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EVOLUCIÓN

Uno de los primeros europeos era tataranieto de


neandertales
El análisis del ADN de un 'Homo sapiens' de hace 40.000 años muestra parentesco directo con otra especie
de homínido
• “Somos una mezcla de retales de todos nuestros antepasados”
LUIS CREO 22 JUN 2015 - 17:26 CEST

La mandibula 'Oase 1', hallada en 2002 en la cueva rumana de Pestera cu Oase. / SVANTE PÄÄBO, MAX PLANCK INSTITUTE FOR
EVOLUTIONARY ANTHROPOLOGY (NATURE)

Un equipo internacional de científicos, liderado por el Instituto Max Planck de Antropología


Evolutiva de Alemania, ha realizado un estudio que publica hoy la revista Nature y que cambia
el escenario propuesto para el encuentro entre dos especies, neandertales y Homo sapiens, y en
especial la idea que se tenía de que ambos tipos de humanos nunca se cruzaron en Europa.
Para el análisis los investigadores usaron 35 miligramos de polvo de hueso de la mandíbula. / MPI F. EVOLUTIONARY
ANTHROPOLOGY/PAABO (NATURE)

Hace alrededor de 40.000 años los glaciares empezaron a retroceder hacia los polos, se unieron
y separaron continentes, se extinguieron especies y surgieron nuevas. Fue entonces cuando el
neandertal dejó paso al humano moderno. Solo entre un 1% y un 3% del ADN neandertal sigue
vivo en aquellos que descendemos de losHomo sapiens que salieron de África y que, de manera
puntual, hace entre 50.000 y 60.000 años se encontraron, relacionaron y aparearon con ellos en
algún lugar de Oriente Próximo. O así lo contaba la ciencia hasta ahora. Allá por 2002 fue
hallada una mandíbula humana prehistórica en una cueva de Oase, Rumanía. Su edad, entre
37.000 y 42.000 años de antigüedad según la datación por radiocarbono, la convierten en una
de las pruebas más antiguas de la presencia de nuestra especie en Europa. El primer Homo
sapiens europeo conocido. El análisis del ADN del mentón de aquel pionero reveló que entre un
6% y un 9% de su genoma es de neandertal (mucho más que cualquier otro humano que se haya
secuenciado), al igual que grandes segmentos de sus cromosomas, lo cual solo se explicaría si
hubiese tenido un antepasado neandertal a como mucho cuatro o seis generaciones, según el
Instituto Max Planck.
“Hasta ahora se sabía que había habido un evento de hibridación cerca de la salida de África,
hace unos 60.000 años, porque su huella se encuentra en todos los humanos modernos no
africanos, desde Melanesia (una de las divisiones tradicionales de Oceanía) a Asia, Europa y
América”, comenta Carles Lalueza-Fox, experto del Instituto de Biología Evolutiva del CSIC. “No
se entendía muy bien por qué más tarde, en Europa, hace 45.000 años, no habían vuelto a
hibridarse (los genomas europeos no presentan esta huella aumentada). Algunas personas
sugerían que quizás no habían llegado a encontrarse, porque las nuevas técnicas de
radiocarbono empujaban hacia atrás algunos yacimientos neandertales”, cuenta. “El
descubrimiento de Oase aporta evidencias de que sí que se hibridaron de nuevo hace unos
40.000 o 45.000 años. La explicación de por qué no se detecta en europeos actuales es simple:
estos europeos del Paleolítico superior no son los que encontramos en Europa más tarde”, añade
Lalueza-Fox, que no ha participado en este estudio.

El análisis del ADN del mentón de aquel pionero reveló que entre un 6% y un 9% de su
genoma es de neandertal, mucho más que cualquier otro humano que se haya secuenciado

David Reich, científico de la Universidad de Harvard (EE UU), quien ha sido el encargado de
coordinar los análisis de genética poblacional del estudio, apunta que “curiosamente, el
individuo de Oase no da muestras de tener ningún descendiente directo entre los europeos
actuales. Puede que él formara parte de una migración temprana de humanos modernos a
Europa que tuvo una interacción cercana con los neandertales pero que finalmente se
extinguió”. De hecho, los análisis en este campo muestran que Oase 1, como es conocido el
propietario original de la mandíbula, está más emparentado con los aborígenes siberianos y
americanos que con los europeos actuales.

“Lo que sabemos de su genoma es que eran muy pocos, que formaban grupos pequeños y
endogámicos, y que muestran en sus genes señales de esta endogamia a largo plazo, y, en
algunos casos, señales de consanguinidad muy reciente. Es lo que ocurre cuando las especies o
las poblaciones están camino de desaparecer”. Así resume Carles Lalueza-Fox la importancia de
los nuevos conocimientos que aporta la genética a la hora de entender cómo desaparecieron
estos fascinantes seres.

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