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Un día Dios hace una apuesta con el diablo. Satanás está seguro de que hasta el
más creyente del mundo puede blasfemar contra el Todopoderoso si él lo tortura.
Dios, por capricho o aburrimiento, quiere probarle que se equivoca. Le dice que lo
intente con Job, el más bueno de todos los hombres que por esa época vivían.
Pan comido, piensa el diablo y se caga de risa. Va y mata a todos los hijos e hijas
de Job, a sus criados, a sus ovejas. No le mata a la mujer para que lo siga
jodiendo. Y no contento con eso, le envía una sarna maligna que cubre de costras
su cuerpo, desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. Job sufre como
un condenado, no tiene paz, solo dolor y una picazón insoportable. Se rasca día y
noche, se revuelca en el polvo como una gallina. Sus amigos se alejan, se burlan,
lo critican. Pero él nunca reniega de Dios.
Bajo la cabeza como los perros cuando quieren entrar a una casa y no son
bienvenidos. Esta tiene techo de zinc, una puerta de fierro negro, y el número309
pintado en blanco. Estoy en el barrio La Paz, de San Mateo, a 15 minutos deManta,
el pueblo de pescadores donde nacieron y viven José y Cruz Adelina, su hermana
de 45 años.
La casa de José y Cruz queda en una pendiente. Las calles aquí son de tierra.
Unos pocos perros flacos y unos niños casi desnudos corren por ellas. El aire es
liviano, el aliento del mar lo purifica y se puede sentir en todo el lugar, donde
viven
unas 500 personas.
— ¡Pase, pase!
Les hablo, les sonrío, intento ser amable. Ellos no me quieren ahí, y se les nota.
— Sé muy bien que están cansados de los periodistas, solo vine a conversar, a ver
cómo se sienten. También les traje esto-. Saco del bolso unas cremas bastante
caras.
— Sí, esas son las que tenemos que usar-, dice Cruz, aún con el ceño fruncido.
Legista verse más grande de lo que es, por eso encaja una silla de plástico en otra
y solo entonces se sienta. Lleva un gracioso moño fucsia que le recoge el
poquísimo pelo. José se hace el loco. Está descalzo, sus pequeñas zapatillas de
plástico descansan a su lado.
Les cuento una historia de una vez en que el periodismo ayudó a alguien que
sufría. Ella me escucha por educación, pero parece no creerme. Yo sigo hablando
como si fuera una vendedora de enciclopedias que no sabe vender.
— Siempre vienen, nos sacan fotos, ¡no queremos más fotos!-, gruñe ella. José,
impenetrable y callado, mira hacia el mar.
— ¿Y qué es lo que quiere?, ataja Cruz.
— Nada, solo conversar un poco sobre, por ejemplo, cómo es vivir cerca del mar-
,digo.
Cruz no contesta. Se va a la cocina a revolver la sopa de queso. Debe medirun
metro cincuenta; es delgada, recta como una regla. José, al fin, habla, sin
mirarme.
— Nosotros nacimos allá, en la punta de la playa, al pie del mar-, dice señalando
hacia el océano. Su voz es extraña, suena como una emisora mal sintonizada y en
un tono más alto de lo normal.
— Debe haber sido lindo crecer al pie del mar ¿te acuerdas de cuando eras
pequeño? — No, no me acuerdo. Es que cuando uno nace no se acuerda de nada.
— Claro, pero ¿te gusta el mar?
— Sí, harto-. Se queda callado un rato. –Aunque ahora me da miedo porque he
escuchado decir que va a venir una ola de no sé cuántos metros de altura. Nomás
me quedo en la arena, porque no sé nadar. Me da miedo el mar-.
Me tiro al piso, me siento a su lado. Le cuento una historia de una vez que casime
ahogo. José intenta mirarme, le atrae mi voz. Sus ojos no le sirven de mucho.
El uno casi ha desaparecido, y el otro es celeste y está desorbitado, con dificultad
registra formas y colores. Me intriga saber si cree en Dios. No veo vírgenes ni
santos por ningún lugar.
— ¿Y ustedes son católicos o tienen alguna religión?
— No, no-, dice tajante José. Pero Crucita que se ha vuelto a sentar en sus sillas,lo
corrige –Nosotros sí vamos a misa, somos católicos-.
— je je je je-, se burla él.
— ¿Y a usted le gusta ser católica?-, me pregunta José.
— No, qué va, a mí no me gusta eso-
— ¿Por qué? Es bueno que vaya a rezar, a orar. Es bonito ser católico-, dice con
ironía.
— Yo antes era evangélica, pero ya dejé esos malos caminos-. Ambos nos
reímos.A Cruz no le gusta el chiste.
— La gente que se mete a eso del evangelio se vuelve como loca, se hacen
fanáticos-, comenta muy seria.
Ella es la que cocina, lava, plancha, barre, trapea, va al pueblo a comprar lascosas
para vender, y se las rebusca. José casi nunca sale, casi nunca hace nada.
— ¿Y de fiestas, qué tal?
— No voy a fiestas, no me gusta.
— ¿Y la cerveza tampoco?-
— No, tampoco, siempre escucho en las noticias que eso afecta a uno, uno tiene
que cuidarse-
— ¿Nunca has tomado alcohol?-
— Sí, antes, pero ya no. Antes iba a fiestas, pero no me gustaba porque se
enojaban si no tomaba. Casi no me gusta porque no quiero tomar. Hay muchos
que se mueren por alcohólicos. Siempre me pongo bravo porque quiero que
cierren esas cantinas y nada. Ya es de hacer una denuncia para que se acabe eso
y no haya más problemas y no vuelvan a vender esas cosas-, contesta molesto.
***
José y Cruz tienen una rara enfermedad genética llamada ictiosis lamelar. Segúnlos
registros de la Fundación Ecuatoriana de la Psoriasis, que investiga también la
ictiosis, hay 32 personas en el país que sufren este mal incurable, del que existen
varios tipos. En el caso de los hermanos López es congénita y hereditaria. Puede
saltar hasta la quinta generación.