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CAPITULO 1

Doña Anita vivía en la Cordero, esquina con la

avenida 10 de Agosto. "El lugar es de mi hermano,

me había dicho un día en que la ayudé a ahuyentar

a varios mozalbetes incómodos que trataban de ha-

cerle salir de sus casillas, a los que la dama perseguía

amenazándoles con su bastón.

Vivíamos cerca y me encontraba con ella cuando

salía de casa para ir a esperar el bus del colegio. Si el

día era soleado se la veía risueña, pese a que algunas

personas dicen que tenía malhumor y que andaba

con el ceño fruncido. Pero no, no era así; solo se

enojaba cuando los niños le gritaban "iTorera!!" All

los perseguía con un palo forrado de terciopelo rojo

que siempre llevaba en la mano.

Le gustaban los colores vivos y la ropa cenida

al cuerpo. Trataré de describirla de pies a cabeza o mejor, de cabeza a pies. Su singular


vestimenta

empezaba con un llamativo sombrero que tenía vida

propia pues coqueteaba a los andantes con ligeros

movimientos de pluma, escondida entre grandesy

llamativas flores. Le seguía un colorido vestuario que

debió ser muy elegante en su época, que la señora

había olvidado cómo debía combinar. Usaba falda

estrecha, abierta a un costado, le cafa hasta más abajo

de las rodillas; una blusa de encaje o de vuelos, con

grandes botones de brillos y un lazo en el medio,

ocultaba celosamente su pecho hasta la barbilla. Las

tardes añadía a su atuendo un saco de fino paño y las


más frías, las que amenazaban lluvia, salía con abrigo

de cuello de zorro que la acariciaba en su afán de

protegerla del viento helado de Quito. En ese entonces

la temperatura de la ciudad era fría, tal vez por eso

nos recogíamos temprano y no había tantos lugares

nocturnos como ahora. "No creas, me impresiona ver

a las muchachitas en camiseta o vividí a cualquier

hora del día o de la noche. En mi tiempo usábamos

abrigos por las tardes

", decía.

Cubría sus piernas con medias negras. Zapatos

de tacón alto. No lograba explicarme cómo podían

transportarla por las empinadas calles quiteñas pues

parecía que La Torera hacía grandes esfuerzos por

mantenerse en pie.. ty claro, a su edad!, para la época

debía tener algo más de setenta años. La cartera dora-

da o plateada, o de lentejuelas de colores, completaba

su feliz atuendo y la apretaba con firmeza entre sus

manos para evitar que se le escapara corricndo

La primera vez que la vi, acababa de salir de

su casa y ya estaba asediada por varios niños del

vecindario que la molestaban llamándola por su

mote, que era con el que la conocíamos. Ella los

persiguió muy enojada gritándoles: "pillines, mozal-

betes malcriados, aprendan a respetar a una dama",

mientras los amenazaba con el palo. Apresuré el

paso y cuando estuve muy cerca la saludé con una

sonrisa y regañé a los chiquillos pidiéndoles respeto.

Ellos se fueron riendo, sin dejar de decirle "Torera"


hasta que desaparecieron. Doña Anita me agradeció

quejándose que, según ella, los niños le hacían la vi-

da imposible.

A partir de ese día, saludábamos cada vez que

coincidíamos en la esquina. Algunas veces le ayudeé

a cruzar la avenida y otras nos quedamos hablando

antes de despedirnos. Así supe que Anita Bermeo,

"la señorita Bermeo', había venido de Ambato, que

se enamoró de Quito y decidió quedarse a vivir aquí

para siempre. Las malas lenguas decían que se había

escapado de un hospital psiquiátrico de la ci

las flores y las frutas, cosa que nunca se comprobó

También, me confió que era soltera, que sie

pre lo había sido, que cuando era joven tenía mucho

pretendientes; que trabajó en La Tejedora, una fabri-

ca textil que luego se llamó La Internacional, en donde

se destacó por ser una buena empleada, disciplina

da, colaboradora

La Torera vivió varios años en la calle Cordero,

hasta que ingresó al Asilo de Ancianos Corazón de

María, de donde partió en 1984 custodiada por un

coro de ángeles que la acompanó a la eternidad.

Amaba nuestra ciudad con verdadera pasión v

por eso la recorría a pie, una y otra vez, sin cansar-

se, explicando a quien quisiera oírle que era la ad

ministradora de la ciudad y la encargada de cuidarla

que sus plazas, calles y montañas que la circundan

eran de su propiedad. Aun cuando vivía en el asilo,

salía todos los días a recorrer su Quito.


Tenía bastantes arrugas, pero conservaba vesti-

gios de haber sido una mujer hermosa. Se maquilla-

ba un poco. Los ojos, no. Un rojo corazón ocupaba el

lugar de sus labios. Sus arreboladas mejillas recibían

un toque infantil de colorete, formando dos círculos

casi perfectos.

Medía poco menos de metro y medio, era muy

delgada, no se sabe si por vanidad al querer conser-

var su figura o porque no se alimentaba suficiente-

mente bien.

Compartía lo que tenía, que por lo general era

co. Vivía en casa de su hermano, según decía, aun-

po

que nunca la vi con nadie y no parecía tener familia

Sus únicas pertenencias eran una cama de una plaza,

un edredón de plumas y un lustroso armario con

agarraderas en donde guardaba su mayor tesoro: una

gran colección de ropa muy original, proveniente de

las mejores tiendas de Europa y Estados Unidos. Una

familia acomodada le obsequiaba las prendas de ves-

tir que ya no usaban y pagaba a las costureras Laura

Bustillos y Rosa Trujillo para que se las achicaran a su

tamaño. jAh, me olvidabal, en un rincón de su cuarto

tenía una caja de cuero repujado llena de encajes y

vuelos de mil colores. Cada vez que le llegaba ropa

nueva escogía con afán los encajes o los vuelos que

servirían para volver más elegante cada prenda de

vestir. Detestaba el polvo y tenía verdadera manía por

la limpieza de su habitación, la que brillaba como si


varios rayos de sol se hubiesen alojado en ella.

CAPITULO 2

Ella tenía verdadera fascinación por ese perso-

naje mágico que su abuela le había dicho que per

teneció a tres generaciones de habitantes de Quito

En ocasiones, "La Torera" saltaba de sus sueños y d

sus ensueños y le hablaba desde las anécdotas que

le habían narrado, las mismas que Azucena escuch

invadida de una curiosidad exagerada. Cuando de

"La Torera" se trataba, la joven simplemente dejaba

cuanto estuviera haciendo... o pensando... para de

dicar todo su apasionado interés a indagar y apren

der cuanto estuviera a su alcance.

Leía lo que publicaban los diarios y revistas

preguntaba a quienes vivieron en su época y se

conectaba a la Internet para ver si el google teni

información adicional. Pero quien más le hablaba

sobre el personaje de Quito era su abuela, que la ha-

bía conocido allá por los años sesentas.

Le entusiasmaba tanto escuchar a su abuela,

describirla con el más mínimo detalle a "La Torera",

tan curiosa, tan extraña, tan imponente desde su

corta estatura

Azucena pensaba que en verdad era una perso-

na alta, había supuesto en su imaginación por afecto

al extravagante personaje que era gigante.

_iCuéntame más, abuela! ¿Cómo sabes tantas

cosas de ella?
Verás, con el tiempo nos hicimos amigas, al

punto de que me invitó a conocer su dormitorio. A

veces pienso que fui su única vecina que pudo acce-

der a tan alto honor.

Le gustaba que la llamaran "doña Anita', aunque

la mayoría de los habitantes de Quito la conocían

como "La Torera". Posiblemente su apodo se debió a

su extraña apariencia, pero nadie sabe a quién se le

ocurrió nombrarla de esa manera. Lo cierto es que

de la noche a la mañana se convirtió en la persona

más estrafalaria de la época. Hay tantas cosas que

puedo contarte, en realidad, pues son muchas las

anécdotas que la gente de Quito relataba. Se decían

tantas cosas de "La Torera" que no se sabe a ciencia

cierta hasta dónde es realidad y cuándo es ficción

Así que mejor te cuento algo que pude presenciar

yo misma, un sábado por la manana en que fuimos

algunos estudiantes a realizar una visita al Observa-

torio Astronómico, ubicado dentro del parque de

La Alameda, para cumplir con una tarea. Luego de

la visita, decidimos remar en la laguna. Subimos en

s a remar por turnos. Cuando

estábamos como por la mitad de la laguna, una de mis

compañeras nos llamó la atención para que viéramos

lo que ocurría en un bote cercano. ¡No vas a creer lo

que vimos! "La Torera" estaba en la canoa. jPero eso

no es nadal! De repente su sombrero voló y ella tratá

de alcanzarlo, desbalanceando la embarcación. Do-

ña Anita cayó al agua sin remedio.


Como en otras ocasiones, Azucena se quedó

dormida, arrullada por la dulce voz de su abuela y por

las palabras que la llevaban gozosa a imaginar otras

dimensiones junto con su personaje favorito. Su boca

dibujaba una sonrisa y su respiración se escuchaba

cada vez más acompasada

Para la abuela esta pequeña jovencita, de algo

más de trece años, era lo más hermoso de su vida.

La contempló con mucho amor, pensando que el

tiempo había transcurrido demasiado rápido desde

que naciera. Extrañaba mecerla entre sus brazos co-

mo cuando era una bebita de meses. Ahora se había

convertido en una linda jovencita, esbelta y saluda-

ble, aunque no muy alta, tomando en cuenta su edad.

Muchas veces Azucena le volvió a interrogar

_¿De dónde llegó "La Torera"? ¿A qué se dedi-

caba? ¿Por qué le pusieron ese apodo tan curioso?

-Te he contado tantas cosas, que no sé si voy

a repetírtelo. Cuando Ana Bermeo llegó a la capital

desde Ambato, ciudad en la que había nacido y trans-

currido su juventud, era una mujer madura, toda-

vía joven. Un día cualquiera decidió que ella era la

administradora de la ciudad y que debía recorrer

sus calles y plazas vigilando que todo estuviera

bien. En esos tiempos, San Francisco de Quito era

una ciudad tranquila y no se escuchaban palabras

como inseguridad, vandalismo, agresión y otras

desagradables expresiones, tan comunes hoy en día.

Pocos autos circulaban por sus calles, lo que nos


permitía caminar largas distancias en poco tiempo.

A la mayorfa de habitantes de la ciudad nos gustaba

ir a pie, lo cual además era una buena manera de

mantenerse en forma.

Desde el amanecer, "La Torera" vigilaba las calles

y se la veía por diferentes zonas. Ya en San Marcos,

ya en La Vicentina, en El Tejar o la Plaza Grande, los

ciudadanos la reconocían y se divertían al verla pasar,

disimulando una sonrisa. Por la mañana recorría

El Placer y en la tarde se afirmaba haberla visto por

El Dorado. A todos extrañaba su fortaleza física que

le permitía caminar por horas sin cansarse. Era un

personaje de cuentos que aparecía misteriosamente

en cualquier parte.

Se desconoce desde cuándo los niños decidieron

burlarse de ella y llamarla por el mote que, la verdad,

le quedaba muy bien. "Torera, Torera" se escuchaba a

su paso, como un carto que salía de las gargantas in-

fantiles. También es incierto el día en que doña Anita

se cansó y empezó a perseguirles, bastón en mano, a

quienes la lamaban de esc modo a gritos y cantando,

mientras profería elegantes palabras que los niños no

lograban comprender: mozalbetes, pillines, picarones

y otras por el estilo.

CAPITULO 3

Azucena encontró una foto a colores de "La

Torera" en una revista que alguien le obsequió. La

observó largamente tratando de comprobar lo que


había investigado sobre el querido personaje de Quito

y descubrir en las líneas de su rostro sus angustias

e ilusiones, sus sueños pasacos, sus vivencias, sus

recuerdos. Invertía con cariño varios minutos diarios

contemplándola y acariciándola

Ella había adquirido la costumbre de pasar su

dedo indice con mucho cuidado por los bordes de

la fotografía, innumerables veces, dibujándola de

memoria, a veces con los ojos cerrados, para luego

acariciarla suavemente como si estuviese viva. Su

imaginación era desbordante.

Una noche, después de dibujarla varias veces,

escuchó su voz preguntando quedamente: "¿para qué

me llamas, jovencita, ¿también tú quieres burlarte

de mí?". Dejó de tocar la revista, la colocó en su lu-

gar, sobre el librero, entre otras muchas cosas escritas

que había coleccionado sobre doña Anita y se acostó

a dormir. Soñó con ella y con las calles de Quito que la

veían pasar con sus zapatos de tacón alto.

Otro día, mientras miraba con atención esa fo-

to, le pareció que la senora le guiñó un ojo. Cerró

la revista de un golpe y escuchó un prolongado

quejido que duró hasta colocarla en el librero. Salió

de su cuarto un tanto turbada y no volvió a mirarla

en varios días, hasta cuando se sintió segura de que

todo había sido producto de su imaginación. Y fue

entonces cuando ocurrió... IHabía estado pasando su

dedo, varias veces, sobre la figura pequeña y delica-

da, deteniéndose un poco en su rostro y en el elegan-


te sombrero, cuando "La Torera" escapó de la página

de la revista y se paró erguida frente a la confundida

joven. La miró en silencio, frunció el entrecejo e hizo

una mueca presuntuosa, engreída, aniñada.

Sus ojos se abrieron hasta el tope y su boca no

pudo articular palabra. La mujer la increpó severa

mente:

¿Y bien?… ya lo has logrado y ahora, ¿qué?

¡No te quedes como muda, jovencita! ¿O es que "se

te comieron la lenguu los ratones'? kzucoena era

toda ojos, la recorría de arriba abajo examinándola,

guardándola para siempre en sus pupilas

-Me costó mucho trabajo, no creas, decidirme

a venir, Varias veces estuve a punto de hacerlo, pero

lo pensé mejor y me detuve. Rondaba mi cabeza un

pensamiento extraño: "debe ser difícil regresar a un

lugar en el que nunca antes has estado. Porque estoy

segura de que mi ciudad ya no es mi ciudad. Quiero

decir creo que Quito debe haber cambiado mucho

desde que me fui. No sé cuánto tiempo estuve ausente

e ignoro cómo es la ciudad actual, pero no soy tonta

para pensar que sigue igual de como la dejé. Eso de

volver me causa espanto. Sin embargo, tus constantes

llamadas me sacaron de la comodidad de esas páginas.

--¡¿En verdad cs usted, señora?'--musitó la joven,

frotándose los ojos y un tanto confundida por tanto

discurso

-"¿En verdad es usted, señora?" iAcaso no me

estás viendo, jovencita tonta, ¿también quieres


burlarte de mí?... te daré con el bastón.

--No me burlaré, ¡Claro que no! ¡Dígame que no

estoy soñando!, tenía tanta ilusión de conocerla, de

verdad. Pensé que eso era imposible

-Ya tú ves que no es así. Ahora dime, ¿para qué

me quieres?

+Oh, es que no lo sé, de veras! Nunca me lma-

giné que la tendría frente a mí.

-iNo lo imaginaste, tontuela? Como si pudieras

ir por allí, llamando a la gente, sin dejarla descansar

cómodamente sobre el papel, y luego hacerte la

desentendida.

No, no es así, no cref que esto ocurriría. Sola-

mente acariciaba su figura que siempre me llamó

mucho la atención. Es usted mi personaje favorito del

Quito antiguo..

¿Quito antiguo has dicho?, tamaña ignorancia

Soy un personaje del moderno siglo XX, del mismo en

que se inventaron los televisores y el hombre llegó a

la Luna

Ya lo sé, mi querida señora. Créame que pocas

personas sabrán más que yo sobre su digna persona.

He atesorado toda la información que he podido

conseguir.

La dama estiró su cuello con aires de grandeza,

hizo una morisqueta con la nariz respingada y se

dirigió a la ventana gritando:

¡Estoy aquí, jardín de mis amores! ¡Estoy aquí,

gloriosa capital!
Miró hacia abajo. Azucena vivía con sus padres

en un pequeño y cómodo departamento del quinto

piso, con una hermosa vista de la ciudad. Se alejó

de la ventana retrocediendo, como si hubiera visto

algo increíble, algo que desbordaba su comprensión

Dio un traspié y casi se cae al piso, ipor caminar de

espaldas, claro!

→En dónde estamos, jovencita?, creí que está-

bamos en Quito..

-En Quito estamos, claro que sí, en el Quito del

siglo XXI. Yo nací casi al comenzar el nuevo siglo, por

no decir casi al terminar el anterior. Comprenda, pa-

ra mí es usted un personaje antiguo.

El silencio flotó en el ambiente por breves

segundos. "La Torera" midió con sus pequeños pies

la habitación de Azucena, recorriéndola varias veces

de un lado al otro. Finalmente se encaminó hacia la

ventana para volver a mirar, lo que hizo con timidez.

como esperando encontrar del otro lado del cristall

algo sobrecogedor. Retrocedió otra vez, para mirar

de nuevo. Entonces envió al espacio un prolongado

suspiro de satisfacción, miró a la joven y con una

mano le hizo señas de que se acercara, mientras con

la otra sostenía firmemente el conocido palo rojo

Ven, pequeña, acércate más. Me gustaría

que me llevaras a pasear por la ciudad, tengo que

reconocerla pues desde esta distancia no veo nada

conocido. Quisiera ir a los lugares que en mis largas

caminatas recorrí: al Itchimbía, lugar en que en mi


tiempo vivía una brujita; a la Plaza Grande, con sus

jubilados descansando en las bancas del parque; a

tomar helados en San Agustín, jmmmmm, delicio-

sosl; al parque de El Ejido, jy también a La Alameda..

Casi me olvido... a la calle Cordero, a la casa donde vivi

antes de ir a ese remedo de asilo.

-Le llevaré a donde usted quiera, pero tendre-

mos que pedirle permiso a mi mamá.

No, no, no, eso sí que no. No quiero que me vea

nadie más que tú. Tampoco quiero hablar con otra

persona. Te juro que si no es así, volveré a la revista de

donde salí.

Azucena se despreocupó y se echó a reír. Le di

veria mucho ver sus gestos presuntuosos y notar que

era más alta que la menuda señora, la misma que la

miraba desde su escasa estatura sin entender la razón

de su festejo. Puso una cara muy seria, de curiosidad.

Pensó que tenía la expresión de un perrito desvalido

que quería ser mimado, dejó de reft, le tomó de la

mano y la llevó hasta la pared del otro lado, en cuyo

borde tenía una tabla dividida en centímetros, en la

que acostumbraba señalar con un lápiz, por encima

de su cabeza, para saber cómo iba creciendo mes a

mes. Le pidió que se quite los zapatos, la arrimó lo que

más pudo y la midió: un metro con cuarenta y nueve

centímetros. Volvió a reír recordando que lo había

leído en algún lugar. La apartó al tiempo que le alcan-

zaba los pequeños zapatos y se colocó en el mismo

sitio, pasó el lápiz sobre su cabeza, muy pegadito, y


marcó. Se movió para mirar y comprobó que ella

medía un metro con cincuenta y seis centímetros, lo

mismo que debía medir la señora con los zapatos de

tacones puestos.

Le explicó, con sus mejores maneras, que le cau-

saba mucha gracia que fuera más pequeña y menuda

que ella. Y se ganó un golpe de palo rojo, después de

lo cual "La Torera" no volvió a hablar más. Regresó

junto a la ventana y se dedicó a contemplar la ciudad

cuyas luces empezaban a encenderse acompañando

la precipitada caída del sol. Pronto las sombras se

adueñaron de la habitación y ella prendió la luz para

seguir observando a su singular visitante.

Alguien tocó la puerta del cuarto y la sorprendió

La madre de Azucena le pedía que saliera a merendar

Le respondió que se lavaría las manos y pasaría a la

mesa enseguida, mientras hacía un gesto de silencio

poniendo su dedito sobre la boca. Antes de salir del

cuarto pidió a doña Ana que la esperara, que no se le

ocurriera salir y peor aún regresar al lugar de donde

había venido. Cuando volvió a entrar, le alargó un

plato de comida que su huésped disfrutó, diciendo:

-Gracias hija, hace mucho que no disfrutaba

algo así

-Me alegro que le guste. Mi mamá cocina muy

bien

Sin embargo, el plato quedó casi lleno

-Muy sabroso y más que suficiente

ーParece que no le ha gustado. Come usted como


el jilguerito que entra a la cocina de mi abuela a bus

car migas de pan.

ーEstoy desacostumbrada, ¿sabes, en la revista

nunca comí.

-Me imagino que no. Y seguramente tampoco

durmió porque siempre que abría la revista le pude

observar mirándome con esa mirada fija de las

fotografías.

Bien que lo dices pues, -bostezando- a pro-

pósito, tengo mucho sueño. No duermo desde la fe-

cha en que me hicieron esa foto, y no me preguntes

cuándo fue porque, en primer lugar no me acuerdo

y en segundo lugar no quiero que vuelvas a llamarme

"antigua'

-Entonces vamos a la cama, tenemos que

descansar. Además debo levantarme temprano para

ir al cole. Este año terminaré el ciclo básico, ¿sabe?

significa. Imagino que serás buena estudiante, ¿no?

-Gracias hija, hace mucho que no disfrutaba

algo así

-Me alegro que le guste. Mi mamá cocina muy

bien

Sin embargo, el plato quedó casi lleno

-Muy sabroso y más que suficiente

ーParece que no le ha gustado. Come usted como

el jilguerito que entra a la cocina de mi abuela a bus

car migas de pan.

ーEstoy desacostumbrada, ¿sabes, en la revista


nunca comí.

-Me imagino que no. Y seguramente tampoco

durmió porque siempre que abría la revista le pude

observar mirándome con esa mirada fija de las

fotografías.

Bien que lo dices pues, -bostezando- a pro-

pósito, tengo mucho sueño. No duermo desde la fe-

cha en que me hicieron esa foto, y no me preguntes

cuándo fue porque, en primer lugar no me acuerdo

y en segundo lugar no quiero que vuelvas a llamarme

"antigua'

-Entonces vamos a la cama, tenemos que

descansar. Además debo levantarme temprano para

ir al cole. Este año terminaré el ciclo básico, ¿sabe?

significa. Imagino que serás buena estudiante, ¿no?

CAPITULO IV

A la mañana siguiente, Azucena saltó de la cama

tan pronto sonó el despertador y vio a "La Torera"

bañada y vestida, buscando algo en la peinadora.

Encontró una botellita de perfume y se puso un poco

tras las orejas, otro poco en las muñecas y algo más

en el cabello aún mojado, antes de colocarse el som-

brero. La joven, sonriendo, voló a la ducha y rcgresó

con el uniforme puesto y los zapatos bien lustrados.

-Mamá no tardará en llamarme a desayunar.

Tendrá que permanecer aquí hasta que yo regrese,

que será como a mediodía. Entonces planearemos

nuestros recorridos por Quito, le parece?


Hasta me perfume y tengo que quedarme

encerrada?

No podemos hacer otra cosa, comprenda, ¿o

quiere que mamá la vea?

Nadie vendrá aquí hasta que vuelvas?

Nadie, créame. Mis padres están de salida

también, deben ir a trabajar

_¿Tu mamá también trabaja?

-Claro que sí.

En mi tiempo las mamás no trabajaban. Se

dedicaban a cuidar a sus hijos

-Mi mamá me cuidó mucho, pero ya soy gran-

de y no quiero depender de ella para todo. Cuando

vuelva seguiremos hablando.

La joven salió apresuradamente después de ten-

der la cama y recoger su mochila. Casi enseguida

regresó con un vaso de leche con chocolate y dos

bizcochos que puso en manos de la dama con una

amplia sonrisa pues sabía que le encantaban. Se

marchó nuevamente mientras su huésped se su

mergía en el placer' de los alimentos añorados

Recordaba con nostalgia la panadería de Don

Alfonsito, en San Marcos. Sus bizcochos eran los

mejores del mundo, sin embargo, los que su nueva

amiga le diera le parecieron buenísimos. Hace años

los panaderos se los obsequiaban cuando pasaba

frente a las panaderías en sus interminables cami-

natas por la ciudad.

Más tarde la soledad inundó la habitación.


Solamente se oía el silencio. De pronto, los latidos de

su corazón se dejaron escuchar al tiempo que se acer-

có a la ventana. Por momentos se aceleraban, cuando

lograba identificar algo en el horizonte, al parecer las

faldas del Pichincha, el Panecillo, la Basílica, que era lo

que se podía ver desde allí. Se acercó allibrero, tomó la

revista de donde había venido, la abrió en la página de

su fotografía y dio un respingo al comprobar que aun

estaba allí. No entendía el fenómeno. Había creído

que su espacio estaría en blanco y no era así. Pensó

que se había duplicado...o desdoblado, y decidió no

seguir preocupándose por eso, de manera que cerró

la revista y la devolvió a su lugar con otro gesto de

suficiencia. Poco después se encontraba zambullida

en el aburrimiento más feroz. Se puso a curiosear por

la habitación para ver si encontraba algo digno de ser

tomado en cuenta. Además de la cama, el librero y los

peluches, su joven amiga tenía un pequeno escritorio

sobre el que realizaba sus tareas escolares, una silla y

la minipeinadora de la que había cogido el perfume

que se pusiera. Acercó las muñecas ala nariz e hizo un

gesto de complacencia por el bonito olor. Se recostó

en la cama arreglada y cerró los ojos.

Cuando Azucena llegó, a eso de las dos de la tar-

de, la cncontrió soñando en épocas pasadas, La des-

pertó suavemente y la invitó a almorzar

-Mi madre deja el almuerzo hecho antes der a

su trabajo. Vamos a comer, debe tener hambre. Nadie

la verá pues estamos solas en casa, mis padres no


legan antes de las siete.

La dama demostró su agrado ante la sopa de

arroz de cebada con col, tan serrana. Su júbilo fue

mayor al saborear los llapingachos con salsa de

maní, acompañados con chorizo frito y ensalada de

lechuga. No perdió la oportunidad de manifestar que

en Ambato este plato era inigualable y que le faltó el

huevo frito.

Después de almorzar decidieron hacer un primer

paseo juntas. La chica llamó por teléfono a su madre

y le avisó que saldría por un par de horas con una

amiguita.

Quisiera ir primero a la casa donde viví. Ya te

lo dije, en la calle Cordero y avenida Colón, frente

a La Circasiana. Allí estuve varios años en lo de mi

hermand.

-Sí, está bien, allá iremos, pero le adelanto

que tal vez algunas cosas habrán cambiado desde la

época en que usted vivía en el sector. Ya sabe, las ciu

dades crecen y se vuelven desconocidas, aun para las

personas que permanecen en ellas.

Al salir del departamento, ambas tuvieron la ex-

traña sensación de que alguien las estaba espiando;

es más, les pareció que salió detrás de ellas, pero no

vieron a nadie, de manera que cerraron la puerta

con llave, se dirigieron al viejo ascensor y entraron

en él. Al cerrarse y ponerse en marcha, la dama hizo

una exclamación y explicó que el movimiento aquel

le causaba estupoj, que sentía, en cierta forma, que


estaba volando hacia abajo y eso la confundía.

Salieron del editicio sintiéndose observadas por

alguna misteriosa sombra y caminaron varias cua-

dras hasta la Avenida Colón, siempre regresando a ver

a sus espaldas y sin descubrir absolutamente nada

Llegaron a la parada y tomaron un autobis que las

dejó en las avenidas 10 de Лgosto y Colón, frente a La

Circasiana. Azucena señaló con el dedo preguntan

do si reconocía el restaurado edificio con bellos

jardines y esculturas de caballos, a lo que "La Torera

respondio que antes toda la cuadra estaba rodeada

por un alto muro de ladrillo, que nunca pudo ver el

interior de la propiedad del conde Jijón y Caamaño

y que ahora esa esquina lucía hermosa y llamativa

Cruzaron la calle juntas y se encaminaron hacia la

Cordero por la vereda. Entonces la señora lanzó al aire

una exclamación inesperada:

Jesús! ¿y eso qué es?-dijo señalando la es

tación del trole- ¡No sabía que ahora Quito tenía

estaciones espaciales!

La muchachita se echó a reír y trató de explicar lo

que era

-Nada del espacio, nada de eso, es una simple

estación de trolebús.

ー¿Y qué diablos es eso? ¡Cómo han dañado esta

esquina! toda la avenida 10 de Agosto. Ahora cómo

voy a caminar a salvo por estas queridas calles si he de

encontrar un monstruo de estos a cada paso. Además,

me parece que hay demasiados carros, mucho ruido


y contaminación. Cuando vivía en la otra esquina,

por este sector circulaban muy pocos autos, y aún asi

tenía problemas para cruzar la avenida. Los carros me

atemorizan, ¿sabes? En general, la ciudad tenía tan

pocos que el olor era diferente. Ahora huele a gasolina,

a aceite, a humo. No sé si podré volver a vivir donde

vivía antes, seguro que por las noches no se puede

dormir, jcaray!

-El trolebús es una solución a los problemas

de transporte que la ciudad ha tenido que enfrentar.

Una forma de trasladarse de un lugar a otro en menos

tiempo, porque la avenida tiene una vía especial para

estas unidades, sin que exista interferencia de otros

vehículos, los mismos que van por las vías externas. Si

usted quiere, podemos subir en uno de esos para que

lo comprenda mejor.

Ahora no, pequeña, ahora no. Quiero ir a mi

casa primero

Así, se encaminaron a la siguiente esquina, don-

de encontraron un gran edificio comercial en el

lugar en que doña Anita recordaba la casa de color

amarillo claro, de tres pisos, en cuya planta baja tuvo

su pequeña habitación. Las lágrimas corrieron por

su rostro mientras los recuerdos desfilaban por su

mente, en contraste con la realidad que aparecía cruel

a sus sorprendidos ojos

De verdad le dolió ver tantos cambios. Pensaba

en las casas pequeñas que adomaban las veredas,

en las de uno o dos pisos. Recordaba que la suya era


alta en esa esquina. Ahora se vería tan pequeña junto

a los enormes edificios que habían levantado en la

zona. La estación del trole ie parecía inadecuada.

Le desagradaba el inusual movimiento del sector, la

cantidad de locales comerciales que habían instalado

y tanta gente caminando de sur a norte, de norte a sur.

Y sobre todo los autos, muchos autos. Los pitos, las

sirenas. Demasiado ruido para ella.

Permaneció en silencio largo rato, silencio que

Azucena no se atrevió a interrumpir. La contempló

con ternura y pensó en su abuela ayudándola a cruzar

la avenida, precisamente allí en esa esquina, en donde

ahora era imposible hacerlo debido a la ruta del trole.

Para pasar al otro lado tendrían que retroceder una

cuadra hasta el semáforo más cercano. Volteó para

comprobarlo y le pareció ver la sombra esconderse

tras una de las esculturas de caballos dentro del jardín

de la antigua Circasiana.

Cuando "La Torera" terminó de llorar, en un

extraño gesto de acercamiento -extraño en ella, tan

distante, tan poco dada a tener contacto físico conotro

ser humano- tomó la mano de su amiga jovencita y

le pidió la llevara de vuelta a su departamento. Ella le

contestó que era muy temprano, que faltaba bastante

para que sus padres regresaran, que podían seguir

paseando, subir al trole, pero no quiso escuchar nada

ni hacer nada, itanto le había sorprendido el ahora

desconocido lugar!, itanto le había deprimido!

De manera que fueron caminando, tomadas de


la mano como dos escolares, hasta la esquina de la 9

de Octubre, para subirse al bus Colón Camal que las

dejaría cerca del edificio de ocho pisos donde, desde

la víspera, compartían una pequeña habitación con

ventana a la calle.

Esa noche no quiso comer nada. Cuando Azucena

entró a su cuarto, después de merendar con sus

padres, estaba dormida o aparentaba estarlo.

CAPITULO V

Se levantó temprano y se acercó a la ventana. Al

despertar, la joven la encontró sonriendo divertida.

Preguntó:

La Basílica, jla conoces?

-¡Sí, claro!

-Dime, ¿ya está terminada?

-No, creo que no, ¿por qué?

-Cuando llegué a Quito la conocí. Fui muchas

veces a misa. Me sorprendía que estuviera en cons-

trucción, entonces dije: "Cuando terminen de cons-

truirla me voy a casar aquf. Lo dije con seguridad pues

tenía muchos pretendientes, ¿sabes?, fui una mujer

muy hermosa. Una vez me enamoré de verdad. El era

torero. Yo siempre iba a verle forear. Me encantaba

admirar su elegancia frente al toro en cada corrida.

Esto era en Ambato. Luego se murió y creí que con él

se acabó el amor para mi, tal vez por eso decidí mu-

darme acá. Cuando vi esta iglesia gótica inacabada la

frase que te cuento me salió del alma, quizás como un


presentimiento de que nunca la terminarian... o más

bien de que nunca me habría de casar. La última vez

que la vi seguía en construcción.

-Aún lo sigue. Esta iglesia ha sido construida

con limosnas; mejor dicho, así está siendo construida.

Parece que ya falta poco para que la terminen, ino sé!

Le dolió tener que irse dejándola sunergida en

sus recuerdos sentimentales, pero se despidió y se fue

para no llegar tarde al colegio

Dona Anita permaneció la mañana en compañía

de sus recuerdos juveniles. No sabía si ella escribió

ese pequeño poema o si más bien su enamorado se lo

recitó algún día, pero empezó a decir unos versos, casi

sin darse cuenta:

Corro tras la ilusión perdida,

escapada de la celda de mis sueños

La alcanzo, mas se suelta bruscamente,

deja en mis manos la huella de su huida.

Se le ocurrió que ella misma debió haberlo

escrito y que tras esa ilusión viajó a la capital un día

También pensó que la ilusión aquella siguió huyenodo

cobardemente y que nunca la llegó a alcanzar. Era, sin

duda alguna, la ilusión que se le fue tras su torero.

Azucena regresó muy alegre para almorzar e ir

juntas de paseo al Itchimbía. Estaba segura de que lo

disfrutarían más que el locro de sambo que su madre

preparara en la mañana y que no consideraba un

deleite, pero la dama sí, y eso era suficiente para ella

pues estaba empeñada en que "La Torera" se sintiera


feliz en su casa

Entre buses y distancias, tuvieron que caminar

bastante. De vez en cuando reparaban en una sombra

que parecía seguirlas manteniendo prudentemente

un espacio que la separaba de ellas. Cuando al fin

llegaron, "La Torera" abrió tanto la boca que esta se

negó a cerrarse después, y es que debió impactarle

cómo luce ese lugar ahora. Primero la puerta enrejada

con dos guardias, los senderos para peatones, las

calles y parqueaderos, el césped cortado, las flores de

colores, arbustos y arbolitos, jardines circundados por

caminos adoquinados... y luego jel Palacio de Cristal

Su boca se abrió aún más y dejó pasar los segundos

sin hablar. Llenó de aire sus pulmones escandalo-

samente, lo dejó salir de a poquito y por fin pudo decir:

iCucardas

-Qué, ¿qué?
-Cucardas. Esas flores amarillas de grande

pétalos se llaman cucardas. Aunque los árboles son

pequeños aun, mira cómo están cargados de flores,

La última vez que vine a este lugar no era tan bonito,

¿sabes? Aquí en confianza, más bien lucía un poco

feo. Había algunas casuchas por aquí-volteando la

mirada, de un lado al otro.

_¿En una de ellas vivía su amiga la brujita?

Si, así es. A veces venfa a visitarla. Sobre todo,

para ver la ciudad desde acá arriba. Se la divisaba

casi completa-seguía paseando la mirada-¿Tras-

ladaron acá el Palacio de Gobierno?, más parece el


palacio de un resy, zacaso ahora tenemos monarquía?

Claro que no,-riendo- el Palacio de Caron-

delet permanece en la Plaza Grande y vivimos en

democracia. Este es el Palacio de Cristal. Aquí rea-

lizan exposiciones de arte, de artesanías, de piezas

arqueológicas, presentaciones musicales y de danza.

Es como un palacio de las artes, mas o menos

Es muy hermoso, por cierto. ¿Cómo lucirá por

la noche? Si me caso en La Basflica me gustaría hacer

una fiesta de bodas en el Palacio, ¿qué te parece? No

pongas esa cara, jovencita, bien sabes que nunca me

casaré

-Es que se me olvidó decirle que aquí se cele-

bran bodas también. Las personas pueden alquilarel

palacio para su recepción.

Si volvemos por aquí alguna noche, recuérda-

me usar mi vestido rojo de lentejuelas, de lo contrario

no me sentiría a tono con el lugar.

Se aproximaron más. Subieron por la escalera.

Se detuvieron en la puerta para contemplar cómo

un grupo de personas caminaba colocando manteles

sobre varias mesas rectangulares ya dispuestas en el

enorme salón. Otras ponían arreglos florales en las

esquinas, a los lados de un escenario armado al fondo

y sobre las mesas tendidas. Una señorita se acercó

a las dos curiosas, observando con atención a la de

más edad y les preguntó si buscaban algo. Tomanda

del brazo a su acompañante, Azucena le dijo que

ella y su abuelita solamente estaban observando. La


chica les informó que organizaban una recepción de

matrimonio para esa noche y las invitó a acercarse.

Tan pronto dieron un paso dentro del Palacio, una

cucarda amarilla salió volando del buqué más cercano

y se colocó en el sombrero de la dama. Los manteles

fueron adornados con mariposas plateadas, iguales a

las que colgaban de los arreglos más altos ubicados

sobre mesas redondas. Una de esas mariposas color

plata saltó sobre la cartera de "La Torera" y se quedó

incrustada allí para siempre. La adolescente no podía

creerlo, pero aparentemente para su amiga eso era

normal.

Agradecieron la invitación y se fueron al exterior

para contemplar la ciudad. "La Torera" estaba per-

pleja, y a ratos un poco asustada de verla tan grande,

no era ni de lejos la que podía recordar.

-Lo único que soy capaz de reconocer-lo dijo

riendo- es La Basílica.

Caminaron hasta que el Panecillo se presentó

ante sus asombrados ojos y quiso saber detalles

sobre la estatua de la Virgen, después de reclamar

airadamente, sacudiendo su risueño palo rojo, por

qué el Alcalde ha permitido construir casas en las

faldas del montecillo

-Cuando yo fui la administradora de la ciudad,

a nadie se le ocurrió hacer semejante cosa. ¡Dios no

lo quieral, jno se lo hubiera permitido, no señor! Mi

montañita debió conservarse siempre como tal, ese

era su atractivo. Ahora está toda poblada, sin ningún


respeto.

Tal era su disgusto que decidió mirar hacia otro

lado. ¡Hasta se le olvidó que había preguntado sobre la

Virgen del Panecillo! Sus ojos se toparon con la Cima

de la Libertad. Manifestó su complacencia al ver una

edificación tan sobria en homenaje a los héroes de

la Batalla de Pichincha. Siguió observando atenta,

tratando de identificar cosas conocidas. Su dedo

señaló hacia el frente y dijo:

-Allá queda Hl Placer, pero veo algo que no

estaba antes ahí- A lo que su amiguita cxplicó que se

trataba de Yaku, el Museo del agua

-Yaku significa agua en quichua. ¿Y para qué

quiere Quito un Museo del agua?, icosa rara!, si el agua

está en todas partes, ¿por qué encerrarla en un museo?

-Es en honor al líquido vital y finito. _Con-

testó ella sonriendo con simpatía Los estudiantes

pueden aprender allí todo lo que necesitan saber

sobre el agua, tanto desde el punto de vista biológico,

científico, como del artístico pues en el museo se

representan las fuentes, los ríos, las cascadas.

Ya veo que mi pequeña estudiante ha apren-

dido muchas cosas

-Se trata de valorar el agua como elemento vi-

tal, estratégico y patrimonial. Quito fue nombrada

capital mundial del agua. Además, en esta época en

que el agua está escaseando en todo el mundo, bien

merece que se le haga un museo.

iEscaseando?, ¿qué quieres decir con eso, ni-


ña?

Hay extensas regiones desérticas en el planeta.

Los nevados están perdiendo su blancura. ¿Recuer-

da el Cotopaxi?, su nieve caía como un manto desde

la cumbre hasta sus bordes. Ahora no es más que

un sombrero pequeño suspendido en la cabeza del

volcán. ¡Mire, mire allá!, es el Cayambe, ¿se da cuenta

de qué le hablo?, antes aparecía cubierto por una

falda blanca, ahora solo tiene el inevitable sombrerito

arriba. Todo esto se debe al calentamiento global.

Dicen los científicos que este año será el más caliente

de toda la historia.

-Pues ya empieza a sentirse, pequeña. Ayer que

fuimos a ver mi casa sentí un calor agobiante. Fue otra

razón para querer volver de inmediato. Hoy también

he sentido mucho calor.

-A mediodía, Quito llega a estar a 27 grados

centígrados.

ー¡Eso es una locura! En mi tiempo la tempera-

tura promedio era 14 grados y si subía a 18 era dema-

siado, solíamos decir que parecía que estamos en la

Costa.

-En verdad está muy caliente, pero ya nos

explicaron en la tele lo del calentamiento global y esas

cosas. También, dijeron que el agua escasea cada vez

más. Imagínese que me contaron que los hieleros del

Chimborazo ya no tienen trabajo pues no hay hielo

para llevar a vender. La montaña ha perdido mucha

nieve. Eso está pasando con nuestros nevados y con


los de otros países, por lo tanto los ríos se van secando

y los desiertos siguen creciendo. ¡Perdemos agua,

señora

-¡Huy qué terrible, hijita! No me gusta nada lo que

me cuentas. Todos debemos esforzarnos por ahorrar

agua,¿Qué dices que es eso del calentamiento global?

-Parece ser que los seres humanos hemos agre-

dido tanto al planeta que este está protestando a

gritos. Hemos destruido la capa de ozono que cubre

la tierra y nos protegía de los candentes rayos de sol

Ahora se filtran muchos, demasiados, provocando

un calentamiento que derrite el hielo de los polos

Esto ocasiona muchas desgracias. En los lugares

antes fríos ahora hace demasiado calor, cae nieve en

donde nunca ha caído, el nivel de los mares asciende

e inunda las ciudades costeras; el rato menos pensado

se presentan los tsunamis, los maremotos. La gente

está muy asustada, doña Anita, en todo el mundo.

-Jesús! Qué me cuentas, jovencita. ¡Esto es un

espanto! No me asustes más.

-No era mi intención, querida señora, pero de-bo

reconocer que, a veces, siento mucho miedo... y pena

por el planeta

Mejor sigamos observando, de lo contrario me

voy a sentir deprimida. Dime, ¿qué son esos edificios

de varios pisos, allá a la derecha?, ¿esos azules en

degradé? Yo tenia un vestido igualito, empezaba en

blanco en el cuello y terminaba en azul bajo la rodilla

Hay un lila también.


Pertenecen a la Universidad Católica, son más

o menos nuevoS.

-Bonitos se ven. Allá enfrente, justo donde mi

dedo señala, vi un día un platillo volador. ¡Eni serio!,

no te rías, ite digo la verdad! Había venido a visitar a

la brujita que vivía por aquí en una humilde casucha

y, cuando ya me iba, decidí admirar el paisaje. Eran

como las cinco y media o seis de la tarde, antes

del anochecer. En todo caso, cuando vi esa cosa

suspendida en el aire me asusté, más bien dicho me

aterroricé pues su forma era la de un ovni, un plato de

esos. Cerré los ojos y resignada esperé la muerte. Crei

que me llevarían con ellos. Como no pasaba nada, los

abrí nuevamente y la nave seguía en el mismo lugar.

La contemplé un largo rato y la v bajar un poco,

subir nuevamente curvando en el aire muy rápido y

marcharse a la velocidad del rayo. Desapareció antes

de que caiga el sol.

La jovencita trataba de disimular una sonrisa e

intentó tomarla del brazo, pero ella se esquivó. Si-

guieron caminando por el sector, hasta que la señora

se detuvo en seco apretando el palo rojo. Los nudillos

de su mano se pusieron blancos. Unos pasos adelan-

te un grupo de chiquillos jugaban pelota. La joven rió.

¡¿Qué pasa?, ¿no desea continuar caminando?!

-Sí, hija, sí, pero no quiero pasar cerca de

esos niños, seguro me empezarán a fastidiar, como

siempre, a gritarme ¡Torera! Vamos, vamos, espero no

tener que perseguirlos.


Pasaron junto a los chicos que no les regresaron

a ver. Azucena le explicó que los niños actuales no la

conocen, no saben quién es, que pasa desapercibida,

que nadie la mira. Y siguieron su paseo admirando la

extensión de la capital hacia el norte y hacia el sur.

-Esto parece un país! La ciudad terminaba

antes, si mal no recuerdo. Más allá del Panecillo la

Villa Flora, La Magdalena, Chimbacalle con su es-

tación del tren. Ahora, mira, se va serpenteando allá

lejos, donde no alcanza la vista. Creo que al norte

legaba poco más allá del aeropuerto, ahora no tiene

fin. La llamaré "mi ciudad sin fin"

Estaban tan distraídas que olvidaron por com-

pleto la sombra que las siguiera hasta la entrada

del parque y que también las había acompañado el

día anterior. La vieron deslizarse tras la oficina de

Información, delante de la cual un grupo de unas

quince personas realizaba extraños movimientos,

imitando a un hombre que hacía lo mismo de frente

a ellas

_¿Están cazando tilingos?

-Lo que hacen se llama taichi; es algo chino,

como un deporte o algo así, también le dicen me-

ditación en movimiento.

Me estás hablando en chino, querida.

ー¿Qué son "tilingos".

Nada, absolutamente nada. Se dice cazando

tilingos cuando alguien hace "nada" Pero a mí me

parece que algo tratan de cazar pues estiran las manos


las cierran y constatan que no cazaron nada. ¡Hasta se

las miran incrédulos!

-Tal vez no quieren cazar nada, ni siquiera

tilingos. Dicen que esta es una disciplina oriental

vinculada a las artes marciales, que ayuda a que el

cuerpo humano armonice sus partes fiísica, mental y

espiritual.

-Así ha de ser, bonita. Lo que es yo, solo había

oído hablar del judo. Pero me gusta mucho que estas

personas hagan eso, si de ejercicio se trata. Además,

aquí arriba hay menos contaminación y seguramente

han de respirar mejor. Yo hacía mucho ejercicio

recorriendo las calles por horas. Creo que ahora no

podría hacerlo, no sería saludable. ¡Mira la nube de

polución que se extiende sobre la ciudad! Dios no

quiera, hija mía. Ni loca me pongo a caminar como lo

hacía antaño.

-No, señora, no es conveniente. No solo por el

esmog, contaminación o como se llame ¿polución

era la palabrita?

ーAsi también se dice, significa lo mismo.

-Pues eso es lo de menos, doña Anita, lo peor es

la inseguridad

_¿A qué te refieres?

_-Me refiero a que su querida "ciudad sin fin

se ha vuelto peligrosa. Ojalá tuviera fin, el fin de la

delincuencia.

¡Qué quieres decir, hija?


¡Eso! la ciudad se ha vuelto peligrosa. Ahora no

podemos caminar libremente por cualquier lugar. En

todas partes encontramos amenazas. Hay ladrones

que asaltan a las personas en las calles, otros que se

meten a las casas y otros más que asaltan bancos y

grandes almacenes.

-Me parece que estás exagerando, pequeña.

-No señora, no exagero. Si tuviera televisor en mi

cuarto, podríamos ver las noticias y se daría cuenta de

ue digo la verdad. Todos los días ocurre algo malo,

se lo aseguro. Pero no tengo televisor y no me gusta

ver las noticias por las noches porque me impre-

siono mucho y después no puedo dormir. Antes, los

noticieros decían solamente las cosas importantes,

ahora todos tienen "crónica roja'", son alarmistas y les

encanta mostrar cadáveres y accidentes. A mí no me

gusta ver esas cosas y mis padres taimpoco quieren que

las vea. Créame, señora, que nunca dicen nada bueno

en la tele, a excepción de alguna cosita relacionada

con deportes; lo demás es noticias políticas y crónica

roja, como si lo bueno no tuviese que ser mostrado o

difundido. Es por eso que por las noches no voy a ver

televisión con mis padres, están acostumbrados a que

me vaya a mi cuarto temprano. En estos momentos

es conveniente, así podemos pasar juntas más tiempo

antes de dormir

Cuando llegaron a casa, la joven abrió la revista y

se fijó en la cartera que la mujer de la fotografífa tenía

en su mano. Ninguna mariposa plateada aparecía allí.


Tampoco había cucardas en el sombrero.

Mientras, "La Torera" había adoptado una postu-

ra extraña. Sentada en la silla, frente al escritorio, se

quitó el sombrero, puso las dos manos en su cabeza

las movió como si quisiera extraer algo de ella. Luego

se puso de pie, se acercó a su anfitriona y recitó:

Es el sueño un gran rollo de seda

que, a medida que pasa la noche,

aventuras sin fin, en derroche

de ilusión y placer, desenreda.

-iQué bonitas cosas dice!

-Casi no puedo recordarlas, hija. Me costó

_¿Las sacó de su cabeza?, ¿no las leyó en algún

bastante esfuerzo sacarlas de mi cabeza.

libro?

Estoy segura que no.

ーEs hora de ir a la cama, supongo. A ver si

desenredamos muchas aventuras en nuestros sueños

Diciendo esto, Azucena preparó la cama como de

costumbre, acomodando primero en ella a la familia

de peluches. Prendió el radio y permitió que las notas

azules del Lago de los Cisnes inundara la habitación

semioscura. Se acostaron separadas por los suaves

muñecos y sin hablar para no interrumpir la música.

Esanocheles costó conciliarel sueño. ¡Demasiadas

emociones para una sola tarde!

CAPITULO VI

Para ir a la Plaza Grande utilizaron varias formas


de transporte. A pie hasta la parada de los buses. To-

maron uno que las dejó en la avenida 10 de Agosto

donde, a empujones, ella logró meter a doña Anita

Bermeo en el trole, pues la inocente se resistía

mientras seguía diciendo que esas estaciones se

asemejaban a las de los cohetes, a las espaciales. Unas

pocas personas les miraron sonriendo, mientras 1a

muchacha explicaba que su abuelita venía de lejos

que era la primera vez que subía al trole y tenía miedo.

Un señor bien educado le cedió el asiento y la

dama viajó sentada hasta la parada del Teatro Bolívar.

Azucena pensaba que eso era tan raro, ya nadie cede

el asiento en el transporte público, ni siquiera a las

señoras que llevan un bebé en brazos. Así se lo dijo

tan pronto pudo acercarse. "La Torera" respondió que

en su tiempo, en cambio, los caballeros cedían los

asientos a las damas, por jóvenes que estas fueran

Cuando se bajaron de la unidad, la sombra se bajó

también y se escondió detrás de un quiosco de |a

esquina.

La señora iba muy alegre. El palo rojo brincaba

en su mano y el corazón en su pecho. Alabó la calle

adoquinada y los arbolitos que le daban color y

olor a naturaleza viva. Llegaron a la Plaza dela

Independencia, donde buscaba ansiosamente algún

rostro conocido entre los jubilados que hojeaban sus

periódicos sentados en las bancas nuevas, ignorando

tal vez que sus amigos ya no se encontraban allí,

donde acostumbraba visitarlos en otras épocas. Sin


perder la alegria se puso a observar los edificios que

la rodeaban y a decir sus impresiones en voz muy alta.

Demasiado alta.

-¿Es idea mia o la Catedral es más hermosa

ahora?, hasta el gallo parece que canta de contento!

El Hotel Majestic. Cuando llegué a vivir aquí era el

más lujoso e importante, pero ahora se ve mejor

Claro que sí, es que está recién restaurado

Ahora se lama Hotel de la Plaza, es de cinco estrelasl

-Y eso ¿qué significa?

-Significa que es un hotel de lujo. Es una especie

de calificación que ponen a los hoteles. Se ve muy

elegante por fuera, imagino que por dentro es nas

-¡Ah, el Palacio de Carondelet! Lo mantienen

muy bien, parece recién pintado. ¿Y al frente que

tenemos?

-El Palacio Municipal

-La Alcaldía, en otras palabras. Si yo continuara

siendo la administradora de la ciudad, allí trabajaría,

¿no es cierto?

-iPor supuesto!

Se sentaron en una banca a descansar unos

minutos y siguieron observándolo todo: la gente

pasaba por allí disfrutando el paseo como si no tuviera

ninguna prisa, algunos turistas tomaban fotografías,

las palomas picoteaban las migas que lograban caer

al suelo desde los panes que comían los ancianos. Bl

gallo de la Catedral dedicó a la dama su mejor canto,

para sorpresa de Azucena. "La Torera" no hizo ningún


gesto. Parecía que estaba acostumbrada a cuantas

cosas raras acontecieran a su alrededor. Miraba con

los ojos iluminados. Entonces reparó en las carretas

tiradas por caballos y suspiró.

Qué romántico!, ¡cómo me habría gustado

pasear en una de esas con mi torero! Ahora sí que me

parece estar en la antigücdad, pero en la antigua, a la

que no pertenezco, como ya te lo he dicho

Si usted desea, podemos dar un paseíto en la

carreta...

¿De veras?

-Clanoque si, varatos a la estación a comprarloe

boletos.

Cuando les tocó el turno de abordar una carreta.

la dama tuvo dificultad para subir. Azucena le ayudó

con mucho esfuerzo y al fin lograron sentarse mirando

hacia el caballo, es decir hacia delante. Pasearon por

las calles del centro mientras "La Torera" no dejaba de

alabar lo bonito que se veía todo. Consideraba que el

verdadero Quito era ese, el del Centro Histórico, el que

tenía sabor e identidad. Cuando terminó el pequeño

viaje, la señora se negó a bajar, dijo que era la mejor

manera de recorrer las calles quiteñas, ya que no se

atrevía a hacerlo a pic. La chica tuvo que convencerle

de que el paseo había terminado y debían descender

pues había otras personas esperando para hacer un

recorrido igual. El conductor empezó a impacientar

se y ayudó a la joven a bajar a "La Torera" del vehículo

casi a la fuerza
Entraron un momento a La Compañía a decir

unas oraciones y caminaron hacia San Francisco. La

dama se sorprendió al ver la plaza tan bien cuidada

la iglesia y el convento le parecieron brillar como

nuevos... y recordó

Esta es la primera iglesia de Quito, isa

la primera del continente! El misionero flamen

Fray Jodoco Ricke dirigió su construcción sobre los

restos de un palacio inca, residencia del gobernador

y de los capitanes de Huayna Cápac, con las piedras

que se conseguían en las canteras del Pichincha. La

construcción de la iglesia duró más de doce años. Una

vez terminada, los curitas franciscanos decidieron

hacer un gran convento, un atrio y otras construcciones

que habrían de formar ese majestuoso conjunto

arquitectónico, lo que tomó alrededor de setenta años,

si no me equivoco

iOh, cuánto sabe, señora!

-Aún no te he contado muchas cosas de mi ciudad,

pequeña. Quise buscar a un amigo, pero comprendo

que no lo encontraré, como no encontré a mis amigos

los "chullas" en las bancas de la Plaza Grande. A mi

amigo le decfamos "El taita pendejadas'. Recorría Quito

empujando una carreta demadera, llena de cachivaches

de trastos que iba recogiendo por donde pasaba.

Muchas personas le regalaban cosas que en sus casas ya

no usaban. Otras, almas benditas, le obsequiaban qué

.comer o alguna prenda de vestir, por eso en ocasiones

no parecía un mendigo. El era muy delgado, casi flaco;


le faltaban algunos diente., .ra "chimuelo:. Teníala

barba crecida y la mirada triste. Parecía que atesorar

vejeces le mantenía con vida. Como un coleccionista,

había hecho de su tarea impaga, no reconocida, la

razón de su existencia. La carreta estaba llena, repleta

de cosas inútiles que parecían querer caer de ella

Había puesto unos palos largos a los cuatro costados

para tener de dónde seguir colgando cosas.

Azucena podía verlo. La descripción que la se-

ñora hacía era tan vívida que la joven lo veía si

dientes y con sus ojos tristes sobresaliendo de

cara peluda. Diría que aquel señor era mucho más

que un ropavejero, era un personaje típico de la urbe

conventual

De regreso a la Plaza Grande, se le ocurrió a la

joven llevar a "La Torera" al Centro Cultural Metro

politano. Pudieron apreciar una muestra de pintura

figurativa que a la señora le pareció casi de fotograffa

estaba encantada! Luego, entraron al Museo de Cera

para yer las figuras de los próceres del 2 de Agosto de

1809. Cuando estaban a la entrada del salón donde se

exhiben, en la pequeña celda en que Eugenio Espejo

estuvo preso, se apagó la luz y escucharon gritos

Torera" salió corriendo y Azucena detrás. Le costó

trabajo convencerla de volver a entrar, explicándole

que son voces grabadas que teatralizan la terrible

escena. Finalmente regresaron a ver las figuras de

la dama le conmovieron mucho. Salieron

de alli conversando de historia. Azucena le explico


que las clases ahora son muy prácticas y que sus

maestros llevan a los estudiantes a visitar museos y

lugares históricos para que comprendan mejor lo que

estudian.

Se alejaron hacia el Teatro Bolívar. La muchacha

contaba que hubo un lamentable incendio de grandes

magnitudes que casi terminó con el elegante teatro

que todavía estaba en remodelación; pese a lo cual se

realizan en él numerosas actividades culturales; eso

sí, ya no se proyectan películas, pero hay espectáculos

nacionales e internacionales de teatro, música y

danza.

-En el hall del teatro estaba el Wonder Bar. No

sé si por las noches era un bar, pues nunca estuve por

estos lados cuando ya estaba oscuro. En las tardes

se podía tomar el té. Un día vine con mis amigos del

trabajo a comer un cebiche, no recuerdo si era de

camarón o de langostino, pero sí recuerdo que era el

mejor que había saboreado en toda mi vida. Ese día

ocurrió algo gracioso: Una de las chicas que estaba en

el grupo dijo que nunca ha comido esos animalitos.

Insistimos en que también comiera un ceviche, como

todos los demás, y no tuvo más remedio que aceptar

Pidió uno de camarón porque era más pequeño que

el langostino. Después del primer bocado puso una

cara indescifrable, torneó los ojos de una manera

extraña y dijo: "me mordió el animal". Todos reímos

a carcajadas al comprender que se había tragado el

camarón entero.
Azucena rió divertida por la graciosa anécdota

Cerró los ojos y trató de imaginar la expresión de la

mujer.

Caminaron hasta el templo de San Agustín que le

pareció absolutamente rejuvenecido. ¡Claro, si estaba

recientemente restaurado! "La Torera" miró hacia un

lado buscando a alguien. Luego explicó que buscaba

al "Sahumerio', un personaje muy típico del centro de

Quito que solía sentarse a la puerta de la iglesia de San

Agustín a esperar que pasaran las estudiantes de los

colegios; cuando algún grupo de chicas se acercaba

por la acera, él se levantaba de un salto y gritaba

Sahumeria, tomando a las chicas por sorpresa, las

mismas que se asustaban y salían corriendo. Según

dijo, esta costumbre le valió que todos en la ciudad lo

conocieran con ese nombre.

La joven preguntó si el hombre hacía daño o

solamente asustaba. "La Torera" sonrió y dijo

-No, no hacía daño, pobre "Sahumerio". Era su

manera de llamar la atención pues, de lo contrario,

nadie se habría dado cuenta de su existencia.

-Poniendo una mirada triste añadió-pobre

"Sahumerio'", iqué solo estaba!

Cruzaron a la heladería y tomaron helados de

leche y mora, "como en los viejos tiempos'. Algunas

lágrimas rodaron por los pequeños surcos que el

tiempo había dejado sobre sus mejillas cuando vio

pegadas en las paredes varias fotografías del Quito

antiguo y, escondida por allí, como al descuido, una


foto suya de quién sabe cuándo.

-Para algunas personas mi recuerdo no ha

muerto -dijo secándose el rostro y ocultándolo

ligeramente por si alguien era capaz de reconocerla-

Espero que tú tampoco me olvides

No diga eso, doña Anita. En esta ciudad hay

muchísima gente que siempre la recuerda con cari-

no.

Se dirigieron a la estación del trole y esperaron

poco para subir a la siguiente unidad de transporte. Se

bajaron en El Ejido y caminaron por el borde exterior,

por la vereda de la avenida Patria hacia la avenida 6

de Diciembre. "La Torera" trató de adentrarse en el

parque varias veces, quería ver jugar pelota nacional

a los tiempos. Azucena no se lo permitió, pese a que

pretextaba el ruido, el exceso de automóviles y sus

gases tóxicos que la obligaban a toser, y decía que

dentro del parque respiraría mejor gracias a los nu-

merosos árboles que allíse encuentran. Le explicó que

Cruzaron a la heladería y tomaron helados de

leche y mora, "como en los viejos tiempos'. Algunas

lágrimas rodaron por los pequeños surcos que el

tiempo había dejado sobre sus mejillas cuando vio

pegadas en las paredes varias fotografías del Quito

antiguo y, escondida por allí, como al descuido, una

foto suya de quién sabe cuándo.

-Para algunas personas mi recuerdo no ha

muerto -dijo secándose el rostro y ocultándolo

ligeramente por si alguien era capaz de reconocerla-


Espero que tú tampoco me olvides

No diga eso, doña Anita. En esta ciudad hay

muchísima gente que siempre la recuerda con cari-

no.

Se dirigieron a la estación del trole y esperaron

poco para subir a la siguiente unidad de transporte. Se

bajaron en El Ejido y caminaron por el borde exterior,

por la vereda de la avenida Patria hacia la avenida 6

de Diciembre. "La Torera" trató de adentrarse en el

parque varias veces, quería ver jugar pelota nacional

a los tiempos. Azucena no se lo permitió, pese a que

pretextaba el ruido, el exceso de automóviles y sus

gases tóxicos que la obligaban a toser, y decía que

dentro del parque respiraría mejor gracias a los nu-

merosos árboles que allíse encuentran. Le explicó que

esculturas y artesanías en ese costado del parque y

la distrajo hasta llegar a la esquina de la Casa de la

Cultura, que sí recordaba, pero no rodeada de otras

edificaciones, como ahora

Por la estación de la ecovía cruzaron al otro lado e

ingresaron a la antigua casa para apreciar una mues

tra de pintura que ninguna de las dos comprendió.

Salieron nuevamente y caminaron hacia el sector de

los museos, bien conocidos por Azucena que había

cumplido tareas escolares en ellos, de las que le iba

contando alborozada, iy es que a la jovencita le gus-

taba mucho la arqueología! y se alegraba cuando su

maestro de ciencias sociales les enviaba a investigar

sobre las distintas culturas prehispánicas. Con rue-


gos y súplicas convenció a la señora para entrar jun-

tas al Museo del Banco Central del Ecuador. Una vez

dentro, la pequeña exhibió sus dotes de guía y la paseó

por las culturas ancestrales de nuestro país. No vaciló

al momento de aportar más datos a los que se en-

contraban en rótulos pegados en cada caja de vidrio

que protegía los vestigios de nuestros antecesores

que habían sido encontrados en las distintas zonas

ecuatorianas. La dama se mostraba divertida y

asombrada ante la erudición de su amiguita al tra-

tar el tema. Para terminar de sorprenderla, Azu

cena le contó que un amigo de su padre encontró

vasjas, máscaras y otros objetos de cerámica muy

antigua, cuando cavaba en su propiedad, ubicada

en la Provincia de Esmeraldas, con la intención de

sembrar algunas plantas. Aseguró que era verdad

pues el amigo obsequió a su papá dos máscaras y una

vasija redondeada y, por si eso no fuera suficiente, le

contó de la vez que fueron en familia a la menciona-

da propiedad y pudieron cavar con varias palas para

encontrar, sorprendidos, más cerámicas antiguas

Dio que algınas de esas piezas deben estar ya en-

riqueciendo el Museo

"La Torera" no pudo reprimir su deseo de aplau-

dir, después de semejante explicación. Algunas per-

sonas presentes las regresaron a ver. Azucena, terri-

blemente sonrojada, tomó a la señora de la mano y se

la llevó afuera. La ayudó a cruzar la calle. doña Anita

no estaba muy contenta de que la hubiera sacado


del interesante lugar, de manera que permaneció en

silencio hasta llegar a la avenida 12 de Octubre para

tomar el autobús que las condujo a casa.

CAPITULO VII

Azucena se había quedado pensando en la

mención que doña Anita hiciera de sus amigos los

chullas". Una vez en su habitación, tan pronto tuvo

oportunidad, le pidió que le explicara por qué los

llamaba así

-A mí también me llamó la atención esa pa-

labra cuando llegué a Quito por primera vez. Escu-

chaba hablar de "los chullas quiteños" y no enten-

día el significado. En quichua "chulla" significa uno

solo o solamente uno, por eso se dice que los ninos

andan con chulla zapato y no con un par cuando han

perdido uno durante sus juegos. Se hacen los cojos

jugando, y siguen caminando nomás con uno, con

tal de no perder el juego. También se dice que tiene

"chulla media" si se ha quitado una de ellas. Me pa-

rece chistoso Ya me hice un enredo. ¿entendiste?

-Sí, señora. Sí sé lo que significa "chulla', pero

no sé por qué les llama "chullas" a sus amigos. Parece

un contrasentido: "chulla" significa uno solo, si son

"chullas" ya son más de uno, ¿verdad?

-iQué chiquilla tan graciosa! Creo que tienes

razón... a lo mejor al primer "chulla quiteño" lo

llamaron así por ser soltero. Si es soltero es uno,

¿verdad?, si no tiene pareja es chulla, uno solo.


-Parece tener sentido

-Bien, lo cierto es que cuando llegué a la capital

escuché hablar del "chulla quiteño". ¿Has escuchado

la canción?

-Yo soy el chullita quiteño... la vida me paso

cantando. No hay mujeres en el mundo...como las de

mi canción.

-Cantas muy bonito, chica. A esa canción me

refiero: "El chulla quiteño', hermoso pasacalle de

Alfredo Carpio Flores. Se inspiró en los "chullas

de la época, estoy segura. Bueno, siguiendo con la

explicación, escuché que chulla también se traduce

como único y se utilizó la palabra para calificaral

hombre que tenía un solo traje, que era menospre

ciado por ir mal vestido debido a su pobreza. El"chu-

lla quiteño" planchaba su único traje colocándolo

por la noche debajo del colchón, ja, ja. Decían que

se trataba de hombres de clase media que vivían con

las justas, trabajaban en todo lo que podían y se con-

formaban con lo poco que ganaban, nunca pedían

nada. Se habla del "chulla" en Quito entre los años

veinte y los sesenta del siglo XX, es decir del mío,

porque tú ya perteneces al XXI.

Conoció muchos "chullas"?

-Cómo no. Te diría que en aquellos tiempos

abundaban

Cómo era el "chulla quiteño", doña Anita?

porque imagino que ya no existen

Era un personaje con una manera personal


de pensar y explicar la vida y las cosas, aprendida

en el barrio donde habitaba, llámese La Tola o San

Marcos, El Tejar o San Juan, La Guaragua o San

Blas. Alegre, humorista, todo lo tomaba a broma. Su

carácter risueño era el secreto de su eterna juven-

tud, porque el "chulla" no envejecía, chiquilla. Utili

zaba la ironía y el sarcasmo para divertirse a costa

de los demás, pero de una manera respetuosa y un

tanto ingenua. Se lo consideraba inteligente, noble,

gentil, sincero, leal, astuto, generoso, enamoradizo y

galante... jenamoraba a todas las chicas del barrio! y

dicen que las mamás lo perseguían para increparlo

Decía sus elegantes "ocurrencias" con profundidad e

inteligencia, sin visos de grosería. Le gustaba la farra,

la bohemia. Se lo encontraba en las cantinas. Te

lo digo yo! que anduve por todas las calles de Quito

innumerables veces y lo pesqué haciendo de las

suyas, persiguiendo a las chicas guapas o tomando

unas copitas entre amigos. Pero no era bronquista,

jeso no! Era muy original a la hora de decir piropos,

los decía con gracia y creatividad. ¿Te das cuenta? He

estado hablando en pasado. Yo también creo que ya

no existe, mi jovencita. Era un personaje del Quito

pequeño, amigable, sin violencia. Hemos paseado

bastante y no encontré ninguno. La ciudad ha creci

do mucho y el "chulla" ha desaparecido, seguramen-

te por culpa de este crecimiento, cone han desapa-

recido costumbres y tradiciones de antano, a la vez

que han aparecido nuevas costumbres. Es una pena,


¿sabes, extraño a mis "chullitas"

-dijo la chiquilla con cierta tristeza-

lo habría presentado, no lo dudes.

-Me habría gustado conocer aunque fuera uno

-Si hubiera encontrado alguno de mis amigos, te

-¿Qué son los piropos, doña Anita?

Oh, pequeña! Los piropos eran algo grande,

eran porque creo que ya no se usan. He estado muy

pendiente de lo que los jóvenes dicen en las calles

y plazas que hermos tecorido juntas, y no escuché

scuch

ninguno. Los piropos, mi jovencita, eran frases her-

mosas y galantes que utilizaban los "chullas" para

galantear a las muchachas. Me parece que era una

costumbre hispanoparlante, es decir de España y los

países de habla hispana, pues en una película Rocío

Dúrcal, la actriz y cantante española, cantaba una

bonita canción que decía: "Los piropos de mi barrio,

de mi barrio alegre, de mi viejo barrio... los piropos de

mi barrio... los llevo en mi corazón'". Había una parte

que parafraseaba un piropo recibido: "con una de tus

pestañas, hija de mi alma, he de ahorcarme y o.... si la

chica no le hacía caso al gaián, ciaro. Alá por los años

sesenta estaban de moda las peliculas con jóvenes

artistas españoles, como Raphael, Marisol, Pili y Mili,

Joselito, mexicanos, como: Enrique Guzmán, Alber-

to Vásquez. También, veíamos películas mexicanas

muy románticas, tal vez por eso me gustaron tanto.

e eran los artistas mexicanos de


mi tiempo!, además decían piropos en todas sus pe-

lículas, en las que actuaban chicas muy hermosas;

no debe haber sido difícil decir piropos a semejantes

bellezas, cuando el guión de la película así lo exigiese,

pues eran mujeres de inspiración, ipor lo bellas, digo!

Nunca olvidaré al guapazo de Pedro Armendáriz.

ni a lorge Negrete... .ni a Luis Aguilar. Claro que ellos

eran anteriores a los sesenta, que es cuando te cuento.

Yo también era anterior, por supuesto. En los sesenta

ya estaba mayorcita. Me gustaba entrar a las salas de

cine para distraerme un rato. Como era amiga de las

boleteras y acomodadores, me invitaban a pasar sin

ue pagara... jes que no tenía dinero! Te aseguro que

si habría tonido hubiera pagado mi boleto, pero esas

épocas fueron muy malas para mí, económicamente

hablando. Menos mal que mi hermano me dio un

cuartito

-Creo que los piropos no han dejado de existir

Muchas veces he escuchado a papá decirle cosas

bonitas a mi mami. Talvez no sean tan ocurridos

como los que usted menciona, pero le suele decir:

"iqué bonita amaneciste hoy, querida!", 'eres la chica

más linda que conozco', "cada día me enamoro más

de ti", "fuiste la más bella de la fiestal.. y cosas así, eso

que mi mamá tiene más de cuarenta años. Me parece

muy bonito, aunque no sea original.

-Lo es, querida, lo es. ¡Exacto! Lo has entendido

muy bien. jQué bueno que los hombres aún digan

piropos a sus parejas! Alo que me refería es a los piropos


de barrio, como en la canción. Cuando una muchacha

guapa pasaba cerca de un "chulla', él le decía alguna

graciosa ocurrencia. Recuerdo haber escuchado frases

como las siguientes: "Si usted fuera un libro, bonita

leería todas sus páginas', "Ay mamacita, primera vez

que veo caminar un monumento", "Si la belleza fuera

pecado, usted se iría directito al infierno" ja ja ja.

Ja ja ja ja. ¡Qué bonita

costumbre!

-Era costumbre de "chullas", mijita, los mismos

que ahora faltan.

Durante toda su plática tuvieron la sensación

de ser escuchadas. Azucena se acercó a la puerta

varias veces, para confirmar que no había nadie en el

pasillo. Sin embargo, percibían como si una presen-

cia ignorada denotara mucho interés en el tema.

- ¿Sientes que alguien más está escuchando

jovencita?

Sí señora, así es. Me parece que no estamos

solas.

-Busca en los cajones, por favor.

Ninguna persona cabe en los cajones. Abriré e

clóset.

Así lo hizo. De no ser por su ropa, estaría com-

pletamente vacío. Empezó a reír, pensando cómo

reaccionaría si encontrara un "chulla" dentro y le

a "La Torera" que no le importaría encontrar un

siempre y cuando le dijera divertidas ocurrencias

Luego, "La Torera" se aproximó a la ventana


para contemplar las luces de la ciudad capital que

empezaban a apagarse de una en una, mientras en

otros lugares de la urbe se prendían otras luces en

las casas de aquellos que decidían permanecer más

tiempo despiertos. Recordó los "nacimientos" que

arreglaban las farmilias en los días anteriores a l

Navidad, con las luces que se prenden y se apagan,

iluminando las casitas por sectores.

Su amiguita la llamó junto a ella para que se

acostara a descansar y le hizo notar que "La danza de

las flores'", parte de "El cascanueces" de Tchaikovski

había empezado a deslizarse por la habitación sobre

las puntas de los pies para permitirles dormir. Quiso

saber cómo es que la joven sabía de música clásica a

su edad. Azucena le explicó que había nacido con ese

tipo de música pues su abuela la disfrutaba mucho y le

enseñó a apreciarla desde siempre. Por eso estudiaba

ballet clásico y algún día bailaría para ella.

Y se fueron a dormir, suspirando ambas por los

antiguos piropos. En esa duermevela anterior al sue-

ño les pareció escucharlos.

CAPITULO VIII

Azucena se preparó para ir a la escuela, le trajo

de la cocina un jarro de chocolate caliente y dos

bizcochos y se marchó después de besar el plateado

cabello. Doña Anita permaneció en la habitación, a

esperar su regreso.

Toda la mañana, sus amigos los "chullas" des-


filaron por su mente recitándole ocurrencias, de

manera que el tiempo se le fue por la ventana y esta-

ba absolutamente sola cuando la pequeña cruzó la

puerta y la encontró aún sonriendo.

Vamos a comer, señora. Mi madre preparó un

delicioso locro de papas con queso y pollito al horno,

para qué le informo si sé que apenas probará la sopa.

-Ya sabes que como poco, hija... pero el locro me

llama a grito pelado.

Almorzaron alegremente y decidieron ir a la pl

za del Teatro. "La Torera" quería ver la posibilidad

entrar al Teatro Alhambra para ver alguna película

de Rocío Dúrcal o de Raphael de España. Azucena

le explicó que esas películas no exhiben en los cin

de Quito y que el Teatro en mención ya no era

cine si

un

no una especie de auditorio o de iglesia de

alguna religión que ella no conocía. No le gustó Ia

información recibida e hizo una de sus consabidas

muecas torciendo la boca y los ojos de tal manera que

la joven no pudo reprimir la risa.

Salieron del apartamento y se dirigieron a tomar

el ascensor.

-Esto de volar hacia abajo no acaba de con-

vencerme -dijo, arrimando la mano derecha al

costado de la cabina.

los "chullas', estoy segura.

escuchado las cosas que en mis tiempos escuch...


-Sus ocurrencias son más graciosas que las de

-No lo creas, pequeña, no es así. ¡Ah si hubieras

Salieron a la calle y caminaron hacia la parada

del bus, intercambiando miradas de complicidad

bañadas en sonrisas.

Decidieron bajar del bus en el antiguo Alhambra

para constatar que lo que dijo Azucena era verdad.

La dama sintió nostalgia por la sala de cine en la que

había gozado con las películas españolas y mexica-

nas. De allí caminaron hacia la Plaza del Teatro. "La

Torera" miraba a un lado y otro con alegría, alabando

la limpieza de las fachadas restauradas de las viejas

casas y edificios pequeños del sector. Llegaron a la

parada del trolebús y luego al semáforo de la esquina.

Cruzaron la calle Guayaquil tomadas del brazo, sin

asentar los pies en el suelo, sobrevolando la calzada.

ー¡Qué elegante se ha vuelto esta Plaza! La última

vez que la vi no era tan bella. Mira el Teatro Sucre, jes

una real maravilla!

Su entusiasmo era contagioso. Azucena estaba

feliz al yer contenta a su amiga.

-El Teatro también está restaurado. El Fonsal se

encargó de ello.

_¿De qué hablas, jovencita?

-ia ja. En el colegio nos ensefñaron que Fonsal

es el Fondo de Salvamento del Municipio que se

encarga de mantener los edificios patrimoniales, a

veces tiene que restaurarlos. Muchas construccio-

nes de la ciudad han sido restauradas, en especial


las que pertenecen al Patrimonio, y otras me pare-

ce que fueron remodeladas, pero manteniendo su

arquitectura de origen.

-Me da la impresión de que sabes mucho más de

lo que pensé sobre tu ciudad, chiquilla. ¿Qué es eso de

Patrimonio?

-Quito fue declarada por la Unesco la Primera

Ciudad Patrimonio de la Humanidad, y eso es motivo

de orgullo para todos nosotros.

-No, no me expliques qué es la Unesco porque

eso sí sé. Tampoco me creas ignorante. Una cosa es

haber vivido en otro tiempo y otra es que no me ins-

truyera, lo hice como pude y no fue nada fácil, te lo

aseguro

-Oh, señora, no quise molestarla.

-Bueno, bueno. Volvamos a la fachada del Teatro

Sucre. Se nota que fue restaurada. Las esculturas

parecen tener vida, ¿no crees?--su entusiasmo era

desbordante. No esperaba respuestas de la jovencita,

seguía hablando- Antes era solo un teatro, nada

más. Un teatro viejo y no muy bien tenido, daba pena

verlo envejecer. Me alegra mucho que lo mantengan

bien. Tiene una fachada tan hermosa que sería una

pena desperdiciarla. Lo importante es hacer mante-

nimiento para que no se deteriore. ¿Lo has visto por

dentro?

-Si, señora. Una noche vine con mis padres a ver

una presentación de la Orquesta Sinfónica Juvenil. La

entrada era con invitación y mi madre consiguió tres


para poder traerme con ellos.

Lindo me parece el edificio del teatro ahora.

e un restaurante lujoso. Lástima que yo no como

mucho, de lo contrario te invitaría a cenar allí. -la

chica sonrió, sabía que no contaba con ningún di-

nero- ¡Mira! Me pareció ver nuevamente la sombra

deslizándose dentro del restaurante, ¿la viste? Por

aquí estaba el Teatro Variedades, sí, ahí está, en el

lien

"cuchito"

-Querrá decir el rincón, señora. Se refiere usted

al Teatro de Variedades Ernesto Albán y.. sí, también

vi la sombra metiéndose por ahí, junto a la entrada.

¡Huy, qué emoción! Me encanta que un teatro tenga el

nombre de ese gran actor, ¿lo conoces?

-Sé quién es, sí señora, pero ya murió. Es el actor

que creó a "Don Evaristo". Cuando yo era chiquita

había una propaganda en la televisión; mostraban

un pequeño "Don Evaristo", un dibujo animado con

su misma voz, según decía mi papá, dando lecciones

de urbanidad y buenas. costumbres, itan simpático!

¡Ahora recuerdo! Es a él a quien oí decir "mis chullas"

-Seguro que sí. Siempre se refería a los demás

llamándolos de esa manera. Claro que lo hacía en sus

representaciones teatrales

-En la televisión también. Un gran publicista

lamado Edgar Cevallos fue el creador de este pequeño

dibujo para representar a "Don Evaristo", con la

intención de educar a los habitantes de nuestra


ciudad. Hermosa idea, ¿no le parece? Aparecía en

varias propagandas dándonos mensajes positivos. Re-

cuerdo especialmente uno. Hablaba de los meones

de aquellos que se orinan en las paredes de la ciudad

ensuciándolas. Creo que ayudó mucho a disminuir

esa mala costumbre. Decía: "no hay que orinar en

las calles, mis chullas, ni en las paredes o plazas"... o

algo así. En las propagandas aparecían niños, una

especie de panas o cómplices de "Don Evaristo" que

lo ayudaban a dar lecciones a los mayores. Termina-

ban juntando con él sus dedos pulgares, que luego

miraban diciendo: ¡Oh! En la yema del dedo aparecía

la imagen pequeñita de "Don Evaristo" sonriendo y

guiñando el ojo.

ー¡Qué buena cosa! Utilizar la imagen de "Don

Evaristo" para educar a la ciudadanía me parece

genial. ¿Y la voz?, ¿quién hacía la voz?

-Alguna vez escuché que era un señor que a

veces actuaba en la radio. Decían que imitaba su voz

a la perfección. ¡Qué pena que no hay más de esos

mensajes en la tele! Yo sícreo que es una buena manera

de educar, utilizando la imagen de un personaje

querido por todos.

-Yo creo que don Ernesto Albán también fue un

"chulla". Aunque no sé con certeza, pues eso de un

solo traje a lo mejor no le queda. Hacía unas estam-

pas quiteñas en las que criticaba la realidad social y

política, pero con humor. Actuaba con un equipo

muy bueno, como el famoso "Sarzosa" a quien decía


Sarzosita" con cierto dejo en la voz, como queriendo

significar bobalicón. Algunas gentes decían "sarzosita"

en lugar de tontín o bobito, como si fuera un sinónimo.

En las representaciones teatrales, "Sarzosa" ponía cara

de tonto y "Don Evaristo" le trataba como "shunsho"

Decía: "vení acá, Sarzosita, vení acá".

-Elé, él sí que todavía vive. Su nombre es Óscar

Guerra. No hace mucho leí un artículo sobre ese señor

en una revista, jclaro que ya está viejito!

-Busca la revista, hijita, para poder leerla

-Mi mamá moría por él, por el personaje de

-No era la única, hijita, no era la única. Muchas

también.

"Don Evaristo, quiero decir.

admiradoras tenía el señor

-Hasta yo, sin conocerlo. Me encantaba verlo

asomar con su sombrerito en la pantalla, llamando la

. atención a los malcriados de barrio.

Bello personaje, "Don Evaristo". Como te he

contado, yo tuve muchos amigos, algunos de ellos

eran boleteros y me dejaban pasar a aplaudir las

resentaciones de don Ernesto. ¡Lindos tiempos

aquellos, hijita!

iLo conoció usted en persona?

-¡Claro!, si el señor paseaba por la avenida

Amazonas sin ningún problema. Era muy educado,

eso sí, cuando me veía me saludaba quitándose el

sombrero.

Siguió contando recuerdos de "Don Evaristo",


mirando hacia el piso, sin perder el entusiasmo con-

tagioso que adquirió tan pronto sus pies pisaran la

Plaza, cuyos mosaicos tintineaban bajo sus tacones

puntiagudos, entonando melodías de otros tiempos.

Palabras de todos los colores salían de su boca, y

también flores. Azucena estaba encantada, se sentía

una princesa en medio de la magia envolvente de los

cuentos de hadas.

Le costó mucho trabajo convencer a "La Torera"

que era hora de volver a casa. Temía que sus padres

llegaran antes que ellas y se viera enfrentada a la

posibilidad de contarlo todo. La dama frunció el ceño,

hizo las consabidas morisquetas y aceptó caminar.

hacia la avenida para tomar el bus que las trasladaría al

edificio tan familiar ya para ella.

Esa noche, antes de acostarse, colocaron juntas los

diez peluches al medio de la cama. Azucena prendió el

radio, como era su costumbre, y "La Torera" se sintió

feliz de dormir arrullada por la hermosa melodía Para

Elisa, de Beethoven.

CAPITULO IX

-Creo que a ese parque le bautizaron La Ala-

meda porque habían sembrado álamos en él. Me

gustaba pasear por allí. A veces hasta me animé a

subir al "churo", jclaro que llegaba arriba jadeando!

También me paraba en el exterior del Observatorio

Astronómico a mirarlo

ñaba con mi príncipe...


-Si usted quiere, nuestro paseo de hoy puede ser

allá.

iDe veras

Me gustaría, sí.

-Pues termine su comida y nos marchamos.

Créame que me impresiona verla comer tan poquito.

Con razón mi mamá no sospecha que alguien más

vive en casa, parecería que como sola pues lo que

usted consume no alcanza ni para el jilguero.

-Es suficiente para mí. ¡Debe ser por mi corta

estatura, supongo! Esta sopa de quinua estuvo deli-

ciosa. No quiero nada más. Gracias

Levantaron los platos de la mesa. Azucena los

lavó, secó y colocó en su lugar antes de ir a la habi-

tación compartida y prepararse para su excursión del

día. "La Torera" se puso perfume porque podía ocu-

rrir que frente al palacio del Observatorio Astronó-

mico encontrara a su príncipe extraviado

Entraron al ascensor antes que la sombra, que

se quedó esperando el siguiente. Por lo visto aún no

se percató de que conocían su existencia y se habían

dado cuenta de sus constantes persecuciones. Las dos

se quedaron mirando la puerta y preguntándose qué

mismo era, pero ninguna comentó nada. No tenían

miedo, solo curiosidad.

El autobús las dejó al inicio de La Alameda, en

la esquina. Caminaron por dentro del parque hacia

el "churo", cruzándose con varias personas que a esa

hora paseaban por allí. Lo subieron charlando. Casi


al final, Azucena tuvo que ayudar a doña Anita que

ya no podía más, estaba cansada y se sentía mareada

por las vueltas. La chica refa para sus adentros pues

nunca le había parecido tan pequeño; cuando era

una niña chiquita asomaba a sus ojos grande y muy

alto. Recordó que si subía muy aprisa también se

mareaba. Se sentaron a descansar uin poco antes de

iniciar el descenso. No se podía ver mucho desde allí

-dijo la señora-pues los árboles habían crecido y

lo ocultaban todo. La jovencita se preguntaba qué se-

ría lo que ocultaban pues no se veía más que árboles

plantas, veredas y algunas personas.

Finalmente bajaron. Se dirigieron hacia la pe-

queña laguna. Dos chiquillos jugaban pelota por allí.

"La Torera" agarró con fuerza el palo rojo, lista a reac-

cionar ante cualquier ataque verbal. Nuevamente

nada pasó. Los niños no se enteraron de su presencia,

de manera que se acercaron al muelle. Azucena

propuso subir en una canoa y remar. Discutieron un

rato pues la chiquilla no quería volver a casa sin su

paseo por la laguna. Sin embargo, tuvo que suhir a la

dama casi a empujones, con ayuda del encargado de

los botes. Eso sí, con la condición de que no la hiciera

remar

Cuando estuvieron bien sentadas, la más joven

tomó los remos con la pericia del navegante. Una

suave brisa acariciaba sus rostros. Ella veía a su amiga

con los ojos brillantes de alegría, mientras un débil

rayo de sol iluminaba su sonrisa de carmín. Las flores


del sombrero parecían cobrar vida y ellazo de su blusa

bailaba al son de la corriente de agua. No entendía por

qué le costó tanto convencerla de ir con ella a remar,

si parecía que siempre estuvo en un bote como ese, y

le preguntó:

paseo como este?

-Sí, querida. Estuve aquí muchas, muchas ve-

ces y no recuerdo los paseos realizados, de tantos que

fueron.

-Entonces, ¿por qué se negaba a subir

-Porque sentí miedo, te lo aseguro. La última vez

que vine, me caí. ¡Y eso que aún era bastante joven y

ágil!

-¿Cayó usted al agua?, ¿cómo fue eso?

-Bueno, algunas veces vine con compañeros

de trabajo, por lo general los sábados por la mañana.

Me gustaba mucho remar y navegar en la laguna. Un

día pasaba por aquí cerca, en uno de mis vigilantes

recorridos. Decidí subir en un bote, yo sola. Entonces

en lo mejor de la excursión, el viento logró arrancarme

el sombrero por la fuerza y ubicarlo en el otro extremo

de la embarcación. Sin dudarlo me paré a toda prisa

para ir a su rescate y... cuando lo tenía firmemente

agarrado, se volteó la canoa. Mi sombrero y yo fuimos

derechito al agua.. "achachay"! Varios de estos botes

vinieron en mi ayuda. No quería ver quiénes venían

en ellos. El frío era grande. Mi vergüenza fue mayor.

Me preguntaba cuántas de estas personas habrán


visto mis piernas. Mi sombrero se arruinó. Además,

tenía la ropa pegada al cuerpo. Tuve que sentarme

en el césped, bajo el sol, para que se secara un poco

y poder seguir caminando. Tenía el rostro escondido

de los otros. No quería ver a nadie y rogaba para que

no me reconocieran. Nunca más quise venir por aquí

-Lo siento. La veo tan contenta ahora. Lamento

haberle hecho recordar algo penoso.

-iOh, no importa, hace mucho tiempo de eso!

Estoy contenta, sí. Había olvidado esta sensación.

Gracias por insistir

Azucena le habló de sus amigas de la escuela, de

las travesuras que hacían, para amenizar la travesía.

Luego, bajaron del bote y caminaron un poco. Se

cruzaron con una señora con sombrero, lo cual era

bastante raro pues en este tiempo ya no se lo usa,

excepto para taparse del sol, el mismo que había

desaparecido. "La Torera" le dijo:

Qué lindo su sombrero

-Gracias. El suyo también es lindo.

Disculpe la impertinencia. ¿Puedo probármelo?

-Por supuesto, señora-lo dijo bastante ex-

trañada, entregándoselo-

Se lo colocó. Pasaron unos segundos. Puso una

cara rara, torció la boca hacia un lado. Se lo sacó y lo

devolvió con una sonrisa.

vio nada, eso dijo. Doña Anita se quedó largo rato


observando. Finalmente hizo el siguiente comen-

No, definitivamente hoy no es buen día para ver

-Para ver ¿qué?-preguntó el profesional

tario:

ovnis.

mientras la joven se tapaba la boca para que no la

vieran sonreír.

-Los ovnis -manifestó la dama con seguridad

-inunca los ha visto?

-No, señora-riendo-, claro que no.

-Pues debería verlos. Son muy interesantes. ¡Y

brillantes

-Nunca vi ninguno. ¿Usted si?

Azucena interrumpió antes de que “La Torera" le

contará el cuento del platillo volador en las faldas del

-Disculpe, señor. Tenemos que irnos. Vamos ya,

La llevó casi arrastrando a la salida sin escuchar

-iPor qué me sacas de aquí, muchachita? Aún

-Se nos hace tarde. Tenemos que volver antes

Pichincha

abuela.

sus protestas. El astrólogo no podía más de la risa.

no he visto lo que quería.

que mis padres y si se nos hace tarde, no consegui-

remos subir a ningún bus.

-Ya lo creo. Pasan repletos. Esta ciudad se ha

llenado de gente, no solo de carros. Además, esos

conductores no se detienen el tiempo suficiente para

que una pueda subir tranquila. Me da mucho mie-


do de caer cuando arrancan sin que nos hayamos

sentado.

Esa noche le dijo que le gustaba que la llamara

"abuela".

CAPITULO X

Se levantaron temprano. Debían aprovechar las

oras de la mañana, mientras los padres de Azucena

iban a misa y al mercado, para visitar La Carolina.

Le habían dicho a su hija que volverían a la una de

la tarde, por lo que urgía salir de casa lo más pronto

posible. Desayunaron juntas, como nunca lo habían

podido hacer, el chocolate caliente con bizcochos

acostumbrado, para deleite de "La Torera"

Cuando iba a cerrar la puerta del apartamento, la

joven se percató de que no llevaba la llave con ella.

Regresó a su habitación a recogerla, momento que

la sombra aprovechó para deslizarse fuera y tomar el

ascensor primero.

Las dos estaban alegres. "La Torera" había con-

tagiado a su amiguita el entusiasmo de la víspera.

Seguía hablando de ovnis y de planetas, de baños

en la laguna, de "chullas" y de teatros, de películas

de antaño, de serenatas. Le contó de aquella vez que

un ruiseñor con terno cantó bajo su ventana algu-

nos boleros románticos. Como ella era una mucha-

cha seria, no se asomó pues estaba mal visto, y al día

siguiente agradeció al galán su gentileza. También le

habló de aquella serenata con violín y guitarra que


le llevaron sus compañeros de trabajo, poco después

de haber ingresado a La Tejedora. Y de la otra, la vez

pi-

dieron que se callaran... Se la escuchaba contenta,

haciendo juego con el luminoso día.

Caminaron hasta la parada del bus, tomaron

uno que pasaba por toda la avenida Colón y se senta-

ron cómodamente pues a esa hora no había muchos

pasajeros. Cruzaron la avenida 6 de Diciembre. A

pocos pasos de allí ocurría algo increíble, sobre todo

para la asustada señora que miraba por la ventana sin

poder comprender lo que sus ojos observaban. Una

banda de delincuentes salía presurosa de un gran

almacén, seguramente después de haber cometido

un atraco, y eran enfrentados por varios policías que

habían sido alertados. El chofer aceleró el vehículo

que se alejó del lugar lo más rápido que pudo. Doña

Anita, muy nerviosa, tan pronto pudo hablar solicitó

a su amiga que se bajaran del autobús para regresar a

casa cuanto antes.

Habían llegado hasta la avenida 10 de Agosto y

allí descendieron del carro. La dama se dio cuenta de

que estaban a una cuadra del lugar en el que habitara

antes y se puso triste.

-Para colmo teníamos que llegar acá. No me

gusta el sector, está dañado.

-Lo sé, lo sé. Pronto nos iremos de aquí.

No quiero volver por el mismo lugar. De seguro

la policía sigue por allí, aunque estoy segura de que


los maleantes habrán sido aprehendidos

-No volveremos por la misma avenida. Tam-

bién tengo miedo de pasar por ese lugar. Vamos, to-

maremos el trole y haremos una conexión para ir a

la avenida 12 de Octubre y regresar a casa por el otro

lado. ¡Mire!, parece que a la sombra le gusta escon-

derse detrás de los caballos de La Circasiana.

-Tienes razón, por allí va, de un caballo al otro.

-No entiendo por qué se oculta de nosotras,

¿creerá que aún no la hemos descubierto?

-Es posible, hija, es posible.

Se alejaron caminando hacia la parada del trole.

Hicieron trasbordo a un autobús, y luego a otro que

las condujo cerca de casa. No volvieron a hablar has-

ta que llegaron a la habitación compartida. La dama

afirmó que en la ciudad nada es igual

-Da lástima ver que las ciudades crecen y con

ellas los conflictos, la delincuencia, los asaltos. En

los años sesenta o setenta, esto no habría pasado

en mi bella ciudad, jera tan tranquila, tan apacible!

Ya te he dicho yo que caminé por todas sus calles

miles de veces. Si hubiera pensado que algo como

lo de hoy podía ocurrir, no me habría movido de mi

cuarto jamás. La llamaban franciscana... ja la ciudad,

digo!, era tranquila, calmada, segura. Cierto es que las

personas nos encerrábamos en casa temprano, pero

eso permitía un acercamiento familiar pues era la

oportunidad para compartir, conversar, comer jun-

tos, jhasta jugar! Yo jugaba con mis sobrinitos, isa-


bes?, o les contaba cuentos.

Se quedó en silencio, sumida en sus recuerdos

que Azucena no quiso interrumpir y se alejó hacia su

escritorio para hacer sus deberes escolares. El silen-

cio se rompió cuando a las doce y media escucharon

la llave girar con un gemido en la perilla de la puerta

principal. Los padres habían regresado

-Shh. Vuelvo pronto.

La joven salió a dar la bienvenida a sus papás

y se quedó con ellos en la cocina, ayudando a su

madre a preparar el almuerzo. Dijo que iría a su ha-

bitación a lavarse las manos para comer, y fue a dar

un

vistazo a "La Torera" que seguía ensimismada en

sus pensamientos. Le pidió disculpas por su ausencia

y explicó que tenía que almorzar con sus padres y que

volvería lo más pronto posible.

-Está bien, pequeña, te esperaré aquí.

-Las palabras arden por salir de mi boca, pero

tengo que atragantármelas, dominarlas, minimizarlas,

convertirlas en dulces pensamientos, nada más. No

podemos decir nada.

Fue al baño, se lavó las manos, se peinó el ca-

bello y salió. Almorzó con los adultos, compartió su

alegría, escuchó el resumen del sermón del cura de

la iglesia, que ese día habló de paz, ayudó a lavar los

platos y regresó a su cuarto "a hacer deberes".

-Me duele, ¿sabes?, me duele la modernidad.

No podría vivir en este tiempo, menos mal que estoy


solo de paso.

_¿De paso?, ¿qué quiere decir con eso?

-¡Eso ¿o acaso tú creas que me voy a quedar

S.í... lo pensé... me encantaría y la llamaría

_Me gusta estar contigo, me agrada sentirme tu

para siempre?

abuela

abuela, pero no pertenezco aquí.

-iPero si la pasamos tan bien!

-Sí. Tu y yo. Pero no debes olvidar a los demás.

No podré vivir mucho tiempo ocultándome. No soy

como la sombra.

_Si desea puedo hablar con mis padres, así es-

tará más cómoda. Adermás, no tendríamos que seguir

con esta complicidad de niñas, de ocultar nuestros

paseos y experiencias.

-No, hija, no. No es buena idea.

tan algo.

nieta-sonrió con dulzura.

-A propósito de mis padres, voy a ver si necesi-

-Eres una buena hija, además de una buena

Regresó muy pronto con un plato de colada de

habas que la dama devoró. Le preguntó si deseaba

comer guatita. Le brillaron los ojos y aceptó diciendo

que había olvidado cómo sabe la guatita. Que le trajera

un poco. También le dio un vaso con jugo de naranja.

Cuando Doña Anita acabó de comer, Azucena

llevó los platos a la cocina, disimuladamente, y

fue a conversar con sus padres. Estuvo con ellos un


buen rato. "La Torera" aprovechó para dormir un

poco. Cuando regresó junto a ella, la encontró más

descansada, menos tensa, menos vieja.

Esa noche durmieron abrazadas.

CAPITULO XI

Los lunes, Azucena se pone el uniforme de pa-

rada porque en la escuela cantan el Himno Nacional.

Así se lo hace saber a "La Torera" que, desde la cama,

alaba la elegancia de la joven (de pronto le pareció

que había crecido, ya no la percibió tan infantil como

la primera vez que la vio).

-Espero que vuelvas pronto hoy. Aún tengo

miedo por lo de ayer, no quiero estar sola mucho

tiempo.

-Volveré a la hora de siempre, a la salida del

colegio.

Le dio un beso volado y se marchó. Doña Anita

recordó con disgusto lo que viceron la vispera. Deci-

dió pensar en cosas más alegres, sacudió la cabeza

y se acercó a mirar por la ventana. Observó La Basí-

lica, como el primer día, y sonrió al pensar en las co-

sas que inventaba: casarse en ella cuando estuviera

terminada, ¡qué ironía!, ¿y con quién se iba a casar,

pues? Desde que su torero murió, ningún hombre

había logrado interesarla. Ella era una isla, un pen-

samiento ausente, una angustia con vida... seguía

siéndolo... sus experiencias últimas no cambiaban

nada. Haber vuelto, ¿a qué? ni siquiera podía-re-


correr las calles como hace tantos años. Azucena

no tenía la culpa de nada. Tal vez volvió porque lo

necesitaba, porque así tuvo que ser. Volvió para saber

que no podía vivir, más en la ciudad. Volteó hacia el

Panecillo y se arrepintió de no haber ido a la Alcaldía

a protestar, a reclamar al burgomaestre por permitir

construir casas en el lugar, jy pensar que estuvo tan

cerca! Justo al frente, a la misma distancia del Palacio,

del otro palacio, del principal.

Así transcurrió la mañana, entre nubes de re-

cuerdos y lejanos arrepentimientos, casi olvidados ya

de tan distantes. Uno de los peores, el que más dolía,

fue no haberse casado con su torero cuando se lo

propuso. De haberlo hecho habría sido viuda el resto

de su vida, porque nadie lo hubiera reemplazado.

Pero le quedaría el sabor de sus besos y el calor de sus

manos.

Recordó aquel poema de la época que lo sabía de

memoria:

Me gustaría ser como una de las nubes

que caminan en pares por el cielo.

Tu serías mi par si ast lo quieres,

con nuestros pasos haríamos un velo.

Me gustaría vivir en una fuente

y cavilar, cual nenúfar soñador,

al que la gente admira con calor,

teniendo siempre tu imagen en mi mente.

También quisiera ser diminuta ave,

y remontar el vuelo despacito.


Me mirarían todos, cual quien sabe

que pretendo llegar al infinito.

Ysiendo nubes, nenúfares a aves

no cambiaría este amor y tú lo sabes

caminaremos juntos, siempre juntos,

jurándonos amor, solos los dos.

Azucena ingresó a la habitación de puntillas,

colocó la mochila sobre la silla y la miró. "La Torera"

estaba pálida y ausente. Seguía mirando por la ver-

tana. Después de que desfilaran varios minutos

silenciosos, la señora volteó a mirar a la chica con

ternura y se acercó. Le tendió las dos manos, la

aproximó a su pecho y la abrazó.

¿Qué haremos hoy, querida?

-Iremos a La Carolina, si usted quiere. Pero pri-

mero vamos a comer, ime muero de hambre!

-¡Qué habilidad la de tu madre! Cocina des-

de temprano y tan sabroso. Solamente ella puede

hacerlo. jLocro de papas, a los tiempos, espero que

me des con aguacate.

Empanadas de morocho, ja mí me encantan!

-A mí también, pero escojo el locro.

_iBien pensado ¿cómo estuvo la mañana?

-Un poco larga.

-Pasaron en la tele, me contó papi.

_¿Quééé?

-Lo del asalto de ayer.

-Ah.

Escuché muy calladita. Temí que mi temor me


traicionara. Los latidos de mi corazón se escuchaban

hasta el pasillo. A buena hora ellos no los oyeron.

Ayudó el ruido de la licuadora, mamá preparaba jugo

de moras.

Sí.

Le pareció que respondía sin saber a qué. La

observó despacio. La señora aún estaba bastante

pálida. La vio menuda, delgada, pequeñita. Se acero

y la besó en la frente. Trató de parecer alegre.

_¿Y qué, a La Carolina?

-Está bien, si eso te gusta.

-Hay mucha gente, muchos niños. Pasean en

bicicleta, otros patinan. Debe usted verlo. Mejoraron

el parque, está muy lindo.

-Sí, está bien, vamos a ir.

-Los niños no la conocen...

-Lo sé, cariño.

Esta vez salieron detrás de la sombra y esperaron

que bajara sola en el ascensor antes de volverlo a lla-

mar, Se preguntaban si la sombra era tan lenta como

para no haber comprendido al fin que ellas sabían

de su existencia, o tal vez se creía absolutamente in-

visible. Caminaba de prisa, como para pasar desa-

percibida, pero su volumen no lo permitía. Salieron

del edificio y fueron a tomar el bus que las dejó en

La Carolina. La dama se mostraba sorprendida por

todo lo que veía. No tenía idea de que el parque se

hubiera convertido en un lugar de paseo con muchos

atractivos. Fueron a ver una exposición de orquídeas


que exhibían en el Jardín Botánico. Luego, caminaron

hacia el otro lado a ver los dinosaurios. La Torera se

asustó cuando uno de ellos rugió. Azucena sonrió y

confió en que el paseo la haría olvidar el percance del

día anterior. Sin embargo, la palidez del rostro de su

amiga denotaba que no era así.

Decidió llevarla a la pequeña laguna con la

intención de hacerla divertir, como el día que nave-

garon en La Alameda. Por momentos pareció entu-

siasmarse y hasta se dejó convencer de subir a un

bote con pedales, pero su rostro era de piedra. No

logró hacerla sonreír con su plática juvenil y deci-

dio

ió permitir que la dama se adentrara en el túnel

de su memoria. Después de unos minutos llegaron

al embarcadero y descendieron rozando el piso con

las puntas de los pies. La jovencita la llevó junto a los

árboles, abrazó uno de ellos al tiempo que le decía que

esa era su manera de cargarse de energía, de la ener-

gía de la naturaleza que los árboles transmiten. Quiso

probar cómo se siente y abrazó el más angosto, casi

logró darle vuelta con sus brazos mientras cerraba los

ojos y levantaba el rostro hacia el cielo. Parecía son-

reír con el cuerpo entero.

-Se siente rico. ¿Quién te enseñó a hacerlo?

-Mi madre. Solía venir a hacer ejercicio por las

mañanas y alguno de los muchos caminantes que

pasan por aquí se lo contó.

-¡Buena idea!
-Dice mamá que ese contacto renueva tu ener-

gía y estás lista para producir más. No entiendo mu-

cho a lo que se refiere, pero me gusta hacerlo.

-A mí también. Esto es nuevo para mí. Azucena,

-Usted también, señora. Ahora sé más cosas de

-De tu ciudad, sí, que ya no es mía.

pequeño lirio, me has enseñado muchas cosas.

mi ciudad.

No diga usted eso, por favor, siempre será

nuestra.

-Tienes razón, querida, igual la quiero.

escondiéndose tras los árboles... a falta de caballos.

-Ja ja ja, qué graciosa eres, chiquilla.

-Mire usted, por allí va la pequeña sombra,

-Vamos hacia el otro lado, hacia la avenida

amplia con los centros comerciales. Será más fácil

conseguir transporte de regreso.

-Bien, como tú quieras.

Caminaron no más de diez minutos hacia el

norte, cuando tres hombres de edad indefinible se

acercaron amenazantes y les pidieron les entregaran

todo. En vano la joven protestó y les hizo saber que

no llevaban nada de valor; los hombres insistían y

trataron de agredirles. "La Torera" no sintió cuando

la sombra le arrebató el palo rojo con gran agilidad y

palo en mano, arremetió contra los bribones. Repar-

tió sendos golpes y logró que los tipos salieran vo-

lando, alejándose del lugar. Se marchó de prisa, detrás

de los tres pícaros, dejando una sensación protectora


a las sorprendidas amigas entrañables. El palo rojo

volvía a estar en manos de la dama.

-¡Se escabulló! No es tan pequeña como me

había parecido. Es que siempre la vi a la distancia.

Nunca la había tenido tan cerca y sin embargo no vi

su rostro. Hubiera querido saber quién es...

-No te preocupes, hijita, creo que tendrás la

oportunidad de hacerlo. Como siempre se cuela en

nuestros paseos, la próxima vez intentaremos atra-

parla.

Ojalá, señora, me encantaría.

-De no ser por la misteriosa sombra, ese trío

de atrevidos nos habría faltado al respeto. Bendito

desconocido, que apareció a tiempo de evitar una

tragedia.

No permitirá que algo malo nos ocurra.

resultó ser nuestro ángel guardián.

-Ahora veo, siempre nos vigila para cuidarnos.

Seguro que no, hija. Esta pequeña sombra

-Me duele mucho que este incidente nos haya

ocurrido a nosotras. No damos la apariencia de llevar

cosas valiosas. Razón que la gente comenta que

este parque ya no es seguro, excepto por el sector

de la laguna, por donde pasean policías a toda hora

cuidando a los usuarios. Mi mamá me contó que urn

día que había ido al médico, se le ocurrió la mala idea

de atravesar el parque para llegar más pronto a casa.

Un joven la siguió con intención de asaltarla. Ella se

dio cuenta, menos mal, se detuvo y lo enfrentó con la


mirada; el muchacho se hizo el disimulado y empezó

a mirar para otro lado. Mamá vio una familia cerca y se

unió al grupo hasta perder de vista al asaltante que no

dejaba de mirarla y caminar en su misma dirección.

La familia estaba de paseo y avanzaba lentamente

entonces mi madre aceleró el paso escudándose en

el grupo y se alejó rápidamente del parque. ¡Qué sal

vada!

_¿Ves?, esas son las cosas que no me gustan de la

modernidad".

-Todo tiene su precio, dicen los adultos. Las

ciudades crecen y con ellas los problemas. Los pecados

del progreso, dice mi profe de sociales.

-Es una pena. Me gustaría que la ciudad fuera

igual, aunque más grande.

Pues eso es imposible, ya ve usted.

Pese a sus comentarios regresaron a casa con-

tentas. Un pequeño rayo brincaba en sus corazones

alegrándoles el alma, y es que la misteriosa sombra les

dejó una sensación de dulzura y amparo imposible de

olvidar.

CAPIULO XI

Después de dar las buenas noches a sus padres,

Azucena entró a la habitación y vio a "La Torera" cerca

a la ventana, observando la ciudad.

-La extrañaré -y volteando hacia la joven-

igual que a ti.

ー¿De qué está hablando, abuela?


-Debo irme. No sé cuándo todavía, pero tengo

que irme de aquí. Siento que me desvanezco, es como

si estuviera desapareciendo poco a poco.

-Eso no ocurrirá nunca, Dona Anita. Usted es

una persona para quedarse siempre, una persona que

se instala en el corazón. Yo la cuidaré.

La abrazó con fuerza, la besó en la frente

empinándose un poco. Se sentía triste, extraña, muy

débil. Le dolía pensar en los acontecimientos de los

últimos días eran demasiado injustos para una pe-

queña inocente y dulce; le habría gustado podér-

selos evitar. Si sus padres supieran lo que había

pasado se sentirían como ella, adoloridos. ¿Por qué

una adolescente tiene que vivir cosas que para un

adulto son desagradables? Es que la ciudad se había

convertido en una metrópoli como cualquier otra,

con las cosas buenas que tienen las ciudades grandes,

pero también con las malas, las feas, aquellas que

preferiríamos ignorar, aquellas que nos gustaría que

no existiesen.

Azucena la miró como si quisiera adivinar lo

que la dama pensaba en ese momento. Suponía que

estaba sufriendo al comprender que la "ciudad de

sus amores" se había vuelto una ciudad muy grande

Hubiera querido evitarle el dolor de comprender que

ya nada sería como antes, como en las épocas felices

del pueblito, en donde todos los vecinos se conocían,

se saludaban cordialmente y recorrían las calles con

tranquilidad, sin tener que cuidarse, sin necesidad de


estar a la expectativa con el temor de que algo malo

ocurra. Doña Anita pensaba que los padres de la joven

sufriríian si supieran que su hija fue testigo de cosas

tan horribles.

-Han sido días maravillosos, a pesar de todo

-dijo la dama en un susurro, con su voz apenas audi-

ble. Debemos dejar de pensar en las cosas negativas

y aprovechar todo lo bueno que la vida nos ofrece.

Sigue adelante, mi pequeña amiga. Persigue tus

sueños, un día los alcanzarás. No descuides tus es-

tudios ni tus clases de ballet. Aprende de tu familia

cada día, te darán mucho más de lo que ya te han

dado. Recuerda que quienes hemos vivido más tiem-

po tenemos más experiencia y trata de aprovechar

la que tus mayores quieren compartir contigo. Cola-

bora en el cuidado de nuestra querida ciudad. Pro-

tege la naturaleza. Cuando puedas, siembra un ár-

bol... jmejor muchos! No pierdas tu candor y tu ino-

cencia, te dan un encanto especial. Disfruta de un día

de sol y también de la lluvia que limpia, no olvides que

son regalos, el primero ilumina y nos da energía, la

segunda purifica y calma la sed; ambos permiten que

los productos de la tierra crezcan para alimentarnos

Comparte lo que sabes y aprende con los otros lo que

no sabes. Tiende tu mano para ayudar a levantar al

caído y presta tus oídos a quien necesita desahogo.

Desarrolla tu cuerpo, tu mente y tu espíritu. ¡Y sé feliz!

"La Torera" estaba pálida y se veía más vieja.

A ratos parecía borrosa. El carmín de sus labios ha-


bía desaparecido y las chapas se ausentaron de sus

mejillas. "La Torera", fotografía antigua, se fue des-

vaneciendo ante sus ojos y sus manos que querían

detenerla. La joven se quedó sola, con su companía,

con sus recuerdos y su alegría.

Se acercó al mueble. Tomó la revista tantas ve-

ces manoseada, se estremeció cuando esta se abrió

sola en la página que mostraba a "La Torera" en todo

su esplendor, con su sombrero de flores decorado

por brillantes cucardas amarillas, sostenía su cartera

engalanada con una mariposa plateada que parecía

viva. Su rostro era perfecto, sus labios rojos y las me-

jillas arreboladas. Se veía más joven que la última

vez que la vio. Suspiró profundamente mientras pe-

queñas gotas de rocío se deslizaban de sus ojos de lirio

hasta llegar al papel. Entonces, casi sin darse cuenta,

como si estuviera guiada por un deseo ajeno, volteó

la página y encontró del otro lado de su amiga la foto

de un torero vestido de luces, bajo la cual se podía

leer profundas y sentidas palabras de recordación,

dirigidas a alguien fallecido hace mucho tiempo. Lo

comprendió en ese instante. Por alguna extraña ra-

zón que en ese momento no pudo dilucidar, el hom-

bre de la fotografía había llegado a su habitación el

mismo día que Doña Anita, y al mismo tiempo, de

eso estaba segura, para esconderse en algún lugar de

su habitación. ¡Eso lo explicaba todo! El torero era la

sombra protectora que nunca les abandonó. ¿Estaría

cuidando a su antigua novia en su visita a este mun-


do nuevo, nunca antes imaginado? O tal vez fue un

accidente. Al llamar a "La Torera", sin proponérselo,

lo trajo también a él. Desde la fotografía en la revista

"la pequeña sombra" vestida de elegante torero le

guiñaba el ojo con una sonrisa de complicidad

A pesar de su pena, sonrió. Retrocedió la página.

"La Torera" la miraba con una ternura tan grande que

pronto habría de cubrir la ciudad entera, "la ciudad

sin fin", "la ciudad de mis amores".

FIN

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