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Un pedazo de piel
El príncipe de Down
La oveja
¿Levantar la cabeza?
¿Dónde cree que estamos, en La Patagonia?
SAMUEL BECKETT
Geometría
Incendio
Tres ovejas
Un cuerpo apuñala a otro en los suburbios del pueblo dormido. Luego se escurre
por entre el caserío describiendo una trama de baldíos oscuros hasta desembocar
en las vías del ferrocarril, su mano está manchada con sangre y la respiración
agitada silba en la madrugada hasta estallar en tos y flema. Se detiene junto a un
viejo vagón de madera, temblando y jadeando, luego escarba desesperadamente
detrás de una de las ruedas de acero, desentierra una caja de vino y la muerde
ferozmente con un gruñido animal… la abre con dos dentelladas y bebe
ansiosamente. No muy lejos de allí una mujer joven se desvela hasta la
desesperación mientras sus hijos duermen. Toma mate y mira la puerta, no sabe
que ha enviudado.
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CARLOS BLASCO
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JORGE DEL RÍO
Bus
Hace ya varias horas que estoy en este ómnibus que me lleva a Buenos Aires. La
noche se mete por la ventanilla. El fallido intento de dormir me dejó los ojos
hinchados, la boca seca y deseos de fumar. Bajo a la cabina de los conductores,
tal vez allí pueda encender un cigarrillo. El recibimiento es amable; son las dos de
la madrugada y uno de ellos dormita. Enciendo un cigarrillo y disfruto esa
sensación de desplazarse a alta velocidad sobre el asfalto negro, delimitado por
brillantes líneas amarillas y blancas. Estamos cruzando el desierto de La Pampa.
Los faros del vehículo apenas abren una brecha en la sólida oscuridad de la
llanura. El conductor me convida café, que acepto gozoso. Su nombre es Javier,
vive en Plaza Huincul y es hijo de un ex empleado de una ex empresa petrolera.
En Plaza Huincul, todo es ―ex‖.
Javier es muy gordo. Su cuerpo sobresale de los límites de la gran butaca
donde se apoltrona. Con sus manazas mantiene suavemente pero con firmeza el
inmenso volante que le roza el abdomen. Tendrá unos treinta años. Ve a su novia
muy de tanto en tanto. Su pasión no le deja mucho tiempo libre; y su pasión es
ésta: conducir a través del misterio de la ruta.
—Desde muy chico soñaba con manejar un camión— me dice. Su cara es la
imagen de la felicidad.
No puedo evitar el envidiarlo un poco.
Comienza a relatarme una anécdota de alguno de sus viajes. Sobre el asfalto
dos pupilas brillantes, la silueta de un zorro, un sonido sordo apenas audible y la
leve sensación de una masa aplastada por las enormes ruedas.
Con una mueca de espanto, miro a Javier. Él continúa relatando su historia.
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JUAN ARMANDO EPPLE
Argumentatio
A Paquita Noguerol
El padre Las Casas les contó que, en un debate teológico, intentó convencer a los
europeos de que los indios americanos eran humanos porque se reían.
Todos los indios rompieron a reír a carcajadas.
Las Casas se mantuvo serio.
Pero en el fondo, no podía dejar de sonreír.
Profecía
—Si tienes que irte pues vete de una vez, no creo en tus promesas —le empuja el
pecho con un dedo desdeñoso—; además, con el tiempo te vas a convertir en un
viejo gordo, calvo y libidinoso.
Con el tiempo, terminado el exilio, volvió a la ciudad un viejo gordo y calvo.
Se fue directamente a tocarle la puerta, a pleno día, sin importarle que
estuviera casada.
JUAN ARMANDO EPPLE
Zoofilia
Visión
Duerme acunado por la fogata. Sueña que este fértil valle se ha cubierto de
piedra. Multitudes caminan apresuradamente sin mirar a sus hermanos,
respirando un aire enrarecido y venenoso, como cuando despierta el Pillán en
los volcanes. Viajan por túneles bajo la tierra y en carruajes ruidosos,
recorriendo el paisaje a velocidades vertiginosas.
Mañana despertará extenuado por la pesadilla y arreará el rebaño de
guanacos, como sus ancestros lo han hecho por siglos cada verano. Verá por
primera vez a los conquistadores, y este mal sueño será el presagio de una
pesadilla que recién comienza.
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PEDRO GUILLERMO JARA
Me detengo frente a la luz roja. Al fondo la cordillera. Por la avenida rueda una
bolsa plástica. La ciudad, vacía. Este semáforo me ha sido dado sólo para mí. Soy
el último.
Brújula
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El hacha
Había que comprar un hacha, era urgente puesto que la leña había que reducirla a
palos más flacos para que ardieran ligeros y calurosos. Por eso la urgencia. El
hombre adquirió una hermosa hacha de 5 libras, de astil anatómico que se
acomodaba a la mano, al antebrazo, a la expresión del cuerpo. La mitad superior
del hacha, hasta el límite del filo, era de color rojo, el mismo color que aumentó en
su chorreo cuando aquella noche la mujer dio muerte al hombre, aburrida por el
maltrato, las eternas borracheras, los golpes, el abandono de sus hijos.
La leña, mientras tanto, podía esperar.
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JOSÉ DIÓGENES TEIGUEL
El relato debiera dirigirse hacia la playa, llegar al río y cruzar singando hasta la otra
ribera. El relato debiera orillar los palafitos para estar puntualmente a las ocho en el
muelle del pueblo, allí donde el mar pierde su impulso y se indefine.
Pero un hallazgo detiene su viaje.
Un quejido de Dios moribundo -aleteando contra la muerte- apresado en una
jaula salmonera, lo alerta.
El relato debiera seguir viaje, pero su cuerpo también es capturado por las
redes.
Y sucumbe, muerto, bajo la fuerza del agua; como una cruz húmeda
picoteada por las gaviotas.
Clase de caligrafía
En el inicio del primer recreo de la mañana, ante el pequeño cuerpo que oscila
colgado del cabo de la campana, y que entorpece el viaje del paisaje y la luz
extraña de ese día lunes, la profesora recuerda que mucho antes de salir al patio -
en la clase de caligrafía- el muchachito había llenado una página con un único
mensaje: ―Me mataré. Juro que me mataré‖. Y ella, como premio a aquel trabajo
efectuado con letra tan redondita y clara, lo había premiado con un siete.
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JOSÉ DIÓGENES TEIGUEL
Advertencia
¡Si no te comes toda la sopa, serás un indio trompudo igual que tu padre!
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ROSABETTY MUÑOZ
Y esta es la Bernarda. Ella leyó en el diario una noticia sobre el asunto de las
guaguas botadas en basureros públicos y se le contrajo de golpe el vientre vacío.
Reclamó en el juzgado al Primer Niño para acunarlo muerto, le puso de nombre
Aurora y lo enterró en un lugar sagrado para tener donde ir a dejarle flores. La
tumba que compró es amplia para que vayan llegando sus hermanitos.
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CLEMENTE RIEDEMANN
La catedral de Peterborough
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BERNARDITA HURTADO LOW
Bajo el aguacero, solo tus pasos resuenan entre la hojarasca andada y desandada
por otros y reconoces el río, los cafés y las calles que te han mostrado los libros,
pero la torre Eiffel es una feria donde los musulmanes, rumanos y morenos de
Camerún te persiguen con la venta de recuerdos y no sabes cómo, pero ya estás
repartiendo euros a cambio de chatarra, adornada con una boina y un foulard, que
crees te dan aires de francesa.
Río
Margarita vive a este lado del río Encuentro y en su escuela hay una bandera de
tres colores con una estrella tan blanca como la flor de nieve. Facundo vive al otro
lado del río, y en su escuela hay una bandera que tiene dos colores y un sol
grande y amarillo como un girasol.
Cada tarde, Facundo lleva sus ovejas al río y Margarita baja por la ladera con
su vaca Mariposa que a esa hora siempre tiene sed.
A veces, se suben al puente y él lleva frutos de maqui y calafate; Margarita
va entonces, con flores de chilco en el cabello, y dice que es una princesa
mapuche mientras cuenta leyendas de su pueblo y los bosques australes.
Facundo promete que un día le regalará una capa de piel de guanaco, porque
será cazador como su abuelo tehuelche.
Antes que oscurezca, cada uno regresa a su lado del río, entonces sienten
que para los dos sopla el mismo puelche que hace remolinos cambiando semillas
en las huertas, y son las mismas bandurrias que van y vienen, y que para todos en
esta Patagonia hay una misma luna que ya sube como un pan blanco por el cielo.
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