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Traducción de Laura Mazzaferri y Laura Roteta del título de la primera publicación, What's Good and
Bad About Blame and Victims, Lewis & Clark, Oregon, 2005. El autor le agradece a Iñaki Anitua sus
valiosas sugerencias. El autor agradece a Iñaki Anitúa sus valiosas sugerencias.
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Más allá de que yo haya sido uno de los dos principales arquitectos de los Juicios por los Derechos
Humanos en los 80, luego me convertí en crítico de ellos y su impacto sobre la sociedad argentina (ver
Jaime Malamud Goti, Game Without End: State Terror and the Politics of Justice, 1996 Oklahoma). En este
paper intento desarrollar más amplias razones sobre el escepticismo que me genera el hecho de que los
procesos criminales por los derechos humanos seguidos contra quienes cometieron las ofensas se
prolonguen mucho más allá en tiempo del momento en que los daños fueron causados.
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3
Ver Game Without End cit, p. 141-145. Para una visión general de este fenómeno, ver Susan J. Brison,
Aftermath: Violence and the Re-Making of the Self, cap.2 y 3.
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dictatoriales a fines del Siglo XX en América Latina, Asia y África. Esta lista no es, ni
mucho menos, exhaustiva.
Aquí, trato la cuestión de la inculpación institucionalmente sancionada –“gruesa”
y “fina”- que estos abusos provocan en la comunidad local y mundial. Aunque por si
misma insuficiente, en cierto punto de la historia, la práctica de inculpar
institucionalmente a otros es altamente eficaz respecto del logro de una comunidad
inclusiva y tolerante. La versión más paradigmática de la inculpación fina está
representada por los juicios criminales y por los dictámenes de las comisiones de la
verdad cuando cuando identifican a agentes concretos. De una manera general, cuando
esta asignación es compartida por cierto número de personas, sanciona la historia oficial
de aquellos hechos que consideramos abusivos. Sostengo que la inculpación
institucionalizada le adscribe un particular significado a los sucesos pasados y reúne un
amplio consenso acerca de su relevancia moral. Supongo que esto comporta un paso
crucial para lograr el objetivo más amplio relativo a promover una conciencia general de
los derechos y responsabilidad ciudadana y, en última instancia, en el desarrollo de una
comunidad integrada y pluralista.
Sin embargo, cuando se prolonga en el tiempo más allá de cierto punto –y es
frecuente que este sea el caso- el proceso de inculpación institucionalizada se vuelve
contraproducente. En este último caso, una política basada en la inculpación pública (una
inculpación que es, como he sugerido, ampliamente compartida) desanima una más
profunda inspección de los factores que contribuyeron a la brutalidad. Ello, por cuanto,
cuando la inculpación por groseros hechos criminales se origina en una fuente con
autoridad, ella restringe el campo de la agencia moral relevante y la resultante
responsabilidad. La política de la inculpación pública –y la correlativa noción de
victimizar- no sólo resulta de, sino también fomenta, una especial comprensión del
mundo político. Para ella, la lógica dual víctima-perpetrador desalienta una compleja y
matizada concepción del rol desepeñado por los diferentes actores sociales. De manera
correlativa, esto deteriora el desarrollo de nociones más amplias de responsabilidad y que
resultan necesarias para la construcción de una comunidad inclusiva. La introducción de
una noción de responsabilidad individual –y grupal- suficientemente amplia es, como
podremos ver, incompatible con la lógica víctima-culpable de hechos criminales y
prácticas gravemente inmorales.
Mi punto central es el siguiente: la práctica inculpación-victimización puede ser –
y de hecho lo es y con frecuencia- una de las herramientas políticas más apropiadas para
establecer una sociedad posdictatorial inclusiva y pluralista, es decir, una sociedad
radicalmente opuesta a regímenes dictatoriales y otros sistemas políticos inequitativos.
Pero, si –como ocurre generalmente- la práctica institucional de inculpar –y de crear
victimas oficiales- se prolonga demasiado, la lógica “culpable-víctima” provoca una
excesiva simplificación de realidad social. Desde un punto de vista moral y político, esta
simplificación se opone a una amplia observación y evaluación de agentes y grupos
envueltos en la violencia y pasa también por alto el contexto político y social que la hizo
posible.
Me ocupo primero de la interdependencia de las nociones de inculpar y generar
víctimas y sentar las bases para explicar por qué y cuándo se convierten en un objetivo
político valioso. Luego argumentaré que, desde la misma perspectiva moral y política,
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prima facie. Se puede sostener así, también, que la bala que rasgó mis entrañas era
inevitable porque, a tu manera de ver y la mía, el disparo mismo fue consecuencia del
azar. En este caso, cuando se dispara inevitablemente el revólver que empuñas, mi
sufrimiento no se vio realmente originado en tu agencia. En estos supuestos, somos
víctimas de un proceso casual, es decir, no somos estrictamente sujetos pasivos de tu
agencia7. Si nos negamos a afirmar que alguien ejerció cierto control sobre el evento,
entonces rechazamos la idea de que son víctimas de su comportamiento. Si esto es así, no
consideramos a alguien nuestra víctima si no hemos dirigido voluntariamente el evento
hacia el daño –u omitimos realizar lo que está bajo nuestro control para evitarlo-. En
otras palabras, me considerarás tu víctima sólo si tu acto intencional fue –al menos
“prima facie”- uno por el que te culpo por lo que me ocurrió. En este segundo y más
limitado sentido, la victimización presupone la noción de agencia. Desde esta
perspectiva, creo, podemos derivar interesantes implicaciones morales y políticas.
La correspondencia entre víctima e inculpación es particularmente importante
para este tipo de consideraciones porque esta última es una práctica social radicalmente
simplificadora. Si se trata de la victimización en el segundo sentido, limitado, y si de allí
se sigue la incidencia de la agencia activa de alguien, la inculpación ofrece una
explicación monocausal sobre tópicos moral y políticamente sensibles como lo es el daño
que determinado grupo o individuo causan a otros 8. Cuando yo culpo a un agente A por
causar el sufrimiento de la víctima V, estoy sugiriendo con cierto énfasis que te relevo de
buscar explicaciones ulteriores sobre la condición de V. Esto incluye, por supuesto, la
irrelevancia de las propias acciones de V. Decir, por ejemplo, que en el siglo XVII los
incas fueron víctima de los conquistadores españoles, nos lleva a suponer que al margen
de los hechos de los españoles, estamos en condiciones de excluir cualquier
consideración contribuyente al sufrimiento de los primeros, incluyendo la acción de otras
personas en ese mismo contexto. Es decir que, al establecer una causa del daño, la
inculpación nos permite ignorar toda otra información adicional.
En consecuencia, la culpa simplifica la realidad en dos sentidos relevantes.
Primero, sugiere que a través de su comportamiento, y presuponiendo, implícitamente,
ciertas condiciones contextuales, el grupo o la persona que culpamos aporta una
explicación suficiente de un determinado daño. El reconocimiento de que merezco la
culpa por el daño que te afecta implica la creencia de que no necesito ningún paso
posterior para establecer la manera en que tu Estado se originó. Vos sos mi víctima por el
modo en que mi comportamiento jugó contra tu vida, tu cuerpo y tus intereses y ello
torna superflua la inspección respecto de tus propios actos así como de los de otras
personas. Segundo, y no menos importante, la inculpación estigmatiza pero también
absuelve. Una consecuencia de la inculpación como explicación monocausal, insisto,
consiste en remover otras acciones y eventos del alcance de la responsabilidad. Sin
perjuicio de que la acción de la víctima pueda proveer motivaciones para tu conducta o la
7
7 Tengo en mente la idea de “agencia activa” como algo diferente de las omisiones. La razón de ello
subyace en que, como podemos ver, inculpar agencia activa avanza sobre la noción de una causa suficiente.
Este no es, ciertamente, el caso de las omisiones. El hecho de que, en concordancia con Kofi Annan, hemos
inculpado a la ONU por permitir la masacre en Ruanda en 1994, no excluye de ninguna manera la agencia
activa de otras personas como una causa suficiente por el mismo hecho.
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Me refiero a agencia activa porque la omisión no tiene el mismo efecto. El hecho que Kofi Annan se
inculpe a si mismo y a la ONU por permitir la masacre de los tutsi no excluye otros factores. Tengo en
mente a los actores que llevaron adelante una activa campaña genocida contra ellos.
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facciones raciales y étnicas con las que se identificaban, por el sufrimiento de los
disidentes políticos y de minorías étnicas y religiosas. Sin embargo -y más allá de los
juicios y de las comisiones de la verdad- los reconocimientos se refirieron con frecuencia
a hechos que pasaron mucho tiempo antes de que estos reconocimientos tuvieran lugar.
En este sentido, el papa Juan Pablo II expresó consternación por las Cruzadas, la
Inquisición y el trato tradicionalmente deparado a los judíos. En forma similar, muchos
grupos de los EEUU expresan ahora, pese a que transcurrieron más de 150 años desde la
finalización de la guerra civil, remordimiento por la esclavitud.
En Latinoamérica las admisiones de culpa comenzaron a tener lugar una vez que
los regímenes militares abandonaron su poder y, en Europa del Este, luego de la caída del
Muro de Berlín. Lo que parece ser la regla de estas declaraciones de responsabilidad es
que los hechos fueron perpetrados durante –y son atribuibles a- dichos regímenes. Un
número importante de organizaciones civiles han adoptado un camino similar con
respecto a crímenes cometidos por determinados individuos con quien estos grupos se
identifican. Las víctimas son miembros de facciones étnicas, raciales y religiosas así
como aquellos que habían sido oponentes políticos internos y externos de la comunidad
política de los perpetradores12. En Argentina13, Chile y Sudáfrica altos oficiales,
comandantes militares, e importantes funcionarios policiales están ahora reconociendo
que personal bajo sus órdenes cometieron grandes crímenes en contra de ciertas minorías
étnicas y religiosas y disidentes políticos. Aún más, en los EEUU, muchas organizaciones
de derechos civiles han expresado públicamente su contrición por el sufrimiento de los
nativos americanos y de los descendientes de los esclavos. Para una primer mirada, estos
actos de reconocimiento, contrición y disculpas pueden causar una considerable
perplejidad. Consideremos la reciente autoinculpación transmitida a los descendientes de
los esclavos africanos luego de más de 150 años de la guerra civil. Muchas generaciones
pasaron desde entonces y los agentes directos están muertos y sus organizaciones
disueltas. Sin embargo, la expectativa es notable, piénsese por ejemplo en la indignación
de la comunidad mundial ante la negativa de las autoridades turcas de reconocer la
masacre de armenios en 1915. Ahora bien, el significado político y moral de este tipo de
inculpación no aflora con la simple búsqueda e identificación de las víctimas -y sus
ascendientes- o de los responsables directos de los crímenes -y su progenie-.
Lo que es central a la comprensión del fenómeno y su significado es el hecho de
que la auto-inculpación se dirige a revertir la desigualdad entre los perpetradores y las
víctimas causada por los abusos y la injusticia institucionalizada. La inculpación
presupone esta inequidad y se dirige a repararla. Esta situación requiere del punto de vista
de una moralidad política, aquella que considera las formas en que operan las
instituciones políticas y las relaciones intra-comunitarias que estas instituciones moldean.
En lo que sigue voy a describir esta cuestión a partir del ejemplo de la comunidad
afro-americana e intentaré echar luz sobre el significado de la admisión de culpa, es decir,
la nivelación de la distancia entre los perpetradores y sus víctimas. En el caso de los afro-
12
Bancos suizos, por ejemplo, expresaron formalmente su consternación por haberse apropiado del oro que
les confiaron judíos que habían escapado, muchos de los cuales habían intentado, sin éxito, buscar asilo
político en Suiza con anterioridad y durante la Segunda Guerra Mundial. Ver Elazar Barkan, The Guilt of
Nations cit. p. 88 y ss.
13
El Comandante en Jefe del Ejército, General Martín Balza, reconoció la crueldad de las fuerzas armadas
de los ´70, el 25 de abril de 1995.
10
americanos es fácilmente visible que esta minoría está en peor situación promedio que el
grueso de la comunidad nacional de origen europeo ya que tuvieron peor educacion y
menores oportunidades laborales. Proporcionalmente, muchos más afro-americanos
carecen de trabajo y están más involucrados con la justicia penal. Las desventajas
económicas y sociales que padecen estas minorías y la resultante pérdida de auto-respeto
–y estima- los ubica en la periferia de la comunidad. Dado esta situación, las disculpas
del gobierno y de las organizaciones protectoras de las libertades civiles resultan se un
medio singular para satisfacer nuestro sentido de justicia 14 y reclamar su inclusión. Las
disculpas –y reconocimientos- también constituyen, sugiero, un medio para imponer un
sentido de comunidad más robusto en los EEUU; una comunidad en que conviven
blancos y negros en un pie de igualdad. Las declaraciones de culpa son una forma oficial
de ubicar esta culpa en la persona o grupo que la proclama. Como cualquier adjudicación
de culpa por abusos e injusticias activas, las disculpas crean, como dije, una explicación
monocausal de ciertos hechos y estado de cosas15. Si inculpamos individualmente o a un
grupo de personas por tu condición presente te estamos transformando en la víctima de
alguien y convertimos al agente o grupo inculpado en causa suficiente de tu situación. En
el caso de los afro-americanos, la inculpación apunta a los estadounidenses, a una más
amplia categoría que comprende una vasta clase de ciudadanos blancos. Hasta cierto
momento, la consecuencia de la autoinculpación tiende a afectar positivamente a las
víctimas. Las emociones que experimentan, como la vergüenza y el resentimiento, son
ahora ampliamente explicables a través de la inculpación: “Fueron las instituciones y
prácticas de los EEUU las que causaron tu situación; fueron ellas las que te lastimaron y
ultrajaron”. Una vez aceptada esta premisa, tu adquieres el carácter de víctima y,
consecuentemente, dejas de ser de, alguna manera, responsable por el estado presente de
los hechos16. De esta forma, para desarrollar un nuevo balance cívico y político entre
segmentos de la sociedad, la inculpación representa un acercamiento de los eventos
pasados y de sus resultados. Estás ahora en esta condición particular porque mi conducta
resultó de tal manera que hoy estás sufriendo desventajas sociales y materiales 17.
También, por mi culpa, estás experimentando una dosis considerable de inseguridad y
una buena dosis de desvalorización, etc.18. El efecto de la actividad institucional diseñó tu
14
Me gustaría distinguir tres sentimientos diferentes que conciernen a la culpa. Primero, como aquel que
busca a los perpetradores por sus hechos; el segundo, como el que experimentan los descendientes de
aquellos por disfrutar de las ventajas injustificadas ganadas por sus antecesores; y tercero, como un
sentimiento disparado por aquellos que sufren sobre quienes no.
15
Califico esta declaración para el hacer mal “activo” o “positivo”. La admisión de culpa por las omisiones
no son conclusivas en este sentido que permite suficiente espacio para otras explicaciones. Expresar culpa
por fallar en prevenir o evitar el daño que sufriste no implica la admisión de importantes causas relevantes
para entender tu condición. Así, la admisión efectuada por el Secretario General de la ONU, Kofi Annan,
acerca de que la ONU falló en prevenir el genocidio que tuvo lugar en Ruanda en 1994, no implica que no
averigüemos o inquiramos sobre la transgresión de los miembros de la minoría hutu (ver Buenos Aires
Herald, 27 de marzo de 2004, Reuters).
16
Agradezco particularmente a Mark Weiner por aclararme esta cuestión.
17
Esta noción de desventajas está íntimamente relacionado a lo que George Fletcher llama víctima en su
victim-centered justificación de la pena: alguien que, en algún sentido, permanece bajo la dominación del
perpetrador (Ver George P. Fletcher, “The Place of Victims in the Theory of Retribution”, 3 Buffalo
Crimimal Law Review 51, 54 (1999), así como también del mismo autor Basic Concepts of legal Thought,
pp. 80-93 (1996).
11
propio destino. No fue tu culpa; sólo tu mala suerte. No hay necesidad de buscar causas
ulteriores.
Nuestro objeto recae sobre lo que significa inculpar a otros por sus transgresiones
positivas –por oposición a omisiones- morales y legales. El punto central no descansa,
como dijeron algunos estudiosos, en la omisión de remediar los efectos de una
transgresión19. Por ejemplo, en no neutralizar los efectos de la esclavitud entre aquellos
que hoy deben enfrentar posibles desventajas derivadas de una práctica institucional
inicua. Las razones combinadas yacen en el daño provocado y en la desventaja que ahora
sufrís vos, víctima. Sin embargo, si nos viéramos tentados a limitar la cuestión a la falta
de corrección de aquellas las consecuencias que aún hoy perduran, la cuestión exigiría
responder también a la cuestión política más amplia relativa a por qué las disculpas se
dirigen sólo a los descendientes de esclavos. En efecto, estas disculpas, para continuar
con el ejemplo de los Estados Unidos, han sido dirigidas a los afro-americanos y a los
aborígenes de ese país. Los primeros, por la esclavitud, y los últimos por las grandes
matanzas, la apropiación de sus tierras y la constante amenaza de exterminio cultural. En
efecto, los pedidos de disculpas no han sido –ni son hoy- dirigidos a otras minoría que
están, en términos generales, también peor que el ciudadano promedio 20. La razón finca
en que, en verdad, las disculpas no se originan precisamente en no haber actuado para
neutralizar desventajas vigentes hoy. No hay respuesta razonable a la pregunta de por qué
limitar la autoinculpación a los afro-americanos y a los aborígenes o "americanos
nativos" y no a otras comunidades que hoy también sufren de condiciones económicas y
sociales peores que las del resto. Si la razón de esta actitud selectiva fuese la presente
inequidad en los EEUU, sería pertinente dirigir también las disculpas a los inmigrantes de
Centroamérica y Sudamérica y a sus descendientes. Pero la admisión de culpa tiene pleno
sentido recién cuando nos mostramos sensibles no sólo a la esclavitud que se mantuvo
hasta mediados del Siglo XIX sino también respecto sufrimiento e inequidad vinculados
que las instituciones aún hoy provocan –o toleran al menos- esta situación.
Las injusticias históricas de nuestros antepasados recaen todavía, y con fuerza,
sobre nosotros; el daño -y la falta de la subsiguiente rectificación por parte de las
generaciones intermedias y de la nuestra – explica cómo es que está hoy como un afro-
americano nacido en los EEUU en los ´70-´80. Esta visión, que se origina en la
ubicación de la culpa, la víctima y principios de moralidad política –como la corrección
de desigualdades- retiene su atractivo cuando extrapolamos esta concepción a acciones
individuales y sus correlativas consecuencias en el caso de las transgresiones comunes.
La inculpación fina y gruesa -y la agencia- juegan un rol similar. Sin la inculpación,
probablemente acudiríamos a explicaciones alternativas como las psicológicas, biológicas
y características culturales relativas a quienes padecen las consecuencias de hechos
18
Para una interesante visión ver la autobiografía y reflexiones que efectúa sobre la victimización Susan J.
Brison en “Aftermath”, 2002 Princeton, y especialmente, los capítulos 1 y 2.
19
La tesis de la omisión ha sido interesantemente dejada de lado por Raúl Kumar y David Silver, “The
Legacy of Injustice: Wrongdoing the Future, Responsability for the past, in Justice in Time”, ed. por Lukas
Meyer, Justice in Time: Responding to Historical Injustice, Nomos Verlagsgeselschaft, 2003, pp.145-159.
20
De hecho, algunos autores creen que el reclamo central afro-americano por la rectificación de los daños
subsistentes causados por la esclavitud, reside en la omisión de las nuevas generaciones de rectificar el mal
hecho en el pasado (para una excelente defensa de esta perspectiva, ver Rahul Kumar y David Silve, op.
cit., nota 19 , pp. 145-158.
12
oculta importantes factores que los historiadores no pueden pasar por alto. La “verdad”
que resulta de la inculpación es sólo una verdad muy limitada, una verdad “a medias”.
Nosotros podemos correctamente decir que la inculpación que engendraron los juicios
por el genocidio de Ruanda de 1994 –la inculpación “fina”- es claramente insuficiente.
Entre otras cosas, la verdad a medias que resultó de estos juicios está generando en los
hutus la sensación de haber sido objeto de una persecución injusta. Implementada en los
juicios internacionales y domésticos, los veredictos resultantes parecen ignorar la historia
rica y genuina de Ruanda (en realidad, ignoran la realidad mas rica de la región y que
incluye a Burundi y al políticas del Congo y Uganda.) Dejan de lado el importante dato
según el cual, antes del asesinato masivo de tutsis por parte de las milicias hutus, estos
últimos tuvieron que padecer durante décadas los abusos de los privilegiados tutsis. Más
aún, los juicios domésticos de los perpetradores de la masacre de 1994 contribuyeron –
deliberadamente o no- a distraer la atención de la comunidad mundial respecto del hecho
de que algunos hutus fueron objeto de brutalidades por el RPF 26 –el ejército tutsi27-. El
conflicto tutsi-hutu es un ejemplo trágico. Los juicios internaciones ideados para hacer
justicia en los Balcanes, alzaron objeciones similares, especialmente acerca de los
serbios28, quienes ahora se consideran a si mismos víctimas de “tribunales canguro”.
Algunos sociólogos han propuesto, en consecuencia, completar los juicios y las
comisiones de la verdad con otros medios que contribuyan a la verdad más rica. Yo no
creo en la factibilidad de esa complementación, al menos no sin reservas, precisamente
porque la inculpación está diseñada y dirigida en contra de semejante verdad. Si la
búsqueda de una verdad más rica fuera exitosa, la inculpación perdería su propósito.
La inculpación institucionalizada no está concebida ni tampoco dirigida como
apta para proveer una rica y compresiva narrativa del pasado. Como he dicho, la culpa
está precisamente dirigida a simplificar nuestra visión de los eventos pasados,
confeccionada para concentrase en el grupo que buscamos ahora rescatar de los efectos
de la brutalidad y de la injusticia. Las comisiones de la verdad y los juicios están
diseñados para ofrecer una (muy) simplificada noción del pasado que se limite a hechos
concretos de individuos o grupos y a una serie de reglas con capacidad de autoridad.
Estas últimas son explícitas en los casos de los juicios y habitualmente asumidas por los
reportes de las comisiones de la verdad. Se supone que ellas van a reunir tanta creencia
como sea posible acerca de su verdad sobre los hechos y de las correctas reglas y
principios.
Como práctica social, la inculpación está pergeñada para centrarse, finalmente en
un individuo singular o grupo autor de los abusos para exculpar a cualquier otro agente,
26
El RPF representa al Frente Patriótico de Ruanda y muchos observadores perciben su invasión en
Ruanda como aquella de un ejército de ocupación. Ver Mahmood Mamdani, When Victims Become Killer:
Colonialism. Nativism and the Genocide in Rwanda, 2001, p. 185 y ss.
27
Esto está claramente graficado en el artículo de Alison Des Forges y Timothy Longman, “Legal
Responses to Genocide in Rwanda”, en My Neighbor, My Enemy, Justice and Community in the Aftermath
of Mass Atrocity, pp. 49-68. Para una interesante cuenta de cómo los tutsi fallaron en informar sobre la
violencia que ellos mismos habían perpetrado con anterioridad sobre los hutu, ver Timothy Longman y
Théonéste Rutagengwa, “Memory, Identity and Community in Rwanda”, en My Neighbor, My Enemy, cit.
pp. 162-182.
28
Para un interesante relato del desarrollo de los privilegios de los tutsi llevados a cabo por los colonos
belgas, ver Mahmood Mamdani, When Victims Became Killers, op. cit, cap. 4.
15
29
Ver Bernard Williams, “Morality and the Emotions”, en Problems of the Self, Cambridge University
Press, 1973, p. 207 y ss. Williams sostiene que hay una conexión no empírica entre el juicio moral y las
emociones. Este vínculo reside en que sinceros juicios sobre transgresiones de reglas y principios morales
revelan reacciones emocionales. Sin estas últimas, nuestros juicios no serían verdaderamente morales.
30
Trato este tópico en Game Without End, cit.
31
Ver Steven Holmes, Passions and Constraint, 1995, Chicago.
32
Ver Edwin Martin Anderssen, Dossier Secreto, Westview Press, 1992.
33
Utilizo la expresión “Falkland-Malvinas” para soslayar dos tipos de acusaciones. La primera, de ser
desleal a la tradición argentina en orden a la cual el nombre de las islas es Malvinas. La segunda, de estar lo
suficientemente apartado de la realidad como para ignorar que las islas están bajo el dominio británico
desde hace alrededor de un siglo, con la explícita aquiescencia de sus habitantes. Esta última consideración
es análoga a aquella en virtud de la cual pienso que Texas es parte de los Estados Unidos como Estrasburgo
17
olvido fue el énfasis puesto en el logro de buscar consenso para una autoridad
democrática.
Los juicios de derechos humanos y las comisiones de la verdad sirven el propósito
de incorporar a su propia comunidad individuos y segmentos humillados y abatidos. La
incorporación de grupos abrumados por la vergüenza y la culpa, individuos que se siguen
preguntando ¿por qué yo?, requieren de un alivio institucional expedito, la señal o
indicación por parte de una autoridad oficial que les haga saber que ellos importan. Sin
esta señal, estas personas encontrarán difícil, sino imposible, reinsertarse en su propia
comunidad como miembros ubicados en un pie de igualdad. Una condición necesaria
para lograr este efecto es que aquellas que los rodeaban crean que lo que padecieron no
fue producto de su culpa, que sólo fueron víctimas de la brutalidad de otro. Algunas de
estas personas, que perdieron amigos y familiares en represalia de su propia militancia
política, ahora necesitan que otra persona sea culpada. La lógica inculpación-víctima
sirve a diferentes propósitos de aquéllos que el almirante británico Sir George E. Creasy
menciona en su fuerte crítica de la condena del almirante alemán Karl Doenitz en
Nuremberg: “... en términos relativos, nosotros estamos todavía muy cerca de los eventos
de la Segunda Guerra Mundial y restan muchos años para que esos hechos sean revisados
por la desapasionada calma del historiador. Pero cuando lleguen esos días, yo creo
personalmente, que tu reputación como oficial naval y como almirante luchador va a ser
asegurada y establecida...”34. La inculpación y la correlativa victimización oficial son
respuestas rápidas. Respuestas que, en el caso que acabo de exponer, podrían haber sido
dadas para incorporar a los duramente abatidos oficiales aliados en sus propias
comunidades, y relevados, en la medida de lo posible, del peso de su propias grandes
transgresiones. El remedio necesita ser rápido y abierto a la comprensión futura de los
eventos por parte de los historiadores. La victimización de los llamados “subversivos” de
la dictadura militar argentina fue, por las razones que ya apunté, también la declaración
de su inocencia. El proceso de resguardar y excluir nuestra responsabilidad fuera del foco
de la inculpación no es nuevo. Las facciones opositoras usualmente se disputan quiénes
van a ser inculpados y quiénes víctimas. Los juicios llevados a cabo por los vencedores
en la guerra son probablemente impulsados a buscar más una absolución de los primeros
que imponer su venganza sobre los últimos. Cuando el humo de la guerra se dispersa,
buscamos limpiar nuestras sucias manos culpando a los perdedores. Nada lo muestra más
claramente que las cartas compiladas de jueces de los países aliados y de oficiales
militares de estos países en su abierta protesta contra la condena del Almirante Karl
Doenitz, la cabeza de la flota alemana durante la Segunda Guerra Mundial35.
El impacto de las decisiones de los juicios, de los informes de las comisiones de la
verdad y la pública auto-inculpación se apoya en la autoridad o credibilidad de las fuentes
de estas declaraciones. Las facciones enfrentadas, cuyo conflicto es el trasfondo de
lo es de Francia.
34
Ver la colección de cartas y ensayos breves en Doenitz at Nuremberg: An Appraisal, Ed. Por H. K.
Thompson, Jr., y Henry Strutz, 1976, Amber, p. 115.
35
En relación a los juicios de Nuremberg, Major Frederick Worthington, comandante de una división
armada de Canadá en 1942, dijo: “...Mi punto de vista es que una ley debe ser aplicada a todos. Si esto
hubiese sido observado en el momento de estos juicios, muchos oficiales de los ganadores deberían haber
sido sometidos a ellos...” (Ver Doenitz at Nuremberg, cit. p. 88).
18
decisiones y declaraciones como las que he mencionado, siempre pugnan por ser
inculpadores (o sea, víctimas) en lugar de inculpados. La creencia en la verdadera justicia
de una decisión o una declaración significa creer en la pericia y buen juicio de quien la
dicta o proclama. En otro lugar me he ocupado de la obviedad según la cual la autoridad
de los Tribunales y de las Comisiones de la verdad es esencialmente contingente. Entre
otras cosas, esta depende de la intensidad del conflicto al que, implícitamente se refiere la
actividad de juzgar. En este sentido, detrás de los juicios a lo ministros, en Nuremberg, se
ocupo de valorar la agresión alemana a Bélgica y Polonia y la cuestión mas abarcativa de
la fuerza en cuestiones de política internacional y de la responsabilidad de quienes
ocupaban cargos claves en Alemania. En Tokio, en cambio, los jueces se ocuparon de
establecer si la guerra de agresión es intrínsecamente inmoral, como lo sostuvieron
juristas estadounidenses y británicos. Mientras ciertos países tenían un claro interés en
mantener el statu quo ante (como era el caso de Gran Bretaña) otros necesitaban producir
cambios en el escenario internacional como fue el caso de Japón. Mientras Gran Bretaña
gozaba de una cómoda posición manteniendo sus colonias, Japón corría el riesgo de
quedar paralizado por falta de petróleo si no abría nuevas rutas. La consideración –
aunque sea solo tácita- a los conflictos subyacentes resulta inevitable y la inexistencia de
acuerdo sobre la naturaleza misma de estos conflictos suele ser más que frecuente. Este
desacuerdo debilita la autoridad de la resultante sentencia. Es así difícil imaginar que la
condena de los oficiales serbios pueda llegar a crear suficiente confianza en el bando de
los propios convictos. Esto es así porque, al juzgar a unos pocos individuos, los jueces no
pueden disociarse a sí mismos de los conflictos étnicos y políticos que subyacen los
hechos. Estos hechos, más generales que los actos juzgados, proveen el contexto dentro
del cual los últimos son ejecutados. Un buen ejemplo del problema con la autoridad en
casos que involucran grandes conflictos fue la reciente declaración firmada por los
intelectuales serbios. En lugar de sostener su oposición a la limpieza política y étnica en
los Balcanes, estos intelectuales se confundieron esta vez con sus connacionales más
radicalizados. Sostuvieron que la corte internacional “...fue exclusivamente un
instrumento para perseguir a los serbios”36. Veredictos, informes de comisiones de la
verdad y el reconocimiento público pueden sólo acrecentar un limitado consenso porque
la autoridad de las personas e instituciones que emitieron tales declaraciones es limitado
y también lo es la creencia en las reglas en que estos basan la descalificación de los
hechos en cuestión. El problema con la verdad limitada comunicada por la ICTY 37 es que
ella parece liberar de la inculpación todos aquellos actores que quedaron fuera del
restringido grupo de inculpados. Ello también implica la suposición de que aquellos que
no fueron condenados son en realidad inocentes. La consecuencia dec esta consideración
es la certeza de que examinar la propia responsabilidad de los no inculpados era una
cuestión superflua. Sin perjuicio de esto (o, más vale, por esto mismo), muchos
argentinos han adherido con entusiasmo esta visión.
Mis reflexiones me han llevado recorrer el círculo que me conduce al punto
inicial de este paper, es decir, a los pros y los contras de la dirección de empezar nuevos
juicios contra los militares argentinos. Esta segunda tentativa de juzgar nuevamente a los
oficiales de las fuerzas armadas en la Argentina va a absolver a muchos actores violentos
36
Elizabeth Neuffer, The Key yo My Neighbor´s Door: Seeking Justice in Bosnia and Rwanda, 2001,
Picador, p. 310.
37
Tribunal para la ex-Yugoslavia.
19