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Obras de San Buenaventura. Tomo IV. Madrid. BAC. 1947

Obras de San Buenaventura Tomo III. Madrid. BAC. 1947

Lexicon Bonaventuriano

Bienaventuranzas: al igual que las virtudes y los dones, las bienaventuranzas son también hábitos
gratuitos, ramificaciones de la gracia santificante. Las bienaventuranzas nos habilitan para los actos
perfectísimos de la vida sobrenatural y divina.

Noticia excessiva: es el conocimiento que tiene la potencia intelectiva cuando, sobrepasándose a sí


misma, tiende a Dios, objeto infinito que infinitamente la excede.

Contemplación: término aplicado a la espiritualidad bonaventuriana tiene dos sentidos bien


diversos. El primero se refiere a la contemplación imperfecta o intelectual, y el segundo, a la
contemplación perfecta o afectiva. La contemplación imperfecta resulta del don del entendimiento y
de la bienaventuranza de los limpios de corazón, y se caracteriza por la admiración. Gradúase por la
intensidad de la luz iluminadora o por la jerarquía de los objetos contemplados: contemplación de
Dios por los vestigios y en los vestigios, por la imagen y en la imagen, por la luz y en la luz. Viene
a coincidir con la especulación y la consideración, tomadas estas palabras según la terminología del
santo Doctor. La contemplación imperfecta es la suspensión del discurso, no de la actividad
intelectual. La contemplación perfecta o afectiva infusa es la meta de todo conocimiento y de toda
actividad por iniciativa propia: es la verdadera sabiduría, que nos hace conocer a Dios
experimentalmente. Es fruto del don de sabiduría y de bienaventuranza de los pacíficos. Puede
determinarse su concepto diciendo que es un conocimiento experimental de la suavidad divina que
se adquiere pasivamente, en el silencio de las facultades cognoscitivas en cuanto a todas sus
operaciones naturales, por la unión inmediata y amorosa del alma con Dios. San Buenaventura
llama a esta contemplación perfecta “reposo de la contemplación”, “ocio de la contemplación”,
“exceso de la contemplación”.

Deiforme: éste término indica el resultado de una acción divina por la cual el espíritu se acerca a
Dios. Tiene varios grados o informaciones sucesivas: la de la naturaleza por la imagen divina
impresa en nuestras facultades; la de la gracia, que nos da un parecido sobrenatural con Dios
(semejanza); la de la gloria por la deiformidad en el sentido estricto de la palabra, que consiste
precisamente en el lumen gloriae.

Especulación: Speculatio. Acción de especular. Es operación del entendimiento. Operación


puramente intelectual si no afecta a la potencia afectiva; arte, si se conecta con el afecto; sabiduría,
si pasa el afecto. Esta especulación sapiencial que, inspirada por el amor, lleva a la unión del alma
con Dios por amor, es la que interesa a san Buenaventura. Se gradúa según los aspectos del alma –
sentido, imaginación, razón, entendimiento, inteligencia y el ápice de la mente o la centellita de la
sindéresis- y según la progresión objetiva de la consideración –per vestigium, in vestigio, per
imaginem, in imagine, per lumen, in lumine. Empieza por el aspecto del alma llamado sentido, y
pasando necesariamente por los demás aspectos llega a la sabiduría o noticia excessiva. En los
escritos del santo Doctor, la especulación aparece también con los nombres de contemplación o
consideración.
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Espejo: Speculum: Este término tiene varias acepciones: se dice espejo exterior cuando nos
referimos al mundo de las criaturas donde reverberan las divinas perfecciones. Espejo interior es
nuestra propia alma, el cual es terso y pulido cuando está en posesión de todo género de virtudes
(inferiores, medias y supremas). Se dice también espejo el arte eterno que representa todas las
cosas.

Exceso: Excessus: designa el acto místico, refiriéndose tanto a la potencia intelectiva como a la
afectiva. En cuanto dice relación al entendimiento indica el estado de tiniebla luminosa que le
sobreviene de la clarísima excedencia del objeto infinito, que es Dios, al cual es llevado
sobrepasándose a sí mismo. Y en cuanto se relaciona con la voluntad viene a significar el amor
extático que, por la conmoción fortísima del Espíritu Santo, traslada totalmente el amante al
Amado, y es el punto culminante de la subida del alma a Dios. Generalmente, la palabra “exceso”
viene modificada y determinada por otra palabra, y así tenemos expresiones como éstas: exceso
mental (mentalis excessus), exceso sobremental (supermentalis excessus), excesos extáticos
(extatici excessus), etc. También viene la palabra “excessivus” adjetivada, uniéndose con el
sustantivo correspondiente: amor excesivo (amor excessivus), noticia o conocimiento excesivo
(notitia excessiva). Coinciden con estas expresiones las que siguen: excesos anagógicos (anagogici
excessus), amor extático (amor extaticus).

Éxtasis: es un conocimiento experimental de Dios que trae consigo la suspensión de todo acto
natural humano. En esta suspensión, el conocimiento experimental de la suavidad divina supera en
mucho al conocimiento especulativo de la verdad divina. Recogida y concentrada el alma en lo más
íntimo de sí misma, se encuentra transfigurada en Dios, después de reducidas al silencio todas las
facultades del conocer natural. Es una unión puramente afectiva regulada por la luz divina.

Grados jerárquicos: llámese así a la serie de actos o virtudes de que, en correspondencia con los
nueve órdenes de ángeles, se reviste el alma en la subida de las criaturas a Dios o en la bajada de
Dios a las criaturas.

Jerárquico: adjetivo que, en la mística bonaventuriana se une con el substantivo acto. El que desea
llegar a la plenitud de la vida espiritual ha de someterse a la ascesis, que purifica, ilumina y
perfecciona. Ha de desplegar tres maneras de esfuerzo personal, que son: purificación, iluminación
y perfección, las cuales, por conformar el alma con las jerarquías angélicas o con el ejemplar
divino, son llamadas actos jerárquicos.

Mente: mens: San Buenaventura la define como la facultad o potestad del alma de mover al
entendimiento y voluntad en sus actos. Esta facultad o mens, juntamente con las dos potencias del
alma, tienen cierta razón de imagen trinitaria. La mens es reformada por la gracia, y en el cielo por
las dotes de la gloria. Esta mens equivale al libre albedrío, el cual se distingue del entendimiento y
voluntad solamente con distinción de razón.

Paz: pax: como término relativo a la mística significa dos cosas: la bienaventuranza de los pacíficos,
hábito supremo entre todos los que integran el organismo espiritual, descrito por San Buenaventura,
y la meta de la subida del alma a Dios, en quien ve colmada todas sus aspiraciones al pasar
perfectamente a Él por extático amor. Como término relativo a la espiritualidad bonaventuriana
significa unas veces el fruto de la purificación que es el pleno dominio de sí mismo; el
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aquietamiento interior, otras, la meta de la subida del alma a Dios, en quien ve colmadas todas sus
aspiraciones al pasar perfectamente a Él por extático amor; y otras, por último, la bienaventuranza
de los pacíficos, hábitos gratuitos supremos entre todos los que integran el organismo espiritual
descrito por San Buenaventura.

Rapto: término místico que expresa el más alto grado de la vida espiritual. Los que llegan a él,
viven en los últimos límites del estado de viadores, disfrutando, a modo de acto y de privilegio, de
la visión beatífica. Se distingue del éxtasis.

Sindéresis: synderesis: san Buenaventura la define como un don natural que guía la voluntad
dirigiéndola e inclinándola al bien, a modo de cierto peso espiritual que la lleva a desear con
rectitud.

Suspensión: suspensio: palabra que designa el estado del entendimiento del contemplativo que,
sobrecogido de admiración a la vista de los espectáculos de la verdad, queda fijo en el objeto de su
consideración. El santo Doctor propone al alma contemplativa seis grados de iluminación, que
causan en ella otras tantas suspensiones que la disponen para la paz extática.

Tiniebla: Tenebra: palabra que se refiere al conocimiento excesivo, caliginoso y luminoso a un


tiempo: caliginoso, de parte del entendimiento, que carece de toda forma para aprehender a Dios,
objeto que infinitamente lo excede, y luminoso, de parte de la divina luz en sí misma, que se
manifiesta deslumbradora. A este conocimiento oscuro y claro a la vez, san Buenaventura llama
también “iluminación nocturna y deliciosa”.

Vestigio: Vestigium: término que se aplica a las criaturas, tanto corporales como espirituales, en
cuanto lejana y distintamente representan a Dios como causa determinante e inconfusa (eficiente,
formal y final). Nos lleva al conocimiento de los atributos apropiados, vislumbrándose por
consiguiente, por medio del vestigio, el misterio de la Santísima Trinidad. Habla San Buenaventura
de la contemplación o especulación de Dios fuera de nosotros por los vestigios y en los vestigios, y
entonces se refiere a la subida progresiva del alma a Dios por medio de las criaturas materiales.
Especular a Dios por sus vestigios es lo mismo es lo mismo que contemplarlo por medio de las
criaturas sensibles, donde relucen las divinas perfecciones. Especular a Dios en sus vestigios
equivale a contemplarlo no ya en el mundo exterior a nosotros, donde está latente Dios, sino en el
mundo que, en su semejanza intencional, ha entrado dentro de nosotros por las puertas de los cinco
sentidos.

Vías: tratándose de la teología espiritual, por vías se entienden caminos, métodos o procedimientos
para llegar a la perfección. Y estas vías son tres, a saber: la purgativa, la iluminativa y la unitiva.
San Buenaventura no las confunde con las tres etapas de un mismo camino sino que las considera
como tres caminos, cada uno de los cuales conduce a su término respectivo. La purificación, en
efecto, nos conduce a la paz; la iluminación, a la verdad; la perfección a caridad. No son, por tanto,
caminos sucesivos correspondientes a las tres edades o grados de la vida espiritual, sino paralelos,
aunque no absolutamente, pues cada uno de los actos jerárquicos puede estar más o menos
condicionado por los otros.

Sobre- elevación: sursum actio: palabra propia de la mística de San Buenaventura, de significación
compleja. Está compuesta del adverbio sursum: hacia arriba, a lo alto, y del sustantivo verbal actio:
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acción, operación, vocablo que en nuestro caso toma un matiz más determinado, a saber: acción de
llevar o ser llevado. Todo junto viene a significar acción de llevar a lo alto o ser llevado hacia
arriba. Viniendo ahora a su significación real, expresa la elevación pasiva del alma, sobrepuesta ya
a las cosas visibles y a sí misma, a la recepción de las iluminaciones divinas de los limpios de
corazón y, sobre todo, al extático amor. Decimos “sobre todo” porque en el proceso sursucmativo,
san Buenaventura se refiere principalmente a la elevación del alma a su unión suprema con Dios
mediante el extático amor. La palabra sursumactio la hemos traducido por sobre-elevación. Al decir
“sobre” se quiere expresar, por una parte, que el alma está sobre las cosas visibles y sobre sí misma,
y por otra, que se traslada a cosas que se hallan sobre sí misma; es decir, a Dios. Y cuando decimos
elevación expresamos que el alma es llevada o elevada a Dios no por su actividad ascética, sino por
la acción divina, significando así el carácter pasivo y místico del hecho sursumactivo.

Soliloquio

El subtítulo de esta obrita es “De los cuatro ejercicios espirituales”. En el opúsculo De triplici via se
nos enseña tres géneros o modos de ejercicios espirituales. Aquí tenemos, en cambio, un solo
género pero aplicado a cuatro temas que se llaman los cuatro ejercicios. El modo de ejercitarse se
traduce por un dialogo entre el hombre interior y el alma. El hombre o el hombre interior es la voz
de Dios, que habla en la zona platónica del alma; y aunque es esta una voz que habla sin ruido de
palabras y no se puede escuchar más que en el silencio de un profundo recogimiento, al traducir sus
inspiraciones interiores en fórmulas palpables, tiene que valerse de textos variados de la Escritura,
de los Santos Padres y de los autores espirituales. El alma, que es una zona más superficial del alma
–permítaseme la tautología- tras haber escuchado en silencio las inspiraciones interiores, traducidas
al encantador lenguaje del Santo, prorrumpe en diversos afectos y resoluciones. Este diálogo debe
considerarse, pues, como una formulación literariamente ingeniosa de un método sencillo de
oración y meditación, cuyo ritmo consiste en esa armoniosa alternancia de afectos del alma devota y
de silencios meditativos, durante los cuales escucha la voz interior, llamada la voz del hombre
(interior), o la voz de Dios, que habla en el hondón del espíritu.

Las consideraciones comienzan por el conocimiento propio, que abarca tres puntos: creación del
alma como imagen de Dios; deformación producida por el pecado; rehabilitación alcanzada
mediante la gracia y la redención. El capítulo 2 tiene por objeto la consideración de las cosas
exteriores, también en tres puntos, para ponderar, por una parte, la vanidad de las cosas mundanas y
encender, por otra, en el alma el anhelo de la divina consolación, como llama aquí, con término más
popular e inteligible, a la vera Sapientia. Todo se ordena a este punto. Ya al hablar de la creación
del alma como imagen de Dios ha puesto de relieve la capacidad del alma para la unión divina, y
aun al hablar del pecado ha insinuado que este consiste en un error, por el cual el alma, hecha para
gozar del abrazo del Esposo divino, se deja engañar por los halagos de las criaturas. Es natural que
el alma, que es tan noble, que no puede estar sin amar, una vez convencida de la vanidad de las
criaturas, suspire por el amor de Dios y por la dulcedumbre sapiencial o consolación divina.

Mas llegando a este punto, dedica el capítulo 3 a la consideración, en otros tres puntos, de los
novísimos, muerte, juicio e infierno, “porque es preciso que el alma, que tiene que subir sobre sí
para buscar la embriaguez mística, descienda primero a la consideración de las cosas inferiores,
para aprender a temer con reverencia al Esposo, antes de penetrar en su cubículo secreto; pues hay
que saber temerlo, no sólo cuando se aíra, sino también cuando suavísimamente acaricia”.
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El capítulo 4 está dedicado a la contemplación de la felicidad multiforme del cielo, para que el
alma, elevándose sobre sí, se disponga ya desde ahora a penetrar en los secretos tabernáculos de la
consolación divina, anticipo misterioso de la eterna bienaventuranza.

Cap. 1 De cómo el alma, por el ejercicio mental, debe dirigir el rayo de la contemplación a su
interior, para ver cómo ha sido formada por la naturaleza, deformada por el pecado y
reformada por la gracia.

Pregunta del alma: ¿Qué orden debo seguir?; no suceda que, procediendo por ignorancia
desordenadamente, pierda el fruto de este saludable ejercicio de la contemplación.

El hombre: Haz un examen cotidiano de tu vida, y con diligente estudio mira si vas adelante o
retrocedes, cuál eres en tus costumbres y cuál en tus afectos, cuan semejante a Dios, y cuán
desemejante, cuán lejos y cuán cerca te hallas de Él.

3 “Despierta y prorrumpe en alabanzas, salta de gozo, porque sellada estás con la imagen de Dios y
hermoseada con su semejanza, eres participante de razón y capaz de la eterna bienaventuranza.

4 Pero tan desgraciada como eres, Alma mía, acaso te parezcan todavía insignificantes estos dones.
Oye, pues, lo tercero en que consiste tu admirable dignidad y excelencia. Eres tan simple en la
substancia, que ninguna otra cosa puede entrar en ella y morar de asiento, sino la simplicísima y
purísima Trinidad eterna. Dios está más dentro de ti que tú misma, como dice San Agustín.

7 Sucintamente has recorrido, ¡oh Alma!, cada una de las criaturas, subiendo de las inferiores a las
superiores, y has visto que todas ellas, por amorosa disposición divina, se enderezan a tu servicio y
deleite sin cesar un punto. Guárdate, con todo, Alma mía, de hacer injuria al Creador, y de esposa
trocarte en adúltera, amando más los dones que el afecto del Amante.

8 El Alma: ¡Ay, miserable, de mí! Ahora veo, ahora conozco, que de cuanto recibí del sumo Dador
para uso de la vida transitoria, he abusado miserablemente, empleándolo en la iniquidad y el
pecado. La tranquilidad de la paz humana la convertí en funesta y vana seguridad; preferí la
peregrinación de la tierra a la morada de la patria; la florida salud del cuerpo hícela servir como
esclava al perverso deleite; la abundancia de todas las cosas la empleé no para mi necesidad, sino
cebo de mi codicia; la misma blandura y suavidad del aire, la constreñí a servirme como incentivo
del terreno deleite.

El Alma: ¡oh buen Jesús, fuente de toda hermosura! Perdona a esta miserable alma, que tan tarde
conoció tu hermosura, tan tarde la amó y por eso anduvo, desgraciadamente, vagabunda.

Cap. 2. Cómo por el ejercicio mental debe dirigir el alma el rayo de la contemplación a las
cosas exteriores, para ver cuán inestable es la mundana excelencia y cuán miserable la
mundana magnificencia.

1 El Hombre: Vuelve, pues, ahora, ¡oh Alma!, el rayo de la contemplación a las cosas que están
cerca de ti, es decir, a este mundo sensible, para menospreciarlo con todo lo que hay en él, y,
despreciado el mundo, más y más te enciendas en el amor de tu Esposo. Porque menos le amas si
con Él amas otras cosas, no amándolas en El y por Él.
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Cap. 3. De qué modo el alma, por el ejercicio mental, debe volver el rayo de la contemplación
a las cosas inferiores para ver la inevitable necesidad de la muerte humana, la formidable
equidad del último juicio, la insufrible aspereza de los tormentos infernales.

1 El Alma: Dime en pocas palabras, ¡oh Hombre!, cuáles son las cosas inferiores a que debo dirigir
la consideración. Siento prisas de subir; anhelo la embriaguez de la divina consolación; no puedo
permanecer mucho tiempo en las inferiores. Deseo penetrar en los amados tabernáculos de Dios;
con vivas ansias quiero habitar en los atrios del Señor.

El Hombre: ¡Oh Alma!, estas cosas inferiores que has de meditar son: la inevitable necesidad de la
muerte, la inefable equidad del juicio divino, el intolerable rigor de las penas infernales.

2 Considera con cuidado estos tres puntos: la muerte no se puede evitar, la hora de la muerte no se
puede adivinar, el tiempo decretado por Dios no se puede mudar.

3 El Hombre: La explicación, ¡oh Alma! te la da san Gregorio en sus Morales: “los hombres
carnales aman los bienes transitorios, porque no consideran cuan fugaz es la vida de la carne. Si
advirtiesen la velocidad con que pasa, ni siquiera amarían la dicha que dura tan poco”.

11 El Alma: Basta ya, ¡oh Hombre! Aunque no sin fruto, tus instrucciones han atemorizado ya
mucho a un alma infeliz que gime en este valle de lágrimas. Apiádate de mí y cumple la palabra que
hace tiempo me diste. Declárame algún consejo de la eterna bienaventuranza, a ver si con ello logro
algún consuelo.

12 El Hombre: Por tanto, y en conclusión de todo lo dicho, si tú, Alma mía, aspiras a la divina
consolación, procura tener purgada la mente y bien dispuesto el afecto, porque, según sentencia de
san Agustín, “el sumo Bien no se ve sino de almas muy purificadas” y creo que no se gusta sino fe
afectos muy bien dispuestos. Muchos en esta vida especulan harto límpidamente este soberano
Bien y, con todo, nunca llegan a gustar de él. Di, pues con san Agustín: “Hazme, Señor, gustar con
el afecto lo que alcanzo con el entendimiento; dame sentir por amor lo que siento por ciencia”.

13 El Alma: Dime, te ruego, ¡oh Hombre!, ¿Qué disposiciones han de preceder en el afecto y en la
inteligencia para que yo pueda contemplar y gustar la celeste dulcedumbre¡ Porque ya me he
ejercitado mucho tiempo en la especulación y temo no haber saboreado todavía ni una gotita de
aquella celestial dulzura.

Cap. 4. Cómo por el ejercicio mental debe el alma volver el rayo de la consideración sobre las
cosas superiores, para ver los doce gozos del cielo nacidos de la contemplación de las cosas, ya
inferiores, ya exteriores, ya interiores, ya superiores

De regimine animae. Gobierno del alma. Obras de san Buenaventura. Tomo IV

2 (…) saliendo fuera de ti y re- entrando dentro de ti y subiendo sobre ti, crees, admiras y alabas su
poder inmenso, que de la nada todo lo crea y todo lo sustenta; su sabiduría infinita, que todo lo
gobierna y todo lo ordena, y su justicia ilimitada, que todo lo juzga y todo lo retribuye.
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Léxico técnico de filosofía medieval. Silvia Magnavacca

Éxtasis. Voz propia de la mística medieval que designa un conocimiento experimental de Dios por
parte del hombre o, mejor aún, de su alma. Presenta las siguientes notas:

1. Implica la suspensión de todo acto natural humano


2. Trasciende y supera el conocimiento especulativo de la verdad divina.
3. Exige del alma un previo recogimiento y concentración en sí misma.
4. Culmina en una unión afectiva con Dios regulada por su luz.
5. Su consecución no depende de la voluntad humana.

Así pues, en el éxtasis se suspende todo acto propiamente humano, también el del conocimiento
intelectual o especulativo; más aún, tal suspensión es necesaria para dar lugar al recogimiento del
alma en lo más íntimo de sí, siendo, entonces, transfigurada en Dios. Purificada por la ascesis y
entrenada por una meditación apropiada, en el éxtasis el alma alcanza, con el concurso de la Gracia,
un conocimiento experimental de lo divino en el que interviene la dimensión afectiva. Sobre todo en
Buenaventura, el éxtasis se distingue del raptus en cuanto que en el primero se experimenta la
presencia divina por el gozo del amor, pero sin verla mediante el intelecto.

Excessus: Indica un estado del alma: aquel en el que la belleza de lo que ella contempla le suscita
tal admiración que la lleva a “salir de sí misma”, por lo cual algunos traducen este vocablo por
éxtasis. Con este término Buenaventura se refiere, en general, a la sobreabundancia de lo divino
que, precisamente, excede las capacidades naturales del hombre, tanto las del entendimiento como
las de la voluntad. Así sucede en la contemplatio caliginosa (véase también Tenebra) o en amor
extaticus en el que culmina el ascenso del alma a Dios (véase sursum actio, mystica, in fine).

Tenebra: se refiere a un estadio de la vida del espíritu en el que, suspendida la actividad racional y
aun intelectual (véase suspensio), éste es iluminado por el resplandor divino. En virtud de su
sobreabundancia, dicho resplandor enceguece la debilidad de los “ojos” del alma, aunque la ilumina
de manera extrema.

Suspensio: indica el estado del entendimiento en la contemplación cuando ésta lleva al


sobrecogimiento y la admiratio. En los textos de Buenaventura, por ejemplo se habla de grados de
iluminación que implican otras tantas suspensiones.

Sursum actio: es la expresión de la mística bonaventuriana que se podría traducir por “sobre
elevación”. Su composición señala una acción u operación hacia lo alto y alude a la elevación
pasiva del alma que llega a su unión suprema con Dios. Es pasiva porque el itinerario de la sursum
actio no depende de la ascesis sino exclusivamente de la acción divina. Sus pasos principales
implican que el alma trasciende las cosas visibles y se trasciende a sí misma, y supera aun la
recepción de las iluminaciones divinas. El proceso de la sursum actio se lleva a cabo por lo que
Buenaventura llama el “amor extático”.

Colaciones sobre el Hexaémeron. Collationes in Hexaemeron

VII, 7
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“Es necesario rectificar por estas virtudes los afectos ordenados. Y los afectos son cuatro: el temor,
el dolor, la alegría, la confianza. Y éstos no se rectifican a menos que el temor sea santo, el dolor
justo, la alegría verdadera, la confianza cierta. Pues si el temor es soberbio, el dolor injusto, la
alegría inepta, la confianza presuntuosa, entonces son torcidas las afecciones. Y estas virtudes no
pueden rectificarse por sí. Porque la confianza o la esperanza es de lo que no se ve, como de la vida
bienaventurada; y la vida bienaventurada no se da sino a los dignos, y nadie es digno si no tiene
méritos suficientes. Estos no pueden obtenerse por las fuerzas del libre albedrío, sino por la
condescendencia de Dios, a saber, por la gracia. Los sufrimientos de la vida presente no son de
comparar con aquella gloria venidera”.

Veinticinco Memoriales de Perfección. Viginti Quinque Memorialia

Prólogo

2 No permitamos, pues, que nuestro corazón ande solícito por ninguna cosa creada, sino sólo en la
medida en que pueda ser llevado al amor y caridad divinos; porque la variedad infinita de las cosas
perecederas, si el espíritu se detiene en ellas más de lo debido, no sólo turba la dulce quietud del
espíritu sosegado, distrayendo la mente, sino que, además, la suprime, engendrando en el alma
imaginaciones turbulentas que la importunan, fatigan y oprimen. Dejemos, por lo tanto, la pesada
carga de los afectos terrenos, y, aligerados de su peso, corramos hacia Aquel que nos invita, en
quien se halla la refección abundante de nuestras almas y la paz soberana que sobrepuja a todo
sentido.

4 ¿Qué más buscamos, que más esperamos, que más deseamos? En Él solo poseemos todos los
bienes. Pero, ¡ay!, ¡cuán miserable es nuestra ceguera, cuán profunda nuestra miseria, cuán
detestable nuestra locura! Se nos llama al descanso, y buscamos el trabajo, se nos invita al consuelo,
y vamos tras el dolor, se nos promete el gozo, y apetecemos la tristeza.

6 Levantemos, pues, a Dios los ojos de nuestra alma, y consideremos el abismo en que yacemos
postrados, porque el que ignora su propia caída no tiene medio de levantarse; y del fondo del
abismo clamemos al Señor con fuerza, para que Él nos alargue su mano misericordiosa, que jamás
podrá encogerse para salvarnos.

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