Novaro, M.
: Historia de la Argentina contemporánea
CAPÍTULO 2:
EL FRACASO DEMOCRÁTICO Y EL TRIUNFO DE LAS "SOLUCIONES DRÁSTICAS", 1969-1976
1969  se acelera la convergencia y radicalización de las demandas de múltiples actores sociales y
políticos, que tenían en común el rechazó al autoritarismo militar y la expectativa de que en la Argentina
tendría lugar una profunda transformación social. Estas esperanzas se depositaron mayoritariamente en el
peronismo y en el regreso de Perón al poder.
Se reclamaban elecciones libres y el fin de la proscripción, pero no tanto por el valor inherente de esas
garantías constitucionales, como por la idea de que de ese modo se abriría el camino hacia un gran cambio.
Esta confluencia resultaría bastante SUPERFICIAL y apenas COYUNTURAL ····> fue estimulada por
Onganía involuntariamente, al combinar el congelamiento de la actividad política, la persecución de los
reclamos sindicales, de expresiones culturales libres, y de las universidades (víctimas privilegiadas de un
autoritarismo de inspiración integrista. Esta actitud tmb se llevaba mal con la proclamada modernización
técnica y económica pretendida por jefes militares y sus aliados civiles
 Se trató de una represión más irritativa que efectiva, que generó una pérdida de credibilidad y de eficacia
de la represión, lo cual ayudó a crispar la revuelta.
 A ello se sumó la persistencia de condiciones económicas favorables para la actividad reivindicativa y la
presencia de una nueva generación de militantes gremiales educados en ese marco, en contacto con
ideologías mucho más audaces que las tradicionales del peronismo, para involucrar al sindicalismo en esta
ola de radicalización.
Dirigencia sindical  No toda acompañó con igual entusiasmo esta tendencia: muchos se mantuvieron cerca
de los militares denunciando la "infiltración comunista" en sus organizaciones, pero la mayor parte dejó
hacer a quienes identificaban sus demandas sectoriales con las de la revolución, y enfrentaron a los militares
con vistas a asegurarse un lugar descollante en el orden que nacería de su derrota. (CGT de los Argentinos)
Bases sindicales junto a barrios obreros y populares y la juventud de todas las procedencias, fueron
conformando un amplio movimiento social, carente de encuadramiento o conducción política clara, pero
"idealmente convergente" en sus aspiraciones revolucionarias: se reconocían en la alienación frente a un
poder cada vez más aislado de la sociedad, concibiendo su derrocamiento como la clave para resolver todos
los problemas.
CORDOBAZO  rebelión popular en la que sindicatos, estudiantes y otros actores (incluso comerciantes y
empresarios) reunidos en un frente social espontáneo expulsaron de esa ciudad a las "fuerzas del orden",
sellando la suerte de Onganía y Krieger Vasena, pero mostrando tmb sus limitaciones (manifestantes
tomaron la ciudad pero no supieron qué hacer con ella)
Desde entonces la guerrilla comenzó a ocupar en el movimiento social de protesta un papel cada más
relevante. Pese a las diferencias que separaban a Montoneros y ERP (las organizaciones más paradigmáticas
en que confluyó una multitud de grupos y corrientes e/ 1970 y 1973) existían también entre ellos similitudes:
a) Ambas evaluaban que la movilización y radicalización de las masas iniciadas tras el Cordobazo
conducían a una situación prerrevolucionaria, que se profundizaría inevitablemente por la crisis
generalizada del capitalismo y la burguesía, y desembocaría en el corto plazo en una guerra
revolucionaria generalizada.
b) Compartían una concepción soreliana de la violencia: constituía un instrumento para educar a las
masas en la lucha irreconciliable con sus enemigos, para catalizar la división del campo político en
dos .fuerzas contrapuestas y para crear solidaridad y compromiso revolucionario. Cuantas menos
contemplaciones merecieran el marco institucional y las opciones de negociación, más efectiva seria
la acción revolucionaria.
Montoneros llegaría a ser en 1973 el polo mejor organizado y más decidido de entre la multitud de
organizaciones, armadas y desarmadas, que nutrieron la Tendencia. Tuvo un papel protagónico en el
acorralamiento del régimen militar, dando crédito a la opinión de que el regreso de Perón significaría el fin
del "orden oligárquico", social y políticamente excluyente y su reemplazo por una democracia popular de
orientación justicialista o socialista. Buscó bloquear así cualquier salida que no contemplara el regreso del
líder a la presidencia, y la consecuente toma del poder por la vanguardia revolucionaria de Montoneros.
El grado de aceptación que el ejercicio de la violencia encontró en amplios sectores de la sociedad tuvo su
importancia para hacer del mismo un recurso persistente, lo cual se vio alentado por el silencio de Perón ante
el asesinato de Aramburu y la decisión de la conducción del Justicialismo de velar a los muertos de Trelew
en la sede central de ese partido.
Los intentos de los militares que sucedieron a Onganía para comprometer al peronismo en una salida
concertada, o con ciertas pautas que las FFAA estimaban imprescindibles para preservar el orden, fracasaron.
La retirada desordenada y humillante de los militares pareció confirmar inicio de la revolución.
Pero al ser el peronismo también canal de expresión de quienes se oponían a rajatabla a cambios de ese tipo,
sectores militares y conservadores vieron en el regreso de Perón la última oportunidad para frenar la ola
revolucionaria ····> Perón debería conciliar tan disímiles expectativas y evitar que siguieran nutriéndose del
radicalizado antagonismo que él mismo había pergeñado contra sus enemigos.
Para ello apeló, una vez asumido Cámpora (mayo/1973) a un PACTO SOCIAL con sindicatos y empresarios
y a un acuerdo e/ partidos, que incluyó a la principal oposición electoral (UCR). Sin embargo, los resultados
del primero serían efímeros, y el acuerdo interpartidario no frenó los choques que tenían lugar ahora en el
seno del propio movimiento, la cual se agudizó desde antes incluso de iniciada la tercera presidencia de
Perón (masacre de Ezeiza) ······> El propio Perón dio su aval al sector de ultraderecha para utilizar los
recursos estatales y el favor de las fuerzas de seguridad y del Ejército con el fin de crear bandas
paramilitares.
La movilización de los años previos había sido muy intensa, y abarcado prácticamente todos los ámbitos de
la vida social, pero en todos ellos comenzó a observarse, desde entonces, el efecto combinado del temor y
del agotamiento de los proyectos políticos que habían convergido detrás de la lucha contra la dictadura.
En este contexto, de fuerte puja al interior del peronismo y ocaso de su líder, la reacción de las bases y de
quienes creían ser "mediadores naturales" e/ ellas y Perón tendieron a divergir más y más, lo cual tuvo
efectos político-culturales de enorme significación: mientras muchos de éstos se afirmaban en la idea de que
las enemistades políticas sólo podían resolverse por medio de la eliminación de uno de los bandos, las bases
(en particular las que se habían movilizado detrás de las expectativas de cambio y sufrían ahora en carne
propia la estrategia del terror), se fueron convenciendo de la necesidad de abandonar el campo de batalla y
esperar que todo eso acabase.
Mientras tanto, la difícil apuesta de Perón por el pacto social terminó de naufragar. Si bien el acatamiento
sindical, y la ruptura pública e/ el líder y la Tendencia en 1974, hicieron que las organizaciones obreras
ganaran legitimidad en los círculos oficiales, ello les sirvió apenas para comprobar de primera mano cómo se
evaporaba la estabilidad inicial y se escapaba de control el encadenamiento de alzas salariales nominales,
inflación y deterioro de los ingresos reales.
El programa económico que el peronismo intentaba aplicar se había inspiró en la experiencia desarrollada
por países europeos a partir de los años ’50, en los que el “pactos social” había sido muy eficaz para
contener la puja distributiva y llevar adelante políticas de estímulo a la inversión y el consumo que
permitieron un crecimiento sostenido e integrado. Pero las condiciones reinantes en la Argentina en los años
‘70 diferían mucho de las de la Europa de posguerra:
1) Este tipo de políticas requiere de la presencia de fuertes organizaciones sectoriales e instituciones públicas
muy eficaces y ampliamente legitimadas, que permitan disciplinar las disidencias
2) Los acuerdos son eficaces si pueden postergar demandas inmediatas a cambio de beneficios futuros, y eso
requiere una mínima seguridad o confianza respecto al cumplimiento de esa transacción intertemporal. Para
lo cual a su vez se requieren condiciones mínimas de estabilidad y crecimiento que permitan a los actores
prever lo que sucederá en el futuro.
El gobierno peronista debía frenar en seco la inflación y hacer efectivos los controles sobre precios, tarifas y
salarios, así como las penalidades para quienes violaran las reglas establecidas. Las presiones empresarias
para "sincerar" precios frente al alza de los precios internacionales (acompañadas de demora de las
inversiones, desabastecimiento y expansión del mercado negro), más las protestas de las bases obreras
volvieron imposible lograr esos objetivos.
El fin de la revolución peronista
La muerte de Perón, en julio de 1974, agudizó el vacío de poder, la pérdida de eficacia de las políticas de
gobierno, en particular de las económicas, y el choque de las fuerzas en pugna.
Isabel en principio logró cierto acatamiento a su autoridad por parte de las masas peronistas y de la
dirigencia política y sindical, carentes ambas de mejores alternativas (circunstancia que pasó desapercibida
para quienes desde la guerrilla denunciaban la "traición" y daban por muertos esos vínculos). Inspirada por
López Rega, se propuso romper lanzas con esa misma dirigencia, la oposición política y los sectores
empresarios representados por Gelbard y la CGE, para lograr el apoyo de los grandes empresarios y los
militares a sus planes de ajuste económico y combate de la "infiltración subversiva". Pero la situación de
tensión social reinante le haría enajenarse muy fácil de los apoyos con que contaba por herencia pero tmb
inalcanzable ganar otros nuevos más acordes a sus objetivos.
El sindicalismo apuntó también a defenestrar a Gelbard y terminar con lo que quedaba del Pacto Social: la
dirigencia acuerdista de la CGT desplazada por quienes priorizaban los intereses corporativos a toda
consideración política, liderados por Lorenzo Miguel. Desaparición de Perón había liberado completamente
de ataduras a los líderes sindicales que estimaban imprescindible reabrir las convenciones colectivas, como
única vía para contener la presión de las bases y combatir a los disidentes de izquierda.
La persecución de estos últimos alentó a "las 62" a mantenerse fieles a Isabel, colaborando en la persecución
de la Tendencia y del clasismo en los sindicatos, eliminando la influencia de los referentes de la CGT de los
Argentinos. Expulsión de esta dirigencia de los gremios e/ 1974 y 9175, atentados de la Triple A. Las
huelgas originadas en la presión de las bases disminuyeron sensiblemente desde entonces.
Este parcial entendimiento entre Isabel y los sindicalistas ira desapareciendo. Tras la renuncia de Gelbard
(presionado por los conflictos distributivos, la creciente crisis de la balanza de pagos fruto de una política de
tipo de cambio retrasado que buscaba evitar una mayor alza de precios, y que alentaba las importaciones y la
especulación financiera, y las presiones del agro contra el proyecto de ley agraria), Gómez Morales se vuelca
por el camino del ajuste: devaluó la moneda y anunció una progresiva liberalización de los precios y mayor
control del déficit. Las presiones de la CGT fueron en aumento y dichas medidas no lograron detener el
ritmo inflacionario. En mayo de 1975, el ministro intentó reeditar el Pacto Social con más rigor
estabilizador, pero no encontró eco ni en los sindicatos ni en los empresarios por lo cual debió renuncunciar.
Isabel y su entorno creyeron llegado el momento de excluir completamente a la CGT de la gestión de
gobierno. El ajuste ortodoxo que implementaría el nuevo Ministro de Economía, Celestino Rodrigo, con la
intención de disciplinar a los gremios daría lugar a una contundente movilización y protesta sindical que
forzó la renuncia de Rodrigo y López Rega. La convicción de que el gobierno ya no tenía salida y el golpe
era inminente se generalizó.
A los pocos días Isabel pidió licencia, y los sindicatos se hicieron con el gobierno, designando en Economía
a Cafiero, quien tras una nueva y frustrada reedición del Pacto Social, intentó poner freno a la escalada de
salarios, precios, tarifas y tipo de cambio. Cuando Isabel retoma sus funciones intentó, una vez más, con un
nuevo gabinete, ejecutar un ajuste ortodoxo que le atrajera el apoyo de empresarios y militares. Pero la
espiral inflacionaria y descomposición de su autoridad era ya incontenible.
En el ocaso del gobierno peronista, las clases altas, la gran burguesía financiera, industrial y
terrateniente, que habían estado en 1973 a la defensiva, hicieron uso del juego inflacionario para abortar
todos los intentos de ordenamiento económico, en sí mismos poco viables pero que no afectaban
necesariamente sus intereses, dejando en claro su renuencia a colaborar con cualquier salida política
que implicara la permanencia del peronismo en el poder. Desde mediados de 1975 trabajarían
decididamente por el regreso de los militares al poder.
Los largos años de proscripción, radicalización política, intolerancia y renuencia a la colaboración entre
partidos, sumados a la represión arbitraria desde el Estado y el uso de sus recursos normativos, punitivos y
administrativos para fines políticos y económicos facciosos condujeron así a la casi total extinción de la
autoridad pública ····> grupos armados de izquierda y derecha multiplicaban el miedo y el desconcierto;
muertes originadas en la violencia política; deserción de las figuras más expresivas del gobierno peronista y
desánimo de una dirigencia política que admitía no tener soluciones; los sindicatos se consumían en el
intento por proteger sus intereses inmediatos. Los partidos de oposición hicieron un postrero intento de
hallar una salida institucional: las alternativas iban desde la conformación de un gobierno cívico-militar de
emergencia, hasta el adelantamiento de las elecciones. Pero desde el peronismo pocos podían detenerse a
pensar cómo superar el torbellino de violencia y descomposición que los envolvía, y ninguna de esas
alternativas prosperó.
Poco después de iniciado el tercer gobierno peronista, la movilización social había comenzado a retraerse.
Cada vez más actores experimentaron los costos de involucrarse en la lucha política sin percibir
beneficios que lo justificaran, optando por replegarse.
Los golpistas se ocuparían de alimentar los temores de que la lucha se intensificaba y la batalla decisiva se
aproximaba. Y los grupos armados pretendieron hacer otro tanto con las esperanzas, con su activismo y con
acciones armadas más espectaculares que efectivas, bajo la expectativa de que involucrando a las FFAA en
sus ataques, profundizarían su desprestigio (como en 1970-1973) y de que la crisis del peronismo sería,
desde esta perspectiva, la oportunidad para un nuevo salto cualitativo, para pasar de una conducción
equívoca y traidora, a la de una auténtica vanguardia popular ····> Pero esta perspectiva les imposibilitó
advertir la profundidad e irreversibilidad el repliegue del movimiento social que se estaba produciendo,
fruto del FRACASO DE LAS EXPECTATIVAS DE CAMBIO DEPOSITADAS EN EL PERONISMO.
Pese a su creciente aislamiento político, ERP y Montoneros todavía encontrarían miles de militantes
dispuestos a participar de acciones dirigidas a golpear simultáneamente a las fuerzas represivas y a los
enemigos políticos y de clase (ataques a bases militares, secuestros y asesinatos de empresarios, sindicalistas
y políticos, "ajusticiamiento" de oficiales militares y de las fuerzas de seguridad, etc.). Pero mientras
imaginaban que con ellos arrinconaban a sus enemigos y alentaban a las masas a acompañarlos en el "salto
cualitativo", no hacían más que profundizar su descrédito y reforzar y extender a amplios sectores la
convicción de que era necesario terminar con esa izquierda violenta e incorregible, agotando la
solidaridad que habían sabido ganarse en la etapa previa.
Garantizada tanto la impotencia política y militar de la guerrilla para 1976 como su omnipresencia
atemorizadora y para muchos justificatoria de la represión, se pondría en marcha el ya maduro plan de
"lucha antisubversiva". El clima de "caos y desgobierno" reinante se manifestó en una sensación general de
desazón, dirigida no sólo a partidos, sindicatos y el régimen democrático, sino también y más íntimamente a
la propia capacidad política. Fue en ese clima que se reelaboraron las experiencias previas de apasionada
politización: se iría gestando una sensación agobiante que combinaba el terror ante la represión, la atribución
de culpas por las frustraciones y "engaños" padecidos, y también la autoinculpación de una "sociedad
descarriada". Todo esto se acompañó de un generalizado esfuerzo por tomar distancia de quienes, a los ojos
de la voluble opinión pública, eran, a esa altura, tenidos por “verdaderos responsables”: los políticos, los
sindicalistas y de modo más directo e imperdonable, los activistas de izquierda.
Un diagnóstico y una terapia contrarrevolucionarios
El diagnóstico que fueron madurando las élites militares, empresarias y los grupos políticos afines, en parte
reflejaba la agudización de la crisis de gobernabilidad y de estabilidad económica, pero a la vez agregaba
elementos propios de las experiencias y creencias de esos sectores, que los llevarían a subestimar o
sobreestimar algunos de los problemas que encerraba esa crisis, y a imaginar peculiares cursos de acción
para solucionarlos, algunos de ellos absolutamente inviables, y otros, asombrosamente destructivos.
 En términos económicos, la raíz de los males estaba en el modelo de economía protegida y de
la industrialización sustitutiva asistida por el Estado.
 En términos políticos, lo anterior se explicaba por la alternancia pendular de regímenes militares y civiles
incapaces de conformar coaliciones estables de gobierno y contener los conflictos sectoriales, con lo cual
tendían a agudizarse.
[POLÍTICA Y ECONOMÍA TERMINABAN CONFORMANDO UNA SOLIDARIA FÓRMULA DE
INESTABILIDAD] ---- > El problema se resumía en la presencia de una fórmula populista que involucraba
a sindicatos, empresarios y al Estado y que era la fuente de todo tipo de indisciplinas. De lo que se trataba
entonces, para la élite militar de 1976 y sus socios políticos, empresarios y eclesiásticos, era de terminar de
una buena vez y al mismo tiempo con la subversión y el populismo, reformando de raíz el sistema
económico y las bases de poder de sus actores, tanto en el sindicalismo y los partidos como en el propio
empresariado y en el Estado.
   
Una de las consecuencias más significativas del consenso forjado en torno a este diagnóstico fue que se
debilitaron inclinaciones muy extendidas entre los militares desde los años treinta a favor del
proteccionismo industrial y el estatismo, que ahora eran descalificados como alicientes del populismo,
responsables de la movilización y politización de las masas, la proliferación de conflictos sectoriales y,
como consecuencia de todo ello, de la "penetración subversiva". Las TESIS DESARROLLISTAS y las
de la SEGURIDAD NACIONAL, que tan íntimamente se habían asociado en el pasado tendieron así a
divorciarse.
Al extenderse en las cúpulas castrenses la simpatía por el librecambio y el manejo ortodoxo de la economía,
creció el crédito de los técnicos, intelectuales y políticos que las abrazaban, que si bien ocasionalmente
habían contado con el favor de jefes militares en las décadas previas, no habían podido romper un largo
aislamiento social y político ····> El cambio se reflejó en la muy amplia aceptación e/ militares, empresarios
e incluso sectores de la opinión pública, de un relato sobre la historia nacional en que la decadencia
aparecía asociada al estatismo y la industrialización, al extravío de la “Argentina liberal”: la Argentina
dejó de ser una república ordenada cuando el populismo indujo a adoptar esos patrones
Al diagnóstico radical e integral sobre la crisis le eran acordes remedios también radicales e integrales:
drástica apertura a la competencia internacional, reforma de las bases institucionales y formas organizativas
de los actores sociales, reemplazo liso y llano de los partidos.
Novaro señala 3 problemas respecto a dicho diagnóstico:
1) ILUSIÓN DE COHESIÓN POLÍTICA Y SALUD INSTITUCIONAL DE LAS FFAA: ignoraba por
completo el involucramiento temprano y profundo de las propias FFAA en la trama de colonización y
fragmentación corporativa que resultaba de la articulación e/ grupos de interés y Estado, y de la persistente
inestabilidad institucional, lo cual volvía a las FFAA (concebidas a sí mismas como “salvadoras de la
patria”) “parte del problema” a resolver  pero la confianza ciega en las máximas que guiaban a las FFAA y
las señalaban como reserva moral y último bastión de defensa de la nación, cerraba toda consideración
crítica, del mismo modo fueron percibidas por muchos civiles tras tres años de descalabros de la política
partidaria que desdibujaron el recuerdo de anteriores tropezones castrenses, lo cual colaboraría a exaltar el
prestigio de las fuerzas y su imagen de cohesión
Lo cierto es que, salvo en el "plan antisubversivo" (concebido y puesto en marcha ya antes de la toma del
poder y avalado monolíticamente por las tres fuerzas), en todos los demás asuntos el programa de
gobierno del Proceso tendría tanto de radical como de vago y genérico, lo cual se agravaría con el tiempo.
En el terreno político-institucional y en el económico, las metas eran tan amplias y ambiciosas como
ambiguas y poco consistentes:
- En el ámbito político ello se reflejó en la incapacidad para determinar lo que habría de hacerse con los
sindicatos y los partidos, y la proliferación de iniciativas contrapuestas de facciones y jefes militares en
pugna.
- En el ámbito económico, si bien los jefes militares y los empresarios y técnicos económicos aliados
rechazaban en general el modelo semicerrado de capitalismo asistido, no sólo tuvieron en mente al concebir
su estrategia el programa monetarista de Pinochet, sino también la exitosa experiencia desarrollista de Brasil,
que había sido eficaz para limitar la puja distributiva y estaba logrando tasas de crecimiento por entonces
muy superiores a las chilenas. En consecuencia, pugnaron por compaginar recetas de uno y otro paradigma
en una fórmula que terminaría siendo inconsistente e inestable
2) EL DIAGNÓSTICO EXAGERABA LAS VENTAJAS DE LA COYUNTURA INTERNACIONAL Y
SUBESTIMABA LOS PROBLEMAS ESTRUCTURALES DE LA ECONOMÍA LOCAL
La exageración de la relación entre populismo y decadencia subestimaba las causas estructurales que desde
los años treinta habían originado la inevitable pérdida de dinamismo de la economía argentina en el
concierto mundial, así como lo que tocaba a los factores estructurales y al cambiante contexto internacional
en la debacle del último gobierno peronista (alza de los precios del petróleo, deterioro de los términos de
intercambio, etc).
El retroceso de visiones más estructuralistas de la economía a su vez se justificaba por la idea de que con la
crisis del petróleo de 1973 se abriría una etapa de valorización sostenida y generalizada de las commodities,
incluidos los alimentos, y de disponibilidad de crédito internacional barato ····> De ello se podía esperar
una prolongada abundancia de recursos externos para financiar una expansión de la economía basada en
los sectores tradicionalmente competitivos y con capacidad exportadora, dejando de lado la
industrialización de bienes complejos y de mayor valor agregado
El régimen será a la vez muy audaz en innovaciones, pero excesivamente confiado en tener a su favor los
vientos del cambio a nivel nacional e internacional  visión muy simplista y muy poco articulada de las
tareas complejas que suponía el establecimiento de nuevas reglas de juego económicas y la integración al
mercado mundial.
3) EL ESPÍRITU QUE ANIMÓ A LAS FFAA PONÍA EL ACENTO EN LA CONTRARREVOLUCIÓN
ANTES QUE EN LA MODERNIZACIÓN
El auge de la movilización política de la sociedad observado desde fines del ‘60 era percibido por los
militares como síntoma de una situación prerrevolucionaria, que libraba combate en el seno de la sociedad,
en múltiples frentes y modalidades. El programa económico adoptado, pese a sus vicisitudes, no careció de
un objetivo vertebrador: redefinir las conductas de los actores, disciplinándolos por medio de los mercados o
de intervenciones selectivas y punitivas del Estado. Fue este espíritu contrarrevolucionario el que haría que
los problemas de diagnostico y autopercepción, que en otro contexto podrían haber tenido un impacto
moderado, y tal vez haber sido corregidos, se potenciaran ····> No se trataba simplemente de imponer
nuevas reglas de juego, sino de cambiar a los actores y eliminar del juego a unos cuantos de ellos. Bajo esta
lectura el Estado sólo sería confiable instrumento del orden una vez avanzada esta purificadora empresa
destructiva. Se entiende entonces que el régimen de 1976 pergeñara una relación entre él mismo, el Estado y
la sociedad en la cual se reservaba por largo tiempo un margen muy amplio de arbitrariedad, postergando el
momento en que se institucionalizaría el nuevo orden. Se trataba de un poder que se ejercería a través del
Estado, pero también por encima y por debajo de él.
CAPÍTULO 3:
EL DISCIPLINAMIENTO A TRAVÉS DEL TERROR Y LOS PLANES REFUNDACIONALES
Los militares llegaron al poder en 1976 contando con la simpatía de muchos civiles. Las FFAA no pensaban
limitarse a satisfacer las expectativas civiles de orden, sino que tenían un plan mucho más ambicioso (al que
se abocaron e/ 1976 y 1980) de cambiar de raíz al país, sus instituciones y sus habitantes, considerados
"enfermos". Pero si bien lograron destruir mucho, fallaron completamente en construir eso que según ellos
debía reemplazar lo anterior.
Un diseño institucional para militarizar y desconcentrar el poder
La modalidad de asunción al poder de la Junta Militar el 24 de marzo de 1976 dejó en claro el grado de
planificación y coordinación entre las tres fuerzas y el perfil institucional que se buscaba darle al régimen,
ajustados al carácter estratégico y de larga duración de las metas que éste se proponía alcanzar.
Este espíritu se reflejó en la celeridad con que se actuó inicialmente en los terrenos prioritarios para la élite
golpista, por ser clave para el disciplinamiento y la reingeniería social que se buscaba lograr: el terrorismo
de Estado y las reformas económicas.
En ambos terrenos fue significativo el esfuerzo de las FFAA por mostrarse absolutamente cohesionados e
inflexibles. Sin embargo, la capacidad para lograrlo fue desde un comienzo muy diferente en uno y otro:
mientras que en el terreno represivo no surgirá ninguna voz disonante (al menos hasta 1979), la economía
será un terreno de disputa, incluso pública, desde muy temprano.
Frecuentemente se sostiene que la política del Proceso (en particular la represión) estuvo orientada a
garantizar los planes económicos del régimen. Novaro intentará demostrar que el plan antisubversivo y
los proyectos político-institucionales tuvieron finalidades específicamente políticas y se relacionaron de
modo muy complejo e incluso contradictorio con la economía.
Si bien el “MONOLITISMO INSTITUCIONAL” con que los golpistas se hicieron del control del Estado
reflejaba la firme convicción de que, como institución (y no simplemente por las aspiraciones políticas de
algunos de sus miembros), las FFAA tenían un papel central en la resolución de las disyuntivas dramáticas
que afrontaba el país, al mismo tiempo, esa modalidad disimulaba mal las tensiones al interior de las fuerzas:
dejaba en suspenso la mediación e/ el gobierno y la sociedad y no terminaba de resolver la relación entre los
distintos órganos de poder (en especial e/ el presidente y la Junta).
El diseño institucional escogido implicó:
a) limitar al máximo la personalización del poder, fijándose para ello que los integrantes de los tres órganos
superiores del régimen tendrían mandatos trianuales
b) supuso “acotar” el poder presidencial ···> la Junta, además de designar al presidente absorbería varias
funciones que la Constitución otorgaba al Ejecutivo. Lo más significativo de este diseño era que el
presidente no podría ser miembro de la Junta, y que cada comandante designaría a los oficiales superiores de
su fuerza, con lo que se aseguraba la autonomía política de las mismas.
La intención de despersonalizar el ejercicio del poder trasuntado en esas disposiciones sería reafirmada en
cada acto de gobierno, bajo la idea de que las FFAA como institución venían a llenar el vacío de poder.
La aspiración de los militares de institucionalizar su poder fue motivo de disputas ya desde un comienzo,
tanto entre las fuerzas como en el seno del Ejército.
 Empezando nada menos que por la regla que garantizaba la separación e/ el Ejecutivo y la Junta (el
“cuarto hombre”): el Ejército logró imponer, pese a la resistencia de Massera, la continuidad de Videla en la
comandancia aduciendo la “situación de excepción” que implicaba la “lucha antisubversiva”
 Como resultado de los mecanismos establecidos, además, las diferencias en vez de resolverse, penetraron
toda la gestión de gobierno. En mayor medida aún porque otro rasgo del Proceso fue la extensa
militarización y distribución tripartita de los cargos públicos. La presidencia quedó (implícitamente)
reservada al Ejército, pero las carteras del gabinete (salvo las de economía y educación, asignadas a civiles),
se distribuyeron igualitariamente: dos para cada fuerza. En cuanto a las gobernaciones, la mitad quedó en
manos del Ejército el resto se dividió entre la Armada y la Aeronáutica.
 También agravó las cosas la disputa, que luego se intensificará, entre los jefes del Ejército y la Armada.
Videla, si bien era apoyado por el grueso del Ejército (y circunstancialmente por la Aeronáutica), estaba
lejos de tener el arrastre de un líder político y militar. Se había caracterizado a lo largo de toda su carrera por
ser neutral en los conflictos políticos e internos del Ejército. Llegó a la comandancia en 1976 porque sus
carencias parecían en ese entonces grandes virtudes: sin lazos en el mundo político y sin vocación conocida
al respecto, falto de opiniones o compromisos que lo ataran a un proyecto definido, renuente a utilizar la
autoridad para dirimir conflictos internos, era el adecuado para encabezar una fuerza compuesta de facciones
que se desconfiaban mutuamente.
Si bien Videla haría todo lo posible para que las tensiones internas no estallaran, la falta de cohesión en el
Ejército seguiría siendo una fuente crónica de problemas. Massera, por ello, no lo consideró un adversario de
temer y no ocultó nunca su aspiración de ocupar todos los espacios de poder que dejaba libres Videla, en la
Junta y en el gobierno.
En la fase preparatoria del golpe este contrapunto entre el hiperpoliticismo del almirante y el apoliticismo
del general pareció ser funcional al esquema institucional previsto. Pero una vez en el poder, la Junta se
volvió escenario de permanentes choques que, gracias a la división en tercios de los cargos públicos se
trasladaban a toda la administración.
 Videla tmb encontraría dificultades en delegar en su segundo en el Ejército (Viola), las tareas políticas
que correspondían a la relación con los civiles, los oficiales subalternos y las otras fuerzas,
fundamentalmente porque Massera y buena parte de los generales lo rechazaban por considerarlo
“acuerdista” e incluso populista.
Poco a poco se iría haciendo más y más evidente que a los mandos militares les resultaba muy difícil
llegar a acuerdos y sostenerlos, que el sistema institucional adoptado no colaboraba en lo más mínimo
a resolver esta dificultad, y que más allá de la "guerra antisubversiva" era muy poco lo que La aplicación de este plan de aniquilamiento fue posible gracias al clima de opinión instalado a lo largo de
abroquelaba a los uniformados. 1975, que daba por hecho que la Argentina se encontraba en medio de una guerra civil. Pero a la vez, ese
clima de guerra se consolidó al tiempo que se frustraban los intentos de la guerrilla y de las organizaciones
El Proceso se organizó como un régimen despótico que a la vez que concentraba en las FFAA el poder del revolucionarias por mantener la polarización y la movilización de masas que en años anteriores les habían
Estado, para disciplinar a la sociedad ejerciendo la violencia y el arbitrio, desconcentraba internamente el permitido presentarse como opciones políticas
poder de decidir y ejecutar políticas públicas, difuminando las jerarquías del propio aparato estatal. El Al cumplirse el primer aniversario del golpe, el ERP prácticamente había desaparecido (sus máximos
resultado sería un monstruo de muchas cabezas, sin articulaciones definidas, propenso a actuar sin control y dirigentes habían muerto y la mayor parte de su organización estaba desmantelada) y la actividad de
a quedar inmovilizado por múltiples bloqueos internos. Montoneros era escasa y declinante: durante 1977 sus células cometieron todavía algunos atentados, varios
de ellos en "respaldo a las luchas de los trabajadores".
El terrorismo de Estado Si bien el ERP desactivaría su organización, Montoneros continuó sus ataques pretendiendo aún suceder al
peronismo en la conducción de las luchas populares, entendiendo que la crisis de la dictadura era inminente
y llevaría inevitablemente a los obreros y las masas populares a arrojarse en brazos de la organización. La
El golpe halló justificación pública sobre todo en el clima de guerra civil que las organizaciones guerrilleras,
llamada "contraofensiva" de 1979, terminó en el secuestro de buena parte de los militantes remanentes.
las bandas paramilitares y las propias FFAA y de seguridad ayudaron a instalar en el país desde ppios de
Mientras tanto, todavía a comienzos de 1978 la red de centros clandestinos detención y grupos de tareas
1975. La inscripción de una multitud de conflictos en una “guerra integral” permitió que convergieran muy
siguió operando a pleno.
diversas expectativas de “recomposición del orden” que se fueron haciendo carne en amplios sectores de la
Con la desarticulación de los grupos armados y sus periferias, los partidos de izquierda revolucionaria, las
sociedad a lo largo de ese año ····> en los cuarteles, facciones enfrentadas por liderazgos, ideas y proyectos
organizaciones de masas de la izquierda peronista, y buena parte de la estructura de base de los sindicatos
contrapuestos coincidieron en un plan que actuaría como cemento unificador de la corporación militar
combativos, los altos mandos decidieron vaciar los campos (eliminando a la mayor parte de los secuestrados
Pero el plan de las FFAA iba mucho más allá de lo que la mayor parte de la sociedad entendía por
que permanecían con vida) y desactivar progresivamente el aparato de represión clandestino.
“restauración del orden”. Sus métodos ofrecían varias ventajas políticas iniciales ······> Permitían la rápida
En parte porque consideraban concluida la faena, por las crecientes denuncias externas que estaban
eliminación de "los subversivos", evitando el costo interno y externo de tener que justificar los secuestros,
generando problemas a la imagen de moderación que el régimen pretendía dar a nivel internacional. Pero
torturas y muertes sumarias, a través del ocultamiento de esos actos, y ayudando a la vez a imponer el terror
sobre todo, porque era un paso necesario para iniciar la etapa de pacificación y participación activa de la
sobre un campo más amplio de enemigos potenciales, los "populistas descarnados".
sociedad en las metas del Proceso.
Estas ventajas debían confirmarse en un consenso perenne sobre el carácter implacable de la “guerra”, a
En la ausencia de preocupaciones colectivas sobre la magnitud de la represión se podía percibir la eficacia
lograr en tanto la sociedad reconociera los frutos de la "victoria militar" y el vínculo solidario que la unía a
del terror. Pero se trataba de un disciplinamiento que tmb contenía más que silencio: en algunos casos había
las reformas simultáneas en la economía y las instituciones políticas, en tanto componentes del mismo
disposiciones a participar del nuevo orden, reflejadas en múltiples formas de acompañamiento que,
proceso de reingeniería social.
provenientes de muy diversos sectores, se registran durante estos años (Iglesia Católica, por ejemplo)
El plan represivo tuvo dos rostros:
En el terreno sindical, el doble rostro de la dictadura (disciplinamiento y terror) operó selectivamente: la
1) Rostro visible, ajustado a la legalidad del régimen  administración de castigos a opositores
dirigencia y las estructuras de los gremios fueron en un comienzo víctimas de la represión legal
potenciales, “corregibles” o poco peligrosos (aplicación de fueros militares, penas elevadas por delitos
(detenciones, intervención de sindicatos, etcétera), mientras las bases y seccionales combativas lo eran de
difusos como "traición a la patria" y una amplia batería de legislación represiva que se sumó a la que había
secuestros y desapariciones (eliminando una amenaza no sólo para los empresarios sino para esas
dictado el gobierno de Isabel Perón durante 1975. Detenciones de ciudadanos sospechosos, intervención de
burocracias). Aunque la presencia de la guerrilla en el sindicalismo era escasa, los militares pudieron
los más importantes sindicatos y de la CGT, prohibición de las huelgas, las negociaciones colectivas y la
escudarse en la necesidad de frenar la "guerrilla industrial" contra la que alertaran empresarios, políticos e
actividad política estudiantil, la supresión de la CGE y la suspensión de los partidos políticos que no habían
incluso sindicalistas. A las redadas simultáneas al golpe les siguió la sistemática persecución de los
sido prohibidos, y de otras asociaciones gremiales y empresarias
delegados de base y de las comisiones internas. En algunos casos la colaboración patronal en esta tarea llegó
La opinión en general se mostró satisfecha ante estas medidas frente al desprestigio de esos actores políticos,
a ser muy activa: muchos empresarios y directivos dieron información para que fueran secuestrados sus
sindicales y empresarios: el castigo era moderado y prudente en relación a los males de los que eran
empleados "subversivos" y si las víctimas tenían la suerte de reaparecer eran despedidos por "ausencia
responsables ----- Este aspecto de la represión fue importante en tanto que el divorcio e/ la sociedad y sus
injustificada".
representantes sectoriales y partidarios (en particular los peronistas, pero más en general todos los que
Pasados los primeros meses de "silencio y espera", la dirigencia nacional de los sindicatos tendió a dividirse
habían mostrado tendencias populistas), y la consecuente despolitización eran a la vez garantía del dócil
en dos grandes campos:
acatamiento de los planes oficiales y condición de estabilidad y seguridad del nuevo orden.
a) El grupo de "los 25"  adoptó una postura crítica hacia el programa económico, aunque ello no le
2) Rostro no del todo invisible pero ilegal
impidió hallar canales de diálogo, gracias a las disidencias entre los militares: “los 25” tuvieron
Secuestro, tortura y asesinato de los miles de militantes y dirigentes involucrados en "la subversión". Esta
primero buena llegada al Ministerio de Trabajo (Liendo), alineado con Viola, y luego encontraron
faz clandestina se había puesto en marcha ya en 1975, cuando el gobierno de Isabel Perón autoriza a las
un interlocutor más atento en Massera, cada vez más enfrentado a la dupla que formaban Videla y
FFAA a aniquilar a la guerrilla. Para ello se pusieron a funcionar los primeros centros clandestinos y grupos
Martínez de Hoz.
de tareas.
 b) La Comisión Nacional del Trabajo, conformada a comienzos de 1978, reunió a los sindicatos más
grandes y buscó establecer un diálogo y formas de colaboración más amplias con el gobierno, a
través de canales ya transitados en otros períodos militares. Aunque encontró más resistencias que
en el pasado, esta apuesta por la colaboración le permitiría una fluida relación con el Ministerio de
Trabajo en la discusión de las reformas laborales y sindicales
En el ámbito educativo y cultural (especialmente movilizado y combativo poco tiempo antes) el régimen
actuó en principio con un más extendido rigor, pero al pasar el tiempo también fue evolucionando hacia
mecanismos selectivos y ambiguas complicidades. La represión en la educación tmb contó con un
significativo respaldo civil, dentro y fuera del propio ámbito.
La represión ilegal golpeó también especialmente a periodistas, intelectuales y artistas. La autocensura en
algunos casos consistió en una estrategia prudente para sobrevivir, pero en otros reveló la voluntad de
sumarse a lo que parecía un orden llamado a perdurar y un proyecto político exitoso. Los medios llegarían a
reflejar bastante fielmente el mensaje de "orden y paz", unidad nacional y colaboración entre pueblo y
gobierno que el régimen pretendió imponer desde mediados de 1977.
Esta recuperación de la "tranquilidad cotidiana" impactó en toda la sociedad, pero dio lugar a
actitudes muy variadas según los niveles y grupos. Las clases altas fueron las más entusiastas ante la
posibilidad de "retomar el mando" en las empresas, en las instituciones, en las mismas familias. En el resto,
la "normalización" tuvo menos significación clasista e ideológica, pero no pasó desapercibida: la inseguridad
que había acompañado los años de rebeldía, había alentado a pensar que el orden militarizado era el único
viable para una sociedad descarriada. El hecho de que la represión fuera en gran medida clandestina, pero no
del todo desconocida, tenía además otro efecto: quienes no simpatizaban ideológicamente con el régimen, ni
se contaban entre sus aliados activos, de todos modos se esforzarían por ajustar sus vidas y sus sentimientos
a las premisas que suponían una separación clara y segura entre el orden y sus enemigos. Y la mejor manera
de lograr esa separación era despolitizarse.
El régimen acompañó esta despolitización de ciertos "premios": mientras no se ingresara en el terreno
prohibido de la política, pudo disfrutarse de un grado relativo de libertad. El episodio más significativo y
decisivo para el Proceso fue el caso del Mundial de 1978: demostró interna y externamente el consenso de
que gozaba, y se construyó la imagen de un país unido, en el que pueblo y gobierno trabajaban en armonía.
Esa imagen de cohesión en torno al régimen estaba sesgada por el silencio a que eran condenados los
disidentes; pero no era del todo falaz ·····> Si bien hubieron disensos frente a este clima de “unión
nacional”, estos se dieron en general fuera del espacio público, o en los márgenes del mundo de la cultura
(centros de investigación privados, en el rock y las revistas alternativas o underground, en el teatro)
Hubo también resistencia sindical a nivel de empresas e/ fines de 1976 y 1978, en general por salarios o
condiciones de trabajo. Pero su frecuencia fue declinante y no existió ninguna iniciativa de coordinación de
los mismos a nivel sectorial o nacional.
En cambio la actividad partidaria registra un auge significativo entre 1977 y 1978. Pero casi toda ella se
inclinó a la participación y la convergencia, antes que a la oposición al régimen. Si bien las actividades
partidarias estaban formalmente suspendidas, los dirigentes de fuerzas "legales" seguían ejerciendo sus
cargos partidarios y, tras contribuir inicialmente con su silencio, volvieron a reunirse en ateneos y centros de
estudio y a emitir declaraciones dispuestas a colaborar. No obstante, no lograrían que las autoridades
abrieran el juego político. ------ [fue la UCR la más entusiasta de la “convergencia cívico-militar”]
Los radicales entendían que el presidente era sincero en su intención de crear una "democracia ordenada y
estable", y que para lograrlo necesitaría socios civiles. Como el peronismo estaba colapsado y difícilmente
sobreviviría como fuerza política unificada, tarde o temprano los militares deberían acordar con la UCR (el
otro gran partido nacional) una salida electoral.
La eficacia del método de las desapariciones fue muy amplia: había logrado una solución concluyente del
"problema" sin dilaciones y, al menos a nivel local, evadiendo juicios condenatorios, poniendo a los
represores a resguardo de las denuncias, y a los aliados en una mejor situación para colaborar, básicamente
porque se les evitaba el verse obligados a emitir un juicio público favorable (o crítico) en tanto que no tenían
que justificar lo que podían decir no conocer.
Más allá de los matices, los políticos coincidían en que:
- El régimen disfrutaba de una “legitimidad de origen” nacida del caos del período anterior y de la
“necesidad de combatir militarmente a la guerrilla”;
- Los civiles y en particular las dirigencias debían hacer un profundo mea culpa por el naufragio de la
última experiencia democrática;
- Con un triunfo en la “lucha antisubversiva” y en la gestión de gobierno, los militares tendrían un
poder inobjetable para fijar las condiciones de la futura transición.
Por lo tanto, depositaban sus esperanzas en esa posible “transición controlada y regulada".
La posibilidad de avanzar en acuerdos de ese tipo, sin embargo, fue bloqueada por la disputa entre las
facciones militares, que se intensificó a medida que se aplacaba la "guerra antisubversiva". Videla no
tardó en descubrir que Massera y los generales más enfrentados a su jefatura estaban dispuestos a cualquier
cosa para frenar una apertura que no los tuviera por protagonistas y beneficiarios. El secuestro y
desaparición de 2 figuras civiles (sindical y política) que habían entrado en tratativas con Videla (a manos de
un sector del Ejército y la Armada), va a provocar que Videla optara por dilatar los tiempos de la apertura y
la búsqueda de respaldos civiles, temiendo el estallido de una guerra abierta en la Junta, cada vez más
tensionada desde el interior por distintos sectores que pretendían influir sobre política de gobierno.
Incluso entre los militares favorables a la apertura predominaba la idea de que, para garantizar la continuidad
del "ideario del Proceso" sería más conveniente contar con una fuerza política propia o una alianza de
partidos controlada desde los cuarteles (MON) que depender de fuerzas tradicionales como el radicalismo o
los conservadores ---- Había que tomarse el tiempo necesario para que las lealtades partidarias preexistentes
se debilitaran y los viejos dirigentes pasaran a retiro.
Se esperaba que los frutos del programa económico, a su vez, neutralizaran las tensiones internas. Sin
embargo, en este terreno tampoco fue fácil avanzar: a la adhesión inicial al diagnóstico y el "programa de las
FFAA" les siguieron también fuertes disensos programáticos y disputas motivadas por la aspiración de
representar intereses en pugna.
El fracaso de la convergencia cívico-militar
Si bien mediados de 1978 fue el mejor momento del Proceso (había derrotado a la "subversión"; la economía
parecía estar bajo control y los sectores medios y altos podían ya disfrutar de algunos beneficios de la
apertura financiera y comercial; los políticos, los sindicalistas, incluso intelectuales y artistas, y sobre todo
los medios de comunicación, la jerarquía católica y los círculos empresarios celebraban el clima de "unidad
nacional" y la pacificación), fue entonces que la situación en el frente militar tendió a agravarse y el
gobierno se empantanó.
La confusión creada por la superposición y el choque de iniciativas de los jefes procesistas condujo a
una situación de bloqueo, que se fue agravando desde fines de 1977 por la proliferación de propuestas
de gobernadores, ministros y jefes de unidades: cada uno tenía sus propias ideas para modificar la
Constitución, reorganizar los partidos y ajustar las reformas en el Estado, la economía y los sindicatos.
····> Para evitar que la confusión fuera aprovechada por sus adversarios, Videla encarga al secretario general
de la Presidencia, elaborar un plan que contendría, por primera vez, precisiones operativas para concretar la
convergencia cívico-militar: definía el objetivo de lograr una democracia que conjugara las aspiraciones de
la civilidad y de las FFAA, proponiendo "renovar y reorganizar" las fuerzas preexistentes y no crear nuevas.
Llamaría a un referéndum para legitimar los cambios a introducir en la Carta Magna. Dicho plan
contemplaba un segundo mandato de Videla a fin de que pudiera reorganizar la incorporación de civiles.
El problema fue que la mayoría de los militares argentinos no estaba dispuesta a compartir el poder,
rechazando el plan propuesto. Tampoco estaban dispuestos a consensuar con los partidos sobre aquello que
se consideraba monopolio exclusivo, indiscutible e imperecedero de las FFAA. Rechazaron la salida política
en tanto que el sentido trascendente del Proceso imponía, a su juicio, la gestación de una descendencia que
conjugara sus ideas y las proyectara desde el poder. En tal sentido se anunció la formación del movimiento
de opinión nacional (MON). Esta posición revelaba hasta qué punto los militares confiaban en que el
desprestigio de los partidos ante la opinión pública los colocaba a total merced de sus planes
refundacionales. Puesto ante esta situación, Videla, temeroso de una fractura abierta en el Ejército que
pudiera aprovechar Massera, cedió ante la voz rnayoritaria en el generalato y dejó de lado la propuesta.
 Sin embargo, su actitud no disuadió ni a Massera ni a los generales complotados con él. Massera
aprovechó la tensión creada dentro del Ejército para exigir la aplicación de la regla del “cuarto hombre” (que
el presidente fuera un oficial retirado; regla que se había dejado sin efecto mientras durase la “guerra
antisubversiva”, la cual que como había concluido, forzaba a Videla a renunciar o pasar a retiro). La
situación va a generar una serie de disputas y alineamientos que resultaba paradójico: un régimen
fuertemente autoritario, que proclamaba su ansia por terminar con la politiquería divisionista en los
partidos y el Parlamento, se empantanó en discusiones, en las que algunos generales amenazaron con
emplear la fuerza. Tras varios días de reuniones, se decidió que Videla sería “reelecto”, pero por un período
de sólo dos años (hasta 1981) y que Massera y Agosti dejarían el servicio activo junto con el jefe del
Ejército, en julio de 1978.
 Ante la frustración de la propuesta aperturista, los partidos reaccionaron con reclamos más urgentes de
"participación", lo cual fue recibido como un desafío por los mandos militares, y no como un intento de
acuerdo. Pero era la incertidumbre, y no una disposición a pasar a la oposición, lo que alentó el tono más
crítico que adoptaron en el curso de 1978 las declaraciones de ciertos políticos. La respuesta militar fue
desalentadora: se produjeron algunas detenciones y se reiteró que las actividades políticas estaban
suspendidas.
El anuncio del pase a retiro de los comandantes descomprimió el frente interno, pero sólo por unas
semanas. Videla anunciaría su aspiración a que Viola lo sucediera al frente del Ejército (colocándolo en la
línea de sucesión presidencial), lo cual provocaría la reacción del sector duro del Ejército. Si bien finalmente
Videla logró imponer su preferencia, sería sumamente condicionado (Viola ejercería la comandancia sólo
durante un año y medio, y debería pasar a retiro a fines de 1979), lo cual evidenciaría no sólo la incapacidad
de Videla para cohesionar detrás suyo a las FFAA, sino al propio Ejército.
Los militares y civiles favorables a la convergencia quisieron hacer de esas resoluciones la oportunidad para
iniciar de una buena vez ese camino. El secretario general de la presidencia formuló una nueva propuesta,
centrada en la incorporación de figuras relevantes de los partidos, en particular del radicalismo, al gabinete y
las gobernaciones. A raíz de ello, entre fines de agosto e inicios de septiembre Videla se enfrentó
nuevamente con el generalato, que rechazó la idea, por lo cual tuvo que ceder: el nuevo gabinete se
integraría sí con más civiles que el anterior, pero ningún dirigente relevante figuró en él.
Estas novedades le cayeron muy mal a los radicales: la apertura debería esperar y se insistiría con el
proyecto del MON, pero fueron bien recibidas por los conservadores, en particular por los
beneficiados por el recambio en el gabinete nacional y las provincias (se imaginaban herederos del
Proceso, vengándose de las eternas postergaciones padecidas a manos de la UCR y el PJ).
 Los dirigentes del PJ interpretaron el fracaso del plan aperturista como su oportunidad para atraer a los
radicales y demás partidos moderados a una estrategia conjunta, que los sacara del incómodo aislamiento
en que se encontraban.
Contra lo que esperaban los jefes del Proceso, su aspiración que las organizaciones preexistentes se
descompusieran, para que surgieran nuevas fuerzas "incontaminadas", se vio truncada. Para el sector
político, al menos mientras no se reabriera el juego electoral, sus identidades partidarias eran el único
refugio seguro para resistir la vocación militar por reorganizar a fondo el mapa político sin respetar títulos ni
antecedentes. El radicalismo, si bien rechaza firmar la declaración conjunta con el PJ, poco a poco se iría
volcando, contra su voluntad, a una posición más distante del régimen, que desembocaría finalmente en un
acuerdo interpartidario // Pero los militares no sólo decepcionarían a estas fuerzas, sino que tmb a los
“herederos” conservadores, en su no compromiso con un plan, y la no efectivización del MON.
El recambio ministerial de septiembre de 1978 también sirvió para desactivar los acuerdos a los que se
había ido arribando con algunos gremios ---> Liendo había alentado la emergencia de aliados permanentes
en el campo sindical, pero Videla aprovecharía el recambio para reemplazarlo por otro general más afín a las
tesis de Martínez de Hoz y Harguindeguy. Los "25" exigieron públicamente el restablecimiento de las
libertades sindicales, a lo que el gobierno respondió suspendiendo el diálogo. Esta escalada culminará con la
primera HUELGA GENERAL, en abril de 1979, que si bien tuvo una adhesión muy parcial, fue duramente
reprimida. Tiempo después se dará a conocer la nueva Ley de Asociaciones Profesionales (estrangulaba la
autonomía sindical, suprimía la CGT e incrementaba el poder discrecional del Ministerio de Trabajo para
quitar la personería a los gremios que se insubordinaran)
El conflicto con Chile por el canal de Beagle fue otro motivo de disputa al interior del sector militar: el fallo
a favor de Chile en 1977 va a generar conflictos en torno a la conveniencia de emprender una guerra con
fines patrióticos: Massera, Suárez Masón y Menéndez estimaban que la guerra le daría nuevo impulso al
régimen, mientras que Videla y Viola no sólo temían el aislamiento internacional que podía resultar de ser
considerado "país agresor", sino que en caso de una victoria los réditos los cosecharían sus adversarios
internos.
CAPÍTULO 4:
LA POLÍTICA ECONÓMICA Y EL AISLAMIENTO INTERNACIONAL DEL PROCESO
El Proceso se propuso transformar de raíz la economía argentina atentando contra las 3 patas del populismo:
1.- un SINDICALISMO poderoso y politizado
2.- un EMPRESARIADO INDUSTRIAL habituado a vivir de subsidios y protección aduanera
3.- un ESTADO involucrado en todo tipo de actividades productivas y de servicios, ineficiente e
irresponsable en el manejo de las cuentas públicas.
Según Novaro, se combinaron una amplia variedad de actores, militares y civiles, con objetivos e
intereses no del todo coherentes, en la puesta en marcha de políticas que fueron cambiando a lo largo
del tiempo, en forma bastante inconsistente en distintos terrenos:
 SINDICALISMO: si bien existió un amplio acuerdo respecto de la necesidad de disciplinar a los
sindicatos y la FT, ello no estuvo libre de agudos disensos respecto de cómo hacerlo, qué tipo de
sindicalismo debía resultar, y qué tipo de mercado de trabajo se esperaba conformar.
 EMPRESARIADO: si bien los militares decían querer formar un empresariado competitivo, abriendo
los mercados, no todos querían terminar con los subsidios y las barreras aduaneras, o al menos no para todos
los sectores.
 ESTADO: si bien se proclamaba la necesidad de achicar el Estado, el gasto público y en particular la
inversión, batirían récords históricos durante estos años. Y aunque compartían el objetivo de frenar la
inflación y crear un mercado financiero local, integrado al internacional, el modo en que se alcanzarían fue
motivo de intensas disputas.
Los primeros pasos y las ambigüedades del consenso militar
Si bien en un principio la Junta coincidiría en el bosquejo del programa que introdujera las reformas
necesarias para terminar con la inestabilidad económica, la inflación, y las que creían sus causas, el
intervencionismo estatal y el populismo, las disidencias aparecerían cuando se inició su aplicación.
1) Aunque el ideario desarrollista e intervencionista estaba muy desprestigiado entre los
militares, no había desaparecido.
Algunos generales de la vieja guardia (sobre todo quienes tenían lazos con las empresas públicas y con el
complejo industrial militar) se opusieron cuando se enteraron que la intención de Martínez de Hoz era
colocar a técnicos adeptos al frente de esas entidades para luego privatizarlas. Ante esto, el ministro y Videla
decidieron poner a la venta sólo unas pocas empresas de escasa importancia y optaron, en relación al resto,
por tercerizar algunas de sus actividades (a través de "privatizaciones periféricas") e introducir cambios en
su administración y financiamiento (en lugar de recibir fondos del Tesoro, deberían en el futuro recurrir a
créditos externos) ----- Si bien en lo inmediato ello permitió que su déficit tuviera menor impacto
inflacionario, a la larga las cargaría con abultadas deudas, al principio muy accesibles, pero que luego
resultarían impagables. Las privatizaciones periféricas, lejos de significar ahorro fiscal, profundizaron la
captura rentística de las empresas del Estado ya que sus beneficiarios serían algunos grandes grupos
económicos locales cercanos al régimen, que recibieron concesiones y contratos de obras y servicios muy
generosos.
Esto revela cómo un frente militar muy fragmentado era fácilmente penetrado por intereses
empresarios ligados a la apropiación de rentas creadas por el intervencionismo estatal. A la vez que se
manifestaba genéricamente a favor del retiro del Estado, el campo empresario (también muy dividido
internamente) intentaba defender como podía sus negocios ligados al presupuesto y las empresas
públicas.
2) Martínez de Hoz se topó con serios obstáculos a las reformas drásticas del mercado de
trabajo y la organización sindical
Los militares en general compartían la idea de que ésta debía ser disciplinada y su poder recortado, pero no
la de que desapareciera y desregulara totalmente el mercado laboral:
- Muchos deseaban reeditar la convivencia entre militares y sindicalistas de los años ’50 y ‘60 una
vez concretado el disciplinamiento y eliminados los "subversivos"
- Se temía que un ataque demasiado profundo a esas organizaciones no diera lugar a un mercado
laboral competitivo y despolitizado sino todo lo contrario, a la proliferación de organizaciones de
base que, como probaba la experiencia del pasado inmediato, eran mucho más difíciles de controlar
desde el Estado y mucho más fáciles de “infiltrar por la subversión”
- Se temía que una amplia desregulación laboral alentara a muchas empresas a desprenderse de una
parte considerable de sus plantillas, y que la consecuente alza en la desocupación despertara la
protesta social.
La cartera de Trabajo se ocupó de frenar o moderar las propuestas desregulatorias de Economía
a) Ley de Contratos de Trabajo (Martínez de Hoz) pretendía desregular totalmente el campo laboral.
Ante ello Liendo impuso una posición más moderada que era suspender las convenciones
colectivas, sin eliminarlas, y fortalecer la capacidad regulatoria del Ministerio de Trabajo sobre los
salarios de convenio y las condiciones de trabajo.
b) Trabajo tmb logró imponer su criterio en cuanto a las afiliaciones sindicales: en lugar de que, como
pretendía Economía, los trabajadores debieran manifestar expresamente su voluntad de reafiliarse,
se dispuso que quienes quisieran podrían desafiliarse.
c) Liendo se opuso con éxito a una reducción de la plantilla del sector público: si bien se aprobó una
"ley de prescindibilidad", se aplicó sólo selectivamente a empleados públicos con militancia política
y sindical.
Las leyes que regulaban la estructura gremial y las obras sociales sindicales también fueron motivo de
conflictos: Videla, Martínez de Hoz y Harguindeguy pretendían una drástica limitación del poder sindical a
través de reformas profundas, mientras que Viola y Liendo por una parte, y Massera por otra, se oponían,
buscando aliados en los gremios.
El equipo económico debió encarar su programa antiinflacionario sin un control directo del
presupuesto (las empresas públicas, las gobernaciones y la propia Junta decidían sobre gastos,
inversiones y subsidios a sectores empresarios casi sin consultarlo), ni de los niveles de salarios y
empleo.
Sucedía también que dentro del equipo económico, y en Martínez de Hoz, las preferencias por las políticas
ortodoxas convivían con otras aspiraciones: el ministro no consideraba contradictorio reducir la
intervención y el gasto público en algunas áreas e incrementarlo en infraestructura y subsidios a
inversiones privadas en otras consideradas estratégicas:
* En cuanto a la reducción del gasto público promovió medidas tendientes a desactivar demandas y formas
de socialización de los sectores populares (alza de tarifas, aranceles en los hospitales públicos,
descentralización a las provincias de la educación primaria, alteración de la ley de alquileres, erradicación de
villas de emergencia, etc.)
* En cuanto al aumento de inversión en áreas estratégicas, impulsó la producción de bienes intermedios y
combustibles subsidiando la inversión privada (papel, cemento, aluminio, refinerías de petróleo y
petroquímicas)
No consideraba tampoco incompatible el combate de la inflación con un nivel elevado de déficit público en
la medida que se dispusiera de CRÉDITO EXTERNO BARATO --- Con ese criterio, contrajo enormes
préstamos que le permitieron alimentar las reservas y equilibrar las cuentas públicas, en la expectativa de
que las bajas tasas de interés internacionales de mediados de los ‘70 se mantendrían por largo tiempo.
Los fragmentados campos militar y empresario (con acceso a la toma de decisiones sobre aspectos
relevantes de la política económica), se combinaron con un equipo económico dispuesto a mixturar
instrumentos ortodoxos y desarrollistas, intervencionismo y desregulaciones.
En cierto modo, dice Novaro, Martínez de Hoz sabía que no contaba con respaldo para implementar medidas
de corte netamente ortodoxo ya que Videla no contaba con el liderazgo suficiente para disciplinar al resto de
la Junta frente al amplio espectro de conflictos que dichas medidas podían abrir. En ese contexto, Martínez
de Hoz buscó acomodarse a las presiones sectoriales, disidencias ideológicas y pujas facciosas que
atravesaban al Proceso, concentrándose, no obstante, en las áreas que sí estaban a su alcance y en las que se
le aseguraron cierta autonomía: 1) la política comercial, 2) la política monetaria y cambiaria y 3) el manejo
del sistema financiero y crédito externo.
El congelamiento de salarios y la consecuente caída de su poder adquisitivo, sirvió para reducir 1/3 la
inflación a principios de 1976, aunque continuó siendo alta. Esto fue acompañado por la reducción de las
barreras arancelarias, apuntando a exponer los $ internos a la competencia de bienes importados, para que
los empresarios se avinieran a refrenarlos ····> Ambas decisiones merecieron fuertes críticas del frente
militar (Liendo advertiría sobre los riesgos que significaba la situación social; la Armada emitiría una
declaración contra el deterioro de condiciones de vida y la recesión q afectaba a la industria local; Massera
advertiría la conveniencia de convertirse en representante de los intereses empresarios y sindicales afectados
por Videla-Martínez de Hoz, permitiendo la curiosa situación de que en la prensa, en medio de la feroz
represión, la política económica empezara a discutirse con cierto margen de libertad)
Si bien la contención de los salarios y el consumo masivo habían posibilitado un considerable superávit
comercial, y las empresas habían mejorado sus balances, el déficit fiscal y la inflación no daban señales
alentadoras. Martínez de Hoz decidiría, a mediados de año, combinar la política de APERTURA
COMERCIAL con la DESREGULACIÓN DEL MERCADO FINANCIERO y una fuerte CONTRACCIÓN
MONETARIA.
La implementación de la Reforma Financiera apuntaba a crear un auténtico mercado de capitales,
liquidando tres rasgos persistentes en el sector desde los años treinta: a) la falta de acceso a capitales
externos, 2) las tasas negativas fijadas por el sector público para subsidiar a las industrias y 3) la
preponderancia de la banca pública, que establecía cuotas y prioridades.
La reforma consistió en una rápida liberalización de las tasas de interés y en una gradual eliminación de las
restricciones al movimiento de capitales con el exterior. La banca privada local demostraría su poder de
lobby imponiendo su criterio de que la reforma fuera acompañada de una garantía estatal a los depósitos
(Martínez de Hoz se opuso). Con esta garantía los empresarios y los militares que los respaldaban adujeron
defender el capital nacional frente al extranjero, pero en los hechos, se generó una situación en la que los
agentes financieros competirían no en términos de la seguridad ofrecida a sus clientes, sino de las tasas
de interés, tomando préstamos y prestando de modo irresponsable, lo cual, en vez de generar un mercado
de capitales de largo plazo articulado al sector productivo, gestó uno volátil, especulativo y de corto plazo.
No obstante la reforma lograría 2 objetivos implícitos del programa económico:
1) debilitar al empresariado industrial y fortalecer al financiero, y
2) articular de modo permanente la economía doméstica a la internacional a través del movimiento de
capitales (lo implicaría un enorme costo económico y fiscal)
La reforma, a la vez que incrementó el nº de operadores financieros y la disponibilidad de crédito, hizo subir
las tasas de interés, lo que tuvo un sensible efecto inflacionario. De allí que el paso siguiente fuera una
severa contracción monetaria para reducir la demanda global ·····> pero la caída del consumo repercutiría en
el producto industrial y el consumo habían caído fuertemente, lo cual traería aparejadas críticas empresarias.
Frente a las presiones el Ministro debió ceder reemplazando la estrategia por una reducción del tipo de
cambio, que debía tener un efecto disciplinador sobre los precios sin generar recesión (industriales deberían
acomodar sus precios a los internacionales e invertir para ganar productividad)
Al mismo tiempo, se intensificó la toma de crédito externo para fortalecer las reservas y nutrir el sistema
financiero local, alentando así baja de la tasa de interés, que serviría para contener el ritmo inflacionario
como para reactivar el consumo y permitir que los industriales modernizaran sus plantas.
El efecto sobre el consumo fue el más inmediato y visible permitiendo en la segunda mitad de 1978 un
aumento sensible, en particular de bienes importados, lo que le brindó al ministro el apoyo de sectores
medios y medio-altos, compensando las críticas que recibía de empresarios afectados por las importaciones.
Más importante fue el apoyo contundente de la banca internacional y los organismos financieros, que
cumplió, a los ojos de los militares, al menos tres funciones decisivas para asegurar la continuidad del
ministro en su cargo, más allá de las disidencias programáticas:
a) Permitió financiar ambiciosas obras públicas en marcha
b) Aseguró la disposición de fondos para la compra de material bélico (desde fines de 1977 se había
acelerado la carrera armamentística con Chile)
c) Moderó el aislamiento internacional que padecía ya el régimen por las denuncias sobre violaciones
a los DDHH
Nada de esto alcanzaría, sin embargo, para dotar de consistencia y fortaleza a su programa. A medida que
pasaba el tiempo la sumatoria de medidas monetarias, cambiarias, comerciales y financieras se hacía más
intrincada y entrecruzada, y el esquema resultante se volvía más dependiente de variables que el ministro no
controlaba y que nadie podía asegurar: la tasa de interés internacional (que permitía se mantuviera el flujo
de capitales externos para financiar e1 gasto público y privado) ······> a través de ese intrincado juego de
efectos y contraefectos, el ministro se aseguraba también que no se formara un frente unido en su contra; si
bien surgían disidencias, éstas eran compensaciones a la vez, lo que las alentaba a esperar y negociar
La tablita y la gestación de la crisis
En diciembre de 1978 Martínez de Hoz replanteó su plan antiinflacionario: perfeccionó el esquema que
venía aplicando (retraso del tipo de cambio), profundizando la apertura comercial y asegurando un flujo
constante de fondos externos, con el cual además de la compra de armas se esperaba financiar un freno a la
inflación por medio de inversiones en productividad, sin recesión ·····> El plan (“la tablita”) conjugaba
“monetarismo de economía abierta” (=desregulación del flujo de capitales y mercancías) + intervención
disciplinadora del Estado en el mercado de cambios (programa de devaluaciones mensuales decrecientes e/
fines de 1978 y comienzos de 1981, que en el marco de bajas barreras arancelarias debía forzar a los
precios internos a seguir esa evolución o bien a exponerse a una creciente competencia de bienes
importados). Con ello se pretendía acercar el ritmo devaluatorio a cero y la inflación doméstica no debería
ser distinta de la internacional.
Sin embargo, tal comportamiento de precios presento 2 DIFICULTADES:
1) Los bienes no transables (los que no se comercian en el mercado internacional: servicios públicos y
privados, viviendas, etc.) y los que siguieron protegidos por subsidios y barreras arancelarias específicas
(automotores) no fueron expuestos a la competencia en igual medida y sus precios subieron muy por encima
de los de bienes transables, lo que implicó distorsiones agudas en los precios relativos, una mayor inflación
global que la esperada y mayores perjuicios a la competitividad de los productores agropecuarios e
industriales. El incremento de las importaciones arrojaría un saldo deficitario en la balanza comercial.
2) Las expectativas de los actores económicos no se acomodaron en general a los objetivos del programa,
sino a su fracaso: muchos creyeron que tarde o temprano el gobierno se vería obligado a devaluar la moneda
por encima de lo anunciado (abandonar la tablita) y que convenía mantenerse a la espera de ese momento,
elevando los precios todo lo posible y acumulando dólares ····> en consecuencia, las tasas de interés para
depósitos y créditos en pesos se mantuvieron muy por arriba del nivel internacional, lo que habilitó un
fenomenal JUEGO ESPECULATIVO (=operadores financieros tomaban fondos externos para colocarlos en
pesos en la banca local, haciéndose de la diferencia entre las tasas en ambos mercados, y volviendo a
cambiarlos a dólares a un tipo de cambio “seguro” mientras seguía vigente la tablita)
a falta de consistencia del' plan contribuyó también la Junta, que autoJi
i rizó aumentos de salarios y tarifas por encima del ritmo mensual de devalua-y" j ción, y mantuvo un nivel
elevado de déficit, que se financió con créditos yjg I bonos a altas tasas.
La tablita había sido aceptada por los militares pues prometía no afectar el nivel de actividad, el consumo ni
el empleo (durante 1979 el PBI volvió a crecer y el desempleo se mantuvo bajo). Mientras el aluvión de
importaciones desplazaba la producción local, muchas industrias debieron reducir plantillas y salarios, o
cerrarse, pero al menos en 1979 los empleos y salarios perdidos por esta vía fueron compensados con
holgura en los servicios y el comercio en rápida expansión (desempleo bajó ese año y el salario real creció e/
1978 y 1980). De allí que las protestas de los sectores afectados no lograran gran repercusión y que la
opinión pública tendiera a aceptar la versión oficial, según la cual esos sectores se resistían a la
modernización e iban a contramano del interés colectivo.
Mientras el auge de importaciones fue financiado por el ingreso de capitales, los sectores medios y altos
pudieron dedicarse alegremente a consumir.
Este programa contó, por sobre todo, con el contundente respaldo de los GRUPOS EMPRESARIOS (sobre
todo locales) que eran sus más directos beneficiarios ····> a través de bancos y financieras captaban fondos
para orientarlos a expandir sus actividades en áreas subsidiadas (como la explotación petrolera, la
producción de aluminio, acero, papel, cemento, etc.) y obtenían contratos con el gobierno y las empresas
públicas, a través de las privatizaciones periféricas y los numerosos programas de inversión en
infraestructura y viviendas en curso (financiados por el fisco). Estos grupos, en la 2ª mitad de la década
desplazaron a empresas de menor envergadura y a multinacionales que se retiraron del país debido a la
inestabilidad reinante. Dieron un respaldo fundamental al poder militar, y al equipo económico, que recibía
cada vez más críticas de otros sectores tradicionalmente poderosos en el empresariado argentino: los
productores agropecuarios y, en particular, los industriales que producían para el mercado doméstico.
En septiembre de 1979 se produjo un cambio en el PANORAMA INTERNACIONAL que liquidó la ya muy
limitada viabilidad del programa ····> la Reserva Federal de EE.UU. decidió, con el objeto de frenar la
inflación en su país y fortalecer el dólar frente a las monedas europeas y el yen, elevar abruptamente la tasa
de interés de sus bonos, llevándola a niveles nunca vistos desde la 2GM // De un día para el otro, los fondos
que Argentina necesitaba para financiar sus desequilibrios y para sostener la tablita dejaron de fluir, y
comenzaron a emigrar. Muchos bancos locales empezaron a tener serios problemas para repagar sus
depósitos y a muchas empresas les sucedió otro tanto con sus créditos. Muchas de las que habían apostado a
la política oficial, endeudándose para adquirir bienes de capital y poder competir, se contaron entre las más
perjudicadas, lo que reveló un efecto perverso complementario de la tablita: se terminaría castigando a
empresas competitivas y a inversiones de riesgo, y favoreciendo a especuladores que fugaron capitales y
transfirieron sus pasivos al fisco.
En marzo de 1980 varios bancos privados que habían hecho punta con la “bicicleta financiera", tomando
deuda en dólares y ofreciendo tasas altísimas para captar fondos locales que utilizaban para expandirse,
comprando empresas en problemas, de pronto se declararon insolventes. Gracias al régimen de garantías de
los depósitos, el BC tuvo que devolver sus fondos a los ahorristas. E incluso el Estado debió hacerse cargo
de créditos externos tomados por esas entidades, de los que había sido garante, ESTATIZANDO PASIVOS
EMPRESARIOS
La visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el aislamiento del régimen
Los jefes militares (principalmente Videla y Viola), desde un comienzo se habían preocupado por evitar un
cuadro de aislamiento internacional, y en tal sentido siguieron la sugerencia de Henry Kissinger, secretario
de Estado hasta enero de 1977, de reprimir rápida y silenciosamente. Si bien la metodología de las
desapariciones se ajustaba a esa recomendación, los jefes castrenses no tomaron en serio la advertencia de
limitar en el tiempo la "mano dura" (por los problemas que les acarrearía con el Congreso norteamericano),
imaginando poder seguir ocultando sus acciones.
Desde que Cárter inició su administración y adoptó los DDHH como principio orientador de su política
exterior, las cosas fueron cada vez peor para los militares argentinos. En octubre de 1978 entró en vigencia la
enmienda Humphrey-Kennedy que implicó la suspensión de las ventas de armamento norteamericano y la
reducción de créditos con otros fines. Las investigaciones en la Comisión de DDHH de la ONU,
concluyeron en que las desapariciones eran una práctica regular del régimen, que estaba siendo difundida
además a otros países de la región. Las embajadas y la Cancillería argentinas comenzaron a recibir cada vez
más reclamos diplomáticos por secuestros. Y si bien algunos países se mostraron comprensivos con el
pedido argentino de un "período de gracia" para concluir las "acciones antisubversivas", otros llegaron a
presentar sus denuncias ante los parlamentos.
Los halcones del Ejército entendían que no había que tomar demasiado en serio las críticas de las
democracias occidentales y que cuando se verificara la eficacia del plan represivo, éstas caerían en el olvido.
Videla y Viola, en cambio, querían preservar un vínculo con esos gobiernos que los halcones despreciaban:
no porque no compartieran esta visión, sino porque temían que una condena externa afectara al plan
económico y sus posibilidades de ganar aliados internos (fortaleciendo la posición de sus adversarios en el
frente militar). Así, Videla insistió en desmentir las denuncias sobre desapariciones y reconocer sólo unos
cuantos “excesos” por parte de las FFAA (que podían además en varios casos cargarse a los halcones o a
Massera).
Como parte de esta estrategia, en septiembre de 1978 Videla acordó con el vicepresidente de EEUU, la visita
al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, dependiente de la OEA. El vicepresidente se
comprometió a destrabar créditos externos para obras de infraestructura y a que la CIDH no intervendría
demasiado o lo haría condicionada. Para ello, el régimen desmanteló muchos de los centros clandestinos de
detención que seguían operando y liberó buena parte de los presos a disposición del PEN.
Sucedió que ni en la OEA ni en el gobierno norteamericano finalmente se hicieron cargo de las condiciones
que su vicepresidente convino con Videla: porque la Argentina se había convertido en un leading case en la
lucha por los DDHH; porque para EEUU la Argentina no revestía importancia estratégica y a nadie
desvelaba si su gobierno caía en desgracia; y, por sobre todo, porque los organismos de solidaridad y los
funcionarios de la CIDH rechazaron las presiones ····> Videla enfrentó entonces la disyuntiva de suspender
la visita, y hacer un papelón, o apostar a que de todos modos primara la voz de la pacificación. Finalmente
optó por esto último y por primera vez las familias de las víctimas se revelaron masivamente en público,
impugnando el silencio y las explicaciones que hasta entonces se habían dado sobre lo sucedido.
Lo cierto es que las organizaciones “legales” de la sociedad civil (partidos moderados, de derecha,
asociaciones empresarias y profesionales, medios de comunicación, dirigentes gremiales peronistas que se
habían visto amenazados por la “subversión”, etc.) no defraudaron la apuesta del presidente. En algunos
casos fueron incluso más allá de lo que él podría haberles exigido. Con matices que iban entre la adhesión
expresa a los objetivos del Proceso y la justificación de “lo actuado” ante la “agresión subversiva”, todos
reconocían el esmero de las FFAA en recuperar el orden y la seguridad.
Las conclusiones de la misión del CIDH (que reunió testimonios de familiares y detenidos, visitas de
prisiones, cementerios, registro de tumbas de NN, etc.) se dieron a conocer en marzo del 1980. Ello entraría
en contradicción con el plan oficial de “cerrar la cuestión” porque probaba la muerte a manos de las fuerzas
de seguridad de los desaparecidos.
Desde que se dio a conocer el informe de la CIDH (que el régimen censuró, pero igualmente se difundió por
diversos medios), el miedo y el silencio dieron paso a reclamos y denuncias cada vez más difíciles de acallar
o ignorar. El respaldo externo bastaría para dar un impulso inmediato al trabajo de los organismos, en
particular a los que reunían a familiares de las víctimas, entre los que ya se destacaban las Madres. A
comienzos de 1980 se realizarían las primeras manifestaciones públicas, acompañando la presentación de
petitorios a la Justicia y al gobierno. Al respecto, el gobierno dio por descontado que, así como la opinión
pública lo había acompañado en el curso de las operaciones, seguiría haciéndolo en el futuro.
De nuevo la interna militar
La visita de la CIDH, la liberación de cientos de detenidos y la negativa de Videla a recuperar el Beagle por
las armas venían reavivando la interna militar, nunca resuelta pero aletargada desde la crisis de mediados de
1978. La liberación (y posterior permiso para su salida del país) del propietario y director del diario La
Opinión, Jacobo Timerman, por presiones internacionales, fue considerada por los halcones muestra de la
debilidad y la falta de criterio de Videla (Massera, desde su pase a retiro intentaba hacerse de apoyos civiles
y militares para volver al poder) -----> La denuncia que Timerman haría pública una vez en el exterior, sobre
su secuestro y tortura, terminó de convencer a muchos uniformados de que era contraproducente ceder a las
presiones externas: resultaba más racional eliminar a los posibles denunciantes y aguantar las críticas, que de
todos modos se descargaban sobre el régimen aunque se intentaran gestos de moderación. El aislamiento
internacional tendió a ser visto entonces en los cuarteles como un precio aceptable por ir a fondo en los
objetivos.
Todo esto llevó agua al molino de los halcones, que además se vieron beneficiados por otras dos
circunstancias:
1) Externa  auge del anticomunismo en el hemisferio y en la región que siguió a la caída del Sha de
Irán, la invasión soviética de Afganistán y la victoria del sandinismo en Nicaragua (hechos que
explican la pérdida de relevancia de los DDHH en el último año de la administración Carter.
2) Interna  emergencia de un nuevo liderazgo en los cuarteles (Galtieri), quien iría distanciándose de
Viola para abrazar un nacionalismo recalcitrante, que había sido refrenado hasta entonces por el
occidentalismo de Videla.
Durante la gestión de Viola al frente del Ejército los partidarios de la apertura habían ganado terreno en la
fuerza. Este avance sería motivo de un levantamiento encabezado por Menéndez, quien reclamó días
después de la partida de la CIDH, que Viola fuera excluido de la sucesión presidencial. Pero como los
generales con mando de tropa en ese momento eran leales a Videla, Menéndez no tuvo éxito, fue detenido y
pasado a retiro. Sin embargo, los reclamos que él formuló respecto de la CIDH, el Beagle y Timerman
tendrían amplia repercusión, lo que evidenciaba, a un nivel más profundo, las serias tensiones que la
desactivación del aparato de represión ilegal suscitaba en el frente militar ---> Si bien respecto de la
estrategia antisubversiva en sí no había habido mayores diferencias, Videla y Viola fueron conscientes desde
un principio de los problemas de indisciplina que engendraría el funcionamiento de un “ejército
clandestino”, considerando necesario su rápido desmantelamiento (coherente a su vez con la estrategia
externa).
En cambio, los más duros de la fuerza, y en general todos los que habían actuando directamente en la
represión, temían la pérdida de poder que implicaría dejar de estar "en operaciones": la división del poder
del Estado entre las fuerzas y la extensa militarización de la administración colaboraron también para que los
señores de la guerra retuvieran parte de la autonomía operativa que la represión ilegal les había conferido.
La solución que el régimen halló a este dilema fue aletargar pero no desmontar del todo el aparato represivo
(cuya “victoria frente a la subversión” seguía siendo un factor de cohesión de las FFAA), y buscarle nuevos
objetivos en otros terrenos: combate de la “infiltración” cultural y educativa, y en la colaboración con
dictaduras de países limítrofes y Centroamérica. [Existió una significativa convergencia entre las
perspectivas que tomaban fuerza en Washington sobre el problema de la insurgencia en el "patio trasero"
(tras el "fracaso" de las políticas de derechos humanos) y los planes de exportación de la contrainsurgencia
que el régimen argentino había iniciado tiempo antes, y que cobraron impulso entre 1979 y 1980]
Estas novedades externas se sumaron para que, aunque Viola había logrado desplazar a algunos duros de las
posiciones de mayor poder en el Ejército, el clima de opinión interno cada vez le fuera menos favorable. En
los cuarteles se vivía como una afrenta a las FEAA. y al país que ellas representaban, la actitud de los
gobiernos occidentales, que al mismo tiempo condenaban al régimen y "requerían" sus servicios para
"detener el comunismo" y hacer el trabajo sucio. Todo esto estimulaba aún más el ánimo aislacionista y
nacionalista. Para ciertas figuras paradigmáticas de la represión ilegal (Camps, Menéndez, etc.) no decir
ahora la verdad sobre la represión implicaba ser inconsecuentes con un plan cuyo carácter secreto se había
justificado tan sólo mientras se efectuaban las operaciones, y adoptar culposamente la perspectiva del
enemigo. Muchos oficiales se harían eco de esto, bajo la sospecha de que los mandos superiores, en su
esfuerzo por blanquearse en el exterior, responsabilizarían a los protagonistas directos de los “excesos”,
considerando a Viola capaz de hacerlo, por sus tendencias “populistas y politiqueras”.
Viola pagaría así el precio de pretender satisfacer a la vez las expectativas de la opinión internacional, de los
civiles y de los cuarteles, colocándose en una aposición cada vez más difícil, que terminaría por significar su
progresivo descrédito en todos esos frentes, en vísperas de asumir la presidencia. La situación se vería
agravada por los mecanismos institucionales del régimen (la regla del cuarto hombre, la división de poder
entre las fuerzas y los mandatos fijos)
Galtieri, que había hecho carrera a la sombra de Viola, reemplazándolo en la comandancia con su aval tras
su pase a retiro a fines de 1979, no se demoró en romper lanzas con él y desplazar a quienes siguieran
siéndole leales, rehabilitando a los marginados halcones. Éstos le retribuyeron conspirando contra la
posibilidad de que Viola fuera presidente y buscando aliados en otras fuerzas. Incluso Harguindeguy y
Martínez de Hoz se esforzaron para cerrarle el paso, o al menos condicionarlo y conservar alguna injerencia
en los planes económicos y políticos futuros. En pocos meses, Videla y Viola perdieron todo el terreno
lentamente conquistado en las fuerzas en los años previos.
La debacle económica
No fueron los DDHH, sino la cuestión económica la que generaba creciente tensión entre el gobierno y los
partidos, los dirigentes sindicales y empresarios, e incluso la Iglesia. A medida que la crisis en la industria y
en el sistema financiero se agudizó, todos ellos fueron adoptando un tono de protesta, buscando recuperar
cierta autonomía frente al régimen, para presionarlo y congraciarse con la sociedad. Cada vez más sectores
económicos (incluso grandes empresarios) se sentían representados por esas críticas, que ya eran demasiado
contundentes y extendidas como para calificarse de “resistencias al cambio”. El gobierno aparecía por
primera vez desde 1976 enfrentado a parte importante de la sociedad.
Pero los militares no veían las cosas de este modo: las dificultades que el régimen enfrentaba no podían
empañar sus grandes logros, ni ser excusa para que los responsables del caos anterior se arrogaran la
representación de la nación. Los reclamos para que Martínez de Hoz fuera desplazado o forzado a cambiar
sus políticas tuvieron el efecto paradójico de abroquelarlos, una vez más, en torno a la tesis de los duros de
que convenía estirar los tiempos de la apertura y exigir una total renovación de los partidos y del sistema
político.
Por su parte, Martínez de Hoz se negaba a modificar el rumbo, temiendo que cualquier cambio provocaría
un inmediato estallido de los desequilibrios acumulados en los precios internos, el tipo de cambio y el
endeudamiento. Convenció una vez más a Videla de que más valía aguantar hasta el final, en la esperanza de
que el contexto externo volviera a ser favorable, con la convicción de que ceder era tirar a la basura el
esfuerzo realizado (se negó a discutir con Viola una transición concertada que hubiera implicado ceder en el
esquema antiinflacionario, cambiario y comercial. Viola, por su parte, prefirió no quedar involucrado en una
gestión económica que llegaba a su fin, por lo que prefirió mantener silencio sobre lo que haría. Pero así
alimentó la incertidumbre y no pudo evitar volverse también responsable, a los ojos de muchos militares y
civiles, del ya incontenible descalabro.