Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Nosotros, cristianas y cristianos de la Argentina y también del extranjero, que queremos ser
fieles a los gritos y clamores que nacen de la vida y el Evangelio, vemos con preocupación
el insistente tema del caso que se ha llamado de las "monjas francesas". Las hermanas
Léonie y Alice nacieron en Francia, pero vivieron, sirvieron y dieron su vida en la
Argentina. Fueron, aquí, entre los pobres de la tierra, ministras de la palabra y servidoras de
los pobres. Un gobierno civil, como el francés, a quien nadie puede acusar de
"izquierdista", reclama e insiste en reclamar justicia por el caso de las religiosas, tiene
condenado en juicio legítimo, e insiste en la extradición del Sr. Alfredo Astiz (ex-marino, y
por su participación en crímenes de lesa humanidad, quizá también ex-humano), quien
como Judas besó una a una a las madres y compañeras para "marcarlas" y destinarlas a la
desaparición: "es aquel a quien yo bese", habrá dicho.
Las hermanas Léonie y Alice nacieron en Francia, pero vivieron, sirvieron, amaron, y
nacieron a la vida nueva resucitada por el martirio en la Argentina. Son también, entonces,
nuestras hermanas monjas, francesas y argentinas. Pero también es cierto que la jerarquía
de la Iglesia en Argentina no parece preocupada, no ya con la cárcel del "ángel rubio", sino
con la posibilidad de que se haga justicia y que el testimonio de las "monjas", nuestras
hermanas, sea levantado como bandera, dejando una vez más a la Iglesia pueblo de Dios
“como ovejas sin pastor”. En estos momentos, nos parece que no podemos callar ante el
silencio de las hermanas silenciadas, por víctimas, por argentinas por opción, por religiosas.
Es por eso que queremos levantar la voz reclamando signos en bien de los/las hermanos/as,
y lamentamos el silencio de los "padres".
Nos parece sensato que ante la desaparición de las "monjas francesas", reclame el gobierno
francés, pero nos parecería más sensato todavía que la jerarquía de la Iglesia argentina no
siga callando y tapiando los llantos y dolores de los hermanos, y despierte reconociendo a
sus hijos e hijas que dieron la vida.
Muchos dieron la vida. Les fueron arrancadas; y esperamos justicia. Pero no sólo la prisión
de los genocidas, que deseamos, sino también que se reconozca con orgullo y alegría, con
memoria y claridad la siembra que ellas realizaron, y que los granos de trigo den fruto de
ciento por uno al caer en tierra y morir.
Hermanas Alice y Léonie, hermanas y hermanos que dieron su vida, gracias por su
testimonio, perdonen nuestra tibieza, rieguen nuestro presente con sangre que da vida, y
vida que nos anime a seguir como ustedes a Jesús.