. La tradición estereotipada de una obra maestra cede el paso, en
mi opinión, al impulso vivificante que le imprime la traducción de un sentimiento valientemente
expresado.

"La música debe vivir en nosotros. Ella debe reflejarnos. No puede sino reflejarnos. No es sino el
espejo en el que inscribimos nuestra imagen. Nuestro arte tiene eso de maravilloso que nos
permite recrear una belleza, si no muerta, por lo menos adormecida entre las líneas de los
pentagramas.

"Podríamos ser los Pigmaliones de esas innumerables estatuas inanimadas, únicamente si


ponemos en el beso espiritual que las puede despertar, no sólo toda nuestra fe en el milagro sino
también toda nuestra alma sincera y ardiente. Esto, me dirán ustedes, excede el dominio de la
lección de piano. Es que no son lecciones de piano lo que tengo el designio de darles, sino
lecciones de amor al arte. Y ustedes verán que si, por ventura, logramos olvidar el instrumento
para pensar sólo en la idea que él debe traducir, nos igualaremos a los más grandes, porque
llegaremos a ser convincentes.

"En toda obra es necesario que la música sea para nosotros el primer vehículo del pensamiento. Si
después encontramos un documento que confirme nuestro sentimiento, podremos apoyarnos en
él. Pero aun si existiera, en un punto de una obra dada, un documento histórico que estableciese
indiscutiblemente su carácter emocional, y del cual difiera su sentimiento de intérprete
convencido, no temo afirmar que en ese caso ustedes deberían tener en cuenta únicamente su
sentimiento personal".

Sentimos cuán peligrosas serían estas palabras si no emanaran del mismo hombre que ha dicho
(véase más arriba): 'la lengua musical dispone de una elocuencia bastante precisa para evitar que
un verdadero contrasentido pueda establecerse'..., etc., que constantemente recuerda a los
artistas el deber para obligar a sus discípulos a acostumbrarse a esas indagaciones, exige de cada
uno de ellos, so pena de negarse a escucharlos, una reseña de naturaleza tal como para impedir
que el trabajo consciente y fecundo en resultados que él preconiza, sea sustituido por cualquier
labor rutinaria.-*

Você também pode gostar