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Dada la supuesta muerte de la teología de la liberación, pareciera que ahora se puede hablar de
los pobres sin riesgos. Así, incluso es frecuente escuchar a conferencias episcopales
particularmente conservadoras como la argentina, que se ha hecho una “opción preferencial por
los pobres”. Por supuesto, que para no espantar a los amigos no-pobres suele añadirse “que no es
exclusiva ni excluyente”. Pero ¿realmente hay una opción por los pobres en la jerarquía de la
Iglesia, y particularmente, de la Iglesia en Argentina?
La justicia primero
Hablar de pobres sin empezar por la justicia es realmente una falacia. La justicia es algo
que se debe, y por lo tanto, no es algo que se puede o no dar gratuitamente. La justicia es algo
debido.
Sin embargo, si tantas veces se ha visto a la jerarquía eclesiástica cerca del poder económico, no
debería extrañar que no lo denuncie: no fue crítica de la política económica de la dictadura,
tampoco de la política del menemismo, no habló claramente de la deuda externa y sólo se limitó
a cuestionar lo que llamó “excesos”. Se dejó asesorar por la “Asociación cristiana (sic) de
dirigentes de empresas”, y ahora organiza un Congreso Nacional de Laicos que se reunirá en la
Universidad Católica (sic) Argentina y concluirá en la Sociedad Rural Argentina (sic). Sin duda
parece muy evidente que si la jerarquía de la Iglesia argentina cree que ha hecho una opción por
los pobres, o tiene un problema muy serio de percepción, o ha creído en la supuesta teoría del
derrame, donde de copas cada vez más grandes caen gotas cada vez más chicas.
Cualquier punto de partida serio debe tener en cuenta que la justicia es un deber
impostergable, e inexcusable. La injusticia es delito, y es pecado, y los injustos deben ser
sancionados e invitados a la conversión, y las víctimas resarcidas y privilegiadas. Cuando no hay
una voz clara que cuestione a los injustos, el silencio, o la diplomacia, se asemejan bastante a la
complicidad. La voz profética de monseñor Romero: “la voz de Dios dice, ‘no matar’... en
nombre de Dios... ¡paren la represión!”, o incluso de Benito XVI: “en nombre de Dios, ¡basta de
terrorismo!” bien podría parafrasearse, “en nombre de Dios, ¡basta de matar de hambre! ¡paren el
terrorismo económico!”. Pero no se escuchan voces eclesiásticas que hablen del Fondo
Monetario Internacional, o del Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, y demás
genocidas. El clamor por la justicia parece tan ausente que cuando se ha pronunciado se ha hecho
con palabras de Juan Pablo II: “una justicia demasiado largamente esperada”, casi como diciendo
“lo decimos porque lo dijo el Papa”.
Lamentablemente, con mucha frecuencia la fórmula “opción preferencial por los pobres”
esconde (indisimuladamente, cuando se insiste en lo de "ni exclusiva ni excluyente) un “se puede
o no” optar por los pobres. No va el ser cristiano en esta opción. Ciertamente, no parece, en este
caso, que se sea de verdad “Iglesia de los pobres”.
Con justicia se puede decir que a lo largo de toda su historia, en la Iglesia hubo quienes
jugaron su vida junto a los pobres. Pero no parece que pueda decirse que siempre, a lo largo de la
historia “la Iglesia lo hizo”; una cosa es Francisco de Asís, otra la Iglesia de su tiempo; una cosa
es Bartolomé de las Casas, otra distinta, la Iglesia de su tiempo.
Es cierto que en nuestro tiempo, la Iglesia va asumiendo los postulados fundamentales de
la Teología de la Liberación, como el compromiso de ser “Iglesia de los pobres”, y que quiere
hacer suya la “opción por los pobres”, pero no es evidente que esas palabras se hayan hecho
carne y habitado entre nosotros, en nuestro caso. ¿Se puede decir que hoy, para la Iglesia en
Argentina, los pobres están en el centro? No lo parece. Y si ese es su firme deseo, queda todavía
un largo trecho. La crisis argentina, que comenzó en 1976 con la política de Martínez de Hoz, y
no se ha modificado más que cosméticamente, sigue engendrando ricos cada vez más ricos a
costa de pobres cada vez más pobres. Si la Iglesia ha optado por estos últimos, debería alzar más
nítidamente su voz profética y acompañar más claramente sus esfuerzos de liberación; debería
arriesgar su prestigio junto a las víctimas del neoliberalismo y echar su suerte “con los pobres de
la tierra”.
Eduardo de la Serna