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LA VERDADERA HISTORIA DEL TIEMPO

(DE LA EXPLOSIÓN DEL NEOLÍTICO A LOS NUDOS Y LOS AGUJEROS NEGROS)

JOSÉ MURGUEYTIO

MARCOS GUERRERO

Abya-Yala

Quito, Ecuador
1997
LA VERDADERA HISTORIA DEL TIEMPO
(De la explosión del neolítico a los nudos y los agujeros negros)
José Murgueytio y Marcos Guerrero

Primera edición: Ediciones Abya–Yala.


Av. 12 de Octubre 14-30 y Wilson
Telf. 506-247 / 562-633 / 506-251
Fax: 506-254
e-mail: abyayala@abyayala.org.ec
editorial@abyayala.org.ec

Auto edición: Abya–Yala Editing

ISBN: 9978-04-314-4

Impresión: Sistema DocuTech


Quito-Ecuador
1997

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CONTENIDO

INTRODUCCIÓN 9

I. EL VIAJE DE LAS GRAMÍNEAS GIGANTES 13

II. NUEVO DIÁLOGO SOBRE LOS DOS MÁXIMOS


SISTEMAS DEL MUNDO 83
PRIMERA JORNADA: DE LA NECESIDAD Y EL ARTE
DE COMUNICACIÓN ENTRE
LAS CIVILIZACIONES 88
SEGUNDA JORNADA: DE LA TEORÍA DE LA
RELATIVIDAD CULTURAL 126
TERCERA JORNADA: DEL ESPACIO Y EL TIEMPO EN
LA CIENCIA TRIUNFANTE 153
CUARTA JORNADA: DEL ESPACIO Y EL TIEMPO
EN LA CIENCIA ASESINADA 195
QUINTA JORNADA: DE LA FINAL
GENERALIZACIÓN DEL
PRINCIPIO DE RELATIVIDAD 229

CRÉDITOS BIBLIOGRÁFICOS 251

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INTRODUCCIÓN
La historia de la ciencia se ha ido elaborando bajo la premisa de que la
configuración básica del saber científico es un proceso acaecido dentro de
las fronteras de la civilización Occidental. Si bien hoy se tiende a admitir que
los importantes y copiosos desarrollos intelectuales de las antiguas culturas
egipcia y babilónica, o de la hindú1 y china, son progenitores de ese saber,
no se los reconoce, en cambio, como productos científicos propiamente
dichos. El argumento esgrimido es bastante convincente y recoge el hecho
de que ninguno de los antecedentes de la matemática griega alcanzó a
sistematizarse como una geometría -al modo de los “Elementos” de
Euclides, con cuya aparición pudo cimentarse el escenario para la fluida
realización del pensar y el conocer-.
¿Pero fue, en efecto, este hito fundador el acontecimiento del que se ha
desprendido toda ciencia posible, o hubo, en alguna otra parte del Planeta,
una invención equivalente, un desarrollo paralelo de un sistema de
referencia igualmente apropiado para la expresión de las ideas? De dar
crédito a esta posibilidad: ¿cuál es esa otra ciencia, dónde y cómo se
originó?, ¿fueron sus condiciones de partida, principios, objetivos y formas
constructivas idénticos a los de la ciencia reconocida?, o ¿fueron saberes de
distinta raíz y tallo, cuyas diferencias piden explicación? ¿Podrían
comunicarse las dos ciencias en pie de igualdad? ¿Qué consecuencias y
beneficios cabe esperar de aquello?
La “Verdadera historia del tiempo” intenta ser una respuesta a estas
significativas preguntas. Para ello se vale del principio de relatividad que
es aplicado, por primera vez, al estudio de la faceta intelectual del desarrollo
de las civilizaciones cuando cabe distinguir, en ella, una geometría en
calidad de sistema coordenado de referencia espacio-temporal, el
indispensable soporte lógico para enunciar las leyes del comportamiento del
mundo físico. Señalemos, como anticipo, que la descripción de tal geometría

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es, en lo que especta a la civilización Occidental, una tarea hasta cierto
punto sencilla merced al brillante progreso del lenguaje matemático que le
corresponde. Pero la tarea se dificulta cuando se trata de describir sistemas
análogos que no tuvieron o no alcanzaron una matemática explícita y que,
por lo mismo, no podrían reconocerse por lo que digan de sí, sino por
aquello que pueda ser dicho desde sus homólogos. Ello nos ha llevado a
usar el principio antrópico, que legitima el conocimiento de aquello que es
difuso, por alejado en el tiempo, no a partir de esclarecer sus hipotéticas
características iniciales, sino de valorar retrospectivamente lo que nos
muestra su actual estado de evolución. Gracias a esta licencia ha sido
posible resucitar el sentido científico de geometrías “exóticas”, hasta aquí
apreciadas con una mezcla de perplejidad y menosprecio.
El principal resultado al que se llega, tras definir y comparar esos sistemas
de referencia, es que espacio y tiempo no deben considerarse como
atributos intrínsecos de las cosas -ya como el fondo contentivo de la
materia, ya como su estructura fundamental-, sino como maneras
culturalmente relativas de representar el movimiento. Revelación tanto más
interesante cuanto que sirve para esbozar las grandes líneas de una
epistemología generalizada, donde cada uno de esos sistemas contribuye,
con sus limitadas y razonables bondades, a hacer posible la modelación de
la realidad considerada integralmente.
Si hay en ese esbozo de epistemología plural y comunicante algo de
prometedor para el avance de la ciencia, mucho más puede haber de
persuasivo para unificar los distintos y algunas veces encontrados enfoques
culturales, en pos de una estrategia compartida que permita hacer frente a
la crisis ecológica que a todos afecta y a todos amenaza.
Respecto al plan de la obra, digamos que ésta se concibió y se presenta en
dos secciones. La primera relata el “viaje de las gramíneas gigantes”, a fin
de caracterizar, con pauta firme y en estilo de fuga y contrapunteo,

1
El término “hindú” se empleará, a través de la obra, en calidad de gentilicio, para denotar
procedencia de la India, sin connotación religiosa, y a fin de evitar confusión con lo “indio”,

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ambientes y condiciones naturales de despliegue de las civilizaciones; y de
destacar las íntimas armonías que conservan algunas de sus notables
adquisiciones intelectivas y técnicas con relación a aquellos. El relato brinda,
además, la oportunidad para introducir y hacer familiares varios de los
tópicos que serán abordados más tarde, de manera que el lector pueda
sentir que tras la aridez de las formulaciones abstractas yace una palpitante
naturaleza de la que éstas provienen, que las alude e interpela.
La segunda sección trata del “nuevo diálogo sobre los dos máximos
sistemas del mundo” que han de sostener, con acerada convicción pero con
tolerancia, unos personajes ficticios, voces de las civilizaciones. El propósito
central de la tertulia es la exposición de los sistemas coordenados de
referencia espacio-tiempo que los interlocutores tienen para lucir,
subiéndose a mayores, como la sobria cumbre del intelecto. No versa, pues,
sobre las cosmovisiones ptolemaica y copernicana (materia del inigualable
texto de Galileo Galilei) sino sobre la comparación entre éstas -pero sólo en
cuanto forman parte de la misma entelequia que ha dado sustancia a la
actual física teórica- y la cosmovisión, asimismo geometrizada, que surgiera
lumbrosa tiempo atrás, en uno de los más abruptos parajes de la Tierra.
Entrelazándose con una indispensable referencia a las identidades
culturales -que el actual uniformismo globalizador busca suprimir a fuerza de
economía y en beneficio de una sola cultura- comparecen, a lo largo del
texto, varios de los más relevantes temas de la epistemología y la ciencia
contemporáneas. El lector no debe preocuparse ni menos disminuirse si
encuentra, en la presentación de esos temas, palabras desconocidas y
neologismos que incomodan. Las más de las veces su empleo resulta
imperioso, no por rendirse ante la jerga académica, sino porque son los
medios para la revelación de los conceptos, razón por la que han ido
adquiriendo significado unívoco y exclusividad de uso. En tributo a la
generosidad del lector, pero sobre todo a causa de que no hay mejor
manera de entender que explicándose bien, se ha tomado la precaución de

original de América.

6
hacer expresos dichos conceptos –no siempre a la primera ocasión en que
aparezcan–, usando frescura coloquial antes que apostilleo fatigoso.
Aunque los temas mencionados no son totalmente relacionados con el
objetivo central, su inclusión obedece al necesario vínculo que guardan con
los sistemas de referencia y con las categorías de espacio y tiempo.
También porque dan buenos motivos al análisis y a la crítica con que se
ensambla la teoría de la relatividad cultural que es, a final de cuentas, el
producto que se entrega a la consideración de los especialistas y para el
goce de los espíritus libres.

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EL VIAJE DE LAS GRAMÍNEAS
GIGANTES

“Tenemos ante los ojos un pedazo de pan. Parece pan y nada más. Mas si
lo comemos, se transforma en piel, carne, sangre, huesos, cabello. ¿Es que
la materia se ha cambiado de una cosa en otra? Esto no es posible. Hay,
pues, que suponer que en el pan existe ya el sinnúmero de materias de que
se compone el ser humano”
(Anaxágoras)

“Con azúcar y miel, todo sabe bien”


(dicho popular)

“Habiendo arroz, aunque no haya Dios”


(dicho popular)

“Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”


(José Martí)

8
En la civilización Occidental es vieja y harto común la creencia en que la
naturaleza pertenece al hombre, un hombre situado fuera de ella, con la
capacidad de escrutarla y dominarla en virtud de su presunta condición de
hijo predilecto de la Divinidad. Tal creencia se ha puesto de manifiesto
directamente en múltiples exposiciones metafísicas y aun en las de carácter
científico, y también se ha transmitido virulentamente al comportamiento
individual y colectivo, así como a las acciones políticas y militares de la
citada civilización.
Entre los últimos expositores notables de fe tan modesta, consta el
premiado físico inglés Stephen Hawking, uno de los más grandes
intelectuales del Occidente contemporáneo y heredero de la cátedra
Lucasian de Cambridge -la misma que ocuparon Isaac Newton y Paul Dirac-
, quien ha expresado sin reservas su esperanza de contar, en los próximos
años, con una teoría física completa con la cual podríamos los seres
humanos llegar a ser, finalmente, los “dueños del universo”.
Hawking pertenece a la gran tradición de científicos occidentales que han
venido considerando, quizás desde Pitágoras, que el universo tiene una
teoría, unas leyes o una matemática implícitas, existentes con
independencia de los observadores. Revelar estas leyes, que
corresponderían a un dictado de la mente de Dios, ha sido su principal
obsesión: llegar a leer esta mente, su sueño conspicuo y su meta final.
Desde luego que no ha faltado en Occidente una visión distinta y hasta
crítica. Cómo no recordar, por ejemplo, al naturalismo de Goethe, quien ya
expuso, en un instante de viraje histórico, serios motivos de desconfianza en
el soberbio primado de la razón mecanicista; o cómo olvidar al pensamiento
ecologista que es, al momento, del gran desierto de ideas, un oasis
creciendo.
Sin embargo, y es constancia, estas críticas no han conseguido hasta el
momento un predominio decisivo ni una sistematización enteramente
convincente. Pudiéramos decir que ni tan siquiera han adquirido una cabal

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conciencia de que el mito de la superioridad del hombre es propiamente de
origen Occidental, y que atendiendo a este origen es como puede ser
explicado a satisfacción para superarse con la consecuente plenitud.
No siendo los autores del presente ensayo partidarios de la creencia
aludida, aunque sí reconociéndola por herencia, vamos a empezar invitando
al lector a sumergirnos en la pauta de una de las más significativas y
pujantes aportaciones realizadas por seres vivos a la configuración de la
actual biosfera de nuestro planeta azul: el viaje de las gramíneas gigantes,
hierbas generosas que, en su ámbito y a su escala, han hecho por las
civilizaciones humanas bastante más que lo reconocido avaramente por la
enciclopedia europea.
Mediante este inicio buscamos el propósito de sustentar una opinión
saludablemente crítica a esa fe trascendente. Y ese inicio nos permitirá,
también, interpretar un preludio adecuado y crear una ambientación
propicia, al diálogo pentatónico con el cual habremos de meternos de lleno,
si el amable lector nos acompaña, a través de las rectas avenidas y
turbulentos vericuetos de la verdadera historia del espacio y el tiempo, tema
central de este escrito.

Mencionado el tema, como en buen comienzo, pasemos abiertamente a


describir a las gramíneas. Son plantas generalmente herbáceas; las raíces,
fasciculadas; los tallos parecen tubos por su forma cilíndrica y normalmente
ahuecada, pero en nada se asemejan a éstos, ya por su composición, o ya
por tener unas discontinuidades llamadas nudos de donde brotan las hojas;
del embrión nace una sola hoja, característica que las hace
monocotiledóneas, y tanto esta hoja como las que se desprenden de los
nudos tienen apariencia lanceolada y un delgado espesor; del tallo surgen
extrañas inflorescencias comúnmente hermafroditas, carentes de pétalos,
donde yacen los óvulos, células que tras ser fecundadas por el polen
originarán la semilla que, por su parte, al fundirse con el ovario se
transformará en los tan apetecidos como vitales granos de cereal.

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Son los granos seres alimenticios y multicolores; los hay aristados y
mochos, oviformes y acuñados, aperlados, oblongos, trapezoidales y de
otras figuras que ponen límites a una soberbia arquitectura informática de
ácidos nucleicos, carbohidratos, lípidos y proteínas; biomoléculas
constituidas a partir del enlace químico entre elementos presentes en la
atmósfera -como oxígeno, carbono y nitrógeno- y elementos existentes en la
tierra -como fósforo y azufre-, puestos en interacción gracias a la energía
procedente del Sol.
Es posible que las gramíneas nacieran hace unos 50 millones de años, con
las Pléyades, pero su impacto global en la biosfera empezó 25 millones de
años más tarde, después de un tiempo de preparación quizás suficiente
como para no fracasar en su descollante aventura, coronada por el éxito,
que consistió en la conformación de la alfombra vegetal del bioma sabanero,
donde grandes mamíferos se convirtieron en herbívoros bien dotados, en
carroñeros y cazadores expertos, y donde los mamíferos primates
consolidaron la locomoción bípeda, la alimentación omnívora, la destreza
manual y la capacidad de visualización. Piénsese, sólo por un breve
momento, que sin los pastos de la sabana no habría existido alimento para
los cazadores, y sin los cerebros y el tuétano de los herbívoros quizás no
habría sido posible la supervivencia de los homínidos, quienes desde esas
memorables fechas de obligado carroñeo, que aún late en el fondo de
nuestras almas, pasaron a convertirse en los máximos consumidores de
preciosa información genética.
Por su parte, las gramíneas cerealeras aparecieron en los bosques
tropicales, tal vez como una avanzada de las forrajeras que, para adaptarse
a un ambiente donde escasean la luz y el espacio -como es el del bosque
tropical-, se dotaron de semillas grandes, capaces de arraigar con eficacia y
permitir un rápido crecimiento de las plantas. Desde ese bosque de árboles
robustos, salieron hace cosa de 15 mil años los antepasados africanos,
asiáticos y americanos del trigo, el arroz y el maíz, respectivamente,
gramíneas a las cuales daremos el calificativo de gigantes no sólo por el

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hecho de su proveniencia de tierras de gigantes vegetales, sino sobre todo
como un tributo al invalorable apoyo que nos han venido brindando a los
seres humanos.
Recordemos que para ese entonces, cuando los cereales iniciaron su
diáspora mundial, los descendientes de los homínidos se habían extendido
ya por otros ambientes, como las zonas templadas, e incluso habían
conseguido sobrevivir en la rigurosa frialdad de la tundra.
Justamente en ésta, y desplazándose a través del que hoy es fondo marino
de Bering, realizaron su mayor hazaña transmigratoria: el descubrimiento de
América, sólo comparable, en su respectiva proporción y por su sobrada
perspectiva, al viaje de Magallanes o a la travesía cósmica de los Voyager.
Sólo que en su caso los protoindios americanos se movieron no por
intereses comerciales ni por decorosos afanes de conocimiento, sino tras la
carne de los grandes animales pleistocénicos, en circunstancias en que la
intensa aplicación de una tecnología de caza bastante perfeccionada,
empezaba a amenazar en todas partes con extinguir a notables especies
animales, como el lanudo mamut, el bisonte estepario y el alce gigante;
todos los cuales sucumbieron tiempo después, destazados por las cuchillas
de los carniceros humanos, o víctimas de la escasez de pastos, cuando los
cereales, los bosques, los arbustos, sintiendo la humedad anunciadora del
fin del último período glacial, emprendieron la colonización de la sabana y
de la pradera.
¿Habrían podido sobrevivir los humanos a la extinción de la megafauna
pleistocénica -en parte provocada por ellos-, de no mediar la que parece
haber sido una acción salvadora de los cereales, que entregaron sus propias
vidas para librarlos del holocausto, en un evento de suprema solidaridad
biológica cuyos entretelones no hemos todavía descubierto? O ¿es más
razonable suponer que les habrían bastado las lentejas, las drupas de
terebinto, las alcaparras y semillas de espolín; o el amaranto, la quinua, el
fréjol y las calabazas que recolectaban y posiblemente ya cultivaban, junto a
los suministros de la caza menor y la pesca emergente? ¿Les habrían

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permitido estos alimentos una expansión geográfica y demográfica
comparable a la que en efecto ocurrió? O ¿tal vez se habrían visto obligados
a retornar a la pluviselva, invirtiendo el sentido de la migración iniciada por
los australopitecinos?
Nadie para saberlo con precisión total. Lo cierto es que los cereales
silvestres, que florecían abundantemente en los suelos remojados por el
agua de los antiguos glaciares, pasaron a convertirse en la generosa
alternativa alimentaria para los seres humanos que, desde entonces, nos
unimos con aquéllos, simbióticamente, como lo saben los indios
americanos, y reemplazamos la caza mayor por la recolección de amplio
espectro y luego por la agricultura sistemática, convertida a la postre en el
mayor logro cultural desde cuando homo erectus alcanzara la domesticación
del fuego.

Alimento principal, decíamos, y la prioridad nada ha cambiado. Se sabe que


los cereales suministran casi todas las calorías y como un 70% del total de
proteínas constituyentes de la actual dieta humana, mientras que buena
parte del resto proviene, indirectamente, de las gramíneas forrajeras. Son
principalísima fuente de la energía usada en la actividad física y materia
prima de la reproducción celular de nuestro organismo. Si la cantidad y
calidad de proteínas existentes en las cariópsides son bajas, debido a que
en éstas escasean aminoácidos esenciales que no podemos sintetizar por
cuenta propia, como la lisina y el triptofano (carencia ya remediable, hasta
cierto punto, gracias a la selección de mutantes bien dotados o a la
clonación de genes que codifican dichas proteínas), es copioso, en cambio,
su patrimonio de carbohidratos digeribles, en especial almidones, por cuya
virtud los cereales han sido encumbrados pulsadores del comportamiento
demográfico de la humanidad. A manera de ejemplo: en 4.000 años de
agricultura cerealera, desde su inicio, la población de Oriente Medio se
multiplicó en 40 veces.

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Ello no sólo gracias a la estabilización del suministro alimentario, sino
también debido al efecto estimulante de la fertilidad femenina que ocasiona
el alto consumo de granos feculentos, lo que deberían saberlo las enjutas
mujeres que ansían, circunspectas, la feliz preñez o las voluptuosas
parturientas reincidentes entregadas a la comida amilácea.
Por buenas cosechas cerealeras se ha disparado, comúnmente, el
crecimiento demográfico y se han mantenido las estructuras sociales. Por
alimentación unilateralmente gramínica hemos debido padecer males de
avitaminosis, como el escorbuto, la pelagra y el beriberi; o de interferencias
en la absorción intestinal, como la enfermedad celíaca. Por impulsar
vorazmente el cultivo arrocero, que origina grandes emisiones de metano,
están los orizófagos contribuyendo al “efecto invernadero”. Por atildar el
consumo de granos -mediante el despojo de sus cortezas fibrosas- a fin de
reducir las tasas de flatulencia o conseguir la presentación pulverulenta
propia de las harinas, el cáncer asecha y se pavonea en el intestino de los
urbanos habitantes de este mundo.
La insuficiencia de granos, en cambio, ha provocado mortandades de
dimensiones estadísticas, mucho menos en las Américas que en Oriente y
Occidente; ha desatado, en tantos casos, mendicidad, saqueos, asesinatos,
depresiones económicas o explosiones sociales; y hasta pudo trastornar la
recta condición omnívora de los europeos, algunos de los cuales volvieron a
la carroñería y otros se hicieron antropófagos durante los aciagos tiempos
del hambre que diezmó como a un tercio de la población oeste-europea,
hacia la segunda década de los años 1300. Por falta de granos tambaleó la
China de los Han y por malas cosechas empezó el colapso de la Francia
monárquica. Y cuando por primera ocasión en la historia inglesa la
insuficiencia de granos no impidió el ascenso de la curva demográfica,
empezó una revolución, esta vez en el pensamiento Occidental, provocada
por la observación estadística del fenómeno, a cargo del clérigo Malthus.
Exceso y carestía de cereales: dos extremos recurrentes en la historia de
nuestra intimidad biológica con las gramíneas, que han forjado ritmos del

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nacimiento y de la muerte, de la salud y la enfermedad, de la condición
leptosomática y pícnica, de la revuelta social y de la paz.

Es posible que lo dicho y lo que ha de venir se interprete como una variación


agramineada del “determinismo geográfico”. Determinismo que, importa
decirlo, tanto ha venido preocupando a los sociólogos, por lo menos desde
cuando Marx y Engels decidieran, en su tránsito epistemológico de 1846,
aislar de un solo plumazo, por parecerles obvio, sus estudios de la sociedad
con respecto a los estudios de las condiciones naturales que los hombres
encuentran “dadas”, cosa con la cual exhibieron, más que su reconocimiento
a la obvia necesidad metodológica del discrimen temático, la facilidad con
que operaba en la cabeza del nieto de dos rabinos, la sentencia bíblica que
trata sobre la superioridad del hombre sobre la restante naturaleza.
Cabe a este respecto dejar escrito que nada más lejos a nuestra vislumbre
que la confianza en ese determinismo salido de Europa, ése que busca
entender las cosas en términos de relaciones causa-efecto de carácter
lineal, unívoco y rígido. Precisamente lo que vemos entre las gramíneas
gigantes y las sociedades humanas son determinaciones mutuas, flexibles y
dinámicas; unidad, propiamente hablando, que deberíamos llamar
graminhoma, nombre éste más adecuado que el hiperbólico “homo sapiens
sapiens” usado académicamente para caracterizarnos dentro de la
taxonomía biológica.
Y, por cierto, vemos que la mencionada unidad jamás habría podido
constituirse de no mediar el acontecimiento astronómico, recurrente en el
período cuaternario, caracterizado por la disminución de la excentricidad de
la órbita terrestre alrededor del Sol, que provocó un aumento de la
temperatura promedio del planeta, hizo que se derritieran enormes
témpanos de hielo que cubrían buena parte del hemisferio norte y que se
incrementara, en consecuencia, la humedad ambiental, merced a la cual
pudieron salir los cereales desde sus moradas selváticas.

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Las condiciones someramente descritas de cambio climático y alternativa
alimentaria, fueron la base para la aparición de la agricultura sistemática en
por lo menos tres lugares, independientes entre sí: el llamado Creciente
Fértil (la faja arqueada de tierra feraz situada al este del Mediterráneo, en el
Medio Oriente), el nordeste chino y centroamérica, hace como diez, siete y
cinco mil años, respectivamente.
Trigo, arroz y maíz fueron los cereales que dieron forma y sostén a estos
regímenes agrícolas, y que hicieron posible -a lo largo, ancho y alto de sus
trasiegos, mutaciones y cruzamientos- la conformación de la estructura
básica de las tres grandes civilizaciones del mundo: la Occidental, la
Oriental y la Americana; así como las conexiones, a manera de partículas de
intercambio, entre casi todas las culturas diseminadas por la Tierra.
Gracias a las crecientes disponibilidades de granos, facilitadas por la
revolución agrícola, se fueron constituyendo las primeras aldeas, como
Jericó y Catal Huyuk en el área del Creciente Fértil, Hemedu en China y
Monte Albán en Centro América, protociudades que marcaron el inicio de la
vida urbana. En ellas nació la división social y técnica del trabajo. Los
excedentes agrícolas que se incrementaban conforme perfeccionábase la
tecnología agrícola, pasaron a convertirse en material de intercambio, pero
también dieron pábulo a la codicia de los nómadas que inventaron la guerra
para robarlos.

Aunque es un lugar común decir que en la Grecia Clásica está el origen de


la civilización Occidental, y ello ha venido resonando como un axioma de la
más difundida descriptiva histórica, la cultura helénica fue en realidad
tributaria de sangre, eminentes logros y pensamientos de las antiguas
culturas tritíceas del Creciente Fértil, de la egipcia y también de vigorosos
contactos con la civilización Oriental, desde tiempos anteriores a las
conquistas inmortales del macedonio Alejandro Magno. Se sabe, por
ejemplo, que Grecia e India intercambiaron embajadores en el siglo V a.J. y
que para ese entonces ya florecía la navegación en las aguas mediterráneas

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y en las asiáticas del Índico, a través de la cual circuló profusamente el
germoplasma gramíneo.
Justamente Alejandro Magno, quien no sólo fue el director del más
variopinto ensamblaje cultural realizado hasta sus días, sino también un
experto promotor del viaje de gramíneas gigantes, como lo serían a su turno
Vasco da Gama y Cristóbal Colón, se encontró con el arroz al llegar a
Babilonia, Susa y Bactriana. A resultas del hallazgo, pronto trasladóse a
Grecia la siembra del arroz, sin que tuviera éxito.
Es posible que éste no haya sido el primer fracaso de la orizocultura en tal
país y que ya antes se hubiera experimentado en virtud de los contactos con
viajeros árabes, según sugiere el propio nombre griego del arroz, “oruza”,
que parece un patronímico del drádiva “al-ruza”. (De paso señalemos que el
arroz pudo obtener su nacionalidad helénica tras una brega de mil años,
contados desde cuando fuera llevado por ese “bárbaro orientalizado” que
Aristóteles adoctrinó).
Pero no sólo se había extendido el arroz hasta Babilonia para esos tiempos
magnos. Una vez que originara la agricultura en la planicie cálida y
pantanosa del estuario del Río Azul, desde donde copó el horizonte agrícola
y cultural de China, el arroz pasó a Corea y, a través de los coreanos, se
implantó al norte de Kyushu, en Japón, hace más de 3.500 años. Y desde el
sudeste asiático, su más probable cuna, se esparció en las Filipinas.
Por su parte, los árabes fueron el principal vehículo para la conquista
orizícola de Occidente. A partir de sus plantaciones en el Nilo, que ya
crecían exuberantes en el siglo IV a.J., los árabes dieron por cumplida su
posta en las vegas moriscas de España, donde Fernando de Aragón, siglos
después, la tomó en su brazo para llevarla al Milanesado y al Piamonte en la
segunda década de los años 1500.
También habrían sido árabes quienes implantaron el cultivo arrocero en
África Oriental, posiblemente hasta Madagascar -país de lemures-, entre los
siglos VIII y X, si antes no lo hubieran hecho los expertos navegantes chinos

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que merodeaban las costas este africanas en busca de colmillos de
elefante, cuernos de rinoceronte, oro, perlas e incienso.
Y el oeste africano recibió al arroz por conducto de los asentamientos
coloniales, sobre todo portugueses, a partir del siglo XV, y del activo
comercio desplegado por los lusitanos, cuyas naves acopiaban, por su
parte, y a través del rumbo abierto por Vasco da Gama, esclavos, polvo de
oro y goma, a cambio de tejidos, fusiles y cereales, incluyendo, por
supuesto, al trigo.

Si el maíz fuera la obra humana más cercana a las creaciones divinas, el


trigo sería el don de la Sagrada Trinidad más aproximado a los seres
humanos, tanto así que el trigo pan, su raza más querida, no puede vivir si
no se le asiste.
En siete días Yahvé creó al mundo, incluyendo al sábado de su merecido
descanso, y con siete pares de cromosomas fue a unirse el trigo ancestral,
depositado en las tierras del Edén, con la también gramínea de siete pares
llamada rompesacos, para dar a luz el vigoroso híbrido emmer, que resultó
fértil gracias a la cuadruplicación del número haploide de cromosomas de
sus progenitores.
Los trigos emmer, junto con la cebada, fueron las gramíneas que
apuntalaron el surgimiento y esplendor de las culturas babilónica, asiria y
egipcia, para luego expandirse a través de la gigantesca cuenca del
Mediterráneo, de Arabia y Etiopía.
Al cruzarse los primitivos einkorn con emmer apareció el trigo de fideos que
conquistó el centro y el oeste europeos. Y al combinarse el emmer con otra
variedad de rompesacos surgió el trigo pan, la raza que a su haber tiene la
panificación de los cinco continentes, sobre todo en panoramas planos.

Trigo y arroz han sido gramíneas tradicionalmente complementarias. Aporte


de Occidente a Oriente y contribución de Oriente a Occidente. El trigo es
muy resistente al frío y sus requerimientos de agua son bajos, mientras que

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el arroz germina a mayores temperaturas y sus necesidades acuosas son
muy considerables. En dirección polar se afirmó la expansión del trigo y en
sentido ecuatorial la del arroz. El arroz posee la lisina que al trigo le falta,
pero es pobre su contenido de glutenina y gliadina que, en cambio, al trigo le
sobra. Al arroz hay que pulir, al trigo hay que moler.
El arroz, que denominaron Tao los antiguos chinos (según consta en
inscripciones de hace más de 3.000 años), consumen los orientales
acompañado del té. Múltiples efectos que armonizan el biorritmo ocasiona la
ingestión del té: es reconstituyente capilar, complemento alimentario por las
vitaminas que posee, termorregulador, tónico cardíaco, vasodilatador,
mesurado estimulante de la actividad cerebral gracias a que su alcaloide,
cafeína, existente en ponderada magnitud, contribuye a la formación del
neurotransmisor serotonina; y es, también, desintegrador de azúcares y
lípidos, merced a lo cual puede frenar la concentración del tejido adiposo en
el organismo que lo consume. Arroz para reproducir la vida y té para
armonizarla, vida y armonía que se necesitan para la contemplación de la
naturaleza. A los seres “... el Tao les da vida, el Te los cría, los hace crecer,
los nutre, los perfecciona, los madura, los mantiene y los cubre. Les da vida
y no se los apropia, los hace y no se apoya en ellos, les da crecimiento y no
los domina”. Así se expresó Lao tse en el Tao Te Ching.
El trigo, cuyo nombre acaso provenga del tres, de los tres lados de una
cuña, de los tres lados de los granos triangulares, consumen los
occidentales junto a la carne y a la uva en fermento. Adrenalina de la carne
que alimenta la atención y el análisis. Alcohol etílico de la uva que produce
exaltaciones nerviosas, soltura en los decires e inspiraciones para escribir.
Trigo para reproducir la vida, adrenalina y alcohol para estimular la
inquisitoria: vida y excitación que se necesitan para codificar la naturaleza.
Pan, carne y vino, suerte y destino que han sido de los europeos. El pan es
el cuerpo de Jesús; el vino, su sangre: así creen los fieles católicos al
comer, simbólicamente, en un santiamén, la carne y la hemoglobina de su
redentor, desiderativo ritual que actualiza el banquete totémico practicado

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con frecuencia en viejas calendas, según ha revelado el sicoanálisis de
Freud.
Vida del arroz y armonía del té para ver de lejos con el hemisferio derecho
cerebral; vida del trigo y excitación de la carne y el vino para ver de cerca
con el hemisferio izquierdo cerebral. Oriente y Occidente del mismo cerebro
eurasiático, unidos que fueron por el cuerpo calloso de la cultura arábiga.
Y si arroz y trigo poseen diferencias que los complementan, qué decir se
tiene de las semejanzas que los unifican.
Trigo y arroz, una vez nacidos, prodigan por ahijamiento varios tallos silicios
y ahuecados y ambos son plantas que se reproducen normalmente por
autofecundación cerrada, como para no perder ni pizca de la individualidad
de cada estirpe, como para mantener incólume al genoma. Es llamativo, por
cierto, considerar que esta característica digamos que nobiliaria y esta
disposición a la homeostasis genética, se hayan proyectado en la
organización política de las sociedades sustentadas en el consumo de
dichas gramíneas, si así se pudiera ver desde su trama biológica, aunque
sea más sensato, sociológicamente hablando, explicar las monarquías y los
mandarinatos, de tanta duración e inflexibilidad, como exclusivo resultado de
la dinamia social.
Trigo y arroz se han cultivado preferentemente en las planicies, ya sean del
tipo cuenca marítima o hidrográfica, ya del tipo valle irrigado. Ambas
gramíneas están muy bien adaptadas a los ciclos climáticos de carácter
estacional y a las periódicas inundaciones fluviales de los terrenos de
cultivo.
Hoy por hoy, el trigo y el arroz ocupan los dos primeros lugares de la
producción mundial de cereales, y el éxito tan encumbrado hay que atribuir a
los humanos, desde luego, que se hicieron dependientes de ellos y que en
ellos depositaron su confianza inmortal.

El curso histórico de las transformaciones originadas con la agricultura


triguera muestra, en sus grandes jalones, el tipo de desarrollo en el que se

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comprometieron los occidentales, y que seguramente no es desarrollo que
escogieran entre varios posibles, sino que es el que a sus anchas les
permitieron las especiales condiciones naturales habidas en el escenario de
sus originales despegues, como también aconteciera, por su parte, con la
agricultura de las Américas, cuyas distintas condiciones y propios ritmos
naturales, dieron base a un también distinto y propio transcurso histórico.
Tierras fértiles, extensas superficies planas, periodicidad climática,
gramíneas sumamente evolucionadas, animales de tiro y una adaptación
humana de decenas de miles de años fueron, en resumen, las condiciones
que disfrutó en su inicio y desarrollo la agricultura germinal de Occidente.
Tales condiciones, al haber permitido el ahorro de energía en las esforzadas
y largas tareas relacionadas con la preparación de los terrenos de cultivo, la
siembra, la cosecha y el transporte de cereales, facilitaron el repliegue
humano sobre el poder del intelecto y su consecuente alejamiento de la
naturaleza.
La hoz se transformó en guadaña; ésta, en segadora; y la segadora, en
agavilladora mecánica. La cuña del antiguo arado cambió a vertedera y
luego a rastra de resortes o de discos. El animal de tiro sustituyóse por el
motor. Las viejas narrias, que transportaban granos por arrastre, mejoraron
con los cilindros y se perfeccionaron con las ruedas, que las convirtieron en
carros de rápido desplazamiento. La primitiva aldea se volvió ciudad; y ésta,
megalópolis. La fertilización de suelos por depósitos naturales de nutrientes
y abono orgánico, devino sistemático uso de sustancias químicas. La roza
tradicional cedió paso a herbicidas y defoliantes. Los intuitivos
procedimientos de control de plagas se sustituyeron por feroces pesticidas.
La ingeniería hidráulica pasó de la construcción de canales para el
suministro de aguas a la de grandes embalses y a la modificación del curso
de los ríos. El método de selección de híbridos y mutantes espontáneos,
que por miles de años condujo el mejoramiento de las plantas cultivadas, se
convirtió en método de selección de híbridos y mutantes inducidos.

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Todo ello ha venido produciendo más industria, construcciones y servicios,
más necesidades de energía, insumos y materias primas, más tecnología,
más productividad y mayores cosechas, más instituciones coercitivas y de
gestión. Pero, también, menos áreas verdes, menos recursos no
renovables, menos empleos por unidad de inversión, menos aire puro,
menos ética y justicia social. Cambio de calidades por cantidades: a tal
fórmula de ciego mercantilismo podría reducirse la esencia del proceso, que
muchos han visto, para resignarnos, como el inevitable precio de la acción
civilizadora.
Oportuno a esta altura, cuando de civilizadas cosas se ha empezado a
hablar, que examinemos con cierto detalle comparativo y proyección, uno de
los aspectos nodales de la agricultura, como fue la invención y uso del
arado.

Se ha considerado por parte de los europeos, aun entre los muy cultos
como J. Bronowski, que el arado fue un crucial invento que se produjo en el
Viejo Mundo, no así en las Américas, circunstancia que permitiría acreditar,
de paso, que el rezago tecnológico del Nuevo Mundo es cosa de vieja fecha,
como lo sería similarmente el mayor genio creativo de los occidentales. Sin
el propósito de esgrima dirimente, que no es nuestra ni nos gusta, pasemos
a examinar los hechos tal como fueron.
Definamos, ante todo, al arado elemental. Es un instrumento del apero que
sirve para abrir la tierra mediante un dispositivo compuesto de cuña y
soporte, accionado por energía biológica. En su fabricación se aplicó una de
las principales conquistas de la modelística paleolítica: el diseño cuneiforme,
cuyo origen fue, seguramente, una imitación del colmillo de los carnívoros,
para igualar su destreza; tal diseño se ha venido usando regularmente, por
lo menos desde hace un millón y medio de años -la edad del hacha
amigdaloide de homo erectus-, y es significativo, por cierto, el que se haya
venido empleando en la elaboración de varios elementos del creciente
arsenal destructivo -como puntas de lanza, flechas, buriles y arpones

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barbelados y, como sería a la postre, miles de años después, la ojiva
nuclear de los asesinos perfectos-; mas es justo decir, al lado de ello, que tal
diseño también se ha venido aplicando constructivamente -como lo prueba
el propio arado o la primera escritura humana de los sumerios o la clavera
de la carpintería-.
En el arado, por otra parte, siendo como fue un sistema de aplicación de
fuerza para remover la tierra, apoyándose en ella misma, hubo un empleo
no consciente del principio de la palanca, que Arquímedes considerase
como la regla de oro de la mecánica. Combinación de cuña y de palanca
(como dice Bronowski): tal fue el arado que, tras haberse inventado muy
posiblemente en China, conocieron y usaron los europeos. Pero, señores
europeos, también fue invento de los americanos precolombinos, y del
arado andino vamos a hacer referencias.
Se llamó chaquitaclla o jaquilla. Así como aparece en el grabado alusivo del
cronista Guamán Poma, fue una vara larga, de unos dos metros, acabada
en punta, como la coa centroamericana, pero a diferencia de ésta, tuvo la
chaquitaclla un gran mango espiral atado en su parte superior y un pequeño
soporte de empuje cerca del estevado terminal inferior.
Comparar ambos arados, el de allende y el de aquende, es cosa que tiene
una notable acepción comunicativa para las dos civilizaciones, pero sobre
todo para los europeos, quienes ya fueron conocidos aquí por la cruz, la
espada o la campana, pero quienes viendo no han visto y oyendo no han
oído, quienes poco han conocido de indios que no fuera obra de
abrumadoras evidencias, como Teotihuacán o la ciudad de Machu Picchu.
El arado clásico -llamemos así, con respeto, al del Viejo Mundo- le añadió a
la cuña que penetra el filo que corta, o sea el cuchillo del carnicero cro
magnon. Por ello es que el arado clásico hunde y luego saja la tierra,
diciendo con propiedad, o hace surcos en ella, diciendo con beato disimulo.
Es, además, arado de tiro, en contraste con el otro, que es de hinco, y ésta
es la distinción primordial.

23
Sirve el arado clásico cuando es halado por toros, previamente mutilados de
virilidad para robar su trabajo sin tener que exponerse a peligrosos
reclamos. Funciona la chaquitaclla al contacto con la energía honorable del
labriego viril. Plusvalor que se consigue por enajenación, plusvalor que se
obtiene por autoproducción. Grito vozarrón, golpe de fusta, mugido de
imposible rebeldía es la música del uno; sonido de lisonja, recio jadeo y voz
de satisfacción es la música del otro.
En el un caso el arado se desplaza independiente del humano que lo dirige,
y en el otro se mueve en total dependencia del humano que lo empuja.
Cómoda distancia y esforzada intimidad. Contemplación y acción. Tiempo
para pensar y tiempo para trabajar. En este aspecto típico del arado clásico
está en crisálida la noción de fuerza como originadora del movimiento, tan
básica en la mecánica de musculatura que fue la física renacentista. En esa
característica única de la andina chaquitaclla no hubo fuerza independiente
del agricultor, susceptible por ello de observación y discrimen. Uso continuo
de la energía del buey supone el uno y consumo discreto de la propia
demanda el otro. En el primero se obtiene energía mecánica del arnés que,
a su vez, captura la biológica; en el segundo, la energía mecánica se
consigue sin mediación posible. Visibles e invisibles fases de la
transformación de la energía.
Suspendamos brevemente este contrapunteo para volver sobre la causa
que impidió a los americanos la invención del arado de tiro. Ya es sabido
que la privación obedeció a la inexistencia de animales útiles para el tiro.
Pero si estos ungulados de cepa gramínica hubieren tenido estancia en la
faz precolombina, los indios habrían ideado sin copia tal instrumento de
vanagloria -¡cómo no!- pues sus principios constructivos son exactamente
los de la chaquitaclla. Sin embargo, en tal caso hipotético, el arado clásico
habría sido de muy limitada utilidad en las tierras montañosas donde se
desarrolló buena parte de la agricultura americana. Ni en habiendo ni en no
habiendo fauna de tiro habría podido prosperar en esas tierras la tecnología

24
que espoleó el tiro, incluyendo por supuesto al transporte sobre ruedas, y
sobre ruedas sigue el contrapunteo.
En dirección horizontal y con cinemática se formula el vector fuerza del
arado clásico; en dirección vertical y con dinámica se constituye el vector
fuerza de la chaquitaclla. En tierras planas es más útil el uno; en tierras
montañosas, el otro. Abundancia de abono orgánico para nutrir el suelo
permite aquél y necesidad de cultivo alternante para alimentar la tierra exige
éste. Facilidad y complejidad. Vigilia sobrante, sueño faltante. Ideación
proyectista e intención de goce. Del cultivo de extensión es el de tiro; del
cultivo intensivo, el de hinco. El instinto de posesión territorial del reptil que
mora en lo profundo del cerebro se expandió con el arado clásico; el
comunitarismo del mamífero que obra en el diencéfalo se desplegó con la
chaquitaclla. Seres individuales se volvieron los unos; seres colectivistas, los
otros. Al mercado destinaron la producción los de allá, al autoconsumo la
encaminaron los de aquí. Cantidad de mercado y calidad de alimentos. Con
el arado de tiro los occidentales se divorciaron de la tierra, le mostraron
indiferencia, cuando no desdén, y se comprometieron, en su lugar, con el
espíritu que habita en la corteza cerebral. Con el arado de hinco los andinos
asentaron su integración con la tierra y le prometieron amor y respeto, en
cumplimiento de lo cual nació una conciencia, no soberbiamente embridada
por la corteza, sino discretamente auspiciada por el límbico, a la que
deberíamos llamar conciencia geobiogenética. De cosas del cielo y aspectos
de la fuerza se interesaron los unos, de cosas de la tierra y de seres vivos
se cautivaron los otros. Ciencias del espíritu fueron las primeras de los
occidentales y miles de años después vieron la vida a través de su lente.
Obras biotécnicas fueron las primeras ciencias de los agricultores
americanos y miles de años después vieron la mecánica a través de los
fluidos.

Si esto último parece haber sido dicho sin fundamentación, ¿qué otra cosa
podría expresarse, en justicia, si se encuentra que el maíz es el logro más

25
extraordinario que alcanzara jamás el ser humano en la mejora de plantas,
como así lo ha reconocido el estadounidense George Beadle?
¿Y quién es él para decirlo? Permítasenos, por si no se conoce, presentar
con breve mención su itinerario intelectual. Inició su carrera científica en la
Universidad de Cornell (junto con el genetista R. Emerson, su director de
tesis), investigando el origen del maíz; luego se trasladó al Instituto de
Tecnología de California, donde el maíz le llevó a la mosca de la fruta, ese
buen cobayo para el estudio de los genes; pasó, después, a la Universidad
de Stanford, academia en la que junto a E. Tatum exploró la relación entre
genes y enzimas a través del moho rojo del pan, por cuya comprensión
merecieron los dos el Premio Nobel de Medicina en 1958; para finalmente
volver, ya añoso G. Beadle, al intrigante tema del origen del maíz que habría
de conducirle a la cumbre intelectual que tal premio representa.
Pasemos, siendo así propicio por tan autorizada opinión, a las entrañas
coreográficas del sexuado maíz.
Desde cuando vieron por vez primera al maíz los botánicos occidentales, no
ha dejado de llamarles la atención. No existe cereal más efectivo en el uso
de la luz del Sol para transformar el dióxido de carbono, no hay una
gramínea cerealera de mayor tamaño ni una mejor adaptada a tan vasta
diversidad climática -como es el diapasón comprendido entre el clima
tropical y el subártico-; no existe una planta tan alejada de sus ancestros
vegetales y más cercana a los seres humanos ni hay, por lo mismo, un
cereal comparable. “Este maíz es una planta maravillosa y extraña que en
nada se parece a ninguna otra clase de grano”, escribió A. Arbel en su “New
herbal” de 1619. Es una “monstruosidad biológica”, ha dicho G. Beadle con
incrementado estupor y menos lisonja.
Lo más extraordinario del maíz es su descomunal mazorca, tan generoso
alimento que brinda. Está basada en un grosísimo raquis, de tejido
corchoso, capaz de dar sostén a unas mil cariópsides de gran tamaño y
apariencia lechosa, distribuidas con sinuosa simetría en columnas cuyo

26
número es, por lo común, un múltiplo de cuatro, y vestidas con enormes
brácteas tornacolores que dejan salir una frondosa y larga cabellera.
En verdad son los estigmas y estilos, uno por cada grano: los receptáculos
mucilaginosos del polen, que cambian del casto amarillo verdoso al
templado bronceado profundo, una vez que se ha consumado la
fecundación. Cada planta, conformada por un solo tallo, genera
normalmente de una a tres mazorcas, pero se han dado maíces que
producen muchas más, como el de veinticuatro mazorcas que dijo haber
visto el párroco de Xochicoatlán en 1786, un mutante de esos que le sobran
al maíz.
Las mazorcas brotan en las axilas de las hojas, a una distancia de la tierra
conveniente para evitar a los recolectores un trabajo excesivo o un posible
lumbago. No sólo son el producto de la normal fecundación en la
inflorescencia femenina, sino también de una singular disposición de los
órganos sexuales, que no son flores hermafroditas, como las del trigo y el
arroz, sino flores separadas y, por ello, sumamente acondicionadas para la
reproducción cruzada, gracias a cuya característica es el maíz planta por
excelencia útil para el fitomejoramiento por hibridación.
Corona al maíz su vigoroso penacho, capaz de alcanzar 60 cm de largo,
donde nace y enjuvenece el esperma, antes de volar. Los estambres
generan más de una decena de millones de partículas de polen por cada
pie, cantidad desproporcionadamente grande con respecto a los pocos
centenares de estigmas de una mazorca, pero no tanto si la meta es
fecundar otras plantas situadas centenares de metros a la redonda, según
sea el talante de la ráfaga de viento portadora. En rigor ocurre que cada uno
de los óvulos de las flores femeninas, que se hallan ubicadas bien abajo del
penacho, son fertilizados mucho más corrientemente que por el polen de la
propia cepa, por el polen de las ajenas.
Aerodinámicas fugas de planta a planta y casuales arraigos en estigmas
extraños: tal la danza nupcial del maíz, que pasa de ser mero asunto de rito,
siendo factor indispensable para su perpetuación como gran especie y una

27
de las fuentes de variación que puede observarse en la granazón de una
misma mazorca.

Es el maíz un vegetal muy inestable, a causa del carácter turbulento con que
opera su invisible genoma. Si su historia evolutiva pudiera ser descrita en un
espacio de fases, acaso se le vería como una gelatina tornasol en fuga
incesante.
Tal inestabilidad de base se manifiesta en ciertos granos con pericarpios
dotados de raras fluctuaciones cromáticas, como salpicados púrpuras y
estrías rojo-anaranjadas, ciertamente llamativas en el tecnicolor mundo de
las mazorcas.
Estudiando estas estrías, hace varias décadas ya, R. Emerson supuso que
se trataba de mutaciones pasajeras, capaces de revertir en la vida de un
mismo individuo, algo fuera de la norma conocida de reversión de las
mutaciones.
Tal estudio fue continuado por la norteamericana Bárbara McClintock.
Según su informe publicado en 1947, dichas mutaciones son provocadas
por “genes saltarines”, es decir por fracciones de ADN que, sin mediar
motivo aparente, se separan del lugar que ocupan en el cromosoma del cual
forman parte, se insertan en otro segmento del mismo o incluso se conectan
en otros cromosomas y luego vuelven al sitio de desprendimiento.
Gracias a tan sorprende conclusión, las estrías pasaron a ser vistas como la
expresión del movimiento microscópico del gen que dirige la síntesis del
pigmento rojo-anaranjado que, al separarse de su ubicación original y luego
regresar, confiere al pericarpio esa traza acanalada o, mejor dicho,
variegada.
Con posterioridad a este estudio hubo de verificarse que esos fragmentos
de ADN, denominados transposones, son cosa corriente y moliente en el
patrimonio genético de organismos como las bacterias, y hoy se presume
que su existencia es ubicua y que juegan un crucial papel en el proceso de
evolución biológica.

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En el transcurso de esas comprobaciones fue perdiendo crédito el dogma
del “establishment genético”, dominante hasta principios de los años
setenta, y en medida proporcional al reconocimiento del revolucionario
avance de la biología molecular que, finalmente, le hizo merecer a
McClintock el Premio Nobel en 1983.
¿Por qué un trozo de ADN adquiere, de pronto, esa autonomía de
comportamiento? ¿Posee, acaso, su alborotada dinámica alguna
regularidad que sea de mencionarse? Hay una extraña variegación maicera
que invita a contestar afirmativamente estas preguntas cerealeras. Trátase
de granos cuyas cortezas exhiben líneas de color púrpura, pictogramas
trazados como un perfil de costa, que podrían ser -¿por qué no?- la
expresión macroscópica de una forma invariante adoptada por el
movimiento genético, en réplica de la trayectoria del viaje aéreo realizado
por el polen progenitor desde su propia antera hasta el estigma de la planta
receptora, a modo de un fractal.
Conjeturas a un lado, sirve lo dicho para hacer más patente la gran
maleabilidad del genoma maicero, explicativa, por cierto, de su voluptuosa
capacidad mutante, de la que deriva su imperiosa necesidad de cruce.

Compárese tal versátil hechura con la propia del trigo, evidenciable al seguir
las arduas peripecias vividas por europeos en las Américas, cuando
empezaron a sembrar la gramínea adoptada como la suya insustituible.
Iniciaron la siembra de trigo en las Antillas y nunca tuvieron éxito, pues el
trigo es cereal de temperaturas menores. En México fue un gran problema la
abundancia de lluvias. Sembraron trigo en la costa colombiana, cual si fuese
la propia mediterránea, pero salió al paso el chahuixtle, que lo aniquiló sin
remedio, y obligó a trasladarlo a lugares de altura. No fueron exitosos,
tampoco, sus primeros cultivos en Virginia y Massachusetts. Recién en 1623
consiguieron buenas cosechas en la colonia holandesa de Nueva
Amsterdam -actual New York-, lugar que sólo a partir de entonces se iría
convirtiendo en el poderoso centro de exportación de trigo que hoy es. A

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principios de 1800, aún el trigo no había logrado descender de los 2.000 m
en el Virreinato Neogranadino, mientras que en la Argentina pudo
establecerse sólo en 1890, cuando sus primeras siembras se echaron poco
menos de 300 años atrás.
Y qué decir del arroz, tan dependiente de la prodigiosa agua, cuya vida
transcurre continua o intermitentemente en los grandes deltas del mundo,
como son los del Ródano en Francia, el Po en Italia, el Sacramento en
EE.UU., el Nilo en Egipto, el Brahmaputra, Indo y Ganges en la India y
Pakistán, el Yangtse-kiang en China, el Mekong en Indochina, el Guayas en
Ecuador, etc., o en los suelos aluviales de ríos menores o bajo condiciones
de óptimo suministro acuoso en la secundaria orizocultura de secano, que
adquirió alguna importancia sólo al término del siglo pasado.
Ninguna gramínea cerealera dotada del fluido cosmopolitismo del maíz, que
salido de América donde alcanzó a reproducirse en climas comprendidos
entre el nivel del mar y los 3.600 m, así como en ambientes húmedos y
secos, pronto se implantó en Europa y África, después en el Asia y,
finalmente, en Oceanía.
Ya para el siglo XVIII llegó a ocupar extensas regiones del Yangtse-kiang y
del Huang-ho, así como colinas y montañas de la China, con tal abuso en
ciertos casos que insaciables chinos le llegaron a ceder espaciosas tierras
de bosques. De pronto, el maíz resultaba uniéndose con labriegos de todas
las culturas del mundo, como si hubiese sido un viejo amigo, con tal
naturalidad que no tardaron en aparecer confusiones en torno a su origen,
tanto así que doctos botánicos ingleses no sabían a ciencia cierta si el maíz
era de cuna hindú o turca, sin que faltasen, desde luego, quienes se
inclinaban a otorgarle partida de nacimiento griega.

Es admirable advertir que la diversidad de razas maiceras, gracias a la cual


es comprensible su riqueza adaptativa, es el producto de un milenario
proceso de selección artificial llevada a cabo por los indios a través de su
paulatina colonización de los ecosistemas americanos, lo que implicó, sin

30
duda, un caudaloso acervo de conocimientos sobre las condiciones
climáticas y un copioso desarrollo de las destrezas agrícolas.
Que eso fue lo que sucedió, en efecto, es conclusión de carácter necesario.
No hay interpretación alternativa y el motivo es sencillo, pero también
maravilloso: el maíz es una gramínea cultural. Cualquiera sea su variedad,
no puede existir sin la ayuda humana, así como, en contraparte, la
civilización americana pudo nacer y desarrollarse gracias a él.
Abandonado a su propia suerte, el maíz acabaría por extinguirse en poco
tiempo, a causa de que no posee un sistema autónomo de reproducción.
Sus semillas se hallan firmemente engarzadas en el marlo, bien protegidas
por las glumas, como para impedir que el viento las arranque y las disperse.
Si la mazorca cayera espontáneamente al piso, ninguno de sus granos
podría alcanzar la madurez reproductiva, debido a su disposición tan
concentrada que haría crecer muchas plantitas en el mismo insignificante
palmo de tierra, sin que ninguna de ellas consiga hacerse de los nutrientes
necesarios para crecer.
A más de ello, al maíz le es indispensable el cruzamiento, la perpetua
mezcla de su genoma, que sólo puede conseguirla gracias a la incesante
búsqueda y estabilización humana de las mutaciones que prodiga sin pausa,
y que tan distinto lo hace del trigo y el arroz, cuyas individualistas formas de
reproducirse se han conformado en respuesta a un genoma mucho más
estable -como más estables han sido, tradicionalmente, las ideas de sus
milenarios comedores humanos, hasta el punto de haberse cristalizado en
dogmas fanáticos y en leyes absolutistas-.
En contraste con el arroz y el trigo, el vínculo del maíz con los humanos
parece haberse constituido desde el origen mismo de esta prodigiosa
gramínea, hace más de 8.000 años atrás.
Mientras que la genealogía del trigo, la cebada y el arroz está bastante bien
establecida y aún hoy crecen las variedades silvestres de las cuales
proceden, no se ha podido encontrar un antepasado silvestre del maíz, ni en
estado fósil ni en estado viviente. Y si bien la ausencia de prueba no es

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prueba de ausencia, G. Beadle ha trabajado en una investigación que
presupone la inexistencia de pruebas y que, además, la explica. En efecto,
él ha conseguido mostrar una serie de indicios que corroboran la hipótesis
de Darwin según la cual el maíz proviene del teosinte (una gramínea
cerealera que aún florece espontáneamente en mesoamérica), algunos de
cuyos mutantes habrían sido seleccionados, miles de años atrás, por los
primitivos agricultores americanos, quienes los habrían ido convirtiendo
progresivamente, iterando la selección, en una planta distinta, como es el
maíz. Maíz y teosinte poseen el mismo número de cromosomas, se cruzan
con facilidad, los híbridos resultan fértiles no por alopoliploidía -como fue el
caso de los trigos emmer y pan-, sino por compatibilidad genética, y ambas
gramíneas se reproducen por alogamia. Teosinte en nahuatl significa “maíz
de dios”, mientras que al maíz se le atribuyeron sus propios dioses, como si
fuese un ser humano.
Ello y todo, maíz y teosinte tienen tantas diferencias morfológicas que han
debido clasificarse como géneros distintos de una misma tribu. Si en efecto
se produjo tal intervención humana para transformar al teosinte, como
parece bien probable, entonces estaríamos ante un formidable logro del
fitomejoramiento, en época tan lejana, que sería la mayor contribución de la
civilización americana a la civilización mundial, de la mayor trascendencia,
ya sea por el notable hecho de que el maíz alimenta hoy por hoy a una
considerable porción de la humanidad, o ya por su exquisita flexibilidad
genética que le augura un lugar en las futuras naves humanas dirigidas al
poblamiento de nuevos mundos. Y tal sería, además, la mayor aportación
realizada por humanos al desarrollo de la familia de las gramíneas, el
máximo reconocimiento logrado a la sacrificada e invalorable asistencia que
nos han venido prestando desde finales del pleistoceno.

De haber surgido el maíz conforme la fundamentada visualización de Beadle


quedan, no obstante, varios interrogantes por responder. En particular hay

32
dos que parecen sustanciales; a ellos intentaremos dar, de nuestra cuenta y
riesgo, unas posibles respuestas teóricas, no experimentales.
El primero tiene relación con las causas de ese “salto evolutivo” del teosinte
en maíz, que no sólo remiten a la descripción del complejo movimiento
genético de la planta -como McCklintoc ya lo hiciera con éxito-, sino a la
consideración de las condiciones climáticas que lo propiciaron, cosa con
respecto a la cual va nuestra hipótesis.
Para sustentarla es menester tomar en cuenta que, según propuso Deborah
Pearsall respaldándose con evidencia arqueológica, el mutante del teosinte
que habría dado comienzo al linaje del maíz sería el proto Nal Tel Chapalote
(así denominado en referencia a una de sus variedades vivientes, el
chapalote, materia de los experimentos de Beadle), que los indios lo habrían
trasladado desde su tierra natal, en centroamérica, hasta el área norandina,
sitio donde este protomaíz habría evolucionado de reventón primitivo a duro
y luego a harinoso.
Este modelo del itinerario constitutivo del maíz actual es satisfactorio si se
presta atención a las características orodinámicas de la tierra andina que,
como se sabe, es una zona de intensos afloramientos magmáticos, merced
a los cuales los suelos de cultivo se transforman con frecuencia. Entre los
“abonos” volcánicos se cuentan los metales pesados.
No hace mucho se estableció que estos metales pueden integrarse a la
fisiología vegetal bajo ciertas condiciones, como la lluvia ácida que sigue
puntualmente a las erupciones. No es extraño, por lo mismo, que dada su
recurrencia en la zona andina, ciertos maíces desarrollaran la capacidad de
atrapar pequeñas cantidades de oro que van a depositarse en los granos.
Ahora bien, ¿es el oro del maíz un ornamento que le sirve para dorar su
prosapia? O, ¿cumple alguna función menos decorativa y es aprovechado
por sus propiedades de elevada maleabilidad y alta electroconductividad,
gracias a las cuales se emplea para fabricar los microchips de los
ordenadores? ¿Es realista suponer que el maíz utiliza el oro en calidad de
conductor de las cargas eléctricas correspondientes a las interacciones

33
moleculares de los “genes saltarines”? ¿Quizás el chapalote cambió su
programa genético una vez salpicado por las homeopáticas descargas
auríferas del interior de la Tierra?
El segundo interrogante por contestar es sobre la causa que pudo haber
llevado a los indios a fijar su interés en el teosinte, si sus granos son muy
duros de masticar, siendo así que tenían a su alcance cereales no
gramíneos de fácil consumo y más alimenticios -como amarantáceas y
quenopodiáceas-, cuya domesticación multiecológica fue suspendida al
producirse la llegada de los europeos. ¿No les fueron suficientes, quizás, los
seudocereales? O, ¿no es mejor interpretación una que consiste en dar
crédito a la capacidad de observación de los protoagricultores americanos?
Pues, encontrándose ellos ante serias disyuntivas en el curso de la
progresiva extinción de la megafauna, debieron acudir cada vez más
persistentemente al consumo de nuevas especies vegetales, incluyendo, por
cierto, a los seudocereales. Ante esta circunstancia de ensayo y riesgo, es
natural suponer que depositaran toda su confianza en el género de plantas
cuyas virtudes alimenticias conocían de sobra.
Son las gramíneas, desde luego, aquellos vegetales que ingerían
sistemáticamente los herbívoros a los cuales persiguieron y cazaron durante
miles de años. ¿Cómo podrían no haber visto, por ejemplo, que los enormes
colmillos del mayor mamífero de la última edad del hielo -el mamut-, le
servían no para cazar ni para hendir la carne, sino para romper el hielo y
aventar la nieve en procura de su indispensable gran dosis de gramínea?

¿Cómo no suponerlo así si los indios han enraizado en su cultura, como


nadie, el amplio y profundo vínculo humano con las gramíneas? A guisa de
ejemplo, baste mencionar el ritual maya, aún conservado por los tzotziles,
que seguía, comúnmente, al nacimiento de un niño: al recién nacido le
cortaban los mayas su cordón umbilical sobre una mazorca que habían
coloreado ex profeso, que así bañada con tan fresca sangre la ahumaban a
fin de mantenerla con vida hasta el momento de echar la simiente a nombre

34
y beneficio del crío. El grano cosechado se resembraba, con el cruce de
rigor de por medio, para alimentar al niño hasta cuando pudiera hacerse
cargo de trabajar su propia milpa.
En los Andes del Norte no hubo mayores fiestas que las cosechas del maíz,
ocasiones en que los indios se entregaban al Sol y a la Tierra, bailando,
cantando y bebiendo la chicha del maíz -que llamaban asua-; jolgorios tan
deleitosos y largos que escandalizaron a veedores españoles, no porque
éstos tuvieran algún derecho ganado por sobriedad en sus vidas, que en
vinolencia han sido insuperables, sino tal vez por la mojigata envidia de no
ser partícipes directos o porque les convenía dar mala fama a las cosas de
los naturalistas.

Naturalismo espontáneo y artificialismo calculador: éstas fueron, desde un


comienzo, las actitudes confrontadas al producirse en las Antillas las
primeras conexiones de fondo entre americanos y occidentales, precedidas
que fueron por tentativas escandinavas, cuyas naves pudieron haber sido
avistadas con la hirviente imaginación o la sorpresa mayor que dicen
experimentar afortunados humanos en sus contactos misteriosos con
viajeros siderales.
Y la metáfora viene clavada ya que ciertamente ambas civilizaciones
nacieron y se desarrollaron al margen de toda relación e influencia, como si
en efecto cada una hubiese tenido su propio mundo, en la misma Tierra y
bajo el mismo Sol; no porque lo decidieran así, pues nunca existió motivo
para ello, sino por causa de las crecidas oceánicas que pronto
desaparecieron el vital nexo de Bering, a través del cual se habrían podido
comunicar, acaso desde mucho antes que el perspicaz navegante genovés
Cristóbal Colón (conocedor de Eratóstenes, coleccionista, vendedor y
estudioso de provocadores mapas y noticias de ultramar, afectado también
por la fiebre del oro producida en Europa a consecuencia de las urgidas
necesidades de este metal para hacer posibles las transacciones
mercantiles y dorar los gustos de aristócratas y pudientes), consiguiera

35
apoyo de la reina de Castilla a su propósito de abrir la ruta poniente hacia el
levante.
Proyecto de audaz perspectiva e interés, por tratarse de una astuta
propuesta de solución a las dificultades originadas por la expansión turca,
que impedía la fluidez de los derroteros comerciales con el Oriente y
también los importantísimos flujos de información tecnológica.
No les debió haber costado muelas a los reyes católicos resolverse a otorgar
dicho apoyo, si sedientos estaban de consolidar y ampliar su recién ganado
poder sobre los moriscos de Granada; ni debió al aventurero Colón haberle
sido muy riesgoso meterse a navegaciones mayores, si ya era curtido en
viajes de cabotaje, ni debió haberle sido extraño verse en la avanzada
expansiva del trigo que cargó en las carabelas y en la nao, si no mucho
haría que su abuelo Giovanni Colombo consiguiera librarse de sus ataduras
campesinas de Moconesi, gracias a seguir la pista del trigo que a lomo de
mulas se transportaba en esos lares por un camino de herradura llamado
con mérito la “Vía del pan”.
Fue por la vía de los sargazos, en cambio, que su nieto Colón llevó el trigo a
las Antillas. Y el hecho originó, a la postre, una gran fluctuación en los
sistemas sociales de ambos continentes que, al ampliarse, cambiaría la faz
y el destino del mundo.

a crónica escrita del evento dice que los tripulantes que embarcaran en
Puerto de Palos, una vez llegados a dichas islas se encontraron con gente
de bellos rostros ornamentados con narigueras de oro, de cabellera gruesa y
sedosa, cual colas de caballo, de hermosos y esbeltos cuerpos, cual el color
de los nativos canarios, que mostraban sin pudor ni jactancia. Dice que eran
ingenuos y que carecían de secta, cual lo verificaría el sefardita que llevaron
para traductor. Menciona, también, que sus espíritus eran francos, pacíficos,
dulces y afectuosos, en gracia de dios, que es lo que significa el gentilicio
“indios” con que pasaron a denominarlos.

36
Por haber sido exterminados los araucos, no quedan lamentablemente
crónicas de cómo vieron éstos, por su parte, a quienes habían llegado sin
prevención ni convite, en unas piraguas enormes, provistas de tronquería no
vista, donde ataban unas como hamacas verticales. Gentes barbadas que
tenían metidas sus cabezas en recipientes iluminados y que escondían
inexplicablemente sus cuerpos tras sofocantes vestimentas. A cita de
crónica sólo podemos decir que los araucos sintieron una mezcla de alegría
y susto, así como un premioso afán de subir a las naves de factura
cantábrica y diseño árabe, como también podemos decir que obsequiaron
papagayos, hilos de algodón y azagayas.
Trepados en las carabelas habrán visto ingenios técnicos como el reloj de
arena, la ballestilla, el astrolabio y la brújula náutica, ingenios técnicos que
los europeos tuvieron a buena honra de su autoría, hasta cuando el gran
sinólogo inglés Joseph Needham, reconociera no hace mucho el auténtico
origen oriental de esos artificios maestros.
Cristóbal Colón, investido a la postre como Virrey y Gobernador de las islas,
no por decisión que tomaran sus habitantes, sino por merced de la realeza,
creyó ver en tales muestras de generosidad y afecto de los araucos, signo
de que éstos los confundían con embajadores del cielo, pese a la
contundente evidencia del carácter marítimo de las naves y a la total falta de
querubines entre los miembros de la expedición. Al parecer obró para la
hiperbólica inferencia, el espíritu de las cruzadas que trajeron a cuestas,
espíritu que embaucaba a los cristianos de la época con promesas de
celeste redención a cambio de su activa militancia en la causa anti
musulmana, presentada como una causa Divina. Aunque es dable imaginar,
en apoyo de la mencionada creencia colombina, que los antillanos pudieron
haber interpretado al turgente velamen de los barcos, no como hamacas
flotantes, sí como la parte alada de astrales navíos.
En cualquier caso, fue creyéndose superiores desde el mismo momento del
contacto, que dieron pábulo los europeos a la codicia y al frío análisis de la
mejor estrategia para guerrear con éxito. Lo que más les atrajo fue el oro

37
portado con exuberancia por los indios. Ornamentos que no tardaron en
conseguir para sí, dando por ellos, y en desigual intercambio de valores,
cuentecillas de vidrio y cascabeles y pidiendo, al mismo tiempo, indicaciones
del lugar donde habían conseguido el metal. Y buscando febrilmente la
fuente de tan atractivo oro visto, fueron a dar los europeos con el maíz en
Cuba.

Curioso destino el que los seres vivos le hemos venido dando al oro.
Al oro habían los graminhomos orizícolas atribuido la propiedad de ser un
medio para alcanzar la longevidad y la inmortalidad material, sueño, que no
fiebre dorada que fue de los alquimistas taoístas.
Al oro hicieron los graminhomos tritícolas un generalizado medio de
intercambio mercantil, a partir del muy original conflicto que se presentara
entre las cada vez más problemáticas pausas invernales de los brotes
gramíneos (que al obstaculizar el adecuado sustento para las incrementadas
reses, obligaban a su prematuro y sistemático sacrificio y a la consecuente
necesidad de preservar en buen estado las carnes faenadas, usando
especias importadas desde Oriente, como la pimienta, la canela, la nuez
moscada y el jengibre) y las cada vez crecientes demandas auríferas de los
orientales, quienes pedían oro a cambio del indispensable condimento.
Al oro tal vez usó el maíz en calidad de medio de transporte de sus
comunicaciones génicas constitutivas.
Aquí y allá ha sido factor de comunicación el oro, metal de caluroso color.
Ya sea hipotético comunicador de vida, entre los orientales y los
americanos. Ya equiparador de energías, entre los occidentales. No en
balde es el oro tan estable y reflejante, tan excepcional termoconductor, tan
dúctil y maleable que de él se pueden formar hilos de grosor molecular.
No en balde, tampoco, fue a través de aurívoros insaciables que se produjo
la histórica cita de las gramíneas gigantes en la mitad de los brazos del
Golfo de México. Reunión, al fin, de los vegetales portados por las
civilizaciones humanas como sustancia y enseña de vida. Encuentro de

38
megafitos con intenciones poco sabidas, que fuera auspiciado por la
destreza viajera del arroz, propiciado por la ávida expansión del trigo y
permitido por la generosa hospitalidad del maíz, que las ofició de
improvisado anfitrión, para ceder luego vastos dominios continentales e
insulares a la orizocultura, la triticultura y también a la cañicultura.

Esta última, que tan especialísimos y cardinales efectos agridulces


desencadenara en América, según ya hizo patente Fernando Ortiz en sus
ejemplares contrapunteos cubanos de son mulato y blanco barroquismo,
que tras haber sido gustosamente leídos por nosotros, permitieron salir a
flote unos pocos contrapunteos ecuatorianos de cobrizo sentido morocho.
La caña de azúcar, caña noble o cañaduz es materia prima de las tres
cuartas partes de la producción mundial de azúcar, y un preciado venero de
alcoholes etílicos, causa de ímpetus bucaneros o de bravatas libertarias en
las cabezas consumistas: dialéctico fermento del amo y el esclavo.
También gramínea y de flores bisexuadas como el trigo y el arroz, no se la
cultiva, empero, por hacerse de las pequeñas cariópsides que produce, sino
para aprovechar la exuberante acumulación de sacarosa contenida en sus
iridiscentes tallos, que para obtenerla se someten a un diversificado
tratamiento metamórfico en los ingenios industriales.
A consecuencia de este uso casi exclusivo de los tallos, la cañicultura
ponderó unilateralmente la reproducción vegetativa de las cañas, haciendo
de cada una y gracias a la siembra de sus canutos que se resiembran,
larguísimas sucesiones partenogenéticas, privadas de variación sexual y
confinadas, por ello, a las tierras de días cortos y calores notables como son
las tropicales y subtropicales del mundo. Tan perseverante fue esa manera
de impedir las naturales aspiraciones viajeras de la cañaduz, manera de
refinada trata vegetal que se acopló con la negrera, que llegó a ser
considerada como planta de flores estériles. Y la injuria se mantuvo hasta
fines del siglo pasado, cuando fue novedad botánica la comprobación de
que es, en realidad, una fanerógama completa.

39
En la época europea de los viajes trasatlánticos de Colón, el azúcar de la
caña ya era artículo tan demandado como insuficiente, lucrativo negocio, por
tanto, que templaba hilos del tejido político e impulsaba la “cacería” de
africanos que, convertidos en esclavos, destinábanse a las faenas braceras
en los cañamelares portugueses y españoles.
Por tal motivo, fue cálculo nada ingenuo, sino de perspectiva gananciosa, el
que empujó al Almirante en su segundo viaje a proveerse en las Canarias de
buenos esquejes cañeros que llevó a Santo Domingo, tras haber
reconocido, en sus primeros sondeos antillanos, la existencia de unas
vegas, propias para cañales, que le parecieron las más hermosas del
mundo, hasta mejores que las ibéricas, donde crecían frutales exóticos y
flores odoríferas, donde los papagayos eran tantos que sus bandadas
oscurecían los cielos, y donde moraba tranquilo el perro mudo que los
españoles se festinaron a falta, en el Caribe, de la vaca sagrada y del
cordero de la misericordia.
A las Canarias, por su parte, había llegado la cañamiel por obra y fuerza de
tráfagos no habidos, a remolque o punzando usos cambiantes, mixturas
étnicas, dinámicas imperiales, causas dogmáticas, perfeccionamientos
técnicos y crecientes capturas de africanos.
Desde su más probable cuna, neoguienesa, donde los nativos la habrían
consumido quizás como adorno o en calidad de legumbre, pasó a través de
grandes y pequeñas islas del archipiélago malayo hacia el sudeste asiático,
y de aquí emigró a China y la India hace unos 6.000 años. Fue justo en el
Lejano Oriente donde empezó la industrialización sacarífera, según
referencias atribuidas a los soldados del ejército de Alejandro. (Es para risa
evocar que más de 1.800 años después de producida la magna
edulcoración cañera de los europeos en los cálidos valles indostanos, el
Almirante Vasco da Gama, al tomar tierra en la costa malabar de Calcuta,
ofreció azúcar como primicia de sus arcas, gesto de la ignorancia que

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provocó reales carcajadas en el samorim, quien le sugirió al lusitano que
más bien diera muestras de oro).

Calcuta era, para entonces, un importante centro de comercio entre hindúes


y árabes. La influencia árabe ya se había extendido hasta lugares tan
distantes y disímiles como la península ibérica, en el extremo occidental, y
China, en el extremo oriental.
Empezó la expansión tras aseverar Mahoma que había tenido revelaciones
divinas y viajado en jumento volador a la Jerusalén Celeste. En La Meca
progenitó el espíritu unionista y proselitista de los árabes, convenciéndolos
con la inflamante idea del monoteísmo que castiga a los herejes.
La notable intervención mahometana, nada nueva por cierto en esas tierras
medio levantinas donde las religiones tuvieron prístinos orígenes en
parecidas manifestaciones divinas de carácter siempre individual, permitió
hacer de los árabes -¿cuál profeta para haber tenido una admonición de
este curso histórico?- la cultura a través de la cual Occidente pudo conocer
tanto las ciencias aplicadas desarrolladas por la civilización Oriental -que
sirvieron de plataforma al gran despegue teórico y tecnológico de los
europeos renacentistas-, como las gemas intelectuales de los griegos
clásicos. Mediación árabe que nos llevó, antes, a compararla con el cuerpo
calloso del cerebro eurasiático, dicho con neurofisiológica paráfrasis.
Gracias a esta especial condición histórica, a su propio ingenio y al hecho de
haber sido también herederos de las culturas del Creciente Fértil, los árabes
pudieron dar luces, desde el Mediterráneo, a la lóbrega Europa medieval.
Árabe es el arte de la perspectiva evacuado en Toledo y el de la simetría
abstracta plasmado en la mezquita de la Alhambra -el más bello santuario
del agua jamás construido-, árabes son los desarrollos del álgebra y la
trigonometría, síntesis que fueron de la geometría griega y de las
matemáticas babilónica e hindú.
De Oriente llevaron los árabes la tecnología de navegación en gran escala,
allí conocieron la elaboración de porcelanas y del papel moneda y allí se

41
informaron de la astronomía Oriental, de su geografía, biología y medicina. A
partir del siglo X, los árabes establecieron colonias y factorías en los puertos
chinos, y en el siglo XIII fueron capaces de construir en Azerbaidjan, a
instancias mongólicas, el observatorio astronómico de Maraghah, donde
aglutinaron científicos de varias nacionalidades, lo mejor de los aparatos
astronómicos existentes en el Viejo Mundo y la sabiduría contenida en unos
400.000 volúmenes de textos. Los europeos conocieron los antiguos
escritos griegos por medio de traducciones latinas del árabe y gracias al
árabe se enteraron los chinos de la obra completa de Galeno. Desde
Oriente también llevaron la alquimia al Mediterráneo, y en el Mediterráneo
se quedó la caña noble merced al firme pulso islamista.

No porque griegos y romanos no la conocieran de mucho antes, sino porque


el dulzor de esa caña conquistó a los paladares musulmanes y prendió,
quién sabe si por alguna nigromancia, en los melifluos ojos de las moriscas.
Con los cañaverales árabes en islas y costas mediterráneas se reafirmó la
presencia africana en el continente europeo. No sólo por cuanto los árabes
portaban cercanas raigambres negras, así en su sangre como en sus
costumbres, sino también a cuenta de los fluidos derramaderos de esclavos
en esas plantaciones cañeras. Vinculación a la fuerza del negro y la
gramínea que tiempo después habrían de imitar los europeos en el Nuevo
Mundo, con tal grado de amplitud que se cuentan por millones los individuos
que arrancaron desde casi todos los confines del África, emplazaron en los
meandros de la trata y repartieron en las bajas tierras americanas para la
brega esclava en ingenios y algodonales, añilerías y cafetales, arrocerías y
cacaotales.
Bajo esta dolorosa circunstancia acaeció la participación africana en la
emulsión de todas las civilizaciones del mundo, transcurrente ya por algo
más de 500 años, autora del mestizaje latinoamericano.

42
Algunos de tantos viajeros que llegan a América -de ésos que de las más
diversas cunas y condiciones han venido llegando, llegando y quedándose-,
han dado voces de crítica, en ciertas ocasiones propicias, a las orgullosas y
nutridas valoraciones de tal mestizaje. Como prueba de cargo aducen que
ellos son mezclados, también, y que ya muchos siglos antes del
“descubrimiento” se perdió para siempre y en todos los sitios mundanos,
cualquier purismo de sangre o de costumbres, no habiendo lugar por ende
para sobraduras por mestizos.
Y no les falta motivo, desde luego, para ese llamado a la mesura que creen.
Pues en el caso de la civilización Oriental, con arroz se chaulafanearon, si
cabe el neologismo, todas las culturas de su hemisferio en la hidrodinámica
chifa de la plataforma índica. Y en el caso de la civilización Occidental, con
trigo se amasijaron todas las culturas de su reducto, más las circunvecinas,
en el también hidrodinámico horno mediterráneo, a la manera de una
“transformación del panadero”, como dirían los recientes topólogos del trigo.
Y con la caña que se tritura y centrifuga en los mecánicos ingenios,
orientales y occidentales le añadieron los dos, con arábiga goma de
contacto, el mismo dulzor oceanista y el mismo sudor africano al pan de
unos y al té de otros, para llegar con pan de dulce y dulcificado té a las
saladas tierras del maíz.
De combinar culturas se hicieron, verdaderamente, todas las civilizaciones
de la Tierra. Mas nunca antes del contacto iniciado en 1492, se hubo
formado el conjunto universal. Mezcla de segundo grado, entre todas las
civilizaciones: tal la originalidad característica y la fuente de luz propia del
mestizaje latinoamericano, que ha de aducirse para descargo de la
increpación referida.

Mirando desde aquí y ahora tan bello acontecimiento de la cita de las


gramíneas gigantes, conviene señalar cuál fue su mayor impacto en la
conformación de la que se ha dado en llamar edad moderna de la historia

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humana. Y al respecto sobran lentes para ver que la junta gramínea catalizó,
en fin de cuentas, el desarrollo mundial de la estructura social capitalista.
No decimos, desde luego, que la hubo originado. Pues su campanazo inicial
sonó a arrebato, tiempo atrás, en virtud del comercio en gran escala, de la
usura y el despojo. Hechos de ejemplares avaricias, carentes de
caballerosidad y llenos de violencia, que señores europeos han reconocido
en público, desoyendo a la hipócrita prudencia que aconseja lavar los trapos
sucios de puertas para dentro.
Vale tener presente que la incubación del capitalismo se produjo en sitios de
gran ventaja para el comercio y el intercambio cultural, como fueron Venecia
y Florencia, y no en el interior europeo que permanecía atenazado en las
prensas del feudalismo. Allí yacían, estólidos y herméticos, millares de
señoríos en vastos latifundios provistos de servidumbre económica y
religiosa. El oro escaseaba, y la caída de Constantinopla en poder de los
turcos aumentó las dificultades para el indispensable comercio con el
Oriente.
La crisis se convirtió en amenaza de muerte para los recién nacidos
burgueses. Su clase sólo pudo consolidarse, no por un soberbio esfuerzo de
parte suya o porque recibieran asistencia Divina, sino por efecto de una
colosal carambola histórica que se inició de la implacable venganza del
maíz.
No hay acciones sin reacciones cuando existen fuerzas de por medio. Los
europeos bien saben que ésta es una inexorable ley de la cinética, y si de
leyes se trata, suelen bajar la cabeza. Era de esperarse, pues, que las
incalificables acciones que muchos europeos desataron en contra de la
civilización del maíz, suscitaran reacciones en dirección opuesta y de igual
intensidad que la fuerza aplicada. Pero como el sistema en cuestión no es
de naturaleza mecánica, las reacciones ni fueron inmediatas ni de rígida
proporcionalidad ni de la misma forma. Por ejemplo, la etapa colonial estuvo
plagada de tímidas venganzas y poderosos levantamientos indios que no
han cesado de producirse. Y hubo, también, reacciones de otro tipo, que no

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por haber sido indirectas e inconscientes fueron menos duras y aniquilantes.
Así, y por este estilo, dicen que la sífilis fue llevada a Europa desde América
en los tornaviajes náuticos, y que de tal magnitud fue la difusión que alcanzó
tras bastidores de alcoba, que hasta llegó a adquirirla gente de impoluta
castidad, como el Santo Padre de Roma.
La reacción del maíz fue, sin embargo, precisa: la justa venganza de
América, que así saldó la ofensa y castigó el exterminio. Nada más que
disparó una flecha empapada con curare en precisa dirección trasatlántica al
corazón del agresor. La flecha dio en el blanco y el veneno surtió efecto.
Jamás volvió a ser visto campante en ningún sitio de la Tierra y se sabe que,
herido de muerte, tuvo larguísima agonía hasta que sus mismos
descendientes le dieron cristiana sepultura sin responsos que sean de
recordar.
Ya que el lector querrá saber por curiosidad o simple gusto ciertos detalles
del asunto, permita que despejemos la parábola y que le demos al tema los
sustantivos y acordes propios.
Para ello hagamos remembranza del que fuera el más vivo y pujante interés
de los colonialistas españoles, a saber: la consecución de las máximas
cantidades posibles de oro, dado el gran valor que éste había alcanzado a
causa de la exigente demanda insatisfecha. En la Europa prerrenacentista,
el oro se había convertido en señor de señores, superior a toda jerarquía
religiosa y a cualquier dignidad existente. Quien tuviese oro en ese tiempo
europeo, se podría decir que detentaba el poder absoluto.
Seguramente los indios no tardaron en apercibirse de esta vehemente
obsesión, pues se sabe de buenas fuentes que usaron al oro en varias
oportunidades, carentes como eran de esa determinación metálica, en
calidad de arma defensiva para salvaguardia de su libertad.
Según cálculo del fundador de la ecología, Alejandro von Humboldt, hasta el
año 1660 habían ingresado sólo a España 18.000 toneladas de plata y 200
de oro, por concepto de saqueos a las colonias, de la esclavitud en las
minas argentíferas de Guanajuato, Zacatecas y Potosí y, particularmente en

45
un principio, a resultas de la obsequiosa ingenuidad americana y de su
irrenunciable opción por la libertad.
¿Cuál fue el destino de este gigantesco perdigón precioso que era, en el
fondo y realmente, una transfiguración de la energía biológica del maíz,
alimento milenario de los mineros indios de las cuencas aluviales y de los
orfebres americanos?
Fue a henchir el débil caudal monetario de Europa, con ímpetu y volumen
tan clamorosos que ya a mediados del siglo XVI se disponía de 1.000% más
circulante que 100 años atrás, lo que originó su rápida depreciación y una
estampida de precios, particularmente del trigo que escaseaba. Si el oro
prepotente se había encaramado en la cima de la organización política
europea, y piloteaba sus movimientos en aprovechamiento de la marea
alquímica oriental, no muy tarde se le vio rindiéndose ante el trigo gracias a
las saturantes inyecciones de oro, emanado de la alquimia del maíz.
Mas la historia no termina en este solidario empujón del maíz al trigo. Pues,
quienes se habían dedicado a cultivarlo usando el sistema de arrendamiento
de tierras, resultaron favorecidos por triple motivo. En primer lugar, porque
los contratos de arrendamiento se habían suscrito a precios nominales fijos
de largo plazo -los más comunes vencían a los 99 años-, gracias a lo cual, y
merced al entorno inflacionario, las rentas pasaron a ser pagadas a precios
reales decrecientes. En segundo lugar, por la disminución de los salarios
reales que permitió una generosa incorporación de mano de obra en las
fincas. Y, finalmente, por la elevación de los precios agrícolas. A fines del
siglo XVI ya se había formado, por estas tres causas, la clase de los
capitalistas del agro inglés.
También por carambola crecieron las fortunas de los grandes comerciantes,
merced al negocio especulativo que desata todo proceso inflacionario y,
como es fácil sospechar, la riqueza de los guardianes del oro y la plata, los
banqueros, quienes se transformaron en exportadores de numerario y
acreedores de reyes, cuyas políticas pasaron a dirigir extramuros.

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Correlacionadamente creció la población en disponibilidad para la industria,
liberada de los enclaves feudales que entraron en colapso abierto a causa
de la general depreciación de las rentas fijas.
Según la descripción de Engels, “el oro y la plata americanos anegaron a
Europa y penetraron como un ácido corrosivo en todas las grietas y vacíos
de la sociedad feudal”. El feudalismo, a todas luces, había sido herido de
muerte.

El oro americano fue especialmente cáustico para el proyecto imperial


visualizado al formarse la monarquía española, aquélla que financió los
viajes de Colón, la que alcanzó a ver en sus dorados rendimientos
inmediatos un promisorio futuro para la expansión del reino. El caso tuvo
boda, como suele suceder en tantos otros, del azar jacarandoso con la tiesa
necesidad. Y empezó con el desposo de Juana y Felipe, hijos respectivos de
la reina Isabel y del emperador austro-alemán, quienes consintieron casarlos
en la confianza de que así aseguraban diestramente el engrandecimiento de
cada uno de sus reinos.
No sospechó la reina que ocultos entre la fiesta se agazapaban intereses de
la mayor banca del mundo, la de los Fugger de Ausburgo, quienes habían
echado miradas sin pestañear al oro y la plata que fluían suculentos en
España.
Y quiso el azar que ni Juana ni Felipe realizaran el interés de sus padres. La
una porque terminó orate, perdiéndose para siempre en una maraña de
delirios de amor, pues fue “princesa enamorada sin ser correspondida” -
según la evocó en su “Elegía” el mayor poeta de la España republicana-. El
otro, porque murió muy joven en Burgos, víctima de la gula, tras entrar
impetuoso en España y poner en correría a su suegro Fernando, que hubo
de replegarse a Italia, donde ya le habíamos visto impulsando la
orizocultura.
Fue, más bien, al hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, a quien le cupo
el destino de coronarse rey del amplificado imperio de los Habsburgo, con la

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decisiva ayuda de los palanqueos financieros de los Fugger, que se
convirtieron, por tal arte, en el poder real, económico y político, del más
grande reino de la Tierra, donde no se ponía el Sol, según había dicho con
modestia el mismo Carlos V.
Bajo el mandar efectivo de los Fugger y de la administración de este último,
España se fue haciendo país ocupado por los alemanes, lugar de simple
redistribución de las riquezas metálicas de América, que iban a engordar las
arcas de banqueros y comerciantes foráneos, sin que pudieran usarse para
el desarrollo español, lo que provocó, a la postre, el aborto del proyecto
burgués acorde con el pulso de los tiempos. Paradojalmente, la abundancia
de oro fue para España la causa última de sus pobrezas y del enquiste de
una rémora feudal que iría entrando, con violencia, en trances catatónicos y
sumiendo al país en un marasmo industrial y tecnológico que aún hoy se
deja sentir.

Otra de las secuelas del nuevo orden económico cincelado por el maíz en
Europa, fue el desplazamiento geográfico del centro de gravedad del
crecimiento capitalista, que pasó del Mediterráneo a Inglaterra, país éste
que ya en el Siglo XVIII se había transformado en el núcleo del mercado
mundial. Para ello, fueron decisivos el monopolio sobre el comercio de
esclavos y el enriquecimiento directo a costa de la esclavitud en las colonias
americanas que les suministraron a los británicos, además del azúcar,
ingentes cantidades de algodón para las voyantes textileras, donde la
innovación tecnológica marcó en buena medida el ritmo de la revolución
industrial. Cosa de tal magnitud fue la acumulación de caudales británicos
con huella de carimbo, que se dijo del puerto de Bristol que carecía de
ladrillos cimentados sin el sudor y la sangre de algún esclavo. Casi no se ha
dicho, en cambio, que el maíz fue el alimento que nutrió a los negros de las
plantaciones norteamericanas, y que si bien los esclavistas no lo
consumieron, por gastronómico escrúpulo racista que aún conservan añejo
algunos europeos, fomentaron, eso sí, la maicicultura forrajera para alimento

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de las reses que, junto al trigo, constituyeron, por su parte, la dieta de clase
que se zamparon durante siglos los puritanos que tanto gustaban de matar a
los nativos norteamericanos.
De este muy bien andarivelado sistema nutricional fue labrándose el “Corn
Belt” -el cinturón del maíz-, uno de los más grandes de sus cultivares, que
ha llevado a los Estados Unidos a calzar la horma de la gramínea, en varios
tramos y sucesos de su historia. Ya sea porque la cosecha maicera anual
estadounidense es la mayor del mundo y su valor supera con largueza al de
todo el oro y toda la plata que se extraen cada año de todas las minas y
placeres de la Tierra, o ya porque el maíz es una de las más importantes
materias primas de su orgullosa industria y uno de los bienes-salario que no
faltan, directa o indirectamente, en la mesa de los hogares proletarios,
motivo que hace de él, junto a trigo, arroz y azúcar, un indispensable
modulador de las tasas de ganancia y un ingrediente esencial del “food
power” imperial.
Lícito advertir, considerando lo escrito, la imposibilidad de dictamen absoluto
en la cuestión de saber si fueron los británicos quienes apoyándose en el
maíz colonizaron norteamérica, o si fue el maíz la planta que conquistó el
mundo subido en la grupa de tan granada aventura. Saber quién fue el
lazarillo y quién el ciego del viaje, si el maíz saltarín o el británico salteador,
si el alimento o la flema, es, por lo visto, una pura cuestión relativista.

Relevantes acontecimientos socio económicos, tecnológicos y políticos del


mundo moderno tienen la marca distintiva de las dinámicas gramíneas.
Cerca de la mitad de la actual población humana se alimenta casi sólo del
arroz y la otra mitad vive principalmente a expensas del trigo, el maíz y el
forraje, mientras que los avances económicos y el refinamiento
gastronómico tienden a incluirlos a todos en las dietas habituales. La
mecanización en gran escala, signo orgulloso de la edad capitalista, surgió
de hecho con la agricultura del trigo y fue con ella -al inventar Menzes la
trilladora simple y luego McCormik la segadora- que pudo generalizarse en

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Inglaterra y más tarde en los EE.UU. el sistema del cultivo moderno; como, a
su vez, el desarrollo industrial fue jalonado con la aplicación de la máquina
de vapor a la elaboración de textiles y al procesamiento ingenioso de la
caña. Sin las crecientes disponibilidades cerealeras permitidas por la
tecnificación agrícola, la industria no habría podido contar con la mano de
obra necesaria ni las ciudades habrían alcanzado su aplastante crecimiento.
El ingenio azucarero, la piladora arrocera, el molino triguero y hasta la
nixtamalería maicera son cuatro nodos de los circuitos industriales. A cada
uno va a parar buena parte de las cosechas obtenidas y cada uno genera
residuos colaterales que, por su parte, son aprovechados como insumos en
una diversificadísima red manufacturera que incluye empresas tan
disímbolas como la industria de alimentos y la de explosivos; tan
relacionadas como la metalurgia y la industria automotriz; tan esenciales
como la farmacéutica y la energética. Abonos, materiales refractarios y
aislantes, correctores silicios, bebidas, medicinas, materiales de imprenta y
cascos para buques, son bienes que, junto a muchísimos más, portan
gramíneas en cantidades variables y con distinta función. Alrededor del
cultivo gramínico y de la densa industria derivada, se engendran anualmente
decenas de millones de empleos, se reproduce y amplía el mercado,
fluctúan las ganancias y los salarios y se forman monopolios. Por estas
causas, la agricultura del arroz, el trigo, la caña y el maíz, junto con la
producción de energía, son las caras del pentaedro dinámico sobre el cual
gravita la economía del mundo.
La población de cereales tanto más se acusa cuanto más asciende el
número de habitantes humanos. Unos y otros aumentamos con tasas
correlacionadas y los agudos desbalances producidos por bajos
rendimientos agrícolas, aún ahora dejan sentir un brutal efecto corrosivo.
Justamente no hace mucho, el más exacerbado Estado de la Tierra, el del
“socialismo de cuartel”, no pudo asimilar a discreción sus malas cosechas
de los setenta, el boicot a sus importaciones de trigo, la dura crisis
agroindustrial y el desastre de Chernobyl, factores que actuaron en concierto

50
para la expresión de las debilidades de sus estructuras nacionales, políticas
y sociales, y pusieron a tan poderoso Estado en una cúspide catastrófica
felizmente pacífica, la tumba del estalinismo, sobre la cual ya fructifican
nuevos ordenamientos sociales acompañados de las gramíneas que
faltaron, según manda el ancestral proceder graminhomo consistente en
darle a cada difunto que se entierra una alfombra de verde pastura donde
exhalar las voces plañideras y apacentar los nuevos rostros de la vida.

Después de esta enramada expedición realizada con las botas de siete


leguas, tras huellas importantes del viaje de las gramíneas gigantes, ya va
siendo hora de ponernos circunspectos para ascender a las diáfanas alturas
del pensamiento y averiguar si algo de sus aires tiene acaso algún humor
ligero de procedencia graminista, como el perspicaz lector sospechará que
pudiera haberse corrido desde el diente hasta el cerebro, de entre tanto
consumo cerealero, o como el intuitivo lector presentirá que pudiera haberse
deslizado, volandero, de entre tanta negra catinga de las cañas, tanto grajo
amarillento del arroz y del maíz, tanta nívea sobaquina panadera. Algo de
esa ingestión milenaria, algo de ese efluvio histórico se le habrá pegado, por
buena o mala suerte, al vaporoso espíritu que los occidentales consideran
inodoro. Y una suspicacia en firme sugiere que no poco: acaso hay ideas
graminoides o hasta puede que gramíneas ideativas. ¿Por la existencia de
cúales, apuesta Ud., lúdico lector?
Es agradable atravesar el dintel de este giro aéreo haciendo notar lo
llamativo que es fijarse en las palabras con las cuales los orientales y los
occidentales designaron a dos de las grandes doctrinas que les proveyeron
miradas de naturalismo totalizador. Esas palabras son, precisamente,
sustantivos graminícolas: taoísmo y panteísmo; ojos de la mente filosófica
que creyeron haber visto el orden fundamental del universo, penetrándolo
todo y todo comprendiéndolo. La sabiduría fue para ambos ojos el estado
que se obtenía de seguir humildemente ese orden invisible y fácil
barruntarse que la idea se plasmó en decisivos impulsos al desarrollo del

51
conocimiento. Así sucedió en Oriente, donde fueron taoístas quienes
suscribieron la partida de nacimiento de las ciencias chinas, y así sucedió en
Occidente, donde el panteísmo de Spinoza nutrió la comprensión profunda
yacente en la teoría de la relatividad.
Pero no hagamos adelantos que pudieran pasar por concesiones a un pobre
nominalismo graminero y más bien prosigamos acuciosos haciendo
reminiscencias de cómo gracias al maíz llegaron los occidentales a su feliz
explicación del orden biológico, en virtud de la cual hoy despliegan, no sin
reparos de ética, el ambicioso “proyecto genoma”.

A principios del presente siglo, tanto la teoría evolucionista de Darwin -


Wallace como las ideas de Mendel no estaban bien acreditadas y aún
estaba cuesta arriba conectarlas en un solo dominio capaz de dar integrada
cuenta del proceso de cambio biológico. Uno de los más destacados
escépticos de ese tiempo era T. H. Morgan quien, llevado por la
insatisfacción que producían ambos “paradigmas”, efectuó, a lo largo de
varios años, un prolijo seguimiento de los patrones hereditarios de la mosca
de la fruta, a resultas de lo cual pudo convencerse de la existencia de esos
factores discretos portadores de los caracteres hereditarios, denominados
“genes”. A más de ello, encontró que los genes se reúnen en los
cromosomas, formando “grupos de enlace”, los mismos que al dividirse las
células sexuales -meiosis- se reorganizan intercambiando genes
equivalentes -alelos- con los cromosomas homólogos, para luego aislarse y
dar origen a nuevas conformaciones cromosomáticas, responsables de la
aparición, en las descendencias, de características físicas distintas a las de
los progenitores. La idea suministró, enseguida, un claro indicio del nexo
entre la teoría de la evolución por selección natural y la naciente ciencia de
la genética, puesto que la variabilidad observada en los individuos de una
misma especie ya podía ser explicada como el resultado de las
recombinaciones cromosomáticas. Y, en efecto, los estudios de Morgan
señalaron el punto de fusión de ambas teorías. En adelante, la mezcla de

52
los alelos durante la meiosis pasó a ser considerada como la fuente de
variación de las especies, en tanto que a las condiciones ambientales se les
atribuyó, por su parte, la selección y conservación de los individuos mejor
dotados para la supervivencia en condiciones competitivas.
Las deducciones de Morgan fueron confirmadas brillantemente, tiempo
después, en la Universidad de Cornell, por Bárbara McClintock y Harriet
Creighton, quienes publicaron los resultados de sus estudios en 1931, a
instancias del mismo Morgan. Dos años más tarde, Morgan ganaba el
premio Nobel, pero ninguna de ellas lo compartió, como podía haberse
esperado en legitimidad.
McClintock y Creighton habían venido estudiando la genética del maíz,
circulando en la vena investigativa formada a propósito de la explicación de
su misterioso origen.
Hasta cierto punto era un contrasentido usar al maíz en calidad de “conejillo
de indias” para la exploración genética. Morgan y su equipo trabajaron con
la Drosophila, en lugar de hacerlo con los clásicos guisantes de Mendel,
justamente para economizar tiempo y esfuerzos, dado que la mosca de la
fruta se reproduce con rapidez y su genoma es comparativamente simple.
Entre bastidores de los estudios de las biólogas de Cornell existían,
evidentemente, motivaciones no económicas y cuando Morgan conoció de
su trabajo opinó que había llegado el momento de darle al maíz la
oportunidad de que venciera a la Drosophila.
Si bien el maíz es un ser de reproducción mucho más lenta y de mayor
complejidad que la mosca, posee, en cambio, interesantísimas propiedades
desde el punto de vista de su utilidad para la investigación genética. En
primer lugar, es una planta de generosa variabilidad tanto en sus partes
foliares como en los granos. En segundo término, no hay que esperar
descendencias para observar las variaciones, que pueden ocurrir en el
transcurso de la vida de un mismo individuo. Tercero, las variaciones son
heterocrónicas, es decir ocurren con distintas frecuencias, con dinámicas
diferenciadas (así, el gen que codifica para la capa de los gránulos de

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aneurona puede variar con 500 veces más frecuencia que el gen que dirige
la síntesis del endosperma). Cuarto, algunas variaciones son visibles a
simple vista y pueden rastrearse sin necesidad de acudir al microscopio.
Quinto, los sexos están muy bien separados y es fácil evitar la
autopolinización.
Todos estos factores debieron pesar a la hora de decidirse a trabajar con el
maíz. Además, Bárbara McClintock había ido formando una relación
emocional con la gramínea, algo de difícil ocurrencia entre quienes
investigaban con la mosca o, más difícil todavía, con los fagos de las
bacterias.
De hecho McClintock inauguró una línea de estudios genéticos muy distinta
de la que se desarrolló presidida por el enfoque analítico - determinista, que
entiende el proceso de conocimiento como la progresiva descomposición del
objeto investigado, hasta llegar a las que se consideran sus partículas
básicas o elementales, unidas en relación estable y de dinámica reversible;
por ello mismo, dotado de un comportamiento predecible u obediente a una
cierta ley. Una máquina es la suprema realización de este método: en ella,
la polea, la rueda dentada, el eje, el tornillo o la cuña son los componentes
esenciales que se conectan formando un conjunto de mecanismos capaces
de crear, regular y usar fuerzas, según patrones de causa-efecto
característicamente estables y simétricos en el tiempo.
No debe llamar la atención que fuera bajo el imperio de tal enfoque -dada su
reconocida ascendencia en las ciencias occidentales- que se iniciara una
época de búsquedas para establecer la composición de esas partículas y
entender su forma de ensamblarse para constituir el “mecanismo de la vida”.
Allí tuvieron participación descollante atomistas de reciente cuño que,
aportando información correspondiente a la mecánica cuántica, dieron a luz
la novísima ciencia de la biología molecular. Sin embargo, mientras más se
pulía el análisis y tanto mejor se comprendía la estructura de las complejas
moléculas biológicas, cuanto más se disipaba entre las brumas del absurdo
la ansiada intelección de la vida misma. Pues esas macromoléculas

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resultaban ser sutilísimos enlaces de aminoácidos y nucleótidos ya
desprovistos de vida, compuestos, a su vez, de átomos inertes y comunes.
Diríamos que esas brumas habían llegado, como ventisca mitológica, desde
los infiernos de la Odisea, donde Ulises encontró a Tántalo padeciendo
crueles tormentos: la sed le abrazaba pese a hallarse sumergido hasta la
quijada en un lago y el hambre le acosaba pese a tener sobre su cabeza
provocativas frutas que colgaban de perales, manzanos e higueras; no era
sino bajar la cabeza o levantar los brazos, pero cada vez que acercaba sus
labios para beber, el agua desaparecía, y cada vez que intentaba coger una
fruta, el viento se la llevaba hacia las sombrías nubes...
Análogamente, un biólogo molecular que tanto sabía de la estructura de
genes, hidratos de carbono o proteínas, casi nada podía decir de cómo es
posible que células indiferenciadas desde el punto de vista de su origen y de
su composición, pudieran ir constituyendo, al reproducirse, tejidos y órganos
tan distintos y complejos como el corazón y el cerebro. No hay que
esforzarse mucho para ver en ello los límites del enfoque reduccionista
llevado a ultranza, su paradoja insuperable, aquélla que estriba en que
analíticamente sólo se puede saber de más a condición de saber cada vez
de menos, o sea lo que va quedando de identificar los factores comunes, lo
constante, lo simple y universal; el concho abstraído del cual se ha debido
eliminar todo barroquismo y toda variación, la música y el color de la vida.
A diferencia de esa actitud cognoscitiva, McClintock enfiló sus dotes a la
comprensión de las variaciones que se presentaban en el fenotipo -
características físicas externas-de un ser vivo considerado integralmente, y a
la intelección del modo en que estas variaciones se relacionaban con su
intimidad genética. Tiempo después habría de reconocer que ella llegó a
“sentir” el organismo completo del maíz.
Como ya fue dicho, el centro de atención de McClintock fueron las
discrepancias pictóricas presentes en granos y hojas de la planta. La
cuestión nodal consistía en explicarlas como producto de la dinámica
genética, teniendo en cuenta que tales variaciones se presentaban de

55
manera aperiódica en ciertas células que, como las restantes, se habían
originado de la misma célula progenitora, es decir que algo debía ocurrir en
el transcurso de su reproducción, durante la mitosis. Ya Emerson había
sospechado que se trataba de mutaciones anómalamente reversibles.
McClintock concluyó, de su parte, que el ritmo atonal podía ser explicado si
se admitía que en el pool genético de la gramínea existen genes encargados
de conectar o desconectar a los genes estructurales y, además, genes
reguladores de la acción de esos interruptores diminutos.
Los resultados de estos pacientes estudios fueron expuestos a lo largo de
varios años, en Cold Spring Harbor, pero el auditorio de científicos no se
molestó en tomarlos en cuenta. La apreciación de su importancia sólo se
produjo en el contexto de la visualización de los fenómenos llamados
caóticos, como la turbulencia, las reacciones químicas oscilantes o las
fluctuaciones electromagnéticas, en todos los cuales la variación y la
impredecibilidad disfrutan de una condición normal.
Y esa importancia, qué decirlo, ha ido adquiriendo un relieve cada vez
mayor. Modificó, de partida, la idea de que el material genético se mantiene
estable durante la mitosis y suministró un fundamento, por primera vez
conciso -el de la activación y desactivación genética-, a la comprensión de
cómo se efectúa la especialización celular y de cómo se origina la
enfermedad cancerosa. Va aceptándose que los elementos transponibles
operan también en la meiosis y que, por tanto, su actividad es un factor
decisivo para la evolución de las especies. Estudios más bien recientes
acreditan, por ejemplo, que ciertos transposones están invadiendo,
precisamente en nuestros días y a escala mundial, el ADN de la Drosophila
y provocando cambios en algunas de sus características físicas. Ya no es
posible seguir viendo a los genes como los dictadores implacables y rígidos
de la “maquinaria celular”; el genoma se nos presenta, ahora, como una
estructura versátil y muy receptiva a los cambios del ambiente con el cual
interactúa y del cual obtiene nuevas configuraciones, ya sea por medio de la

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retrotranscripción o de las infecciones víricas, de los impactos lumínicos, de
los teratógenos químicos o, talvez, de la hidrodinámica polinífera.

Los occidentales han tenido, tradicionalmente, problemas con las


variaciones, pues las variaciones son en su caso anormalidades. Para ellos
es mucho más familiar la estabilidad y el orden. Sus culturas se han
desarrollado en condiciones relativamente uniformes, sosegadas y
continuas. Los sitios en los cuales se emplazaron están bastante alejados
de la línea ecuatorial y, por lo mismo, la luminosidad y el impacto gravitatorio
de procedencia solar que acusan es de menor densidad que el
correspondiente a los trópicos; ello supone inferiores tasas de mutación
genética y de alteraciones originadas por las turbulencias estelares (y que
no se diga que esto es una exageración... no hay que olvidarse de la
persistente advertencia médica sobre lo peligroso de actuar con la hipótesis
de que el Sol es un objeto estable e indiferente). En dichos sitios, la
actividad volcánica, pese a no ser despreciable, tampoco es de magnitud
comparable a la del Cinturón de Fuego del Pacífico, ni sus climas son
sacudidos por las temibles irregularidades de los monzones asiáticos o de
las corrientes marítimas americanas. Todo ello hace que los mutantes
espontáneamente creados en las comarcas del trigo, con todo y no ser
tantos como en el trópico, difícilmente puedan alcanzar el éxito reproductivo
en gran escala, puesto que las adaptaciones de las novedades biológicas se
ven favorecidas por las catástrofes climáticas, por la surgencia de nuevos
ambientes que, en contraste, pueden llegar a perjudicar la intensidad del
poblamiento de las especies consolidadas. Esto último es lo que ha venido
ocurriendo en la pluviselva amazónica, cuya gran diversidad biológica hay
que atribuir a la elevada insolación combinada con la tormentosa variabilidad
climática y con las perturbaciones de la estructura física de los suelos
acontecidas a lo largo de los siglos.
Por todo ello no es una extravagancia el que los occidentales se guiaran
durante milenios por el dogma de la inmutabilidad de las especies y el que lo

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hubieran santificado píamente en su religión creacionista. Lo inaudito e
incomprensible habría sido que fueran culturalmente evolucionistas.

El interés por la variación de las especies despertó en Europa conforme


llegaban noticias científicas sobre el Nuevo Mundo, y sobre todo a partir de
los informes que presentaron Alejandro von Humboldt y Aimé Bonpland a su
regreso de la prolongada expedición naturalista que efectuaron en América
tropical, informes tan impactantes que no tardó en formarse una nutrida
corriente de investigadores y aventureros, atraídos por las sustanciosas
novedades que deparaban las tierras del maíz. Era la época en que la
reducida disidencia intelectual constituida por los evolucionistas estaba
consiguiendo el pesadísimo aliado de la ciencia geológica y se abría campo
a la investigación del “mecanismo” evolutivo de las especies.

De tal grupo formarían parte Darwin y Wallace, ávidos naturalistas de la


Inglaterra victoriana, a quienes les tocó vivir un especial paralelismo en el
desarrollo de su actividad científica. Ambos eran infatigables estudiosos y
atentos observadores, los dos estaban persuadidos de la evolución de las
especies y buscaban explicarla, los dos pudieron trabajar con equivalente
evidencia y bajo la misma idea y ambos llegaron a forjar iguales verdades y
parecidos desatinos. Tocados por el caudal de la corriente expedicionaria
que desembocaba en Sudamérica, levaron anclas apenas se les presentó la
oportunidad. A bordo del Beagle, Darwin fue a dar en la actual provincia
ecuatoriana de las Galápagos, mientras que tiempo después Wallace
exploraría en la maraña selvática del Amazonas brasileño.
Allí, en Sudamérica, encontraron, cada uno por su cuenta y riesgo, una
considerable diversidad de desconocidos organismos endémicos. Wallace
quedó perplejo y maravillado al conocer la región que rodea Manaos y
envidió ser indio al mirar a los habitantes selváticos tan libres, saludables y
felices. Parte fundamental de su trabajo consistió en la recolección de
individuos representativos de las que deberíamos llamar “escaleras

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biológicas vivientes”. Esto, y sobre todo esto, era un verdadero tesoro para
mostrar en Europa; pero, como se sabe, gran parte de las colecciones que
Wallace pudo formar, con inaudito esfuerzo, se quemaron en un malandante
incendio producido en el barco que lo transportaba de regreso. Darwin, que
en sus años mozos también fue coleccionista (de escarabajos), igualmente
pudo captar, a la postre, la enorme importancia que revestía el estudio de
las escaleras biológicas vivientes.
Para bien comprender esto, es preciso recordar que los evolucionistas de
aquel entonces investigaban principalmente con materiales fósiles. Allí, en
Europa, escaseaban dichas escaleras. Más comunes eran las especies bien
diferenciadas, especies cuyas transiciones de una a otra no existían vivas,
sino en calidad de fósiles, si los habían. Y la circunstancia de que la
variabilidad se estudiara en relación con la paleontología marcó el enlace de
cuna entre la biología y la geología, así como la posterior adopción de
palabras con tufo mortecino para designar conceptos de vida, como el de
“nicho ecológico”.
Darwin estudió detenidamente, con erráticos tanteos iniciales, la escalera
viviente de los pinzones de las Galápagos. Para sorpresa suya halló que
estos pájaros, diseminados por el Archipiélago, a tiempo de compartir la
misma morfología básica, poseían, también, pequeñas diferencias
ostensibles entre grupos de pinzones, característicamente en el tamaño y la
forma de los picos. Cada grupo formaba una especie distinta, pues no se
cruzaban entre sí, pero todos pertenecían al mismo género de aves. No era
difícil colegir que entre ellos mediaban nexos parentales, razón por la cual
todos se habrían originado de los mismos pinzones ancestrales.
Lo que más llamó la atención de Darwin fue la marcada ligadura de cada
especie con su territorio. Extrañamente, los pinzones de una isla no se
propagaban a otras, como se esperaría que lo hicieran considerando su
capacidad de vuelo. Alguna fuerza poderosa debía mantenerlos a raya, en
sus límites fijos. Era, desde luego, el tipo de alimento que consumía cada
especie, también distinto de una a otra isla.

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Tomando en cuenta la firmeza de este vínculo, Darwin pudo advertir que las
formas de los picos constituían una respuesta adaptativa al tipo de alimento
prevaleciente en cada habitat. Había pinzones semilleros donde abundaban
las semillas y los picos, en su caso, eran grandes y resistentes, prensadores
como cascanueces. El pinzón mosquitero tenía el pico pequeño y
puntiagudo, como pinza, para hurgar en las grietas. Y relaciones semejantes
podían establecerse para el pinzón cactófago, para el arborícola y para cada
una de las variedades existentes.
Por otra parte, a sabiendas de que en el continente próximo al Archipiélago
había pinzones semilleros parecidos a las variedades insulares, y
considerando que las islas se originarían por afloramientos volcánicos
submarinos y no por desprendimientos de tierras continentales, Darwin pudo
inferir que los pinzones ancestrales habrían emigrado de estas últimas y que
al llegar a las islas y multiplicarse en ellas se habrían ido modificando
gradualmente, conforme las características del alimento consumido. Las
pruebas de que esto es lo que debió ocurrir no precisaban del rastreo
paleontológico. Cada tipo concreto de pinzón representaba un peldaño
evolutivo del proceso de poblamiento. Allí, en las Galápagos, como en
ninguna otra parte, estaba la imagen clara de una escalera biológica
viviente.
En Europa, para los evolucionistas gradualistas era una “apuesta” planteada
con los creacionistas la de hallar los eslabones intermedios entre las
especies. Era, por así decirlo, la prueba de fuego de la teoría evolucionista,
pues si ésta era verdadera, entonces debieron haberse producido sin falta
tales transiciones. Como la dificultad estribaba en la ausencia de evidencias
vivientes (cosa que representaba un fuerte apoyo para los creacionistas,
quienes consideraban a las especies como discretos dones celestiales), el
único recurso a mano era empeñarse en el estudio de los fósiles; pero, a su
vez, este empeño se enfrentaba con el serio problema de que las interfases
no necesariamente tenían que haberse fosilizado. Por eso, cuando Darwin
se apercibió de la trascendencia de su hallazgo, ya no le debió quedar clase

60
alguna de dudas, si las tuvo, sobre la evolución de las especies: éstas
tenían que ser el resultado de sucesivas diferenciaciones relacionadas con
la provisión de alimentos.
Pero si esto era así, ¿cómo es que pudieron experimentar los pinzones
ancestrales semejante cambio adaptativo al poblar el Archipiélago?
La misma pregunta se plantearía Wallace, pero en relación con su propio
material de trabajo. Es curioso, nuevamente, que ambos coincidieran en dar
una respuesta a ese crucial acertijo, no ya por lo que vieron en sus viajes,
sino gracias a la aplicación de una formidable idea que encontraron en
Europa, la cual llevaba una invisible pero vigorosa huella gramínica del
cultivo triguero.
Tal idea había sido elaborada por Thomas Malthus en su “Ensayo sobre el
principio de población”, publicado en 1798. A él le interesaba saber qué
ocurriría si la población humana se reprodujese con mayor celeridad que los
alimentos, concretamente si la población creciese multiplicándose y las
subsistencias, sumándose. Consideró que esa tasa de crecimiento
exponencial no podría mantenerse por mucho tiempo, a largo plazo, pues
llegaría un momento en que los alimentos empezarían a escasear y
entonces sería inevitable la aparición de una competencia de
aprovisionamiento que acabaría por eliminar al excedente poblacional,
precisamente a los individuos más débiles.
Esta idea prestó un elevado servicio de signo positivo al desarrollo
intelectual de los occidentales. Pues con ella se puso en cuestión, como
nunca antes, la antigua y arraigada creencia conforme la cual es la Tierra un
don inagotable entregado por Dios para disfrute del hombre, la creencia en
el carácter infinito de los recursos naturales. Por ello no debe extrañar que el
libro de Malthus desencadenara furibundos ataques contra su persona,
lanzados desde el extremo conservador hasta el comunista del diapasón
político europeo. Unos le acusaron de sostener afirmaciones depravadas y
ateas, mientras que Marx le llamó frailuco, sicofanta y siervo de intereses
terratenientes.

61
Antes de revisar con ligero detalle esa idea de Malthus, digamos cómo fue
aprovechada para el desarrollo de la teoría evolucionista. Y al respecto
impresiona constatar que tanto Darwin como Wallace la utilizaron, no como
una guía moderada o como una discreta sugerencia; no, la emplearon como
una plantilla o como un molde. Darwin tomó de ella la tendencia al elevado
crecimiento de los individuos y la consecuente lucha por la existencia, dando
por hecho que si el análisis de Malthus era cierto para la población humana,
debía serlo también para las demás poblaciones.
Por ejemplo, para el caso de los pinzones, cuyo proceso evolutivo pasaba a
entenderse así: las primeras aves en llegar a las islas se habrían
reproducido tal cual indicaba Malthus: de manera exponencial; hasta que el
desborde les habría conducido, en cierto momento, a enfrentarse en
competencia por el alimento que escaseaba, lucha de la que habrían
emergido como triunfadores los individuos dotados de características físicas
aventajadas para proveerse de los recursos disponibles. Suponiendo que
estos rasgos son hereditarios, tales individuos se habrían reproducido con
mayor eficacia hasta imponer su poblamiento.
(De ser adecuada la reflexión quedaba flotando, no obstante, una seria
dificultad: establecer cómo fue posible que surgieran nuevas morfologías en
ciertas aves, esas pequeñas variaciones en las cúspides de los pinzones
descendientes que, llegado el tiempo de la lucha por la supervivencia, les
permitirían el “handicap” decisivo. Como se sabe, ni Darwin ni Wallace
consiguieron ofrecer la respuesta satisfactoria, que sólo pudo obtenerse,
años más tarde, gracias a la genética de Mendel, Morgan y McClintock).
Generalizando para todos los seres vivos, al proceso conforme el cual se
conservan las variaciones que en determinadas circunstancias resultan
útiles para la reproducción de las especies, Darwin denominó “evolución por
selección natural”, en analogía con la selección de las variedades agrícolas
y animales realizada a su conveniencia por los seres humanos. La idea (que
también llamó “supervivencia de los más aptos” -tomando el término
acuñado por H. Spencer-) se ha reconocido, de entonces para acá, como la

62
única explicación valedera del “mecanismo” evolutivo, aunque no han faltado
puntualizaciones, críticas y aun intentos por reactualizar la explicación
alternativa de Lamarck sobre la herencia de los caracteres adquiridos. Pero,
a decir verdad, ninguno de los cuestionamientos ha sido de un jaez tal que
obligue a limitarla o sustituirla.
Por nuestra parte, diremos que algo se puede aprender si se reemplaza la
imagen que tuvo Darwin sobre el carácter uniforme del clima y de la
geología de todas las islas Galápagos, que correspondió a su calidad de
observador europeo, con mente formada en los patrones de continuidad y
estabilidad.

Para empezar, las islas se encuentran ubicadas muy cerca de la confluencia


de tres grandes placas litosféricas -la de Nazca, la de Cocos y la Pacífica-
sobre uno de los puntos volcánicos más tormentosos del planeta. Todas
ellas son gigantescas acumulaciones de lava emergida del lecho oceánico
en distintos tiempos: las hay de edades inferiores al millón de años y las hay
viejas, como la Española, de cuatro millones, la más antigua y por ello la
más oriental de todas, pues las islas se alejan en dirección al continente, a
medida que surgen de la eruptiva caldera magmática, cabalgando sobre la
placa de Nazca que embiste por subducción contra la placa Sudamericana a
una velocidad de ocho cm al año (la misma velocidad de crecimiento de las
uñas humanas). Algunos de los volcanes submarinos han logrado salir a la
superficie y erguirse a considerables alturas, como en Isabela, una de las
jóvenes ínsulas poseedora de cinco picos activos, el mayor de los cuales
alcanza 3000 m sobre el nivel del mar.
Determinada por estas agitaciones geológicas que tienden a sosegarse
conforme las islas se alejan del vientre ígneo, la estructura de los suelos
posee un carácter muy dinámico y difiere visiblemente de territorio a
territorio. Hay cráteres extinguidos y torrentes de lava petrificada, rocas
desnudas y campos de ceniza, tierras pedregosas y tierras de magma
quebradizo. Paisajes de lóbrega aridez que se podrían estimar de naturaleza

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extraterrestre si no fuera porque en ellos se observan saurios buceadores y
arborescentes cactáceas, como la opuntia espinosa. Paisajes de lujuriosa
exuberancia tropical al borde de los cráteres, gracias a la humedad de las
nubes bajas y a los vapores que exhalan las fumarolas. Paisajes de tupidos
manglares y también inmensos farallones que a diario esculpe el oleaje
oceánico.
Mas si el suelo de las islas se mantiene en estado de cambio dinámico, otro
tanto puede decirse de su interior submarino, que empezó a conocerse
gracias a la histórica inmersión realizada por el sumergible Alvin en 1977. La
tripulación del Alvin observó en la zona de despliegue del fondo oceánico
una serie de chimeneas jamás vistas, eyecciones de arremolinados chorros
de agua negruzca calentada por material ígneo yacente en una cámara
magmática subterránea. Alrededor de esas fuentes hidrotermales
contemplaron, también por vez primera, almohadillas de lava y comunidades
biológicas de características insólitas: las únicas formas de vida por
completo independientes de la fotosíntesis, como gigantescas lombrices de
hasta tres m de largo, blancas de unos tres cuartos del cuerpo y rojo
brillantes del resto, cangrejos albinos, anémonas de mar y grandes bivalvos.
El agua caliente, que logra ascender por convección a través de la roca
volcánica, deposita a su paso sales minerales que modifican la estructura
geoquímica y proveen de nutrientes a los corales y al plancton, el primer
eslabón de la cadena trófica oceánica que alcanza a los grandes predadores
pelágicos y aun a organismos terrestres como ciertos reptiles y aves. De
caudales y temperaturas cambiantes y de vida pasajera, los flujos
hidrotermales han permitido comprender la naturaleza inestable del océano
profundo y la manera como se producen ciertos azufrados precursores
biológicos.
Similar a lo que ocurre en el oeste sudamericano, el régimen pluvial de las
Galápagos se caracteriza por acusadas oscilaciones con relación al
calendario astronómico. No hay regularidad continua en la fecha de
aparición y en la duración de las temporadas de lluvia y sequía, pudiendo

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suceder que una de éstas falte por completo a lo largo de todo un año. En
los últimos tiempos se ha logrado establecer que la arritmia, cuando
marcada, forma parte de recurrentes trastornos climáticos de gran amplitud,
conocidos bajo el nombre genérico de “fenómeno El Niño”, cuyo desarrollo
se inicia precisamente en la parte este del Pacífico ecuatorial.

El notable fenómeno concitó la atención de los expertos climatólogos a partir


del año 1983, cuando grandes disturbios climáticos -como inundaciones,
sequías, tifones y tolvaneras-sacudieron extensas regiones de América,
Asia, África y Oceanía, y causaron miles de víctimas humanas y pérdidas
materiales calculadas en unos 40.000 millones de dólares. Las pistas
analizadas condujeron a identificar un mismo origen de carácter
termodinámico, a saber, un colosal sobrecalentamiento de las aguas
superficiales del Pacífico tropical, que sólo desde fecha tan cercana ha
empezado a verse como un escenario dinámico, en agudo contraste con la
imagen de quietud con que los occidentales se representaron al mayor
océano del mundo, desde cuando Blasco Núñez de Balboa viera pacífico al
“mar del sur”, al contemplarlo inmenso y calmo desde la sierra panameña.
La descripción actual del fenómeno El Niño correlaciona la circulación de las
aguas oceánicas con el régimen de vientos. En condiciones digamos que
normales, cada año y poco antes de producirse el perihelio terrestre, una
corriente de aguas cálidas procedente del norte ocupa la superficie marítima
frente a las costas ecuatorianas y peruanas, hundiendo la termoclina -el
gradiente térmico que separa las aguas superficiales calientes, de las frías
más profundas y ricas en nutrientes-. Bautizada por los pescadores de Paita
con el apelativo El Niño por presentarse alrededor de la fecha de Navidad, la
corriente es barrida en dirección oeste por los vientos alisios (que de esta
manera consiguen restablecer el afloramiento de la termoclina - nutriclina),
haciendo que suba el nivel del mar y que se generen grandes formaciones
nubosas por evaporación, una parte de las cuales se transporta hacia el

65
este por los vientos de altura, para dar origen a las precipitaciones en las
Galápagos y, más tarde, en el continente.
El fenómeno El Niño se presenta cuando los vientos alisios colapsan en el
Pacífico occidental y no consiguen arrastrar debidamente a la corriente
cálida, que libre del impulso se devuelve hacia el este, produciendo el
sobrecalentamiento de la superficie oceánica. Incluso ocurre que esos
vientos empiezan, de pronto, a soplar en dirección opuesta, con tal
intensidad que algunos han estimado que podrían frenar el movimiento de
rotación de la Tierra.
El fenómeno se anuncia por una sensible pérdida del desnivel de presión
atmosférica imperante entre el Pacífico sudoeste y el sudeste, cuyos centros
de alta y baja presión están localizados alrededor de la ciudad australiana
de Darwin y de la isla de Pascua, respectivamente. (Justo cuando se ponen
en contacto los flujos atmosféricos de distinta densidad, en conjunción con
el movimiento de rotación del planeta, se origina uno de los más grandes
sistemas meteorológicos existentes: el anticiclón del sur, que desplaza
vientos en sentido antihorario, los alisios, responsables de mantener
elevada la termoclina del Pacífico oriental y, por ello, el factor que propicia el
que sea ésta la zona marítima de mayor productividad biológica del mundo).
El desnivel entre ambas presiones no se mantiene constante y sus cambios
se conocen como la “oscilación meridional”. Si la diferencia es marcada, los
vientos alisios soplan con fuerza y cabe esperar que no acaezca el
fenómeno que, en cambio, tiene lugar si la diferencia disminuye. Es por ello
que explicar la oscilación meridional sería un gran paso adelante para
entender la termodinámica del caso.
Y vale para el efecto dejar anotada la deficiencia que podría haber en el
hecho de que varios de los modelos de análisis no relacionen El Niño con la
geología de placas tectónicas. En ellos, el calentamiento de las aguas
superficiales se visualiza como una consecuencia de la elevada irradiación
solar sobre el Pacífico tropical; interpretación en la que, al parecer, late el
viejo temor de la navegación medieval, según el cual las aguas ecuatoriales

66
son tan calientes que hierven a causa de la fortísima insolación. Aún no se
ha valorado con plenitud la evidencia de que el fenómeno El Niño tiende a
coincidir con períodos de intensa agitación volcánica.
Tomando en cuenta la geología de placas, quizás es posible entender mejor
el origen del fenómeno. Así, la gran calidez de las aguas indonesias -
responsables de la baja presión- podría atribuirse no sólo a la inclemente y
directa radiación estelar o al efecto acumulativo de aguas migrantes, sino
también a los subidos flujos térmicos submarinos que caracterizan la zona.
Por su parte, la alta presión reinante en la isla de Pascua podría ser el
resultado del enfriamiento marino que ocasionan las aguas bombeadas por
la Corriente Circumpolar de la Antártida que, al desplazarse de sur a norte,
impedirían el ascenso de los flujos hidrotermales que deben existir sin falta
en la dorsal transpacífica donde se encuentra la isla. Las famosas
esculturas pétreas que dejaron en ella los navegantes polinesios de lejanos
tiempos, con sus rostros impasibles y ciegos, no sólo testimonian el fracaso
de una remota aventura perdida en el neolítico, sino que también prestan un
simbólico material de contraste al enérgico movimiento expansivo del fondo
oceánico subyacente, el más rápido de cuantos se han registrado (unos
dieciocho cm por año).
Al presentarse un período de estremecimiento geotérmico, es dable que en
una área marina de tal condición se enerve el afloramiento hidrotermal y se
debilite, en consecuencia, el enfriamiento de las aguas con el efecto
equiparador de las presiones atmosféricas. Quizás es en la profundidad
pascuense donde se inicia la fluctuación atmosférica que requiere El Niño
para hacerse retobado. Y quizás sean las espectaculares erupciones del Sol
las que provoquen, en último término, la agitación magmática concurrente, al
sobrecargar la dínamo planetaria con ingentes aportaciones de plasma. Tal
vez El Niño ensaya, con plastilina de viento y agua mar, la forma del halo
invisible que une el magma terrestre con el viento solar...

67
Tras este breve circunloquio climático que podría haber creado la sospecha
de que estuvimos naufragando, bien vale ya decir, en síntesis, que las Islas
Galápagos son, por las razones expuestas, uno de los lugares de máxima
inestabilidad climática del mundo; tanta, que hasta ciertos reptiles, con un
modo de ser más próximo a la estática o a la cinemática, se han dado en
ellas la oportunidad de desplegar el potencial de sus genomas y de situarse,
por ello mismo, en un dinámico viaje evolutivo. En verdad fue del todo feliz
la decisión darwinista de ponerse a bordo de un sabueso flotante, aunque su
ordenado preconsciente inglés le privara de ver el auténtico factor de
especiación que tanto anduvo buscando, ya sin amarres al sabueso.
Pues en unos ambientes así de varios y cambiantes, como son los de las
islas, los organismos biológicos no podrían alcanzar grados de poblamiento
capaces de desembocar en estados competitivos. Bastaría un reventazón
volcánico para poner en riesgo la supervivencia de especies completas y
aun para extinguirlas, incluyendo por supuesto a los hipotéticos seres más
aptos, aquellos que la evolución darwinista selecciona con fuerza de
necesidad. O un incendio devastador, de esos que han iluminado la historia
nocturna del Archipiélago. Sin embargo, el mayor destructor y creador, el
verdadero agente de especiación en las Galápagos es El Niño, como
también lo es para toda el área de su directa influencia. Una conclusión así
de firme puede sostenerse con atrevimiento si se toman en consideración
los efectos biológicos que desató El Niño de 1982-1983, la más virulenta de
sus rabietas en lo que va del siglo.
Las inundaciones que originó en tierra y el desequilibrio térmico que
desencadenó en el océano, determinaron la desaparición de pequeños y
grandes ambientes así como la formación de nuevos ecosistemas. Se
rompió la continuidad de la cadena trófica y, en consecuencia, se produjo
una reestructuración poblacional de las especies. Compréndase esto, sobre
todo como el resultado de que la capa de aguas frías -que recoge los
nutrientes depositados en el fondo oceánico, como nitratos, fosfatos,
silicatos y oligoelementos-se mantuvo deprimida durante un lapso de tiempo

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anormalmente grande, impidiendo la reproducción del plancton, ese
equivalente marino de las gramíneas por el lugar básico que ocupa en la
cadena alimentaria de grandes comunidades zoológicas. A consecuencia de
ello, fue desolador el panorama de muerte que se presentó en lugares de
exquisitas interdependencias tróficas como son las Galápagos. Allí
perecieron todas las focas peleteras jóvenes, un 78% de pingüinos y un 45
de cormoranes no voladores. Fue común observar, aquí y allá, esqueletos
de iguanas marinas, saurios de leyenda que murieron por la escasez de
algas... y téngase presente que ciertos pingüinos se alimentan de las
garrapatas que parasitan en la dura piel de las iguanas y que éstas, cuando
pequeñas, constituyen el manjar preferido de la culebra dromicus. También
se redujo la población de corales, esponjas, lobos marinos, equinodermos,
etc. En cambio, y a distancia de las Galápagos, se densificaron los
cardúmenes de peces dorado y atunes y se incrementó, asimismo, la
población de langostinos y merluzas.
Si bien nadie que sepamos ha conseguido mostrar que por obra de El Niño
una nueva especie emergiera voyante en el renovado paisaje insular, es
razonable postular que este renuevo ambiental es algo así como el caldo de
cultivo o la oportunidad de vida que la naturaleza brinda a sus ensayos de
recombinación y mutación genética, un modo de especiación al que
sugerimos llamar “especiación por efecto de la turbulencia”.
(Denomínase turbulencia al tipo de movimiento agitado de los fluidos poco
viscosos, que se produce cuando sus partículas constituyentes se
comunican entre sí y amplifican de manera no lineal una inestabilidad -una
pequeña fluctuación en la velocidad de desplazamiento de las partículas-
para conformar estructuras que se superponen en forma de filamentos de
vorticidad que tienden a disiparse. Son típicos ejemplos de turbulencia los
ciclones, que se originan al iterarse la llamada inestabilidad baroclina o
fluctuación que resulta del contacto entre fluidos atmosféricos de distinta
presión. También son turbulentos los bucles engendrados al mezclarse
estratos térmicos de aguas marinas).

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Decir del fenómeno El Niño que es turbulencia, tanto como metáfora útil
para destacar su aperiodicidad, es manera de ajustar la descripción del
fenómeno como un caso de masivas surgencias turbulentas en el sistema
océano-atmósfera del Pacífico, que se diría tratan de establecer un orden no
laminar en gran escala, quizás buscando su autoperpetuación a la manera
de la mayestática mancha rojiza del planeta Júpiter, una monstruosa
turbulencia estabilizada donde varias Tierras cabrían con sobrada holgura.
Cuando El Niño juega a los torbellinos, tal vez la Tierra se convierte en un
azulado aprendiz jupiterino. Mientras que para los seres terrestres es nada
más que llegada la hora, por enésima vez, en que los fenotipos se ponen a
batir en lúdico tamiz, del que podrían cernirse acorazados genomas
antiguos, como el de las cucarachas, pujantes genomas innovados, como el
de los pinzones vampiro, o gomosos genomas inestables, como el del maíz.
Bajo régimen de turbulencia recurrente, la competencia, con no ser episodio
de necesario acaecer, equivaldría a un suicidio de masas, puesto que
duplicaría la amenaza de extinción. Por ello que, en notable contraste,
muchas de las especies forjadas a su arbitrio han venido, más bien,
desarrollando una estrategia de supervivencia basada en el apoyo mutuo. El
pinzón garrapatero, por citar un caso, desparasita a la sufrida iguana a
cambio de la proteína aracnoide que se reproduce en su piel.
A semejanza de la distribución ornitológica prevaleciente en las Galápagos,
los andinos preincaicos desplegaron su poblamiento y su forma de
producción reuniéndose en enclaves territorialmente fluctuantes, de sentido
altitudinal, con una definida orientación de complementariedad. El conjunto
fue caracterizado, precisamente, como un “archipiélago vertical” y las
modalidades fueron distintas en los Andes del Sur respecto de los del Norte,
en función de la diferente amplitud entre los grandes ramales de la cordillera
andina. En el caso de los Andes de puna (los del actual Perú, más
espaciados de cordillera a cordillera y menos lluviosos) unos centros más
poblados y económicamente más diversificados, controlaban la producción
de distintos enclaves agrícolas situados a variable distancia, a manera de

70
crisálidas del futuro imperio. En el caso de los Andes de páramo (los del
actual Ecuador, mucho más estrechos y húmedos), cada una de las aldeas
se dedicaba, con relativa independencia entre sí, a laborear en uno o varios
pisos contiguos e intercambiaba, con otras aldeas, los saldos del consumo y
también las nuevas variedades vegetales que había podido salvar de la
inexorable desaparición. Allí, la complementariedad entre los “llactacuna” -
designación quichua de los señoríos estacionados en áreas discretas de los
corrugados pliegues montañosos- alcanzó una hiperbólica y minuciosa
estructura formada de enlaces de sangre, costumbres y saberes, trato en
productos, coparticipación en mingas y cosechas, alianzas militares y,
oficiando de atractor, trueques, por doquier, de las variedades maiceras.
Que esta organización fuera malentendida por los rígidos invasores
peninsulares, al sustituirla a viva y poco exitosa fuerza por el sistema
latifundista, sólo prueba hasta dónde fueron ellos provenientes de un mundo
distinto, donde los imprevisibles cambios por turbulencia siempre fueron
cosa de menor cuantía frente al aplastante predominio de los redundantes
cambios estacionales. Aperiodicidad no estacional y periodicidad estacional.
Polifonía y monotonía. Creación y repetición. Fluctuación y estabilidad.
Cambios de estado y despliegues del mismo estado casi inercial.
Transformación no lineal y sucesión lineal. Catástrofes discretas y ciclos
continuos. Calidad y cantidad.
Ojo, que no se quiere dejar la impresión de hallarnos atribuyendo fronteras
fijas a ambos mundos, el de régimen laminar y el de régimen turbulento,
pues la misma periodicidad estacional se manifiesta atenuada en los
trópicos, gracias a los vientos que la estiran allende los paralelos templados.
Y, en sentido recíproco, la turbulencia también salpica, cómo no, al clima
europeo alguna vez que otra, casi dondequiera.

Ya que al tanto vienen raras conmociones, citemos a la Europa del mar


Egeo hasta Creta, donde yace un mechón de latente actividad geotérmica,
hallándose como está la bahía en el colinde de las grandes placas

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eurasiática y africana y también en el punto donde éstas limitan con la placa
arábiga.
Buscando bajo el mar cretense la Atlántida platónica, y encarnando él
mismo la leyenda que hizo sumergir a Alejandro Magno en una esfera de
cristal, el explorador J. Cousteau puso al descubierto, ya algunos años atrás,
un mundo submarino, agitado y lávico, donde todavía se ven chisguetazos
de turbulencia, a manera de resonancias del que parece haber sido el más
pavoroso cataclismo del neolítico: la explosión volcánica de la isla Santorini
y su posterior hundimiento bajo una tsunami que pudo haber sido de unos
100 m de altura, a cuya violencia colosal se rindió la gran cultura minoica,
una de las precursoras de la civilización Occidental. Coincidencia bien
servida, las ensenadas e islas de la bahía, desperdigadas cual proyectiles
que hace tiempo lanzara Vulcano, fueron justamente el lugar donde habrían
de fusionarse los gametos que a tal civilización dieron origen. Y fue allí
donde Heráclito reflexionó sobre el cambio, dándole al fuego, curiosamente,
la condición de padre de toda creación y destrucción, y donde los jónicos
inventaron la noción de “cosmos”, el orden previsible intrínseco a las cosas,
noción raíz y tallo de la ciencia europea que vino a sustituir a la anterior
imagen de un caos amorfo con que los griegos primigenios se representaron
a la naturaleza. Caos que se perdió en el fondo marino y cosmos que se
adquirió en la superficie terrestre. Míticos minoas y jónicos científicos.
Desorden pasado y orden presente. Riesgo menguante y seguridad
creciente. Azar asechando como demonio y necesidad campeando como
dios. Bruma de inconsciente memoria de esa pirotecnia geológica; y
cristalizada gema de análisis consciente tallada al pulso de la quietud
geológica posterior. Bruma y gema: sueño y vigilia que dieron para fábula y
filosofía.
Así como la Atlántida es fantasía que seduce la imaginación de los pocos
aventureros y repele al juicio de tanta compostura -prueba vital de su
magnética existencia-, el actual renacimiento del “caos” tiene sabor a
excitación, intriga y amenaza. A manera del sicoanálisis que escarba en el

72
profundo manantial de la neurosis, el reciente pensar sobre el “caos” puede
mostrar cómo la neurosis determinista de la ciencia se fue haciendo de
sellar todo vestigio de catástrofe y de exorcizar cualquier tentación de ceder
a la delicia de las volutas fugaces que, por lo demás sea dicho, hubieron de
gustarse en Europa una vez llegado el habano envío de Cuba. Sólo una
revolución como la de los años sesenta, cuando el sensualismo de la
juventud europea se reveló contra el viejo racionalismo patriarcal del Estado,
la academia y la ley, pudo brindar la suficiente dosis de irreverencia que
precisaba el “caos” para brotar desde los sueños y empezar a mostrarnos
los irregulares y explosivos perfiles de la Atlántida, ese antiguo emblema
suyo, a decir por lo visto.
Pues el Atlántico europeo con ser el “gran océano de la verdad” -¿cuál otro
pudo a Newton causarle la metáfora?- no es precisamente que digamos una
fuente de turbulencia, como para que ésta hubiera impactado en la
orientación de la ciencia moderna, cuyo rostro de incomparable rigidez se
fraguó, justamente, al correrse el núcleo del desarrollo económico e
intelectual desde el Mediterráneo atlántido hasta el septentrional Atlántico.
Mas si turbulencia le falta al Atlántico, tampoco es como para decir que en lo
absoluto. Pues tiene también su Niño, igualmente ecuatorial y de amplio
alcance libertino, como el otro, aunque es de baja frecuencia e intensidad
moderada: tales los berrinches que le permiten un volumen de aguas tres
veces menor que el del Pacífico y una muy inferior dinamia geológica.

Comprensible, entonces, que por escasear la turbulencia y sobrar la


estacionalidad climática en el continente europeo, un naturalista inglés como
Darwin acogiera las ideas malthusianas tras larga cavilación sin luz. Mas, en
mérito de la precisión, señalemos que el propio Darwin no despreció el
efecto de los cambios climáticos en la selección natural, pero los puso en
calidad de factor secundario e indirecto, como estímulo de la competencia,
sólo en cuanto son capaces de reducir la dotación de alimento y agudizar,
por lo mismo, la lucha entre los individuos que de él dependen.

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Un aspecto muy cuestionado de la demografía malthusiana ha sido su
conclusión de atribuir un carácter geométrico al crecimiento poblacional
humano y uno aritmético al de los alimentos, en ausencia de cualquier tipo
de controles. Malthus se apoyó, para postular el primer criterio, en cierta
información sobre la dinámica poblacional en territorios americanos y
también en su estimación de que el apasionamiento sexual, libre de
continencia alguna, es una fuerza suficiente como para sostener ese ritmo
exponencial.
Sin embargo, es muy probable que las justificaciones que presentó fueran
para él cosa de discusión secundaria. Pues habría querido, sobre todo,
advertir a la sociedad inglesa de su tiempo sobre los peligros que entraña un
descontrolado crecimiento demográfico frente a una insuficiencia de
alimentos. Como estudioso que era de las vicisitudes experimentadas por
las sociedades europeas a lo largo de los siglos, sabía que las carencias
alimentarias diezmaban sin misericordia a grandes conglomerados, en
particular a los individuos más pobres y menos saludables.
La situación que se vivía en la Inglaterra de fines del siglo XVIII no podía
menos que alarmarle. En el período comprendido entre 1740 y términos de
la centuria, el crecimiento poblacional había cobrado un fuerte impulso,
mientras que la evolución al alza de los precios del trigo sugería a las claras
que lo propio estaba lejos de suceder en la producción del básico sustento.
Justo en las postrimerías del siglo, sus precios se habían vuelto a disparar.
El acusado desbalance de varias décadas en los incrementos de la
población y del trigo era una situación inédita en la historia inglesa. Antes,
las carencias de la gramínea, si eran considerables, se acompañaban sin
falta de la moderación del crecimiento poblacional. Parecía tratarse del
primer ensayo del trigo para dejar crecer libremente a los ingleses.
En tal contexto Malthus se preguntó si podría sostenerse en el futuro una
independencia entre las dinámicas demográfica y alimentaria. Como cura de
pobres, estaba muy de cerca enterado de que los padecimientos por
subnutrición ya cobraban víctimas entre los menesterosos, aladeados por la

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competencia, y debió horrorizarle la perspectiva de que se repitiera una de
tantas hambrunas históricas. Concluyó, pues, que ambas curvas, la de la
población y la de las subsistencias, no podrían mantenerse indefinidamente
con crecimientos propios, y que era indispensable actuar con urgencia,
disminuyendo la tasa de natalidad por medio de la continencia sexual.
Estas cavilaciones malthusianas se constituyeron sobre un escenario
histórico donde las largas ondas de sostenido crecimiento poblacional
permitidas por la revolución neolítica, la relativa estabilidad climática y la
generosa disponibilidad de recursos, habían dado ya síntomas de
extenuación, expresada en reiteradas crisis de sobrepoblamiento o
transitorias imposibilidades de satisfacer las demandas alimentarias, ya sea
por eventuales fluctuaciones climáticas, ya por agotamientos de tierras, si
antes fáciles de enfrentar, cada vez más arreciantes según la dimensión
demográfica alcanzada y la capacidad social de respuesta. En tales crisis, el
hambre y las pestes actuaron como controles demográficos, digamos que
naturales (con algún eufemismo), pero en un siglo como el XVIII inglés, de
gran pulso tecnológico y avance médico, ya la enfermedad había perdido
gran parte de su habilidad matadora. Por ello, Malthus estimó que la guerra
desatada por la competencia iría colmando el vacío dejado por la
declinación de la peste.
La competencia, o sea la lucha por la realización dineraria de los productos,
la disputa por mercados, había cobrado, en la Inglaterra de Malthus, un
ímpetu avasallador y adquirido carácter internacional. Era la nueva fuerza
económica desatada por un capitalismo pujante que controlaba el tiempo y
barría todo obstáculo interpuesto en su camino. Para un observador, difícil
no ver en la fría competencia una fuerza social comparable a una de
carácter natural, abarcadora e inapelable.

Marx estimó que esa intromisión malthusiana de la competencia en el


pensamiento, particularmente en la teoría económica, significaba hacer de
aquélla un hecho de la naturaleza y privar al capitalismo de su sentido

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histórico inmanente. Buen crítico, demostró que el capitalismo crea su
propia ley demográfica y llamó a considerar el excedente poblacional como
un producto de las inevitables contracciones de la economía burguesa y de
su tendencia a ocupar menos trabajo vivo por unidad de inversión.
Curtido como pocos en el conocimiento de la economía inglesa, hubo de
fijarse, al releer “El Origen de las Especies”, cómo Darwin encontraba en las
“bestias” y en los vegetales a la sociedad inglesa, con la división del trabajo,
la competencia y la apertura de nuevos mercados. Pero saludó la actitud
naturalista de Darwin y quiso que el naturalista analizara su tratado crítico de
la economía política. Y pese a haber advertido el malthusianismo de Darwin
-por lo demás, explícito en su obra-, y pese al corrosivo insulto con que
afrentó al sacerdote, no se percató de cuán malthusiano fue también él
mismo al postular, con alarde de sentencia, que la lucha entre las clases
sociales es el verdadero “motor” de la historia, fundador como fue, junto a
Herbert Spencer, de la sociología evolutiva.
No porque fuera poca cosa le envió Marx a Darwin su tratado, pues
hallándose situado en el trascendentalismo de ascendiente hebreo,
consiguió ver al capitalismo en su intimidad y en sus figuras, completando
así la imagen que de éste empezaron a dibujar los fundadores de la ciencia
de la economía política (dibujar, decimos, ya que en asuntos sociales,
talmente como en cuánticos, no hay manera de evitar la huella del
conocedor, que se juega el alma, aludido como está).
Para los economistas clásicos, de crítica y empiria nada balanceados, fue
dificultad insuperable la cuestión de establecer con transparencia el origen
del excedente generado en el curso del movimiento mercantil, si tal
establecimiento respetaba y era congruente con la “ley del valor”, según la
cual las mercancías se intercambian en cuanto son portadoras de la misma
cantidad de trabajo invertido en sus producciones. Ya que, si regía esta ley,
resultaba que el capitalista y el obrero, al transaccionar salario por trabajo
(como se pensaba), intercambiaban valores de magnitud equivalente y

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entonces no se podía explicar el origen del “producto neto” que era, pese a
todo, un hecho económico registrable.
Marx fue primero en advertir que esta dificultad de la economía clásica se
debía a que sus exponentes no consiguieron discernir con claridad el
carácter del trabajo como fuente del valor de las mercancías, pues en todos
ellos tal trabajo fue concebido, en más o menos medida, como trabajo
concreto de los productores de mercancías. Así sucedió con Adam Smith,
quien confundió la cantidad de trabajo requerido para producir un bien, con
el salario pagado (ésta fue, por cierto, la esencial crítica que le hizo David
Ricardo) y el salario redujo al precio del trigo. Así también ocurrió con
Ricardo, el más avanzado representante premarxista de la teoría del valor
por el trabajo contenido, quien hizo depender la ganancia capitalista, de la
magnitud de renta de la tierra y a ésta, del grado de avance de la agricultura
del trigo, según demandara, o no, un crecimiento relativo de la mano de
obra (concepción de rendimientos decrecientes en el margen agrícola, que
Ricardo logró apoyándose en el pensamiento malthusiano y en el contexto
de la acalorada discusión habida en el parlamento inglés en torno a la “ley
de granos” que restringía las importaciones cerealeras).
Ni en Smith ni en Ricardo la concepción del valor estuvo libre de la
determinación del trabajo concreto en la producción de trigo. Y el gran éxito
de Marx consistió, precisamente, en discriminar del valor, en cuanto
categoría, cualquier expresión de trabajo concreto. Tal avance fue la piedra
de toque que le permitió explicar el origen del excedente con apego a la ley
del valor, pues el excedente -al que llamó “plusvalía”- pasó a comprenderse
como el resultado de la utilización productiva de la mercancía “fuerza de
trabajo” -cuyo valor de cambio equivale al de los bienes salario- dada la
capacidad de esta singular mercancía para crear valor, entendiéndose por
tal al trabajo puro, indiferenciado o abstracto coagulado en el ser de toda
mercancía, aquél que la hace susceptible de compra-venta. Trabajo en sí
mismo como fuente de valor, ya no el trabajo invertido en la producción de
trigo: tal la percepción que ofició de pivote en la crítica de Marx, logro por el

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cual bien hubieren hecho los economistas europeos al poner en su tumba
un epitafio que medio rezara algo como: aquí yace quien firmó el acta de
independencia del pensamiento económico con respecto a la dorada y
alimenticia determinación del trigo, con lo cual pudo darle a la economía
política el toque de generalidad que tanto necesitaba para disfrutar la
jerarquía de ciencia académica.
Podría ser llamativo apercibirse que Marx resolvió un acertijo de la economía
formulado en términos metodológicos semejantes a los que Einstein
utilizara, décadas más tarde, para solventar otra aporía, esta vez en la física.
Pues si para Marx fue programa básico explicar el origen del excedente
económico, postulando la equivalencia de las mercancías según la cantidad
de trabajo contenido; para Einstein fue tarea principal la explicación de la
constancia de la luz en el vacío, manteniendo el principio de equivalencia
entre los sistemas inerciales para la descripción de las leyes de la
naturaleza.
La misma total confianza tuvieron los dos en la inteligibilidad del mundo
externo a través del descubrimiento de las leyes que rigen el curso de los
fenómenos. La coincidencia es explicable ya por el hecho de haber sido
ambos protagonistas de atildados giros del pensamiento Occidental, o ya
porque los dos compartieron pregnantes rasgos etnográficos e intelectuales,
a saber: parecida ascendencia judío-europea (que les tuvo a merced de
aquello que Freud llamó “el secreto oculto de una estructura síquica
común”), la misma cuna alemana, idéntica pasión por el conocimiento e
igual desprecio a la ignorancia, rebeldes y perturbadores, ciudadanos del
mundo y enemigos de los formalismos (hasta se parecieron en el cuidado
que prestaban a sus respectivas cabelleras, cosa que imitarían, tiempo
después, fieles marxistas y despreocupados profesores de lejanas latitudes,
quién sabe si en la certeza de que forma parte del genio), conocedores de
los griegos clásicos, de Spinosa cómo no, de la filosofía clásica alemana y
del pensamiento de Newton, huelga decirlo.

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Tanto Marx como Einstein sabían, y vaya como tantos otros de parecido
talante, que el pensamiento Occidental -al que por cierto nunca
consideraron así, sino como el pensamiento humano- tuvo sus arreglos de
origen en la mente de los jónicos cuando éstos, desafiando el animismo y la
mitología, proclamaron la cognoscibilidad racional de la naturaleza por el
método de reducir la cambiante y multifacética complejidad de lo existente a
lo que de común, simple y repetitivo pudiera tener. Se diría con más
exactitud que señores como Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Jenófanes y
Heráclito fundaron la modelística científica bajo la convicción de que la
cognoscibilidad del mundo era posible sólo si el empeño se dirigía a captar,
abstracción mediante, la estructura más estable del ser (aquélla capaz de
salir bien librada de toda perturbación posible).
Encarnado en el atomismo de Demócrito y Leucipo -quienes proveyeron el
concepto de partes mínimas de la materia como el corolario de esa
pretensión de simplicidad-, el programa jonio-atomista habrá de resucitar
victorioso en la ciencia del Renacimiento, a la cual le transfirió toda la
riqueza y toda la pobreza de su epistemología.
Le dio la cultura helena no sólo un método de conocimiento, sino también
una manera de construir el discurso científico, según la pauta que tuvo por
cumbre a los “Elementos” que Euclides forjó en Alejandría consumiendo, de
modo perfectible, la llamada “axiomática deductiva”, donde axiomas y
postulados forman la estructura básica e inamovible del discurso y donde
éste se desarrolla introduciendo proposiciones que, mirando tal estructura,
consiguen demostraciones con observancia, en conjunto, de una
característica lógica aristotélica de carácter bivalente, de causa-efecto, de
sujeto-atributo, de ser o no ser.
Que en una época de estremecimiento y novedad sin parangón, el
pensamiento europeo se haya orientado con la guía tutelar de los griegos
clásicos, no debe llamar a género de sorpresas. Pues, ¿de qué otra manera
habría podido reaccionar tal pensamiento ante la desequilibrante situación
surgida al producirse el encuentro de las gramíneas gigantes?, ¿de qué otra

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manera habría podido darse la Europa de oscuridad el aliento y la seguridad
que precisaba para afirmarse en medio de enceguecedores destellos e
inmensos desafíos entrados por la puerta abierta a tantas culturas disímiles
y tanta extravagancia, que no fuera recurriendo a su luminoso punto de
origen que los romanos imperiales y los fanáticos católicos habían pisoteado
a través de siglos de guerras de rapiña y bárbaras cruzadas, que no fuera
pidiendo la protección del padre, tal cual sucede cuando el hijo se sabe
abandonado en medio desconocido y peligroso?
Fue renacimiento jonio-atomista, en efecto, lo que condujo la síntesis de
Newton cuando éste ideó, durante el inolvidable año de la peste, el primer
estudio científico de la gravitación; de ese fenómeno aún insuficientemente
conocido y cuyo cabal entendimiento constituye, hoy por hoy, uno de los
grandes retos del intelecto humano. Estudio que le llevó a la invención del
cálculo y en el que fueron a confluir, por una parte, los profundos
conocimientos chinos sobre el magnetismo que, difundidos por Pedro de
Maricourt, alimentarían los intereses del médico William Gilbert (el
descubridor de que la Tierra es un gigantesco imán, gracias al interés que le
suscitó la dificultad planteada cuando Cristóbal Colón advirtiera, en su viaje
caribano, que la brújula de a bordo había dejado de marcar exactamente el
norte), cuyo impactante tratado sobre los cuerpos magnéticos se puede
sospechar, con licitud, que inclinara la mente del genio de Lincolnshire con
más poder persuasivo que la manzana, si ha de tenerse presente que es en
el magnetismo donde la noción de fuerza actuante a distancia posee
cristalina evidencia. Por otra parte, y como se conoce de sobra, la otra
vertiente fue la astronomía de Kepler y el estudio galileano de caída libre, en
los cuales hubo matemática griega, crítica a la física de Aristóteles y la
consagración de Aristarco y Eratóstenes, a los que sólo un acontecimiento
como la circunnavegación del orbe podía haberlos librado de las sombras y
de la ingratitud. Los “Principia” de Newton se construyeron con fiel apego a
la axiomática deductiva, también la “Ética” de Spinosa, y las geometrías

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modernas surgieron de ponerse en cuestión el célebre quinto postulado de
los “Elementos”.
Fue, también, linterna jonio-atomista la que en el siglo XIX dio alguna luz a
la ineludible implantación del evolucionismo en las ciencias; pero añadamos
que en la biología de Darwin, la sociología de Spencer y Marx, la
termodinámica de Clausius-Boltzman -paradigmas donde se incrustó la
americana flecha del tiempo-, hubo también esa mirada de colectivos, esa
manera estadística de considerar el comportamiento de los fenómenos (ya
evidente antes, en la teoría cinética de los gases), la cual posee, ni qué
decirlo, una inconfundible huella del espíritu globalizador del taoísmo, por
igual detectable en la imagen ondulatoria de la luz elaborada por Huygens.
Nexos laberínticos que sería decoroso revelar.
Junto a esa orientación de tan feliz oriundez, fueron pan del día en la trama
del desarrollo de la ciencia moderna los intercambios de conceptos entre las
disciplinas, réplica de altura del denso tráfico mercantil. Particularmente la
mecánica y la economía clásicas formáronse bien de cerca, y aquélla se fue
volviendo un modelo del pensar metódico y una fuente aprovisionadora de
conceptos. La idea de orden económico regido por leyes independientes de
la voluntad de los hombres, que los fisiócratas acuñaron para representarse
el movimiento de las mercancías, siguió su curso natural en la obra de A.
Smith, cuyo interés por el hallazgo de fuerzas conservadoras en la
economía -como aquélla del provecho individual- le condujo a enunciar el
concepto de “precio natural”, el precio de equilibrio entre la oferta y la
demanda, en torno al cual gravitan, decía, los precios de todas las
mercancías.
Modelo del pensar renacentista y obligada referencia hasta el fin del siglo
XIX, de la mecánica digamos, también, que fue la tierra de desembarco de
los fantasmas helenos. Tómese por muestra el principio de mínima acción, o
de Hamilton, la formulación más general de la ley del movimiento de los
sistemas mecánicos, donde el estado del sistema se determina como
función de las coordenadas generalizadas de espacio y tiempo y del

81
conjunto de las velocidades de las partículas. Que es cosa cercana al decir
democritiano que la materia consta de átomos que se mueven en el espacio
vacío.
Constatando su virtuosa heredad, a los occidentales atrae como a nadie, en
procura de su plena afirmación histórica, reseguir los brumosos pasos de
gigantes dados por los griegos en las orillas del Mar Mediterráneo. Saben
bien, por boca de Proclo -comentador de Euclides y jefe de la escuela
neoplatónica ateniense-, que Tales de Mileto llevó de Egipto el saber
geométrico, donde también anduvo Pitágoras, dicen que por la Heliópolis
aprendiendo el secreto de los misterios, gracias al financiamiento que le
habría otorgado Polícrates.
Asimismo han conseguido averiguar que el origen de otros saberes tenidos
largamente como propios, lleva derecho a las tierras del Creciente Fértil, y
aún más hacia el este, o sea a los lares donde nació la agricultura de
gramíneas, la verdadera progenitora de su historia inmortal.
Nos hemos preguntado los autores de este escrito si esa descollante noción
de partículas sin estructura de los atomistas griegos, la que irradió en la
mecánica bajo el aspecto idealizado de puntos matemáticos y que hizo, en
fin de cuentas, química de la alquimia, valores de las mercancías y
electrones de los átomos, no habrá tenido también un origen lejano fuera de
Jonia, en esos mismos valles fructuosos del Medio Oriente donde la
presuntuosa religión hebrea situó la gesta Divina del nacimiento humano.

Y tal parece que a este provocador interrogante estamos llevados a darle


respuesta afirmativa, que no pone méritos a las peludas cabezas de los
antiguos semitas, como algunos podrían suponer, sino a las rapadas testas
de los sumerios, gentes llegadas del Turquestán. Pues, según prolija
indagación de Max Jammer, uno de los primeros sistemas abstractos
germinó en Irak al inventar los antiguos sumerios la contabilidad por granos.
Y es que Jammer anota, tomando precaución arqueológica, que la vieja
unidad sumeria de superficie y de peso fue el “se” o grano. O sea que la

82
extensión de los terrenos se medía según la cantidad de semillas necesaria
para la siembra y el peso de las cosas se calculaba según la cantidad de
granos puestos en balanza. Hechos en los que se ven los granos
transmutarse en concepto concreto, práctico, de partículas sin estructura, en
objetos de interés y referencia no por el alimento que guardan sino por el
número que representan. Brote de la ciencia abstractiva que los sumerios
proseguirían ampliando hasta dar a luz la idea de “ley”, fulgurante como
pocas en el panorama intelectual del Medio Oriente.
Basándonos en esa anotación jammeriana, permitan, lectores, que nos
arriesguemos a postular que si las partículas sin estructura son concepto de
origen en la agricultura del trigo y la cebada, más exactamente trigo que no
se come, luego entonces los conceptos de espacio y tiempo, utilizados junto
a aquél a lo largo de las edades de la ciencia Occidental, deben ser punto a
punto, y entre tantas habladurías y misterios, conceptos cuya difusa
simiente se habrá constituido en las mismas condiciones y por parecidas
exigencias de la germinal sistematización de las abstracciones.
Llevados de esta mano semántica quizás hallemos, entre recovecos del
preconsciente Occidental, que el espacio y el tiempo de las partículas sin
estructura son el equivalente abstracto del terreno de cultivo y del clima de
la agricultura graminífera, que la fuerza originadora de la dinámica de
pequeñas velocidades es la imagen virtual del tiro del arado por el buey, y
que el “observador” en la mecánica clásica, aquel sujeto que ha tomado
ajuiciada distancia del mundo que describe, es sublime encarnación del
viejo agricultor que a veces mira el terreno; y otras, obliga al buey a trabajar
por él.
Lo que nos llevaría a enunciar, en calidad de corolario, que la mecánica
clásica -el más completo paradigma del pensamiento Occidental- es, en el
fondo, una metaforización canónica del cultivar del Mundo Antiguo.
Decir con el cual termina este libre y saltarín levantamiento del viaje de las
gramíneas gigantes, desde sus cunas boscosas hasta sus fugas
neuronales, no sin antes dejar bien advertido que hipótesis tan atrevida

83
sobre el tiempo y el espacio amerita la demostración consiguiente, no vaya a
ser que recibamos tachadura por livianos o juicio por silenciar asunto tan
grave.

84
NUEVO DIÁLOGO SOBRE
LOS DOS MÁXIMOS
SISTEMAS DEL MUNDO

“... cuando quiso escribir la tesis atroz de que no hay dos instantes iguales,
su pluma se detuvo”.
Jorge Luis Borges

85
Incontables y diversas acciones culturales irradiaron a través de los cinco
continentes pocos años después de la última visita del Halley y de la
explosión de la estrella Sanduleak en la Gran Nube de Magallanes.
Ambos hechos siderales fueron registrados con éxito no habido, y esta
circunstancia pudo haber sido una suerte de preludio a la sinfonía
ecuménica que debió acompasar la memoria del quingentésimo aniversario
del encuentro trasatlántico de las gramíneas gigantes, el acontecimiento que
abrió la perspectiva donde habría de implantarse dicho triunfo sonado.
Tales acciones, sin embargo, no fueron ni la “cola cultural” que dejó el
cometa, ni la “nebulosa secuela cultural” del reventazón de la supernova. Ni
tan siquiera consiguieron acoplarse en contrapunteo cadente, no se diga en
sinfonía mayor.
Si algo en limpio legó para el futuro el acaecer del quinto centenario del
“descubrimiento” -motivo ardiente de esas acciones transcontinentales- fue
la amarga constatación de la imposibilidad actual de comunicación entre las
civilizaciones, evidencia de que aún estamos a distancia de alcanzar una
mentalidad planetaria.
Ruidoso conjunto de soledades, inquinas y cristianas actitudes, dispuestas
como en equilibrio termodinámico: tal una imagen sintética del mayor
onomástico cultural de los tiempos, tanto así que ni fue posible hallar una
denominación unívoca para el mismo suceso, peor aún conmemorarlo con
igual sentimiento: si festiva o si luctuosamente.
Nos lleva el dolor que causa este fracaso del alma humana en plena era
nuclear a la aventura de introducir un gradiente de energía en ese estado de
desorden cultural, con la esperanza de que pudiera alejarnos de él lo
suficiente como para que germinase la semilla de la comunicación entre las
civilizaciones terrestres.
Para ir al grano, cual ha sido nuestro afán a fin de cuentas, será menester la
generosa tolerancia del lector que nos permitirá hacerlo esta vez a la
manera coloquial, fantaseando con un diálogo entre cinco personajes

86
imaginarios que discurren sobre temas reales para crear una situación
compleja.
Cuatro de los cinco personajes son: el asiático Tao, el europeo Pan, la
norandina Zara y la arábiga Dulce; cada uno de los cuales es un
graminhomo bien conformado así: Tao, del arroz asiático; Pan, del trigo
llevado a Europa; Zara, del maíz de América; y Dulce, de la caña de
Oceanía alborada del árabe.
Graminhomos que se han reunido, a cuenta del azar, en la casa del
latinoamericano Martín, situada en Quito, ciudad encaramada en el pie de
monte de un volcán activo gracias a la vibrante decisión de sus fundadores,
ciudad donde el calor equinoccial del mediodía cede en pocas horas al
nocturno frío paramal, atemperado por la orquesta sinfónica de instrumentos
andinos. Ciudad importante del país donde florecen unas 3.000 especies de
orquídea, vuela más de una centena de especies de picaflor y salta más de
una decena de especies de rana marsupial. País donde habitan el capibara
y el ciervo enano, el pájaro toro, la golondrina cóndor y el pinzón que
trabaja, la tortuga matamata, el lagarto narigudo y la boa esmeralda. País de
riquezas inigualables y de grandes pobrezas, donde aparece El Niño,
evolucionó el maíz y donde Darwin se encontró con la viviente evolución de
las especies.

En la pared lateral de la habitación donde se realiza el diálogo, cuelga una


estampa del inquietante dibujo “Relatividad” debido al trazo experto de
Maurist Escher, y el ventanal de enfrente deja ver un reconfortante arupo,
cuyas flores rosadas se agitan levemente.
Cautiva la imaginación de quien mire, una fotografía de la pintura “Vía
Láctea” que ocupa, por su parte, el centro de la pared principal. Su autor,
Jon Lomberg, se ha situado sobre el plano galáctico, como un viajero del
tiempo, con la pedagógica intención de acercarnos al refulgente espectáculo
que se desplegaría ante los ojos si fuera posible contemplar al núcleo, ese
misterioso objeto que podría ser un supercúmulo estelar, un agujero negro o

87
el ojo calmo del ciclón galáctico, en torno al cual gravitan con traslación
diferencial miríadas de estrellas azules, amarillas, rojas, blancas y negras;
supergigantes como Antares, gigantes como Aldebarán, pequeñas como el
Sol y enanas como el astro de Van Maanen. Observando desde la Tierra, el
núcleo se halla en la línea de la constelación de Sagitario, mas no es posible
divisarlo en el espectro de la luz visible, que es absorbida por las nubes de
polvo y gas interestelares, verdaderas fábricas de moléculas orgánicas
enriquecidas de deuterio, según han revelado últimos sondeos, que así
acreditan la viabilidad de un origen extraterrestre de la vida, en demérito de
la hipótesis experimental de Miller-Urey.
Sabiendo que nos encontramos a unos 26 mil años luz de distancia del
núcleo, en un suburbio de la galaxia relativamente despoblado de estrellas,
en un yermo paraje del espacio, es casi inevitable que un helado pesimismo
circule por las venas. Todavía ningún humano ha conseguido viajar ni al
planeta más cercano y ya pende sobre nosotros la amenaza de una
catástrofe ecológica. No hay nadie en años luz a la redonda que pudiera
escuchar nuestros lamentos y mucho menos, claro está, ponernos a salvo
del reptil enquistado en el mando de las sociedades tecnológicas de donde
ha partido la amenaza. En los umbrales del tercer milenio, como nunca
antes, cuentan los días de una carrera contrarreloj por la supervivencia o por
la extinción. Nunca como hoy el destino de la vida en la Tierra ha pasado a
depender de las acciones que adoptemos los humanos en estos instantes
decisivos.

Como para sosegar ánimos que de este tipo suscita la contemplación del
cuadro de Lomberg, el anfitrión obsequia al oído de los presentes los
acuosos sonidos de “La catedral sumergida”. Es el momento en que ingresa
Tao, quien da inicio a la conversación.

88
PRIMERA JORNADA:
DE LA NECESIDAD Y EL ARTE DE COMUNICACIÓN
ENTRE LAS CIVILIZACIONES

TAO: Un mundo de vida sin fin para todos vosotros.


PAN: Gracias por tan buen deseo. A ti no hay por qué desear lo mismo, te
mantienes joven. Cualquiera diría que eres un gran consumidor de vitamina
C.
TAO: No, no. La alquimia ortomolecular de Linnus Pauling me es
francamente indiferente... Yo consumo el elíxir de oro. Pero díganme, ¿aún
no ha llegado Zara?
DULCE: No todavía. Pero no hay que preocuparse, ella vendrá, la
conozco bien: unas veces llega antes de la hora convenida y otras, después.
La impuntualidad es su norma.
(Tao y Pan ríen sin disimulo).
MARTÍN: Es un viejo proceder andino, lo mismo que aquél de celebrar
los aniversarios en sus vísperas, algo así como haber nacido el día
anterior... Pero ustedes que a tan buena honra de puntuales se tienen,
¿leyeron ya mi pequeño escrito?
DULCE: ¿El viaje de las gramíneas gigantes?
MARTÍN: Sí.
PAN: ¡Huf! Es un panfleto anti-Occidental y un verdadero pandemonium: a
más de provocador, es fantasioso.
DULCE: A mí no me indispuso. Es novedoso.
TAO: Y algo pegajoso.
MARTÍN: Muy lejos está de mí, ser un anti-Occidental. Decir duras
verdades siempre es causa de pasajero disturbio y de perdurable amistad.
PAN: No si hay imprecisiones que maltratan.
MARTÍN: ¿Podrías decir cuáles son ellas?

89
PAN: Sería cosa de nunca acabar... Oh, pero no tienes que alarmarte, es
una pequeña broma... ¿Qué te parece si empezamos por la parte
relacionada con la teoría de la evolución?
MARTÍN: Tienes la palabra.
PAN: Me extrañó tu afán de interpretar al contacto de Europa con América
como el hecho decisivo para el descubrimiento de la teoría de la evolución.
En tu pretensión por restar todo mérito posible a las conquistas intelectuales
de nuestra civilización, llegas a omitir, no sé si deliberadamente, que la idea
de evolución biológica es de vieja ascendencia griega. Has de saber que fue
Empédocles, hace como 2.500 años, uno de los primeros hombres en
formular claramente el concepto de cambio biológico. Incluso él llegó a intuir
que la selección natural es el mecanismo que hace posible tal cambio.
MARTÍN: Debe suponerse que tan gran intuición la consiguió antes de
lanzarse al cráter del Etna...
PAN: Mmm, tu sarcasmo me convence de que la omisión no fue por
ignorancia. Entonces, dime: ¿por qué ese ocultamiento de la verdad? ¿Por
qué tan obsesivo interés en destacar la contribución pionera de tu idílico
mundo americano, si no está respaldada en historia cierta? ¿Por qué crear
diferencias donde no las hay y otorgar falsos merecimientos?
TAO: Es pertinente que ustedes sepan, amigos, que también en el Lejano
Oriente se esbozaron ideas evolucionistas muchísimo tiempo atrás. De ello
tenemos noticia gracias al libro de Chuang Tzu, escrito hace unos 2.300
años.
MARTÍN: ¿Podrías informarnos en qué consistieron?
TAO: Sencillo. En esa época ya consideraban los antiguos chinos que los
animales existentes son el resultado de transformaciones de unos en otros.
MARTÍN: Mi referencia al legendario suicidio de Empédocles no fue una
ironía, Sr. Pan. A propósito de ello iba a decir que en una zona de
turbulencia geológica, como es la Isla de Sicilia, no es extraño que
aparecieran ideas evolucionistas; tanto como no es raro que surgieran en
territorio de monzones como es la China. Iba a añadir, además, que en

90
Europa continental reinaron durante largo tiempo las concepciones
creacionistas, me parece que hasta los años de Leibniz, como si aquellas
ideas de Empédocles hubieran sido tragadas por la Tierra junto con él. No
tuve ninguna intención de ocultar la existencia de esos “islotes” de
evolucionismo en el pensamiento Occidental; por eso escribí que los
occidentales han sido “culturalmente creacionistas” o, si se prefiere,
estadísticamente creacionistas, a diferencia de los indios americanos
quienes han venido trabajando sistemáticamente con los mutantes
biológicos, en calidad de auténticos agentes de la evolución, desde hace por
lo menos 8.000 años. Ustedes comprenderán que mi escrito no es un
tratado sobre el pensamiento evolucionista y éste se examina en medida de
lo necesario para cumplir el propósito señalado en un comienzo.
TAO: ¿Consideras que lo acabado de mencionar respecto al pensamiento
evolucionista en el mundo Occidental es igualmente válido en el mundo
Oriental?
MARTÍN: Un hecho decisivo en la historia de la sociedad agrícola china
fue la construcción de su gran sistema hidráulico, que expandió las fronteras
de la orizocultura acuática y, hasta cierto punto, “domesticó” la irrigación
natural de los suelos y moderó el efecto de las irregularidades climáticas. Me
parece que con este logro fundamental, los chinos realizaron su sueño
dorado de controlar el tiempo, cosa que los taoístas, desde mucho antes, se
habían propuesto en calidad de meta para los sabios. Como se sabe, ellos
querían alcanzar la inmortalidad material para disfrutar de la eterna
contemplación de la naturaleza. Ahora bien, cabe preguntarse si puede
haber algo más alejado de la evolución que la inmortalidad material.
Ello me sirve para contestar sintéticamente tu inquietud, Tao, y decirte
que por causas distintas tanto en Europa como en la China fracasó el débil
pensamiento evolucionista. Es Empédocles devorado por el Etna. Y es
Chuang Tzu encarrilado en el Gran Canal, si la ficción me es permitida.
DULCE: Veo razonable suponer que los éxitos de la ingeniería
hidráulica pudieron haber representado para los chinos el triunfo de la

91
vehemente aspiración taoísta a la permanencia. Y según tu opinión, ¿por
qué naufragó el evolucionismo en el mundo Occidental?
MARTÍN: Hay que recordar que la civilización Occidental del norte del
Mediterráneo, donde surgió la sistematización científica, fue comerciante, y
por ello navegante, antes que agrícola. A los occidentales no les fue
indispensable arreglárselas con las fluctuaciones climáticas; ellos
importaban gran parte de los alimentos que consumían y esta tendencia la
mantuvieron hasta la formación de los enclaves agrícolas en sus colonias y
neocolonias. Tan marcada fue esta decisión de eludir a la “turbulencia” que
sólo en este siglo han empezado los occidentales a interesarse por ella, no
sin honda preocupación y desconcierto.
PAN: Tengo algo que añadir. Según se conoce los indios no formularon una
teoría de la evolución, ¿verdad, Martín?
MARTÍN: Es verdad, en cierto sentido. Los indios no “formularon” una
teoría de la evolución, como dices, en el sentido de la construcción del saber
científico que tú conoces. Pero esto no implica que ellos carecieran de
conocimientos en torno a la evolución, de una idea organizada de la
evolución biológica. Una “teoría” no adquiere existencia en el momento en
que se comunica, sino en el momento en que ha sido mentalmente
concebida. Y no me digas que necesitas pruebas del pensamiento
evolucionista indio...
PAN: Lo entiendo. Y espero hacerme entender.
Estarás de acuerdo conmigo en admitir que tanto como en América,
en el Antiguo Mundo los agricultores y ganaderos han venido efectuando, a
partir de la revolución neolítica, o incluso desde antes, un proceso
sistemático de mejoramiento de las especies biológicas, una presión
evolutiva, sin que tampoco se molestaran en elaborar un protocolo científico
de su práctica espontánea.
¿Qué te parecen, a manera de ejemplo, la coliflor, la col de bruselas,
el brécol, la rutabaga y la col común, todos exquisitos logros de la

92
espontánea selección artificial realizada, a lo largo de los siglos, por
nuestros agricultores a partir de la insignificante col silvestre?
Aquí y allá, por doquier, en toda cultura agrícola hubo y hay
fitomejoramiento. No veo, en esto, ninguna posición aventajada de la
agricultura americana.
MARTÍN: Aunque no estuviera de acuerdo contigo, el carácter
generalizado del fitomejoramiento es indiscutible. Pero tanto como ello,
habrás de reconocer la diferencia básica entre el fitomejoramiento
desarrollado con la agricultura del trigo y el arroz y el fitomejoramiento de la
agricultura del maíz. Ya por el solo hecho tan llamativo de que el maíz sea
una gramínea cultural, sin solución de continuidad silvestre. Ya por el hecho
de que el fitomejoramiento no fue, en el Antiguo Mundo, drástica decisión
entre vida o muerte, como en la agricultura del maíz. El trigo y el arroz son
gramíneas de autopolinización, están diseñadas para resistir la
consanguinidad, para autoperpetuarse con la menor variabilidad posible. El
maíz es, en contraste, el prototipo de vegetal que se reproduce por
cruzamiento y ello implica la necesidad vital y perseverante de proteger y
usar todo obsequio de la creatividad genética. Para los agricultores
occidentales y orientales no fue indispensable, como lo fue para los
americanos, acondicionarse al ritmo de la evolución biológica y en zonas
donde este ritmo casi no permite tregua ni descanso. Teniendo en cuenta
estos factores, ya pueden ustedes contestar dónde habrá sido la conciencia
de la evolución, conciencia de necesidad; y dónde, conciencia de
oportunidad.
PAN: Con todo y la precisión que haces, más parecida a sutileza, ¿por qué
no considerar que debió ser esa “conciencia de oportunidad” de nuestros
fitomejoradores la fuente de donde partió la actual teoría de la evolución y
no el contacto con América?
MARTÍN: Me desconcierta tu pregunta. En mi escrito he mostrado cómo
el modelo darwinista de evolución es tributario de la agricultura inglesa del
trigo. Pero el otro manantial lleva a América, a la información de su flora y

93
fauna tropicales que sació el voraz apetito explorador de los naturalistas
europeos. Este es un acontecimiento histórico indiscutible, como
indiscutibles son todos los acontecimientos...
PAN: Subsiste un pequeño problema. En tu escrito y por lo que has dicho
hasta ahora, dejas entrever que para ti la evolución biológica depende de las
irregularidades climáticas, es un efecto de la “turbulencia”. Al parecer te
resistes a dar crédito a la competencia en calidad de mecanismo de la
selección natural...
MARTÍN: (Con visible molestia): ¿Hasta cuándo los occidentales van a
seguir utilizando términos propios de la descripción del mundo mecánico
para analizar el mundo biológico? ¿No son bastantes las diferencias en sus
naturalezas y sus comportamientos como para mantenerse en la mala
costumbre de hablar de “mecanismo” de la evolución?
PAN: ¡Hostia!
MARTÍN: Te ofrezco mis disculpas por el tono recriminatorio.
Refiriéndome al problema que mencionaste, reconozco que causé la
impresión que señalas. Discrepamos en cuanto a darle o no valor de
realidad a la competencia como fuente de la evolución. Me parece que la
competencia es un concepto cargado de economía de mercado.
PAN: Para usar la misma referencia empleada por ti, te hablaré de unos
pinzones, sólo que esta vez de los pinzones de España. Si se estudia su
proceso evolutivo es inevitable usar el concepto de competencia...
DULCE: No se enfrasquen en una polémica inútil. La salida está a la
vista. Basta con admitir que tanto en el régimen climático que Martín ha
llamado “laminar”, estable, como en el régimen “turbulento”, fluctuante, se
produce evolución de los fenotipos. Si esto no fuese así, si únicamente las
especies biológicas evolucionasen como resultado de las irregularidades
climáticas, entonces llegaríamos a la conclusión de que en las zonas
climáticamente continuas las especies no cambian. “Y sin embargo se
mueven”... Los hechos obligan a aceptar que en estas zonas las especies
evolucionan dominantemente por competencia, y es natural que así ocurra

94
puesto que allí las poblaciones tienden a reproducirse plácidamente, sin el
freno que representa el cambio ambiental reiterado, hasta llegar a saturar
las disponibilidades alimenticias o de albergue. Llegado este punto, solo una
lucha podría descongestionar el “nicho” saturado. La evolución social
europea, con su señalada inclinación a la formación e imposición de los
imperios -las naciones mejor dotadas económica y militarmente-, me parece
que en el fondo refleja esa orientación del cambio biológico de base.
MARTÍN: ¿No estarás encontrando una razón natural del imperialismo?
DULCE: No, no lo justifico, nosotros lo hemos sufrido en carne propia
tanto como ustedes. Simplemente anoto que en ese fenómeno social hay
algo más que simple economía y la conciencia de tal complejidad puede
servir para que los propios occidentales se reconozcan y se superen.
Permíteme, ahora, concluir lo que estuve diciendo.
MARTÍN: No te detengas.
DULCE: En el caso del régimen climático inestable, en contraste con el
anterior, la evolución debe producirse tal cual Martín ha escrito: por efecto
de la turbulencia, o mejor por fluctuación, y no quiero al respecto insistir
como si estuviera “lloviendo sobre mojado”.
Si consideramos los dos regímenes climáticos, podemos aspirar a un
modelo unitario, global, de la evolución biológica por selección natural.
Es lo que tenía por decir.
TAO: ¡Muy bien, querida Dulce! Es admirable cómo se combina en ti el
dulce sensualismo con el álgebra insípida.
DULCE: No olvides que el cerebro vive del azúcar.
TAO: Ahora me doy cuenta de que la teoría de evolución biológica
enunciada por Motoo Kimura es perfectamente compatible con la
generalización que acabas de proponer.
MARTÍN: ¿Quién es Motoo Kimura?.. Su nombre es familiarmente
automotriz...
TAO: Bueno... Motoo Kimura es un destacado exponente de la escuela
biológica japonesa, de tan significativo ascendiente que hizo historia el siglo

95
pasado por sus notables éxitos en la selección de especies de arroz. Kimura
se dedica a crear especies de orquídea y es el autor de la teoría neutralista
de la evolución.
MARTÍN: No estaría por demás ilustrarnos sobre esta teoría.
TAO: Kimura es quien ha “cuantizado”, en cierto sentido, a la biología
moderna. Él considera que el modelo neodarwinista exuda el determinismo
newtoniano por sus grietas; o sea, es la extrapolación del enfoque
mecanicista a la biología, tal cual Martín se encargó de observarlo hace
unos momentos. Piensen que para ese modelo, son las mutaciones
competitivas o positivas las que la naturaleza selecciona con el carácter de
necesidad. Pero la genética actual muestra que las mutaciones obedecen a
leyes probabilísticas... me vienen a la memoria los famosos genes
saltarines. No son, pues, ni positivas ni negativas, son neutras, y se
seleccionan aleatoriamente según los cambios ambientales que se
producen. Kimura cita como ejemplo la evolución reciente experimentada
por las polillas de Mánchester. Hasta el siglo pasado el color normal de
estos insectos era el verde de los líquenes, gracias al cual podían ocultarse
de sus depredadores. Actualmente, sin embargo, las polillas de Mánchester
tienen una pigmentación oscura. ¿Será, acaso, que estos mutantes son
predestinados samurais que ganaron una batalla por la supervivencia? En
modo alguno. Simplemente ocurrió que estos mutantes oscuros y sin
nobleza que se conozca, resultaron favorecidos por el nuevo ambiente
industrial manchesteriano.
Me parece que estas ideas de Kimura cabe incluir en ese
evolucionismo por fluctuación del que hablaba Dulce.
MARTÍN: Te confieso, Tao, que al elaborar mi escrito desconocía por
completo la teoría de Kimura. Parece que es el Chuang Tzu del siglo XX.
TAO: Es posible. Me gustaría, Martín, que en este punto escuchásemos a
Kítaro.
MARTÍN: Por supuesto que sí.

96
PAN: Francamente no encuentro que lo señalado por Dulce y Tao
represente inconsistencia alguna en el modelo neodarwinista. Quizás en
éste se debería ser más explícito y situar los trastornos climáticos en
importancia equivalente a la presión malthusiana, como fuente exógena del
cambio evolutivo. Por lo demás, el modelo se mantiene intacto.
MARTÍN: Un pequeñísimo detalle que convierte al neodarwinismo en un
modelo de validez general...
PAN: Tengo la fuerte impresión de que las cosas vistas por Martín para
destacar la “contribución americana” están aquejadas del mismo defecto de
literaturización que padecieron tantos otros escritos sobre la América. Ya es
hora, Martín, de dejar a un lado el catalejo.
MARTÍN: ¿Qué te causa esa fuerte impresión?
PAN: Tu descripción del encuentro de las gramíneas, de las gramíneas...
MARTÍN: De las gramíneas gigantes.
PAN: Ese es un relato inspirado en el “Diario de navegación” de Cristóbal
Colón, ¿verdad?
MARTÍN: En parte es así.
PAN: Sin embargo, no le citas.
MARTÍN: Con citas las casas ganan fama y los hombres se vuelven
académicos... No me interesan la fama ni la academia.
PAN: Suena agradable.
MARTÍN: No tengo la intención de silenciar las fuentes de las cuales
alimento mi escrito. Les aseguro que toda la información utilizada en mi
texto ha sido tomada de distintos autores. No soy autor de nada que no
sean la organización y el análisis de tal información. He previsto entregarles
la bibliografía empleada. No la cito a cada paso, para evitarle al lector la
molestia de interrumpir su lectura con cada apostilla; así espero ayudarle a
obtener la fácil comprensión que se desprende de la libre fluidez.
PAN: Queda registrado el descargo.

97
Les mencioné el “Diario” colombino para hacer notar lo significativo de
hallarse a estas alturas del tiempo con un latinoamericano que se inspira y
cree en los afiebrados relatos del Descubridor.
No sé si Martín conoce que estos relatos fueron un glosamiento
parejo de “El libro de las maravillas” de Marco Polo. Gracias a esta
constatación se puede aseverar que el objetivo del gran viaje de Colón fue
llegar por el Atlántico a las tierras que había visitado el veneciano más de
200 años atrás. Colón estuvo convencido de haber arribado, por la vía
opuesta, a los fabulosos reinos de Cipango y Catay.
MARTÍN: No sabía de la influencia de Polo en Colón.
PAN: Lo importante a decir es que el relato de Polo estuvo afectado de
fantasiosidad, de esa calentura literaria, sabrosa y todo, pero llena de
inventiva, que circuló profusamente en el Mediterráneo de aquellos tiempos,
ésa que nutrió la novela de caballería y que acaso tuvo su origen en la
mitología griega.
DULCE: O en las “Mil y una noches”.
PAN: O tal vez en los escritos bíblicos; y si pensamos así ya no resulta
gratuito que la América retratada por Colón sea un mundo paradisíaco...
Colón vio a la América con los ojos de Polo y, aunado a ello, a través de su
propia fantasmagoría que no era precisamente de las ralas. Esta distorsión
de doble fuente está en la raíz de la leyenda del “buen salvaje”, que con
distintas formas ha penetrado en la literatura latinoamericana y que, por lo
visto, sigue haciendo de las suyas, como en ese convite a trasoñar que
Martín ha escrito.
TAO: Me da risas la crítica de Pan, hecha como si su invención no les
hubiera tocado. No olvides, Pan, que los europeos no sólo se limitaron a ser
autores pasivos de ese mito del “buen salvaje”, sino que también lo
disfrutaron y lo incorporaron como suprema aspiración, nada más ni nada
menos que en la cúspide del pensamiento social del Renacimiento, desde la
utopía hasta el socialismo, pasando desde luego por el liberalismo. Pan,

98
Dulce y Martín tienen que ver con el asunto y sería saludable que se
pusieran de acuerdo para darle a ese mito el lugar que se merece.
DULCE: ¿Y si Polo no visitaba la China y si Colón no se encontraba con
los araucos? Me parece, Tao, que ese mito tiene olor a humano universal.
MARTÍN: Debo recordarles que al referirme al encuentro de las
gramíneas gigantes utilicé cierta información del “Diario” colombino, la que
me pareció descriptiva, y me lamenté de la falta de información existente
respecto a cómo vieron, por su parte, los araucos a los recién llegados
europeos. La historia escrita del “descubrimiento” es la historia del
descubrimiento de los europeos a los americanos, pero no, en lo absoluto, la
historia del descubrimiento de los americanos a los europeos. Ambos
descubrimientos sucedieron, en efecto, a menos que se quiera seguir
considerando a los caribes con la misma estimación que les profesara Ginés
de Sepúlveda. Por dicho motivo, tal “historia” es escandalosamente
unilateral y no sólo está contaminada de ese bondadoso prejuicio que Pan
ha traído a colación; sino que también es una historia del “mal salvaje”, de
ese salvaje de un ojo y hocico de perro, antropófago y vampiro, visión que
les brindó a algunos de los “conquistadores” europeos un asidero deleznable
donde “justificar” la rapiña y el asesinato.
PAN: No es una historia que naciera ex profeso con el “descubrimiento” de
América. Ya en la “Historia natural” de Plinio el Viejo aparecen relatos de
monstruos humanoides. Y cuando Colón vivía, tal anecdotario se había
enriquecido con las “amazonas”, mujeres guerreras que se cortaban el seno
para usar con mayor libertad arcos y flechas; con los “blemios”, cuyas
cabezas brotaban de sus pechos; con los “panotios”, seres provistos de
orejas tan grandes que les servían para cobijarse y volar; con los
“cinocéfalos”, de cabeza de perro; o con los “escíopodos”, de una sola
pierna y de pie tan descomunal que lo usaban como sombrilla para
protegerse del Sol... y la lista puede seguir.
TAO: ¿Mutantes de fábula?

99
MARTÍN: Ambas miradas, la del buen y la del mal salvaje están
presentes en el “Diario de navegación” y la suya es, ciertamente, una mirada
paradigmática de muchos occidentales, prepotentes y autovalorados como
la raza elegida por la Divinidad; privados del mérito de reconocer en el otro,
en el distinto, a un ser humano como ellos; privados de comunicación con el
otro en pie de igualdad, como exige toda comunicación verdadera; privados,
por ello mismo, de haber visto que la civilización americana, con la cual se
pusieron en contacto, era intelectualmente tan valiosa y desarrollada como
la europea. Les pregunto, ahora, si será posible superar este viejo
desquiciamiento. Si será posible construir una sola historia de los hechos
sucedidos y si para ello no será indispensable, junto a un obligado
sicoanálisis de las civilizaciones, elegir el camino de la comunicación
científica.
PAN: ¿Y no tomas en cuenta, ingenuo, que este camino que avizoras es
precisamente una conquista y una herencia brindada al mundo por la
civilización a la que con vana iracundia vienes repudiando? ¿Es que no ves
que tu propio discurso de científico aficionado muestra a las claras el poder
persuasivo que Occidente ejerce sobre ti? ¿Es que no te has molestado en
sicoanalizarte a ti mismo, antes de pedirle al mundo que se sicoanalice, para
que descubras al Occidental que yace en ti, al Occidental a quien quieres
arrancar los ojos y matar? ¿No adviertes, Martín, que tu punzante acoso es
arma que, cual bumerán, va de regreso a tu propio corazón?

(En este momento ingresa Zara).


PAN: Tu presencia, Zara, nos trae el frescor andino del que tanto estamos
precisando. Eres un capullo del retamal.
TAO: Es hermosa tu vestimenta. Sus colores fuertes y contrastantes me
recuerdan la cromática de Mongolia.
ZARA: (Ruborizándose tenuemente): Según las caras que veo,
duramente han estado hablando...
(Pan resume su última intervención y exhorta la de Zara).

100
ZARA: Cierto es que los mestizos de nuestra tierra tienen ese
problema. Pero no te preocupes, Pan, que no es un problema permanente.
Con la facilidad con que hoy hacen denuestos a los europeos y valoran lo
indígena, antes hicieron lo contrario. Su comportamiento es el del crótalo
hembra, que casi siempre se aparea con el ganador de los duelos que
acostumbran librar los machos.
MARTÍN: Eres injusta, Zara, cuando valoras con igual rasero a todos los
mestizos. ¿Olvidas que fueron mestizos quienes liberaron a los indios de la
dominación española?
ZARA: No, no lo hemos olvidado, como no hemos olvidado que en esa
independencia del poder español también corrió sangre de los indios; la
independencia fue la culminación de varios siglos de resistencia indígena.
Pero, ¿para qué sirvió, pues? ¿Para cambiar la dominación de los
españoles por la dominación de los mestizos?
MARTÍN: Vuelves a las generalizaciones injustas, a algo semejante a
que yo apreciara el espíritu indígena según la condición de los yanaconas2
o la de los cipayos3. Entre los mestizos siempre ha existido gente
identificada con las culturas indígenas y que ha luchado por sus derechos.
Ha habido, también, mestizos europeizados, que han usado las mismas
prácticas de los colonialistas.
ZARA: Y este grupo ha sido el dominante.
MARTÍN: Dominante sólo en el sentido de haber sido el grupo detentador
del poder económico y político. Pero no, en lo absoluto, el grupo dominante
en términos de magnitud poblacional. Seguramente la gran mayoría de
mestizos ha permanecido al margen de profesar una u otra preferencia,
europea o indígena, en el “limbo” cultural por así decirlo, como si hubieran
nacido del viento.

101
2 En el mundo de los incas, los yanaconas eran sirvientes en las casas de
los nobles. Al producirse la invasión de los españoles, se unieron con éstos
para combatir a sus connacionales.
3 Indios que cargaban a los europeos, durante la etapa colonial.
TAO: ¡Vaya, qué inconsistencia! ¡Qué fracturada mente la de los mestizos!
MARTÍN: Quiero pedir su indulgencia para que comprendan que esta
marcada diferenciación del espíritu de los mestizos, la existencia histórica de
esos tres grupos -indigenistas, extranjerizados y huairapamushcas4- revela,
antes que el resultado de una elección consciente o interesada, la dolorosa
complejidad del alma de los mestizos latinoamericanos.
Fíjense, amigos, que cada uno de ustedes procede de civilizaciones
de vieja historia, formadas desde el neolítico. Cada uno proviene de
civilizaciones vertebradas por la agricultura de una u otra gramínea, con sus
lenguas propias, sus modos de producción propios, sus ideas y proyectos
propios.
Más aún, las civilizaciones del Viejo Mundo establecieron contactos y
vínculos desde hace mucho. Reparen ustedes en el descubrimiento reciente
de evidencia de cultivo de trigo sarraceno en Ubuka, al suroeste del Japón,
datado en unos 8.000 años de antigüedad, ¿no es en extremo sugerente de
la gran edad de esos contactos? A tal grado de intimidad han llegado los
occidentales y los orientales que se puede aseverar, gracias al estudio de
Needham, que hoy día unos y otros comparten la misma cultura científica,
con la única salvedad de la ciencia médica. Los pueblos del Viejo Mundo se
han comunicado, ciertamente, y gracias a ello tienen patrones culturales que
trascienden sus diferencias.
Mientras tanto, y en visible contraste, el Viejo Mundo estableció
contacto sistemático con el Nuevo Mundo, con los genes y la civilización del
maíz, hace apenas 500 años. Poco tiempo, sin duda, pero más allá de
suficiente como para haber hecho buena amistad. Sin embargo, los
occidentales no se han comunicado con los indios hasta la presente fecha. 4
4 En la lengua quichua, hijos del viento.

102
Usualmente les han considerado como seres atrasados, como si fuesen la
expresión virtual de su remoto pasado. Hasta hoy gustan de recordar, con
íntimo regocijo, que los indios ni siquiera inventaron el arado de tiro y la
rueda, y lo recuerdan pese a que tampoco los europeos pueden pavonearse
de ser sus creadores.
PAN: Un momento, Martín. ¿Crees, en verdad, que los indios
precolombinos habrían podido inventar tales artefactos si disponían de
animales de tiro?
ZARA: (Interrumpiendo) Bueno, Pan... sí hubo aquí un animal de tiro: el
perro chiguagua. No te será difícil comprender que con él sólo es posible
usar las ruedas en calidad de juguete, para que los niños jueguen al tiro... Ni
en el país de los liliputienses podría concebirse un mejor empleo de las
ruedas, pues el chiguagua liliputiense conservaría su proporción.
TAO: Je,je, qué simpática novedad.
MARTÍN: Les decía que los europeos aún no se han comunicado
directamente con los indios pese al tiempo transcurrido desde el inicial
contacto. Sin embargo, tal comunicación sí se ha producido de modo
indirecto, en varios casos notables... Ya veo caras fruncidas. Por favor,
permitan que me explique.
DULCE: Explícate, si no vas a alborotarnos.
MARTÍN: Me refiero al ser latinoamericano, que gracias a su condición
de descendiente de la mixtura de los dos mundos, ha podido fecundar
dentro de sí, de manera tan natural como inestable, algunas de las armonías
entre las dispares culturas de sus progenitores.
Distinto a todos, y ya por sólo ello, el caso de los mestizos
latinoamericanos. Nacidos hace apenas 500 años, cuando la larga fase
neolítica estaba siendo superada, ninguna gramínea en particular mitigó los
dolores del parto que nos puso en este mundo ni hemos sido autores, como
otros, de ninguna agricultura original. Somos el producto humano del
encuentro de las cuatro gramíneas gigantes, que pudieron transferirnos sus
dotes genéticos y sus programas culturales, el hardware y el software

103
caracterizador de sus seres históricos, de sus encumbradas glorias y de sus
trágicas miserias. Curiosamente hasta en mi nombre, Martín, aparece la
huella de esta pluralidad gramínica.
DULCE: ¿Cómo es esto que acabas de decir?
MARTÍN: “Ma” que viene de maíz, “ar” de arroz y “rti” que viene de trigo.
DULCE: Sobra la “n”.
MARTÍN: Muy bien, la “n” con la “i” es “ni”. Es decir, ni del maíz ni del
arroz ni del trigo en particular, de todos ellos en conjunto.
DULCE: Agradable ocurrencia, pero le hace falta el azúcar.
MARTÍN: Es verdad y tal parece que por haber nacido en América
estamos “salados”. Pero basta una mirada como la de Dulce para edulcorar
el espíritu, que hasta podría mejorar nuestra suerte...
Les hablaba de las singularidades de nuestra cultura mestiza... A
diferencia de tantas otras, carecemos de lengua propia, de cosmovisión
inédita, de religión patentada o de Estado original. Provenientes de un
tiempo cuando ya no era cosa necesaria, genio aprovechado y menos labor
reconocida, tener los arrebatos de un Fernán González en Castilla o de un
Manco Cápac al pie del cerro Huanacauri, nacidos cuando daba al tímpano
sus primeras percusiones el reloj mundial, a los mestizos de esta tierra nos
ha correspondido, en el gran juego del mundo, no la gloria de inventar una
lengua o el orgullo de fundar un Estado; nos ha correspondido más bien, y
en calidad de reto para constituir nuestra identidad, la aparatosa tarea -
capaz de infatuar o de desalentar- consistente en llevar a cabo la
comunicación entre las dispares culturas que nos progenitaron.
PAN: Esta caracterización del mestizo como un ser naturalmente dotado
para la comunicación entre culturas presupone que en su pool genético se
ha incrustado, por medio de no se cuál arte de Providencia, el acervo
cultural del mundo... ¡Sabios naturales, válgame Dios! Esto no sólo que
suena a especulación lamarquiana sino a grosera pedantería.
MARTÍN: ¡Qué tontería la mía si tal impresión he dado! Una desmesura
igual a la que se halla contenida en esa trivial expresión de asombro: “¡Cuán

104
sabia es la naturaleza!”, expresión que atribuye a ésta, sin más, un efecto
propio del aprendizaje consciente, como es éste, de la sabiduría. En su
calidad de ser natural, ni el mestizo ni cualquier otro ser humano posee
sabiduría alguna; ésta sólo puede ser el resultado de un trabajo del
intelecto, es una forma consciente de acumular información.
Pero, querido amigo, no sólo se acumula información de manera
consciente, sabiamente. También se lo hace a través de la recombinación
genética. Y, desde luego, a través de las conductas inconscientes y
preconscientes, del sistema de valores y creencias que los padres, la
escuela y, en general, el ambiente social de desenvolvimiento, entregan a
los niños desde los primeros días de vida. Más todavía, y como tendremos
la oportunidad de mostrarlo, la conformación de las categorías básicas del
pensamiento es un proceso que ha transcurrido, aquí y allá, librado de la
plena conciencia, y el que nos demos perfecta cuenta de ello será, les
aseguro, un principalísimo resultado de nuestro diálogo.
Pero es imprundente adelantarse. Si tienen dudas sobre la inclinación
comunicativa de la mentalidad de los latinoamericanos, les invito a dar un
breve vistazo a unas pocas evidencias de cultura.
¿Se han complacido con la prosa castellana de Montalvo, con su
“Geometría moral” o sus “Capítulos que se le olvidaron a Cervantes”? ¿Han
disfrutado de las “Baquianas brasileiras” de Villa-Lobos, donde los choros
dialogan en una atmósfera de tocata y fuga? ¿Han advertido el cubismo en
la inicial pintura indigenista de Rivera? ¿Cuántos amores han fructificado
regándolos con el verso andino y parisino de Vallejo? ¿Qué tecla oculta
pulsó Darío para darle al español -según confesión de García Lorca- “fiestas
de palabras, choques de consonantes, luces y forma” como no los había
tenido desde Rodrigo Caro a los Argensoles o Juan Arguijo? ¿Han probado
las variaciones nuestras del chifa cantonés; o la fanesca ecuatoriana, donde
gramíneas y leguminosas armonizan la variedad de sus sabores y
sustancias? ¿Qué cadencias distantes resuenan en la habanera, la rumba,
la conga, el son, el merengue o la salsa? ¿Cuáles en el torbellino, el

105
bambuco y el joropo; o en el maracatú, la macumba, la embolada, el cururú,
la congada, el batuque, la samba o la modinha? ¿Veis, medio hermanos,
que en estas expresiones de una cultura en plena adolescencia inquieta, se
representan estirpes de cada uno de vosotros, integrándose entre sí a la
manera de una trenza?
ZARA: Son anudamientos, Martín.
PAN: Es anonadante. Yo tenía entendido que las crisis de identidad de los
latinoamericanos terminaron hace ya varios años, cuando avisaron al mundo
que tras larga y tortuosa búsqueda habían dado, al fin, con esa identidad,
que la habían encontrado como un náufrago entre las marismas de “La
tempestad” de Shakespeare.
MARTÍN: Gracias por este recuerdo y por el buen humor contenido en él.
Y es que, en efecto, los latinoamericanos hemos cometido el desatino de
andar a la búsqueda de nuestra identidad, como si ésta hubiera existido en
calidad de partida de nacimiento que, por algún designio oscuro, se habría
camuflado, a manera de palimpsesto, en la trama parabólica de “La
tempestad”.
Desatino justificable, ya que los latinoamericanos no hemos tenido
una sola y definida comunidad cultural de pertenencia. Hijos de madre india
y de padre forastero, con el útero de origen en la América y el semen
germinal llegado de lejos, ha sido para nosotros cuestión de natural
necesidad y de crucial definición la de hacernos de un anclaje que permita,
finalmente, darle un puerto de estadía al espíritu intranquilo, y terminar,
quizás para siempre, con nuestra deriva cultural. ¿Cómo haber evitado, les
pregunto, que en respuesta a tal exigencia de fondo, cada grupo de
mestizos hallase a su turno un razonable subterfugio, que si pasar por indios
aunque faltase el quichua, que si por españoles aunque de castellano
lampiño? ¿Cómo habernos percatado, de un solo y fulminante destello, de
que estas ponderadas desmesuras eran nada más que pretensiones de
dominio de cada una de las gramíneas gigantes en el alma poligramínica del
mestizo? ¿Cómo habernos satisfecho con la dura evidencia de que nunca

106
existió para nosotros una identidad cultural en condición de bien patrimonial,
sino en calidad de resultado que podríamos alcanzar en cuanto fuésemos
capaces de ir gestando las síntesis, el efecto sistémico que brota de toda
integración verdadera?
DULCE: ¿No compartes, entonces, la opinión de que Calibán es el
símbolo de vuestra identidad?
MARTÍN: De ningún modo, puesto que Calibán es el nativo de la isla
adonde llega Próspero, el colonizador. Si Calibán es una deformación
lingüística de Caribe, como se ha dicho, entonces puede ser utilizado, si se
quiere, como símbolo de los indios pero no de los mestizos.
“La tempestad” es una obra escrita en el contexto de la asimilación
europea del impacto que originó el “descubrimiento”; obra del mismo jaez
contextual que la “Utopía”, el “Róbinson Crusoe” o “Los viajes de Gulliver”.
Es un pensar literario en torno a ese grandioso acontecimiento, pero no hay
en ella un interés por el mestizaje o una visualización del mestizaje. Quizás
hay lugar para una ligera insinuación si uno se pone a imaginar que
Miranda, la hija de Próspero, pudo quedar encinta tras la violación de que
fuera objeto por parte de Calibán.
DULCE: Pero la historia real fue exactamente al revés: el violado fue
Calibán y no Miranda. Es decir, fueron los europeos quienes violaron a las
indias...
MARTÍN: Son los malabares literarios de Shakespeare. Históricamente
fue así, como tú dices, pero en el drama aparecen invertidos los personajes,
como queriendo ocultar el pecado, atribuírselo al otro. Si Miranda fue la
violada, y se trata de hacer comparaciones de índole histórica, entonces yo
podría hacer otra interpretación y decirte que para mí la americana es
Miranda y Calibán el europeo... Después de todo, calibanes como caníbales
sólo hubo en la mente de los europeos...
PAN: ¡Esto es falso! Hay crónicas rigurosas, como las de Sahagún, que
relatan las pavorosas prácticas caníbales de los aztecas.

107
ZARA: ¡Mentira! Los “aztecas”, como llamas a los mexicas, nunca
fueron caníbales. Caníbales son quienes matan humanos para comerlos:
por ejemplo, el capitán Cook fue un caníbal. Los mexicas no mataban
humanos para comerlos, sino para dar ofrendas a los dioses.
PAN: ¿Cuál la diferencia, si igual terminaban devorando los cadáveres
después de agradecer a sus dioses?
ZARA: ¿Y por qué desperdiciar la carne del maíz que tanta falta nos
hacía?
TAO: Ja, ja... Podríamos decir, en conclusión, que ha habido antropófagos
caníbales en Europa y antropófagos carroñeros en América, ¿verdad? Me
parece muy bien que se precisen los abolengos antropófagos... Oh, pero no
pongáis esas caras de amenaza, es una broma que nada tiene que ver con
vosotros, os lo aseguro.
Dinos, más bien, estimado Martín, ¿no será la violación aquella de la
que hablaban, el motivo de esa actitud parricida que Pan ha podido
identificar en ti, es decir la necesidad de lavar con el parricidio la dolorosa
afrenta que los europeos clavaron en el honor de sus hijos mestizos?

MARTÍN: Hubo violaciones, sin duda, de los europeos a las indias. Y es


condenable que, casi como norma, los mestizos descendientes de este
ultraje no condenaran la conducta de su padre violador, como podría
haberse esperado. Curiosamente, más bien, han rechazado a su madre
violada y han convertido este rechazo en desprecio a todo aquello que
tuviera de indio, en negación de la mitad de su propio ser. Tal la angustiosa
enfermedad del alma que ocasionó, en sus hijos, la ruindad del cristiano
violador.
La violación, sin embargo, no fue la regla de nacimiento del mestizo,
como ha tratado de convencernos Octavio Paz, no sé si con la intención de
sentirse acompañado en su patético laberinto de la soledad. Hay que
recordarle a Paz que el mestizaje también fue, y desde sus primeros gritos
de cuna, un fruto del amor. Le habría hecho bien tomar en cuenta la

108
biografía de un Gonzalo Guerrero, español avecindado en Cozumel, padre
de los primeros tres mestizos nacidos en México, de quien diría Oviedo que
se había vuelto “mucho peor que un indio”; y que por haber hecho causa
con ellos, iría a morir victimado por un español. La misma Malinche, la tan
cuestionada Malinche...
ZARA: Malinalli, así se llamaba.
MARTIN: Sí, Malinalli... Ella fue, como se sabe, la amante pasajera de
Hernán Cortés, quien debió haber preferido una mujer como ella, de
inteligencia y donosura, a la ostentosa Catalina Juárez que le había tocado
en suerte. Y Malinalli debió haberse enamorado de quien propició el fin de
su cautiverio en Tabasco. Martín Cortés fue hijo de ese amor ilegítimo, en
medio de la derrota indígena, ciertamente, pero también de la noche triste
para los invasores, mas nunca que se sepa lo fue de una noche infame.
Igual que la saga de Guerrero, el mestizaje por amor fue extendido en
las Américas, tanto que dicen no haber sido pocas las indias que prefirieron
la voluptuosa virilidad española. Nunca tuvieron temor o prejuicio ante el
“cruce”, hechura del maíz saltarín como fueron.
Yo soy de los mestizos nacidos del amor. Por ello es que tanto como
a mi madre india, amo a mi lejano padre europeo, pero en medida
semejante demando de mis hermanos de ultramar, llamando a las cosas por
su nombre, el reconocimiento y respeto que nunca tuvo la cultura de mi
madre, y a mis hermanos indios les recuerdo la imborrable querencia de sus
ancestros que me trajo a este mundo.
TAO: Ya no te entiendo, Martín. Hace poco hablaste de la imposible
comunicación directa entre la civilización europea y la india. Ahora
mencionas, casi como alegato en defensa de tu honor, que hubo fascinación
y amor recíproco.
MARTIN: El amor, como bien sabes, no es un producto de la civilización;
es un logro bastante anterior, tal vez sea tan lejano como pudiesen
sugerirnos las hermosas canciones hidrofónicas de las ballenas yubartas; es
decir, una música que viene desde el fondo de nuestro común linaje

109
mamífero. El amor no es un fruto que puso a latir la corteza cerebral, sino el
límbico. No creo que para amar sea imprescindible la declaración de una
equivalencia cultural. La comunicación cultural, a diferencia del amor, es hija
predilecta de la corteza cerebral, su más refinada sinfonía.
ZARA: No es, todavía no es, Martín. Tal vez llegue a ser. Los indios
hemos perdido esperanza en que los occidentales se comuniquen con
nosotros, no les tenemos ninguna confianza. Vinieron hace 500 años en
calidad de peregrinos, pero les recibimos como invitados. Nos quedamos
sorprendidos de sus caras, de sus cuerpos y ropas, de los raros objetos que
portaban. Quisimos conocerles, y para que no se fueran a ofender por ese
afán les mostramos nuestra tierra, les presentamos a nuestros niños, les
convidamos carne y granos, y les obsequiamos cuanta cosa buena estaba a
nuestro alcance. Muchos de nosotros hasta les llegaron a confundir con
enviados de los dioses. Pero, ¡qué ingenuos fuimos, cómo nos
equivocamos! De pronto empezaron a robar y a masacrar. Tomaban
nuestras esculturas sagradas, las fundían y se llevaban el oro y la plata. A
veces se peleaban entre ellos por quedarse con el oro robado. Nos
arrancaban las narigueras, usurpaban los alimentos, y si alguno de los
nuestros protestaba, le cortaban la lengua; a las mujeres embarazadas les
gustaba desbarrigar; a los pequeños les tomaban violentamente de las
piernas y les estrellaban contra las rocas. Entre ellos apostaban a quién
podía cortar cabezas de un solo tajo. A través de la garganta introducían un
cuerno para echar agua hirviente y luego pateaban en la barriga hasta
conseguir que el torturado vomitara el agua con sangre. ¡Cómo apalearon y
quemaron a miles de indios, cómo quemaron y saquearon nuestros templos,
cómo quemaron nuestros libros! “Todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo
vimos, nosotros lo sentimos. Con esta lamentosa y triste suerte nos vimos
angustiados. Oro, jade, mantas ricas, plumajes de quetzal, todo eso que es
precioso, en nada fue estimado”.
DULCE: Comprendo el dolor que te causa el recuerdo de tanta
ignominia. Pero los indios no deberían considerarse como las únicas y

110
exclusivas víctimas de los occidentales. Bastaría evocar la espantosa
tragedia de las Cruzadas.
ZARA: Moros y cristianos, en las Américas fueron iguales.
PAN: ¡Qué algazara ésta de Dulce y Zara!
TAO: No deseamos que te indigestes, amigo Pan, pero hay que darle pan
al pan y vino al vino, a fin de nunca volver a cometer el desatino. Ya es hora
de que los occidentales reconozcan sus delitos. Los orientales tampoco
podemos olvidar a nuestras innumerables víctimas del colonialismo europeo.
No podemos olvidar a nuestras víctimas de la Inquisición en Goa. No
podemos olvidar a nuestras decenas de miles de muertos causados por sus
bombas atómicas, su napalm y su “agente amarillo”. Ni tampoco podemos
olvidar los escandalosos plagios de nuestros inventos y de nuestra ciencia.
PAN: Estoy por creer que esta reunión es una intencionada catarsis de
vuestras neurosis colectivas y que me habéis escogido en calidad de chivo
expiatorio.
MARTÍN: De cordero de la misericordia a chivo expiatorio. Vaya, ésta sí
que es una sorprendente evolución, de ésas que sólo en los Andes podían
haberse producido...
PAN: No puedo dejar de señalar el rostro ensangrentado que tratáis de
disimular tras ese ropaje angelical y tras burlas gazmoñas. Yo no
desconozco la responsabilidad de Occidente en los traumas que habéis
mencionado y me avergüenzo de ello. Pero también denuncio que os falta el
alma pura que se necesita para acusarme de la manera con que me estáis
acusando: con la frontalidad del inocente verdadero.
Te pregunto, Zara, si todas las penurias que les causamos los
occidentales fueron, en realidad, mayores dolencias que los sufrimientos de
las miles de viudas y de los miles de esclavos y huérfanos que incas y
tlatoanis provocaron en tu tierra, a lo largo y ancho de su brutal
expansionismo, sólo frenado por los conquistadores europeos, motivo por el
cual muchos de ustedes nos llegaron a considerar como sus libertadores y
se nos unieron; ¿cuál arma, te pregunto, es más cruel y dolorosa: la lanza

111
que más hiere que mata o el arcabuz que más mata que hiere? Te pregunto,
Dulce, si la barbarie señalada por ti, fue más inquisitorial que la destrucción
de la Biblioteca de Alejandría por orden del califa Omar? ¿Has olvidado que
los árabes quemaron y saquearon la ciudad de Cantón impulsados por el
fanatismo islamista. Y a ti, Tao, ¿te impiden, dime, tus rasgados ojos mirar a
tu pasado?; ¿acaso fueron pías las muertes que los burócratas causaron en
tus pueblos?; ¿fue menos brutal, relativamente hablando, la invasión de
Gengis Khan? ¿No saqueó el mongol Hu lagu Khan a la musulmana
Bagdag? ¿No fueron ustedes, árabes y orientales, esclavistas de negros
como nosotros? Y, por último, ¿no hemos sido nosotros, occidentales, las
mayores víctimas de nuestras propias insensateces como nos recuerdan,
penosamente, las dos guerras mundiales?
¿Qué derechos naturales les asisten, entonces, para acusar con esta
santurrona pudibundez?
TAO: Habéis dicho verdades vergonzosas para todos, Occidental.
PAN: ¡Sí que las digo, Oriental! Pues, mi ser cultural se lo debo a la
ardiente cópula de la Luna Creciente con el Sol Naciente, en el lecho del
Mar Mediterráneo. Nada de lo vuestro nos es extraño y de vosotros la guerra
ha sido aprendida. A la América llegamos, no os olvidéis, orientados por la
brújula, armados con la espada y con la pólvora, y sublimados por el
monoteísmo.
ZARA: ¡Qué confesiones más públicas!
PAN: Si el cohete o la bala no son otra cosa que lanzas modernas, y si
éstas fueron, a su turno, una imitación de los esmerilados colmillos del
carnívoro, ¿no estamos autorizados para sostener, os pregunto, que si en el
fondo de esas angelicales poses que habéis elegido para intentar el
disimulo, yace el instinto agresivo heredado de nuestros antecesores
homínidos, de esos seres que, según la descripción de Raymond Dart,
fueron “carnívoros que cogían presas vivas mediante violencia, las
apaleaban hasta matarlas, despedazaban sus cuerpos rotos,

112
descuartizaban sus miembros, apagaban su sed voraz con la roja sangre de
sus víctimas y devoraban ávidamente la lívida carne magullada”?
ZARA: ¿Te parece que esa generalizada criminalidad responde al
instinto del cazador que llevamos dentro? No lo creo. Nunca se ha visto
animales haciendo guerras.
TAO: Con la excepción de los insectos sociales, Zara, estamos obligados a
reconocer que el asesinato organizado, la guerra, es un acto exclusivamente
humano. Más preciso aún, es un hecho que empezó a difundirse con el
surgimiento del excedente agrícola, con la aparición de las ciudades. Y han
sido ciertos grupos humanos, no todos los seres humanos, quienes han
hecho de la guerra un medio para obtener más riqueza y más poder.
PAN: ¿Te refieres a las clases sociales dominadoras?
TAO: Preferiría caracterizarlas como una especie social. Después de todo,
los individuos de esas clases tienden a emparejarse sólo entre ellos y
comparten una misma inclinación por el homicidio en masa. A otras
especies sociales, en cambio, la guerra siempre ha repugnado.
DULCE: Y si quieren llegar más al fondo del asunto, avergüéncense,
varones. Pues, han sido varones y no mujeres quienes han dirigido y
ejecutado las guerras y los exterminios.
ZARA: Así es, cuando la testosterona que se produce en los testículos
migra hacia el cerebro y bloquea la sensatez y la piedad.
PAN: “¡Felices las cigarras con sus hembras silenciosas!”.
DULCE: Y más las abejas trabajadoras, con sus machos sementales.
TAO: Creo no equivocarme si afirmo que en nada agradaría a las mujeres
que los varones nos decidiéramos por la castración.
PAN: ¿No hubo mujeres, te pregunto Dulce, entre las causas ocultas o
manifiestas de tantas de esas guerras? ¿No es la pasión por vosotras
desencadenada uno de los factores que desencadena la agresividad? ¿No
fueron mujeres quienes dieron a luz los varones con mentalidad homicida?

113
No veo que les beneficie hablar de género en tan espinoso asunto. Y
me parece que en general resultaría muy difícil dar una explicación de las
guerras sin caer en fáciles esquematismos.
No hay que olvidar, además, si queremos objetividad, que las guerras
también cumplieron, en no pocos casos, un papel constructivo. Unas veces
sirvieron para suavizar las presiones malthusianas. Otras, permitieron la
implicación entre culturas y la difusión del progreso. Y también hubo guerras
de liberación que hicieron posible acabar con las tiranías, guerras para
terminar con la opresión interna.
No estoy justificando las guerras, ni mucho menos. Estoy convencido
de que ahora todas las guerras son repudiables y evitables, gracias a la
difusión alcanzada por el humanismo. Pero no por ello deberíamos
entregarnos a una desprevenida confianza. Creo que es una misión actual
de las civilizaciones mantenerse atentas para resolver pacíficamente los
conflictos, mirar hacia adelante y hacer del humanismo nuestra definitiva
norma de conducta.
ZARA: Mirar hacia adelante es para vosotros, Pan, que todos los no
occidentales nos sometamos ante esa pavorosa doctrina. Entendimiento
entre pueblos significa que aceptemos, sin musitar palabra, esa doctrina que
ha servido para justificar tanto daño.
PAN: ¿Te refieres al humanismo?

ZARA: Desde luego.


PAN: No puedo dar crédito a lo que escucho. El humanismo es el único
pensamiento que puede dirigirnos a la convivencia armónica y a un empeño
conjunto por el bienestar general. El humanismo sitúa al hombre como el
centro y el beneficiario final del desarrollo, independientemente de razas y
de culturas. Es la máxima expresión del espíritu liberado de prejuicios y es lo
más importante que Occidente ha dado, autocríticamente, en
reconocimiento de la pluralidad cultural. El hecho de que hayamos sido
nosotros quienes lo impulsamos, en nada cuenta, pues el humanismo

114
trasciende toda identidad cultural. Para creer y para confiar en él hay que
ser simplemente humano. Por ello me escandaliza lo que dices.
ZARA: El humanismo no es, como creen los occidentales, una
doctrina de todos, esto es un error. Al poner al ser humano como el centro
de todas las acciones, como si fuera lo más importante del mundo y como si
todo lo que contara fuera su comodidad, está presuponiendo tal
pensamiento que el hombre es superior a las plantas y los animales y está
ordenando, por lo mismo, que la Madre Tierra y todos sus hijos sean
esclavizados para servicio de toda apetencia humana, sin importar los daños
ni las desagradables consecuencias. Los indios jamás hemos pensado así y
nunca podremos estar de acuerdo con semejante idea. Esa es idea de los
occidentales; no sé si Tao y Dulce estarán conformes con ella.
Buscando el origen de ese pensamiento, hemos encontrado que en la
Biblia consta la primicia del humanismo, cuando se pone en la boca de
Yahvé la aseveración de que los seres humanos hemos sido creados a su
imagen y semejanza y la orden de que nos multipliquemos sin límite,
llenemos la tierra, la sojuzguemos y nos enseñoreemos sobre las aves del
cielo, los peces del mar y sobre toda “bestia” que se mueva sobre la Tierra.
En múltiples ocasiones los indios les hemos pedido que renuncien a
esta fatua arrogancia de creerse superiores, pues no hay argumento sólido
que la respalde; que abandonen tamaña tontería, que frisa la estupidez,
antes de que sea tarde. Les hemos mostrado cómo hay que comportarse
con la Madre Tierra y con todos sus hijos: que hay que ser respetuosos, que
siempre hay que devolver los favores que nos hacen, que no tenemos
ningún derecho para obligarlos a que nos den beneficios, y que si obligamos
y hacemos daño, su venganza será peor que el mismísimo apocalipsis.
Pero ustedes jamás nos han escuchado, no quieren comprender
nuestras razones. Sólo ahora han empezado a asustarse por las
consecuencias de su sordera y de su ceguera, pero continúan sordos y
ciegos. Prosiguen con la industrialización, perseveran en la agricultura y la
ganadería extensivas, continúan la deforestación, la infección del aire y el

115
agua, y todo más desaforadamente que nunca. ¡Y encima de todo ello,
quieren obligarnos a que hagamos lo mismo, a que todos seamos
humanistas, a que todos aceptemos con piadosa resignación este suicidio al
que nos están conduciendo!
PAN: Seguramente convencerías, Zara, a cualquier desinformado. Todos
sabemos perfectamente que han sido nuestros científicos y nuestros grupos
ecologistas quienes han dado las mayores voces de alerta sobre la
degradación ambiental y quienes más arduamente luchan por la
implantación de medidas que permitan armonizar el desarrollo económico
con la preservación del medio ambiente.
ZARA: Es el susto lo que les mueve, nada más que el susto.
A diferencia vuestra, nosotros constituimos una sociedad ecológica
hace algunos miles de años, no somos ecologistas improvisados. El vuestro
es un ecologismo conservacionista y especulativo, que busca el equilibrio;
tiene más olor de mortecina que espíritu de persuación. El ecologismo
indígena fue, en contraste, evolucionista, nunca pretendió que nos
mantuviéramos intactos, nunca buscó la permanencia. Vuestro ecologismo
no comprende que la raíz del problema está en la mentalidad de los
occidentales, en ese pensarse superiores. Todo empezó cuando decidieron
separarse de la Tierra y seguir el camino de la abstracción fanática. Con la
guía de la abstracción, enarbolada como la prueba de su origen divino,
crearon la sociedad industrial, la más depredadora de cuantas han existido,
la que ha enfermado la Tierra. ¿Algún ecologista Occidental pide que se
renuncie a este camino, alguno exige terminar la industrialización, alguno
clama por un mundo humano integrado con aquella?
TAO: Los orientales, Zara, tampoco estamos de acuerdo con ese tajante
discrimen de lo natural que presupone la abstracción. La verdad absoluta es
la del ser universal, integrado. La verdad científica de los occidentales es
una quimera...
PAN: Finalmente dejas ver, Zara, el verdadero rostro del pensamiento indio:
un pensamiento anclado en el neolítico. Un pensamiento opuesto a la

116
libertad humana, la libertad que ha sido facilitada por el desarrollo de la
abstracción. Nada valen, para los indios, los prodigios de la abstracción ni
tiene mérito alguno la tecnología moderna, gracias a la cual los seres
humanos hemos podido enfrentar con éxito inmensos desafíos, disfrutar de
tantos placeres y, por primera vez en la historia, aventurarnos a salir de los
límites de la provincia terrestre.
Deberías tomar en cuenta que la amenaza para la vida en la Tierra no
sólo proviene de la industrialización descontrolada. Esta amenaza puede ser
muy pequeña en comparación, por ejemplo, con un bombardeo de cometas
o con una gran fluctuación solar. ¿Cómo podríamos salir bien librados de la
eventual acción de tan colosales trastornos si decidimos, como pides, volver
al neolítico? ¿Cómo, si no tecnológicamente, es que se puede resolver el
gran problema de satisfacer las premiosas necesidades de una población
humana tan vertiginosamente expandida? ¿O es que deberíamos reinstalar
los campos de exterminio para disminuir las demandas y retornar a la
sociedad rural?
ZARA: Tal vez se necesita un castigo. Quizás un castigo los haga cambiar.
MARTÍN: Al parecer, amigos, hemos llegado al punto de mayor divergencia
entre las grandes culturas. Lo acredita el hecho de hallarnos expresando
diferencias en torno al carácter de nuestra relación con la casa común, con
el planeta Tierra.
Esta relación ha sido poco atendida por las filosofías clásicas hasta
hoy en día, cuando ya no son aceptables ni la indiferencia ni el
conformismo. El agujereamiento de la capa de ozono, el efecto invernadero,
la disminución antropogénica de la riqueza biológica, la deforestación, la
explosión demográfica y la amenaza de la guerra nuclear son problemas
que, en medio de su acelerada configuración y de su pavorosa asechanza,
nos han puesto en claro la dramática profundidad y fragilidad de nuestros
vínculos con la Tierra. Son problemas que han hecho despertar de su
plácido y milenario sueño metafísico, a quienes llegaron a creer en la infinita
prodigalidad de la naturaleza, para situarlos, con sobresalto, en una realidad

117
de pesadilla. Nos encontramos, ahora, en un momento decisivo para la
supervivencia de las civilizaciones, en el momento en que una equivocación
podría resultar imposible de ser corregida, cuando hay que acertar.
Esta es una situación inédita en la historia de la vida terrestre, quizás
sólo comparable en cuanto a la dimensión de sus más probables
consecuencias, si la amenaza no es controlada a tiempo, con la catástrofe
acontecida a finales del período pérmico o a términos del cretácico.
Obliga, por ello, a que los seres humanos demos con una solución
general y acorde con los tiempos al serio problema. Una solución en la que
podamos coincidir todas las civilizaciones del Planeta, para impulsarla con
igual convicción y conseguirla con el mérito de la responsabilidad
compartida.
Ha llegado el momento en que es indispensable la comunicación
entre las civilizaciones del mundo, la hora de crear el pensamiento de la
relatividad cultural.
ZARA: Debo reconocer que estas palabras emocionan.
DULCE: Presiento a dónde quieres dirigirnos, Martín: a reconocer la
necesidad de respeto mutuo entre todas las culturas, puesto que
independientemente del grado de desarrollo económico alcanzado, en cada
una siempre será posible hallar al menos una generalidad, una perla
escondida entre las ostras, una enseñanza útil, un destello de genialidad.
PAN: Y unas vergüenzas comunes...
MARTÍN: Lo que Dulce tiene en mente, es algo que debemos llamar
“relativismo cultural”. Yo hablé de “relatividad cultural”. Y si me permiten les
mostraré la diferencia entre relativismo y relatividad, si no tienen
inconveniente en mirar por un momento este grabado de Escher.

118
PAN: Claro que lo he visto.
MARTÍN: El cuadro debería llamarse “relativismo” y no “relatividad”.
TAO: Explícate.
MARTÍN: Fijemos nuestra mirada en la escalinata que está en la parte
superior. A través de ella se desplazan dos sujetos sin rostro. Uno nos
parece que desciende y el otro que asciende, pese a que ambos están
usando la misma escalinata y moviéndose en igual dirección. No es posible
saber, de manera absoluta, si una determinada dirección de la escalera nos
conduce unívocamente a subir o a bajar como sucede con las escaleras
reales. Si nos situamos en el lugar de uno, el movimiento será ascendente y
si nos situamos en el lugar del otro, será descendente. Ninguna orientación
es preferible a la otra. Sin embargo de ello no se ve cómo pasar de una a
otra perspectiva y esta imposibilidad parece reflejada en la ausencia de
indicios de comunicación entre los personajes dibujados, que son seres sin
ojos ni oídos. Falta por completo comunicación entre ambos, tanto que
ninguno muestra haberse percatado de que la misma escalinata está siendo
usada por el otro.
Este reconocimiento laxo de que para describir un acontecimiento se
puede elegir como referencia cualquier sistema, sin que de ninguno de ellos
se pueda decir que es la perspectiva absoluta, es relativismo puro.
Sólo se convierte en relatividad si a él añadimos el poder situarnos
alternativamente en cada uno de esos sistemas para mirar al mundo desde
uno u otro, reconociendo los factores que no dependen de cada observación
y haciendo deliberado uso de un proceso transformativo.
PAN: Entiendo lo que sugieres. Para ti relativismo es considerar
simplemente que no existe un observador privilegiado, que cada perspectiva
es igualmente válida.
MARTÍN: Exactamente.

PAN: Y relatividad es, en cambio, comunicación entre esos sistemas de


referencia dotados de su propio movimiento.

119
MARTÍN: O entre sistemas de referencia dotados de su propio punto de
vista. Relativismo es, en efecto, reconocer el carácter relativo de los
sistemas de observación. Relativismo cultural es admitir que vivimos en un
mundo plural, pero de singularidades extrañas. Relatividad cultural es, en
contraste, alejarse de esa extrañeza y poder comunicarse.
PAN: Muy bien. Veo transparentemente que estás utilizando el “principio de
relatividad”.
MARTÍN: Aciertas. Relatividad cultural es el resultado de aplicar el
“principio de relatividad” al examen de la evolución cultural de las
civilizaciones. Es emplear el dorado arte jamás antes inventado para hacer
posible la comunicación verdadera.
PAN: Pero, ¿es justificable extrapolar este principio desde la ciencia física,
su lugar de origen y de aplicación, para analizar el desarrollo cultural?
MARTÍN: A primera vista esta aplicación puede parecer forzada,
ciertamente. Pues, el principio de relatividad, que Galileo Galilei fue primero
en vislumbrar, ha sido casi exclusivamente utilizado en ese reducto
científico, siempre con notables dificultades y éxitos.
Pero este uso solamente “físico” del principio de relatividad, antes que
obedecer a una exigencia del proceder científico, en modo alguno
demostrable es, a mi entender, la consecuencia de una deformación
histórica introducida alrededor del famoso juicio en contra de Galileo.
PAN: Vaya, vaya, esto sí que debes aclararlo.
MARTÍN: Me refiero a la versión, tan difundida que pasa por información
de perogrullo, de que el Santo Oficio condenó a Galileo por causa de su
adhesión a la teoría heliocentrista de Copérnico, versión que ha tenido el
efecto de destacar la contribución del innovador astrónomo y físico Galileo y
escamotear, en la misma proporción, la figura del radical crítico de la
teología y de los teólogos; la de quien se atrevió a dudar del valor de verdad
intrínseca conferido a la palabra escrita, de quien proclamó la necesidad de
la prueba experimental como criterio de dictamen sobre la verdad de la

120
palabra, pero, sobre todo, la figura de quien asentó, por primera ocasión en
la historia, el principio del acentrismo.
Hay serios indicios de que Galileo no fue condenado a expiar un
“pecado” copernicano -que mejor haríamos en llamar aristarcano, ya que la
hipótesis heliocentrista tuvo en Aristarco, de la lejana Alejandría, su primer
exponente científico-. La Iglesia de su tiempo nunca prohibió el libro de
Copérnico, ni antes del célebre juicio impidió que se profesara o discutiera la
hipótesis copernicana, ni Galileo tuvo para sí que el sistema de Copérnico
fuera el único verdadero.
PAN: Veámoslo con más detenimiento.
MARTÍN: Con el detenimiento necesario recordemos el momento que
atravesaba, en tiempos de Galileo, la discusión cosmológica. Los
argumentos exhibidos por él en el “Mensajero de las estrellas”, con el apoyo
-por primera vez- de la observación telescópica, habían puesto en claro la
inconsistencia del sistema ptolemaico y, con ello, asestaron el golpe de
gracia a la visión medioeval del mundo.
Como es natural comprenderlo, este notable triunfo merecedor de
amplios elogios -incluso de parte de la alta jerarquía eclesiástica-, abrió las
puertas al interés por determinar la verosimilitud del sistema alternativo de
Copérnico. Ante la objeción de que éste contradecía las Sagradas
Escrituras, Galileo sostuvo la opinión de que ello no representaba herejía
alguna y lo único que tendría que hacerse es reinterpretar o modificar la
expresión gramatical de los pasajes bíblicos que denunciaban una
concepción geocentrista.
Este conflicto más bien de forma, que los “peripatéticos” y el partido
de los Habsburgo azuzaron cada cual por sus intereses y sin réditos
notables, tendía a ser superado por la influyente intelectualidad jesuítica que
se inclinaba a aceptar el sistema intermedio de Tycho Brahe, cuando no, en
ciertos casos, el propio sistema de Copérnico. Tal flexibilidad obligada por la
fuerza de las circunstancias no era, por cierto, algo nuevo dentro de la
Iglesia Católica, que ya había asimilado ideas irrebatibles como la de la

121
redondez de la Tierra. Respecto del copernicanismo, la actitud eclesiástica
fue más bien de tolerancia y el límite decretado, al momento de caldearse la
discusión, fue el más objetivo posible: podía tratarse libremente la teoría de
Copérnico, siempre y cuando se la tomara como hipótesis y no como teoría
sobre un hecho comprobado; es decir, como lo que en realidad era.
Estos antecedentes suficientemente explicitados por los estudiosos,
han llevado a la conclusión, contraria a la prevaleciente hasta no hace
mucho, de que el juicio y la condena de Galileo no tuvieron como telón de
fondo el choque entre el geocentrismo y el heliocentrismo. Arthur Koestler,
quien trató sobre el tema, fue del parecer que al factor determinante hay que
encontrarlo, más bien, en una trágica colisión temperamental entre los
amigos Urbano VIII y Galileo. En mi criterio, es una desmesura, una
desproporción, pensar que una pugna tan personalizada haya sido capaz de
originar un proceso de tal trascendencia. Me parece más atinado y
pertinente fijarse con atención en el contenido del “Diálogo sobre los dos
máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano”, obra de Galileo
cuya publicación dio inmediato lugar al memorable juicio.
Como se sabe, en esta obra se presentan y analizan, con detalle, los
sistemas cosmológicos de Ptolomeo y Copérnico. Y mientras los
fundamentos del primero se someten a rigurosa crítica que termina por
desacreditarlo, el sistema de Copérnico intenta ser demostrado, pero sin
éxito concluyente o libre de objeciones; tanto así que el propio Salviati,
personaje del “Diálogo” a quien se ha considerado la voz de Galileo, admite
en la cuarta y última jornada, casi como una advertencia, que su
argumentación en favor de la movilidad de la Tierra, basada en una frágil
explicación de las mareas, es tan fantasiosa que hasta él mismo podría
aceptar que se trata de una “vanísima quimera y una grandísima paradoja”.
TAO: ¿No es, entonces, el “Diálogo” una defensa del heliocentrismo?
MARTÍN: No tengo duda en decir que el “Diálogo” no es una defensa
consistente del heliocentrismo. Ni fue éste el propósito de Galileo al
escribirlo, según expresas declaraciones suyas ante el tribunal de la

122
Inquisición. La razón de fondo es sencilla: al introducir y fundamentar
Galileo, en la segunda jornada, el principio de relatividad del movimiento, se
desvanece el criterio aristotélico sobre la necesaria existencia de un punto
de referencia en reposo absoluto: el centro inmóvil del mundo. A la luz de
este principio, ninguno de los dos sistemas, el geocéntrico o el heliocéntrico,
podía considerarse como la verdad categórica, en cuanto reivindicase para
sí el privilegio de ser el sistema de referencia absoluto.
El “Diálogo” es, más bien, una sutil argumentación de la idea
acentrista contra la idea centrista, y ésta fue, según puedo ver, la sustancia
y el detonante del juicio, la verdadera herejía.
TAO: No alcanzo a ver el motivo.
MARTÍN: Con esta idea de la relatividad -formulada en un contexto
histórico donde el judeo-cristianismo había alcanzado, a pulso de cruzadas,
Inquisición y evangelización, la más amplia influencia jamás antes lograda
por religión alguna- se echaba a perder toda consistencia en la pretensión
dogmática de hacer de Jehová, el único, verdadero y absoluto Dios; es
decir, en el propósito de instaurar el monoteísmo universal, no por la vía de
abstraer o generalizar los predicados de los distintos dioses de las naciones,
sino por el camino de hacer prevalecer los atributos de uno solo de ellos.
Con apoyo de la relatividad galileana, los otros dioses de las cercanas y
lejanas indias, podían ser considerados como sujetos de equivalente
derecho.
Y por si no hubiera sido suficiente tamaño atrevimiento implícito, la
relatividad de Galileo permitía visualizar la posibilidad cierta de situarse en
las condiciones de cualesquiera de los sistemas entre sí equivalentes y de
conocer a plenitud, por tanto, el punto de vista de los “otros”; vale decir,
comunicar los “más recónditos pensamientos a cualquier otra persona,
aunque se hallara a gran distancia por cualquier intervalo de lugar y tiempo.
Hablar con quienes se hallan en las Indias, hablar a los que todavía no han
nacido y que no nacerán hasta dentro de mil o diez mil años”, como dijo al

123
ponderar el mérito del lenguaje escrito en la conclusión de la primera
jornada.
Debió ser esta agitadora herejía de Galileo, planteada justamente en
los momentos cruciales de la asimilación teológico-filosófico-política de las
consecuencias del “Descubrimiento”, cuando la doctrina de la superioridad
cultural de los europeos buscaba asentar la presunta necesidad del
colonialismo y, por ello, de un especial efecto crítico y perturbador, el básico
ingrediente de la condena impuesta por el tribunal de la Inquisición.
PAN: Es la primera vez que escucho algo semejante. Sin embargo, careces
de pruebas.
MARTÍN: Si se acepta que la relatividad galileana con su inevitable
corolario -el acentrismo-, fue lo que verdaderamente conmovió a la jerarquía
católica, adquiere plenitud de sentido el carácter y la dimensión de la
sentencia: el “Diálogo” fue prohibido de difundirse pese a no contener
ninguna violación del decreto emitido por la Congregación General del
Índice, y el gran comunicador Galileo, el fundador de la comunicación
científica, fue impedido de tratar tal pensamiento, sea por palabra o por
escrito.
Henos aquí y ahora a los latinoamericanos, haciendo sonar en
amplificador mundial la silenciada voz cultural de Galileo.
PAN: Sugestiva, muy sugestiva, toda esta interpretación. Mas en mérito de
la verdad recordaré que, a pesar de todo, la relatividad de Galileo tuvo
suficiente acogida en el desarrollo de la ciencia Física, no pasó
desapercibida.
MARTÍN: Como era de esperarse, pasó desapercibida desde el
momento en que se impusiera Newton sobre Leibniz hasta cuando Einstein
creara la teoría especial de la relatividad. Entre Galileo y Einstein, vuestra
física se vio atrapada por la teoría del espacio y del tiempo que Newton,
identificándolos como los atributos de Dios, desarrolló consagratoriamente
en sus “Principia” con el declarado propósito de demostrar su carácter
absoluto y, por tanto, para “restablecer” al sistema de referencia centrista del

124
terrible descrédito sufrido. Es decir, tuvieron que pasar cerca de 300 años
para que los occidentales consiguieran retomar la relatividad galileana y
librarse del férreo reinado intelectual de Newton, para fundar el nuevo reino
de la electrónica.
PAN: También soy galileano, y por ello me siento llevado a caminar en la
senda que has identificado, Martín. Dinos ahora: si de aplicar se trata el
principio de relatividad a la reflexión en torno a la evolución intelectual de las
civilizaciones, como dijiste, entonces será preciso hacerlo con el cuidado y la
exactitud necesarios.
MARTÍN: Estoy de acuerdo. Si obrásemos de otra manera, todo esto no
sería más que literatura. Pero antes de continuar es necesario, Pan, que
preguntemos a los contertulios si están dispuestos a acompañarnos en esta
exploración histórico-metodológica.
TAO: Yo estoy dispuesto y en la oportunidad debida expresaré mi opinión.
No interpretéis mi silencio como la expiación de una condena, mas sí como
la exposición de una prudencia. Me gusta escuchar para luego opinar. Me
gusta contemplar para comprender.
DULCE: Yo también estoy dispuesta. He seguido con atención
esmerada lo que habéis dicho. Hasta llegué a ver, fugazmente, que el
principio de relatividad sólo podía haberse formulado como una
consecuencia de la navegación en gran escala, como en la época de
Galileo, cuando viajaba profusamente sobre las aguas del Mediterráneo el
diseño árabe de la náutica. Estoy asimilando a mi manera lo que habéis
dicho.
ZARA: Yo traje maíz tierno cocido y una infusión de coca. No se
olviden que si de seguir hablando de buenas cosas se trata, hay que
alimentarse. No se olviden que somos seres naturales...

125
SEGUNDA JORNADA: DE LA TEORÍA DE LA
RELATIVIDAD CULTURAL

PAN: En primer lugar debes decirnos, Martín, cuál de los principios de


relatividad quieres usar.
MARTÍN: El principio de relatividad generalizada.
PAN: ¡Caramba, qué atrevimiento! Este principio postula la equivalencia
entre todos los sistemas de coordenadas de Gauss para la formulación de
las leyes generales de la naturaleza.
MARTÍN: Te estás refiriendo a la interpretación del principio general de
relatividad correspondiente a la teoría de gravitación de Einstein que, pese a
su pretensión generalizante, y en lo que tiene que ver con los sistemas de
referencia, ha sido capaz de establecer sólo un tipo particular de
equivalencia: la que obra entre un sistema no inercial uniforme y un sistema
inercial. A menos que consideremos, en calidad de axioma, que estos
sistemas de referencia son los únicos existentes para efecto de establecer
las leyes del movimiento, es de lejos más prudente caracterizar dicho
principio como aquel que postula la equivalencia, no sólo entre todos los
sistemas de coordenadas de Gauss, sino entre todos los sistemas de
coordenadas.
DULCE: Ejem, ejem. ¿Podrías, Martín, explicitar e ilustrar el principio
general de la relatividad tal como lo tienes para ti?
MARTÍN: De alguna manera ello ya fue hecho cuando aludíamos a la
diferencia entre relativismo y relatividad. El principio de relatividad
generalizada comporta dos demostraciones complementarias. Una es sobre
la posibilidad de describir un suceso desde cualquier sistema de referencia;
por ejemplo, desde cualquier sistema de referencia inercial. Y la otra permite

126
considerar a dichos sistemas como equivalentes, en el sentido de que las
leyes de la naturaleza son las mismas o deben expresarse de la misma
forma si pasamos de uno a cualquier otro de ellos; por ejemplo, la velocidad
de la luz en el vacío permanece constante respecto de las transformaciones
de Lorentz, que describen el paso de un sistema inercial a cualquier otro
sistema inercial.
PAN: De momento me satisface la aclaración. Se ve que el ejemplo es una
particularización del principio de la relatividad generalizada, la que
corresponde a la relatividad restringida. Una vez señalado el principio que
habremos de emplear, pasemos, entonces, a la exploración prometida.
TAO: Te escuchamos con atención.
MARTÍN: Para ello será menester que empecemos por señalar el tipo de
sistema que estudiaremos a la luz de ese principio. Éste será, de aquí para
adelante, el “sistema del mundo” que ha podido forjar cada una de las
civilizaciones aquí expresadas.
ZARA: Quieres decir las civilizaciones del trigo, del arroz y del maíz.
TAO: Dulce se va a sentir aladeada.
DULCE: De ninguna manera. Tanto como Pan, y con mayor derecho,
me siento parte de la civilización del trigo.
MARTÍN: Habiendo exhaustividad, entonces prosigamos.
DULCE: Nos hablaste de “sistema del mundo”. Es necesario que digas
lo que significa tan sonora expresión.
MARTÍN: Para definir un “sistema del mundo”, les pido que intentemos
fijar un marco de conceptualización mínimo necesario, libre de supuestos
discutibles o de apreciaciones surgidas de convencimientos irrenunciables y
de difícil aceptación para todos, un marco capaz de brindarnos una imagen
precisa y al mismo tiempo austera, y que por ello nos evite dilaciones
insustanciales.
Con tal propósito, partamos de mencionar la simple y trivial verdad
conforme la cual cada una de las civilizaciones es el resultado de un
complejo proceso de evolución histórica, basado en la incesante

127
reproducción de las condiciones de vida, con los recursos y medios técnicos
disponibles y con más o menos vinculaciones recíprocas. Este proceso -de
rica variedad e innovación, de contrastadas y dinámicas formas de
organización económica y política, de éxito y derrota- ha tenido, por
supuesto una faceta intelectual: la manera con que los seres humanos
hemos ido comprendiendo la realidad y los cambios acontecidos; el modo
con que hemos ido concibiendo las relaciones sociales establecidas y
procurando, por lo mismo, un sentido a la actividad social, para orientarla, y
también para satisfacer la inmanente inquietud y creatividad de la mente.
En este dominio intelectual del desarrollo de las civilizaciones nos es
dado identificar un punto de inflexión histórica, un eslabón decisivo del
“ascenso del hombre”, a partir del cual éste ha logrado consolidar y ampliar
su posibilidad de controlar las tenaces restricciones presentes en el
escenario de su acción. Este crítico avance del intelecto fue logrado el
momento en que naciera la capacidad de hacer predicciones satisfactorias y
confiables sobre el comportamiento de los fenómenos observados, punto
histórico que corresponde, exactamente, al surgimiento de un “sistema del
mundo”.
Podemos, entonces, definir un “sistema del mundo” como un término
apropiado para aludir a la cosmovisión de las civilizaciones, a su idea sobre
el movimiento, cuando se ha conseguido que ésta sea planteada y
estudiada a través de un “sistema coordenado de referencia espacio-
temporal”, vale decir, por medio de un artefacto intelectivo apto para simular
la dinamia del ser.
TAO: ¿Podrías dar un ejemplo de “sistema del mundo” tal como lo has
definido?
MARTÍN: El ejemplo más claro y conocido de un sistema del mundo es el
constituido por la mecánica clásica y la teoría tanto especial como general
de la relatividad, si hemos de reconocer en ellas una unidad de fondo, la
persistencia de conceptos básicos, usados ciertamente en distintos niveles
de abstracción, pero unidad que permite concebir a la mecánica clásica

128
como un caso particular de la teoría especial y a ésta, como un caso
particular de la teoría de gravitación de Einstein.
Podemos estar seguros que este sistema se conformó en el exacto
momento en que Lagrange integrara el cuadro newtoniano del mundo con la
geometría analítica del espacio, es decir el momento en que consiguiera
aritmetizar las fuerzas, velocidades y aceleraciones al modo como
Descartes aritmetizó los puntos. Esta idea de Lagrange, con la cual se inicia
el análisis vectorial, permitió, por vez primera, la representación del
movimiento mecánico en coordenadas generalizadas de espacio y tiempo.
Su próximo desarrollo hay que encontrarlo en Ludwig Lange, quien
reemplazó el concepto metafísico de “espacio absoluto” por la noción de
“sistema inercial” de coordenadas, y luego de él en Minkowski, que hizo del
sistema inercial un continuo tetradimensional de coordenadas espacio-
tiempo, el sistema adecuado para expresar la teoría especial de la
relatividad.
TAO: Lo entiendo perfectamente. Me parece que todos hemos entendido
en qué consiste un sistema del mundo.
PAN: Yo tengo, no obstante, una necesidad de aclaración y también un
serio cuestionamiento a lo que Martín nos acaba de decir.
MARTÍN: Empecemos por satisfacer tu necesidad de aclaración.
PAN: Muy bien. Has dicho que la mecánica clásica, la teoría especial y la
teoría general de la relatividad constituyen un solo “sistema del mundo”, con
lo cual podría suponerse que estas tres ciencias utilizan el mismo sistema
de coordenadas de referencia.
MARTÍN: Exactamente el mismo, no, de manera alguna; pues, en efecto,
el sistema de coordenadas de Galileo no es igual al sistema de coordenadas
de Minkovsky; ni éste, al sistema de coordenadas de Gauss. Yo hablé de un
solo sistema del mundo, en cuanto nos es dado reconocer factores
comunes a los tres sistemas de coordenadas.
PAN: ¿Cuáles son ellos?

129
MARTÍN: En primer lugar, los tres son sistemas válidos para medir los
cambios que experimentan las relaciones de posición de los objetos
sometidos ya sea a fuerzas de inercia o ya sea a campos gravitatorios; vale
decir, cambios de la estructura externa de los eventos. Los tres son, por
consiguiente, sistemas útiles para establecer la métrica del movimiento de
los objetos, y ésta es su característica invariante fundamental.
PAN: Discutible lo que dices. Me parece que el sistema de coordenadas
usado por la teoría general de la relatividad no es de carácter métrico.
MARTÍN: Aparentemente no es de carácter métrico ni de carácter
alguno. Ha sido considerado como una ficción matemática que permite
expresar cualquier continuidad tetradimensional. Así visto, parecería un
sistema de coordenadas “inocuo”, que no se define en clase alguna de
espacio.
Sin embargo, si lo examinamos con algún detenimiento, este sistema
constituye una generalización del sistema de coordenadas cartesiano, aquél
que “soportó”, por así decirlo, la definición de “sistema inercial” y de las
transformaciones inerciales. La introducción de las coordenadas gaussianas
obedeció a la necesidad de operar la transformación de un sistema inercial
en uno no inercial uniforme, cuando el cambio de curvatura que comporta el
paso del continuo euclidiano al no euclidiano, imposibilita usar coordenadas
espacio-temporales inflexibles, expresadas como reglas rígidas y relojes en
reposo, como son, precisamente, las de la cruz de Descartes. El sistema de
coordenadas de Gauss está concebido como un sistema de ajuste flexible,
que puede adaptarse a cualquier curvatura del espacio -excepto a la que
corresponde a una “singularidad”-, y en este sentido vino a coronar los
esfuerzos por caracterizar el movimiento producido en un espacio métrico
cualquiera. No tiene, pues, un compromiso particular con algún tipo de
espacio métrico, sea euclidiano o no euclidiano. Y esta es una conclusión
aceptable, pese al hecho reconocido de que al sistema de coordenadas de
Gauss le es imposible liberarse de la determinación euclidiana que obra en

130
su íntimo fundamento, ya que sólo es aplicable a continuos no euclidianos si
éstos se comportan “infinitesimalmente” de manera euclidiana.
PAN: Lo que acabas de decir hace notar que con las coordenadas de
Gauss se introduce una obligada topologización de la métrica, una
intromisión inesperada del espacio topológico no métrico. Pues, al pasar de
un sistema inercial de referencia a un sistema no inercial, las coordenadas
se deforman con continuidad no lineal. Para ilustrar esta característica del
sistema, Einstein lo comparó con un molusco que se desplaza.
ZARA: Y Bertrand Russell lo analogizó con una anguila, que ante nosotros
se estremece.
MARTÍN: En efecto, Pan, las coordenadas de Gauss se deforman al
describirse el cambio de curvatura que experimenta el espacio plano, y es
notable que este carácter topológico haya aparecido como una especie de
salvavidas para hacer posible la generalización del estudio del movimiento
en referencia a los espacios métricos.
Pero esta “inesperada intromisión” de la topología, como muy bien la
has caracterizado, no pasa de ser, en la “teoría general de la relatividad”, un
hecho o un dato providencial, una “enzima matemática” que cataliza la
transformación, sin que su origen y su naturaleza introduzcan cambio alguno
en el propósito y en los alcances de la teoría. El sistema de coordenadas de
Gauss se usa exclusivamente, y tanto como se emplean las coordenadas en
la mecánica clásica y en la teoría especial de la relatividad, para obtener
información sobre la métrica de la relación espacio-temporal de los sucesos.

Los “gik” que intervienen en el cálculo de la distancia cronotrópica entre dos

eventos infinitamente vecinos -los potenciales gravitatorios de Einstein-, son


funciones de las coordenadas y sirven para medir la curvatura de la
geometría del espacio-tiempo o, si se quiere expresar de otra manera,
topologizan la métrica que parecía esquiva, para restablecerla; lo cual se
logra, haciendo intervenir la condición de covariancia de Riemann.

131
DULCE: “Se debe medir lo medible y hacer que lo sea aquello que no lo es”.
Son palabras de Galileo en sus “Discursos en torno a dos nuevas ciencias”...
PAN: Lo pensaré más detenidamente, Martín. Ahora dinos, ¿qué otros
factores comunes puedes ver en los tres sistemas de coordenadas?
MARTÍN: Los tres son útiles para hacer predicciones deterministas sobre los
cambios de las relaciones de posición de los objetos. Dadas unas
condiciones cualesquiera, esos sistemas de cómputo pueden revelarnos el
pasado y el futuro de la estructura que se describe. Para lograrlo, el
“demonio de Laplace” está condenado a utilizar una sola dimensión del
tiempo, la que corresponde a la noción de “tiempo reversible”. Los tres son
sistemas que incluyen esta sola coordenada temporal y tres coordenadas
espaciales.
Los tres son, además, sistemas que conciben a los objetos, cuyos
cambios de posición recíproca describen y predicen, como si fueran
partículas sin estructura interna, es decir como puntos matemáticos. Todos
los objetos son intrínsecamente idénticos. Este es un obligado supuesto de
los tres sistemas.
TAO: Supuesto que puede resultar insostenible, Martín, según nos revela el
sencillo experimento de las hojas de té.
PAN: ¿En qué consiste?
TAO: En revolver agua con trocitos de té. Al suspenderse la agitación, las
partículas caen concentrándose en el centro del recipiente, y no
dispersándose bajo la acción de la fuerza centrífuga, conforme lo previsto
por las leyes conocidas de la física. Este comportamiento anómalo fue
atribuido por Einstein a los flujos que se producen en el líquido cuando éste
gira: tiende a subir en los bordes del recipiente y a bajar en el centro,
siguiendo la forma de un embudo, la cual decide, aparentemente, el patrón
de caída.
Tal explicación quedó incuestionada hasta cuando Nikolái Koroviakov,
de Tula, obtuvo idéntico resultado pero usando un recipiente hermético,
donde no hay lugar para los flujos. Y un resultado aún más sorprendente

132
consiguió al sustituir el té por partículas de plástico de distinto color y peso.
En este caso, en el centro se forma una figura pentagonal.
Para entender este fenómeno según la explicación de Koroviakov, es
necesario dejar de reducir la materia a puntos matemáticos e incorporar el
conocimiento de la composición geológica de la Tierra, de la estructura de
su núcleo.
DULCE: Me encantaría repetir el experimento.
TAO: Me comprometo a obsequiarte un “trompo de Koroviakov”.
MARTÍN: Por último, amigos, déjenme decir que en los tres sistemas de
coordenadas, el observador es considerado como independiente del objeto
que estudia, es externo y ajeno al mundo que conoce, cual si tuviese la
condición del dios del “Génesis”.
DULCE: Esta particularidad se ha puesto en dramática evidencia al
tratar de armonizar la biología con el segundo principio de la termodinámica.
La evolución de la vida, que con su tendencia a la autoorganización parece
remontar o “vencer” la tendencia al crecimiento de la entropía que
caracteriza el comportamiento de un sistema aislado -como podría ser
nuestro universo-, se nos presenta, entonces, como un fenómeno extraño a
su sustrato físico, como un verdadero milagro. Recuerdo aquí la célebre
frase de Monod: “... le es muy necesario al hombre despertar de su sueño
milenario para descubrir su soledad total, su radical foraneidad. Él sabe
ahora que, como un zíngaro, está al margen del universo donde debe vivir.
Universo sordo a su música, indiferente a sus esperanzas, a sus
sufrimientos y a sus crímenes”.
ZARA: Una idea angustiante, como para apesadumbrarnos por
siempre.
MARTÍN: Espero, Pan, haber satisfecho tu necesidad de aclaración
sobre lo que es común a la mecánica clásica, la teoría especial y la teoría
general de la relatividad, la que me permitió caracterizarlas como un solo
sistema del mundo.

133
PAN: Estoy satisfecho. Sólo quería añadir algo importante para disipar el
sentimiento de Zara.
Y es que la mecánica cuántica ha sido capaz de modificar ese lugar
que la física anterior había asignado al observador, como ser extraño al
mundo que describe. Con la mecánica cuántica se puso de manifiesto la
imposibilidad de aislar al observador de la descripción y predicción del
comportamiento físico. Y resulta que éste, su nuevo papel, puede ser
compatible con la teoría general de la relatividad. Me refiero al notable
trabajo de Stephen Hawking.
TAO: Muy saludable la referencia. Claramente se puede ver que el
horizonte intelectual de Galileo ha llegado hasta Hawking, quien, por su
parte, ha sido capaz de mirar subido, cual niño juguetón, sobre los hombros
de Albert Einstein y Werner Heisenberg.
DULCE: Una vez aclarada tu duda, Pan, es hora de que expreses el
“serio cuestionamiento” que tenías a la definición de Martín sobre el “sistema
del mundo”.
PAN: Lo expresaré sin eufemismos: me parece una aberración de Martín el
presuponer que otras civilizaciones, distintas a la europea, alcanzaran un
desarrollo intelectual de la magnitud de las ciencias que ha citado.
MARTÍN: Por lo visto, amerítase una verificación de lo dicho. Hagámoslo,
pues, y dinos Pan, por dónde hay que empezar.
PAN: Muy bien, Martín, vas llegando al meollo de la discusión. Para mí, y
vale por lo que conozco, el proceso de construcción de la ciencia, tal como
lo definiste, como la creación de un sistema del mundo, ha atravesado un
solo y único camino y por una sola ocasión.
TAO: Cuestionable el eurocentrismo de Pan, nada nuevo por cierto. Sin
embargo, debo admitir que estoy de acuerdo en lo sustancial de su crítica a
Martín. No creo que se hayan producido grandes paralelismos culturales en
el proceso de hacer la ciencia. Lo que hoy día se conoce como ciencia es,
claramente, el resultado de un largo y a momentos penoso mestizaje
cultural, un punto de confluencia y no de diferencia cultural. Las antiguas

134
civilizaciones orientales y medio orientales aportamos con el cálculo básico,
la geometría elemental, la astronomía, la cronometría, el álgebra, la
trigonometría. Los occidentales, las bases axiomáticas de la geometría, la
geometría analítica y el cálculo infinitesimal. De la integración de todos estos
conocimientos surgió el saber científico moderno, la ciencia propiamente
dicha.
MARTÍN: ¿Admites, entonces, que la ciencia europea es un producto de
la convergencia de las civilizaciones del arroz, la caña y el trigo?
Vaya, mi ser se satisface ante esta sinceridad. Mas díganme, ¿los
americanos de América, nunca consiguieron algo comparable o que al
menos se aproximase a tal síntesis maravillosa?
PAN: Reitero en que aquélla se produjo por única vez en esa gran
Alejandría moderna que ha sido Europa, a partir del Renacimiento. Los
“americanos de América” -como denominas, al parecer a los portadores de
las culturas precolombinas- sin duda que aportaron a nuestro desarrollo
económico. Sabemos que tuvieron tecnología agrícola, que construyeron
bellas pirámides y que hicieron poemas. Lamentablemente no se ha
registrado ningún aporte suyo a la formulación de la ciencia. Su tecnología
jamás fue sistematizada en un cuerpo teórico, como una epistemología.
TAO: Poco se sabe de ellos, debido a que no escribieron su historia, sino
aisladamente y en pocos casos.
MARTÍN: Pero hay otras evidencias. Por ejemplo, la tecnología usada en
la construcción de los canales de irrigación de los chimúes, hace como diez
siglos, nos muestra que debió haber existido, en lo que hoy es Perú, una
ingeniería hidráulica moderna, con toda la connotación que el término tiene.
TAO: Puede el ejemplo dar lugar a una amplia discusión. ¿Por qué no
atenernos, sin embargo, a la propia expresión de los indios?
Zara: ¿consideras que los indios llegaron a desarrollar su propio
sistema del mundo?
ZARA: La pregunta es ofensiva, Tao. Estás convencido de que los
descendientes de orientales, como somos los indios, jamás conseguimos

135
desplegar la rica herencia que nos protegió al llegar a América, luego de
atravesar el helado fondo del Mar de Bering; odisea que Martín la comparó,
en su ensayo, con el viaje de los Voyager. 20.000 años de vivencia en muy
difíciles condiciones naturales, enfrentados a situaciones nuevas,
inenarrables riesgos y desafíos, ¿no son una prueba suficiente de que los
indios tuvimos, por necesidad y también por gusto, nuestro propio sistema
del mundo?
PAN: Veamos, veamos, querida Zara. Si queremos avanzar en la cuestión
que nos ocupa, creo que es preciso poner de lado el penacho indígena, al
menos por un breve momento.
Se ha dicho aquí que un “sistema del mundo” supone una capacidad
de representación espacio-temporal, coordinada y predictiva de los
acontecimientos. De aceptar esta definición, ¿podrías decirnos, para
comenzar, si tu cultura llegó a darse alguna noción de espacio y de tiempo,
por vaga que haya sido?
ZARA: Con poco aportaría si les digo que nuestra idea de espacio y
tiempo se resume en la categoría andina de la “pacha”. Llevada por un afán
y un interés comunicativo apelaré, más bien, a vuestra taxonomía
conceptual matemática para decir que, hasta donde alcanzo a comprender,
el concepto indio de espacio corresponde al de “espacio topológico no
métrico”; y el de tiempo, al de “tiempo irreversible”.
PAN: Mmm... sospechaba algo de esto. Sin dar por hecho la propiedad de
la respuesta ofrecida, que deberías sustentarla, me es suficiente la escueta
revelación para decir que confirma nuestra seguridad en que hubo uno, y no
más que un solo camino de construcción del pensamiento científico.
MARTÍN: Temo no comprenderte, Pan. Justamente Zara acaba de
ofrecernos una nueva pista, una alternativa al “espacio métrico” y al “tiempo
reversible”, tan característicos del pensamiento Occidental.
PAN: Con toda razón hiciste una crítica al “relativismo cultural”, Martín. Mas
ahora resulta que tu interpretación se ciñe a la manera de ver las cosas del
“relativismo cultural”: cuestionar el carácter universal del “espacio métrico”,

136
presentándolo como un producto exclusivo de la civilización Occidental, a la
par de sostener el “espacio topológico no métrico” como típico de otras
culturas.
MARTÍN: No parece que en esto anduviera tan mal el “relativismo
cultural”...
PAN: No hasta el momento en que se realizaran experimentos para poner a
prueba algunas conclusiones de la “epistemología genética”. Tales
experimentos vinieron a confirmar que lo encontrado por Jean Piaget y su
equipo, en relación con la evolución de las representaciones de espacio en
el intelecto de los niños europeos, podía también hallarse en la mentalidad
de niños no europeos -como zulúes y sudafricanos-, es decir que podía
generalizarse.
DULCE: ¿Cuál fue el hallazgo de Piaget?
PAN: Como se sabe, el interés central de la “epistemología genética” ha
sido establecer asociaciones significativas entre el desarrollo del proceso
cognoscitivo en los seres humanos, a partir de su temprana infancia, y la
historia del propio pensamiento científico.

Entre otras cosas, Piaget y su equipo encontraron que las primeras


representaciones de “espacio” obtenidas por el niño, corresponden a la
noción de “espacio topológico”. Las formas que surgen en su mente, cuando
se halla en la etapa de desarrollo “sensorio motora”, son conseguidas a
través de asociaciones entre los rasgos fisonómicos de su entorno familiar,
como por ejemplo entre las cambiantes expresiones de los rostros de sus
padres, que son deformaciones que no conservan la métrica.
Esta manera topológica de representarse el “espacio”, mantiene el
niño durante la próxima etapa de su evolución cognoscitiva, llamada
“preoperatoria”, donde incrementa su habilidad de reconocerla y expresarla.
Sólo cederá al predominio de la representación métrica del espacio, que ya
ha aparecido perceptivamente, cuando es capaz de realizar los procesos de

137
regulación más complejos necesarios para coordinar las figuras euclidianas,
merced al apoyo brindado por la educación.
El “espacio operatorio”, que corresponde a esta nueva etapa, se
constituye ya no con vínculos en las formas directas de los objetos, sino
sobre la base de abstraerlas. En la primera subfase, llamada de
“operaciones concretas”, la mente elabora un marco de referencia, con ejes
coordinados “naturales”, capaz de mantener las relaciones entre los objetos,
independientemente de sus desplazamientos potenciales. Y en la subfase
siguiente, denominada de “operaciones formales”, tal capacidad de
coordinación se generaliza como coordinación entre sistemas de referencia.
A la luz de estos hallazgos de la epistemología genética podía
comprenderse, finalmente, que las representaciones topológicas de espacio
encontradas por los antropólogos en varias sociedades primitivas -que
fueran esgrimidas como evidencias de un concepto diferente de “espacio” y,
por tanto, como la prueba de su carácter culturalmente relativo- no eran sino
las primarias figuraciones de espacio que tales sociedades estaban
engendrando, similares al tipo de representación, topológica, que
seguramente prevaleció en el pensamiento de Occidente hasta la aparición
de la geometría euclidiana.
Igual que en la evolución cognoscitiva del niño, la cultura de toda
sociedad que no perece experimentaría, entonces, un ascenso continuo
desde la noción de espacio topológico hasta la de espacio métrico.
DULCE: Supongo que habrá una conexión de este devenir del concepto
de espacio con el de tiempo...
PAN: Justo, Dulce. Por ello cabe hablar de un “tiempo preoperatorio”: una
comprensión intuitiva de la duración y la sucesión, atada a los ritmos
cualitativos de los cambios de la naturaleza; un tiempo espacializado, local,
diferenciado e irreversible. Y cabe hablar, también, de un “tiempo
operatorio”, que ha hecho intervenir a la lógica para coordinar las
velocidades relativas de los objetos; un tiempo que se separa del ritmo de

138
cada cambio concreto, para poder agruparlos; un tiempo homogéneo,
continuo y uniforme.
MARTÍN: Es decir que de acuerdo con esta docta visión de la
epistemología genética, sólo sería posible una, y una sola forma de
evolución de las representaciones de espacio y tiempo. Sería nula la
probabilidad de que el espacio topológico, preoperatorio, deviniese espacio
topológico operatorio formal, en lugar de ceder ante el espacio métrico. Ni
existiría, tampoco, la probabilidad de que el tiempo cualitativo o irreversible,
preoperatorio, se transformase en un tiempo cualitativo operatorio, en vez
de sustituirse por el tiempo homogéneo, continuo y uniforme.
PAN: Muy interesante reflexión. Por lo que respecta a la epistemología
genética, jamás se ha evaluado tal posibilidad. Me parece que esta actitud
ha obedecido, antes que a una cuestión de principios, a un hecho de
irreprochable contundencia: nadie ha encontrado, en ninguna sociedad, un
espacio topológico de carácter operatorio y un tiempo irreversible de
carácter operatorio, al modo del espacio y el tiempo métricos, a la manera
de los únicos sistemas coordenados de referencia que conocemos.
MARTÍN: Querida Zara, ¿podrías revelar al mundo, por primera ocasión,
en qué consistieron los quipus?
ZARA: Tremenda responsabilidad pones en mi humilde voz, Martín.
Déjame tener al menos un prudente respiro para ordenar mis ideas con
alguna precisión...
PAN: Los quipus, los quipus... Vengo escuchando desde hace algún tiempo
hablar de quipus, como si éstos hubieren sido objetos dotados de
misteriosas y extravagantes propiedades, capaces de sugerir increíbles y
románticas imágenes de lo que fue el mundo de los incas.
DULCE: Ello es verdad, Zara, pero no sólo es cosa reciente. Ya en el
siglo XVIII, la novelista Francois Grafigny contó acerca de una princesa
enamorada que tenía un quipu en calidad de sortilegio de amor.
PAN: Recuerdo que el quipu fue tema de una novela de ciencia ficción
donde se le equipara con una tarjeta de la IBM, nada más ni nada menos.

139
ZARA: Los europeos nunca entendieron bien de lo que se trataba el
quipu; pero les fascinó, les intrigó y les molestó.
José de Acosta escribió, por ejemplo, que tantos nudos, nudicos e
hilillos atados, colorados unos, verdes, azules y blancos otros, y tan
diferentes entre sí, significaban varias cosas y cuanto los libros pueden decir
de historias, leyes, ceremonias y cuentas de negocios, con admirable
puntualidad y para distintos géneros de asuntos. Sin embargo, nunca refirió
cómo hacían los quipucamayoc5 para codificarlas en nudos.
En el siglo XVIII, el Documento sobre Idolatrías (que se conserva en
el Archivo Arzobispal de Lima), expresó la típica sorpresa de los europeos
ante el gran conocimiento que a los indios les proporcionaba el quipu,
diciendo no saberse la ciencia de cómo lo obtenían.
Casi todos los quipus fueron quemados por los inquisidores
españoles, quienes justificaron la destrucción arguyendo que los quipus
contenían recetas mágicas y relataban historias diabólicas. Pocos se
salvaron de las hogueras, y esos ejemplares fueron pasando a manos de
distantes coleccionistas, públicos y privados, merced a un laberíntico tráfico
mercantil no exento de escándalo y fraude. Hoy por hoy, los quipus de
probable autenticidad, no pasan del medio millar y se hallan diseminados en
varios museos del mundo.
Como se ve, la historia de la reacción europea ante el quipu está
trágicamente marcada por la actividad inquisitorial y mercantilista, y me
parece que se ha mantenido en una gran pobreza de comprensión. Esto
explica las extravagancias mencionadas por Pan y Dulce.
TAO: Vale la ocasión de estar conversando con Zara para desmitificar al
quipu... Y creo que con este propósito hay que decir, ante todo, que el quipu
no fue un instrumento utilizado exclusivamente por los incas.
DULCE: Así es. Por ejemplo, el historiador griego Heródoto refiere que
Darío de Persia obsequió un cordón anudado que le servía para registrar el
paso de los días.
TAO: También en la antigua China se usó el cordón anudado.

140
PAN: Y en la Alemania preindustrial, el número de la medida de trigo en un
saco, se representaba por medio de nudos.

5 Operadores del quipu.


ZARA: Dime, Tao, ¿qué hacían los antiguos chinos con los cordeles
anudados?
TAO: Los nudos se usaron como intentos de escritura fonética. En el
análisis del budismo zen de Okanisama realizado por Hofstadter, se ha
recogido esa tradición para intentar establecer, mediante la manipulación de
cordeles, la autenticidad de un koan.
ZARA: La utilidad de nuestro cordel anudado -el quipu- fue bastante
distinta a la de los casos citados. Nunca usamos el quipu con la intención de
representar los números y las palabras.
DULCE: ¿Lo emplearon, entonces, para representar el paso de los
días?
ZARA: El quipu fue aprovechado para representar el tiempo. Pero no
sólo se usó con este fin.
PAN: Es muy novedoso lo que dices. Estaba inteligenciado de que los incas
inventaron el quipu llevados de la necesidad de superar la carencia de
numerales y letras. Es decir que el quipu fue un hito en el acercamiento a la
escritura.
TAO: Igual yo.
DULCE: Y yo también.
PAN: Debemos recordar que cronistas de la categoría de Pedro Cieza de
León, Fray Domingo de Santo Tomás, Joseph de Acosta, Garcilaso de la
Vega y Guamán Poma de Ayala, refirieron claramente que los incas
carecieron de letras.
ZARA: “Carecen de las letras por nosotros utilizadas”, habrían dicho si
hubieran comprendido las cosas que veían.
MARTÍN: No todos los cronistas coincidieron en aseverar que la
sociedad inca fue ágrafa. El jesuita Fernando de Montesinos, por ejemplo,

141
mencionó que en tiempos del amauta Tukakurga Apu Cápac había letras, y
que éstas se escribían en pergaminos y hojas de árboles. Y Cabello de
Valboa refirió que la voluntad postrera de Huayna Cápac fue transcrita con
grafos de colores en un báculo.
PAN: Dinos Zara, ¿tiene vuestra lengua el verbo “escribir”?
ZARA: Por supuesto que sí, y desde muy lejanos tiempos. “Quilca”
significa “escribir”.

TAO: Acabemos de una vez con esta innecesaria pesquisa. ¿Podrías, Zara,
presentarnos el alfabeto y los numerales andinos?
ZARA: Los escritos andinos fueron destruidos casi en su totalidad. Se
conservan unos pocos queros, tejidos y monolitos con inscripciones de la
escritura andina. Las solemnes esculturas de Tiwanaku, en el altiplano de
Bolivia, contienen glifos que vienen siendo estudiados desde hace no mucho
tiempo atrás. Los signos representados en varios dibujos del famoso
manuscrito de Guamán Puma hallado en la Librería Real de Copenhague,
son otra expresión que igualmente ha despertado un creciente interés
académico.
En todo caso, y aun cuando no se hubiere generado una escritura
“endémica” en la zona andina, eso no hablaría mucho en favor del “quipu
alfabeto”. Pues la civilización andina estuvo expuesta a varias influencias
culturales mesoamericanas, según lo confirman numerosos indicios, y no
hay por qué considerar a la escritura como la gran excepción.
PAN: Creo que sí hay una razón, Zara. Se sabe que la escritura maya, así
como gran parte de sus conocimientos aritméticos y astronómicos,
estuvieron en poder de unos pocos privilegiados sacerdotes y miembros de
la clase dominante. Si el propio pueblo maya no fue partícipe de esa
información, ¿cómo podían haberlo sido otros pueblos distantes?
ZARA: No hay que dar mucho crédito a la versión de que la escritura
maya fue un “secreto de Estado”. Al menos los petroglifos, con su
contundente presencia, sugieren una situación distinta.

142
Por otro lado, la escritura no fue una invención maya. Hacia el año
700 a.J., ya se practicaba la escritura en Oaxaca, y cuando empieza el
período clásico maya, alrededor del 250, se había difundido en centenares
de pueblos a la redonda, unos más alejados que otros. Les será fácil
visualizar la inmanente fuerza irradiativa del arte de la escritura si recuerdan
que los mismos griegos, con todo y su aventajado talento, no inventaron el
alfabeto usado por ellos. ¿Tal vez me equivoco?
PAN: Pues bien, Zara, dinos ¿qué cosa fueron los quipus, mismamente?
ZARA: Dado lo exigente del tono, lo diré con pocas palabras y de
manera directa: el quipu fue nuestro sistema coordenado de referencia
espacio-tiempo, aunque mejor sonaría llamarlo, en mérito de su geometría,
“sistema acordonado de referencia”.
PAN: Si no fuera por la seriedad de tu rostro, llegaría a la conclusión de que
tu decir es una tomadura de pelo... No hagas que incurra en nuevas
conjeturas y explícanos el por qué de tamaña afirmación.
ZARA: Te respondo apelando a vuestro famoso “principio antrópico”:
el quipu fue nuestro sistema coordenado de referencia, debido a que hay
avances matemáticos del tipo que a Vaughan Jones, de Berkeley, le
hicieron merecer la Medalla Fields en 1990.
DULCE: No entiendo lo que dices, Zara.
ZARA: ¿Por qué no nos recuerdas, Pan, el significado del principio
antrópico?
PAN: Introducido en 1961 por Robert Dicke, el principio constituye una
manera alternativa de obtener una respuesta a la gran pregunta: “¿por qué
el universo es como es?”. La respuesta convencional, deductiva, va por la
línea de especificar unas probables condiciones iniciales del universo y, con
base en las leyes físicas, predecir los estados evolutivos subsiguientes. La
respuesta antrópica es, en contraste, inductiva y se resume en esta
expresión: “el universo es como es porque existimos nosotros”; en otras
palabras, la existencia de seres capaces de preguntarse por el origen del
universo reduce dramáticamente el número de posibles escenarios

143
evolutivos del universo, a aquéllos que desembocan en la aparición de vida
inteligente y, más restrictivo aún, a aquella variante que conduce
inevitablemente al surgimiento de la vida humana. En el caso del método
deductivo, el pasado explica al presente. En el caso del método inductivo, el
presente explica al pasado. Como si los efectos se tornasen causas, el
principio antrópico invierte la dirección del tiempo.
DULCE: Al parecer tiene ventajas el uso del principio antrópico.
PAN: Ciertamente. El método deductivo es mucho más complicado de
emplearse en la explicación de la cosmogénesis, en vista de que no se
conoce el estado inicial del universo ni existe seguridad sobre el
funcionamiento primigenio de las leyes físicas.
ZARA: Es decir que ante una situación de alta incertidumbre sobre el
pasado, el principio antrópico legitima una búsqueda a partir de las
condiciones reconocidas del presente.
MARTÍN: De hecho, las exploraciones que se llevan a cabo en la
genética mitocondrial para establecer algunas conclusiones sobre la
evolución humana, en abierta divergencia con la paleoantropología, pueden
considerarse como una aplicación no denunciada del mismo principio...
DULCE: Creo estar aproximándome a lo que Zara quiere comunicarnos:
siendo muy difícil conseguir información histórica sobre el significado del
quipu, entonces se puede tratar de entenderlo con ayuda de elementos
actuales que limitan el diapasón de sus posibles interpretaciones.
TAO: Me apremia saber cómo es posible que el trabajo del matemático
Jones explique el quipu.
ZARA: ¿Conoces la obra de Vaughan Jones?
TAO: Tengo muy escasas referencias.
ZARA: Entonces demos el uso de la palabra a Pan.
PAN: No, no soy el indicado. Es la primera ocasión que escucho que un
matemático porta ese apellido.
ZARA: Es preciso empezar, entonces, por una muy breve
caracterización de la topología.

144
PAN: Toda transformación de una figura que no destruye la adyacencia
entre sus partes, se llama continua; si además de ello, no se crean nuevas
adyacencias, la transformación se llama “topológica”. La topología o
geometría cualitativa es el estudio de las transformaciones, o mejor
distorsiones geométricas, que se producen sin roturas ni fusiones, en
procura de identificar las propiedades que permanecen inalteradas ante
estos cambios: los invariantes topológicos.
MARTÍN: Indiscutiblemente, entonces, la topología es solidaria del
movimiento.
DULCE: Cabe añadir que en topología no importa que al distorsionarse
la figura no se conserve la distancia entre cualquier par de sus puntos. Es
decir que las transformaciones topológicas -por ejemplo, el estiramiento de
una goma- son indiferentes a la métrica.
PAN: Tanto como son indiferentes a las transformaciones propias de la
geometría proyectiva. Una distorsión topológica puede muy bien no
conservar los invariantes del grupo de transformaciones proyectivas.
ZARA: La topología ha generado una clasificación propia de las
figuras geométricas, ¿verdad, Pan?
PAN: Así es, la topología ha hecho surgir una nueva clasificación de las
figuras geométricas. Dos superficies se consideran topológicamente
idénticas si la una puede transformarse en la otra por medio de una
deformación uno a uno bicontinua.
ZARA: Dentro del tema de la clasificación topológica de las superficies
cerradas se presentó, hace algún tiempo, un pequeño problema que se ha
burlado con persistencia del buen juicio de los topólogos de vuestras
comarcas, amigos del Viejo Mundo.
PAN: Mmm. Te refieres al famoso problema de los nudos...
ZARA: Exactamente. ¿Podrías hacer su semblanza partiendo de
definir lo que es un “nudo”?
PAN: Por supuesto. Pocas cosas pueden ser tan familiares como un nudo.
Un nudo se hace curvando un trozo de cuerda; luego, ligándolo; y,

145
finalmente, uniendo sus extremos. La curva cerrada resultante, proyectada
en un plano, es una “curva de Jordan”, que lo divide en un par de dominios:
uno exterior y otro interior. Ahora bien, los nudos pueden tener varias formas
y orientaciones.
ZARA: Como el trifolio dextrógiro y el trifolio levógiro o el nudo llano y
el de rizo, que son nudos simples. También hay nudos compuestos, como el
enlace de Whitehead o los aros de Borromeo. Y hay nudos sin color, como
los vuestros, y nudos cromáticos, como los del quipu...
PAN: Desde el punto de vista topológico, dos nudos de diferente forma se
consideran equivalentes si es posible que ofrezcan el mismo aspecto, ora
tensando, ora aflojando la cuerda. En tal caso, los nudos comparten un
“invariante”; es decir, una expresión algebraica que describe la propiedad
nodal que se conserva tras producirse la deformación.
DULCE: ¡Qué interesante! Es como si se hallase el alma del nudo... ¿Es
difícil descubrir nudos equivalentes?
PAN: Aparentemente, no. Mas, realmente, se han presentado algunos
inconvenientes. Sólo pensemos en el número de posibles deformaciones
continuas que se podrían hacer de un nudo dado cualquiera. ¿Cuántas y
cuáles permitirían convertir a ese nudo en otro de distinta forma? A decir
verdad, una búsqueda de carácter tan individualizado representaría un
trabajo largo y sofocante. Para simplificar, la tarea ha sido asumida por
medio de procedimientos matemáticos, bajo un programa de identificación
de los invariantes correspondientes a las transformaciones topológicas de
los nudos, para clasificar, con su ayuda, los nudos equivalentes y los que no
lo son. Las dificultades acaecidas en el desarrollo de este programa
taxonómico, constituyen, precisamente, el famoso problema de los nudos
que me pediste, Zara, que lo reseñara.
DULCE: Has despertado en mí una intriga, amigo mío: ¿podrías
decirnos cómo opera la matemática en esta exploración tan atractiva?
PAN: El camino que conduce desde un nudo tridimensional hasta su
invariante algebraico, empieza con la obtención del llamado “complemento

146
del nudo”, que no es otra cosa que un diagrama planar del bucle. Luego, el
“complemento” se somete a deformaciones continuas arbitrarias, cuyas
funciones se codifican en un polinomio, según el número de cruces de las
curvas que integran el complemento.
MARTÍN: Cabe hacer historia, aquí, y señalar que estas investigaciones
llevan muy poco tiempo de haberse iniciado.
PAN: En efecto, son estudios realizados en el presente siglo. Uno de los
progresos significativos fue alcanzado en 1928, por el matemático
norteamericano James Alexander. El invariante que él descubrió es un
polinomio que permite hacer una interesante pero incompleta, o quizás
fallosa, clasificación de los nudos. Los nudos que tienen distintos polinomios
de Alexander no son equivalentes, como es de esperar. Pero los nudos que
poseen el mismo polinomio de Alexander, no necesariamente son
equivalentes.
Más allá de este pionero trabajo y de estas dificultades de parto,
tengo la impresión de que los avances registrados en la materia no han sido
sustanciales.
ZARA: Debo informarles, amigo Pan y amigos todos, que ese famoso
problema ha sido abordado con éxito por Vaughan Jones.
PAN: Esta sí que es una auténtica novedad. Apresúrate en
hablarnos de él y de su trabajo.
ZARA: Vaughan Jones es neozelandés. Ha sido profesor de
matemáticas en Berkeley de California y en el Instituto de Altos Estudios
Científicos de París.
En su vida hay un episodio anecdótico, revelado por él mismo, que
marcó el nacimiento de su mayor contribución científica. Ocurrió una buena
noche de mayo de 1984, cuando poco después de haber mantenido una
reunión más bien desalentadora con un experto en teoría de trenzas, saltó
de su cama tras advertir, en ese estado de seudovigilia o transición al
sueño, que su trabajo y sus intuiciones en el mundo intrincado y serpentino
de los nudos, estaban originando un nuevo invariante, hoy llamado

147
“polinomio de Jones” o “invariante polinómico”, el cual permite una mayor
generalización que el de Alexander. Este aporte inclinó la balanza de los
jueces del Tribunal que concede el mayor premio mundial a los
matemáticos, en el año 1990.

PAN: Disculpa, querida Zara, mi ignorancia sobre esta innovación, digamos


que reciente. Podrías comentarnos brevemente ¿en qué consiste el
“polinomio de Jones”?
ZARA: El “polinomio de Jones” es resultado de un fructuoso
acercamiento entre dos ramas de las matemáticas, aparentemente muy
alejadas entre sí: la teoría de las transiciones de fase y la teoría de los
nudos. La primera, desarrollada en el contexto de la mecánica estadística,
ofrece modelos de simulación del proceso de cambio de fase o de estado
que experimentan objetos como el agua, al variar condiciones como la
temperatura. Uno de esos modelos, llamado de Ising, es capaz de mostrar,
en efecto, una transición de fase bajo la forma de la relación estrella-
triángulo.
Lo sorprendente de todo esto, aquello que en definitiva deseaba
resaltar, es que al efectuarse una cierta operación en el complemento de un
nudo -denotada como “movimiento de Reidemeister de tipo III”-, se obtiene
de inmediato la transición estrella-triángulo. Es decir que un mismo
invariante interviene, tanto en el dominio de la “transición de fase”, como en
el de la transformación de un nudo: el invariante descubierto por V. Jones.
DULCE: En buenas cuentas esto significa que la transición de fase
puede ser descrita con ayuda de la topología de nudos. ¡Qué interesante!
ZARA: Y hay algo más todavía: tal conexión íntima fue posible merced
a la participación de otra teoría matemática: la teoría de álgebras de Von
Newman (sustento de la mecánica cuántica, y donde la dimensión es tratada
como una variable continua).

148
Esta feliz, como no pedida intervención de Von Newman, ha hecho
ver que los invariantes de los nudos aparecen también en la teoría cuántica
de campos, nada más ni nada menos.
PAN: Vaya, vaya.
ZARA: Y para mostrar otra de las sorpresas que alborotan la caja
musical abierta por Vaughan Jones, necesario decir que en el interior de una
célula viva, las dobles hélices de ADN se anudan y encadenan al realizar los
movimientos de recombinación y replicación genética. Una vez más, los
invariantes nodales resultan fértiles, ahora para nutrir a la biología
molecular.
Como casi es natural suponerlo, todo ello ha originado una
valiosísima generalización de los invariantes núdicos a espacios
tridimensionales, donde éstos se muestran con un barroquismo de bucles,
torbellinos y huecos.
TAO: ¡Una visión insólita!
Quisiera añadir que también recientemente se han efectuado, en el
Japón, descubrimientos muy importantes en esta prometedora temática,
pero por un camino distinto. Me refiero al trabajo de Fukuhara, del Colegio
de Tokio, quien al tratar los nudos como si sus cuerdas transportasen
cargas electrostáticas que se repelen en los cruces, ha conseguido
demostrar la existencia de un umbral de “energía” para la estabilidad de un
nudo, y que dos nudos topológicamente equivalentes tienen la misma
energía mínima.
Me he informado que siguiendo estas pistas, Zheng-Xu He, de la
Universidad de Princeton, y un grupo de matemáticos de la Universidad de
San Diego, en California -entre los que destaca Zhenghan Wang-, han
localizado un umbral crítico de “energía”, con valor de “2 pi + 4”, por debajo
del cual no hay nudos. En consecuencia, los nudos pueden clasificarse
siguiendo un orden creciente a partir de su “energía mínima”.
ZARA: ¡Qué extraña coincidencia: aparecen los números pi y cuatro!
PAN: ¡Cuánto avance último. Gracias por la actualización!

149
ZARA: No es una “actualización” a secas, señor Pan. Ello carecería,
aquí, de mayor interés si no fuera porque esta reciente solución del famoso
problema de los nudos, brinda unas hebras de preciosa información que
comunican el significado del quipu como exponente de un sistema especial
de coordenadas de referencia, y lo resucitan con esta calidad.
Pues, los trabajos mencionados hacen notar que en topología de
nudos no sólo es posible hallar, por medio de sencillos procedimientos
algebraicos, estructuras matemáticas que permanecen constantes ante un
cambio dado, sino que tales expresiones son por completo útiles para
describir el comportamiento de un creciente número de fenómenos. En otras
palabras, los nudos pueden servir, tanto como las coordenadas de Gauss,
en calidad de sistema de referencia para formular leyes de la naturaleza.
PAN: ¿Quiéres decir que a través del quipu los indios podían hacer
predicciones sobre el comportamiento de los objetos en movimiento?
ZARA: En movimiento cualitativo, ni más ni menos. Puesto que el
espacio en el que se sustenta no es métrico, sino topológico no métrico. No
es casual, por ello mismo, el inesperado vínculo hallado por Jones entre una
rama tan cualitativa de la matemática y la física, como es el estudio de las
transiciones de fase -con sus inestabilidades sorprendentes, con su tiempo
irreversible-, y una rama tan cualitativa de la matemática, como es el estudio
de los nudos.
PAN: Si el quipu hubiere sido un sistema del tipo que señalas, amiga Zara,
entonces tendría que haber sido un objeto formal y no un conglomerado de
nudos reales. De otra manera, no entiendo cómo habría sido posible operar
formalmente de manera concreta...
ZARA: En efecto, Pan, el quipu fue un sistema de referencia de
carácter concreto. Semejante aseveración puede parecer disparatada si se
acepta la opinión de que para formular leyes de la naturaleza es preciso
seguir una sola y recta vía de abstracción: a partir de la sencilla aritmética
hasta el cálculo diferencial; y todo indica que es indispensable escalar por

150
estos sucesivos peldaños cuando se trata del estudio de sistemas dinámicos
deterministas, basados en el espacio métrico y el tiempo reversible.
Por contra, y como ha mostrado la topología de nudos, las
regularidades del cambio cualitativo no requieren del nivel del cálculo para
poder expresarse. Esta es, por otra parte, una conclusión hasta cierto punto
natural si se admite que el conocimiento de lo cualitativo requiere de una
gran aproximación a las particularidades de los objetos concretos.
“Al gusano que hay dentro del rabanito picante, el rábano le parece
dulce”, reza un viejo adagio yiddich. Los gustos y las preferencias, tanto
como la manera de ver y comprender el mundo, dependen por entero de las
condiciones del entorno y de la capacidad de respuesta adaptativa que
puedan generar los organismos vivientes.
MARTÍN: Espero, Pan, que tras esta clarificación del significado del
quipu, se haya disipado tu serio cuestionamiento a lo que llamaste mi
“aberración”. Y espero, por lo mismo, que a todos se nos haya revelado la
imagen de los dos grandes sistemas del mundo habidos.
PAN: Admito que es seductora esta novedosa interpretación del quipu;
también debo aplaudir el conocimiento demostrado por Zara en el tema de
la topología, así como su suelto manejo del pensamiento de la relatividad.
ZARA: En febrero de 1931, cerca del Gran Cañón, los indios
adoptamos a Albert Einstein como nuestro “Jefe gran relatividad” y le
entregamos el penacho en presencia de Elsa, su esposa...
PAN: A pesar de todo, confieso que no me siento próximo a resignar mi
preciado escepticismo, si me lo impide una avalancha de nuevas preguntas.
Necesito un descanso.
TAO: Yo doy por satisfecho un básico nivel de aceptación. Siguiendo
rigurosamente la definición ofrecida de un “sistema del mundo”, nada
obstaculiza considerar, en principio, que el quipu haya sido un sistema de
coordenadas espacio-tiempo, de parecido talante al de los sistemas de
coordenadas producidos por la civilización euroasiática.

151
DULCE: Pese a que los dos sistemas sean de “parecido talante”, yo
estoy más bien intrigada por las profundas diferencias de forma y de
contenido que entre ellos se observan. Según lo que he escuchado, estas
diferencias obedecen a que cada uno de esos sistemas se define en una
cierta clase de espacio.
MARTÍN: Precisamente esta distinción, esta personalidad de cada uno
de los máximos sistemas del mundo, es lo que necesita ser explicado, si
aceptáis proseguir el desarrollo de la teoría de la relatividad cultural.
PAN: ¿Cuál es el postulado?
MARTÍN: Que esa característica propia de cada uno de los dos sistemas
de referencia puede ser satisfactoriamente explicada, si concebimos a cada
clase de espacio-tiempo en que tales sistemas se definen, como función del
desarrollo de la agricultura de las gramíneas gigantes, desarrollo acaecido
según las particulares condiciones de despliegue de las civilizaciones del
Antiguo y el Nuevo Mundo.
PAN: Abrigo poca o ninguna credibilidad para planteamientos de esta laya.
Espacio y tiempo no son conceptos culturales sino realidades objetivas que
interactúan con la materia, según tenemos por cierto gracias a la teoría
general de la relatividad. Conforme una acreditada cosmogonía nuestra, el
espacio-tiempo se originó con el big bang, hace entre 10 y 20.000 millones
de años...
MARTÍN: Esta datación sí que es una aberración. No tanto por el colosal
intervalo de incertidumbre utilizado, cuanto por la fecha de origen del
espacio-tiempo, tan descomunalmente alejada de la verdad, que produce
escalofríos.
Si no tienen inconveniente, les pido más bien que pasemos a
examinar esas nociones básicas de espacio y tiempo bajo las prometedoras
luces de la relación cultural y del sustento otorgado, caudalosamente, por
las gramíneas gigantes.
TAO: Procedamos, Martín, y hagámoslo combinando la dureza con la
flexibilidad, como es propio de la espada samurai.

152
DULCE: Ya se ve al blanco resplandor de Sirio en el firmamento lejano,
cual anuncio de una riada del Nilo. Os invito a descansar bajo el tenue
abrigo de esa distante luz que en los últimos siglos ha cambiado de color...

TERCERA JORNADA:
DEL ESPACIO Y EL TIEMPO EN LA CIENCIA TRIUNFANTE

DULCE: Frío el viento y ardiente el Sol en esta mañana andina. El


volcán luce apacible. ¿Será bueno el clima para dialogar de tan profundos y
difíciles conceptos, como son estos de espacio y tiempo?
MARTÍN: Me parece un buen momento. Tal vez no volvamos a tener una
oportunidad tan magnífica...
PAN: Me preguntaba en varios pasajes del diálogo, sin atinar a interrumpir,
si al expresar con tan liberal soltura teorías y opiniones sobre los conceptos
de espacio y tiempo, como si los grandes autores del tema nos hubiesen
transferido la propiedad de sus derechos, ¿nos habríamos estado refiriendo,
en verdad, al mismo objeto? Si ese uso tan suelto de los conceptos de
espacio y de tiempo, que hemos venido haciendo hasta aquí, ¿estará
realmente justificado? Si, por lo mismo, ¿no será oportuno empezar por
saber qué entiende cada uno de nosotros por espacio y tiempo?
DULCE: Espacio y tiempo son conceptos que aún no se han procesado
del todo en parte alguna. Sería una solemne tontería el evitar esta simple
consideración para decir con aire pontificio: “estos son los conceptos de
espacio y de tiempo que tiene mi civilización, y sobre ellos, y sobre los
conceptos de espacio y de tiempo de las otras civilizaciones, hagamos un
diálogo!”.
PAN: Disculpa mi arrebato, Dulce, que doy total crédito a tu cordura. Si a
Occidente nos vamos a referir, yo no sabría, en efecto, qué conceptos de
espacio y de tiempo elegir como representativos sin sentirme a salvo de
mareamiento alguno... Prácticamente cada gran pensador Occidental, desde

153
las calendas griegas, ha contribuido con sus caudales al proceloso mar de
estos conceptos.
DULCE: Creo que ni tan siquiera podrían los occidentales afirmar,
categóricamente, si el espacio y el tiempo existen en la realidad objetiva o si
son formas subjetivas de percibir los objetos...
PAN: Me parece, más bien, que sobre ello ya no quedan divergencias
notables. Tengo por cierto que tal polémica ha sido suficientemente zanjada,
querida Dulce.
DULCE: Recordando, una vez más, a Albert Einstein, en él fue patética
la indecisión.
PAN: ¿A qué te refieres?
DULCE: A lo paradójico de su opinión sobre el concepto de tiempo.
Mientras que en la teoría general de la relatividad atribuyó al espacio-tiempo
una condición tan objetiva, como es la aseveración hierática de que el
espacio-tiempo se “curva” en presencia de masas, en su conocida carta de
pésame por el fallecimiento de su entrañable amigo Michele Besso,
defendió, en cambio, la opinión contraria: la de que el “tiempo” es un asunto
subjetivo, una “ilusión”.
PAN: Hasta aquí hemos procurado ceñir nuestras interpretaciones a una
aceptable concordancia con los dichos y los hechos aludidos. No
trunquemos la nobleza usada, por mal entender lo que Einstein pensaba.
DULCE: Acláranos, entonces, Pan.
PAN: No hay ninguna contradicción en el pensamiento de Einstein. En su
condolencia por la muerte de Besso, él caracterizó como “subjetiva” la
noción de que el “tiempo pasa”; es decir, la noción de tiempo que diferencia
el pasado del futuro.
DULCE: O sea, la noción de “tiempo” que corresponde a los procesos
irreversibles: el “tiempo termodinámico”.
PAN: Exacto. La noción que sir Arthur Eddington denominó la “flecha del
tiempo” y a la que deberíamos caracterizar, mejor, como “tiempo vectorial”.
Einstein, igual que la comunidad de físicos teóricos, consideró que este

154
tiempo termodinámico, de carácter irreversible, es “tan sólo una ilusión”.
Para él, el tiempo objetivo fue el que le mostraban las leyes físicas: el
tiempo reversible, el que no distingue el ayer del mañana, el tiempo de la
mecánica clásica y de su teoría de la relatividad.
MARTÍN: Es destacable el que esta convicción de Einstein formara parte
de ese consenso de opinión entre los físicos teóricos, producido luego del
doloroso suicidio de Boltzman, una vez que él fuera llevado a retractarse de
su pensamiento sobre el carácter real de la “flecha del tiempo”... Ante su
tumba corre una brisa ardiente, llegada desde el Etna, en cuyas entrañas,
Empédocles, el evolucionista, decidió fundirse (según se rumoró).
ZARA: ¡Qué trágica coincidencia!.. Y qué extraño consenso el de los
físicos post boltzmanianos: el tiempo irreversible, termodinámico, es una
ilusión... ¿No será exactamente al revés? ¿No será el tiempo de la
cinemática, el ilusorio; y el tiempo termodinámico, el real, como nos ha
puesto en claro el descubrimiento de la “radiación térmica de fondo”, que ha
vuelto indispensable la indagación sobre el pasado y el futuro del universo?
TAO: Siempre que se ha intentado separar al “yo” de la realidad
circundante, para obtener respuestas excluyentes a preguntas disyuntivas
del tipo: “¿son el espacio y el tiempo asuntos de nuestro interior o son cosas
que conciernen a nuestro exterior?”, la mente ha quedado atrapada, cual
mosca de inaprensivo volar, en atractivas telarañas donde aguardan letales
paradojas.
DULCE: Poco faltaba, Tao, para que yo llegara a la conclusión de que
habías enmudecido... Cualquiera diría que algo importante quieres decir.

TAO: Esa separación entre el “ello” y el “yo”, entre los sentidos y el intelecto
-que fuera introducida por Pitágoras, a quien deberíamos considerar como el
fundador de la mentalidad Occidental, analítica-, llevó casi desde un
principio a situaciones indecidibles. Es desalentador verificar que, a pesar de
las paradojas acaecidas y de las insistentes críticas hechas desde Oriente,
el Occidente perseverara, con denuedo, en ese dualismo tan peligroso.

155
PAN: A la inmortal intervención pitagórica debemos la matemática como un
pensamiento deductivo-demostrativo. Los riesgos, los desafíos y las
consecuencias de la separación entre los sentidos y el intelecto, han sido
asumidos a plenitud por nosotros, para beneficio de la humanidad.
DULCE: ¿Algo en limpio, hasta aquí, sobre el carácter elemental,
subjetivo u objetivo, del espacio y el tiempo?
TAO: Viene a mi recuerdo la enseñanza transmitida a través de un koan,
cuando un monje curioso preguntó a su maestro: “¿Cuál es el camino?”.
ZARA: ¿Qué respuesta le ofreció?
TAO: “Está exactamente ante tus ojos”. Dicho lo cual, el monje preguntó:
“¿Y por qué no consigo verlo?”. “Porque estás pensando en ti mismo”,
respondióle el maestro. “¿Y tú puedes verlo?”, volvió a preguntar el alumno.
“En la medida que tu visión es doble, diciendo yo no, tú sí, y así por el estilo,
tus ojos se nublan”, le contestó el guía. “Y si no hay ni yo ni tú, ¿es capaz
uno de verlo?”, inquirió, finalmente, el aprendiz. “Si no hay ni yo ni tú ,
¿quién es ese “uno” que quiere verlo”?, replicó, por último, el sabio.
Naturaleza y ser humano, materia y pensamiento, cerebro y mente,
objeto y sujeto: aspectos inseparables de una sola totalidad.
MARTÍN: Enseñanza taoísta que lleva a tener confianza en que a las
categorías de espacio y tiempo debemos atribuirles un significado ontológico
y uno gnoseológico correspondiente. No es posible negar uno cualquiera de
los dos sentidos, sin pérdida de lucidez, ni puede hallarse un sentido
prescindiendo del otro. El espacio y el tiempo deben ser aceptados como
construcciones mentales, por cierto, pero como construcciones hechas con
unos ladrillos y amalgamas de realidad que los han originado y
condicionado. ¿Qué les parece si pasamos a reconocerlos, y si para ello
empezamos por darnos un refrescante baño en el tranquilizador manantial
que Henri Poincaré pusiera ante nuestros ojos?
ZARA: ¿Cuál es ése, Martín?

156
MARTÍN: El señalamiento de que a los seres humanos, de la naturaleza
nos ha sido posible percibir al menos dos grandes clases de movimiento: la
de los cambios de posición y la de los cambios de estado.
PAN: Vaya, reaparece este tema.
TAO: No me parece un referente apropiado. ¿Por qué debemos aceptar
que las “cosas cambian”? ¿Por qué suponer que el movimiento es un
“hecho”?
PAN: Recuerdan tus preguntas, Tao, a la famosa reunión de Atenas donde
Zenón de Elea pronunció inolvidables argumentos para demostrar que el
movimiento es inherentemente imposible.
DULCE: No es pura coincidencia. Según el estudio de Douglas
Hofstadter, el holismo estático e indivisible de Parménides ha sido defendido
con equivalente vigor corrosivo por el budismo zen... Paradójicamente, ese
holismo parmenidiano introdujo, a través de Zenón, una indecisión, un
dualismo trascendente al considerar el concepto de movimiento. Evoco,
para situar el tema, la famosa competencia de velocidad que libra Aquiles, el
más veloz de los mortales, con la proverbialmente lenta tortuga, tras
concederle a ésta, por mutuo acuerdo, una razonable ventaja inicial.
ZARA: Evidentemente Aquiles vence...
DULCE: Evidentemente, es decir si nos guiamos por la impresión de los
sentidos. Zenón, el genial discípulo de Parménides, se encargó de introducir
una duda en tal seguridad, duda que desde entonces ha reaparecido, de
tanto en tanto, para burlarse de los mejores intelectos.
ZARA: Recuérdanos el argumento.
DULCE: Empieza la contienda. Aquiles apreta a correr tratando de
descontar el “handicap” concedido al reptil. Una vez que lo logra, y alcanza
el arrancadero de la tortuga, advierte, sin embargo, que ésta ha conseguido
avanzar un pequeño trecho. Prosigue, entonces, y al igualar esta nueva
distancia, la tortuga se le ha adelantado otro palmo de arena, esta vez más
reducido; y así ocurre sucesivamente, al infinito, cada vez que Aquiles
empareja los adelantos de su contendora. Es decir que Aquiles, para vencer

157
a su inaudito rival, necesita dar un número infinito de pasos, lo que equivale
a decir que nunca podrá alcanzarlo, que la realidad es inmutable e indivisa.
ZARA: Conclusión que contrastaría con el resultado de una contienda
efectiva entre Aquiles y una galápago. ¿Qué debe considerarse real,
entonces: la impresión sensorial de que Aquiles vence la carrera o la
demostración intelectual de que Aquiles no lo hace? ¿Gana o no Aquiles la
carrera, en fin de cuentas?
DULCE: Exactamente esta es la paradoja. Si nuestra seguridad se pone
en el partido de los sentidos, Aquiles gana. Si nuestra seguridad se pone en
el partido del intelecto, Aquiles no gana. Aquiles gana. Aquiles no gana.
Conflicto entre equipotentes. Paradoja. Indecisión.
MARTÍN: A partir de esa defensa del punto de vista parmenidiano sobre
el carácter engañoso de la percepción sensorial del movimiento, relegada al
desconfiable mundo de las apariencias, quedó firmemente implantado en el
pensamiento un crucial dualismo entre el intelecto y los sentidos, entre
cuerpo y alma. De esta histórica escisión se ha desprendido la tradicional
disyuntiva entre idealismo y materialismo que, dicho esquemáticamente,
partió en dos la filosofía Occidental.
ZARA: Del holismo estático nació el dualismo. ¿Un parto inevitable?
PAN: Es un dualismo que, en lo que respecta a la doctrina de la fluencia, se
mantuvo incólume a lo largo de 2.300 años. Sólo pudo ser superado gracias
al teorema de Weierstrass, en el siglo pasado, que eliminó el carácter
necesario del concepto de “infinitesimal” en el cálculo y, con ello, dio a las
paradojas de Zenón “el aire respetable de perogrulladas” (la expresión es de
Russell). Con este notable triunfo del intelecto moderno quedaría
desbrozado el camino por donde Heráclito llegará invicto al siglo XX.
DULCE: Por ello mismo, resultaría un anacronismo estridente darse el
lujo metafísico de cuestionar o negar que el mundo cambia... Dinos, más
bien, Martín, ¿cómo es posible que ese referente para tratar del espacio y el
tiempo, que señalaste hace poco, es de veras propicio? Es decir, ¿cómo el
hecho de que a los seres humanos nos ha sido posible percibir dos grandes

158
clases de movimiento en la naturaleza -la del cambio de estado de los
objetos y la del cambio de posición-, nos puede ayudar a introducir el
entendimiento adecuado sobre el espacio y el tiempo?
MARTÍN: Este referente ya lo usamos cuando de las diferencias entre los
dos máximos sistemas del mundo estuvimos tratando. Recordemos que
habíamos caracterizado al un sistema como de orden dominantemente
métrico; y al otro, como de orden dominantemente topológico no métrico.
Recordemos que esta caracterización fue hecha en virtud de la clase de
cambio, ya fuera de posición o ya fuera de estado, para cuyo estudio tales
sistemas fueron creados. Y recordemos, además, que el de posición quedó
definido como el cambio de las relaciones recíprocas de los objetos, en su
estructura exterior; y que el de estado quedó definido, por su parte, como
aquél que acontece en el interior de los objetos, en su estructura interna. El
uno es una traslación; el otro, una distorsión.
PAN: Interesante esta sugerencia de conceptuar lo métrico y lo topológico
no métrico en alusión a las dos grandes clases de cambio de la naturaleza.
MARTÍN: Si hay vuestro consentimiento, sugiero que pasemos a revisar,
con mesurado detalle, los conceptos de espacio y tiempo que corresponden
a cada uno de dichos sistemas.
PAN: Me parece alentador hacerlo. Creo que si esta referencia adoptamos,
sí se puede hablar con cierta propiedad de “nuestros” conceptos de espacio
y de tiempo. Empecemos, entonces, por revisar los que pertenecen al
sistema del Antiguo Mundo, tomando como base la teoría general de la
relatividad.
TAO: ¡Cuánta atención se ha concedido a esta teoría! ¿Por qué no
empezar por la mecánica cuántica, visión del mundo que tiene la ventaja de
haber logrado la integración del “observador” en la descripción de la realidad
física?
PAN: Cuando se trata de los conceptos de espacio y tiempo, la mecánica
cuántica es una visión del mundo claramente insatisfactoria. Las relaciones
de indeterminación del lugar o de la velocidad de una micropartícula,

159
establecidas por el principio de incertidumbre de Heisenberg, imposibilitan
hacer aseveraciones sobre el dominio espacio-tiempo, del tipo que se
pueden hacer en teoría de la relatividad. Pero, por otra parte, la mecánica
cuántica se sirve de tales conceptos, como si fuesen molestosamente
necesarios. Esta insatisfacción del marco de referencia espacio-temporal
para la descripción del mundo atómico, fue consignada expresamente por
Louis de Broglie en el Congreso de Filosofía de Amsterdam, realizado en
1948, cuando dijo, y aquí me permito citarlo: “... los datos de nuestras
percepciones nos llevan a construir un cuadro del espacio y el tiempo en el
que todas nuestras observaciones pueden localizarse. Pero el progreso de
la física cuántica nos lleva a pensar que nuestro cuadro del espacio y el
tiempo no está adecuado a la verdadera descripción de las realidades en
escala microscópica. Sin embargo, no podemos pensar de otra manera que
no sea en términos de espacio y de tiempo, y todas las imágenes que
podemos evocar están ligadas a ellos. Además, todos los resultados de
nuestras observaciones, incluyendo los que nos proporciona el reflejo de las
realidades del mundo microscópico, se expresan necesariamente en el
cuadro del espacio y del tiempo. Es por ello que tratamos, bien que mal, de
representarnos las realidades microscópicas (corpúsculos o sistemas de
corpúsculos) en el seno de este cuadro al que no se adaptan”.
Creo que este sinsabor epistemológico yace en el fondo de la crítica
einstiana a la mecánica cuántica. Teoría ésta que, por lo que acabo de
mencionar, no es un sistema sólidamente constituido.
MARTÍN: Me parece que el dualismo onda-partícula que la mecánica
cuántica atribuye a la naturaleza misma de la luz, es una consecuencia de
esa señera dificultad. Sin embargo, conozco que se han producido buenos
esfuerzos para superarla.
PAN: En efecto, Martín. Fue justamente Heisenberg uno de los principales
interesados. Él introdujo el concepto de “longitud más pequeña” o “cuanto
de longitud” para resolver ciertos problemas de la electrodinámica cuántica,
concepto que sugiere un referente espacial de carácter discreto. Otra línea

160
de trabajo destacable es la aplicación del “espacio de fases” en la actual
física hadrónica. A la espera de resultados definitivos, me parece
conveniente que prosigamos, tomando a la teoría general de la relatividad
como nuestro representativo sistema del mundo.
MARTÍN: Debe señalarse que el concepto de espacio de la teoría
general de la relatividad fue adoptado de la geometría de Riemann. Esta
geometría constituye, en lo que respecta al concepto de espacio, un punto
de confluencia de los desarrollos intelectuales de las civilizaciones del
Antiguo Mundo...
PAN: El concepto de espacio de la teoría general de la relatividad ha sido
obtenido de la geometría de Riemann, ciertamente.
DULCE: Y en esta geometría se sintetizan las nociones euclidiana y no
euclidiana del espacio, vale decir las que corresponden a los espacios de
curvatura constante nula, positiva y negativa.
MARTÍN: El espacio euclidiano es de curvatura constante nula; es decir,
“plano”. El no euclidiano esférico, de curvatura constante positiva. El no
euclidiano hiperbólico, de curvatura constante negativa. Y el riemanniano, de
curvatura constante generalizada.
DULCE: Los cuales son, por otra parte, los únicos tipos de espacio
compatibles con la geometría métrica diferencial, conforme ha demostrado
la teoría de Lie de los grupos continuos.
MARTÍN: Y que son, por ello mismo, los espacios apropiados para
describir las relaciones posicionales o de distancia entre los objetos, sean
éstas las de los objetos con respecto a su sustrato o sean las de los objetos
entre sí. El haber logrado conciliar ambas descripciones en un solo cuadro
del mundo físico, constituye, a mi entender, el mayor logro de la teoría
general de la relatividad.
PAN: El concepto de espacio que relaciona los objetos con su sustrato, es
el que corresponde a la noción de espacio como el recipiente de todas las
cosas. Mientras tanto, el otro concepto representa al espacio como el
conjunto de las relaciones entre los objetos. Ambas nociones, la de espacio

161
como recipiente, y la de espacio como relación, la del espacio plano y la del
espacio curvo, son las que han presidido el desarrollo de la ciencia física, y
son las que nos han aportado el punto de vista cinemático y geométrico,
respectivamente. Allí tienen, ante sus ojos, el diamante que le ha dado
forma y fulgor a la visión intelectual del Antiguo Mundo.
MARTÍN Yo no lo vería tanto como un diamante, cuanto como un cubo
de cloruro de sodio, si atendemos a la básica forma, cartesiana, del sistema
de coordenadas de referencia que se ha definido en esos espacios...
PAN: El espacio concebido como el recipiente de los objetos es
característico de la física de Newton y en ésta alcanza, a no dudarlo, su
mayor lustre. El espacio y el tiempo se consideran, en ella, como una suerte
de “escenario” donde transcurren los procesos físicos, un escenario que
existe independientemente de la materia, eternamente igual e imperturbable.
Es el soberbio concepto de “espacio absoluto”.
ZARA: Como bien señaló Martín, se trató de una reacción portentosa
a la relatividad de Galileo. Me pregunto, ¿cómo fue posible que se produjese
a pesar del poder persuasivo de la argumentación galileana, que puso en
tela de duda el concepto de “espacio absoluto”? ¿Cómo fue posible que el
“espacio absoluto” renaciera de las cenizas tras la crítica galileana a
Aristóteles? Para preguntarlo más sueltamente todavía: ¿de qué artimaña
se valió Newton para conseguir superar a Galileo en una batalla librada sin
su presencia?
PAN: Importantísima la pregunta. Con frecuencia se tiende a asumir, con
ligereza, que entre Galileo y Newton hubo una continuidad o una hermandad
de pensamiento, a través de la cual se habría conformado el paradigma de
la física renacentista. Así, se ha enfatizado su interés recíproco y
complementario en el estudio de la gravitación. O se los ha presentado
como las eminencias capaces de haber elucidado el comportamiento inercial
de los cuerpos. Pero lo que puede ser cierto en lo que respecta a la teoría
de la gravedad, no lo es en lo que respecta a la de la inercia. Pues, la física
de Galileo es, ante todo, la física de la caída de los cuerpos. En ella no hubo

162
una preferencia por el estudio del “movimiento inercial”, el cual fue por
primera vez conceptualizado y estudiado, a la manera axiomático-deductiva,
por la física de Newton, al ser formulada la “ley de la inercia” (aquella que
establece que todo cuerpo entregado a sí mismo permanece en su estado
de reposo o de movimiento rectilíneo y uniforme). Con la introducción de
esta ley, y en lealtad con el espíritu pitagórico de trascender el mundo de las
apariencias, pudo Newton restablecer el espacio absoluto.
ZARA: Curioso lo que mencionas, puesto que del movimiento inercial
se extrae precisamente una noción de espacio relativo...
PAN: Este espacio relativo es concebido por Newton como una medida
sensible del absoluto, una medida que tiene para él un valor de simple
apariencia y una característica plebeya, por así decirlo, frente a la realidad
matemática y verdadera del espacio absoluto.
ZARA: Dicho así no me deja de parecer arbitraria la introducción del
espacio absoluto en la física de la inercia.
PAN: Todo lo contrario, pues sólo presuponiendo un espacio absoluto
puede ser justificada la ley de la inercia. Ya que, ¿con respecto a qué cosa
es concebible un estado de permanente reposo?
ZARA: Sin embargo no hay manera, en el movimiento inercial, de
encontrar evidencias del espacio absoluto.
PAN: Precisamente fue esta imposibilidad lo que llevó a Newton a
interesarse por el estudio de la dinámica. Como bien se conoce, él adujo en
calidad de prueba del movimiento absoluto, y por tanto del espacio absoluto,
la existencia de “fuerzas centrífugas” internas en un recipiente en rotación
(su famoso experimento del “balde”).
ZARA: Se ve claro en esta evolución del pensamiento de Newton, la
realización de su programa intelectual: restituir, lógica y ontológicamente, el
absoluto espacial. Pero, ¿cuál pudo haber sido la poderosa “fuerza” que lo
impelió tenazmente, a lo largo de su vida intelectual, con este propósito que
hoy se nos antoja descabellado? ¿Por qué de esta extrema y aristocrática
reacción de Newton a la relatividad de Galileo?

163
PAN: Una respuesta satisfactoria fue encontrada por Max Jammer y dada a
conocer en su magnífica obra “Conceptos de espacio”, que es el primer
estudio epistemológico sobre los conceptos de espacio utilizados en la física
y la filosofía, razón de más de sobra como para haberle interesado
vivamente a Einstein en sus últimos años de vida, y como para haber
llegado a ser, con tan meritorio antecedente, la obligada fuente del saber
actual sobre tal materia.
En esta obra, Max Jammer puso en claro que aquel interés de
Newton estuvo cautivo del afán por demostrar la existencia de Dios,
empresa que, al parecer, fue un resultado de la influencia ejercida por
reputados cabalistas ingleses sobre el genio de Woolsthorpe.
ZARA: Vaya, vaya... Yo sabía que Newton separó perfectamente los
dos campos: el teológico y el científico. Tanto así que dejó exclamar “yo no
hago hipótesis”, aserto que condensa su oposición a mezclar física con
metafísica.
DULCE: Sin embargo, tuvo para sí que “la verdadera filosofía natural
constituye un apoyo para la religión verdadera”...
PAN: El concepto de espacio fue una clara excepción a esa prevenida
actitud mencionada por Zara. No otra cosa se desprende de la definición
newtoniana de espacio absoluto, como el “sensorio de un ser incorpóreo,
vivo, inteligente, capaz de ver en toda su intimidad las cosas, de percibirlas
en profundidad, de comprenderlas íntegramente en la inmediatez de sus
presencias”, que parece más sentencia de teólogo que aseveración de
físico; identificación de Dios con el espacio, a partir de la cual quedó
firmemente restablecido el vínculo de la ciencia con la religión, que la
polémica desatada por el “caso Galileo Galilei” había hecho saltar por los
aires de la recíproca intolerancia.
TAO: ¿Esta identificación de Dios con el espacio fue una inédita propuesta
de Newton o él se limitó a brindarle una resonancia “científica”?
PAN: Su origen se encuentra en la religión judía, exactamente en el punto
en que un adecuado o consecuente desarrollo de la idea monoteísta, le

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condujo a sostener la “omnipresencia Divina”, la idea de que Dios existe y
está presente aquí y allá, en todas partes y al mismo tiempo. Esta noción se
esparció y prosperó en los cenáculos intelectuales de la Europa
renacentista, a través de las enseñanzas de la cábala, cuya irrupción en el
panorama de la ciencia europea se decidió al producirse la caída de
Constantinopla, una vez que connotados sabios griegos y judíos
encontraron refugio en Italia. En lo que a Newton respecta, estas influencias
le llegaron de su profesor de Cambridge, Joseph Mede, de la filosofía
natural de Gassendi, de su maestro Isaac Barrow y, sobre todo, de Henry
More, dirigente espiritual del Christ’s College y uno de los principales
divulgadores de las ideas cabalísticas y neoplatónicas.
TAO: Es muy extraño que esta conclusión de la necesaria ubicuidad Divina
no hubiese generado un desarrollo panteístico entre exponentes y
defensores de la religión judía...
PAN: De todas maneras se produjo, y el mérito corresponde a Nicolás de
Cusa y, especialmente, a Baruch Spinosa, en cuya obra se incluye no sólo a
la extensión como un atributo de Dios -tal cual había pensado Henry More-
sino también a la materia.
MARTÍN: Es el Dios de Einstein...
PAN: La imagen spinoziana de la naturaleza, una naturaleza en la que Dios
está difundido, es la de un mundo de objetos en interacción causal,
susceptible de comprenderse a través de la geometría.
MARTÍN: Y aquí, con Spinoza, estamos situados en los prolegómenos
del concepto de espacio que rivalizó con el de Newton: el espacio definido
como la red de relaciones entre los cuerpos, concepto que Leibniz sería el
encargado de caracterizar y defender ante Newton, con resultados
favorables en lo que concierne a la argumentación de la cinemática, pero
adversos en lo que respecta a la conceptualización de la dinámica; fracaso
que habría de mantenerse, como se sabe, hasta la aparición de la teoría
general de la relatividad, cuando Einstein consiguiera relativizar el
movimiento acelerado uniforme.

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TAO: Y este concepto de espacio relacionista, ¿estuvo igualmente
impregnado, en sus orígenes, de inspiración religiosa?
DULCE: Así es, y a este respecto séame permitido alternar. Pues, en lo
que toca al espacio definido como el sistema de relaciones entre los objetos,
es la cosmovisión musulmana la que se lleva el mérito de haberla
inicialmente sustentado. Por lo menos, esto es lo que halló el mismo
Jammer.
ZARA: ¿Acaso hubo influencia musulmana en Leibniz?
DULCE: Pan no me desmentirá si digo que el ambiente que rodeaba las
cavilaciones de gente como Newton y Leibniz, fue acusadamente hermético.
Se puede aseverar, a pesar de ello, que entre la monadología de Leibniz y el
atomismo del Kalam hay una fuerte semejanza, y que Leibniz conoció la
“Guía de los perplejos”, obra de Moisés Maimónides donde se expuso el
sistema Kalam del mundo.
ZARA: Moisés Maimónides, qué nombre judío...
DULCE: Nacido en la España morisca en el siglo XII, o sea
descendiente judío en cuna mahometana, Maimónides no sólo influyó en
Leibniz, sino que se lo recuerda como un inspirador de la filosofía panteísta
de Spinoza...
ZARA: ¿Es posible caracterizar brevemente al Kalam?
DULCE: Sus orígenes datan del siglo IX, pero se considera que Abu’l
Hasan al-Ash’ari, de Bagdad, y Abu’l-Mansur al Maturidi, de Samarcanda,
nacidos en el siglo X, son los iniciadores del Kalam ortodoxo. En la base del
sistema está la idea de que los átomos son partículas indivisibles, iguales
entre sí y desprovistas de toda extensión; sus combinaciones recíprocas dan
lugar a los cuerpos. El espacio es pensado no como el “lugar” que ocupan
los objetos, sino como el conjunto de posiciones o relaciones entre los
átomos que les constituyen.
ZARA: ¿Surgió esta poco conocida variante del atomismo clásico, en
el interior de la religión musulmana?

166
DULCE: Exactamente, no. Igual que lo acontecido con tantos otros
conceptos usados en las religiones, el atomismo kalámico tiene un origen
profano. Su incorporación al pensamiento musulmán se produjo para
subsanar el conflicto imperante entre la filosofía de Aristóteles, de honda
influencia en la historia de las ideas mahometanas, y el dogma coránico de
la creación Divina.
ZARA: ¿De qué manera?
DULCE: Aristóteles, como bien se sabe, fue de la opinión de que el
movimiento y el lugar presuponen la existencia de los cuerpos que pueblan
el cielo finito: fuera de éste no hay objeto alguno y, por lo mismo, ni lugar ni
tiempo pueden ser concebidos como realidades infinitas. Ahora bien, la
sustancia tiene para Aristóteles -en clara reminiscencia parmenidiana- una
condición eterna, mientras que para el Corán la sustancia es producto de la
creación divina. Si debía darse crédito a esta idea teística, surgió
inmediatamente la cuestión de establecer si el espacio y el tiempo existieron
antes de la creación. El pensamiento musulmán respondió negativamente,
basándose, a la vez, en la dependencia del espacio y el tiempo con respecto
a la materia -formulada por el estagirita- y en el concepto kalámico de
espacio. El espacio y el tiempo no existieron antes de la creación, sostuvo el
pensamiento musulmán, por la sencilla razón de que espacio y tiempo son
las relaciones entre los cuerpos creados.
ZARA: ¡Qué antigua huella, mora en la actual cosmogonía del “big
bang”!
DULCE: ¡Qué mora la huella!, diría yo, de algún alborotillo ser
permitido...
PAN: No menos que judía...
TAO: Vaya, ya estuve preocupado por el prolongado énfasis teológico que
estabais dando al origen del concepto de espacio. Ahora se observa que
hay, además, un vínculo notable con las reflexiones griegas...
MARTÍN: Y vaya que también en la religión judeo-cristiana hay un
conocido viaducto por donde circuló el pensamiento griego... Seguramente

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esta religión fundamentó en Platón la idea de atribuir al “Verbo Divino”,
encarnado en Jesús y transmitido por las “Sagradas escrituras”, un extremal
carácter de realidad verdadera.
PAN: “Al principio era el Logos, la Palabra” sostiene San Juan en los
“Evangelios”. No veo, sin embargo, el vínculo con Platón.
MARTÍN: Fue el pitagorismo platónico, al aseverar que dos clases de
triángulos rectángulos son los verdaderos elementos del mundo material y al
sostener, paladinamente, que esta esencia geométrica es resultado de la
intervención Divina generadora de orden, la filosofía que más contribuyó a
despertar confianza en la idea de que los productos del pensamiento
humano -llámense “matemática”, “átomos” o conceptos de lo que “Dios es”-
son la esencia última de la realidad y de la Divinidad, el en sí mismo del
objeto y del sujeto creador, arrogante como imperdonable egolatría que ha
atenazado religión y ciencia de Occidente y que tan mal nos ha hecho
quedar ante los seres naturales circundantes, en tantos pasajes de la
historia...
TAO: Una confianza asumida con tan escandalosa seguridad, que deja
pasmados, sólo pudo provenir de pueblos, como el judío, que se ha
considerado escogido por Dios; o como el cristiano, que se ha tenido por el
pueblo elegido por Él...
PAN: Desagradable egocentrismo, ciertamente; pero no sólo ha sido un
asunto judaico. ¿No se creyó el Inca un hijo del Sol? ¿No se atribuyeron los
brahmanes haber nacido de la boca de Brahma; los katriyas, de sus brazos;
los vaicias, de sus riñones; y los sudras, de sus pies? ¿No enseñaron los
japoneses, aún hasta hace poco, que el Mikado proviene de la diosa del Sol
y que el Japón es la primera creación Divina?.. Algo de narcicismo
excluyente se halla en la historia de todos o casi todos los pueblos notables
de la Tierra, algunas veces como un pecado original de la autoafirmación de
sus identidades nacionales.
DULCE: Mito que han actualizado, de tanto en tanto, líderes de ingrata
recordación para beneficio de perversas causas imperiales.

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MARTÍN: De vuelta a Platón y Aristóteles, ¿hay en ellos nociones o
conceptos que nos informen sobre el espacio definido como el receptáculo
de los cuerpos, una vez que el origen de la concepción relacionista quedó ya
establecido?
PAN: Platón usó en el “Timeo” el concepto de “espacio vacío”, que tan
intercambiable resulta con el de “espacio recipiente”. En virtud de este
hecho nos podríamos ver tentados a clasificarlo entre los padres del
pensamiento newtoniano. Sin embargo, el “vacío” platónico no tiene el
mismo significado del “vacío” característico del atomismo griego que es, a
no dudarlo, el punto de partida de la imagen mecánica del mundo.
MARTÍN: Oportuna la aclaración, pues se sabe que en poca estima tuvo
Platón a Demócrito. Platón quería que se quemasen los libros de Demócrito
y en su crítica de la música abogó porque se prohibieran las armonías
jónicas...
PAN: Platón identificó el espacio vacío con la materia, y a ésta, como se
sabe, le otorgó, en última instancia, un carácter geométrico. Mientras tanto
Aristóteles, que no estuvo de acuerdo ni con el vacío democritiano ni con el
platónico, concibió el espacio como la categoría que expresa la suma total
de todos los lugares ocupados por los cuerpos; y al lugar, como la parte del
espacio cuyos límites corresponden a los del cuerpo que lo ocupa. El
espacio aristotélico es, entonces, un espacio que al mismo tiempo que
“sustenta”, “encierra”. Tal vez de aquí partió el carácter dual de las futuras
concepciones en torno al espacio.
TAO: Dulce ha dicho que para Aristóteles el espacio no es independiente
de la materia. Sin embargo, esta idea contradice la de “sustrato” que acabas
de imputar al mismo Aristóteles, amigo Pan.
PAN: Imputación justa, por lo demás, según es claramente visible en el
concepto de espacio como una “extensión bidimensional” continua, que
Simplicio atribuyó a Aristóteles.
La contradicción que mencionas, Tao, desaparece en el momento en
que se tiene presente que la dependencia aristotélica del espacio con

169
respecto a la materia, mencionada por Dulce, no significa que el lugar no
pueda ser separado de la cosa que lo ocupa. Esa dependencia sólo implica
que el espacio carece de calidad sustancial, es sólo un “accidente” de la
sustancia. Y aquí radica la notable diferencia entre Aristóteles y los
atomistas griegos quienes, en cambio, se vieron llevados a admitir la
existencia del vacío como una realidad sustancial al lado de la materia.
ZARA: Dinos, Pan, ¿cómo fue posible que los grandes materialistas
de la Antigüedad se vieran abocados a aceptar la realidad del vacío?
PAN: Debido a su idea de que los átomos, que los tenían por
impenetrables, indivisibles e indestructibles -los últimos componentes de la
materia, verdaderas unidades parmenidianas- están en permanente
movimiento y colisión. Para los griegos de la época, la existencia del
movimiento presuponía la del vacío, de la misma manera necesaria que el
estado de inmovilidad sólo era compatible con un mundo repleto de cuerpos,
con una compacidad total.
MARTÍN: Señalaste, Pan, que el espacio vacío democritiano fue el
concepto que se introdujo como soporte de la mecánica clásica, ciencia que
llevó al estudio del movimiento inercial la idea griega de átomo. Me parece
legítimo aseverar que el espacio vacío platónico, geométrico, evolucionó,
por su parte, en el pensamiento euclidiano.
PAN: En cuanto estemos preparados a admitir que el trabajo de Euclides
constituye la primera formulación axiomático-deductiva de la teoría de
superficies planas o, si se prefiere, la primera formulación geométrica de
una noción de espacio, tal aseveración es necesariamente justa, y la
planimetría de Euclides es tributaria del ideal geometrizador de Pitágoras y
Platón. No sería justa, empero, si prestamos atención al hecho de que las
superficies euclidianas están concebidas como provistas de rigidez, son
indeformables, lo cual implica que no son afectadas por el recipiente, por el
sustrato en el que se hallan. Lo que hace caer en la cuenta de que el
espacio euclidiano está más cerca del vacío atomista, que del platónico.

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TAO: Muy interesante esta evocación del viaje epistemológico de la
categoría de espacio vacío. Con el deseo de llegar lo más profundo en este
análisis, señalo que siendo griego, en efecto, tal importante desarrollo, no es
griego, en cambio, su origen. Pues, en el principio mismo de la odisea del
espacio vacío, es inevitable percibir un inconfundible destello del Sol
Naciente...
PAN: Esta es historia que me cautiva, Tao...
MARTÍN: ¿La historia del concepto de espacio vacío o espacio recipiente
nos conduce, entonces, a un manantial situado fuera de la Grecia clásica?
DULCE: Hay suficiente argumento como para asegurarlo. La orgullosa
geometría griega, tan impregnada de la noción de vacío, es geometría cuyos
fundamentos llevó Tales desde Egipto -según noticia comunicada por el
“padre de la historia”-. Con esta importación se dio inicio a un peregrinaje
intelectual del que formarían parte: Anaximandro, Jenófanes, Pitágoras,
Solón, Heródoto, Demócrito y el mismísimo Platón; ello, sin contar con que
fue también en Alejandría, de Egipto, donde pudo Euclides alcanzar su
inmortal formulación.
PAN: Nada raro que ello hubiera ocurrido en un escenario como el
Mediterráneo oriental de la época, de activos contactos marítimos, de
magnas guerras de conquista y de homéricas lides libertarias...
DULCE: El panteón griego estuvo nutrido de dioses orientales.
PAN: ¿Podrías, Dulce, evocar esos rudimentos egipcios de la geometría
griega?
DULCE: Del pensamiento matemático egipcio se sabe gracias a dos
papiros auténticos. Uno de ellos, el “Papiro Rhind”, se titula “Orientaciones
para conocer todas las cosas oscuras”; fue elaborado alrededor del año
1700 a.J. por un modesto escriba llamado Ahmés, quien empieza su texto
reconociendo que se trata de una fiel copia de un antiguo escrito, redactado
durante el cuarto mes de la estación de la inundación del año “treinta y tres”.
TAO: ¿A qué fecha exacta corresponde la mención?

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DULCE: Imposible saberlo. Lo cierto es que en ese notable documento,
copia, a su vez, de conocimientos pretéritos, están propuestos 85 problemas
-uno no puede dejar de ver en ellos las semillas de los futuros teoremas-
que muchos tendrían dificultades para resolver aún hoy. Los problemas se
refieren al uso de fracciones, la resolución de ecuaciones simples y de
progresiones y la medición de áreas y volúmenes; ésta última es la materia
central del texto.
MARTÍN: ¿Se ha podido identificar la fuente de esta sabiduría?
DULCE: Ventajosamente sí. Los rudimentos de la geometría griega,
como Pan denomina a la geometría egipcia, se originaron del cálculo de
superficies agrícolas.
MARTÍN: Te refieres a las superficies agrícolas de la gigantesca y feraz
cuenca del Nilo.
DULCE: Evidentemente. El cálculo de superficies se inventó como
respuesta a la persistente necesidad de restablecer el amojonamiento que
fijaba los límites de las propiedades agrícolas. Los mojones eran arrastrados
por el Nilo, tras cada una de sus periódicas inundaciones anuales, y los
encargados de la restitución eran los inspectores territoriales -llamados
“extendedores de cuerdas” porque utilizaban cuerdas con nudos dispuestos
a intervalos regulares, en calidad de señales-.
MARTÍN: Riadas del Nilo que anegaban los terrenos de cultivo y les
proveían a los egipcios, en abundancia y generosidad infinita, de los
nutrientes arrancados por las aguas desde el corazón tropical del África
negra...
DULCE: El Nilo deja anualmente, tras la inundación, una capa de medio
cm de espesor de sedimentos...
TAO: Me imagino que las demandas de reposición de los hitos, a las que el
Estado egipcio debía atender después de cada inundación, a fin de
reimplantar el sistema tributario y subsanar conflictos, habrán sido de
magnitud creciente año a año, a lo largo de miles de años de agricultura, al
ritmo de la expansión demográfica y de la colonización de la cuenca. La

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invención del cálculo de superficies verdaderamente que debió haberles
aligerado esta tarea cada vez más sofocante...
ZARA: ¿Es que fueron funcionarios estatales quienes idearon el
cálculo de superficies?
DULCE: Así es. Su invención y posterior desarrollo se lo debemos a los
antiguos sacerdotes egipcios, miembros de la alta jerarquía social y política
del Estado (el propio faraón era considerado un sumo sacerdote).
Es notable que este vínculo religioso en el nacimiento de la
geometría, haya sido lo que condujo, a la postre, a la aparición de esa visión
geométrica del universo, tan característica del pensamiento griego y tan
característica de la teoría de la relatividad. Fueron los sacerdotes de Abusir
y de On-Heliópolis, los primeros en concebir a todo objeto del mundo
circundante como provisto de una forma esencial, ecuable. Pitágoras debió
haber aprendido, allí, que la música es geometría.
MARTÍN: Y quién sabe si también allí aprendió ese hermético espíritu de
hermandad o de secta, con que el saber fue manejado por sus discípulos de
la Orden de Pitágoras. Espíritu, por lo demás, tan arraigado entre la
intelectualidad Occidental...
DULCE: La Orden pitagórica tenía la prohibición de romper el pan.
Desde aquel entonces se viene precautelando tu integridad, amigo nuestro...
PAN: Bueno... esa actitud de los pitagóricos formó parte de una larga
historia de veneración a Pan. Mucho antes, en Arcadia, los habitantes
adoraban a Hermes y a Pan, y cada vez que el trigo escaseaba, iban a
golpear su estatua. Los atenienses también le veneraron, en calidad de dios
universal, después de la guerra de Persia...
MARTÍN: Dulce: si fue tal necesidad de medición de las tierras agrícolas
la que llevó al surgimiento de la geometría del espacio vacío, ¿es apropiado
vincular su desarrollo posterior, en el mismo Egipto, con la reiterada práctica
agrícola?
DULCE: Ciertamente, pero el radio de influencias se extendió a otros
temas y preocupaciones. De hecho, en el mismo Papiro Rhind varios de los

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problemas formulados se refieren a cálculos de capacidades de
contenedores y almacenes, de dimensiones de terraplenes, etc. Una vez
ideado el método, fue natural la diversificación de sus aplicaciones y, con
ello, su propia conformación como pensamiento sistemático.
TAO: Curiosamente tal pensamiento tuvo su correlato en India y China.
DULCE: Más cercano aún, en la propia Babilonia.
MARTÍN: Es decir, en todos los lugares del Antiguo Mundo donde hay
evidencia de agricultura endémica...
DULCE: El caso babilonio es especialmente importante. Pues los más
antiguos testimonios de geometría se hallan en los escritos cuneiformes de
los sumerios.
ZARA: ¿Cuál es su antigüedad?
DULCE: Unos 5.000 años. Los signos fueron trazados en tablas de
arcilla cocida.
MARTÍN: Tenía para mí que las tablas mesopotámicas son menos viejas.
DULCE: Se han encontrado unas 100.000 tablas de escritura
cuneiforme; la mayoría corresponden a períodos subsiguientes, como el
semítico, el persa y el seleúcida.
ZARA: ¿Y en todas hay geometría?
DULCE: Ejem, ejem, no tanto así. Las tablas geométricas son como 50.
En ellas constan cálculos de áreas y volúmenes de figuras rectilíneas,
rudimentos de medición de ángulos y relaciones trigonométricas, solución de
problemas con métodos equivalentes a la solución de ecuaciones de
primero, segundo y tercer grados y suma de progresiones aritméticas. Las
tablas de hace 4.000 años dan fe que los antiguos babilonios habían
establecido reglas para operar dichos cálculos. Sabían que los lados
correspondientes de dos triángulos rectángulos son proporcionales, que la
altura que pasa por el vértice de un triángulo isósceles biseca la base y que
el ángulo inscrito en un semicírculo es un ángulo recto. El “teorema de
Pitágoras” ya se conocía en Babilonia por esas mismas fechas, 1.500 años
antes de Pitágoras.

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PAN: La conjetura, querida Dulce, la conjetura que Pitágoras demostró para
convertirla en teorema.
DULCE: Tienes razón.
MARTÍN: El patente interés que tuvieron los babilonios por las
generalizaciones, al parecer fue muy característico de ellos.
DULCE: En efecto, y tal interés se vio coronado por el rey Hammurabi
quien, tras recopilar las antiguas normas de los sumerios, expidió el gran
Código de conducta humana, donde quedó plasmada la noción de mandato
Divino, regulador, de cumplimiento obligatorio y validez general, con
sanciones previstas para los infractores. Noción donde lo abstracto adquirió
una forma que habría de irradiar en todo el Mundo Antiguo: la forma de “ley”,
ya sea de carácter jurídico, ya religioso o, finalmente, científico. El concepto
de “ley natural”, que alumbra como un faro del mundo de la ciencia natural y
que late como su corazón es, ni qué decirlo, su más feliz tributario.
PAN: Siempre y cuando se pueda mostrar los canales de comunicación.
DULCE: Unas influencias se produjeron a través de Abraham, quien
llevó, desde Ur, la idea monoteísta a Palestina.
PAN: Mm, te refieres al culto a Marduk...
DULCE: Otras influencias se dieron a través de Nabucodonosor que,
como se sabe, conquistó Karkemish, en Egipto, unos 600 años a.J.
MARTÍN: ¿Babilonia llegó a influir en la Grecia clásica?
DULCE: La irradiación babilónica en Grecia seguramente empezó antes
de la conquista de Alejandro Magno. La famosa predicción del eclipse solar
del año 585 a.J., realizada por Tales de Mileto -con la que se inicia la
astronomía griega-, no es un acontecimiento aislado. Si no fue tomada
directamente de algún escrito babilónico, tal predicción refleja, a mi
entender, el creciente interés suscitado en Asia Menor por la astronomía
babilónica. No olvidemos que Mileto era, entonces, un aliado de Lidia y que
ésta mantenía relaciones culturales con Babilonia. Y no olvidemos que los
babilonios venían documentando la observación astronómica al menos 200
años atrás...

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ZARA: De regreso a la geometría babilónica: ¿fue, quizás, una dádiva
celestial?
DULCE: Francamente no creo que Dios hubiera disfrutado de
entrometerse en cosa tan mundanal. En el texto cuneiforme “VM 85194”, se
puede leer problemas relacionados con: trabajos agrícolas, presas,
terraplenes, pozos y relojes de agua. Es indiscutiblemente un desarrollo,
también por vía de la abstracción, del acto práctico de medir las superficies
agrícolas, los pesos de las cosechas, los ciclos estacionales. Práctica que,
asimismo, había ido complicándose a tenor de la expansión de la sólida
agricultura desplegada en las ricas tierras irrigadas por el Tigris y el
Éufrates.
MARTÍN: Tierra del paraíso, donde Yahvé tomó un poco del limo,
transportado por el Tigris desde las montañas de Armenia, para esculpir a
Adán, el primer agricultor...
ZARA: ¿La medición se hacía utilizando cuerdas, como en Egipto?
DULCE: Curiosamente, la medición sumeria, tanto la de superficies
agrícolas como la de pesos, se hacía en términos de granos.
ZARA: Lo que supone, evidentemente, un rendimiento uniforme de las
tierras agrícolas.
MARTÍN: Y, si me permiten reiterarlo, una profunda transformación de la
utilidad de los cereales, una crucial abstracción del contenido alimenticio del
grano, la cual deja ver a las gramíneas por el camino que conduce al
concepto griego de átomo.
PAN: No sé, no sé... Habría que ver si esa práctica de la medición
trascendió fuera de Babilonia.
DULCE: Lo indiscutible es que las medidas sumerias se diseminaron
por todas partes. Tanto, que aún hoy en día los anglosajones y muchos
americanos utilizan la “libra” de 450 gramos, patentada por los sumerios. Y
el “pie” inglés sigue siendo exactamente el “pie” babilónico.
TAO: Estoy de acuerdo con la presunción de Martín. El concepto de átomo
no es tan rigurosamente griego, como se reconoce. Me gustaría confirmarla,

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añadiendo que la idea atomista apareció, paralelamente, en la India y
alcanzó su cenit en la Escuela Vaisé Sika.
ZARA: Vaya, vaya... Yo tenía por hecho que toda la cultura de Oriente
se ha caracterizado por ser de holismo contemplativo. Y ahora resulta que el
reduccionismo analítico, plasmado en la doctrina atómica, es nada menos
que de ascendiente greco-hindú...
DULCE: No hay que sorprenderse, no hay que sorprenderse...
TAO: En efecto, tomemos las cosas con calma... Si bien en el atomismo
hindú hay ese ingrediente analítico, esa voluntad expresa de buscar los
componentes últimos de la materia, no es menos cierto que junto a ella, o
mejor en el fondo, yace sutilmente la idea holista.
Es como si en un cierto momento se aceptara el desafío reduccionista
y se lo dejara actuar con su ímpetu cortante, aquí y allá, libremente,
simplificando cada vez más la sustancia, hasta agotar toda partición posible.
Llegado este límite, a partir del cual se encuentra la esencia de las cosas, la
vehemencia reduccionista colapsará ante los “paramanu” que representan,
exactamente, la restauración de un infranqueable sentido unitario de la
realidad física.
Los “paramanu” -como se llaman los átomos hindúes, aquellas cosas
de las que se componen todas las sustancias- carecen de partes y son, por
ello mismo, indestructibles. Y el espacio en el que se mueven, tampoco
puede ser reducido a parte alguna.
Desde el punto de vista hindú deberíamos ser nosotros los
sorprendidos, querida Zara, al ver cómo los atomistas griegos pudieron dejar
que se deslice, en su imagen analítica del mundo físico, este holismo
insuperable.
MARTÍN: ¿Cómo se conceptuaba el espacio en el atomismo hindú?
TAO: La idea de espacio proviene de la época en que los hindúes fundan la
filosofía. Entonces, se enseñaba que cuanto existe en el mundo está
compuesto de cuatro grandes elementos: tierra, fuego, agua y aire. Algunos
agregaron un quinto: el éter, más sutil que el aire.

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PAN: ¡Qué coincidencia! Excepto el éter, son los mismos cuatro elementos
del pensamiento griego. ¿A qué año corresponden estas reflexiones
hindúes?
TAO: Son de hace más de 2.600 años. Y por ello mismo bien podría
tratarse, no de una notable coincidencia, sino de una florida comunicación.
Pues se sabe de hindúes participando en las guerras médicas y se tiene
constancia de acercamientos recíprocos, al menos desde hace 2.400 años.
PAN: Esos no fueron, sin embargo, contactos a los que pudiéramos llamar
“decisivos”.
TAO: De acuerdo. Los contactos decisivos se produjeron, ni qué decirlo,
tras la conquista de Alejandro Magno, al fundarse los reinos de Bactriana y
Sogdiana. Allí se mezclaron varios de los conocimientos de ambas culturas,
y la filosofía hindú pudo irradiar hacia Occidente con destellos de luz propia
que no han cesado de brillar.
Pero permitidme que conteste la pregunta de Martín.
PAN: Adelante.
TAO: El fundador del jainismo, Vardhomana (el “gran héroe” que vivió en el
siglo VI a.J.), enseñaba que las sustancias de las que el mundo se
compone, tienen dos clases de propiedades: unas esenciales y otras
accidentales. Esenciales son aquéllas que aseguran la permanencia y
estabilidad de la sustancia. Accidentales son, en cambio, las propiedades
fluyentes, aquéllas que permiten el cambio de la sustancia. El espacio y la
materia, sustancias no vivientes, son las condiciones del movimiento y el
reposo.
La idea de espacio, como medio del movimiento, habrá de
combinarse con la de éter, siglos después, en el pensamiento de la escuela
Vaisé Sika, hace unos 2.000 años.
MARTÍN: La idea de éter, ¿es de procedencia hindú?
TAO: Es difícil establecer su linaje exacto. Nociones equivalentes pueden
ser el “pneuma” de los griegos o el “chhi” de los antiguos chinos, que
significa influencia tenue que todo lo invade. Sin embargo, fue en Vaisé Sika

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donde adquirió carta de ciudadanía como ingrediente básico de un modelo
del mundo.
Vaisé Sika clasificaba todo lo existente en siete categorías: sustancia,
cualidad, acción, generalidad, particularidad, inherencia y no ser. De entre
éstas, la sustancia era considerada como la categoría fundamental, por
expresar la esencia de todas las cosas y agrupar a las restantes categorías.
Se pensaba que hay nueve clases de sustancias y entre diecisiete y
veinticuatro tipos de calidades. Entre las sustancias se hizo constar a los
cinco elementos físicos -tierra, agua, luz, aire y éter-, dotados de
propiedades perceptibles; así, se estimaba que la tierra posee olor; la luz,
color; el agua, gusto.
Según la misma escuela, todas las cosas complejas se pueden
descomponer en cuatro clases de átomos, que representan a cada uno de
los elementos físicos, excepto al éter, al que se le atribuyó una calidad
especial: por ser lo que llena el espacio vacío, no puede ser percibido y de
su existencia sólo es posible saber gracias a la demostración lógica.
A los átomos se los consideraba como entidades eternas; y a sus
dimensiones, imperceptibles. Merced a estas características, se les adjudicó
la condición de impalpables e impenetrables, incapaces de contrarse y
dilatarse a menos que sobre ellos actuase un impulso exterior. Vaisé Sika
opinaba que la causa principal del movimiento es una fuerza natural
invisible.
MARTÍN: ¡Impresionante! ¡Vaisé Sika esbozaba, hace 2.000 años, una
parte del programa de la ciencia física!.. Creo ver en el éter hindú un remoto
antecedente del concepto de campo gravitatorio, el nuevo “éter” ungido tras
el experimento Michelson - Morley.
ZARA: La idea de éter como elemento que llena el espacio,
¿presupone, de alguna manera, la de vacío?
TAO: La noción explícita de espacio vacío surgió en la astronomía china.
Llamada “Hsuan - ye”, correspondió a la idea de que los astros del
firmamento son luces que flotan, separadas por grandes distancias, en el

179
vacío infinito. Desde la China pasó a la India, y fue en ésta donde el vacío
se sustanció en éter, ante todo como respuesta a la necesidad de solucionar
la espontánea dificultad que comporta el admitir que las cosas, incluso el
aire, existen y se mueven en un medio inasible e incorpóreo.
PAN: Presumo que tus aseveraciones están bien fundamentadas.
TAO: Debo aceptar que los antiguos escritos de filosofía y ciencia, tanto
hindúes como chinos, son comparativamente escasos en relación con los
equivalentes de egipcios y babilonios. Dos causas lo explican: el material
utilizado por los escritores -como esteras de bambú y cortezas de árboles-
muy degradable en sí mismo y más si estuvo expuesto a un medio húmedo
y lluvioso, como es el de la India; y las destrucciones provocadas por las
sucesivas invasiones de los bárbaros.
PAN: Sin olvidar otros factores menos conocidos, como la “quema de libros”
ordenada por el emperador Chin Shih-huang, en el siglo III a.J...
TAO: En todo caso, y para en algo remediar las carencias, una fuente
confiable en el caso hindú son los escritos sánscritos.
PAN: Tengo entendido que los libros védicos son, en gran parte,
reconstrucciones de antiguas tradiciones orales. Es decir que debemos
confiar en la palabra de los informantes.
TAO: La palabra de los “informantes” no es cualquier palabra de mercader.
Los informantes son los zrotryas, seres de privilegiada memoria, capaces de
reproducir fielmente centenares de himnos. La confianza que despiertan ha
sido ponderada en el siguiente refrán: “un brahmán se alegrará más con la
letra acentuada de los vedas que con el nacimiento de un hijo”.
Por lo demás, la buena memoria es cualidad muy cultivada en la
India. Buda era conocido por su fenomenal capacidad de cálculo y, en el
presente siglo, Srinivasa Ramanujan despertó tal admiración en Cambridge,
que se le recuerda como el amigo de cada uno de los números enteros...
MARTÍN: En los escritos religiosos hindúes ¿se puede encontrar un
germinal pensamiento geométrico, a la manera de los egipcios y babilonios?

180
TAO: Sin duda. En ellos hay cálculos geométricos para la construcción de
templos y altares. Allí constan los primeros métodos de cuadratura del
círculo, aplicaciones del teorema de Pitágoras y funciones trigonométricas.
Y geometría práctica hindú se puede hallar mucho antes, en una
fecha tan antigua como es la que corresponde al esplendor de las ciudades
de Mohenjo-Daro y Harappa, en el valle del Indo, hace 5.000 años; ciudades
cuyos vestigios todavía evidencian el magnífico alcantarillado y el trazo
cuadriculado de las urbanizaciones, que las acredita como las primeras
localidades levantadas con un plan geométrico.
DULCE: Coincide con la antigüedad de los primeros escritos
geométricos cuneiformes...
TAO: La relación de India con Babilonia seguramente data de aquellos
tiempos. Amuletos encontrados en Mohenjo-Daro, con motivos de culto a los
animales sagrados, son muy parecidos a varios de los sellos
mesopotámicos que contienen grabados de animales tales como el elefante,
el rinoceronte y el cocodrilo ictiofágico, todos de procedencia indostánica.
MARTÍN: ¿Y qué nos puedes decir de los antiguos vínculos de India con
la China?
TAO: El destacado nexo sino - hindú en la conceptualización de espacio no
fue, en modo alguno, una excepción. Los vínculos fueron muy importantes,
naturalmente; y las influencias, de doble dirección.
Está documentado en la historia oficial de la dinastía Sui, el
conocimiento, en China, de astronomía, matemática, cronometría y medicina
hindúes. El aceite chalmugra, por citar un caso, de arraigada tradición en la
farmacopea china para el tratamiento de la lepra, es de muy probable origen
hindú, igual que la técnica de trepanación.
La matemática hindú recibió, por su parte, una significativa
contribución de los antiguos matemáticos chinos. Así, en la obra de
Bháskara, de hace 850 años, se cita una prueba utilizada por Chao Chun
Chhing, en el siglo II, en su comentario al más antiguo clásico de
matemática china que se conoce: el Chou Pei (“Horas solares”)

181
El algoritmo para el cálculo del área de un segmento de círculo,
recogido en el Chiu Chang Suang Shu, reaparece en la obra de Mahávíra
del siglo IX. Y puedo referir otros ejemplos.
MARTÍN: Llamativo este indicio de geometría en el Chiu, chiu...
Discúlpame, Tao, ¿cómo continúa el nombre?
TAO: Ejem, ejem... Es el Chiu Chang Suang Shu, que significa “Aritmética
de nueve secciones”.
MARTÍN: Convérsanos sobre esta obra.
TAO: Según lo investigado por el matemático historiador Ling Wang, el
desarrollo de la matemática china empezó hace poco... hace unos 33 siglos.
La “Aritmética de nueve secciones”, escrita por Chuan Tsanom en el
año 132, es una enciclopedia que sintetiza el saber matemático conseguido
por mis antepasados hasta esa fecha. Destinada al consumo de diferentes
tipos de funcionarios del servicio civil -como agrimensores, astrónomos o
ingenieros-, la obra consta de nueve libros y en ellos se formulan y
resuelven unos 250 problemas, agrupados en clases y presentados con la
respectiva regla de solución.
MARTÍN: ¿A qué se refieren los problemas?
TAO: Igual que en el Papiro Rhind, los problemas son de índole muy
práctica. Por ejemplo, el libro 1 trata de la “medición de campos” y allí se
calculan áreas de figuras rectilíneas y de círculos; el libro 2 es una “relación
entre diferentes formas de cereales” y versa sobre el cobro de impuestos al
grano -que se mide en unidades de volumen- y otros cálculos agrícolas; el
libro 5, de “estimación de los trabajos”, contiene estudios para la ejecución
de proyectos tales como: paredes fortificadas, murallas, diques, torres y
faros, con cálculos de requerimientos de equipos, materiales y mano de
obra. El Libro 7, sobre el “exceso y defecto”, refiere problemas de
intercambio entre lingotes de oro y de plata, que llevan a ecuaciones lineales
y al método de sus soluciones.
DULCE: Un lejano eco arquimediano...

182
PAN: Llama la atención el que este desarrollo algorítmico no hubiera
desembocado en demostraciones axiomático-deductivas, en geometría
propiamente dicha. Según conozco, los chinos tuvieron que esperar al siglo
XVII para tener a Euclides, y ello gracias a la famosa misión de jesuitas
europeos de Matteo Ricci.
Me parece, por lo demás, que a esta intrigante carencia se debe el
que la astronomía china permaneciese limitada como astrología y nunca
alcanzase a evolucionar en una visión geométrica de los cielos, al modo de
la que se observa en Eudoxo, Aristóteles y Ptolomeo.
TAO: Por algún motivo, insuficientemente aclarado, la ciencia pura de Asia
Oriental no penetró en Occidente, en la misma medida en que varios de los
descollantes inventos chinos pasaron a Europa siguiendo la ruta de la seda.
Esto ha sido causa de un arraigado prejuicio: la ponderación, unilateral, del
empirismo de los antiguos chinos, en desmedro de su capacidad de
abstracción.
ZARA: He podido escuchar, en varias oportunidades, que los chinos
se adelantaron a Europa en líneas de producción tan maestras como la
fabricación del papel, la invención de la imprenta, de la pólvora y de la
brújula. Junto a estos artificios, ¿hay otras creaciones chinas de parecida
trascendencia?
TAO: No son pocas, Zara, no son pocas: la fundición del hierro en altos
hornos (surgida en Europa a fines del Siglo XIV, como base de la revolución
industrial) se viene practicando en China desde hace veintitrés siglos; la
carretilla y la técnica de perforación profunda, que se idearon hace 2.100
años; el sismógrafo de Chang Heng, invento del siglo II, que fuera diseñado
para localizar la dirección azimutal del epicentro y la magnitud de la
sacudida; el empleo de minerales para el tratamiento de dolencias
orgánicas, mucho antes de Paracelso; la rueda hidráulica y los puentes
colgantes con cadenas de hierro... Puedo alargar y endulzar la lista, si
queréis, con los tallarines y el helado.

183
PAN: Si varios inventos chinos pasaron a Europa, no menos importantes
fueron las exportaciones europeas a la China. Los jesuitas del siglo XVII
llevaron el tornillo de Arquímedes y el sinfín, la bomba doble de Ctesibio, la
manivela y el molino vertical de torre. Ello, sin contar la notación algebraica
de Viéte, los logaritmos de Napier y la mecánica de Kepler y Galileo. Pero,
sobre todo, insisto, la geometría de Euclides, cuya aparición en Alejandría
marcó, a mi entender, el punto crítico de divergencia entre los dos saberes:
el Occidental y el Oriental.
DULCE: La polis griega, ciudad de navegación y comercio, abierta al
mundo, brinda un contraste por demás sugestivo con el hsien chino, ciudad
de encierro feudal, sujeta al poder omnipresente del mandarinato e
íntimamente vinculada con la agricultura. Me parece que por aquí se puede
explicar la divergencia, tal como ha sugerido Joseph Needham.
TAO: No tratéis de quitar a los chinos el sol de la abstracción sistematizada,
pues el Sol brilla para todos.
PAN: ¿Alguna evidencia?
TAO: El desarrollo independiente del álgebra china: el método de las
potencias y coeficientes radiantes.
Y si temprano hubo álgebra en China, se debe aguardar hasta
Diofanto, en el siglo III, para encontrar álgebra entre los griegos. Este hecho,
sin embargo, no me autoriza para presumir ni hacer aspavientos; máximo,
me hace notar que los ritmos evolutivos del saber no tienen por qué ser
necesariamente uniformes o simultáneos.
PAN: No estoy inquiriendo sobre la causa de adelantos y atrasos relativos,
Tao. Únicamente quisiera saber, por si hay una respuesta, la causa no del
rezago chino en la generación indígena de un discurso geométrico, sino el
por qué nunca los chinos llegaron a producir este discurso.
TAO: Hubo dos escuelas, en la antigua filosofía china, aprovisionadas
como para llegar a elaborar algo equivalente a la geometría euclidiana: el
confucianismo y el legalismo.

184
El confucianismo, igual que el pitagorismo, menospreciaba el trabajo
manual, poseía la misma afición por el cultivo de la espiritualidad separada
de la naturaleza y mantenía la misma actitud de sumisión frente al poder
político establecido.
El legalismo, por su parte, profesaba la misma fe pitagórica, o
pitagórico-platónica, en el poder real y sustitutivo de los códigos y las
representaciones formales; tanto así que fueron legalistas los primeros en
postular que las conductas humanas debían juzgarse no por el mérito de los
hechos sino según lo prescrito en los arreglos jurídicos. Tal vez fue esta
pretensión lo que impidió que el legalismo alcanzase resonancias entre la
intelectualidad china, más proclive al sereno juicio de las evidencias.
Ahora bien, ni los confucianos ni los legalistas llegaron a tener
intereses por la astronomía o por la matemática. Filosofía social y derecho,
bien acotados, fueron las materias de sus reflexiones, en tanto que sería la
filosofía taoísta el pensamiento que penetró y dominó la ciencia natural
china, la cual surgió de la asociación entre los shamanes y los criteriosos
hombres que consideraron más importante el estudio de la naturaleza.
En agudo contraste con esas inclinaciones “formalistas”, si así
pudiéramos llamarlas, el taoísmo nunca llegó a despreciar el trabajo manual
ni jamás estuvo por abandonar la realidad para sumergirse en el océano de
la mente.
Según ha recordado el mismo Needham, la actitud del taoísta fue,
siempre, la del respetuoso seguidor de las leyes de la naturaleza. Su
objetivo: transformarse, por medio de una considerable variedad de
técnicas, en un ser etéreo, purificado y libre, capaz de vagar eternamente a
través de montes y valles, regocijándose ante la infinita belleza de la
naturaleza y entendiendo su armonía y orden fundamental: el Tao.
Como ves, Pan, y a pesar de que en China estuvieron presentes
condiciones y actitudes propicias como para elaborar por cuenta propia la
geometría euclidiana (incluyendo el concepto de espacio vacío), nunca hubo
un discurso geometrizador indígena, por el sencillo motivo de que los

185
espíritus acondicionados para lograrlo -confucianos y legalistas- caminaron
por senderos distintos a los transitados por los matemáticos griegos, y
tampoco tuvieron, jamás, fuerza y razón suficientes como para cuestionar la
empresa taoísta.
Si la causa ha sido aclarada, sería bueno saber, ahora, el por qué
Grecia nunca llegó a disfrutar de un taoísmo indígena como armoniosa base
de su evolución cultural.
MARTÍN: Parece que Pan va a tener que pensar largamente su
respuesta... Mientras tanto, quisiera saber, Tao, si el hecho de que en la
antigua China no se produjese una geometría, ¿inhibió, de alguna manera,
la consecución de una imagen sobre el movimiento?
TAO: De ninguna manera. La imagen que del movimiento tuvieron los
antiguos chinos se expresa en la filosofía del Yin-Yang, conforme la cual el
mundo está regido por pares de influencias antípodas: macho y hembra,
arriba y abajo, cóncavo y convexo, príncipe y ministro, Sol y Luna, luz y
oscuridad. Estas influencias actúan en distintos grados, alternadamente.
Cuando una aumenta, la otra declina. Ninguna puede llegar a dominar por
completo; ni la otra, desaparecer.
Como si se tratase de una marea perpetua de máximo y mínimo, las
influencias describen un movimiento ondulatorio, regular y predecible.
DULCE: Si no fuera porque entre las dualidades que acabas de
mencionar no consta el bien y el mal, apostaría por un origen persa del Yin-
Yang.
TAO: De ninguna manera. Esa noción de movimiento seguramente fue
tomada de la observación astronómica, técnica en la que el talento de los
antiguos chinos fue, ciertamente, insuperado.
ZARA: Convérsanos de la astronomía taoísta.
TAO: La astronomía china se ocupó de dos grandes asuntos.
Como testimonia el clásico catálogo estelar Hsin Ching (elaborado
hace 23 siglos, es decir antes que el de Hiparco), hubo un marcado interés
por la observación y el estudio del movimiento regular y predecible de los

186
cuerpos celestes, es decir por aquello que se puede llamar la astronomía
“normal”.
El otro interés se dirigió, en cambio, al registro de los acontecimientos
raros e imprevisibles del firmamento, a la astronomía “paranormal”. La
antigüedad y precisión de las observaciones chinas en esta materia, aún hoy
causan asombro. Eclipses, lluvias de meteoros, cometas, novas y
supernovas se hallan sistemáticamente documentados desde hace más de
tres milenios y medio.
(De paso diré que gracias a las antiguas observaciones chinas de los
eclipses, se ha podido demostrar, no hace mucho, que la velocidad de
rotación de la Tierra disminuye, en efecto, con el paso del tiempo,
imperceptible y gradualmente).
La imagen de una supernova, estrella a la que se ve expandirse a lo
largo de los años y los siglos, lentamente, copando la oscuridad de su
inmediato entorno, hasta formar una nebulosa. La imagen del anochecer y el
amanecer, perpetua y deliciosa alternancia sin sobresaltos. La imagen de un
eclipse que de manera continua va oscureciendo el día, para luego ceder
ante la luz. En impresiones de este tipo, grabadas a lo largo de milenios en
la mente de los observadores, está el molde original del movimiento
ondulatorio del Yin-Yang.
DULCE: Me impresiona esto de que registrasen novas y supernovas
desde fechas tan remotas...
TAO: Entre 1.400 a.J. y 1.600 d.J., los chinos pudimos documentar 90
novas y supernovas. Me parece que en Europa el registro equivalente
incluyó únicamente tres.
PAN: Así es. La supernova de Tycho Brahe, la observada por Kepler y la
que fue comunicada por los astrónomos chinos y japoneses en el siglo XI.
ZARA: ¡La supernova del Cangrejo! ¡También fue registrada por los
anasazi de Nuevo México!
TAO: Me estoy olvidando de las manchas solares. Ciertamente que Galileo,
a quien se tiene por su descubridor, se habría avergonzado de saber que las

187
manchas solares venían siendo estudiadas por los chinos, por lo menos
1.700 años antes que él.
MARTÍN: Tan esplendoroso y prematuro desarrollo, ¿tiene alguna
explicación particular, apreciado amigo Tao, o fue una pura creación del
libre afán por conocer cada vez más y mejor?
TAO: El interés chino por la astronomía proviene de la convicción taoísta en
la existencia de un íntimo vínculo entre la salud personal y de las dinastías
políticas y los acontecimientos cósmicos.
Se comprende que esto fuera así, ya que los ritmos de la agricultura -
base de la alimentación y de la economía de la nación china, de la salud de
sus habitantes y de la permanencia de los gobiernos- han coincidido y
coinciden con los períodos del movimiento de los astros. La temporada de
lluvias o la época de inundaciones de los grandes ríos acaecen anualmente,
de manera bastante regular y predecible, de acuerdo con el calendario
astronómico.
MARTÍN: La técnica de medición del tiempo astronómico debió haber
sido, de fijo, muy importante...
TAO: Por cierto que sí. Desde el mástil vertical simple -que servía para
determinar los solsticios y los equinoccios- pasando por la clepsidra -de
fluida precisión horaria-, el acervo tecnológico chino llega hasta la invención
del “escape” (instrumento básico del reloj mécanico), realizada por el monje
budista I-Sing, en el Colegio de Todos los Sabios, hacia el año 723.
PAN: Sorprendente el dato. En Europa se inventó el “escape” recién en el
año 1370.
DULCE: Puedo entender perfectamente el interés chino por la
observación y el estudio de las regularidades astronómicas. Temo no
comprender, en cambio, el por qué de su inigualable obsesión por esa
astronomía de los portentos, de lo singular y de lo infrecuente.
TAO: El clima agrícola chino no siempre se comporta en armonía con el
reloj astronómico. Las fluctuaciones de la temporada de lluvias, pero
especialmente los catastróficos desbordamientos del Huang-ho, con todo y

188
no ser tan constantes, han marcado de tal modo la historia china, que su
predicción y control fueron considerados, desde un principio, como un
asunto fundamental.
Si esta necesidad es comprendida dentro de aquel espíritu de
integración entre el micro y el macro cosmos, no debe extrañar que los
chinos buscaran en las rarezas del firmamento signos anunciadores de los
cataclismos climáticos, ni debe sorprender, por lo mismo, que lo insólito
fuera observado con la suprema atención que delatan los vastos testimonios
ni que confiaran en que, descubriendo el orden yacente en las anomalías
celestes, podrían llegar a saber de antemano sobre la prosperidad y la
desgracia futuras.
DULCE: Los desbordamientos del Huang-ho, ¿han sido tan
verdaderamente calamitosos?
TAO: Las extravagancias del Nilo o del Éufrates se quedan cortas.
Llamado el “Indomable” o el “Látigo de los hijos de Han”, el gran río
nace en los pantanos del noroeste, atraviesa el desierto de Ordos y más
adelante se nutre de ingentes cantidades de sedimento amarillo -llamado
loess-, para entregarlo en forma de aluvión a la gigantesca llanura, donde se
originó la agricultura, y donde aproximadamente cada 100 años cambia de
curso. Ciertas inundaciones han sido tan espantosas que los muertos y
damnificados se han contado no por miles ni por centenares de miles, sino
por millones y decenas de millones.
MARTÍN: La ingeniería hidráulica seguramente redujo las penurias...
TAO: Y volvió más predecible y controlable, a largo plazo, el régimen
agrícola. Entre sus resultados se cuentan: los memorables diques
mandados a construir por el emperador Yu; y el más grande canal hidráulico
del mundo, que une a los ríos Huang-ho y Yangtse-kiang a lo largo de un
trecho de 1.500 km de extensión. Levantado hace diez siglos, por unos tres
millones y medio de obreros, la iniciativa fue del emperador Yang-ti.
DULCE: A propósito de tu citar de los emperadores, quisiera destacar
una importante diferencia entre la astronomía china y la babilónica.

189
TAO: ¿Cuál es ella?
DULCE: Mientras que en China la astronomía derivó en astrología de
Estado, en Babilonia devino astrología de las personas.
TAO: Déjate comprender mejor, Dulce.
DULCE: Por supuesto. Mientras que en China, la astronomía se implicó
con el pronóstico de los sucesos relacionados con reyes, príncipes y
ministros, debido a que los astrónomos tenían la calidad de funcionarios del
servicio civil; en Babilonia, la astronomía se entreveró con el pronóstico del
destino del común de los mortales, debido a la gran difusión alcanzada por
la práctica de observación del firmamento. Justamente fue éste el impulso
que haría aparecer, en la ciudad, una copiosa casta de magos, hechiceros y
adivinos.
TAO: Babilonia, tierra sin nubes y de noches brillantes...
PAN: Ciudad donde Alejandro Magno fue a morir, en el alcázar que
ocuparon Nabucodonosor y Ciro...
MARTÍN: El interés babilónico por la astronomía, que como tú has dicho
fue de tal magnitud que engendró la astrología individual, aún hoy en boga,
y a la que yo me atrevería a añadir la cabalística y la geomancia, ¿surgió de
parecidas necesidades relacionadas con la agricultura?
DULCE: Indudablemente. En Babilonia, igual que en Egipto, la
agricultura dependió, desde sus inicios, del comportamiento de los grandes
ríos, debido a la escasez de lluvias. El seguimiento de la dinámica fluvial dio
origen a la astronomía, en cuanto sus pioneros advirtieran que las
inundaciones de los grandes ríos son predecibles gracias a que acaecen en
coincidencia con determinadas posiciones astrales.
ZARA: ¿Podrías ser más explícita?
DULCE: Con gusto.
El Tigris y el Éufrates corren paralelamente a lo largo de un gran llano
donde depositan el limo que traen de Armenia y de las aguas del Taurus. Se
trata del valle de entre ríos, donde la fertilidad natural, a manera de un don

190
Divino, permitió el crecimiento de las frutas del Edén, como el dátil, la
almendra, el albaricoque, el melocotón y la manzana.
Allí, el Tigris y el Éufrates se desbordan cada año en cercana
coincidencia con el equinoccio, para depositar su generoso obsequio de
abono. Es el momento en que los agricultores deben retirarse a la espera
del descenso de las aguas.
ZARA: ¿Así año tras año?
DULCE: Así año tras año, a lo largo de las edades. Es la misma ley de
repetición “saros”, que los sumerios identificaron en los eclipses.
TAO: ¡Qué impactante y extendida influencia de la “repetición”! Enseguida
recordé la cinematográfica imagen de la cosmogonía hindú. Allí, el dios
creador Brahma inhala y exhala universos, mientras Shiva danza al interior
de un círculo de fuego, haciéndolos aparecer y desaparecer a su antojo. La
ley del eterno retorno.
MARTÍN: Debió ser el Indo la causa de tan colosal metáfora.
TAO: Sí, la reiteración anual de las inundaciones que han permitido
alimentar los inmensos arrozales del Punjab con sedimento transportado
desde el Tíbet y el Himalaya, desde las altas nieves donde dicen que nació
Buda de una elefanta blanca fecundada por Brahma.
ZARA: Ibas a referirte también al Nilo, Dulce.
DULCE: La antigua agricultura egipcia se caracterizó por tres
estaciones muy bien marcadas: inundación, siembra y recolección; cada una
duraba cuatro meses lunares. Predecir la época de inundación, igualmente
en este caso, fue una necesidad satisfecha por la astronomía, desde el
momento en que se reconociera que el desborde del Nilo empieza justo
después de producirse la salida helíaca de Sirio, la más brillante estrella de
la noche.
La trascendencia de esta correlación hizo posible la invención del
calendario egipcio, que se difundiría por el mundo una vez Julio César
encargara al egipcio Sosígenes su implantación en Roma. La ciencia de la
medición del tiempo, a partir de la creación del calendario civil, concluyó con

191
la división del día en veinticuatro horas, que también se la debemos a los
egipcios.
ZARA: Y el impacto social de la astronomía, ¿fue tan grande como en
Babilonia?
DULCE: Yo diría que si en China la astronomía devino astrología de
Estado, y en Babilonia astrología de las personas, en Egipto se integró con
la religión y con el concepto de “ciclo” de la vida humana, con sus
estaciones de nacimiento, crecimiento, muerte y renacimiento, como el ciclo
diario del Sol o el anual de Sirio.
La cultura funeraria egipcia, los templos y las pirámides -con sus
llamativos encuadramientos en las direcciones astronómicas- dan fe de esa
profunda implicación.
PAN: Ahora me doy cuenta del por qué el análisis diofántico de las
ecuaciones indeterminadas fue un desarrollo común a las matemáticas de la
India, Grecia y la China: debido a la profusa divulgación de la idea de
repetición periódica, basada en la observación del movimiento
astronómico...
Ahora entiendo al poeta Hesíodo.
ZARA: Nos dejas a mitad de camino, Pan.
PAN: Hesíodo, en su renombrada obra “Los trabajos y los días”, de hace
como 3.000 años, realizó la primera exposición sintética de lo que aquí
hemos puesto de relieve. Allí él describió el antiguo zodíaco griego y
caracterizó las relaciones de las constelaciones con la aparición estacional
de cierta flora y fauna, con los ritmos de la agricultura, con los movimientos
marítimos y sociales. No creo equivocarme si digo que fue el primer escrito
en el que se recoge y explica el determinismo astronómico alcanzado por la
sociedad de la época.
Creo, por otra parte, que ese determinismo llevó a la convicción de
que para vivir en armonía con el cosmos, las personas debían ejecutar sus
actividades en los días y los meses exactos y predeterminados. Una actitud
integrativa del ser humano con el cosmos, en la que quizás podríamos

192
descubrir el “taoísmo” de la Grecia clásica, por cuya ausencia reclamaste,
amigo Tao... je je.
TAO: Muy bien, Pan, también celebro tu hallazgo.
MARTÍN: Interesa anotar, junto a ello, que también fue en la Grecia
clásica donde la noción omnipresente de repetición monótona -tomada de la
astronomía- se corporizó, virtualmente, en la mitología bajo la figura de un
dios.
PAN: Tienes razón, y fue el mismo Hesíodo, en su “Teogonía”, quien refirió
la leyenda de Cronos, el primer rey de los dioses, el dios del tiempo,
despiadado y absolutista, capaz de devorar a sus propios hijos.
MARTÍN: Al menos desde la aparición de esta impresionante leyenda
proviene la identificación del tiempo con la Divinidad, su exteriorización
como algo independiente del ser humano. Comprensible que ello sucediera
y que se reiterara hasta Newton, considerando la aplastante fuerza
determinista de la periodicidad astronómica sobre los ritmos de las
actividades económicas y sociales. ¿De qué mejor modo podía ser
reconocida sino otorgándole el estatus de entidad omnímoda? ¿De qué
manera más convincente imaginar la esencia de la Divinidad?
DULCE: Estoy de acuerdo. En este aspecto deificado del tiempo
astronómico está en crisálida el concepto newtoniano de tiempo como
“simultaneidad absoluta”.
PAN: A la postre respaldado en la suposición “física” de que a los cuerpos
puede comunicarse cualquier velocidad y que, por consiguiente, dos
eventos, por alejados que se encuentren pueden conectarse entre sí de
manera instantánea.
DULCE: Idea cuestionada y superada por Einstein, como se sabe, al
demostrar, en 1905, que la velocidad que puede imprimirse a la
comunicación entre eventos separados no es ilimitada, que sus conexiones
quedan netamente trazadas por el cono de luz y que la velocidad de
desplazamiento de los fotones es el límite máximo...

193
MARTÍN: Tal el punto de ruptura que a Einstein le llevó, finalmente, a
despojar al “tiempo” de esa imagen de “dios absoluto”, separado de la
naturaleza y dictador de sus ritmos, para proveernos otra en la que el
espacio-tiempo aparece como un dios difundido en la realidad, capaz de
ajustarse sutilmente a la curvatura continua de la masa y la energía.
De este modo, Einstein parecería haber realizado la hazaña que la
mitología le atribuyó a Zeus: destronar a su padre Cronos, enviarle al lugar
de los tormentos y arrebatarle el “tiempo”, la inmortalidad, para entregársela
a todos los dioses del Olimpo...
TAO: El punto de continuidad con Newton fue, por su parte, la completa
fidelidad de Einstein al concepto de repetición o cambio periódico y
reversible, como el eje de su imagen sobre el tiempo...
PAN: El concepto con el cual ha tenido lugar la predicción métrica y la
seguridad en la invariancia de las leyes con respecto al cambio de signo o
de dirección del tiempo.
DULCE: El tiempo uniforme, estable, lineal, homogéneo, de la simetría
entre el pasado y el futuro; para el que la predicción es igual que la
retrospección... El tiempo generalizado a todas las civilizaciones del Antiguo
Mundo, según hemos podido ver.
MARTÍN: El tiempo intemporal, estable y equilibrado como el cristal. El
que se ha concretizado en la máquina y en la industria mecanizada.
ZARA: El tiempo yerto, extraño a la vida.
TAO: Al que deberíamos convidar a una tregua para escuchar a Zara con la
atención que se merece. Por cierto, luego de que concluya esta evocadora
pieza musical de Richard Strauss que Martín nos brinda.
(“Así hablaba Zaratustra” cierra el telón de la tercera jornada).

194
CUARTA JORNADA: DEL ESPACIO Y EL TIEMPO
EN LA CIENCIA ASESINADA

MARTÍN: “¡Qué cascabel tan bonito, querida! ¿Quién te lo dio?”...


¿Sabían que esta canción mexicana viaja en las naves Voyager, grabada en
sus discos fonográficos junto a unas pocas composiciones representativas
de lo mejor de la música de nuestro planeta?
DULCE: No será por la letra...
MARTÍN: Escuchen las vibraciones, en glissando descendente, del
conjunto de violines. ¿Sugieren un cascabeleo?
ZARA: ¡Curiosa proyección del inconsciente mexicano hacia el reino
de las estrellas!
DULCE: Hablas menos para nosotros que para ti, Zara.
ZARA: Es natural, pues tras mi decir hay una larga historia que
empieza mucho tiempo atrás, en un pasado lejano y brumoso, con el

195
encuentro de unas singulares serpientes con unos singulares seres
humanos, que el intuitivo José Díaz-Bolio se encargó de ponerlo en
evidencia.
DULCE: Se pone interesante. ¿De quiénes se trataba?
ZARA: Del crótalo duriso duriso y del indio centroamericano. Del ahau
can y el maya. Encuentro entre la serpiente de cascabel dotada de
preciosos dones y los representantes de una de las más avanzadas culturas
generadas en las Américas desde su descubrimiento, 20.000 años atrás.
MARTÍN: ¡Qué agradable retornar a América! Ya empiezo a recordar el
sabor de las exquisitas frutas de la huerta maya: la dulce chirimoya, el
aguacate cremoso, el pegajoso caimito, la jugosa papaya, el zapote, el
mamey, el jobo, el jurgay y el cajú...
PAN: ¿Qué dones tan especiales tiene esa víbora de cascabel, Zara?
ZARA: Algunos. El más sorprendente es la geometría que dibuja en su
piel: cuadrados casi perfectos que se convierten de manera continua en
rombos, cada vez que el crótalo realiza un cierto movimiento, como si
estuviera exhibiendo una película de lo que en técnico decir se llamaría
“transformación topológica”: la imagen que cautivó la atención y organizó el
trabajo del genio maya.
MARTÍN: ¿Algo así como un patrón o una referencia básica?
ZARA: Exacto. La idea de deformación topológica con el cuadrado de
base, fue el atractor fundamental de los planes y de la economía mayas.
Con ella trazaron sus fronteras agrícolas, de ella se sirvieron para el diseño
del sistema de canales de irrigación agrícola, con ella elaboraron los planos
de sus edificios y de ella se nutrieron la industria del tejido, las
representaciones abstractas y la religión. En suma, una influencia que se
podría calificar de “trascendente”.
DULCE: Sin duda, sin duda, por lo que se ve. De una jerarquía quizás
semejante a la del triángulo pitagórico.
ZARA: Sólo que con diferentes geometrías subyacentes. Y con una
distinción adicional: en tanto que la figuración pitagórica siguió una pauta de

196
construcción antropocéntrica, subjetiva y fue producto de una iluminación
acaecida en la mente del matemático, a priori; la figuración maya siguió una
pauta objetiva, a posteriori, conformada por el dibujo trazado en la serpiente.
DULCE: ¿Una dádiva celestial?
ZARA: Más bien un resultado evolutivo espontáneo o acaso de
selección artificial.
TAO: ¿Tal vez como la acontecida con el cangrejo samurai?
ZARA: Quizás, quizás. En cualquier caso, una geometría “externa”,
independiente del sujeto, tal como la que soñaron Pitágoras y Platón.
MARTÍN: ¡Qué simpático! Acabo de ver, a propósito de esta
comparación, el origen de esa necesidad o mejor necedad científica
típicamente Occidental: someter a prueba, a verificación, lo que se ha
encontrado en la teoría, como condición para aceptar su validez y
objetividad, en consideración del hecho de que el proceso de
geometrización (o de demostración, para generalizar) ha transcurrido por
entero en el interior de los iluminados.
ZARA: Cosa que no sucedió en las Américas. Y ello me hace caer en
la cuenta, Martín, que esta necesidad de extrovertir la demostración debió
haber sido un poderoso impulso para desarrollar la codificación, el arte de
expresar el pensamiento a través de un sistema de signos, del sistema que
tanto ha enorgullecido a los occidentales, hasta el punto de haberlo elevado
a la categoría de inequívoco síntoma de la civilización.
PAN: Puede ser.
TAO: Dados los antecedentes, supongo que los mayas habrán generado
una relación especial con el crótalo.
ZARA: No sólo los mayas, respetado amigo. La geometría crotálica
irradió a todas las culturas centroamericanas y más al sur...
PAN: Puedo imaginar la reacción de un crótalo importunado por la
presencia de sus observadores: enroscándose y levantando la cola antes de
dar el salto fulminante y el mordisco portador del mortal veneno. Debió
haber sido una relación en verdad peligrosa.

197
ZARA: No hay que asustarse de las serpientes venenosas, Pan. El
crótalo no ataca por sorpresa ni hiere si no se lo pisa. Anuncia su presencia
con un disuasivo cascabeleo. En amable cautividad se vuelve dócil y
pacífico.
DULCE: Tal vez por estas cualidades lo escogerían como símbolo en la
primera bandera de los EE. UU. de Norteamérica...
MARTÍN: O quizás fue por ellas que se resolverían a sustituirla por la
bandera de barras y estrellas...
ZARA: Como para completar su generosidad, el crótalo obsequia su
dibujo tres veces al año. La muda de la piel, que con esa frecuencia
acontece, debió haber significado para la bullente imaginación maya, la
confirmación de que el crótalo era el portador de un mensaje Divino
proveniente de las estrellas.
TAO: ¿De verdad lo crees?
ZARA: Lo doy por hecho y aquí viene Quetzalcóatl en mi ayuda. El
significado etimológico de Quetzalcóatl es “serpiente emplumada”, con las
bellas plumas del ave quetzal; figura que simbolizó la creencia india en el
origen celeste del cuadrado portado por el crótalo.
TAO: Conozco que esa figura se antropomorfizó.
ZARA: En efecto, y corresponde a la imagen del señor Quetzacóatl: el
inventor de la agricultura y de la industria, de la canción y de la escultura; el
que descubrió el maíz con ayuda de una hormiga para entregárselo a los
dioses, quienes, por su parte, lo utilizaron para elaborar con él, en calidad
de materia prima, la carne de los seres humanos de la cuarta creación.
Quetzalcóatl: el que enseñó a pulir el jade, a tejer la pluma y a sembrar el
maíz. Un personaje en verdad extraordinario.
MARTÍN: ¿Carente de asidero histórico?
ZARA: No lo creo. La cronología maya empieza con la cuarta
creación, el 13 de agosto del año 3113 a. J. Probablemente éste fue el año
en que se implantó la agricultura del maíz y quizás hubo, en tal memorable
suceso, un mentor de la magna obra.

198
TAO: Tuvo Quetzalcóatl, al parecer, un incierto destino.
ZARA: Sí, y al respecto se agudiza el componente legendario.
Bernardino de Sahagún refirió, por ejemplo, que sus informantes indígenas
le conversaron -yo no sé si con ánimo humorístico- que unos demonios
liderados por Tezcatlipoca fueron a visitar a Quetzalcoátl en su palacio de
Tula, llevándole un espejo humeante por obsequio. Al mirarse en él,
descubrió que tenía un rostro y que era, por ello mismo, un ser humano y no
un dios. Esa noche bebió hasta embriagarse y poseyó a su hermana. Al día
siguiente desapareció en el océano, embarcado en una nave llena de
serpientes.
Otra versión, constante en los Anales de Cuautitlan, le atribuyó
haberse transformado en el planeta Venus. Quizás viajó mucho más lejos, a
las Pléyades, que los mayas llamaban “tzab”, onomatopeya del cascabeleo
del crótalo.
En todo caso, Quetzalcóatl fue, más que un hombre excepcional, el
símbolo de la conjunción entre geometría y agricultura, entre el maíz, el
crótalo y los seres humanos, entre el cielo y la tierra. Desde las lejanías del
tiempo maya, Quetzalcóatl emerge como el emblema de esta armonía.
PAN: Nos dijiste, Zara, que esa imagen serpentina de una transformación
topológica, tuvo complementación y desarrollo más allá del cuerpo mismo
de la víbora...
ZARA: La importancia de esa topología viva habría pasado
desapercibida de no haber sido por lo magníficamente bien que se
ensambla la idea de distorsión por influencia del sustrato, que podemos
decir que es propia del espacio topológico, con los principios de
organización y con el carácter de la agricultura maya. Más aún, se puede
aseverar que el modelo crotálico fue, por feliz coincidencia evolutiva o por
obsequio del cielo, el modelo apropiado del espacio agrícola maya.
MARTÍN: Si me permites, Zara, para bien comprender esto, es preciso
una ligera comparación con la agricultura practicada en las tierras de los
grandes deltas fluviales.

199
Pues, como bien destacaron en su oportunidad Dulce y Tao, allí la
tierra agrícola fue de grandes extensiones y de fertilidad naturalmente
provista. A decir verdad, no importaba el lugar concreto donde se realizara la
siembra, a lo largo de la cuenca, para obtener iguales rendimientos, así en
el norte como en el sur, así al este como al oeste, ni fue necesario realizar el
desmonte ni someter la tierra a obligado descanso. Esta es la clara imagen
de un espacio vacío, independiente del contenido.
ZARA: Muy distinto el caso de la agricultura maya. Allí, la calidad de la
tierra y su localización fueron, aún lo son, variables determinantes del
rendimiento. Más aún, no todas las tierras son aptas para el mismo tipo de
cultivo.
PAN: ¿Fue muy diverso el ambiente maya?
ZARA: La heterogeneidad de ambientes naturales fue el “argumento”
de la manera maya de desarrollo.
Los grandes habitats comprenden: el altiplano, rodeado de montañas
y volcanes, donde nace el mayor sistema hidrográfico de la península; las
tierras bajas y lluviosas de Tabasco y El Petén, donde se inauguró el
período clásico de los mayas, franja de sabanas, cerros y valles cubiertos de
un denso bosque tropical con especies como la caoba, el hule, el chico
zapote, la ceiba, el ramón, el pimentero, la palma de corozo y la palma
escoba; y la llanura costera, rodeada de pantanos, de suelo pedregoso y
poco profundo, donde la ausencia de lluvias fue suplida con la explotación
de aguas subterráneas.
PAN: ¿En todos estos ambientes se practicó la agricultura?
ZARA: Ciertamente. Caso contrario no habría sido posible la
aclimatación de las muchas variedades de frutas ni habrían tenido su
oportunidad de pervivencia los tipos conocidos de camotes, jícamas,
mandiocas y malangas.
La región maya fue, en virtud de la diversidad de ambientes y de la
afición “topológica” de sus labriegos, uno de los grandes centros de
fitomejoramiento en América.

200
DULCE: Cabe suponer que esta pluralidad del ecosistema tuvo alguna
repercusión sobre el comportamiento de los ciclos agrícolas.
ZARA: La influencia fue decisiva.
MARTÍN: Se hace nuevamente oportuno citar los casos de la agricultura
clásica del Antiguo Mundo.
TAO: Allí, el ciclo agrícola estuvo totalmente marcado por la hidrodinámica
de los grandes ríos y también de los monzones. Como ya lo destacamos,
ambos son fenómenos que poseen una regularidad estadística, lo cual ha
permitido que los períodos de siembra y cosecha sean bien delimitados en
el tiempo y acaezcan en los meses previstos de cada año.
PAN: Este comportamiento estacional es igualmente característico de la
agricultura europea. Así, en muchos lugares la siembra se realiza poco
antes del invierno, de suerte que las nieves derretidas, al inicio de la
primavera, permiten un rápido crecimiento de las plántulas. En otros sitios,
el terreno se prepara al terminar el otoño y la siembra se efectúa a principios
de la primavera. Las actividades campestres se concentran en las fechas
anuales predeterminadas.
Mas tengo entendido que un tipo de regularidad semejante prevaleció
en la agricultura maya de la milpa. Y puedo vislumbrar que esta periodicidad
debió ser, precisamente, el trasfondo de esa concepción cíclica del tiempo,
tan ampliamente destacada por los diversos estudiosos del pensamiento
maya.
ZARA: Debemos ir más despacio. Empecemos por la descripción de
la agricultura de la milpa.
TAO: La famosa “milpa”. Sé que el sistema se organizó en cuadrículas de
tierra de 20 m de lado, y que los labriegos separaban cada cuadrícula con
mojones de piedra...
PAN: Según conozco, el ciclo de la milpa empieza en agosto, con la tala del
bosque.
ZARA: No. El ciclo de la milpa inicia con la localización del campo de
cultivo y la elección no es arbitraria. Hay que hacerse de una buena

201
impresión de la espesura del bosque, de la distancia con respecto a las
fuentes de agua y al sitio de consumo, y también de la vegetación existente.
En sí mismo éste es un proceso de búsqueda aleatoria, que puede o no
concluir antes de agosto.
PAN: Digamos que el sitio ha sido seleccionado antes de agosto.
ZARA: Muy bien. En tal caso, hay que esperar que llueva
intensamente para efectuar la tala del bosque. Esto puede suceder en
agosto o más tarde, en setiembre o aun en octubre. Lo que interesa es la
lluvia intensa, no el hecho de que el mes sea agosto.
PAN: ¿Por qué la lluvia debe ser intensa?
ZARA: Para facilitar el corte, pues con lluvia intensa la madera se
humedece y es más blanda.
PAN: Una vez cortado el bosque, viene la quema.
ZARA: Sí, pero antes hay que secar la madera y la hojarasca, para lo
cual es necesario que cesen las lluvias y que el Sol irradie con plenitud. En
ciertos años no es posible quemar, ya sea porque las lluvias se prolongaron
a lo largo de los doce meses o ya porque fue muy corto el período de
sequía. En tal caso, el ciclo de la milpa se interrumpe o se retrasa
considerablemente.
La quema tampoco depende del día o del mes, sino de la
consistencia del viento. El fuego se enciende por varios sitios a la vez,
usando teas elaboradas con ramas del árbol catzim, mientras se silba
constantemente invocando la ayuda del dios del viento, para que éste no
cese, pues es muy difícil remediar una quema incompleta. No son
infrecuentes los intentos fallidos, y sus consecuencias se expresarán, como
es lógico, en la duración del ciclo de la milpa.
La actividad siguiente es totalmente predecible y controlable: el
cercado del campo.
PAN: Luego viene la siembra.

202
ZARA: Que se tiene que realizar una vez reinicien las lluvias. Si éstas
se interrumpen, la siembra deberá repetirse más tarde, a menos que se
acceda a fuentes alternativas de agua.
La fase comprendida entre la siembra y la cosecha -en la cual se
cumplen actividades tales como la desyerba- tiene una duración
dependiente del tipo y variedad de cultivo. Así, y por no citar sino el caso
más relevante, hay variedades de maíz que se reproducen en 75 días, otras
en 80, 100, 160, 180 o más días.
Una vez efectuada la cosecha, el campo entra en período de
descanso o barbecho, cuya duración oscila, según la calidad del suelo, entre
cuatro y siete años en El Petén y entre quince y veinte años en Yucatán.
También hay la milpa de alto rendimiento que permite dos cosechas al año,
con una muy breve interfase.
En definitiva, y por lo que a la milpa se refiere, la duración del ciclo es
completamente variable. Ello proveyó una noción del tiempo como tiempo
cíclico, sin duda, pero con una notable, muy notable heterogeneidad en la
amplitud de las fases constituyentes, con diferencias marcadas entre
regiones o aun dentro de una misma zona.
PAN: Entiendo la diferencia con nuestro ciclo agrícola y puedo advertir las
dificultades inherentes a este fuerte indeterminismo. Por ello quisiera saber
cómo hicieron los mayas para enfrentarlas.
ZARA: Con la implantación de tecnología agrícola.
PAN: ¿No se circunscribió la agricultura maya a la milpa?
ZARA: La milpa obligatoria y generalizada es una caricatura de la
agricultura maya.
Un pueblo distribuido en un territorio de 250.000 Km2, y en más de
300 grandes ciudades -según prueba aportada por los vestigios
arqueológicos-. Con ciudades como la esplendorosa Tikal, en medio de la
selva, que en su cenit urbano llegó a alojar cerca de 100.000 personas; o
como Tulum, cuyos edificios de piedra caliza parecen surgir, por
deformación, de las cúspides del acantilado que contiene los embates del

203
Atlántico. Un pueblo capaz de erigir el palacio de Uxmal o la pirámide de
Kukulcán -el Quetzalcoátl del período clásico maya- en Chichen Itzá; un
pueblo que pudo esculpir las esculturas de Copán y pintar los
impresionantes frescos de Bonampak...
Un pueblo así, con tal densidad urbana y tal complejidad cultural,
debió requerir, con fuerza de necesidad, un sistema de producción agrícola
de gran magnitud y alto rendimiento, como el que en efecto se implantó.
Decenas de miles de terrazas en ruinas atraviesan, todavía, las laderas del
sur de Campeche y Quintana Roo, cubriendo un área de más de 10.000
km2. Los campos drenados, que se elevan sobre las orillas de los ríos
Candelaria y Usumacinta, aún hoy no son difíciles de observar.
Pero lo que permitió a los mayas un notable control sobre los efectos
de las variaciones climáticas, fue la construcción de un gran sistema del que
sólo se tuvo noticia hace pocos años, merced a una extraña coincidencia
desencadenada por la observación del planeta Venus.
TAO: No me digas que se trata de una noticia de Quetzalcoátl.
ZARA: Caliente, caliente.
MARTÍN: Caliente como la superficie de Venus, donde la gruesa capa de
nubes se precipita en interminables lluvias de ácido sulfúrico sobre un
paisaje de oscura soledad...
ZARA: Para atravesar esa coraza de nubes y poder observar el
mundo venusiano, los norteamericanos diseñaron, en la década de los
setenta, un sistema de proyección por radar, cuya fiabilidad técnica se
sometió a prueba justamente sobre el territorio maya. La penetración de la
capa forestal mostró la primera radiografía del sistema de canales maya:
una miríada de pequeñas líneas dispuestas en cuadrículas sobre los
pantanos. Las excavaciones subsiguientes permitieron revelar que el
sistema empezó a ser construido alrededor del 250 a.J. y que permaneció
operante hasta el colapso de la cultura maya clásica.
Esta tecnología hidráulica, junto a las otras tecnologías que
mencioné, muestran que la maya fue una agricultura intensiva, capaz de

204
sostener una economía diversificada. Si a ello añadimos la práctica del
fitomejoramiento, entonces tal agricultura se nos revela como una respuesta
de acoplamiento exitoso a las condiciones de diversidad de tierras, climas y
cultivos.
PAN: Dijiste que estas tecnologías permitieron atenuar los efectos de las
imprevisibles fluctuaciones climáticas.
ZARA: Por ello hablé de “acoplamiento”.
PAN: Lo que equivale a decir que esa flexible duración de los ciclos
agrícolas no fue algo que los mayas se propusieran cambiar.
ZARA: De acuerdo.
PAN: Mas, según lo que por historia se conoce, los mayas fueron
aventajados a nivel mundial en el establecimiento de las cuentas
calendáricas.
TAO: Tienes razón. Al producirse el encuentro de 1492, los europeos
utilizaban todavía el calendario juliano, basado en el egipcio y notablemente
más impreciso que el instaurado por los astrónomos mayas, me parece que
entre los siglos VI y VII.
PAN: Lo que prueba, certeramente, que los mayas tuvieron el más acusado
interés de todas las culturas de la Tierra, por determinar su funcionamiento
económico y social sobre la base regular y predecible del tiempo
astronómico.
Cosa que contradice ese espíritu de flexibilidad horaria que Zara
atribuye a los mayas, a menos que quiera convencernos de que esa
obsesión calendárica fue algo así como un hobby intelectual o un arrebatado
frenesí cientista de los astrónomos de Copán.
ZARA: Excelente. Muy lícita tu sospecha de que aquí puede haber una
paradoja. La tuya es conclusión que se recrea en la sorpresa e intriga de la
generalidad de estudiosos al advertir el conocimiento calendárico maya, tan
exuberante y preciso. “Hijos del tiempo”, “filósofos del tiempo”, “eximios
maestros de la medición del tiempo”, “absorbidos por el tiempo”, son
algunas de las adjetivaciones usadas por los eruditos mayences.

205
En procura de decir verdad, les invito a que revisemos con más
detenimiento esta faceta del pensamiento maya: su ciencia del tiempo.
PAN: De acuerdo.
ZARA: Para empezar recordaré que los mayas no emplearon un solo
calendario.
MARTÍN: Uno de ellos fue el calendario “tzolkin”...
ZARA: ¿Qué sabes de este calendario?
MARTÍN: Fue una de las más originales invenciones del pensamiento
indígena sobre el tiempo. Si la memoria no me es ingrata, se utilizó en toda
el área centroamericana...
ZARA: No dudes, mestizo, de tu memoria sobre asuntos de indios.
MARTÍN: Tanto mayas, como zapotecos, mixtecos, totonacos,
huaxtecos, teotihuacanos, toltecas y mexicas, entre otros, utilizaron el tzolkin
para sus cómputos. De manera que cuando en Tenochtitlán se marcaba el
día “12 Coatl”, lo mismo acontecía en cualquier otra ciudad
centroamericana.
PAN: Este calendario tzol... tzol...; vaya, vaya, parece que retorna el crótalo.
Este “tzol-kin” seguramente estaba dividido en días y años...
ZARA: Estaba dividido en días solares, como el calendario actual,
pero el “año” del tzolkin no fue solar.
DULCE: Es decir que el tzolkin fue un calendario semi solar.
PAN: O seudo solar. Me intriga saber: si no fue solar el año del tzolkin, ¿en
el ciclo aparente de qué estrella estuvo fundamentado?
ZARA: El “año” del tzolkin consta de 260 días. Que se sepa, este
período no se originó en una referencia estelar. Más adecuado es asignarle
un vínculo con el registro de ciertas características del crótalo.
El número básico a tener en cuenta es el “cuatro”, que proviene del
cuadrado crotálico.
PAN: ¿Por qué lo llamas número básico?
ZARA: Es el número que aparece con más frecuencia en cuentas y
observaciones mayas, solo o expresado en sus múltiplos.

206
El cuatro está en la base del sistema de numeración, vigesimal, y en
la medida de las tierras agrícolas. La cronología de la cuenta larga empieza
el día 4 Ahau 8 Cumhú, fecha de inicio de la cuarta creación humana.
DULCE: ¿Qué es esto de la “cuarta creación humana”? ¿Acaso el ser
humano fue creado varias veces, según la mitología maya?
ZARA: En nuestra mentalidad fue, es, muy acusado el recuerdo de
grandes cataclismos naturales acontecidos a lo largo de la historia. El final
del período formativo maya coincidió, verbigracia, con la gran erupción del
volcán Ilopango y el subsiguiente trastorno ecológico del altiplano
salvadoreño, que determinó el colapso de importantes centros culturales de
influencia olmeca. Hubo, hay, en nuestra mente la imagen asechante de la
catástrofe. Pero también del renacimiento tras ella, como si se tratase de
una nueva creación del ser humano, donde el pasado queda apenas como
una nostalgia brumosa frente a la emergencia de un ambiente natural
modificado casi por completo y ante el desafío de construir un mundo
distinto.
TAO: Según una teoría, la cultura maya clásica pereció en alguno de esos
colosales embates de la naturaleza.
ZARA: En la última página del Códice Dresde, está dibujada una
impresionante alegoría de alguna de esas grandes destrucciones: en lo alto
del cielo un enorme crótalo, cuyos cuadrados se han configurado con
símbolos de las constelaciones, se inclina sobre la tierra y vierte torrentes de
agua que brotan de sus fauces. Bajo el ofidio, la diosa de la muerte agudiza
el diluvio, derramando más agua, mientras Ek Chuah, dios de la guerra, se
halla en decidida pose de combate.
Si esta alegoría de alguna devastación causada por aguaceros
interminables y grandes inundaciones, seguida de guerras y mortandad, fue
puesta al final del Códice a manera de historia y advertencia, allí
tendríamos, por qué no, un indicio a favor de la teoría que mencionas.
TAO: ¿Cuándo fue escrito el Códice Dresde?
ZARA: Alrededor del siglo XIII, en el post clásico maya.

207
PAN: Retornemos al crótalo, Zara. Nos estabas explicando su relación con
el año del calendario tzolkin...
ZARA: Ciertamente. Me estaba refiriendo al cuatro de la serpiente...
Pues bien, el cuatro también participa en la formación del número de días
del año tzolkin: pues 260 es igual a 4 + 44.
Cada uno de estos 260 días tiene su propia denominación, que
corresponde a la combinación entre alguno de los números comprendidos
entre 0 y 12 y alguno de 20 nombres distintos (13 x 20 = 260).
Los trece números aluden a las trece escamas que poseen ciertos
crótalos en cada una de las cuatro hileras de sus belfos. Trece es el número
de cielos del universo maya, con sus trece divinidades tutelares de cada
número señalado.
Por su parte, los veinte nombres designan a los jeroglíficos de los
días del mes maya, cuya duración refleja el período de muda de piel de
ciertas serpientes.
PAN: Una verdadera “crotocronología”...
ZARA: Con algunas interesantes coincidencias extracrotálicas. El
período sinódico de Marte es de 3 años tzolkin. El ciclo de Venus
comprende: 250 días en que es “lucero del alba”, 90 en que desaparece,
256 en que es “estrella del atardecer” y 8 en que vuelve a ocultarse. Dos de
estas fases cuentan con una duración cercana al año del tzolkin. Por ello es
que Venus ocupó un lugar preeminente en la astronomía maya. De hecho,
el registro de los movimientos de Venus en ninguna otra parte de la Tierra
estuvo tan avanzado como en los observatorios mayas.
MARTÍN: Sin duda. El rezago Occidental fue muy importante en esta
materia. Los griegos clásicos, por no citar sino el caso paradigmático, creían
que Venus del amanecer es un planeta distinto a Venus del atardecer: a uno
denominaron Hesperus y al otro, Fosforus.
PAN: Prosigamos con el tzolkin. ¿Con qué finalidad fue utilizado?
ZARA: Primero, para el registro y la cuenta de los eventos
ceremoniales.

208
PAN: Es decir que en un mismo año solar podían acaecer hasta dos
efemérides del tzolkin.
ZARA: Sí. Por ejemplo, alguien podía tener dos cumpleaños tzolkin en
un mismo año trópico.
Pero el tzolkin se utilizó, primordialmente, para determinar
“cronogramas” de las actividades agrícolas.
TAO: Vaya, yo sabía que para este propósito los mayas se guiaban por las
posiciones de la Luna y de las estrellas, y que idearon toda una astrología,
como en Mesopotamia.
ZARA: Es verdad que hubo desarrollos locales en la perspectiva que
mencionas y es verdad, también, que ello desembocó, en cierto momento,
en una astrología de carácter colectivo, particularmente vinculada con el
movimiento de Venus.
Pero en muchos casos las irregularidades climáticas tornaban
inmanejables los calendarios astronómicos. Allí, el recurso al tzolkin fue
poco menos que obligatorio.
El tzolkin fue, por ello, un tipo de calendario cualitativamente distinto,
una originalísima contribución para predecir en condiciones de arritmia entre
los ciclos agrícolas y los ciclos astronómicos. Carente de una expresa
isocronía con el pulso de los cielos, el tzolkin reverbera, en los anales de la
historia, como el primer representante de una noción de tiempo en que la
participación del “observador” es dominante y decisiva.
Todo lo cual hace ver lo inexacto de la opinión que hace de los mayas
una cultura obstinada en ajustar todas sus actividades al ritmo del
movimiento de los astros.
TAO: No comprendo muy bien eso de los “desarrollos locales”.
ZARA: Quiero decir que ninguna de las útiles correlaciones entre los
ciclos agrícola y astronómico pudo haber servido como una referencia
general, válida para fijar con anticipación los días en que debían realizarse,
por ejemplo las siembras, en todas y cada una de las comarcas mayas, a la

209
manera como los egipcios pudieron hacerlo guiándose por el movimiento
aparente de Sirio.
Por cierto que la proliferación de calendarios, con los desajustes e
incongruencias que ello implicaba para el gobierno de una sola cultura y de
una sola economía, fue un mayúsculo problema a cuya solución se vio
abocada la ciencia maya.
TAO: ¿Es decir que los mayas buscaron la instauración de un solo
calendario referencial, el tzolkin?
ZARA: ¿Al modo de un solo tiempo imperial, que todo lo rige? No, no
creo que esto hubiese sido un programa viable. La solución que forjaron fue
la más natural y, por ello mismo, la más sencilla de todas: encontrar la clave
de las armonías entre los distintos ciclos calendáricos.
PAN: ¿Cómo se hacía la predicción con el tzolkin?
ZARA: Supongo que a través de ceremoniales adivinatorios, donde las
intuiciones del shamán, portador del tzolkin, se combinaban con la consulta
del azar en los juegos rituales.
PAN: Debo suponer que varios de estos presagios resultarían pueriles, a la
postre, y que el tzolkin habrá ido perdiendo su credibilidad, por ello mismo.
ZARA: Todo lo contrario, amigo indagador. Las fallas no fueron un
motivo para desecharlo. Fueron, más bien, un desafío que profundizó el
interés de los mayas por el estudio de los ciclos astronómicos, con la
confianza en que el seguimiento sistemático de los períodos de planetas y
estrellas, les proveería de la información que necesitaban para ensamblar
los calendarios y perfeccionar el tzolkin. Allí tienen los argumentos y la
fuente de impulso de esa mal comprendida “obsesión maya por el tiempo”.
TAO: ¿Podrías referir, Zara, los logros mayas en el acoplamiento de los
calendarios?
ZARA: El primer gran avance se presentó en el Congreso Astronómico
efectuado el año 776, en la ciudad sagrada de Copán...
PAN: ¿La fecha es conforme a las cuentas del tzolkin?

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ZARA: No, no es necesario. Estoy usando el año solar y las cuentas
cristianas, si no tienes inconveniente...
Allí, en el Congreso de Copán, quedó cimentado el ensamblaje del tzolkin
con el calendario anual de 365 días, llamado “haab”. Se desconoce el
procedimiento concreto de cálculo, pero debió consistir en la determinación
del mínimo común múltiplo entre 260 y 365, números que representan el
total de días de cada uno de los dos períodos-calendario. La cifra resultante,
de 18.980 días, dio origen a un nuevo ciclo -designado con el nombre
“Xiuhmolpilli” en nahoa- que se cumplía cada 73 años tzolkin o cada 52 años
haab. Podemos imaginar esta conjunción tal cual han hecho los estudiosos
de la cronometría maya: como un engranaje de relojería integrado por unas
“ruedas del tiempo” que giran, una respecto de la otra, con sus propias
velocidades angulares.
MARTÍN: Curioso, 52 es el producto de 13 x 4...
ZARA: Cada uno de los días del Xiuhmolpilli tuvo un nombre
característico, proveniente de su denominación en el haab y en el tzolkin,
que no se repetía sino al cabo de un ciclo completo. A medida que se
acercaba esta fecha de término, se multiplicaban los augures sobre la
inminencia de la catástrofe. Los habitantes de Tenochtitlán, por ejemplo,
abandonaban la ciudad en la última noche del Xiuhmolpilli para dirigirse a
las alturas de los cerros vecinos y esperar allí, en tensa actitud, el
advenimiento del nuevo ciclo. Al rayar el Sol en el horizonte, el júbilo era
mayúsculo, pues los dioses les habían concedido otros 52 años de vida.
PAN: Debo presumir, Zara, que todas esas noticias que versan sobre las
conexiones entre el tzolkin y los calendarios sidéreos, debidamente
sustentadas han de estar.
ZARA: Gracias a Kukulcán, no todos los libros mayas fueron a dar en
las piras que siguieron a los autos de fe convocados por el Obispo Diego de
Landa. Se salvaron cuatro. Uno de ellos, el llamado “Códice Dresde”, es un
sobreviviente invalorable que nos obsequia el “bouquet” de las armonías
mayas entre las elipses del tiempo.

211
MARTÍN: ¿Qué se sabe del famoso Códice Dresde?
ZARA: Como ya indiqué, el Códice data del post clásico maya, aunque
es probable que haya sido una recopilación de textos correspondientes a la
época clásica, al modo del Papiro Rhind. Se desconocen certezas de cómo
fue a parar a Europa, pero se ha mencionado con insistencia que estuvo
incluido en el flete de “obsequios” que Hernán Cortés envió al Rey Sol (sólo
se puede obsequiar lo que es de uno). Las hojas del libro son de corteza de
higuera, cubiertas con una fina capa de yeso blanco. En las 78 páginas,
dobladas a la manera de un acordeón, constan: almanaques, trazos de la
órbita de Venus, cálculos de los períodos de lunación, predicciones de
eclipses y avisos de enfermedades; expresados mediante la combinación de
escritura pictográfica y silábica, tal como fue el peculiar estilo maya. Una
especial atención se otorga a las efemérides de Noh ek, la “gran estrella”...
DULCE: Seguramente se trata de Venus.
ZARA: Exacto, y el error de los cálculos es de una hora para cada 500
años.
TAO: Supongo que a este calendario venusiano se lo puso en relación con
el tzolkin.
ZARA: La tabla venusiana del Códice es, propiamente, un concierto
de ciclos celestes para Noh ek. A través de ella, los mayas eran capaces de
determinar las posiciones de Venus según el haab y el tzolkin, por separado,
o precisar el momento de coincidencia entre los tres ciclos. Los meses
lunares también fueron puestos en conexión con las cuatro posiciones del
período sinódico venusiano.
TAO: Entiendo el que todo este magnífico esfuerzo haya representado el
corolario lógico de tener que enfrentarse a la notable diversidad y
variabilidad de las condiciones naturales; lo cual documenta sobre un caso
atípico, si hemos de tener en consideración la historia del neolítico clásico,
en el Medio y en el Lejano Oriente.
Sería importante saber, a estas alturas, si en el otro gran núcleo de la
agricultura americana -la zona andina- el escenario natural fue tan versátil

212
como en Centro América y si, congruentemente con ello, las nociones de
espacio y tiempo fueron del mismo o parecido jaez que estas búsquedas
mayas del orden subyacente en medio de la indeterminación.
ZARA: Me gusta esta forma de comprender, querido Tao; no menos
que la pregunta que la contiene, la cual me brinda la oportunidad de hablar,
al fin, de la tierra andina, de mi propio ser.
Podría empezar diciendo, en equivalencia de lo señalado por ti, que
esos casos de la agricultura en el Antiguo Mundo resultarían ser los atípicos,
si la visual escogida de análisis fuera la de la geoponía americana. Con lo
que expresar quiero que esa diversidad y variabilidad, tan concurrentes han
sido en los cultivares de Mesoamérica como en los de Sudamérica andina.
Más aún, y si fuera posible un término de comparación entre ambos,
podría afirmar, con algún orgullo pasajero, que la zona andina ha sido de la
inestabilidad, la sede misma.
Pues allí existe un conjunto multiforme de pequeños espacios
naturales, distribuidos de modo discreto y sujetos a una condición de asiduo
cambio climático; lo que hace del escenario agrícola un flexible
conglomerado de micro ecosistemas, capaces de proveer múltiples
oportunidades para la adaptación de los mutantes creados, con generosidad
ilímite, por obra de la enérgica radiación del sol tropical sobre las hélices
genéticas de animales y plantas.
DULCE: ¿A qué te refieres con la expresión “pequeños espacios”?
MARTÍN: Son los espacios producidos por las colosales fuerzas
geológicas que han dado origen a la gran cadena montañosa de los Andes y
que moldean la faz oeste de Sudamérica: llanuras y laderas, agudas
pendientes, altas cumbres, ondulaciones suavizadas y quebradas cortantes.
DULCE: Mmm, el producto de la subducción de la placa tectónica de
Nazca en la placa Sudamericana...
ZARA: Exacto. Y a ello hay que añadir el proceso de acreción del
litoral ecuatoriano, originado de las emanaciones geológicas producidas en
el “punto caliente” del Pacífico ecuatorial que, convertidas en

213
litosferoclastos, se trasladan hacia el este, para henchir, finalmente, las
costas.
Los desbalances subsecuentes a las presiones geológicas desatadas
en varias direcciones, con diversa intensidad y en diferentes momentos, por
esa dinámica de corteza y manto, han hecho que la superficie continental se
deforme en arrugas o pliegues de centenares o miles de metros de altura,
dispuestos no sólo en el sentido longitudinal del Cinturón de Fuego del
Pacífico, del cual forman parte, sino en direcciones latitudinales y mixtas.
El paisaje orográfico andino se presenta, así, como un arreglo de
grandes y pequeñas cordilleras, que se encadenan en nudos, formando aquí
y allá ecosistemas tan variados como: los glaciares permanentes y
estacionales, en las mayores alturas, donde florece la tundra del trópico; el
páramo frío, húmedo y nuboso, en el nivel orográfico inferior, que aloja en su
lecho ondulado a bromelias gigantes, plantas almohada, gumifloras de los
pajonales, algún que otro maíz de altura, varios tipos de musgo y donde, a
decir verdad, la cebada y el trigo muy a gusto se han sentido; la puna,
situada en la misma cota de los páramos, tierra de menor humedad y más
luminosa, propicia para los tubérculos; la ceja andina, en el escalón inferior;
y a continuación el altiplano, hogar del maíz, llanura rodeada de volcanes y
nevados que enmarcan paisajes engalanados por capulíes, sauces blancos
y negros, cabuyas verdes y azules, arupos rosados y blancos, algarrobos,
guarangos, molles, ovos y cactos; el piso del bosque nublado, de vegetación
exuberante y mucha lluvia, morada de begonias, orquídeas y helechos
arbóreos; luego, los valles de las cuencas hidrográficas, colonia de vuestras
frutas mediterráneas; y, finalmente, las extensas llanuras tropicales donde
azúcar y arroz han enraizado con lujuria.
MARTÍN: Ninguno de estos ecosistemas podría abastecer por sí solo de
todos los alimentos requeridos para una nutrición balanceada. Son territorios
cuyas “vocaciones” agrícolas están netamente trazadas, a menos que se
produzca una conmoción externa que las modifique.

214
TAO: Una constelación de espacios disímiles determinada, como se ha
visto, por la magnitud de las elevaciones sobre el nivel del mar...
ZARA: Esta es la base de la diversidad, ciertamente. Pues el cambio
de altura implica diferencias de presión atmosférica, insolación, temperatura,
evapotranspiración y afecta el régimen de lluvias.
Pero el factor altitudinal no es la única causa. Junto a él debe
considerarse una influencia de carácter latitudinal, que se expresa en
mesuradas oscilaciones estacionales del clima, tanto más acusadas cuanto
mayor es la distancia respecto del ecuador terrestre.
DULCE: Dijiste, Martín, que en esos micro espacios pueden ocurrir
conmociones externas que alteran las inclinaciones agrícolas...
MARTÍN: Así es. Y entre las variables que modifican la calidad de los
suelos y trastornan los períodos climáticos dados según la altitud y la latitud,
cabe mencionar: las erupciones volcánicas, los vaivenes y perturbaciones
hidrográficos y las fluctuaciones de los sistemas de vientos. Pero el mayor
agente de variación son las corrientes oceánicas, qué duda cabe, cuyas
alternativas marcan los grandes sobresaltos de los climas andinos.
PAN: Vaya, vaya. ¡Qué afición la de los pobladores andinos! ¡Qué gusto por
convivir en el seno de las dificultades, en el ojo de la tormenta!
MARTÍN: Verdaderos equilibristas sobre la frágil cuerda de un quipu,
mientras la turbulencia asedia en los alrededores, presta a devorar todo
orden permanente...
TAO: Me es difícil imaginar un régimen agrícola complejo en tales
condiciones.
DULCE: Como el que sustentó al Imperio de los Incas...
MARTÍN: Como el que hizo posible la construcción de grandes obras de
infraestructura, la inmensa y soberbia red vial del Tahuantinsuyo...
ZARA: La estrategia agrícola en los Andes precolombinos ha sido
bastante bien caracterizada por los estudiosos. Se fundamentó en la
explotación simultánea de varios ambientes, llamados “pisos ecológicos”

215
que, localizados en distintas altitudes, proveían de los recursos necesarios
para una alimentación balanceada.
Les recuerdo que Martín hizo, en su escrito, una descripción sintética
del sistema, denominado “archipiélago vertical”, y puso énfasis en sus dos
modalidades: de puna y de páramo.
PAN: Acláranos, Zara, el significado de los “pisos” de cultivo. Me sugieren
una imagen de planitud antes que de altitud.
ZARA: La referencia precisa son las terrazas agrícolas construidas en
los flancos de las montañas: plataformas dispuestas a manera de gradientes
orográficos.
Su utilización supuso beneficios fundamentales. Por medio de las
terrazas fue posible aprovechar las ventajas comparativas de la diversidad y
la variabilidad de los ambientes, para la aclimatación de los mutantes. Es
decir que las terrazas fueron la obra física que viabilizó el gran proyecto de
fitomejoramiento desarrollado por la sociedad andina hasta antes del aciago
fin del siglo XV.
Obras maestras de ingeniería, la forma de las terrazas dependía de la
localización e inclinación del terreno, del tipo y profundidad del suelo, de la
frecuencia y cantidad de lluvia. Las terrazas planas, por ejemplo, eran las
adecuadas para climas secos o poco lluviosos, pues evitaban el drenaje de
los sedimentos y optimizaban la infiltración del agua. Las inclinadas
permitían, en contraste, una eficiente escorrentía donde más frecuentes y
masivas eran las lluvias.
Los muros de soporte brindaban una natural protección contra los
rigores del clima, especialmente contra las heladas inclemencias de los
páramos y valles de altura; las variaciones de curvatura de los perfiles
permitían, por su parte, canalizar el curso de los vientos; y la planitud del
piso, dado el caso, ayudaba a una mejor fijación de las raíces de las plantas
y al ahorro de energía en las faenas agrícolas.
MARTÍN: Las terrazas fueron sólo uno de los representantes de la
singular tecnología andina...

216
ZARA: A decir verdad, la andina no fue una tecnología agrícola tan
singular. De hecho varias técnicas, incluyendo las terrazas, fueron
compartidas por las dos agriculturas nucleares de América, como no podía
haber sido de otra manera.
TAO: A más de las terrazas, ¿cuáles fueron las otras?
ZARA: En cuanto a infraestructura física: el arte de los canales de
irrigación y el de los camellones. En cuanto a la bio tecnología: el arte del
cultivo asociado, el de la rotación de cultivos, el del control de plagas y
enfermedades y el del fitomejoramiento.
DULCE: ¿Dijiste “camellones”?.. La palabra me es muy cercana.
ZARA: Oh, claro que lo entiendo.
Es el nombre español de los “ingahuachos”, palabra quechua que
significa “surcos del inca”. Los camellones eran montículos de tierra, cuyas
formas y dimensiones variaban según condiciones e intenciones, tal como
en el caso de las terrazas. Las formas podían ser rectanguloides o en
damero, en abanico, en espiga o en cáscara de cebolla.
Se utilizaron con varios propósitos: permitir siembras en terrenos muy
húmedos y pantanosos; impedir el anegamiento durante la época lluviosa,
para hacer agricultura de humedad; y almacenar el agua excedente en
surcos y pequeños embalses, para hacer agricultura de secano. Facilitar el
riego y controlar la temperatura, fueron otras de sus finalidades.
PAN: He escuchado hablar del cultivo asociado. Mas no de la rotación de
cultivos.
ZARA: Fueron tecnologías complementarias: el cultivo asociado maíz-
fréjol era seguido, tras la cosecha y la preparación del terreno, por el cultivo
de la patata y luego de la quinua. La combinación maíz-fréjol dejaba
enriquecida la tierra con el nitrógeno necesario para la patata y ésta
entregaba, por su parte, el potasio requerido por la quinua y el maíz. Una
manera muy ingeniosa de proveerse de abono orgánico y de acortar, por lo
mismo, los períodos de barbecho, cuyas duraciones extremas tanto

217
afectaron el ecosistema maya. Y una manera, sin duda elegante, de
abastecerse para una dieta diversificada.
DULCE: ¿Y en cuanto al fitomejoramiento, se puede dar una semblanza
de su dimensión?
ZARA: La humanidad debe lamentarse de la pérdida definitiva, a
causa de la invasión europea, de muchas especies y variedades vegetales
estabilizadas por la acción selectiva de mis antepasados. Esto impide saber
la exacta magnitud del gran proyecto andino. Sin embargo, gracias a los
testimonios recogidos por los botánicos europeos que vinieron durante los
siglos XVIII y XIX, y merced a los testimonios de otros informantes, se sabe
que entre los varios centenares de plantas domesticadas deben incluirse
géneros de alimenticias, condimenteras, medicinales, estimulantes,
forrajeras, textileras y madereras.
TAO: La tecnología agrícola que someramente has descrito, Zara, asienta
con total propiedad el concepto andino de respuesta adaptada a las
condiciones naturales imperantes, un plan basado en la flexibilidad o
“topologización” de las acciones según las sinuosas características del
ambiente, y una clara orientación para aprovechar las ventajas de la
diversidad y la variabilidad. Restaría escuchar, por si existe, el correlato
correspondiente en las nociones de espacio y de tiempo.
DULCE: Antes de ello, quisiera que Zara me aclare algo que no acabo
de entender.
ZARA: Con mucho gusto.
DULCE: Es el hecho de la explotación simultánea de varios pisos
ecológicos. No comprendo cómo una misma comunidad podía dedicarse al
aprovechamiento concomitante de varios pisos ecológicos, a menos que la
dedicación agrícola haya sido a tiempo completo, o que los labriegos hayan
tenido el don de la ubicuidad.
MARTÍN: Importante pregunta; pues, a diferencia de lo acontecido en la
agricultura andina, los campesinos del Antiguo Mundo no precisaron
entregar todo su tiempo de trabajo a la agricultura. La regularidad del clima y

218
la ayuda de los animales de tiro hicieron posible que los labriegos pudieran
dedicarse a la ganadería, al comercio y, por cierto, al cultivo del espíritu.
Propiamente la filosofía, la matemática y la astronomía del Antiguo Mundo le
deben su ser a las ventajas comparativas del sistema agrícola, a la relativa
simplicidad de su manejo y a los altos rendimientos obtenidos gracias a que
la fertilización de los suelos fue trabajo aportado por los grandes ríos. Los
desarrollos de las ciencias citadas requirieron de una casta de profesionales
por completo separados de la labor agrícola. Sólo una importante
generación de excedentes pudo haber provisto las facilidades para la
actividad de un copioso grupo conformado por filósofos, sacerdotes,
científicos, libre pensadores y artistas. Sólo una agricultura como la del
Cercano Oriente pudo haber brindado el sostén terrenal al gran vuelo del
pensamiento griego.
ZARA: En la América precolombina, el trabajo dominante fue la
agricultura.
DULCE: Claro, claro. Hay que recordar que la actividad ganadera fue
bastante reducida.
ZARA: Ese escaso desarrollo es explicable si se toma en cuenta el
inmejorable código de conducta de los wanacos: no copular en cautiverio. O
sea, preferir la muerte a la esclavitud.
Por ello es que la ganadería de los wanacos fue una ganadería
nómada. Había que dirigirlos a través de las grandes distancias. Difícil
condición, sin lugar a dudas.
PAN: En todo caso queda muy en claro que vosotros, andinos, fuisteis
agricultores, fundamentalmente.
ZARA: Fuimos y lo somos. Una mirada a alguna zona de la actual
serranía andina, bastaría para formarse una impresión de nuestra
agricultura en funcionamiento. Allí se vería trabajo simultáneo en varios
micro ambientes contiguos, cada uno con su pequeño plantío situado en una
fase del ciclo agrícola. En un piso podríamos observar a los labriegos en
faena de siembra; en otro, en labor de desyerba; y no muy lejos, en tarea de

219
cosecha. La combinación de diversos ciclos productivos, dotados con sus
propios tiempos y sus colores específicos, se nos mostraría ante los ojos. Y,
naturalmente, no divisaríamos gente vacacionando, querida Dulce, de no ser
algún que otro burócrata de Quito...
DULCE: Lo entiendo cabalmente.
MARTÍN: Ejem, ejem. Un panorama muy complejo, sobre todo en lo que
tiene que ver con la determinación de los calendarios agrícolas...
ZARA: La parte más difícil, sin duda.
MARTÍN: Según los cronistas de la Conquista, en las comarcas andinas
fue muy arraigada y extendida la costumbre de tratar con gran flexibilidad a
la duración de las unidades calendáricas. Guamán Poma registró, por
ejemplo, la existencia de semanas de más de siete días y de meses
formados de hasta 32 días.
ZARA: Y si la medición del tiempo tenía ese carácter elástico, lo
mismo puede decirse de la medición del espacio. En la región andina se
emplearon múltiples medidas de longitud y de área, cuyas equivalencias
precisas nunca pudieron establecer los cronistas. Así, al “tupu” -una medida
usada en todo el Tahuantinsuyu-, Cobo le atribuyó 50 brazas por 25;
Garcilazo, fanega y media de las de España; y Jiménez de Espada, 60 por
50 pasos.
DULCE: Se ve como algo inaudito. Me imagino que los europeos lo
interpretarían como un abrumador testimonio de atraso e incivilización, de
pensamiento salvaje.
ZARA: ¡Pobres! No sabían que aquí no era posible el empleo de
reglas rígidas y de relojes en reposo.
Pues, la duración de una misma fase agrícola, por ejemplo de la
siembra, podía acentuarse en unos pisos o disminuir en otros, de acuerdo
con el comportamiento de las lluvias: por lo mismo, el “mes” de la “siembra”
podía ser de distinta extensión según el lugar, y cada ciclo agrícola poseía,
consiguientemente, su propio calendario. La elasticidad en el manejo del

220
tiempo astronómico -no la inflexibilidad o el fiero determinismo- fue el
ingrediente central de la filosofía india del tiempo.
MARTÍN: Permíteme añadir, Zara, que la rigidez horaria, la rigurosa
cronometrización del trabajo, llegó a América de la mano de la caña de
azúcar, cuando la campana tañía, en los ingenios, anunciando el relevo de
los esclavos que concluían su jornada.
ZARA: Así fue: un acontecimiento de importación. Un contraste radical
con la actitud india ante los ritmos de la tierra, basada en la sensibilidad
para captarlos y aceptarlos, para orientarse y trabajar según el tiempo
interno de cada situación.
MARTÍN: Se entiende, por ello mismo, que la edad de las personas
nunca calculasen los andinos en estricta observancia del tiempo
astronómico transcurrido...
ZARA: Sino en conformidad con las condiciones físicas de los
individuos y su capacidad de trabajo, según el tiempo biológico propio. A
propósito, ¿qué tal si pongo de manifiesto vuestras edades verdaderas?..
DULCE: Yo no tengo inconveniente...
ZARA: Dulce es una “payacona”, pues ha cumplido su período de
fertilidad; sin embargo, conserva frescura y esbeltez. Igual que Pan, un
“puric macho” de mirada luminosa, más sapiente que musculoso. Los dos
son buenos candidatos a “quipu camayoc”. Tao es un “rucu macho”: tras la
invencible tersura de su rostro hay un espíritu de largas andanzas. Y Martín
se revela como uno de los “auca camayoc”, por su tenacidad y su
despliegue de energía para reunirnos aquí, en estas prístinas alturas.
PAN: Habéis hablado abundancias de vuestro... cómo llamarlo...
indeterminismo... poligénesis... barroquismo... mmm... de vuestro
barroquismo, Zara. ¿Cómo fue posible, entonces, que este barroquismo de
tiempos y espacios que has destacado como una sustancial característica
de vuestro pensamiento, se conciliara con esa muy conocida afición inca por
la astronomía del Sol? El cálculo del año solar jugó un papel muy importante

221
en la sociedad andina. El Sol fue la mayor divinidad inca, ¿o es que me
equivoco?
ZARA: No, no hay equivocación. En toda sociedad agrícola el Sol
siempre ha sido una referencia fundamental. Es explicable que a Europa,
continente de la industria, pero no de la agricultura, le llame la atención ese
valor ceremonial concedido a la estrella que nos gobierna. A decir verdad
tanto americanos, como mediorientales y lejanorientales, al Sol le hemos
tenido en el pináculo de todas las consideraciones. Nada de nuevo hubo al
respecto en la sociedad andina, a no ser el radicalismo con el cual
veneramos a la estrella, ofrendándole, con regularidad, la sangre de las
doncellas más hermosas de las comarcas, que a ello accedían con núbil
prestancia.
Esta convicción solar, tan universal y tan singular a un tiempo, no
debe llevarte, empero, a la errónea conclusión de que el ciclo solar anual
haya regulado la totalidad de la vida agrícola andina, tal como en otros
casos de agricultura arquetípica.
Todo lo contrario, Pan. La variedad de calendarios astronómicos,
manejados con la plasticidad exigida por las circunstancias, coexistió en los
Andes junto a la imposibilidad de usar predictivamente las señales del cielo.
TAO: Igual que en la agricultura maya. Supongo, por lo mismo, que se
habrá presentado entre los andinos idéntica necesidad de empatar los
distintos calendarios agrícolas, como un requerimiento para constituir o
consolidar la integración de las estructuras sociales altitudinales.
Es decir que, en observancia de las premisas y de ser cierto lo
aseverado por Zara, los sabios andinos debieron de haber inventado algo
parecido a las “ruedas del tiempo” mayas, si es que no llegaron a emplearlas
directamente...
ZARA: Buen pensar, viejo Tao. El interés andino por simultanear los
distintos calendarios agrícolas no sólo es cosa de necesario concluir. Es
cosa tangible, que se puede palpar.

222
La evidencia se mantiene, todavía, en el sitio arqueológico de Moray,
ubicado en el Cuzco, cerca del río Urubamba: un complejo de terrazas
agrícolas dispuestas en circunvoluciones, construido para simular la
aclimatación de plantas a distintos ambientes o pisos diferenciados con
arreglo a la altitud y a otras variables de control.
Del mismo tipo que las andenerías estatales de Pisaq, Chincheros,
Yucay, Ollantaytambo o Machu Picchu, las terrazas de Moray se
complementan con unos montículos de piedra, levantados junto a ellas con
la expresa intención de obtener visuales de los movimientos celestes.
DULCE: ¿Con qué propósito?
ZARA: Articular, desde una común perspectiva astronómica, los
distintos ciclos agrícolas. La interconexión fue llamada “tinkuq”, el
equivalente andino de la rueda calendárica maya.
TAO: Dada la similitud de circunstancias, ¿llegaron los andinos a imaginar
esa noción de tiempo tan especial como es la que denota el extraño
calendario tzolkin?
ZARA: El mayor reto intelectual planteado por la sociedad andina a
sus máximos pensadores fue captar y representar, de alguna manera, el
difuso tiempo propio de los ciclos agrícolas, atenuar la angustia de saberse
inmersos en un ambiente donde las circunstancias del ayer no
necesariamente determinan las circunstancias del mañana, reducir la
incertidumbre sobre el futuro.
TAO: Profundicemos esto.
ZARA: No fue un problema fácil, un problema que concerniera al
bienestar de unos pocos; ni fue cuestión enlazada con el vacío existencial.
Fue un problema relacionado con la supervivencia del común de los
habitantes andinos, cuya alimentación dependía casi exclusivamente de la
agricultura.
TAO: Pero tengo entendido que los indios consiguieron “domesticar” la
salvaje climatología americana. Así lo atestiguan sus canales de irrigación.

223
ZARA: Ello ocurrió, en efecto, en las planicies tropicales de México y
Perú. Pero no en la agricultura de las montañas, donde la tecnología de
irrigación artificial nunca pudo haber llegado a disfrutar de las mismas
magnitud y trascendencia.
Ante esta limitación del control físico, la predicción tenía que jugar un
papel crucial. Y ella fue, de base, un asunto de íntimo acercamiento a las
armonías de la naturaleza, a sus ritmos tonales y a sus atmósferas atonales.
TAO: Esto lo entiendo cabalmente, ¡qué orientales se ven los indios!.. Me
imagino que los ritmos tonales eran predichos usando la pauta de los
movimientos astronómicos, ¿y los atonales, cómo?
ZARA: Exacto. Los ritmos agrícolas de período constante o casi
constante, fueron comprendidos por medio de pequeñas extensiones o
contracciones de los períodos correspondientes a los ciclos astrales y su
coordinación se hacía a través del tinkuq.
Y las atonalidades del clima andino -aquello que a los mayas les llevó
al tzolkin- fueron comprendidas a través del quipu.
El quipu fue originalmente inventado como un instrumento de
predicción de los cambios experimentados por un sistema agrícola, a
consecuencia de las catástrofes climáticas -fenómenos impredecibles según
la pauta de los calendarios astronómicos- en un ambiente, como el andino,
donde estas fluctuaciones no son de excepción.
MARTÍN: Su uso trascendió, ciertamente, el dominio agrícola. Hay varias
menciones del empleo polifuncional del quipu. Lo manejaron: astrónomos,
astrólogos, curacas, jueces, chasquis, gobernadores, inspectores y otros.
TAO: Sin embargo, veo al quipu muy alejado del tzolkin, al menos
formalmente.
ZARA: Me temo que deberías observar al crótalo cuando se enrosca,
formando nudos, o cuando se trenza con otro crótalo, en singular ritual
serpentino, al modo de los cordeles de un quipu.
DULCE: ¿Cómo podíais predecir esos cambios de estado, con el quipu?

224
ZARA: Hay que empezar por señalar que el quipu tiene al menos tres
variables de estado: el tipo de nudos, sus colores y la distancia entre
anudamientos. Para caracterizarlas usaré como referencia el quipu agrícola.
Y empezaré por la variable “tipo de nudos” que representa la forma de
la función, ya sea de siembra o ya de cosecha realizadas en una superficie
agrícola dada.
PAN: Disculpa la interrupción, Zara. No comprendo bien esto de hacer el
levantamiento de funciones por medio de nudos.
MARTÍN: Es muy comprensible la dificultad de Pan. Pues, mientras los
indios han venido entendiendo las cosas formando nudos, los occidentales
lo han venido haciendo, desatándolos, y con buen éxito, con la salvedad del
notable nudo gordiano...
PAN: No deberías ser tan drástico. Recuerda que lord Kelvin intentó deducir
la estructura de la tabla periódica de los elementos suponiendo que los
átomos son anillos de remolino anudados en el éter.
MARTÍN: De acuerdo, Pan. Dinos, ahora, ¿qué es para vosotros,
occidentales, “levantar un suceso”?
PAN: Usando un sentido general, físico, podría decirte que “levantar un
suceso” es medir con exactitud arbitraria la cantidad de movimiento de una
partícula y, simultáneamente, su posición. La condición de simultaneidad
desaparece en la mecánica cuántica.
MARTÍN: A consecuencia de ello, la predictiva se vuelve estadística.
Para vosotros, el levantamiento de un suceso consiste en establecer su
métrica espacio-tiempo. No tratéis de ver también en el quipu una modalidad
de representación métrica, cuanto que topológica no métrica.
ZARA: Gracias, Martín... No es difícil levantar una función de siembra
por medio de nudos. Ya la topología ha mostrado que en la forma de los
nudos yacen intrínsecas funciones algebraicas. Basta, entonces, con que
transformemos en un nudo -a través de un algoritmo convencional- el valor
correspondiente a la solución de la función -nudos de ciertos tipos para

225
valores comprendidos en ciertos rangos-, para que el nudo exprese
automáticamente la forma funcional.
TAO: Yo veo totalmente posible representar sucesos por medio de nudos y
encuentro que es tarea cercana al procedimiento empleado para estudiar los
koans del budismo zen. Por ello quiero pedirte, Zara, que continúes
revelando estos extraños secretos del quipu.
ZARA: La segunda variable es el color de los nudos. Colores no sólo
homogéneos y básicos, como los referidos por Joseph de Acosta, sino de
diferentes tonos y combinaciones, tales como los que se ven en un paisaje
de la serranía andina o en una mazorca de maíz.
El color simbolizaba la característica climática prevaleciente en el
suceso agrícola registrado.
PAN: Yo sabía que los colores del quipu representaban otras cosas...
ZARA: No olvides que estoy hablando del quipu agrícola. Los colores
de los quipus no agrícolas expresaban, ciertamente, cosas distintas,
relacionadas con la materia de que tratasen.
La tercera variable, la distancia entre anudamientos de las trenzas,
encarnaba, por su parte, el tiempo medido en días terrestres de duración,
como se puede apreciar en el quipu interpretado por John Murra.
MARTÍN: Es decir que en el quipu se incorporaron dos dimensiones del
tiempo: la del tiempo climático -fluctuante- y la del tiempo astronómico -
estable-. La del tiempo registrado con colores y la del tiempo registrado con
la medición de distancias. Dinos, Zara, ¿estuvieron correlacionados en el
quipu ambos tipos de tiempo?
ZARA: Ambas dimensiones del tiempo formaban parte del mismo
conjunto y se hallaban correlacionadas, por supuesto. Si a la cuerda del
quipu le considerásemos como el “vector tiempo”, entonces podríamos ver,
a partir de un cierto punto de la misma, que el tiempo astronómico
transcurre linealmente, siguiendo la pista recta del hilo extendido, hasta que
éste se anuda y cambia de color, que es el momento en que el tiempo pasa

226
a formar parte del espacio topológico -torciéndose y retorciéndose- y
expresa la “dimensión” climática.
TAO: Dijiste, Zara, que el quipu fue ideado con el propósito de hacer
predicciones cuando el clima bascula. ¿Podrías explicarlo, finalmente?
ZARA: A distancia de los nudos de la siembra, según el período
transcurrido, se formaban los nudos de la cosecha. El quipu agrícola
describía, entonces, la transformación de la siembra en cosecha bajo una
característica climática dada.
Con los quipus de siembra y cosecha obtenidos de un gran trabajo de
levantamiento histórico en muchas localidades agrícolas de la sierra andina
y reunidos en quiputecas de celosa conservación, los quipucamayoc
pasaban, entonces, a la operación topológica propiamente dicha. El interés
se concentraba en identificar los “invariantes” de los nudos del registro
agrícola correspondiente a una catástrofe climática. Una vez hallados los
invariantes, o leyes del cambio de estado, la predicción agrícola podía
disfrutar de una firme base, allí donde no servía el determinismo del
calendario astronómico.
MARTÍN: Recordemos, en respaldo de lo dicho, que hay menciones del
uso del quipu en prácticas “adivinatorias”, que los europeos reprimieron bajo
la sospecha de paganismo e idolatría...
PAN: Si tal operación topológica se hacía sobre la propia materia del quipu,
sobre nudos concretos, no comprendo cómo fue posible que se encontrasen
invariantes nodales si éstos se obtienen, según tu propia comunicación,
Zara, a partir de representaciones bidimensionales planas y haciendo
intervenir al álgebra.
ZARA: Te pido que des una mirada a la matemática de las
“variedades tridimensionales”, donde se ha demostrado que los invariantes
topológicos existen aun en los enlaces del espacio tridimensional.
DULCE: Pero la participación del álgebra es, a no dudarlo, inevitable. Y
nadie ha mostrado evidencia de que tal nivel de sistemática abstracción
hubiere existido en los Andes precolombinos.

227
ZARA: Supongamos la ausencia de prueba directa y, aplicando la
máxima cristiana “por sus obras los conoceréis” emprendamos un breve
viaje de regreso al siglo XII, si todavía vuestra atención puede admitirlo.
DULCE: Por supuesto que sí.
ZARA: El escenario es la costa norte del actual Perú (entre la frontera
con el Ecuador y la ciudad de Lima y entre la Cordillera Negra de los Andes
y el Océano Pacífico), donde se desarrolló la sociedad hidráulica chimú,
cuya economía agrícola dependió, casi por completo, de la irrigación artificial
de los suelos facilitada por las aguas del río Moche.
En el siglo indicado, El Niño desencadenó una devastadora
inundación que destruyó gran parte del sistema de canales que los chimúes
habían heredado de sus antepasados mochicas. El desastre brindó la
oportunidad para reconstruir la red sobre la base de nuevos principios y
utilizando otras técnicas.
TAO: ¿Nos vas a decir en qué consistieron?
ZARA: Tras producirse la conquista inca de Chan Chan -la capital
chimú- el nuevo sistema fue abandonado y permaneció en el olvido hasta
los años ochenta, cuando un grupo de investigadores de la universidad
norteamericana de San José pudo analizar, en su laboratorio, el
comportamiento hidráulico del modelo de un segmento del canal chimú de
Entrevalles, más parecido a una estructura ósea que a un producto
ingenieril.
Para sorpresa de los estudiosos, la forma en cruz de la sección
transversal del canal, junto a las variaciones de su anchura y de la rugosidad
de las paredes, mostraron que la obra fue expresamente diseñada para
seguir las pautas de distintos regímenes hidráulicos comprendidos en una
gama de números de Froude. El canal tiene, en su conjunto, una geometría
variable, según las curvas de nivel correspondientes a la topografía del
terreno.
Es decir que los ingenieros chimúes habían podido construir un
sistema hidráulico flexible, capaz de resistir y acoplarse a los cambios

228
provocados, en el terreno y en el clima, por los espasmos sísmicos y por las
virulencias de El Niño.
Según el informe presentado por Charles Ortloff, el refinamiento
conceptual que suponen estas innovaciones y el hecho de que el diseño
responda a estándares de la actual ingeniería, indican que los chimúes
poseían, seis siglos antes que los occidentales, una ciencia hidráulica
sistemática, basada en la observación, el registro y la generalización.
TAO: Mmm, tan admirable como el Gran Canal...
DULCE: Si no hubo generosidad alienígena de por medio, entonces se
debe concluir que la sociedad andina poseyó un pensamiento algebraico de
cuya notación no se tuvo registro.
MARTÍN: Yo no encuentro más natural manera de explicar el genio
chimú, si no es suponiendo que su modelación hidráulica transcurrió
apoyándose en el quipu. Después de todo, y según el recto pensar
matemático, las ecuaciones de los gases y de la hidrodinámica son
enteramente deducibles de la mecánica estadística, promisorio lugar de los
invariantes núdicos...
PAN: ¿Tienes alguna prueba decisiva de que el quipu tan exótico objeto
fuera?
ZARA: ¿Quiéres decir una evidencia paleo antropológica? No me
hagas mal pensar de tu buen razonar. ¿Cómo dar intacta prueba de lo que
habéis destruido?
DULCE: Podríamos quizás hacer una sesión de espiritismo e invocar a
un intérprete de quipus.
MARTÍN: Puede ser. Y no sería la primera reunión espiritista hecha para
entender las sutiles propiedades de los nudos. Ya Johann Zollner, profesor
de astronomía de la Universidad de Leipzig, en el siglo pasado intentó
probar el carácter cuatridimensional de los espíritus. Una cuerda libre de
nudos y con sus extremos unidos con lacre, se sometía a la manipulación de
un médium que, tras el rito invocatorio de orden, era capaz de hacer
extraños anudamientos sin romper la ligadura.

229
ZARA: Mm... queréis una sesión shamánica. Entonces deberé
preparar un concentrado de ayahuasca.
PAN: No es necesario. Estoy muy gratamente sorprendido de toda esta
ciencia india, más si se tiene en cuenta que la consiguieron antes que
Occidente. Y no tengo mejor manera de expresarlo que haciendo mías estas
palabras siguientes con que Pedro Mártir de Anglería se dirigiera a
Pomponio Leto: “Por tus cartas supe que las noticias del descubrimiento del
mundo de las antípodas, hasta ahora oculto, causaron en ti tal gozo que te
embargaron la voz y arrancaron casi lágrimas de alegría. Porque
ciertamente, ¿qué mejor manjar puede presentarse a los grandes ingenios?
¿Qué convite más agradable? De mí sé decir que cuando hablo con las
personas discretas que han viajado por aquellas regiones, siento al oírlas un
deleite inefable. Gócense los miserables con la idea de acumular inmensos
tesoros; los viciosos con los placeres; mientras nosotros recreamos nuestros
ánimos con la noticia y conocimiento de cosas inauditas y singulares”.

QUINTA JORNADA: DE LA FINAL


GENERALIZACIÓN DEL PRINCIPIO DE RELATIVIDAD

DULCE: Ha sido esta conversación, amigos, extensa y fructuosa. Nos


ha permitido establecer, con suficiencia de causa y prolija evidencia, cómo
es verdad que en función de distintas condiciones de clima y agricultura han
podido surgir y desarrollarse, de manera espontánea y con independencia
de la decisión de los protagonistas del pensamiento, diferentes
representaciones de espacio y tiempo.
MARTÍN: Así es. La conformación histórica de estos pilares de la
modelación del mundo se ha sustanciado sin injerencias volitivas o de la
decisión consciente, como si hubieran sido auténticas “categorías a priori”.
Es insuperable tributo a las gramíneas gigantes el habernos apercibido de
que las categorías de espacio y tiempo responden machihembradamente a
la humilde terrenalidad de la agricultura.

230
TAO: Conclusión que habría puesto vértigos en la cabeza de Inmanuel
Kant...
DULCE: No obtendríamos completo provecho del diálogo si dejamos de
comparar esos grandes sistemas de referencia espacio-tiempo y si nos
abstenemos de visualizar algunas consecuencias de la “teoría de la
relatividad cultural”, que Martín ha tenido el mérito de ponerla en pie para
que nosotros la hagamos andar en beneficio de la comunicación.
ZARA: Sin más preámbulos yo diré que la principal diferencia entre
ambos sistemas es el carácter abstracto del uno y concreto del otro. Lo que
me lleva a afirmar, sin temor a merecer el adjetivo de “empirista”, que han
existido dos grandes vías, de utilidad equivalente, para el conocimiento de
las cosas: el diáfano camino de la abstracción y la escabrosa ruta de la
concreción. Y si el primero ha pasado por único y verdadero, hoy es visible,
a su lado, otro de no menos ingenio y de tanta perspectiva como la que se
acumula entre los sensuales planeos iniciales de la “realidad virtual”.
TAO: Indiscutiblemente el quipu es prueba de que no tiene carácter
necesario esa manera de dar cuenta de la realidad física a partir de
esquemas matemáticos preexistentes, tal cual ha ocurrido con cada gran
avance de la modelística Occidental.
DULCE: Como han sido los casos relevantes de la cosmología de
Kepler -que fue una aplicación de las secciones cónicas descubiertas por
Apolonio de Pérgamo en el siglo III a.J.-, de la relatividad general -que se
sirvió del cálculo tensorial- y de la mecánica cuántica -que empleó el álgebra
de matrices y los espacios de Hilbert-.
PAN: Estoy de acuerdo, pero es preciso destacar algunas excepciones
notables, como la teoría de las series de Fourier -inspirada en el estudio de
las cuerdas vibrantes- o la función de Dirac -surgida directamente de la
mecánica-. Sin embargo, estas rarezas no hacen una tendencia ni
cuestionan el pitagorismo como la orientación principal de nuestra física.
MARTÍN: ¿Qué les parece el papel del observador en el caso del quipu?

231
ZARA: Hablando con rigor, allí no hubo un observador. No lo podía
haber, pues los quipucamayoc participaban de “cuerpo entero” en la
preparación de las cuerdas, su trenzamiento y tinción; el álgebra de los
nudos, con no ser explícita, yacía en la mente del operador del quipu. Hubo
en esta unión sujeto-objeto, una continuidad de la característica integrativa
propia del arado andino.
DULCE: ¡Qué curioso! La participación del observador en el sistema del
mundo Americano se tradujo en un esfuerzo para reducir la incertidumbre
sobre el futuro. En contraste, la participación del observador en el sistema
del mundo Occidental se tradujo, finalmente, en un esfuerzo para aumentar
la incertidumbre sobre el futuro...
PAN: En procura de la predicción, según lo visto. Y aquí encuentro que los
dos sistemas se concibieron y aplicaron con idéntico propósito: establecer
regularidades, hacer predecibles los acontecimientos, aunque ello hubiera
sido, en el caso de la mecánica cuántica, a costa de advertir que hay un
margen de tolerancia para la pretensión determinista de la ciencia clásica.
DULCE: Sin embargo, en este común aspecto de los dos sistemas yace
su mayor diferencia: el hecho de que el sistema métrico se destinase a la
simulación de los cambios de posición; y el núdico, a la de los cambios de
estado.
PAN: No creo que sea justa tamaña separación. Precisamente en la actual
teoría de los “sistemas dinámicos”, derivada de la métrica, se utiliza el
llamado “espacio de fases” para describir el comportamiento de los objetos
según los cambios de estado experimentados por éstos en el transcurso de
su evolución.
DULCE: ¿Podrías informarnos sobre tal espacio?
PAN: Es una manera de visualizar la forma de la historia espacio-temporal
del objeto, considerado como un sistema dinámico. Para ello, el
conocimiento completo de este sistema, en un instante dado, se almacena
en un punto del espacio de fases y cada punto representa el estado del
sistema en ese preciso momento.

232
ZARA: Ahora soy yo quien no entiende cómo es posible almacenar
semejante información en un punto...
PAN: El caso más simple es la representación del movimiento en las
coordenadas cartesianas de doble dimensión, tan familiares por lo demás.
El primer eje sirve para caracterizar la posición del sistema; el segundo, su
velocidad. Si queremos trazar, por ejemplo, el comportamiento de un
péndulo que se mueve sin fricción, deberemos hacer una correspondencia
biunívoca entre cada estado concreto del péndulo en oscilación -definido por
su posición y velocidad- y un cierto punto del espacio de fases -punto
definido por un valor numérico fijo, según su distancia a cada una de las dos
rectas perpendiculares-. En su conjunto, la trayectoria del péndulo
aparecerá como una curva más o menos cerrada que se repite una y otra
vez.
ZARA: ¿Y si el péndulo está sujeto a fricción?
PAN: Entonces, la curva resultante será una espiral cuyo diámetro
disminuye, continuamente hasta agotarse en un punto interior, que
representa el estado en que el péndulo se ha detenido, como si el
movimiento fuera “atraído” por él.
MARTÍN: Es el “atractor” de la trayectoria.
PAN: Exacto. Los atractores son las formas básicas del movimiento de los
objetos, las trayectorias a las cuales tienden, obligada y finalmente,
cualquiera sea la condición inicial. De aquí que la característica fundamental
de los atractores sea su estabilidad.
TAO: ¿Existe alguna clasificación de los atractores posibles?
PAN: Los más interesantes son: los “ciclos límites” (como la curva más o
menos cerrada del péndulo que oscila libremente) y los “puntos fijos” (como
el que corresponde a la espiral del péndulo frenado).
MARTÍN: Estos son atractores de género particular y permiten obtener
una imagen del movimiento equivalente a la que se consigue por medio de
la formulación de una ley diferencial. Lo importante es que cualquiera sea el
medio usado, geométrico o diferencial, la evolución del sistema se reduce a

233
un cambio de posición, puesto que el cuerpo representado permanece
idéntico a sí mismo a todo lo largo de su historia.
PAN: Dices bien que esos son atractores de género particular. Conozco de
la existencia de otros atractores, llamados “extraños”, que se han
identificado al aplicar el espacio de fases, precisamente, en situaciones que,
como las “transiciones de fase”, comportan un cambio en la condición
interna del cuerpo examinado, ya de vapor a líquido, ya de no magnético a
magnético, ya de conductor a superconductor.
MARTÍN: En situaciones, amigo, en las que el “espacio de fases” ha
debido comprimirse y plegarse.
TAO: Confieso, a pesar de todo, que hasta el momento no he conseguido
formarme una precisa noción de cómo es posible simular el cambio de
estado si de por medio está la irreversibilidad. No veo cómo conciliar la
irreversibilidad con la predicción. No me es evidente, todavía, cómo
ponderar ese tiempo cualitativo que los indios llegaran a representar por
medio de la cromática.
ZARA: Quizás ayude el mencionarte una magnífica analogía: la de los
“relojes químicos”, en los cuales la irreversibilidad aparece misteriosamente
expresada en la cromodinámica oscilatoria.
TAO: ¿Relojes químicos? Jamás he escuchado hablar de ellos.
ZARA: Imaginemos cuál sería el resultado de la sencilla reacción
química de combinación entre una sustancia compuesta de moléculas
azules y otra, de igual cantidad, conformada de moléculas rojas.
DULCE: Se obtendría una confusa mezcla de rojo y azul.
ZARA: ¿Y no sería posible que en lugar de este “lógico” resultado
caótico, se produjese otro en el que no se pierda la calidad cromática de
cada sustancia interviniente?
DULCE: Sería un verdadero milagro, puesto que el comportamiento de
la reacción sigue fielmente la ecuación de Boltzman que relaciona entropía
con probabilidad. Es decir que el estado más probable de evolución de un

234
sistema aislado corresponde a un incremento del desorden molecular, a un
aumento de la entropía.
ZARA: Pues bien, no siempre es así si el sistema es abierto y se aleja
lo suficientemente del equilibrio termodinámico. Bajo esta condición, y tal
como han mostrado los experimentos de Belusov-Zhavontinsky, la reacción
conduce a un “reloj químico”, a una sustancia que va cambiando, sucesiva y
periódicamente, ora del rojo al azul, ora del azul al rojo, como si las
moléculas se comunicasen entre sí y decidieran sincronizarse en bandas
cromáticas alternantes.
DULCE: ¡Asombroso! ¿Cuándo se efectuaron esos experimentos?
ZARA: No hace mucho, a fines de la década de los sesenta.
PAN: Mas los primeros experimentos con reacciones químicas oscilantes
datan del siglo pasado.
ZARA: Y según conozco fueron prohibidos, seguramente porque
contravenían el orden natural de las cosas, porque aparecían como accesos
a un arte de taumaturgia reservado para la Divinidad.
TAO: Sin duda la analogía es útil, hace evidente una irreversibilidad no
lineal, muestra sus huellas en un solo paisaje. Pero este es un caso en que
la irreversibilidad se revela bajo una configuración espontánea, bajo una
autoorganización de la materia. Yo quisiera saber si ha sido posible atrapar,
de manera consciente y deliberada, el tiempo cualitativo, por ejemplo bajo
una forma matematizada.
MARTÍN: Sé que hay más de una respuesta satisfactoria a esta
inquietud, y si me permiten desearía citar un notable ejemplo cuyo estudio
pertenece, tanto como el mencionado por Zara, al tumultuoso surgimiento
contemporáneo del llamado “caos determinista”.
TAO: Vengo oyendo con inusual reiteración hablar sobre el caos
determinista. Tengo la impresión de que se trata, antes que de un verdadero
paradigma científico, de una moda intelectual que precisa de reposado
decantamiento. Para empezar, ¿no es en sí misma paradójica la noción de
caos determinista?

235
DULCE: Estoy de acuerdo, pues mientras la idea de “caos” evoca
desorden e impredecibilidad, no hay nada más rigurosamente predictivo que
el “determinismo”.
MARTÍN: Así se pensaba hasta no hace mucho, concretamente hasta la
aparición de los trabajos decisivos de Edward Lorenz, en 1963, y los de
David Ruelle y Floris Takens, en 1971; estudios sobre el tiempo climático y
sobre la turbulencia, a partir de los cuales se ha debido reconocer que
ciertos sistemas regidos por leyes estrictamente deterministas, de los que se
podía esperar un comportamiento regular, presentaban a largo plazo, y por
contra, una evolución errática e impredecible. Es el hallazgo del caos en
medio del orden, perturbadora constatación que ha llevado, naturalmente, al
interés por encontrar el orden en medio de este caos.
TAO: ¿Tiene algo que ver esa impredecibilidad con el principio de
indeterminación de la mecánica cuántica?
MARTÍN: No, aluden a cosas distintas. La incertidumbre cuántica
proviene del inevitable cambio en el comportamiento digamos que innato de
las micropartículas, causado por el solo hecho de observarlas, y no significa
que no haya lugar a la predicción, sino que ésta debe ajustarse a un margen
de probabilidades dado por la ecuación de onda de Schrödinger. En
contraste, en el caos determinista la predicción no sólo que no es
estadística, sino que resulta, en general, imposible.
El caos determinista incluye a los sistemas dinámicos, cuánticos y no
cuánticos, si en ellos están presentes al menos tres características: la
“dependencia sensitiva a las condiciones iniciales”, que hace que el objeto
evolucione de distinta manera si su estado inicial no es el mismo que otro
objeto de idéntica naturaleza, vale decir aunque ambos compartan el mismo
atractor; el carácter no lineal de la dinámica, que hace que los efectos no
sean proporcionales a las causas y que el sistema tenga, por ello mismo, un
amplio espectro de creatividad; y, por último, el hecho de que la geometría
del cambio pueda ser representada en términos de dimensiones
fraccionadas.

236
DULCE: Intuitivamente percibo que son sistemas relacionados con
dinámicas mundanales, con objetos familiares.
MARTÍN: Sí, tal como ha subrayado James Gleick, es la física de los
seísmos y de los meandros del tracto digestivo, de la evolución de los
precios y del ritmo cardíaco, de los desplazamientos nubosos, los copos de
nieve, las ondulaciones hidrográficas, los despliegues arborescentes, los
torbellinos y la morfogénesis.
TAO: Vaya, vaya, se trata entonces de la naturaleza tal como se presenta,
con su indomable textura y sus estremecimientos inauditos.
ZARA: El caos determinista es como un eructo de muerte del
“demonio de Laplace”, ya que si no puede predecir el futuro, ¿qué cosa le
resta por hacer?
DULCE: ¿Alguna reacción ante tan desagradable circunstancia?
PAN: A decir verdad el caos determinista ha irrumpido con fuerza abrasiva
en nuestro paradigma epistemológico por excelencia, en la orientación
cognoscitiva que nos legara la Grecia clásica. Seguramente nadie escuchó,
hasta principios de este siglo, que en medio de la inmaculada melodía del
determinismo crepitaba un ruido desconcertante. Mas nuestra actitud ha
sido la del timonel que no cede el control del barco sacudido por la
tempestad. Sabemos, por ejemplo, que las fluctuaciones de los sistemas
deterministas no se deben a un colapso de las leyes diferenciales
subyacentes, sino a una falta de información sobre el valor de las variables
en el instante cero de la evolución del sistema. Por lo demás, la geometría
fractal ha abierto un nuevo mundo de posibilidades para reatrapar el orden
escurridizo.
MARTÍN: No me parece justo atribuir el caos determinista a la falta de
información, tanto como no me parece justo que veamos en él los estertores
agónicos del determinismo. En su momento daré mi propia versión sobre el
asunto y, si no es interrupción descomedida, retomaré, de momento, la
cuestión que nos había llevado a esta ligera semblanza del caos

237
determinista, a saber: la ejemplificación de cómo se ha conseguido avanzar,
en nuestros días, en la representación matematizada de la irreversibilidad.
TAO: Hacia allá nos dirigíamos, Martín.
MARTÍN: Para ventaja de nuestras reflexiones, el ejemplo se relaciona
con el cambio experimentado en la comprensión del elusivo fenómeno de la
turbulencia, tan provisto de significado en cuanto nos facilita unas preciosas
analogías para exteriorizar el sentido último de la teoría de la relatividad
cultural.
PAN: Mis ideas se arremolinan de sólo escuchar la palabra “turbulencia”.
Quizás no ha existido un reto comparable a la intelección de las enigmáticas
contorsiones de un flujo turbulento. Dicen que Werner Heisenberg musitó,
poco antes de morir, que estaba listo para preguntarle a Dios el por qué de
la relatividad y el por qué de la turbulencia y que abrigaba la certeza de
obtener una respuesta al primer interrogante.
TAO: ¿Quizás no conoció la terrenal descripción matemática de la
turbulencia realizada por Kolmogórov, en los años treinta, o el modelo de
transición de Lev Landau, elaborado en los cuarenta?
PAN: Ambas teorías resultaron insatisfactorias a la postre. Tanto más la de
Kolmogórov, que creyó ver homogeneidad en el fluido turbulento, pero
también la de Landau, que explicó el tránsito a la turbulencia como la
aparición, en la corriente uniforme, de nuevas frecuencias de oscilación,
correspondientes a numerosos grados de libertad, que compiten entre sí y
se acumulan una sobre otra, hasta que el movimiento estalla en una cohorte
de flujos desordenados e incoherentes, bien como nudos, bien en zig zag,
bien como varicosis sesgada. Creo recordar que Martín usó en su escrito
sobre las gramíneas esta imagen de la turbulencia...
DULCE: Se comprende que el modelo de Landau, elegante y todo,
resultase inútil a la hora de la aplicación práctica. Pues si las ecuaciones
que caracterizan el comportamiento de los fluidos son diferenciales
parcialmente no lineales, por lo común insolubles, no cabe siquiera imaginar

238
la magna complejidad de todo un paquete de diferenciales correspondientes
a las sucesivas frecuencias de oscilación que se traslapan.
ZARA: En tal caso ni un gigantesco superordenador podría ser de
utilidad...
MARTÍN: Sin duda y la dificultad no hace sino advertir que estamos en
presencia de un insuperable límite de la modelación que opera en espacios
métricos. De aquí que para progresar en la comprensión de la turbulencia
haya sido preciso sustituir el enfoque y empezar por entender el tránsito del
flujo laminar al turbulento como una transición de fase, de modo que la
simulación disfrute de soporte en las técnicas constructivas del espacio de
fases.
ZARA: Pero en tal caso no veo posible hablar de transición de fase ya
que la sustancia del fluido permanece idéntica al pasar de una situación
laminar a una turbulenta.
MARTÍN: No hay ningún cambio en la calidad del fluido, por cierto, pero
sí un cambio en la calidad del movimiento y ello justifica la extrapolación.
Más todavía, fue precisamente el haber entendido que la aparición de la
turbulencia significaba, de hecho, la irrupción de un nuevo orden dinámico,
lo que llevó a Ruelle y Takens a proponer un modelo distinto al de Landau,
en el que bastan tres grados de libertad para generar la complejidad de la
turbulencia, y en el que -es lo más importante- el movimiento turbulento deja
de obedecer al atractor periódico presente en el flujo laminar para
organizarse según un nuevo atractor, extraño, cuya irregular figura se hace
visible si el espacio de fases se apretuja y dobla como una goma.
TAO: Al atractor periódico y al atractor extraño corresponderían, entonces,
dos clases de tiempo.
MARTÍN: Exacto, cada clase de tiempo posee su propia naturaleza, por
así decirlo, y su comprensión requiere de la referencia adecuada en cada
caso. Si se usa cualquier referencia, indiscriminadamente, la mirada se
obnubila y resulatan inevitables las apreciaciones erráticas. Así, durante la
fase laminar el movimiento “transcurre” con un ritmo “natural”, ligado a las

239
propiedades del fluido, y la periodicidad del atractor se revela si empleamos
el tiempo marcado por un reloj. Pero si en la fase turbulenta perseveramos
en entender la dinamia de la misma manera, con el reloj de base, sólo
hallaremos ruido incomprensible, ritmos trastocados, nada del orden que se
revela, en cambio, bajo la forma del atractor extraño, figura que tiene la
propiedad fractálica -es decir que las fluctuaciones del movimiento,
características de la turbulencia, poseen el mismo aspecto observadas
desde cualquier escala del tiempo astronómico, no dependen de éste-.
TAO: Lo entiendo perfectamente. La turbulencia es caos sólo si se la
observa desde el orden laminar.
MARTÍN: El término “caos” es manera de dar salvajez a aquello que
resulta inentendible desde un cierto punto de vista, a lo que no corresponde
al criterio usual y predominante, a lo que está fuera de la “campana” de
Gauss.
DULCE: Una vez que gracias a la turbulencia hemos podido reconocer
que el tiempo cualitativo tiene el mismo derecho a la representación
geométrica, ¿qué les parece si nos reinstalamos en la teoría de la relatividad
cultural?
MARTÍN: La principalísima conclusión del examen realizado es una
ampliación de las consecuencias del principio de relatividad restringida en
cuanto a la caracterización de espacio y tiempo. Pues así como, de acuerdo
con la relatividad restringida, los observadores que se mueven con distinta
velocidad inercial unos respecto de otros, consiguen diferentes indicaciones
de espacio y tiempo, estamos naturalmente llevados a admitir, de acuerdo
con la relatividad cultural, que estas indicaciones tienen en común, más allá
de sus diferencias cuantitativas, la misma calidad métrica y reversible, que
dejará de ser tan pronto esos observadores se sitúen en una distinta clase
de movimiento y puedan obtener, por lo mismo, una imagen no métrica e
irreversible. En otras palabras, no hay un espacio métrico y un tiempo
reversible de caracteres universales y absolutos, como factores inherentes a
la total realidad del mundo físico. En su lugar debemos hablar de

240
impresiones y conceptos útiles según el tipo de movimiento que se quiera
describir, bien de cambios de posición, bien de cambios de estado.
DULCE: De esta manera queda plenamente restituido el papel del
observador en la generación de las categorías de espacio y tiempo, el
inevitable aspecto gnoseológico que fuera enajenado en aras de una
objetividad descarnada y, a la postre, metafísica.
MARTÍN: A partir de aquí ya no será posible, a menos de perseverar en
ciega obstinación, seguir manteniendo la escalofriante idea de que espacio y
tiempo se originaron hace como 15.000 millones de años. La verdadera
historia del espacio y el tiempo tiene un rostro y un contenido humanos, es
mucho más modesta y sensata: se inicia con las ancestrales
representaciones del movimiento conseguidas por los hombres modernos
en los prolegómenos de la agricultura o quizás un poco antes, hace 20.000
años, cuando los cazadores y recolectores de la última edad del hielo
tallaron, con cinceles de sílice y sobre colmillos de mamut, los primeros
signos calendarios en pos de guiar su práctica de aprovisionamiento
conforme los ciclos estacionales. Ellos fueron los auténticos creadores del
tiempo.
PAN: Debo reconocer que la conclusión es completamente perturbadora.
Presintiéndola así como la has expresado, Martín, no he podido conciliar el
sueño ni dar tregua a decepcionantes pensares que me abruman como una
pesadilla.
TAO: Te comprendo, Pan, ya que esa conclusión nos lleva directamente a
la inaudita necesidad de relativizar la teoría general de la relatividad en
cuanto ésta ha atribuido como propio de la naturaleza, de la materia, un
concepto de espacio y tiempo que hoy se nos muestra como afincado en el
observador Occidental, como culturalmente relativo.
PAN: ¡Qué ambición la vuestra, Martín! ¡Qué irreverencia superlativa!
MARTÍN: Con el permiso de Einstein esto es algo que tarde o temprano
tenía que hacerse. Pues según su propia visión anunciadora, “el destino
más hermoso que puede tener una teoría física es el de allanar el camino

241
para el establecimiento de una teoría más amplia, en la cual la primera sigue
siendo válida como un caso particular de la segunda”.
PAN: Esto sí que debemos analizarlo detenidamente.
ZARA: Estoy de acuerdo. Debes comprender, Martín, que cambiar un
sistema de referencia espacio-tiempo no es asunto de fácil plasticidad
mental como quizás lo sea para un mestizo como tú, ni es cuestión de
mantener una actitud abierta a la innovación. Un sistema de referencia no es
cualquier ideación plebeya. Espacio y tiempo son las categorías que le dan
estructura al espíritu, que forman el alma. Remuévelas y caerá todo lo
demás.
MARTÍN: No es necesario producir destructivos movimientos en la
tectónica epistemológica. Más bien se trata de hacer construcciones que
nos brinden seguridad y placer.
TAO: Continuemos, entonces.
MARTÍN: Volvamos a la teoría general de la relatividad. Según ella, no
es posible concebir el espacio-tiempo con independencia de la materia. El
espacio-tiempo se curva en presencia de masas y el combamiento se
interpreta como el campo gravitatorio propiamente dicho. Si la gravedad es,
por otra parte, un fenómeno exclusivamente atractivo, a diferencia de las
restantes fuerzas básicas de la naturaleza, ¿qué ocurriría en el espacio-
tiempo, les pregunto, si una estrella de gran masa, digamos de algo más del
doble que la del Sol, agota el combustible nuclear que le ha permitido resistir
la presión gravitatoria? ¿Caería la materia hacia el centro sin que nada
pudiera evitarlo?
PAN: En tal caso, y de acuerdo con la demostración de Robert
Oppenheimer, sería inevitable el colapso gravitatorio, la masa seguiría
contrayéndose indefinidamente. Y en el espacio-tiempo se formaría una
región aislada del resto del universo: un agujero negro del que nada podría
escapar, ni siquiera la luz.
ZARA: Según lo que conozco, hay en el firmamento algunas fuentes
de radiación candidatas a agujeros negros, pero ciertamente nadie ha

242
podido decir: “éste es uno de ellos”. Su existencia continúa siendo
puramente deductiva.
PAN: Así es. Según los teoremas de Roger Penrose y Stephen Hawking,
elaborados entre 1965 y 1970, si la teoría general de la relatividad es cierta,
deben formarse, en ciertas condiciones, singularidades de densidad infinita,
agujereamientos del espacio-tiempo.
TAO: ¿Y cómo funcionan las cosas en el interior de un agujero negro?
PAN: Oh, eso es algo impensable. Te respondo citando al mismo Hawking:
“no se puede saber lo que sucede en el interior de un agujero negro. Allí las
leyes de la ciencia y nuestra capacidad de predicción fallan completamente,
pues el propio espacio-tiempo desaparece”.
DULCE: Sólo Dios podría saber lo que acontece en un agujero negro,
tal vez esa es su inaccesible morada.
TAO: Decepcionante para el propósito de llegar a leer la mente de Dios.
¿Cómo se ha asimilado tamaña restricción? ¿Es verdaderamente
insuperable?
PAN: Yo diría que se han generado dos reacciones. Una, más bien positiva
y pragmática, traducida en un ambicioso programa astronómico de
búsqueda de agujeros negros. Si algún día se lograse encontrarlos, a salvo
de toda duda, entonces se confirmaría, una vez más, la solidez predictiva de
la teoría.
MARTÍN: Lo cual supone que se le concede una gran confianza, como
para que las inversiones empeñadas en esas búsquedas estén plenamente
justificadas. ¿Por qué de esta seguridad?
PAN: La confianza original reposa en el principio de equivalencia. Conforme
su primer postulado, un cierto campo gravitatorio real equivale a un sistema
que evoluciona con movimiento uniformemente acelerado respecto de un
sistema inercial. Demostrada la equivalencia, que aquí tiene el mismo
significado de “comportamiento físico idéntico” que la equivalencia entre los
sistemas inerciales, entonces se puede esperar, con licitud y propiedad, que

243
todas aquellas predicciones hechas en el sistema de referencia acaezcan en
la realidad.
MARTÍN: Reducir la equivalencia a la identidad puede conducir a
alucinaciones. Hoy día podemos estar seguros de que un modelo científico
no puede considerarse idéntico al objeto que describe. Si queremos
proceder con sana actitud, estamos obligados a superar esa confusión que
iniciara Pitágoras.
PAN: El problema radica en que no podemos decir nada sobre la realidad
en ausencia de una teoría. Gran parte de nuestra ciencia física, si no toda,
ha sido el arte de elaborar modelos sobre el comportamiento de los
fenómenos, utilizando formalismos matemáticos que han de descender, a
término, en unos conceptos operativos susceptibles de contrastarse con las
observaciones. Si la teoría es capaz de describirlas y si puede, además,
predecir otras observaciones, entonces el modelo goza de aceptación
mientras no se presenten evidencias en sentido contrario. De aquí que la
confianza en la teoría general de la relatividad provenga no sólo de la
solidez del principio de equivalencia, sino también de que ha podido salir
airosa de descollantes pruebas (como la acertada explicación del perihelio
de Mercurio y las predicciones fundamentalmente certeras sobre la
curvatura de los rayos de luz en el campo solar, el corrimiento hacia el rojo
de las líneas espectrales de la luz de las estrellas y la existencia de estrellas
de neutrones).
MARTÍN: Sin duda un respaldo portentoso. Mas, volviendo a las
singularidades, ¿no sería más sensato reevaluarlas, y concederles otra
interpretación, antes de proseguir con las búsquedas de “agujeros negros”,
que por momentos recuerdan legendarios viajes tras irresistibles quimeras?
DULCE: Si de alguna novedad eres poseedor, no temas expresarla.
MARTÍN: Interpretar las singularidades no como indicios de la existencia
de regiones donde en efecto desaparece el espacio-tiempo, vale decir como
evidencias de un defecto monstruoso de la propia realidad, sino y en
primera instancia como indicadores de que la propia teoría ha engendrado

244
demostraciones que no pueden ser explicadas con el sistema de referencia
en uso. Interpretarlas, más bien, como la huella de una insuperable
inconsistencia de este sistema, que recuerda con naturalidad el “teorema de
incompletitud de Gödel”.
DULCE: Si la dificultad radicase en el sistema de referencia, no
entiendo cómo ha sido posible que los físicos hayan asimilado la
inconsistencia no como el reconocimiento de que la bondad de la teoría
tiene un límite, sino como un programa de búsqueda de las rupturas del
espacio-tiempo, por donde escaparían los dados que Dios ha echado,
jugando un juego inasible, en el destellante tablero del universo tangible.
PAN: Interesante y pertinente la evocación del teorema de Gödel, con el
que se demostrara, hace unas décadas, la inherente incompletitud de los
sistemas formales. Para tranquilidad de Dulce, es oportuno mencionar que
las singularidades también se han interpretado en sentido cercano al
denunciado por Martín, es decir como la revelación de que la teoría general
de la relatividad es, en efecto, una teoría incompleta, en cuanto sus
ecuaciones no pueden ser definidas en una singularidad. Justamente el
trabajo de Hawking, posterior a los teoremas de las singularidades, se ha
concentrado en un esfuerzo por completarla haciendo intervenir el principio
de incertidumbre de la mecánica cuántica. Esta tarea ha desembocado en
una insólita demostración: la de que los agujeros negros no son negros, que
éstos radian, que el colapso gravitatorio no es irreversible y que, por
consiguiente, no hay un infranqueable límite para el pensamiento humano,
al menos en lo que concierne al conocimiento de las leyes generales del
universo.
TAO: No me es claro de qué manera incorporar la mecánica cuántica a la
teoría general si entre ambas ha mediado una tajante separación alentada
por el propio Einstein. La una es teoría de lo muy pequeño; la otra, de lo
muy grande.
PAN: Según los teoremas de singularidades de Penrose-Hawking, el
espacio-tiempo sólo se curvará mucho en escalas muy reducidas, donde no

245
es posible ignorar el principio de incertidumbre. En consonancia con éste, y
dado lo inevitable de su presencia, se puede aseverar que las partículas que
han caído en un agujero negro no tienen que permanecer indefinidamente
atrapadas en él. Algunas podrían desplazarse, por breves momentos, a
mayor velocidad que la de la luz y conseguir escapar de su colosal
atenazamiento.
TAO: Pero, amigo mío, la teoría especial de la relatividad prohíbe que algo
se mueva más de prisa que la luz...
PAN: Exacto, no así la mecánica cuántica. Gracias a la interpretación del
principio de incertidumbre debida al físico Richard Feynman, y retomada por
Hawking, una partícula no tiene una y una sola historia definida en la trama
del espacio-tiempo, tal cual suponen las teorías clásicas, sino toda historia
posible: en una de éstas, la partícula viaja más rápido que la luz.
TAO: Es como si en estos precisos momentos pudiéremos hallarnos
disfrutando de una situación distinta, quizás comentando sobre el estado
atlético del gran físico Stephen Hawking.
PAN: Evidentemente en esa línea de mundo Hawking no ha contraído su
enfermedad...
ZARA: Es decir que no hay un solo universo, como bien dado por una
sola vez y para siempre, sino una multiplicidad de posibles universos...
DULCE: Es una visión inquietante que pone en vilo elementales
certezas. Mas, ¿cómo conciliar esa diversidad de posibilidades en una sola
cosmología?, ¿o es que debemos renunciar a ésta y acostumbrarnos a la
idea de teorías parciales, cada una correspondiente a la descripción de una
sola historia particular?
PAN: Este es el punto más espinoso, querida amiga, puesto que si se
espera tener una sola teoría, entonces es preciso aplicar el principio de
incertidumbre no sólo a las posibles trayectorias individuales de las
partículas, sino al conjunto del espacio-tiempo, realizar la sumatoria de
todas las historias de Feynman. Para ello se requiere de una sólida teoría
cuántica de la gravedad.

246
MARTÍN: Según conozco, Hawking no se amedrentó ante semejante
desafío.
PAN: Así es. Más bien éste le dio la oportunidad para desplegar toda la
potencia creativa de su mente, merced a la cual consiguió establecer que
para sortear ciertos problemas técnicos de la adición de historias, es preciso
calcular el tiempo no en números reales, sino en números imaginarios, es
decir en la clase de números que al multiplicarse por sí mismos no dan
números positivos, como ocurre con los reales, sino números negativos.
Siguiendo a Hawking, este “tiempo imaginario” cabe representar
como la abscisa de un clásico diagrama cartesiano; y el “tiempo real”, como
su ordenada, de suerte que entre los dos media un ángulo recto. El uno
transcurre de abajo hacia arriba; el otro, de izquierda a derecha. Son
ortogonales.
ZARA: Se asemeja a la bitemporalidad del quipu...
TAO: ¿Por qué es necesario introducir este tiempo imaginario?
PAN: Sólo si la suma de historias se efectúa en tiempo imaginario puede
evitarse que el espacio-tiempo se curve sobre sí mismo y que se formen
singularidades. Sólo en tiempo imaginario es comprensible la historia total
del universo, que así se nos presenta como una historia sin comienzo y sin
final alguno, libre de agujeros negros, en la que ha dejado de ser necesaria
la existencia de un Creador. Esta es, en resumidas cuentas, la gran
conclusión del trabajo de Hawking tal como la ha expuesto en su “Historia
del tiempo”. Curiosamente él, que había apostado por la existencia de los
agujeros negros basándose en la demostración de las singularidades,
terminó, a la postre, negándoles la condición de inobjetable certeza.
DULCE: Es decir que el espacio-tiempo sería sempiterno e increado.
TAO: Tal vez porque es el atributo o el sensorio de Dios... ¿No hay detrás
de tan mayestática revelación un sutil retorno de Isaac Newton? ¿No
autorizan las historias de Feynman la posibilidad de que las partículas viajen
a cualquier velocidad, tal cual requiere la teoría de la simultaneidad
absoluta?

247
MARTÍN: Tengo para mí que la tuya es impresión legítima, Tao, pues en
lo que concierne a la geometría interviniente, y tal como el mismo Hawking
ha hecho notar, se dice que es euclidiano un espacio-tiempo en el que los
sucesos tienen valores imaginarios en la coordenada temporal.
TAO: Es comprensible que sea euclidiano, pues sólo siéndolo se puede
evitar el excesivo combamiento ocasionado por la materia.
DULCE: Al parecer, el uso de la geometría de superficies planas que la
teoría general de la relatividad había reservado sólo para el caso de los
sistemas inerciales, regresa, ahora triunfalmente y sin restricciones visibles,
entre las brumas de la incertidumbre.
Por lo visto, no es casual que Hawking sea el heredero de la cátedra
de Newton...
TAO: Un verdadero “bucle extraño”. Tras un considerable y difícil recorrido
nos hallamos de pronto o inopinadamente -como diría Hofstadter- en el
punto de partida.
MARTÍN: Una vez más, aunque ésta haya sido para ganar una notable
riqueza. Ya que el trabajo de Hawking ha sido capaz -moviéndose en los
pantanosos territorios de la paradoja, allí donde la teoría general de la
relatividad muestra inequívocos signos de agotamiento- de darle al tiempo
una doble dimensión y de quitarle al tiempo real y astronómico -en el cual se
fundamenta toda física anterior- su categoría universal y su unicidad.
Radical innovación con la que ha sido posible si no determinar lo que
acontece en una singularidad, al menos evitarla y, por ello, restaurar la
agrietada solidez del paradigma.
Lo cual testimonia, según mi entender, que la esencia del problema
radica en el carácter necesariamente finito y limitado de la validez de un
sistema de referencia, cuyo grado de resolución depende de su
correspondencia funcional con la clase de dinámica que se trata de simular.
Es destacable y hasta curioso el que una circunstancia análoga a la
demostración de las singularidades se haya presentado, al unísono y en el
mismo espectro del determinismo, a propósito de la aparición del caos, casi

248
como un infarto en el corazón de la ciencia clásica. Ambas dificultades
borrascosas ocasionaron idéntica reacción de sorpresa y vértigo; en las dos
la falla se evidenció como una imposibilidad de predicción; y fue, por igual,
una modificación del sistema de referencia -particularmente en el concepto
de tiempo- el factor que allanó el camino para una solución provechosa.
Mas ésta no sería entera ni de proyección perdurable si no
concluimos en que los casos examinados acreditan, por fuerza de doble
constancia, la necesidad de decidir, como condición crítica en la partida del
buen conocer, el sistema de referencia a usarse, ya métrico, ya topológico
no métrico, conforme a la naturaleza del objeto en estudio, según la clase de
movimiento con la cual acaece su evolución.
PAN: Esta recomendación epistemológica, sin embargo de ser apropiada,
me parece que llevaría a un esquizoide fraccionamiento de la lectura
científica de la realidad.
MARTÍN: Observación acuciosa que nos prepara para el asalto final al
último bastión del absolutismo, bajo la forma de la pregunta de si es
admisible considerar que los dos grandes sistemas de referencia son entre
sí equivalentes.
ZARA: Con pasmosa facilidad, los comportamientos físicos
inaprehensibles a la mirada métrica, han sido catalogados bien como
singularidades, bien como caos. Sin embargo, y tal cual advirtiera Dulce,
dichos comportamientos son los del mundo inmediato, directo y tangible;
frente a ellos, la geometría euclidiana y el orden reversible aparecen como
una extraña y enajenante ficción: ¿dónde hallar triángulos perfectos?,
¿dónde el retorno a la exacta situación inicial?, ¿no es fundamentalmente
distinto el ayer del mañana?, ¿no se frenan los péndulos oscilantes y caen
las cosas con diferente aceleración? Si aspiramos a una saludable teoría
única, soy del sentir que debemos hacer de los nudos el sistema de
referencia necesario -dado su potencial para representar lo concreto y
cualitativo- y admitir, tal como en el quipu, una oportunidad, una ventana,
para el reconocimiento de las excepciones métricas... después de todo, los

249
movimientos rígidos y la métrica que les corresponde son, conforme a la
geometría axiomática, un caso especial de las transformaciones topológicas.
El que así obremos sería, de otra parte, un apoyo a la tendencia que
ya se deja ver en el nuevo horizonte conceptual de la alta ciencia,
precisamente en el contexto de las búsquedas del pensamiento unificador
de las cuatro fuerzas naturales, donde la “teoría heterótica de cuerdas”
destella como el más opcionado candidato, con su iconoclasta concepción
no atomística de la estructura última de la materia, con su manera de
representarla en términos de diminutos lazos a cuyas vibraciones de variado
tono correspondería el ser de las partículas elementales, las notas de un
imperceptible fondo musical que todo lo penetra.
PAN: No estimo que sea ventaja para el sistema de referencia núdico el
que nos demos cuenta del carácter abstracto o simplificador del sistema
métrico. Si hemos de aceptar la relatividad cultural, ambos sistemas de
referencia y el espacio en el que se definen, poseen una necesaria
condición gnoseológica, sirven para representar y predecir el orden natural
de las cosas. Los dos padecen, por lo mismo, de idéntica limitación
reduccionista, no son el en sí del objeto, a menos, claro está, que
enrosquemos el ojo de la mente de tal manera extremosa que empecemos a
ver nudos reales, aquí y allá.
TAO: Bien traída la mención del quipu. Tanto en su caso, como en el de las
coordenadas gaussianas, se ven salpicaduras, por así decirlo, ya sean de
métrica o ya de topología, que tienen la consecuencia de suavizar la
preponderancia topológica o métrica de cada uno. Y son justamente estos
aspectos de tolerancia o de evidente aproximación recíproca los que me
permiten aseverar, en contraste con la opinión de Zara, que ambos sistemas
de referencia forman un Yin-Yang de epistemología ecuménica.
DULCE: Estoy de acuerdo. Intuyo que ambos sistemas del mundo son
equivalentes, pero ciertamente no alcanzo a comprender de qué manera. Si
son equivalentes, entonces querría decir, en estricto apego al principio de

250
relatividad, que las leyes de la naturaleza son las mismas al pasar de uno a
otro.
MARTÍN: Aplaudo esta opinión que trasluce una promisoria confianza en
las virtudes de una epistemología plural, por la que yo me he jugado entero.
En relación con la inquietud de Dulce, es claro que la equivalencia no
podría tener, en este caso, el mismo significado que la equivalencia entre
sistemas inerciales -como en la relatividad restringida- o que la equivalencia
entre una pequeña región de un campo gravitatorio y un sistema no inercial -
como en el primer enunciado de la relatividad general-. La razón de ello se
desprende del conocimiento que nos ha aportado el caos determinista,
conforme el cual la naturaleza no se comporta de la misma manera si de por
medio hay dinámicas cualitativamente distintas. En condiciones de
movimiento laminar, inercial o no inercial uniforme, las leyes de la dinámica
se expresan como invariantes métricos; y en condiciones de dinámica
turbulenta estos invariantes no se conservan, y el orden cabe representar
por medio de atractores extraños.
Yo diría que los dos sistemas de referencia son equivalentes por
complementariedad. Cada uno tiene su propio valor, intrínseco e
indisputable, para dar cuenta de un cierto comportamiento de la realidad,
según sea relativamente plácido y sosegado, según sea relativamente
turbulento, ya haya traslaciones o ya distorsiones como característica
principal del movimiento. Ningún sistema es, de principio, preferible al otro,
sino sólo en cuanto el mérito de los hechos nos lleve a decidir sobre la
conveniencia de su uso.
TAO: Con esto cambia el sentido del principio de relatividad, Martín.
MARTÍN: Se mantiene imperturbado su sentido acentrista que es, por lo
demás, su verdadera esencia, tal como fue visualizado por Galileo. Pero se
sustituye, ciertamente, el enunciado de invariancia por el de
complementariedad. Mas esto no debería preocuparnos. Algo semejante ya
sucedió en la teoría general de la relatividad cuando, al relacionarse un
sistema inercial con uno no inercial uniforme, se encontró que no cabía

251
hablar de invariancia -pues el comportamiento de los objetos no es el mismo
con respecto a cualesquiera de los dos sistemas- y fue menester introducir
la condición alternativa de covariancia, según la cual las leyes de la
naturaleza deben escribirse de manera formalmente adecuada a todo
sistema cuadridimensional de coordenadas métricas.
ZARA: No te olvides, Martín, que junto al acentrismo, es la
comunicación entre los sistemas equivalentes lo esencial del principio de
relatividad.
MARTÍN: Por ello mismo la complementariedad es la condición de
equivalencia si se trata de generalizar el principio de relatividad para los dos
grandes sistemas coordenados. Es decir que cada uno de éstos tiene lo que
le falta al otro para una descripción completa de la realidad.
DULCE: Pero ¿cómo pasar de un sistema a otro?
MARTÍN: Bien que careciendo de matemática en la cual apoyarme,
estimo que la transformación puede hacerse curvando de manera continua
las coordenadas de Gauss hasta convertirlas en un nudo.
PAN: Hay al respecto más de apuesta que de certeza.
MARTÍN: Dado lo apretado de mi fortuna, e inerme como me hallo ante
los rigores de la academia, no tengo mejor sugerencia que la de dejar el
asunto en suspenso, como plegaria al siglo XXI, si no vuelvo a encontrarme
con personas como vosotras, dispuestas a conversar sin otro interés que el
disfrute de las sorpresas que el libre diálogo pudiera depararnos.
(Se escucha la “Guajira cósmica” de Los Jaivas).
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