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Codigo de derecho canónico [1983] y legislación complementaria (conferencia

episcopal argentina)

Índice
CODIGO DE DERECHO CANONICO [1983] Y LEGISLACION COMPLEMENTARIA (CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA)
CONSTITUCION APOSTOLICA “SACRAE DISCIPLINAE LEGES”
PREFACIO
LIBRO I De las normas generales [Can. 1 - 203]
TIÍTULO I De las leyes eclesiaá sticas
TIÍTULO II De la costumbre
TIÍTULO III De los decretos generales y de las instrucciones
TIÍTULO IV De los actos administrativos singulares
Capíátulo I: Normas comunes
Capíátulo II: De los decretos y preceptos singulares
Capíátulo III: De los rescriptos
Capíátulo IV: De los privilegios
Capíátulo V: De las dispensas
TIÍTULO V De los estatutos y reglamentos
TIÍTULO VI De las personas fíásicas y juríádicas
Capíátulo I: De la condicioá n canoá nica de las personas fíásicas
Capíátulo II: De las personas juríádicas
TIÍTULO VII De los actos juríádicos
TIÍTULO VIII De la potestad de reá gimen
TIÍTULO IX De los oficios eclesiaá sticos
Capíátulo I: De la provisioá n del oficio eclesiaá stico
Capíátulo II: De la peá rdida del oficio eclesiaá stico
TIÍTULO X De la prescripcioá n
TIÍTULO XI Del coá mputo del tiempo
LIBRO II Del Pueblo de Dios [can. 204 - 746]
PARTE I: De los fieles cristianos
TIÍTULO I De los deberes y derechos de todos los fieles cristianos
TIÍTULO II De las obligaciones y derechos de los fieles cristianos laicos
TIÍTULO III De los ministros sagrados o de los cleá rigos
Capíátulo I: De la formacioá n de los cleá rigos
Capíátulo II: De la adscripcioá n o incardinacioá n de los cleá rigos
Capíátulo III: De las obligaciones y derechos de los cleá rigos
Capíátulo IV: De la peá rdida del estado clerical
TIÍTULO IV De las prelaturas personales
TIÍTULO V De las asociaciones de fieles
Capíátulo I: Normas comunes
Capíátulo II: De las asociaciones puá blicas de fieles
Capíátulo III: De las asociaciones privadas de fieles
Capíátulo IV: Normas especiales de las asociaciones de laicos
PARTE II: De la constitucioá n jeraá rquica de la Iglesia
SECCION I: De la suprema autoridad de la Iglesia
Capíátulo I: Del Romano Pontíáfice y del Colegio Episcopal
Capíátulo II: Del síánodo de los Obispos
Capíátulo III: De los Cardenales de la Santa Iglesia Romana
Capíátulo IV: De la Curia Romana
Capíátulo V: De los Legados del Romano Pontíáfice
SECCION II De las Iglesias particulares y de sus agrupaciones
TIÍTULO I De las Iglesias particulares y de la autoridad constituida en ellas
Capíátulo I: De las Iglesias particulares
Capíátulo II: De los Obispos
Capíátulo III: De la sede impedida y de la sede vacante
TIÍTULO II De las agrupaciones de Iglesias particulares
Capíátulo I: De las provincias y regiones eclesiaá sticas
Capíátulo II: De los Metropolitanos
Capíátulo III: De los concilios particulares
Capíátulo IV: De las Conferencias Episcopales
TIÍTULO III De la ordenacioá n interna de las Iglesias particulares
Capíátulo I: Del síánodo diocesano
Capíátulo II: De la curia diocesana
Capíátulo III: Del consejo presbiteral y del colegio de consultores
Capíátulo IV De los cabildos de canoá nigos
Capíátulo V: Del consejo pastoral
Capíátulo VI: De las parroquias, de los paá rrocos y
Capíátulo VII: De los vicarios foraá neos
Capíátulo VIII: De los rectores de iglesias y de los capellanes
PARTE III De los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostoá lica
SECCION I: De los institutos de vida consagrada
TIÍTULO I Normas comunes a todos los institutos de vida consagrada
TIÍTULO II De los institutos religiosos
Capíátulo I: De las casas religiosas y de su ereccioá n y supresioá n
Capíátulo II: Del gobierno de los institutos
Capíátulo III: De la admisioá n de los candidatos
Capíátulo IV: De las obligaciones y derechos
Capíátulo V: Del apostolado de los institutos
Capíátulo VI: De la separacioá n de los miembros del instituto
Capíátulo VII De los religiosos elevados al episcopado
Capíátulo VIII De las conferencias de Superiores mayores
TIÍTULO III De los institutos seculares
SECCION II De las sociedades de vida apostoá lica
LIBRO III De la funcioá n de ensenñ ar de la Iglesia [can. 747 - 843]
TIÍTULO I Del ministerio de la Palabra Divina
Capíátulo I: De la predicacioá n de la Palabra de Dios
Capíátulo II: De la formacioá n catequeá tica
TIÍTULO II De la actividad misional de la Iglesia
TIÍTULO III De la educacioá n catoá lica
Capíátulo I: De las escuelas
Capíátulo II: De las universidades catoá licas y
Capíátulo III: De las universidades y facultades eclesiaá sticas
TIÍTULO IV De los instrumentos de comunicacioá n social
TIÍTULO V De la profesioá n de fe
LIBRO IV De la funcioá n de santificar de la Iglesia [can. 844 - 1253]
PARTE I: De los sacramentos
TIÍTULO I Del bautismo
Capíátulo I: De la celebracioá n del bautismo
Capíátulo II: Del ministro del bautismo
Capíátulo III: De los que van a ser bautizados
Capíátulo IV: De los padrinos
Capíátulo V: De la prueba y anotacioá n del bautismo conferido
Tíátulo II Del sacramento de la confirmacioá n
Capíátulo I: De la celebracioá n de la confirmacioá n
Capíátulo II: Del ministro de la confirmacioá n
Capíátulo III: De los que van a ser confirmados
Capíátulo IV: De los padrinos
Capíátulo V: De la prueba de la colacioá n de la confirmacioá n y su anotacioá n
TIÍTULO III De la santíásima Eucaristíáa
Capíátulo I :De la celebracioá n eucaríástica
Capíátulo II: De la reserva y veneracioá n de la santíásima Eucaristíáa
Capíátulo III: Del estipendio ofrecido para la celebracioá n de la Misa
TIÍTULO IV Del sacramento de la penitencia
Capíátulo I: De la celebracioá n del sacramento
Capíátulo II: Del ministro del sacramento de la penitencia
Capíátulo III: Del penitente
Capíátulo IV: De las indulgencias
TIÍTULO V Del sacramento de la uncioá n de los enfermos
Capíátulo I: De la celebracioá n del sacramento
Capíátulo II: Del ministro de la uncioá n de los enfermos
Capíátulo III: De aquellos a quienes se ha de
TIÍTULO VI Del orden
Capíátulo I: De la celebracioá n y ministro de la ordenacioá n
Capíátulo II: De los ordenandos
Capíátulo III: De la anotacioá n y certificado de la ordenacioá n realizada
TIÍTULO VII Del matrimonio
Capíátulo I: De la atencioá n pastoral
Capíátulo II: De los impedimentos dirimentes en general
Capíátulo III: De los impedimentos dirimentes en particular
Capíátulo IV: Del consentimiento matrimonial
Capíátulo V: De la forma de la celebracioá n del matrimonio
Capíátulo VI: De los matrimonios mixtos
Capíátulo VII: De la celebracioá n del matrimonio en secreto
Capíátulo VIII: De los efectos del matrimonio
Capíátulo IX: De la separacioá n de los coá nyuges
Capíátulo X: De la convalidacioá n del matrimonio
PARTE II: De los demaá s actos del culto divino
TIÍTULO I De los sacramentales
TIÍTULO II De la liturgia de las horas
TIÍTULO III De las exequias eclesiaá sticas
Capíátulo I: De la celebracioá n de las exequias
Capíátulo II: De aquellos a quienes se han de conceder
TIÍTULO IV Del culto de los santos, de las imaá genes sagradas y de las reliquias
TIÍTULO V Del voto y del juramento
Capíátulo I: Del voto
Capíátulo II: Del juramento
PARTE III: De los lugares y tiempos sagrados
TIÍTULO I De los lugares sagrados
Capíátulo I: De las iglesias
Capíátulo II: De los oratorios y capillas privadas
Capíátulo III: De los santuarios
Capíátulo IV: De los altares
Capíátulo V: De los cementerios
TIÍTULO II De los tiempos sagrados
Capíátulo I: De los díáas de fiesta
Capíátulo II: De los díáas de penitencia
LIBRO V De los bienes temporales de la Iglesia [can. 1254 - 1310]
TIÍTULO I De la adquisicioá n de los bienes
TIÍTULO II De la administracioá n de los bienes
TIÍTULO III De los contratos y principalmente de la enajenacioá n
TIÍTULO IV De las píáas voluntades en general y de las fundaciones píáas
LIBRO VI De las sanciones en la Iglesia [can. 1311 - 1399]
PARTE I: De los delitos y penas en general
TIÍTULO I Del castigo de los delitos en general
TIÍTULO II De la ley penal y del precepto penal
TIÍTULO III Del sujeto pasible de las sanciones penales
TIÍTULO IV De las penas y demaá s castigos
Capíátulo I: De las censuras
Capíátulo II: De las penas expiatorias
Capíátulo III: De los remedios penales y penitencias
TIÍTULO V De la aplicacioá n de las penas
TIÍTULO VI De la cesacioá n de las penas
PARTE II; De las penas para cada uno de los delitos
TIÍTULO I De los delitos contra la religioá n y la unidad de la Iglesia
TIÍTULO II De los delitos contra las autoridades eclesiaá sticas y contra la libertad de la Iglesia
TIÍTULO III De la usurpacioá n de funciones eclesiaá sticas
TIÍTULO IV Del crimen de falsedad
TIÍTULO V De los delitos contra obligaciones especiales
TIÍTULO VI De los delitos contra la vida y la libertad del hombre
TIÍTULO VII Norma general
LIBRO VII De los procesos [can. 1400 - 1752]
PARTE I: De los juicios en general
TIÍTULO I Del fuero competente
TIÍTULO II De los distintos grados y clases de tribunales
Capíátulo I Del tribunal de primera instancia
Capíátulo II Del tribunal de segunda instancia
Capíátulo III De los tribunales de la Sede Apostoá lica
TIÍTULO III De la disciplina que debe observarse en los tribunales
Capíátulo I: Del oficio de los jueces y ministros del tribunal
Capíátulo II Del orden en que deben conocerse las causas
Capíátulo III De los plazos y proá rrogas
Capíátulo IV Del lugar del juicio
Capíátulo V De las personas que han de ser
TIÍTULO IV De las partes en causa
Capíátulo I: Del actor y del demandado
Capíátulo II De los procuradores judiciales y abogados
TIÍTULO V De las acciones y excepciones
Capíátulo I: De las acciones y excepciones en general
Capíátulo II De las acciones y excepciones en particular
PARTE II: Del juicio contencioso
SECCION I: Del juicio contencioso ordinario
TIÍTULO I: De la introduccioá n de la causa
Capíátulo I: Del escrito de demanda
Capíátulo II De la citacioá n y notificacioá n de los actos judiciales
TIÍTULO II De la contestacioá n de la demanda
TIÍTULO III De la instancia del litigio
TIÍTULO IV De las pruebas
Capíátulo I De las declaraciones de las partes
Capíátulo II De la prueba documental
Capíátulo III De los testigos y sus testimonios
Capíátulo IV De los peritos
Capíátulo V Del acceso y del reconocimiento judicial
Capíátulo VI De las presunciones
TIÍTULO V De las causas incidentales
Capíátulo I De la no comparecencia de las partes
Capíátulo II De la intervencioá n de un tercero en la causa
TIÍTULO VI De la publicacioá n de las actas, de la conclusioá n en la causa y de la discusioá n de la causa
TIÍTULO VII De los pronunciamientos del juez
TIÍTULO VIII De la impugnacioá n de la sentencia
Capíátulo I: De la querella de nulidad contra la sentencia
Capíátulo II De la apelacioá n
TIÍTULO IX De la cosa juzgada y de la restitucioá n “in integrum”
Capíátulo I: De la cosa juzgada
Capíátulo II De la restitucioá n “in integrum”
TIÍTULO X De las costas judiciales y del patrocinio gratuito
TIÍTULO XI De la ejecucioá n de la sentencia
SECCION II Del proceso contencioso oral
PARTE III: De algunos procesos especiales
TIÍTULO I De los procesos matrimoniales
Capíátulo I: De las causas para declarar la nulidad del matrimonio
Capíátulo II
Capíátulo III
Capíátulo IV
TIÍTULO II De las causas para declarar la nulidad de la sagrada ordenacioá n
TIÍTULO III Del modo de evitar los juicios
Capíátulo I: De la investigacioá n previa
Capíátulo II Del desarrollo del proceso
Capíátulo III De la accioá n para la reparacioá n de danñ os
SECCION II. Del procedimiento para la remocioá n de los paá rrocos o su traslado
Capíátulo I: Del modo de proceder en la remocioá n de los paá rrocos
Capíátulo II: Del modo de proceder en el traslado de los paá rrocos
LEGISLACION COMPLEMENTARIA ARGENTINA
INTRODUCCION
ANEXO: Programa provisorio para la formacioá n de diaá conos permanentes
ANÑ O I
ANÑ O II
ANÑ O III
Capíátulo I: Sobre la formacioá n y educacioá n religiosa catoá lica, impartidas en cualquier escuela
Capíátulo II: Normas generales sobre la formacioá n y educacioá n religiosa catoá lica cuando ella se imparta en los medios
de comunicacioá n social

CONSTITUCION APOSTOLICA “SACRAE DISCIPLINAE LEGES”


A los venerables Hermanos Cardenales, Arzobispos, Obispos, Presbíáteros, Diaá conos y demaá s miembros del Pueblo de Dios.
Juan Pablo, Obispo,
Siervo de los Siervos de Dios, y para perpetua memoria.
LAS LEYES DE LA SAGRADA DISCIPLINA, la Iglesia Catoá lica ha acostumbrado, con el transcurso del tiempo, ir reformaá ndolas y
renovaá ndolas, para que, manteniendo la fidelidad a su Divino Fundador, se adaptasen de manera apropiada a la misioá n salvíáfica
que le ha sido confiada. Nos, movidos no por otro propoá sito, ordenamos que se publique hoy, díáa veinticinco del mes de enero
del anñ o mil novecientos ochenta y tres, el Coá digo de Derecho Canoá nico revisado, dando finalmente asíá satisfaccioá n a la
expectativa de todo
el orbe catoá lico. Al hacerlo, Nuestro pensamiento se dirige al mismo díáa del anñ o mil novecientos cincuenta y nueve en que
Nuestro Predecesor, Juan XXIII, de feliz memoria, anuncioá puá blicamente, por primera vez, su propoá sito de reformar el vigente
Cuerpo de Leyes Canoá nicas, que habíáa sido promulgado en el anñ o mil novecientos diecisiete, en la solemnidad de Pentecosteá s.
Esta decisioá n de renovar el Coá digo fue tomada juntamente con otras dos sobre las cuales habloá el Pontíáfice ese mismo díáa, a
saber: la voluntad de celebrar el Síánodo de la Dioá cesis de Roma y la de convocar el Concilio Ecumeá nico. Aunque el primero de
estos acontecimientos no tiene mucha relacioá n con la reforma del Coá digo, el segundo, es decir el Concilio, es, en cambio, de
maá xima importancia en relacioá n con nuestro tema y estaá vinculado estrechamente con eá l.
Si se preguntara por queá razoá n Juan XXIII consideroá necesario reformar el Coá digo vigente, se podríáa responder tal vez que esa
razoá n se encuentre en el mismo Coá digo promulgado el anñ o mil novecientos diecisiete. Ademaá s, hay tambieá n otra respuesta maá s
importante: a saber, la reforma del Coá digo de Derecho Canoá nico parecíáa ser querida y exigida por el mismo Concilio, que habíáa
dirigido su atencioá n principalmente a la Iglesia.
Es del todo evidente que, cuando se dio por primera vez la noticia de la revisioá n del Coá digo, el Concilio era absolutamente un
trabajo del futuro. A esto se agrega que los documentos de su magisterio y sobre todo su doctrina acerca de la Iglesia habíáan de
elaborarse entre los anñ os mil novecientos sesenta y dos y mil novecientos sesenta y cinco; sin embargo, nadie puede dejar de
ver que la percepcioá n de Juan XXIII fue del todo acertada y se debe afirmar merecida y justamente que su decisioá n fue una
mirada pr
ovidencial para el bien de la Iglesia por muchos anñ os.
Por eso, el nuevo Coá digo que hoy sale a luz exigioá necesariamente el trabajo previo del Concilio y, aunque fue anunciado
juntamente con aquella asamblea ecumeá nica, sin embargo, cronoloá gicamente, su elaboracioá n fue posterior ya que, como los
trabajos emprendidos para prepararlo debíáan basarse en el concilio, soá lo despueá s de terminado eá ste pudieron comenzarse los
del Coá digo.
Al dirigir hoy Nuestro pensamiento a los comienzos de aquel itinerario, o sea al veinticinco de enero de mil novecientos
cincuenta y nueve y tambieá n al mismo Juan XXIII, iniciador de la revisioá n del Coá digo, debemos admitir que este Coá digo ha
nacido de un solo y uá nico propoá sito, a saber, el de restaurar la vida cristiana; de ese propoá sito la obra íántegra del Concilio
recibioá sus normas y, sobre todo, su orientacioá n.
Si consideramos ahora la naturaleza de los trabajos que precedieron a la promulgacioá n del Coá digo y tambieá n el modo con que
fueron llevados a cabo, sobre todo entre el Pontificado de Pablo VI y el de Juan Pablo I y luego hasta nuestros díáas, es del todo
necesario poner bien en claro que esos trabajos fueron llevados a cabo con un espíáritu eminentemente colegial; y esto no soá lo
se refiere a la composicioá n externa de la obra, sino que afecta profundamente a la misma substancia de las leyes allíá
elaboradas.
Ahora bien: esta nota de colegialidad por la que se distingue eminentemente el proceso de nacimiento de este Coá digo, estaá
plenamente de acuerdo con el magisterio y la íándole del Concilio Vaticano II. Por eso el Coá digo, no soá lo por lo que contiene, sino
tambieá n ya desde su origen manifiesta el espíáritu de este Concilio en cuyos documentos la Iglesia, sacramento universal de
salvacioá n (cfr. Const. Lumen Gentium, 9.48) es presentada como Pueblo de Dios y su constitucioá n jeraá rquica aparece fundada
sobre el Colegio Episcopal juntamente con su Cabeza.
Por esta razoá n los Obispos y los Episcopados fueron invitados a prestar su colaboracioá n en la preparacioá n del nuevo Coá digo
para que, a traveá s de un recorrido tan largo y con un meá todo, en todo lo posible, colegial, fueran madurando paulatinamente
las foá rmulas juríádicas que habríáan luego de servir para uso de la Iglesia universal. Ademaá s, en todas las etapas de esta empresa
participaron de los trabajos los peritos, es decir, hombres dotados de una ciencia especial en la doctrina teoloá gica, en historia y,
sobre todo, en Derecho Canoá nico, que fueron elegidos de todas las regiones del mundo.
A todos y a cada uno de ellos, les expresamos hoy nuestro sincero sentimiento de gratitud.
En primer lugar, tenemos presentes a los Cardenales ya fallecidos, que estuvieron al frente de la Comisioá n preparatoria: el
Cardenal Pedro Ciriaci, que comenzoá la obra, y el Cardenal Pericles Felici que dirigioá el camino de los trabajos durante muchos
anñ os, casi hasta el final. Pensamos despueá s en los Secretarios de la misma Comisioá n, el Reverendíásimo Monsenñ or Santiago
Violardo, maá s tarde Cardenal, y el Padre Raimundo Bidagor, de la Companñ íáa de Jesuá s, los cuales volcaron en el cumplimiento de
esta tarea, los tesoros de su doctrina y de su sabiduríáa. Junto con ellos, recordamos a los Cardenales, Arzobispos, Obispos, a
cuantos fueron miembros de aquella Comisioá n, y tambieá n a los Consultores de cada uno de los grupos de estudio, destinados
durante estos anñ os a tan difíácil tarea, a quienes Dios llamoá entre tanto a gozar del premio eterno. Por todos ellos sube a Dios
Nuestra oracioá n de sufragio.
Es bueno, no obstante, recordar tambieá n a los que auá n viven; en primer lugar, al actual Pro-Presidente de la comisioá n, el
Venerable Hermano Rosalíáo Castillo Lara, quien durante muchíásimo tiempo desempenñ oá una extraordinaria actividad en tan
importante cargo; y despueá s de eá l, al amado hijo Guillermo Onclin, sacerdote, que con asidua y cuidadosa preocupacioá n
contribuyoá al feliz teá rmino de la obra; y, finalmente, a todos los demaá s que, en la misma Comisioá n, sea como Cardenales
Miembros, sea como Oficiales, Consultores y Colaboradores en los Grupos de estudio o en otras Oficinas, aportaron su
colaboracioá n de altíásimo valor para elaborar y llevar a teá rmino una obra de tanta importancia y de tan grande complejidad.
Por lo tanto, al promulgar hoy el Coá digo, tenemos plena conciencia de que este acto emana de Nuestra autoridad de Pontíáfice y
que, por lo tanto, reviste “naturaleza primacial”. Sin embargo, tenemos al mismo tiempo conciencia de que este Coá digo, en lo
referente a su materia, expresa en síá mismo la solicitud colegial por la Iglesia de todos Nuestros Hermanos en el Episcopado;
maá s auá n, gracias a cierta semejanza con el mismo Concilio, el Coá digo debe ser considerado como un fruto de la colaboracioá n
colegial que ha surgido de las energíáas aunadas de hombres expertos e instituciones esparcidos a traveá s de la Iglesia universal.
Se plantea ahora una segunda cuestioá n, la de definir queá es el Coá digo de Derecho Canoá nico. Para responder debidamente a este
interrogante, debemos recordar aquella larga creencia juríádica contenida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, de la cual
toma su origen, como de su primera fuente, toda la tradicioá n juríádica y legislativa de la Iglesia.
En efecto, Cristo el Senñ or de ninguá n modo destruyoá la riquíásima herencia de la Ley y los Profetas que habíáa ido creciendo
paulatinamente por la historia y la experiencia del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento; por el contrario, le dio
cumplimiento (cfr. Mt. 5, 17), de tal modo que, en una forma nueva y maá s alta, quedase incorporada a la herencia del Nuevo
Testamento. Por tanto, aunque San Pablo, al exponer el misterio pascual, ensenñ e que la justificacioá n no proviene de las obras de
la ley, sino que se dan por la fe (cfr. Rom. 3, 28; Gaá l. 2, 16), con ello, no excluye la fuerza obligatoria del Decaá logo (cfr. Rom. 13,
8-10; Gaá l. 5, 13-25; 6, 2), ni niega la importancia de la disciplina en la Iglesia de Dios (cfr. 1 Cor., cap. 5 y 6).
Asíá, los escritos del Nuevo Testamento nos permiten percibir maá s claramente la importancia de esa disciplina y comprender
mejor los víánculos que, de un modo tan estrecho, la unen con la íándole salvíáfica del mensaje del mismo Evangelio.
Siendo esto asíá, aparece suficientemente claro que el fin del Coá digo de ninguá n modo es el de reemplazar la fe, la gracia, los
carismas y mucho menos la caridad en la vida de la Iglesia o en la de los fieles cristianos. Por el contrario, el Coá digo se propone
maá s bien crear en la sociedad eclesial un orden tal que, al dar la maá s alta importancia al amor, a la gracia y a los carismas, al
mismo tiempo haga maá s faá cil un ordenado desarrollo de ellos en la vida, tanto de la sociedad eclesial como en la de cada uno
de los hombres que a ella pertenece.
El Coá digo, siendo como es el principal documento legislativo de la Iglesia, basado en la herencia juríádica y legislativa de la
Revelacioá n y de la Tradicioá n, debe ser considerado como un instrumento sumamente necesario para lograr la observancia del
debido orden tanto en la vida individual y social cuanto tambieá n en la actividad misma de la Iglesia. Por lo cual, ademaá s de los
elementos fundamentales de la estructura jeraá rquica y orgaá nica de la Iglesia establecidos por su Divino Fundador o fundados
en la tradicioá n apostoá lica o, en todo caso, antiquíásima, y ademaá s tambieá n de las principales normas relativas al ejercicio de la
triple funcioá n que se le exige a la Iglesia, es necesario que el Coá digo defina tambieá n algunas reglas y normas de accioá n.
El Coá digo es un instrumento que concuerda plenamente con la naturaleza de la Iglesia, sobre todo tal como la presenta el
magisterio del Concilio Vaticano II en general, y de un modo muy especial, su doctrina eclesioloá gica. Maá s auá n, en cierto modo,
este nuevo Coá digo puede ser concebido como un gran esfuerzo para pasar al lenguaje canoá nico esa misma doctrina, es decir, la
eclesiologíáa conciliar. Aunque no se pueda lograr que la imagen de la Iglesia trazada por la doctrina del Concilio quede
traducida perfectamente en el lenguaje canoá nico, no obstante, el Coá digo ha de ser siempre referido, como a su principal
modelo, a aquella misma imagen, cuyos lineamientos debe expresar en síá, dentro de lo posible, seguá n su propia naturaleza.
De ahíá se derivan ciertas normas fundamentales por las que se rige enteramente el nuevo Coá digo, por cierto dentro de los
líámites de la materia que le es propia, como del lenguaje relacionado con ella.
Maá s auá n, se puede afirmar que de allíá deriva tambieá n esa nota caracteríástica por la cual el Coá digo es considerado como
complemento del magisterio propuesto por el Concilio Vaticano II, especialmente en lo que atanñ e a las dos Constituciones, la
dogmaá tica y la pastoral.
De donde se sigue que aquella fundamental razoá n de novedad que sin apartarse de la tradicioá n legislativa de la Iglesia, se
encuentra en el Concilio Vaticano II, sobre todo en lo referente a su doctrina eclesioloá gica, constituya tambieá n la razoá n de la
novedad en el nuevo Coá digo.
Entre los elementos que expresan la verdadera y propia imagen de la Iglesia deben senñ alarse principalmente los siguientes: la
doctrina por la cual la Iglesia es presentada como Pueblo de Dios (cfr. Const. Lumen Gentium, 2) y la autoridad jeraá rquica como
servicio (Ibid. 3); ademaá s, la doctrina que muestra a la Iglesia como comunioá n y por lo tanto establece las mutuas relaciones
que deben existir entre la Iglesia particular y la universal, asíá como entre la colegialidad y el primado; ademaá s, la doctrina por
la cual todos los miembros del Pueblo de Dios, en el modo que es propio a cada uno, participa de la triple funcioá n de Cristo, a
saber, sacerdotal, profeá tica y real, a la cual doctrina se agrega aquella otra que considera los deberes y los derechos de los fieles
y en concreto de los laicos; finalmente, la atencioá n que la Iglesia debe prestar al ecumenismo.
Si, pues, el Concilio Vaticano II sacoá del tesoro de la Tradicioá n elementos viejos y nuevos y su novedad consiste en estos y en
otros elementos, es evidente que el Coá digo debe tener la misma nota de fidelidad en la novedad y de novedad en la fidelidad y
conformarse a ella seguá n la materia que le es propia y seguá n su modo peculiar de expresarse.
El nuevo Coá digo de Derecho Canoá nico sale a luz en circunstancias en que los Obispos de toda la Iglesia no soá lo piden su
promulgacioá n, sino que la reclaman con insistencia y fuerza.
Y, en verdad, el Coá digo de Derecho Canoá nico es absolutamente necesario a la Iglesia. Estando constituida al modo de un cuerpo
tambieá n social y visible, necesita de normas para que su estructura jeraá rquica y orgaá nica se manifieste en forma visible; para
que se ordene debidamente el ejercicio de las funciones a ella divinamente confiadas, sobre todo, la de la sagrada potestad y la
de la administracioá n de los sacramentos; para que las mutuas relaciones de los fieles cristianos se concierten seguá n la justicia
basada en la caridad, quedando garantidos y determinados los derechos de cada uno; y finalmente, para que las iniciativas
comunes para vivir con maá s perfeccioá n la vida cristiana sean sostenidas, fortalecidas y promovidas por medio de leyes
canoá nicas.
Por uá ltimo, las leyes canoá nicas, por su misma naturaleza, exigen su observancia; por cuya causa, se ha puesto el mayor cuidado
posible para que, durante la larga preparacioá n del Coá digo, se hiciera una cuidadosa redaccioá n de las normas y para que eá stas se
apoyaran en un soá lido fundamento juríádico, canoá nico y teoloá gico.
Una vez hechas todas estas consideraciones, hay que desear que la nueva legislacioá n canoá nica se convierta en un instrumento
eficaz por medio del cual la Iglesia esteá en condiciones de perfeccionarse de acuerdo con el espíáritu del Concilio Vaticano II y se
vuelva cada vez maá s apta para cumplir su misioá n salvíáfica en este mundo.
Nos place comunicar a todos, con gran confianza, nuestras reflexiones en el momento en que promulgamos el cuerpo
fundamental de leyes eclesiaá sticas para la Iglesia latina.
Quiera Dios, por lo tanto, que el gozo y la paz, unidos con la justicia y la obediencia, acompanñ en a este Coá digo y que lo mandado
por la Cabeza, se cumpla en el Cuerpo.
Asíá, pues, confiados en el auxilio de la gracia divina, sostenidos por la autoridad de los Santos Apoá stoles Pedro y Pablo, a
ciencia cierta y acogiendo los deseos de los Obispos de todo el mundo que han colaborado con Nosotros con espíáritu colegial,
con la suprema autoridad de que estamos revestidos, por medio de esta Nuestra Constitucioá n, que tendraá siempre vigencia en
el futuro, promulgamos el presente Coá digo tal como ha sido ordenado y revisado y mandamos que en adelante tenga fuerza de
ley para toda la
Iglesia latina y encomendamos su observancia a la custodia y vigilancia de todos aquellos a quienes corresponde.
Y para que todos puedan con mayor seguridad informarse exactamente de estas prescripciones y conocerlas claramente, antes
de que sean puestas en vigencia ordenamos y disponemos que tengan fuerza de ley a partir del primer díáa de adviento del anñ o
mil novecientos ochenta y tres. Y esto sin que obsten disposiciones de cualquier clase, constituciones, privilegios, aun dignos
de especial o singular mencioá n y costumbres contrarias.
Por lo tanto, exhortamos a todos nuestros amados hijos para que cumplan con aá nimo sincero y buena voluntad los preceptos
propuestos, esperando confiadamente que vuelva a florecer en la Iglesia esta sabia disciplina y en consecuencia se promueva
cada vez maá s la salvacioá n de las almas con el auxilio de la Santíásima Virgen Maríáa, Madre de la Iglesia.
Dado en Roma, el veinticinco de enero del anñ o mil novecientos ochenta y tres en la sede del Vaticano, en el quinto aniversario
de Nuestro Pontificado.
Juan Pablo P.P. II.

PREFACIO
Ya desde los tiempos de la Iglesia primitiva existioá la costumbre de reunir los sagrados caá nones en una coleccioá n, para que su
conocimiento, su uso y su observancia resultasen maá s faá ciles, especialmente a los sagrados ministros, pues “a ninguá n sacerdote
le estaá permitido ignorar sus caá nones”, como ya lo advertíáa el Papa Celestino en la carta dirigida a los Obispos establecidos en
la Apulia y Calabria (21 de julio de 429, cfr. Jaffeá 2 n. 371; Mansi IV, col. 469); con estas palabras concuerdan plenamente las
del Concilio Toledano IV (a. 633) el cual, despueá s de la restauracioá n, en el reino de los visigodos, de la disciplina de la Iglesia,
liberada del arrianismo, ordenaba “conozcan los sacerdotes las sagradas escrituras y los caá nones” porque “debe evitarse la
ignorancia, madre de todos los errores, especialmente en los sacerdotes de Dios” (can. 25: Mansi, X, col. 627).
En realidad, en el decurso de los diez primeros siglos, florecieron casi por doquier innumerables recopilaciones de leyes
eclesiaá sticas compuestas sobre todo por iniciativa privada; en ellas se conteníáan principalmente las normas dadas por los
Concilios y por Romanos Pontíáfices y, ademaá s, otras tomadas de fuentes de menor importancia. A mediados del siglo XII, este
conjunto de normas y de colecciones, frecuentemente discordantes entre síá, fue reducido a una concordancia de leyes y
colecciones llevada a cabo
una vez maá s por iniciativa privada por el monje Graciano. Esta concordancia, llamada despueá s Decreto de Graciano, constituyoá
la primera parte de aquella gran coleccioá n de leyes de la Iglesia que, a ejemplo del “Corpus” de Derecho Civil del emperador
Justiniano, fue llamada “Corpus Iuris Canonici”, y que conteníáa las leyes, que en el espacio de casi dos siglos, habíáa dado la
suprema autoridad de los Romanos Pontíáfices con la ayuda de los peritos en Derecho Canoá nico, que se llamaban entonces
glosadores. Este
Corpus, ademaá s del Decreto de Graciano que conteníáa las normas superiores, consta del “Libro Extra” de Gregorio IX, el “Libro
VI” de Bonifacio VIII, las “Clementinas”, es decir, la coleccioá n que abarca las normas promulgadas desde Clemente V a Juan XXII,
a las que se agregan las “Extravagantes” de este Pontíáfice y las “Extravagantes Comunes”, Decretales de varios Romanos
Pontíáfices nunca reunidas en una coleccioá n auteá ntica. El derecho eclesiaá stico, que comprende este “Corpus”, constituye el
derecho claá sico
de la Iglesia catoá lica y con este nombre se lo denomina comuá nmente.
Ademaá s, a este “Corpus” de derecho de la Iglesia latina, responde, de alguá n modo, el “Syntagma Canonum” o “Corpus Oriental
de caá nones” de la Iglesia griega.
Las leyes posteriores dadas por el Concilio de Trento sobre todo en la eá poca de la reforma catoá lica y posteriormente por los
distintos Dicasterios de la Curia Romana, nunca fueron reunidas en una sola coleccioá n; y eá sta fue la causa por la cual, con el
correr del tiempo, la legislacioá n no incluida en el “Corpus Iuris Canonici”, constituyera “un inmenso cuá mulo de leyes
superpuestas unas sobre otras”, en el cual, no soá lo el desorden, sino tambieá n la incertidumbre unida a la inutilidad y a las
lagunas de muchas
leyes, hicieran que la misma disciplina de la Iglesia fuese puesta en peligro y en situacioá n críática cada vez mayores.
Por esta razoá n ya en la eá poca en que se preparaba el Concilio Vaticano I, muchos obispos habíáan pedido que se preparara una
coleccioá n de leyes nueva y uá nica, que sirviera, de un modo maá s claro y seguro, a la atencioá n pastoral del Pueblo de Dios. Dado
que esta obra no pudo ser llevada a cabo por el Concilio, la Sede Apostoá lica resolvioá despueá s realizar un nuevo ordenamiento
de las leyes, que atendiera soá lo a los temas maá s urgentes y que parecíáan tocar maá s de cerca a la disciplina. Finalmente el Papa
Píáo X, a
penas comenzado su pontificado, asumioá esa tarea, proponieá ndose reunir y reformar todas las leyes eclesiaá sticas y con ese fin
dispuso que esa obra se llevara a cabo, bajo la direccioá n del Cardenal Pedro Gasparri.
Para realizar un trabajo tan grande y tan arduo, se planteoá , en primer lugar la cuestioá n de la forma interna y externa de la
nueva coleccioá n. Dejando a un lado el sistema de la compilacioá n, seguá n el cual cada una de las leyes debíáa ser presentada
prolijamente en su texto original, se decidioá elegir un meá todo moderno de codificacioá n y asíá los textos que conteníáan y
proponíáan una norma, fueron redactados de nuevo, en una forma maá s breve; todo el contenido fue distribuido en cinco libros
siguiendo, sustancialmente, el sistema de las instituciones del derecho romano sobre las personas, las cosas y las acciones. La
obra fue terminada en doce anñ os trabajando en comuá n los peritos, los consultores y los obispos de toda la Iglesia. En el
proemio del can. 6 se enuncia claramente la íándole del nuevo Coá digo: “el Coá digo generalmente mantiene la disciplina vigente
hasta nuestros díáas, aunque aporte los cambios oportunos”. No se trataba, pues, de establecer un nuevo derecho sino
principalmente de ordenar con un meá todo Nuevo, el derecho hasta entonces vigente. Muerto Píáo X, esta coleccioá n universal,
exclusiva y auteá ntica, fue promulgada por su sucesor Benedicto XV el 27 de mayo de 1917 y tuvo caraá cter obligatorio a partir
del 19 de mayo de 1918.
Fue unaá nime el consenso en recibir bien el derecho universal de este Coá digo Píáo-Benedictino, y tambieá n en nuestra eá poca,
contribuyoá mucho a promover la tarea pastoral en toda la Iglesia, que alcanzaba entre tanto un nuevo desarrollo. Sin embargo,
por un lado las condiciones externas de la Iglesia en este mundo, que en unos pocos decenios experimentoá tan raá pidos cambios
en las cosas y tan graves alteraciones en las costumbres y, por otro lado, las razones internas de la comunidad eclesiaá stica en
continuo progreso, hicieron necesaria una nueva reforma de las leyes canoá nicas, cada díáa maá s urgente y maá s requerida.
Ciertamente, el Sumo Pontíáfice, Juan XXIII habíáa visto con claridad estos signos de los tiempos, quien, al anunciar por primera
vez el Síánodo Romano y el Concilio Vaticano II, el 25 de enero de 1959, declaroá , a la vez, que estos acontecimientos
constituiríáan necesariamente la preparacioá n para emprender la tan deseada renovacioá n del Coá digo.
En realidad, aunque la Comisioá n para la revisioá n del Coá digo de Derecho Canoá nico fuera constituida, una vez empezado el
Concilio Ecumeá nico, el 28 de marzo de 1963, siendo Presidente el Cardenal Pedro Ciriaci y Secretario el Rvmo. Mons. Santiago
Violardo, sin embargo los Cardenales miembros, en la reunioá n del 12 de noviembre del mismo anñ o, convinieron juntamente
con el Presidente que los trabajos propiamente dichos de la revisioá n, deberíáan ser diferidos y que soá lo una vez terminado el
Concilio se los podríáa comenzar. La reforma, en efecto, debíáa ser realizada de acuerdo con las resoluciones y los principios que
debíáa establecer el mismo Concilio. Mientras tanto, a esta Comisioá n instituida por Juan XXIII, su sucesor, Pablo VI, el 17 de abril
de 1964 le agregoá setenta consultores y luego nombroá otros Cardenales miembros y convocoá consultores de todo el mundo
para que colaboraran en llevar a cabo la tarea. El 24 de febrero de 1965, el Sumo Pontíáfice nombroá al Reverendíásimo Padre
Raimundo Bidagor, de la Companñ íáa de Jesuá s, nuevo Secretario de la Comisioá n por haber sido promovido el Reverendíásimo
Mons. Violardo al cargo de Secretario de la Congregacioá n para la Disciplina de los Sacramentos, y el 17 de noviembre del
mismo anñ o constituyoá como Secretario Adjunto de la Comisioá n al Reverendíásimo Mons. Guillermo Onclin. Muerto el Cardenal
Ciriaci, fue nombrado el 21 de febrero de 1967 nuevo Pro-Presidente el Arzobispo Pericles Felici, anteriormente Secretario
General del Concilio Vaticano II quien, el 26 de junio del mismo anñ o, fue incorporado al Sagrado Colegio de Cardenales y luego
asumioá el cargo de Presidente de la Comisioá n. Como el Reverendíásimo Padre Bidagor, el 1º de noviembre de 1973 al cumplir
los 80 anñ os cesara en su cargo de Secretario, fue nombrado nuevo Secretario de la Comisioá n, el 12 de febrero de 1975, el
Excelentíásimo Senñ or Don Rosalíáo Castillo Lara S.D.B. Obispo titular de Bizacena y coadjutor de Trujillo en Venezuela, quien fue
designado Pro-Presidente de la Comisioá n el 17 de mayo de 1982, debido a la prematura muerte del Cardenal Pericles Felici.
Acercaá ndose ya el final del Concilio Ecumeá nico Vaticano II, se celebroá una sesioá n solemne ante el Sumo Pontíáfice Pablo VI el 20
de noviembre de 1965 a la que asistieron los Cardenales miembros, los Secretarios, los consultores y los oficiales de la
Secretaríáa, que se habíáa creado entre tanto, con la finalidad de celebrar la inauguracioá n puá blica de los trabajos de revisioá n del
Coá digo de Derecho Canoá nico. En la alocucioá n del Sumo Pontíáfice fueron establecidos, en cierto modo, los fundamentos de todo
el trabajo y, en verdad, se recuerda en ella que el Derecho Canoá nico emana de la naturaleza de la Iglesia, que su raíáz estaá en el
poder de jurisdiccioá n concedido a la Iglesia por Cristo y que su fin debe ser puesto en la cura de almas para conseguir la
salvacioá n eterna; se explica ademaá s la naturaleza del derecho de la Iglesia; se defiende su necesidad contra las objeciones maá s
comunes; se hace la historia del progreso del derecho y de las colecciones; y, sobre todo, se pone en claro la urgente necesidad
de una nueva revisioá n para que la disciplina de la Iglesia se adapte convenientemente a las nuevas situaciones.
El Sumo Pontíáfice le senñ aloá a la Comisioá n, ademaá s, dos elementos que debíáan inspirar todo su trabajo: en primer lugar, que no
se trataba de un nuevo ordenamiento de las leyes, como se habíáa hecho en la elaboracioá n del Coá digo Píáo-Benedictino, sino
ademaá s -y principalmente- de la reforma de las normas, que se debíáan adaptar a una nueva mentalidad y a las nuevas
necesidades, si bien el antiguo derecho debíáa servirles de fundamento. En segundo lugar, en este trabajo de revisioá n habíáan de
tenerse cuidadosamente
presentes todos los Decretos y Actas del Concilio Vaticano II, ya que en ellos se encontraríáan los lineamientos propios de la
renovacioá n legislativa, ya fuera porque se habíáan dictado normas que directamente se referíáan a las nuevas instituciones y a la
disciplina eclesiaá stica, ya porque era necesario que las riquezas doctrinales de ese Concilio que tanto habíáan aportado a la vida
pastoral, tuvieran tambieá n en la legislacioá n canoá nica sus consecuencias y su necesario complemento.
Tambieá n en anñ os siguientes, en repetidas alocuciones, disposiciones y consejos, el Sumo Pontíáfice les recordoá a los miembros
de la Comisioá n los dos elementos arriba mencionados, sin dejar nunca de dirigir, en sus líáneas generales, todo el trabajo, y de
seguir muy de cerca su desarrollo.
Para que las subcomisiones o grupos de estudio pudieran emprender orgaá nicamente su tarea, era necesario que ante todo se
seleccionaran y aprobaran ciertos principios que establecieran el procedimiento que se debíáa seguir para toda la revisioá n del
Coá digo. Una Comisioá n central de consultores preparoá el texto del documento que, por orden del Sumo Pontíáfice, fue sometido,
en octubre de 1967, al estudio de la Asamblea General de Obispos. Estos fueron los principios aprobados asíá, casi por
unanimidad: 1º) En la renovacioá n del derecho, debe ser firmemente conservada la íándole juríádica del nuevo Coá digo, como lo
exige la naturaleza social de la Iglesia. Por lo tanto, es funcioá n propia del Coá digo establecer normas para que los fieles, en la
praá ctica de su vida cristiana, participen de los bienes que les ofrece la Iglesia para conducirlos a la vida eterna. Por tanto, para
alcanzar este fin, el Coá digo debe definir y proteger los derechos y obligaciones de cada uno para con los demaá s y para con la
sociedad eclesiaá stica, en todo lo que se refiere al culto de Dios y a la salvacioá n de las almas. 2º) Entre el fuero externo y el fuero
interno, que es propio de la Iglesia y que tuvo vigencia durante siglos, debe darse una coordinacioá n, de modo tal que se eviten
conflictos entre ambos. 3º) Para fomentar lo maá s posible la cura pastoral de almas, se debe tener en cuenta, en el nuevo
derecho, ademaá s de la virtud de la justicia, tambieá n la de la caridad, la templanza, la humanidad y la moderacioá n, por medio de
las cuales se tienda a la equidad no soá lo en la aplicacioá n de las leyes que deben realizar los pastores de almas, sino tambieá n en
la misma legislacioá n; por lo tanto, deben dejarse de lado las normas demasiado ríágidas; maá s auá n, debe recurrirse maá s bien a las
exhortaciones y consejos en los casos en que no haya necesidad de mantener el derecho estricto en favor del bien puá blico y de
la disciplina eclesiaá stica general. 4º) Para que el Sumo Legislador y los Obispos procedan de mutuo acuerdo en la cura de almas
y el ministerio de los pastores se manifieste de un modo maá s positivo; las facultades hasta ahora extraordinarias para la
dispensa de las leyes generales que se conviertan en ordinarias, reservando a la Suprema Potestad de la Iglesia universal o a
otras autoridades superiores solamente aquellas que exijan excepcioá n en razoá n del bien comuá n; 5º) Que se tenga muy en
cuenta el llamado principio de subsidiariedad, derivado del principio anterior, el cual, con mayor razoá n, debe ser aplicado en la
Iglesia, ya que el oficio de los Obispos, con las potestades anejas, es de derecho divino. Mediante este principio, al tiempo que
se conservan la unidad legislativa y el derecho universal y general, se propugna la conveniencia y hasta la necesidad de proveer
a la utilidad sobre todo de cada una de las instituciones a traveá s de derechos particulares y de la sana autonomíáa de su
potestad ejecutiva particular a ellas reconocidas. El nuevo Coá digo, pues, basado en dicho principio, debe conceder a esos
derechos particulares o a la potestad ejecutiva, aquello en que no esteá comprometida la unidad de disciplina de la Iglesia
universal; de tal manera que se prevean oportunas “descentralizaciones” como se las llama actualmente, evitando los peligros
de la disgregacioá n o de la constitucioá n de Iglesias nacionales. 6º) Teniendo en cuenta la igualdad fundamental de todos los
fieles y la diversidad de deberes y de funciones que tiene su fundamento en la misma ordenacioá n jeraá rquica de la Iglesia,
conviene que se determinen exactamente y que queden asegurados los derechos de las personas. Esto hace que el ejercicio de
la potestad aparezca maá s claramente como servicio, que quede maá s firme su ejercicio y que se eliminen los abusos. 7º) Para
que esto se lleve a la praá ctica rectamente, es necesario que se tenga especial preocupacioá n por la organizacioá n del
procedimiento para la defensa de los derechos subjetivos. Por tanto, al renovar el derecho, se debe poner atencioá n a aquello
que, en ese aspecto, era hasta ahora muy echado de menos, a saber, los recursos administrativos y la administracioá n de la
justicia. Para obtener esto, es necesario que se distingan claramente las distintas funciones de la potestad eclesiaá stica, es decir,
la legislativa, la administrativa y la judicial; y que se determinen en forma apropiada, a queá oá rganos corresponde ejercer cada
una de esas funciones. 8º) De alguá n modo debe ser revisado el principio sobre la conservacioá n del caraá cter territorial en el
ejercicio del gobierno eclesiaá stico; las caracteríásticas del apostolado moderno parecen recomendar las unidades
jurisdiccionales personales. Se debe, pues, establecer en el nuevo derecho el principio por el cual la porcioá n del Pueblo de Dios
que corresponda gobernar estaraá , por regla general, determinada por un territorio; pero nada impediraá que, cuando lo
aconseje la utilidad se puedan admitir otros criterios, por lo menos combinados con el territorial, para determinar la
comunidad de los fieles. 9º) En cuanto al derecho coactivo, al cual la Iglesia, como sociedad externa visible e independiente, no
puede renunciar, las penas deberaá n ser generalmente “ferendae sententiae”, y tan soá lo se aplicaraá n y se perdonaraá n en el fuero
externo. Las penas “latae sententiae” deberaá n reducirse a unos pocos casos y solamente se fijaraá n para delitos gravíásimos. 10º)
Finalmente, como todos lo admiten unaá nimemente, la nueva disposicioá n sistemaá tica del Coá digo, exigida por la nueva
adaptacioá n, al comienzo soá lo se la puede esbozar, pero de ninguá n modo definirla con exactitud ni determinarla. Soá lo se podraá
hacerlo, por tanto, despueá s de una revisioá n suficiente de cada una de las partes, maá s auá n, despueá s de haber hecho casi toda la
obra.
A partir de estos principios, mediante los cuales era necesario senñ alar el meá todo para la revisioá n del nuevo Coá digo, queda
manifiesta la necesidad de aplicar, en toda ocasioá n, la doctrina sobre la Iglesia desarrollada por el Concilio Vaticano II,
concretamente la que establece que se deben tener en cuenta, no solamente las caracteríásticas externas y sociales del Cuerpo
Míástico de Cristo, sino tambieá n, y principalmente, su vida íántima.
En verdad, los consultores, para la elaboracioá n del nuevo texto del Coá digo, han sido como llevados de la mano por estos
principios.
Entretanto, en una carta del 15 de enero de 1966, dirigida por el Eminentíásimo Cardenal Presidente de la Comisioá n a los
Presidentes de las Conferencias Episcopales, se les pidioá a los Obispos catoá licos del mundo entero que propusieran sus deseos
y sus consejos sobre la elaboracioá n del mismo derecho, asíá como tambieá n sobre el modo en que debíáan entablarse
adecuadamente las relaciones entre las Conferencias Episcopales y la Comisioá n, a fin de conseguir la mayor cooperacioá n
posible en ese aspecto para bien de la Iglesia. Ademaá s se les pidioá que enviaran a la Secretaríáa de la Comisioá n los nombres de
los peritos en derecho canoá nico que, a juicio de los Obispos, maá s sobresaliesen por su doctrina, en sus respectivas regiones,
indicando ademaá s su especializacioá n, para poder seleccionar entre ellos y nombrar los consultores y colaboradores. En efecto,
desde el comienzo y durante el curso de los trabajos, ademaá s de los Eminentíásimos miembros de la Comisioá n, fueron invitados
a prestar su colaboracioá n, en la elaboracioá n del nuevo Coá digo de Derecho Canoá nico, como consultores de la Comisioá n, obispos,
sacerdotes, religiosos, laicos, peritos en derecho canoá nico, en teologíáa, en la cura pastoral de las almas y en derecho civil,
procedentes de todo el orbe cristiano. Durante todo el tiempo que duroá el trabajo, colaboraron en la Comisioá n, procedentes de
los cinco continentes y de 31 naciones, en calidad de miembros, de consultores y de diversos colaboradores, 105 Padres
Cardenales, 77 Arzobispos y Obispos, 73 presbíáteros seculares, 47 presbíáteros religiosos, 3 religiosas y 12 laicos.
Ya antes de la uá ltima sesioá n del Concilio Vaticano II, el 6 de mayo de 1965, fueron convocados los consultores de la Comisioá n a
una sesioá n privada en la que, con la aprobacioá n del Santo Padre, el Presidente de la Comisioá n puso a su consideracioá n tres
problemas fundamentales, a saber, si se debíáan elaborar uno o dos Coá digos: el Latino y el Oriental; luego, queá meá todo de
trabajo debíáa seguirse, o sea, coá mo debíáan actuar la Comisioá n y sus oá rganos; y, finalmente, coá mo podríáa hacerse la distribucioá n
del trabajo entre las varias subcomisiones que debíáan dedicarse a esa tarea simultaá neamente. Acerca de estas cuestiones, los
tres grupos formados con ese fin, redactaron sus informes, los que luego se comunicaron a todos los miembros de la Comisioá n.
Acerca de las primeras cuestiones celebraron los Eminentíásimos miembros de la Comisioá n una segunda sesioá n, el 25 de
noviembre de 1965, en la cual se les pidioá que respondieran a algunas dudas surgidas sobre el mismo asunto.
En lo que respecta a la ordenacioá n sistemaá tica del nuevo Coá digo, seguá n el voto del grupo central de consultores, que se reunioá
del 3 al 7 de abril de 1967, se formuloá un principio sobre este punto para someterlo al Síánodo de los Obispos. Despueá s de la
sesioá n del Síánodo, parecioá oportuno constituir, en el mes de noviembre de 1967, un grupo especial de consultores, que se
dedicaran al estudio del orden sistemaá tico. En la sesioá n de este grupo, celebrada a comienzos de abril de 1968, todos
estuvieron de acuerdo en que no debíáan incluirse en el nuevo coá digo, ni las leyes propiamente lituá rgicas, ni las normas sobre
los procesos de beatificacioá n y canonizacioá n ni tampoco las normas sobre las relaciones de la Iglesia con el exterior. Tambieá n
les parecioá bien a todos que, en la parte en que se trata del Pueblo de Dios, se fijara el estatuto personal de todos los fieles
cristianos, y se trataran separadamente los poderes y facultades que incumben al ejercicio de los diversos oficios y funciones.
Finalmente, estuvieron todos de acuerdo en que no podíáa mantenerse íántegramente, en el nuevo Coá digo, la estructura del
Coá digo Píáo-Benedictino.
En la tercera sesioá n de los Eminentíásimos miembros de la Comisioá n, del 28 de mayo de 1968, los Padres Cardenales aprobaron,
en lo esencial, una ordenacioá n provisoria, seguá n la cual los grupos de estudio, que ya habíáan sido constituíádos anteriormente,
fueron dispuestos en un nuevo orden: “De la ordenacioá n sistemaá tica del Coá digo”, “De las formas generales”, “De la Jerarquíáa
sagrada”, “De los institutos de perfeccioá n”, “De los laicos”, “De las personas fíásicas y morales en general”, “Del matrimonio”, De
los sacramentos, excepto el del matrimonio”, “Del matrimonio eclesiaá stico”, “Del derecho patrimonial de la Iglesia”, “De los
procesos”, “Del derecho penal”.
Los temas tratados por el grupo “De las personas fíásicas y juríádicas” (asíá fue llamado despueá s) se volcaron en el Libro “De las
normas generales”. Tambieá n parecioá oportuno constituir un grupo “De los lugares y los tiempos sagrados y del culto divino”. En
razoá n de un contenido maá s amplio fueron cambiados algunos tíátulos de otros grupos: el grupo “De los laicos” tomoá el nombre
de “De los derechos y las asociaciones de los fieles y de los laicos”; el grupo “De los religiosos” tomoá el nombre de “De los
institutos de perfeccioá n” y finalmente, “De los institutos de vida consagrada por la profesioá n de los consejos evangeá licos”.
Acerca del meá todo que fue empleado en el trabajo de revisioá n durante maá s de 16 anñ os, brevemente deben recordarse los
cometidos principales: los consultores de cada uno de los grupos de trabajo hicieron una labor de extraordinario valor con la
plena dedicacioá n de espíáritu, no mirando a otra cosa maá s que al bien de la Iglesia, ya en la preparacioá n hecha por escrito de los
votos acerca de las partes del propio esquema, ya en las discusiones de las largas sesiones que se teníáan en Roma en eá pocas
determinadas, ya en el examen de las observaciones, los votos y las sentencias que llegaban a la Comisioá n acerca del mismo
esquema. El modo de proceder era el siguiente: a cada uno de los consultores que en nuá mero de ocho a catorce integraban los
distintos grupos de estudio, se les senñ alaba el tema que, basado en el derecho del Coá digo vigente, debíáa ser sometido a un
estudio de revisioá n. Cada uno de los consultores, despueá s de examinar los problemas, transmitíáa a la Secretaríáa de la Comisioá n
su voto escrito y una copia del mismo al relator y, si habíáa tiempo para ello, a todos los miembros del grupo. En Roma, en las
sesiones de estudio, que se debíáan tener seguá n la agenda convenida, sesionaban los grupos y, a propuesta del relator eran
consideradas todas las cuestiones y opiniones hasta que el texto de los caá nones se hubiere sometido a votacioá n artíáculo por
artíáculo y se lo hubiese luego redactado como esquema. En la sesioá n, ayudaba al relator el oficial, que desempenñ aba la funcioá n
de actuario.
El nuá mero de sesiones de cada uno de los grupos era mayor o menor seguá n los temas concretos; el trabajo, asíá, se prolongaba
durante anñ os.
Especialmente en los uá ltimos tiempos, se teníáan algunas reuniones mixtas constituidas con el fin de que algunos consultores,
provenientes de diversos grupos, tratasen juntos temas que se referíáan directamente a varios grupos y que conveníáa se
resolvieran de comuá n acuerdo.
Una vez terminada la elaboracioá n de algunos esquemas llevada a cabo por los grupos de estudio, se le pedíáan indicaciones
concretas al Supremo Legislador acerca de la marcha que se debíáa seguir en el proá ximo trabajo; ese camino fue entonces el
siguiente, seguá n las normas entonces impartidas.
Los esquemas, junto con una relacioá n explicativa, eran enviados al Sumo Pontíáfice, quien decidíáa si se debíáa proceder a la
consulta. Una vez obtenido ese permiso, los esquemas impresos eran sometidos al examen del Episcopado universal y al de los
demaá s oá rganos de consulta (a saber, los Dicasterios de la Curia Romana, las Universidades y las Facultades eclesiaá sticas y la
Unioá n de Superiores Generales), para que esos oá rganos, dentro del tiempo prudentemente fijado -no menor de seis meses- se
ocuparan de expresar su juicio. Al mismo tiempo, los esquemas eran enviados a los Eminentíásimos miembros de la Comisioá n
para que, a partir de esa etapa de trabajo, formularan sus observaciones, tanto las generales como las particulares.
He aquíá el orden con que fueron enviados en consulta esos esquema: anñ o 1972: esquema “Del procedimiento administrativo”;
anñ o 1973: “De las sanciones en la Iglesia”; anñ o 1975: “De los sacramentos”; anñ o 1976: “Del modo de proceder para la tutela de
los derechos o de los procesos”; anñ o 1977: “De los institutos de vida consagrada por la profesioá n de los consejos evangeá licos”;
“De las normas generales”; “Del Pueblo de Dios”; “De la funcioá n docente de la Iglesia”; “De los lugares y tiempos sagrados y del
culto divino”; “Del derecho patrimonial de la Iglesia”.
Sin ninguna duda, el Coá digo renovado de Derecho Canoá nico no hubiese podido ser preparado sin la inestimable y continua
cooperacioá n que prestaron a la Comisioá n las numerosas y valiosíásimas observaciones, sobre todo de íándole pastoral,
expresadas por los Obispos y las Conferencias Episcopales. En efecto, los Obispos hicieron muchas observaciones por escrito;
ya generales, referidas a los esquemas considerados en general, ya particulares, referidas a cada uno de los caá nones.
Fueron, ademaá s, de gran utilidad las observaciones basadas en la propia experiencia sobre el gobierno central de la Iglesia, que
transmitieron las Sagradas Congregaciones, los Tribunales y otras Instituciones de la Curia Romana, asíá como las propuestas
cientíáficas y teá cnicas y las sugerencias presentadas por las Universidades y Facultades eclesiaá sticas pertenecientes a diversas
escuelas y diversas líáneas de pensamiento.
El estudio, examen y discusioá n colegiada de todas las observaciones generales y particulares que fueron transmitidas a la
Comisioá n, representaron un trabajo inmenso y de mucho valor, que se prolongoá por espacio de siete anñ os. El Secretariado de la
Comisioá n se ocupoá con gran esmero de que se dispusieran en orden y se sintetizaran todas las observaciones, propuestas y
sugerencias, las cuales, despueá s de haber sido transmitidas a los consultores para su atento examen, eran sometidas a
discusioá n en sesiones colegiadas, a cargo de diez grupos de estudio.
No hubo observacioá n que no fuera examinada con el mayor cuidado y diligencia. Esto tambieá n se hizo cuando se trataba de
observaciones contrarias entre síá (lo que sucedioá no pocas veces), y se tuvo en cuenta su peso socioloá gico (es decir, el nuá mero
de oá rganos de consulta y de personas que las proponíáan), como tambieá n, sobre todo, su valor doctrinal y pastoral y su
coherencia con la doctrina y las normas de aplicacioá n del Concilio Vaticano II y con el Magisterio pontificio, asíá como, en lo que
respecta, especíáficamente, al aspecto teá cnico y cientíáfico, la necesaria conformidad con el sistema juríádico canoá nico. Maá s auá n,
siempre que se trataba una cuestioá n dudosa o problemas de especial importancia, se pedíáa de nuevo la opinioá n de los
Eminentíásimos miembros de la Comisioá n, reunidos en sesioá n plenaria. En otros casos, en cambio, teniendo en cuenta la
materia especíáfica sobre la que se discutíáa, se consultaba tambieá n a la Congregacioá n para la Doctrina de la Fe o a otros
Dicasterios de la Curia Romana. Finalmente, fueron introducidas muchas correcciones y cambios en los caá nones de los
primeros esquemas, por pedido o por sugerencia de los Obispos y demaá s oá rganos de consulta, a tal punto que algunos
esquemas resultaron profundamente renovados o corregidos.
Discutidos, por tanto, todos los esquemas, la Secretaríáa de la Comisioá n y los consultores se dedicaron a un trabajo ulterior de
verdadero peso. Se trataba, en efecto, de ocuparse de la coordinacioá n interna de todos los esquemas, de asegurar su
uniformidad terminoloá gica, sobre todo en el aspecto teá cnico-juríádico, de redactar los caá nones en foá rmulas breves y concisas y,
finalmente, de establecer definitivamente el orden sistemaá tico, de tal modo que todos y cada uno de los esquemas, preparados
por los distintos grupos confluyeran en un Coá digo uá nico y, en todos aspectos, coherente.
El nuevo orden sistemaá tico, que surgioá como espontaá neamente del trabajo que poco a poco fue madurando, se asienta en dos
principios, uno de los cuales mira a la fidelidad respecto de los principios generales previamente establecidos por el grupo
central, mientras que el otro se refiere a la utilidad praá ctica, de modo tal que el nuevo Coá digo pueda ser faá cilmente
comprendido y usado no soá lo por los peritos, sino tambieá n por los Pastores, y aun por todos los fieles.
Consta, pues, el nuevo Coá digo de siete Libros cuyos tíátulos son: De las normas generales, Del Pueblo de Dios, De la funcioá n de
ensenñ ar de la Iglesia, De la funcioá n de santificar de la Iglesia, De los bienes temporales de la Iglesia, De las sanciones en la
Iglesia, De los procesos. Aunque por la diferencia de las ruá bricas que se ponen al frente a cada uno de los Libros del antiguo y
del nuevo Coá digo ya aparece suficientemente la diferencia entre ambos sistemas, con todo mucho maá s manifiesta queda la
renovacioá n del orden sistemaá tico por las partes, las secciones, los tíátulos y sus ruá bricas. Y debe tenerse como cierto que el
nuevo orden no soá lo responde mejor que el anterior al contenido y a la íándole propia del derecho canoá nico, sino que, y esto es
maá s importante, satisface tambieá n maá s a la eclesiologíáa del Concilio Vaticano II y a los principios que de eá l se derivan, los
cuales ya al comienzo de la revisioá n habíáan sido propuestos.
El esquema de todo el Coá digo, el 29 de junio de 1980, en la solemnidad de los Santos Apoá stoles Pedro y Pablo, ya impreso, fue
presentado al Sumo Pontíáfice, quien ordenoá que se le enviara a cada uno de los Cardenales miembros de la Comisioá n para su
examen y juicio definitivos. Para poner maá s en evidencia la participacioá n de toda la Iglesia tambieá n en la uá ltima fase de los
trabajos, el Sumo Pontíáfice decretoá que se incorporaran a la Comisioá n otros miembros Cardenales y tambieá n Obispos elegidos
en toda la Iglesia a propuesta de las Conferencias Episcopales, o Consejos o bien grupos de Obispos propuestos por las
Conferencias de Obispos y asíá la misma Comisioá n se vio aumentada esta vez a un nuá mero de 74 miembros. Estos, a comienzos
del anñ o 1981, enviaron muchas observaciones, las cuales fueron sometidas por la Secretaríáa de la Comisioá n a un cuidadoso
examen, estudio diligente y a una discusioá n colegial, prestando su ayuda consultores dotados de singular conocimiento en cada
una de las materias de que se trataba. La síántesis de todas las observaciones, junto con las respuestas dadas por la Secretaríáa y
por los consultores, en el mes de agosto de 1981, fue entregada a los miembros de la Comisioá n.
La sesioá n plenaria convocada por orden del Sumo Pontíáfice para que deliberara sobre todo el texto del nuevo Coá digo y para que
diera los sufragios definitivos, se celebroá desde el 20 al 28 de octubre de 1981 en el Aula del Síánodo de los Obispos y en ella se
discutioá principalmente sobre seis cuestiones de la mayor importancia y peso, ademaá s de otras presentadas a pedido de por lo
menos diez Padres. Al final de la sesioá n plenaria se planteoá la siguiente cuestioá n: Si los Padres aceptaban que, despueá s de
examinado en la plenaria el esquema del Coá digo de Derecho Canoá nico y las enmiendas ya introducidas; y despueá s de
introducidas tambieá n las enmiendas que hubiesen obtenido mayoríáa en la plenaria y consideradas asimismo aquellas otras que
se hubiesen presentado; y hecha la depuracioá n de estilo y de lengua latina (todo lo cual se encomienda al Presidente y a la
Secretaríáa), dicho esquema es considerado digno de ser presentado cuanto antes al Sumo Pontíáfice, a fin de que publique el
Coá digo en el tiempo y modo que mejor le parezca. Los Padres respondieron unaá nimemente: placet.
El texto íántegro del Coá digo, revisado y aprobado de este modo, aumentado con los caá nones del Esquema de la Ley Fundamental
de la Iglesia que, por razoá n de su contenido, era conveniente que figuraran en eá l, pulido en lo que respecta al latíán, fue
finalmente impreso de nuevo y entregado al Sumo Pontíáfice el 22 de abril de 1982, para que ya pudiera procederse a su
promulgacioá n.
El Sumo Pontíáfice personalmente examinoá el uá ltimo esquema con la ayuda de algunos peritos y, despueá s de oir al Pro-
Presidente de la Pontificia Comisioá n para la revisioá n del Coá digo de Derecho Canoá nico al cabo de considerar a fondo todos sus
aspectos, decretoá que el nuevo Coá digo debíáa ser promulgado el 25 de enero de 1983, aniversario, precisamente, de la primera
noticia que dio el Papa Juan XXIII acerca de la revisioá n del Coá digo.
Puesto que la Comisioá n Pontificia, que habíáa sido creada para llevar a cabo esa tarea, cumplioá felizmente la funcioá n que le habíáa
sido encomendada despueá s de casi veinte anñ os de arduo trabajo, ya estaá a disposicioá n de los Pastores y de los fieles, el nuevo
Derecho de la Iglesia, que no carece de simplicidad, claridad, justeza y ciencia del verdadero derecho; maá s auá n, por no
permanecer ajeno a la caridad, la equidad y la humanidad, y por estar plenamente inspirado de verdadero espíáritu cristiano,
desea corresponder a la íándole externa e interna dada por disposicioá n divina a la Iglesia, y al mismo tiempo anhela responder a
las condiciones y necesidades de la misma en el mundo actual. Porque si a causa de los cambios demasiado raá pidos de la
sociedad humana actual, algunos aspectos resultaron menos perfectos ya en el momento de su elaboracioá n, y necesitaren por
ello de una nueva revisioá n; tiene la Iglesia tal riqueza de energíáas que, como en los siglos pasados, estaá en condiciones de
retomar, una vez maá s, la víáa de la renovacioá n de las leyes que gobiernan su vida. Ahora, sin embargo, no puede ser ya ignorada
la ley: los Pastores cuentan con normas seguras para dirigir rectamente el ejercicio de su sagrado ministerio; a partir de ahora
se le da a cada uno la posibilidad de conocer sus derechos y deberes propios, y se cierra el camino a la arbitrariedad en la
accioá n; ahora se podraá maá s faá cilmente extirpar e impedir de antemano los abusos que, por falta de leyes, se hubieran podido
deslizar quizaá s en la disciplina eclesiaá stica; finalmente, todas las obras de apostolado, instituciones e iniciativas tienen ahora
un punto de partida desde el cual avanzar y ser promovidas, ya que el sano ordenamiento juríádico es absolutamente necesario
para que la comunidad eclesial cobre vigor, crezca y florezca. Que asíá lo disponga Dios lleno de bondad por la intercesioá n de la
Santíásima Virgen Maríáa, Madre de la Iglesia, la de su esposo, San Joseá , Patrono de la Iglesia y la de los santos Pedro y Pablo.

LIBRO I De las normas generales [Can. 1 - 203]


1. Los caá nones de este Coá digo se refieren solamente a la Iglesia latina.
2. El Coá digo generalmente no determina los ritos que deben observarse en la celebracioá n de las acciones lituá rgicas; por lo cual
las leyes lituá rgicas vigentes hasta el presente conservan su valor, a no ser cuando alguna de ellas sea contraria a los caá nones del
Coá digo.
3. Los caá nones del Coá digo no abrogan ni derogan los acuerdos celebrados por la Sede Apostoá lica con naciones o con otras
sociedades políáticas; los mismos, por lo tanto, continuá an en vigor como hasta el presente, sin que obsten en nada las
prescripciones contrarias de este Coá digo.
4. Los derechos adquiridos, asíá como los privilegios hasta ahora concedidos por la Sede Apostoá lica a personas tanto fíásicas
como juríádicas y que esteá n en uso y no hayan sido revocados, permanecen intactos, a no ser que sean expresamente revocados
por los caá nones de este Coá digo.
5 # 1. Las costumbres tanto universales como particulares vigentes en el presente y contrarias a las prescripciones de estos
caá nones quedan totalmente suprimidas si son reprobadas en los caá nones de este Coá digo, y no se debe permitir que revivan en
el futuro; las demaá s tambieá n deben tenerse por suprimidas, a no ser que en el Coá digo se establezca expresamente otra cosa, o
bien sean centenarias o inmemoriales, en cuyo caso pueden tolerarse si a juicio del Ordinario, seguá n las circunsta
de las personas, no pueden ser suprimidas. # 2. Las costumbres al margen del derecho, tanto universales como particulares,
que esteá n actualmente vigentes, deben ser conservadas.
6 # 1. Desde la entrada en vigor de este Coá digo, quedan abrogados:
1º. el Coá digo de Derecho Canoá nico promulgado el anñ o 1917;
2º. las demaá s leyes, tanto universales como particulares, contrarias a las prescripciones de este Coá digo, a no ser que, acerca de
las particulares, se establezca expresamente otra cosa;
3º. cualesquiera leyes penales, tanto universales como particulares, promulgadas por la Sede Apostoá lica, a no ser que se
reciban en este mismo Coá digo;
4º. tambieá n las demaá s leyes disciplinares universales que se refieren a una materia ordenada íántegramente en este Coá digo. # 2.
En la medida en que reproducen el derecho antiguo, los caá nones de este Coá digo deben interpretarse teniendo tambieá n en
cuenta la tradicioá n canoá nica.

TÍTULO I De las leyes eclesiásticas


7. La ley se instituye cuando se promulga.
8 # 1. Las leyes eclesiaá sticas universales son promulgadas mediante su publicacioá n en el Boletíán oficial “Acta Apostolicae Sedis”,
a no ser que en casos particulares, se hubiere prescripto otro modo de promulgacioá n; y entran en vigor soá lo una vez
transcurridos tres meses a partir de la fecha que indica el nuá mero correspondiente de los Acta, a no ser que obliguen
inmediatamente por la misma naturaleza del asunto, o bien que en la misma ley se establezca especial y expresamente una va
breve. # 2. Las leyes particulares son promulgadas seguá n el modo determinado por el legislador y comienzan a obligar pasado
un mes desde el díáa en que fueron promulgadas, a no ser que en la misma ley se establezca otro plazo.
9. Las leyes se refieren a lo futuro, no a lo pasado, a no ser que en ellas se disponga algo expresamente para lo pasado.
10. Se han de considerar invalidantes o bien inhabilitantes tan soá lo aquellas leyes en las que expresamente se establece que un
acto es nulo o bien que una persona es inhaá bil.
11. Las leyes meramente eclesiaá sticas obligan a los bautizados en la Iglesia catoá lica o a quienes han sido recibidos en ella,
siempre que tengan uso de razoá n suficiente y, si el derecho no dispone expresamente otra cosa, hayan cumplido siete anñ os de
edad.
12 # 1. Las leyes universales obligan en todo el mundo a todos aquellos para quienes han sido dadas. # 2. Quedan eximidos, en
cambio, de las leyes universales que no estaá n vigentes en un determinado territorio, todos aquellos que de hecho se
encuentran en ese territorio. # 3. Las leyes dadas para un territorio peculiar obligan a aquellos para quienes han sido dadas, si
tienen allíá su domicilio o cuasidomicilio y viven tambieá n de hecho en ese lugar, quedando firme lo prescripto en el can. 13.
13 # 1. Las leyes particulares no se presumen personales, sino territoriales, a no ser que conste otra cosa. # 2. Los peregrinos
no estaá n sometidos:
1º a las leyes particulares de su territorio mientras se encuentran fuera de eá l, a no ser que su transgresioá n cause danñ o en su
propio territorio o bien se trate de leyes personales;
2º tampoco a las leyes del territorio en el que se encuentran, exceptuadas las que miran a la tutela del orden puá blico, o bien
determinan las formalidades que han de observarse en los actos, o bien se refieren a las cosas inmuebles situadas en el
territorio. # 3. Los vagos estaá n obligados por las leyes tanto universales como particulares que esteá n vigentes en el lugar donde
se encuentran.
14. Las leyes, tambieá n las invalidantes e inhabilitantes, en la duda de derecho no obligan; en la duda de hecho, en cambio,
pueden los Ordinarios dispensar de ellas, con tal de que, si se trata de una dispensa reservada, suela concederla la autoridad a
quien se reserva.
15 # 1. La ignorancia o el error acerca de las leyes invalidantes o inhabilitantes no impiden su eficacia, mientras no se
establezca expresamente otra cosa. # 2. No se presume la ignorancia o el error acerca de una ley, de una pena, de un hecho
propio, o de un hecho ajeno notorio; se presume, mientras no se pruebe lo contrario, acerca de un hecho ajeno no notorio.
16 # 1. Las leyes las interpreta auteá nticamente el legislador y aqueá l a quieá n eá ste hubiere encomendado la potestad de
interpretarlas auteá nticamente. # 2. La interpretacioá n auteá ntica manifestada en forma de ley tiene igual fuerza que la misma ley
y debe promulgarse; si solamente aclara palabras de la ley de por síá ciertas, tiene efecto retroactivo; pero si coarta la ley o la
extiende o bien explica la que es dudosa, no tiene efecto retroactivo. # 3. En cambio, la interpretacioá n hecha por sentencia
judicial o bien por acto administrativo en un caso particular, no tiene fuerza de ley y soá lo obliga a las personas y afecta a las
cosas para las que se ha dado.
17. Las leyes eclesiaá sticas deben entenderse seguá n el significado propio de las palabras, considerado en el texto y en el
contexto; si permaneciere dudoso y oscuro, se ha de recurrir a los lugares paralelos, cuando los haya, al fin y circunstancias de
la ley y a la intencioá n del legislador.
18. Se deben interpretar estrictamente las leyes que establecen alguna pena, o bien coartan el libre ejercicio de los derechos, o
bien contienen una excepcioá n a la ley.
19. Cuando, sobre una determinada materia, no exista una disposicioá n expresa de la ley tanto universal como particular, o una
costumbre, la causa, salvo que sea penal, se ha de decidir atendiendo a las leyes dadas para los casos semejantes, a los
principios generales del derecho observados con equidad canoá nica, a la jurisprudencia y praá ctica de la Curia Romana, y a la
opinioá n comuá n y constante de los doctores.
20. La ley posterior abroga la precedente o bien la deroga, si asíá lo establece de manera expresa, o es directamente contraria a
la misma, u ordena íántegramente toda la materia que era objeto de la ley anterior; sin embargo, la ley universal no deroga en
nada el derecho particular ni el especial, a no ser que se disponga expresamente otra cosa en el derecho.
21. En caso de duda, no se presume la revocacioá n de la ley precedente, sino que las leyes posteriores se deben comparar y, en la
medida de lo posible, conciliar con las anteriores.
22. Las leyes civiles a las que remite el derecho de la Iglesia, deben observarse en el derecho canoá nico con los mismos efectos,
en cuanto no sean contrarias al derecho divino ni se disponga otra cosa en el derecho canoá nico.

TÍTULO II De la costumbre
23. Tiene fuerza de ley tan soá lo aquella costumbre que, introducida por una comunidad de fieles, haya sido aprobada por el
legislador, conforme a los caá nones que siguen.
24 # 1. Ninguna costumbre puede alcanzar fuerza de ley si es contraria al derecho divino. # 2. Tampoco puede alcanzar fuerza
de ley una costumbre contraria al derecho canoá nico o extralegal, salvo que sea razonable; pero, la costumbre expresamente
reprobada en el derecho, no es razonable.
25. Ninguna costumbre alcanza fuerza de ley si no es observada, con intencioá n de introducir un derecho, por una comunidad
capaz, al menos, de recibir la ley.
26. Salvo cuando fuera aprobada especialmente por el legislador competente, la costumbre contraria al derecho canoá nico
vigente o la extralegal soá lo alcanza fuerza de ley si se ha observado legíátimamente durante treinta anñ os continuos y completos;
pero, contra la ley canoá nica que contenga una claá usula por la que se prohíábe futuras costumbres, soá lo puede prevalecer una
costumbre centenaria o inmemorial.
27. La costumbre es el mejor inteá rprete de las leyes.
28. Quedando a salvo lo prescripto en el can. 5, la costumbre, tanto contra la ley como extralegal, se revoca por una costumbre
o por una ley contraria; pero, a no ser que las cite expresamente, la ley no revoca las costumbres centenarias o inmemoriales,
ni la ley universal revoca las costumbres particulares.
TÍTULO III De los decretos generales y de las instrucciones
29. Los decretos generales, mediante los cuales el legislador competente establece prescripciones comunes para una
comunidad capaz de recibir una ley, son propiamente leyes y se rigen por las disposiciones de los caá nones relativos a las leyes.
30. Quien goza solamente de potestad ejecutiva no puede dar un decreto general sobre el que trata el can. 29, salvo en los casos
particulares en que, conforme al derecho, esto le haya sido concedido expresamente por el legislador, y si se cumplen las
condiciones establecidas en el acto de concesioá n.
31 # 1. Quienes gozan de potestad ejecutiva pueden dar, dentro de los líámites de su competencia, decretos generales
ejecutorios, es decir, aqueá llos por los que se determinan maá s detalladamente el modo que ha de observarse en la aplicacioá n de
la ley, o se urge la observancia de las leyes. # 2. En lo que atanñ e a la promulgacioá n y vacacioá n de los decretos a los que se refiere
el # 1, deben observarse las prescripciones del can. 8.
32. Los decretos generales ejecutorios obligan a aqueá llos a quienes estaá n sometidos a las leyes cuyos modos de aplicacioá n
determinan o bien cuya observancia urgen esos mismos decretos.
33 # 1. Los decretos generales ejecutorios, aunque se publiquen en directorios o documentos de otro nombre, no derogan las
leyes, y aquellas prescripciones suyas que sean contrarias a las leyes carecen de valor alguno. # 2. Los mismos pierden su vigor
por revocacioá n explíácita o bien implíácita hecha por la autoridad competente, asíá como al cesar la ley para cuya ejecucioá n fueron
dados; en cambio, no cesan al concluir la potestad de quien los dictoá , a no ser que se disponga expresamente otra cosa.
34 # 1. Las instrucciones, por las cuales se aclaran las prescripciones de las leyes, y se desarrollan y determinan los modos en
que ha de realizarse su ejecucioá n, se dan para aqueá llos a quienes compete cuidar que se cumplan las leyes y los obligan en la
ejecucioá n de las mismas; pueden darlas legíátimamente, dentro de los líámites de su competencia, quienes gozan de potestad
ejecutiva. # 2. Lo mandado en las instrucciones no deroga las leyes, y si algunas cosas resultan incompatibles con las
prescripciones de las leyes, carecen de todo valor. # 3. Las instrucciones dejan de tener vigor no soá lo por revocacioá n explíácita o
implíácita de la autoridad competente que las emitioá , o de su superior, sino tambieá n al cesar la ley para cuya aclaracioá n o
ejecucioá n hubieran sido dadas.

TÍTULO IV De los actos administrativos singulares


Capítulo I: Normas comunes
35 El acto administrativo singular, bien sea un decreto o un precepto, bien sea un rescripto, puede ser dado, dentro de los
líámites de su competencia, por quien goza de potestad ejecutiva, quedando firme lo prescripto en el can. 76, # 1.
36 # 1. El acto administrativo debe ser entendido seguá n el significado propio de las palabras y el modo comuá n de hablar; en
caso de duda, quedan sujetos a interpretacioá n estricta aqueá llos que se refieren a litigios o a la conminacioá n o imposicioá n de
penas, como los que coartan los derechos de la persona, los que lesionan los derechos adquiridos de terceros o los que son
contrarios a una ley en favor de particulares; todos los demaá s estaá n sujetos a interpretacioá n amplia. # 2. El acto administrativo
no debe extenderse a otros casos fuera de los expresados.
37. El acto administrativo que se refiere al fuero externo debe consignarse por escrito; igualmente su acto de ejecucioá n, si se
realiza en forma comisoria.
38. El acto administrativo, aunque se trate de un rescripto dado motu proprio, carece de efecto en la medida en que lesione el
derecho adquirido de un tercero o sea contrario a la ley o a una costumbre aprobada, a no ser que la autoridad competente
hubiera anñ adido de manera expresa una claá usula derogatoria.
39. Solamente afectan a la validez del acto administrativo aquellas condiciones que se expresen mediante las partíáculas “si”, “a
no ser que” o “con tal que”.
40. El ejecutor de un acto administrativo desempenñ a su funcioá n invaá lidamente si actuá a antes de recibir el correspondiente
documento y de haber reconocido su autenticidad e integridad, a no ser que hubiera sido informado previamente del
documento por la autoridad que dio el acto.
41. El ejecutor de un acto administrativo, a quien se encomienda el mero servicio de ejecutarlo, no puede denegar la ejecucioá n
del mismo, a no ser que conste claramente que dicho acto es nulo, o bien que por otra causa grave no puede ser ejecutado, o
bien que las condiciones expresadas en el mismo acto administrativo no se han cumplido; si, en cambio, la ejecucioá n del acto
administrativo parece inoportuna por las circunstancias de la persona o del lugar, el ejecutor debe suspender dicha ejecucioá n;
en tale
s casos, lo pondraá inmediatamente en conocimiento de la autoridad que puso el acto.
42. El ejecutor de un acto administrativo debe proceder conforme al mandato; si, en cambio, no cumple las condiciones
esenciales senñ aladas en el documento y no observa la forma substancial de procedimiento, la ejecucioá n es nula.
43. El ejecutor de un acto administrativo puede, seguá n su prudente arbitrio, nombrar un substituto, a no ser que se haya
prohibido la substitucioá n o bien la persona hubiera sido elegida por razoá n de sus cualidades personales, o bien estuviera fijada
de antemano la persona del substituto; sin embargo, aun en estos casos, puede el ejecutor encomendar a otro los actos
preparatorios.
44. Quien sucede en su oficio al ejecutor, puede tambieá n ejecutar el acto administrativo, a no ser que el ejecutor hubiese sido
elegido en razoá n de sus cualidades personales.
45. Si en la ejecucioá n de un acto administrativo el ejecutor hubiese incurrido en cualquier error, le es líácito realizar de nuevo el
acto.
46. El acto administrativo no cesa al extinguirse la potestad de quien lo realizoá , a no ser que el derecho disponga expresamente
otra cosa.
47. La revocacioá n de un acto administrativo por otro acto administrativo de la autoridad competente tiene eficacia solamente a
partir del momento en que se notifica legíátimamente a la persona para quien ha sido dado.

Capítulo II: De los decretos y preceptos singulares


48. Por decreto singular se entiende el acto administrativo de la autoridad ejecutiva competente, por el cual, seguá n las normas
del derecho y para un caso particular, se toma una decisioá n o bien se hace una provisioá n que, por su naturaleza, no presupone
la peticioá n de un interesado.
49. El precepto singular es un decreto por el que directa y legíátimamente se impone a una persona o a personas determinadas
la obligacioá n de hacer o de omitir algo, sobre todo para urgir la observancia de la ley.
50. Antes de dar un decreto singular, la autoridad debe recabar las informaciones y pruebas necesarias, y en la medida de lo
posible, oíár a aqueá llos cuyos derechos puedan resultar lesionados.
51. El decreto debe darse por escrito, y si se trata de una decisioá n, haciendo constar los motivos, al menos sumariamente.
52. El decreto singular tiene vigor solamente respecto de las cosas de que trata y de las personas para quienes ha sido dado; sin
embargo, a eá stas las obliga en todas partes, a no ser que conste otra cosa.
53. Si hay decretos contradictorios entre síá, el peculiar prevalece sobre el general respecto de aquellas cosas que se establecen
peculiarmente; si son igualmente peculiares o bien generales, el posterior deroga al anterior en la medida en que lo contradice.
54 # 1. El decreto singular cuya aplicacioá n se encomienda a un ejecutor surte efecto desde el momento de la ejecucioá n; en caso
contrario, desde el momento en que la persona es intimada por orden de quien lo decretoá . # 2. El decreto singular, para que
pueda ser urgido, ha de ser intimado mediante documento legíátimo, conforme a derecho.
55. Sin perjuicio de lo prescripto en los caá ns. 37 y 51, cuando una causa gravíásima impida que el texto del decreto sea
entregado por escrito, se consideraraá intimado si es leíádo al destinatario ante notario o ante dos testigos, levantaá ndose un acta
que habraá n de firmar todos los presentes.
56. El decreto se considera intimado si el destinatario, debidamente llamado para recibirlo u oíárlo, sin justa causa no
comparece o se niega a firmar.
57 # 1. Siempre que la ley prescribe que se emita un decreto, o cuando el interesado presenta legíátimamente una peticioá n o
recurso para obtener un decreto, la autoridad competente debe proveer dentro de los tres meses de recibida la peticioá n o el
recurso, a no ser que la ley prescriba otro plazo. # 2. Transcurrido este plazo, si el decreto auá n no ha sido emitido, se presume
la respuesta negativa, a efectos de la proposicioá n de un ulterior recurso. # 3. La presuncioá n de respuesta negativa no exime a la
autoridad competente de la obligacioá n de emitir el decreto, e incluso de reparar el danñ o que quizaá haya causado, conforme al
can. 128.
58 # 1. El decreto singular deja de tener fuerza por la legíátima revocacioá n hecha por la autoridad competente, asíá como al cesar
la ley para cuya ejecucioá n se dio. # 2. El precepto singular no impuesto mediante documento legíátimo pierde su valor al cesar la
potestad de quien lo prescribioá .

Capítulo III: De los rescriptos


59 # 1. Por rescripto se entiende un acto administrativo dado por escrito por la competente autoridad ejecutiva, mediante el
cual, seguá n su propia naturaleza, se concede a peticioá n de alguien un privilegio, una dispensa u otra gracia. # 2. Lo que se
prescribe sobre los rescriptos, vale tambieá n para la concesioá n de una licencia asíá como para las concesiones de gracias hechas
de viva voz a no ser que conste otra cosa.
60. Cualquier rescripto puede ser solicitado por todos aqueá llos a quienes no les estaá expresamente prohibido.
61. A menos que conste otra cosa, se puede solicitar un rescripto en favor de otro, incluso sin su consentimiento, y es vaá lido
antes de la aceptacioá n, salvo que haya claá usulas contrarias.
62. El rescripto en el cual no se designa ejecutor produce su efecto a partir del momento en que se ha expedido el documento;
los demaá s desde el momento de la ejecucioá n.
63 # 1. La subrepcioá n u ocultamiento de la verdad impide la validez de un rescripto, si en las preces no se hubiera expresado
todo aquello que, seguá n la ley, el estilo y la praá ctica canoá nica, debe expresarse para su validez, salvo que se trate de un rescripto
de gracia dado motu proprio. # 2. Tambieá n impide la validez de un rescripto la obrepcioá n o exposicioá n de algo falso, si no es
verdadera ni siquiera una de la causas motivas alegadas. # 3. En los rescriptos que no tienen ejecutor, la causa motiva debe ser
verdadera en el momento en que se otorga el rescripto; en los demaá s rescriptos, en el momento de su ejecucioá n.
64. Salvo el derecho de la Penitenciaríáa para el fuero interno, una gracia denegada por cualquier dicasterio de la Curia Romana
no puede ser concedida vaá lidamente por otro dicasterio de la misma Curia ni por otra autoridad competente inferior al
Romano Pontíáfice, sin el consentimiento del dicasterio con el que comenzoá a tratarse.
65 # 1. Salvo lo prescripto en los ## 2 y 3, nadie pida a otro Ordinario una gracia que le ha denegado el Ordinario propio, sin
hacer constar tal denegacioá n; cuando, en cambio, se hace constar, el Ordinario no debe conceder la gracia sin antes haber
recibido del primer Ordinario las razones de la negativa. # 2. La gracia denegada por el Vicario general o por un Vicario
episcopal no puede ser vaá lidamente concedida por otro Vicario del mismo Obispo, aun habiendo obtenido del Vicario
denegante las razones de la negativa. # 3. Es invaá lida la gracia que, habiendo sido denegada por el Vicario general o por un
Vicario episcopal, se obtiene despueá s del Obispo diocesano sin hacer mencioá n de aquella negativa; en cambio, la gracia
denegada por el Obispo diocesano no puede conseguirse vaá lidamente del Vicario general o de un Vicario episcopal, sin el
consentimiento del Obispo, ni siquiera haciendo mencioá n de tal negativa.
66. El rescripto no deviene invaá lido por error en el nombre de la persona a quien se otorga o que lo concede, o bien del lugar en
que la misma reside, o bien del asunto de que se trata, con tal de que, a juicio del Ordinario, no haya duda sobre la identidad de
dicha persona o del asunto.
67 # 1. Si sobre un mismo y uá nico asunto, se obtienen dos rescriptos contradictorios entre síá, el peculiar prevalece sobre el
general respecto de aquellas cosas que se expresan peculiarmente. # 2. Si son igualmente peculiares o bien generales, el
anterior prevalece sobre el posterior, a no ser que en el segundo se haga referencia expresa al primero, o bien que el primer
solicitante que consiguioá el rescripto no lo haya usado por dolo o negligencia notable. # 3. En la duda sobre si un rescripto es
invaá lido o no, se debe recurrir a quien lo ha otorgado.
68. Un rescripto de la Sede Apostoá lica en que no se designa ejecutor, debe presentarse al Ordinario del solicitante que lo
consiguioá soá lo cuando asíá se manda en el documento de concesioá n, o cuando se trata de cosas puá blicas, o cuando es necesario
comprobar algunas condiciones.
69. El rescripto para cuya presentacioá n no se determina plazo alguno puede presentarse al ejecutor en cualquier momento, con
tal de que no haya fraude o dolo.
70. Si en el rescripto se confíáa al ejecutor la concesioá n misma, a eá l compete, seguá n su prudente arbitrio y conciencia, otorgar la
gracia o denegarla.
71. Nadie estaá obligado a usar de un rescripto concedido solamente en su favor, a no ser que esteá canoá nicamente obligado a
ello por otra razoá n.
72. Los rescriptos concedidos por la Sede Apostoá lica que hayan expirado pueden ser prorrogados por el Obispo diocesano por
una sola vez y con justa causa, aunque no por maá s de tres meses.
73. Ninguá n rescripto es revocado por una ley contraria, a no ser que se disponga otra cosa en la misma ley.
74. Aunque cualquiera puede usar en el fuero interno una gracia que le ha sido concedida de palabra, tiene obligacioá n de
probarla para el fuero externo cuantas veces se le pida esto legíátimamente.
75. Si el rescripto contiene un privilegio o una dispensa, deben observarse ademaá s las prescripciones de los caá nones que
siguen.

Capítulo IV: De los privilegios


76 # 1. El privilegio, es decir la gracia otorgada por acto peculiar en favor de determinadas personas tanto fíásicas como
juríádicas, puede ser concedido por el legislador asíá como por la autoridad ejecutiva a la cual el legislador haya otorgado esta
potestad. # 2. La posesioá n centenaria o inmemorial otorga presuncioá n de la concesioá n de un privilegio.
77 El privilegio debe ser interpretado conforme a la norma del can. 36, # 1; sin embargo siempre debe interpretarse de tal
manera que quienes han sido favorecidos con un privilegio obtengan realmente alguna gracia.
78 # 1. El privilegio se presume perpetuo, mientras no se pruebe lo contrario. # 2. El privilegio personal, o sea el que sigue a la
persona, se extingue con ella. # 3. El privilegio real cesa por la destruccioá n completa del objeto o del lugar; en cambio, el
privilegio local revive si el lugar se reconstruye dentro de los cincuenta anñ os.
79. El privilegio cesa por revocacioá n de la autoridad competente conforme a la norma del can. 47, sin perjuicio de lo prescripto
en el can. 81.
80 # 1. Ninguá n privilegio cesa por renuncia, a no ser que eá sta haya sido aceptada por la autoridad competente. # 2. Toda
persona fíásica puede renunciar a un privilegio concedido uá nicamente en su favor. # 3. Las personas individuales no pueden
renunciar a un privilegio concedido a una persona juríádica o bien en razoá n de la dignidad del lugar o del objeto; tampoco
corresponde a la misma persona juríádica renunciar a un privilegio que le ha sido concedido, si la renuncia redunda en perjuicio
de la Iglesia o de otros.
81. Al cesar el derecho de quien lo concedioá , no se extingue el privilegio, a no ser que hubiera sido dado con la claá usula “a
nuestro beneplaá cito” u otra equivalente.
82. El privilegio que no es oneroso para otros no cesa por desuso o por uso contrario; en cambio el que redunda en gravamen
de otros, se pierde si ocurre una prescripcioá n legíátima.
83 # 1. El privilegio cesa al terminarse el plazo o al cumplirse el nuá mero de casos para los que fue concedido, sin perjuicio de lo
prescripto en el can. 142, # 2. # 2. Cesa tambieá n si, con el transcurso del tiempo, a juicio de la autoridad competente han
cambiado de tal manera las circunstancias que resulta danñ oso o bien se hace ilíácito su uso.
84. Quien abusa de la potestad que se le ha dado por privilegio merece ser privado del mismo; por lo tanto, el Ordinario,
despueá s de haber advertido inuá tilmente al titular del privilegio, al que abusa gravemente, debe privarlo del privilegio que eá l
mismo le concedioá ; si en cambio el privilegio fue concedido por la Sede Apostoá lica, el Ordinario estaá obligado a informarla.

Capítulo V: De las dispensas


85. La dispensa o la relajacioá n de una ley meramente eclesiaá stica en un caso particular, puede ser concedida, dentro de los
líámites de su competencia, por quienes gozan de potestad ejecutiva, asíá como por aqueá llos a los que compete explíácita o
implíácitamente la potestad de dispensar, sea por propio derecho, sea por delegacioá n legíátima.
86. No pueden ser dispensadas las leyes que determinan los elementos constitutivos esenciales de las instituciones o bien de
los actos juríádicos.
87 # 1. El Obispo diocesano, cuando estime que ello redunda en bien espiritual de los fieles, puede dispensarlos de las leyes
disciplinares, tanto universales como particulares, dadas para su territorio o para sus suá bditos por la autoridad suprema de la
Iglesia; no, en cambio, de las leyes procesales o penales, ni de aqueá llas cuya dispensa se reserva especialmente a la Sede
Apostoá lica o a otra autoridad. # 2. Si es difíácil el recurso a la Santa Sede y existe ademaá s peligro de grave danñ o en la demora,
cualquier Ordinario puede dispensar de aquellas leyes, aunque la dispensa esteá reservada a la Santa Sede, con tal de que se
trate de una dispensa que eá sta suele conceder en las mismas circunstancias, sin perjuicio de lo prescripto en el can. 291.
88. El Ordinario del lugar puede dispensar de las leyes diocesanas y tambieá n, cuando considere que es en bien de los fieles, de
las leyes dadas por el Concilio plenario o provincial o bien por la Conferencia Episcopal.
89. El paá rroco y los demaá s presbíáteros o los diaá conos no pueden dispensar de la ley universal y particular a no ser que esta
potestad les haya sido expresamente concedida.
90 # 1. De la ley eclesiaá stica no debe dispensarse sin causa justa y razonable, habida cuenta de las circunstancias del caso y de
la gravedad de la ley de la que se dispensa; de otra manera, la dispensa es ilíácita, y a menos que haya sido concedida por el
mismo legislador o por su superior, es tambieá n invaá lida. # 2. Cuando hay dudas sobre la suficiencia de la causa, la dispensa se
concede vaá lida y líácitamente.
91. Quien goza de la potestad de dispensar puede ejercerla, incluso cuando se encuentra fuera del territorio, respecto de sus
suá bditos, aunque esteá n ausentes del territorio; asimismo, a menos que se establezca expresamente lo contrario, respecto
tambieá n de los peregrinos que viven en ese momento en el territorio, asíá como respecto de síá mismo.
92 Estaá sujeta a una interpretacioá n estricta no solamente la dispensa conforme a la norma del can. 36, # 1, sino la misma
potestad de dispensar concedida para un caso determinado.
93. La dispensa que tiene tracto sucesivo cesa de los mismos modos que el privilegio, asíá como por la cesacioá n cierta y total de
la causa motiva.

TÍTULO V De los estatutos y reglamentos


94 # 1. Estatutos, en sentido propio, son las normas que se establecen conforme al derecho en las corporaciones o en las
fundaciones, y por las cuales se determinan su finalidad, constitucioá n, gobierno y forma de actuar. # 2. Los estatutos de una
corporacioá n obligan solamente a las personas que son miembros legíátimos de ella; los estatutos de una fundacioá n, a quienes
cuidan de su gobierno. # 3. Las prescripciones de los estatutos que han sido establecidas y promulgadas en virtud de la
potestad legislativa, se rigen por las prescripciones de los caá nones sobre las leyes.
95 # 1. Los reglamentos son reglas o normas que deben observarse en las reuniones de personas, tanto indicadas por la
autoridad eclesiaá stica como libremente convocadas por los fieles, asíá como tambieá n en otras celebraciones, y por las cuales se
determina lo referente a su constitucioá n, gobierno y procedimiento. # 2. En las reuniones o celebraciones, esas reglas de
procedimiento obligan a quienes participan de ellas.

TÍTULO VI De las personas físicas y jurídicas


Capítulo I: De la condición canónica de las personas físicas
96. Por el bautismo, el hombre es incorporado a la Iglesia de Cristo y en ella se lo constituye persona, con los deberes y
obligaciones que, teniendo en cuenta la condicioá n de cada uno, son propios de los cristianos, en cuanto esteá n en la comunioá n
eclesiaá stica y si no lo impide una sancioá n impuesta legíátimamente.
97 # 1. La persona que ha cumplido dieciocho anñ os de edad es mayor; antes de esa edad, menor. # 2. El menor, antes de
cumplir siete anñ os, se llama infante y es considerado sin uso de razoá n; cumplidos, en cambio, los siete anñ os, se presume que
tiene uso de razoá n.
98 # 1. La persona mayor tiene el pleno ejercicio de sus derechos. # 2. La persona menor permanece sujeta a la potestad de los
padres o tutores en el ejercicio de sus derechos, excepto en aquello en que, por ley divina o por el derecho canoá nico, los
menores estaá n exentos de la potestad de aqueá llos; en lo que respecta a la designacioá n de los tutores y a su potestad, se
observaraá n las prescripciones del derecho civil, a no ser que se establezca otra cosa por el derecho canoá nico, o bien que el
Obispo diocesano, con justa causa, estime en casos determediante nombramiento de otro tutor.
99. Quien habitualmente carece de uso de razoá n se considera que no es duenñ o de síá mismo y se equipara a los infantes.
100. La persona se llama: “vecino”, en el lugar donde estaá su domicilio; “forastero”, en el lugar donde tiene su cuasidomicilio;
“peregrino”, si se encuentra fuera del domicilio o cuasidomicilio que auá n retiene; “vago”, si en ninguá n lugar tiene domicilio o
cuasidomicilio.
101 # 1. El lugar de origen de un hijo, aun de un neoá fito, es aqueá l donde los padres, cuando nacioá el hijo, teníáan el domicilio, o
en su defecto el cuasidomicilio; o donde lo teníáa la madre, si los padres no teníáan el mismo domicilio o cuasidomicilio. # 2. Si se
trata de un hijo de vagos, su lugar de origen es aqueá l donde ha nacido; si de un expoá sito, el lugar donde fue hallado.
102 # 1. El domicilio se adquiere por la residencia en el territorio de una parroquia o al menos de una dioá cesis, que o bien vaya
unida a la intencioá n de permanecer allíá perpetuamente si nada lo impide, o bien se haya prolongado por un quinquenio
completo. # 2. El cuasidomicilio se adquiere por la residencia en el territorio de una parroquia o al menos de una dioá cesis, que
o bien vaya unida a la intencioá n de permanecer allíá al menos tres meses si nada lo impide, o bien se haya prolongado de hecho
por tres meses. # 3. El domicilio o cuasidomicilio en el territorio de una parroquia se llama parroquial; en el territorio de una
dioá cesis, pero no en una parroquia, diocesano.
103. Los miembros de institutos de religiosos y de sociedades de vida apostoá lica adquieren el domicilio en el lugar donde estaá
ubicada la casa a la que pertenecen; y cuasidomicilio, en la casa donde residen, a tenor del can. 102, # 2.
104. Los coá nyuges tendraá n un domicilio o cuasidomicilio comuá n; en caso de separacioá n legíátima o por otra causa justa, cada
uno puede tener un domicilio o cuasidomicilio propio.
105 # 1. El menor tiene necesariamente el domicilio y el cuasidomicilio de aqueá l a cuya potestad estaá sujeto. El que ha salido
de la infancia puede tambieá n adquirir cuasidomicilio propio; y el legíátimamente emancipado a tenor del derecho civil, tambieá n
domicilio propio. # 2. El que estaá legíátimamente entregado a la tutela o curatela de otro, por razoá n distinta de la minoríáa de
edad, tiene el domicilio y el cuasidomicilio del tutor o del curador.
106. El domicilio y el cuasidomicilio se pierden por ausencia del lugar con intencioá n de no regresar, quedando a salvo lo que
prescribe el can. 105.
107 # 1. Tanto por el domicilio como por el cuasidomicilio tiene cada uno su paá rroco y Ordinario. # 2. El paá rroco o el Ordinario
propio del vago es el paá rroco u Ordinario del lugar en el que el vago reside actualmente. # 3. Tambieá n es paá rroco propio de
aqueá l que no tiene sino domicilio o cuasidomicilio diocesano el paá rroco del lugar en que reside actualmente.
108 # 1. La consanguinidad se computa por líáneas y grados. # 2. En líánea recta, hay tantos grados cuantas son las generaciones,
o bien cuantas son las personas, descontando el tronco. # 3. En líánea colateral, hay tantos grados cuantas personas hay en
ambas líáneas, descontando el tronco.
109 # 1. La afinidad se origina por el matrimonio vaá lido, incluso no consumado, y se da entre el varoá n y los consanguíáneos de
la mujer, e igualmente entre la mujer y los consanguíáneos del varoá n. # 2. Se computa de manera que los consanguíáneos del
varoá n sean en la misma líánea y grado afines de la mujer, y viceversa.
110. Los hijos que han sido adoptados a tenor de la ley civil se consideran hijos de aqueá l o aqueá llos que los hayan adoptado.
111 # 1. Queda adscripto a la Iglesia latina, por la recepcioá n del bautismo, el hijo de padres que a ella pertenezcan o, si uno de
ellos no pertenece a aqueá lla, cuando ambos decidan de comuá n acuerdo que la prole sea bautizada en la Iglesia latina; si falta el
comuá n acuerdo, queda adscripto a la Iglesia ritual a la que pertenece el padre. # 2. El bautizado que haya cumplido los catorce
anñ os de edad puede elegir libremente bautizarse en la Iglesia latina o en otra Iglesia ritual autoá noma; en cuyo caso, pertenece a
la Iglesia que ha elegido.
112 # 1. Despueá s de recibido el bautismo, quedan adscriptos a otra Iglesia ritual autoá noma:
1º. El que obtenga licencia de la Sede Apostoá lica;
2º. El coá nyuge que, al contraer matrimonio, o durante el mismo, declare que pasa a la Iglesia ritual autoá noma del otro coá nyuge;
sin embargo, una vez disuelto el matrimonio, puede volver libremente a la Iglesia latina;
3ª los hijos de aqueá llos de quienes se trata en los nn. 1 y 2, antes de cumplir los catorce anñ os de edad, e igualmente, en el
matrimonio mixto, los hijos de la parte catoá lica que pasen legíátimamente a otra Iglesia ritual; sin embargo, despueá s de
alcanzada esa edad, pueden aqueá llos volver a la Iglesia latina. # 2. La costumbre, por prolongada que sea, de recibir los
sacramentos seguá n el rito de alguna Iglesia ritual autoá noma, no lleva consigo la adscripcioá n a dicha Iglesia.

Capítulo II: De las personas jurídicas


113 # 1. La Iglesia catoá lica y la Sede Apostoá lica tienen calidad de persona moral por la misma ordenacioá n divina. # 2. Tambieá n
hay en la Iglesia, ademaá s de personas fíásicas, personas juríádicas, es decir sujetos, en el derecho canoá nico, de las obligaciones y
derechos correspondientes a su propia íándole.
114 # 1. O por la misma prescripcioá n del derecho o por especial concesioá n de la autoridad competente dada mediante decreto,
son constituidas como personas juríádicas las corporaciones o fundaciones ordenadas a un fin congruente con la misioá n de la
Iglesia que trasciende el fin de los individuos. # 2. Los fines de que se trata en el # 1, se entiende que son aqueá llos que atanñ en a
obras de piedad, apostolado o caridad, tanto espiritual como temporal. # 3. La autoridad competente de la Iglesia no ha de
conferir personeríáa juríádica sino a aquellas corporaciones o fundaciones que persigan un fin verdaderamente uá til y que,
atendidas todas las circunstancias, dispongan de medios que se preveá han de bastar para alcanzar el fin propuesto.
115 # 1. En la Iglesia las personas juríádicas son o bien conjunto de personas o bien conjunto de cosas. # 2. El conjunto de
personas, que no puede constituirse sino con un míánimo de tres personas, es colegial si su actividad es determinada por los
miembros, tomando las decisiones en conjunto, sea con igualdad de derechos o sin ella a tenor del derecho y de los estatutos;
de lo contrario, es no colegial. # 3. El conjunto de cosas o fundacioá n autoá noma consta de bienes o cosas, sean espirituales o
materiales, y es dirigida, a tenor del derecho y de los estatutos, por una o varias personas fíásicas, o por un colegio.
116 # 1. Son personas juríádicas puá blicas el conjunto de personas o de cosas que la autoridad eclesiaá stica competente
constituye para que, dentro de los líámites que se les senñ alan, cumplan en nombre de la Iglesia, a tenor de las prescripciones del
derecho, la misioá n propia que se les encomienda en atencioá n al bien puá blico; las demaá s personas juríádicas son privadas. # 2. A
las personas juríádicas puá blicas se les otorga esta personeríáa sea en virtud del mismo derecho sea por decreto especial de la
autoridad competente que se la conceda expresamente; a las personas juríádicas privadas se les otorga esta personeríáa soá lo
mediante decreto especial de la autoridad competente que se la conceda expresamente.
117. Ninguá n conjunto de personas o de cosas que desee obtener personeríáa juríádica puede conseguirla si sus estatutos no han
sido aprobados por la autoridad competente.
118. Representan a la persona juríádica puá blica, actuando en su nombre, aqueá llos a quienes reconoce esta competencia el
derecho universal o particular, o bien los propios estatutos; representan a la persona juríádica privada aqueá llos a quienes se
atribuye esa competencia por los estatutos.
119. En lo que atanñ e a los actos colegiales, salvo que en el derecho o en los estatutos se prevea otra cosa:
1º. cuando se trata de elecciones, tiene valor juríádico, aquello que, hallaá ndose presente la mayoríáa de los que deben ser
convocados, se apruebe por mayoríáa absoluta de los presentes; despueá s de dos escrutinios ineficaces, se haraá la votacioá n sobre
los dos candidatos que hayan obtenido la mayoríáa de votos, o si son maá s, sobre los dos de maá s edad; despueá s del tercer
escrutinio, si persiste el empate, quedaraá elegido el de maá s edad;
2º. cuando se trata de otros asuntos, tiene valor juríádico aquello que, hallaá ndose presente la mayor parte de los que deben ser
convocados, se apruebe por mayoríáa absoluta de los presentes; si despueá s de dos escrutinios los votos son iguales, el
presidente puede resolver el empate con su voto;
3º. en cambio, lo que afecta a todos en cuanto personas individuales, debe ser aprobado por todos.
120 # 1. La persona juríádica es, por naturaleza, perpetua; sin embargo, se extingue si es legíátimamente suprimida por la
autoridad competente, o bien si ha cesado su actividad por espacio de cien anñ os; la persona juríádica privada, ademaá s, se
extingue cuando la propia asociacioá n queda disuelta a tenor de los estatutos o bien síá, a juicio de la autoridad competente, la
misma fundacioá n a tenor de los estatutos ha dejado de existir. # 2. Si queda uno solo de los miembros de la persona juríádica
colegiada y seguá n los estatutos la corporacioá n no ha dejado de existir, el ejercicio de todos los derechos de la corporacioá n
competen a ese miembro.
121. Si los conjuntos de personas o de cosas que son personas juríádicas puá blicas se unen de tal manera que forman una sola
totalidad con personeríáa juríádica, esta nueva persona juríádica hace suyos los bienes y derechos patrimoniales propios de las
anteriores y asume las cargas que pesaban sobre las mismas; sin embargo, en lo que atanñ e sobre todo a la destinacioá n de los
bienes y al cumplimiento de las cargas, deben quedar a salvo la voluntad de los fundadores y donantes asíá como los derechos
adquiridos.
122. Cuando se divide un conjunto que tiene personeríáa juríádica puá blica de manera que, o bien una parte de ella se une a otra
persona juríádica puá blica, o bien con la parte desmembrada se erige una persona juríádica puá blica nueva, la autoridad
eclesiaá stica a la que compete realizar la divisioá n, salvados ante todo la voluntad de los fundadores y donantes, los derechos
adquiridos y los estatutos aprobados, debe cuidar por síá o por su ejecutor:
1º. que los bienes y derechos patrimoniales comunes que puedan dividirse, asíá como las deudas y demaá s cargas, se dividan
entre las personas juríádicas de que se trata con la debida proporcioá n de manera equitativa, habida cuenta de todas las
circunstancias y de las necesidades de ambas;
2º que el uso y usufructo de los bienes comunes no sujetos a divisioá n correspondan a ambas personas juríádicas, y que a ambas
se impongan las cargas propias de aqueá llos, salvada tambieá n la debida proporcioá n, que ha de determinarse equitativamente.
123. Cuando se extingue una persona juríádica puá blica, la destinacioá n de sus bienes y derechos patrimoniales, asíá como de sus
cargas, se rige por el derecho y los estatutos; cuando nada dicen, pasan a la persona juríádica inmediatamente superior,
quedando siempre a salvo la voluntad de los fundadores o donantes, asíá como los derechos adquiridos; cuando se extingue una
persona juríádica privada, la destinacioá n de sus bienes y cargas se rige por sus propios estatutos.

TÍTULO VII De los actos jurídicos


124 # 1. Para la validez de un acto juríádico se requiere que haya sido realizado por una persona haá bil, y que en el mismo se
encuentren los elementos que constituyen esencialmente ese acto, asíá como las formalidades y requisitos impuestos por el
derecho para la validez del acto. # 2. Se presume vaá lido el acto juríádico debidamente realizado en cuanto a sus elementos
externos.
125 # 1. Se considera como no realizado el acto que una persona ejecuta por una violencia exterior a la cual de ninguá n modo se
pudo resistir. # 2. El acto realizado por miedo grave e injustamente infundido, o bien por dolo, es vaá lido, a no ser que el
derecho determine otra cosa; pero puede ser rescindido por sentencia del juez, tanto a instancia de la parte lesionada o de los
sucesores en su derecho, como de oficio.
126. Es nulo el acto realizado por ignorancia o por error que afecte a lo que constituye su substancia o recaiga sobre una
condicioá n sine qua non; en caso contrario es vaá lido, a no ser que el derecho establezca otra cosa, pero el acto causado por
ignorancia o por error puede dar lugar a accioá n rescisoria a tenor del derecho.
127 # 1. Cuando el derecho establece que, para realizar ciertos actos, el Superior necesita del consentimiento o del consejo de
alguá n colegio o grupo de personas, el colegio o grupo debe convocarse a tenor del can. 166, a no ser que, trataá ndose solamente
de pedir el consejo, se disponga de otro modo en el derecho particular o bien en el propio; sin embargo, para que los actos sean
vaá lidos se requiere obtener el consenso de la mayoríáa absoluta de los presentes o bien pedir el consejo de todos. # 2. Cuando
en el derecho se establece que, para realizar ciertos actos, el Superior necesita del consentimiento o bien del consejo de
algunas personas individuales:
1º. si se exige el consentimiento, es invaá lido el acto del Superior cuando no pide el consentimiento de esas personas o cuando
actuá a contra el parecer de las mismas o de alguna de ellas;
2º. si se exige el consejo, es invaá lido el acto del Superior cuando no escucha a esas personas; el Superior, aunque no tiene
obligacioá n alguna de seguir ese parecer, aun unaá nime, no debe sin embargo apartarse del mismo, sobre todo si es unaá nime, sin
una razoá n que, a su juicio, sea maá s poderosa;
3º. todos aqueá llos cuyo consentimiento o consejo se requiere estaá n obligados a manifestar sinceramente su opinioá n, y tambieá n,
si lo pide la gravedad de los asuntos, a guardar cuidadosamente secreto, la cual obligacioá n puede urgir el Superior.
128. Todo aqueá l que ilegíátimamente infiere a otro un danñ o, por un acto juríádico o por cualquier otro acto realizado con dolo o
culpa, estaá obligado a reparar el danñ o causado.

TÍTULO VIII De la potestad de régimen


129 # 1. De la potestad de reá gimen, que existe en la Iglesia por institucioá n divina, que se llama tambieá n potestad de
jurisdiccioá n, son sujetos haá biles, seguá n las prescripciones del derecho, los sellados por el orden sagrado. # 2. En el ejercicio de
dicha potestad, los fieles laicos pueden cooperar conforme al derecho.
130. La potestad de reá gimen, de suyo, se ejerce en el fuero externo, sin embargo algunas veces solamente se ejerce en el fuero
interno, de manera que los efectos que su ejercicio debe tener en el fuero externo no se reconozcan en este fuero, a menos que
en el derecho se establezca en casos determinados.
131 # 1. Potestad de reá gimen ordinaria es aqueá lla que por el mismo derecho va aneja a un oficio; delegada, es aqueá lla que se
concede a una persona por síá misma, no en razoá n de su oficio. # 2. La potestad de reá gimen ordinaria puede ser propia o vicaria.
# 3. A aqueá l que afirma ser delegado incumbe la carga de probar la delegacioá n.
132 # 1. Las facultades habituales se rigen por las prescripciones sobre la potestad delegada. # 2. Sin embargo, a menos que en
su concesioá n se provea expresamente otra cosa o bien que se haya atendido a las cualidades personales, la facultad habitual
concedida a un Ordinario no se extingue al cesar la potestad del Ordinario a quien se ha concedido, aunque eá l hubiera
comenzado ya a ejercerla, sino que pasa a cualquier Ordinario que lo suceda en el gobierno.
133 # 1. Es nulo lo que hace un delegado excedieá ndose de los líámites de su mandato sea respecto del objeto, sea respecto de las
personas. # 2. No se entiende que se excede de los líámites de su mandato el delegado que realiza los actos para los que ha sido
delegado de otro modo del que se determina en el mandato, salvo que el delegante hubiera prescripto un determinado modo
para la validez del acto.
134 # 1. Por el nombre de Ordinario se entienden en el derecho, ademaá s del Romano Pontíáfice, los Obispos diocesanos y todos
aqueá llos que, aun soá lo interinamente, han sido puestos al frente de una Iglesia particular o una comunidad a ella equiparada a
tenor del can. 368, asíá como aqueá llos que en las mismas gozan de potestad ejecutiva ordinaria general, es decir los Vicarios
generales y episcopales; asimismo, respecto de sus miembros, los Superiores mayores de institutos religiosos cler
ntificio y de sociedades clericales de vida apostoá lica de derecho pontificio, que tienen al menos potestad ejecutiva ordinaria. #
2. Por el nombre de Ordinario del lugar se entienden todos los que se enumeran en el # 1, excepto los Superiores de institutos
religiosos y de sociedades de vida apostoá lica. # 3. Cuando en los caá nones se atribuye nominalmente al Obispo diocesano en el
aá mbito de la potestad ejecutiva, se entiende que compete solamente al Obispo diocesano y a aqueá llos que se le equiparan en el
can. 381, # 2, excluidos el Vicario general y episcopal, a no ser que tengan mandato especial.
135 # 1. La potestad de reá gimen se divide en legislativa, ejecutiva y judicial. # 2. La potestad legislativa debe ser ejercida del
modo prescripto por el derecho y no puede delegarse vaá lidamente aqueá lla que tiene en la Iglesia el legislador inferior a la
autoridad suprema, a no ser que en el derecho explíácitamente se disponga otra cosa; no puede el legislador inferior dar
vaá lidamente una ley contraria al derecho superior. # 3. La potestad judicial de que gozan los jueces o los tribunales debe ser
ejercida del modo prescripto por el derecho y no puede ser delegada si no es para realizar los actos preparatorios de un
decreto o sentencia. # 4. En lo que atanñ e al ejercicio de la potestad ejecutiva, se observaraá n las prescripciones de los caá nones
que siguen.
136 Se puede ejercer la potestad ejecutiva aun encontraá ndose fuera del territorio, sobre los suá bditos, incluso ausentes del
territorio, si no consta otra cosa por la naturaleza del asunto o bien por prescripcioá n del derecho; tambieá n sobre los peregrinos
que actualmente residen en el territorio, si se trata de conceder favores o bien de ejecutar las leyes universales y las
particulares a las que eá stos esteá n obligados a tenor del can. 13, # 2, n. 2.
137 # 1. La potestad ejecutiva ordinaria puede delegarse tanto para un acto como para la generalidad de los casos, a no ser que
en el derecho se disponga expresamente otra cosa. # 2. La potestad ejecutiva delegada por la Sede Apostoá lica puede
subdelegarse, tanto para un acto como para la generalidad de los casos, a no ser que se haya atendido a la cualidades
personales, o se hubiera prohibido expresamente la subdelegacioá n. # 3. La potestad ejecutiva delegada por otra autoridad con
potestad ordinaria, si fue delegada para la generalidad de los casos, puede subdelegarse solamente para cada caso; si en
cambio fue delegada para una acto o actos determinados, no puede subdelegarse sin concesioá n expresa del delegante. # 4.
Ninguna potestad subdelegada puede subdelegarse de nuevo, a no ser que lo hubiera concedido expresamente el delegante.
138. La potestad ejecutiva ordinaria asíá como la potestad delegada para la generalidad de los casos se han de interpretar en
sentido amplio, todas las otras, en cambio, en sentido estricto; sin embargo, a quien tiene potestad delegada, se entiende que se
le concede tambieá n todo aquello sin lo cual no podríáa ejercerse dicha potestad.
139 # 1. Salvo que en el derecho se establezca otra cosa, por el hecho de que alguien acuda a otra autoridad competente,
incluso superior, no se suspende la potestad ejecutiva, tanto ordinaria como delegada, de una autoridad competente. # 2. Sin
embargo, la autoridad inferior no debe inmiscuirse en una causa que ha sido llevada a la autoridad superior, si no es por causa
grave y urgente; en este caso debe informar inmediatamente del asunto a la autoridad superior.
140 # 1. Cuando los varios delegados para un mismo asunto lo son solidariamente, el que primero comienza a tratar el asunto
excluye la actuacioá n de los demaá s en el mismo, a no ser que despueá s quede impedido o no quiera proseguir en su gestioá n. # 2.
Cuando los varios delegados para un mismo asunto lo son colegialmente, todos deben proceder a tenor del can. 119, a no ser
que en el mandato se disponga otra cosa. # 3. La potestad ejecutiva delegada a varios se presume delegada a los mismos
solidariamente.
141. Cuando varios han sido delegados sucesivamente, debe resolver el asunto aqueá l cuyo mandato es anterior con tal que no
hubiera sido revocado posteriormente.
142 # 1. La potestad delegada se extingue: una vez cumplido el mandato; transcurrido el plazo o agotado el nuá mero de casos
para los que fue concedida; al cesar la causa final de la delegacioá n; por revocacioá n del delegante intimada directamente al
delegado asíá como por renuncia del delegado presentada al delegante y aceptada por eá ste; pero no por haber cesado el derecho
del delegante, a no ser que esto conste por las claá usulas puestas. # 2. Sin embargo el acto de potestad delegada que se ejerce
solamente en el fuero interno es vaá lido aunque se realice por inadvertencia una vez transcurrido el tiempo de la concesioá n.
143 # 1. La potestad ordinaria se extingue cuando se pierde el oficio al que va aneja. # 2. A no ser que en el derecho se
disponga otra cosa la potestad ordinaria queda suspendida cuando legíátimamente se apela o se interpone recurso contra la
privacioá n o remocioá n del oficio.
144 # 1. En el error comuá n de hecho o de derecho, asíá como en la duda positiva y probable tanto de derecho como de hecho, la
Iglesia suple la potestad ejecutiva de reá gimen tanto para el fuero externo como para el interno. # 2. La misma norma se aplica a
las facultades de que se trata en los caá ns. 882, 883, 966 y 1111, # 1.

TÍTULO IX De los oficios eclesiásticos


145 # 1. Oficio eclesiaá stico es cualquier cargo, constituido de manera estable por disposicioá n divina o eclesiaá stica, que haya de
ejercerse para un fin espiritual. # 2. Las obligaciones y derechos propios de cada oficio eclesiaá stico se determinan sea por el
mismo derecho por el que el oficio se constituye, sea por el decreto de la autoridad competente por el que se constituye y a la
vez se confiere.

Capítulo I: De la provisión del oficio eclesiástico


146. Un oficio eclesiaá stico no puede obtenerse vaá lidamente sin provisioá n canoá nica.
147. La provisioá n de un oficio eclesiaá stico se hace: mediante libre colacioá n de la autoridad eclesiaá stica competente; mediante
institucioá n de la misma cuando haya precedido presentacioá n; mediante confirmacioá n o admisioá n realizada por la misma
cuando haya precedido eleccioá n o postulacioá n; finalmente, mediante simple eleccioá n y aceptacioá n del elegido cuando la
eleccioá n no necesita ser confirmada.
148. La provisioá n de los oficios compete a la misma autoridad a quien corresponde erigirlos, innovarlos o suprimirlos, a no ser
que en el derecho se establezca otra cosa.
149 # 1. Para que alguien sea promovido a un oficio eclesiaá stico, debe estar en comunioá n con la Iglesia y tambieá n ser idoá neo, es
decir, dotado de aquellas cualidades que se requieren para ese oficio por derecho universal o particular o bien por la ley de
fundacioá n. # 2. La provisioá n de un oficio eclesiaá stico hecha a favor de quien carece de las cualidades requeridas solamente es
invaá lida cuando tales cualidades se exigen expresamente para la validez de la provisioá n por el derecho universal o particular o
bien por la ley de fundacioá n; en caso contrario, es vaá lida, pero puede ser rescindida por decreto de la autoridad competente o
bien por sentencia del tribunal administrativo. # 3. Es invaá lida por el mismo derecho la provisioá n de un oficio hecha con
simoníáa.
150. El oficio que lleva consigo la plena cura de almas, para cuyo cumplimiento se requiere el ejercicio del orden sacerdotal, no
puede conferirse vaá lidamente a quien auá n no ha sido elevado al sacerdocio.
151. No debe diferirse sin causa grave la provisioá n de un oficio que lleve consigo cura de almas.
152. A nadie deben conferirse dos o maá s oficios incompatibles, es decir, que no puedan ejercerse a la vez por una misma
persona.
153 # 1. La provisioá n de un oficio que, seguá n derecho, no estaá vacante, es por el mismo hecho invaá lida, y no se convalida por el
hecho de quedar despueá s vacante. # 2. Sin embargo, si se trata de un oficio que, seguá n el derecho, se confiere por un tiempo
determinado, puede hacerse la provisioá n dentro de los seis meses anteriores a la terminacioá n de aquel tiempo, y surte efecto
desde el díáa en que el oficio queda vacante. # 3. La promesa de un oficio, no importa por quien esteá hecha, no produce efecto
juríádico alguno.
154. El oficio vacante seguá n derecho, que alguien todavíáa posee ilegíátimamente, puede ser conferido, con tal de que se haya
declarado en debida forma que dicha posesioá n no era legíátima, y que se mencione esta declaracioá n en el documento de
colacioá n.
155. El que confiere un oficio en lugar de otro que descuidoá hacerlo o que se encuentre impedido, no adquiere por ello ninguna
potestad sobre la persona a quien se lo ha conferido, sino que la condicioá n juríádica de eá sta sigue siendo la misma que si se
hubiera hecho la provisioá n seguá n la norma ordinaria del derecho.
156. Debe consignarse por escrito la provisioá n de cualquier oficio.

Artíáculo 1: De la libre colacioá n


157. A no ser que en el derecho se establezca explíácitamente otra cosa, corresponde al Obispo diocesano proveer por libre
colacioá n los oficios eclesiaá sticos en la propia Iglesia particular.

Artíáculo 2: De la presentacioá n
158 # 1. La presentacioá n para un oficio eclesiaá stico por aqueá l a quien compete el derecho de presentacioá n, debe hacerse a la
autoridad a quien corresponde dar la institucioá n para el oficio de que se trata, y ni no se ha establecido legíátimamente otra
cosa, se haraá dentro de los tres meses de que se tuvo conocimiento de la vacante del oficio. # 2. Si el derecho de presentacioá n
compete a un colegio o bien a un grupo de personas, debe ser designado el que ha de ser presentado de acuerdo con lo
prescripto en los caá ns. 165-179.
159. Nadie debe ser presentado contra su voluntad; por lo tanto, el candidato propuesto puede ser presentado si, al ser
consultado sobre su voluntad, no lo rehuá sa dentro de los ocho díáas uá tiles.
160 # 1. Quien goza de derecho de presentacioá n puede presentar uno o tambieá n varios, y tanto simultaá nea como
sucesivamente. # 2. Nadie puede presentarse a síá mismo; pero un colegio o un grupo de personas pueden presentar a uno de
sus miembros.
161 # 1. A no ser que en el derecho se establezca otra cosa, quien hubiera presentado a uno que no fue considerado idoá neo,
puede presentar a otro candidato soá lo una segunda vez y dentro del mes. # 2. Si el presentado renuncia o bien fallece antes de
hacerse su institucioá n, quien tiene el derecho de presentar puede ejercer su derecho de nuevo dentro del mes de recibida la
noticia de la renuncia o de la muerte.
162 Quien no hace la presentacioá n dentro del plazo uá til a tenor del can. 158, # 1 y can. 161, asíá como quien por dos veces
presenta a una persona no idoá nea, pierde para esa ocasioá n el derecho de presentacioá n, y compete proveer libremente el oficio
vacante a la autoridad a la que corresponde dar la institucioá n, siempre que deá su consentimiento el Ordinario propio del
nombrado.
163. La autoridad a la que, a tenor del derecho, compete instituir al presentado, instituiraá al legíátimamente presentado que
considere idoá neo y que haya aceptado; si son varios los legíátimamente presentados y considerados idoá neos, debe instituir a
uno de ellos.

Artíáculo 3: De la eleccioá n
164. Si en el derecho no se provee otra cosa, en las elecciones canoá nicas han de observarse las prescripciones de los caá nones
que siguen.
165. A menos que en el derecho o en los estatutos legíátimos del colegio o del grupo se provea otra cosa, si a un colegio o bien a
un grupo de personas compete el derecho de elegir para un oficio, la eleccioá n no debe diferirse maá s allaá de un trimestre uá til
que ha de computarse desde que se recibioá la noticia de que el oficio ha quedado vacante; transcurrido inuá tilmente ese plazo,
la autoridad eclesiaá stica a quien compete subsidiariamente el derecho de confirmar la eleccioá n o el derecho de proveer,
proveeraá
libremente al oficio vacante.
166 # 1. El presidente del colegio o bien del grupo convocaraá a todos los pertenecientes al colegio o al grupo; pero la
convocatoria, cuando deba ser personal, seraá vaá lida si se hace en el lugar del domicilio o cuasidomicilio o en el lugar de
residencia. # 2. Si alguno de los que debíáan ser convocados hubiera sido preterido, y por tanto estuviera ausente, la eleccioá n es
vaá lida; sin embargo, a peticioá n del mismo, despueá s de probar su pretericioá n y ausencia, la eleccioá n debe ser rescindida por la
autoridad competente, aunque hubiera sido confirmada, con tal de que conste juríádicamente que el recurso se interpuso al
menos dentro de los tres díáas despueá s de recibir la noticia de la eleccioá n. # 3. Pero si hubieran sido preteridos maá s de la tercera
parte de los electores, la eleccioá n es nula por el mismo derecho, a menos que todos los preteridos hubieran estado de hecho
presentes.
167 # 1. Hecha legíátimamente la convocatoria, tienen derecho de voto quienes se hallen presentes en el lugar y díáa
determinados en la convocatoria, quedando excluida la facultad de votar por carta o por procurador, a menos que en los
estatutos legíátimamente se disponga otra cosa. # 2. Si alguno de los electores se halla presente en la casa donde se celebra la
eleccioá n, pero no puede asistir a la misma por enfermedad, los escrutadores recogeraá n su voto escrito.
168. Aunque alguien tenga derecho a votar en nombre propio por varios tíátulos, no puede emitir sino un uá nico voto.
169. Para que la eleccioá n sea vaá lida, nadie que no pertenezca al colegio o grupo puede ser admitido a votar.
170. La eleccioá n cuya libertad hubiera sido impedida en cualquier modo es invaá lida en virtud del mismo derecho.
171 # 1. Son inhaá biles para votar:
1º. el incapaz de actos humanos;
2º. quien carece de voz activa;
3º. el sujeto a pena de excomunioá n impuesta por sentencia judicial o declarada por decreto;
4º. el que se ha apartado notoriamente de la comunioá n de la Iglesia. # 2. Si alguno de los antedichos es admitido, su voto es
nulo, pero la eleccioá n es vaá lida, a menos que conste que, prescindiendo de eá l, el elegido no habríáa obtenido el nuá mero
requerido de votos.
172 # 1. Para que sea vaá lido, el voto debe ser:
1º. libre; y por tanto, es invaá lido el voto de quien, por miedo grave o dolo, directa o indirectamente, fue obligado a elegir a
determinada persona o a diversas personas disyuntivamente;
2º. secreto, cierto, absoluto, determinado. # 2. Las condiciones anñ adidas al voto antes de la eleccioá n se tendraá n por no puestas.
173 # 1. Antes de que comience la eleccioá n, deben designarse al menos dos escrutadores de entre los miembros del colegio o
bien del grupo. # 2. Los escrutadores recogeraá n los votos y comprobaraá n ante el presidente de la eleccioá n si el nuá mero de
boletas corresponde al nuá mero de electores, examinaraá n los votos y haraá n puá blico cuaá ntos ha conseguido cada uno. # 3. Si el
nuá mero de los votos supera al nuá mero de electores, el acto es nulo. # 4. Todas las actas de la eleccioá n seraá n labradas fielmente
por quien desempenñ a la funcioá n de secretario de actas, y firmadas al menos por dicho secretario, el presidente y los
escrutadores, se guardaraá n con cuidado en el archivo del colegio.
174 # 1. La eleccioá n, a menos que en el derecho o bien en los estatutos se disponga otra cosa, puede hacerse tambieá n por
compromiso, siempre que los electores, por acuerdo unaá nime y escrito, transfieran por esa vez el derecho de eleccioá n a una o
varias personas idoá neas, tomadas de entre ellos o no, a fin de que hagan la eleccioá n en nombre de todos, en virtud de la
facultad recibida. # 2. Si se trata de un colegio o de un grupo formado solamente por cleá rigos, los compromisarios deben tener
el orden sagrado; de lo contrario la eleccioá n es invaá lida. # 3. Los compromisarios deben cumplir las prescripciones del derecho
acerca de la eleccioá n y, para la validez de la misma, deben atenerse a las condiciones puestas en el compromiso, que no sean
contrarias al derecho; en cambio, las condiciones contrarias al derecho se tendraá n por no puestas.
175. El compromiso cesa y los electores que lo habíáan hecho recuperan el derecho de voto:
1º. por revocacioá n hecha por el colegio o el grupo, mientras la cosa esteá íántegra;
2º. por no haberse cumplido alguna condicioá n puesta en el compromiso;
3º. una vez realizada la eleccioá n, si fue nula.
176. A menos que en el derecho o en los estatutos se disponga otra cosa, se consideraraá elegido y seraá proclamado por el
presidente del colegio o del grupo, el que hubiera obtenido el nuá mero requerido de votos, a tenor del can. 119, n. 1.
177 # 1. La eleccioá n se ha de comunicar inmediatamente al elegido, el cual, dentro de los ocho díáas uá tiles despueá s de recibir la
comunicacioá n, debe manifestar al presidente del colegio o del grupo si acepta la eleccioá n o no; en caso contrario, la eleccioá n no
produce efecto. # 2. Si el elegido no acepta, pierde todo derecho adquirido por la eleccioá n y no lo recupera por una aceptacioá n
subsiguiente, pero puede ser elegido de nuevo; el colegio o el grupo debe proceder a una nueva eleccioá n dentro del mes de
conocida la no aceptacioá n.
178. Al aceptar una eleccioá n que no necesita de confirmacioá n, el elegido obtiene inmediatamente el oficio de pleno derecho; en
caso contrario, no adquiere sino derecho a eá l.
179 # 1. Si la eleccioá n necesita de confirmacioá n, el elegido debe pedir la confirmacioá n de la autoridad competente, por síá o por
otro, dentro de los ocho díáas uá tiles desde el díáa de la aceptacioá n de la eleccioá n; en caso contrario, queda privado de todo
derecho, a menos que pruebe que por justo impedimento no le fue posible pedir la confirmacioá n. # 2. La autoridad competente,
si halla idoá neo al elegido a tenor del can. 149, # 1, y la eleccioá n se hizo seguá n derecho, no puede denegar la confirmacioá n. # 3.
La confirmacioá n debe darse por escrito. # 4. Antes de que le sea comunicada la confirmacioá n, el elegido no puede inmiscuirse
en la administracioá n del oficio, ni en lo espiritual ni en lo temporal, y los actos que tal vez pusiera son nulos. # 5. Una vez
comunicada la confirmacioá n, el elegido adquiere el oficio de pleno derecho, a menos que en el derecho se establezca otra cosa.

Artíáculo 4: De la postulacioá n
180 # 1. Si a la eleccioá n de aqueá l a quien los electores consideran maá s apto y prefieren, se opone un impedimento canoá nico que
puede y suele dispensarse, pueden eá stos, mediante sufragio, postular su nombramiento por la autoridad competente, a menos
que en el derecho se disponga otra cosa. # 2. Los compromisarios no pueden hacer esta postulacioá n si eso no figura
expresamente en el compromiso.
181 # 1. Para que la postulacioá n tenga validez, se requieren al menos los dos tercios de los votos. # 2. El voto para la
postulacioá n debe expresarse por la palabra “postulo”, u otra equivalente; la foá rmula “elijo o postulo”, u otra equivalente, vale
para la eleccioá n si no hay impedimento; de lo contrario, para la postulacioá n.
182 # 1. Dentro de los ocho díáas uá tiles, el presidente debe enviar la postulacioá n a la autoridad competente a la que
corresponde confirmar la eleccioá n, a la cual compete conceder la dispensa del impedimento, o bien, si carece de esta potestad,
pedirla a la autoridad superior; cuando no se requiere la confirmacioá n, la postulacioá n debe ser enviada a la autoridad
competente para que conceda la dispensa. # 2. Si la postulacioá n no es enviada dentro del tiempo prescripto, es por el mismo
hecho nula, y el colegio o grupo queda privado por esa vez del derecho de elegir o de postular, a no ser que se pruebe que el
presidente no envioá la postulacioá n a tiempo por un justo impedimento o por dolo o negligencia. # 3. Quien ha sido postulado
no adquiere derecho alguno a raíáz de la postulacioá n; la autoridad competente no tiene obligacioá n de admitirla. # 4. Una vez
hecha la postulacioá n a la autoridad competente, los electores no pueden revocarla si no es con el consentimiento de dicha
autoridad.
183 # 1. Si la autoridad competente no admite la postulacioá n, el colegio o grupo recupera el derecho de elegir. # 2. Si, en
cambio, es admitida la postulacioá n, ello se comunicaraá al postulado, que debe responder a tenor del can. 177, # 1. # 3. Quien
acepta la postulacioá n que ha sido admitida, obtiene inmediatamente el oficio de pleno derecho.

Capítulo II: De la pérdida del oficio eclesiástico


184 # 1. El oficio eclesiaá stico se pierde por transcurso del lapso prefijado, cumplimiento de la edad determinada en el derecho,
renuncia, traslado, remocioá n o privacioá n. # 2. Al cesar de cualquier modo el derecho de la autoridad que lo confirioá , el oficio
eclesiaá stico no se pierde, salvo que en el derecho se disponga otra cosa. # 3. La peá rdida de un oficio, cuando ha sido efectiva,
debe notificarse cuanto antes a todos aqueá llos a quienes compete alguá n derecho en la provisioá n del oficio.
185. Puede conferirse el tíátulo de emeá rito a aqueá l que ha cesado en un oficio por líámite de edad o por renuncia aceptada.
186. La peá rdida de un oficio por transcurso del tiempo prefijado o por cumplimiento de la edad produce efecto solamente a
partir del momento en que la autoridad competente lo comunica por escrito.

Artíáculo 1: De la renuncia
187. El que se halla en su sano juicio puede, con causa justa, renunciar a un oficio eclesiaá stico.
188. Es nula, por el mismo derecho, la renuncia hecha por miedo grave injustamente provocado, por dolo o error sustancial o
simoníáa.
189 # 1. Para que valga la renuncia, ya sea que necesite su aceptacioá n o no, ha de presentarse, por escrito o de palabra ante dos
testigos, a la autoridad a quien corresponde la provisioá n del oficio de que se trate. # 2. La autoridad no aceptaraá la renuncia
que no esteá fundada en una causa justa y proporcionada. # 3. Carece de todo valor la renuncia que necesita de aceptacioá n, si no
es aceptada dentro de los tres meses; la que no necesita de aceptacioá n produce su efecto mediante la comunicacioá n del
renunciante, hecha a tenor del derecho. # 4. Mientras no haya producido efecto, la renuncia puede ser revocada por el
renunciante; una vez que lo ha producido, no puede revocarse, pero quien renuncioá puede conseguir el oficio por otro tíátulo.

Artíáculo 2: Del traslado


190 # 1. El traslado soá lo puede hacerlo quien tiene derecho de proveer tanto el oficio que se pierde como el que se
encomienda. # 2. Si el traslado se hace contra la voluntad del titular del oficio, se requiere causa grave y, quedando a salvo el
derecho de exponer las razones contrarias, debe observarse el procedimiento prescripto por el derecho. # 3. Para que el
traslado surta efecto, debe ser comunicado por escrito.
191 # 1. En caso de traslado, el primer oficio queda vacante, por la toma de posesioá n canoá nica del segundo, a no ser que otra
cosa disponga el derecho o prescriba la autoridad competente. # 2. El trasladado percibe la remuneracioá n correspondiente al
primer oficio, hasta que toma posesioá n canoá nica del segundo.

Artíáculo 3: De la remocioá n
192. Se queda removido de un oficio ya sea por decreto legíátimamente dado por la autoridad competente, observados los
derechos eventualmente adquiridos a raíáz de contrato, ya sea en virtud del mismo derecho a tenor del can. 194.
193 # 1. Nadie puede ser removido de un oficio que se le ha conferido por tiempo indefinido, a no ser por causas graves y
observando el procedimiento determinado por el derecho. # 2. Lo mismo vale para que pueda ser removido antes del plazo
correspondiente, el que recibioá un oficio por tiempo determinado, sin perjuicio de lo prescripto por el can. 624, # 3. # 3. Puede
ser removido por causa justa, a juicio de la autoridad competente, aqueá l a quien se le ha conferido un oficio por un tiempo que,
seguá n las prescripciones del derecho, queda a la prudente discrecioá n de la misma autoridad. # 4. Para que produzca efecto, el
decreto de remocioá n debe comunicarse por escrito.
194 # 1. En virtud del mismo derecho queda removido del oficio eclesiaá stico:
1º. quien perdiere el estado clerical;
2º. quien se apartare puá blicamente de la fe catoá lica o bien de la comunioá n de la Iglesia;
3º. el cleá rigo que atentare contraer matrimonio, aunque fuere soá lo civil. # 2. La remocioá n sobre la que se trata en los nn. 2 y 3
puede urgirse solamente si consta de ella por declaracioá n de la autoridad competente.
195. Si alguien, no en virtud del mismo derecho, sino por decreto de la autoridad competente, es removido de un oficio con el
que se proveíáa a su sustento, la misma autoridad debe cuidar de que se provea al sustento del mismo por un tiempo
conveniente, a no ser que se haya provisto de otro modo.

Artíáculo 4: De la privacioá n
196 # 1. La privacioá n del oficio, que tenga caraá cter de pena por un delito, puede hacerse solamente a tenor del derecho. # 2. La
privacioá n surte efecto seguá n las prescripciones de los caá nones del derecho penal.

TÍTULO X De la prescripción
197. La prescripcioá n, en cuanto modo de adquirir o perder un derecho subjetivo, asíá como de librarse de obligaciones, es
recibida por la Iglesia tal como estaá regulada en la legislacioá n civil de la respectiva nacioá n, quedando a salvo las excepciones
que se determinan en los caá nones de este Coá digo.
198. Ninguna prescripcioá n tiene validez si no se funda en la buena fe, no soá lo al comienzo,sino durante todo el decurso de
tiempo requerido para la misma, salvo lo prescripto en el can. 1362.
199. No estaá n sujetos a prescripcioá n:
1º. los derechos y obligaciones que son de ley divina natural o positiva;
2º. los derechos que pueden obtenerse soá lo por privilegio apostoá lico;
3º. los derechos y obligaciones que miran directamente a la vida espiritual de los fieles;
4º. los líámites ciertos e indudables de las circunscripciones eclesiaá sticas;
5º. los estipendios y cargas de Misas;
6º. la provisioá n de un oficio eclesiaá stico que, a tenor del derecho, requiere el ejercicio del orden sagrado;
7º. el derecho de visita y el deber de obediencia, cuya prescripcioá n haríáa que los fieles no pudieran ser visitados por ninguna
autoridad eclesiaá stica, ni quedasen ya sometidos a autoridad alguna.

TÍTULO XI Del cómputo del tiempo


200. A no ser que en el derecho se disponga expresamente otra cosa, el tiempo se computaraá a tenor de los caá nones que siguen.
201 # 1. Por tiempo continuo se entiende aqueá l que no admite ninguna interrupcioá n. # 2. Por tiempo uá til se entiende aqueá l que
de tal manera concierne a quien usa o reclama su derecho, que no corre para quien ignora o no puede reclamar.
202 # 1. En el derecho se entiende por díáa el espacio de 24 horas computadas como continuas, y comienza a la medianoche, a
no ser que se determine expresamente otra cosa; por semana, el espacio de 7 díáas; por mes, el espacio de 30; y por anñ o el
espacio de 365 díáas, a no ser que se diga que el mes y el anñ o hayan de tomarse como figuran en el calendario. # 2. Si el tiempo
es continuo, el mes y el anñ o deben computarse como figuran en el calendario.
203 # 1. El díáa a quo no se computa en el plazo, a no ser que su inicio coincida con el inicio del díáa o que en el derecho
expresamente se disponga otra cosa. # 2. Si no se establece lo contrario, el díáa ad quem se computa dentro del plazo, el cual, si
consta de uno o maá s meses o anñ os, o de una o maá s semanas, termina al cumplirse el uá ltimo díáa del mismo nuá mero o bien, si el
mes carece del díáa del mismo nuá mero, al cumplirse el uá ltimo díáa del mes.
3|bCICA

LIBRO II Del Pueblo de Dios [can. 204 - 746]


PARTE I: De los fieles cristianos
204. #1. Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios y, hechos
partíácipes a su modo por esta razoá n de la funcioá n sacerdotal, profeá tica y real de Cristo, cada uno seguá n su propia condicioá n, son
llamados a desempenñ ar la misioá n que Dios confioá a la Iglesia cumplir en el mundo. #2. Esta Iglesia, constituida y ordenada
como sociedad en este mundo, subsiste en la Iglesia catoá lica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunioá n
con eá l.
205. Se encuentran en plena comunioá n con la Iglesia catoá lica en esta tierra los bautizados que se unen con Cristo dentro de la
estructura visible de aqueá lla, es decir, por los víánculos de la profesioá n de fe, de los sacramentos y del reá gimen eclesiaá stico.
206. #1. De una manera especial estaá n vinculados con la Iglesia los catecuá menos, es decir aqueá llos que, movidos por el Espíáritu
Santo piden con voluntad explíácita ser incorporados a ella, y, por este mismo deseo, asíá como tambieá n por la vida de fe,
esperanza y caridad que llevan, estaá n unidos con la Iglesia, que los acoge ya como suyos. #2. La Iglesia tiene especial cuidado
de los catecuá menos, y a la vez que los invita a llevar una vida evangeá lica y los introduce en la celebracioá n de los ritos sagrados,
les concede ya algunas prerrogativas que son propias de los cristianos.
207. #1. Por institucioá n divina, entre los fieles cristianos hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se llaman
tambieá n cleá rigos; los demaá s, en cambio, se denominan laicos. #2. De estos dos sectores surgen fieles cristianos que por la
profesioá n de los consejos evangeá licos mediante votos u otros víánculos sagrados, reconocidos y sancionados por la Iglesia, se
consagran a Dios seguá n su modo peculiar y contribuyen a la misioá n salvíáfica de la Iglesia; su estado, aunque no corresponde a
la estructura jeraá rquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, a la vida y santidad de la misma.

TÍTULO I De los deberes y derechos de todos los fieles cristianos


208. Por su regeneracioá n en Cristo, se da entre todos los fieles, en cuanto a la dignidad y a la accioá n, una verdadera igualdad, en
virtud de la cual todos, seguá n su propia condicioá n y funcioá n, cooperan a la edificacioá n del Cuerpo de Cristo.
209. #1. Los fieles estaá n obligados, incluso en su modo de obrar, a conservar siempre la comunioá n con la Iglesia. #2. Deben
cumplir con gran cuidado los deberes que tienen tanto respecto de la Iglesia universal, como respecto de la Iglesia particular a
la que pertenecen seguá n las prescripciones del derecho.
210. Todos los fieles deben esforzarse, seguá n su propia condicioá n, por llevar una vida santa, asíá como por promover el
incremento de la Iglesia y su continua santificacioá n.
211. Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvacioá n llegue maá s y maá s a todos
los hombres de todos los tiempos y del orbe entero.
212. #1. Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, estaá n obligados a seguir, por obediencia cristiana, aquello que los
Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o bien establecen como rectores de la
Iglesia. #2. Los fieles tienen la facultad de manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, sobre todo espirituales, y sus
deseos. #3. Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razoá n de sus conocimientos, competencia y prestigio, de manifestar
a los Pastores sagrados su opinioá n sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de hacerla conocer a los demaá s fieles,
salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores, y habida cuenta de la utilidad
comuá n y de la dignidad de las personas.
213. Los fieles tienen el derecho de recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia, sobre todo
de la Palabra de Dios y los sacramentos.
214. Los fieles tienen el derecho de tributar culto a Dios seguá n las prescripciones del propio rito aprobado por los legíátimos
Pastores de la Iglesia, y a seguir su propia forma de vida espiritual, conforme por cierto con la doctrina de la Iglesia.
215. Los fieles tienen la facultad de fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de caridad o piedad o bien para
fomentar la vocacioá n cristiana en el mundo, y de tener reuniones para perseguir esos mismos fines en comuá n.
216. Todos los fieles, puesto que participan en al misioá n de la Iglesia, tienen el derecho de promover y sostener la actividad
apostoá lica tambieá n con sus propias iniciativas, cada uno seguá n su estado y condicioá n; sin embargo, ninguna iniciativa se
atribuiraá el nombre de catoá lica a menos que cuente con el consentimiento de la autoridad eclesiaá stica competente.
217. Los fieles, puesto que estaá n llamados por el bautismo a llevar una vida congruente con la doctrina evangeá lica, tienen
derecho a una educacioá n cristiana por la que se los instruya convenientemente para conseguir la madurez de la persona
humana y al mismo tiempo para conocer y vivir el misterio de la salvacioá n.
218. Quienes se dedican a las ciencias sagradas gozan de una justa libertad para investigar, asíá como para manifestar
prudentemente su pensamiento sobre aquello en lo que son peritos, quedando a salvo la debida sumisioá n al magisterio de la
Iglesia.
219. Todos los fieles gozan del derecho de ser inmunes de cualquier coaccioá n para elegir el estado de vida.
220. A nadie le es líácito lesionar ilegíátimamente la buena fama de que alguien goza, ni violar el derecho de cada persona a
proteger su propia intimidad.
221. #1. Compete a los fieles reclamar legíátimamente los derechos de que gozan en la Iglesia y defenderlos en el fuero
eclesiaá stico competente a tenor del derecho. #2. Si son llamados a juicio por la autoridad competente, los fieles tienen tambieá n
el derecho de ser juzgados seguá n las prescripciones del derecho, que deben ser aplicadas con equidad. #3. Los fieles tienen el
derecho de no ser sancionados con penas canoá nicas, si no es a tenor de la ley.
222. #1. Los fieles tienen la obligacioá n de subvenir a las necesidades de la Iglesia, de modo que eá sta disponga de lo necesario
para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad, y el honesto sustento de los ministros. #2. Tambieá n tienen la
obligacioá n de promover la justicia social, asíá como, recordando el precepto del Senñ or, ayudar a los pobres con sus propios
bienes.
223. #1. En el ejercicio de sus derechos, tanto en cuanto individuos como unidos en asociaciones, los fieles han de tener en
cuenta el bien comuá n de la Iglesia, asíá como tambieá n los derechos ajenos y sus deberes respecto a otros. #2. Compete a la
autoridad eclesiaá stica regular, en atencioá n al bien comuá n, el ejercicio de los derechos propios de los fieles.

TÍTULO II De las obligaciones y derechos de los fieles cristianos laicos


224. Los fieles laicos, ademaá s de las obligaciones y derechos comunes a todos los fieles cristianos y de los que se establecen en
otros caá nones, tienen obligaciones y gozan de derechos que se enumeran en los caá nones de este tíátulo.
225. #1. Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmacioá n, los laicos, como todos los fieles, son destinados por Dios al
apostolado, tienen la obligacioá n general, y gozan del derecho, sea individual como asociadamente, de trabajar para que el
mensaje divino de salvacioá n sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; esa obligacioá n los apremia
todavíáa maá s en aquellas circunstancias en las que soá lo a traveá s de ellos pueden los hombres oir el Evangelio y conocer a
Jesucristo. #2. Tienen tambieá n el deber peculiar, cada uno seguá n su propia condicioá n, de impregnar y perfeccionar el orden
temporal con el espíáritu evangeá lico y dar asíá testimonio de Cristo especialmente en la realizacioá n de ese mismo orden temporal
y en el ejercicio de las tareas seculares.
226. #1. Quienes viven en el estado conyugal, seguá n su propia vocacioá n, tienen el peculiar deber de trabajar, a traveá s del
matrimonio y la familia, en la edificacioá n del Pueblo de Dios. #2. Por haber transmitido la vida a sus hijos, los padres tienen el
gravíásimo deber y gozan del derecho de educarlos; por tanto, corresponde en primer lugar a los padres cristianos cuidar de la
educacioá n cristiana de sus hijos seguá n la doctrina ensenñ ada por la Iglesia.
227. Los fieles laicos tienen el derecho de que se les reconozca en los asuntos terrenos aquella libertad que compete a todos los
ciudadanos; sin embargo, al usar de esa libertad han de cuidar de que sus acciones esteá n imbuidas de espíáritu evangeá lico y han
de prestar atencioá n a la doctrina propuesta por el magisterio de la Iglesia, teniendo cuidado, sin embargo, de no presentar su
propia opinioá n en materias opinables como doctrina de la Iglesia.
228. #1. Los laicos que sean considerados idoá neos tienen capacidad de ser incorporados por los sagrados Pastores en aquellos
oficios eclesiaá sticos y funciones que pueden asumir seguá n las prescripciones del derecho. #2. Los laicos que se distinguen por
sus conocimientos, prudencia y honestidad tienen capacidad para prestar ayuda como peritos o como consejeros a los Pastores
de la Iglesia, tambieá n formando parte de consejos a tenor del derecho.
229. #1. Para que puedan vivir seguá n la doctrina cristiana, proclamarla y, cuando sea necesario, defenderla y para que puedan
ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos tienen el deber y gozan del derecho de adquirir conocimiento
de esa doctrina, de acuerdo con la capacidad y condicioá n propias de cada uno. #2. Gozan tambieá n del derecho de adquirir ese
conocimiento maá s profundo en las ciencias sagradas que se ensenñ an en las universidades o facultades eclesiaá sticas o bien en
los institutos de ciencias religiosas asistiendo allíá a las clases y obteniendo grados acadeá micos. #3. Atenieá ndose a las
prescripciones establecidas acerca de la idoneidad requerida, tambieá n tienen capacidad de recibir de la legíátima autoridad
eclesiaá stica mandato para ensenñ ar ciencias sagradas.
230. #1. Los varones laicos que tengan la edad y condiciones establecidas por decreto de la Conferencia Episcopal pueden ser
incorporados establemente en los ministerios de lector y acoá lito, mediante el rito lituá rgico prescripto; sin embargo, la colacioá n
de esos ministerios no les confiere el derecho de recibir de la Iglesia sustentacioá n o remuneracioá n. #2. Por encargo temporal,
los laicos pueden desempenñ ar la funcioá n de lector en las acciones lituá rgicas; asimismo todos los laicos pueden desempenñ ar las
funciones de guíáa, cantor u otras, a tenor del derecho. #3. Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros,
pueden tambieá n los laicos, aunque no sean lectores ni acoá litos, suplirlos en algunas de sus funciones, es decir, ejercer el
ministerio de la palabra, presidir las oraciones lituá rgicas, administrar el bautismo y distribuir la sagrada Comunioá n, seguá n las
prescripciones del derecho.
231. #1. Los laicos que de modo permanente o temporal se dedican a un servicio especial de la Iglesia tienen el deber de
adquirir la formacioá n conveniente que se requiere para desempenñ ar debidamente su funcioá n, y para ejercerla con conciencia,
generosidad y cuidado. #2. Mantenieá ndose lo que se prescribe en el can. 230, # 1, tienen derecho a una conveniente
remuneracioá n que responda a su condicioá n y con la cual puedan proveer decentemente a sus propias necesidades y a las de sus
familias, de acuerdo tambieá n con las prescripciones del derecho civil; y tambieá n les compete el derecho de que se provea
debidamente a su previsioá n y seguridad social y a la llamada asistencia sanitaria.

TÍTULO III De los ministros sagrados o de los clérigos


Capítulo I: De la formación de los clérigos
232. La Iglesia tiene el deber y el derecho propio y exclusivo de formar a aqueá llos que se destinan a los ministerios sagrados.
233. #1. Incumbe a toda la comunidad cristiana el deber de fomentar las vocaciones para que se provea suficientemente a las
necesidades del ministerio sagrado en la Iglesia entera; especialmente, este deber obliga a las familias cristianas, a los
educadores y de manera peculiar a los sacerdotes, sobre todo a los paá rrocos. Los Obispos diocesanos, a quienes corresponde
maá ximamente cuidar de que se promuevan vocaciones deben instruir al pueblo a ellos encomendado sobre la importancia del
ministerio sagrado y sobre la necesidad de ministros en la Iglesia, y deben suscitar y sostener iniciativas para fomentar las
vocaciones, sobre todo por medio de las obras instituidas con este fin. #2. Los sacerdotes, y sobre todo los Obispos diocesanos,
deben cuidar, ademaá s, de que aquellos varones de edad madura que se sienten llamados a los ministerios sagrados sean
ayudados prudentemente de palabra y de obra y se los prepare debidamente.
234. #1. Se han de conservar, donde existen, y se han de fomentar los seminarios menores y otras instituciones semejantes, en
los cuales, con el fin de promover vocaciones, se deá una peculiar formacioá n religiosa, junto con la educacioá n humaníástica y
cientíáfica; e incluso , donde lo considere oportuno el Obispo diocesano, ha de proveer a la ereccioá n de un seminario menor o de
una institucioá n semejante. #2. A no ser que, en determinados casos, las circunstancias aconsejen otra cosa, los joá venes que
tienen la intencioá n de llegar al sacerdocio han de estar dotados de la formacioá n humaníástica y cientíáfica con la que los joá venes
de su propia regioá n se preparan para realizar los estudios superiores.
235. #1. Los joá venes que desean acceder al sacerdocio deben ser educados en la formacioá n espiritual conveniente y en los
deberes propios en el seminario mayor, durante todo el tiempo de la formacioá n, o, por lo menos, durante cuatro anñ os, si a juicio
del Obispo diocesano asíá lo exigen las circunstancias. #2. A los que legíátimamente residen fuera del seminario, el Obispo
diocesano debe encomendarlos a un sacerdote piadoso e idoá neo que cuide de que se formen diligentemente en la vida
espiritual y en la disciplina.
236. Quienes aspiran al diaconado permanente, y de acuerdo conlas prescripciones de la Conferencia Episcopal, han de ser
formados para que cultiven la vida espiritual y han de ser instruidos para que cumplan debidamente los oficios propios de este
orden:
1º. los joá venes, residiendo al menos tres anñ os en una casa especial, a no ser que el Obispo diocesano, por razones graves,
establezca otra cosa;
2ª los hombres de edad madura, tanto ceá libes como casados, seguá n un plan de tres anñ os y determinado por la misma
Conferencia Episcopal.
237. #1. En cada dioá cesis, de ser posible y conveniente, debe haber un seminario mayor; en caso contrario, los alumnos que se
preparan para los ministerios sagrados seraá n confiados a otro seminario o bien se erigiraá un seminario interdiocesano. #2. No
debe erigirse un seminario interdiocesano sin la previa aprobacioá n de la Sede Apostoá lica, tanto respecto de la ereccioá n del
mismo seminario como de sus estatutos, obtenida por la Conferencia Episcopal, de tratarse de un seminario para todo su
territorio o, en caso contrario, por los Obispos interesados.
238. #1. Los seminarios legíátimamente erigidos gozan en la Iglesia, en virtud del mismo derecho, de personeríáa juríádica. #2. En
todos los asuntos representa al seminario su rector, a no ser que la autoridad competente hubiera establecido otra cosa para
algunos de ellos.
239. #1. En todo seminario debe haber un rector que lo presida y, si lo pide el caso un vicerrector, un ecoá nomo y, si los alumnos
estudian en el mismo seminario, tambieá n profesores que ensenñ en las distintas materias de modo coordinado seguá n un plan
adecuado. #2. En todo seminario debe haber por lo menos un director espiritual, dejando libertad a los alumnos para acudir a
otros sacerdotes que hayan sido destinados por el Obispo para esta funcioá n. #3. En los estatutos del seminario deben
determinarse los modos seguá n los cuales participen de la responsabilidad del rector, sobre todo en la conservacioá n de la
disciplina, las demaá s autoridades, los profesores e incluso los alumnos.
240. #1. Ademaá s de los confesores ordinarios, deben acudir regularmente al seminario otros confesores, y, quedando a salvo la
disciplina del seminario, los alumnos tendraá n siempre la facultad de dirigirse a cualquier confesor, tanto en el seminario como
fuera de eá l. #2. En la toma de decisiones sobre la admisioá n de los alumnos a las oá rdenes o sobre su salida del seminario, nunca
puede pedirse la opinioá n del director espiritual ni de los confesores.
241. #1. El Obispo diocesano debe admitir en el seminario mayor solamente a aqueá llos que sean considerados capaces de
brindarse a los sagrados ministerios de manera perpetua, habida cuenta de sus dotes humanas y morales, espirituales e
intelectuales, su salud fíásica y psíáquica asíá como su recta intencioá n. #2. Antes de ser recibidos, deben presentar las partidas de
bautismo y confirmacioá n, asíá como los demaá s documentos que se requiere seguá n las prescripciones del Plan de formacioá n
sacerdotal. #3. Cuando se trate de admitir a quienes hayan sido despedidos de otro seminario o de un instituto religioso, se
requiere ademaá s un informe del superior respectivo, sobre todo acerca de la causa de su expulsioá n o de su salida.
242. #1. En cada nacioá n ha de haber un Plan de formacioá n sacerdotal, que estableceraá la Conferencia Episcopal, teniendo
presentes las normas dadas por la autoridad suprema de la Iglesia, y que debe ser aprobado por la Santa Sede y que debe
tambieá n adaptarse a las nuevas circunstancias mediante una nueva aprobacioá n de la Santa Sede; en dicho Plan se estableceraá n
los principios fundamentales y las normas generales de la formacioá n que se impartiraá en el seminario, acomodados a las
necesidades pastorales de cada regioá n o provincia. #2. Las normas del Plan al que se refiere el # 1 deben observarse en todos
los seminarios, tanto diocesanos como interdiocesanos.
243. Cada seminario tendraá ademaá s un reglamento propio, aprobado por el Obispo diocesano o bien por los Obispos
interesados si se trata de un seminario interdiocesano, en el que las normas del Plan de formacioá n sacerdotal se adaptaraá n a
las circunstancias particulares y se determinaraá n con maá s precisioá n sobre todo los puntos disciplinares que se refieren a la
vida diaria de los alumnos y al orden de todo el seminario.
244. Deben combinarse armoá nicamente en el seminario la formacioá n espiritual y la educacioá n doctrinal de los alumnos y
deben tener como meta el que eá stos, seguá n la íándole de cada uno, adquieran, junto con la debida madurez humana, el espíáritu
del Evangelio y una estrecha relacioá n con Cristo.
245. #1. Mediante la formacioá n espiritual, los alumnos deben hacerse idoá neos para ejercer fructuosamente el ministerio
pastoral y deben formarse en el espíáritu misionero, aprendiendo que el ministerio, desempenñ ado siempre con fe viva y caridad,
contribuye a la propia santificacioá n; deben tambieá n aprender a cultivar aquellas virtudes que son maá s apreciables en la
convivencia humana, de manera que puedan llegar a una adecuada conciliacioá n entre los bienes humanos y los sobrenaturales.
#2. Se debe formar a los alumnos de tal modo que, imbuidos de amor a la Iglesia de Cristo, esteá n unidos con caridad humilde y
filial al Pontíáfice Romano, sucesor de Pedro, adhieran al propio Obispo como fieles cooperadores y colaboren unidos con sus
hermanos; mediante la vida comuá n en el seminario y mediante la relacioá n de amistad y unidad con los demaá s deben
prepararse para la unioá n fraterna con el presbiterio diocesano del cual seraá n partíácipes en el servicio de la Iglesia.
246. #1. La celebracioá n eucaríástica sea el centro de toda la vida del seminario, de manera que diariamente, al participar de la
misma caridad de Cristo, los alumnos cobren fuerzas, sobre todo de esta fuente riquíásima, para el trabajo apostoá lico y para su
vida espiritual. #2. Deben ser formados para la celebracioá n de la liturgia de las horas, mediante la cual los ministros de Dios, en
nombre de la Iglesia, ruegan a Dios por todo el pueblo a ellos encomendado e incluso por todo el mundo. #3. Deben fomentarse
el culto de la Santíásima Virgen Maríáa, incluso mediante el rosario mariano, la oracioá n mental y las demaá s praá cticas de piedad
con las que los alumnos adquieran el espíáritu de oracioá n y se fortalezcan en su vocacioá n. #4. Los alumnos se habituá en a acudir
con frecuencia al sacramento de la penitencia, y se recomienda que cada uno tenga su director espiritual, elegido libremente, a
quien pueda abrir su conciencia con confianza. #5. Los alumnos realicen cada anñ o los ejercicios espirituales.
247. #1. Mediante una educacioá n conveniente, sean preparados para observar el estado de celibato, y aprendan a tenerlo en
gran estima como un don peculiar de Dios. #2. Se les deá a conocer debidamente a los alumnos las obligaciones y cargas propias
de los ministros sagrados sin ocultarles ninguna de las dificultades de la vida sacerdotal.
248. La formacioá n doctrinal que ha de impartirse debe tender a que los alumnos, junto con la cultura general adecuada a las
necesidades de lugar y de tiempo, adquieran un conocimiento amplio y soá lido de las disciplinas sagradas de modo que
fundando y alimentando allíá su propia fe, puedan anunciar convenientemente la doctrina del Evangelio a los hombres de su
tiempo, de manera apropiada a la mentalidad de eá stos.
249. En el Plan de formacioá n sacerdotal ha de proveerse a que los alumnos sean instruidos cuidadosamente no soá lo en la
lengua materna, sino a que dominen la lengua latina, asíá como a que tengan un adecuado conocimiento de otras lenguas cuya
ciencia parezca necesaria o uá til para su formacioá n o para el ejercicio del ministerio pastoral.
250. Los estudios filosoá ficos y teoloá gicos programados en el seminario pueden hacerse sucesiva o simultaá neamente, seguá n el
Plan de formacioá n sacerdotal; deben abarcar al menos un sexenio completo, de manera que el tiempo que se ha de dedicar a las
disciplinas filosoá ficas equivalga a un bienio íántegro, mientras el dedicado a los estudios teoloá gicos equivalga a un cuatrienio
íántegro.
251. La formacioá n filosoá fica, que ha de fundamentarse en el patrimonio filosoá fico perennemente vaá lido, y que ha de tener en
cuenta tambieá n la investigacioá n filosoá fica realizada con el progreso del tiempo, se ha de impartir de manera que complete la
formacioá n humana de los alumnos, contribuya a hacer aguda su mente, y los prepare mejor para realizar los estudios
teoloá gicos.
252. #1. La formacioá n teoloá gica, a la luz de la fe y bajo la guíáa del Magisterio se ha de impartir de tal manera que los alumnos
conozcan toda la doctrina catoá lica, fundada en la Revelacioá n divina, la hagan alimento de la propia vida espiritual y la sepan
anunciar y defender convenientemente en el ejercicio del ministerio. #2. Los alumnos han de ser instruidos con peculiar
diligencia en la sagrada Escritura, de modo que adquieran la visioá n de toda ella. #3. Debe haber clases de teologíáa dogmaá tica,
fundada siempre en la Palabra de Dios escrita, juntamente con la sagrada Tradicioá n, mediante las cuales los alumnos, teniendo
principalmente a Santo Tomaá s como maestro, aprendan a penetrar maá s intimamente los misterios de la salvacioá n; habraá
tambieá n clases de teologíáa moral y pastoral, de derecho canoá nico, de liturgia, de historia eclesiaá stica, asíá como de otras
disciplinas, auxiliares y especiales, a tenor de las prescripciones del Plan de formacioá n sacerdotal.
253. #1. Para el cargo de profesor de disciplinas filosoá ficas, teoloá gicas y juríádicas, el Obispo o los Obispos interesados
nombraraá n solamente a aqueá llos que, destacaá ndose por sus virtudes, han conseguido el doctorado o la licenciatura en una
universidad o facultad reconocida por la Santa Sede. #2. Se debe procurar nombrar profesores distintos para la sagrada
Escritura, teologíáa dogmaá tica, teologíáa moral, liturgia, filosofíáa, derecho canoá nico, historia eclesiaá stica y para las otras
disciplinas, que se han de explicar seguá n sus propios meá todos. #3. El profesor que deje gravemente de cumplir con su cargo,
debe ser removido por la autoridad de la que se trata en el # 1.
254. # . 1. Los profesores, al ensenñ ar las disciplinas, tendraá n especial cuidado de la íántima unidad y armoníáa de toda la doctrina
de la fe, de manera que los alumnos experimenten que estaá n aprendiendo una uá nica ciencia; para conseguir esto mejor, habraá
en el seminario quien dirija toda la organizacioá n de los estudios. #2. Eduá quese a los alumnos de manera que se hagan capaces
de examinar las cuestiones mediante investigaciones apropiadas y realizadas por ellos mismos con meá todo cientíáfico; por lo
tanto se tendraá n ejercicios en los que, bajo la direccioá n de los profesores, los alumnos aprendan a realizar estudios con su
propio trabajo.
255. Aunque toda la formacioá n de los alumnos en el seminario persiga un fin pastoral, debe organizarse en el mismo una
instruccioá n estrictamente pastoral mediante la cual, atendiendo tambieá n a las necesidades de lugar y de tiempo, aprendan los
alumnos los principios y meá todos correspondientes al ejercicio del ministerio de ensenñ ar, santificar y regir al Pueblo de Dios.
256. #1. Instruá yase con cuidado a los alumnos en aquello que de manera peculiar se refiere al ministerio sagrado, sobre todo
en el ejercicio del meá todo catequeá tico y homileá tico, en el culto divino y de modo peculiar en la celebracioá n de los sacramentos,
en el trato con los hombres, tambieá n con los no catoá licos o no creyentes, en la administracioá n de una parroquia y en el
cumplimiento de las demaá s tareas. #2. Enseá nñese a los alumnos acerca de las necesidades de la Iglesia universal, para que se
muestren solíácitos por la promocioá n de las vocaciones, por las cuestiones misionales, ecumeá nicas y aquellas otras, incluso las
sociales, que son maá s urgentes.
257. #1. Se ha de proveer de tal manera a la formacioá n de los alumnos que se sientan interesados no soá lo por la Iglesia
particular en cuyo servicio se incardinen, sino tambieá n por la Iglesia universal, y se manifiesten dispuestos a dedicarse a
aquellas Iglesias particulares que se encuentran en grave necesidad. #2. El Obispo diocesano ha de cuidar que los cleá rigos que
desean trasladarse de la propia Iglesia particular a una Iglesia particular de otra regioá n se preparen convenientemente para
ejercer allíá el ministerio sagrado, es decir, que aprendan la lengua de esa regioá n y conozcan sus instituciones, condiciones
sociales, usos y costumbres.
258. Para que tambieá n aprendan en la misma praá ctica el arte de hacer apostolado, los alumnos, durante el períáodo de estudios,
pero principalmente durante las vacaciones, deben ser iniciados en la praá ctica pastoral, mediante ejercitaciones oportunas,
que se han de determinar a juicio del Ordinario, adecuadas a la edad de los alumnos y a las circunstancias de lugar, siempre
bajo la direccioá n de un sacerdote experto.
259. #1. Compete al Obispo diocesano o bien, si se trata de un seminario interdiocesano, a los Obispos interesados, decidir lo
que se refiere al superior reá gimen y administracioá n del seminario. #2. El Obispo diocesano o bien, si se trata de un seminario
interdiocesano, los Obispos interesados, visiten personalmente y con frecuencia el seminario, vigilen la formacioá n de sus
alumnos asíá como la ensenñ anza filosoá fica y teoloá gica que en eá l se imparta, y se informen sobre la vocacioá n, íándole, piedad y
progreso de los alumnos, sobre todo con vistas a las sagradas oá rdenes que han de conferirse.
260. En el cumplimiento de sus tareas propias todos deben obedecer al rector, a quien compete la direccioá n cotidiana del
seminario, a tenor siempre del Plan de formacioá n sacerdotal y del reglamento del seminario.
261. #1. El rector del seminario y, asimismo, bajo su autoridad, los superiores y profesores en cuanto les corresponde, cuiden
que los alumnos cumplan perfectamente las normas prescriptas en el Plan de formacioá n sacerdotal y en el reglamento del
seminario. #2. El rector del seminario y el director de estudios provean diligentemente para que los profesores desempenñ en
debidamente su tarea, seguá n las prescripciones del Plan de formacioá n sacerdotal y del reglamento del seminario.
262. El seminario ha de estar exento del reá gimen parroquial; el rector del seminario o un delegado suyo ha de ejercer la
funcioá n de paá rroco para todos los que estaá n en el seminario, exceptuado lo que se refiere al matrimonio y quedando a salvo lo
prescripto en el can. 985.
263. El Obispo diocesano o, si se trata de un seminario interdiocesano, los Obispos interesados deben contribuir, con la cuota
por ellos determinada de comuá n acuerdo, al establecimiento y conservacioá n del seminario, al sustento de los alumnos, a la
remuneracioá n de los profesores y a las demaá s necesidades del seminario.
264. #1. Para proveer a las necesidades del seminario, ademaá s de la colecta de que se trata en el can.1266, el Obispo puede
imponer un tributo en la dioá cesis. #2. Estaá n sujetas al tributo en favor del seminario todas las personas juríádicas eclesiaá sticas,
tambieá n las privadas, que tengan sede en la dioá cesis, a no ser que se sustenten soá lo de limosnas o haya en ellas de hecho un
colegio de alumnos o de profesores que tenga el fin de promover el bien comuá n de la Iglesia; este tributo debe ser general,
proporcionando a los ingresos de quienes estaá n sujetos a eá l, y determinado seguá n las necesidades del seminario.

Capítulo II: De la adscripción o incardinación de los clérigos


265. Es necesario que todo cleá rigo esteá incardinado o bien a una Iglesia particular o prelatura personal, o bien a alguá n instituto
de vida consagrada o sociedad que goce de esta facultad, de tal manera que de ninguna manera se admitan los cleá rigos aceá falos
o vagos.
266. #1. Por la recepcioá n del diaconado una persona se hace cleá rigo y queda incardinado en la Iglesia particular o en una
prelatura personal para cuyo servicio fue promovido. #2. El miembro profeso con votos perpetuos en un instituto religioso o
incorporado definitivamente a una sociedad clerical de vida apostoá lica, por la recepcioá n del diaconado queda incardinado
como cleá rigo a ese instituto o sociedad, a no ser que, en lo que se refiere a las sociedades, las constituciones digan otra cosa. #3.
El miembro de un instituto secular, por la recepcioá n del diaconado, queda incardinado a la Iglesia particular para cuyo servicio
ha sido promovido, a no ser que en virtud de una concesioá n de la Sede Apostoá lica, quede incardinado en el mismo instituto.
267. #1. Para que un cleá rigo ya incardinado se incardine vaá lidamente en otra Iglesia particular, debe obtener de su Obispo
diocesano una carta de excardinacioá n suscripta por el mismo; e igualmente, una carta de incardinacioá n suscripta por el Obispo
diocesano de la Iglesia particular en la cual desea incardinarse. #2. La excardinacioá n asíá concedida no surte efecto si no se ha
obtenido la incardinacioá n en otra Iglesia particular.
268. #1. El cleá rigo que se haya trasladado legíátimamente de la propia Iglesia particular a otra, queda incardinado a eá sta en
virtud del mismo derecho despueá s de haber transcurrido un quinquenio, si manifiesta por escrito este deseo tanto al Obispo
diocesano de la Iglesia que lo recibioá como a su propio Obispo diocesano, siempre que ninguno de los dos le haya comunicado
por escrito su voluntad contraria, dentro del plazo de cuatro meses a partir del momento en que recibieron la carta. #2. Por la
admisioá n perpetua o bien definitiva en un instituto de vida consagrada o en una sociedad de vida apostoá lica, el cleá rigo que, a
tenor del can. 266, # 2, se incardina a dicho instituto o sociedad queda excardinado de su propia Iglesia particular.
269. El Obispo diocesano no proceda a la incardinacioá n de un cleá rigo a menos que:
1º. lo exija la necesidad o bien la utilidad de su Iglesia particular, quedando a salvo las prescripciones del derecho que se
refieren a la honesta sustentacioá n de los cleá rigos;
2º. le conste por documento legíátimo que ha sido concedida la excardinacioá n, y haya obtenido ademaá s, si es necesario bajo
secreto, los informes oportunos del Obispo diocesano que concede la excardinacioá n, acerca de la vida, conducta y estudios del
respectivo cleá rigo;
3º. el cleá rigo haya declarado por escrito al mismo Obispo diocesano que desea quedar incorporado al servicio de la nueva
Iglesia particular, a tenor del derecho.
270. La excardinacioá n soá lo puede concederse líácitamente con causas justas, como son la utilidad de la Iglesia o el bien del
mismo cleá rigo; en cambio, no puede denegarse a menos que existan causas graves; sin embargo, el cleá rigo que se considere
perjudicado y hubiera encontrado un Obispo dispuesto a recibirlo, puede recurrir contra la decisioá n.
271. #1. Fuera del caso de verdadera necesidad de la Iglesia particular propia, el Obispo diocesano no ha de denegar la licencia
de traslado a los cleá rigos que eá l sepa que estaá n preparados y estime son aptos para acudir a regiones que sufren grave escasez
de clero, a fin de desempenñ ar allíá el ministerio sagrado; no obstante, ha de proveer para que se establezcan los derechos y
deberes de esos cleá rigos, mediante acuerdo escrito con el Obispo diocesano del lugar adonde acudiraá n. #2. El Obispo diocesano
puede conceder a sus cleá rigos licencia para trasladarse a otra Iglesia particular por tiempo determinado, que podraá tambieá n
renovarse varias veces, de manera, sin embargo, que esos cleá rigos permanezcan incardinados a la propia Iglesia particular y, al
regresar a la misma, gocen de todos los derechos que tendríáan si se hubieran dedicado al ministerio sagrado en ellas. #3. El
cleá rigo que pasare legíátimamente a otra Iglesia particular, permaneciendo incardinado a su Iglesia propia, puede ser llamado
de vuelta con justa causa por su propio Obispo diocesano, con tal de que se observen los acuerdos alcanzados con el otro
Obispo y la equidad natural; igualmente, observando las mismas condiciones, el Obispo diocesano de la otra Iglesia particular
podraá denegar con justa causa a ese cleá rigo la licencia de seguir residiendo en su territorio.
272. La excardinacioá n e incardinacioá n, asíá como la licencia para trasladarse a otra Iglesia particular, no puede concederla el
Administrador diocesano, a no ser despueá s de un anñ o de quedar vacante la sede episcopal, y con el consentimiento del colegio
de consultores.

Capítulo III: De las obligaciones y derechos de los clérigos


273. Los cleá rigos tienen especial obligacioá n de mostrar reverencia y obediencia al Sumo Pontíáfice y a su Ordinario propio.
274. #1. Soá lo los cleá rigos pueden obtener oficios para cuyo ejercicio se requiere la potestad de orden o la potestad de reá gimen
eclesiaá stico. #2. A no ser que esteá n excusados por un impedimento legíátimo, los cleá rigos deben aceptar y desempenñ ar
fielmente la tarea que les fuere encomendada por su Ordinario.
275. #1. Los cleá rigos, puesto que todos trabajan para una misma obra, a saber, la edificacioá n del Cuerpo de Cristo, esteá n unidos
entre síá con el víánculo de la fraternidad y de la oracioá n, y se empenñ en en buscar la mutua cooperacioá n, a tenor de las
prescripciones del derecho particular. #2. Los cleá rigos reconozcan y promuevan la misioá n que, por su parte, ejercen los laicos
en la Iglesia y en el mundo.
276. #1. En su conducta, los cleá rigos, estaá n obligados a buscar la santidad por una razoá n peculiar, ya que, consagrados a Dios
por un nuevo tíátulo en la recepcioá n del orden, son administradores de los misterios de Dios para el servicio de Su pueblo. #2.
Para poder alcanzar esta perfeccioá n:
1º. cumplan ante todo, fiel e incansablemente, las obligaciones del ministerio pastoral;
2º. nutran su vida espiritual en la doble mesa de la sagrada Escritura y de la Eucaristíáa; por eso, son invitados encarecidamente
los sacerdotes a ofrecer cotidianamente el Sacrificio eucaríástico, y los diaá conos, a participar cotidianamente en su oblacioá n;
3º. los sacerdotes, asíá como los diaá conos que aspiran al presbiterado, tienen obligacioá n de celebrar cotidianamente la liturgia
de las horas seguá n sus libros lituá rgicos propios y aprobados; en cambio, los diaá conos permanentes han de celebrar la misma en
la parte determinada por la Conferencia Episcopal;
4º. igualmente deben asistir a los retiros espirituales a tenor de las prescripciones del derecho particular;
5º. se les pide que acudan regularmente a la oracioá n mental, accedan frecuentemente al sacramento de la penitencia, den culto
con peculiar veneracioá n a la Virgen Madre de Dios, y utilicen otros medios de santificacioá n tanto comunes como particulares.
277. #1. Los cleá rigos estaá n obligados a observar continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos, y por lo tanto
quedan sujetos al celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden adherir maá s
faá cilmente a Cristo con corazoá n indiviso y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres. #2. Los cleá rigos se
comportaraá n con la debida prudencia respecto de aquellas personas cuyo trato puede poner en peligro su obligacioá n de
guardar continencia o ser causa de escaá ndalo para los fieles. #3. Compete al Obispo diocesano establecer normas maá s
concretas sobre esta materia y emitir un juicio en casos particulares sobre el cumplimiento de esta obligacioá n.
278. #1. Los cleá rigos seculares tienen derecho de asociarse con otros para alcanzar fines que esteá n de acuerdo con el estado
clerical. #2. Los cleá rigos seculares han de tener en gran estima sobre todo aquellas asociaciones que, con estatutos revisados
por la autoridad competente, mediante un plan de vida apto y convenientemente aprobado, asíá como tambieá n mediante la
ayuda fraterna, fomentan la santidad en el ejercicio del ministerio y contribuyen a la unioá n de los cleá rigos entre síá y con el
Obispo propio. #3. Los cleá rigos absteá nganse de constituir o de participar en asociaciones cuya finalidad o actividad sea
incompatible con las obligaciones propias del estado clerical o que puedan ser obstaá culo para el cumplimiento diligente de la
tarea que les ha sido encomendada por la autoridad eclesiaá stica competente.
279. #1. Aun despueá s de recibido el sacerdocio, los cleá rigos prosigan los estudios sagrados, y profesen aquella doctrina soá lida
fundada en la sagrada Escritura, transmitida por los mayores y recibida como comuá n en la Iglesia, tal como se determina sobre
todo en los documentos de los Concilios y de los Romanos Pontíáfices, evitando innovaciones profanas de la terminologíáa y la
falsa ciencia. #2. Seguá n las prescripciones del derecho particular, los sacerdotes, frecuenten las lecciones de pastoral que se
establezcan despueá s de la ordenacioá n, asíá como tambieá n en los momentos igualmente determinados por el mismo derecho,
asistan a otras lecciones, encuentros teoloá gicos o conferencias, mediante los cuales se les ofrezca la oportunidad de
profundizar en el conocimiento de las ciencias sagradas y de los meá todos pastorales. #3. Prosigan tambieá n en el conocimiento
de otras ciencias, sobre todo de aqueá llas que estaá n en conexioá n con las sagradas, principalmente en la medida en que ello
ayuda al ejercicio del ministerio pastoral.
280. Se recomienda vivamente a los cleá rigos la praá ctica de una cierta vida en comuá n, que, en lo posible, se conservaraá allíá
donde esteá en vigor.
281. #1. Los cleá rigos, al dedicarse al ministerio eclesiaá stico, merecen una remuneracioá n adecuada a su condicioá n, teniendo en
cuenta tanto la naturaleza del oficio que desempenñ an como las circunstancias de lugar y tiempo, de manera que, mediante ella,
puedan proveer a las necesidades de su propia vida y a la justa retribucioá n de aqueá llos de cuyo servicio necesitan. #2. Se ha de
proveer igualmente para que gocen de una asistencia social, mediante la cual se provea adecuadamente a sus necesidades en
caso de enfermedad, invalidez o vejez. #3. Los diaá conos casados que se dedican plenamente al ministerio eclesiaá stico merecen
una retribucioá n tal que puedan proveer al sostenimiento de síá mismos y de su familia; sin embargo, quienes, por ejercer o
haber ejercido una profesioá n civil, ya obtienen una remuneracioá n, proveeraá n a sus propias necesidades y a las de su familia con
lo que reciban por esa remuneracioá n.
282. #1. Los cleá rigos lleven una vida simple y se abstengan de todo aquello que tenga sabor de vanidad. #2. Lo sobrante de los
bienes que reciben con ocasioá n del ejercicio de un oficio eclesiaá stico lo destinen voluntariamente al bien de la Iglesia y a las
obras de caridad, una vez que con ellos hayan provisto a su honesta sustentacioá n y al cumplimiento de todas las obligaciones
propias de su estado.
283. #1. Aunque no tengan un oficio residencial, los cleá rigos no deben salir de su dioá cesis por un tiempo notable, que se ha de
determinar por el derecho particular, sin licencia al menos presunta del propio Ordinario. #2. Corresponde a los cleá rigos tener
todos los anñ os un debido y suficiente tiempo de vacaciones, determinado por el derecho universal o particular.
284. Los cleá rigos han de vestir un haá bito eclesiaá stico apropiado, seguá n las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las
legíátimas costumbres del lugar.
285. #1. Los cleá rigos se abstengan por completo de todo aquello que desdice de su estado, seguá n las prescripciones del
derecho particular. #2. Los cleá rigos eviten aquellas cosas que, aun no siendo indecorosas, son sin embargo extranñ as al estado
clerical. #3. Se prohíábe a los cleá rigos asumir oficios puá blicos que llevan consigo una participacioá n en el ejercicio de la potestad
civil. #4. Sin licencia de su Ordinario, no aceptaraá n la administracioá n de bienes pertenecientes a laicos u oficios seculares que
lleven consigo la carga de rendir cuentas; se les prohíábe salir fiadores, incluso con sus propios bienes, sin haber consultado al
Ordinario propio; igualmente, se abstendraá n de firmar letras de cambio, en las que se asume la obligacioá n de pagar una
cantidad de dinero sin concretar la causa.
286. Sin licencia de la legíátima autoridad eclesiaá stica, se prohíábe a los cleá rigos ejercer la negociacioá n o el comercio, tanto
personalmente como por medio de otros, sea en provecho propio o de terceros.
287. #1. Los cleá rigos fomenten siempre al maá ximo que se conserve entre los hombres la paz y la concordia fundada en la
justicia. #2. No han de tener parte activa en los partidos políáticos ni en la direccioá n de asociaciones sindicales, a no ser que, a
juicio de la autoridad eclesiaá stica competente, lo requieran la defensa de los derechos de la Iglesia o la promocioá n del bien
comuá n.
288. A no ser que el derecho particular establezca otra cosa, las prescripciones de los caá ns. 284, 285, ## 3 y 4, 286, 287, # 2 no
obligan a los diaá conos permanentes.
289. #1. Dado que el servicio militar es menos congruente con el estado clerical, los cleá rigos y asimismo los candidatos a las
oá rdenes sagradas no se presenten voluntariamente a la milicia, si no es con licencia de su Ordinario. #2. Los cleá rigos han de
utilizar las exenciones que, para no ejercer cargos ni oficios civiles puá blicos extranñ os al estado clerical, les conceden las leyes y
acuerdos o costumbres, a no ser que el Ordinario propio determine otra cosa en casos particulares.

Capítulo IV: De la pérdida del estado clerical


290. La sagrada ordenacioá n, una vez recibida vaá lidamente, nunca es anulada. Sin embargo, un cleá rigo pierde el estado clerical:
1º. por sentencia judicial o por decreto administrativo, en los que se declara la invalidez de la sagrada ordenacioá n;
2º. por pena de dimisioá n legíátimamente impuesta;
3º. por rescripto de la Sede Apostoá lica; sin embargo, este rescripto lo concede la Sede Apostoá lica a los diaá conos solamente por
causas graves, a los presbíáteros por causas gravíásimas.
291. Fuera de los casos sobre los que se trata en el can. 290, n.1, la peá rdida del estado clerical no lleva consigo la dispensa de la
obligacioá n del celibato, que uá nicamente concede el Romano Pontíáfice.
292. El cleá rigo que, a tenor del derecho, pierde el estado clerical, pierde con eá l los derechos propios de ese estado y ya no estaá
sujeto a las obligaciones del estado clerical, quedando firme lo prescripto en el can. 291; se le prohíábe ejercer la potestad de
orden, salvo lo prescripto en el can. 976; por esto mismo queda privado de todos los oficios, funciones y de cualquier potestad
delegada.
293. El cleá rigo que ha perdido el estado clerical no puede ser adscripto de nuevo entre los cleá rigos, si no es por rescripto de la
Sede Apostoá lica.

TÍTULO IV De las prelaturas personales


294. Con el fin de promover una conveniente distribucioá n de los presbíáteros o bien de realizar peculiares obras pastorales o
misionales en favor de varias regiones o de diversos grupos sociales, la Sede Apostoá lica, oíádas las Conferencias Episcopales
interesadas, puede erigir prelaturas personales que consten de presbíáteros y diaá conos del clero secular.
295. #1. La prelatura personal se rige por los estatutos hechos por la Sede Apostoá lica y su gobierno se confíáa a un Prelado
como Ordinario propio, que tiene el derecho de erigir un seminario nacional o internacional, asíá como de incardinar a los
alumnos y promoverlos a las oá rdenes a tíátulo de servicio de la prelatura. #2. El Prelado debe proveer a la formacioá n espiritual
de aquellos que ha promovido con el tíátulo predicho, asíá como a su decoroso sustento.
296. Mediante acuerdos establecidos con la prelatura, los laicos pueden dedicarse a las obras apostoá licas de la prelatura
personal; pero han de determinarse adecuadamente en los estatutos el modo de esta cooperacioá n orgaá nica y los principales
deberes y derechos que ella implica.
297. Los estatutos determinaraá n igualmente las relaciones de la prelatura personal con los Ordinarios locales en cuyas Iglesias
particulares la prelatura ejerce o desea ejercer sus obras pastorales o misionales, previo el consentimiento del Obispo
diocesano.

TÍTULO V De las asociaciones de fieles


Capítulo I: Normas comunes
298. #1. En la Iglesia existen asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostoá lica,
en las cuales los fieles, tanto cleá rigos como laicos, o bien cleá rigos junto con laicos, con su trabajo comuá n intentan fomentar una
vida maá s perfecta, o bien promover el culto puá blico o la doctrina cristiana, o bien, otras obras de apostolado, a saber, iniciativas
para la evangelizacioá n, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animacioá n del orden temporal con el espíáritu cristiano.
#2. Inscríábanse los fieles sobre todo en aquellas asociaciones que hayan sido o erigidas o alabadas o recomendadas por la
competente autoridad eclesiaá stica.
299. #1. Los fieles tienen la facultad, mediante un acuerdo privado entre ellos, de constituir asociaciones para los fines de los
que se trata en el can. 298, # 1, quedando firme lo prescripto en el can. 301, # 1. #2. Estas asociaciones, aunque sean alabadas
o recomendadas por la autoridad eclesiaá stica, se llaman asociaciones privadas. #3. Ninguna asociacioá n privada de fieles es
reconocida en la Iglesia si sus estatutos no son revisados por la autoridad competente.
300. Ninguna asociacioá n asumiraá el nombre de “catoá lica”, sin el consentimiento de la competente autoridad eclesiaá stica, a tenor
del can. 312.
301. #1. Corresponde exclusivamente a la autoridad eclesiaá stica competente erigir asociaciones de fieles que se propongan
ensenñ ar la doctrina cristiana en nombre de la Iglesia o bien promover el culto puá blico, o que persigan otros fines que por su
misma naturaleza estaá n reservados a la misma autoridad eclesiaá stica. #2. Si lo juzga conveniente, la autoridad eclesiaá stica
competente puede erigir tambieá n asociaciones de fieles que directa o indirectamente busquen alcanzar otros fines espirituales
a cuya consecucioá n no se ha provisto suficientemente con las iniciativas privadas. #3. Las asociaciones de fieles erigidas por la
competente autoridad eclesiaá stica se llaman asociaciones puá blicas.
302. Se llaman asociaciones clericales de fieles aqueá llas que estaá n bajo la direccioá n de cleá rigos, asumen el ejercicio del orden
sagrado y son reconocidas como tales por la autoridad competente.
303. Se llaman oá rdenes terceras o llevan otro nombre conveniente aquellas asociaciones cuyos miembros, viviendo en el
mundo y participando del espíáritu de alguá n instituto religioso, bajo la alta direccioá n del mismo instituto, hacen vida apostoá lica
y buscan la perfeccioá n cristiana.
304. #1. Todas las asociaciones de fieles, tanto puá blicas como privadas, cualesquiera que sea su tíátulo o nombre, tendraá n sus
propios estatutos, en los cuales se determinaraá la finalidad de la asociacioá n u objetivo social, su sede, el gobierno y las
condiciones requeridas para participar de ellas, y en los cuales se estableceraá su modo de actuar, teniendo en cuenta
ciertamente la necesidad o utilidad de la eá poca y del lugar. #2. Elegiraá n para síá un tíátulo o nombre, acomodado a las costumbres
de la eá poca y del lugar, sobre todo elegido en razoá n de la finalidad que persiguen.
305. #1. Todas las asociaciones de fieles estaá n sometidas a la vigilancia de la autoridad eclesiaá stica competente, a la cual le
corresponde cuidar de que en las mismas se conserve la integridad de la fe y de las costumbres, y vigilar para que no se
introduzcan abusos en la disciplina eclesiaá stica; por lo tanto, a ella compete la obligacioá n y el derecho de visitarlas a tenor del
derecho y de los estatutos; estaá n sujetas tambieá n al gobierno de dicha autoridad seguá n las prescripciones de los caá nones que
siguen. #2. Las asociaciones de todo geá nero estaá n sujetas a la vigilancia de la Santa Sede; las asociaciones diocesanas, asíá como
tambieá n las otras asociaciones en la medida en que trabajan en la dioá cesis estaá n sujetas a la vigilancia del Ordinario del lugar.
306. Para que alguien goce de los derechos y privilegios de una asociacioá n y de las indulgencias y demaá s gracias espirituales
concedidas a la misma sociedad, es necesario y suficiente haber sido admitido en ella vaá lidamente y no haber sido
legíátimamente expulsado de la misma, seguá n las prescripciones del derecho y los estatutos de la propia asociacioá n.
307. #1. La admisioá n de los miembros se haraá a tenor del derecho y de los estatutos de cada asociacioá n. #2. Una misma
persona puede ser adscripta a varias asociaciones. #3. Los miembros de institutos religiosos pueden inscribirse en las
asociaciones, a tenor del derecho propio, con el consentimiento de sus Superiores.
308. Nadie legíátimamente adscripto seraá expulsado de una asociacioá n, sino por justa causa a tenor del derecho y de los
estatutos.
309. Las asociaciones legíátimamente establecidas tienen la potestad, a tenor del derecho y de los estatutos, de dictar normas
peculiares respecto de la asociacioá n, de celebrar reuniones, y de designar a los presidentes, oficiales, dependientes y
administradores de los bienes.
310. La asociacioá n privada no constituida como persona juríádica en cuanto tal no puede ser sujeto de obligaciones y de
derechos; no obstante, los fieles asociados en ella pueden contraer obligaciones en conjunto y adquirir y poseer bienes como
copropietarios y coposesores; estos derechos y obligaciones pueden ejercerlos mediante un mandatario o procurador.
311. Los miembros de institutos de vida consagrada que presiden o prestan asistencia a las asociaciones unidas de alguá n modo
a su instituto, cuidaraá n de que esas asociaciones presten ayuda a las obras de apostolado existentes en la dioá cesis, cooperando
sobre todo bajo la direccioá n del Ordinario del lugar, con las asociaciones ordenadas en la dioá cesis al ejercicio del apostolado.

Capítulo II: De las asociaciones públicas de fieles


312. #1. Para erigir asociaciones puá blicas, es autoridad competente:
1º. para las asociaciones universales e internacionales, la Santa Sede;
2º. para las asociaciones nacionales, es decir aqueá llas que por la misma ereccioá n son destinadas a ejercer su actividad en la
nacioá n entera, la Conferencia Episcopal dentro de su territorio;
3º. para las asociaciones diocesanas, el Obispo diocesano en el territorio propio, pero no el Administrador diocesano,
exceptuadas sin embargo, aquellas asociaciones cuyo derecho de ereccioá n estaá reservado, por privilegio apostoá lico, a otras
personas. #2. Para la ereccioá n vaá lida de una asociacioá n o de una seccioá n de la asociacioá n en una dioá cesis, aunque ello se haga
en virtud de privilegio apostoá lico, se requiere el consentimiento del Obispo diocesano dado por escrito; sin embargo, el
consentimiento dado por el Obispo diocesano para la ereccioá n de una casa o de un instituto religioso vale tambieá n para erigir
en la misma casa o iglesia a eá l anexa una asociacioá n que sea propia de ese instituto.
313. Una asociacioá n puá blica y asimismo una confederacioá n de asociaciones puá blicas, mediante el mismo decreto por el que es
erigida por la autoridad eclesiaá stica competente a tenor del can. 312, queda establecida como persona juríádica y recibe la
misioá n, en la medida en que lo necesita, para los fines que se propone alcanzar en nombre de la Iglesia.
314. Los estatutos de toda asociacioá n puá blica, asíá como su revisioá n o modificacioá n, necesitan de la aprobacioá n de la autoridad
eclesiaá stica a la que compete la ereccioá n de la asociacioá n a tenor del can. 312, # 1.
315. Las asociaciones puá blicas pueden asumir por propia voluntad iniciativas conformes con su propia íándole, y las mismas se
rigen seguá n la norma de los estatutos, aunque bajo la alta direccioá n de la autoridad eclesiaá stica sobre la que se habloá en el can.
312, # 1.
316. #1. El que puá blicamente haya abjurado de la fe catoá lica o se haya separado de la comunioá n eclesiaá stica o haya sido
condenado con excomunioá n impuesta o declarada, no puede ser admitido vaá lidamente en las asociaciones puá blicas. #2.
Quienes legíátimamente adscriptos, hayan caíádo en el caso sobre el que se habloá en el # 1, seraá n con previa amonestacioá n
expulsados de la asociacioá n, observando los estatutos de eá sta y quedando a salvo el derecho de recurso a la autoridad
eclesiaá stica sobre la que se habloá en el can. 312, # 1.
317. #1. Si no se previera otra cosa en los estatutos, es propio de la autoridad eclesiaá stica de la que se trata en el can. 312, # 1,
confirmar al presidente de la asociacioá n puá blica elegido por la misma asociacioá n puá blica o bien instituir al presentado o bien
nombrarlo por derecho propio; en cambio, al capellaá n o al asesor eclesiaá stico, una vez escuchados, cuando sea conveniente, los
oficiales mayores de la sociedad, los nombra la misma autoridad eclesiaá stica. #2. La norma establecida en el # 1 se aplica
tambieá n para las asociaciones de miembros de institutos religiosos erigidas en virtud de privilegio apostoá lico fuera de las
propias iglesias o casas; en cambio, para las asociaciones de miembros de institutos religiosos erigidas en la propia iglesia o
casa, el nombramiento o bien la confirmacioá n del presidente y del capellaá n incumbe al Superior del instituto, a tenor de los
estatutos. #3. En las asociaciones que no son clericales, los laicos pueden ejercer el oficio de presidente, salvo que se dispusiera
otra cosa en los estatutos; al capellaá n o al asesor eclesiaá stico no debe encomendarse este oficio. #4. En las asociaciones
puá blicas de fieles que se ordenan directamente a ejercer el apostolado, no seraá n presidentes los que cumplen un oficio de
direccioá n en partidos políáticos.
318. #1. En circunstancias especiales, allíá donde graves razones lo requieran, puede la autoridad eclesiaá stica sobre la cual se
trata en el can. 312, # 1, designar un comisario que, en su nombre, dirija por un tiempo la asociacioá n. #2. Al presidente de una
asociacioá n puá blica puede removerlo, por una causa justa, aqueá l que lo nombroá o bien lo confirmoá , escuchados, sin embargo,
tanto el mismo presidente cuanto los oficiales mayores de la asociacioá n, a tenor de los estatutos; en cambio, al capellaá n puede
removerlo, a tenor de los caá ns. 192-195, aqueá l que lo nombroá .
319. #1. La asociacioá n puá blica legíátimamente erigida, si no se hubiera dispuesto otra cosa, administra los bienes que posee, a
tenor de los estatutos, bajo la superior direccioá n de la autoridad eclesiaá stica de la que se trata en el can. 312, # 1, a la que, cada
anñ o, debe rendir cuenta de la administracioá n. #2. A la misma autoridad debe rendir tambieá n cuenta fiel del empleo de las
ofrendas y limosnas que haya recibido.
320. #1. Las asociaciones erigidas por la Santa Sede no pueden ser suprimidas sino por la misma. #2. Por causas graves,
pueden ser suprimidas por la Conferencia Episcopal las asociaciones erigidas por la misma; por el Obispo diocesano, las
asociaciones erigidas por eá l y tambieá n las asociaciones erigidas en virtud de indulto apostoá lico por miembros de institutos
religiosos con el consentimiento del Obispo diocesano. #3. La asociacioá n puá blica no seraá suprimida por la autoridad
competente sin escuchar al presidente de la misma y a los otros oficiales mayores.

Capítulo III: De las asociaciones privadas de fieles


321. Los fieles dirigen y administran las asociaciones privadas seguá n las prescripciones de los estatutos.
322. #1. Una asociacioá n privada de fieles puede adquirir personeríáa juríádica por decreto formal de la autoridad eclesiaá stica
competente de la que se trata en el can. 312. #2. Ninguna asociacioá n privada de fieles puede adquirir personeríáa juríádica a
menos que sus estatutos hubieran sido aprobados por la autoridad eclesiaá stica de la que trata el can. 312, # 1; la aprobacioá n de
los estatutos, sin embargo, no cambia la naturaleza privada de la asociacioá n.
323. #1. Aunque las asociaciones privadas de fieles gocen de autonomíáa a tenor del can. 321, estaá n sometidas a la vigilancia de
la autoridad eclesiaá stica a tenor del can. 305, asíá como al gobierno de dicha autoridad. #2. Atanñ e tambieá n a la autoridad
eclesiaá stica, respetando ciertamente la autonomíáa propia de las asociaciones privadas, vigilar y cuidar para que se evite la
dispersioá n de fuerzas y para que el ejercicio del apostolado de las mismas se ordene al bien comuá n.
324. #1. La asociacioá n privada de fieles designa para síá libremente el presidente y los oficiales, a tenor de los estatutos. #2. Si
una asociacioá n privada de fieles desea un consejero espiritual, puede elegirlo para síá libremente entre los sacerdotes que
ejercen legíátimamente el ministerio en la dioá cesis, si bien el mismo necesita de la confirmacioá n del Ordinario del lugar.
325. #1. La asociacioá n privada de fieles administra libremente los bienes que posee, seguá n las prescripciones de los estatutos y
quedando a salvo el derecho de la autoridad eclesiaá stica competente de vigilar que los bienes sean aplicados a los fines de la
asociacioá n. #2. La misma estaá sometida a la autoridad del Ordinario del lugar, a tenor del can. 1301, en lo que se refiere a la
administracioá n y empleo de los bienes que hayan sido donados o bien legados a la misma para causas píáas.
326. #1. La asociacioá n privada de fieles se extingue a tenor de los estatutos; tambieá n puede ser suprimida por la autoridad
competente si su actividad es en danñ o grave de la doctrina o disciplina eclesiaá stica o bien es motivo de escaá ndalo para los
fieles. #2. El destino de los bienes de la asociacioá n extinguida debe ser determinado a tenor de los estatutos, quedando a salvo
los derechos adquiridos asíá como la voluntad de los donantes.

Capítulo IV: Normas especiales de las asociaciones de laicos


327. Los fieles laicos tendraá n en gran estima las asociaciones constituidas para los fines espirituales a los que se refiere el can.
298, especialmente aqueá llas que se proponen animar con espíáritu cristiano el orden temporal y que, de este modo, fomentan
en gran manera la íántima unioá n entre la fe y la vida.
328. Los que presiden las asociaciones de laicos, tambieá n de aqueá llas que han sido erigidas en virtud del privilegio apostoá lico,
cuidaraá n de que las suyas, donde asíá convenga, cooperen con otras asociaciones de fieles y de que sirvan voluntariamente de
ayuda para las distintas obras cristianas, sobre todo para aqueá llas que existen en el mismo territorio.
329. Los presidentes de las asociaciones de laicos se preocuparaá n de que los miembros de la asociacioá n se formen
debidamente para ejercer el apostolado propio de los laicos.

PARTE II: De la constitución jerárquica de la Iglesia


SECCION I: De la suprema autoridad de la Iglesia

Capítulo I: Del Romano Pontífice y del Colegio Episcopal


330. Asíá como, por institucioá n del Senñ or, San Pedro y los otros Apoá stoles constituyen un Colegio, del mismo modo el Romano
Pontíáfice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apoá stoles, estaá n unidos entre síá.
Artíáculo 1
Del Romano Pontíáfice
331. El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece el oficio concedido por el Senñ or en forma singular a Pedro, el primero
de los Apoá stoles, y que debe ser transmitido a sus sucesores, es la cabeza del Colegio Episcopal, el Vicario de Cristo y el Pastor
de la Iglesia universal en la tierra; el cual, en virtud de su oficio, goza en la Iglesia de suprema, plena, inmediata y universal
potestad ordinaria, la cual siempre puede ejercer libremente.
332. #1. La plena y suprema potestad en la Iglesia la obtiene el Romano Pontíáfice mediante la legíátima eleccioá n por eá l mismo
aceptada, junto con la consagracioá n episcopal. Por ello, el elegido para el sumo pontificado que estaá investido de caraá cter
episcopal obtiene aquella potestad desde el momento de la aceptacioá n; si en cambio, el elegido carece de caraá cter episcopal,
inmediatamente ha de ser ordenado Obispo. #2. Si aconteciera que el Romano Pontíáfice renunciase a su oficio, se requiere,
para la validez, que la renuncia se haga libremente y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.
333. #1. El Romano Pontíáfice, en virtud de su oficio no soá lo goza de potestad sobre la Iglesia universal, sino que tambieá n
ostenta la supremacíáa de la potestad ordinaria, sobre todas las Iglesias particulares y sus agrupaciones, con lo cual al mismo
tiempo se fortalece y se defiende la potestad propia, ordinaria e inmediata que compete a los Obispos en las Iglesias
particulares encomendadas a su cuidado. #2. El Romano Pontíáfice, al cumplir con el oficio de supremo Pastor de la Iglesia,
siempre estaá unido en comunioá n con los otros Obispos e, incluso, con la Iglesia universal. Sin embargo, a eá l le corresponde el
derecho de determinar seguá n las necesidades de la Iglesia, el modo, ya sea personal, ya sea colegial, de ejercer este oficio. #3.
Contra una sentencia o un decreto del Romano Pontíáfice, no existe apelacioá n ni recurso.
334. En el ejercicio de su oficio, los Obispos estaá n a disposicioá n del Romano Pontíáfice, los cuales pueden cooperar con eá l de
diversas maneras, entre las que se encuentra el síánodo de los Obispos. Ademaá s, le ayudan tambieá n los Padres Cardenales, asíá
como otras personas y diversas instituciones, seguá n las necesidades de los tiempos. Todas estas personas e instituciones
cumplen, en nombre del mismo y con su autoridad, el oficio a ellas encomendado para el bien de todas las Iglesias, seguá n las
normas determinadas por el derecho.
335. Al quedar vacante la sede romana o totalmente impedida, nada debe innovarse en el gobierno de la Iglesia universal;
deben observarse, en cambio, las leyes especiales dadas para estas circunstancias.

Artíáculo 2
Del Colegio Episcopal
336. El Colegio Episcopal, cuya cabeza es el Sumo Pontíáfice y cuyos miembros son los Obispos en virtud de la consagracioá n
sacramental y de la comunioá n jeraá rquica con la cabeza y miembros del Colegio, y en el cual de modo continuo persevera el
cuerpo apostoá lico, es tambieá n, en unioá n con su cabeza y nunca sin esta cabeza, sujeto de la suprema y plena potestad sobre la
Iglesia universal.
337. #1. El Colegio Episcopal ejerce de modo solemne la potestad sobre la Iglesia universal en el Concilio Ecumeá nico. #2. La
misma potestad se ejerce mediante la accioá n unida de los Obispos dispersos por el mundo, que como tal es promovida o
aceptada libremente por el Romano Pontíáfice, de modo que se convierta en un acto verdaderamente colegial. #3. Corresponde
al Romano Pontíáfice, seguá n las necesidades de la Iglesia, elegir y promover los modos seguá n los cuales el Colegio Episcopal
haya de ejercer su oficio colegialmente respecto de la Iglesia universal.
338. #1. Compete soá lo al Romano Pontíáfice convocar el Concilio Ecumeá nico, presidirlo por síá o por otros, trasladarlo,
suspenderlo o disolverlo, y aprobar sus decretos. #2. Al mismo Romano Pontíáfice compete determinar las cuestiones que han
de tratarse en el Concilio, y establecer el orden que se ha de observar en el mismo; a las cuestiones propuestas por el Romano
Pontíáfice los Padres del Concilio pueden anñ adir otras que han de ser aprobadas por el Romano Pontíáfice.
339. #1. A todos y soá lo a los Obispos que sean miembros del Colegio Episcopal compete el derecho y la obligacioá n de asistir al
Concilio Ecumeá nico con voto deliberativo. #2. Tambieá n otros que no poseen la dignidad episcopal pueden ser llamados al
Concilio Ecumeá nico por la suprema autoridad de la Iglesia, a la cual compete determinar el modo de participar de aqueá llos en
el Concilio.
340. Si aconteciere que la Sede Apostoá lica quedara vacante durante la celebracioá n del Concilio, eá ste se interrumpe “por el
mismo derecho”, hasta que el nuevo Sumo Pontíáfice ordene continuarlo o bien lo disuelva.
341. #1. Los decretos del Concilio Ecumeá nico no tienen fuerza obligatoria sino cuando, una vez aprobados por el Romano
Pontíáfice juntamente con los Padres del Concilio, hayan sido confirmados por el mismo Romano Pontíáfice y promulgados por
su mandato. #2. De la misma confirmacioá n y promulgacioá n, para que tengan fuerza obligatoria, necesitan los decretos que deá el
Colegio Episcopal mediante un acto propiamente colegial, promovido de otro modo por el Romano Pontíáfice o libremente
aceptado por eá l.

Capítulo II: Del sínodo de los Obispos


342. El síánodo de los Obispos es una asamblea de Obispos que, escogidos de las diversas regiones del mundo, se reuá nen en
determinadas ocasiones a fin de fomentar la unioá n estrecha entre el Romano Pontíáfice y los Obispos; ayudar con sus consejos
al mismo Romano Pontíáfice para la integridad y aumento de la fe y costumbres; para la conservacioá n y fortalecimiento de la
disciplina eclesiaá stica; asíá como tambieá n para tratar las cuestiones referentes a la accioá n de la Iglesia en el mundo.
343. Al síánodo de los Obispos le corresponde debatir las cuestiones que han de ser tratadas, asíá como manifestar su parecer
sobre ellas; pero no dirimirlas ni dar decretos sobre ellas, salvo cuando, en ciertos casos, el Romano Pontíáfice le hubiere
otorgado potestad deliberativa, al cual compete en este caso ratificar las decisiones del síánodo.
344. El síánodo de los Obispos estaá sometido directamente a la autoridad del Romano Pontíáfice, a quien corresponde:
1º. convocar el síánodo, cuantas veces le parezca oportuno, y determinar el lugar en el que deben celebrarse las reuniones;
2º. ratificar la eleccioá n de aquellos miembros que han de ser elegidos seguá n la norma del derecho peculiar, y designar y
nombrar a los demaá s miembros;
3º. determinar con la antelacioá n oportuna a la celebracioá n del síánodo, seguá n el derecho peculiar, los temas que deben tratarse
en eá l;
4º. establecer el orden del díáa;
5º. presidir el síánodo personalmente o por medio de otros;
6º. clausurar el síánodo, trasladarlo, suspenderlo y disolverlo.
345. El síánodo de los Obispos puede reunirse o bien en asamblea general en la cual se tratan asuntos referidos directamente al
bien de la Iglesia universal, la cual asamblea puede ser tanto ordinaria como extraordinaria; o bien en asamblea especial, para
considerar problemas que atanñ en directamente a una o varias regiones determinadas.
346. #1. Integran el síánodo de los Obispos, cuando se reuá ne en asamblea general ordinaria, miembros que son, en su mayor
parte, Obispos, unos elegidos para cada asamblea por las Conferencias Episcopales, seguá n el modo determinado por el derecho
peculiar del síánodo; otros son designados por el mismo derecho; otros son nombrados directamente por el Romano Pontíáfice; a
ellos se anñ aden algunos miembros de institutos religiosos clericales elegidos conforme a la norma del mismo derecho peculiar.
#2. Integran el síánodo de los Obispos reunido en asamblea general extraordinaria, para tratar asuntos que requieren una
resolucioá n raá pida, miembros que son, en su mayoríáa, Obispos, designados por el derecho peculiar del síánodo en razoá n del oficio
que desempenñ an; otros son nombrados directamente por el Romano Pontíáfice; a ellos se anñ aden algunos miembros de
institutos religiosos clericales, elegidos a tenor del mismo derecho peculiar. #3. Integran el síánodo de los Obispos, reunido en
asamblea especial, miembros escogidos principalmente de aquellas regiones para las que ha sido convocado, seguá n la norma
del derecho peculiar por el que se rige el síánodo.
347. #1. Cuando la asamblea del síánodo de los Obispos es clausurada por el Romano Pontíáfice, cesa la funcioá n encomendada en
el mismo a los Obispos y demaá s miembros. #2. Al quedar vacante al Sede Apostoá lica despueá s de convocado el síánodo o bien
durante su celebracioá n, queda suspendida, por el mismo derecho, la asamblea del síánodo asíá como la funcioá n encomendada a
los miembros en dicha asamblea sinodal, hasta tanto el nuevo Pontíáfice declare que la asamblea debe disolverse o bien
reanudarse.
348. #1. El síánodo de los Obispos tiene una secretaríáa general permanente, que preside un secretario general, nombrado por el
Romano Pontíáfice a quien asiste el consejo de la secretaríáa, que consta de Obispos, algunos de los cuales son elegidos por el
mismo síánodo seguá n la norma de su derecho peculiar, y otros son nombrados por el Romano Pontíáfice; la funcioá n de todos los
cuales termina al comenzar una nueva asamblea general. #2. Para cualquier tipo de asambleas del síánodo de los Obispos se
nombran, ademaá s, uno o varios secretarios especiales, designados por el Romano Pontíáfice, y que permanecen en el oficio a
ellos encomendado uá nicamente hasta la conclusioá n de la asamblea del síánodo.

Capítulo III: De los Cardenales de la Santa Iglesia Romana


349. Los Cardenales de la Santa Iglesia Romana constituyen un Colegio peculiar, al cual compete proveer a la eleccioá n del
Romano Pontíáfice seguá n la norma del derecho peculiar. Asimismo, los Cardenales asisten al Romano Pontíáfice sea actuando
colegialmente cuando son convocados para tratar en conjunto cuestiones de mayor importancia, sea en forma singular,
mediante los distintos oficios que desempenñ an ayudando al mismo Romano Pontíáfice principalmente en su cuidado cotidiano
de la Iglesia universal.
350. #1. El Colegio Cardenalicio se distribuye en tres oá rdenes: el episcopal al cual pertenecen los Cardenales a quienes el
Romano Pontíáfice asigna un tíátulo de Iglesia suburbicaria, asíá como los Patriarcas orientales que son adscriptos al Colegio
Cardenalicio; el presbiteral y el diaconal. #2. A cada uno de los Cardenales del orden presbiteral y diaconal el Romano Pontíáfice
asigna un tíátulo o bien una diaconíáa en la Urbe. #3. Los Patriarcas orientales elevados al Colegio Cardenalicio tienen como
tíátulo su sede patriarcal. #4. El Cardenal Decano tiene como tíátulo la dioá cesis de Ostia, junto con la otra Iglesia que ya teníáa
como tíátulo. #5. Por opcioá n hecha en Consistorio y aprobada por el Sumo Pontíáfice, observada la prioridad de orden y de
promocioá n, los Cardenales del orden presbiteral pueden acceder a otro tíátulo y los Cardenales del orden diaconal a otra
diaconíáa, y, si estuvieran por un decenio completo en el orden diaconal, tambieá n pueden acceder al orden presbiteral. #6. El
Cardenal del orden diaconal que accede por opcioá n al orden presbiteral, precede a todos aquellos Cardenales presbíáteros
elevados al Cardenalato despueá s de eá l.
351. #1. Para ser promovidos a Cardenales, el Romano Pontíáfice elige libremente entre aquellos varones que estando
constituidos al menos en el orden presbiteral, se destaquen notablemente por su doctrina, costumbres, piedad y prudencia en
la gestioá n de los asuntos. Quienes auá n no son Obispos deben recibir la consagracioá n episcopal. #2. Los Cardenales son creados
por decreto del Romano Pontíáfice, que se hace puá blico en presencia del Colegio Cardenalicio; desde el momento de la
publicacioá n, tienen los deberes y gozan de los derechos determinados por la ley. #3. El promovido a la dignidad cardenalicia,
cuya creacioá n anunciare el Romano Pontíáfice, pero reservaá ndose su nombre in pectore no tiene mientras tanto ninguno de los
deberes de los Cardenales ni tampoco goza de ninguno de sus derechos; en cambio, despueá s de que su nombre haya sido hecho
puá blico por el Romano Pontíáfice, adquiere esos deberes y derechos, aunque goza del derecho de precedencia desde el díáa en
que su nombre fue reservado in pectore.
352. #1. Al Colegio Cardenalicio lo preside el Decano, y, cuando eá ste estaá impedido, hace sus veces el Subdecano; el Decano, o el
Subdecano, no goza respecto de los demaá s Cardenales de potestad alguna de reá gimen, sino que es considerado como el
primero entre sus pares. #2. Al quedar vacante el oficio de Decano los Cardenales que tienen el tíátulo de una Iglesia
suburbicaria, y soá lo ellos, bajo la presidencia del Subdecano, si estaá presente, o bien del maá s antiguo de ellos, deben elegir uno
dentro de su grupo que actuá e como Decano del Colegio; presentaraá n su nombre al Romano Pontíáfice, a quien compete aprobar
al elegido. #3. De la misma manera establecida en el # 2, bajo la presidencia del Decano, se elige el Subdecano; tambieá n la
eleccioá n del Subdecano corresponde aprobarla al Romano Pontíáfice. #4. El Decano y el Subdecano, si no tuvieren domicilio en
la Urbe, lo adquiriraá n en la misma.
353. #1. Los Cardenales ayudan al Pastor supremo de la Iglesia mediante su accioá n colegial sobre todo en los Consistorios, en
los cuales se reuá nen por mandato del Romano Pontíáfice y bajo su presidencia; hay Consistorios ordinarios o extraordinarios.
#2. Al Consistorio ordinario se convoca al menos a todos los Cardenales presentes en la Urbe para consultarlos sobre algunas
cuestiones graves pero que se presentan sin embargo maá s comuá nmente, o para realizar ciertos actos de maá xima solemnidad.
#3. Al Consistorio extraordinario, que se celebra cuando lo aconsejan necesidades especiales de la Iglesia o la mayor gravedad
de los asuntos que han de tratarse, se convoca a todos los Cardenales. #4. Soá lo el Consistorio ordinario en el que se celebran
ciertas solemnidades puede ser puá blico, es decir, cuando ademaá s de los Cardenales, son admitidos prelados, representantes de
las sociedades civiles y otros invitados al acto.
354. A los Padres Cardenales que presiden dicasterios u otras instituciones permanentes de la Curia Romana y de la Ciudad del
Vaticano, se les ruega que, al cumplir setenta y cinco anñ os de edad, presenten la renuncia de su oficio al Romano Pontíáfice, el
cual proveeraá , teniendo en cuenta todas las circunstancias.
355. #1. Compete al Cardenal Decano ordenar de Obispo a quien ha sido elegido Romano Pontíáfice, si el elegido careciera de
esa ordenacioá n; en caso de estar impedido el Decano, el mismo derecho compete al Subdecano, e impedido eá ste, al Cardenal
maá s antiguo del orden episcopal. #2. El Cardenal Protodiaá cono anuncia al pueblo el nombre del nuevo Sumo Pontíáfice elegido;
y asimismo, en representacioá n del Romano Pontíáfice, impone el palio a los Metropolitanos o lo entrega a sus procuradores.
356. Los Cardenales tienen el deber de cooperar diligentemente con el Romano Pontíáfice; por tanto los Cardenales que
desempenñ an cualquier oficio en la Curia y no sean Obispos diocesanos estaá n obligados a residir en la Urbe; los Cardenales que
tienen a cargo una dioá cesis como Obispos diocesanos han de acudir a la Urbe cuantas veces sean convocados por el Romano
Pontíáfice.
357. #1. Los Cardenales a quienes se ha asignado como tíátulo una iglesia suburbicaria o bien una iglesia en la Urbe, una vez que
hayan tomado posesioá n de la misma, han de promover el bien de esas dioá cesis e iglesias con su consejo y patrocinio; sin
embargo no gozan de potestad alguna de reá gimen sobre ellas, y de ninguá n modo deben interferir en lo que se refiere a la
administracioá n de sus bienes, a la disciplina o al servicio de las iglesias. #2. En lo que se refiere a su propia persona, los
Cardenales que se encuentran fuera de la Urbe y fuera de la propia dioá cesis, estaá n exentos de la potestad de reá gimen del
Obispo de la dioá cesis en que se hallan.
358. Al Cardenal a quien el Romano Pontíáfice encomienda el oficio de que represente su persona en alguna celebracioá n
solemne o reunioá n como Legado a latere es decir, como si fuera eá l mismo, y tambieá n a aquel a quien encarga el cumplimiento
de una determinada funcioá n pastoral como “enviado especial” suyo, les compete uá nicamente aquello que el mismo Romano
Pontíáfice les haya encomendado.
359. Al quedar vacante la Sede Apostoá lica, el Colegio Cardenalicio soá lo goza en la Iglesia de aquella potestad que se le atribuye
en la ley peculiar.

Capítulo IV: De la Curia Romana


360. La Curia Romana, mediante la cual el Sumo Pontíáfice suele tramitar los asuntos de la Iglesia universal, y que realiza su
funcioá n en nombre y por autoridad del mismo para el bien y el servicio de las Iglesias, consta de la Secretaríáa de Estado o
Papal, del Consejo para los asuntos puá blicos de la Iglesia, de las Congregaciones, de los Tribunales y de otras Instituciones, cuya
constitucioá n y competencia se determinan por ley peculiar.
361. En este Coá digo, bajo el nombre de Sede Apostoá lica o Santa Sede se comprende no soá lo al Romano Pontíáfice, sino tambieá n,
a no ser que conste otra cosa por la naturaleza del tema o por el contexto, la Secretaríáa de Estado, el Consejo para los asuntos
puá blicos de la Iglesia y otras Instituciones de la Curia Romana.

Capítulo V: De los Legados del Romano Pontífice


362. El Romano Pontíáfice tiene derecho nativo e independiente de nombrar a sus propios Legados y enviarlos tanto a las
Iglesias particulares en las diversas naciones o regiones como a la vez a los Estados y Autoridades puá blicas, y, asimismo de
trasladarlos y hacerlos cesar en su cargo, observando por cierto las normas del derecho internacional en lo relativo al envíáo y
cesacioá n de los Legados ante los Estados.
363. #1. A los Legados del Romano Pontíáfice, se les encomienda el oficio de representar de modo estable, allíá donde son
enviados, al mismo Romano Pontíáfice sea ante las Iglesias particulares, sea, ademaá s, ante los Estados y Autoridades puá blicas.
#2. Representan a la Sede Apostoá lica tambieá n aqueá llos que son enviados en Misioá n pontificia como Delegados o bien
Observadores, ante los Organismos internacionales o bien ante las Conferencias o Reuniones.
364. La funcioá n principal del Legado pontificio consiste en procurar que sean cada vez maá s firmes y eficaces los víánculos de
unidad que existen entre la Sede Apostoá lica y las Iglesias particulares. Corresponde por tanto al Legado pontificio, dentro de su
circunscripcioá n:
1º. informar a la Sede Apostoá lica sobre las condiciones en que se encuentran las Iglesias particulares y sobre todo aquello que
se refiera a la misma vida de la Iglesia y al bien de las almas;
2º. ayudar con la accioá n y el consejo a los Obispos, permaneciendo, por cierto, íántegro el ejercicio de la legíátima potestad de
eá stos;
3º. fomentar frecuentes relaciones con la Conferencia Episcopal, prestaá ndole todo tipo de colaboracioá n;
4º. en lo que atanñ e al nombramiento de Obispos, transmitir o proponer a la Sede Apostoá lica los nombres de los candidatos, asíá
como instruir el proceso informativo sobre los que han ser promovidos, seguá n las normas dadas por la Sede Apostoá lica;
5º. esforzarse para que se promuevan iniciativas en favor de la paz, del progreso y de la cooperacioá n entre los pueblos;
6º. colaborar con los Obispos a fin de que se fomenten oportunos intercambios entre la Iglesia catoá lica y otras Iglesias o
comunidades eclesiales, e incluso religiones no cristianas;
7º. defender juntamente con los Obispos, ante las autoridades estatales, todo lo que pertenece a la misioá n de la Iglesia y de la
Sede Apostoá lica;
8º. ejercer ademaá s las facultades y cumplir los otros mandatos que le confíáe la Sede Apostoá lica.
365. #1. Al Legado pontificio, que ejerce a la vez su legacioá n ante los Estados seguá n las normas de derecho internacional, le
compete tambieá n la funcioá n peculiar de:
1º. promover y fomentar las relaciones entre la Sede Apostoá lica y las Autoridades del Estado;
2º. tratar aquellas cuestiones que se refieren a las relaciones entre la Iglesia y el Estado; y, de modo peculiar, ocuparse de que
se acuerden y lleven a la praá ctica concordatos y otras convenciones de este tipo. #2. Al tramitar los asuntos de que se trata en
el # 1, seguá n lo aconsejen las circunstancias, el Legado pontificio no dejaraá de requerir parecer o consejo a los Obispos de la
circunscripcioá n eclesiaá stica y les informaraá sobre la marcha de las gestiones.
366. Teniendo en cuenta el caraá cter peculiar de la funcioá n del Legado:
1º. la sede de la Legacioá n pontificia estaá exenta de la potestad de reá gimen del Ordinario del lugar, salvo que se trate de la
celebracioá n de matrimonios;
2º. previa comunicacioá n, en cuanto sea posible, a los Ordinarios de los lugares, el Legado pontificio tiene derecho de realizar
celebraciones lituá rgicas en todas las Iglesias de su Legacioá n, incluso de pontificar.
367. El oficio de Legado pontificio no cesa al quedar vacante la Sede Apostoá lica, a no ser que se determine otra cosa en las
Letras pontificias; cesa, en cambio, al terminarse el mandato, por revocacioá n comunicada al interesado, y por renuncia
aceptada por el Romano Pontíáfice.

SECCION II De las Iglesias particulares y de sus agrupaciones

TÍTULO I De las Iglesias particulares y de la autoridad constituida en ellas


Capítulo I: De las Iglesias particulares
368. Las Iglesias particulares, en las cuales y de las cuales se constituye la Iglesia catoá lica una y uá nica, son principalmente las
dioá cesis, a las que, si no se establece otra cosa, se asimilan la prelatura territorial y la abadíáa territorial, el vicariato apostoá lico y
la prefectura apostoá lica, asíá como la administracioá n apostoá lica erigida de manera estable.
369. La dioá cesis es una porcioá n del Pueblo de Dios cuya atencioá n pastoral se confíáa al Obispo con la cooperacioá n del
presbiterio, de manera que, adhiriendo a su pastor y congregada por eá l en Espíáritu Santo mediante el Evangelio y la Eucaristíáa,
constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente estaá presente y actuá a la Iglesia de Cristo una, santa, catoá lica y
apostoá lica.
370. La prelatura territorial o la abadíáa territorial es una determinada porcioá n del Pueblo de Dios, territorialmente delimitada,
cuyo cuidado, por circunstancias especiales, se encomienda a un Prelado o bien a un Abad, que la rija, a manera de un Obispo
diocesano, como su pastor propio.
371. #1. El vicariato apostoá lico o la prefectura apostoá lica es una determinada porcioá n del Pueblo de Dios que, por
circunstancias peculiares, auá n no ha sido constituida como dioá cesis, y la cual se encomienda al cuidado pastoral de un Vicario
apostoá lico o bien de un Prefecto apostoá lico, que la rija en nombre del Sumo Pontíáfice. #2. La administracioá n apostoá lica es una
determinada porcioá n del Pueblo de Dios que, por razones especiales y particularmente graves, no es erigida como dioá cesis por
el Sumo Pontíáfice, y cuyo cuidado pastoral se encomienda a un Administrador apostoá lico, que la rija en nombre del Sumo
Pontíáfice.
372. #1. Debe tenerse como regla general que la porcioá n del Pueblo de Dios que constituya una dioá cesis u otra Iglesia
particular se circunscriba dentro de un territorio determinado, de manera que comprenda a todos los fieles que habiten en eá l.
#2. Sin embargo, cuando ello resulte uá til a juicio de la autoridad suprema de la Iglesia, oíádas las Conferencias Episcopales
interesadas, pueden erigirse dentro de un mismo territorio Iglesias particulares distintas por razón del rito de los fieles o por
otra razón semejante.
373. Corresponde tan soá lo a la suprema autoridad el erigir Iglesias particulares; las cuales una vez que han sido legíátimamente
erigidas, gozan por el mismo derecho de personeríáa juríádica.
374. #1. Toda dioá cesis o cualquier otra Iglesia particular debe dividirse en partes distintas o parroquias. #2. Para fomentar el
cuidado pastoral mediante la actividad en comuá n, varias parroquias cercanas pueden unirse en agrupaciones peculiares, como
son los vicariatos foraá neos.

Capítulo II: De los Obispos


Artíáculo 1: De los Obispos en general
375. #1. Los Obispos, que por institucioá n divina son los sucesores de los Apoá stoles en virtud del Espíáritu Santo que les ha sido
dado, son constituidos como Pastores en la Iglesia para que ellos mismos sean maestros de la doctrina, sacerdotes del culto
sagrado y ministros para gobernar. #2. Por la misma consagracioá n episcopal, los Obispos reciben junto con la funcioá n de
santificar, tambieá n las funciones de ensenñ ar y de regir, las cuales, sin embargo, por su misma naturaleza, soá lo pueden ser
ejercidas en comunioá n jeraá rquica con la cabeza y con los miembros del Colegio.
376. Se llaman “diocesanos” los Obispos a los que se ha encomendado el cuidado de una dioá cesis; los demaá s se denominan
“titulares”.
377. #1. A los Obispos los nombra libremente el Sumo Pontíáfice, o bien, confirma a los legíátimamente elegidos. #2. Al menos
cada tres anñ os, los Obispos de la provincia eclesiaá stica o, donde asíá lo aconsejen las circunstancias, los de la Conferencia
Episcopal, deben elaborar de comuá n acuerdo y bajo secreto una lista de presbíáteros, tambieá n de entre los miembros de
institutos de vida consagrada, que sean maá s idoá neos para el Episcopado; y han de enviar esa lista a la Sede Apostoá lica,
permaneciendo firme el derecho de cada Obispo de dar a conocer particularmente a la Sede Apostoá lica nombres de presbíáteros
que consideren dignos e idoá neos para el oficio episcopal. #3. A no ser que se hubiera establecido legíátimamente de otro modo,
toda vez que se haya de nombrar un Obispo diocesano o un Obispo coadjutor, con el fin de proponer a la Sede Apostoá lica una
terna, corresponde al Legado pontificio investigar en forma separada y comunicar a la misma Sede Apostoá lica junto con su
opinioá n, lo que sugieran el Metropolitano y los sufragaá neos de la provincia, a la cual pertenece la dioá cesis que se ha de proveer
o con la cual estaá agrupada, asíá como el Presidente de la Conferencia Episcopal; ademaá s el Legado pontificio oiga a algunos del
colegio de consultores y del cabildo catedral y, si lo juzgare conveniente solicite en secreto y separadamente el parecer de
algunos de uno y otro clero, asíá como tambieá n de laicos que se destaquen por su sabiduríáa. #4. Si no se hubiere provisto
legíátimamente de otra manera, el Obispo diocesano que considere que debe darse un auxiliar a su dioá cesis propondraá a la Sede
Apostoá lica una lista de al menos tres presbíáteros que sean maá s aptos para ese oficio. #5. En lo sucesivo, no se concederaá a las
autoridades civiles ninguá n derecho ni privilegio de eleccioá n, nombramiento, presentacioá n o designacioá n de Obispos.
378. #1. Para la idoneidad de los candidatos al Episcopado se requiere que la persona sea:
1º. insigne por la firmeza de su fe, y buenas costumbres, piedad, celo por las almas, sabiduríáa, prudencia y virtudes humanas, y
dotado de las demaá s cualidades que lo hagan apto para ejercer el oficio de que se trata;
2º. de buena fama;
3º. de al menos treinta y cinco anñ os;
4º. ordenado de presbíátero al menos cinco anñ os antes;
5º. doctor o al menos licenciado en sagrada Escritura, teologíáa o bien derecho canoá nico en un instituto de estudios superiores
aprobado por la Sede Apostoá lica, o al menos verdaderamente experto en esas disciplinas. #2. El juicio definitivo sobre la
idoneidad del que ha de ser promovido pertenece a la Sede Apostoá lica.
379. A no ser que esteá legíátimamente impedido, quien ha sido promovido al Episcopado debe recibir la consagracioá n episcopal
dentro de los tres meses de recibidas las letras apostoá licas; y ciertamente, antes de tomar posesioá n de su oficio.
380. Antes de tomar posesioá n canoá nica de su oficio, el promovido debe hacer la profesioá n de fe y prestar el juramento de
fidelidad a la Sede Apostoá lica, seguá n la foá rmula aprobada por la misma Sede Apostoá lica.

Artíáculo 2 De los Obispos diocesanos


381. #1. Al Obispo diocesano compete en la dioá cesis que se le ha confiado toda la potestad ordinaria propia e inmediata que se
requiere para el ejercicio de su funcioá n pastoral, exceptuadas aquellas causas que por el derecho o bien por decreto del Sumo
Pontíáfice se reserven a la autoridad suprema o bien a otra autoridad eclesiaá stica. #2. Aqueá llos que presiden otras comunidades
de fieles, sobre las que se trata en el can. 368, se equiparan en el derecho al Obispo diocesano, a no ser que por la naturaleza
del asunto o bien por prescripcioá n del derecho conste otra cosa.
382. #1. Quien ha sido promovido al Episcopado no debe inmiscuirse en el ejercicio del oficio a eá l encomendado antes de
tomar posesioá n canoá nica de la dioá cesis; puede, sin embargo, ejercer los oficios que ya teníáa en la misma dioá cesis cuando fue
promovido, sin perjuicio de lo establecido en el can. 409, # 2. #2. A no ser que se halle legíátimamente impedido, el promovido
al oficio de Obispo diocesano debe tomar posesioá n canoá nica de su dioá cesis dentro de los cuatro meses de recibidas las letras
apostoá licas, si auá n no habíáa sido consagrado Obispo; y dentro de los dos meses de recibidas aqueá llas, si ya estaba consagrado.
#3. El Obispo toma posesioá n canoá nica de su dioá cesis tan pronto como en la misma dioá cesis, personalmente o por medio de
procurador, muestra las letras apostoá licas al colegio de consultores, en presencia del canciller de la curia que labra el acta, o, en
las dioá cesis de nueva ereccioá n, cuando hace comunicar esas letras al clero y al pueblo presente en la iglesia catedral, labrando
el acta el presbíátero de mayor edad entre los que asisten. #4. Es muy aconsejable que la toma de posesioá n canoá nica tenga lugar
en la iglesia catedral con un acto lituá rgico al que asistan el clero y el pueblo.
383. #1. Al ejercer su funcioá n pastoral, el Obispo diocesano debe mostrarse solíácito con todos los fieles que se encomiendan a
su atencioá n, cualquiera sea su edad, condicioá n o nacionalidad, tanto si habitan en el territorio como si se encuentran en eá l
temporalmente, manifestando su preocupacioá n apostoá lica tambieá n a aqueá llos que, por las condiciones de su vida, no puedan
disfrutar suficientemente de la atencioá n pastoral ordinaria, asíá como aqueá llos que se hayan apartado de la praá ctica de la
religioá n. #2. Si tiene en su dioá cesis fieles de otro rito, provea a sus necesidades espirituales ya sea mediante sacerdotes o
parroquias de ese rito, o bien mediante un Vicario episcopal. #3. Con los hermanos que no esteá n en comunioá n plena con la
Iglesia catoá lica, debe mostrarse humano y caritativo, fomentando tambieá n el ecumenismo tal y como lo entiende la Iglesia. #4.
Debe considerar como encomendados en el Senñ or a los no bautizados, a fin de que tambieá n brille para ellos la caridad de
Cristo, de quien el Obispo debe ser testigo ante todos.
384. El Obispo diocesano debe atender con peculiar solicitud a los presbíáteros, a quienes oiraá como a sus cooperadores y
consejeros; debe defender sus derechos y cuidar de que cumplan debidamente las obligaciones propias de su estado, y de que
dispongan de aquellos medios e instituciones que necesiten para el fomento de su vida espiritual e intelectual; ha de cuidar
tambieá n que se provea, conforme a la norma del derecho, a su honesta sustentacioá n y asistencia social.
385. El Obispo diocesano debe fomentar al maá ximo las vocaciones a los diversos ministerios y a la vida consagrada, dedicando
especial cuidado a las vocaciones sacerdotales y misioneras.
386. #1. El Obispo diocesano debe proponer y explicar a los fieles las verdades de fe que han de creerse y que se han de aplicar
a las formas de vivir, predicando personalmente con frecuencia; debe cuidar tambieá n que se cumplan diligentemente las
prescripciones de los caá nones sobre el ministerio de la palabra, principalmente sobre la homilíáa y la ensenñ anza catequeá tica, de
manera que a todos se haga llegar la totalidad de la doctrina cristiana. #2. Debe defender con firmeza, por los medios que se
consideren maá s aptos, la integridad y la unidad de la fe que ha de creerse, reconociendo no obstante la justa libertad de
investigar maá s profundamente las verdades.
387. El Obispo diocesano, consciente de que estaá obligado a dar ejemplo de santidad, con su caridad, humildad y sencillez de
vida, debe procurar por todos los medios promover la santidad de sus fieles, seguá n la vocacioá n propia de cada uno; y, por ser el
dispensador principal de los misterios de Dios ha de cuidar incesantemente de que los fieles encomendados a su cuidado
crezcan en la gracia por la celebracioá n de los sacramentos y conozcan y vivan el misterio pascual.
388. #1. Despueá s de tomada posesioá n de la dioá cesis, el Obispo diocesano debe aplicar la Misa por el pueblo que le ha sido
encomendado todos los domingos y fiestas de precepto en su regioá n. #2. El Obispo debe celebrar y aplicar la Misa por el pueblo
personalmente los díáas mencionados en el # 1; pero si estuviere legíátimamente impedido para esta celebracioá n, la aplicaraá
esos mismos díáas por medio de otro, u otros díáas personalmente. #3. El Obispo a quien, ademaá s de la propia dioá cesis, se le
encomiendan otras, incluso a tíátulo de administracioá n, cumple esta obligacioá n aplicando una sola Misa por todo el pueblo que
se le ha encomendado. #4. El Obispo que hubiere dejado de cumplir la obligacioá n de la que se trata en los ## 1-3, debe cuanto
antes aplicar por el pueblo tantas Misas cuantas hubiere omitido.
389. Debe presidir frecuentemente la celebracioá n de la santíásima Eucaristíáa en la iglesia catedral o en otra iglesia de su
dioá cesis, sobre todo en las fiestas de precepto y en otras solemnidades.
390. El Obispo diocesano puede celebrar pontificales en toda su dioá cesis; no, en cambio fuera de su propia dioá cesis sin el
consentimiento expreso o al menos razonablemente presunto del Ordinario del lugar.
391. #1. Corresponde al Obispo diocesano gobernar la Iglesia particular que le estaá encomendada, con potestad legislativa,
ejecutiva y judicial, a tenor del derecho. #2. La potestad legislativa, la ejerce el Obispo personalmente; la ejecutiva la ejerce o
bien personalmente o bien por medio de los Vicarios generales o episcopales conforme a la norma del derecho; la potestad
judicial la ejerce ya sea personalmente o por medio de un Vicario judicial y los jueces, conforme a la norma del derecho.
392. #1. Dado que debe defender la unidad de la Iglesia universal, el Obispo estaá obligado a promover la disciplina que es
comuá n a toda la Iglesia, y por tanto a exigir el cumplimiento de todas las leyes eclesiaá sticas. #2. Ha de vigilar para que no se
introduzcan abusos en la disciplina eclesiaá stica, especialmente acerca del ministerio de la palabra, la celebracioá n de los
sacramentos y sacramentales, el culto de Dios y de los Santos, y la administracioá n de los bienes.
393. El Obispo diocesano representa a la dioá cesis en todos los asuntos juríádicos de la misma.
394. #1. El Obispo ha de fomentar en la dioá cesis las distintas formas de apostolado, y cuidar que, en toda la dioá cesis o en sus
distritos particulares, todas las actividades de apostolado, respetando el caraá cter propio de cada una, se coordinen bajo su
direccioá n. #2. Ha de instar al cumplimiento del deber que tienen los fieles de hacer apostolado seguá n la condicioá n y la
capacidad de cada uno, y los ha de exhortar para que participen y colaboren en las diversas obras de apostolado, seguá n las
necesidades del lugar y del tiempo.
395. #1. Al Obispo diocesano, aunque tenga un coadjutor o un auxiliar, le obliga la ley de residencia personal en la dioá cesis. #2.
Aparte de las ausencias por razoá n de la visita ad limina, o por su deber de participar en los Concilios, en el Síánodo de los
Obispos y en la Conferencia Episcopal, o de cumplir otro oficio que le haya sido legíátimamente encomendado, puede
ausentarse de su dioá cesis con causa razonable no maá s de un mes, ya sea en forma continuada o con interrupciones, con tal que
tenga la precaucioá n de que su dioá cesis no sufra detrimento alguno por su ausencia. #3. No debe ausentarse de la dioá cesis los
díáas de Navidad, Semana Santa y Resurreccioá n del Senñ or, Pentecosteá s y Cuerpo y Sangre de Cristo, a no ser por una causa grave
y urgente. #4. Si un Obispo se ausentase ilegíátimamente de la dioá cesis por maá s de seis meses, el Metropolitano informaraá de su
ausencia a la Sede Apostoá lica; si el ausente es el Metropolitano, haraá lo mismo el sufragaá neo maá s antiguo.
396. #1. El Obispo tiene la obligacioá n de visitar la dioá cesis cada anñ o total o parcialmente, de modo que al menos cada cinco
anñ os visite la dioá cesis entera, eá l mismo personalmente o, si se encuentra legíátimamente impedido, por medio del Obispo
coadjutor, o bien del auxiliar, o del Vicario general o episcopal, o de otro presbíátero. #2. El Obispo puede elegir a los cleá rigos
que desee para que lo acompanñ en y ayuden en la visita, quedando reprobado cualquier privilegio o costumbre en contra.
397. #1. Estaá n sujetos a la visita episcopal ordinaria las personas, instituciones catoá licas, cosas y lugares sagrados que se
encuentran dentro del aá mbito de la dioá cesis. #2. Soá lo en los casos determinados por el derecho puede el Obispo hacer esa
visita a los miembros de los institutos religiosos de derecho pontificio y a sus casas.
398. Procure el Obispo realizar la visita pastoral con la debida diligencia, y cuide de no ser molesto u oneroso para nadie con
gastos innecesarios.
399. #1. Cada cinco anñ os el Obispo diocesano debe presentar al Sumo Pontíáfice una relacioá n sobre la situacioá n de la dioá cesis a
eá l encomendada, seguá n el modelo y el tiempo establecidos por la Sede Apostoá lica. #2. Si el anñ o establecido para presentar la
relacioá n cae en todo o en parte dentro del primer bienio de asumido el gobierno de la dioá cesis, el Obispo puede por esa vez
prescindir de preparar y presentar la relacioá n.
400. #1. El Obispo diocesano, el anñ o en que debe presentar la relacioá n al Sumo Pontíáfice a no ser que hubiere establecido otra
cosa la Sede Apostoá lica, debe ir a Roma para venerar los sepulcros de los Santos Apoá stoles Pedro y Pablo, y presentarse al
Romano Pontíáfice. #2. El Obispo deber cumplir personalmente esta obligacioá n, a no ser que se encuentre legíátimamente
impedido, en cuyo caso lo haraá por medio del coadjutor, si lo tiene, o del auxiliar, o bien de un sacerdote idoá neo de su
presbiterio, que resida en su dioá cesis. #3. El Vicario apostoá lico puede cumplir esta obligacioá n por medio de un procurador,
incluso que viva en Roma; el Prefecto apostoá lico no tiene esta obligacioá n.
401. #1. Al Obispo diocesano que haya cumplido setenta y cinco anñ os de edad se le ruega que presente la renuncia de su oficio
al Sumo Pontíáfice, el cual proveeraá teniendo en cuenta todas las circunstancias. #2. Se ruega encarecidamente al Obispo
diocesano que presente la renuncia de su oficio si por enfermedad u otra causa grave quedare disminuida su capacidad para
desempenñ arlo.
402. #1. El Obispo a quien se haya aceptado la renuncia de su oficio conserva el tíátulo de su dioá cesis en calidad de emeá rito, y, si
lo desea, puede continuar residiendo en ella, a no ser que en casos determinados, por circunstancias especiales, la Sede
Apostoá lica provea de otra manera. #2. La Conferencia Episcopal debe cuidar de que se provea la conveniente y digna
sustentacioá n del Obispo dimisionario, teniendo en cuenta que la obligacioá n principal recae sobre la dioá cesis a la que eá l mismo
sirvioá .

Artíáculo 3 De los Obispos coadjutores y auxiliares


403. #1. Cuando lo aconsejen las necesidades pastorales de una dioá cesis, se constituiraá n uno o varios Obispos auxiliares, a
pedido del Obispo diocesano; el Obispo auxiliar no goza del derecho de sucesioá n. #2. En circunstancias maá s graves, tambieá n de
caraá cter personal, se puede dar al Obispo diocesano un Obispo auxiliar dotado de facultades especiales. #3. Si la Santa Sede lo
considera maá s oportuno, eá sta puede nombrar, por propia iniciativa, un Obispo coadjutor, el cual tambieá n estaá dotado de
facultades especiales; el Obispo coadjutor tiene derecho de sucesioá n.
404. #1. El Obispo coadjutor toma posesioá n de su oficio cuando personalmente o por procurador presenta las letras
apostoá licas de su nombramiento al Obispo diocesano y al colegio de consultores, en presencia del canciller de la curia, que
labra el acta. #2. El Obispo auxiliar toma posesioá n de su oficio cuando presenta la carta apostoá lica de su nombramiento al
Obispo diocesano, en presencia del canciller de la curia, que labra el acta. #3. En el caso de que el Obispo diocesano se
encuentre totalmente impedido, basta que tanto el Obispo coadjutor como el Obispo auxiliar presenten las letras apostoá licas
de su nombramiento al colegio de consultores, en presencia del canciller de la curia.
405. #1. El Obispo coadjutor, y asimismo el Obispo auxiliar, tienen las obligaciones y derechos que se determinan en los
caá nones que siguen, y los que se establecen en las letras de su nombramiento. #2. El Obispo coadjutor y el Obispo auxiliar de
que se trata en el can. 403, # 2, asisten al Obispo diocesano en todo el gobierno de la dioá cesis y lo reemplazan cuando se
encuentra ausente o impedido.
406. #1. El Obispo coadjutor, asíá como el Obispo auxiliar del que se trata en el can. 403, # 2, debe ser nombrado Vicario general
por el Obispo diocesano; ademaá s el Obispo diocesano debe encomendarle, antes que a los demaá s, todo aquello que por
prescripcioá n del derecho requiera un mandato especial. #2. A no ser que se hubiera establecido otra cosa en la carta apostoá lica,
y sin perjuicio de lo que prescribe el # 1, el Obispo diocesano debe nombrar al auxiliar o a los auxiliares, Vicarios generales o,
al menos, Vicarios episcopales, que dependan exclusivamente de su autoridad o bien de la del Obispo coadjutor o del Obispo
auxiliar de quien se trata en el can. 403, # 2.
407. #1. Para favorecer al maá ximo el bien presente y futuro de la dioá cesis, el Obispo diocesano, el coadjutor y el Obispo auxiliar
del que trata el can. 403, # 2, deben consultarse mutuamente en los asuntos de mayor importancia. #2. Es conveniente que el
Obispo diocesano, al resolver los asuntos de mayor importancia, sobre todo de caraá cter pastoral, consulte antes que a otros a
los Obispos auxiliares. #3. El Obispo coadjutor y el Obispo auxiliar, por estar llamados a participar en la solicitud del Obispo
diocesano, deben ejercer sus funciones en concordia de accioá n y de espíáritu con eá l.
408. #1. De no estar justamente impedidos, el Obispo coadjutor y el Obispo auxiliar tienen el deber de celebrar pontificales y
otras funciones que constituyan una obligacioá n del Obispo diocesano, cuantas veces eá ste lo pida. #2. El Obispo diocesano no
debe encomendar a otro de modo habitual aquellos derechos y funciones episcopales que el Obispo coadjutor o bien el auxiliar
puede ejercer.
409. #1. Al quedar vacante la sede episcopal, el Obispo coadjutor pasaraá a ser inmediatamente Obispo de la dioá cesis para la
cual fuera nombrado, con tal de que hubiere tomado legíátimamente posesioá n. #2. Si la autoridad competente no hubiere
establecido otra cosa, al quedar vacante la sede episcopal y hasta que el nuevo Obispo tome posesioá n de la dioá cesis, el Obispo
auxiliar conserva todos y soá lo aquellos poderes y facultades de los que gozaba como Vicario general o Vicario episcopal cuando
la sede estaba cubierta; y si no hubiere sido elegido para la funcioá n de Administrador diocesano, ejerceraá aquella potestad
suya, que le confiere el derecho, bajo la autoridad del Administrador diocesano que estaá al frente de la dioá cesis.
410. El Obispo coadjutor y el Obispo auxiliar, lo mismo que el Obispo diocesano, tienen el deber de residir en la dioá cesis, de la
cual no deben ausentarse si no es por poco tiempo, excepto cuando hayan de cumplir un oficio fuera de la dioá cesis o bien en
vacaciones, que no deben prolongarse maá s de un mes.
411. Por lo que se refiere a la renuncia del oficio se aplican al Obispo coadjutor y al auxiliar las prescripciones de los caá ns. 401
y 402, # 2.

Capítulo III: De la sede impedida y de la sede vacante


Artíáculo 1: De la sede impedida
412. Se considera impedida la sede episcopal cuando por cautiverio, relegacioá n, destierro o bien incapacidad, el Obispo
diocesano se encuentra totalmente imposibilitado para ejercer su oficio pastoral en la dioá cesis, de modo que ni aun por carta
pueda comunicarse con sus diocesanos.
413. #1. A no ser que la Santa Sede haya provisto de otro modo, cuando quede impedida una sede, el gobierno de la dioá cesis
compete al Obispo coadjutor, si estaá presente; y si no existe o bien se halla impedido, a un Obispo auxiliar o bien al Vicario
general o episcopal, o a otro sacerdote, de acuerdo con el orden establecido en una lista que debe confeccionar el Obispo
diocesano cuanto antes, una vez que haya tomado posesioá n de la dioá cesis; esta lista, que debe comunicarse al Metropolitano, se
renovaraá al menos cada tres anñ os, y seraá conservada bajo secreto por el canciller. #2. Si no hay Obispo coadjutor o bien estaá
impedido, y tampoco provee la lista de que se trata en el # 1, corresponde al colegio de consultores elegir un sacerdote que rija
la dioá cesis. #3. Quien asumiere el reá gimen de la dioá cesis, a tenor de los ## 1 oá 2, debe avisar cuanto antes a la Santa Sede que la
sede estaá impedida y sobre el oficio que ha asumido.
414. Todo aquel que, de acuerdo con la norma del can. 413, haya sido llamado a ejercer interinamente el cuidado pastoral de la
dioá cesis soá lo mientras eá sta se halla impedida; en el ejercicio del cuidado pastoral de la dioá cesis tiene los mismos deberes y
goza de la misma potestad que por derecho competen al Administrador diocesano.
415. Si, el Obispo diocesano por una pena eclesiaá stica queda impedido de ejercer su oficio, el Metropolitano o, en su defecto o
trataá ndose de eá l mismo, el sufragaá neo maá s antiguo seguá n el orden de promocioá n, recurriraá inmediatamente a la Santa Sede,
para que eá sta provea.

Artíáculo 2
De la sede vacante
416. Una sede episcopal queda vacante por fallecimiento del Obispo diocesano, por renuncia aceptada por el Romano Pontíáfice,
por traslado y por privacioá n intimada al Obispo.
417. Es vaá lido todo lo realizado por el Vicario general o por el Vicario episcopal hasta que hayan recibido noticia cierta del
fallecimiento del Obispo diocesano, e igualmente es vaá lido lo realizado por el Obispo diocesano o bien por el Vicario general o
episcopal hasta que reciban noticia cierta de los citados actos pontificios.
418. #1. A partir de la noticia cierta de su traslado, el Obispo debe dirigirse a la dioá cesis ad quam dentro de los dos meses y
tomar posesioá n canoá nica de la misma; por su parte, el díáa en que toma posesioá n de la nueva dioá cesis, queda vacante la dioá cesis
a qua. #2. Desde la noticia cierta del traslado hasta la posesioá n canoá nica de la nueva dioá cesis, en la dioá cesis a qua el Obispo
trasladado:
1º. recibe la potestad y tiene las obligaciones del Administrador diocesano, cesando toda potestad del Vicario general y del
Vicario episcopal, quedando al salvo sin embargo el can. 409, # 2;
2º. recibe íántegra la remuneracioá n propia de su oficio.
419. Al quedar vacante la sede y hasta la constitucioá n del Administrador diocesano, el gobierno de la dioá cesis pasa al Obispo
auxiliar, y si son varios, a aqueá l que es maá s antiguo por el orden de su promocioá n; si no hay Obispo auxiliar en cambio, al
colegio de consultores, a no ser que la Santa Sede provea otra cosa. Quien de este modo asume el gobierno de la dioá cesis,
convocaraá sin demora al colegio que sea competente para designar un Administrador diocesano.
420. En un vicariato o prefectura apostoá lica, cuando queda vacante la sede, el gobierno lo asume el Pro-Vicario o el Pro-
Prefecto, nombrado a este solo efecto por el Vicario o por el Prefecto inmediatamente despueá s de tomada posesioá n, a no ser
que la Santa Sede haya establecido otra cosa.
421. #1. Dentro de los ocho díáas de recibida la noticia de la vacante de la sede episcopal, el colegio de consultores quedando
firme lo prescripto en el can. 502, # 3, elegiraá al Administrador diocesano, es decir, quien regiraá interinamente la dioá cesis. #2.
Si dentro del plazo prescripto, el Administrador diocesano, por cualquier motivo, no fuera legíátimamente elegido, su
nombramiento pasa al Metropolitano, y si la vacante es precisamente la Iglesia metropolitana o bien la metropolitana a la vez
que una sufragaá nea, al Obispo sufragaá neo maá s antiguo seguá n el orden de promocioá n.
422. El Obispo auxiliar y, en su defecto, el colegio de consultores, informaraá cuanto antes a la Sede Apostoá lica el fallecimiento
del Obispo; lo mismo haraá el elegido como Administrador diocesano respecto de su nombramiento.
423. #1. Quedando reprobada cualquier costumbre contraria, se designaraá un solo Administrador diocesano; de lo contrario la
eleccioá n es nula. #2. El Administrador diocesano no seraá al mismo tiempo ecoá nomo; por ello, si el ecoá nomo de la dioá cesis fuera
elegido como Administrador, el consejo de asuntos econoá micos elegiraá interinamente otro ecoá nomo.
424. El Administrador diocesano ha de elegirse a tenor de los caá ns. 165-178.
425. #1. Para el cargo de Administrador diocesano soá lo puede ser nombrado vaá lidamente un sacerdote que haya cumplido los
35 anñ os de edad y que no haya sido ya elegido, nombrado o presentado para la misma sede vacante. #2. Como Administrador
diocesano se elegiraá un sacerdote que se destaque por su doctrina y prudencia. #3. Si las condiciones prescriptas en el # 1 no
se hubieran respetado, el Metropolitano o bien, si la propia Iglesia metropolitana estuviera vacante, el Obispo sufragaá neo maá s
antiguo por promocioá n, despueá s de comprobar la verdad de los hechos designaraá por esa vez al Administrador; por su parte,
los actos realizados por quien hubiera sido elegido contra las prescripciones del # 1 son nulos de propio derecho.
426. Mientras estaá vacante la sede, quien rige la dioá cesis antes del nombramiento del Administrador diocesano, goza de la
potestad que el derecho reconoce al Vicario general.
427. #1. El Administrador diocesano tiene los deberes y goza de la potestad del Obispo diocesano, excluido todo aquello que
por su misma naturaleza o de propio derecho esteá exceptuado. #2. Una vez aceptada la eleccioá n, el Administrador diocesano
adquiere su potestad, sin que se requiera confirmacioá n de nadie, quedando firme la obligacioá n del can. 833, n. 4.
428. #1. Estando vacante la sede, nada debe innovarse. #2. A quienes interinamente cuidan del gobierno de la dioá cesis, se les
prohíábe realizar cosa alguna que pueda causar perjuicio o a la dioá cesis o a los derechos episcopales; especíáficamente se les
prohíábe tanto a ellos como a cualesquiera otros, tanto personalmente como por medio de otros, sustraer o destruir o bien
modificar de cualquier modo, cualquier documento de la curia diocesana.
429. El Administrador diocesano tiene la obligacioá n de residir en la dioá cesis y de aplicar la Misa por el pueblo a tenor del can.
388.
430. #1. El cargo de Administrador diocesano cesa por la toma de posesioá n de la dioá cesis por parte del nuevo Obispo. #2. La
remocioá n del Administrador diocesano se reserva a la Santa Sede; la renuncia que eventualmente presente, debe ser
presentada en forma auteá ntica al colegio competente para la eleccioá n y no necesita de aceptacioá n; una vez que el
Administrador diocesano ha sido removido o ha renunciado o ha fallecido, se elegiraá otro Administrador diocesano a tenor del
can. 421.

TÍTULO II De las agrupaciones de Iglesias particulares


Capítulo I: De las provincias y regiones eclesiásticas
431. #1. Para promover una accioá n pastoral comuá n de varias dioá cesis vecinas, seguá n las circunstancias de las personas y de los
lugares, y para que se fomenten de manera maá s adecuada las mutuas relaciones entre los Obispos diocesanos, las Iglesias
particulares maá s vecinas se agruparaá n en provincias eclesiaá sticas delimitadas por un territorio determinado. #2. Como regla
general, no habraá en adelante dioá cesis exentas; por lo tanto, todas las dioá cesis y demaá s Iglesias particulares existentes dentro
del territorio de una provincia eclesiaá stica deben adscribirse a esa provincia. #3. Corresponde exclusivamente a la autoridad
suprema de la Iglesia, oíádos los Obispos interesados, constituir, suprimir o cambiar las provincias eclesiaá sticas.
432. #1. En la provincia eclesiaá stica gozan de autoridad, a tenor del derecho, el concilio provincial y el Metropolitano. #2. En
virtud del mismo derecho, la provincia eclesiaá stica goza de personeríáa juríádica.
433. #1. Si lo aconseja la utilidad, sobre todo en las naciones donde son maá s numerosas las Iglesias particulares, las provincias
eclesiaá sticas maá s cercanas pueden ser agrupadas por la Santa Sede en regiones eclesiaá sticas, a propuesta de la Conferencia
Episcopal. #2. La regioá n eclesiaá stica puede ser erigida como persona juríádica.
434. A la asamblea de los Obispos de la regioá n eclesiaá stica corresponde fomentar la cooperacioá n y la comuá n actividad pastoral
en la regioá n; sin embargo, las potestades que en los caá nones de este Coá digo se atribuyen a la Conferencia Episcopal, no
competen a la referida asamblea, a no ser que la Santa Sede le concediera algunas de modo especial.

Capítulo II: De los Metropolitanos


435. A la provincia eclesiaá stica la preside el Metropolitano, que es el Arzobispo de la dioá cesis que le fue encomendada; este
oficio va unido con una sede episcopal determinada o aprobada por el Romano Pontíáfice.
436. #1. En las dioá cesis sufragaá neas, compete al Metropolitano:
1º. vigilar que se conserven con cuidado la fe y la disciplina eclesiaá stica, e informar al Romano Pontíáfice acerca de los abusos, si
los hubiera;
2º. realizar la visita canoá nica, por una causa aprobada previamente por la Sede Apostoá lica, si el sufragaá neo la hubiera
descuidado;
3º. designar al Administrador diocesano, a tenor de los caá ns. 421, # 2 y 425, # 3. #2. Donde lo pidan las circunstancias, la Sede
Apostoá lica puede conferir al Metropolitano peculiares funciones y potestad que se han de determinar en el derecho particular.
#3. Ninguna otra potestad de reá gimen compete al Metropolitano en las dioá cesis sufragaá neas; pero puede ejercer funciones
sagradas en todas las Iglesias, igual que el Obispo en su propia dioá cesis, previo aviso al Obispo diocesano, cuando se trate de la
iglesia catedral.
437. #1. Dentro de los tres meses de recibida la consagracioá n episcopal o, desde la provisioá n canoá nica, si ya hubiera sido
consagrado, el Metropolitano personalmente o por medio de procurador, tiene obligacioá n de pedir al Romano Pontíáfice el palio,
que es signo de la potestad de que se halla investido por derecho en su propia provincia en comunioá n con la Iglesia Romana.
#2. A tenor de las leyes lituá rgicas, el Metropolitano puede usar del palio dentro de cualquier Iglesia de la provincia eclesiaá stica
que preside, pero no fuera de ella ni siquiera con el consentimiento del Obispo diocesano. #3. El Metropolitano necesita de un
nuevo palio si es trasladado a otra sede metropolitana.
438. Aparte de la prerrogativa honoríáfica, el tíátulo de Patriarca y el de Primado no lleva consigo en la Iglesia latina ninguna
potestad de reá gimen, a no ser que en ciertos casos conste otra cosa por privilegio apostoá lico o por costumbre aprobada.

Capítulo III: De los concilios particulares


439. #1. El concilio plenario, o sea para todas las Iglesias particulares de la misma Conferencia Episcopal, se ha de celebrar
cuando a esa Conferencia Episcopal le parezca necesario o uá til, con aprobacioá n de la Sede Apostoá lica. #2. La norma establecida
en el # 1 se aplica tambieá n al concilio provincial que se celebre en una provincia eclesiaá stica cuyos líámites coinciden con el
territorio de una nacioá n.
440. #1. El concilio provincial, o sea para las diversas Iglesias particulares de una misma provincia eclesiaá stica, se ha de
celebrar cuantas veces parezca oportuno a juicio de la mayoríáa de los Obispos diocesanos de la provincia, quedando a salvo el
can. 439, # 2. #2. No debe convocarse el concilio provincial cuando estaá vacante la sede metropolitana.
441. Corresponde a la Conferencia Episcopal:
1º. convocar el concilio plenario;
2º. elegir, dentro del territorio de la Conferencia Episcopal, el lugar para celebrar el concilio;
3º. entre los Obispos diocesanos, elegir al presidente del concilio plenario, quien ha de ser aprobado por la Sede Apostoá lica;
4º. determinar el reglamento y las cuestiones que han de tratarse, indicar el inicio y la duracioá n del concilio plenario,
trasladarlo, prorrogarlo y concluirlo.
442. #1. Corresponde al Metropolitano, con el consentimiento de la mayoríáa de los Obispos sufragaá neos:
1º. convocar el concilio provincial;
2º. elegir el lugar para celebrar el concilio provincial dentro del territorio de la provincia;
3º. determinar el reglamento y las cuestiones que han de tratarse, indicar el inicio y la duracioá n del concilio provincial,
trasladarlo, prorrogarlo y concluirlo. #2. Corresponde al Metropolitano presidir el concilio provincial, y si eá ste se halla
legíátimamente impedido, al Obispo sufragaá neo elegido por los demaá s Obispos sufragaá neos.
443. #1. Deben ser convocados a los concilios particulares y en ellos tienen derecho a voto deliberativo:
1º. los Obispos diocesanos;
2º. los Obispos coadjutores y auxiliares;
3º. otros Obispos titulares que desempenñ en en el territorio una funcioá n peculiar, encomendada por la Sede Apostoá lica o por la
Conferencia Episcopal. #2. Pueden ser llamados a los concilios particulares otros Obispos titulares, incluso emeá ritos,
residentes en el territorio, los cuales tienen derecho a voto deliberativo. #3. Seraá n llamados a los concilios particulares, con
voto solamente consultivo:
1º. los Vicarios generales y los Vicarios episcopales de todas las Iglesias particulares del territorio;
2º. los Superiores mayores de los institutos religiosos y de las sociedades de vida apostoá lica, en nuá mero que seraá determinado,
tanto para los varones como para las mujeres, por la Conferencia Episcopal o por los Obispos de la provincia, elegidos
respectivamente por todos los Superiores mayores de los institutos y sociedades con sede en el territorio;
3º. los rectores de las universidades eclesiaá sticas y catoá licas y los decanos de las facultades de teologíáa y de derecho canoá nico
con sede en el territorio;
4º. algunos rectores de seminarios mayores, cuyo nuá mero se determinaraá como establece el n.2, elegidos por los rectores de
los seminarios que hay en el territorio. #4. A los concilios particulares, pueden ser llamados tambieá n, con voto solamente
consultivo, presbíáteros y algunos otros fieles, de manera, sin embargo, que su nuá mero no sea superior a la mitad de los que se
indica en los ## 1-3. #5. A los concilios provinciales, ademaá s, se invitaraá a los cabildos catedrales, asíá como al consejo
presbiteral y al consejo pastoral de cada Iglesia particular, de manera que cada uno envíáe a dos de sus miembros, designados
colegialmente por ellos mismos; los cuales, empero, tienen voto solamente consultivo. #6. A los concilios particulares pueden
ser llamadas tambieá n otras personas, en calidad de invitados, si ello conviene a juicio de la Conferencia Episcopal para el
concilio plenario, o a juicio del Metropolitano junto con los Obispos sufragaá neos para el concilio provincial.
444. #1. Todos los convocados a los concilios particulares deben asistir a los mismos, a no ser que obste un justo impedimento,
del que deben informar al presidente del concilio. #2. Quienes son convocados a los concilios particulares y tienen en ellos voto
deliberativo, pueden enviar un procurador si se hallan justamente impedidos de asistir; este procurador tiene voto solamente
consultivo.
445. El concilio particular cuida en su territorio de que se provea a las necesidades pastorales del Pueblo de Dios y goza de
potestad de reá gimen, sobre todo legislativa, de manera que, quedando siempre a salvo el derecho universal de la Iglesia, pueda
establecer cuanto parezca oportuno para el incremento de la fe, la organizacioá n de la actividad pastoral comuá n, el
ordenamiento de la moral y la observancia, establecimiento o tutela de la disciplina eclesiaá stica comuá n.
446. Una vez concluido el concilio particular, su presidente cuide de que todas las actas del concilio sean enviadas a la Sede
Apostoá lica; los decretos dados por el concilio no se promulgaraá n sino despueá s de que hayan sido revisados por la Sede
Apostoá lica; corresponde al mismo concilio determinar el modo de promulgacioá n de los decretos y el momento en que, una vez
promulgados, empezaraá n a obligar.

Capítulo IV: De las Conferencias Episcopales


447. La Conferencia Episcopal, institucioá n de caraá cter permanente, es la agrupacioá n de los Obispos de una nacioá n o territorio
determinado, que ejercen conjuntamente algunas funciones pastorales respecto de los fieles de su territorio, para promover, a
tenor del derecho, el mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres, sobre todo mediante formas y planes de apostolado,
convenientemente acomodados a las circunstancias de tiempo y de lugar.
448. #1. Como regla general, la Conferencia Episcopal comprende a los Prelados de todas las Iglesias particulares de una
misma nacioá n, a tenor del can. 450. #2. Sin embargo, si a juicio de la Sede Apostoá lica, habiendo oíádo a los Obispos diocesanos
interesados, asíá lo aconsejan las circunstancias de las personas o de las cosas, puede erigirse una Conferencia Episcopal para
un territorio de extensioá n menor o mayor, de modo que, o bien solamente comprenda a los Obispos de algunas Iglesias
particulares existentes en un determinado territorio, o bien a los Prelados de Iglesias particulares existentes en diversas
naciones; corresponde a la misma Sede Apostoá lica establecer normas peculiares para cada una de esas conferencias.
449. #1. Compete exclusivamente a la autoridad suprema de la Iglesia, oíádos los Obispos interesados, erigir, suprimir o cambiar
las Conferencias Episcopales. #2. La Conferencia Episcopal legíátimamente erigida goza, en virtud del mismo derecho, de
personeríáa juríádica.
450. #1. En virtud del mismo derecho, pertenecen a la Conferencia Episcopal todos los Obispos diocesanos del territorio y los
equiparados a ellos en el derecho, y asimismo los Obispos coadjutores, los Obispos auxiliares y los demaá s Obispos titulares que
cumplen una funcioá n peculiar en el mismo territorio, por encargo de la Sede Apostoá lica o de la Conferencia Episcopal; pueden
ser invitados tambieá n los Ordinarios de otro rito, pero con voto soá lo consultivo, a no ser que los estatutos de la Conferencia
Episcopal determinen otra cosa. #2. Los demaá s Obispos titulares asíá como el Legado del Romano Pontíáfice no son miembros de
derecho de la Conferencia Episcopal.
451. Cada Conferencia Episcopal debe elaborar sus propios estatutos que han de ser reconocidos por la Sede Apostoá lica, en los
que, ademaá s de otras cosas, se regulen las asambleas plenarias de la Conferencia y se provea a la constitucioá n de la comisioá n
permanente de los Obispos y a la secretaríáa general de la Conferencia, asíá como tambieá n a otros oficios y comisiones que a
juicio de la Conferencia contribuyan maá s eficazmente a alcanzar su fin.
452. #1. Cada Conferencia Episcopal, a tenor de los estatutos, elija su propio presidente, determine quieá n ha de cumplir la
funcioá n de vicepresidente cuando el presidente se encuentre legíátimamente impedido, y designe el secretario general. #2. El
presidente de la Conferencia, y, cuando eá ste se encuentre legíátimamente impedido, el vicepresidente, preside no soá lo las
asambleas generales de la Conferencia, sino tambieá n la comisioá n permanente.
453. Las asambleas plenarias de la Conferencia Episcopal se han de celebrar por lo menos una vez al anñ o, y, ademaá s, siempre
que lo exijan circunstancias peculiares, seguá n las prescripciones de los estatutos.
454. #1. En las asambleas plenarias de la Conferencia Episcopal, en virtud del mismo derecho compete el voto deliberativo a
los Obispos diocesanos y a quienes se les equiparan en el derecho, asíá como a los Obispos coadjutores. #2. A los Obispos
auxiliares y demaá s Obispos titulares pertenecientes a la Conferencia Episcopal compete voto deliberativo o bien consultivo,
seguá n las prescripciones de los estatutos de la Conferencia; quedaraá firme, sin embargo, que cuando se trate de confeccionar
los estatutos o de modificarlos, competeraá voto deliberativo soá lo a aqueá llos de los que se trata en el # 1.
455. #1. La Conferencia Episcopal puede dar decretos generales tan soá lo en los asuntos en que asíá lo prescriba el derecho
universal o cuando asíá lo establezca un mandato especial de la Sede Apostoá lica, otorgado motu proprio o a peticioá n de la
misma Conferencia. #2. Para que los decretos de los que se trata en el # 1 sean vaá lidos es necesario que se den en asamblea
plenaria, al menos con dos tercios de los votos de los Prelados que pertenecen a la Conferencia con voto deliberativo, y no
tienen fuerza obligatoria hasta que, habiendo sido reconocidos por la Sede Apostoá lica, sean legíátimamente promulgados. #3. La
misma Conferencia Episcopal determina el modo de promulgacioá n y el tiempo a partir del cual entran en vigor los decretos. #4.
En los casos en que ni el derecho universal ni un mandato peculiar de la Sede Apostoá lica haya concedido a la Conferencia
Episcopal la potestad a la que se refiere el # 1, permanece íántegra la competencia de cada Obispo diocesano, y ni la Conferencia
ni su presidente pueden actuar en nombre de todos los Obispos a no ser que todos y cada uno de los Obispos hubieran dado su
consentimiento.
456. Al concluirse la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal, el presidente enviaraá a la Sede Apostoá lica un informe
sobre las actas de la Conferencia asíá como de sus decretos, tanto para que esas actas lleguen a conocimiento de la Sede
Apostoá lica como para que pueda reconocer los decretos, si los hubiere.
457. Corresponde a la comisioá n permanente de los Obispos cuidar de que se preparen las cuestiones de las que se ha de tratar
en la asamblea plenaria y de que lleguen a la debida ejecucioá n las decisiones establecidas en la misma; le corresponde tambieá n
tramitar otros asuntos que se le encomienden a tenor de los estatutos.
458. Corresponde a la secretaríáa general:
1º. hacer la relacioá n de las actas y decretos de la asamblea plenaria de la Conferencia y de las actas de la comisioá n permanente
de los Obispos y comunicarla a todos los miembros de la Conferencia y tambieá n, redactar otras actas que le encomiende el
presidente de la Conferencia o la comisioá n permanente;
2º. comunicar a las Conferencias Episcopales limíátrofes las actas y documentos cuya transmisioá n a las mismas haya establecido
la Conferencia en asamblea plenaria o bien la comisioá n permanente de los Obispos.
459. #1. Que se fomenten las relaciones entre las Conferencias Episcopales, en especial, las maá s cercanas, para promover el
bien comuá n y velar por eá l. #2. Sin embargo, se oiraá a la Sede Apostoá lica siempre que las Conferencias Episcopales asuman
actividades o planes de manifiesto caraá cter internacional.

TÍTULO III De la ordenación interna de las Iglesias particulares


Capítulo I: Del sínodo diocesano
460. El síánodo diocesano es una asamblea de sacerdotes y de otros fieles elegidos de una Iglesia particular, que prestan su
ayuda al Obispo de la dioá cesis para bien de toda la comunidad diocesana, a tenor de los caá nones que siguen.
461. #1. El síánodo diocesano se celebraraá en cada Iglesia particular cuando lo aconsejen las circunstancias a juicio del Obispo
de la dioá cesis, despueá s de oir al consejo presbiteral. #2. Si un Obispo tiene el cuidado de varias dioá cesis, o bien tiene el cuidado
de una como Obispo propio y de otra, en cambio, como Administrador, puede convocar un solo síánodo de todas las dioá cesis que
tiene encomendadas.
462. #1. Al síánodo diocesano lo convoca solamente el Obispo diocesano; no, en cambio, quien preside la dioá cesis
interinamente. #2. Al síánodo diocesano lo preside el Obispo diocesano quien, sin embargo, puede delegar para el cumplimiento
de este oficio, en cada una de las sesiones del síánodo, al Vicario general o a un Vicario episcopal.
463. #1. Al síánodo diocesano han de ser convocados como miembros sinodales y tienen la obligacioá n de participar en eá l:
1º. el Obispo coadjutor y los Obispos auxiliares;
2º. los Vicarios generales y los Vicarios episcopales, asíá como tambieá n el Vicario judicial;
3º. los canoá nigos de la iglesia catedral;
4º. los miembros del consejo presbiteral;
5º. fieles laicos, tambieá n los que son miembros de institutos de vida consagrada, a eleccioá n del consejo pastoral, en el modo y
nuá mero que determine el Obispo diocesano, o bien, donde falte este consejo, del modo determinado por el Obispo diocesano;
6º. el rector del seminario mayor diocesano;
7º. los Vicarios foraá neos;
8º. al menos un presbíátero de cada vicariato foraá neo, elegido por todos los que tienen en eá l cura de almas; asimismo se ha de
elegir a otro presbíátero que sustituya al anterior en caso de estar impedido;
9º. algunos Superiores de institutos religiosos y de sociedades de vida apostoá lica que tienen casa en la dioá cesis, que se elegiraá n
en el nuá mero y el modo determinados por el Obispo diocesano. #2. Al síánodo diocesano pueden ser llamados por el Obispo
diocesano en calidad de miembros sinodales tambieá n otras personas, tanto cleá rigos, como miembros de institutos de vida
consagrada, como fieles laicos. #3. Al síánodo diocesano, el Obispo diocesano puede invitar como observadores, si lo juzga
oportuno, a algunos ministros o miembros de Iglesias o Comunidades eclesiales que no estaá n en plena comunioá n con la Iglesia
Catoá lica.
464. Si un miembro del síánodo se encuentra legíátimamente impedido, no puede enviar a eá l un procurador que asista en su
nombre; pero debe informar al Obispo diocesano acerca de ese impedimento.
465. Todas las cuestiones propuestas se someteraá n a la libre discusioá n de los miembros en las sesiones del síánodo.
466. El uá nico legislador en el síánodo diocesano es el Obispo diocesano, y los demaá s miembros del síánodo gozan de voto
solamente consultivo; uá nicamente eá l suscribe las declaraciones y decretos del síánodo, que pueden publicarse solamente en
virtud de su autoridad.
467. El Obispo diocesano comunicaraá el texto de las declaraciones y decretos sinodales al Metropolitano y a la Conferencia
Episcopal.
468. #1. Compete al Obispo diocesano, seguá n su prudente juicio, suspender asíá como disolver el síánodo diocesano. #2. Si queda
vacante o impedida la sede episcopal, el síánodo diocesano se interrumpe en virtud del mismo derecho hasta que el nuevo
Obispo diocesano decrete su continuacioá n o lo declare concluido.

Capítulo II: De la curia diocesana


469. La curia diocesana consta de aquellos organismos y personas que prestan su ayuda al Obispo en el gobierno de toda la
dioá cesis, sobre todo en la direccioá n de la actividad pastoral, en el cuidado de la administracioá n de la dioá cesis, asíá como en el
ejercicio de la potestad judicial.
470. El nombramiento de aquellos que ejercen oficios en la curia diocesana corresponde al Obispo diocesano.
471. Todos los que son admitidos a desempenñ ar oficios en la curia deben:
1º. formular la promesa de desempenñ ar fielmente la tarea, seguá n el modo determinado por el derecho o por el Obispo;
2º. guardar secreto dentro de los líámites y seguá n el modo establecidos por el derecho o por el Obispo.
472. Acerca de las causas y personas pertenecientes al ejercicio de la potestad judicial en la curia se observaraá n las
prescripciones del Libro VII, “De los procesos”; en cambio para lo que concierne a la administracioá n de la dioá cesis, se
observaraá n las prescripciones de los caá nones que siguen.
473. #1. El Obispo diocesano debe cuidar de que se coordinen debidamente todos los asuntos que se refieren a la
administracioá n de toda la dioá cesis, y de que se ordenen del modo maá s adecuado al bien de la porcioá n del Pueblo de Dios a eá l
encomendada. #2. Corresponde al mismo Obispo diocesano coordinar la actividad pastoral de los Vicarios, sean generales o
episcopales; donde convenga, puede nombrarse un Moderador de la curia, que debe ser sacerdote, a quien corresponde, bajo la
autoridad del Obispo, coordinar lo atinente al tratamiento de los asuntos administrativos y asimismo cuidar de que el restante
personal de la curia cumpla debidamente el oficio que se le encomienda. #3. A menos que, a juicio del Obispo, las
circunstancias del lugar aconsejen otra cosa, debe ser nombrado Moderador de la curia el Vicario general o, si son varios, uno
de los Vicarios generales. #4. Donde lo juzgue conveniente, el Obispo puede constituir un consejo episcopal para fomentar
mejor la actividad pastoral, que consta de los Vicarios generales y los Vicarios episcopales.
474. Los actos de la curia llamados a tener un efecto juríádico deben ser suscritos, para su validez, por el Ordinario del que
provienen, asíá como tambieá n por el canciller de la curia o un notario; el canciller, por su parte, debe informar al Moderador de
la curia acerca de estos actos.

Artíáculo 1 De los Vicarios generales y episcopales


475. #1. En cada dioá cesis, el Obispo debe nombrar un Vicario general, que, dotado de potestad ordinaria a tenor de los caá nones
que siguen, ha de ayudarlo en el gobierno de toda la dioá cesis. #2. Como regla general, se nombraraá un uá nico Vicario general, a
no ser que la extensioá n de la dioá cesis, el nuá mero de habitantes, o bien otras razones pastorales aconsejen otra cosa.
476. Cuando asíá lo requiera el buen gobierno de la dioá cesis, el Obispo diocesano puede tambieá n nombrar uno o maá s Vicarios
episcopales, que, o en una parte determinada de la dioá cesis, o en cierto geá nero de asuntos, o respecto de los fieles de un
determinado rito, o para un cierto grupo de personas, gozan de la misma potestad ordinaria que, por derecho universal,
compete al Vicario general, a tenor de los caá nones que siguen.
477. #1. Al Vicario general y al episcopal los nombra libremente el Obispo diocesano y eá l mismo puede libremente removerlos,
quedando firme lo prescripto en el can. 406; el Vicario episcopal que no sea Obispo auxiliar, seraá nombrado tan soá lo para un
cierto tiempo, que se determinaraá en el mismo acto de su nombramiento. #2. Cuando el Vicario general se encuentre ausente o
legíátimamente impedido, el Obispo diocesano puede nombrar a otro que haga sus veces; las misma norma se aplica, para el
Vicario episcopal.
478. #1. El Vicario general y el episcopal han de ser sacerdotes, de edad no inferior a treinta anñ os, doctores o licenciados en
derecho canoá nico o en teologíáa o al menos verdaderamente expertos en estas materias, y recomendados por su sana doctrina,
probidad, prudencia y experiencia en la gestioá n de los asuntos. #2. El cargo de Vicario general y episcopal es incompatible con
el de canoá nigo penitenciario, y tampoco puede encomendarse a consanguíáneos del Obispo hasta el cuarto grado.
479. #1. En virtud de su oficio, al Vicario general compete en toda la dioá cesis la potestad ejecutiva que corresponde por
derecho al Obispo diocesano a fin de realizar cualquier tipo de actos administrativos, exceptuados sin embargo aquellos que el
Obispo se hubiera reservado o que, seguá n el derecho, requieran mandato especial del Obispo. #2. En virtud del derecho,
compete al Vicario episcopal la misma potestad sobre la que se trata en el # 1, pero solamente para aquella parte determinada
de territorio o geá nero de asuntos o fieles de determinado rito o grupo para los cuales haya sido nombrado, exceptuados
aquellos asuntos que el Obispo hubiera reservado a síá mismo o al Vicario general, o que, seguá n el derecho, requieren mandato
especial del Obispo. #3. Al Vicario general y al Vicario episcopal, dentro del aá mbito de su competencia, pertenecen tambieá n las
facultades habituales concedidas al Obispo por la Sede Apostoá lica, asíá como la ejecucioá n de los rescriptos, a no ser que se
establezca expresamente otra cosa o que se haya elegido en atencioá n a las cualidades de la persona del Obispo diocesano.
480. El Vicario general y el Vicario episcopal deben informar al Obispo diocesano sobre los asuntos maá s importantes por
resolver o ya resueltos, y nunca actuaraá n contra la voluntad e intencioá n del Obispo diocesano.
481. #1. La potestad del Vicario general y del Vicario episcopal expira al cumplirse el tiempo de su mandato, por renuncia y,
asimismo, quedando a salvo los caá ns. 406 y 409, por remocioá n a ellos intimada por el Obispo diocesano, y al quedar vacante la
sede episcopal. #2. Suspendido de su cargo el Obispo diocesano, se suspende la potestad del Vicario general y del Vicario
episcopal, a no ser que posean la dignidad episcopal.

Artíáculo 2 Del canciller y otros notarios y de los archivos


482. #1. En cada curia debe haber un canciller cuya principal funcioá n, a no ser que el derecho particular establezca otra cosa,
consiste en cuidar de que se redacten y se expidan las actas de la curia y se custodien en el archivo de la misma. #2. Cuando
parezca necesario, se podraá dar al canciller un ayudante, que se llamaraá vicecanciller. #3. El canciller asíá como el vicecanciller
son, por el mismo hecho, notarios y secretarios de la curia.
483. #1. Ademaá s del canciller pueden ser nombrados otros notarios, cuya escritura o firma da fe puá blica, y pueden ser
designados tanto para cualquier tipo de actos, como para los asuntos judiciales uá nicamente, como tambieá n soá lo para los actos
de cierta causa o asunto. #2. El canciller y los notarios deben ser personas de buena fama y por encima de toda sospecha; en
las causas en las que puede ponerse en juicio la buena fama de un sacerdote, el notario debe ser sacerdote.
484. El oficio de los notarios consiste en: .
1º. redactar las actas y documentos referentes a decretos, disposiciones, obligaciones u otros asuntos para los que se requiere
su intervencioá n;
2º. recoger fielmente por escrito todo lo actuado y firmarlo, con indicacioá n del lugar, díáa, mes y anñ o;
3º. mostrar a quien legíátimamente los pida, seguá n corresponda, aquellas actas o documentos contenidos en el registro, y
autenticar sus copias, declaraá ndolas conformes con el original.
485. El canciller y demaá s notarios pueden ser libremente removidos de su oficio por el Obispo diocesano, pero no por el
Administrador diocesano sin el consentimiento del colegio de consultores.
486. #1. Todos los documentos referidos a la dioá cesis o a las parroquias deben custodiarse con el maá ximo cuidado. #2. En cada
curia se erigiraá , en lugar seguro, un archivo o tabulario diocesano, en el cual se guardaraá n, dispuestos en un orden determinado
y cerrados con cuidado, los documentos y escrituras referidos a los asuntos diocesanos, tanto espirituales como temporales.
#3. Se confeccionaraá un inventario o cataá logo de los documentos contenidos en el archivo, con un breve resumen de cada una
de las escrituras.
487. #1. El archivo debe estar cerrado y su llave la tendraá n solamente el Obispo y el canciller; a nadie se permite entrar en eá l
sin permiso del Obispo o bien del Moderador de la curia junto con el canciller. #2. Todos los interesados tienen derecho de
recibir, personalmente o por medio de un procurador, copia auteá ntica, escrita o fotocopiada, de aquellos documentos que por
su naturaleza son puá blicos y se refieren a su estado personal.
488. No estaá permitido sacar documentos del archivo, si no es solamente por un breve tiempo y con el consentimiento del
Obispo, o bien del Moderador de la curia junto con el canciller.
489. #1. En la curia diocesana, habraá tambieá n un archivo secreto, o al menos un armario o una caja dentro del archivo general,
totalmente cerrada con llave y que no pueda moverse del sitio, en donde se conserven con suma cautela los documentos que
han de ser guardados bajo secreto. #2. Todos los anñ os deben destruirse los documentos de aquellas causas criminales en
materia de costumbres cuyos reos hayan fallecido ya, o que hayan sido resueltas con sentencia condenatoria diez anñ os antes,
debiendo conservarse un breve resumen del hecho junto con el texto de la sentencia definitiva.
490. #1. La llave del archivo secreto la tendraá solamente el Obispo. #2. Mientras esteá vacante la sede, no se abriraá el archivo o
armario secreto, a no ser en caso de verdadera necesidad, por el Administrador diocesano personalmente. #3. No deben
sacarse documentos del archivo o armario secreto.
491. #1. El Obispo diocesano ha de cuidar de que se conserven diligentemente tambieá n las actas y documentos contenidos en
los archivos de las iglesias catedrales, colegiatas, parroquiales, y otras de su territorio y de que se confeccionen inventarios o
íándices en doble ejemplar, uno de los cuales se guardaraá en el archivo propio, y el otro en el archivo diocesano. #2. El Obispo
diocesano ha de cuidar tambieá n de que en su dioá cesis haya un archivo histoá rico y de que en eá l se guarden con cuidado y se
ordenen de modo sistemaá tico los documentos que tengan valor histoá rico. #3. Para examinar o sacar de su sitio las actas y
documentos, de los que se trata en los ## 1 y 2, se observaraá n las normas establecidas por el Obispo diocesano.
Artíáculo 3 Del consejo de asuntos econoá micos y del ecoá nomo
492. #1. En cada dioá cesis se constituya un consejo de asuntos econoá micos, presidido por el mismo Obispo diocesano o su
delegado y que consta, al menos, de tres fieles nombrados por el Obispo, expertos en materia econoá mica y en derecho civil, y
de probada integridad. #2. Los miembros del consejo de asuntos econoá micos seraá n nombrados para un quinquenio, pero
transcurrido ese tiempo, puede renovarse el nombramiento para otros quinquenios. #3. Quedan excluidos del consejo de
asuntos econoá micos aquellas personas relacionadas con el Obispo hasta el cuarto grado de consanguinidad o de afinidad.
493. Ademaá s de las funciones que se le encomiendan en el Libro V, “De los bienes temporales de la Iglesia”, compete al consejo
de asuntos econoá micos, de acuerdo con las indicaciones del Obispo diocesano, preparar cada anñ o el presupuesto de ingresos y
gastos para todo el gobierno de la dioá cesis en el anñ o entrante, asíá como aprobar el balance de ingresos y gastos a fin de anñ o.
494. #1. En cada dioá cesis, despueá s de oíádos el colegio de consultores y el consejo de asuntos econoá micos, el Obispo nombre un
ecoá nomo, que sea verdaderamente experto en materia econoá mica y de total honradez. #2. El ecoá nomo ha de ser nombrado por
un quinquenio, pero transcurrido este tiempo, puede ser nombrado por otros quinquenios; mientras dura su cargo, no debe
ser removido si no es por causa grave, que el Obispo ha de ponderar habiendo oíádo al colegio de consultores y al consejo de
asuntos econoá micos. #3. Corresponde al ecoá nomo, de acuerdo con el plan determinado por el consejo de asuntos econoá micos,
administrar los bienes de la dioá cesis bajo la autoridad del Obispo y, con los ingresos propios de la dioá cesis, hacer los gastos que
ordene legíátimamente el Obispo o quienes hayan sido encargados por eá l. #4. A fin de anñ o, el ecoá nomo debe rendir cuentas de
ingresos y gastos al consejo de asuntos econoá micos.

Capítulo III: Del consejo presbiteral y del colegio de consultores


495. #1. En cada dioá cesis se constituya el consejo presbiteral, es decir un grupo de sacerdotes que, en representacioá n del
presbiterio, sea como el senado del Obispo y al cual corresponde ayudar al Obispo en el gobierno de la dioá cesis a tenor del
derecho, para proveer todo lo posible al bien pastoral de la porcioá n del Pueblo de Dios que se le ha encomendado. #2. En los
vicariatos y prefecturas apostoá licos, el Vicario o el Prefecto constituyan un consejo al menos de tres presbíáteros misioneros,
cuyo parecer, incluso por carta, oiraá en los asuntos maá s graves.
496. El consejo presbiteral debe tener sus propios estatutos, aprobados por el Obispo diocesano, teniendo en cuenta las
normas dadas por la Conferencia Episcopal.
497. En lo que atanñ e a la designacioá n de los miembros del consejo presbiteral:
1º. aproximadamente la mitad debe ser elegida libremente por los mismos sacerdotes, a tenor de los caá nones que siguen y de
los estatutos;
2º. algunos sacerdotes, a tenor de los estatutos, deben ser miembros natos, es decir que perteneceraá n al consejo en razoá n del
oficio que se les ha encargado;
3º. el Obispo diocesano tiene facultad para nombrar libremente algunos miembros.
498. #1. Para constituir el consejo presbiteral tienen derecho de eleccioá n tanto activo como pasivo:
1º. todos los sacerdotes seculares incardinados en la dioá cesis;
2º. los sacerdotes seculares no incardinados en la dioá cesis y los sacerdotes miembros de un instituto religioso o de una
sociedad de vida apostoá lica, que, residiendo en la dioá cesis, ejerzan alguá n oficio en bien de la misma. #2. Mientras los estatutos
asíá lo provean, el mismo derecho de eleccioá n puede conferirse a otros sacerdotes que tienen en la dioá cesis el domicilio o el
cuasidomicilio.
499. El modo de elegir los miembros del consejo presbiteral seraá determinado en los estatutos, de manera que, en la medida de
lo posible, los sacerdotes del presbiterio esteá n representados teniendo en cuenta sobre todo los diversos ministerios y las
varias regiones de la dioá cesis.
500. #1. Corresponde al Obispo diocesano convocar el consejo presbiteral, presidirlo y determinar las cuestiones que deben
tratarse o aceptar las que propongan los miembros. #2. El consejo presbiteral goza de voto solamente consultivo; el Obispo
diocesano lo oiraá en los asuntos de mayor importancia, y, en cambio, necesitaraá de su consentimiento solamente en los casos
expresamente determinados por el derecho. #3. El consejo presbiteral nunca puede actuar sin el Obispo diocesano, a quien
compete tambieá n exclusivamente cuidar de que se haga puá blico lo que se haya establecido a tenor del # 2.
501. #1. Los miembros del consejo presbiteral deben ser designados por un tiempo determinado, establecido en los estatutos,
de modo tal, sin embargo, que todo el consejo o una parte de eá l se renueve cada cinco anñ os. #2. Al quedar vacante la sede, cesa
el consejo presbiteral y sus funciones las cumple el colegio de consultores; dentro del anñ o de tomada posesioá n, el Obispo debe
constituir de nuevo el consejo presbiteral. #3. Si el consejo presbiteral deja de cumplir la funcioá n que le ha sido encomendada
para el bien de la dioá cesis o bien abusa gravemente de ella, el Obispo diocesano, despueá s de consultar al Metropolitano, o, si se
trata de la misma sede metropolitana, al Obispo sufragaá neo maá s antiguo en razoá n de la promocioá n, puede disolver dicho
consejo, pero ha de constituirlo de nuevo en el plazo de un anñ o.
502. #1. Entre los miembros del consejo presbiteral, el Obispo nombra libremente algunos sacerdotes, en nuá mero no inferior a
seis ni superior a doce, que constituyan por un quinquenio el colegio de consultores, al cual competen las funciones
determinadas en el derecho; al cumplirse, sin embargo, el quinquenio, continuá a ejerciendo sus funciones propias hasta tanto se
constituya un nuevo colegio. #2. Al colegio de consultores lo preside el Obispo diocesano; sin embargo, cuando la sede estaá
impedida o vacante, aqueá l que interinamente reemplaza al Obispo o, si auá n no ha sido nombrado, el sacerdote maá s antiguo por
ordenacioá n en el colegio de consultores. #3. La Conferencia Episcopal puede establecer que las funciones del colegio de
consultores sean encomendadas al cabildo catedral. #4. En el vicariato y prefectura apostoá licos las funciones del colegio de
consultores competen al consejo de la misioá n, sobre el cual se trata en el can. 495, # 2, a menos que en el derecho se establezca
otra cosa.

Capítulo IV De los cabildos de canónigos


503. El cabildo de canoá nigos, sea catedral o colegial, es un colegio de sacerdotes, al que corresponde celebrar las funciones
lituá rgicas maá s solemnes en la iglesia catedral o colegial; al cabildo catedral, ademaá s, le corresponde desempenñ ar las funciones
que le son encomendadas por el derecho o por el Obispo diocesano.
504. Estaá n reservadas a al Sede Apostoá lica la ereccioá n, innovacioá n o supresioá n del cabildo catedral.
505. Todo cabildo, sea catedral o colegial, ha de tener sus estatutos, elaborados mediante legíátimo acto capitular y aprobados
por el Obispo diocesano; estos estatutos no se modificaraá n ni abrogaraá n sin la aprobacioá n del mismo Obispo diocesano.
506. #1. Los estatutos del cabildo, quedando siempre a salvo las leyes de fundacioá n, determinaraá n la constitucioá n del mismo y
el nuá mero de canoá nigos; definiraá n queá haraá el cabildo y cada uno de los canoá nigos respecto del culto divino y del cumplimiento
del ministerio; determinaraá n las asambleas en las que se trataraá de los asuntos del cabildo y, respetando las prescripciones del
derecho universal, estableceraá n las condiciones requeridas para la validez y la licitud de los actos. #2. En los estatutos se
determinaraá n tambieá n las retribuciones, tanto las estables como aquellas que habraá n de percibir con ocasioá n del desempenñ o
de una funcioá n, asíá como, teniendo en cuenta las normas dadas por la Santa Sede, cuaá les seraá n las insignias de los canoá nigos.
507. #1. Entre los canoá nigos, ha de haber uno que presida el cabildo, y se estableceraá n tambieá n otros oficios a tenor de los
estatutos, y teniendo tambieá n en cuenta el uso vigente en la regioá n. #2. Pueden tambieá n encomendarse a cleá rigos no
pertenecientes al cabildo otros oficios, mediante los cuales ayuden a los canoá nigos a tenor de los estatutos.
508. #1. El canoá nigo penitenciario, tanto de la iglesia catedral como de una colegiata, tiene, en virtud del oficio, la facultad
ordinaria, que no puede sin embargo delegar a otros, de absolver en el fuero sacramental de las censuras latae sententiae no
declaradas, ni reservadas a la Sede Apostoá lica, incluso respecto de quienes se encuentren en la dioá cesis sin pertenecer a ella y
respecto de los diocesanos, aun fuera del territorio de la misma. #2. Donde no exista cabildo, el Obispo diocesano nombraraá un
sacerdote para que cumpla la misma funcioá n.
509. #1. Corresponde al Obispo diocesano, pero no al Administrador diocesano, despueá s de oir al cabildo, conferir todas y cada
una de las canonjíáas, tanto en la iglesia catedral como en una colegiata, quedando revocado cualquier privilegio contrario;
corresponde al mismo Obispo confirmar a quien haya sido elegido por el cabildo para presidirlo. #2. El Obispo diocesano
conferiraá las canonjíáas tan soá lo a sacerdotes que, destacaá ndose por su doctrina e integridad de vida, hayan desempenñ ado
meritoriamente su ministerio.
510. #1. Al cabildo de canoá nigos no le seraá n unidas ya parroquias; las que existan unidas a alguá n cabildo, seraá n separadas de
eá ste por el Obispo diocesano. #2. En la iglesia que sea a la vez parroquial y capitular, se designaraá un paá rroco, elegido o no
entre los canoá nigos; este paá rroco tiene todas las obligaciones y goza de todos los derechos y facultades que a tenor del derecho
son propias del paá rroco. #3. Corresponde al Obispo diocesano establecer normas fijas en las cuales se combinen debidamente
las obligaciones pastorales del paá rroco y las funciones propias del cabildo, cuidando que el paá rroco no obstaculice las
funciones capitulares ni el cabildo las funciones parroquiales; si hay alguá n conflicto, lo resolveraá el Obispo diocesano, quien
cuidaraá en primer lugar de que se provea adecuadamente a las necesidades pastorales de los fieles. #4. Las limosnas otorgadas
a una iglesia que sea a la vez parroquial y capitular se presumen dadas a la parroquia a no ser que conste otra cosa.

Capítulo V: Del consejo pastoral


511. En la medida en que lo aconsejen las circunstancias pastorales, se constituiraá en cada dioá cesis un consejo pastoral, al cual
corresponde, bajo la autoridad del Obispo, investigar y evaluar lo que se refiere a las actividades pastorales en la dioá cesis, y
proponer conclusiones praá cticas sobre ellas.
512. #1. El consejo pastoral consta de fieles que esteá n en plena comunioá n con la Iglesia catoá lica, tanto cleá rigos, como miembros
de institutos de vida consagrada, como principalmente laicos, los cuales son designados seguá n el modo determinado por el
Obispo diocesano. #2. Los fieles que son nombrados para el consejo pastoral se elegiraá n de tal modo que , a traveá s de ellos,
quede verdaderamente configurada la entera porcioá n del Pueblo de Dios que constituye la dioá cesis, teniendo en cuenta las
diversas regiones de la dioá cesis, sus condiciones sociales y sus profesiones, asíá como la participacioá n que tienen en el
apostolado, tanto personalmente como asociados con otros. #3. Para el consejo pastoral se designaraá n solamente fieles que se
destaquen por su fe, buenas costumbres y prudencia.
513. #1. El consejo pastoral se constituye por un tiempo determinado, de acuerdo con las prescripciones de los estatutos dados
por el Obispo. #2. Al quedar vacante la sede, cesa el consejo pastoral.
514. #1. Corresponde exclusivamente al Obispo diocesano, seguá n las necesidades del apostolado, convocar y presidir el consejo
pastoral, que goza de voto solamente consultivo; tambieá n corresponde uá nicamente al Obispo hacer puá blico lo tratado en el
consejo. #2. Seraá convocado por lo menos una vez al anñ o.
Capítulo VI: De las parroquias, de los párrocos y
de los vicarios parroquiales
515. #1. La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuyo
cuidado pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un paá rroco, como su pastor propio. #2. Erigir,
suprimir o modificar las parroquias corresponde exclusivamente al Obispo diocesano, pero no las erija, suprima o modifique
notablemente sin haber oíádo al consejo presbiteral. #3. La parroquia legíátimamente erigida goza de personeríáa juríádica en
virtud del mismo derecho.
516. #1. A no ser que el derecho establezca otra cosa, a la parroquia se equipara la cuasiparroquia, que es una determinada
comunidad de fieles dentro de la Iglesia particular, encomendada como a pastor propio a un sacerdote, y que, por
circunstancias peculiares, no ha sido auá n erigida como parroquia. #2. Cuando algunas comunidades no puedan ser erigidas
como parroquias o cuasiparroquias, el Obispo diocesano proveeraá de otra manera a su cuidado pastoral.
517. #1. Cuando las circunstancias asíá lo requieran, el cuidado pastoral de una o de varias parroquias a la vez puede
encomendarse solidariamente a varios sacerdotes, con la condicioá n, sin embargo, de que uno de ellos sea el moderador de la
atencioá n pastoral, es decir, que dirija la actividad conjunta y responda de ella ante el Obispo. #2. Si, por escasez de sacerdotes,
el Obispo diocesano considera que ha de encomendarse una participacioá n en el ejercicio del cuidado pastoral de la parroquia a
un diaá cono o a otra persona que no tiene el caraá cter sacerdotal o bien a una comunidad, entonces designaraá a un sacerdote que
dotado de las potestades y facultades del paá rroco, dirija la atencioá n pastoral.
518. Como regla general, la parroquia seraá territorial, es decir, comprenderaá a todos los fieles de un determinado territorio; sin
embargo, donde ello convenga, se constituiraá n parroquias personales en razoá n del rito, de la lengua, de la nacionalidad de los
fieles de un territorio e, incluso, por otra razoá n determinada.
519. El paá rroco es el pastor propio de la parroquia que se le encomienda y ejerce el cuidado pastoral de la comunidad que se le
confíáa bajo la autoridad del Obispo diocesano, en cuyo ministerio de Cristo ha sido llamado a participar, para que, en favor de
esa misma comunidad, ejerza las funciones de ensenñ ar, santificar y gobernar, con la cooperacioá n tambieá n de otros presbíáteros
o diaá conos y con la ayuda de fieles laicos, a tenor del derecho.
520. #1. No seraá paá rroco una persona juríádica; pero el Obispo diocesano, no en cambio el Administrador diocesano, puede, con
el consentimiento del Superior competente, encomendar una parroquia a un instituto religioso clerical o a una sociedad
clerical de vida apostoá lica, incluso erigieá ndola en una iglesia del instituto o de la sociedad, con la condicioá n, sin embargo, de
que un uá nico presbíátero sea el paá rroco de la parroquia o bien el moderador del que se trata en el can. 517, # 1, si el cuidado
pastoral es encomendado solidariamente a varios. #2. El encomendar una parroquia como se establece en el # 1, puede
haceá rselo tanto a perpetuidad como por un tiempo prefijado; en ambos casos, se haraá mediante un acuerdo escrito entre el
Obispo diocesano y el Superior competente del instituto o sociedad en el cual, entre otras cosas, se determinaraá expresa y
detalladamente cuanto se refiera a la labor que debe ejercerse, a las personas que se dedicaraá n a ella y a los asuntos
econoá micos.
521. #1. Para que alguien pueda ser designado paá rroco vaá lidamente, debe estar constituido en el orden sagrado del
presbiterado. #2. Debe ademaá s destacarse por su sana doctrina y probidad moral, estar dotado de celo por las almas y de otras
virtudes, y tener ademaá s las cualidades que se requieren, tanto por derecho universal como particular, para el cuidado de la
parroquia de que se trata. #3. Para conferir a alguien el oficio de paá rroco, es necesario que conste con certeza su idoneidad,
seguá n el modo determinado por el Obispo diocesano, incluso mediante un examen.
522. El paá rroco debe gozar de estabilidad y, por tanto, debe ser nombrado por tiempo indefinido; el Obispo diocesano puede
nombrarlo solamente por un tiempo determinado, si ello ha sido admitido mediante decreto por la Conferencia Episcopal.
523. Quedando a salvo lo prescripto en el can. 682, # 1, la provisioá n del oficio de paá rroco compete al Obispo diocesano y esto,
mediante libre colacioá n, a no ser que a alguien le corresponda el derecho de presentacioá n o de eleccioá n.
524. Al quedar vacante una parroquia, el Obispo diocesano la conferiraá a aqueá l que, ponderadas todas las circunstancias,
considere idoá neo para desempenñ ar en ella la atencioá n parroquial, dejando de lado toda acepcioá n de personas; para juzgar
sobre la idoneidad, oiraá al vicario foraá neo y realizaraá las investigaciones adecuadas, oyendo, si se da el caso, a algunos
presbíáteros y fieles laicos.
525. Cuando la sede estaá vacante o impedida, corresponde al Administrador diocesano o a quien rige interinamente la dioá cesis:
1º. conceder la institucioá n o la confirmacioá n a los presbíáteros que hayan sido presentados o elegidos legíátimamente para una
parroquia;
2º. nombrar paá rrocos, si ha transcurrido ya un anñ o de sede vacante o impedida.
526. #1. El paá rroco ha de tener la cura parroquial de una sola parroquia; sin embargo, por escasez de sacerdotes u otras
circunstancias, se puede confiar a un mismo paá rroco la cura de varias parroquias cercanas. #2. En cada parroquia debe haber
un solo paá rroco o moderador a tenor del can. 517, #1, quedando reprobada la costumbre contraria y revocado todo privilegio
contrario.
527. #1. Quien ha sido promovido para la atencioá n pastoral de una parroquia, la obtiene y estaá obligado a ejercerla desde el
momento de la toma de posesioá n. #2. Pone en posesioá n al paá rroco el Ordinario del lugar o un sacerdote delegado por eá l;
observando el modo establecido por ley particular o por costumbre legíátima; sin embargo, con causa justa, puede el mismo
Ordinario dispensar de ese modo, en cuyo caso la notificacioá n de la dispensa a la parroquia reemplaza a la toma de posesioá n.
#3. El Ordinario del lugar determinaraá el plazo dentro del cual debe tomarse posesioá n de la parroquia; si se deja pasar este
plazo inuá tilmente, sin que obste un impedimento justo, puede declarar vacante la parroquia.
528. #1. El paá rroco tiene la obligacioá n de procurar que la palabra de Dios sea anunciada en su integridad a quienes viven en la
parroquia; por ello, cuide de que los fieles laicos sean educados en las verdades de la fe, sobre todo mediante la homilíáa que ha
de tenerse los díáas domingos y fiestas de precepto y la instruccioá n catequeá tica que ha de impartirse, y fomente las obras
mediante las cuales se promueva el espíáritu evangeá lico, incluso en lo que atanñ e a la justicia social; tenga peculiar cuidado en la
educacioá n catoá lica de los ninñ os y los joá venes; esfueá rcese con todos los medios posibles, incluso con la colaboracioá n de los fieles,
para que el mensaje evangeá lico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar la religioá n o no profesen la verdadera fe.
#2. El paá rroco esfueá rcese para que la santíásima Eucaristíáa sea el centro de la congregacioá n parroquial de los fieles; trabaje para
que los fieles se alimenten con la celebracioá n piadosa de los sacramentos, y de modo peculiar para que accedan
frecuentemente a los sacramentos de la santíásima Eucaristíáa y de la penitencia; procure tambieá n que sean conducidos a la
oracioá n, hecha tambieá n en el seno de las familias, y que participen consciente y activamente en la sagrada liturgia, la cual, bajo
la autoridad del Obispo diocesano, debe el paá rroco dirigir en su parroquia, con la obligacioá n de vigilar para que no se
introduzcan abusos.
529. #1. Para cumplir cuidadosamente su oficio de pastor, el paá rroco procuraraá conocer a los fieles encomendados a su
cuidado; para ello, visitaraá las familias, participando sobre todo en las preocupaciones, angustias y duelo de los fieles,
consolaá ndolos en el Senñ or, asíá como corrigieá ndolos prudentemente si fallan en algo; ayudaraá con proá diga caridad a los
enfermos, especialmente a los moribundos, fortalecieá ndolos solíácitamente con los sacramentos y encomendando sus almas a
Dios; se ocuparaá con peculiar cuidado de los pobres, afligidos, solos, emigrantes y de los que sufren especiales dificultades; se
esforzaraá tambieá n para que los esposos y padres sean ayudados en el cumplimiento de sus obligaciones propias y fomentaraá el
aumento de la vida cristiana en el seno de la familia. #2. El paá rroco reconozca y promueva la funcioá n propia que tienen los
fieles laicos en la misioá n de la Iglesia, fomentando sus asociaciones para fines religiosos. Coopere con el Obispo propio y con el
presbiterio diocesano, esforzaá ndose tambieá n para que los fieles cultiven la comunioá n parroquial, y se sientan miembros tanto
de la dioá cesis como de la Iglesia universal y participen de las obras que miren a promover esa comunioá n o las sostengan.
530. Las funciones especialmente encomendadas al paá rroco son las que siguen:
1º. la administracioá n del bautismo;
2º. la administracioá n del sacramento de la confirmacioá n a los que se encuentran en peligro de muerte, a tenor del can. 883, n. 3;
3º. la administracioá n del Viaá tico asíá como de la uncioá n de los enfermos, quedando firme la prescripcioá n del can. 1003, ## 2 y 3,
asíá como el impartir la bendicioá n apostoá lica;
4º. la asistencia a los matrimonios y la bendicioá n de las nupcias;
5º. la celebracioá n de los funerales;
6º. la bendicioá n de la pila bautismal en tiempo pascual, la presidencia de las procesiones fuera de la iglesia y las bendiciones
solemnes fuera de la iglesia;
7º. la celebracioá n eucaríástica maá s solemne los domingos y fiestas de precepto.
531. Aunque otro haya realizado una determinada funcioá n parroquial, ha de entregar a la masa parroquial las ofrendas
recibidas de los fieles en tal ocasioá n, a no ser que, respecto de las limosnas voluntarias, conste la intencioá n contraria de quien
las ofrece; compete al Obispo diocesano, despueá s de oir al consejo presbiteral, establecer prescripciones mediante las cuales se
provea al destino de esas ofrendas, asíá como a la remuneracioá n de los cleá rigos que cumplen esa funcioá n.
532. En todos los asuntos juríádicos, el paá rroco representa a la parroquia, a tenor del derecho; debe cuidar de que los bienes de
la parroquia sean administrados a tenor de los caá ns. 1281-1288.
533. #1. El paá rroco tiene obligacioá n de residir en la casa parroquial cerca de la iglesia; sin embargo, en casos particulares, si
hay una causa justa, el Ordinario del lugar puede permitir que viva en otro lugar, sobre todo en una casa comuá n de varios
presbíáteros, con tal de que se provea debida y adecuadamente al cumplimiento de las tareas parroquiales. #2. A no ser que
obste una razoá n grave, el paá rroco puede ausentarse de la parroquia, en concepto de vacaciones, como maá ximo durante un mes
continuo o interrumpido todos los anñ os; no se computan en ese tiempo de vacaciones los díáas durante los cuales el paá rroco
asiste una vez al anñ o al retiro espiritual; sin embargo, para ausentarse de la parroquia maá s de una semana, el paá rroco tiene la
obligacioá n de avisar al Ordinario del lugar. #3. Corresponde al Obispo diocesano establecer las normas mediante las cuales,
durante la ausencia del paá rroco, se provea a la atencioá n de la parroquia por medio de un sacerdote dotado de las debidas
facultades.
534. #1. Despueá s de haber tomado posesioá n de la parroquia, el paá rroco estaá obligado a aplicar la Misa por el pueblo que le ha
sido encomendado todos los domingos y fiestas que sean de precepto en su dioá cesis; quien, no obstante se encuentre
legíátimamente impedido para esta celebracioá n, la aplicaraá esos mismos díáas por medio de otro, u otros díáas personalmente. #2.
Los díáas de que se trata en el # 1, el paá rroco que tiene la atencioá n de varias parroquias, tiene obligacioá n de aplicar una sola
Misa por todo el pueblo que se le ha encomendado. #3. El paá rroco que no haya satisfecho la obligacioá n de la que se trata en los
## 1 y 2, aplicaraá cuanto antes por el pueblo tantas Misas cuantas haya omitido.
535. #1. En cada parroquia, se llevaraá n los libros parroquiales, es decir, de bautizados, de matrimonios, de difuntos y aquellos
otros prescriptos por la Conferencia Episcopal o por el Obispo diocesano; el paá rroco cuidaraá de que esos libros se lleven con
exactitud y se guarden con cuidado. #2. En el libro de bautizados se anotaraá tambieá n la confirmacioá n, asíá como lo que se refiere
al estado canoá nico de los fieles en razoá n del matrimonio, quedando a salvo lo prescripto por el can. 1133, en razoá n de la
adopcioá n, y en razoá n de la recepcioá n del orden sagrado, de la profesioá n perpetua emitida en un instituto religioso y del cambio
de rito; y esas anotaciones se haraá n constar siempre en la partida de bautismo. #3. Cada parroquia ha de tener su propio sello;
las certificaciones que se hacen del estado canoá nico de los fieles, asíá como todas las actas que puedan tener importancia
juríádica, seraá n firmadas por el mismo paá rroco o su delegado y seraá n provistas del sello parroquial. #4. En toda parroquia habraá
un tabulario o archivo en que se guarden los libros parroquiales, junto con las cartas de los Obispos y otros documentos, que se
han de conservar por motivos de necesidad o de utilidad; todo ello deber ser revisado por el Obispo diocesano o por su
delegado en el momento de la visita o en otra ocasioá n oportuna, y el paá rroco cuidaraá de que no vaya a parar a manos de
extranñ os. #5. Tambieá n se conservaraá n cuidadosamente los libros parroquiales maá s antiguos, seguá n las prescripciones del
derecho particular.
536. #1. Si es oportuno, a juicio del Obispo diocesano y oíádo el consejo presbiteral, se constituiraá en cada parroquia un consejo
pastoral, que preside el paá rroco y en el cual los fieles, junto con aqueá llos que participan en virtud de su oficio de la cura
pastoral en la parroquia, presten su ayuda para fomentar la actividad pastoral. #2. El consejo pastoral goza de voto solamente
consultivo y se rige por las normas establecidas por el Obispo diocesano.
537. En cada parroquia ha de haber un consejo de asuntos econoá micos, que se rige, ademaá s de por el derecho universal, por las
normas dadas por el Obispo diocesano, y en el cual los fieles, elegidos seguá n esas normas, sirven de ayuda al paá rroco en la
administracioá n de los bienes de la parroquia, quedando firme lo prescripto en el can. 532.
538. #1. El paá rroco cesa en su oficio por remocioá n o por traslado hecho por el Obispo diocesano a tenor del derecho, por
renuncia presentada por una causa justa por el mismo paá rroco y, para que sea vaá lida, aceptada por el propio Obispo, y
asimismo por haber vencido el plazo si hubiera sido constituido por un tiempo determinado, seguá n las prescripciones del
derecho particular al que se refiere el can. 522. #2. El paá rroco que es miembro de un instituto religioso o que estaá incardinado
en una sociedad de vida apostoá lica, seraá removido a tenor del can. 682, # 2. #3. Cuando ha cumplido los setenta y cinco anñ os de
edad, se ruega al paá rroco que presente la renuncia del oficio al Obispo diocesano, el cual, teniendo en cuenta todas las
circunstancias de la persona y del lugar, decidiraá si debe aceptarla o diferirla; el Obispo diocesano proveeraá al renunciante de
una sustentacioá n coá moda y de vivienda, teniendo en cuenta las normas establecidas por la Conferencia Episcopal.
539. Cuando queda vacante una parroquia o el paá rroco queda imposibilitado para ejercer en ella la funcioá n pastoral por
prisioá n, destierro o deportacioá n, incapacidad o enfermedad u otra causa, el Obispo diocesano designaraá cuanto antes un
Administrador parroquial, es decir un sacerdote que haga las veces del paá rroco a tenor del can. 540.
540. #1. El Administrador parroquial tiene los mismos deberes y goza de los mismos derechos que el paá rroco, salvo que el
Obispo diocesano establezca otra cosa. #2. No es líácito al Administrador parroquial hacer nada que perjudique los derechos del
paá rroco o bien cause danñ o a los bienes parroquiales. #3. Una vez cumplida su tarea, el Administrador parroquial rendiraá
cuentas al paá rroco.
541. #1. Al quedar vacante una parroquia o al estar impedido el paá rroco para ejercer la funcioá n pastoral, antes de la
constitucioá n del Administrador parroquial, asumiraá interinamente el gobierno de la parroquia el vicario parroquial; si son
varios, el maá s antiguo por su nombramiento y, donde no haya vicarios, el paá rroco determinado por el derecho particular. #2.
Quien a tenor del # 1 asume el gobierno de la parroquia, informe inmediatamente al Ordinario del lugar que la parroquia estaá
vacante.
542. Los sacerdotes a los que, a tenor del can. 517, # 1, se encomienda solidariamente la atencioá n pastoral de una o de varias
parroquias:
1º. estaraá n dotados de las cualidades de que se habla en el can. 521;
2º. se nombraraá n o instituiraá n a tenor de las prescripciones de los caá ns. 522 y 524;
3º. obtendraá n la atencioá n pastoral solamente desde el momento de la toma de posesioá n; el moderador de ellos es puesto en
posesioá n a tenor de las prescripciones del can. 527, # 2; en cambio, para los demaá s sacerdotes, la profesioá n de fe legíátimamente
emitida hace las veces de la toma de posesioá n.
543. #1. Si se encomienda solidariamente a los sacerdotes la atencioá n pastoral de alguna parroquia o de varias parroquias a la
vez, cada uno de ellos, seguá n la distribucioá n establecida por ellos mismos, tiene la obligacioá n de desempenñ ar las tareas y
funciones del paá rroco de que se trata en los caá ns. 528, 529 y 530; la facultad de asistir a los matrimonios, asíá como todas las
potestades de dispensar concedidas al paá rroco en virtud del mismo derecho, competen a todos ellos, pero deben ejercerse bajo
la direccioá n del moderador. #2. Todos los sacerdotes que pertenecen al grupo:
1º. tienen la obligacioá n de residencia;
2º. estableceraá n de comuá n acuerdo el orden seguá n el cual uno de ellos celebraraá la Misa por el pueblo, a tenor del can. 534;
3º. en los asuntos juríádicos, solamente el moderador representa a la parroquia o a las parroquias encomendadas al grupo.
544. Al cesar en el oficio uno de los sacerdotes del grupo del que se trata en el can. 517, # 1, o el moderador del grupo, y
asimismo al quedar incapacitado uno de ellos para el ejercicio de la funcioá n pastoral, no queda vacante por ello la parroquia o
parroquias encomendadas a la atencioá n del grupo; sin embargo, corresponde al Obispo diocesano nombrar otro moderador;
no obstante, hasta que el Obispo nombre a otro, esta funcioá n la cumpliraá el sacerdote del mismo grupo que sea maá s antiguo
por su nombramiento.
545. #1. Toda vez que sea necesario u oportuno para cumplir debidamente la atencioá n pastoral de la parroquia, pueden
agregarse al paá rroco uno o varios vicarios parroquiales, que, como cooperadores del paá rroco y partíácipes de su solicitud,
unidos al paá rroco en un mismo acuerdo y deseo, trabajen bajo su autoridad en el ministerio pastoral. #2. El vicario parroquial
puede ser nombrado, bien para que ayude en el desempenñ o de todo el ministerio pastoral y esto, para toda la parroquia o para
una determinada parte de la parroquia o para cierto grupo de fieles de la parroquia, o bien puede ser nombrado para que
colabore en un determinado ministerio que haya de realizarse a la vez en varias parroquias.
546. Para que alguien sea nombrado vaá lidamente vicario parroquial es necesario que esteá constituido en el orden sagrado del
presbiterado.
547. Al vicario parroquial lo nombra libremente el Obispo diocesano, despueá s de oíár, si lo juzga oportuno, al paá rroco o a los
paá rrocos de las parroquias para las cuales es constituido, asíá como al vicario foraá neo, quedando firmes los prescripciones del
can. 682, # 1.
548. #1. Las obligaciones y derechos del vicario parroquial se determinan, ademaá s de por los caá nones de este capíátulo, por los
estatutos diocesanos y el documento de nombramiento del Obispo diocesano; de manera maá s particular se determinan por el
mandato del paá rroco. #2. A menos que se establezca expresamente otra cosa en el documento de nombramiento del Obispo
diocesano, el vicario parroquial, en virtud de su oficio, tiene la obligacioá n de ayudar al paá rroco en todo el ministerio parroquial,
exceptuada sin embargo la aplicacioá n de la Misa por el pueblo; asimismo, si llega el caso, debe hacer las veces del paá rroco a
tenor del derecho. #3. El vicario parroquial ha de informar regularmente al paá rroco sobre las iniciativas pastorales
proyectadas y emprendidas, de manera tal que el paá rroco y el vicario o los vicarios puedan proveer a la atencioá n pastoral de la
parroquia, de la que son conjuntamente responsables.
549. En ausencia del paá rroco, si el Obispo diocesano no ha provisto de otro modo a tenor del can. 533, # 3, y si no se ha
constituido un Administrador parroquial, deben observarse las prescripciones del can. 541, # 1; en este caso, el vicario tienen
todas las obligaciones del paá rroco, excepto la de aplicar la Misa por el pueblo.
550. #1. El vicario parroquial tiene la obligacioá n de residir en la parroquia o en una de ellas si ha sido constituido para varias
simultaá neamente; sin embargo, por causa justa, el Ordinario del lugar puede permitir que resida en otro sitio, sobre todo en
una casa comuá n a varios presbíáteros, con tal que de ello no se siga perjuicio alguno para el cumplimiento de las tareas
pastorales. #2. Cuando sea posible, el Ordinario del lugar cuide de que el paá rroco y los vicarios tengan alguá n tipo de vida
comunitaria en la casa parroquial. #3. En lo que atanñ e al tiempo de vacaciones, el vicario parroquial goza del mismo derecho
que el paá rroco.
551. En lo que atanñ e a las ofrendas que los fieles hacen al vicario con ocasioá n del cumplimiento del ministerio pastoral, se
observaraá n las prescripciones del can. 531.
552. El vicario parroquial puede ser removido por el Obispo diocesano o por el Administrador diocesano, por una causa justa,
quedando firme lo prescripto por el can. 682, # 2.

Capítulo VII: De los vicarios foráneos


553. #1. El vicario foraá neo, que tambieá n es llamado decano o arcipreste o con otros nombres, es el sacerdote que preside el
vicariato foraá neo. #2. A no ser que el derecho particular establezca otra cosa, el vicario foraá neo es nombrado por el Obispo
diocesano, despueá s de oíár, seguá n su prudente juicio, a los sacerdotes que ejercen el ministerio en el vicariato foraá neo del que se
trata.
554. #1. Para el oficio de vicario foraá neo, que no estaá ligado con el de paá rroco de una determinada parroquia, el Obispo elegiraá
a aquel sacerdote a quien considera idoá neo, seguá n las circunstancias de lugar y de tiempo. #2. El vicario foraá neo debe ser
nombrado por un tiempo determinado, establecido en el derecho particular. #3. El vicario foraá neo puede ser removido
libremente de su oficio por el Obispo diocesano, seguá n su prudente arbitrio y con una causa justa.
555. #1. Al vicario foraá neo, ademaá s de las facultades que le atribuya legíátimamente el derecho particular, le corresponde la
obligacioá n y el derecho de:
1º promover y coordinar la actividad pastoral comuá n en el vicariato;
2º cuidar de que los cleá rigos de su distrito vivan de modo conforme a su estado y cumplan cuidadosamente sus obligaciones;
3º procurar que las funciones religiosas sean celebradas seguá n las prescripciones de la sagrada liturgia, que se conserve
cuidadosamente el decoro y esplendor de las iglesias y de los objetos y ornamentos sagrados, sobre todo en la celebracioá n
eucaríástica y en la custodia del santíásimo Sacramento, que se lleven correctamente y se guarden debidamente los libros
parroquiales, que se administren con cuidado los bienes eclesiaá sticos, y finalmente que se conserve la casa parroquial con la
debida diligencia. #2. En el vicariato que se le confíáa, el vicario foraá neo:
1º colabore para que los cleá rigos, seguá n las prescripciones del derecho particular y en los momentos que eá ste establezca,
asistan a las clases, reuniones teoloá gicas o conferencias, a tenor del can. 279, # 2;
2º cuide de que los presbíáteros de su distrito tengan acceso a los medios espirituales, y seraá especialmente solíácito con
aquellos que se hallen en circunstancias maá s difíáciles o se vean agobiados por problemas. #3. Cuide de que los paá rrocos de su
distrito que sepa que se encuentran gravemente enfermos, no carezcan de los auxilios espirituales y materiales, y de que se
celebre dignamente el funeral de aquellos que fallezcan, proveeraá tambieá n para que, en ocasioá n de su enfermedad o muerte, no
desaparezcan o se quiten de su sitio los libros, documentos, objetos y ornamentos sagrados y otras cosas pertenecientes a la
Iglesia. #4. El vicario foraá neo tiene la obligacioá n de visitar las parroquias de su distrito, seguá n la determinacioá n hecha por el
Obispo diocesano.

Capítulo VIII: De los rectores de iglesias y de los capellanes


Artíáculo 1: De los rectores de iglesias
556. Por rectores de iglesia se entiende aquíá a aquellos sacerdotes a quienes se confíáa, para que celebren en ella los oficios, la
atencioá n de una iglesia no parroquial ni capitular, ni anexa a la casa de una comunidad religiosa o de una sociedad de vida
apostoá lica.
557. #1. El rector de una iglesia es nombrado libremente por el Obispo diocesano, salvo que el derecho de elegir o de presentar
pertenezca legíátimamente a alguien; en ese caso, corresponde al Obispo diocesano confirmar o instituir al rector. #2. Aunque la
iglesia pertenezca a un instituto religioso clerical de derecho pontificio, compete al Obispo diocesano conferir la institucioá n al
rector presentado por el Superior. #3. El rector de la iglesia que estaá unida con el seminario o con otro colegio dirigido por
cleá rigos, es el rector del seminario o colegio, a menos que el Obispo diocesano, establezca otra cosa.
558. Salvo lo prescripto en el can. 262, al rector no le estaá permitido realizar en la iglesia que se le encomienda las funciones
parroquiales de las que trata el can. 530, nn. 1-6, sin el consentimiento o, si llega el caso, la delegacioá n del paá rroco.
559. En la iglesia que se le encomienda, el rector puede realizar las celebraciones lituá rgicas, incluso solemnes, salvo las leyes
legíátimas de fundacioá n, y siempre que, a juicio del Ordinario del lugar, de ninguna manera causen perjuicio al ministerio
parroquial.
560. Cuando lo juzgue oportuno, el Ordinario del lugar puede mandar al rector que celebre en su iglesia determinadas
funciones, incluso parroquiales, asíá como tambieá n que la iglesia esteá abierta para determinados grupos de fieles a fin de que
allíá realicen las celebraciones lituá rgicas.
561. Sin licencia del rector o de otro superior legíátimo, a nadie es líácito celebrar la Eucaristíáa, administrar sacramentos o
realizar otras funciones sagradas en la iglesia; esta licencia ha de otorgarse o denegarse a tenor del derecho.
562. Bajo la autoridad del Ordinario del lugar y respetando los estatutos legíátimos y los derechos adquiridos, el rector de la
iglesia tiene la obligacioá n de proveer a fin de que las funciones sagradas se celebren en la iglesia dignamente seguá n las normas
lituá rgicas y las prescripciones de los caá nones; que se cumplan fielmente las cargas; que se administren cuidadosamente los
bienes; que se provea la conservacioá n y decoro de los objetos y edificios sagrados; y que no se haga nada que de cualquier
modo no corresponda a la santidad del lugar y al respeto debido a la casa de Dios.
563. Al rector de una iglesia, aunque haya sido elegido o presentado por otros, puede removerlo el Ordinario del lugar con
justa causa y seguá n su prudente arbitrio, quedando firme las prescripciones del can. 682, # 2.

Artíáculo 2 De los capellanes


564. El capellaá n es un sacerdote a quien, de modo estable, se encomienda, al menos en parte, la atencioá n pastoral de alguna
comunidad o de un grupo peculiar de fieles, para que la ejerza a tenor del derecho universal y particular.
565. A menos que el derecho establezca otra cosa o bien competan a alguien legíátimamente derechos especiales, el capellaá n es
nombrado por el Ordinario del lugar, al cual tambieá n corresponde instituir al presentado o confirmar al elegido.
566. #1. El capellaá n debe estar dotado de todas las facultades que requiere la buena atencioá n pastoral. Ademaá s de aquellas que
se conceden por derecho particular o por delegacioá n especial, el capellaá n en virtud del oficio, tiene la facultad de oíár las
confesiones de los fieles encomendados a su atencioá n, de predicarles la Palabra de Dios, de administrarles el Viaá tico y la uncioá n
de los enfermos, y tambieá n de conferir el sacramento de la confirmacioá n a los que se encuentren en peligro de muerte. #2. En
los hospitales, caá rceles y viajes maríátimos el capellaá n tiene ademaá s la facultad, que puede ejercer solamente en esos lugares, de
absolver de censuras latae sententiae no reservadas ni declaradas, permaneciendo firme, sin embargo, lo prescripto en el can.
976.
567. #1. El Ordinario del lugar no procederaá al nombramiento de capellaá n de la casa de un instituto religioso laical, sin
consultar al Superior, que tiene el derecho, despueá s de oíár a la comunidad, de proponer a un sacerdote. #2. Corresponde al
capellaá n celebrar las funciones lituá rgicas o dirigirlas; pero no le estaá permitido inmiscuirse en el reá gimen interno del instituto.
568. En la medida de lo posible, se constituiraá n capellanes para aquellos que, por su condicioá n de vida, no pueden gozar de la
atencioá n ordinaria de los paá rrocos, como son los emigrantes, desterrados, proá fugos, noá madas, marinos.
569. Los capellanes castrenses se rigen por leyes especiales.
570. Si hay una iglesia no parroquial anexada a la sede de una comunidad o de un grupo, seraá capellaá n el rector de la misma
iglesia, a menos que la atencioá n de la comunidad o de la iglesia exija otra cosa.
571. En el ejercicio de su funcioá n pastoral, el capellaá n debe guardar la debida unioá n con el paá rroco.
572. En lo que atanñ e a la remocioá n del capellaá n, se observaraá lo prescripto en el can. 563.

PARTE III De los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica
SECCION I: De los institutos de vida consagrada

TÍTULO I Normas comunes a todos los institutos de vida consagrada


573. #1. La vida consagrada por la profesioá n de los consejos evangeá licos es una forma estable de vivir en la cual los fieles,
siguiendo maá s de cerca a Cristo bajo la accioá n del Espíáritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para
que, entregados por un nuevo y peculiar tíátulo a su gloria, a la edificacioá n de la Iglesia y a la salvacioá n del mundo, consigan la
perfeccioá n de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria
celestial. #2. Esta forma de vida en institutos de vida consagrada canoá nicamente erigidos por la autoridad competente de la
Iglesia, la asumen libremente aquellos fieles que, mediante votos y otros víánculos sagrados, seguá n las leyes propias de los
institutos, profesan los consejos evangeá licos de castidad, pobreza y obediencia, y por la caridad a la que eá stos conducen, se
unen de modo especial a la Iglesia y a su misterio.
574. #1. El estado de quienes profesan los consejos evangeá licos en estos institutos, pertenece a la vida y a la santidad de la
Iglesia y, por ello, todos en la Iglesia deben fomentarlo y promoverlo. #2. A este estado, Dios llama especialmente a algunos
fieles para que gocen de este don peculiar en la vida de la Iglesia y favorezcan su misioá n salvíáfica, de acuerdo con el fin y el
espíáritu del instituto.
575. Los consejos evangeá licos, fundados en la doctrina y los ejemplos de Cristo Maestro, son un don divino, que la Iglesia ha
recibido del Senñ or y conserva siempre con Su gracia.
576. Corresponde a la autoridad competente de la Iglesia interpretar los consejos evangeá licos, regular con leyes su praá ctica y
determinar, mediante aprobacioá n canoá nica, las formas estables de vivirlos, asíá como, por su parte, cuidar de que los institutos
crezcan y florezcan seguá n el espíáritu de sus fundadores y las sanas tradiciones.
577. En la Iglesia hay muchos institutos de vida consagrada, que tienen dones diferentes seguá n la gracia que les ha sido dada:
en efecto, siguen maá s de cerca a Cristo ya cuando ora, ya cuando anuncia el Reino de Dios, ya cuando hace el bien a los
hombres, ya cuando convive con ellos en el mundo, cumpliendo siempre, sin embargo, la voluntad del Padre.
578. Todos han de observar con fidelidad la voluntad e intenciones de los fundadores, corroborada por la autoridad
eclesiaá stica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíáritu e íándole del instituto, asíá como sus sanas tradiciones, todo lo cual
constituye el patrimonio del mismo instituto.
579. En su propio territorio, los Obispos diocesanos pueden erigir mediante decreto formal institutos de vida consagrada,
siempre que se haya consultado a la Sede Apostoá lica.
580. La agregacioá n de un instituto de vida consagrada a otro se reserva a la autoridad competente del instituto que agrega,
quedando siempre a salvo la autonomíáa canoá nica del instituto agregado.
581. Dividir un instituto en partes, cualquiera que sea el nombre de eá stas, erigir otras nuevas, unir las ya erigidas o delimitarlas
de otro modo, corresponde a la autoridad competente del instituto, a tenor de las constituciones.
582. Las fusiones y uniones de institutos de vida consagrada se reservan exclusivamente a la Sede Apostoá lica; asimismo se
reservan a la misma las confederaciones y federaciones.
583. En los institutos de vida consagrada, no pueden introducirse modificaciones que afecten a lo aprobado por la Sede
Apostoá lica sin la licencia de eá sta.
584. Suprimir un instituto compete exclusivamente a la Sede Apostoá lica, a la cual tambieá n se reserva establecer lo referente a
los bienes temporales del mismo.
585. Suprimir partes de un instituto corresponde a la autoridad competente del mismo instituto.
586. #1. A cada uno de los institutos se le reconoce una justa autonomíáa de vida, principalmente de gobierno, de manera que
gocen en la Iglesia de su propia disciplina y puedan conservar íántegro su patrimonio, seguá n lo dispuesto en el can. 578. #2.
Corresponde a los Ordinarios del lugar conservar y defender esta autonomíáa.
587. #1. Para defender con mayor fidelidad la vocacioá n y la identidad de cada instituto, el coá digo fundamental o constituciones
de cualquiera de ellos debe contener, ademaá s de lo que se establece observar en el can. 578, las normas fundamentales sobre el
gobierno del instituto y la disciplina de sus miembros, la incorporacioá n y formacioá n de los mismos, asíá como el objeto propio
de los víánculos sagrados. #2. Este coá digo es aprobado por la autoridad competente de la Iglesia y solamente con su
consentimiento puede modificarse. #3. En este coá digo se han de armonizar adecuadamente los elementos espirituales y los
juríádicos; pero no deben multiplicarse las normas sin necesidad. #4. Las demaá s normas establecidas por la autoridad
competente del instituto se recogeraá n convenientemente en otros coá digos, que, sin embargo, pueden revisarse y adaptarse
cuando sea oportuno seguá n las exigencias de los lugares y los tiempos.
588. #1. El estado de vida consagrada, por su naturaleza, no es ni clerical ni laical. #2. Se llama instituto clerical aquel que,
atendiendo al fin o intencioá n querido por su fundador o en virtud de legíátima tradicioá n se halla bajo la direccioá n de cleá rigos,
asume el ejercicio del orden sagrado y estaá reconocido como tal por la autoridad de la Iglesia. #3. Se denomina instituto laical
aquel que, reconocido como tal por la autoridad de la Iglesia, en virtud de su naturaleza, íándole y fin, tiene una funcioá n propia,
determinada por el fundador o por tradicioá n legíátima y no incluye el ejercicio del orden sagrado.
589. Un instituto de vida consagrada se llama de derecho pontificio cuando ha sido erigido por la Sede Apostoá lica o bien
aprobado mediante un decreto formal de eá sta; se llama, en cambio, de derecho diocesano, cuando, habiendo sido erigido por
un Obispo diocesano no ha obtenido el decreto de aprobacioá n por parte de la Sede Apostoá lica.
590. #1. Los institutos de vida consagrada, precisamente por dedicarse de un modo especial al servicio de Dios y de toda la
Iglesia se hallan sometidos por una razoá n peculiar a la autoridad suprema de eá sta. #2. Cada uno de sus miembros estaá obligado
a obedecer al Sumo Pontíáfice, como a su Superior supremo, incluso en virtud del víánculo sagrado de obediencia.
591. Para proveer mejor al bien del instituto y a las necesidades del apostolado, el Sumo Pontíáfice, en virtud de su primado
sobre toda la Iglesia y en atencioá n a la utilidad comuá n puede eximir a los institutos de vida consagrada del gobierno de los
Ordinarios del lugar y someterlos exclusivamente a síá mismo o a otra autoridad eclesiaá stica.
592. #1. Para fomentar mejor la comunioá n de los institutos con la Sede Apostoá lica, todo Moderador supremo enviaraá a la
misma Sede Apostoá lica un informe breve sobre la situacioá n y vida del instituto en el modo y tiempo establecidos por ella. #2.
Los Moderadores de cada instituto promoveraá n el conocimiento de los documentos de la Santa Sede que afectan a los
miembros que les han sido confiados, y cuidaraá n su observancia.
593. Quedando firme lo prescripto en el can. 586, los institutos de derecho pontificio quedan sometidos inmediata y
exclusivamente a la potestad de la Sede Apostoá lica en lo referente al gobierno interno y a la disciplina.
594. Un instituto de derecho diocesano, quedando firme el can. 586, permanece bajo el cuidado especial del Obispo diocesano.
595. #1. Corresponde al Obispo de la sede principal aprobar las constituciones y confirmar las enmiendas legíátimamente
introducidas en ellas, salvo aquello en lo que hubiera puesto sus manos la Sede Apostoá lica, asíá como tratar los asuntos maá s
importantes referidos a todo el instituto que esteá n por encima de la potestad de la autoridad interna, consultando, sin
embargo, a los demaá s Obispos diocesanos, si el instituto se hubiera extendido a distintas dioá cesis. #2. En casos particulares, el
Obispo diocesano puede conceder dispensas de las constituciones.
596. #1. Los Superiores y los capíátulos de los institutos tienen, respecto de los miembros, la potestad determinada por el
derecho universal y las constituciones. #2. En los institutos religiosos clericales de derecho pontificio tienen ademaá s potestad
eclesiaá stica de reá gimen, tanto para el fuero externo como para el interno. #3. A la potestad de la que se trata en el # 1 se
aplican las prescripciones de los caá ns. 131, 133 y 137-144.
597. #1. Puede ser admitido en un instituto de vida consagrada todo catoá lico, movido de recta intencioá n, que tenga las
cualidades exigidas por el derecho universal y por el propio, y que esteá libre de todo impedimento. #2. Nadie puede ser
admitido sin la conveniente preparacioá n.
598. #1. Teniendo en cuenta su caraá cter y fines propios, cada instituto determinaraá en sus constituciones el modo de observar
los consejos evangeá licos de castidad, pobreza y obediencia, de acuerdo con su estilo de vida. #2. Todos los miembros, por su
parte, no soá lo deben observar fiel e íántegramente los consejos evangeá licos, sino tambieá n ordenar su vida seguá n el derecho
propio del instituto y esforzarse asíá por alcanzar la perfeccioá n de su estado.
599. El consejo evangeá lico de castidad asumido por el Reino de los cielos, que es signo del mundo futuro y fuente de una
fecundidad maá s abundante en un corazoá n no dividido, lleva consigo la obligacioá n de la continencia perfecta en el celibato.
600. El consejo evangeá lico de pobreza, a imitacioá n de Cristo, que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, ademaá s de una vida
pobre de hecho y de espíáritu, que ha de llevarse esforzadamente en la sobriedad y desprendida de las riquezas terrenas, lleva
consigo la dependencia y limitacioá n en el uso y disposicioá n de los bienes, conforme a la norma del derecho propio de cada
instituto.
601. El consejo evangeá lico de obediencia, recibido con espíáritu de fe y amor en el seguimiento de Cristo, obediente hasta la
muerte, obliga a someter la propia voluntad a los Superiores legíátimos, que hacen las veces de Dios, cuando mandan algo seguá n
las constituciones propias.
602. La vida fraterna, propia de cada instituto, por la que todos los miembros se unen en Cristo como en una familia peculiar,
debe determinarse de manera que resulte para todos una ayuda mutua en el cumplimiento de la vocacioá n propia de cada uno.
Por la comunioá n fraterna, enraizada y fundamentada en la caridad, los miembros han de ser ejemplo de la reconciliacioá n
universal en Cristo.
603. #1. Ademaá s de los institutos de vida consagrada, la Iglesia reconoce la vida eremíática o anacoreá tica, en la cual los fieles,
mediante un apartamiento maá s estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oracioá n asidua y la penitencia, dedican su vida a
la alabanza de Dios y salvacioá n del mundo. #2. Un ermitanñ o es reconocido por el derecho como entregado a Dios dentro de la
vida consagrada, si profesa puá blicamente los tres consejos evangeá licos, confirmados mediante voto u otro víánculo sagrado, en
manos del Obispo diocesano, y sigue su propio estilo de vida bajo la conduccioá n de eá ste.
604. #1. A estas formas de vida consagrada, se asemeja el orden de las víárgenes, las cuales, formulando el propoá sito santo de
seguir maá s de cerca a Cristo, son consagradas a Dios por el Obispo diocesano seguá n el rito lituá rgico aprobado, desposadas
míásticamente con Cristo, Hijo de Dios, y dedicadas al servicio de la Iglesia. #2. Las víárgenes pueden asociarse, para cumplir su
propoá sito con mayor fidelidad y para realizar, mediante la ayuda mutua, el servicio a la Iglesia, concorde con su propio estado.
605. La aprobacioá n de nuevas formas de vida consagrada se reserva exclusivamente a la Sede Apostoá lica. Sin embargo, los
Obispos diocesanos procuraraá n discernir los nuevos dones de vida consagrada confiados a la Iglesia por el Espíáritu Santo y
ayudar a quienes los promueven para que expresen sus propoá sitos de la mejor manera posible y los tutelen mediante estatutos
convenientes, aplicando sobre todo las normas generales contenidas en esta parte.
606. Lo que se establece sobre los institutos de vida consagrada y sobre sus miembros vale con igual derecho para ambos
sexos, a no ser que conste otra cosa por el contexto o por la naturaleza misma de la materia.

TÍTULO II De los institutos religiosos


607. #1. La vida religiosa, en cuanto es consagracioá n total de la persona, manifiesta el desposorio admirable establecido por
Dios en la Iglesia, signo del mundo futuro. De este modo, el religioso consuma la plena donacioá n de síá mismo como sacrificio
ofrecido a Dios, por el que toda su existencia se hace culto continuo a Dios en la caridad. #2. Un instituto religioso es una
sociedad en la que los miembros, seguá n el derecho propio, emiten votos puá blicos perpetuos o temporales que han de renovarse
sin embargo al vencer el plazo, y viven una vida fraterna en comuá n. #3. El testimonio puá blico que han de dar los religiosos a
Cristo y a la Iglesia lleva consigo una separacioá n del mundo, que es propia del caraá cter y la finalidad de cada instituto.

Capítulo I: De las casas religiosas y de su erección y supresión


608. La comunidad religiosa debe habitar en una casa legíátimamente constituida, bajo la autoridad del Superior designado a
tenor del derecho; cada casa tendraá al menos un oratorio, en el que se celebre y se reserve la Eucaristíáa, a fin de que sea
verdaderamente el centro de la comunidad.
609. #1. Las casas de un instituto religioso son erigidas por la autoridad competente seguá n las constituciones, con el
consentimiento previo del Obispo diocesano, dado por escrito. #2. Para erigir un monasterio de monjas se requiere ademaá s la
licencia de la Sede Apostoá lica.
610. #1. La ereccioá n de las casas se haraá teniendo en cuenta la utilidad de la Iglesia y del instituto, y asegurando todo aquello
que se requiere para que los miembros vivan debidamente la vida religiosa, seguá n los fines propios y el espíáritu del instituto.
#2. No se erigiraá ninguna casa religiosa si no se puede estimar prudentemente que podraá proveerse de manera adecuada a las
necesidades de los miembros.
611. El consentimiento del Obispo diocesano para erigir una casa de un instituto religioso lleva consigo el derecho de:
1º vivir seguá n el caraá cter y los fines propios del instituto;
2º ejercer, a tenor del derecho, las obras propias del instituto, respetaá ndose las condiciones puestas en el consentimiento;
3º en el caso de los institutos clericales, tener una iglesia, sin perjuicio de lo que prescribe el can. 1215, # 3, y cumplir los
ministerios sagrados, respetaá ndose lo establecido por el derecho.
612. Para que una casa religiosa pueda destinarse a obras apostoá licas diversas de aquellas para las que se constituyoá , se
requiere el consentimiento del Obispo diocesano; pero no, si se trata de un cambio que, respetando las leyes de fundacioá n,
afecte solamente al gobierno interno y disciplina.
613. #1. Una casa religiosa de canoá nigos regulares o de monjes bajo el gobierno y la atencioá n del Moderador propio es
autoá noma, a no ser que las constituciones determinen otra cosa. #2. El Moderador de una casa autoá noma es por derecho el
Superior mayor.
614. Los monasterios de monjas asociados a un instituto de varones mantienen su propio estilo de vida y gobierno conforme a
las constituciones. Deben determinarse los derechos y obligaciones recíáprocos de tal manera que, dicha asociacioá n, pueda
contribuir al bien espiritual.
615. Se encomienda a la vigilancia peculiar del Obispo diocesano, a tenor del derecho, el monasterio autoá nomo que, aparte de
su propio Moderador, no tiene otro Superior mayor ni estaá asociado a un instituto de religiosos de manera que el Superior de
eá ste tenga sobre dicho monasterio una verdadera potestad, determinada por las constituciones.
616. #1. Una casa religiosa legíátimamente erigida puede ser suprimida por el Moderador general, a tenor de las constituciones
y despueá s de consultado el Obispo diocesano. Sobre los bienes de la casa suprimida proveeraá el derecho propio del instituto,
quedando a salvo la voluntad de los fundadores o de los donantes y los derechos legíátimamente adquiridos. #2. La supresioá n
de una casa que sea la uá nica de un instituto corresponde a la Santa Sede, a la que tambieá n se reserva en su caso decidir sobre
los bienes. #3. La supresioá n de una casa autoá noma, sobre la que se trata en el can. 613, corresponde al capíátulo general, a
menos que las constituciones establezcan otra cosa. #4. La supresioá n de un monasterio autoá nomo de monjas corresponde a la
Sede Apostoá lica, observaá ndose, en lo que atanñ a a los bienes, las prescripciones de las constituciones.

Capítulo II: Del gobierno de los institutos


Artíáculo 1: De los Superiores y los consejos
617. Los Superiores cumplan su funcioá n y ejerzan su potestad a tenor del derecho universal y del propio.
618. Los Superiores ejerzan en espíáritu de servicio su potestad recibida de Dios por ministerio de la Iglesia. Por tanto, doá ciles a
la voluntad de Dios en el cumplimiento de su funcioá n, gobiernen a sus suá bditos como a hijos de Dios, y promoviendo su
obediencia voluntaria con respeto a la persona humana, escuá chenlos de buena gana y fomenten sus iniciativas en bien del
instituto y de la Iglesia, quedando sin embargo siempre firme su autoridad de decidir y de mandar lo que se ha de hacer.
619. Los Superiores se han de dedicar diligentemente a su oficio y, en unioá n con los miembros a ellos encomendados, procuren
edificar una comunidad fraterna en Cristo, en la cual, ante todo, se busque y se ame a Dios. Nutran, por tanto, a los miembros
con el alimento frecuente de la Palabra de Dios y conduá zcanlos a la celebracioá n de la sagrada liturgia. Sean para ellos ejemplo
en el cultivo de las virtudes y en la observancia de las leyes y tradiciones del propio instituto; ayuá denlos convenientemente en
sus necesidades personales, cuiden y visiten con solicitud a los enfermos, corrijan a los revoltosos, consuelen a los pusilaá nimes,
sean pacientes con todos.
620. Son Superiores mayores aquellos que gobiernan el instituto entero, o una provincia de eá ste, o una parte equiparada a la
misma, o una casa autoá noma, asíá como sus vicarios. A eá stos se anñ aden el Abad primado y el Superior de una congregacioá n
monaá stica, los cuales, sin embargo, no tienen toda la potestad que el derecho universal atribuye a los Superiores mayores.
621. Se llama provincia al conjunto de varias casas erigido canoá nicamente por la autoridad legíátima que, bajo un mismo
Superior, forma parte inmediata del mismo instituto.
622. El Moderador supremo tiene la potestad, que ha de ejercer seguá n el derecho propio, sobre todas las provincias, casas y
miembros del instituto; los demaá s Superiores gozan de ella dentro de los líámites de su cargo.
623. Para que los miembros sean nombrados o elegidos vaá lidamente para el cargo de Superior se requiere que, desde su
profesioá n perpetua o definitiva, haya transcurrido un tiempo conveniente, que seraá determinado en el derecho propio o,
cuando se trate de Superiores mayores, en las constituciones.
624. #1. Los Superiores seraá n nombrados por un períáodo de tiempo determinado y conveniente, seguá n la naturaleza y
necesidad del instituto, a no ser que las constituciones establezcan otra cosa para el Moderador supremo o los Superiores de
una casa autoá noma. #2. El derecho propio proveeraá , mediante normas adecuadas, a fin de que los Superiores nombrados por
un períáodo determinado no ocupen cargos de gobierno durante largo tiempo y sin interrupcioá n. #3. Sin embargo, pueden
durante el desempenñ o de su cargo ser removidos del oficio o trasladados a otro por causas establecidas en el derecho propio.
625. #1. El Moderador supremo de un instituto seraá designado por eleccioá n canoá nica, a tenor de las constituciones. #2. Las
elecciones del Superior de un monasterio autoá nomo, del que trata el can. 615, y del Moderador supremo de un instituto de
derecho diocesano son presididas por el Obispo de la sede principal. #3. Los demaá s Superiores seraá n nombrados a tenor de las
constituciones, de tal manera, sin embargo, que, si son elegidos, necesiten de la confirmacioá n del Superior mayor competente;
si, en cambio, son nombrados por el Superior, precederaá una consulta apropiada.
626. Tanto los Superiores al conferir los oficios como los miembros en las elecciones, observaraá n las normas del derecho
universal y del propio, se abstendraá n de cualquier abuso y acepcioá n de personas y, teniendo en cuenta uá nicamente a Dios y al
bien del instituto, nombraraá n o elegiraá n a quienes consideren en el Senñ or verdaderamente dignos y aptos. Se cuidaraá n ademaá s
en las elecciones de captar votos, directa o indirectamente, tanto para síá mismos como para otros.
627. #1. A tenor de las constituciones, los Superiores tendraá n su consejo propio, de cuya colaboracioá n han de valerse en el
ejercicio de su cargo. #2. Ademaá s de los casos prescriptos en el derecho universal, el derecho propio determinaraá los casos en
los cuales, para actuar vaá lidamente, se requiere el consentimiento o el consejo que hay que pedir a tenor del can. 127.
628. #1. Los Superiores designados para esta funcioá n por el derecho propio del instituto, visitaraá n en los momentos
establecidos las casas y a los miembros encomendados a su cuidado, seguá n las normas del mismo derecho propio. #2. Al
Obispo diocesano le corresponde el derecho y el deber de visitar, tambieá n en lo que se refiere a la disciplina religiosa:
1º los monasterios autoá nomos de los que trata el can. 615;
2º todas las casas de un instituto de derecho diocesano ubicadas dentro del territorio propio. #3. Los miembros trataraá n
confiadamente con el visitador, al cual, cuando interroga legíátimamente, estaá n obligados a responderle seguá n la verdad en la
caridad; a nadie, por otra parte, se permite apartar de cualquier modo a los miembros de esta obligacioá n o impedir de otra
manera la finalidad de la visita.
629. Los Superiores residan en su propia casa, y no se ausenten de ella sino a tenor del derecho propio.
630. #1. Los Superiores reconozcan a los miembros la debida libertad acerca del sacramento de la penitencia y de la direccioá n
espiritual, quedando a salvo, sin embargo, la disciplina del instituto. #2. Los Superiores han de ser solíácitos, a tenor del derecho
propio, para que los miembros dispongan de confesores idoá neos, con los cuales puedan confesarse frecuentemente. #3. En los
monasterios de monjas, casas de formacioá n y comunidades laicales maá s numerosas, habraá confesores ordinarios aprobados
por el Ordinario del lugar, despueá s de un intercambio de pareceres con la comunidad, pero sin que haya obligacioá n alguna de
acudir a ellos. #4. Los Superiores no oiraá n las confesiones de sus suá bditos, a menos que eá stos lo pidan espontaá neamente. #5.
Los miembros acudiraá n con confianza a sus Superiores, a quienes pueden abrir su corazoá n libre y espontaá neamente. Se
prohíábe, sin embargo, a los Superiores, inducir de cualquier modo a los miembros para que les manifiesten su conciencia.

Artíáculo 2
De los capíátulos
631. #1. El capíátulo general, que ostenta la autoridad suprema en el instituto a tenor de las constituciones, debe constituirse de
manera que, representando a todo el instituto, resulte un verdadero signo de su unidad en la caridad. Le corresponde
principalmente: defender el patrimonio del instituto, de que trata el can. 578, y promover su adecuada renovacioá n de acuerdo
con el mismo, elegir al Moderador supremo, tratar los asuntos maá s importantes, asíá como dictar normas, a las cuales todos
estaá n obligados a obedecer. #2. La composicioá n y el aá mbito de potestad del capíátulo se determinaraá n en las constituciones; el
derecho propio, ademaá s, estableceraá el procedimiento para la celebracioá n del capíátulo, sobre todo en lo que se refiere a las
elecciones y a la manera de tratar los asuntos. #3. Seguá n las normas determinadas en el derecho propio, no soá lo las provincias
y las comunidades locales, sino tambieá n cualquier miembro puede enviar libremente al capíátulo general sus deseos y
sugerencias.
632. El derecho propio determinaraá con precisioá n queá es lo que corresponde para otros capíátulos del instituto u otras
asambleas semejantes, o sea lo referido a su naturaleza, autoridad, composicioá n, procedimiento y tiempo de la celebracioá n.
633. #1. Los oá rganos de participacioá n o de consulta cumpliraá n con fidelidad la funcioá n que se les encomienda, a tenor del
derecho universal y del propio, y cada uno a su modo seraá n la expresioá n del cuidado y participacioá n de todos los miembros en
favor del bien del instituto entero o de la comunidad. #2. Al establecer y utilizar estos medios de participacioá n y de consulta,
debe observarse una sabia discrecioá n, y el modo de proceder de los mismos ha de ser conforme a la íándole y a la finalidad del
instituto.

Artíáculo 3
De los bienes temporales y de
su administracioá n
634. #1. Los institutos, las provincias y las casas, en cuanto son personas juríádicas en virtud del mismo derecho, tienen
capacidad de adquirir, poseer, administrar y enajenar bienes temporales, a no ser que esta capacidad quede excluida o limitada
por las constituciones. #2. Deben evitar, sin embargo, toda apariencia de lujo, de lucro inmoderado y de acumulacioá n de bienes.
635. #1. Los bienes temporales de los institutos religiosos, por ser bienes eclesiaá sticos, se rigen por las prescripciones del
Libro V, “De los bienes temporales de la Iglesia”, a no ser que se establezca expresamente otra cosa. #2. Cada instituto, sin
embargo, estableceraá normas convenientes sobre el uso y administracioá n de los bienes, mediante las cuales ha de fomentar,
defender y manifestar la pobreza que le es propia.
636. #1. En cada instituto, e igualmente en cada provincia gobernada por un Superior mayor, habraá un ecoá nomo distinto del
Superior mayor y nombrado a tenor del derecho propio, que llevaraá la administracioá n de los bienes bajo la direccioá n del
Superior respectivo. Tambieá n en las comunidades locales se nombraraá , en cuanto sea posible, un ecoá nomo distinto del
Superior local. #2. En el tiempo y modo determinados por el derecho propio, los ecoá nomos y demaá s administradores rendiraá n
cuentas de su administracioá n a la autoridad competente.
637. Los monasterios autoá nomos de los que se trata en el can. 615 deben rendir cuentas al Ordinario del lugar una vez al anñ o;
el Ordinario del lugar tiene, ademaá s, el derecho de conocer la situacioá n econoá mica de una casa religiosa de derecho diocesano.
638. #1. Corresponde al derecho propio, dentro del aá mbito del derecho universal, determinar cuaá les son los actos que
sobrepasan la finalidad y el modo de la administracioá n ordinaria, asíá como tambieá n establecer los requisitos necesarios para
realizar vaá lidamente un acto de administracioá n extraordinaria. #2. Ademaá s de los Superiores, realizan vaá lidamente gastos y
actos juríádicos de administracioá n ordinaria, dentro de los líámites de su cargo, tambieá n los oficiales designados para esta
funcioá n en el derecho propio. #3. Para la validez de una enajenacioá n o de cualquier operacioá n en la cual pueda sufrir perjuicio
la condicioá n patrimonial de una persona juríádica, se requiere la licencia del Superior competente dada por escrito, con el
consentimiento de su consejo. Sin embargo, si se trata de una operacioá n que supera la suma determinada por la Santa Sede
para cada regioá n, asíá como de bienes donados a la Iglesia con motivo de un voto o de bienes preciosos por su valor artíástico o
histoá rico, se requiere ademaá s la licencia de la misma Santa Sede. #4. Los monasterios autoá nomos de los que trata el can. 615 y
los institutos de derecho diocesano necesitan, ademaá s, del consentimiento del Ordinario del lugar, otorgado por escrito.
639. #1. Si una persona juríádica contrajere deudas y obligaciones, aun con licencia de los Superiores, estaá obligada a responder
de las mismas. #2. Si las contrajere un miembro, con licencia del Superior, respecto de sus propios bienes, debe responder
aqueá l personalmente; si, en cambio, ha realizado una operacioá n del instituto por mandato del Superior, debe responder el
instituto. #3. Si las contrajere un religioso sin licencia alguna de los Superiores, debe responder eá l personalmente, no en
cambio la persona juríádica. #4. Debe quedar firme, sin embargo, que siempre puede entablarse accioá n contra aqueá l que ha
aumentado su patrimonio a causa de un contrato realizado. #5. Los Superiores religiosos cuiden de no permitir que se
contraigan deudas, a menos que conste con certeza que con las rentas habituales se podraá pagar el intereá s y devolver el capital
por legíátima amortizacioá n dentro de un plazo no demasiado largo.
640. Teniendo en cuenta los distintos lugares, los institutos esfueá rcense en dar testimonio, de alguá n modo colectivo, de caridad
y pobreza y, en lo posible, destinaraá n algo al alivio de las necesidades de la Iglesia y el sustento de los pobres.

Capítulo III: De la admisión de los candidatos


y de la formacioá n de los miembros

Artíáculo 1: De la admisioá n en el noviciado


641. El derecho de admitir candidatos en el noviciado corresponde a los Superiores mayores, a tenor del derecho propio.
642. Con vigilante cuidado, los Superiores admitiraá n solamente a aquellos que, ademaá s de la edad requerida, tengan salud,
caraá cter adecuado y cualidades suficientes de madurez para abrazar la vida propia del instituto; esta salud, caraá cter y madurez
se comprobaraá n incluso, si es necesario, con la ayuda de peritos, quedando firme lo prescripto en el can. 220.
643. #1. Es admitido invaá lidamente en el noviciado:
 1º quien auá n no ha cumplido los diecisiete anñ os de edad;
 2º un coá nyuge durante el matrimonio;
 3º quien se halla ligado mediante un víánculo sagrado con un instituto de vida consagrada o se ha incorporado en una
sociedad de vida apostoá lica, quedando a salvo lo prescripto en el can. 684;
 4º quien ingresa en el instituto inducido por violencia, miedo grave o dolo, o aquel a quien el Superior admite inducido de
ese mismo modo;
 5º quien haya ocultado su incorporacioá n en un instituto de vida consagrada o en una sociedad de vida apostoá lica. #2. El
derecho propio puede anñ adir otros impedimentos, incluso para la validez de la admisioá n, o imponer otras condiciones.
644. Los Superiores no admitan en el noviciado a cleá rigos seculares sin consultar al Ordinario de los mismos, ni tampoco a
quienes hayan contraíádo deudas que no puedan pagar.
645. #1. Antes de ser admitidos en el noviciado, los candidatos deben presentar certificado de su bautismo y confirmacioá n, asíá
como de su estado libre. #2. Si se trata de admitir a cleá rigos o a aquellos que hubieran sido admitidos en otro instituto de vida
consagrada, en una sociedad de vida apostoá lica o en un seminario, se requiere ademaá s, respectivamente, el testimonio del
Ordinario del lugar o del Superior mayor del instituto o sociedad, o del rector del seminario. #3. El derecho propio puede exigir
otros testimonios sobre la idoneidad requerida de los candidatos y sobre su carencia de impedimentos. #4. Los Superiores, si
les parece necesario, pueden pedir tambieá n otras informaciones, incluso bajo secreto.

Artíáculo 2
Del noviciado y la formacioá n de los novicios
646. El noviciado, con el que comienza la vida en un instituto, tiene como finalidad que los novicios conozcan mejor la vocacioá n
divina, y ciertamente la propia del instituto, que experimenten el estilo de vida de eá ste, que conformen la mente y el corazoá n
con su espíáritu y que puedan ser comprobados su intencioá n y su idoneidad.
647. #1. La ereccioá n, traslado y supresioá n de la casa de noviciado deben hacerse mediante decreto escrito del Moderador
supremo del instituto, dado con el consentimiento de su consejo. #2. Para que el noviciado sea vaá lido, debe realizarse en una
casa debidamente destinada a esto. En casos particulares y como excepcioá n, por concesioá n del Moderador supremo con el
consentimiento de su consejo, un candidato puede hacer el noviciado en otra casa del instituto, bajo la direccioá n de un religioso
experimentado, que haga las veces de maestro de novicios. #3. El Superior mayor puede permitir que el grupo de los novicios
viva, durante determinados períáodos de tiempo, en otra casa del instituto designada por eá l mismo.
648. #1. Para que el noviciado sea vaá lido, debe durar doce meses, que se han de hacer en la misma comunidad del noviciado,
quedando firme lo prescripto en el can. 647, # 3. #2. Para completar la formacioá n de los novicios, ademaá s del plazo establecido
en el # 1, las constituciones pueden establecer uno o maá s períáodos de ejercitacioá n apostoá lica fuera de la comunidad del
noviciado. #3. El noviciado no se extenderaá maá s de dos anñ os.
649. #1. Quedando a salvo las prescripciones de los caá ns. 647, # 3, y 648, # 2, la ausencia de la casa del noviciado por maá s de
tres meses, sean continuos o con interrupciones, hace invaá lido el noviciado. La ausencia que supere los quince díáas debe
suplirse. #2. Con el permiso del Superior mayor competente, la primera profesioá n puede anticiparse, no maá s de quince díáas.
650. #1. El objetivo del noviciado exige que los novicios se formen bajo la direccioá n de un maestro seguá n el plan de formacioá n
que debe determinar el derecho propio. #2. El gobierno de los novicios queda reservado uá nicamente al maestro, bajo la
autoridad de los Superiores mayores.
651. #1. El maestro de novicios seraá un miembro del instituto, profeso de votos perpetuos y legíátimamente designado. #2. Si
fuera necesario, al maestro se le pueden dar cooperadores, que dependan de eá l en cuanto a la direccioá n del noviciado y al plan
de formacioá n. #3. Para la formacioá n de los novicios deben ponerse al frente miembros cuidadosamente preparados que, sin
estar impedidos por otros trabajos, puedan cumplir su funcioá n con fruto y de modo estable.
652. #1. Corresponde al maestro y a sus cooperadores discernir y comprobar la vocacioá n de los novicios, e irlos formando
gradualmente para que vivan la vida de perfeccioá n propia del instituto. #2. Debe conducirse a los novicios al cultivo de las
virtudes humanas y cristianas; se los debe introducir en un camino de perfeccioá n maá s plena mediante la oracioá n y la
abnegacioá n de síá mismos; se los debe instruir en la contemplacioá n del misterio de la salvacioá n y en la lectura y meditacioá n de
las sagradas Escrituras; se los debe preparar para que celebren el culto de Dios en la sagrada liturgia; deben aprender el modo
de vivir una vida consagrada a Dios y a los hombres en Cristo por medio de los consejos evangeá licos; se los debe formar en el
caraá cter y espíáritu, finalidad y disciplina, historia y vida del instituto y se los imbuiraá del amor a la Iglesia y a sus sagrados
Pastores. #3. Los novicios, conscientes de su propia responsabilidad, colaboraraá n activamente con su maestro de tal manera
que respondan fielmente a la gracia de la vocacioá n divina. #4. Los miembros del instituto han de cooperar por su parte en la
formacioá n de los novicios, con el ejemplo de su vida y con la oracioá n. #5. El tiempo de noviciado, sobre el que trata el can. 648,
# 1, debe emplearse propiamente en la tarea de formacioá n, por lo cual los novicios no se ocuparaá n en estudios o trabajos que
no contribuyan directamente a dicha formacioá n.
653. #1. Un novicio puede abandonar libremente el instituto; por su parte, la autoridad competente del instituto puede
despedirlo. #2. Al terminar el noviciado, si se lo considera idoá neo, el novicio seraá admitido a la profesioá n temporal; de lo
contrario seraá despedido; si queda alguna duda sobre su idoneidad, el Superior mayor puede prorrogar el tiempo de prueba a
tenor del derecho propio, pero no maá s de seis meses.

Artíáculo 3
De la profesioá n religiosa
654. Mediante la profesioá n religiosa, los miembros asumen con voto puá blico la observancia de los tres consejos evangeá licos, se
consagran a Dios por el ministerio de la Iglesia, y se incorporan en el instituto con los derechos y deberes determinados en el
derecho.
655. La profesioá n temporal se emitiraá por el tiempo establecido en el derecho propio, que no seraá inferior a un trienio ni
superior a un sexenio.
656. Para la validez de la profesioá n temporal se requiere que:
1º. quien la va a emitir, haya cumplido al menos los dieciocho anñ os de edad;
2º. haya realizado vaá lidamente el noviciado;
3º. haya sido admitido libremente por el Superior competente con el voto de su consejo a tenor del derecho;
4º. sea expresa y emitida sin violencia, miedo grave o dolo;
5º. sea recibida por el Superior legíátimo, personalmente o por medio de otro.
657. #1. Una vez cumplido el tiempo por el cual se emitioá la profesioá n, el religioso que lo pide espontaá neamente y sea
considerado idoá neo, debe ser admitido a la renovacioá n de la profesioá n o a la profesioá n perpetua; en caso contrario, saldraá del
instituto. #2. Si en cambio parece oportuno, el períáodo de la profesioá n temporal puede ser prolongado por el Superior
competente, de acuerdo con el derecho propio, de manera, sin embargo, que el tiempo durante el cual un miembro permanece
ligado por votos temporales, no supere los nueve anñ os. #3. La profesioá n perpetua puede ser anticipada con causa justa, pero no
maá s allaá de un trimestre.
658. Ademaá s de las condiciones de las que trata el can. 656, nn. 3,4 y 5 y de otras anñ adidas por el derecho propio, para la
validez de la profesioá n perpetua se requiere:
1º. al menos los veintiuá n anñ os de edad cumplidos;
2º. la profesioá n temporal previa por lo menos durante un trienio, quedando a salvo lo prescripto en el can. 657, # 3.

Artíáculo 4
De la formacioá n de los religiosos
659. #1. En cada instituto, despueá s de la primera profesioá n, la formacioá n de todos los miembros debe completarse a fin de que
vivan maá s plenamente la vida propia del instituto y cumplan maá s adecuadamente su misioá n. #2. Por lo cual el derecho propio
debe definir el plan de esta formacioá n y su duracioá n, atendiendo a las necesidades de la Iglesia y a las condiciones de los
hombres y de la eá poca, tal como lo exigen la finalidad y la íándole del instituto. #3. La formacioá n de los miembros que se
preparan para recibir el orden sagrado se rige por el derecho universal y por el plan de estudios propio del instituto.
660. #1. La formacioá n seraá sistemaá tica, adaptada a la capacidad de los miembros, espiritual y apostoá lica, doctrinal y a la vez
praá ctica, y tambieá n si es oportuno, con obtencioá n de los tíátulos convenientes, tanto eclesiaá sticos como civiles. #2. Durante el
tiempo de esta formacioá n, no se encomienden a los miembros oficios y tareas que la impidan.
661. Durante toda la vida los religiosos proseguiraá n con cuidado su formacioá n espiritual, doctrinal y praá ctica; los Superiores,
por su parte, les han de proporcionar medios y tiempo para esto.

Capítulo IV: De las obligaciones y derechos


de los institutos y de sus miembros
662. Los religiosos tendraá n como regla suprema de vida el seguimiento de Cristo propuesto en el Evangelio y declarado en las
constituciones del propio instituto.
663. #1. La contemplacioá n de las cosas divinas y la unioá n asidua con Dios en la oracioá n seraá el primer y principal deber de
todos los religiosos. #2. Cada díáa, en lo posible, los miembros participaraá n en el Sacrificio eucaríástico, recibiraá n el Cuerpo
santíásimo de Cristo y adoraraá n al mismo Senñ or presente en el Sacramento. #3. Se dedicaraá n a la lectura de la sagrada Escritura
y a la oracioá n mental, celebraraá n dignamente la liturgia de las horas seguá n las prescripciones del derecho propio, quedando
firme para los cleá rigos la obligacioá n sobre la que trata el can. 276, # 2, n.3, y realizaraá n otros ejercicios de piedad. #4.
Tributaraá n un culto especial, incluso mediante el santo rosario, a la Víárgen Madre de Dios, modelo y amparo de toda vida
consagrada. #5. Observaraá n fielmente los tiempos anuales de retiro espiritual.
664. Los religiosos insistan en la conversioá n de su alma a Dios, examinen su conciencia incluso cotidianamente, y aceá rquense
frecuentemente al sacramento de la penitencia.
665. #1. Los religiosos viviraá n en su propia casa religiosa respetando la vida en comuá n, y no se han de ausentar de ella sin
licencia de su Superior. Cuando, en cambio, se trate de una ausencia de la casa en forma prolongada, el Superior mayor, con el
consentimiento de su consejo y con justa causa, puede conceder a un miembro que viva fuera de una casa del instituto, pero no
maá s de un anñ o, a no ser con el motivo de tratar una enfermedad, por razoá n de estudios o de ejercicio del apostolado en nombre
del instituto. #2. El miembro que se ausente ilegíátimamente de la casa religiosa con la intencioá n de librarse de la potestad de
los Superiores, seraá buscado solíácitamente por ellos y ayudado a que vuelva y persevere en su vocacioá n.
666. En el uso de los medios de comunicacioá n social se observaraá la necesaria discrecioá n y se evitaraá lo que es nocivo a la
propia vocacioá n y peligroso para la castidad de la persona consagrada.
667. #1. En todas las casas, seguá n las determinaciones del derecho propio, se observaraá la clausura acomodada a la íándole y a
la misioá n del instituto, quedando siempre reservada uá nicamente a los miembros alguna parte de la casa religiosa. #2. Se
observaraá una disciplina maá s estricta de clausura en los monasterios dedicados a la vida contemplativa. #3. Los monasterios
de monjas dedicados íántegramente a la vida contemplativa deben observar la clausura papal, es decir, seguá n las normas dadas
por la Sede Apostoá lica. Los demaá s monasterios de monjas observaraá n la clausura acomodada a su caraá cter propio y
determinada en las constituciones. #4. El Obispo diocesano tiene la facultad de ingresar, con causa justa, en la clausura de los
monasterios de monjas ubicados en su dioá cesis, y de permitir, con causa grave y con el consentimiento de la que lo dirige, que
otras personas sean admitidas en la clausura, y que las monjas salgan de la misma durante un tiempo verdaderamente
necesario.
668. #1. Antes de la primera profesioá n, los miembros haraá n cesioá n de la administracioá n de sus bienes a quienes deseen, y, si las
constituciones no disponen otra cosa, dispondraá n libremente de su uso y usufructo. Por lo menos antes de la profesioá n
perpetua haraá n testamento que sea vaá lido tambieá n seguá n el derecho civil. #2. Para modificar estas disposiciones con causa
justa, y para realizar cualquier acto en materia de bienes temporales, necesitan licencia del Superior competente a tenor del
derecho propio. #3. Todo lo que un religioso adquiere con su trabajo propio o por razoá n del instituto, lo adquiere para el
instituto. Todo lo que de cualquier modo perciba en concepto de pensioá n, subvencioá n o seguro, lo adquiere para el instituto, a
menos que se establezca otra cosa en el derecho propio. #4. Quien, por la naturaleza del instituto, debe renunciar totalmente a
sus bienes, haraá dicha renuncia en una forma que sea vaá lida tambieá n, si es posible, para el derecho civil, antes de la profesioá n
perpetua y con efectos a partir del díáa de la profesioá n. Lo mismo haraá el profeso de votos perpetuos que, a tenor del derecho
propio, desee renunciar a sus bienes parcial o totalmente con licencia del Moderador supremo. #5. El profeso que, por la
naturaleza del instituto, haya renunciado totalmente a sus bienes, pierde la capacidad de adquirir y poseer, y por lo tanto
realiza invaá lidamente los actos contrarios al voto de pobreza. Lo que reciba despueá s de la renuncia, pasa al instituto a tenor del
derecho propio.
669. #1. Los religiosos deben llevar el haá bito del instituto, confeccionado a tenor del derecho propio, como signo de su
consagracioá n y como testimonio de pobreza. #2. Los religiosos cleá rigos de un instituto que no tiene haá bito propio, asumiraá n el
traje clerical, a tenor del can. 284.
670. El instituto debe proporcionar a sus miembros todo lo que, a tenor de las constituciones, es necesario para alcanzar el fin
de su vocacioá n.
671. Un religioso no aceptaraá sin licencia legíátima del Superior tareas u oficios fuera de su propio instituto.
672. Los religiosos quedan obligados a las prescripciones de los caá ns. 277, 285, 286, 287 y 289, y los religiosos cleá rigos,
ademaá s, a las prescripciones del can. 279, # 2; en los institutos laicales de derecho pontificio, la licencia de la que trata el can.
285, # 4, puede concederla el propio Superior mayor.

Capítulo V: Del apostolado de los institutos


673. El apostolado de todos los religiosos consiste primeramente en el testimonio de su vida consagrada, que deben fomentar
con la oracioá n y la penitencia.
674. Los institutos que se dedican íántegramente a la contemplacioá n ostentan siempre una parte relevante en el Cuerpo míástico
de Cristo; en efecto, ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza, enriquecen al Pueblo de Dios con frutos ubeá rrimos de
santidad y lo mueven con su ejemplo, asíá como lo acrecientan con su oculta fecundidad apostoá lica. Por esta causa, aun cuando
apremie la necesidad de un apostolado activo, los miembros de estos institutos no pueden ser llamados para que presten
colaboracioá n en los distintos ministerios pastorales.
675. #1. En los institutos dedicados a las obras de apostolado, la actividad apostoá lica pertenece a la misma naturaleza de ellos.
Por tanto, toda la vida de los miembros debe estar imbuida de espíáritu apostoá lico, y toda la actividad apostoá lica, por su parte,
debe estar informada de espíáritu religioso. #2. La actividad apostoá lica debe proceder siempre de la íántima unioá n con Dios, y a
la vez confirmarla y fomentarla. #3. La actividad apostoá lica, que ha de ejercerse en nombre de la Iglesia y por su mandato, debe
realizarse en comunioá n con ella.
676. Los institutos laicales, tanto de varones como de mujeres, a traveá s de las obras de misericordia espirituales y corporales,
participan de la funcioá n pastoral de la Iglesia y prestan muy diversos servicios a los hombres; por lo cual han de permanecer
fielmente en la gracia de su vocacioá n.
677. #1. Los Superiores y miembros conserven fielmente la misioá n y obras propias del instituto; sin embargo, en atencioá n a las
necesidades de tiempo y de lugar, las adaptaraá n prudentemente, incluso con medios nuevos y oportunos. #2. Los institutos,
por su parte, si tienen unidas a síá asociaciones de fieles, las ayudaraá n con especial cuidado, a fin de que esteá n imbuidas del
espíáritu genuino de su familia.
678. #1. Los religiosos estaá n sujetos a la potestad de los Obispos, a quienes han de seguir con piadosa sumisioá n y respeto en lo
que se refiere a la cura de almas, al ejercicio puá blico del culto divino y a otras obras de apostolado. #2. En el ejercicio del
apostolado externo, los religiosos estaá n sujetos tambieá n a sus Superiores propios y deben permanecer fieles a la disciplina del
instituto; los Obispos no dejaraá n de urgir esta obligacioá n, cuando sea el caso. #3. Al dirigir las obras de apostolado de los
religiosos, los Obispos diocesanos y los Superiores religiosos deben proceder de comuá n acuerdo.
679. Por una causa gravíásima, el Obispo diocesano puede prohibir que un miembro de un instituto religioso resida en la
dioá cesis, si, habiendo sido advertido su Superior mayor, hubiera descuidado proveer al respecto, debe, sin embargo, trasladar
el asunto inmediatamente a la Santa Sede.
680. Debe fomentarse una ordenada cooperacioá n entre los diversos institutos, asíá como tambieá n entre ellos y el clero secular, e
igualmente, bajo la direccioá n del Obispo diocesano, la coordinacioá n de todas las obras y actividades apostoá licas, quedando a
salvo el caraá cter, la finalidad y las leyes de fundacioá n de cada instituto.
681. #1. Las obras que el Obispo diocesano encomienda a los religiosos, quedan sujetas a la autoridad y direccioá n del mismo
Obispo, quedando firme el derecho de los Superiores religiosos a tenor del can. 678, ## 2 y 3. #2. En estos casos, debe
realizarse un acuerdo escrito entre el Obispo diocesano y el competente Superior del instituto, en el cual, entre otras cosas, se
determinaraá n expresamente y con precisioá n lo que se refiere a la labor por cumplir, a los miembros que se dedicaraá n a ella y a
los asuntos econoá micos.
682. #1. Cuando se trate de conferir en una dioá cesis un oficio eclesiaá stico a un religioso, eá ste es nombrado por el Obispo
diocesano, con la presentacioá n o al menos el consentimiento del Superior competente. #2. El religioso puede ser removido del
oficio encomendado por voluntad tanto de la autoridad que se lo ha encomendado, previa advertencia al Superior religioso,
como del Superior, previo aviso al que encomendoá el oficio, sin que se requiera el consentimiento del otro.
683. #1. El Obispo diocesano puede visitar, personalmente o por medio de otro, durante la visita pastoral y tambieá n en caso de
necesidad, las iglesias y oratorios a los que habitualmente tienen acceso los fieles, asíá como las escuelas y otras obras de
religioá n o de caridad, tanto espiritual como temporal, encomendadas a los religiosos; pero no las escuelas abiertas
exclusivamente a los alumnos propios del instituto. #2. Si descubre eventualmente alguá n abuso, despueá s de haber advertido
inuá tilmente al Superior religioso, puede proveer personalmente con su propia autoridad.

Capítulo VI: De la separación de los miembros del instituto


Artíáculo 1: Del paso a otro instituto
684. #1. Un miembro de votos perpetuos no puede pasar del propio instituto religioso a otro, si no es por concesioá n del
Moderador supremo de ambos institutos y con consentimiento de sus respectivos consejos. #2. Ese miembro, despueá s de una
probacioá n que se ha de prolongar al menos durante tres anñ os, puede ser admitido a la profesioá n perpetua en el nuevo instituto.
Si en cambio se niega a emitir dicha profesioá n o no es admitido a ella por los Superiores competentes, debe volver al primer
instituto, a menos que hubiera obtenido indulto de secularizacioá n. #3. Para que un religioso pueda pasar de un monasterio
autoá nomo a otro del mismo instituto, federacioá n o confederacioá n, se requiere y es suficiente el consentimiento del Superior
mayor de ambos monasterios y el del capíátulo del monasterio que lo recibe, sin perjuicio de los otros requisitos establecidos en
el derecho propio; no se requiere una nueva profesioá n. #4. El derecho propio debe determinar la duracioá n y el modo de la
probacioá n que ha de preceder a la profesioá n del miembro en el nuevo instituto. #5. Para pasar a un instituto secular o bien a
una sociedad de vida apostoá lica, o de eá stos a un instituto religioso, se requiere licencia de la Santa Sede, a cuyos mandatos hay
que sujetarse.
685. #1. Hasta la emisioá n de la profesioá n en el nuevo instituto, permaneciendo en vigor los votos, quedan suspendidos los
derechos y obligaciones que teníáa el miembro en el primer instituto; sin embargo, desde que comienza la probacioá n, estaá
obligado a la observancia del derecho propio del nuevo instituto. #2. Por la profesioá n en el nuevo instituto, el miembro se
incorpora al mismo, y cesan los votos, derechos y obligaciones precedentes.

Artíáculo 2
De la salida del instituto
686. #1. El Moderador supremo, con el consentimiento de su consejo, puede conceder por causa grave el indulto de
exclaustracioá n a un profeso de votos perpetuos, pero no por maá s de un trienio, y habiendo obtenido previamente el
consentimiento del Ordinario del lugar en el que debe residir, si se trata de un cleá rigo. Prorrogar ese indulto o concederlo por
maá s de un trienio queda reservado a la Santa Sede o, si se trata de un instituto de derecho diocesano, al Obispo diocesano. #2.
Corresponde exclusivamente a la Sede Apostoá lica conceder el indulto de exclaustracioá n a las monjas. #3. A peticioá n del
Moderador supremo, con el consentimiento de su consejo, por causas graves y observando la equidad y la caridad, la
exclaustracioá n puede ser impuesta por la Santa Sede a un miembro de un instituto de derecho pontificio, o por el Obispo
diocesano a un miembro de un instituto de derecho diocesano.
687. El miembro exclaustrado es considerado libre de las obligaciones incompatibles con su nueva condicioá n de vida, y
permanece bajo la dependencia y cuidado de sus Superiores y tambieá n del Ordinario del lugar, sobre todo si se trata de un
cleá rigo. Puede llevar el haá bito del instituto, a menos que se establezca otra cosa en el indulto. Carece, no obstante, de voz activa
y pasiva.
688. #1. Quien, concluido el tiempo de la profesioá n, deseara salir de un instituto, puede abandonarlo. #2. Quien, durante la
profesioá n temporal, pide con causa grave abandonar el instituto, el indulto para salir puede conseguirlo del Moderador
supremo con el consentimiento de su consejo en un instituto de derecho pontificio; en los institutos de derecho diocesano, en
cambio, y en los monasterios, de los que se trata en el can. 615, para la validez del indulto, se requiere que sea confirmado por
el Obispo de la casa a la que el miembro estaá asignado.
689. #1. Cumplido el tiempo de la profesioá n temporal, habiendo causas justas, un miembro puede ser excluido de la profesioá n
subsiguiente por el Superior mayor competente, oíádo su consejo. #2. La enfermedad fíásica o psíáquica, aunque se haya contraíádo
despueá s de la profesioá n, que, a juicio de los peritos, hace al miembro del que se trata en el # 1 no apto para vivir en el instituto,
constituye causa para no admitirlo a la renovacioá n de la profesioá n o a la emisioá n de la profesioá n perpetua, a no ser que la
enfermedad se hubiera contraíádo por negligencia del instituto o por la labor realizada en eá ste. #3. Si en cambio el religioso,
durante los votos temporales, cayera en amencia, aunque no pueda emitir una nueva profesioá n, sin embargo no puede ser
despedido del instituto.
690. #1. Quien hubiera salido legíátimamente del instituto una vez cumplido el noviciado o despueá s de la profesioá n, puede ser
admitido de nuevo por el Moderador supremo con el consentimiento de su consejo, sin la carga de repetir el noviciado; no
obstante, al mismo Moderador le corresponderaá determinar la conveniente probacioá n previa a la profesioá n temporal y la
duracioá n de los votos antes de la profesioá n perpetua, a tenor de los caá ns. 655 y 657. #2. De la misma facultad goza el Superior
de un monasterio autoá nomo con el consentimiento de su consejo.
691. #1. Un profeso de votos perpetuos no pediraá indulto de salida del instituto, si no es por causas gravíásimas ponderadas en
la presencia del Senñ or; su peticioá n la elevaraá al Moderador supremo del instituto, quien la transmitiraá a la autoridad
competente junto con su parecer y el de su consejo. #2. En los institutos de derecho pontificio, este indulto se reserva a la Sede
Apostoá lica; en cambio, en los institutos de derecho diocesano, puede concederlo tambieá n el Obispo de la dioá cesis en la que estaá
ubicada la casa a la que estaá asignado el religioso.
692. El indulto de salida legíátimamente concedido y notificado al miembro, en virtud del mismo derecho lleva consigo la
dispensa de los votos y de todas las obligaciones provenientes de la profesioá n, a no ser que, en el acto de la notificacioá n, el
indulto fuera rechazado por el mismo miembro.
693. Si el miembro es cleá rigo, el indulto no se concede antes de que haya encontrado un Obispo que lo incardine en su dioá cesis
o, al menos, lo reciba a prueba. Si es recibido a prueba, pasado un quinquenio queda incardinado en la dioá cesis en virtud del
mismo derecho, a menos que el Obispo lo rechace.

Artíáculo 3
De la expulsioá n de los miembros
694. #1. En virtud del mismo hecho, se debe considerar expulsado de un instituto el miembro que:
1º. se haya apartado notoriamente de la fe catoá lica;
2º. haya contraíádo matrimonio o lo haya intentado, aunque sea soá lo civilmente. #2. En estos casos, una vez recogidas las
pruebas, el Superior mayor con su consejo debe emitir, sin ninguna demora, una declaracioá n del hecho, a fin de que conste
juríádicamente la expulsioá n.
695. #1. Un miembro debe ser expulsado por los delitos de que tratan los caá ns. 1397, 1398 y 1395, a menos que en los delitos
de que trata el can. 1395, # 2, el Superior juzgue que la expulsioá n no es absolutamente necesaria y que la enmienda del
miembro, y la restitucioá n de la justicia y reparacioá n del escaá ndalo puedan satisfacerse de otro modo. #2. En estos casos, el
Superior mayor, despueá s de recoger las pruebas sobre los hechos y la imputabilidad, presentaraá al miembro que ha de ser
expulsado la acusacioá n y las pruebas, daá ndole la posibilidad de defenderse. Se enviaraá n al Moderador supremo todas las actas,
firmadas por el Superior mayor y por el notario, junto con las respuestas escritas del miembro y firmadas por el mismo.
696. #1. Un miembro puede ser expulsado tambieá n por otras causas, siempre que sean graves, externas, imputables y
juríádicamente comprobadas, como son: el descuido habitual de las obligaciones de la vida consagrada; las reiteradas
violaciones de los víánculos sagrados; la desobediencia pertinaz a las prescripciones legíátimas de los Superiores en materia
grave; el escaá ndalo grave surgido por la conducta culpable del miembro; la pertinaz defensa o discusioá n de doctrinas
condenadas por el magisterio de la Iglesia; la adhesioá n puá blica a ideologíáas contaminadas de materialismo o ateíásmo; la
ausencia ilegíátima de la que se trata en el can. 665, # 2, prolongada durante un semestre; otras causas de gravedad semejante
eventualmente determinadas por el derecho propio del instituto. #2. Para la expulsioá n de un miembro de votos temporales son
suficientes tambieá n otras causas de menor gravedad establecidas en el derecho propio.
697. En los casos de los que se trata en el can. 696, si el Superior mayor, oíádo su consejo, considera que debe iniciarse el
proceso de expulsioá n:
1º. reuniraá o completaraá las pruebas;
2º. amonestaraá al miembro por escrito o ante dos testigos con explíácita amenaza de que se procederaá a su expulsioá n si no se
corrige, indicaá ndole claramente la causa de la expulsioá n y dando al miembro la plena facultad de defenderse; si la
amonestacioá n quedase sin efecto, procederaá a una segunda advertencia, despueá s de un plazo de por lo menos quince díáas;
3º. si tambieá n esta advertencia resultase inuá til y el Superior mayor con su consejo estima que consta suficientemente de la
incorregibilidad y que las defensas del miembro son insuficientes, despueá s de pasados sin efecto quince díáas desde la uá ltima
advertencia, enviaraá al Moderador supremo todas las actas firmadas por síá mismo y por el notario, a la vez que las respuestas
del miembro por eá ste firmadas.
698. En todos los casos de los que se trata en los caá ns. 695 y 696, permanece siempre firme el derecho del miembro de
comunicarse con el Moderador supremo y presentarle a eá l directamente su defensa.
699. #1. El Moderador supremo con su consejo, que, para la validez del acto debe constar de por lo menos cuatro miembros,
procederaá colegialmente a evaluar detalladamente las pruebas, argumentos y defensas; y, si se decide asíá por votacioá n secreta,
daraá el decreto de expulsioá n, que para su validez, deberaá expresar los motivos de derecho y de hecho, al menos de manera
sumaria. #2. En los monasterios autoá nomos de los que se trata en el can. 615, corresponde decidir la expulsioá n al Obispo
diocesano, a quien el Superior someteraá las actas revisadas por su consejo.
700. El decreto de expulsioá n no entra en vigor si no es confirmado por la Santa Sede, a la cual han de enviarse el decreto y
todas las actas; si se trata de un instituto de derecho diocesano, la confirmacioá n corresponde al Obispo de la dioá cesis donde
estaá ubicada la casa a la cual el religioso estaá adscripto. Sin embargo, para que sea vaá lido el decreto, debe indicar el derecho de
que goza el expulsado de recurrir dentro de los diez díáas siguientes de haber recibido la notificacioá n a la autoridad competente.
El recurso tiene efecto suspensivo.
701. Por la expulsioá n legíátima cesan en virtud del mismo hecho los votos asíá como tambieá n los derechos y obligaciones
provenientes de la profesioá n. Pero si el miembro es cleá rigo, no puede ejercer las oá rdenes sagradas hasta que encuentre un
Obispo que, despueá s de una probacioá n conveniente, lo reciba en su dioá cesis a tenor del can. 693, o al menos le permita el
ejercicio de las oá rdenes sagradas.
702. #1. Quienes salgan legíátimamente de un instituto religioso o hayan sido legíátimamente expulsados de eá l, no pueden exigir
nada de eá l por cualquier labor realizada en eá l. #2. Sin embargo, el instituto observaraá la equidad y la caridad evangeá lica hacia el
miembro que se separe de eá l.
703. En caso de grave escaá ndalo externo o de danñ o gravíásimo que amenace al instituto, un miembro puede ser expulsado
inmediatamente de la casa religiosa por el Superior mayor o, si hay peligro en la demora, por el Superior local con el
consentimiento de su consejo. Si es necesario, el Superior mayor cuidaraá de que se instruya el proceso de expulsioá n a tenor del
derecho, o remitiraá el asunto a la Sede Apostoá lica.
704. En el informe que debe enviarse a la Sede Apostoá lica seguá n el can. 592, # 1, se haraá mencioá n de los miembros que, por
cualquier concepto, se hayan separado del instituto.

Capítulo VII De los religiosos elevados al episcopado


705. El religioso elevado al episcopado sigue siendo miembro de su instituto, pero, en virtud del voto de obediencia, estaá
sometido uá nicamente al Romano Pontíáfice, y no lo obligan aquellos deberes que eá l mismo juzgue prudentemente como
incompatibles con su condicioá n.
706. El religioso de que se trata arriba:
1º. si por la profesioá n perdioá el dominio de los bienes, tiene el uso, usufructo y administracioá n de los bienes que obtenga; en
cuanto a la propiedad la adquieren el Obispo diocesano y aquellos otros de los que trata el can. 381, # 2, para la Iglesia
particular; los demaá s, para el instituto o la Santa Sede, seguá n que el instituto sea capaz o no de poseer;
2º. si por la profesioá n no perdioá el dominio de los bienes, recupera el uso, usufructo y administracioá n de los bienes que teníáa;
los que obtenga con posterioridad, los adquiere plenamente para síá;
3º. en ambos casos, debe disponer seguá n la voluntad de los donantes de aquellos bienes que no obtenga en consideracioá n de su
persona.
707. #1. El religioso Obispo emeá rito puede elegir la sede de su residencia tambieá n fuera de las casas de su instituto, a menos
que la Sede Apostoá lica haya provisto otra cosa. #2. En lo que se refiere a su sustentacioá n conveniente y digna, si hubiera
servido a una dioá cesis, se observaraá el can. 402, # 2, a menos que su propio instituto desee proveer a tal sustentacioá n; en caso
contrario la Sede Apostoá lica proveeraá de otro modo.

Capítulo VIII De las conferencias de Superiores mayores


708. Los Superiores mayores pueden asociarse uá tilmente en conferencias o consejos, para que, en unidad de esfuerzos,
trabajen ya sea para conseguir maá s plenamente el fin de cada instituto, quedando siempre a salvo su autonomíáa, caraá cter y
espíáritu propio, ya sea para tratar los asuntos comunes, ya sea para establecer la conveniente coordinacioá n y cooperacioá n con
las Conferencias Episcopales, asíá como con cada uno de los Obispos.
709. Las conferencias de Superiores mayores tendraá n sus estatutos aprobados por la Santa Sede, uá nicamente por la cual
pueden tambieá n ser erigidas como persona juríádica, y bajo cuya suprema direccioá n permanecen.
TÍTULO III De los institutos seculares
710. Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, que viven en el mundo, aspiran a la perfeccioá n
de la caridad y se dedican a procurar la santificacioá n del mundo sobre todo desde dentro de eá l.
711. En virtud de su consagracioá n, un miembro de un instituto secular no modifica su propia condicioá n canoá nica, ya sea laical o
clerical, en el Pueblo de Dios, quedando a salvo las prescripciones del derecho que miran a los institutos de vida consagrada.
712. Quedando firmes las prescripciones de los caá ns. 598-601, las constituciones estableceraá n los víánculos sagrados mediante
los cuales se asumen los consejos evangeá licos en el instituto, y determinaraá n las obligaciones que esos víánculos originan,
observando sin embargo siempre en el estilo de vida la secularidad propia del instituto.
713. #1. Los miembros de estos institutos manifiestan y ejercen la consagracioá n propia en la actividad apostoá lica y, a manera
de levadura, se esfuerzan por impregnar todas las cosas de espíáritu evangeá lico para fortalecimiento e incremento del Cuerpo
de Cristo. #2. Los miembros laicos participan en la funcioá n evangelizadora de la Iglesia, en el mundo y desde el mundo, bien
sea mediante el testimonio de vida cristiana y de fidelidad a su consagracioá n, bien mediante la colaboracioá n que presta para
ordenar seguá n Dios los asuntos temporales e informar al mundo con la fuerza del Evangelio. Tambieá n ofrecen su cooperacioá n,
de acuerdo con el propio estilo de vida secular, en el servicio de la comunidad eclesial. #3. Los miembros cleá rigos, mediante el
testimonio de la vida consagrada, sobre todo en el presbiterio, sirven de ayuda a sus cohermanos con peculiar caridad
apostoá lica, y realizan en el Pueblo de Dios la santificacioá n del mundo con su ministerio sagrado.
714. Los miembros viviraá n en las circunstancias ordinarias del mundo, sea solos, sea en su propia familia, sea en grupos de
vida fraterna, a tenor de las constituciones.
715. #1. Los miembros cleá rigos incardinados en la dioá cesis, dependen del Obispo diocesano, quedando a salvo lo que se refiere
a la vida consagrada en el propio instituto. #2. Quienes en cambio se incardinan en el instituto a tenor del can. 266, # 3, si son
destinados a obras propias del instituto o al gobierno de eá ste, dependen del Obispo seguá n el modo de los religiosos.
716. #1. Todos los miembros participaraá n activamente en la vida del instituto, seguá n el derecho propio. #2. Los miembros de
un mismo instituto conservaraá n la comunioá n entre síá, cuidando con solicitud la unidad de espíáritu y la fraternidad genuina.
717. #1. Las constituciones prescribiraá n el modo propio de gobierno y determinaraá n el tiempo durante el cual los
Moderadores desempenñ araá n su oficio y el modo en que seraá n designados. #2. Nadie seraá designado como Moderador supremo,
si no estaá incorporado definitivamente. #3. Quienes estaá n al frente del gobierno del instituto, cuidaraá n de que se conserve su
unidad de espíáritu y de que se promueva la participacioá n activa de los miembros.
718. La administracioá n de los bienes del instituto, que debe manifestar y fomentar la pobreza evangeá lica, se rige por las
normas del Libro V “De los bienes temporales de la Iglesia”, asíá como por el derecho propio del instituto. De igual modo, el
derecho propio determinaraá las obligaciones, sobre todo econoá micas, del instituto respecto de aquellos miembros que trabajan
para el mismo.
719. #1. Para que los miembros respondan fielmente a su vocacioá n y su actividad apostoá lica proceda de la misma unioá n con
Cristo, deben dedicarse intensamente a la oracioá n, ocuparse de manera conveniente de la lectura de las sagradas Escrituras,
observar los tiempos anuales de retiro y realizar otros ejercicios espirituales seguá n el derecho propio. #2. La celebracioá n de la
Eucaristíáa, en lo posible cotidiana, ha de ser la fuente y fuerza de toda su vida consagrada. #3. Acudiraá n libremente al
sacramento de la penitencia, que han de recibir con frecuencia. #4. Tendraá n libremente la necesaria direccioá n de conciencia y,
si lo desean, requeriraá n los consejos de este geá nero incluso de sus Moderadores.
720. Corresponde a los Moderadores mayores con su consejo, a tenor de las constituciones, el derecho de admitir en el
instituto a la probacioá n, o a la asuncioá n de víánculos sagrados, sean temporales, sean perpetuos o definitivos.
721. #1. Es admitido invaá lidamente a la probacioá n inicial:
1º. quien auá n no ha alcanzado la mayoríáa de edad;
2º. quien se encuentra ligado de hecho por un víánculo sagrado a un instituto de vida consagrada, o estaá incorporado a una
sociedad de vida apostoá lica;
3º. un coá nyuge durante el matrimonio. #2. Las constituciones pueden establecer otros impedimentos para la admisioá n, incluso
para su validez, o imponer condiciones. #3. Ademaá s, para que alguien sea recibido debe poseer la madurez necesaria para
llevar rectamente la vida propia del instituto.
722. #1. La probacioá n inicial debe tender a que los candidatos conozcan mejor su vocacioá n divina y la propia del instituto y se
ejerciten en el espíáritu y modo de vida del instituto. #2. Los candidatos seraá n debidamente formados para vivir seguá n los
consejos evangeá licos e instruidos para convertir íántegramente su vida en apostolado, creando aquellas formas de
evangelizacioá n que mejor respondan a la finalidad, espíáritu y caraá cter del instituto. #3. Se determinaraá n en las constituciones
el modo y el tiempo de esta probacioá n anterior a la recepcioá n por primera vez de los víánculos sagrados en el instituto, el cual
no seraá inferior a un bienio.
723. #1. Terminado el tiempo de la probacioá n inicial, el candidato que sea juzgado idoá neo asumiraá los tres consejos
evangeá licos, corroborados mediante víánculo sagrado, o se retiraraá del instituto. #2. Esta primera incorporacioá n, no inferior a
cinco anñ os, seraá temporal a tenor de las constituciones. #3. Terminado el tiempo de esta incorporacioá n, el miembro que sea
juzgado idoá neo seraá admitido a la incorporacioá n perpetua o definitiva, o sea mediante víánculos temporales que habraá n de ser
siempre renovados. #4. . La incorporacioá n definitiva se equipara a la perpetua, respecto de la determinados efectos juríádicos
que se estableceraá n en las constituciones.
724. #1. Despueá s de haber asumido por primera vez los víánculos sagrados la formacioá n debe continuar seguá n las
constituciones. #2. Los miembros han de ser formados igualmente en las cosas divinas y en las humanas; pero los
Moderadores del instituto tendraá n un cuidado especial de su continua formacioá n espiritual.
725. El instituto puede asociar a síá, mediante alguá n víánculo determinado en las constituciones, a otros fieles que aspiren a la
perfeccioá n evangeá lica seguá n el espíáritu del instituto y participen de su misioá n.
726. #1. Terminado el tiempo de la incorporacioá n temporal, el miembro puede abandonar libremente el instituto, o el
Moderador mayor, oíádo su consejo y con causa justa puede excluirlo de la renovacioá n de los víánculos sagrados. #2. El miembro
de incorporacioá n temporal que lo pida espontaá neamente, puede con causa grave obtener del Moderador supremo, con el
consentimiento de su consejo, el indulto para retirarse.
727. #1. El miembro incorporado perpetuamente que quiera abandonar el instituto, despueá s de evaluar seriamente el asunto
en la presencia del Senñ or, pediraá el indulto para retirarse a la Sede Apostoá lica a traveá s del Moderador supremo, si el instituto es
de derecho pontificio; en caso contrario, tambieá n al Obispo diocesano, seguá n se determine en las constituciones. #2. Si se trata
de un cleá rigo incardinado en el instituto, debe observarse lo prescripto en el can. 693.
728. Una vez concedido legíátimamente el indulto para retirarse, cesan todos los víánculos asíá como los derechos y obligaciones
provenientes de la incorporacioá n.
729. Un miembro es expulsado del instituto a tenor de los caá ns. 694 y 695; las constituciones, ademaá s, determinaraá n otras
causas de expulsioá n, con tal de que sean proporcionalmente graves, externas, imputables y juríádicamente comprobadas, y que
se respete el procedimiento establecido en los caá ns. 697-700. Al expulsado se le aplica lo prescripto en el can. 701.
730. Para que un miembro de un instituto secular pase a otro instituto secular, se observaraá n las prescripciones de los caá ns.
684, # 1, 2, 4 y 685; pero para que se realice el paso a un instituto religioso o a una sociedad de vida apostoá lica o desde ellos a
un instituto secular, se requiere la licencia de la Sede Apostoá lica, a cuyos mandatos hay que atenerse.

SECCION II De las sociedades de vida apostólica


731. #1. A los institutos de vida consagrada se anñ aden las sociedades de vida apostoá lica, cuyos miembros, sin votos religiosos,
persiguen el fin apostoá lico propio de la sociedad y, llevando una vida fraterna en comuá n, seguá n el estilo de vida propio, tienden
a la perfeccioá n de la caridad por la observancia de las constituciones. #2. Entre eá stas existen sociedades en las cuales los
miembros asumen los consejos evangeá licos mediante alguá n víánculo determinado por las constituciones.
732. Lo establecido en los caá ns. 578-597 y 606, se aplica a las sociedades de vida apostoá lica, quedando a salvo sin embargo la
naturaleza de cada sociedad; pero a las sociedades de las cuales se trata en el can. 731, # 2, tambieá n se aplican los caá ns 598-
602.
733. #1. La autoridad competente de la sociedad erige la casa y constituye la comunidad local, con el consentimiento previo,
dado por escrito, del Obispo diocesano, a quien tambieá n debe consultarse cuando se trata de su supresioá n. #2. El
consentimiento para erigir una casa lleva consigo el derecho de tener por lo menos oratorio, en el que se celebre y reserve la
santíásima Eucaristíáa.
734. El gobierno de la sociedad se determina en las constituciones, quedando a salvo, seguá n la naturaleza de cada sociedad, los
caá ns. 617-633.
735. #1. La admisioá n, probacioá n, incorporacioá n y formacioá n de los miembros son determinadas en el derecho propio de cada
sociedad. #2. En lo que atanñ e a la admisioá n en la sociedad, se observaraá n las condiciones establecidas en los caá ns. 642-645. #3.
El derecho propio debe determinar el plan de probacioá n y formacioá n, acomodado a la finalidad y caraá cter de la sociedad, sobre
todo doctrinal, espiritual y apostoá lica, de modo que los miembros, reconociendo la vocacioá n divina, se preparen
adecuadamente para la misioá n y vida de la sociedad.
736. #1. En las sociedades clericales, los cleá rigos se incardinan en la misma sociedad a no ser que las constituciones dispongan
otra cosa. #2. En lo que se refiere al plan de estudios y a la recepcioá n de las oá rdenes, se observaraá n las normas de los cleá rigos
seculares, quedando firme sin embargo el # 1.
737. Por parte de los miembros, la incorporacioá n lleva consigo las obligaciones y derechos determinados en las constituciones;
por parte de la sociedad, el cuidado de conducir a los miembros a la finalidad de la propia vocacioá n, seguá n las constituciones.
738. #1. Todos los miembros se hallan sometidos a sus propios Moderadores, a tenor de las constituciones, en lo que se refiere
a la vida interna y a la disciplina de la sociedad. #2. Se hallan sometidos tambieá n al Obispo diocesano en lo que se refiere al
culto puá blico, a la cura de almas y a otras obras de apostolado, teniendo en cuenta los caá ns. 679-683. #3. Las relaciones de un
miembro incardinado en una dioá cesis con el Obispo propio, se determinan por las constituciones o por acuerdos particulares.
739. Ademaá s de las obligaciones a las que estaá n sujetos en cuanto miembros seguá n las constituciones, los miembros tienen las
obligaciones comunes de los cleá rigos, a no ser que conste otra cosa por la naturaleza del asunto o por el contexto.
740. Los miembros deben vivir en la casa o en la comunidad legíátimamente constituida y observar vida comuá n, a tenor del
derecho propio, por el cual se rigen tambieá n las ausencias de la casa o de la comunidad.
741. #1. Las sociedades y, si las constituciones no establecen otra cosa, sus partes y casas, son personas juríádicas y, en cuanto
tales, capaces de adquirir bienes temporales, poseerlos, administrarlos y enajenarlos, a tenor de las prescripciones del Libro V
“De los bienes temporales de la Iglesia”, de los caá ns. 636, 638 y 639, asíá como del derecho propio. #2. A tenor del derecho
propio, los miembros tambieá n son capaces de adquirir bienes temporales, poseerlos, administrarlos y disponer de ellos; con
todo, lo que obtienen en razoá n de la sociedad es adquirido para la sociedad.
742. La salida y expulsioá n de un miembro auá n no incorporado definitivamente se rigen por las constituciones de cada sociedad.
743. A menos que seguá n las constituciones esteá reservado a la Santa Sede, un miembro definitivamente incorporado puede
obtener del Moderador supremo, con el consentimiento de su consejo, el indulto para salir de la sociedad cesando los derechos
y obligaciones surgidos de la incorporacioá n, y quedando firme lo prescripto en el can. 693.
744. #1. Al supremo Moderador, con el consentimiento de su consejo, se reserva igualmente conceder licencia a un miembro
incorporado definitivamente para pasar a otra sociedad de vida apostoá lica, quedando entre tanto suspendidos los derechos y
obligaciones de la propia sociedad, pero permaneciendo firme el derecho de regresar antes de la incorporacioá n definitiva en la
nueva sociedad. #2. Para pasar a un instituto de vida consagrada o de eá ste a una sociedad de vida apostoá lica, se requiere la
licencia de la Santa Sede, a cuyos mandatos hay que atenerse.
745. El Moderador supremo, con el consentimiento de su consejo, puede conceder a un miembro definitivamente incorporado
indulto para vivir fuera de la sociedad, pero no por maá s de tres anñ os, quedando suspendidos los derechos y obligaciones
incompatibles con la nueva condicioá n del mismo; permanece, sin embargo, bajo el cuidado de los Moderadores. Si se trata de
un cleá rigo, se requiere ademaá s el consentimiento del Ordinario del lugar donde debe residir, bajo cuyo cuidado y dependencia
tambieá n permanece.
746. Para la expulsioá n de un miembro definitivamente incorporado se observaraá n, salvando las diferencias, los caá ns. 694-704.
3|bCICA

LIBRO III De la función de enseñar de la Iglesia [can. 747 - 843]


747. #1. A la Iglesia, a la cual Cristo el Senñ or confioá el depoá sito de la fe, para que, con la asistencia del Espíáritu Santo, custodiase
santamente la verdad revelada, profundizase en ella y la anunciase y expusiese fielmente, corresponde la obligacioá n y el
derecho originario, independiente de cualquier poder humano, de predicar el Evangelio a todos los pueblos, utilizando incluso
sus propios medios de comunicacioá n social. #2. A la Iglesia le compete siempre y en todo lugar anunciar los principios morales,
incluso sobre el orden social, asíá como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los
derechos fundamentales de la persona humana o la salvacioá n de las almas.
748. #1. Todos los hombres deben buscar la verdad en aquello que se refiere a Dios y a su Iglesia y, una vez conocida, tienen, en
virtud de la ley divina, la obligacioá n y el derecho de abrazarla y de observarla. #2. A nadie le es líácito jamaá s obligar a los
hombres por coaccioá n a abrazar la fe catoá lica contra su propia conciencia.
749. #1. En virtud de su oficio, el Sumo Pontíáfice goza de infalibilidad en el magisterio cuando, como supremo Pastor y Doctor
de todos los fieles, a quien compete confirmar a sus hermanos en la fe, proclama mediante un acto definitivo la doctrina que
debe sostenerse en materia de fe o de costumbres. #2. Tambieá n tiene infalibilidad en el magisterio el Colegio Episcopal cuando
los Obispos reunidos en Concilio Ecumeá nico ejercen tal magisterio y, como doctores y jueces de la fe y de las costumbres,
declaran para toda la Iglesia la doctrina sobre la fe o sobre las costumbres que ha de sostenerse definitivamente; o bien
cuando, dispersos por el mundo, conservando el víánculo de comunioá n entre síá y con el sucesor de Pedro, ensenñ ando de modo
auteá ntico junto con el mismo Romano Pontíáfice las materias de fe y de costumbres, concuerdan en que una determinada
sentencia ha de sostenerse como definitiva. #3. Ninguna doctrina se considera como definida infaliblemente, si no consta asíá de
modo manifiesto.
750. Con fe divina y catoá lica se debe creer todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida por
tradicioá n, es decir, en el uá nico depoá sito de la fe encomendado a la Iglesia, y que, al mismo tiempo, es propuesto como
divinamente revelado, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal; lo cual, a saber,
se manifiesta en la comuá n adhesioá n de los fieles bajo la guíáa del sagrado magisterio; por tanto, todos estaá n obligados a evitar
cualesquiera doctrinas contrarias.
751. Se llama herejíáa la negacioá n pertinaz, despueá s de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y
catoá lica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasíáa, el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujecioá n al Sumo
Pontíáfice o de la comunioá n con los miembros de la Iglesia a eá l sometidos.
752. Si bien no es un asentimiento de fe, se ha de prestar sin embargo un asentimiento religioso del entendimiento y de la
voluntad a la doctrina que el Sumo Pontíáfice o el Colegio Episcopal ensenñ an acerca de la fe y de las costumbres, en el ejercicio
de su magisterio auteá ntico, aunque no sea su intencioá n, proclamarla con un acto definitivo; por tanto, los fieles cuidaraá n de
evitar todo lo que sea incompatible con la misma.
753. Los Obispos que estaá n en comunioá n con la cabeza y los miembros del Colegio, tanto individualmente como congregados
en Conferencias Episcopales o en concilios particulares, aunque no gocen de infalibilidad en su ensenñ anza, son auteá nticos
doctores y maestros de la fe de los fieles encomendados a su cuidado; a este auteá ntico magisterio de sus Obispos, los fieles
estaá n obligados a adherir con religioso asentimiento del espíáritu.
754. Todos los fieles estaá n obligados a observar las constituciones y decretos que la legíátima autoridad de la Iglesia otorga para
proponer la doctrina y rechazar las opiniones erroá neas, y de un modo especial, las que promulgan el Romano Pontíáfice o el
Colegio Episcopal.
755. #1. Corresponde en primer lugar a todo el Colegio Episcopal y a la Sede Apostoá lica fomentar y dirigir entre los catoá licos el
movimiento ecumeá nico, cuyo fin es reintegrar en la unidad a todos los cristianos, unidad que la Iglesia, por voluntad de Cristo,
estaá obligada a promover. #2. Corresponde asimismo a los Obispos y, a tenor del derecho, a las Conferencias Episcopales,
promover la misma unidad y, seguá n las diversas necesidades o conveniencias de las circunstancias, establecer normas
praá cticas, teniendo en cuenta las prescripciones dadas por la autoridad suprema de la Iglesia.

TÍTULO I Del ministerio de la Palabra Divina


756. #1. Respecto de la Iglesia universal, la funcioá n de anunciar el Evangelio ha sido encomendada principalmente al Romano
Pontíáfice y al Colegio Episcopal. #2. Respecto de la Iglesia particular a eá l confiada, ejerce esa funcioá n cada uno de los Obispos,
quienes ciertamente son en ella los moderadores de todo el ministerio de la Palabra; a veces, sin embargo, algunos Obispos la
cumplen conjuntamente para varias Iglesias simultaá neamente, a tenor del derecho.
757. Es propio de los presbíáteros, que son cooperadores de los Obispos, anunciar el Evangelio de Dios; tienen esta obligacioá n
principalmente, en cuanto al pueblo a ellos encomendado, los paá rrocos y aquellos otros a quienes se confíáa la cura de almas,
tambieá n a los diaá conos corresponde servir al Pueblo de Dios en el ministerio de la Palabra, en comunioá n con el Obispo y su
presbiterio.
758. Los miembros de los institutos de vida consagrada, en virtud de su propia consagracioá n a Dios, dan testimonio del
Evangelio de modo peculiar, y es conveniente que el Obispo los tome como ayuda para anunciar el Evangelio.
759. Los fieles laicos, en virtud del bautismo y de la confirmacioá n, son testigos del anuncio evangeá lico con la palabra y el
ejemplo de su vida cristiana; tambieá n pueden ser llamados a cooperar con el Obispo y los presbíáteros en el ejercicio del
ministerio de la Palabra.
760. En el ministerio de la Palabra, que se debe fundar en la sagrada Escritura, la Tradicioá n, la liturgia, el magisterio, y la vida
de la Iglesia, se debe proponer íántegra y fielmente el misterio de Cristo.
761. Para anunciar la doctrina cristiana, deben emplearse los diversos medios disponibles, sobre todo la predicacioá n y la
instruccioá n catequeá tica, que ciertamente ocupan siempre el lugar principal; pero tambieá n la ensenñ anza de la doctrina en las
escuelas, academias, conferencias y reuniones de todo tipo, asíá como su difusioá n mediante declaraciones puá blicas hechas por la
autoridad legíátima con motivo de determinados acontecimientos, y mediante la prensa y otros medios de comunicacioá n social.

Capítulo I: De la predicación de la Palabra de Dios


762. Como el Pueblo de Dios se congrega en primer lugar por la Palabra de Dios vivo, que hay absoluto derecho de exigir de
labios de los sacerdotes, los ministros sagrados deben tener en gran estima la funcioá n de predicar, ya que entre sus principales
deberes estaá el anunciar a todos el Evangelio de Dios.
763. Corresponde a los Obispos el derecho de predicar la Palabra de Dios en todo lugar, sin excluir las iglesias y oratorios de los
institutos religiosos de derecho pontificio, a menos que, en casos particulares, el Obispo del lugar se oponga expresamente.
764. Quedando a salvo lo prescripto en el can. 765, los presbíáteros y los diaá conos gozan de la facultad de predicar en todas
partes, que han de ejercer con el consentimiento al menos presunto del rector de la iglesia, a no ser que esta facultad les haya
sido restringida o quitada por el Ordinario competente o que por ley particular se requiera licencia expresa.
765. Para predicar a los religiosos en sus iglesias u oratorios, se requiere licencia del Superior competente a tenor de las
constituciones.
766. Los laicos pueden ser admitidos a predicar en una iglesia u oratorio, si la necesidad lo pide, o si, en casos particulares, lo
aconseja la utilidad, seguá n las prescripciones de la Conferencia Episcopal y quedando a salvo el can. 767, # 1.
767. #1. Entre las formas de predicacioá n se destaca la homilíáa, que es parte de la misma liturgia y que estaá reservada al
sacerdote o al diaá cono; en ella, a lo largo del anñ o lituá rgico, se expondraá n los misterios de la fe y las normas de vida cristiana, a
partir del texto sagrado. #2. Debe tenerse la homilíáa, y no se puede omitir sin causa grave, en todas las Misas de los domingos y
fiestas de precepto, que se celebran con concurso del pueblo. #3. Se recomienda mucho que, si se da suficiente concurrencia
del pueblo, se tenga la homilíáa tambieá n en las Misas que se celebren entre semana, sobre todo en el tiempo de adviento y
cuaresma o con ocasioá n de una fiesta o de un acontecimiento luctuoso. #4. Corresponde al paá rroco o rector de la iglesia cuidar
de que estas prescripciones se cumplan religiosamente.
768. #1. Los predicadores de la Palabra Divina propondraá n a los fieles, en primer lugar, lo que es necesario creer y hacer para
la gloria de Dios y salvacioá n de los hombres. #2. Asimismo, impartiraá n a los fieles la doctrina que propone el magisterio de la
Iglesia sobre la dignidad y libertad de la persona humana, sobre la unidad y estabilidad de la familia y sus deberes, sobre las
obligaciones que corresponden a los hombres unidos en sociedad, asíá como sobre la necesidad de armonizar los asuntos
temporales seguá n el orden establecido por Dios.
769. La doctrina cristiana se propondraá de un modo acomodado a la condicioá n de los oyentes y adaptada en funcioá n de las
necesidades de la eá poca.
770. En ciertas eá pocas, seguá n las prescripciones del Obispo diocesano, los paá rrocos organizaraá n aquellas predicaciones,
llamadas ejercicios espirituales y misiones sagradas, u otras formas adaptadas a las necesidades.
771. #1. Los pastores de almas, sobre todo los Obispos y los paá rrocos, se mostraraá n solíácitos de que la Palabra de Dios se
anuncie tambieá n a aquellos fieles que, por su condicioá n de vida, no gocen suficientemente de la cura pastoral comuá n y
ordinaria o carezcan totalmente de ella. #2. Provean tambieá n para que el mensaje del Evangelio llegue a los no creyentes que
viven en el territorio, puesto que tambieá n a eá stos, lo mismo que a los fieles, debe abarcar la cura de almas.
772. #1. En lo que atanñ e al ejercicio de la predicacioá n, seraá n ademaá s observadas por todos las normas dadas por el Obispo
diocesano. #2. Para hablar sobre temas de doctrina cristiana por radio o por televisioá n, se observaraá n las prescripciones
establecidas por la Conferencia Episcopal.

Capítulo II: De la formación catequética


773. Es un deber propio y grave, principalmente de los pastores de almas, cuidar la catequesis del pueblo cristiano, a fin de que
la fe de los fieles, mediante la ensenñ anza de la doctrina y la praá ctica de la vida cristiana, se haga viva, explíácita y se transforme
en obras.
774. #1. La solicitud por la catequesis, bajo la direccioá n de la legíátima autoridad eclesiaá stica, corresponde, en la medida de la
responsabilidad de cada uno, a todos los miembros de la Iglesia. #2. Antes que nadie, los padres estaá n obligados a formar a sus
hijos en la fe y en la praá ctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo; una obligacioá n semejante tienen quienes
hacen las veces de padres y los padrinos.
775. #1. Siguiendo las prescripciones de la Sede Apostoá lica, corresponde al Obispo diocesano dictar normas sobre la
catequesis y proveer para que se disponga de instrumentos adecuados para la misma, incluso si parece oportuno, preparando
un catecismo; asimismo fomentar y coordinar las iniciativas catequíásticas. #2. Corresponde a la Conferencia Episcopal, si se
considera uá til, procurar de que se editen catecismos para su territorio, previa aprobacioá n de la Sede Apostoá lica. #3. En el seno
de la Conferencia Episcopal puede establecerse una oficina catequíástica, cuya tarea principal seraá la de ayudar a cada dioá cesis
en materia de catequesis.
776. En virtud de su oficio, el paá rroco debe cuidar de la formacioá n catequeá tica de los adultos, joá venes y ninñ os, para lo cual
emplearaá la colaboracioá n de los cleá rigos adscriptos a la parroquia, de los miembros de institutos de vida consagrada y de las
sociedades de vida apostoá lica, teniendo en cuenta la naturaleza de cada instituto, asíá como tambieá n de los fieles laicos, sobre
todo de los catequistas; todos eá stos, si no se encuentran legíátimamente impedidos, no rehuá sen prestar su ayuda de buen grado.
Promueva y fomente la funcioá n de los padres en la catequesis familiar, de la que trata el can. 774, # 2.
777. Teniendo en cuenta las normas establecidas por el Obispo diocesano, el paá rroco procure de manera especial:
1º. que se imparta una catequesis adecuada para la celebracioá n de los sacramentos;
2º. que los ninñ os, mediante una formacioá n catequeá tica impartida durante el tiempo conveniente, se preparen debidamente a la
primera recepcioá n de los sacramentos de la penitencia y de la santíásima Eucaristíáa asíá como al sacramento de la confirmacioá n;
3º. que los mismos, una vez recibida la primera comunioá n, sean educados con una formacioá n catequeá tica maá s abundante y
profunda;
4º. que, en la medida en que lo permita su propia condicioá n, se deá formacioá n catequeá tica tambieá n a los disminuidos fíásicos o
psíáquicos;
5º. que, a traveá s de diversas formas e iniciativas, la fe de los joá venes y de los adultos se fortalezca, ilumine y desarrolle.
778. Cuiden los Superiores religiosos y los de sociedades de vida apostoá lica que en sus iglesias, escuelas y otras obras de
cualquier modo confiadas a ellos, se imparta cuidadosamente la formacioá n catequeá tica.
779. Se ha de transmitir la formacioá n catequeá tica empleando todos aquellos medios, material didaá ctico e instrumentos de
comunicacioá n que parezcan maá s eficaces a fin de que los fieles, de manera adaptada a su caraá cter, capacidad y edad asíá como a
sus condiciones de vida, puedan aprender la doctrina catoá lica de modo maá s pleno y llevarla mejor a la praá ctica.
780. Los Ordinarios del lugar cuiden de que los catequistas se preparen debidamente para cumplir bien su tarea, es decir, que
se les proporcione una formacioá n permanente y que conozcan bien la doctrina de la Iglesia y aprendan teoá rica y praá cticamente
las normas propias de las disciplinas pedagoá gicas.

TÍTULO II De la actividad misional de la Iglesia


781. Como, por su misma naturaleza, toda la Iglesia es misionera y la tarea de la evangelizacioá n ha de ser considerada como
deber fundamental del Pueblo de Dios, todos los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, asumiraá n la parte que les
corresponde en la actividad misional.
782. #1. La direccioá n suprema y la coordinacioá n de las iniciativas y actividades que corresponden a la obra misional y a la
cooperacioá n misionera, competen al Romano Pontíáfice y al Colegio Episcopal. #2. Cada uno de los Obispos, en cuanto
responsable de la Iglesia universal y de todas las Iglesias, tenga una solicitud peculiar por la obra misional, sobre todo
suscitando, fomentando y sosteniendo iniciativas misionales en la propia Iglesia particular.
783. Ya que, en virtud de su misma consagracioá n, los miembros de los institutos de vida consagrada se dedican al servicio de la
Iglesia, tienen la obligacioá n de contribuir de modo especial a la actividad misional, seguá n el modo propio de su instituto.
784. Los misioneros, es decir, aquellos que son enviados por la autoridad eclesiaá stica competente para realizar la obra
misional, pueden ser elegidos de entre los autoá ctonos o no, ya sean cleá rigos seculares, o miembros de institutos de vida
consagrada o de una sociedad de vida apostoá lica, u otros fieles laicos.
785. #1. Para realizar la obra misional, se emplearaá n catequistas, es decir, fieles laicos debidamente instruidos y que se
destaquen por su vida cristiana, los cuales, bajo la direccioá n de un misionero, se dedicaraá n a proponer la doctrina evangeá lica y
a organizar los actos lituá rgicos y las obras de caridad. #2. Los catequistas se formaraá n en escuelas destinadas a este fin o,
donde no las haya, bajo la direccioá n de misioneros.
786. La actividad propiamente misional, mediante la cual se implanta la Iglesia en pueblos o grupos donde auá n no estaá
enraizada, la Iglesia la lleva a cabo principalmente enviando predicadores del Evangelio hasta que las nuevas Iglesias queden
plenamente constituidas, es decir, dotadas de fuerzas propias y medios suficientes como para poder realizar por síá mismas la
obra de evangelizar.
787. #1. Con el testimonio de su vida y de su palabra, los misioneros entablen un diaá logo sincero con quienes no creen en
Cristo, para que, de modo adaptado a la mentalidad y cultura de eá stos, abran caminos por los que puedan ser conducidos a
conocer el mensaje evangeá lico. #2. Cuiden de ensenñ ar las verdades de la fe a quienes estimen preparados para recibir el
mensaje evangeá lico, de tal modo que, cuando ellos lo pidan libremente, puedan ser admitidos a la recepcioá n del bautismo.
788. #1. Quienes hayan manifestado su voluntad de abrazar la fe en Cristo, una vez cumplido el tiempo de precatecumenado,
sean admitidos, mediante ceremonias lituá rgicas, al catecumenado, y sus nombres se inscribiraá n en un libro destinado a este fin.
#2. Por la ensenñ anza y el aprendizaje de la vida cristiana, los catecuá menos han de ser convenientemente iniciados en el
misterio de la salvacioá n e introducidos en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios asíá como del
apostolado. #3. Corresponde a las Conferencias Episcopales editar estatutos mediante los cuales se organice el catecumenado,
determinando queá obligaciones deben cumplir los catecuá menos y queá prerrogativas se les reconocen.
789. Foá rmese a los neoá fitos con la ensenñ anza adecuada para que conozcan maá s profundamente la verdad evangeá lica y las
obligaciones asumidas por el bautismo que deben cumplir; se los imbuiraá de un sincero amor a Cristo y a su Iglesia.
790. #1. En los territorios de misioá n, corresponde al Obispo diocesano:
1º. promover, dirigir y coordinar las iniciativas y obras que se refieran a la actividad misional;
2º. cuidar de que se acuerden los debidos convenios con los Moderadores de los institutos que se dedican a la obra misional, y
de que las relaciones con los mismos redunden en beneficio de la misioá n. #2. A las prescripciones dictadas por el Obispo
diocesano, de las que se habla en el # 1, n.1, estaá n sujetos todos los misioneros, incluso los religiosos y sus auxiliares que
residan en su circunscripcioá n.
791. En todas las dioá cesis, para promover la cooperacioá n misional:
1º. se promoveraá n las vocaciones misioneras;
2º. se destinaraá un sacerdote para promover eficazmente iniciativas en favor de las misiones, especialmente las Obras
Misionales Pontificias;
3º. se celebraraá el díáa anual por las misiones;
4º. se pagaraá cada anñ o una cuota proporcionada en favor de las misiones, que se remitiraá a la Santa Sede.
792. Las Conferencias Episcopales, deben establecer y promover obras que acojan fraternalmente y ayuden con la conveniente
atencioá n pastoral a quienes, desde las tierras de misiones acuden a su territorio por razones de trabajo o de estudio.

TÍTULO III De la educación católica


793. #1. Los padres y quienes hacen sus veces tienen la obligacioá n y gozan del derecho de educar a su prole; los padres
catoá licos tienen tambieá n la obligacioá n y el derecho de elegir aquellos medios e instituciones mediante los cuales, seguá n las
circunstancias de lugar, puedan proveer maá s adecuadamente a la educacioá n catoá lica de los hijos. #2. A los padres les
corresponde tambieá n el derecho de disfrutar de ayudas que ha de prestarles la sociedad civil, y que necesiten para procurar la
educacioá n catoá lica de sus hijos.
794. #1. De modo singular, el deber y el derecho de educar compete a la Iglesia, a la cual ha sido confiada la misioá n divina de
ayudar a los hombres para que puedan alcanzar la plenitud de la vida cristiana. #2. Es obligacioá n de los pastores de almas
disponer todo a fin de que todos los fieles gocen de educacioá n catoá lica.
795. Puesto que la verdadera educacioá n debe buscar la formacioá n integral de la persona humana, en orden a su fin uá ltimo y,
simultaá neamente, al bien comuá n de la sociedad, los ninñ os y los joá venes han de ser educados de manera que puedan desarrollar
armoá nicamente sus dotes fíásicas, morales e intelectuales, adquieran un sentido maá s perfecto de la responsabilidad y un uso
recto de la libertad, y se formen para participar activamente en la vida social.
Capítulo I: De las escuelas
796. #1. Entre los medios para cultivar la educacioá n, los fieles tendraá n en gran estima a las escuelas, que constituyen una ayuda
primordial para los padres en el cumplimiento de su tarea de educar. #2. Es necesario que los padres cooperen estrechamente
con los maestros de las escuelas, a quienes confíáan la educacioá n de sus hijos; los profesores, a su vez, al cumplir su oficio, han
de trabajar muy unidos con los padres, a quienes deben escuchar de buen grado, y cuyas asociaciones o reuniones deben
organizarse y ser muy apreciadas.
797. Es necesario que los padres gocen de verdadera libertad para elegir las escuelas; por ello, los fieles deben preocuparse a
fin de que la sociedad civil reconozca esta libertad a los padres y, respetando la justicia distributiva, la proteja tambieá n con
subsidios.
798. Los padres han de confiar sus hijos a aquellas escuelas en las que se provea una educacioá n catoá lica; si, en cambio, no lo
pueden hacer, tienen la obligacioá n de procurar que, fuera de las escuelas, se proporcione la debida educacioá n catoá lica de los
mismos.
799. Los fieles se esforzaraá n para que, en la sociedad civil, las leyes que regulan la formacioá n de los joá venes provean tambieá n a
su educacioá n religiosa y moral en las mismas escuelas, seguá n la conciencia de sus padres.
800. #1. A la Iglesia le corresponde el derecho de establecer y dirigir escuelas de cualquier disciplina, geá nero y grado. #2. Los
fieles fomenten las escuelas catoá licas, ayudando, en lo posible, a crearlas y sostenerlas.
801. Los institutos religiosos que tienen por misioá n propia la educacioá n, conservando fielmente esta misioá n suya, se esforzaraá n
por dedicarse a la educacioá n catoá lica tambieá n por medio de sus escuelas, establecidas con el consentimiento del Obispo
diocesano.
802. #1. Si no se dispone de escuelas en las que se deá una educacioá n imbuida del espíáritu cristiano, corresponde al Obispo
diocesano procurar su establecimiento. #2. Allíá donde convenga, el Obispo diocesano procuraraá que se establezcan tambieá n
escuelas profesionales y teá cnicas asíá como otras que se requieran por necesidades especiales.
803. #1. Se entiende por escuela catoá lica aquella que dirige la autoridad eclesiaá stica competente o una persona juríádica
eclesiaá stica puá blica, o bien que la autoridad eclesiaá stica reconoce como tal mediante documento escrito. #2. La formacioá n y la
educacioá n en una escuela catoá lica debe fundarse en los principios de la doctrina catoá lica; los maestros se han de destacar por
su recta doctrina y probidad de vida. #3. Ninguna escuela, aunque en realidad sea catoá lica, puede llevar el nombre de “escuela
catoá lica”, sin el consentimiento de la competente autoridad eclesiaá stica.
804. #1. Depende de la autoridad de la Iglesia la formacioá n y la educacioá n religiosa catoá lica que se imparte en cualesquiera
escuelas o se procura a traveá s de los diversos instrumentos de comunicacioá n social; corresponde a la Conferencia Episcopal
dictar normas generales para este campo de actividad, y corresponde al Obispo diocesano organizarlo y ejercer vigilancia
sobre el mismo. #2. El Ordinario del lugar se preocuparaá de que los maestros que se destinen a la ensenñ anza de la religioá n en
las escuelas, incluso las no catoá licas, se destaquen por su recta doctrina, testimonio de vida cristiana y aptitud pedagoá gica.
805. El Ordinario del lugar, para su dioá cesis, tiene el derecho de nombrar o aprobar los maestros de religioá n, asíá como de
removerlos o exigir que sean removidos cuando asíá lo requiera una razoá n de religioá n o de moral.
806. #1. Compete al Obispo diocesano el derecho de vigilar y de visitar las escuelas catoá licas establecidas en su territorio,
incluso las fundadas o dirigidas por miembros de institutos religiosos; asimismo le compete dictar prescripciones sobre la
organizacioá n general de las escuelas catoá licas; tales prescripciones son vaá lidas tambieá n para las escuelas dirigidas por aquellos
miembros, quedando a salvo su autonomíáa en lo que se refiere al reá gimen interno de esas escuelas. #2. Bajo la vigilancia del
Ordinario del lugar, los Moderadores de las escuelas catoá licas deben procurar que la formacioá n que se da en ellas se destaque,
en el aspecto cientíáfico, por el mismo nivel al menos que el de las demaá s escuelas de la regioá n.

Capítulo II: De las universidades católicas y


otros institutos catoá licos de estudios superiores
807. La Iglesia tiene el derecho de erigir y dirigir universidades que contribuyan a la cultura superior del hombre y a una
promocioá n maá s plena de la persona humana, asíá como al cumplimiento de la funcioá n de ensenñ ar de la misma Iglesia.
808. Ninguna universidad, aunque de hecho sea catoá lica, llevaraá el tíátulo o nombre de “universidad catoá lica” sin el
consentimiento de la competente autoridad eclesiaá stica.
809. Las Conferencias Episcopales cuiden que, si es posible y conveniente, haya universidades o al menos facultades
adecuadamente distribuidas en su territorio, en las que, con respeto de su autonomíáa cientíáfica, se investiguen y ensenñ en las
distintas disciplinas, teniendo en cuenta la doctrina catoá lica.
810. #1. Corresponde a la autoridad competente, seguá n los estatutos, procurar que, en las universidades catoá licas, se nombren
docentes que se destaquen no soá lo por su idoneidad cientíáfica y pedagoá gica, sino tambieá n por la integridad de su doctrina y
probidad de vida; y que, cuando falten tales requisitos, observando el procedimiento determinado en los estatutos, sean
removidos de su cargo. #2. Las Conferencias Episcopales y los Obispos diocesanos interesados tienen el deber y el derecho de
vigilar para que en estas universidades se observen fielmente los principios de la doctrina catoá lica.
811. #1. Procure la autoridad eclesiaá stica competente que, en las universidades catoá licas, se erija una facultad o un instituto o,
al menos, una caá tedra de teologíáa en la que se den clases tambieá n a estudiantes laicos. #2. En cada una de las universidades
catoá licas teá nganse clases en las que se traten sobre todo las cuestiones teoloá gicas que estaá n en conexioá n con las disciplinas
propias de sus facultades.
812. Quienes ensenñ an disciplinas teoloá gicas en cualquier instituto de estudios superiores deben tener mandato de la autoridad
eclesiaá stica competente.
813. El Obispo diocesano ha de tener una intensa atencioá n pastoral de los estudiantes, incluso mediante la ereccioá n de una
parroquia, o al menos mediante sacerdotes dedicados establemente a esta tarea; y ha de proveer a fin de que en las
universidades, incluso no catoá licas, haya centros universitarios catoá licos, que proporcionen ayuda, sobre todo espiritual, a la
juventud.
814. Las prescripciones establecidas para las universidades se aplican igualmente a otros institutos de estudios superiores.

Capítulo III: De las universidades y facultades eclesiásticas


815. En virtud de su funcioá n de anunciar la verdad revelada, son propias de la Iglesia las universidades o facultades
eclesiaá sticas ordenadas a la investigacioá n de las disciplinas sagradas o de otras relacionadas con eá stas, y a la instruccioá n
cientíáfica de los alumnos en estas materias.
816. #1. Las universidades y facultades eclesiaá sticas pueden establecerse solamente por ereccioá n de la Sede Apostoá lica o o por
aprobacioá n concedida por la misma; a ella compete tambieá n la superior direccioá n de las mismas. #2. Todas las universidades y
facultades eclesiaá sticas deben tener sus estatutos y plan de estudios aprobados por la Sede Apostoá lica.
817. Ninguna universidad o facultad que no haya sido erigida o aprobada por la Sede Apostoá lica, puede conferir grados
acadeá micos que tengan efectos canoá nicos en la Iglesia.
818. Las prescripciones establecidas en los caá ns. 810, 812 y 813 acerca de las universidades catoá licas se aplican igualmente
para las universidades y facultades eclesiaá sticas.
819. En la medida en que lo requiera el bien de una dioá cesis o de un instituto religioso o de la misma Iglesia universal, los
Obispos diocesanos o los Superiores competentes de los institutos deben enviar, a las universidades o facultades eclesiaá sticas,
a joá venes, a cleá rigos y a miembros de los institutos que se destaquen por su caraá cter, virtud y talento.
820. Los Moderadores y profesores de las universidades y facultades eclesiaá sticas procuraraá n que las diversas facultades de la
universidad colaboren mutuamente, en cuanto la materia lo permita, y que haya una mutua cooperacioá n entre la propia
universidad o facultad y las demaá s universidades o facultades, incluso no eclesiaá sticas, de manera que ese trabajo en conjunto,
mediante congresos, investigaciones cientíáficas coordinadas y otros medios, contribuya al mayor progreso de las ciencias.
821. La Conferencia Episcopal asíá como el Obispo diocesano provean a fin de que, donde sea posible, se funden institutos
superiores de ciencias religiosas, en los cuales se ensenñ en las disciplinas teoloá gicas y aquellas otras que pertenezcan a la
cultura cristiana.

TÍTULO IV De los instrumentos de comunicación social


en especial de los libros
822. #1. Los pastores de la Iglesia, utilizando un derecho propio de la Iglesia en el cumplimiento de su funcioá n, preocuá pense
por utilizar los instrumentos de comunicacioá n social. #2. Los mismos pastores procuren ensenñ ar a los fieles el deber que
tienen de cooperar para que el uso de los instrumentos de comunicacioá n social sea vivificado por un espíáritu humano y
cristiano. #3. Todos los fieles, principalmente aquellos que de cualquier manera participan en la organizacioá n o uso de esos
medios, sean solíácitos en prestar apoyo a la actividad pastoral, de manera que la Iglesia ejerza eficazmente su funcioá n, tambieá n
mediante esos instrumentos.
823. #1. Para preservar la integridad de las verdades de fe y costumbres, corresponde a los pastores de la Iglesia el deber y el
derecho de vigilar para que ni los escritos ni el uso de los medios de comunicacioá n social danñ en la fe o las costumbres de los
fieles; asimismo, de exigir que los fieles sometan a su juicio los escritos que vayan a publicar y tengan relacioá n con la fe o
costumbres; y tambieá n de reprobar los escritos nocivos para la rectitud de la fe o las buenas costumbres. #2. El deber y el
derecho de que se trata en el # 1 competen a los Obispos, tanto individualmente como reunidos en concilios particulares o
Conferencias Episcopales, respecto de los fieles encomendados a su cuidado; a la autoridad suprema de la Iglesia en cambio,
respecto de todo el Pueblo de Dios.
824. #1. A no ser que se establezca otra cosa, el Ordinario del lugar cuya licencia o aprobacioá n hay que pedir seguá n los caá nones
de este tíátulo para editar libros, es el Ordinario del lugar propio del autor o bien el Ordinario del lugar donde se editan los
libros. #2. Lo que en los caá nones de este tíátulo se establece acerca de los libros, se ha de aplicar a cualesquiera escritos
destinados a la divulgacioá n puá blica, a no ser que conste otra cosa.
825. #1. Los libros de las sagradas Escrituras no pueden editarse si no son aprobados por la Sede Apostoá lica o por la
Conferencia Episcopal; asimismo, para que puedan editarse sus traducciones en lengua vernaá cula, se requiere que hayan sido
aprobadas por la misma autoridad y que, ademaá s, esteá n dotadas de las necesarias y suficientes notas aclaratorias. #2. Con
licencia de la Conferencia Episcopal, los fieles catoá licos pueden confeccionar y publicar las traducciones de las sagradas
Escrituras dotadas de las convenientes notas aclaratorias tambieá n en colaboracioá n con los hermanos separados.
826. #1. En lo que atanñ e a los libros lituá rgicos, se observaraá n las prescripciones del can. 838. #2. Para reeditar los libros
lituá rgicos asíá como sus traducciones en lengua vernaá cula o sus partes, debe constar su concordancia con la edicioá n aprobada
mediante testimonio del Ordinario del lugar en el que se publican. #3. Los libros de oraciones para uso puá blico o privado de los
fieles no se editen sin licencia del Ordinario del lugar.
827. #1. Para editar catecismos y otros escritos relacionados con la formacioá n catequeá tica, asíá como sus traducciones, es
necesaria la aprobacioá n del Ordinario del lugar, quedando en firme lo prescripto por el can. 775, # 2. #2. En las escuelas, sean
elementales, medias o superiores, no pueden emplearse como texto en el que se funda la ensenñ anza, libros que traten de
cuestiones referentes a las sagradas Escrituras, teologíáa, derecho canoá nico, historia eclesiaá stica y materias religiosas o morales,
que no hayan sido editados con aprobacioá n de la autoridad eclesiaá stica competente o bien no hayan sido aprobados por ella
posteriormente. #3. Se recomienda que se sometan al juicio del Ordinario del lugar los libros sobre materias de las que se trata
en el # 2, aunque no se utilicen como texto en la ensenñ anza, e igualmente aquellos escritos en los que se contenga algo que se
relacione de manera peculiar con la religioá n o la honestidad de las costumbres. #4. En las iglesias u oratorios no se pueden
exponer, vender o dar libros u otros escritos que traten sobre cuestiones de religioá n o de moral, que no hayan sido editados con
licencia de la autoridad eclesiaá stica competente o aprobados despueá s por ella.
828. No se permite reeditar colecciones de decretos o de actos editados por una autoridad eclesiaá stica sin haber obtenido
previamente licencia de la misma autoridad y observando las condiciones prescriptas por la misma.
829. La aprobacioá n o licencia para editar una obra vale para el texto original, pero no para nuevas ediciones o traducciones del
mismo.
830. #1. Permaneciendo íántegro el derecho de cada Ordinario del lugar de encomendar el juicio sobre los libros a personas
aprobadas por eá l mismo, puede la Conferencia Episcopal confeccionar una lista de censores, que se destaquen por su ciencia,
recta doctrina y prudencia, y que esteá n a disposicioá n de las curias diocesanas, o asimismo constituir una comisioá n de censores,
a la que puedan consultar los Ordinarios del lugar. #2. Al cumplir su oficio, dejando de lado toda acepcioá n de personas, el
censor tendraá presente solamente la doctrina de la Iglesia sobre fe y costumbres, tal como es propuesta por el magisterio
eclesiaá stico. #3. El censor debe dar su opinioá n por escrito; si eá sta es favorable, el Ordinario concederaá , seguá n su prudente
juicio, la licencia para la edicioá n, haciendo mencioá n expresa de su nombre asíá como de la fecha y lugar de concesioá n de la
licencia; si, en cambio, no la concede, el Ordinario comunicaraá al autor de la obra las razones de la negativa.
831. #1. Sin causa justa y razonable, los fieles no escriban cosa alguna en diarios, folletos o perioá dicos que de modo manifiesto
suelen atacar a la religioá n catoá lica o a las buenas costumbres; por su parte, los cleá rigos y los miembros de institutos religiosos
soá lo pueden hacerlo con licencia del Ordinario del lugar. #2. Corresponde a la Conferencia Episcopal establecer normas acerca
de los requisitos para que cleá rigos o miembros de institutos religiosos puedan tomar parte a traveá s de la radio o televisioá n en
el tratamiento de cuestiones referentes a la doctrina catoá lica o a las costumbres.
832. Los miembros de institutos religiosos necesitan ademaá s licencia de su Superior mayor, a tenor de las constituciones, para
editar escritos que traten de cuestiones de religioá n o de costumbres.

TÍTULO V De la profesión de fe
833. Tienen la obligacioá n de emitir personalmente la profesioá n de fe, seguá n la foá rmula aprobada por la Sede Apostoá lica:
1º. ante el presidente o su delegado, todos los que participan, con voto deliberativo o consultivo, en un Concilio Ecumeá nico o
particular, síánodo de los Obispos y síánodo diocesano; el presidente, por su parte, ante el Concilio o síánodo;
2º. los que han sido promovidos a la dignidad cardenalicia, seguá n los estatutos del sacro Colegio;
3º. ante el delegado de la Sede Apostoá lica, todos los promovidos al episcopado, y asimismo los que se equiparan al Obispo
diocesano;
4º. ante el colegio de consultores, el Administrador diocesano;
5º. ante el Obispo diocesano o un delegado suyo, los Vicarios generales y Vicarios episcopales asíá como los Vicarios judiciales;
6º. ante el Ordinario del lugar o un delegado suyo, los paá rrocos, el rector, los profesores de teologíáa y de filosofíáa en los
seminarios, cuando comienzan a ejercer su funcioá n; los que van a ser promovidos al orden del diaconado;
7º. ante el Gran Canciller o, en su defecto, ante el Ordinario del lugar o sus delegados, el rector de la universidad eclesiaá stica o
catoá lica, cuando comienza a ejercer su funcioá n; ante el rector, si es sacerdote, o ante el Ordinario del lugar o ante sus delegados,
los docentes que ensenñ an disciplinas relacionadas con la fe o las costumbres en cualesquiera universidades, cuando comienzan
a ejercer su funcioá n;
8º. los Superiores en los institutos religiosos y sociedades de vida apostoá lica clericales, a tenor de las constituciones.
3|bCICA

LIBRO IV De la función de santificar de la Iglesia [can. 844 - 1253]


834. #1. La Iglesia cumple la funcioá n de santificar de modo peculiar a traveá s de la sagrada liturgia, que con razoá n se considera
como el ejercicio de la funcioá n sacerdotal de Jesucristo, en la cual la santificacioá n de los hombres se significa por signos
sensibles y se realiza seguá n el modo propio de cada uno de ellos, a la vez que se ejerce el culto puá blico e íántegro a Dios por
parte del Cuerpo míástico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y los miembros. #2. Este culto se tiene cuando se tributa en nombre
de la Iglesia por las personas legíátimamente designadas y mediante actos aprobados por la autoridad de la Iglesia.
835. #1. La funcioá n de santificar la ejercen en primer lugar los Obispos, que son sumos sacerdotes, los principales
dispensadores de los misterios de Dios, y, en la Iglesia a ellos encomendada, los moderadores, promotores y custodios de toda
la vida lituá rgica. #2. La ejercen tambieá n los presbíáteros, o sea, quienes participando del sacerdocio del mismo Cristo, como
ministros suyos bajo la autoridad del Obispo, se consagran a la celebracioá n del culto divino y a la santificacioá n del pueblo. #3.
En la celebracioá n del culto divino, los diaá conos tienen su parte, a tenor de las prescripciones del derecho. #4. En la funcioá n de
santificar, tienen su parte propia tambieá n los demaá s fieles cristianos al participar activamente, seguá n su modo propio, en las
celebraciones lituá rgicas, principalmente en la eucaríástica; en la misma funcioá n participan de modo peculiar los padres,
viviendo con espíáritu cristiano la vida conyugal y procurando la educacioá n cristiana de sus hijos.
836. Siendo el culto cristiano, en el que se ejerce el sacerdocio comuá n de los fieles, una obra que procede de la fe y en ella se
apoya, los ministros sagrados procuren cuidadosamente suscitarla e iluminarla, principalmente mediante el ministerio de la
palabra, por el cual nace la fe y se nutre.
837. #1. Las acciones lituá rgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la misma Iglesia, que es “sacramento de
unidad”, es decir, pueblo santo reunido y ordenado bajo los Obispos; por eso, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia y lo
manifiestan y realizan; no obstante, involucran a cada uno de sus miembros de modo distinto, seguá n la diversidad de oá rdenes,
funciones y participacioá n actual. #2. Las acciones lituá rgicas, en la medida en que, por su propia naturaleza, impliquen una
celebracioá n comunitaria, se celebraraá n, donde esto pueda hacerse, con la asistencia y participacioá n activa de los fieles.
838. #1. La direccioá n de la sagrada liturgia depende exclusivamente de la autoridad de la Iglesia, que reside en la Sede
Apostoá lica y, a tenor del derecho, en el Obispo diocesano. #2. Corresponde a la Sede Apostoá lica organizar la sagrada liturgia de
la Iglesia universal, editar los libros lituá rgicos y revisar sus traducciones a lenguas vernaá culas, asíá como vigilar para que las
normas lituá rgicas se observen fielmente en todas partes. #3. Toca a las Conferencias Episcopales preparar las traducciones de
los libros lituá rgicos a las lenguas vernaá culas, convenientemente adaptadas dentro de los líámites determinados en los mismos
libros lituá rgicos, y editarlas, con la revisioá n previa de la Santa Sede. #4. Al Obispo diocesano en la Iglesia a eá l encomendada
compete, dentro de los líámites de su competencia, dar normas en materia lituá rgica, que son obligatorias para todos.
839. #1. Tambieá n a traveá s de otros medios realiza la Iglesia la funcioá n de santificar ya con oraciones, por las que se ruega a Dios
que los fieles se santifiquen en la verdad, ya con obras de penitencia y de caridad, que ciertamente ayudan en gran medida a
que el Reino de Cristo se radique y fortalezca en las almas, y contribuyen a la salvacioá n del mundo. #2. Los Ordinarios del lugar
procuren que las oraciones asíá como las praá cticas piadosas y sagradas del pueblo cristiano esteá n en plena conformidad con las
normas de la Iglesia.

PARTE I: De los sacramentos


840. Los sacramentos del Nuevo Testamento, instituidos por Cristo Senñ or y confiados a la Iglesia, en cuanto que son acciones
de Cristo y de la Iglesia, son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe, se rinde culto a Dios y se realiza la
santificacioá n de los hombres, y por tanto contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la comunioá n
eclesiaá stica; por esta razoá n, al celebrarlos, tanto los sagrados ministros como los demaá s fieles deben actuar con suma
veneracioá n y con el debido
cuidado.
841. Puesto que los sacramentos son los mismos para toda la Iglesia y pertenecen al depoá sito divino, corresponde
exclusivamente a la suprema autoridad de la Iglesia aprobar o determinar lo que se requiere para su validez, y a ella misma o a
otra autoridad competente, a tenor del can. 838, ## 3 y 4, corresponde establecer lo que se refiere a su celebracioá n,
administracioá n y recepcioá n líácita, asíá como tambieá n al ritual que debe observarse en su celebracioá n.
842. #1. Quien no ha recibido el bautismo, no puede ser admitido vaá lidamente a los demaá s sacramentos. #2. Los sacramentos
del bautismo, de la confirmacioá n y de la santíásima Eucaristíáa estaá n conectados entre síá de tal manera que son necesarios para
la plena iniciacioá n cristiana.
843. #1. Los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, esteá n debidamente
dispuestos, y no les esteá prohibido recibirlos por el derecho. #2. Los pastores de almas y los demaá s fieles, cada uno seguá n su
funcioá n eclesiaá stica, tienen obligacioá n de procurar que quienes piden los sacramentos se preparen para recibirlos con la
debida evangelizacioá n y formacioá n catequeá tica, atendiendo a las normas dadas por la autoridad eclesiaá stica competente.
844. #1. Los ministros catoá licos administran los sacramentos líácitamente soá lo a los fieles catoá licos, los cuales, de igual modo,
soá lo los reciben líácitamente de los ministros catoá licos, salvo lo prescripto por los ## 2, 3 y 4 de este canon, y por el can. 861, #
2. #2. Siempre que lo pida la necesidad o lo aconseje una verdadera utilidad espiritual, y con tal de que se evite el peligro de
error o de indiferentismo, estaá permitido a los fieles a quienes resulte fíásica o moralmente imposible acudir a un ministro
catoá lico, recibir los sacramentos de la penitencia, Eucaristíáa y uncioá n de los enfermos de aquellos ministros no catoá licos en
cuya Iglesia existen como vaá lidos dichos sacramentos. #3. Los ministros catoá licos administran líácitamente los sacramentos de
la penitencia, Eucaristíáa y uncioá n de los enfermos a los miembros de Iglesias orientales que no tienen comunioá n plena con la
Iglesia catoá lica, si se lo piden espontaá neamente y estaá n debidamente dispuestos; esto vale tambieá n para los miembros de otras
Iglesias que, a juicio de la Sede Apostoá lica se encuentran en igual condicioá n que las citadas Iglesias orientales en lo que atanñ e a
los sacramentos. #4. Si hay peligro de muerte o, a juicio del Obispo diocesano o de la Conferencia Episcopal, urge otra
necesidad grave, los ministros catoá licos administran líácitamente esos mismos sacramentos tambieá n a los demaá s cristianos que
no tienen comunioá n plena con la Iglesia catoá lica, cuando eá stos no puedan acudir a un ministro de su comunidad y lo pidan
espontaá neamente, con tal de que profesen la fe catoá lica respecto de esos sacramentos y esteá n debidamente dispuestos. #5.
Para los casos de que se trata en los ## 2, 3 y 4, el Obispo diocesano o la Conferencia Episcopal no daraá n normas generales sino
despueá s de haber consultado a la competente autoridad, por lo menos local, de la Iglesia o comunidad no catoá lica de que se
trate.
845. #1. Los sacramentos del bautismo, de la confirmacioá n y del orden, puesto que imprimen caraá cter, no pueden reiterarse.
#2. Si, habiendo realizado una investigacioá n cuidadosa, auá n subsiste duda prudente sobre si los sacramentos tratados en el # 1
fueron realmente o bien vaá lidamente conferidos, se conferiraá n bajo condicioá n.
846. #1. En la celebracioá n de los sacramentos, se deben observar fielmente los libros lituá rgicos aprobados por la autoridad
competente; por consiguiente, nadie anñ ada, suprima o cambie cosa alguna por propia iniciativa. #2. El ministro ha de celebrar
los sacramentos seguá n su propio rito.
847. #1. Para administrar los sacramentos en que deben emplearse los santos oá leos, el ministro debe utilizar aceites extraíádos
de olivos o de otras plantas, y, por cierto, recientemente consagrados o bendecidos por el Obispo, quedando a salvo lo
prescripto en el can.999, n.2; no se usaraá n los antiguos, a menos que haya necesidad. #2. El paá rroco debe pedir los santos oá leos
al propio Obispo y guardarlos cuidadosamente en lugar decoroso.
848. Fuera de las ofrendas determinadas por la autoridad competente, el ministro no debe pedir nada por la administracioá n de
los sacramentos, teniendo siempre cuidado de que los necesitados no queden privados de la ayuda de los sacramentos en
razoá n de su pobreza.

TÍTULO I Del bautismo


849. El bautismo, puerta de los sacramentos, cuya recepcioá n de hecho o al menos de deseo es necesaria para la salvacioá n, por el
cual los hombres son liberados de los pecados, reengendrados como hijos de Dios y, quedando configurados con Cristo por el
caraá cter indeleble, incorporados a la Iglesia, se confiere vaá lidamente soá lo mediante la ablucioá n con agua verdadera,
acompanñ ada de la debida forma verbal.

Capítulo I: De la celebración del bautismo


850. El bautismo se administra seguá n el ritual prescripto en los libros lituá rgicos aprobados, excepto en caso de necesidad
urgente, en el cual deben cumplirse soá lo aquellas cosas que se requieren para la validez del sacramento.
851. Se debe preparar debidamente la celebracioá n del bautismo; por tanto:
1º. el adulto que desea recibir el bautismo debe ser admitido al catecumenado y, en la medida de lo posible, ser conducido por
pasos sucesivos a la iniciacioá n sacramental, seguá n el ritual de iniciacioá n adaptado por la Conferencia Episcopal y las normas
peculiares dictadas por la misma;
2º. los padres del infante que va a ser bautizado, y asimismo quienes asumiraá n la funcioá n de padrinos, seraá n debidamente
instruidos sobre el significado de este sacramento y sobre las obligaciones que lleva consigo; el paá rroco, personalmente o por
medio de otros, procuraraá que los padres sean debidamente instruidos con exhortaciones pastorales e incluso con la oracioá n
en comuá n, reuniendo a varias familias, y visitaá ndolas, donde esto sea posible.
852. #1. Las prescripciones que hay en los caá nones sobre el bautismo de adultos se aplican a todos aquellos que, habiendo
salido de la infancia, han alcanzado el uso de razoá n. #2. Tambieá n en lo que atanñ e al bautismo, el que no tiene uso de razoá n se
asimila al infante.
853. Fuera del caso de necesidad, el agua que se emplea para conferir el bautismo debe estar bendecida, seguá n las
prescripciones de los libros lituá rgicos.
854. El bautismo se ha de conferir por inmersioá n o por infusioá n, respetando las prescripciones de la Conferencia Episcopal.
855. Los padres, los padrinos y el paá rroco procuren que no se imponga un nombre ajeno al sentir cristiano.
856. Aunque el bautismo puede celebrarse cualquier díáa, sin embargo se recomienda celebrarlo de ordinario en díáa domingo o,
si es posible, en la Vigilia Pascual.
857. #1. Fuera del caso de necesidad, el lugar propio para el bautismo es una iglesia u oratorio. #2. Como regla general, el
adulto se bautizaraá en la iglesia parroquial propia; el infante, en cambio, en la iglesia parroquial propia de los padres, a menos
que una causa justa aconseje otra cosa.
858. #1. Toda iglesia parroquial tendraá pila bautismal, quedando a salvo el derecho cumulativo ya adquirido por otras iglesias.
#2. El Ordinario del lugar, habiendo oíádo al paá rroco del lugar, puede permitir o mandar, para comodidad de los fieles, que haya
pila bautismal tambieá n en otra iglesia u oratorio dentro de los líámites de la parroquia.
859. Si, por la distancia de los lugares u otras circunstancias, el que ha de ser bautizado no puede, sin grave incomodidad,
acudir o ser llevado a la iglesia parroquial o a otra iglesia u oratorio, de que se trata en el can.858, # 2, el bautismo puede y
debe conferirse en otra iglesia u oratorio maá s cercano, o tambieá n en otro lugar decente.
860. #1. Fuera del caso de necesidad, no debe administrarse el bautismo en casas particulares, a no ser que el Ordinario del
lugar lo hubiera permitido por causa grave. #2. A no ser que el Obispo diocesano establezca otra cosa, el bautismo no debe
celebrarse en los hospitales, salvo en caso de necesidad o cuando lo exija otra razoá n pastoral.

Capítulo II: Del ministro del bautismo


861. #1. El ministro ordinario del bautismo es el Obispo, el presbíátero y el diaá cono, quedando firme lo prescripto en el can.530,
n.1. #2. Estando ausente o impedido el ministro ordinario, confiere líácitamente el bautismo un catequista u otro destinado a
esta funcioá n por el Ordinario del lugar; maá s auá n, en caso de necesidad, cualquier persona movida de la debida intencioá n; los
pastores de almas, especialmente el paá rroco, deben procurar que los fieles sean instruidos sobre el modo debido de bautizar.
862. Exceptuado el caso de necesidad, a nadie es líácito, sin la debida licencia, conferir el bautismo en territorio ajeno, ni
siquiera a sus suá bditos.
863. El bautismo de los adultos, por lo menos el de aquellos que hayan cumplido los catorce anñ os de edad, seraá ofrecido al
Obispo diocesano, a fin de que, si lo estima conveniente, lo administre eá l mismo.

Capítulo III: De los que van a ser bautizados


864. Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano auá n no bautizado y solamente eá l.
865. #1. Para que pueda bautizarse a un adulto, es necesario que haya manifestado su deseo de recibir el bautismo, que esteá
suficientemente instruido sobre las verdades de la fe y las obligaciones cristianas y que haya sido probado en la vida cristiana
mediante el catecumenado; se lo ha de exhortar ademaá s a que tenga dolor de sus pecados. #2. Un adulto que se encuentra en
peligro de muerte puede ser bautizado si, teniendo alguá n conocimiento sobre las verdades principales de la fe, manifiesta de
cualquier modo su intencioá n de recibir el bautismo y promete que observaraá los mandamientos de la religioá n cristiana.
866. A no ser que obste una causa grave, el adulto que es bautizado debe ser confirmado inmediatamente despueá s del
bautismo y participar de la celebracioá n eucaríástica, recibiendo tambieá n la comunioá n.
867. #1. Los padres tienen la obligacioá n de procurar que los infantes sean bautizados dentro de las primeras semanas; cuanto
antes despueá s del nacimiento, e incluso antes de eá l, acudiraá n al paá rroco para pedir el sacramento para su hijo y prepararse
debidamente para eá l. #2. Si el infante se encuentra en peligro de muerte, debe ser bautizado sin demora alguna.
868. #1. Para bautizar líácitamente a un infante, se requiere:
1º. que los padres, o al menos uno de ellos, o quienes legíátimamente hacen sus veces, den el consentimiento;
2º. que haya esperanza fundada de que el ninñ o va a ser educado en la religioá n catoá lica; si falta por completo esa esperanza debe
diferirse el bautismo, seguá n las prescripciones del derecho particular haciendo saber la razoá n a los padres. #2. El ninñ o de
padres catoá licos, e incluso de no catoá licos, en peligro de muerte, es bautizado líácitamente, aun en contra de la voluntad de sus
padres.
869. #1. Cuando hay dudas sobre si alguien fue bautizado, o si el bautismo fue conferido vaá lidamente, y la duda persiste
despueá s de una investigacioá n seria, se le ha de conferir el bautismo bajo condicioá n. #2. Los bautizados en una comunidad
eclesial no catoá lica no deben ser bautizados bajo condicioá n, a no ser que haya una razoá n seria para dudar de la validez de su
bautismo, atendiendo tanto a la materia y a la foá rmula empleadas en su colacioá n como a la intencioá n del bautizado, si era
adulto, y del ministro que bautizoá . #3. Si, en los casos de que tratan los ## 1 y 2 persiste la duda sobre la administracioá n del
bautismo o sobre su validez, no se debe conferir el bautismo sino despueá s de haber expuesto la doctrina sobre el sacramento
del bautismo a quien ha de recibirlo, si es adulto, y de haberle manifestado a eá l, o a sus padres, si se trata de un infante, las
razones de la dudosa validez del bautismo celebrado.
870. El infante expoá sito o que se halloá abandonado debe ser bautizado, a no ser que conste su bautismo despueá s de investigar
cuidadosamente el asunto.
871. Los fetos abortivos, si viven, en la medida de lo posible deben ser bautizados.

Capítulo IV: De los padrinos


872. En la medida de lo posible, a quien va a recibir el bautismo se le debe dar un padrino, cuya funcioá n es, si el que va a ser
bautizado es adulto, asistirlo en su iniciacioá n cristiana, y si el que va a ser bautizado es infante, presentarlo al bautismo junto
con sus padres; asimismo, colaborar para que el bautizado lleve una vida cristiana coherente con el bautismo y cumpla
fielmente las obligaciones inherentes al mismo.
873. Se ha de tener solamente un uá nico padrino o una uá nica madrina, o tambieá n uno y una.
874. #1. Para que alguien reciba la funcioá n de padrino, se requiere:
1º. ser designado por quien va a bautizarse o por sus padres o por quienes hacen sus veces o, faltando eá stos, por el paá rroco o
ministro, y tener capacidad e intencioá n de desempenñ ar esta funcioá n;
2º. haber cumplido dieciseá is anñ os de edad, a no ser que el Obispo diocesano haya establecido otra edad, o que, por causa justa,
el paá rroco o el ministro consideren admisible una excepcioá n;
3º. ser catoá lico, estar confirmado y haber recibido ya el santíásimo sacramento de la Eucaristíáa, y asimismo, llevar una vida
coherente con la fe y con la misioá n que va a recibir;
4º. no estar afectado por pena canoá nica alguna, legíátimamente impuesta o declarada;
5º. no ser el padre o la madre del que se ha de bautizar. #2. El bautizado perteneciente a una comunidad eclesial no catoá lica,
puede ser admitido solamente junto con un padrino catoá lico y exclusivamente en calidad de testigo del bautismo.

Capítulo V: De la prueba y anotación del bautismo conferido


875. Quien administra el bautismo procure que, si falta el padrino, haya al menos un testigo por quien pueda probarse su
colacioá n.
876. Para probar la colacioá n del bautismo, si no se causa perjuicio a nadie, basta la declaracioá n de un solo testigo inmune de
toda sospecha o el juramento del mismo bautizado, si recibioá el bautismo en edad adulta.
877. #1. El paá rroco del lugar en que se celebra el bautismo debe anotar cuidadosamente y sin demora alguna en el libro de
bautismos el nombre de los bautizados, haciendo mencioá n del ministro, los padres, padrinos, asíá como testigos, si los hubo, y el
lugar y díáa de colacioá n del bautismo, indicando, al mismo tiempo, el díáa y lugar de nacimiento. #2. Cuando se trata de un hijo de
madre soltera, se ha de inscribir el nombre de la madre, si consta puá blicamente su maternidad o ella misma lo pide
espontaá neamente, por escrito o ante dos testigos; asimismo se ha de inscribir el nombre del padre, si su paternidad es probada
por alguá n documento puá blico o bien por la declaracioá n del mismo ante el paá rroco y dos testigos; en los demaá s casos se
inscribiraá el bautizado sin hacer indicacioá n alguna del nombre del padre o de los padres.
3. Si se trata de un hijo adoptivo, se inscribiraá el nombre de quienes lo adoptaron y tambieá n, al menos si asíá se hace en el
registro civil de la regioá n, el de los padres naturales, a tenor de los ## 1 y 2, y teniendo en cuenta las prescripciones de la
Conferencia Episcopal.
878. Si el bautismo no fue administrado por el paá rroco ni estando eá l presente, el ministro del bautismo, quien quiera que sea,
debe informar al paá rroco de la parroquia en la cual se administroá el sacramento sobre la colacioá n del bautismo, para que lo
anote a tenor del can. 877, # 1.

Título II Del sacramento de la confirmación


879. El sacramento de la confirmacioá n, que imprime caraá cter y por el cual los bautizados, siguiendo el camino de la iniciacioá n
cristiana, quedan enriquecidos con el don del Espíáritu Santo y vinculados maá s perfectamente a la Iglesia, los fortalece y obliga
con mayor fuerza a que, de palabra y de obra, sean testigos de Cristo y difundan y defiendan la fe.

Capítulo I: De la celebración de la confirmación


880. #1. El sacramento de la confirmacioá n se confiere por la uncioá n del crisma en la frente, que se hace mediante la imposicioá n
de la mano, y por las palabras prescriptas en los libros lituá rgicos aprobados. #2. El crisma que se debe emplear en la
confirmacioá n ha de ser consagrado por el Obispo, aunque el sacramento sea administrado por un presbíátero.
881. Conviene que el sacramento de la confirmacioá n se celebre en una iglesia y dentro de la Misa; sin embargo, por causa justa
y razonable, puede celebrarse fuera de la Misa y en cualquier lugar digno.

Capítulo II: Del ministro de la confirmación


882. El ministro ordinario de la confirmacioá n es el Obispo; tambieá n administra vaá lidamene este sacramento el presbíátero
dotado de esta facultad en virtud del derecho universal o por concesioá n peculiar de la autoridad competente.
883. El virtud del mismo derecho gozan de la facultad de administrar la confirmacioá n:
1º. dentro de los líámites de su jurisdiccioá n, quienes en el derecho se equiparan al Obispo diocesano;
2º. respecto de la persona de que se trata, el presbíátero que, en virtud de su oficio o por mandato del Obispo diocesano, bautiza
a quien ha superado la infancia, o admite a uno ya bautizado en la plena comunioá n de la Iglesia catoá lica;
3º. respecto de los que se encuentran en peligro de muerte, el paá rroco, e incluso cualquier presbíátero.
884. #1. El Obispo diocesano debe administrar la confirmacioá n por síá mismo, o cuidar de que la administre otro Obispo; pero si
la necesidad lo requiere, puede conceder facultad a uno o a varios presbíáteros determinados para que administren este
sacramento. #2. Por causa grave, el Obispo y asimismo el presbíátero dotado de la facultad de confirmar en virtud del derecho o
por peculiar concesioá n de la autoridad competente, pueden, en casos particulares, asociar a síá a otros presbíáteros, que
administren tambieá n el sacramento.
885. #1. El Obispo diocesano tiene la obligacioá n de procurar que se confiera el sacramento de la confirmacioá n a sus suá bditos
que lo pidan debida y razonablemente. #2. El presbíátero que goza de esta facultad debe utilizarla para con aquellos en cuyo
favor se le ha concedido la facultad.
886. #1. Dentro de su dioá cesis, el Obispo administra legíátimamente el sacramento de la confirmacioá n tambieá n a los fieles no
suá bditos, a menos que obste una prohibicioá n expresa de su Ordinario propio. #2. Para administrar líácitamente la confirmacioá n
en una dioá cesis ajena, un Obispo necesita licencia del Obispo diocesano, al menos razonablemente presunta, a no ser que se
trate de sus propios suá bditos.
887. Dentro del territorio que se le ha designado, el presbíátero que goza de la facultad de confirmar confiere líácitamente este
sacramento tambieá n a los extranñ os, a no ser que obste una prohibicioá n del Ordinario propio de ellos; en cambio, en territorio
ajeno no lo confiere vaá lidamente a nadie, salvo lo prescripto en el can.883, n.3.
888. Dentro del territorio en el cual pueden conferir la confirmacioá n, los ministros pueden administrarla tambieá n en los
lugares exentos.

Capítulo III: De los que van a ser confirmados


889. #1. Es capaz de recibir la confirmacioá n todo bautizado auá n no confirmado y solamente eá l. #2. Fuera del peligro de muerte,
para que alguien reciba líácitamente la confirmacioá n se requiere que, si goza de uso de razoá n, esteá adecuadamente instruido,
debidamente dispuesto y pueda renovar las promesas del bautismo.
890. Los fieles estaá n obligados a recibir este sacramento en el tiempo oportuno; los padres y los pastores de almas, sobre todo
los paá rrocos, procuraraá n que los fieles esteá n debidamente instruidos para recibirlo y acudan a eá l en el tiempo oportuno.
891. El sacramento de la confirmacioá n se conferiraá a los fieles en torno de la edad de la discrecioá n, a no ser que la Conferencia
Episcopal determine otra edad, o exista peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave aconseje otra cosa.

Capítulo IV: De los padrinos


892. En la medida de lo posible, quien va a ser confirmado ha de tener un padrino, a quien corresponde procurar que el
confirmado se comporte como verdadero testigo de Cristo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo
sacramento.
893. #1. Para que alguien pueda desempenñ ar la funcioá n de padrino, debe cumplir las condiciones de que trata el can.
874. #2. Es conveniente que se elija como padrino a quien recibioá la misma funcioá n en el bautismo.

Capítulo V: De la prueba de la colación de la confirmación y su anotación


894. Para probar la colacioá n de la confirmacioá n, se observaraá n las prescripciones del can. 876.
895. Se anotaraá n en el libro de confirmaciones de la curia diocesana los nombres de los confirmados, haciendo mencioá n del
ministro, los padres y los padrinos, del lugar y díáa de la colacioá n de la confirmacioá n, o, donde asíá lo prescriba la Conferencia
Episcopal o el Obispo diocesano, en un libro que se ha de conservar en el archivo parroquial; el paá rroco debe hacer saber sobre
la colacioá n de la confirmacioá n al paá rroco del lugar del bautismo, para que se haga la anotacioá n en el libro de bautismos, a tenor
de
l can. 535, # 2.
896. Si el paá rroco del lugar no hubiera estado presente, debe el ministro, personalmente o por medio de otro, comunicarle
cuanto antes sobre la colacioá n de la confirmacioá n.

TÍTULO III De la santísima Eucaristía


897. El sacramento maá s augusto es la santíásima Eucaristíáa, en la cual se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Senñ or, y
por la cual vive y crece continuamente la Iglesia. El Sacrificio eucaríástico, memorial de la muerte y la resurreccioá n del Senñ or, en
el cual se perpetuá a a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida
cristiana, por el cual se significa y realiza la unidad del Pueblo de Dios y se perfecciona la edificacioá n del cuerpo
de Cristo. Asíá, pues, los demaá s sacramentos y todas las obras eclesiaá sticas de apostolado estaá n unidos estrechamente con la
santíásima Eucaristíáa y a ella se ordenan.
898. Los fieles tendraá n en sumo honor a la santíásima Eucaristíáa, tomando parte activa en la celebracioá n del Sacrificio
augustíásimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con maá xima devocioá n, y daá ndole culto con suma adoracioá n; los
pastores de almas, al ilustrar la doctrina sobre este sacramento, ensenñ en cuidadosamente a los fieles esta obligacioá n.

Capítulo I :De la celebración eucarística


899. #1. La celebracioá n eucaríástica es una accioá n del mismo Cristo y de la Iglesia, en la cual Cristo el Senñ or, sustancialmente
presente bajo las especies del pan y del vino, mediante el ministerio del sacerdote se ofrece a síá mismo a Dios Padre y se
entrega como alimento espiritual a los fieles asociados a su oblacioá n. #2. En la Asamblea eucaríástica, el Pueblo de Dios es
convocado en la unidad, con la presidencia del Obispo, o, bajo su autoridad, de un presbíátero, que actuá an, personificando a
Cristo; todos los fieles que asisten, tanto cleá rigos como laicos, concurren participando cada uno seguá n su modo propio, de
acuerdo con la diversidad de oá rdenes y de funciones lituá rgicas. #3. La celebracioá n eucaríástica se dispondraá de tal manera que
todos los participantes perciban de ella frutos abundantes, para cuya obtencioá n Cristo el Senñ or instituyoá el Sacrificio
eucaríástico.

Artíáculo 1: Del ministro de la santíásima Eucaristíáa


900. #1. Soá lo el sacerdote vaá lidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristíáa,
personificando a Cristo. #2. Líácitamente celebra la Eucaristíáa el sacerdote no impedido por ley canoá nica, cumpliendo las
prescripciones de los caá nones que siguen.
901. El sacerdote tiene facultad de aplicar la Misa por cualesquiera, tanto vivos como difuntos.
902. A no ser que la utilidad de los fieles requiera o aconseje otra cosa, los sacerdotes pueden concelebrar la Eucaristíáa,
quedando, sin embargo, íántegra la libertad de cada uno de celebrar la Eucaristíáa de modo individual, aunque no al mismo
tiempo que haya concelebracioá n en la misma iglesia u oratorio.
903. Se admitiraá que el sacerdote celebre aunque sea desconocido para el rector de la iglesia, con tal de que o bien presente
una carta comendaticia de su Ordinario o su Superior, dada al menos en el anñ o, o bien pueda juzgarse prudentemente que no
estaá impedido de celebrar.
904. Los sacerdotes, teniendo siempre presente que en el misterio del Sacrificio eucaríástico se realiza continuamente la obra de
la redencioá n, celebraraá n frecuentemente; es maá s, se recomienda encarecidamente la celebracioá n cotidiana, la cual, aunque no
pueda haber presencia de fieles, es ciertamente un acto de Cristo y de la Iglesia, en cuya realizacioá n los sacerdotes cumplen su
principal ministerio.
905. #1. Exceptuados aquellos casos en que, a tenor del derecho, es líácito celebrar o concelebrar maá s de una vez la Eucaristíáa
en el mismo díáa, no es líácito al sacerdote celebrar maá s de una vez al díáa. #2. Si hay escasez de sacerdotes, el Ordinario del lugar
puede conceder que, con causa justa, los sacerdotes celebren dos veces al díáa, e incluso, cuando lo pide una necesidad pastoral,
aun tres veces los domingos y fiestas de precepto.
906. Sin causa justa y razonable, el sacerdote no celebraraá el Sacrificio eucaríástico sin la participacioá n de por lo menos alguá n
fiel.
907. En la celebracioá n eucaríástica, no estaá permitido a los diaá conos ni a los laicos decir aquellas oraciones, sobre todo la
plegaria eucaríástica, ni realizar aquellas acciones, que son propias del sacerdote celebrante.
908. Estaá prohibido a los sacerdotes catoá licos concelebrar la Eucaristíáa con sacerdotes o ministros de Iglesias o comunidades
eclesiales que no tienen comunioá n plena con la Iglesia catoá lica.
909. El sacerdote no omitiraá prepararse debidamente con la oracioá n para celebrar el Sacrificio eucaríástico y dar gracias a Dios
al terminarlo.
910. #1. Es ministro ordinario de la sagrada comunioá n el Obispo, el presbíátero y el diaá cono. #2. Es ministro extraordinario de
la sagrada comunioá n el acoá lito asíá como otro fiel designado a tenor del can. 230, # 3.
911. #1. La obligacioá n y derecho de llevar la santíásima Eucaristíáa a los enfermos como Viaá tico, los tienen el paá rroco y los
vicarios parroquiales, los capellanes y el Superior de la comunidad en los institutos religiosos o sociedades de vida apostoá lica
clericales, respecto de todos los que se encuentran en la casa. #2. En caso de necesidad, o con licencia al menos presunta del
paá rroco, capellaá n o Superior, a quienes se debe informar despueá s, debe hacerlo cualquier sacerdote u otro ministro de la
sagrada comunioá n.

Artíáculo 2: De la participacioá n de la santíásima Eucaristíáa


912. Todo bautizado a quien el derecho no se lo prohíába, puede y debe ser admitido a la sagrada comunioá n.
913. #1. Para que la santíásima Eucaristíáa pueda administrarse a los ninñ os, se requiere que gocen del suficiente conocimiento y
de una cuidadosa preparacioá n, de manera que perciban el misterio de Cristo en la medida de su capacidad y puedan recibir el
Cuerpo del Senñ or con fe y devocioá n. #2. En cambio a los ninñ os que se encuentran en peligro de muerte, puede administraá rseles
la santíásima Eucaristíáa, si son capaces de distinguir el Cuerpo de Cristo del alimento comuá n y de recibir la comunioá n con
reverencia.
914. A los padres en primer lugar y a quienes hacen sus veces, asíá como tambieá n al paá rroco, corresponde la obligacioá n de
procurar que los ninñ os que han alcanzado el uso de razoá n se preparen debidamente y, previa confesioá n sacramental, se
alimenten cuanto antes con este alimento divino; corresponde tambieá n al paá rroco vigilar para que no tengan acceso a la
sagrada Eucaristíáa los ninñ os que auá n no hayan llegado al uso de razoá n, o a los que no juzgue suficientemente dispuestos.
915. A la sagrada comunioá n no seraá n admitidos los excomulgados y los que estaá n en entredicho despueá s de la irrogacioá n o
declaracioá n de la pena, y los que obstinadamente perseveran en un manifiesto pecado grave.
916. Quien tenga conciencia de pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Senñ or sin previa confesioá n
sacramental, a menos que haya una razoá n grave y no exista oportunidad de confesarse; en este caso, recordaraá que estaá
obligado a hacer un acto de contricioá n perfecta, que incluya el propoá sito de confesarse cuanto antes.
917. Quien ya ha recibido la santíásima Eucaristíáa, puede de nuevo recibirla el mismo díáa solamente dentro de la celebracioá n
eucaríástica en la que participe, quedando a salvo lo prescripto en el can. 921, # 2.
918. Se recomienda muchíásimo que los fieles reciban la sagrada comunioá n dentro de la misma celebracioá n eucaríástica; sin
embargo, cuando lo pidan con causa justa, se les administraraá fuera de la Misa, observando los ritos lituá rgicos.
919. #1. Quien vaya a recibir la santíásima Eucaristíáa, se abstendraá , por espacio de al menos una hora antes de la sagrada
comunioá n, de cualquier alimento y bebida, exceptuados solamente el agua y los remedios. #2. El sacerdote que celebra la
santíásima Eucaristíáa dos o tres veces el mismo díáa puede tomar algo antes de la segunda o tercera celebracioá n, aunque no
medie el tiempo de una hora. #3. Las personas de edad avanzada o enfermas y asimismo quienes las cuidan, pueden recibir la
santíásima Eucaristíáa, aunque hayan tomado algo dentro de la hora anterior.
920. #1. Todo fiel, despueá s de haber sido iniciado en la santíásima Eucaristíáa, tiene la obligacioá n de recibir la sagrada comunioá n
por lo menos una vez al anñ o. #2. Este precepto debe cumplirse durante el tiempo pascual, a no ser que por causa justa se
cumpla en otro tiempo dentro del anñ o.
921. #1. Los fieles cristianos que, por cualquier motivo, se hallan en peligro de muerte seraá n alimentados con la sagrada
comunioá n como Viaá tico. #2. Aunque hubieran sido alimentados con la sagrada comunioá n el mismo díáa, es muy aconsejable, sin
embargo, que vuelvan a comulgar quienes lleguen a encontrarse en peligro de muerte. #3. Mientras dura el peligro de muerte,
se recomienda administrar la comunioá n varias veces, en díáas distintos.
922. El Santo Viaá tico a los enfermos no debe retrasarse demasiado; quienes ejercen la cura de almas vigilaraá n cuidadosamente
para que los enfermos sean alimentados con eá l mientras tienen pleno uso de sus facultades.
923. Los fieles pueden participar en el Sacrificio eucaríástico y recibir la sagrada comunioá n en cualquier rito catoá lico, quedando
firme lo prescripto en el can. 844.

Artíáculo 3: De los ritos y ceremonias de lacelebracioá n eucaríástica


924. #1. El sacrosanto Sacrificio eucaríástico debe ofrecerse con pan y vino, al cual se ha de mezclar un poco de agua. #2. El pan
debe ser exclusivamente de trigo y hecho recientemente de manera que no haya ninguá n peligro de corrupcioá n. #3. El vino debe
ser natural, del fruto de la vid y no corrompido.
925. La sagrada comunioá n se administraraá bajo la sola especie del pan o, de acuerdo con las leyes lituá rgicas, bajo ambas
especies; en caso de necesidad, tambieá n bajo la sola especie del vino.
926. Seguá n la antigua tradicioá n de la Iglesia latina, en la celebracioá n eucaríástica el sacerdote, dondequiera que celebre, debe
emplear pan aá zimo.
927. Estaá terminantemente prohibido, aun en caso de extrema necesidad, consagrar una materia sin la otra, o tambieá n ambas
fuera de la celebracioá n eucaríástica.
928. La celebracioá n eucaríástica se haraá en lengua latina o en otra lengua, con tal que los textos lituá rgicos hayan sido
legíátimamente aprobados.
929. Al celebrar y administrar la Eucaristíáa, los sacerdotes y los diaá conos llevaraá n los ornamentos sagrados prescriptos por las
ruá bricas.
930. #1. El sacerdote enfermo o de edad avanzada, si no puede estar de pie, puede celebrar sentado el Sacrificio eucaríástico
observando siempre las leyes lituá rgicas, aunque no con asistencia de pueblo, a no ser que tenga licencia del Ordinario del lugar.
#2. El sacerdote ciego o que sufre otra enfermedad celebra líácitamente el Sacrificio eucaríástico, empleando cualquier texto de
la Misa de entre los aprobados, y con asistencia, si es el caso, de otro sacerdote o diaá cono, o tambieá n de un laico debidamente
instruido, que le preste ayuda.

Artíáculo 4: Del tiempo y lugar de la celebracioá n de la Eucaristíáa


931. La celebracioá n y distribucioá n de la Eucaristíáa puede hacerse en cualquier díáa y hora, exceptuados los que, seguá n las
normas lituá rgicas, estaá n excluidos.
932. #1. La celebracioá n eucaríástica se haraá en lugar sagrado, a no ser que en un caso particular la necesidad pida otra cosa; en
este caso, la celebracioá n debe hacerse en un lugar decoroso. #2. El Sacrificio eucaríástico debe realizarse sobre un altar
dedicado o bendecido; fuera del lugar sagrado, se puede emplear una mesa apropiada, utilizando siempre el mantel y el
corporal.
933. Por causa justa y con licencia expresa del Ordinario del lugar, puede un sacerdote celebrar la Eucaristíáa en el templo de
una Iglesia o comunidad eclesial que no tengan plena comunioá n con la Iglesia catoá lica, evitando el escaá ndalo.

Capítulo II: De la reserva y veneración de la santísima Eucaristía


934. #1. La santíásima Eucaristíáa:
1º. debe estar reservada en la iglesia catedral o en la equiparada a ella, en todas las iglesias parroquiales y en la iglesia u
oratorio anexo a la casa de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostoá lica;
2º. puede reservarse en la capilla del Obispo y, con licencia del Ordinario del lugar, en otras iglesias, oratorios y capillas. #2. En
los lugares sagrados donde se reserva la santíásima Eucaristíáa debe haber siempre quien cuide de ella y, en la medida de lo
posible, celebraraá allíá la Misa un sacerdote al menos dos veces al mes.
935. A nadie estaá permitido conservar la santíásima Eucaristíáa consigo o bien llevarla consigo en los viajes, a no ser que lo urja
una necesidad pastoral y se cumplan las prescripciones del Obispo diocesano.
936. En la casa de un instituto religioso o en otra casa piadosa, la santíásima Eucaristíáa se reservaraá solamente en la iglesia o en
el oratorio principal anexo a la casa; sin embargo, por causa justa, el Ordinario puede permitir que se reserve tambieá n en otro
oratorio de la misma casa.
937. A menos que obste una razoá n grave, la iglesia en la que estaá reservada la santíásima Eucaristíáa quedaraá abierta a los fieles,
por lo menos algunas horas cada díáa, para que puedan dedicarse a la oracioá n ante el santíásimo Sacramento.
938. #1. Habitualmente la santíásima Eucaristíáa estaraá reservada en un solo sagrario de la iglesia u oratorio. #2. El sagrario, en
el que se reserva la santíásima Eucaristíáa, estaraá colocado en una parte noble de la iglesia u oratorio destacada, dignamente
adornada, apropiada para la oracioá n. #3. El sagrario en el que se reserva habitualmente la santíásima Eucaristíáa debe ser
inamovible, hecho de materia soá lida no transparente, y cerrado de manera que se evite al maá ximo el peligro de profanacioá n.
#4. Por causa grave se puede reservar la santíásima Eucaristíáa, sobre todo durante la noche, en otro lugar digno y maá s seguro.
#5. Quien tiene el cuidado de la iglesia u oratorio proveeraá a que se guarde con el maá ximo cuidado la llave del sagrario en el
que estaá reservada la santíásima Eucaristíáa.
939. Las hostias consagradas, en cantidad suficiente para las necesidades de los fieles, se guardaraá n en un copoá n o recipiente, y
se renovaraá n con frecuencia, consumiendo debidamente las anteriores.
940. Ante el sagrario en el que estaá reservada la santíásima Eucaristíáa, estaraá prendida constantemente una laá mpara especial,
con la que se indique y honre la presencia de Cristo.
941. #1. En las iglesias y oratorios a los que estaá concedido tener reservada la santíásima Eucaristíáa, se puede hacer la
exposicioá n tanto con el copoá n como con la custodia, cumpliendo las normas prescriptas en los libros lituá rgicos. #2. Durante la
celebracioá n de la Misa, no se tendraá la exposicioá n del santíásimo Sacramento en la misma nave de la iglesia u oratorio.
942. Se recomienda que en esas mismas iglesias y oratorios, se haga todos los anñ os la exposicioá n solemne del santíásimo
Sacramento, durante un tiempo adecuado, aunque no sea continuo, de manera que la comunidad local medite maá s
profundamente el misterio eucaríástico y lo adore; sin embargo, esta exposicioá n se haraá solamente si se preveá una concurrencia
adecuada de fieles y cumpliendo las normas establecidas.
943. El ministro de la exposicioá n del santíásimo Sacramento y de la bendicioá n eucaríástica es el sacerdote o el diaá cono; en
circunstancias peculiares, para la exposicioá n y reserva, pero sin la bendicioá n, lo son el acoá lito, el ministro extraordinario de la
sagrada comunioá n u otro encargado por el Ordinario del lugar, observando las prescripciones del Obispo diocesano.
944. #1. Donde a juicio del Obispo diocesano pueda realizarse, como testimonio puá blico de veneracioá n hacia la santíásima
Eucaristíáa, se tendraá , sobre todo en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, una procesioá n en la víáa puá blica. #2.
Corresponde al Obispo diocesano establecer normas sobre las procesiones, mediante las cuales se provea a la participacioá n en
ellas y a su dignidad.

Capítulo III: Del estipendio ofrecido para la celebración de la Misa


945. #1. Seguá n el uso aprobado de la Iglesia, todo sacerdote que celebra o concelebra la Misa puede recibir estipendio, para
que la aplique por una determinada intencioá n. #2. Se recomienda encarecidamente a los sacerdotes que celebren la Misa por
las intenciones de los fieles, sobre todo de los necesitados, aunque no reciban estipendio alguno.
946. Los fieles que ofrecen un estipendio para que se aplique la Misa por su intencioá n contribuyen al bien de la Iglesia, y con
esa ofrenda participan de la solicitud de ella por sustentar a sus ministros y actividades.
947. En materia de estipendio de Misas, se evitaraá absolutamente incluso cualquier apariencia de negociacioá n o comercio.
948. Se ha de aplicar una Misa distinta por las intenciones para las cuales ha sido ofrecido y aceptado cada estipendio, aunque
sea exiguo.
949. El que carga con la obligacioá n de celebrar y aplicar la Misa por la intencioá n de quienes han ofrecido estipendios, mantiene
dicha obligacioá n, aunque el estipendio recibido hubiera perecido sin culpa suya.
950. Si se ofrece una cantidad de dinero para la aplicacioá n de Misas, sin indicar el nuá mero de las Misas que han de celebrarse,
eá ste se calcularaá atendiendo al estipendio establecido en el lugar en que reside el oferente, a no ser que deba presumirse
legíátimamente que fue otra su intencioá n.
951. #1. El sacerdote que celebre maá s de una Misa el mismo díáa, puede aplicar cada una de ellas por la intencioá n para la que se
ha ofrecido el estipendio; con la condicioá n, sin embargo, que, exceptuado el díáa de la Navidad del Senñ or, haraá propio el
estipendio de una sola Misa, y destinaraá los demaá s, en cambio, a los fines prescriptos por el Ordinario, admitieá ndose
ciertamente alguna retribucioá n por un tíátulo extríánseco. #2. El sacerdote que concelebra una segunda Misa el mismo díáa, no
puede recibir por ella estipendio por tíátulo alguno.
952. #1. Corresponde al concilio provincial o a la reunioá n de Obispos de la provincia fijar para toda la provincia, por decreto, el
estipendio que debe ofrecerse por la celebracioá n y aplicacioá n de la Misa, y no le es líácito al sacerdote pedir una suma mayor; le
es líácito, no obstante, recibir por la aplicacioá n de una Misa un estipendio mayor que el fijado, cuando es espontaá neamente
ofrecido, y tambieá n uno menor. #2. Donde falte tal decreto, se observaraá la costumbre vigente en la dioá cesis. #3. Tambieá n los
miembros de cualesquiera institutos religiosos deben atenerse al mismo decreto o a la costumbre del lugar, de los que se habla
en los ## 1 y 2.
953. A nadie le es líácito recibir tantos estipendios de Misas para aplicarlas personalmente, que no pueda satisfacerlos dentro
del anñ o.
954. Si en ciertas iglesias u oratorios se reciben maá s encargos de Misas que las que allíá pueden celebrarse, su celebracioá n
puede realizarse en otro lugar, a no ser que los oferentes hubieran manifestado expresamente su voluntad contraria.
955. #1. Quien desee encomendar a otros la celebracioá n de Misas que se deben aplicar, encomendaraá cuanto antes su
celebracioá n a sacerdotes que las acepten, con tal de que le conste que son dignos de toda confianza; deben entregar íántegro el
estipendio recibido, a menos que le conste con certeza que lo que excede a la suma debida en la dioá cesis ha sido dado en
consideracioá n a su persona; tiene tambieá n la obligacioá n de procurar la celebracioá n de las Misas, hasta tanto haya recibido el
testimonio tanto de la
aceptacioá n de la obligacioá n como de la recepcioá n del estipendio. #2. El tiempo dentro del cual deben celebrarse las Misas,
comienza el díáa en que el sacerdote que las va a celebrar las recibioá , a no ser que conste otra cosa. #3. Quienes encomiendan a
otros Misas que han de ser celebradas, anotaraá n sin demora en un libro tanto las Misas que recibieron como las que han
entregado a otros, anotando tambieá n sus estipendios. #4. Todo sacerdote debe anotar cuidadosamente las Misas que recibe
para celebrar, y las que ha satisfecho.
956. Todos y cada uno de los administradores de causas píáas o quienes de cualquier modo estaá n obligados a cuidar de que se
celebren Misas, tanto cleá rigos como laicos, entregaraá n a sus Ordinarios las cargas de Misas que no se hubieran satisfecho
dentro del anñ o, seguá n el modo que eá stos han de determinar.
957. La obligacioá n y el derecho de vigilar para que se cumplan las cargas de Misas corresponde al Ordinario del lugar en las
iglesias del clero secular, a sus Superiores en las iglesias de los institutos religiosos o de las sociedades de vida apostoá lica.
958. #1. El paá rroco y el rector de una iglesia o de otro lugar piadoso, donde suelen recibirse estipendios de Misas, tendraá n un
libro especial en el que anotaraá n cuidadosamente el nuá mero de Misas que se han de celebrar, la intencioá n, el estipendio
ofrecido y el cumplimiento de la celebracioá n. #2. El Ordinario tiene obligacioá n de revisar cada anñ o esos libros, personalmente o
por medio de otros.

TÍTULO IV Del sacramento de la penitencia


959. En el sacramento de la penitencia, los fieles que confiesan sus pecados a un ministro legíátimo, arrepentidos de ellos y
teniendo el propoá sito de enmendarse, mediante la absolucioá n dada por el mismo ministro, obtienen de Dios el perdoá n de los
pecados que hubieran cometido despueá s del bautismo y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia a la que, al pecar,
hirieron.

Capítulo I: De la celebración del sacramento


960. La confesioá n individual o íántegra y la absolucioá n constituyen el uá nico modo ordinario mediante el cual un fiel consciente
de pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia; soá lo la imposibilidad fíásica o moral excusa de esa confesioá n, en cuyo
caso la reconciliacioá n se puede tener tambieá n de otros modos.
961. #1. La absolucioá n dada de modo general no puede darse a varios penitentes a la vez sin previa confesioá n individual, a
menos que:
1º. amenace un peligro de muerte y el tiempo no alcance al sacerdote o sacerdotes para oir la confesioá n de cada penitente;
2º. haya una necesidad grave, es decir, cuando, teniendo en cuenta el nuá mero de penitentes no se dispone de la cantidad de
confesores para oir debidamente la confesioá n de cada uno dentro de un tiempo conveniente, de manera que los penitentes, sin
culpa de su parte, se veríáan privados durante mucho tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunioá n; sin embargo, la
necesidad no se considera suficiente cuando no se puede disponer de confesores en razoá n soá lo de una gran concurrencia de
penitentes, como pu
ede suceder en una gran fiesta o peregrinacioá n. #2. Dar el juicio sobre si se dan las condiciones requeridas a tenor del # 1, n.2,
corresponde al Obispo diocesano, quien, teniendo en cuenta los criterios acordados con los demaá s miembros de la Conferencia
Episcopal, puede determinar los casos de tal necesidad.
962. #1. Para que un fiel reciba vaá lidamente la absolucioá n sacramental dada simultaá neamente a varios, se requiere no soá lo que
esteá debidamente dispuesto, sino que, a la vez, se proponga confesar individualmente, en su debido tiempo, los pecados graves
que no puede confesar de este modo en el momento presente. #2. En la medida en que pueda hacerse, tambieá n cuando haya de
recibirse la absolucioá n general, los fieles seraá n instruidos sobre los requisitos establecidos en el # 1, y antes de la absolucioá n
general, tambieá n en el caso de peligro de muerte si hay tiempo, se haraá una exhortacioá n a que cada uno haga un acto de
contricioá n.
963. Permaneciendo firme la obligacioá n de la que se trata en el can. 989, aqueá l a quien se le perdonan pecados graves mediante
una absolucioá n general debe acercarse a la confesioá n individual lo antes posible, en cuanto tenga ocasioá n, antes de recibir otra
absolucioá n general, a menos que se interponga una causa justa.
964. #1. El lugar propio para recibir confesiones sacramentales es una iglesia u oratorio. #2. En lo que atanñ e a la sede de las
confesiones, la Conferencia Episcopal estableceraá las normas respectivas, aseguraá ndose, no obstante, que siempre haya en
lugar patente sedes para las confesiones provistas de una rejilla fija entre el penitente y el confesor, que puedan utilizar
libremente los fieles que asíá lo deseen. #3. No se deben oir confesiones fuera de la sede para las confesiones, si no es por causa
justa.

Capítulo II: Del ministro del sacramento de la penitencia


965. Soá lo el sacerdote es ministro del sacramento de la penitencia.
966. #1. Para la absolucioá n vaá lida de los pecados se requiere que el ministro, ademaá s de la potestad de orden, tenga la facultad
de ejercerla sobre los fieles a quienes da la absolucioá n. #2. Esta facultad puede darse a los sacerdotes, sea ipso iure, sea por
concesioá n de la autoridad competente hecha a tenor del can. 969.
967. #1. Ademaá s del Romano Pontíáfice, los Cardenales tienen, ipso iure, la facultad de oir confesiones de los fieles en todo el
mundo; y asimismo los Obispos, que usan de ella tambieá n líácitamente en todas partes, a menos que el Obispo diocesano en un
caso particular se oponga. #2. Quienes gozan de la facultad de oir confesiones habitualmente, sea en virtud del oficio, sea en
virtud de la concesioá n del Ordinario del lugar de incardinacioá n o del lugar en que tienen su domicilio, pueden ejercer dicha
facultad en todas partes, a menos que el Ordinario del lugar en un caso particular se oponga, quedando firmes las
prescripciones del can.974, ## 2 y 3. #3. Ipso iure, gozan de la misma facultad en todas partes, respecto de los miembros y de
cuantos viven díáa y noche en la casa de un instituto o de una sociedad, quienes estaá n dotados de la facultad de oir confesiones,
en virtud de su oficio o por concesioá n del Superior competente, a tenor de los caá ns. 968, # 2 y 969, # 2; los que usan de ella
tambieá n líácitamente, a menos que un Superior mayor se oponga, en un caso particular, respecto a sus propios suá bditos.
968. #1. En virtud de su oficio y para la jurisdiccioá n de cada uno gozan de la facultad de oir confesiones el Ordinario del lugar,
el canoá nigo penitenciario y tambieá n el paá rroco y aquellos que ocupan su lugar. #2. En virtud del oficio gozan de la facultad de
oir confesiones de sus suá bditos y de aquellos que viven en la casa díáa y noche, aquellos Superiores de un instituto religioso o de
una sociedad de vida apostoá lica, si son clericales de derecho pontificio, que, a tenor de las constituciones, gozan de potestad
ejecutiva de reá gimen, quedando firme, sin embargo, lo prescripto en el can. 630, # 4.
969. #1. Soá lo el Ordinario del lugar es competente para otorgar a cualquier presbíátero la facultad de oir confesiones de
cualesquiera fieles; sin embargo, los presbíáteros que son miembros de institutos religiosos, no deben usar de ella sin licencia al
menos presunta, de su Superior. #2. El Superior de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostoá lica, de quien trata el
can. 968, # 2, es competente para otorgar a cualquier presbíátero la facultad de oir confesiones de sus suá bditos y de aquellos
otros que viven díáa y noche en la casa.
970. La facultad de oir confesiones no debe concederse sino a presbíáteros que hayan sido considerados idoá neos mediante un
examen, o cuya idoneidad conste de otro modo.
971. El Ordinario del lugar no concederaá la facultad de oir habitualmente confesiones a un presbíátero, aunque tenga domicilio
o cuasidomicilio en su jurisdiccioá n, sin haber oíádo antes, en lo posible, al Ordinario del mismo presbíátero.
972. La autoridad competente de la que trata el can. 969 puede conceder la facultad de oir confesiones ya sea por un tiempo
indeterminado, ya sea determinado.
973. La facultad de oir habitualmente confesiones debe concederse por escrito.
974. #1. El Ordinario del lugar y el Superior competente no revocaraá n sin causa grave la facultad de oir habitualmente
confesiones. #2. Revocada la facultad de oir confesiones por el Ordinario del lugar que la concedioá , de quien trata el can. 967, #
2, el presbíátero queda privado de dicha facultad en todas partes; si la misma facultad es revocada por otro Ordinario del lugar,
queda privado de ella solamente en el territorio de quien la revoca. #3. Todo Ordinario del lugar que revoca a un presbíátero la
facultad de oir confesiones debe comunicarlo al Ordinario propio del presbíátero por razoá n de la incardinacioá n, o, si se trata de
un miembro de un instituto religioso, a su Superior competente. #4. Revocada la facultad de oir confesiones por el Superior
mayor propio, el presbíátero queda privado de la misma en todas partes, respecto a los miembros del instituto; pero si dicha
facultad es revocada por otro Superior competente, la pierde soá lo respecto a los que son suá bditos en la jurisdiccioá n de eá ste.
975. Ademaá s de cesar por revocacioá n, la facultad de la que se trata en el can. 967, # 2 cesa por peá rdida del oficio o
excardinacioá n o por peá rdida del domicilio.
976. Todo sacerdote, aunque carezca de la facultad de oir confesiones, absuelve vaá lida y líácitamente a cualesquiera penitentes
que se encuentren en peligro de muerte de cualesquiera censuras y pecados, aunque esteá presente un sacerdote aprobado.
977. La absolucioá n del coá mplice de un pecado contra el sexto mandamiento del Decaá logo es invaá lida, fuera de peligro de
muerte.
978. #1. Al oir confesiones, el sacerdote tendraá presente que hace las veces igualmente de juez y de meá dico, y que ha sido
constituido por Dios ministro de justicia y a la vez de misericordia divina, para que provea al honor divino y a la salud de las
almas. #2. Al administrar el sacramento, el confesor, como ministro de la Iglesia, adheriraá fielmente a la doctrina del Magisterio
y a las normas dadas por la autoridad competente.
979. Al hacer preguntas, el sacerdote procederaá con prudencia y discrecioá n, atendiendo ciertamente a la condicioá n y edad del
penitente, y se abstendraá de preguntar el nombre del coá mplice.
980. Si al confesor no le queda duda sobre la disposicioá n del penitente y eá ste pide la absolucioá n, la absolucioá n no seraá
denegada ni diferida.
981. Seguá n la cualidad y el nuá mero de los pecados, pero teniendo en cuenta la condicioá n del penitente, el confesor impondraá
satisfacciones saludables y convenientes que el penitente tiene obligacioá n de cumplir personalmente.
982. Quien se acuse de haber denunciado falsamente a un confesor inocente ante la autoridad eclesiaá stica del delito de
solicitacioá n a pecado contra el sexto mandamiento del Decaá logo, no debe ser absuelto si antes no retracta formalmente la
denuncia falsa y estaá dispuesto a reparar los danñ os que eventualmente haya ocasionado.
983. #1. El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual estaá terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de
palabra o de cualquier otro modo, y por ninguá n motivo. #2. Tienen obligacioá n de guardar secreto tambieá n el inteá rprete, si lo
hay, asíá como todos aquellos, que de cualquier modo, hubieran llegado a conocer los pecados por la confesioá n.
984. #1. Estaá terminantemente prohibido al confesor hacer uso, en perjuicio del penitente, de los conocimientos adquiridos
por la confesioá n, incluso excluido todo peligro de revelacioá n. #2. Quien estaá constituido en autoridad, de ninguá n modo puede
hacer uso, para el gobierno exterior, del conocimiento de pecados que haya adquirido en cualquier momento por confesioá n.
985. El maestro de novicios y su asistente, el rector del seminario o de otra institucioá n educativa, no deben oir confesiones
sacramentales de sus alumnos residentes en la misma casa, a no ser que los alumnos en casos particulares lo pidan
espontaá neamente.
986. #1. Todos los que, en virtud de su oficio, tienen encomendada la cura de almas, tienen la obligacioá n de proveer a que se
oigan las confesiones de los fieles a ellos encomendados, que razonablemente pidan ser oíádos, y a que se les otorgue la
oportunidad de acercarse a la confesioá n individual, en díáas y horas establecidos teniendo en cuenta su comodidad. #2. Si urge
la necesidad, todo confesor tiene la obligacioá n de oir las confesiones de los fieles; y, en peligro de muerte, cualquier sacerdote.

Capítulo III: Del penitente


987. Para recibir el saludable remedio del sacramento de la penitencia, el fiel debe estar de tal manera dispuesto que,
rechazando los pecados cometidos y teniendo el propoá sito de enmendarse, se convierta a Dios.
988. #1. El fiel tiene la obligacioá n de confesar, seguá n su especie y nuá mero, todos los pecados graves cometidos despueá s del
bautismo y auá n no perdonados directamente por las llaves de la Iglesia ni acusados en confesioá n individual, de los cuales tenga
conciencia despueá s de un cuidadoso examen. #2. Se recomienda a los fieles que confiesen tambieá n los pecados veniales.
989. Despueá s de llegar al uso de razoá n, todo fiel tiene la obligacioá n de confesar fielmente sus pecados graves, al menos una vez
al anñ o.
990. A nadie se prohíábe confesarse por inteá rprete, con tal de que se eviten abusos y escaá ndalos y quedando firme lo prescripto
en el can.983, # 2.
991. Todo fiel tiene la facultad de confesar los pecados al confesor legíátimamente aprobado que prefiera, incluso de otro rito.

Capítulo IV: De las indulgencias


992. La indulgencia es la remisioá n ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en lo que atanñ e a la culpa, que
un fiel, adecuadamente dispuesto y con ciertas y determinadas condiciones, consigue por obra de la Iglesia que, como
administradora de la redencioá n, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos.
993. La indulgencia es parcial o plenaria, seguá n libere en parte o totalmente de la pena temporal debida por los pecados.
994. Todo fiel puede lucrar las indulgencias, tanto parciales como plenarias para síá mismo, o aplicarlas a los difuntos a manera
de sufragio.
995. #1. Ademaá s de la autoridad suprema de la Iglesia, soá lo pueden conceder indulgencias aquellos a quienes el derecho
reconoce esa potestad o a quienes se lo concede el Romano Pontíáfice. #2. Ninguna autoridad inferior al Romano Pontíáfice
puede encomendar a otros la potestad de conceder indulgencias, a no ser que lo haya otorgado expresamente la Sede
Apostoá lica.
996. #1. Para ser capaz de lucrar indulgencias es necesario estar bautizado, no excomulgado, y hallarse en estado de gracia por
lo menos al final de las obras prescriptas. #2. Sin embargo, para que el sujeto capaz las lucre debe tener al menos intencioá n de
conseguirlas, y cumplir las obras mandadas dentro del tiempo determinado y del modo debido, seguá n el tenor de la concesioá n.
997. En lo que atanñ e a la concesioá n y al uso de las indulgencias, se han de observar ademaá s las restantes prescripciones que se
contienen en las leyes peculiares de la Iglesia.

TÍTULO V Del sacramento de la unción de los enfermos


998. La uncioá n de los enfermos, con la cual la Iglesia encomienda a los fieles gravemente enfermos al Senñ or paciente y
glorificado, para que los alivie y salve, se confiere ungieá ndolos con oá leo y diciendo las palabras prescriptas en los libros
lituá rgicos.

Capítulo I: De la celebración del sacramento


999. Ademaá s del Obispo, pueden bendecir el oá leo que se emplea en la uncioá n de los enfermos:
1º. quienes por derecho se equiparan al Obispo diocesano;
2º. en caso de necesidad, cualquier presbíátero, pero dentro de la celebracioá n misma del sacramento.
1000. #1. Las unciones deben realizarse cuidadosamente, con las palabras, orden y modo prescriptos en los libros lituá rgicos;
sin embargo, en caso de necesidad, basta una uá nica uncioá n en la frente o tambieá n en otra parte del cuerpo, diciendo la foá rmula
íántegra. #2. Las unciones las realizaraá el ministro con la mano, a no ser que una razoá n grave aconseje el uso de un instrumento.
1001. Los pastores de almas y los parientes de los enfermos procuraraá n que el enfermo sea reconfortado con este sacramento
en tiempo oportuno.
1002. La celebracioá n comuá n de la uncioá n de los enfermos para varios enfermos al mismo tiempo, que esteá n adecuadamente
preparados y debidamente dispuestos, puede realizarse seguá n las prescripciones del Obispo diocesano.

Capítulo II: Del ministro de la unción de los enfermos


1003. #1. Todo sacerdote, y soá lo eá l, administra vaá lidamente la uncioá n de los enfermos. #2. La obligacioá n y el derecho de
administrar la uncioá n de los enfermos los tienen todos los sacerdotes a los que se ha encomendado la cura de almas, respecto a
los fieles encomendados a su oficio pastoral; por una causa razonable, cualquier otro sacerdote puede administrar este
sacramento, con el consentimiento al menos presunto del sacerdote del que se habla arriba. #3. Estaá permitido a todo
sacerdote llevar consigo el oá leo bendito, de manera que, en caso de necesidad, pueda administrar el sacramento de la uncioá n
de los enfermos.

Capítulo III: De aquellos a quienes se ha de


conferir la uncioá n de los enfermos
1004. #1. Se puede administrar la uncioá n de los enfermos al fiel que, habiendo llegado al uso de la razoá n, comienza a estar en
peligro por enfermedad o vejez. #2. Este sacramento puede reiterarse si el enfermo, una vez recobrada la salud, contrae de
nuevo una enfermedad grave, o si durante la misma enfermedad, el peligro se hace maá s grave.
1005. En la duda sobre si el enfermo ha alcanzado el uso de razoá n, sufre una enfermedad grave o ha fallecido ya, se le
administraraá este sacramento.
1006. A los enfermos que, cuando estaban en posesioá n de sus facultades, hubieran pedido al menos de manera implíácita este
sacramento, se les conferiraá .
1007. La uncioá n de los enfermos no se conferiraá a los que persisten obstinadamente en un pecado grave manifiesto.

TÍTULO VI Del orden


1008. Mediante el sacramento del orden, por institucioá n divina, algunos de entre los fieles, por el caraá cter indeleble con el que
son marcados, quedan constituidos como ministros sagrados, los cuales son consagrados y destinados, cada uno seguá n su
grado, a apacentar el Pueblo de Dios, desempenñ ando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de ensenñ ar, santificar y
gobernar.
1009. #1. Las oá rdenes son el episcopado, el presbiterado y el diaconado. #2. Se confieren por la imposicioá n de las manos y la
plegaria consagratoria, que los libros lituá rgicos prescriben para cada grado.

Capítulo I: De la celebración y ministro de la ordenación


1010. La ordenacioá n se celebraraá dentro de una Misa solemne, en díáa domingo o fiesta de precepto, aunque por razones
pastorales puede hacerse tambieá n otros díáas, sin excluir los feriales.
1011. #1. La ordenacioá n se celebraraá generalmente en la catedral; sin embargo, por razones pastorales puede celebrarse en
otra iglesia u oratorio. #2. Seraá n invitados a la ordenacioá n los cleá rigos y otros fieles, de manera que asistan a la celebracioá n en
el mayor nuá mero posible.
1012. Es ministro de la sagrada ordenacioá n el Obispo consagrado.
1013. A ninguá n Obispo le es líácito consagrar a alguien como Obispo, si antes no consta el mandato pontificio.
1014. A menos que haya dispensa de la Sede Apostoá lica, el Obispo consagrante principal en la consagracioá n episcopal asociaraá
a síá al menos a dos Obispos consagrantes; es muy conveniente, sin embargo, que, junto con ellos, todos los Obispos presentes
consagren al elegido.
1015. #1. Cada uno seraá ordenado para el presbiterado o para el diaconado por el Obispo propio o con legíátimas dimisorias del
mismo. #2. El Obispo propio, si no estaá impedido por justa causa, ordenaraá a sus suá bditos personalmente; pero no puede
ordenar líácitamente, sin indulto apostoá lico, a un suá bdito de rito oriental. #3. Quien puede dar las dimisorias para recibir las
oá rdenes, puede tambieá n conferir esas mismas oá rdenes personalmente, si goza del caraá cter episcopal.
1016. En lo que atanñ e a la ordenacioá n diaconal de quienes deseen adscribirse al clero secular, es Obispo propio el de la dioá cesis
en que tiene domicilio el que va a ser promovido, o el de la dioá cesis a la cual el que va a ser promovido ha decidido dedicarse;
en lo que atanñ e a la ordenacioá n presbiteral de cleá rigos seculares, es el Obispo de la dioá cesis a la que el que va a ser promovido
estaá incardinado por el diaconado.
1017. El Obispo no puede conferir oá rdenes, fuera de su jurisdiccioá n, si no es con licencia del Obispo diocesano.
1018. #1. Pueden dar las dimisorias para los seculares:
1º. el Obispo propio, del que trata el can. 1016;
2º. el Administrador apostoá lico y, con el consentimiento del colegio de consultores, el Administrador diocesano; con el
consentimiento del consejo mencionado en el can. 495, # 2, el Provicario y el Proprefecto apostoá lico. #2. El Administrador
diocesano, el Provicario y el Proprefecto apostoá lico no daraá n dimisorias a aquellos a quienes fue denegado el acceso a las
oá rdenes por el Obispo diocesano o por el Vicario o Prefecto apostoá lico.
1019. #1. Al Superior mayor de un instituto religioso clerical de derecho pontificio o de una sociedad clerical de vida apostoá lica
de derecho pontificio compete conceder las dimisorias para el diaconado y para el presbiterado a sus suá bditos, adscriptos
seguá n las constituciones de manera perpetua o definitiva al instituto o a la sociedad. #2. La ordenacioá n de todos los demaá s
miembros de cualquier instituto o sociedad se rige por el derecho de los cleá rigos seculares, quedando revocado cualquier
indulto concedido a los Superiores.
1020. Las dimisorias no se concederaá n sin antes haber obtenido todos los testimonios y documentos que se exigen por el
derecho a tenor de los caá ns. 1050 y 1051.
1021. Las dimisorias pueden enviarse a cualquier Obispo que tenga comunioá n con la Sede Apostoá lica, exceptuado solamente,
salvo indulto apostoá lico, el Obispo de un rito diverso del rito del que va a ser promovido.
1022. Una vez recibidas las legíátimas dimisorias, el Obispo ordenante no procederaá a la ordenacioá n mientras no le conste sin
lugar a dudas la autenticidad de las mismas.
1023. Las dimisorias pueden ser limitadas o revocadas por el mismo que las concede o por su sucesor, pero una vez
concedidas, no se extinguen por cesar el derecho de quien las ha concedido.

Capítulo II: De los ordenandos


1024. Soá lo el varoá n bautizado recibe vaá lidamente la sagrada ordenacioá n.
1025. #1. Para conferir líácitamente las oá rdenes del presbiterado o diaconado, se requiere que el candidato, una vez hecha la
aprobacioá n a tenor del derecho, esteá adornado de las debidas cualidades a juicio del propio Obispo o Superior mayor
competente, que no esteá afectado por irregularidad alguna o impedimento, y que haya cumplido los requisitos previos a tenor
de los caá ns. 1033-1039; deben tenerse ademaá s los documentos de los que trata el can. 1050, y haberse efectuado el escrutinio
del que trata el can
. 1051. #2. Ademaá s se requiere que, a juicio del mismo legíátimo Superior, sea considerado uá til para el ministerio de la Iglesia.
#3. Al Obispo que ordena un suá bdito propio destinado al servicio de otra dioá cesis, debe constarle que el ordenando quedaraá
adscripto a esa dioá cesis.

Artíáculo 1: De los requisitos por parte de los ordenandos


1026. Para que alguien sea ordenado, es necesario que goce de la debida libertad; estaá terminantemente prohibido obligar a
alguien, de cualquier modo y por cualquier motivo, a recibir las oá rdenes, o apartar de recibirlas al que es canoá nicamente
idoá neo.
1027. Los aspirantes al diaconado y al presbiterado seraá n formados con una esmerada preparacioá n, a tenor del derecho.
1028. El Obispo diocesano o el Superior competente procuraraá que los candidatos, antes de ser promovidos a un orden, sean
instruidos debidamente sobre lo que al mismo se refiere y a sus obligaciones.
1029. Seraá n promovidos a las oá rdenes solamente aquellos que, seguá n el juicio prudente del Obispo propio o del Superior
mayor competente, ponderadas todas las circunstancias, tienen una fe íántegra, estaá n movidos de recta intencioá n, poseen la
ciencia debida, gozan de buena fama, y estaá n adornados de íántegras costumbres y virtudes probadas asíá como de las otras
cualidades fíásicas y psíáquicas convenientes para el orden que van a recibir.
1030. Soá lo por una causa canoá nica, aunque sea oculta, puede el Obispo propio o el Superior mayor competente prohibir el
ascenso al presbiterado de los diaá conos destinados al presbiterado y suá bditos suyos, quedando a salvo el recurso a tenor del
derecho.
1031. #1. El presbiterado no seraá conferido sino a quienes hayan cumplido los veinticinco anñ os de edad y gocen de madurez
suficiente, cumpliendo ademaá s un intersticio al menos de seis meses entre el diaconado y el presbiterado; quienes se destinan
al presbiterado seraá n admitidos al orden del diaconado solamente despueá s de haber cumplido los veintitreá s anñ os de edad. #2.
El candidato al diaconado permanente que no esteá casado no seraá admitido a dicho diaconado sino despueá s de haber cumplido
al menos los veinticinco anñ os de edad; quien esteá casado uá nicamente despueá s de haber cumplido al menos los treinta y cinco
anñ os de edad, y con el consentimiento de su mujer. #3. Las Conferencias Episcopales tienen la facultad de establecer normas
por las que se requiera una edad superior para recibir el presbiterado y el diaconado permanente. #4. La dispensa de la edad
requerida, a tenor de los ## 1 y 2, en maá s de un anñ o, queda reservada a la Sede Apostoá lica.
1032. #1. Los aspirantes al presbiterado pueden ser promovidos al diaconado solamente despueá s de terminado el quinto anñ o
del ciclo de estudios filosoá fico-teoloá gicos. #2. Despueá s de terminado el ciclo de estudios, antes de ser promovido al
presbiterado, el diaá cono tomaraá parte en la cura pastoral, ejerciendo el orden diaconal, durante un tiempo conveniente que ha
de ser determinado por el Obispo o el Superior mayor competente. #3. El aspirante al diaconado permanente no seraá
promovido a esta orden sino despueá s de terminado el tiempo de formacioá n.

Artíáculo 2: De los requisitos previos para la ordenacioá n


1033. Es ordenado líácitamente soá lo quien haya recibido el sacramento de la confirmacioá n.
1034. #1. El aspirante al diaconado o presbiterado no seraá ordenado sin haber sido adscripto antes entre los candidatos por la
autoridad de la que tratan los caá ns. 1016 y 1019, mediante el rito lituá rgico de la admisioá n, y despueá s de una previa peticioá n
suya escrita y firmada de su punñ o y letra, y aceptada por escrito por la misma autoridad. #2. No estaá obligado a obtener dicha
admisioá n quien ha sido incorporado por los votos a un instituto clerical.
1035. #1. Antes de que alguien sea promovido al diaconado, tanto permanente como transitorio, se requiere que haya recibido
los ministerios de lector y de acoá lito y los haya ejercido durante un tiempo conveniente. #2. Entre la colacioá n del acolitado y del
diaconado habraá un intersticio de por lo menos seis meses.
1036. Para que pueda ser promovido al orden del diaconado o del presbiterado, el candidato debe entregar al Obispo propio o
al Superior mayor competente una declaracioá n escrita y firmada de su punñ o y letra, en la que atestiguü e que va a recibir el orden
sagrado espontaá nea y libremente y que habraá de entregarse de modo perpetuo al ministerio eclesiaá stico, al mismo tiempo que
pide ser admitido a recibir el orden.
1037. El que va a ser promovido al diaconado permanente y no esteá casado, asíá como el que va a ser promovido al
presbiterado, no seraá admitido al orden del diaconado sin que haya asumido puá blicamente ante Dios y la Iglesia, mediante el
rito prescripto, la obligacioá n del celibato, o bien haya emitido los votos perpetuos en un instituto religioso.
1038. No puede prohibirse el ejercicio del orden recibido a un diaá cono que rehuá se ser promovido al presbiterado, a no ser que
esteá afectado por un impedimento canoá nico o por otra causa grave que debe juzgar el Obispo diocesano o el Superior mayor
competente.
1039. Todos los que hayan de ser promovidos a alguá n orden deben hacer ejercicios espirituales, al menos durante cinco díáas,
en el lugar y modo determinados por el Ordinario; el Obispo, antes de proceder a la ordenacioá n, debe ser informado de que los
candidatos han hecho debidamente dichos ejercicios.

Artíáculo 3: De las irregularidades y otros impedimentos


1040. Quedan excluidos de la recepcioá n de las oá rdenes quienes esteá n afectados por alguá n impedimento, tanto perpetuo, que
recibe el nombre de irregularidad, como simple; pero no se contrae impedimento alguno, que no esteá contenido en los caá nones
que siguen.
1041. Son irregulares para recibir las oá rdenes:
1º. quien padece de alguna forma de amencia u otra enfermedad psíáquica, por la cual, consultados los peritos, es juzgado
incapaz de cumplir debidamente el ministerio;
2º. quien haya cometido el delito de apostasíáa, herejíáa o cisma;
3º. quien haya atentado matrimonio, aun solamente civil, estando impedido para contraerlo, bien por el propio víánculo
matrimonial, o por el orden sagrado, o por el voto puá blico perpetuo de castidad, o porque lo hizo con una mujer unida en
matrimonio vaá lido o ligada por ese mismo voto;
4º. quien haya cometido homicidio voluntario o procurado el aborto habieá ndose verificado eá ste, asíá como todos los que
cooperaron positivamente;
5º. quien de manera grave y dolosa se mutiloá a síá mismo o a otro, o haya intentado suicidarse;
6º. quien haya realizado un acto de orden reservado a los constituidos en el orden del episcopado o presbiterado, ya sea
careciendo de ese orden o estaá ndole prohibido su ejercicio por una pena canoá nica declarada o impuesta.
1042. Estaá n simplemente impedidos para recibir las oá rdenes:
1º. el varoá n que estaá casado, a no ser que sea legíátimamente destinado al diaconado permanente;
2º. quien desempenñ a un oficio o administracioá n prohibidos a los cleá rigos, a tenor de los caá ns. 285 y 286, y de los cuales debe
rendir cuentas, hasta tanto, una vez dejados ese oficio y administracioá n y rendidas las cuentas, haya quedado libre;
3º. el neoá fito, a no ser que, a juicio del Ordinario, haya sido suficientemente probado.
1043. Los fieles tienen la obligacioá n de revelar, antes de la ordenacioá n, al Ordinario o al paá rroco los impedimentos para las
oá rdenes sagradas de los que eventualmente tengan noticia.
1044. #1. Son irregulares para ejercer las oá rdenes recibidas:
1º. quien haya recibido ilegíátimamente las oá rdenes mientras estaba afectado por una irregularidad para recibirlas;
2º. quien ha cometido alguá n delito del que trata el can. 1041, n. 2, si el delito es puá blico;
3º. quien ha cometido alguá n delito de los que trata el can. 1041, nn. 3, 4, 5, 6. #2. Estaá n impedidos para ejercer las oá rdenes
recibidas:
1º. quien estando afectado por un impedimento para recibir las oá rdenes, las recibioá ilegíátimamente;
2º. quien estaá afectado de amencia o de otra enfermedad psíáquica de la que trata el can. 1041, n. 1, hasta tanto el Ordinario,
una vez consultado un perito, le permita el ejercicio de dicho orden.
1045. La ignorancia de las irregulares y de los impedimentos no exime de los mismos.
1046. Las irregularidades e impedimentos se multiplican cuando provienen de diversas causas, no en cambio por repeticioá n de
la misma causa, a menos que se trate de irregularidad por homicidio voluntario o por aborto procurado, si eá ste se produce.
1047. #1. Se reserva uá nicamente a la Sede Apostoá lica la dispensa de todas las irregularidades, si el hecho en que se basa
hubiera sido elevado al fuero judicial. #2. Tambieá n se le reserva la dispensa de las siguientes irregularidades e impedimentos
para recibir las oá rdenes:
1º. de la irregularidad por delitos puá blicos, de los que trata el can. 1041, nn. 2 y 3;
2º. de la irregularidad por delito, tanto puá blico como oculto, del que trata el can. 1041, n.4;
3º. del impedimento, del que trata el can. 1042, n.1. #3. Se reserva tambieá n a la Sede Apostoá lica la dispensa de las
irregularidades para el ejercicio del orden recibido, de las que trata el can. 1041, n. 3, soá lo en los casos puá blicos, y en el n. 4 del
mismo canon, tambieá n en los casos ocultos. #4. De las irregularidades e impedimentos no reservados a la Santa Sede, puede
dispensar el Ordinario.
1048. En los casos ocultos maá s urgentes, si no se puede acudir al Ordinario, o a la Penitenciaríáa si se trata de las
irregularidades de que trata el can. 1041, nn. 3 y 4, y si amenaza peligro de grave danñ o o de infamia, el que estaá impedido de
ejercer un orden, puede ejercerlo, quedando firme sin embargo la obligacioá n de recurrir cuanto antes al Ordinario o a la
Penitenciaríáa, sin indicar el nombre y por medio de un confesor.
1049. #1. En las preces, para obtener la dispensa de las irregularidades e impedimentos, deben ser indicadas todas las
irregularidades e impedimentos; sin embargo, la dispensa general vale tambieá n para lo ocultado de buena fe, exceptuadas las
irregularidades de las que se trata en el can. 1041, n.4, y otras llevadas al fuero judicial, no en cambio para lo ocultado de mala
fe. #2. Si se trata de irregularidad por homicidio voluntario o por aborto procurado, se ha de expresar tambieá n el nuá mero de
los delitos para la validez de la dispensa. #3. La dispensa general de irregularidades e impedimentos para recibir las oá rdenes
vale para todas las oá rdenes.

Artíáculo 4: De los documentos que se requieren y del escrutinio


1050. Para que alguien pueda ser promovido a las sagradas oá rdenes, se requieren los siguientes documentos:
1º. el certificado de estudios debidamente realizados a tenor del can. 1032;
2º. si se trata de ordenandos para el presbiterado, el certificado de haber recibido el diaconado;
3º. si se trata de quienes han de ser promovidos al diaconado, el certificado de bautismo y de confirmacioá n, y el certificado de
haber recibido los ministerios de que se trata en el can. 1035; ademaá s el certificado de haber hecho la declaracioá n de que trata
el can. 1036, asíá como, si el ordenando que ha de ser promovido al diaconado permanente es casado, los certificados de
matrimonio y del consentimiento de su mujer.
1051. En lo que atanñ e al escrutinio de las cualidades requeridas en el ordenando, se han de observar las prescripciones que
siguen:
1º. debe haber un certificado del rector del seminario o de la casa de formacioá n respecto de las cualidades requeridas para
recibir el orden, a saber, respecto de la recta doctrina del candidato, su piedad genuina, buenas costumbres, aptitud para
ejercer el ministerio; ademaá s, despueá s de la investigacioá n debidamente hecha, el certificado de su estado de salud fíásica y
psíáquica;
2º. a fin de que el escrutinio sea debidamente hecho, el Obispo diocesano o el Superior mayor puede emplear otros medios
que, seguá n las circunstancias de tiempo y lugar, le parezcan uá tiles, como son las cartas testimoniales, las proclamas u otras
informaciones.
1052. #1. Para que el Obispo que confiere la ordenacioá n por derecho propio pueda proceder a ella, le debe constar de que se
dispone de los documentos sobre los que trata el can. 1050 y de que se ha probado con argumentos positivos la idoneidad del
candidato, mediante el escrutinio realizado a tenor del derecho. #2. Para que un Obispo proceda a la ordenacioá n de un suá bdito
ajeno, es suficiente que las dimisorias atestiguü en que se dispone de esos documentos, que el escrutinio ha sido realizado a
tenor del derecho y que consta la idoneidad del candidato; si, en cambio, el que va a ser promovido es un miembro de instituto
religioso o de sociedad de vida apostoá lica, dichas dimisorias deben ademaá s atestiguar que el mismo, ha sido incorporado al
instituto o sociedad de modo definitivo y que es suá bdito del Superior que
da las dimisorias. #3. Si, a pesar de todo esto, el Obispo duda por razones ciertas de la idoneidad del candidato para recibir las
oá rdenes, no lo promoveraá .

Capítulo III: De la anotación y certificado de la ordenación realizada


1053. #1. Una vez hecha la ordenacioá n, se anotaraá n en libro especial que debe guardarse cuidadosamente en la curia del lugar
de ordenacioá n, los nombres de cada ordenado y del ministro que lo ordenoá , el lugar y el díáa de la ordenacioá n; y se archivaraá n
con cuidado todos los documentos de cada una de las ordenaciones. #2. A cada ordenado, el Obispo ordenante le daraá un
certificado auteá ntico de la ordenacioá n recibida; si fueron promovidos por un Obispo ajeno con dimisorias, mostraraá n dicho
documento al Ordinario propio para la anotacioá n de la ordenacioá n en un libro especial que se conservaraá en el archivo.
1054. El Ordinario del lugar, si se trata de seculares o bien el Superior mayor competente, si se trata de sus suá bditos, debe
comunicar cada ordenacioá n celebrada al paá rroco del lugar de bautismo, el cual la anotaraá en su libro de bautismos, a tenor del
can. 535, # 2.
TÍTULO VII Del matrimonio
1055. #1. La alianza matrimonial, por la que el varoá n y la mujer constituyen entre síá un consorcio de toda la vida, ordenado por
su íándole natural al bien de los coá nyuges y a la generacioá n y educacioá n de la prole, ha sido elevada por Cristo el Senñ or a la
dignidad de sacramento entre los bautizados. #2. Por lo tanto, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial vaá lido
que no sea por eso mismo sacramento.
1056. Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, que en el matrimonio cristiano alcanzan
una peculiar firmeza por razoá n del sacramento.
1057. #1. El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes manifestado legíátimamente entre personas juríádicamente
haá biles, el cual ninguá n poder humano puede suplir. #2. El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad mediante el
cual el varoá n y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio.
1058. Pueden contraer matrimonio todos aquellos a quienes el derecho no se lo prohíábe.
1059. El matrimonio de los catoá licos, aunque solamente una parte sea catoá lica, se rige por el derecho no soá lo divino, sino
tambieá n canoá nico, quedando a salvo la competencia de la potestad civil acerca de los efectos meramente civiles del mismo
matrimonio.
1060. El matrimonio goza del favor del derecho; por lo tanto, en la duda, se ha de estar por la validez del matrimonio, hasta que
se pruebe lo contrario.
1061. #1. El matrimonio vaá lido entre bautizados se llama rato solamente, si no ha sido consumado; rato y consumado, si los
coá nyuges han realizado entre síá de modo humano el acto conyugal apto de por síá para engendrar la prole, al que el matrimonio
se ordena por su misma naturaleza, y mediante el cual los coá nyuges se hacen una sola carne. #2. Una vez celebrado el
matrimonio, si los coá nyuges han cohabitado, se presume la consumacioá n, hasta tanto se pruebe lo contrario. #3. El matrimonio
invaá lido se llama putativo si fue celebrado de buena fe al menos por una de las partes, hasta tanto ambas partes adquieren
certeza de su nulidad.
1062. #1. La promesa de matrimonio, tanto unilateral como bilateral, a la que se llama esponsales, se rige por el derecho
particular que haya establecido la Conferencia Episcopal, teniendo en cuenta las costumbres y las leyes civiles, si las hay. #2. La
promesa de matrimonio no da origen a una accioá n para pedir la celebracioá n del mismo; síá la da para la reparacioá n de danñ os, si
de alguna manera es debida.

Capítulo I: De la atención pastoral


y de lo que debe preceder a la celebracioá n del matrimonio
1063. Los pastores de almas tienen la obligacioá n de procurar que la propia comunidad eclesiaá stica preste a los fieles ayuda
para que el estado matrimonial se mantenga en el espíáritu cristiano y progrese en perfeccioá n. Ante todo se debe prestar esta
ayuda:
1º. mediante la predicacioá n, la catequesis adecuada a los menores, joá venes y adultos, e incluso con el uso de los instrumentos
de comunicacioá n social, de modo que los fieles sean formados sobre el significado del matrimonio cristiano y sobre la funcioá n
de los coá nyuges y padres cristianos;
2º. mediante la preparacioá n personal para contraer matrimonio, por la cual los novios se dispongan para la santidad y las
obligaciones de su nuevo estado;
3º. mediante una fructuosa celebracioá n lituá rgica del matrimonio, que ponga de manifiesto que los coá nyuges son signo del
misterio de unidad y de amor fecundo entre Cristo y la Iglesia y que participan de eá l;
4º. mediante la ayuda prestada a los casados, para que, conservando y defendiendo fielmente la alianza conyugal, lleguen a
vivir en familia una vida cada díáa maá s santa y maá s plena.
1064. Corresponde al Ordinario del lugar procurar que se organice debidamente esa ayuda, oyendo tambieá n, si parece
oportuno, a hombres y mujeres de experiencia y competencia comprobada.
1065. #1. Los catoá licos que auá n no hubieren recibido el sacramento de la confirmacioá n, lo recibiraá n antes de ser admitidos al
matrimonio, si ello puede hacerse sin una dificultad grave. #2. Para que reciban fructuosamente el sacramento del matrimonio,
se recomienda encarecidamente a los novios que se acerquen a los sacramentos de la penitencia y de la santíásima Eucaristíáa.
1066. Antes de celebrar el matrimonio, debe constar que nada obsta a su celebracioá n vaá lida y líácita.
1067. La Conferencia Episcopal estableceraá normas sobre el examen de los novios; asíá como sobre las proclamas
matrimoniales u otros medios oportunos para realizar las investigaciones necesarias antes del matrimonio; una vez, cumplido
todo esto cuidadosamente, el paá rroco podraá proceder a asistir al matrimonio.
1068. En peligro de muerte, si no pueden conseguirse otras pruebas, es suficiente, a no ser que haya indicios contrarios, la
declaracioá n de los contrayentes, incluso jurada si es el caso, de que no estaá n casados y de que no estaá n afectados por ninguá n
impedimento.
1069. Todos los fieles tienen la obligacioá n de revelar al paá rroco o al Ordinario del lugar, antes de la celebracioá n del matrimonio,
los impedimentos de que tengan noticia.
1070. Si las investigaciones las realiza alguien distinto del paá rroco al que corresponde asistir al matrimonio, comunicaraá
cuanto antes su resultado mediante documento auteá ntico al mismo paá rroco.
1071. #1. Excepto en caso de necesidad, nadie debe asistir sin licencia del Ordinario del lugar:
1º. al matrimonio de los vagos;
2º. al matrimonio que no puede ser reconocido o celebrado seguá n la ley civil;
3º. al matrimonio de quien estaá sujeto a obligaciones naturales surgidas de una unioá n precedente, hacia la otra parte o hacia
los hijos de esa unioá n;
4º. al matrimonio de quien notoriamente se hubiera apartado de la fe catoá lica;
5º. al matrimonio de quien estaá incurso en una censura;
6º. al matrimonio de un menor de edad, si sus padres lo ignoran, o bien se oponen razonablemente;
7º. al matrimonio que va a ser contraíádo por procurador del que se trata en el can. 1105. #2. El Ordinario del lugar no
concederaá licencia para asistir al matrimonio de quien se haya apartado notoriamente de la fe catoá lica, si no es cumpliendo con
las normas de que trata el can. 1125, con las debidas adaptaciones.
1072. Los pastores de almas procuraraá n disuadir a los joá venes de la celebracioá n del matrimonio antes de la edad en la que,
seguá n las costumbres de la regioá n, suele contraerse.

Capítulo II: De los impedimentos dirimentes en general


1073. El impedimento dirimente hace a la persona inhaá bil para contraer matrimonio vaá lidamente.
1074. Se considera puá blico el impedimento que puede probarse en el fuero externo; en caso contrario es oculto.
1075. #1. Corresponde exclusivamente a la suprema autoridad de la Iglesia, declarar auteá nticamente cuaá ndo el derecho divino
prohíábe el matrimonio o lo dirime. #2. Igualmente, corresponde uá nicamente a la autoridad suprema el derecho de establecer
otros impedimentos respecto de los bautizados.
1076. Queda reprobada cualquier costumbre que introduzca un impedimento nuevo o sea contraria a los impedimentos
existentes.
1077. #1. El Ordinario del lugar puede prohibir en un caso particular el matrimonio a sus propios suá bditos, dondequiera que
residan, y a todos los que de hecho vivan dentro de su territorio, pero soá lo temporalmente, por causa grave y mientras eá sta
dure. #2. Soá lo la autoridad suprema de la Iglesia puede anñ adir a esta prohibicioá n una claá usula dirimente.
1078. #1. El Ordinario del lugar puede dispensar de todos los impedimentos de derecho eclesiaá stico a sus propios suá bditos
dondequiera que residan, y a todos los que de hecho vivan en su territorio, exceptuados aquellos impedimentos cuya dispensa
se reserva la Sede Apostoá lica. #2. Los impedimentos cuya dispensa se reserva la Sede Apostoá lica son:
1º. el impedimento proveniente de las sagradas oá rdenes o del voto puá blico perpetuo de castidad en un instituto religioso de
derecho pontificio;
2º. el impedimento de crimen del que se trata en el can. 1090. #3. Nunca se da dispensa del impedimento de consanguinidad
en líánea directa o en segundo grado de líánea colateral.
1079. #1. En la urgencia del peligro de muerte, el Ordinario del lugar puede dispensar a sus propios suá bditos, dondequiera que
residan, y a todos los que de hecho vivan en su territorio, tanto de la forma que debe observarse en la celebracioá n del
matrimonio como de todos y cada uno de los impedimentos de derecho eclesiaá stico, ya sean puá blicos, ya ocultos, excepto el
impedimento surgido del orden sagrado del presbiterado. #2. En las mismas circunstancias de las que se trata en el # 1, pero
soá lo para los casos en que ni siquiera sea posible acudir al Ordinario del lugar, gozan de la misma potestad de dispensar tanto
el paá rroco, como el ministro sagrado debidamente delegado, como el sacerdote o diaá cono que, a tenor del can. 1116, # 2,
asisten al matrimonio. #3. En peligro de muerte, el confesor goza de la potestad de dispensar de los impedimentos ocultos para
el fuero interno, tanto dentro del acto de la confesioá n sacramental como fuera de eá l. #4. En el caso de que se trata en el # 2, se
considera que no es posible acudir al Ordinario del lugar, si solamente puede haceá rselo por teleá grafo o teleá fono.
1080. #1. Siempre que el impedimento se descubra cuando ya todo estaá preparado para las nupcias, y el matrimonio no pueda
diferirse sin peligro probable de mal grave hasta que se obtenga la dispensa de la autoridad competente, gozan de la potestad
de dispensar de todos los impedimentos, exceptuados aquellos de los que se trata en el can. 1078, # 2, n. 1, el Ordinario del
lugar y, siempre que el caso sea oculto, todos aquellos de que se trata en el can. 1079, ## 2-3, observando las condiciones allíá
prescri
ptas. #2. Esta potestad vale tambieá n para convalidar un matrimonio, si existe el mismo peligro en la demora y no hay tiempo
para recurrir a la Sede Apostoá lica o al Ordinario del lugar, en lo que atanñ e a impedimentos de los que puede dispensar.
1081. El paá rroco o el sacerdote o el diaá cono de los que se trata en el can. 1079, # 2, comunicaraá n inmediatamente al Ordinario
del lugar la dispensa concedida para el fuero externo; y eá sta se anotaraá en el libro de matrimonios.
1082. A menos que el rescripto de la Penitenciaríáa determine otra cosa, la dispensa de un impedimento oculto concedida en el
fuero interno no sacramental se anotaraá en el libro que debe guardarse en el archivo secreto de la curia; y no es necesaria una
ulterior dispensa para el fuero externo, si el impedimento oculto llegase despueá s a hacerse puá blico.
Capítulo III: De los impedimentos dirimentes en particular
1083. #1. No puede contraer matrimonio vaá lido el varoá n antes de los dieciseis anñ os de edad cumplidos, ni la mujer antes de los
catorce, tambieá n cumplidos. #2. La Conferencia Episcopal tiene la facultad de establecer una edad superior para la celebracioá n
líácita del matrimonio.
1084. #1. La impotencia para el acto conyugal antecedente y perpetua, tanto por parte del varoá n como por parte de la mujer, ya
sea absoluta, ya relativa, dirime el matrimonio por su misma naturaleza. #2. Si el impedimento de impotencia es dudoso, sea
con duda de derecho sea con duda de hecho, el matrimonio no debe impedirse, ni tampoco, mientras persista la duda,
declaraá rselo nulo. #3. La esterilidad no prohíábe ni dirime el matrimonio, quedando firme lo prescripto en el can. 1098.
1085. #1. Atenta invaá lidamente el matrimonio quien estaá ligado por el víánculo de un matrimonio anterior, aunque no haya sido
consumado. #2. Aun cuando el matrimonio anterior sea nulo o disuelto por cualquier causa, no por eso es líácito contraer otro,
antes de que conste legíátimamente y con certeza la nulidad o disolucioá n del anterior.
1086. #1. Es invaá lido el matrimonio entre dos personas, una de las cuales fue bautizada en la Iglesia catoá lica o recibida en su
seno y no se ha apartado de ella por acto formal, y otra no bautizada. #2. De este impedimento no se dispensaraá , si no se
cumplen las condiciones de las que se trata en los caá ns. 1125 y 1126. #3. Si, en la eá poca de contraer el matrimonio, una parte
era comuá nmente considerada como bautizada o su bautismo era dudoso, se debe presumir, a tenor del can. 1060, la validez del
matrimonio, hasta tanto se pruebe con certeza que una de las partes estaba bautizada, y en cambio la otra no.
1087. Atentan invaá lidamente el matrimonio los que estaá n constituidos en las oá rdenes sagradas.
1088. Atentan invaá lidamente el matrimonio quienes estaá n ligados a un instituto religioso por voto puá blico perpetuo de
castidad.
1089. No puede haber matrimonio alguno entre un hombre y una mujer raptada o al menos retenida con miras a contraer
matrimonio con ella, a menos que despueá s la mujer, separada del raptor y hallaá ndose en lugar seguro y libre, elija
voluntariamente el matrimonio.
1090. #1. Quien, con miras a contraer matrimonio con una determinada persona, causa la muerte al coá nyuge de eá sta o a su
propio coá nyuge, atenta invaá lidamente ese matrimonio. #2. Tambieá n atentan invaá lidamente el matrimonio entre síá quienes, con
una cooperacioá n mutua, fíásica o moral causaron la muerte del coá nyuge.
1091. #1. En líánea recta de consanguinidad, es nulo el matrimonio entre todos los ascendientes y descendientes, tanto
legíátimos como naturales. #2. En líánea colateral, es nulo hasta el cuarto grado inclusive. #3. El impedimento de consanguinidad
no se multiplica. #4. Nunca debe permitirse el matrimonio, cuando subsiste alguna duda sobre si las partes son consanguíáneas
en alguá n grado de líánea recta o en segundo grado de líánea colateral
1092. La afinidad en líánea recta dirime el matrimonio en cualquier grado.
1093. El impedimento de puá blica honestidad surge del matrimonio invaá lido despueá s de instaurada la vida en comuá n, o del
concubinato notorio o puá blico; y dirime el matrimonio en el primer grado de líánea recta entre el varoá n y las consanguíáneas de
la mujer, y viceversa.
1094. No pueden contraer vaá lidamente matrimonio entre síá quienes estaá n unidos por parentesco legal proveniente de la
adopcioá n, en líánea recta o en segundo grado de líánea colateral.

Capítulo IV: Del consentimiento matrimonial


1095. Son incapaces de contraer matrimonio:
1º. quienes carecen del suficiente uso de razoá n;
2º. quienes sufren un grave defecto de discrecioá n de juicio acerca de los derechos y obligaciones esenciales del matrimonio que
mutuamente se han de entregar y aceptar;
3º. quienes por causas de naturaleza psíáquica no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio.
1096. #1. Para que pueda haber consentimiento matrimonial, es necesario que los contrayentes al menos no ignoren que el
matrimonio es un consorcio permanente entre el varoá n y la mujer ordenado a la procreacioá n de la prole, mediante una cierta
cooperacioá n sexual. #2. Esta ignorancia no se presume despueá s de la pubertad.
1097. #1. El error acerca de la persona hace invaá lido el matrimonio. #2. El error acerca de una cualidad de la persona, aunque
sea causa del contrato, no hace nulo el matrimonio, a menos que se busque esta cualidad directa y principalmente.
1098. Quien contrae el matrimonio enganñ ado por dolo, provocado para obtener su consentimiento, acerca de una cualidad de
la otra parte, que por su naturaleza puede perturbar gravemente el consorcio de vida conyugal, lo contrae invaá lidamente.
1099. El error acerca de la unidad o la indisolubilidad o la dignidad sacramental, con tal de que no determine a la voluntad, no
vicia el consentimiento matrimonial.
1100. La certeza o la opinioá n acerca de la nulidad del matrimonio no excluye necesariamente el consentimiento matrimonial.
1101. #1. El consentimiento interno de la voluntad se presume que estaá conforme con las palabras o signos empleados al
celebrar el matrimonio. #2. Pero si una de las partes, o ambas, excluyen con un acto positivo de la voluntad el matrimonio
mismo o un elemento esencial del matrimonio o una propiedad esencial, lo contraen invaá lidamente.
1102. #1. No puede contraerse vaá lidamente matrimonio bajo condicioá n de futuro. #2. El matrimonio contraíádo bajo condicioá n
de pasado o de presente es vaá lido o no, seguá n que exista o no aquello que estaá sometido a la condicioá n. #3. Sin embargo, la
condicioá n de que trata el # 2 no puede ponerse líácitamente, sino con licencia escrita del Ordinario del lugar.
1103. Es invaá lido el matrimonio contraíádo por violencia o por miedo grave proveniente de una causa externa, incluso no
inferido a propoá sito, para librarse del cual alguien se vea obligado a elegir el matrimonio.
1104. #1. Para contraer vaá lidamente el matrimonio es necesario que los contrayentes esteá n presentes al mismo tiempo, sea
personalmente, sea por medio de procurador. #2. Los novios expresaraá n con palabras el consentimiento matrimonial; no
obstante, si no pueden hablar, con signos equivalentes.
1105. #1. Para contraer vaá lidamente matrimonio por medio de procurador, se requiere:
1º. que exista un mandato especial para contraer con una persona determinada;
2º. que el procurador sea designado por el mismo mandante; y que desempenñ e personalmente su funcioá n. #2. Para que el
mandato valga, debe ser firmado por el mandante y, ademaá s, por el paá rroco o el Ordinario del lugar donde se da el mandato o
bien por un sacerdote delegado por uno de ellos, o bien al menos por dos testigos; o bien debe hacerse mediante documento
auteá ntico a tenor del derecho civil. #3. Si el mandante no puede escribir, esto se anotaraá en el mismo mandato y se anñ adiraá otro
testigo que firme tambieá n el escrito; de lo contrario, el mandato es nulo. #4. Si el mandante, antes de que el procurador haya
contraíádo en su nombre, revoca el mandato o bien cae en amencia, el matrimonio es invaá lido, aunque el procurador, o la otra
parte contrayente ignoren aquello.
1106. El matrimonio puede contraerse mediante inteá rprete; sin embargo, el paá rroco no asistiraá a eá l si no le consta la fidelidad
del inteá rprete.
1107. Aunque el matrimonio se hubiera contraíádo invaá lidamente por razoá n de un impedimento o defecto de forma, se presume
que el consentimiento prestado persevera, mientras no conste su revocacioá n.

Capítulo V: De la forma de la celebración del matrimonio


1108. #1. Son vaá lidos solamente aquellos matrimonios que se contraen ante el Ordinario del lugar o el paá rroco, o un sacerdote
o diaá cono delegado por uno de ellos para que asista, asíá como ante dos testigos, de acuerdo con las reglas expresadas en los
caá nones que siguen, y salvo las excepciones de las que se trata en los caá ns. 144, 1112, # 1, 116 y 1127, ## 2 y 3. #2. Se entiende
que asiste al matrimonio solamente aquel que, estando presente, pide la manifestacioá n del consentimiento de los contrayentes
y la recibe en nombre de la Iglesia.
1109. El Ordinario del lugar y el paá rroco, a no ser que por sentencia o por decreto estuvieran excomulgados o en entredicho o
suspendidos del oficio o bien declarados tales, en virtud de su oficio, dentro de los líámites de su territorio, asisten vaá lidamente
a los matrimonios no soá lo de sus suá bditos, sino tambieá n de los no suá bditos, con tal de que uno de ellos sea de rito latino.
1110. El Ordinario y el paá rroco personal, en virtud de su oficio, asisten vaá lidamente al matrimonio soá lo de aquellos de los que
uno, al menos es suá bdito suyo, dentro de los líámites de su jurisdiccioá n.
1111. #1. El Ordinario del lugar y el paá rroco, mientras desempenñ an vaá lidamente su oficio, pueden delegar a sacerdotes y a
diaá conos la facultad, incluso general, de asistir a los matrimonios dentro de los líámites de su territorio. #2. Para que sea vaá lida
la delegacioá n de la facultad de asistir a los matrimonios, debe otorgarse expresamente a personas determinadas; si se trata de
una delegacioá n especial, habraá de darse para un matrimonio determinado; si en cambio se trata de una delegacioá n general,
debe concederse por escrito.
1112. #1. Donde no haya sacerdotes ni diaá conos, el Obispo diocesano, previo voto favorable de la Conferencia Episcopal y
obtenida licencia de la Santa Sede, puede delegar a laicos para que asistan a los matrimonios. #2. Se elegiraá un laico idoá neo,
capaz de dar la instruccioá n a los novios y apto para realizar debidamente la liturgia matrimonial.
1113. Antes de conceder una delegacioá n especial, se cumpliraá todo lo que el derecho establece para comprobar el estado de
libertad.
1114. Quien asiste al matrimonio actuá a ilíácitamente si no le consta el estado libre de los contrayentes a tenor del derecho y, si
cada vez que asiste en virtud de una delegacioá n general, no pide licencia al paá rroco, cuando es posible.
1115. Los matrimonios se celebraraá n en la parroquia donde una de las partes contrayentes tiene el domicilio o el
cuasidomicilio o ha residido durante un mes, o bien, si se trata de vagos, en la parroquia donde residen en ese momento; con
licencia del Ordinario propio o del paá rroco propio, pueden celebrarse en otro lugar.
1116. #1. Cuando no hay alguien que a tenor del derecho sea competente para asistir al matrimonio o no se puede acudir a eá l
sin grave dificultad, quienes pretenden contraer verdadero matrimonio pueden contraerlo vaá lida y líácitamente soá lo ante los
testigos:
1º. en peligro de muerte;
2º. fuera del peligro de muerte, con tal que se prevea prudentemente que esa situacioá n va a prolongarse durante un mes; #2.
En ambos casos, si estaá disponible otro sacerdote o diaá cono que pueda estar presente, debe ser llamado y, junto con los
testigos, debe estar presente en la celebracioá n del matrimonio, sin perjuicio de la validez del casamiento soá lo ante los testigos.
1117. La forma establecida maá s arriba debe ser observada si al menos uno de los contrayentes fue bautizado en la Iglesia
catoá lica o recibido en ella y no se ha apartado de ella por acto formal, quedando a salvo lo prescripto en el can. 1127, # 2.
1118. #1. El matrimonio entre catoá licos o entre una parte catoá lica y otra parte bautizada no catoá lica debe celebrarse en una
iglesia parroquial; con licencia del Ordinario del lugar o del paá rroco puede celebrarse en otra iglesia u oratorio. #2. El
Ordinario del lugar puede permitir que el matrimonio sea celebrado en otro lugar conveniente. #3. El matrimonio entre una
parte catoá lica y una parte no bautizada podraá celebrarse en una iglesia o en otro lugar conveniente.
1119. Fuera del caso de necesidad, en la celebracioá n del matrimonio se observaraá n los ritos prescriptos en los libros lituá rgicos
aprobados por la Iglesia o introducidos por costumbres legíátimas.
1120. La Conferencia Episcopal puede elaborar un rito propio del matrimonio, que seraá reconocido por la Santa Sede,
congruente con los usos de los lugares y de los pueblos, adaptados al espíáritu cristiano, quedando sin embargo firme la ley
seguá n la cual quien asiste al matrimonio, estando presente, debe requerir y recibir la manifestacioá n del consentimiento de los
contrayentes.
1121. #1. Una vez celebrado el matrimonio, el paá rroco del lugar de la celebracioá n o quien hace sus veces, aunque ninguno de
ellos hubiera asistido al mismo, anotaraá cuanto antes en el registro de matrimonios los nombres de los coá nyuges, del asistente
y de los testigos, el lugar y díáa de la celebracioá n del matrimonio, seguá n el modo prescripto por la Conferencia Episcopal o por el
Obispo diocesano. #2. Siempre que se contrae matrimonio a tenor del can. 1116, el sacerdote o diaá cono, si estuvo presente en
la celebracioá n, o en caso contrario los testigos, estaá n obligados solidariamente con los contrayentes a comunicar cuanto antes
al paá rroco o al Ordinario del lugar la realizacioá n del casamiento. #3. En lo que atanñ e al matrimonio contraíádo con dispensa de
la forma canoá nica, el Ordinario del lugar que concedioá la dispensa debe cuidar de que se anote la dispensa y la celebracioá n en
el libro de matrimonios, tanto en la curia como en la parroquia propia de la parte catoá lica, cuyo paá rroco realizoá las
investigaciones acerca del estado libre; de haber celebrado el matrimonio estaá obligado a avisar cuanto antes a dicho Ordinario
y al paá rroco el coá nyuge catoá lico, indicando tambieá n el lugar de la celebraci
oá n asíá como la forma puá blica observada.
1122. #1. El matrimonio contraíádo se anotaraá tambieá n en los registros de bautismos, en los que el bautismo de los coá nyuges se
encuentra inscripto. #2. Si un coá nyuge no ha contraíádo matrimonio en la parroquia en la que fue bautizado, el paá rroco del lugar
de la celebracioá n debe enviar cuanto antes la noticia del casamiento realizado al paá rroco del lugar de la colacioá n del bautismo.
1123. Siempre que un matrimonio se convalida para el fuero externo, o es declarado nulo, o se disuelve legíátimamente por una
causa distinta de la muerte, el paá rroco del lugar de la celebracioá n debe ser avisado a fin de que se haga debidamente la
anotacioá n en los registros de matrimonios y de bautismos.

Capítulo VI: De los matrimonios mixtos


1124. Estaá prohibido, sin licencia expresa de la autoridad competente, el matrimonio entre dos personas bautizadas, una de las
cuales haya sido bautizada en la Iglesia catoá lica o recibida en ella despueá s del bautismo y no se haya apartado de ella mediante
un acto formal, y otra adscripta a una Iglesia o comunidad eclesial que no tenga plena comunioá n con la Iglesia catoá lica.
1125. Esta licencia puede concederla el Ordinario del lugar, si hay una causa directa justa y razonable; no la concederaá , si no se
cumplen las condiciones que siguen:
1º. la parte catoá lica debe declarar que estaá dispuesta a evitar los peligros de apartarse de la fe, y debe prometer sinceramente
que haraá cuanto le sea posible para que toda la prole se bautice y se eduque en la Iglesia catoá lica;
2º. de estas promesas que ha de hacer la parte catoá lica se deberaá informar oportunamente a la otra parte, de modo que conste
que es verdaderamente consciente de la promesa y de la obligacioá n de la parte catoá lica;
3º. ambas partes seraá n instruidas sobre los fines y propiedades esenciales del matrimonio, y no deben ser excluidos por
ninguno de los contrayentes.
1126. Corresponde a la Conferencia Episcopal establecer tanto el modo seguá n el cual se haraá n estas declaraciones y promesas,
que siempre se requieren, como determinar la manera de que quede constancia de las mismas en el fuero externo y de que se
informe a la parte no catoá lica.
1127. #1. En lo que atanñ e a la forma que debe emplearse en el matrimonio mixto, se han de observar las prescripciones del
can. 1108; no obstante, si contrae matrimonio una parte catoá lica con una parte no catoá lica de rito oriental, la forma canoá nica
de la celebracioá n debe ser observada para la licitud solamente; para la validez en cambio se requiere la intervencioá n de un
ministro sagrado, observadas las demaá s prescripciones del derecho. #2. Si dificultades graves obstan a que se observe la forma
canoá nica, el Ordinario del lugar de la parte catoá lica tiene el derecho de dispensar de ella en cada uno de los casos, pero
consultando al Ordinario del lugar en el que se celebra el matrimonio y quedando a salvo para la validez, alguna forma puá blica
de celebracioá n; corresponde a la Conferencia Episcopal establecer normas para que dicha dispensa se conceda con unidad de
criterio. #3. Se prohíábe que, antes o despueá s de la celebracioá n canoá nica a tenor del # 1, haya otra celebracioá n religiosa del
mismo matrimonio para prestar o renovar el consentimiento matrimonial; asimismo, no debe hacerse una celebracioá n
religiosa en la cual, el asistente catoá lico y el ministro no catoá lico simultaá neamente, realizando cada uno su rito, pidan el
consentimiento de las partes.
1128. Los Ordinarios del lugar y los demaá s pastores de almas cuidaraá n de que no falte al coá nyuge catoá lico y a los hijos nacidos
de matrimonio mixto, la ayuda espiritual para cumplir sus obligaciones y ayudaraá n a los coá nyuges a fomentar la unidad de vida
conyugal y familiar.
1129. Las prescripciones de los caá ns. 1127 y 1128 se aplicaraá n tambieá n a los matrimonios para los que obsta el impedimento
de disparidad de cultos, del que se trata en el can. 1086, # 1.

Capítulo VII: De la celebración del matrimonio en secreto


1130. Por causa grave y urgente, el Ordinario del lugar puede permitir que el matrimonio se celebre en secreto.
1131. El permiso para celebrar el matrimonio en secreto lleva consigo:
1º. que se hagan en secreto las investigaciones que deben hacerse antes del matrimonio;
2º. que el secreto sobre el matrimonio celebrado sea guardado por el Ordinario del lugar, el asistente, los testigos, los coá nyuges.
1132. La obligacioá n de guardar secreto, de la que se trata en el can. 1131, n. 2, cesa por parte del Ordinario del lugar si por la
observancia del secreto surge peligro de escaá ndalo grave o de grave injuria a la santidad del matrimonio, y esto debe advertirlo
a las partes antes de la celebracioá n del matrimonio.
1133. El matrimonio celebrado en secreto se anotaraá solamente en un registro especial, que se guardaraá en el archivo secreto
de la curia.

Capítulo VIII: De los efectos del matrimonio


1134. Del matrimonio vaá lido se origina entre los coá nyuges un víánculo perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; en el
matrimonio cristiano ademaá s, los coá nyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento peculiar para los
deberes y la dignidad de su estado.
1135. Ambos coá nyuges tienen igual obligacioá n y derecho respecto de lo que corresponde al consorcio de la vida conyugal.
1136. Los padres tienen la obligacioá n gravíásima y el derecho primario de procurar en la medida de sus fuerzas la educacioá n de
la prole, tanto fíásica, social y cultural, como moral y religiosa.
1137. Son legíátimos los hijos concebidos o nacidos de matrimonio vaá lido o putativo.
1138. #1. El padre es aquel que las justas nupcias indican, a menos que se pruebe lo contrario con argumentos evidentes. #2.
Se presumen legíátimos los hijos nacidos al menos 180 díáas despueá s de celebrado el matrimonio, o dentro de los 300 díáas a
partir de la disolucioá n de la vida conyugal.
1139. Los hijos ilegíátimos se legitiman por el matrimonio subsiguiente de los padres, tanto vaá lido como putativo, o por
rescripto de la Santa Sede.
1140. En lo que atanñ e a los efectos canoá nicos, los hijos legitimados se equiparan en todo a los legíátimos, a no ser que en el
derecho se disponga expresamente otra cosa.

Capítulo IX: De la separación de los cónyuges


Artíáculo 1:De la disolucioá n del víánculo
1141. El matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por potestad humana alguna, ni por ninguna causa fuera de la
muerte.
1142. El matrimonio no consumado entre bautizados, o entre parte bautizada y parte no bautizada, puede ser disuelto con
causa justa por el Romano Pontíáfice, a peticioá n de ambas partes o de una de ellas, incluso si la otra parte se opone.
1143. #1. El matrimonio contraíádo por dos no bautizados se disuelve por el privilegio paulino en favor de la fe de la parte que
ha recibido el bautismo, por el mismo hecho de que eá sta contraiga nuevo matrimonio, con tal de que la parte no bautizada se
separe. #2. Se considera que la parte no bautizada se separa si no quiere cohabitar con la parte bautizada o cohabitar
pacíáficamente sin ofensa del Creador, a menos que eá sta, despueá s de recibido el bautismo le hubiera dado motivo justo para
separarse.
1144. #1. Para que la parte bautizada contraiga vaá lidamente un nuevo matrimonio, se debe siempre interpelar a la parte no
bautizada respecto de:
1º. si quiere tambieá n ella recibir el bautismo;
2º. si quiere al menos cohabitar pacíáficamente con la parte bautizada, sin ofensa del Creador. #2. Esta interpelacioá n debe
hacerse despueá s del bautismo; sin embargo, con causa grave, el Ordinario del lugar puede permitir que se haga antes del
bautismo, e incluso dispensar de la interpelacioá n, tanto antes como despueá s del bautismo, con tal de que conste, mediante un
procedimiento al menos sumario y extrajudicial, que no pudo hacerse o que hubiera sido inuá til.
1145. #1. La interpelacioá n se haraá normalmente por la autoridad del Ordinario del lugar de la parte convertida; este Ordinario
ha de conceder al otro coá nyuge, si lo pide, un plazo para responder, advirtieá ndole, sin embargo, de que, pasado inuá tilmente ese
plazo, su silencio seraá considerado como respuesta negativa. #2. Si la forma maá s arriba prescripta no puede observarse, es
vaá lida e incluso líácita, la interpelacioá n hecha, tambieá n privadamente, por la misma parte convertida. #3. En ambos casos, debe
constar legíátimamente en el fuero externo que se ha hecho la interpelacioá n y cuaá l ha sido su resultado.
1146. La parte bautizada tiene el derecho de contraer nuevas nupcias con una parte catoá lica:
1º. si la otra parte responde negativamente a la interpelacioá n, o si la interpelacioá n fue omitida legíátimamente;
2º. si la parte no bautizada, sea que ha sido interpelada sea que no, habiendo perseverado primeramente en la cohabitacioá n
pacíáfica sin ofensa del Creador, se separa despueá s sin causa justa quedando firmes las prescripciones de los caá ns. 1144 y 1145.
1147. Sin embargo, por causa grave, el Ordinario del lugar puede conceder que la parte bautizada, usando del privilegio
paulino, contraiga matrimonio con parte no catoá lica sea bautizada o no, observando tambieá n las prescripciones de los caá nones
sobre los matrimonios mixtos.
1148. #1. Al recibir el bautismo en la Iglesia catoá lica, un no bautizado que tenga simultaá neamente varias mujeres tampoco
bautizadas, si le resulta duro permanecer con la primera de ellas, puede retener una de las otras, despidiendo a las demaá s. Lo
mismo vale para la mujer no bautizada, que tenga simultaá neamente varios maridos no bautizados. #2. En los casos de que trata
el # 1, una vez recibido el bautismo, el matrimonio se ha de contraer seguá n la forma legíátima, observando tambieá n, si es el caso,
las prescripciones sobre los matrimonios mixtos y las demaá s disposiciones del derecho. #3. Teniendo en cuenta la condicioá n
moral, social y econoá mica de los lugares y de las personas, el Ordinario del lugar cuidaraá de que se provea suficientemente a las
necesidades de la primera mujer y de las demaá s que hayan sido despedidas, seguá n las normas de la justicia, de la caridad
cristiana y de la equidad natural.
1149. El no bautizado que, una vez recibido el bautismo en la Iglesia catoá lica no puede restablecer la cohabitacioá n con el
coá nyuge no bautizado por razoá n de cautividad o de persecucioá n, puede contraer nuevo matrimonio, aunque la otra parte
hubiera recibido entre tanto el bautismo, quedando firme lo prescripto en el can. 1141.
1150. En caso de duda, el privilegio de la fe goza del favor del derecho.

Artíáculo 2: De la separacioá n permaneciendo el víánculo


1151. Los coá nyuges tienen el deber y el derecho de conservar la convivencia conyugal, a menos que los excuse una causa
legíátima.
1152. #1. Aunque se recomienda encarecidamente que el coá nyuge, movido por la caridad cristiana y solíácito del bien de la
familia, no niegue el perdoá n a la comparte aduá ltera ni interrumpa la vida conyugal, si a pesar de todo no perdona expresa o
taá citamente aquella culpa, tiene el derecho de disolver la convivencia conyugal, a no ser que hubiera consentido en el adulterio,
o hubiera dado motivo al mismo, o eá l tambieá n hubiera cometido adulterio. #2. Hay perdoá n taá cito si el coá nyuge inocente,
despueá s de haberse cerciorado del adulterio, ha convivido espontaá neamente con el otro coá nyuge con afecto marital; el perdoá n,
en cambio, se presume si durante seis meses ha observado la convivencia conyugal, y no ha entablado recurso ante la
autoridad eclesiaá stica o civil. #3. Si el coá nyuge inocente ha disuelto espontaá neamente la convivencia conyugal, dentro de los
seis meses debe elevar la causa de separacioá n a la competente autoridad eclesiaá stica, la cual, teniendo en cuenta todas las
circunstancias, sopesaraá si puede llevarse al coá nyuge inocente al perdoá n de la culpa y a no prolongar la separacioá n para
siempre.
1153. #1. Si uno de los coá nyuges pone en grave peligro espiritual o corporal al otro o a la prole, o de otro modo hace demasiado
dura la vida en comuá n, proporciona al otro un motivo legíátimo para separarse, mediante un decreto del Ordinario del lugar y, si
hay peligro en la demora, tambieá n mediante autoridad propia. #2. En todos los casos, al cesar la causa de la separacioá n, se ha
de restablecer la convivencia conyugal a menos que la autoridad eclesiaá stica establezca otra cosa.
1154. Realizada la separacioá n de los coá nyuges, siempre hay que procurar de modo oportuno la debida sustentacioá n y
educacioá n de los hijos.
1155. El coá nyuge inocente puede laudablemente admitir de nuevo al otro coá nyuge a la vida conyugal, en cuyo caso renuncia al
derecho de separacioá n.

Capítulo X: De la convalidación del matrimonio


Artíáculo 1: De la convalidacioá n simple
1156. #1. Para convalidar el matrimonio que es nulo por causa de un impedimento dirimente, se requiere que cese el
impedimento o que se dispense de eá l, y que renueve el consentimiento por lo menos la parte consciente del impedimento. #2.
Esta renovacioá n se requiere por derecho eclesiaá stico para la validez de la convalidacioá n, aun si ya al comienzo ambas partes
hubieran dado el consentimiento y no lo hubieran revocado posteriormente.
1157. La renovacioá n del consentimiento debe ser un nuevo acto de voluntad respecto del matrimonio por la parte que hace la
renovacioá n, quien sabe u opina que fue nulo desde el comienzo.
1158. #1. Si el impedimento es puá blico, el consentimiento ha de ser renovado por ambas partes en la forma canoá nica, salvo lo
prescripto en el can. 1127, # 2. #2. Si el impedimento no puede probarse, basta con que el consentimiento sea renovado
privadamente y en secreto y por la parte consciente del impedimento, con tal de que la otra persevere en el consentimiento
dado; o bien por ambas partes, si el impedimento es conocido por ambas partes.
1159. #1. El matrimonio nulo por defecto de consentimiento se convalida si la parte que antes no habíáa consentido ahora
consiente, con tal de que persevere el consentimiento dado por la otra parte. #2. Si el defecto de consentimiento no puede
probarse, basta con que la parte que no habíáa consentido deá el consentimiento privadamente y en secreto. #3. Si el defecto de
consentimiento puede probarse, es necesario que el consentimiento se deá en forma canoá nica.
1160. Para que se haga vaá lido un matrimonio nulo por defecto de forma, debe contraerse de nuevo en forma canoá nica, salvo lo
prescripto en el can. 1127, # 2.

Artíáculo 2: De la sanacioá n en la raíáz


1161. #1. La sanacioá n en la raíáz de un matrimonio nulo es la convalidacioá n del mismo, sin renovacioá n del consentimiento
concedida por la autoridad competente, y lleva consigo la dispensa del impedimento, si lo hay, y de la forma canoá nica, si no se
observoá , asíá como la retrotraccioá n al pasado de los efectos canoá nicos. #2. La convalidacioá n se hace desde el momento de la
concesioá n de la gracia; la retrotraccioá n, en cambio, se entiende hecha hasta el momento de la celebracioá n del matrimonio, a
menos que expresamente se disponga otra cosa. #3. La sanacioá n en la raíáz no se concederaá si no es probable que las partes
quieran perseverar en la vida conyugal.
1162. #1. Si falta el consentimiento en ambas partes o en una de ellas, el matrimonio no puede sanarse en la raíáz, tanto si el
consentimiento faltoá desde el comienzo, como si fue dado en el comienzo pero luego fue revocado. #2. Pero si faltoá el
consentimiento en el comienzo, pero posteriormente fue dado, puede concederse la sanacioá n desde el momento en que se
prestoá el consentimiento.
1163. #1. El matrimonio nulo por impedimento o por defecto de la forma legíátima puede sanarse, con tal de que persevere el
consentimiento de ambas partes. #2. El matrimonio nulo por un impedimento de derecho natural o divino positivo puede
sanarse solamente despueá s de haber cesado el impedimento.
1164. La sanacioá n puede tambieá n concederse ignoraá ndolo una de las partes o ambas; pero no debe concederse sin causa grave.
1165. #1. La sanacioá n en la raíáz puede ser concedida por la Sede Apostoá lica. #2. Puede ser concedida por el Obispo diocesano
en cada caso, aun cuando concurran varios motivos de nulidad en un mismo matrimonio, cumplieá ndose las condiciones de las
que trata el can.
1125 para la sanacioá n de los matrimonios mixtos; no puede, en cambio, concederla si existe un impedimento cuya dispensa se
reserva a la Sede Apostoá lica a tenor del can. 1078, # 2, o cuando se trata de un impedimento de derecho natural o de derecho
divino positivo que ya haya cesado.

PARTE II: De los demás actos del culto divino


TÍTULO I De los sacramentales
1166. Los sacramentales son signos sagrados, mediante los cuales a imitacioá n en cierto modo de los sacramentos se significan
efectos principalmente espirituales y se los obtiene por intercesioá n de la Iglesia.
1167. #1. Soá lo la Sede Apostoá lica puede establecer nuevos sacramentales, interpretar auteá nticamente los recibidos y suprimir
o modificar alguno de ellos. #2. En la celebracioá n o administracioá n de los sacramentales se observaraá n cuidadosamente los
ritos y foá rmulas aprobados por la autoridad de la Iglesia.
1168. Es ministro de los sacramentales el cleá rigo dotado de la debida potestad; algunos sacramentales, a tenor de los libros
lituá rgicos y a juicio del Ordinario del lugar pueden ser administrados tambieá n por los laicos, dotados de las cualidades
convenientes.
1169. #1. Las consagraciones y dedicaciones pueden realizarlas vaá lidamente quienes tienen caraá cter episcopal asíá como los
presbíáteros a los que se les permite por el derecho o por legíátima concesioá n. #2. Las bendiciones, exceptuadas aquellas que se
reservan al Romano Pontíáfice o a los Obispos, puede impartirlas cualquier presbíátero. #3. El diaá cono puede impartir solamente
aquellas bendiciones que se le permitan expresamente en el derecho.
1170. Las bendiciones, que en primer lugar se han de impartir a los catoá licos, pueden darse tambieá n a los catecuá menos e
incluso tambieá n a los no catoá licos, a no ser que obste una prohibicioá n de la Iglesia.
1171. Las cosas sagradas destinadas al culto divino mediante dedicacioá n o bendicioá n deben ser tratadas reverentemente y no
se utilizaraá n para el uso profano o impropio, aunque esteá n en dominio de particulares.
1172. #1. Nadie puede legíátimamente realizar exorcismos sobre los posesos, sin haber obtenido peculiar y expresa licencia del
Ordinario del lugar. #2. El Ordinario del lugar concederaá esta licencia solamente a un presbíátero dotado de piedad, ciencia,
prudencia e integridad de vida.

TÍTULO II De la liturgia de las horas


1173. La Iglesia, cumpliendo la funcioá n sacerdotal de Cristo, celebra la liturgia de las horas, mediante la cual, oyendo a Dios que
habla a su pueblo y haciendo memoria del misterio de salvacioá n, lo alaba sin cesar con el canto y la oracioá n y le ruega por la
salvacioá n de todo el mundo.
1174. #1. Estaá n sujetos a la obligacioá n de celebrar la liturgia de las horas los cleá rigos, a tenor del can. 276, # 2, n. 3; en cambio,
los miembros de los institutos de vida consagrada asíá como de las sociedades de vida apostoá lica, a tenor de sus constituciones.
#2. Se invita encarecidamente tambieá n a los demaá s fieles a que, seguá n las circunstancias, participen de la liturgia de las horas,
puesto que es accioá n de la Iglesia.
1175. Al celebrar la liturgia de las horas, se ha de procurar en la medida de lo posible observar el tiempo verdadero de cada
hora.

TÍTULO III De las exequias eclesiásticas


1176. #1. A los fieles difuntos se les han de dar exequias eclesiaá sticas, a tenor del derecho. #2. Las exequias eclesiaá sticas,
mediante las cuales la Iglesia impetra para los difuntos la ayuda espiritual y honra sus cuerpos a la vez que proporciona a los
vivos el consuelo de la esperanza, se deben celebrar a tenor de las leyes lituá rgicas. #3. La Iglesia recomienda encarecidamente
que se conserve la piadosa costumbre de sepultar los cuerpos de los difuntos; sin embargo, no prohíábe la cremacioá n, a menos
que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana.

Capítulo I: De la celebración de las exequias


1177. #1. Las exequias por un fiel difunto deben celebrarse generalmente en su propia iglesia parroquial. #2. Sin embargo, se
permite a cualquier fiel o aquellos a quienes compete ocuparse de las exequias del fiel difunto, elegir otra iglesia para el funeral
con el consentimiento de quien la rige y habieá ndolo comunicado al paá rroco propio del difunto. #3. Si la muerte ocurre fuera de
la propia parroquia y no se traslada a ella el cadaá ver ni se ha elegido legíátimamente una iglesia para el funeral, las exequias se
celebraraá n en la iglesia de la parroquia donde ocurrioá la muerte, a no ser que el derecho particular designe otra.
1178. Las exequias del Obispo diocesano se celebraraá n en la iglesia catedral propia, a no ser que hubiera elegido otra.
1179. Las exequias de los religiosos o de los miembros de sociedades de vida apostoá lica, generalmente las celebraraá en la
propia iglesia u oratorio el Superior, si el instituto o la sociedad son clericales, de lo contrario el capellaá n.
1180. #1. Si la parroquia tiene cementerio propio, los fieles seraá n enterrados en eá l, a menos que el mismo difunto o aquellos a
quienes compete ocuparse de la sepultura del difunto hayan elegido legíátimamente otro cementerio. #2. Por su parte, todos
pueden elegir el cementerio de su sepultura, a menos que el derecho se lo prohíába.
1181. En lo que atanñ e a las ofrendas con ocasioá n de los funerales, se observaraá n las prescripciones del can. 1264, evitando sin
embargo cualquier acepcioá n de personas en las exequias, o que los pobres queden privados de las exequias debidas.
1182. Una vez terminado el entierro, se ha de hacer la anotacioá n en el libro de difuntos a tenor del derecho particular.

Capítulo II: De aquellos a quienes se han de conceder


o denegar las exequias eclesiaá sticas
1183. #1. En lo que atanñ e a las exequias, los catecuá menos deben ser equiparados a los fieles. #2. El Ordinario del lugar puede
permitir que se den exequias eclesiaá sticas a aquellos ninñ os que sus padres deseaban bautizar, pero que murieron antes del
bautismo. #3. Seguá n el prudente juicio del Ordinario del lugar, se pueden conceder exequias eclesiaá sticas a los bautizados
adscriptos a alguna Iglesia o comunidad eclesiaá stica no catoá lica, a menos que conste su voluntad contraria y mientras no pueda
conseguirse un ministro propio.
1184. #1. A menos que antes de la muerte hubieran dado signos de penitencia, deben ser privados de las exequias
eclesiaá sticas:
1º. los notoriamente apoá statas, herejes y cismaá ticos;
2º. los que hubieran elegido la cremacioá n del propio cuerpo por razones contrarias a la fe cristiana;
3º. los demaá s pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiaá sticas sin escaá ndalo puá blico de los
fieles. #2. Si surge alguna duda, debe consultarse al Ordinario del lugar, a cuyo juicio hay que atenerse.
1185. Al excluido de las exequias eclesiaá sticas debe denegaá rsele tambieá n cualquier Misa exequial.

TÍTULO IV Del culto de los santos, de las imágenes sagradas y de las reliquias
1186. Para fomentar la santificacioá n del Pueblo de Dios, la Iglesia encomienda a la peculiar y filial veneracioá n de los fieles a la
Bienaventurada siempre Virgen Maríáa, Madre de Dios, a quien Cristo constituyoá Madre de todos los hombres y, asimismo,
promueve el culto verdadero y auteá ntico de los demaá s Santos, con cuyo ejemplo, ciertamente, los fieles son edificados y con
cuya intercesioá n son sostenidos.
1187. Es líácito venerar con culto puá blico solamente a aquellos siervos de Dios que hayan sido incluidos por la autoridad de la
Iglesia en el cataá logo de los Santos o de los Beatos.
1188. Debe permanecer firme la praá ctica de exponer a la veneracioá n de los fieles las imaá genes sagradas en las iglesias; sin
embargo, seraá n expuestas en nuá mero moderado y en orden conveniente, a fin de que no provoquen la extranñ eza del pueblo
cristiano ni den lugar a una devocioá n menos recta.
1189. Cuando necesiten de reparacioá n imaá genes preciosas, es decir que se destaquen por su antiguü edad, arte, o culto,
expuestas en las iglesias u oratorios a la veneracioá n de los fieles, nunca seraá n restauradas sin licencia escrita dada por el
Ordinario, el cual, antes de concederla, consultaraá a personas expertas.
1190. #1. Estaá terminantemente prohibido vender reliquias sagradas. #2. Las reliquias insignes, asíá como aquellas otras que
son honradas con gran veneracioá n por el pueblo, no pueden en modo alguno enajenarse vaá lidamente o ser trasladadas a
perpetuidad sin licencia de la Sede Apostoá lica. #3. Lo prescripto en el # 2, vale tambieá n para aquellas imaá genes que, en una
iglesia, son honradas con gran veneracioá n por el pueblo.

TÍTULO V Del voto y del juramento


Capítulo I: Del voto
1191. #1. El voto, es decir, la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, debe cumplirse por la
virtud de religioá n. #2. A no ser que se lo prohíába el derecho, todos los que gozan del conveniente uso de razoá n, son capaces de
emitir un voto. #3. Es nulo ipso iure el voto emitido por miedo grave e injusto o por dolo.
1192. #1. El voto es “puá blico”, si es recibido por el Superior legíátimo en nombre de la Iglesia; de lo contrario es “privado”. #2. Es
“solemne” si la Iglesia lo reconoce como tal; de lo contrario es “simple”. #3. Es “personal”, cuando se promete una accioá n por
parte de quien lo emite; “real” cuando se promete una cosa; “mixto” el que participa de la naturaleza del personal y del real.
1193. De por síá, el voto no obliga sino a quien lo emite.
1194. El voto cesa por haber transcurrido el tiempo fijado para cumplir la obligacioá n, por modificacioá n sustancial de la materia
prometida, por faltar la condicioá n de la que depende el voto o por faltar su causa final, por dispensa, y por conmutacioá n.
1195. Quien tiene potestad sobre la materia del voto puede suspender la obligacioá n de eá ste durante el tiempo en el que el
cumplimiento del voto le cause un perjuicio.
1196. Ademaá s del Romano Pontíáfice, pueden dispensar, con causa justa, de los votos privados, con tal de que la dispensa no
lesione un derecho adquirido por terceros:
1º. el Ordinario del lugar y el paá rroco, en lo que atanñ e a todos sus suá bditos y tambieá n a los peregrinos;
2º. el Superior de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostoá lica, si son clericales de derecho pontificio, en lo que
atanñ e a los miembros novicios y personas que viven díáa y noche en una casa del instituto o de la sociedad;
3º. aquellos a quienes la Sede Apostoá lica o el Ordinario del lugar hubieran delegado la potestad de dispensar.
1197. La obra prometida mediante el voto privado puede ser conmutada por un bien mayor o uno igual por el mismo que lo
emitioá ; por un bien inferior en cambio, por aquel que tiene potestad de dispensar a tenor del can. 1196.
1198. Los votos emitidos antes de la profesioá n religiosa quedan suspendidos mientras el que los emitioá permanezca en el
instituto religioso.

Capítulo II: Del juramento


1199. #1. El juramento, es decir, la invocacioá n del Nombre divino como testigo de la verdad, no puede prestarse sino con
verdad, con sensatez y con justicia. #2. El juramento que los caá nones exigen o admiten no puede ser prestado vaá lidamente por
medio de procurador.
1200. #1. Quien jura libremente que haraá algo tiene una peculiar obligacioá n de religioá n de cumplir aquello que corroboroá
jurando. #2. El juramento arrancado mediante dolo, violencia o miedo grave es nulo ipso iure.
1201. #1. El juramento promisorio sigue a la naturaleza y las condiciones del acto al cual va unido. #2. Si se corrobora con
juramento un acto que redunda directamente en danñ o de otros o en perjuicio del bien puá blico o de la salvacioá n eterna, el acto
no adquiere por ello ninguna firmeza.
1202. Cesa la obligacioá n proveniente de un juramento promisorio:
1º. si es remitida por aquel en cuyo provecho se habíáa emitido el juramento;
2º. si la materia del juramento se modifica sustancialmente o, por haberse modificado las circunstancias, resulta mala o
totalmente indiferente, o, finalmente, impide un bien mayor;
3º. por faltar la causa final o la condicioá n bajo la cual eventualmente se dio el juramento;
4º. por dispensa o conmutacioá n, a tenor del can. 1203.
1203. Quienes pueden suspender, dispensar o conmutar un voto, tienen la misma potestad y de manera ideá ntica acerca del
juramento promisorio; pero si la dispensa del juramento redunda en perjuicio de otros que rehuá san remitir la obligacioá n, soá lo
la Sede Apostoá lica puede dispensar del juramento.
1204. El juramento se debe interpretar de modo estricto, seguá n el derecho y seguá n la intencioá n del que jura o, si eá ste actuá a con
dolo, seguá n la intencioá n de aqueá l a quien se presta el juramento.
PARTE III: De los lugares y tiempos sagrados
TÍTULO I De los lugares sagrados
1205. Son lugares sagrados aquellos que se destinan al culto divino o a la sepultura de los fieles mediante la dedicacioá n o
bendicioá n que los libros lituá rgicos prescriben para esto.
1206. La dedicacioá n de un lugar corresponde al Obispo diocesano y a aquellos que se le equiparan en el derecho; los mismos
pueden encomendar a cualquier Obispo, o, en casos excepcionales, a un presbíátero la tarea de realizar esa dedicacioá n en su
territorio.
1207. Los lugares sagrados son bendecidos por el Ordinario; sin embargo, la bendicioá n de las iglesias se reserva al Obispo
diocesano; pero ambos pueden delegar para esto a otro sacerdote.
1208. Se debe levantar acta de la realizacioá n de la dedicacioá n o bendicioá n de una iglesia, y asimismo de la bendicioá n de un
cementerio, de la cual se guardaraá un ejemplar en la curia diocesana, y otro en el archivo de la iglesia.
1209. La dedicacioá n o bendicioá n de un lugar, con tal que no resulte enganñ osa para nadie, se prueba suficientemente incluso por
un soá lo testigo libre de toda sospecha.
1210. En un lugar sagrado soá lo puede admitirse aquello que sirve al ejercicio o promocioá n del culto, de la piedad y de la
religioá n, y se prohíábe todo lo que no esteá en consonancia con la santidad del lugar. Sin embargo, en casos singulares, el
Ordinario puede permitir otros usos, siempre que no sean contrarios a la santidad del lugar.
1211. Los lugares sagrados quedan violados cuando, con escaá ndalo de los fieles, se cometen en ellos actos gravemente
injuriosos que, a juicio del Ordinario del lugar, son tan graves y contrarios a la santidad del lugar, que ya no puede ejercerse en
ellos el culto hasta que se repare la injuria mediante el rito penitencial a tenor de los libros lituá rgicos.
1212. Los lugares sagrados pierden la dedicacioá n o bendicioá n si han sido destruidos en gran parte, o si son reducidos
permanentemente a usos profanos por decreto del Ordinario competente o de hecho.
1213. La autoridad eclesiaá stica ejerce libremente sus poderes y funciones en los lugares sagrados.

Capítulo I: De las iglesias


1214. Se entiende por iglesia un edificio sagrado destinado al culto divino, al que los fieles tienen derecho de acudir para la
celebracioá n, sobre todo puá blica, del culto divino.
1215. #1. No se edificaraá iglesia alguna sin el consentimiento expreso del Obispo diocesano, dado por escrito. #2. El Obispo
diocesano no otorgaraá el consentimiento a no ser que, oíádo el consejo presbiteral y los rectores de las iglesias vecinas, juzgue
que la nueva iglesia puede servir al bien de las almas y que no faltaraá n los medios necesarios para la edificacioá n de la iglesia y
para el culto divino. #3. Tambieá n los institutos religiosos, aunque ya tuvieran el consentimiento del Obispo diocesano para
establecer una nueva casa en la dioá cesis o ciudad, necesitan no obstante obtener su licencia antes de edificar una iglesia en un
lugar cierto y determinado.
1216. En la edificacioá n y refaccioá n de las iglesias, teniendo en cuenta el consejo de los expertos, se observaraá n los principios y
las normas de la liturgia y del arte sagrado.
1217. #1. Una vez terminada debidamente la edificacioá n, cuanto antes la nueva iglesia se dedicaraá o al menos se bendeciraá ,
observando las leyes de la sagrada liturgia. #2. Las iglesias, sobre todo las catedrales y parroquiales, deben dedicarse con rito
solemne.
1218. Cada iglesia tendraá su propio tíátulo, que no puede cambiarse una vez hecha la dedicacioá n de la iglesia.
1219. En la iglesia legíátimamente dedicada o bendecida pueden realizarse todos los actos del culto divino, quedando a salvo los
derechos parroquiales.
1220. #1. Procuren todos aquellos a quienes corresponde, que en las iglesias se conserve la limpieza y dignidad que convienen
a la casa de Dios, y que se evite en ellas cualquier cosa que no esteá en consonancia con la santidad del lugar. #2. Para proteger
los bienes sagrados y preciosos deben emplearse los cuidados ordinarios de conservacioá n y las oportunas medidas de
seguridad.
1221. La entrada en la iglesia debe ser libre y gratuita durante el tiempo de las celebraciones sagradas.
1222. #1. Si alguna iglesia no puede emplearse en modo alguno para el culto divino y no hay posibilidad de repararla, puede
ser reducida por el Obispo diocesano a un uso profano no soá rdido. #2. Cuando otras causas graves aconsejen que una iglesia
deje de emplearse para el culto divino, el Obispo diocesano, oíádo el consejo presbiteral, puede reducirla a un uso profano no
soá rdido, con el consentimiento de aquellos que legíátimamente reclamen derechos sobre ella y con tal de que el bien de las
almas no sufra por ello detrimento alguno.

Capítulo II: De los oratorios y capillas privadas


1223. Se entiende con el nombre de oratorio un lugar destinado al culto divino con licencia del Ordinario, en beneficio de una
comunidad o grupo de fieles que acuden allíá, al cual tambieá n pueden tener acceso otros fieles con el consentimiento del
Superior competente.
1224. #1. El Ordinario no concederaá la licencia requerida para establecer un oratorio, antes de visitar personalmente o por
medio de otro el lugar destinado al oratorio y de considerarlo dignamente instalado. #2. Sin embargo, una vez concedida la
licencia, el oratorio no puede convertirse a un uso profano sin autorizacioá n del mismo Ordinario.
1225. En los oratorios legíátimamente establecidos pueden realizarse todas las celebraciones sagradas, a no ser aqueá llas
exceptuadas por el derecho, por prescripcioá n del Ordinario del lugar o que lo impidan las normas lituá rgicas.
1226. Se entiende con el nombre de capilla privada un lugar destinado al culto divino con licencia del Ordinario del lugar en
beneficio de una o varias personas fíásicas.
1227. Los Obispos pueden establecer para síá una capilla privada, que goza de los mismos derechos que un oratorio.
1228. Quedando firme lo prescripto en el can. 1227, para celebrar la Misa u otras celebraciones sagradas en una capilla privada
se requiere la licencia del Ordinario del lugar.
1229. Conviene que los oratorios y las capillas privadas sean bendecidos seguá n el rito prescripto en los libros lituá rgicos; y
deben reservarse exclusivamente al culto divino y quedar libres de todo uso domeá stico.

Capítulo III: De los santuarios


1230. Se entiende con el nombre de santuario la iglesia u otro lugar sagrado al que, por un motivo peculiar de piedad,
numerosos fieles peregrinan, con aprobacioá n del Ordinario del lugar.
1231. Para que un santuario puede llamarse nacional, debe contar con la aprobacioá n de la Conferencia Episcopal; para que
pueda llamarse internacional, se requiere la aprobacioá n de la Santa Sede.
1232. #1. Para aprobar los estatutos de un santuario diocesano, tiene competencia el Ordinario del lugar; para los estatutos de
un santuario nacional, la Conferencia Episcopal; para los estatutos de un santuario internacional, solamente la Santa Sede. #2.
En los estatutos se debe determinar, sobre todo, la finalidad, la autoridad del rector, el dominio y la administracioá n de los
bienes.
1233. A los santuarios se les puede conceder ciertos privilegios cuando asíá lo aconsejen las circunstancias del lugar, la
concurrencia de peregrinos y sobre todo el bien de los fieles.
1234. #1. En los santuarios se debe proporcionar con maá s abundancia a los fieles los medios de salvacioá n, predicando
cuidadosamente la Palabra de Dios, fomentando adecuadamente la vida lituá rgica sobre todo mediante la celebracioá n de la
Eucaristíáa y de la penitencia, y practicando tambieá n formas aprobadas de piedad popular. #2. Los exvotos del arte popular y de
la piedad se conservaraá n visiblemente y se custodiaraá n con seguridad en los santuarios o en lugares adyacentes.

Capítulo IV: De los altares


1235. #1. El altar, o mesa sobre la que se celebra el Sacrificio eucaríástico, se llama fijo si se construye unido al suelo y por lo
tanto no puede moverse; moá vil, en cambio, si puede trasladarse. #2. Conviene que en toda iglesia haya un altar fijo; en cambio
en los demaá s lugares destinados a las celebraciones sagradas, un altar fijo o moá vil.
1236. #1. Seguá n la costumbre tradicional de la Iglesia la mesa del altar fijo seraá de piedra, y ademaá s de un solo bloque de
piedra natural; sin embargo, a juicio de la Conferencia Episcopal, puede emplearse tambieá n otro material digno y soá lido. Las
columnas o las bases, en cambio, pueden confeccionarse de cualquier material. #2. El altar moá vil puede construirse de
cualquier material soá lido, que esteá en consonancia con el uso lituá rgico.
1237. #1. Los altares fijos se deben dedicar, los moá viles en cambio dedicar o bendecir, seguá n los ritos prescriptos en los libros
lituá rgicos. #2. Debe observarse la antigua tradicioá n de colocar bajo el altar fijo reliquias de los Maá rtires o de otros Santos,
seguá n las normas establecidas en los libros lituá rgicos.
1238. #1. El altar pierde la dedicacioá n o bendicioá n a tenor del can. 1212. #2. Por la reduccioá n de la iglesia o de otro lugar
sagrado a usos profanos, los altares sean fijos sean moá viles no pierden la dedicacioá n o bendicioá n.
1239. #1. El altar tanto fijo como moá vil se debe reservar solamente al culto divino, excluido absolutamente cualquier uso
profano. #2. Bajo el altar no estaraá enterrado cadaá ver alguno; de lo contrario no es líácito celebrar la Misa sobre eá l.

Capítulo V: De los cementerios


1240. #1. Donde sea posible, la Iglesia debe tener cementerios propios, o al menos en los cementerios civiles espacios
destinados a los fieles difuntos, que han de ser bendecidos debidamente. #2. Sin embargo, si esto no es posible, cada vez se
bendeciraá cada una de las sepulturas.
1241. #1. Las parroquias y los institutos religiosos pueden tener cementerio propio. #2. Tambieá n otras personas juríádicas o
familias pueden tener su propio cementerio o panteoá n, que ha de bendecirse a juicio del Ordinario del lugar.
1242. En las iglesias no se sepultaraá n cadaá veres, a menos que se trate del Romano Pontíáfice o de sepultar en su propia iglesia a
los Cardenales o a los Obispos diocesanos incluso emeá ritos.
1243. En el derecho particular se estableceraá n las normas oportunas sobre la disciplina que debe observarse en los
cementerios, sobre todo en lo que atanñ e a la proteccioá n y fomento de su caraá cter sagrado.
TÍTULO II De los tiempos sagrados
1244. #1. Corresponde exclusivamente a la autoridad suprema eclesiaá stica establecer, trasladar o abolir los díáas de fiesta y los
díáas de penitencia comunes a toda la Iglesia, quedando firme lo prescripto en el can. 1246, # 2. #2. Los Obispos diocesanos
pueden senñ alar díáas de fiesta o de penitencia peculiares para sus dioá cesis o lugares, pero soá lo a modo de acto.
1245. Quedando firme el derecho de los Obispos diocesanos de que se trata en el can. 87, con causa justa y seguá n las
prescripciones del Obispo diocesano, el paá rroco puede conceder, en casos particulares, la dispensa de la obligacioá n de guardar
un díáa de fiesta o de penitencia o su conmutacioá n por otras obras piadosas; y lo mismo puede hacer tambieá n el Superior de un
instituto religioso o de una sociedad de vida apostoá lica, si son clericales de derecho pontificio, respecto de sus propios suá bditos
y de otros
que viven díáa y noche en la casa.

Capítulo I: De los días de fiesta


1246. #1. El domingo en el cual se celebra el misterio pascual, por tradicioá n apostoá lica, debe ser guardado en toda la Iglesia
como fiesta primordial de precepto. Igualmente deben guardarse los díáas de Navidad de Nuestro Senñ or Jesucristo, Epifaníáa,
Ascensioá n, Santíásimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa Maríáa Madre de Dios, su Inmaculada Concepcioá n y Asuncioá n, San Joseá ,
Santos Apoá stoles Pedro y Pablo y, finalmente, Todos los Santos. #2. Sin embargo, la Conferencia Episcopal, previa aprobacioá n
de la Sede Apostoá lica, puede abolir alguna de las fiestas de precepto o trasladarlas a domingo.
1247. El domingo y las demaá s fiestas de precepto los fieles tienen obligacioá n de participar en la Misa; ademaá s, se abstendraá n de
aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, la alegríáa propia del díáa del Senñ or, o el debido descanso de la
mente y del cuerpo.
1248. #1. Satisface el precepto de participar de la Misa quien asiste a Misa donde quiera que se celebre en un rito catoá lico,
tanto el díáa de la fiesta como la tarde del díáa precedente. #2. Cuando falta el ministro sagrado o por otra causa grave resulta
imposible la participacioá n de la celebracioá n eucaríástica, es muy recomendable que los fieles tomen parte en la liturgia de la
Palabra, si eá sta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado seguá n las prescripciones del Obispo diocesano, o bien
se dediquen a la oracioá n durante el tiempo debido personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos de familias.

Capítulo II: De los días de penitencia


1249. Todos los fieles, cada uno a su modo, estaá n obligados por la ley divina a hacer penitencia. Sin embargo, para que todos se
unan en alguna observancia comuá n de la penitencia, se prescriben díáas penitenciales, en los que los fieles se dediquen de
manera especial a la oracioá n, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a síá mismos, cumpliendo con mayor fidelidad
sus propias obligaciones y sobre todo observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los caá nones que siguen.
1250. Son díáas y tiempos penitenciales en la Iglesia universal todos los viernes del anñ o y el tiempo de cuaresma.
1251. La abstinencia de comer carne o de otro alimento, seguá n las prescripciones de la Conferencia Episcopal, se guardaraá
todos los viernes del anñ o, a menos que coincidan con un díáa incluido entre las solemnidades; en cambio, la abstinencia y el
ayuno se guardaraá n el Mieá rcoles de Ceniza y el Viernes Santo.
1252. Estaá n obligados a la ley de abstinencia los que han cumplido catorce anñ os de edad; a la ley del ayuno, en cambio, quedan
obligados todos los mayores de edad hasta los sesenta anñ os. Los pastores de almas y los padres procuraraá n, sin embargo, que
sean formados en el sentido genuino de la penitencia quienes, por ser menores de edad, no estaá n obligados a la ley del ayuno y
de la abstinencia.
1253. La Conferencia Episcopal puede determinar maá s detalladamente la observancia del ayuno y de la abstinencia, asíá como
reemplazarlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y praá cticas de piedad.
3|BCICA

LIBRO V De los bienes temporales de la Iglesia [can. 1254 - 1310]


1254. #1. Por derecho nativo, independientemente de la potestad civil, la Iglesia catoá lica puede adquirir, retener, administrar y
enajenar bienes temporales para alcanzar sus fines propios. #2. Fines propios, por su parte, son principalmente: la
organizacioá n del culto divino, el procurar la honesta sustentacioá n del clero y demaá s ministros, el ejercicio de las obras de
apostolado sagrado y de caridad, sobre todo respecto de los necesitados.
1255. La Iglesia universal y la Sede Apostoá lica, las Iglesias particulares y tambieá n cualquier otra persona juríádica, tanto puá blica
como privada, son sujetos capaces de adquirir, retener, administrar y enajenar bienes temporales, a tenor del derecho.
1256. El dominio de los bienes, bajo la autoridad suprema del Romano Pontíáfice, corresponde a la persona juríádica que los
haya adquirido legíátimamente.
1257. #1. Todos los bienes temporales que pertenecen a la Iglesia universal, a la Sede Apostoá lica o a otras personas juríádicas
puá blicas en la Iglesia, son bienes eclesiaá sticos, y se rigen por los caá nones que siguen, asíá como por los propios estatutos. #2.
Los bienes temporales de una persona juríádica privada se rigen por sus estatutos propios, y no por estos caá nones, si no se
indica expresamente otra cosa.
1258. En los caá nones que siguen, con el nombre de Iglesia se designa no soá lo la Iglesia universal o la Sede Apostoá lica, sino
tambieá n cualquier persona puá blica en la Iglesia, a no ser que conste otra cosa por el contexto o por la naturaleza misma del
asunto.

TÍTULO I De la adquisición de los bienes


1259. La Iglesia puede adquirir bienes temporales por todos los modos justos, tanto de derecho natural como positivo, que
esteá n permitidos a otros.
1260. La Iglesia tiene el derecho nativo de exigir de los fieles los bienes que necesite para sus fines propios.
1261. #1. Los fieles tienen libertad para aportar bienes temporales en favor de la Iglesia. #2. El Obispo diocesano debe advertir
a los fieles sobre la obligacioá n de que trata el can. 222, # 1, y urgir dicha obligacioá n de manera oportuna.
1262. Los fieles aportaraá n ayuda a la Iglesia mediante las subvenciones que se les pidan y seguá n las normas dictadas por la
Conferencia Episcopal.
1263. El Obispo diocesano tiene el derecho, oíádo el consejo de asuntos econoá micos y el consejo presbiteral, de imponer, para
las necesidades de la dioá cesis, un tributo moderado a las personas juríádicas puá blicas sujetas a su jurisdiccioá n, que sea
proporcionado a sus ingresos; respecto de las demaá s personas fíásicas y juríádicas soá lo se le permite imponer una contribucioá n
extraordinaria y moderada, en caso de grave necesidad y bajo las mismas condiciones, quedando a salvo las leyes y costumbres
particulares que le atribuyan derechos maá s amplios.
1264. A no ser que el derecho disponga otra cosa, corresponde a la reunioá n de los Obispos de cada provincia:
1º. determinar las tasas por los actos de potestad ejecutiva graciosa o por la ejecucioá n de los rescriptos de la Sede Apostoá lica,
las cuales deberaá n ser aprobadas por la Sede Apostoá lica;
2º. determinar las ofrendas en ocasioá n de la administracioá n de los sacramentos y sacramentales.
*1265. #1. Quedando a salvo el derecho de los religiosos mendicantes, estaá prohibido a toda persona privada, tanto fíásica como
juríádica, hacer colectas en favor de cualquier institucioá n o finalidad piadosa o eclesiaá stica, sin licencia escrita del Ordinario
propio y del Ordinario del lugar. #2. La Conferencia Episcopal puede establecer normas sobre la realizacioá n de colectas, que
han de observar todos, sin excluir aquellos que, por institucioá n, se llaman y son mendicantes.
1266. En todas las iglesias y oratorios, incluso los pertenecientes a institutos religiosos, que de hecho esteá n abiertos
habitualmente a los fieles, el Ordinario del lugar puede prescribir que se haga una colecta especial en favor de determinadas
iniciativas parroquiales, diocesanas, nacionales o universales, la cual ha de ser enviada despueá s, cuidadosamente, a la curia
diocesana.
1267. #1. A menos que conste lo contrario, las ofrendas hechas a los Superiores o administradores de cualquier persona
juríádica eclesiaá stica, incluso privada, se presumen hechas a la persona juríádica. #2. Las ofrendas de las que se trata en el # 1, no
pueden rechazarse, sino con justa causa, y, en las cosas de mayor importancia, con licencia del Ordinario, cuando se trata de
una persona juríádica puá blica; se requiere la licencia del mismo Ordinario para aceptar que esteá n gravadas por una carga modal
o una condicioá n, quedando firme lo prescripto en el can. 1295. #3. Las ofrendas hechas por los fieles para un fin determinado
no pueden destinarse sino a ese fin.
1268. Respecto de los bienes temporales, la Iglesia acepta la prescripcioá n como modo de adquirirlos o de liberarse, a tenor de
los caá ns. 197-199.
1269. Las cosas sagradas, si estaá n en dominio de una persona privada, pueden ser adquiridas mediante prescripcioá n por otras
personas tambieá n privadas, pero no es líácito utilizarlas para usos profanos, a menos que hubieran perdido la dedicacioá n o
bendicioá n; si, en cambio, pertenecen a una persona juríádica eclesiaá stica puá blica, soá lo pueden ser adquiridas por otra persona
juríádica eclesiaá stica puá blica.
1270. Los bienes inmuebles, los bienes muebles preciosos, los derechos y acciones, tanto personales como reales, que
pertenecen a la Sede Apostoá lica prescriben en el plazo de cien anñ os; los pertenecientes a otra persona juríádica eclesiaá stica
puá blica, en el plazo de treinta anñ os.
1271. Por razoá n del víánculo de unidad y de caridad, seguá n las posibilidades de su dioá cesis, los Obispos contribuiraá n a procurar
los medios que la Sede Apostoá lica necesita, seguá n las circunstancias de la eá poca, a fin de que pueda prestar debidamente su
servicio a la Iglesia universal.
1272. En las regiones donde auá n existen beneficios propiamente dichos, corresponde a la Conferencia Episcopal, mediante
normas oportunas establecidas de acuerdo con la Sede Apostoá lica y aprobadas por eá sta, determinar el reá gimen de estos
beneficios, de manera que las rentas, e incluso, en la medida de lo posible, la misma dote de los beneficios pasen gradualmente
a la institucioá n de que se trata en el can. 1274, # 1.

TÍTULO II De la administración de los bienes


1273. En virtud de su primado de gobierno, el Romano Pontíáfice es el administrador y distribuidor supremo de todos los
bienes eclesiaá sticos.
1274. #1. En toda dioá cesis debe haber una institucioá n especial que recoja los bienes y ofrendas para proveer, a tenor del can.
281, a la sustentacioá n de los cleá rigos que prestan un servicio en favor de la dioá cesis, a no ser que se haya provisto de otro modo
a los mismos. #2. Donde la previsioá n social en favor del clero auá n no esteá adecuadamente organizada, la Conferencia Episcopal
cuidaraá de que haya una institucioá n que provea suficientemente a la seguridad social de los cleá rigos. #3. En cada dioá cesis se
constituiraá , en la medida de lo posible, una masa comuá n, y con la cual puedan los Obispos cumplir las obligaciones respecto de
otras personas que sirven a la Iglesia, y subvenir a las distintas necesidades de la dioá cesis, y mediante la cual, tambieá n, las
dioá cesis maá s ricas puedan ayudar a las maá s pobres. #4. Seguá n las diversas circunstancias de lugar, los fines de que se trata en
los ## 2 y 3 pueden lograrse maá s adecuadamente a traveá s de instituciones diocesanas federadas entre síá o por medio de una
cooperacioá n o tambieá n de una conveniente asociacioá n entre varias dioá cesis, o incluso establecida para todo el territorio de la
misma Conferencia Episcopal. #5. Si es posible, estas instituciones deben constituirse de manera que obtengan eficacia
tambieá n en el derecho civil.
1275. La masa de bienes provenientes de diversas dioá cesis se administra seguá n las normas oportunamente acordadas por los
Obispos interesados.
1276. #1. Corresponde al Ordinario vigilar cuidadosamente la administracioá n de todos los bienes pertenecientes a las
personas juríádicas puá blicas a eá l sujetas, quedando a salvo los tíátulos legíátimos que le atribuyan maá s amplios derechos al mismo
Ordinario. #2. Teniendo en cuenta los derechos y las legíátimas costumbres y circunstancias, los Ordinarios procuraraá n
organizar todo lo referente a la administracioá n de los bienes eclesiaá sticos, mediante instrucciones peculiares dentro de los
líámites del derecho universal y particular.
*1277. En lo que atanñ e a la realizacioá n de actos de administracioá n que, teniendo en cuenta la situacioá n econoá mica de la
dioá cesis, sean de mayor importancia, el Obispo diocesano debe oíár al consejo de asuntos econoá micos y al colegio de
consultores; pero, aparte de los casos especialmente determinados en el derecho universal o en las escrituras de fundacioá n,
necesita el consentimiento del mismo consejo asíá como del colegio de consultores, para realizar los actos de administracioá n
extraordinaria. Corresponde, por su parte, a la Conferencia Episcopal, determinar queá actos han de ser considerados de
administracioá n extraordinaria.
1278. Ademaá s de las funciones de las que trata el can. 494, ## 3 y 4, el Obispo diocesano puede encomendar al ecoá nomo las
funciones de que tratan las caá ns. 1276, # 1 y 1279, # 2.
1279. # 1. La administracioá n de los bienes eclesiaá sticos corresponde a aqueá l que de manera inmediata rige a la persona a quien
pertenecen esos bienes, si no determinan otra cosa el derecho particular, los estatutos o una costumbre legíátima, y quedando a
salvo el derecho del Ordinario de intervenir en caso de negligencia del administrador. #2. En la administracioá n de los bienes de
una persona juríádica puá blica que no tenga administradores propios en virtud del derecho, o de las escrituras de fundacioá n o de
sus estatutos propios, el Ordinario a quien estaá sujeta designaraá por un trienio a personas idoá neas; las mismas pueden volver a
ser nombradas por el Ordinario.
1280. Toda persona juríádica ha de tener su consejo de asuntos econoá micos, o al menos dos consejeros, que, a tenor de los
estatutos, ayuden al administrador en el cumplimiento de su funcioá n.
1281. #1. Quedando firme las prescripciones de los estatutos, los administradores realizan invaá lidamente los actos que
exceden los fines y el modo de la administracioá n ordinaria, a no ser que hubieran obtenido previamente facultad escrita del
Ordinario. #2. En los estatutos deben determinarse los actos que exceden el fin y el modo de la administracioá n ordinaria; si en
cambio, los estatutos no hablan de este asunto, compete al Obispo diocesano, oíádo el consejo de asuntos econoá micos,
determinar este tipo de actos respecto de las personas que le estaá n sujetas. #3. A no ser que le haya reportado un provecho, y
en la medida del mismo, la persona juríádica, no estaá obligada a responder de los actos realizados invaá lidamente por los
administradores; pero de los actos realizados por los administradores ilegíátima aunque vaá lidamente, responderaá la misma
persona juríádica, quedando a salvo su accioá n o recurso contra los administradores que le hubieran infligido danñ os.
1282. Todos aqueá llos, sean cleá rigos o laicos, que con tíátulo legíátimo tienen participacioá n en la administracioá n de los bienes
eclesiaá sticos deben cumplir sus funciones en nombre de la Iglesia, a tenor del derecho.
1283. Antes de que los administradores inicien su funcioá n:
1º. deben prometer solemnemente, mediante juramento, ante el Ordinario o su delegado, que administraraá n bien y fielmente;
2º. se haraá un inventario exacto y detallado, suscripto por ellos, de los bienes inmuebles, de los bienes muebles, tanto preciosos
como pertenecientes de alguá n modo al patrimonio cultural, y de cualesquiera otros, con la descripcioá n y tasacioá n de los
mismos; una vez hecho, seraá verificado;
3º. de este inventario se conservaraá un ejemplar en el archivo de la administracioá n, y otro en el archivo de la curia; en ambos se
anotaraá cualquier cambio que pueda experimentar el patrimonio.
1284. #1. Todos los administradores estaá n obligados a cumplir su funcioá n con la diligencia de un buen padre de familia. #2. Por
lo tanto deben:
1º. vigilar para que los bienes confiados a su cuidado no perezcan en modo alguno ni sufran detrimento, suscribiendo a tal fin,
en la medida en que fuese necesario, contratos de seguro;
2º. cuidar de que la propiedad de los bienes eclesiaá sticos quede resguardada por modos civilmente vaá lidos;
3º. observar las prescripciones del derecho, tanto canoá nico como civil, las impuestas por el fundador o donante, o la legíátima
autoridad, y sobre todo tener cuidado de que no sobrevenga danñ o para la Iglesia por inobservancia de las leyes civiles;
4º. cobrar cuidadosamente y a tiempo las rentas y productos de los bienes, y conservar de modo seguro los ya cobrados y
emplearlos seguá n el deseo del fundador o las normas legíátimas;
5º. pagar puntualmente el intereá s debido por preá stamo o por hipoteca, y cuidar de que el capital debido se devuelva a su
tiempo;
6º. con el consentimiento del Ordinario, aplicar a los fines de la persona juríádica el dinero que sobre del pago de los gastos y
que pueda ser invertido productivamente;
7º. llevar con diligencia los libros de entradas y salidas;
8º. hacer un balance de la administracioá n al final de cada anñ o;
9º. ordenar debidamente y guardar en un archivo conveniente y apto los documentos e instrumentos en los que se fundan los
derechos de la Iglesia o del instituto sobre los bienes y donde pueda hacerse faá cilmente, depositar copias auteá nticas de los
mismos en el archivo de la curia. #3. Se recomienda encarecidamente que los administradores hagan cada anñ o un presupuesto
de las entradas y salidas; se deja en cambio al derecho particular el preceptuarlo y el determinar maá s detalladamente el modo
de presentarlo.
1285. Soá lo dentro de los líámites de la administracioá n ordinaria es líácito a los administradores hacer donaciones para fines de
piedad o de caridad cristiana de bienes muebles que no pertenezcan al patrimonio estable.
1286. Los administradores de bienes:
1º. en los contratos de trabajo, seguá n los principios que ensenñ a la Iglesia, deben observar cuidadosamente tambieá n las leyes
civiles que atanñ en al trabajo y vida social;
2º. pagaraá n un salario justo y honesto al personal contratado, de manera que eá ste pueda proveer convenientemente a las
necesidades personales y de los suyos.
1287. #1. Quedando reprobada la costumbre contraria, los administradores, tanto cleá rigos como laicos, de cualesquiera bienes
eclesiaá sticos que no esteá n legíátimamente exentos de la potestad de reá gimen del Obispo diocesano, tienen la obligacioá n de
rendir cuenta cada anñ o al Ordinario del lugar, el cual encomendaraá su revisioá n al consejo de asuntos econoá micos. #2. Los
administradores rendiraá n cuentas a los fieles acerca de los bienes que eá stos ofrendan a la Iglesia, seguá n las normas que han de
establecerse en el derecho particular.
1288. Los administradores no iniciaraá n juicio en nombre de una persona juríádica puá blica ni responderaá n a eá l en el fuero civil,
sin haber obtenido licencia por escrito del Ordinario propio.
1289. Aunque no esteá n obligados a la administracioá n en virtud de un oficio eclesiaá stico, los administradores no pueden
abandonar por su propio arbitrio el cargo recibido; y si por ese abandono arbitrario se provoca un danñ o a la Iglesia, estaá n
obligados a restituir.

TÍTULO III De los contratos y principalmente de la enajenación


1290. Lo que el derecho civil establece en cada territorio sobre los contratos, tanto en general como en particular, y sobre los
pagos, debe observarse con los mismos efectos en el derecho canoá nico respecto de las materias sometidas a la potestad de
reá gimen de la Iglesia, a menos que sea contrario al derecho divino o que se prescriba otra cosa en el derecho canoá nico, y
quedando firme lo prescripto en el can. 1547.
1291. Para enajenar vaá lidamente bienes que por asignacioá n legíátima constituyen el patrimonio estable de una persona juríádica
puá blica y cuyo valor supera la suma determinada por el derecho, se requiere licencia de la autoridad competente a tenor del
derecho.
*1292. #1. Quedando a salvo lo prescripto en el can. 638, # 3, cuando el valor de los bienes cuya enajenacioá n se propone, se
halla entre la suma míánima y la suma maá xima que ha de fijar cada Conferencia Episcopal para su respectiva regioá n, la
autoridad competente se determina por los propios estatutos, si se trata de personas juríádicas no sujetas al Obispo diocesano;
de lo contrario, la autoridad competente es el Obispo diocesano con el consentimiento del consejo de asuntos econoá micos y del
colegio de consultores, asíá como de los interesados. El Obispo diocesano necesita tambieá n el consentimiento de los mismos
para enajenar bienes de la dioá cesis. #2. Si se trata, en cambio, de bienes cuyo valor supera la suma maá xima, o de exvotos
donados a la Iglesia, o de bienes preciosos por razones artíásticas o histoá ricas, para la validez de la enajenacioá n se requiere
ademaá s la licencia de la Santa Sede. #3. Si la cosa que se ha de enajenar es divisible, al pedir la licencia para la enajenacioá n,
deben especificarse las partes anteriormente enajenadas; de lo contrario la licencia es invaá lida. #4. Quienes deben tomar parte
en la enajenacioá n de bienes con su consejo o su consentimiento no otorgaraá n su consejo o consentimiento si previamente no se
los hubiera informado exactamente tanto de la situacioá n econoá mica de la persona juríádica, cuyos bienes se propone enajenar,
como de las enajenaciones ya realizadas.
1293. #1. Para enajenar bienes cuyo valor supera la suma míánima determinada, se requiere ademaá s:
1º. una causa justa, como es una necesidad urgente, la utilidad evidente, la piedad, caridad u otra razoá n pastoral grave;
2º. tasacioá n de la cosa que se va a enajenar, hecha por peritos y por escrito. #2. Deben observarse tambieá n aquellas otras
cautelas prescriptas por la legíátima autoridad a fin de evitar un danñ o a la Iglesia.
1294. #1. Ordinariamente una cosa no debe enajenarse por un precio menor al indicado en la tasacioá n. #2. El dinero cobrado
por la enajenacioá n o debe colocarse con cautela en beneficio de la Iglesia o gastarse prudentemente conforme a los fines de
dicha enajenacioá n.
1295. Los requisitos a tenor de los caá ns. 1291 - 1294, a los cuales tambieá n se deben acomodar los estatutos de las personas
juríádicas, deben observarse no soá lo en la enajenacioá n, sino tambieá n en cualquier operacioá n de la que pueda resultar
perjudicada la situacioá n patrimonial de la persona juríádica.
1296. Si se han enajenado bienes eclesiaá sticos sin las debidas solemnidades canoá nicas, pero la enajenacioá n resulta civilmente
vaá lida, corresponde a la autoridad competente, despueá s de sopesar todo debidamente, determinar si debe o no entablarse
accioá n, y de queá tipo, a saber personal o real, y por quieá n y contra quieá n, para reivindicar los derechos de la Iglesia.
*1297. Corresponde a la Conferencia Episcopal, teniendo en cuenta las circunstancias de los lugares, establecer normas sobre
el arrendamiento de bienes de la Iglesia, principalmente sobre la licencia que se ha de obtener de la autoridad eclesiaá stica
competente.
1298. A menos que la cosa sea de míánima importancia, los bienes eclesiaá sticos no deben venderse o arrendarse a los propios
administradores o a sus parientes hasta el cuarto grado de consanguinidad o de afinidad, sin licencia especial de la autoridad
eclesiaá stica competente dada por escrito.

TÍTULO IV De las pías voluntades en general y de las fundaciones pías


1299. #1. Quien, por derecho natural y canoá nico, puede disponer libremente de sus bienes, puede dejarlos para causas píáas,
tanto por acto entre vivos como por acto por causa de muerte. #2. En las disposiciones por causa de muerte en beneficio de la
Iglesia se observaraá n, en lo posible, las solemnidades del derecho civil; si eá stas se hubieran omitido, se debe advertir a los
herederos sobre la obligacioá n que tienen de cumplir la voluntad del testador.
1300. Una vez aceptadas legíátimamente, se deben cumplir con sumo cuidado las voluntades de los fieles que donan o dejan sus
bienes para causas píáas, tanto por acto entre vivos como por acto por causa de muerte, incluso en cuanto al modo de
administrar e invertir los bienes, quedando firme lo prescripto en el can. 1301, # 3.
1301. #1. El Ordinario es ejecutor de todas las píáas voluntades, tanto por causa de muerte como entre vivos. #2. En virtud de
este derecho, el Ordinario puede y debe vigilar, incluso mediante visita, que se cumplan las píáas voluntades; y los demaá s
ejecutores, una vez cumplida su funcioá n, deben rendirle cuentas. #3. Las claá usulas contrarias a este derecho del Ordinario,
contenidas en las uá ltimas voluntades, se tendraá n por no puestas.
1302. #1. Quien recibioá como fiduciario bienes para causas píáas, sea por acto entre vivos como por testamento, debe informar
de su fideicomiso al Ordinario, daá ndole cuenta de todos aquellos bienes muebles o inmuebles y de las cargas anñ adidas; pero si
el donante hubiera prohibido esto expresa y absolutamente, no deberaá aceptar el fideicomiso. #2. El Ordinario debe exigir que
los bienes del fideicomiso se coloquen de manera segura, asíá como vigilar la ejecucioá n de la píáa voluntad a tenor del can. 1301.
#3. Para los bienes entregados en fideicomiso a un miembro de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostoá lica, si
estaá n destinados a un lugar o dioá cesis, o a sus habitantes o para ayudar a causas píáas, el Ordinario de quien tratan los ## 1 y 2
es el Ordinario del lugar; de lo contrario es el Superior mayor en un instituto clerical de derecho pontificio y en las sociedades
clericales de vida apostoá lica de derecho pontificio, o bien el Ordinario propio del mismo miembro en los demaá s institutos
religiosos.
1303. #1. En el derecho se entiende con el nombre de fundaciones píáas:
1º. las “fundaciones píáas autoá nomas”, es decir, los conjuntos de cosas destinadas a los fines de los que se trata en el can. 114, #
2 y erigidos como personas juríádicas por la autoridad eclesiaá stica competente;
2º. las “fundaciones píáas no autoá nomas”, es decir, los bienes temporales dados de cualquier modo a una persona juríádica
puá blica con la carga, para un largo períáodo de tiempo que habraá de determinarse en el derecho particular, de celebrar Misas y
cumplir otras funciones eclesiaá sticas determinadas, con las rentas anuales, o bien de conseguir de otra manera los fines de que
se trata en el can. 114, # 2. #2. Una vez vencido el plazo, los bienes de una fundacioá n píáa no autoá noma, si hubieran sido
confiados a una persona juríádica sujeta al Obispo diocesano, deben ser destinados a la institucioá n de la que trata el can. 1274, #
1, a no ser que fuera otra la voluntad del fundador expresamente manifestada; de lo contrario, vuelven a la persona juríádica.
1304. #1. Para que una persona juríádica pueda aceptar vaá lidamente una fundacioá n, se requiere licencia escrita del Ordinario;
eá ste no la concederaá antes de comprobar legíátimamente que la persona juríádica puede satisfacer tanto la nueva carga que ha de
recibir como las ya aceptadas. Cuidaraá sobre todo que las rentas cubran totalmente las cargas anexas, seguá n la costumbre del
lugar o de la regioá n. #2. En el derecho particular se determinaraá n las condiciones ulteriores en lo que atanñ e a la constitucioá n y
aceptacioá n de fundaciones.
1305. El dinero y los bienes muebles asignados como dote han de depositarse inmediatamente en un lugar seguro que debe ser
aprobado por el Ordinario, a fin de que queden a resguardo ese dinero o el precio de los bienes muebles, y han de ser
colocados cuanto antes, cauta y provechosamente, en beneficio de la fundacioá n, con mencioá n expresa y detallada de las cargas,
seguá n el prudente juicio del mismo Ordinario y oíádos los interesados y el propio consejo de asuntos econoá micos.
1306. #1. Las fundaciones, incluso las hechas de viva voz, se han de consignar por escrito. #2. Se conservaraá de manera segura
una copia de las escrituras en el archivo de la curia, y otro en el archivo de la persona juríádica a la que corresponde la
fundacioá n.
1307. #1. Observando las prescripciones de los caá ns. 1300 - 1302 y 1287, se confeccionaraá una tabla de las cargas surgidas de
las fundaciones píáas, la cual seraá colocada en un lugar visible, de modo que no sea olvidado el cumplimiento de las
obligaciones. #2. Ademaá s del libro del que se trata en el can. 958, # 1, se llevaraá otro libro, que conservaraá el paá rroco o rector,
en el cual se anotaraá n cada una de las obligaciones, su cumplimiento y las limosnas.
1308. #1. La reduccioá n de las cargas de Misas que soá lo se haraá por causa justa y necesaria, se reserva a la Sede Apostoá lica, salvo
las prescripciones que siguen. #2. Si asíá se indica expresamente en las escrituras de fundacioá n, el Ordinario puede reducir las
cargas de Misas por haber disminuido las rentas. #3. Al Obispo diocesano compete la potestad de reducir las Misas de los
legados o de cualquier modo fundadas, que sean vaá lidas por síá mismas, cuando han disminuido las rentas y mientras persista
esta causa, teniendo en cuenta la limosna legíátimamente vigente en la dioá cesis, siempre que no haya nadie que tenga obligacioá n
y a quien se le pueda exigir uá tilmente que aumente la limosna. #4. Al mismo compete la potestad de reducir las cargas o
legados de Misas que gravan a una institucioá n eclesiaá stica, si las rentas hubieran llegado a ser insuficientes para conseguir
convenientemente el fin propio de dicha institucioá n. #5. De las mismas potestades de que se trata en los ## 3 y 4 goza el
Moderador supremo de un instituto religioso clerical de derecho pontificio.
1309. A las mismas autoridades de las que se trata en el can. 1308, compete ademaá s la potestad de trasladar, por una causa
proporcionada, las cargas de Misas a díáas, iglesias o altares diversos de aquellos que fueron determinados en las fundaciones.
1310. #1. Si el fundador hubiera concedido expresamente al Ordinario el poder de reducir, moderar o conmutar las voluntades
de los fieles sobre causas píáas, eá ste puede hacerlo solamente por causa justa y necesaria. #2. Si la ejecucioá n de las cargas
impuestas, por disminucioá n de las rentas o por otra causa, sin culpa alguna de los administradores, llegara a ser imposible, el
Ordinario podraá disminuir con equidad dichas cargas, una vez oíádos los interesados y el propio consejo de asuntos
econoá micos, y respetando del mejor modo posible la voluntad del fundador; queda exceptuada la reduccioá n de Misas que se
rigen por las prescripciones del can. 1308. #3. En los demaá s casos debe recurrirse a la Sede Apostoá lica.3|bCICA

LIBRO VI De las sanciones en la Iglesia [can. 1311 - 1399]


PARTE I: De los delitos y penas en general
TÍTULO I Del castigo de los delitos en general
1311. La Iglesia tiene derecho originario y propio a castigar con sanciones penales a los fieles delincuentes.
1312. #1. Las sanciones penales en la Iglesia son:
1º. penas medicinales o censuras, sobre las que se trata en los caá ns. 1331 - 1333;
2º. penas expiatorias, de las que se trata en el can. 1336. #2. La ley puede establecer otras penas expiatorias, que priven al fiel
de alguá n bien espiritual o temporal y que esteá n en consonancia con el fin sobrenatural de la Iglesia. #3. Se emplean ademaá s
remedios penales y penitencias; aqueá llos, sobre todo, para prevenir delitos; eá stas, maá s bien, para reemplazar una pena o
aumentarla.

TÍTULO II De la ley penal y del precepto penal


1313. #1. Si despueá s de cometido un delito, la ley es modificada, debe aplicarse la ley maá s favorable para el reo. #2. Si una ley
posterior cambia la ley o al menos la pena, eá sta cesa inmediatamente.
1314. La pena es generalmente ferendae sententiae, de manera que no obliga al reo sino despueá s de haber sido impuesta; en
cambio, es latae sententiae, o sea que en ella incurre por el mismo hecho de haber cometido el delito si la ley o el precepto lo
establecen asíá expresamente.
1315. #1. Quien tiene potestad legislativa puede tambieá n promulgar leyes penales; puede asimismo, por su parte, mediante
leyes propias dotar de una pena conveniente a una ley divina o eclesiaá stica, dada por una autoridad superior, respetando los
líámites de su competencia en lo que respecta al territorio o a las personas. #2. La ley misma puede determinar la pena, o dejar
su determinacioá n a la prudente estimacioá n del juez. #3. La ley particular puede tambieá n anñ adir otras penas a las penas
establecidas por ley universal contra alguá n delito; sin embargo, esto no se haraá sino por una gravíásima necesidad. Cuando, por
su parte, la ley universal conmina con una pena indeterminada o facultativa, la ley particular puede tambieá n establecer en su
lugar una pena determinada u obligatoria.
1316. Los Obispos diocesanos cuidaraá n de que, cuando hayan de promulgarse leyes penales, en la medida de lo posible, se las
promulgue uniformemente en el mismo estado o regioá n.
1317. Las penas deben establecerse soá lo en la medida en que sean verdaderamente necesarias para proveer maá s
adecuadamente a la disciplina eclesiaá stica. La expulsioá n del estado clerical, en cambio, no se puede establecer por ley
particular.
1318. El legislador no conminaraá con penas latae sententiae, salvo eventualmente para algunos delitos dolosos especiales que,
o bien puedan causar un escaá ndalo maá s grave, o bien no puedan castigarse eficazmente con penas ferendae sententiae; en
cambio, no estableceraá censuras, especialmente la excomunioá n, si no es con maá xima moderacioá n y soá lo para los delitos maá s
graves.
1319. #1. En la medida en que alguien, en virtud de su potestad de reá gimen, puede imponer preceptos en el fuero externo,
puede tambieá n conminar mediante preceptos con penas determinadas, excepto las expiatorias perpetuas. #2. No se
promulgaraá un precepto sino despueá s de sopesado maduramente el asunto, y respetando lo que se establece en los caá ns. 1317
y 1318 sobre las leyes particulares.
1320. En todas aquellas cosas en las cuales los religiosos estaá n sujetos al Ordinario del lugar, puede eá ste castigarlos con penas.

TÍTULO III Del sujeto pasible de las sanciones penales


1321. #1. Nadie es castigado, a menos que la violacioá n externa de una ley o precepto, por eá l cometida, le sea gravemente
imputable por dolo o por culpa. #2. Queda obligado a la pena establecida por una ley o precepto, quien violoá deliberadamente
la ley o precepto; quien lo hizo por omisioá n de la debida diligencia, no debe ser castigado, a menos que la ley o precepto
dispongan otra cosa. #3. Cometida la violacioá n externa, se presume la imputabilidad, a menos que conste lo contrario.
1322. Quienes carecen habitualmente de uso de razoá n, aunque hayan violado una ley o precepto cuando parecíáan estar sanos,
se consideran incapaces de delito.
1323. No es pasible de pena alguna quien, cuando violoá una ley o precepto:
1º. auá n no habíáa cumplido los 16 anñ os de edad;
2º. ignoraba sin culpa que estaba violando una ley o precepto; a la ignorancia, por su parte, se equipara la inadvertencia y el
error;
3º. obroá por violencia fíásica, o por caso fortuito, que no pudo preverse o que, una vez previsto, no pudo evitar;
4º. actuoá coaccionado por miedo grave, aunque lo fuera soá lo relativamente, o por necesidad o por grave perjuicio, a menos que
el acto fuera intríánsecamente malo o redundase en danñ o de las almas;
5º. actuoá en legíátima defensa contra un injusto agresor de síá mismo o de otro, guardando la debida moderacioá n;
6º. carecíáa de uso de razoá n, quedando firmes las prescripciones de los caá ns. 1324, # 1, n. 2 y 1325;
7º. juzgoá sin duda que existíáa alguna de las circunstancias de las que se trata en los nn. 4 oá 5.
1324. #1. El infractor no queda eximido de la pena, pero se debe atenuar la pena establecida en la ley o en el precepto, o en su
lugar emplear una penitencia, cuando el delito ha sido cometido:
1º. por quien teníáa solamente uso imperfecto de razoá n;
2º. por quien carecíáa de uso de razoá n a causa de embriaguez u otra perturbacioá n semejante de la mente, de la que fuera
culpable;
3º. por impulso grave de la pasioá n, pero que no precedioá , impidieá ndolos, a cualquier deliberacioá n de la mente y consentimiento
de la voluntad, siempre que la pasioá n misma no hubiera sido voluntariamente provocada o fomentada;
4º. por un menor que haya cumplido los 16 anñ os de edad;
5º. por quien actuoá coaccionado por miedo grave, aunque lo fuera soá lo relativamente, o por necesidad o por evitar un grave
perjuicio, si el delito es intríánsecamente malo o redunda en danñ o de las almas;
6º. por quien actuoá en legíátima defensa contra un injusto agresor de síá mismo o de otro, pero sin guardar la debida
moderacioá n;
7º. contra el que provoca grave e injustamente;
8º. por quien, por error pero por su culpa, juzgoá que existíáa alguna de las circunstancias de las que se trata en el can. 1323, nn.
4 oá 5;
9º. por quien, sin culpa, ignoraba que la ley o el precepto llevaban anexa una pena;
10º por quien obroá sin plena imputabilidad, con tal de que eá sta siga siendo grave. #2. Lo mismo puede hacer el juez, si existe
alguna otra circunstancia que disminuya la gravedad del delito. #3. En las circunstancias de que se trata en el # 1, el reo no
queda obligado por la pena latae sententiae.
1325. La ignorancia crasa o supina o afectada nunca puede considerarse al aplicar las prescripciones de los caá ns. 1323 y 1324;
tampoco la embriaguez u otras perturbaciones mentales que han sido buscadas intencionalmente para cometer el delito o
como circunstancias excusantes; y la pasioá n que haya sido excitada o fomentada voluntariamente.
1326. #1. El juez puede castigar con mayor gravedad que la que establece la ley o el precepto:
1º. a quien, despueá s de una condena o declaracioá n de pena, continuá a delinquiendo de tal manera, que por las circunstancias,
pueda inferirse prudentemente su pertinacia en la mala voluntad;
2º. a quien estaá constituido en alguna dignidad, o a quien ha abusado de su autoridad u oficio para cometer el delito;
3º. al reo que, cuando se haya establecido una pena para un delito culposo, previoá lo que habríáa de suceder, y no obstante
omitioá las cautelas para evitarlo que hubiera empleado cualquier persona diligente. #2. En los casos de que se trata en el # 1, si
la pena establecida es latae sententiae se puede agregar otra pena o penitencia.
1327. Ademaá s de los casos de los que se trata en los caá ns. 1323 - 1326, la ley particular puede establecer otras circunstancias
eximentes, atenuantes o agravantes, tanto como norma general cuanto para un delito en particular. Asimismo, pueden
establecerse en el precepto circunstancias que eximan de la pena establecida por precepto, o la disminuyan o agraven.
1328. #1. Quien hizo u omitioá algo para cometer un delito, pero, independientemente de su voluntad, no lo consumoá , no queda
sujeto a la pena establecida para el delito consumado, a menos que la ley o el precepto dispongan otra cosa. #2. Si, en cambio,
los actos u omisiones conducen por su misma naturaleza a la ejecucioá n del delito, el autor puede ser sometido a una penitencia
o remedio penal, a menos que voluntariamente desista de la iniciada ejecucioá n del delito. Sin embargo, si hubiera resultado
escaá ndalo u otro grave danñ o o peligro, el autor, aunque hubiera desistido voluntariamente, puede ser castigado con una pena
justa, pero siempre menor que la establecida para el delito consumado.
1329. #1. Los que, con la misma intencioá n de delinquir concurran en un delito, y no son mencionados expresamente en la ley o
precepto, si para el autor principal hay establecidas penas ferendae sententiae, quedan sometidos a las mismas penas, o a otras
de la misma o menor gravedad. #2. En la pena latae sententiae anexa a un delito, incurren los coá mplices que no son nombrados
en la ley o precepto, cuando sin su ayuda el delito no se hubiera perpetrado, y la pena sea de tal naturaleza que tambieá n a ellos
los pueda afectar; en caso contrario, pueden ser castigados con penas ferendae sententiae.
1330. El delito que consista en una declaracioá n o en otra manifestacioá n de la voluntad, doctrina o conocimiento, se tendraá por
no consumado si nadie percibe tal declaracioá n o manifestacioá n.

TÍTULO IV De las penas y demás castigos


Capítulo I: De las censuras
1331. #1. Al excomulgado se le prohíábe:
1º. tener cualquier participacioá n ministerial en la celebracioá n del Sacrificio de la Eucaristíáa o en cualesquiera otras ceremonias
del culto;
2º. celebrar los sacramentos y sacramentales y recibir los sacramentos;
3º. desempenñ ar oficios o ministerios o encargos eclesiaá sticos o realizar cualesquiera actos de gobierno. #2. Cuando la
excomunioá n ha sido impuesta o declarada, el reo:
1º. si quiere actuar contra lo prescripto en el # 1, n. 1, debe ser rechazado o debe cesar la accioá n lituá rgica, a no ser que obste
una causa grave;
2º. realiza invaá lidamente los actos de gobierno que, a tenor del # 1, n. 3 son ilíácitos;
3º. se le prohíábe disfrutar de los privilegios anteriormente concedidos;
4º. no puede obtener vaá lidamente una dignidad, oficio u otro encargo en la Iglesia;
5º. no hace suyos los frutos de una dignidad, oficio o encargo alguno, o pensioá n que tenga en la Iglesia.
1332. El caido en entredicho estaá sujeto a las prohibiciones de las que se trata en el can. 1331, # 1, nn. 1 y 2; si el entredicho ha
sido impuesto o declarado, debe observarse lo prescripto en el can. 1331, # 2, n. 1.
1333. #1. La suspensioá n, que puede afectar solamente a los cleá rigos, prohíábe:
1º. o todos o algunos de los actos de la potestad de orden;
2º. o todos o algunos de los actos de la potestad de reá gimen;
3º. el ejercicio de todos o de algunos derechos o funciones inherentes a un oficio. #2. En la ley o en el precepto se puede
establecer que, despueá s de la sentencia condenatoria o declaratoria, no pueda vaá lidamente realizar el suspendido actos de
gobierno. #3. La prohibicioá n nunca afecta:
1º. a los oficios o a la potestad de gobierno que no estaá n bajo la potestad del Superior que establece la pena;
2º. al derecho de habitacioá n que tenga el reo por razoá n de su oficio;
3º. al derecho de administrar los bienes que puedan eventualmente pertenecer al oficio mismo del suspendido, si la pena es
latae sententiae. #4. La suspensioá n que prohíábe percibir los frutos, el sueldo, las pensiones u otras cosas por el estilo, lleva
consigo la obligacioá n de restituir lo que se hubiera percibido ilegíátimamente, aun de buena fe.
1334. #1. Dentro de los líámites establecidos en el canon precedente, el alcance de la suspensioá n se determina o bien por la
misma ley o precepto, o bien por la sentencia o decreto por los que se impone la pena. #2. La ley, no asíá el precepto, puede
establecer una suspensioá n latae sententiae sin agregar ninguna determinacioá n o líámite; tal pena, por su parte, produce todos
los efectos que se enumeran en el can. 1333, # 1.
1335. Si la censura prohíábe celebrar los sacramentos o los sacramentales o realizar actos de gobierno, la prohibicioá n queda
suspendida cuantas veces sea necesario para atender a los fieles que se encuentran en peligro de muerte; y, si la censura latae
sententiae no ha sido declarada, la prohibicioá n se suspende ademaá s cuantas veces un fiel pide un sacramento o un sacramental
o un acto de gobierno. Y, es líácito pedirlos por cualquier causa justa.

Capítulo II: De las penas expiatorias


1336. #1. Ademaá s de otras que eventualmente puede establecer la ley, las penas expiatorias, que pueden afectar al delincuente
o bien perpetuamente o bien por un tiempo determinado o bien por un tiempo indeterminado, son las siguientes:
1º. la prohibicioá n o prescripcioá n de residir en un determinado lugar o territorio;
2º. la privacioá n de la potestad, oficio, encargo, derecho, privilegio, facultad, gracia, tíátulo, insignia, aun meramente honoríáfica;
3º. la prohibicioá n de ejercer aquello que se enumera en el n. 2, o la prohibicioá n de ejercerlo en un determinado lugar o fuera de
un determinado lugar; prohibiciones que nunca son bajo pena de nulidad;
4º. el traslado penal a otro oficio;
5º. la expulsioá n del estado clerical. #2. Soá lo pueden ser latae sententiae las penas expiatorias que se enumeran en el # 1, n. 3.
1337. #1. La prohibicioá n de residir en un determinado lugar o territorio se puede imponer tanto a los cleá rigos como a los
religiosos; la prescripcioá n de residir, en cambio, a los cleá rigos seculares y, dentro de los líámites de las constituciones, a los
religiosos. #2. Para imponer la prescripcioá n de residir en un determinado lugar o territorio, se requiere tener tambieá n el
consentimiento del Ordinario de dicho lugar, a menos que se trate de una casa destinada a que hagan penitencia o se
enmienden tambieá n cleá rigos extradiocesanos.
1338. #1. Las privaciones y prohibiciones que se enumeran en el can. 1336, # 1, nn.2 y 3, nunca afectan a las potestades,
oficios, encargos, derechos, privilegios, facultades, gracias, tíátulos, insignias, que no estaá n bajo la potestad del Superior que
establece la pena. #2. No puede darse la privacioá n de la potestad de orden, sino solamente la prohibicioá n de ejercer esa
potestad o algunos de sus actos; tampoco puede darse la privacioá n de los grados acadeá micos. #3. Sobre las prohibiciones
indicadas en el can. 1336, # 1, n. 3, se debe seguir la norma que se da sobre las censuras en el can. 1335.

Capítulo III: De los remedios penales y penitencias


1339. #1. Aqueá l que se encuentra en ocasioá n proá xima a delinquir, o sobre el cual, despueá s de realizada una investigacioá n, recae
grave sospecha de que ha cometido un delito, puede el Ordinario, personalmente o por medio de otro, amonestarlo. #2. Por su
parte, a aqueá l de cuya conducta se origina el escaá ndalo o una grave perturbacioá n del orden, puede tambieá n reprenderlo, de
modo proporcionado a las condiciones peculiares de la persona y del hecho. #3. De la amonestacioá n y de la reprensioá n debe
quedar siempre constancia, a menos por alguá n documento que se conserve en el archivo secreto de la curia.
1340. #1. La penitencia, que puede imponerse en el fuero externo, consiste en tener que hacer una obra de religioá n o de piedad
o de caridad. #2. Nunca se impondraá una penitencia puá blica por una transgresioá n oculta. #3. El Ordinario puede anñ adir, seguá n
su prudencia, penitencias al remedio penal de la amonestacioá n o de la reprensioá n.

TÍTULO V De la aplicación de las penas


1341. #1. El Ordinario cuidaraá de promover el procedimiento judicial o administrativo para imponer o declarar penas
solamente cuando haya visto que ni con la correccioá n fraterna, ni con la reprensioá n ni con otros medios de la solicitud pastoral
se puede suficientemente reparar el escaá ndalo, restablecer la justicia y enmendar al reo.
1342. #1. Toda vez que causas justas obsten a hacer un proceso judicial, la pena puede ser impuesta o declarada por decreto
extrajudicial; los remedios penales y las penitencias, en cambio, pueden ser aplicados mediante un decreto en cualquier caso.
#2. Por decreto no se pueden imponer ni declarar penas perpetuas ni tampoco penas que la ley o el precepto que las establece
prohíába aplicar mediante decreto. #3. Lo que en la ley o en el precepto se dice acerca del juez, respecto a la imposicioá n o
declaracioá n de la pena en juicio, se debe aplicar tambieá n al Superior que impone o declara una pena mediante decreto
extrajudicial, a menos que conste otra cosa y no se trate de prescripciones que se refieren solamente al procedimiento.
1343. Si la ley o precepto da al juez el poder de aplicar o no aplicar una pena, el juez puede tambieá n, seguá n su conciencia y
prudencia, mitigar la pena o imponer en su lugar una penitencia.
1344. Aunque la ley utilice palabras preceptivas, el juez, seguá n su conciencia y prudencia, puede:
1º. diferir para un tiempo maá s oportuno la imposicioá n de la pena, si se preveá que surgiraá n males mayores por el castigo
precipitado del reo;
2º. abstenerse de imponer la pena, o imponer una pena maá s benigna o utilizar una penitencia, si el reo se ha enmendado y se
ha reparado el escaá ndalo, o bien si ya ha sido suficientemente castigado por la autoridad civil o se preveá que seraá castigado;
3º. si el reo hubiera delinquido por primera vez despueá s de haber llevado sin tacha su vida, y no urgiera una necesidad de
reparar el escaá ndalo, suspender la obligacioá n de cumplir la pena expiatoria de manera tal que, sin embargo, si el reo vuelve a
delinquir dentro del plazo determinado por el mismo juez, cumpla la pena debida por ambos delitos, a no ser que entretanto
hubiera transcurrido el tiempo para la prescripcioá n de la accioá n penal por el primer delito.
1345. Siempre que el delincuente o bien tuviese soá lo uso imperfecto de razoá n, o bien perpetrase el delito por miedo o
necesidad o impulso de la pasioá n o embriaguez u otra perturbacioá n semejante de la mente, el juez puede tambieá n abstenerse
de imponerle castigo alguno, si considera que de otra manera se puede conseguir mejor su enmienda.
1346. Siempre que un reo haya perpetrado varios delitos, si parece excesiva la acumulacioá n de penas ferendae sententiae, se
deja a prudente arbitrio del juez el atemperar las penas dentro de líámites equitativos.
1347. #1. Una censura no puede imponerse vaá lidamente, si antes el reo no es amonestado al menos una vez para que cese en
su contumacia, daá ndole un tiempo conveniente para la enmienda. #2. Se considera que ha cesado en su contumacia el reo que
se haya arrepentido verdaderamente del delito, y que ademaá s haya reparado convenientemente los danñ os y el escaá ndalo, o al
menos haya prometido seriamente hacerlo.
1348. Cuando el reo es absuelto de la acusacioá n o no se le impone pena alguna, el Ordinario puede velar por su bien y el bien
puá blico con oportunas amonestaciones u otros medios de solicitud pastoral, o tambieá n, si se da el caso, con remedios penales.
1349. Si la pena es indeterminada y la ley no dispone otra cosa, el juez no impondraá las penas maá s graves, sobre todo las
censuras, a menos que lo requiera absolutamente la gravedad del caso; no puede, en cambio, imponer penas perpetuas.
1350. #1. Al imponer penas al cleá rigo, se ha de cuidar siempre de que no carezca de lo necesario para su honesta sustentacioá n,
a no ser que se trate de la expulsioá n del estado clerical. #2. Por su parte, al expulsado del estado clerical, que a raíáz de la pena
se encuentre en estado de verdadera necesidad, el Ordinario cuidaraá de ayudarlo del mejor modo posible.
1351. La pena obliga al reo en todas partes, aun cuando haya cesado el derecho de quien establecioá o impuso la pena, a no ser
que se disponga otra cosa expresamente.
1352. #1. Si la pena prohíábe recibir los sacramentos o sacramentales, la prohibicioá n queda en suspenso durante todo el tiempo
en que el reo se encuentre en peligro de muerte. #2. La obligacioá n de cumplir la pena latae sententiae, que no haya sido
declarada ni sea notoria en el lugar donde se encuentra el reo, queda en suspenso total o parcialmente en la medida en que el
reo no pueda cumplirla sin peligro de grave escaá ndalo o infamia.
1353. La apelacioá n o el recurso contra las sentencias judiciales o los decretos que imponen o declaran cualquier pena, tienen
efecto suspensivo.

TÍTULO VI De la cesación de las penas


1354. #1. Ademaá s de los que se enumeran en los caá ns. 1355-1356, todos aquellos que pueden dispensar de una ley penal, o
eximir de un precepto en el que se conmina con una pena, pueden tambieá n remitir esa pena. #2. La ley o precepto que
establece una pena puede conceder tambieá n a otros la potestad de remitirla. #3. Si la Sede Apostoá lica se reservase a síá misma o
a otros la remisioá n de una pena, la reserva deber interpretarse en sentido estricto.
1355. #1. Pueden remitir una pena establecida por ley, si ya ha sido impuesta o declarada y con tal que no esteá reservada a la
Sede Apostoá lica:
1º. el Ordinario que promovioá el juicio para imponer o declarar la pena o la impuso o declaroá mediante un decreto personal o
por medio de otro;
2º. el Ordinario del lugar en el que se encuentra el delincuente, despueá s de haber consultado, sin embargo, al Ordinario del que
se trata en el n. 1, a no ser que esto sea imposible por circunstancias extraordinarias. #2. Si no estaá reservado a la Sede
Apostoá lica, el Ordinario puede remitir una pena latae sententiae, establecida por ley y auá n no declarada, a sus suá bditos y a
quienes se encuentran en su territorio o hubieran delinquido allíá; y tambieá n cualquier Obispo, pero soá lo dentro de la confesioá n
sacramental.
1356. #1. Pueden remitir una pena ferendae sententiae o latae sententiae establecida mediante precepto que no haya sido
dictado por la Sede Apostoá lica:
1º. el Ordinario del lugar en que se encuentra el delincuente;
2º. si la pena ha sido impuesta o declarada, tambieá n el Ordinario que promovioá el juicio para imponer o declarar la pena, o la
impuso o declaroá mediante un decreto personalmente o por medio de otro. #2. Antes de realizarse la remisioá n, se debe
consultar al autor del precepto, a no ser que esto sea imposible por circunstancias extraordinarias.
1357. #1. Quedando firmes las prescripciones de los caá ns. 508 y 976, la censura latae sententiae de excomunioá n o de
entredicho no declarada, puede remitirla el confesor en el fuero interno sacramental, si fuese duro al penitente permanecer en
estado de pecado grave durante el tiempo necesario para que el Superior competente provea. #2. Al conceder la remisioá n, el
confesor impondraá al penitente la carga de recurrir en el plazo de un mes, bajo pena de reincidencia, al Superior competente o
a un sacerdote dotado de esa facultad, y de atenerse a sus mandatos; entretanto, impondraá una penitencia conveniente y, en la
medida que esto urja, la reparacioá n del escaá ndalo y del danñ o; el recurso, no obstante, puede hacerse tambieá n por medio del
confesor, sin mencioá n del nombre del penitente. #3. La misma carga de recurrir, la tienen, despueá s de haberse restablecido de
su enfermedad, aquellos a quienes, a tenor del can. 976, les fue remitida una censura impuesta o declarada o reservada a la
Sede Apostoá lica.
1358. #1. La remisioá n de una censura no puede darse sino al delincuente que haya cesado en su contumacia, a tenor del can.
1347, # 2, al que ha cesado en ella, por su parte, no puede denegaá rsele. #2. Quien remite una censura puede proveer a tenor del
can. 1348 o tambieá n imponer una penitencia.
1359. Si alguien estaá afectado por varias penas, la remisioá n vale solamente para aquellas que se expresan en la misma; pero la
remisioá n general quita todas las penas, exceptuadas aquellas que el reo calloá de mala fe en la peticioá n.
1360. La remisioá n de una pena arrancada mediante miedo grave es nula.
1361. #1. La remisioá n puede darse tambieá n al ausente o bajo condicioá n. #2. La remisioá n en el fuero externo se daraá por escrito,
a menos que una causa grave aconseje otra cosa. #3. Cuíádese de que no se divulgue la peticioá n de remisioá n ni la remisioá n
misma, a no ser en la medida en que esto sea uá til para proteger la fama del reo, o necesario para reparar el escaá ndalo.
1362. #1. La accioá n criminal se extingue por prescripcioá n a los tres anñ os, a no ser que se trate:
1º. de delitos reservados a la Congregacioá n para la Doctrina de la Fe;
2º. de la accioá n por delitos de los que se trata en los caá ns. 1394-1395, 1397, 1398, que prescribe a los cinco anñ os;
3º. de los delitos que no son castigados por el derecho comuá n, si la ley particular establece otro plazo para la prescripcioá n. #2.
La prescripcioá n transcurre a partir del díáa en que se perpetroá el delito, o, si el delito es continuado o habitual, a partir del díáa
en que cesoá .
1363. #1. Si dentro de los plazos establecidos en el can. 1362, a computar desde el díáa en que la sentencia condenatoria pasoá a
cosa juzgada, no se ha notificado al reo el decreto ejecutorio del juez del que se trata en el can. 1651, la accioá n para ejecutar la
pena se extingue por prescripcioá n. #2. Lo mismo vale, con las debidas diferencias, para el caso en que la pena es impuesta por
decreto extrajudicial.

PARTE II; De las penas para cada uno de los delitos


TÍTULO I De los delitos contra la religión y la unidad de la Iglesia
1364. #1. El apoá stata de la fe, el hereje o el cismaá tico incurren en excomunioá n latae sententiae, quedando firme lo prescripto
en el can. 194, # 1. n. 2; el cleá rigo puede ser castigado ademaá s con las penas de las que se trata en el can. 1336, # 1, nn. 1, 2 y 3.
#2. Si lo pide la contumacia prolongada o la gravedad del escaá ndalo, se pueden agregar otras penas, sin exceptuar la expulsioá n
del estado clerical.
1365. El reo de communicatio in sacris prohibida debe ser castigado con una pena justa.
1366. Los padres, o quienes hacen sus veces, que libremente entregan a sus hijos para que sean bautizados o educados en una
religioá n acatoá lica, deben ser castigados con una censura u otra pena justa.
1367. Quien arroja por tierra las especies consagradas o las lleva o retiene con una finalidad sacríálega, incurre en excomunioá n
latae sententiae reservada a la Sede Apostoá lica; el cleá rigo, ademaá s puede ser castigado con otra pena, sin excluir la expulsioá n
del estado clerical.
1368. Si alguien, al afirmar o prometer algo ante una autoridad eclesiaá stica, comete perjurio, debe ser castigado con una pena
justa.
1369. Quien en un espectaá culo o reunioá n puá blicos, o en un escrito divulgado puá blicamente, o utilizando de otro modo los
medios de comunicacioá n social, profiere una blasfemia, o bien atenta gravemente contra las buenas costumbres, o bien expresa
injurias contra la religioá n o la Iglesia, o promueve el odio o desprecio contra ellas, debe ser castigado con una pena justa.

TÍTULO II De los delitos contra las autoridades eclesiásticas y contra la libertad de la Iglesia
1370. #1. Quien utiliza la violencia fíásica contra el Romano Pontíáfice incurre en excomunioá n latae sententiae reservada a la
Sede Apostoá lica; si se trata de un cleá rigo, puede agregarse otra pena, seguá n la gravedad del delito, sin excluir la expulsioá n del
estado clerical. #2. Quien hace lo mismo contra quien tiene caraá cter episcopal, incurre en entredicho latae sententiae, y, si es
cleá rigo, tambieá n en suspensioá n latae sententiae. #3. Quien emplea la violencia fíásica contra un cleá rigo o religioso, en desprecio
de la fe o de la Iglesia o de la potestad eclesiaá stica o del ministerio, debe ser castigado con una pena justa.
1371. Debe ser castigado con una pena justa:
1º. quien, fuera del caso que trata el can. 1364, # 1, ensenñ a una doctrina condenada por el Romano Pontíáfice o por un Concilio
Ecumeá nico o rechaza pertinazmente la doctrina de que se trata en el can. 752 y, amonestado por la Sede Apostoá lica o por el
Ordinario, no se retracta;
2º. quien, de otro modo, no obedece a la Sede Apostoá lica, al Ordinario o al Superior cuando mandan o prohíáben algo
legíátimamente, y persiste en su desobediencia despueá s de haber sido amonestado.
1372. Quien recurre al Concilio Ecumeá nico o al Colegio Episcopal contra un acto del Romano Pontíáfice, debe ser castigado con
una censura.
1373. Quien promueve puá blicamente la aversioá n o el odio de los suá bditos contra la Sede Apostoá lica o el Ordinario, con motivo
de alguá n acto de potestad o ministerio eclesiaá stico, o bien induce a los suá bditos a la desobediencia respecto de ellos, debe ser
castigado con entredicho o con otras penas justas.
1374. Quien se inscribe en una asociacioá n que maquina contra la Iglesia, debe ser castigado con una pena justa; quien en
cambio promueve o dirige una asociacioá n de ese tipo, debe ser castigado con entredicho.
1375. Pueden ser castigados con una pena justa quienes impiden la libertad del ministerio o de una eleccioá n o de la potestad
eclesiaá stica o bien el uso legíátimo de los bienes sagrados u otros bienes eclesiaá sticos, o bien coaccionen al elector, o al elegido, o
a aquel que ejercioá una potestad o ministerio eclesiaá stico.
1376. Quien profana una cosa sagrada, mueble o inmueble, debe ser castigado con una pena justa.
1377. Quien enajena bienes eclesiaá sticos sin la licencia prescripta debe ser castigado con una pena justa.

TÍTULO III De la usurpación de funciones eclesiásticas


y de los delitos en el ejercicio de las mismas
1378. #1. El sacerdote que obra contra lo prescripto en el can. 977, incurre en excomunioá n latae sententiae reservada a la Sede
Apostoá lica. #2. Incurre en pena latae sententiae de entredicho o, si es cleá rigo, de suspensioá n:
1º. quien, no promovido al orden sacerdotal, atenta realizar la accioá n lituá rgica del Sacrificio eucaríástico;
2º. quien, fuera del caso de que se trata en el # 1, no pudiendo dar vaá lidamente la absolucioá n sacramental, atenta impartirla u
oye la confesioá n sacramental. #3. En los casos sobre los que se trata en el # 2, seguá n la gravedad del delito, pueden agregarse
otras penas, sin excluir la excomunioá n.
1379. Quien, fuera de los casos del can. 1378, simula administrar un sacramento, debe ser castigado con una pena justa.
1380. Quien por simoníáa celebra un sacramento o lo recibe, debe ser castigado con entredicho o suspensioá n.
1381. #1. Quienquiera que usurpe un oficio eclesiaá stico, debe ser castigado con una pena justa. #2. A la usurpacioá n se equipara
la retencioá n ilegíátima de un cargo, despueá s de haber sido privado de eá l o cesado en el mismo.
1382. El Obispo que consagra a alguien como Obispo sin mandato pontificio, asíá como el que de eá l recibe la consagracioá n,
incurren en excomunioá n latae sententiae reservada a la Sede Apostoá lica.
1383. El Obispo que, contra la prescripcioá n del can. 1015, ordena a un suá bdito ajeno sin las legíátimas dimisorias, incurre en la
prohibicioá n de ordenar por un anñ o. Quien, por su parte, recibioá la ordenacioá n, queda en virtud del mismo hecho suspendido en
el orden recibido.
1384. Quien, fuera de los casos de los caá ns. 1378 - 1383, ejerce ilegíátimamente la funcioá n sacerdotal u otro sagrado ministerio,
puede ser castigado con justa pena.
1385. Quien ilegíátimamente lucra con el estipendio de la Misa, debe ser castigado con una censura o con otra pena justa.
1386. Quien da o promete algo para que quien ejerce una funcioá n en la Iglesia haga u omita algo ilegíátimamente debe ser
castigado con una pena justa; asimismo quien acepta esos dones o promesas.
1387. El sacerdote que en el acto, o con ocasioá n o con pretexto de la confesioá n, solicita al penitente a un pecado contra el sexto
mandamiento del Decaá logo, seguá n la gravedad del delito, debe ser castigado con suspensioá n, prohibiciones o privaciones; y, en
los casos maá s graves, debe ser expulsado del estado clerical.
1388. #1. El confesor que viola directamente el sigilo sacramental, incurre en excomunioá n latae sententiae reservada a la Sede
Apostoá lica; quien en cambio lo hace soá lo indirectamente, debe ser castigado seguá n la gravedad del delito. #2. El inteá rprete y
aquellos otros de los que se trata en el can. 983, # 2, si violan el secreto, deben ser castigados con una pena justa, sin excluir la
excomunioá n.
1389. #1. Quien abusa de la potestad eclesiaá stica o del cargo debe ser castigado seguá n la gravedad del acto u omisioá n, sin
excluir la privacioá n del oficio, a no ser que contra ese abuso ya esteá establecida una pena por ley o por precepto. #2. Quien, en
cambio, por negligencia culpable, realiza u omite ilegíátimamente con danñ o ajeno un acto de potestad eclesiaá stica o de
ministerio o de funcioá n, debe ser castigado con una pena justa.

TÍTULO IV Del crimen de falsedad


1390. #1. Quien denuncia falsamente ante un Superior eclesiaá stico a un confesor por el delito del can. 1387, incurre en
entredicho latae sententiae y, si es cleá rigo, tambieá n en suspensioá n. #2. Quien presenta al Superior eclesiaá stico otra denuncia
calumniosa por alguá n delito, o de otro modo lesiona la buena fama del proá jimo, puede ser castigado con una pena justa, sin
excluir la censura. #3. El calumniador puede tambieá n ser obligado a dar la conveniente satisfaccioá n.
1391. Puede ser castigado con una pena justa, seguá n la gravedad del delito:
1º. quien falsifica un documento puá blico eclesiaá stico, o altera, destruye u oculta uno verdadero, o utiliza uno falso o alterado;
2º. quien en un asunto eclesiaá stico utiliza otro documento falso o alterado;
3º. quien afirma algo falso en un documento puá blico eclesiaá stico.

TÍTULO V De los delitos contra obligaciones especiales


1392. Los cleá rigos o religiosos que ejercen el comercio o la negociacioá n contra las prescripciones de los caá nones deben ser
castigados seguá n la gravedad del delito.
1393. Quien infringe las obligaciones que le han sido impuestas a raíáz de una pena, puede ser castigado con una pena justa.
1394. #1. Quedando firme lo prescripto en el can. 194, # 1, n. 3, el cleá rigo que atenta matrimonio, aunque sea soá lo civilmente,
incurre en entredicho latae sententiae, si una vez amonestado no se arrepiente y persiste en dar escaá ndalo, puede ser
castigado gradualmente con privaciones y/o tambieá n con la expulsioá n del estado clerical. #2. El religioso de votos perpetuos,
que no es cleá rigo, que atenta contraer matrimonio aunque soá lo sea civilmente, incurre en entredicho latae sententiae,
quedando firme lo prescripto en el can. 694.
1395. #1. El cleá rigo concubinario, fuera del caso del can. 1394, y el cleá rigo que con escaá ndalo permanece en otro pecado
externo contra el sexto mandamiento del Decaá logo, deben ser castigados con suspensioá n; si persiste el delito una vez hecha la
amonestacioá n, se pueden agregar gradualmente otras penas hasta la expulsioá n del estado clerical. #2. El cleá rigo que de otro
modo delinque contra el sexto mandamiento del Decaá logo, si este delito ha sido perpetrado con violencia o amenazas o
puá blicamente o con un menor de dieciseá is anñ os de edad, debe ser castigado con penas justas, sin excluir, cuando el caso lo
requiera, la expulsioá n del estado clerical.
1396. Quien gravemente infringe la obligacioá n de residencia a la cual estaá obligado en razoá n del oficio eclesiaá stico debe ser
castigado con una pena justa, sin excluir, despueá s de la amonestacioá n, la privacioá n del oficio.

TÍTULO VI De los delitos contra la vida y la libertad del hombre


1397. Quien comete homicidio, o rapta o retiene a un ser humano con violencia o fraude, o lo mutila o hiere gravemente, debe
ser castigado, seguá n la gravedad del delito, con las privaciones y prohibiciones del can. 1336; en cambio, el homicidio contra las
personas de que se trata en el can. 1370, es castigado con las penas allíá establecidas.
1398. Quien procura el aborto, con concrecioá n de su efecto, incurre en excomunioá n latae sententiae.

TÍTULO VII Norma general


1399. Fuera de los casos establecidos en eá sta u otras leyes, la violacioá n externa de una ley divina o canoá nica soá lo puede ser
castigada con una pena ciertamente justa cuando asíá lo requiere la especial gravedad de la violacioá n y urge la necesidad de
prevenir o de reparar escaá ndalos.3|bCICA

LIBRO VII De los procesos [can. 1400 - 1752]


PARTE I: De los juicios en general
1400. #1. Son objeto de juicio:
1º. el reclamo o reivindicacioá n de derechos de personas fíásicas o juríádicas, o la declaracioá n de hechos juríádicos;
2º. los delitos, en lo que se refiere a infligir o a declarar una pena. #2. Sin embargo, las controversias surgidas de un acto de la
potestad administrativa pueden llevarse solamente al Superior o al tribunal administrativo.
1401. La Iglesia conoce con derecho propio y exclusivo:
1º. las causas que miran a cosas espirituales o anexas a las espirituales;
2º la violacioá n de las leyes eclesiaá sticas y de todo aquello en lo que hay razoá n de pecado, en lo que atanñ e a la determinacioá n de
la culpa y a la imposicioá n de penas eclesiaá sticas.
1402. Todos los tribunales de la Iglesia se rigen por los caá nones que siguen, quedando a salvo las normas de los tribunales de la
Sede Apostoá lica.
1403. #1. Las causas de canonizacioá n de los Siervos de Dios se rigen por una ley pontificia peculiar. #2. A esas causas se aplican
ademaá s las prescripciones de este Coá digo, siempre que en dicha ley se remita al derecho universal o se trate de normas que,
por su misma naturaleza, afectan tambieá n esas causas.

TÍTULO I Del fuero competente


1404. La Primera Sede no es juzgada por nadie.
1405. #1. Es derecho exclusivo del Romano Pontíáfice juzgar en las causas del can. 1401:
1º. a quienes ejercen la suprema magistratura de un Estado;
2º. a los Padres Cardenales;
3º. a los Legados de la Sede Apostoá lica y, en las causas penales, a los Obispos;
4º. otras causas que eá l mismo haya avocado a su propio juicio. #2. Ninguá n juez puede entender en un acto o instrumento
confirmado en forma especíáfica por el Romano Pontíáfice, sin previo mandato del mismo. #3. A la Rota Romana estaá reservado
el juzgar:
1º. a los Obispos en lo contencioso, quedando firme lo prescripto en el can. 1419, # 2;
2º. al Abad primado, o al Abad superior de una congregacioá n monaá stica, y al Moderador supremo de los institutos religiosos de
derecho pontificio;
3º. a las dioá cesis o a otras personas eclesiaá sticas, tanto fíásicas como juríádicas, que no tienen Superior por debajo del Romano
Pontíáfice.
1406. #1. Una vez violada la prescripcioá n del can. 1404, las actas y decisiones se consideran nulas. #2. En las causas de las que
se trata en el can. 1405, la incompetencia de los demaá s jueces es absoluta.
1407. #1. Nadie puede ser demandado en primera instancia, si no es ante un juez eclesiaá stico competente por uno de los
tíátulos que se determinan en los caá ns. 1408 - 1414. #2. La incompetencia del juez que no goza de ninguno de esos tíátulos, se
llama relativa. #3. El actor sigue el fuero del demandado, y cuando el demandado tiene varios fueros, se concede al actor la
opcioá n del fuero.
1408. Cualquiera puede ser demandado ante el tribunal de su domicilio o cuasidomicilio.
1409. #1. El vago tiene su fuero en el lugar donde habita en ese momento. #2. La persona cuyo domicilio o cuasidomicilio o
lugar de residencia se desconoce puede ser demandada en el fuero del actor, con tal de que no le corresponda otro fuero
legíátimo.
1410. En razoá n del lugar en que se halla la cosa, la parte puede ser demandada ante el tribunal del lugar donde se encuentra el
objeto en litigio, siempre que la accioá n se dirija contra ella o bien se trate de expolio.
1411. #1. Por razoá n de contrato, la parte puede ser demandada ante el tribunal del lugar donde se realizoá el contrato o donde
debe cumplirse, a no ser que las partes, de comuá n acuerdo, hubieran elegido otro tribunal. #2. Si la causa versa sobre
obligaciones que provienen de otro tíátulo, la parte puede ser demandada ante el tribunal del lugar donde la obligacioá n surgioá o
debe cumplirse.
1412. En las causas penales, el acusado, aunque se encuentre ausente, puede ser demandado ante el tribunal del lugar donde el
delito se perpetroá .
1413. La parte puede ser demandada:
1º. en las causas que versan sobre administracioá n, ante el tribunal del lugar donde la administracioá n se realizoá ;
2º. en las causas que miran a herencias o legados píáos, ante el tribunal del uá ltimo domicilio o cuasidomicilio o lugar de
residencia, a tenor de los caá ns. 1408 - 1409, de aquel de cuya herencia o legado píáo se trata, a no ser que se trate de la mera
ejecucioá n del legado, que ha de ser vista seguá n las normas ordinarias de competencia.
1414. Por razoá n de la conexioá n debe conocer las causas conexas entre síá el mismo y uá nico tribunal y en el mismo proceso, a no
ser que lo impida una prescripcioá n de la ley.
1415. Por razoá n de la prevencioá n, si dos o maá s tribunales son igualmente competentes, corresponde el derecho de conocer la
causa a aquel que primero haya citado legíátimamente al demandado.
1416. Los conflictos de competencia entre tribunales sujetos al mismo tribunal de apelacioá n, han de ser resueltos por eá ste; por
la Signatura Apostoá lica, si no estaá n sujetos al mismo tribunal de apelacioá n.

TÍTULO II De los distintos grados y clases de tribunales


1417. #1. En razoá n del primado del Romano Pontíáfice, todo fiel tiene la facultad de llevar ante la Santa Sede, o de introducir en
ella, su causa, tanto contenciosa como penal, en cualquier instancia del juicio y en cualquier estado del litigio, para que aquella
conozca de la misma. #2. Sin embargo, fuera del caso de apelacioá n, esa peticioá n interpuesta ante la Sede Apostoá lica no
suspende el ejercicio de la jurisdiccioá n en el juez que ya ha comenzado a conocer la causa; el mismo, por ello, podraá proseguir
el juicio hasta la sentencia definitiva, a no ser que la Sede Apostoá lica comunique al juez que se ha avocado a la causa.
1418. Cualquier tribunal tiene el derecho de pedir la ayuda de otro tribunal para la instruccioá n de la causa o para la intimacioá n
de actos.

Capítulo I Del tribunal de primera instancia


Artíáculo 1 Del juez
1419. #1. En cada dioá cesis y para todas las causas no exceptuadas expresamente en el derecho, el juez de primera instancia es
el Obispo diocesano, que puede ejercer la potestad judicial personalmente o por medio de otros, seguá n los caá nones que siguen.
#2. Sin embargo, si se trata de derechos o de bienes temporales de una persona juríádica representada por el Obispo, juzga en
primer grado el tribunal de apelacioá n.
1420 # 1. Todo Obispo diocesano debe constituir un Vicario judicial u Oficial con potestad ordinaria de juzgar, distinto del
Vicario general, a no ser que la pequenñ ez de la dioá cesis o la escasez de causas aconsejen otra cosa. #2. El Vicario judicial
constituye un solo tribunal con el Obispo, pero no puede juzgar las causas que el Obispo se reserva. #3. Al Vicario judicial
pueden daá rsele ayudantes, denominados Vicarios judiciales adjuntos o Viceoficiales. # 4. Tanto el Vicario judicial como los
Vicarios judiciales adjuntos deben ser sacerdotes, de fama íántegra, doctores o al menos licenciados en derecho canoá nico, y con
no menos de treinta anñ os de edad. #5. Los mismos, al quedar vacante la sede, no cesan en su cargo ni pueden ser removidos
por el Administrador diocesano; sin embargo, al llegar el nuevo Obispo, necesitan de confirmacioá n.
1421. #1. En la dioá cesis, el Obispo constituiraá jueces diocesanos, que sean cleá rigos. #2. La Conferencia Episcopal puede
permitir que tambieá n se constituyan jueces laicos, uno de los cuales, si la necesidad lo aconseja, puede ser llamado para
integrar el colegio. #3. Los jueces seraá n de fama íántegra y doctores o al menos licenciados en derecho canoá nico.
1422. El Vicario judicial, los Vicarios judiciales adjuntos y los demaá s jueces son nombrados por un tiempo determinado,
quedando firme lo prescripto en el can. 1420, # 5, y no pueden ser removidos sino por causa legíátima y grave.
1423. #1. En lugar de los tribunales diocesanos de los que se trata en los caá ns. 1419 - 1421, varios Obispos diocesanos, con la
aprobacioá n de la Sede Apostoá lica, pueden de comuá n acuerdo constituir un tribunal uá nico de primera instancia en sus dioá cesis;
en este caso, al grupo de los mismos Obispos o al Obispo por ellos designado le competen todas las potestades que el Obispo
diocesano tiene acerca de su tribunal. #2. Los tribunales de que se trata en el # 1, pueden ser constituidos o para cualesquiera
causas o para un solo geá nero de causas.
1424. En cualquier juicio, el juez uá nico puede valerse de dos asesores, cleá rigos o laicos de vida íántegra, que lo aconsejen.
1425. #1. Quedando reprobada la costumbre contraria, se reservan a un tribunal colegial de tres jueces:
1º. las causas contenciosas: a) sobre el víánculo de la sagrada ordenacioá n; b) sobre el víánculo del matrimonio, quedando firmes
las prescripciones de los caá ns. 1686 y 1688;
2º. las causas penales: a) sobre delitos que puedan llevar consigo la pena de expulsioá n del estado clerical; b) en que se trata de
imponer o declarar una excomunioá n. #2. El Obispo puede encomendar a un colegio de tres o de cinco jueces las causas maá s
difíáciles o de mayor importancia. #3. Para conocer en cada una de las causas, el Vicario judicial llamaraá por turno y en orden a
los jueces, a menos que el Obispo establezca otra cosa en casos particulares. #4. En la primera instancia del juicio, si
eventualmente no puede constituirse un colegio, la Conferencia Episcopal puede permitir que, mientras dure esta
imposibilidad, el Obispo encomiende las causas a un uá nico juez cleá rigo, el cual, donde sea posible, se valdraá de la colaboracioá n
de un asesor y un auditor. #5. Una vez designados los jueces, el Vicario judicial no los subrogaraá , si no es por causa gravíásima,
que debe hacer constar en el decreto.
1426. #1. El tribunal colegial debe proceder colegialmente, y dictar las sentencias por mayoríáa de votos. #2. En la medida de lo
posible, debe presidirlo el Vicario judicial o un Vicario judicial adjunto.
1427. #1. A no ser que en las constituciones se prevea otra cosa, cuando surge una controversia entre religiosos o casas del
mismo instituto religioso clerical de derecho pontificio, el juez de primera instancia es el Superior provincial, o, si se trata de
un monasterio autoá nomo, el Abad local. #2. Salvo que en las constituciones se prescriba otra cosa, si el asunto contencioso se
da entre dos provincias, en primera instancia juzgaraá personalmente o por medio de delegado el Moderador supremo; si se da
entre dos monasterios, el Abad superior de la congregacioá n monaá stica. #3. Cuando, finalmente, la controversia nazca entre
personas religiosas fíásicas o juríádicas de diversos institutos religiosos, o tambieá n del mismo instituto clerical o laical de
derecho diocesano, o entre una persona religiosa y un cleá rigo secular o un laico o una persona juríádica no religiosa , en primera
instancia juzga el tribunal diocesano.

Artíáculo 2 De los auditores y relatores


1428. #1. El juez o el presidente del tribunal colegial puede designar un auditor para que realice la instruccioá n de la causa,
eligieá ndolo o bien entre los jueces del tribunal o bien entre las personas aprobadas por el Obispo para esta funcioá n. #2. Para el
cargo de auditor, el Obispo puede aprobar a cleá rigos o a laicos, que se destaquen por sus buenas costumbres, prudencia y
doctrina. # 3. Corresponde al auditor, seguá n el mandato del juez, uá nicamente recoger las pruebas y, una vez recogidas,
entregaá rselas al juez; puede no obstante, a menos que se lo impida el mandato del juez, decidir provisoriamente queá pruebas
han de recogerse y de queá manera, en el caso de que se discutan estas cuestiones mientras desempenñ a su tarea.
1429. El presidente del tribunal colegial debe designar un ponente o relator de entre los jueces del colegio, el cual informaraá en
la reunioá n de los jueces acerca de la causa y redactaraá por escrito la sentencia; el presidente puede sustituirlo por otro, cuando
haya justa causa.

Artíáculo 3 Del promotor de justicia, el defensor del víánculo y el notario


1430. Para las causas contenciosas, en las cuales el bien puá blico puede resultar perjudicado, y para las causas penales debe
constituirse en la dioá cesis un promotor de justicia, que por oficio estaá obligado a proveer al bien puá blico.
1431. #1. En las causas contenciosas, corresponde al Obispo diocesano juzgar si puede resultar perjudicado o no el bien
puá blico, a no ser que la intervencioá n del promotor de justicia esteá prescripta por la ley o sea evidentemente necesaria por la
naturaleza del asunto. #2. Si el promotor de justicia hubiera intervenido en la instancia precedente, se presume que es
necesaria su intervencioá n en el nivel ulterior.
1432. Para las causas en las que se trata sobre la nulidad de la sagrada ordenacioá n o sobre la nulidad o disolucioá n de un
matrimonio, debe constituirse en la dioá cesis un defensor del víánculo, el cual, por oficio, debe proponer y manifestar todo
aquello que puede aducirse razonablemente contra la nulidad o disolucioá n.
1433. En las causas que requieren la presencia del promotor de justicia o del defensor del víánculo, si eá stos no han sido citados,
los actos son nulos, salvo que los mismos, auá n no habiendo sido citados, se hagan presentes de hecho o, al menos, antes de la
sentencia, mediante el examen de las actas, hayan podido cumplir su funcioá n.
1434. A menos que se establezca expresamente otra cosa:
1º. cuando la ley manda que el juez oiga a las partes o a una de ellas, tambieá n deben ser oíádos el promotor de justicia y el
defensor del víánculo, si intervienen en el juicio;
2º. cuando se requiere instancia de parte para que el juez pueda decidir algo, tiene el mismo valor la instancia del promotor de
justicia o del defensor del víánculo, si intervienen en el juicio.
1435. Corresponde al Obispo nombrar al promotor de justicia y al defensor del víánculo, que han de ser cleá rigos o laicos de
buena fama, doctores o licenciados en derecho canoá nico, y de probada prudencia y celo por la justicia.
1436 # 1. La misma persona, aunque no en la misma causa, puede desempenñ ar el oficio de promotor de justicia y el de
defensor del víánculo. #2. El promotor y el defensor pueden constituirse tanto para todas las causas en general como para cada
una de ellas en particular; sin embargo, pueden ser removidos por el Obispo, con causa justa.
1437. #1. En todo proceso debe intervenir un notario, de manera que las actas deberaá n ser tenidas por nulas si no estaá n
firmadas por eá l. #2. Las actas que confeccionan los notarios dan fe puá blica.

Capítulo II Del tribunal de segunda instancia


1438. Quedando firme lo prescripto en el can. 1444, # 1, n. 1:
1º. del tribunal de un Obispo sufragaá neo se apela al tribunal del Metropolitano, salvo lo prescripto en el can. 1439;
2º. en las causas llevadas en primera instancia ante el Metropolitano, la apelacioá n se hace al tribunal que eá l mismo haya
designado de modo estable con aprobacioá n de la Sede Apostoá lica;
3º. para las causas realizadas ante el Superior provincial, el tribunal de segunda instancia es el del Moderador supremo; para
las causas realizadas ante el Abad local, lo es el del Abad superior de la congregacioá n monaá stica.
1439. #1. Si, en cambio, ha sido constituido un uá nico tribunal de primera instancia para varias dioá cesis, a tenor del can. 1423,
la Conferencia Episcopal debe constituir un tribunal de segunda instancia con aprobacioá n de la Sede Apostoá lica, a menos que
todas las dioá cesis sean sufragaá neas de la misma arquidioá cesis. #2. La Conferencia Episcopal puede constituir con aprobacioá n
de la Sede Apostoá lica uno o maá s tribunales de segunda instancia, aun fuera de los casos de que se trata en el # 1. # 3. En lo que
atanñ e a los tribunales de segunda instancia, de los cuales se trata en los ## 1 y 2, la Conferencia Episcopal o el Obispo por ella
designado tienen todas las potestades que competen al Obispo diocesano respecto de su tribunal.
1440. Si no se respeta la competencia por razoá n del grado, a tenor de los caá ns. 1438 y 1439, la incompetencia del juez es
absoluta.
1441. El tribunal de segunda instancia debe ser constituido del mismo modo que el de primera instancia. Pero si en el primer
grado del juicio, a tenor del can. 1425, # 4, dictoá sentencia un juez uá nico, el tribunal de segunda instancia, debe proceder
colegialmente.

Capítulo III De los tribunales de la Sede Apostólica


1442. El Romano Pontíáfice es juez supremo para todo el orbe catoá lico, y juzga o bien personalmente, o bien mediante los
tribunales ordinarios de la Sede Apostoá lica, o bien mediante jueces por eá l delegados.
1443. El tribunal ordinario constituido por el Romano Pontíáfice para recibir apelaciones es la Rota Romana.
1444. #1. La Rota Romana juzga:
1º. en segunda instancia, las causas que hubieran sido juzgadas por tribunales ordinarios de primera instancia y que hayan
sido elevadas a la Santa Sede por apelacioá n legíátima;
2º. en tercera o ulterior instancia, las causas ya conocidas por la misma Rota Romana y por cualesquiera otros tribunales, a
menos que hayan pasado a cosa juzgada. #2. Este tribunal juzga tambieá n en primera instancia las causa de que se trata en el
can. 1405, # 3, asíá como otras que el Romano Pontíáfice, tanto motu proprio como a instancia de las partes, hubiera avocado a su
tribunal y encomendado a la Rota Romana; las mismas, la Rota Romana las juzga tambieá n en segunda y ulterior instancia, a
menos que se hubiera dispuesto otra cosa en el rescripto de comisioá n.
1445. #1. El Supremo Tribunal de la Signatura Apostoá lica conoce:
1º. las querellas de nulidad y peticiones de restitucioá n in integrum y otros recursos contra las sentencias rotales;
2º. los recursos en las causas sobre el estado de las personas, que la Rota Romana se niega a admitir a nuevo examen;
3º. las excepciones de sospecha y demaá s causas contra los Auditores de la Rota Romana por los actos realizados en el ejercicio
de su funcioá n;
4º. los conflictos de competencia de que se trata en el can. 1416. #2. Este mismo Tribunal dirime las controversias surgidas de
un acto de potestad administrativa eclesiaá stica llevados a eá l legíátimamente, asíá como otras controversias administrativas que le
hayan sido llevadas por el Romano Pontíáfice o por los dicasterios de la Curia Romana, y los conflictos de competencia entre
dichos dicasterios. #3. Corresponde, ademaá s, a este Supremo Tribunal:
1º. vigilar sobre la recta administracioá n de la justicia y proceder, si es el caso, contra los abogados o procuradores;
2º. prorrogar la competencia de los tribunales;
3º. fomentar y aprobar la ereccioá n de los tribunales de que tratan los caá ns. 1423 y 1439.
TÍTULO III De la disciplina que debe observarse en los tribunales
Capítulo I: Del oficio de los jueces y ministros del tribunal
1446. #1. Todos los fieles, pero en primer lugar los Obispos, procuraraá n con cuidado que, quedando a salvo la justicia, se eviten
en lo posible los litigios en el Pueblo de Dios y se resuelvan pacíáficamente cuanto antes. #2. A las puertas del litigio, y tambieá n
en cualquier otro momento, siempre que prevea alguna esperanza de buen eá xito, el juez no omitiraá exhortar y ayudar a las
partes, para que procuren de comuá n acuerdo buscar una solucioá n equitativa de su controversia, y les indicaraá los medios
adecuados para este propoá sito, empleando tambieá n personas serias como mediadores. #3. Pero cuando el litigio versa sobre el
bien privado de las partes, el juez consideraraá si la controversia puede concluirse uá tilmente mediante transaccioá n o mediante
juicio arbitral, a tenor de los caá ns. 1713 - 1716.
1447 Quien ha intervenido en una causa como juez, promotor de justicia, defensor del víánculo, procurador, abogado, testigo o
perito, no puede despueá s vaá lidamente decidir como juez la misma causa en otra instancia o desempenñ ar en ella la funcioá n de
asesor.
1448 # 1. El juez no aceptaraá conocer una causa en la que tenga alguá n intereá s en razoá n de consanguinidad o afinidad en
cualquier grado de líánea recta y hasta el cuarto grado de líánea colateral, o en razoá n de tutela o curatela, amistad íántima,
aversioá n grande, obtencioá n de lucro o prevencioá n de un danñ o. #2. En las mismas circunstancias, deben abstenerse de su oficio
el promotor de justicia, el defensor del víánculo, el asesor y el auditor.
1449. #1. En los casos indicados en el can. 1448, a menos que el propio juez se abstenga, la parte puede recusarlo. #2. Sobre la
recusacioá n decide el Vicario judicial. Si eá l mismo es recusado, decide el Obispo que preside el tribunal. #3. Si el Obispo es juez y
contra eá l se opone la recusacioá n, se abstendraá de juzgar. #4. Si la recusacioá n se opone contra el promotor de justicia, el
defensor del víánculo u otro ministro del tribunal, resuelve sobre dicha excepcioá n el presidente del tribunal colegial, o el mismo
juez, si es uá nico.
1450. Una vez admitida la recusacioá n, las personas deben cambiarse, no en cambio el grado del juicio.
1451. #1. La cuestioá n sobre la recusacioá n debe decidirse de modo urgentíásimo, oyendo a las partes y al promotor de justicia o
al defensor del víánculo, si participan en el juicio y no son ellos mismos los recusados. #2. Los actos realizados por el juez antes
de ser recusado, son vaá lidos. Pero los realizados despueá s de propuesta la recusacioá n deben rescindirse, si la parte lo pide
dentro de los diez díáas de admitida la recusacioá n.
1452. #1. En un asunto que interesa solamente a los particulares, el juez puede proceder solamente a instancia de parte. Pero
una vez introducida legíátimamente la causa, el juez puede y debe proceder tambieá n de oficio cuando se trata de causas
criminales y de otras que se refieren al bien puá blico de la Iglesia o a la salvacioá n de las almas. #2. Por su parte, el juez puede
ademaá s suplir la negligencia de las partes en la presentacioá n de pruebas o en la oposicioá n de excepciones, siempre que lo
considere necesario para evitar una sentencia gravemente injusta, quedando firmes las prescripciones del can. 1600.
1453 Los jueces y tribunales cuidaraá n de que cuanto antes, quedando a salvo la justicia, todas las causas se terminen, y que en
el tribunal de primera instancia no se prolonguen maá s de un anñ o, y en el tribunal de segunda instancia, maá s de seis meses.
1454. Todos los que constituyen un tribunal o colaboran en eá l deben prestar juramento de que cumpliraá n debida y fielmente su
funcioá n.
1455. #1. Los jueces y ayudantes del tribunal estaá n obligados a guardar secreto de oficio en todo juicio penal, y en el
contencioso, en cambio, cuando de la divulgacioá n de alguá n acto procesal pueda seguirse alguá n perjuicio para las partes. #2.
Quedando firme lo prescripto en el can. 1609, # 4, estaá n obligados tambieá n a guardar secreto siempre sobre la discusioá n que
tiene lugar entre los jueces del tribunal colegial antes de dictar sentencia, asíá como tambieá n sobre los distintos votos y
opiniones allíá manifestados. #3. Maá s auá n, siempre que la naturaleza de la causa o de las pruebas sea tal, que de la divulgacioá n
de las actas o de las pruebas quede en peligro la fama de terceros, o se deá lugar a rencillas o se origine escaá ndalo u otro
inconveniente por el estilo, el juez puede obligar a guardar secreto bajo juramento a los testigos, a los peritos, a las partes y a
sus abogados o procuradores.
1456. Estaá prohibido al juez y a todos los ministros del tribunal aceptar regalos de cualquier tipo con ocasioá n de la actuacioá n
judicial.
1457 # 1. Los jueces que rehuá sen administrar justicia aun siendo cierta y evidentemente competentes, o que sin apoyo en
prescripcioá n alguna del derecho se declaren competentes y conozcan y decidan las causas, o que violen la ley del secreto, o que
infieran otro danñ o a los litigantes por dolo o por grave negligencia, pueden ser castigados con penas adecuadas por la
autoridad competente, sin excluir la privacioá n del oficio. #2. A las mismas sanciones estaá n sometidos los ministros y ayudantes
del tribunal si faltan a su deber, como se indica maá s arriba, a todos ellos puede castigarlos tambieá n el juez.

Capítulo II Del orden en que deben conocerse las causas


1458. Las causas deben conocerse seguá n el orden en que fueron propuestas e inscriptas en el registro, a menos que alguna de
ellas exija un expediente maá s raá pido que las demaá s, lo cual debe ser establecido mediante un decreto peculiar, provisto de
motivaciones.
1459. #1. Aquellos vicios de los que puede seguirse la nulidad de la sentencia, pueden proponerse como excepcioá n o ser
declarados de oficio por el juez en cualquier estado o grado del juicio. #2. Fuera de los casos del # 1, las excepciones dilatorias,
sobre todo aquellas que se refieren a las personas y al modo del juicio, deben plantearse antes de la contestacioá n de la
demanda, a no ser que surgieran despueá s de contestada la demanda; y deben decidirse cuanto antes.
1460. #1. Si la excepcioá n se plantea contra la competencia del juez, este asunto debe verlo el mismo juez. #2. En caso de
excepcioá n sobre incompetencia relativa, si el juez se pronuncia competente, su decisioá n no admite apelacioá n, pero no se
prohíáben la querella de nulidad y la restitucioá n in integrum. #3. Si en cambio el juez se declara incompetente, la parte que se
considera perjudicada puede recurrir al tribunal de apelacioá n dentro de los quince díáas uá tiles.
1461. El juez que en cualquier etapa de la causa se reconoce absolutamente incompetente, debe declarar su incompetencia.
1462. #1. Las excepciones de cosa juzgada, de transaccioá n y otras perentorias que se denominan “de pleito acabado”, deben
plantearse y tratarse antes de la contestacioá n de la demanda; quien las oponga maá s tarde, no debe ser rechazado, pero síá
condenado a las costas, a menos que pruebe no haber retrasado maliciosamente la oposicioá n. #2. Las demaá s excepciones
perentorias deben plantearse en la contestacioá n de la demanda, y ser tratadas a su debido tiempo, seguá n las reglas acerca de
las cuestiones incidentales.
1463. #1. Las acciones reconvencionales no pueden plantearse vaá lidamente sino dentro de los treinta díáas de contestada la
demanda. #2. Las mismas deben ser tratadas junto con la accioá n convencional, es decir en el mismo nivel que eá sta, a menos
que sea necesario tratarlas separadamente o el juez lo estime maá s oportuno.
1464. Las cuestiones sobre otorgamiento de caucioá n por las costas judiciales o sobre concesioá n de patrocinio gratuito, que se
hubiera pedido desde el primer momento y otras semejantes, se trataraá n regularmente antes de la contestacioá n de la demanda.

Capítulo III De los plazos y prórrogas


1465. #1. Los llamados plazos fatales, es decir los plazos establecidos por la ley para la perencioá n de los derechos, no pueden
ser prorrogados, ni vaá lidamente abreviados, si no es a peticioá n de las partes. #2. Sin embargo, los plazos judiciales y
convencionales, antes de su vencimiento, podraá n ser prorrogados por el juez con causa justa, habiendo oíádo a las partes o a
peticioá n de eá stas; nunca en cambio, pueden abreviarse vaá lidamente si no es con el consentimiento de las partes. #3. El juez
cuidaraá , no obstante, de que el litigio no se prolongue demasiado a causa de la proá rroga.
1466 Cuando la ley no senñ ale plazos para la realizacioá n de actos procesales, el juez los debe determinar, teniendo en cuenta la
naturaleza de cada acto.
1467 Si el díáa senñ alado para un acto judicial el tribunal estuviera cerrado, el plazo se entiende prorrogado hasta el primer díáa
haá bil siguiente.

Capítulo IV Del lugar del juicio


1468. Para cada tribunal habraá una sede, en lo posible fija, que estaraá abierta a horas determinadas.
1469. #1. El juez expulsado de su territorio por la fuerza o impedido de ejercer allíá su jurisdiccioá n, puede ejercer su
jurisdiccioá n fuera del territorio y dictar sentencia, pero habiendo informado de este hecho al Obispo diocesano. #2. Fuera del
caso del que se trata en el # 1, por causa justa y oíádas las partes, el juez puede trasladarse tambieá n fuera del territorio propio
para recoger pruebas, con licencia, no obstante, del Obispo diocesano del lugar al que habraá de ir y en la sede que el mismo
designe.

Capítulo V De las personas que han de ser


admitidas en la sala y
del modo de confeccionar y
conservar las actas
1470. #1. A menos que una ley particular disponga otra cosa, mientras las causas se tratan ante el tribunal, estaraá n presentes
en la sala aquellos que la ley o el juez establezca que son necesarios para realizar el proceso. #2. A todos los asistentes al juicio
que falten gravemente al respeto y obediencia debidos al tribunal, el juez puede con penas proporcionadas someterlos a su
obligacioá n, y a los abogados y procuradores, ademaá s, suspenderlos tambieá n del ejercicio de su funcioá n ante los tribunales
eclesiaá sticos.
1471. Si alguna persona que debe ser interrogada utiliza una lengua desconocida para el juez o las partes, se emplearaá un
inteá rprete sometido a juramento designado por el juez. Sin embargo las declaraciones se redactaraá n por escrito en la lengua
originaria y se agregaraá la traduccioá n. Tambieá n se emplearaá un inteá rprete cuando deba interrogarse a un sordo o mudo, salvo
que eventualmente el juez prefiera que responda por escrito a las preguntas dadas por eá l.
1472. #1. Las actas judiciales, tanto las que se refieren a la sustancia de la cuestioá n, o actas de la causa, como las que
pertenecen a la forma de proceder o actas del proceso, deben redactarse por escrito. #2. Cada foja de las actas seraá numerada y
autenticada.
1473. Cuando en las actas judiciales se requiere la firma de las partes o los testigos, si la parte o el testigo no pueden o no
quieren firmar, esto se consignaraá en las mismas actas, y a la vez el juez y el notario daraá n fe de que esa acta se ha leíádo
íántegramente a la parte o al testigo y de que la parte o el testigo, o bien no pudieron o bien no quisieron firmar.
1474. #1. En caso de apelacioá n, se debe remitir al tribunal superior copia de los autos, dando fe el notario de su autenticidad.
#2. Si las actas estaá n redactadas en una lengua desconocida para el tribunal superior, deben traducirse a otra conocida para eá l,
empleando las cautelas debidas para que conste la traduccioá n fiel.
1475. #1. Una vez terminado el juicio, deben devolverse los documentos que pertenecen a particulares, conservando sin
embargo copia de los mismos. #2. Estaá prohibido a los notarios y al canciller, sin mandato del juez, entregar copia de las actas
judiciales y de los documentos que forman parte del proceso.

TÍTULO IV De las partes en causa


Capítulo I: Del actor y del demandado
1476. Cualquier persona, tanto bautizada como no bautizada, puede accionar en juicio; y la parte legíátimamente demandada
debe responder.
1477. Aunque el actor o el demandado nombren procurador o abogado, siempre, sin embargo, tienen la obligacioá n de acudir
personalmente al juicio, seguá n la prescripcioá n del derecho o del juez.
1478. #1. Los menores y aquellos que carecen del uso de razoá n pueden comparecer en juicio solamente a traveá s de sus padres
o tutores o curadores, salvo lo prescripto en el # 3. #2. Si el juez considera que los derechos de los menores estaá n en conflicto
con los derechos de sus padres o tutores o curadores, o bien que eá stos no pueden tutelar suficientemente los derechos de los
mismos, compareceraá n en juicio por medio de un tutor o curador dado por el juez. # 3. Sin embargo, en las causas espirituales
y en las conexas con las espirituales, si los menores han alcanzado el uso de razoá n pueden accionar y responder por síá mismos
sin el consentimiento de los padres o del tutor, siempre que hubieran cumplido los catorce anñ os de edad; de lo contrario, lo
haraá n a traveá s de un curador nombrado por el juez. #4. Los que sufren interdiccioá n de bienes o alguna discapacidad mental
pueden comparecer en juicio personalmente soá lo para responder de los delitos propios, o por mandato del juez; en lo demaá s,
deben accionar y responder a traveá s de sus curadores.
1479. Cuando existe un tutor o curador designado por la autoridad civil, el mismo puede ser admitido por el juez eclesiaá stico,
despueá s de oíádo, si es posible, el Obispo diocesano de aquel a quien ha sido dado; pero si no existe o parece que no debe ser
admitido, el mismo juez designaraá un tutor o un curador para la causa.
1480. #1. Las personas juríádicas comparecen en juicio a traveá s de sus legíátimos representantes. #2. Cuando, en cambio, no hay
representante o es negligente, el mismo Ordinario puede comparecer en juicio personalmente o por medio de otro en nombre
de las personas juríádicas que estaá n bajo su potestad.

Capítulo II De los procuradores judiciales y abogados


1481. #1. La parte puede nombrar libremente su abogado y procurador; pero, fuera de los casos establecidos en los ## 2 y 3,
puede tambieá n personalmente accionar y responder ella misma, a no ser que el juez considere necesario el ministerio del
procurador o abogado. #2. En el juicio penal, el acusado debe tener siempre un abogado nombrado por eá l mismo o dado por el
juez. #3. En el juicio contencioso, si se trata de menores o de un juicio que versa sobre el bien puá blico, con excepcioá n de las
causas matrimoniales, el juez designaraá de oficio un defensor a la parte que carece de eá l.
1482. #1. Cada uno puede designar un solo procurador, el cual no puede hacerse reemplazar por otro, si no se le concede
expresamente esa facultad. #2. Sin embargo, cuando aconsejaá ndolo una causa justa, una persona designa varios procuradores,
lo haraá de manera que se deá entre ellos lugar a la prevencioá n. #3. En cambio, pueden nombrarse varios abogados a la vez.
1483. El procurador y el abogado deben ser mayores de edad y de buena fama; el abogado, ademaá s, debe ser catoá lico, a no ser
que el Obispo diocesano permita otra cosa, y doctor en derecho canoá nico, o al menos verdaderamente experto en eá l, y
aprobado por el mismo Obispo.
1484. #1. El procurador y el abogado, antes de iniciar su funcioá n deben presentar al tribunal su mandato auteá ntico. #2. Sin
embargo, para impedir la extincioá n de un derecho, el juez puede admitir a un procurador aunque no exhiba el mandato, si ha
dado, si es el caso, las debidas garantíáas; no obstante, el acto carece de eficacia alguna, si el procurador no exhibe debidamente
el mandato dentro del plazo perentorio que ha de establecer el juez.
1485. Si no tuviere mandato especial, el procurador no puede vaá lidamente renunciar a la accioá n, a la instancia o a los actos
judiciales, ni realizar transaccioá n, pacto o compromiso arbitral, ni, en general, realizar aquello para lo que el derecho requiere
mandato especial.
1486. #1. Para que surta efecto la remocioá n del procurador o del abogado, es necesario que se les intime y, si la demanda ha
sido ya contestada, que el juez y la parte contraria sean informados de la remocioá n. #2. Una vez dictada la sentencia definitiva,
el procurador mantiene el derecho y la obligacioá n de apelar, mientras el mandante no se rehuá se.
1487. Tanto el procurador como el abogado pueden ser rechazados por el juez, mediante decreto, tanto de oficio como a
instancia de parte, pero por causa grave.
1488. #1. Se prohíábe a ambos comprar el pleito o pactar emolumentos excesivos o acerca de una parte reivindicada de la cosa
en litigio. Si hicieran esto, el pacto es nulo y pueden ser multados por el juez con una pena pecuniaria. El abogado puede
ademaá s tanto ser suspendido de su oficio como tambieá n, si es reincidente, ser eliminado del elenco de abogados por el Obispo
que preside el tribunal. #2. Del mismo modo pueden ser castigados los abogados y procuradores que, con fraude de ley,
sustraen causas a los tribunales competentes para que sean sentenciadas por otros de modo maá s favorable.
1489. Los abogados y procuradores que, por regalos o promesas o cualquier otra razoá n prevarican de su oficio, deben ser
suspendidos en el ejercicio de su patrocinio, y castigados con una multa pecuniaria u otras penas adecuadas.
1490. En la medida de lo posible, en todo tribunal deben nombrarse patronos estables, que reciban sus honorarios del mismo
tribunal, y que ejerzan la funcioá n de abogado o de procurador en las causas, sobre todo matrimoniales en favor de las partes
que prefieran designarlos.

TÍTULO V De las acciones y excepciones


Capítulo I: De las acciones y excepciones en general
1491. Todo derecho estaá protegido no soá lo por una accioá n, mientras no se establezca expresamente otra cosa, sino tambieá n por
una excepcioá n.
1492. #1. Toda accioá n se extingue por prescripcioá n a tenor del derecho o de otro modo legíátimo, excepto las acciones sobre el
estado de las personas, que nunca se extinguen. #2. La excepcioá n, salvo lo prescripto en el can. 1462, siempre es posible y, por
naturaleza, perpetua.
1493. El actor puede demandar a alguien con varias acciones a la vez, siempre que no esteá n en conflicto entre síá, tanto en el
mismo asunto como en varios, mientras no salgan de la competencia del tribunal al que acude.
1494. #1. El demandado puede interponer accioá n reconvencional contra el actor ante el mismo juez y en el mismo juicio, bien
sea por la conexioá n de la causa con la accioá n principal, bien para impedir o para disminuir la peticioá n del actor. #2. No se
admite la reconvencioá n contra la reconvencioá n.
1495. La accioá n reconvencional debe ser planteada al juez ante quien se interpuso la accioá n precedente, aunque sea delegado
soá lo para una causa o resulte de otro modo relativamente incompetente.

Capítulo II De las acciones y excepciones en particular


1496 # 1. Aquel que demuestra con argumentos al menos probables tener derecho sobre una cosa que otro detenta, y que lo
amenaza un danñ o si esa cosa no es entregada en custodia, tiene derecho de obtener del juez el secuestro de la misma cosa. #2.
En circunstancias semejantes puede obtener que se inhiba a alguno del ejercicio de un derecho.
1497. #1. Para asegurar un creá dito se admite tambieá n el secuestro de la cosa, con tal de que conste suficientemente el derecho
del acreedor. #2. El secuestro puede extenderse tambieá n a los bienes del deudor que se encuentren por cualquier tíátulo en
poder de otras personas, asíá como a los creá ditos del deudor.
1498 De ninguna manera puede decretarse el secuestro de una cosa o la inhibicioá n del ejercicio de un derecho si el danñ o que se
teme puede ser reparado de otro modo y se ofrece una garantíáa adecuada de que seraá reparado.
1499 A aquel a quien el juez concede el secuestro de una cosa o la inhibicioá n del ejercicio de un derecho puede imponerle una
garantíáa previa para el resarcimiento de danñ os, para el caso de que no pruebe su derecho.
1500. Sobre la naturaleza y los efectos de la accioá n posesoria, deben observarse las prescripciones del derecho civil del lugar
donde se encuentra ubicada la cosa de cuya posesioá n se trata.

PARTE II: Del juicio contencioso


SECCION I: Del juicio contencioso ordinario

TÍTULO I: De la introducción de la causa


Capítulo I: Del escrito de demanda
1501. El juez no puede conocer causa alguna, si, a tenor de los caá nones, el interesado o el promotor de justicia no plantean una
peticioá n.
1502. Quien desea demandar a alguien, debe presentar un escrito al juez competente en el que plantee el objeto de la
controversia y solicite el ministerio del juez.
1503. #1. El juez puede admitir la peticioá n oral, cuando o el actor esteá impedido de presentar el escrito o bien se trate de una
causa de faá cil investigacioá n y de poca importancia. #2. Sin embargo, en ambos casos el juez mandaraá al notario que levante
acta, que ha de ser leíáda al actor y aprobada por eá ste, y que reemplaza al escrito del actor a todos los efectos juríádicos.
1504. El escrito de demanda debe:
1º. especificar ante queá juez se introduce la causa, queá se pide y contra quieá n;
2º. indicar en queá derecho se funda el actor y, al menos de modo general, en queá hechos y pruebas se apoya para demostrar
aquello que afirma;
3º estar firmado por el actor o su procurador, con indicacioá n del díáa, mes y anñ o, asíá como tambieá n del lugar donde el actor o su
procurador viven, o dijeren residir a efectos de recibir documentos;
4º. indicar el domicilio o cuasidomicilio del demandado.
1505. #1. El juez uá nico o el presidente del tribunal colegial, despueá s de ver que el asunto es de su competencia y que el actor
puede comparecer legíátimamente en juicio, debe cuanto antes, mediante un decreto suyo, o admitir o rechazar el escrito. #2. El
escrito de demanda puede ser rechazado solamente:
1º. si el juez o el tribunal son incompetentes;
2º. si consta sin dudas que el actor no puede actuar legíátimamente en juicio;
3º. si no se han respetado las prescripciones del can. 1504, nn. 1-3;
4º. si del mismo escrito de demanda aparece con certeza que la peticioá n carece de todo fundamento, y que no puede hacerse
que del proceso aparezca fundamento alguno. #3. Si el escrito ha sido rechazado por vicios que pueden enmendarse, el actor
puede presentar nuevamente ante el mismo juez un nuevo escrito debidamente confeccionado. #4. Dentro del plazo uá til de
diez díáas, la parte siempre puede interponer recurso con las motivaciones contra el rechazo del escrito o bien ante el tribunal
de apelacioá n, o bien ante el colegio si fue rechazado por el presidente; la cuestioá n sobre el rechazo, por su parte, debe decidirse
de modo urgentíásimo.
1506. Si, dentro del mes de presentado el escrito de demanda, el juez no dicta decreto para admitirlo o rechazarlo a tenor del
can. 1505, la parte interesada puede instar al juez a que cumpla su funcioá n; si, a pesar de todo, el juez guarda silencio, pasados
inuá tilmente diez díáas de presentada la instancia, el escrito se consideraraá como admitido.

Capítulo II De la citación y notificación de los actos judiciales


1507. #1. En el decreto mediante el cual se admite el escrito de demanda del actor, el juez o el presidente debe llamar a juicio o
citar a las demaá s partes para la contestacioá n de la demanda, estableciendo si deben responder a ella por escrito o comparecer
ante eá l para concordar las dudas. Pero si, de las respuestas escritas llega a deducir la necesidad de convocar a las partes, puede
establecerlo asíá mediante un nuevo decreto. #2. Si la demanda se considera admitida a tenor del can. 1506, el decreto de
citacioá n a juicio debe darse dentro de los veinte díáas de hecha la instancia mencionada en ese canon. #3. Si, en cambio, las
partes litigantes de hecho comparecen ante el juez para tratar de la causa, no es necesaria la citacioá n; pero el actuario haraá
constar en autos que las partes asistieron al juicio.
1508. #1. El decreto de citacioá n judicial debe notificarse inmediatamente al demandado, y al mismo tiempo darlo a conocer a
aquellos otros que deban comparecer. #2. A la citacioá n debe unirse el escrito de demanda, a no ser que, por motivos graves, el
juez considere que el escrito no debe darse a conocer a la parte antes de que eá sta deponga en juicio. #3. Si se interpone pleito
contra alguien que no tiene el libre ejercicio de sus derechos, o la libre administracioá n de las cosas sobre las que se discute, la
citacioá n se ha de notificar, seguá n los casos, al tutor, curador, procurador especial o aquel que, a tenor del derecho, estaá obligado
a asumir en su nombre el juicio.
1509. #1. La notificacioá n de las citaciones, decretos, sentencias y otros actos judiciales debe hacerse por medio del servicio
puá blico de correos o por otro modo seguríásimo, respetando las normas establecidas por ley particular. #2. Debe constar en
autos la realizacioá n de la notificacioá n y el modo en que se ha hecho.
1510. El demandado que rehuá se recibir la ceá dula de citacioá n o que impida que la misma llegue a eá l, se tendraá por
legíátimamente citado.
1511. Si la citacioá n no fuera legíátimamente notificada, son nulos los actos del proceso, salvo lo prescripto en el can. 1507, # 3.
1512. Una vez que haya sido notificada legíátimamente la citacioá n o las partes hayan comparecido ante el juez para tratar la
causa:
1º. la cosa deja de estar íántegra;
2º. la causa se hace propia de aquel juez o tribunal ante el cual se ha interpuesto la accioá n, con tal de que sean competentes;
3º. en el juez delegado queda corroborada la jurisdiccioá n de tal manera que no se extinguiraá cuando cese el derecho del que
delegoá ;
4º. se interrumpe la prescripcioá n, a menos que se haya establecido otra cosa;
5º. comienza la litispendencia y, por tanto, se aplica inmediatamente el principio “mientras estaá pendiente el litigio, nada debe
innovarse”.

TÍTULO II De la contestación de la demanda


1513. #1. Se contesta la demanda cuando, mediante decreto del juez, quedan fijados los líámites de la controversia, tomados de
las peticiones y respuestas de las partes. #2. Las peticiones de las partes y sus respuestas, ademaá s de hacerlo en el escrito de
demanda, pueden expresarse o en la respuesta a la citacioá n o en declaraciones hechas oralmente al juez; sin embargo, en
causas maá s difíáciles, las partes deben ser convocadas por el juez para concordar la duda o dudas, a las que se ha de dar
respuesta en las sentencias. #3. El decreto del juez debe ser notificado a las partes; eá stas, a menos que hayan estado de
acuerdo, pueden recurrir ante el mismo juez para que lo modifique dentro de los diez díáas; esta cuestioá n, por su parte, el juez
debe decidirla mediante decreto de modo urgentíásimo.
1514. Los teá rminos de la controversia, una vez establecidos, no pueden modificarse vaá lidamente, si no es mediante nuevo
decreto, por causa grave, a instancia de parte y habiendo oíádo a las restantes partes y sopesado sus razones.
1515 Una vez contestada la demanda, el poseedor de cosa ajena deja de serlo de buena fe; y por lo tanto, si es condenado a
restituir la cosa, debe devolver asimismo los frutos y resarcir los danñ os desde el díáa de la contestacioá n.
1516. Una vez contestada la demanda, el juez fijaraá a las partes un tiempo conveniente para proponer pruebas y realizarlas.

TÍTULO III De la instancia del litigio


1517. El comienzo de la instancia tiene lugar con la citacioá n; el fin en cambio, no soá lo con la pronunciacioá n de la sentencia
definitiva, sino tambieá n con otros modos determinados por el derecho.
1518. Cuando la parte litigante muere o cambia de estado o cesa en el oficio en razoá n del cual acciona:
1º. si la causa auá n no ha concluido, la instancia se suspende hasta que la reanude el heredero del difunto o bien su sucesor o
bien el legíátimamente interesado;
2º. si la causa ha concluido, el juez debe proseguirla, citando al procurador si lo hay; de lo contrario, al heredero del difunto o a
su sucesor.
1519. #1. Si cesan en su cargo el tutor o el curador o el procurador necesario a tenor del can. 1481, ## 1 y 3, la instancia queda
entretanto suspendida. #2. El juez constituiraá no obstante cuanto antes otro tutor o curador; pero podraá nombrar un
procurador para la causa, si la parte descuida hacerlo dentro del plazo breve establecido por el mismo juez.
1520. La instancia perime si ninguá n acto procesal, sin que exista impedimento alguno, es realizado por las partes durante seis
meses. La ley particular puede establecer otros plazos de perencioá n.
1521. La perencioá n tiene lugar en virtud del mismo derecho y frente a todos, incluso los menores y los demaá s equiparados a
ellos, y debe tambieá n ser declarada de oficio, quedando a salvo el derecho de pedir indemnizacioá n a los tutores, curadores,
administradores, o procuradores que no prueben carecer de culpa.
1522 La perencioá n extingue los autos del proceso, pero no los de la causa; maá s auá n, eá stos pueden tener eficacia tambieá n en
otra instancia, con tal de que la causa se plantee entre las mismas personas y sobre el mismo objeto; pero en lo que atanñ e a los
extranñ os no tienen otro valor que el de los documentos.
1523. Una vez perimido el juicio, cada uno de los litigantes cargaraá con las costas que haya hecho.
1524. #1. En cualquier etapa y grado del juicio, el actor puede renunciar a la instancia; asimismo, tanto el actor como el
demandado pueden renunciar a los actos del proceso, ya sea a todos, ya solamente a algunos. #2. Para que los tutores y
administradores de las personas juríádicas puedan renunciar a la instancia, necesitan del consejo o del consentimiento de
aquellos cuyo concurso se requiere para realizar actos que superan los líámites de la administracioá n ordinaria. #3. Para que la
renuncia sea vaá lida, debe hacerse por escrito, y firmarla la parte o su procurador, provisto sin embargo de mandato especial,
comunicarla a la otra parte, ser aceptada por la misma o al menos no impugnada, y ser admitida por el juez.
1525. La renuncia admitida por el juez produce sobre los actos a los que se ha renunciado los mismos efectos que la perencioá n
de la instancia, y asimismo obliga al renunciante a pagar las costas de los actos a los que haya renunciado.

TÍTULO IV De las pruebas


1526. #1. La carga de probar incumbe a aquel que afirma. #2. No necesitan de prueba:
1º. aquellas cosas que la misma ley presume;
2º. los hechos afirmados por uno de los contendientes y admitidos por el otro, a menos que, pese a ello, el derecho o el juez
exijan la prueba.
1527. #1. Pueden aportarse pruebas de cualquier geá nero, que se consideren uá tiles para el conocimiento de la causa y que sean
líácitas. #2. Si una parte insiste en que sea admitida una prueba rechazada por el juez, el mismo juez debe decidir el asunto de
modo urgentíásimo.
1528. Si una parte o un testigo rehuá san comparecer ante el juez para responder, es líácito oíárlos tambieá n mediante un laico
designado por el juez o bien requerir su declaracioá n ante notario puá blico o por cualquier otro modo legíátimo.
1529. El juez no procederaá a recoger las pruebas antes de la contestacioá n de la demanda, si no es por causa grave.

Capítulo I De las declaraciones de las partes


1530. A fin de descubrir mejor la verdad, el juez puede siempre interrogar a las partes, e incluso debe hacerlo a instancia de la
parte o para probar un hecho que interesa puá blicamente poner fuera de duda.
1531. #1. La parte legíátimamente interrogada debe responder y decir íántegramente la verdad. #2. Pero si rehuá sa responder,
corresponde al juez estimar queá puede deducirse de ello para la prueba de los hechos.
1532. En los casos en que el bien puá blico entra en juego en la causa el juez pediraá a las partes juramento de que diraá n la verdad
o, al menos, de que es verdad lo que han dicho, a no ser que una causa grave aconseje otra cosa; en los demaá s casos, puede
hacerlo seguá n su prudencia.
1533. Las partes, el promotor de justicia y el defensor del víánculo pueden presentar al juez artíáculos sobre los cuales se
interrogue a la parte.
1534. Acerca del interrogatorio de las partes se observaraá proporcionalmente lo que se establece sobre los testigos en los caá ns.
1548, # 2, n. 1, 1552 y 1558 - 1565.
1535. Es confesioá n judicial la afirmacioá n escrita u oral de alguá n hecho, ante el juez competente, realizada por una de las partes
contra síá misma, tanto espontaá neamente como ante el interrogatorio del juez, acerca de la misma materia del juicio.
1536. #1. La confesioá n judicial de una de las partes, cuando se trata de un asunto privado y no estaá en causa el bien puá blico,
releva a las demaá s de la carga de probar. # 2. En cambio, en las causas que miran el bien puá blico, la confesioá n judicial y las
declaraciones de las partes, que no sean confesiones, pueden tener fuerza probatoria, que seraá estimada por el juez juntamente
con las demaá s circunstancias de la causa, pero no se les puede atribuir fuerza de plena prueba, a no ser que se anñ adan otros
elementos que las corroboren totalmente.
1537. En cuanto a la confesioá n extrajudicial aportada al juicio, corresponde al juez, sopesadas todas las circunstancias, estimar
queá valor debe atribuíársele.
1538. La confesioá n o cualquier otra declaracioá n de una parte carece de todo valor si consta que la ha emitido por error de
hecho, o que le ha sido arrancada por violencia o por miedo grave.

Capítulo II De la prueba documental


1539. En todo geá nero de juicio se admite la prueba por documentos, tanto puá blicos como privados.

Artíáculo 1 De la naturaleza y fe de los documentos


1540. #1. Son documentos puá blicos eclesiaá sticos aquellos que han sido redactados por una persona puá blica en el ejercicio de
su funcioá n en la Iglesia, respetando las solemnidades prescriptas en el derecho. #2. Son documentos puá blicos civiles aquellos
que, seguá n las leyes de cada lugar, son reconocidos como tales por el derecho. #3. Los demaá s documentos son privados.
1541. A no ser que conste otra cosa por argumentos contrarios y evidentes, los documentos puá blicos dan fe de todo aquello
que directa y principalmente se afirma en ellos.
1542 El documento privado, tanto el admitido por la parte como el reconocido por el juez, tiene la misma fuerza probatoria
contra su autor o firmante y sus causahabientes que la confesioá n extrajudicial; contra los extranñ os tiene la misma fuerza que
las declaraciones de las partes que no sean confesiones, a tenor del can. 1536, # 2.
1543. Si se demuestra que los documentos estaá n raspados, corregidos, interpolados o afectados de otro vicio, corresponde al
juez estimar si tales documentos han de tenerse en cuenta y en queá medida.

Artíáculo 2 De la presentacioá n de los documentos


1544. Los documentos no tienen fuerza probatoria en juicio si no son originales o presentados en copia auteá ntica y si no se
depositan en la cancilleríáa del tribunal, para que pueden ser examinados por el juez y por el adversario.
1545. El juez puede mandar que se presente en el proceso un documento comuá n a ambas partes.
1546 # 1. Nadie estaá obligado a presentar documentos, aunque sean comunes, que no pueden mostrarse sin peligro de danñ o a
tenor del can. 1548, # 2, n. 2, o sin peligro de violacioá n de la obligacioá n de guardar secreto. # 2. Sin embargo, si es posible
transcribir al menos una pequenñ a parte del documento y mostrarla en copia sin los inconvenientes mencionados, el juez puede
decidir que se presente.

Capítulo III De los testigos y sus testimonios


1547. En todas las causas se admite la prueba testimonial, bajo la direccioá n del juez.
1548. #1. Al juez que interroga legíátimamente los testigos deben declararle la verdad. #2. Quedando a salvo lo prescripto en el
can. 1550, # 2, n. 2, quedan exentos de la obligacioá n de responder:
1º los cleá rigos, en lo que atanñ e a lo que se les ha manifestado en razoá n del ministerio sagrado; los magistrados del estado,
meá dicos, obsteá tricas, abogados, notarios, y otros que estaá n obligados al secreto de oficio incluso en razoá n del consejo dado, en
lo que atanñ e a los asuntos sujetos a este secreto;
2º. quienes, por sus testimonios, temen que les sobrevendraá n infamia, vejaciones peligrosas u otros males graves a síá mismos, o
al coá nyuge, o a consanguíáneos o afines proá ximos.

Artíáculo 1 Quieá nes pueden ser testigos


1549. Todos pueden ser testigos, a menos que en todo o en parte sean rechazados expresamente por el derecho.
1550 # 1. No se admitiraá n a dar testimonio los menores de catorce anñ os de edad y los deá biles mentales; pero podraá n ser oíádos
si el juez por decreto declara que es conveniente. #2. Se consideran incapaces:
1º. los que son partes en la causa o comparecen en juicio en nombre de las partes, el juez y sus ayudantes, el abogado y
aquellos otros que prestan o han prestado asistencia a las partes en la misma causa;
2º los sacerdotes, en lo que atanñ e a aquello que conocen a raíáz de confesioá n sacramental, aunque el penitente pida que lo
manifiesten, maá s auá n, lo oíádo por cualquiera y de cualquier modo con ocasioá n de la confesioá n no puede ser aceptado, ni
siquiera como indicio de la verdad.

Artíáculo 2 De los testigos que deben ser llamados y excluidos


1551. La parte que presentoá un testigo puede renunciar a su examen; pero la parte contraria puede pedir que, a pesar de todo,
el testigo sea examinado.
1552. #1. Cuando se pide la prueba mediante testigos, deben indicarse sus nombres y domicilios al tribunal. #2. Dentro del
plazo establecido por el juez, deben presentarse los artíáculos de los argumentos sobre los que se pide el interrogatorio de los
testigos; de no hacerlo asíá, se considera que se desiste de la peticioá n.
1553. Corresponde al juez evitar un nuá mero excesivo de testigos.
1554. Antes de que los testigos sean examinados, sus nombres deben notificarse a las partes; pero si esto no pudiera hacerse
sin grave dificultad, seguá n la prudente estimacioá n del juez, se haraá al menos antes de la publicacioá n de los testimonios.
1555. Quedando firme lo prescripto en el can. 1550, la parte puede pedir que se excluya a un testigo, si se prueba que hay
causa justa para la exclusioá n antes del examen del testigo.
1556. La citacioá n de un testigo se hace mediante decreto del juez legíátimamente notificado al testigo.
1557. El testigo debidamente citado compareceraá o haraá saber al juez la causa de su ausencia.

Artíáculo 3 Del examen de los testigos


1558. #1. Los testigos deben ser sometidos a examen en la misma sede del tribunal, a no ser que el juez considere mejor otra
cosa. #2. Los Cardenales, Patriarcas, Obispos y aquellos que en el derecho de su estado gozan de ese favor, seraá n oíádos en el
lugar por ellos elegido. #3. El juez decidiraá doá nde deben ser oíádos aquellos a quienes, por la distancia, enfermedad u otro
impedimento, sea imposible o difíácil acudir a la sede del tribunal, quedando firme lo prescripto en los caá ns. 1418 y 1469, # 2.
1559. Las partes no pueden asistir al examen de los testigos, a menos que el juez, sobre todo cuando el asunto es sobre un bien
privado, considere que deben ser admitidas. Pueden sin embargo, asistir sus abogados y procuradores, a no ser que, por las
circunstancias del asunto y de las personas, el juez estime que debe procederse en forma secreta.
1560. #1. Cada testigo ha de ser examinado por separado. #2. Si los testigos disienten entre síá o con la parte en una cuestioá n
grave, el juez puede realizar un careo entre ellos, evitando en lo posible, las disensiones y el escaá ndalo.
1561. El examen del testigo lo hace el juez, o su delegado, o un auditor, a los cuales debe asistir un notario; por lo tanto, si las
partes o el promotor de justicia o el defensor del víánculo o los abogados que asisten al interrogatorio quieren formular otras
preguntas al testigo, deben plantearlas, no al testigo, sino al juez o al que hace sus veces, para que sea eá l quien las formule, a
menos que la ley particular establezca otra cosa.
1562. #1. El juez debe recordar al testigo su obligacioá n grave de decir toda la verdad y soá lo la verdad. #2. El juez pediraá
juramento al testigo seguá n el can. 1532; pero si el testigo se rehuá sa a prestarlo, debe ser oíádo sin juramento.
1563. El juez debe comprobar ante todo la identidad del testigo; le preguntaraá cuaá l es su relacioá n con las partes y, cuando le
hace preguntas especíáficas acerca de la causa, debe investigar tambieá n las fuentes de su conocimiento y en queá momento
concreto conocioá aquello que afirma.
1564. Las preguntas seraá n breves, acomodadas a la capacidad del interrogado, que no abarquen varias cuestiones a la vez, no
capciosas, no falaces, que no sugieran una respuesta determinada, que no ofendan a nadie y que sean pertinentes a la causa de
la que se trata.
1565. #1. Las preguntas no deben comunicarse con antelacioá n a los testigos. #2. Sin embargo, si aquello sobre lo que se ha de
dar testimonio es tan difíácil de recordar que sin recordarlo antes no puede ser afirmado con certeza, el juez podraá anunciar con
antelacioá n al testigo algunas cosas, si considera que eso puede hacerse sin peligro.
1566. Los testigos prestaraá n testimonio oral y no leeraá n algo escrito, a no ser que se trate de caá lculos o de cuentas; en este
caso, podraá n consultar las anotaciones que lleven consigo.
1567 # 1. El notario debe pasar inmediatamente la respuesta por escrito y debe consignar las mismas palabras del testimonio
dado, al menos en lo que atanñ e directamente al objeto del juicio. #2. Se puede admitir el uso de un grabador, con tal de que
despueá s las respuestas se consignen por escrito y sean firmadas, si es posible, por los que han declarado.
1568 El notario debe hacer constar en los autos si se prestoá juramento o si fue dispensado o rechazado; si las partes u otros
estaban presentes; las preguntas anñ adidas de oficio, y en general todo aquello digno de ser recordado que eventualmente haya
ocurrido durante el interrogatorio de los testigos.
1569 # 1. Al final del examen, debe leerse al testigo lo escrito por el notario acerca de su declaracioá n, o hacerle oíár lo que
mediante grabador se ha grabado de su deposicioá n, daá ndole al mismo testigo la posibilidad de anñ adir, suprimir, corregir o
modificar. #2. Finalmente, deben firmar el acta el testigo, el juez y el notario.
1570. Si el juez lo considera necesario o uá til, con tal de que no exista peligro alguno de fraude o de corrupcioá n, los testigos
podraá n ser llamados de nuevo a examen, a pedido de parte o bien de oficio, y aunque ya hayan sido examinados, antes de que
se publiquen las actas o testimonios.
1571. De acuerdo con la justa tasacioá n del juez, a los testigos deben reembolsaá rseles tanto los gastos que hayan hecho como la
ganancia que hayan perdido a raíáz de dar testimonio.

Artíáculo 4 De la fe de los testimonios


1572. Al valorar los testimonios, requeridas si es necesario cartas testimoniales, el juez consideraraá :
1º. cuaá l es la condicioá n de la persona y su honradez;
2º. si atestigua de ciencia propia, sobre todo de lo que ha visto u oíádo, o si atestigua por su opinioá n, por fama, o por lo que ha
oíádo a otros;
3º. si el testigo es constante y firmemente coherente consigo mismo, o si es variable, inseguro o vacilante;
4º. si hay testimonios contestes, o si el testimonio se confirma con otros elementos de prueba o no.
1573. La deposicioá n de un solo testigo no puede hacer fe plena, a menos que se trate de un testigo cualificado que deponga
sobre lo que ha realizado por oficio, o que las circunstancias de cosas o de personas persuadan de otra cosa.

Capítulo IV De los peritos


1574. Se ha de emplear la ayuda de peritos siempre que por prescripcioá n del derecho o del juez se requiera su examen y
dictamen, basado en las reglas de un arte o ciencia, para comprobar alguá n hecho o para determinar la verdadera naturaleza de
una cosa.
1575. Corresponde al juez nombrar los peritos, despueá s de haber oíádo a las partes o a propuesta de ellas; y, si es el caso, asumir
los dictaá menes ya realizados por otros peritos.
1576. Tambieá n los peritos son excluidos o pueden ser recusados por las mismas causas que los testigos.
1577. #1. Teniendo en cuenta lo que eventualmente aducen los litigantes, el juez determinaraá mediante un decreto suyo cada
una de las cuestiones sobre las que deberaá versar la ayuda de los peritos. # 2. Al perito se le deben remitir los autos de la causa
y demaá s documentos y ayudas de los que pueda necesitar para desempenñ ar debida y fielmente su funcioá n. #3. Una vez oíádo el
mismo perito, el juez le fijaraá el plazo dentro del cual ha de realizarse el examen y emitir el dictamen.
1578. #1. Cada perito confeccionaraá por separado su propio dictamen, a menos que el juez mande hacer uno solo que haya de
ser firmado por todos; si se hace esto, se anotaraá cuidadosamente las discrepancias de opiniones, si las hay. #2. Los peritos
deben indicar con claridad mediante queá documentos u otros medios idoá neos se han cerciorado de la identidad de las
personas o cosas o lugares; con queá medio y modo procedieron para cumplir la funcioá n a ellos pedida; y, sobre todo, en queá
argumentos fundan sus conclusiones. # 3. El perito puede ser llamado por el juez para que anñ ada las explicaciones que auá n
parezcan necesarias.
1579. #1. El juez ponderaraá atentamente no soá lo las conclusiones de los peritos, aunque sean concordes, sino tambieá n las
demaá s circunstancias de la causa. #2. Cuando presenta las razones de su decisioá n, debe hacer constar por queá motivos ha
admitido o rechazado los argumentos de los peritos.
1580. A los peritos deberaá n pagaá rseles los gastos y honorarios que el juez determine con equidad, observando el derecho
particular.
1581. #1. Las partes pueden designar peritos privados, que han de ser aprobados por el juez. #2. Estos, si el juez lo admite,
pueden mirar los autos de la causa, en la medida en que sea necesario, y asistir a la ejecucioá n de la pericia; por su parte,
pueden siempre presentar el propio dictamen.

Capítulo V Del acceso y del reconocimiento judicial


1582. Si, para decidir la causa, el juez considera oportuno acceder a alguá n lugar o examinar alguna cosa, debe establecerlo
mediante decreto, en el que, habiendo oíádo a las partes, describiraá sumariamente aquello que deberaá ser sometido a su
reconocimiento.
1583. Se confeccionaraá un documento sobre el reconocimiento realizado.

Capítulo VI De las presunciones


1584. La presuncioá n es una conjetura probable sobre una cosa incierta; es de derecho cuando la establece la misma ley; es de
hombre, si es elaborada por el juez.
1585. Quien tiene a su favor una presuncioá n de derecho, queda librado de la carga de la prueba, que recae sobre la parte
contraria.
1586. El juez no formularaá presunciones que no esteá n establecidas por el derecho, a no ser a raíáz de un hecho cierto y
determinado, que esteá en relacioá n directa con aquello que es objeto de controversia.
TÍTULO V De las causas incidentales
1587. Se da una causa incidental siempre que, despueá s de haber comenzado el juicio mediante citacioá n, se plantea una
cuestioá n que, aun no estando contenida expresamente en el escrito de demanda, no obstante pertenece de tal manera a la
causa, que normalmente deberaá ser resuelta antes que la cuestioá n principal.
1588. La causa incidental se plantea por escrito o de palabra, indicando el nexo que existe entre ella y la causa principal, ante el
juez competente para decidir la causa principal.
1589. #1. Una vez recibida la peticioá n y oíádas las partes, el juez decidiraá de modo urgentíásimo si la cuestioá n incidental
planteada parece tener fundamento y nexo con el juicio principal, o si debe maá s bien ser rechazada desde el comienzo; y si la
admite, si es de tal gravedad que deba resolverse por sentencia interlocutoria o por decreto. #2. Si juzga en cambio que la
cuestioá n incidental no debe ser resuelta antes de la sentencia definitiva, decretaraá que sea tenida en cuenta cuando se decida la
causa principal.
1590. #1. Si la cuestioá n incidental debe resolverse mediante sentencia, han de observarse las normas sobre el proceso
contencioso oral, a menos que, en atencioá n a la gravedad del asunto, el juez estime otra cosa. #2. Si en cambio debe resolverse
por decreto, el tribunal puede encomendar el asunto a un auditor o al presidente.
1591. Antes de terminarse la causa principal, si hay una razoá n justa, el juez o el tribunal pueden revocar o reformar el decreto o
la sentencia interlocutoria, tanto a instancia de parte, como de oficio, despueá s de oir a las partes.

Capítulo I De la no comparecencia de las partes


1592. #1. Si el demandado que ha sido citado no comparece ni presenta una excusa adecuada de su ausencia ni responde a
tenor del can. 1507, # 1, el juez lo declararaá ausente del juicio y mandaraá que la causa, observando lo que se debe observar,
prosiga hasta la sentencia definitiva y su ejecucioá n. #2. Antes de dar el decreto del que se trata en el # 1, debe constar, incluso
mediante una nueva citacioá n si es necesario, que la citacioá n legíátimamente realizada llegoá al demandado en plazo uá til.
1593. #1. Si el demandado despueá s comparece en el juicio o da una respuesta antes de la decisioá n de la causa, puede aportar
conclusiones y pruebas, quedando firme lo prescripto en el can. 1600; el juez procuraraá , no obstante, que el juicio no sufra
intencionalmente demoras maá s largas e innecesarias. #2. Aunque no hubiera comparecido, ni hubiera dado respuesta antes de
la decisioá n de la causa, puede utilizar impugnaciones contra la sentencia; si en cambio prueba que se encontroá legíátimamente
impedido pero sin culpa suya no pudo demostrarlo antes, puede utilizar la querella de nulidad.
1594 Si en el díáa y la hora senñ alados para la contestacioá n de la demanda el actor ni comparece ni presenta una excusa
adecuada:
1º. el juez lo citaraá nuevamente;
2º. si el actor no obedece a la nueva citacioá n, se presume que ha renunciado a la instancia a tenor de los caá ns. 1524 - 1525;
3º. pero si maá s tarde desea intervenir en el proceso, se observaraá el can. 1593.
1595. #1. La parte ausente del juicio, sea el actor o el demandado, que no compruebe un impedimento justo, tiene la obligacioá n
tanto de pagar las costas judiciales que se hayan ocasionado por su ausencia, como tambieá n, si es necesario, indemnizar a la
otra parte. #2. Si tanto el actor como el demandado estuvieran ausentes del juicio, los mismos tienen obligacioá n solidaria de
pagar las costas judiciales.

Capítulo II De la intervención de un tercero en la causa


1596. #1. Quien tuviere intereá s en la causa puede ser admitido a intervenir en ella en cualquier instancia del litigio, tanto como
parte que defiende su propio derecho como accesoriamente para ayudar a uno de los litigantes. #2. Pero para ser admitido
debe presentar al juez, antes de la conclusioá n de la causa, un escrito en el que demuestre brevemente su derecho para
intervenir. # 3. Quien interviene en la causa, ha de ser admitido en el estado en que eá sta se encuentra, senñ alaá ndole un plazo
breve y perentorio para presentar sus pruebas, si la causa hubiera llegado al períáodo probatorio.
1597. Al tercero cuya intervencioá n considere necesaria, el juez, una vez oíádas las partes, debe llamarlo al juicio.

TÍTULO VI De la publicación de las actas, de la conclusión en la causa y de la discusión de la causa


1598. #1. Una vez recibidas las pruebas, el juez, mediante decreto, debe permitir a las partes y sus abogados, bajo pena de
nulidad, que examinen en la cancilleríáa del tribunal las actas que auá n no conocen; incluso tambieá n a los abogados que asíá lo
pidan se puede dar copia de las actas; no obstante, en las causas que afectan al bien puá blico, el juez, para evitar peligros
gravíásimos, puede decretar que alguá n acto no sea manifestado a nadie, teniendo cuidado, no obstante, de que el derecho de
defensa siemp
re permanezca íántegro. #2. Para completar las pruebas, las partes pueden presentar otras al juez; una vez recibidas eá stas, si el
juez lo considera necesario, nuevamente hay lugar al decreto de que se trata en el # 1.
1599. #1. Una vez terminado todo lo que se refiere a la presentacioá n de las pruebas, se llega a la conclusioá n de la causa. #2.
Esta conclusioá n tiene lugar o bien cuando las partes declaran que no tienen otra cosa para aducir, o bien cuando ha
transcurrido el plazo uá til establecido por el juez para presentar las pruebas, o bien cuando el juez manifiesta que la causa se
encuentra instruida. #3. El juez dictaraá el decreto de que se ha llegado a la conclusioá n en la causa, cualquiera sea el modo en
que eá sta se haya producido.
1600. #1. Despueá s de la conclusioá n de la causa, el juez puede todavíáa llamar a los mismos testigos o a otros, o mandar otras
pruebas que antes no habíáan sido pedidas, solamente:
1º. en las causas en las que se trate soá lo del bien privado de las partes, si todas ellas consienten;
2º. en las demaá s causas despueá s de oíár a las partes y con tal que haya una razoá n grave, y al mismo tiempo se evite todo peligro
de fraude o de soborno;
3º. en todas las causas, cuando es verosíámil que, de no admitirse una nueva prueba, la sentencia futura habraá de ser injusta por
las razones de que se trata en el can. 1645, # 2, nn. 1 - 3. #2. El juez puede sin embargo mandar o admitir que se presente un
documento, que quizaá antes no pudo presentarse sin culpa del interesado. #3. Las nuevas pruebas deben publicarse,
cumpliendo el can. 1598, # 1.
1601. Una vez hecha la conclusioá n en la causa, el juez estableceraá un espacio conveniente de tiempo para presentar las
defensas o alegatos.
1602. #1. Las defensas y alegatos seraá n escritos, a no ser que el juez, con el consentimiento de las partes, considere que es
suficiente la discusioá n ante el tribunal en sesioá n. #2. Si las defensas junto con los principales documentos se van a imprimir, se
requiere la licencia previa del juez, quedando a salvo la obligacioá n del secreto, si existe tal. #3. En cuanto a la extensioá n de las
defensas, el nuá mero de ejemplares y demaá s circunstancias similares, se observaraá el reglamento del tribunal.
1603. #1. Una vez comunicadas recíáprocamente entre las partes las defensas y los alegatos, ambas partes pueden presentar
reá plicas, dentro de un plazo breve establecido por el juez. #2. Este derecho compete a las partes una sola vez, a menos que el
juez, por una causa grave, estime que debe concederlo otra vez; entonces, en cambio, la concesioá n hecha a una parte se
considera tambieá n dada a la otra. #3. El promotor de justicia y el defensor del víánculo tienen el derecho de replicar de nuevo a
las respuestas de las partes.
1604. #1. Estaá n terminantemente prohibidas las informaciones de las partes o de los abogados o tambieá n de otros dadas al
juez que permanezcan fuera de los autos de la causa. #2. Si la discusioá n de la causa se ha hecho por escrito, el juez puede
establecer que haya una moderada discusioá n oral ante el tribunal en sesioá n, con el fin de aclarar algunas cuestiones.
1605. A la discusioá n oral, de la que se trata en los caá ns. 1602, # 1 y 1604, # 2, debe asistir un notario a fin de levantar
inmediatamente acta de lo discutido y de lo concluido, siempre que el juez lo mande o bien la parte lo pida y el juez lo
consienta.
1606. Si las partes descuidan preparar la defensa en el plazo uá til o se remiten a la ciencia y conciencia del juez, el juez podraá
pronunciar inmediatamente sentencia, si por lo alegado y probado tiene pleno conocimiento de la cuestioá n, despueá s de
requerir, sin embargo, los alegatos del promotor de justicia y del defensor del víánculo, si intervienen en el juicio.

TÍTULO VII De los pronunciamientos del juez


1607. La causa tratada judicialmente, si es principal, es decidida por el juez mediante sentencia definitiva; si es incidental,
mediante sentencia interlocutoria, quedando firme lo prescripto en el can. 1589, # 1.
1608. #1. Para pronunciar cualquier sentencia, se requiere en el aá nimo del juez certeza moral acerca del asunto que debe
decidir por la sentencia. #2. Esta certeza el juez la debe adquirir a partir de lo alegado y probado. #3. Las pruebas, sin embargo,
el juez debe estimarlas seguá n su conciencia, quedando firmes las prescripciones de la ley sobre la eficacia de ciertas pruebas.
#4. El juez que no hubiera alcanzado esta certeza, pronunciaraá que no consta el derecho del actor y absolveraá al demandado, a
menos que se trate de una causa que goza del favor del derecho, en cuyo caso debe pronunciarse en favor de la misma.
1609. #1. En el tribunal colegial, el presidente estableceraá el díáa y la hora en que los jueces deben reunirse para deliberar, y,
salvo que una causa especial aconseje otra cosa, la reunioá n tendraá lugar en la misma sede del tribunal. #2. Una vez asignado el
díáa a la reunioá n, cada juez presentaraá sus conclusiones escritas en meá rito de la causa, y las razones tanto de derecho como de
hecho por las cuales ha llegado a su conclusioá n; estas conclusiones se agregaraá n a los autos de la causa, y se guardaraá n en
secreto. #3. Despueá s de invocar el Nombre divino, leíádas por orden de precedencia las conclusiones de cada uno, pero de modo
que se comience siempre por el ponente o relator de la causa, se tendraá una discusioá n bajo la direccioá n del presidente del
tribunal, sobre todo para determinar en conjunto queá debe establecerse en la parte dispositiva de la sentencia. #4. En la
discusioá n, sin embargo, cualquier juez tiene el derecho de apartarse de su conclusioá n anterior. El juez, por su parte, que no
quiera sumarse a la decisioá n de los demaá s, puede exigir que, si hubiera apelacioá n, se transmitan sus conclusiones al tribunal
superior. #5. Pero si los jueces o bien no quieren o bien no pueden llegar a la sentencia en la primera discusioá n, la decisioá n
podraá diferirse hasta una nueva reunioá n, aunque no por maá s de una semana, a menos que, a tenor del can. 1600, haya de
completarse la instruccioá n de la causa.
1610. #1. Si el juez es uá nico, eá l mismo redactaraá la sentencia. #2. En el tribunal colegial, corresponde al ponente o relator
redactar la sentencia, tomando los motivos de entre aquellos que los jueces expusieron en la discusioá n, a menos que la mayoríáa
de los jueces determine expresamente los motivos que deben preferirse; la sentencia, despueá s, debe someterse a la aprobacioá n
de cada uno de los jueces. #3. La sentencia debe darse no maá s allaá del mes a partir del díáa en que la causa fue decidida, a no ser
que, en un tribunal colegial, los jueces establezcan un plazo maá s largo por una razoá n grave.
1611. La sentencia debe:.
1º dirimir la controversia agitada ante el tribunal, dando a cada duda la respuesta adecuada;
2º. determinar cuaá les son las obligaciones de las partes originadas por el juicio y coá mo han de cumplirse;
3º. exponer las razones o motivos, tanto de derecho como de hecho, en las que se funda la parte dispositiva de la sentencia;
4º. establecer lo referente a las costas del litigio.
1612. #1. Despueá s de invocar el Nombre divino, la sentencia debe exponer por orden quieá n es el juez o el tribunal; quieá nes son
el actor, el demandado, el procurador, indicando debidamente sus nombres y domicilios, el promotor de justicia, el defensor del
víánculo, si participaron del juicio. #2. Debe referirse despueá s brevemente el hecho en cuestioá n, las conclusiones de las partes y
la foá rmula de las dudas. #3. A continuacioá n seguiraá la parte dispositiva de la sentencia, precedida de las razones en las cuales
se funda. #4. Se concluiraá con indicacioá n del díáa y del lugar en los cuales es dictada, y con la firma del juez o, si se trata de un
tribunal colegial, de todos los jueces, y del notario.
1613. Las reglas maá s arriba indicadas sobre la sentencia definitiva, se acomodaraá n tambieá n a la sentencia interlocutoria.
1614. La sentencia debe publicarse cuanto antes, indicando de queá modos puede ser impugnada; y antes de la publicacioá n, no
tiene eficacia alguna, aun cuando la parte dispositiva, con permiso del juez, se haya notificado a las partes.
1615. La publicacioá n o intimacioá n de la sentencia puede hacerse o bien entregando una copia de la sentencia a las partes o a
sus procuradores, o bien remitieá ndosela a tenor del can. 1509.
1616. #1. Si en el texto de la sentencia o bien se hubiera deslizado un error en los caá lculos o bien se diera un error material al
transcribir la parte dispositiva o en la relacioá n de los hechos o de las peticiones de las partes, o bien hubiera sido omitido lo
que requiere el can. 1612, # 4, la sentencia debe ser corregida o completada por el mismo tribunal que la dictoá , tanto a
instancia de parte como de oficio, pero siempre oíádas las partes y agregando un decreto al pie de la sentencia. #2. Si alguna
parte se opone, la cuestioá n incidental se decidiraá por decreto.
1617. Los demaá s pronunciamientos del juez, fuera de la sentencia, son los decretos, los cuales, si no son de mero traá mite,
carecen de eficacia a menos que expongan los motivos, por lo menos sumariamente, o bien remitan a motivos expresados en
otro acto.
1618 La sentencia interlocutoria o el decreto tienen fuerza de sentencia definitiva si impiden el juicio o ponen fin al mismo
juicio o a alguna instancia del mismo, en lo que atanñ e por lo menos a una de las partes en causa.

TÍTULO VIII De la impugnación de la sentencia


Capítulo I: De la querella de nulidad contra la sentencia
1619. Quedando firmes los caá ns. 1622 y 1623, las nulidades de actos establecidas por derecho positivo que siendo conocidas a
la parte que propone la querella, no sean denunciadas al juez antes de la sentencia, quedan sanadas por la misma sentencia,
siempre que se trate de una causa atinente al bien de particulares.
1620. La sentencia sufre del vicio de nulidad insanable si:
1º. fue dictada por un juez absolutamente incompetente;
2º. fue dictada por quien carece de potestad de juzgar en el tribunal en el cual se ha decidido la causa;
3º. el juez dictoá sentencia coaccionado por violencia o miedo grave;
4º. el juicio se ha realizado sin la peticioá n judicial del can. 1501, o no ha sido entablado contra alguá n demandado;
5º. fue dictada entre partes de las cuales una al menos no puede comparecer en juicio;
6º. alguien accionoá en nombre de otro sin legíátimo mandato;
7º. fue denegado a una de las dos partes el derecho de defensa;
8º. no decidioá la controversia ni siquiera parcialmente.
1621 La querella de nulidad de la que se trata en el can. 1620, puede ser planteada perpetuamente a modo de excepcioá n; en
cambio, a modo de accioá n ante el juez que dictoá la sentencia, dentro de los diez anñ os desde el díáa de la publicacioá n de la
sentencia.
1622. La sentencia adolece del vicio de nulidad sanable, exclusivamente si:
1º. fue dictada por nuá mero no legíátimo de jueces, contra lo prescripto en el can. 1425, # 1;
2º. no contiene los motivos o razones de la decisioá n;
3º. carece de las firmas prescriptas por el derecho;
4º no lleva indicacioá n del anñ o, mes, díáa y lugar en que fue pronunciada;
5º. se basa en un acto judicial nulo, cuya nulidad no haya sido sanada a tenor del can. 1619;
6º. fue dictada contra una parte legíátimamente ausente, seguá n el can. 1593, # 2.
1623. En los casos de los que se trata en el can.1622, la querella de nulidad puede ser planteada dentro de los tres meses de
conocida la publicacioá n de la sentencia.
1624. De la querella de nulidad entiende el mismo juez que dictoá la sentencia; pero si la parte teme que el juez que dictoá la
sentencia impugnada por la querella de nulidad tenga prejuicios y por lo tanto lo considera sospechoso, puede exigir que otro
juez sea subrogado en su lugar a tenor del can. 1450.
1625. La querella de nulidad puede plantearse junto con la apelacioá n, dentro del plazo establecido para la apelacioá n.
1626. #1. Pueden interponer la querella de nulidad no soá lo las partes que se consideran perjudicadas, sino tambieá n el
promotor de justicia o el defensor del víánculo, cuando eá stos tienen derecho de intervenir. #2. El mismo juez puede de oficio
revocar o enmendar la sentencia nula que dictoá , dentro del plazo para accionar establecido en el can. 1623, a menos que,
entretanto, se haya interpuesto apelacioá n junto con la querella de nulidad, o que la nulidad quede subsanada por haber
transcurrido el plazo de que se trata en el can. 1623.
1627. Las causas sobre querella de nulidad pueden ser tratadas seguá n las normas del proceso contencioso oral.

Capítulo II De la apelación
1628. La parte que se considera perjudicada por alguna sentencia, asíá como el promotor de justicia y el defensor del víánculo en
las causas en las que se requiere su presencia, tienen el derecho de apelar la sentencia al juez superior, salvo lo prescripto en el
can. 1629.
1629. No hay lugar a apelacioá n:
1º. de la sentencia del mismo Sumo Pontíáfice o de la Signatura Apostoá lica;
2º. de la sentencia afectada de vicio de nulidad, a menos que se acumule con la querella de nulidad a tenor del can. 1625;
3º. de la sentencia que ha pasado a cosa juzgada;
4º. del decreto del juez o sentencia interlocutoria que no tenga fuerza de sentencia definitiva, a no ser que se acumule con la
apelacioá n de la sentencia definitiva;
5º. de la sentencia o del decreto en una causa que el derecho preveá que debe ser decidida de modo urgentíásimo.
1630. #1. La apelacioá n debe interponerse ante el juez por quien fue pronunciada la sentencia, dentro del plazo perentorio de
quince díáas uá tiles de conocida la publicacioá n de la sentencia. #2. Si se hace oralmente, el notario la redactaraá por escrito en
presencia del mismo apelante.
1631. Si se origina una cuestioá n sobre el derecho de apelacioá n, de ella veraá de modo urgentíásimo el tribunal de apelacioá n seguá n
las normas del proceso contencioso oral.
1632. #1. Si en la apelacioá n no se indica a queá tribunal se dirige, se presume hecha al tribunal de que tratan los caá ns. 1438 y
1439. #2. Si otra de las partes apela a otro tribunal de apelacioá n, en la causa entiende el tribunal que es de grado superior,
salvo lo prescripto en el can. 1415.
1633. La apelacioá n debe proseguir ante el juez ad quem en el plazo de un mes desde que se interpuso, a menos que el juez a
quo hubiera otorgado a la parte un plazo maá s largo para proseguirla.
1634. #1. Para proseguir la apelacioá n se requiere y basta que la parte invoque el ministerio del juez superior para corregir la
sentencia impugnada, presentando adjunta una copia de esta sentencia e indicando las razones de la apelacioá n. #2. Pero si la
parte no puede obtener del tribunal a quo una copia de la sentencia impugnada dentro del plazo uá til, entretanto los plazos no
corren, y dicho impedimento se debe notificar al juez de apelacioá n, que debe mandar mediante precepto al juez a quo que
satisfaga cuanto antes su obligacioá n. #3. Entretanto, el juez a quo debe remitir los autos al juez de apelacioá n, a tenor del can.
1474.
1635. Transcurridos inuá tilmente los plazos fatales de apelacioá n tanto ante el juez a quo como ante el juez ad quen la apelacioá n
se considera desierta.
1636. #1. El apelante puede renunciar a la apelacioá n, con los efectos de que trata el can. 1525. #2. Si la apelacioá n ha sido
planteada por el defensor del víánculo o por el promotor de justicia, la renuncia puede ser hecha, a menos que la ley establezca
otra cosa, por el defensor del víánculo o por el promotor de justicia del tribunal de apelacioá n.
1637. #1. La apelacioá n hecha por el actor aprovecha tambieá n al demandado, y viceversa. #2. Si los demandados o los actores
son varios y solamente por uno o contra uno de ellos es impugnada la sentencia, se considera que la impugnacioá n ha sido
hecha por todos y contra todos, siempre que la cosa pedida sea indivisible o la obligacioá n sea solidaria. #3. Si es interpuesta
por una parte respecto de alguá n capíátulo de la sentencia, la parte contraria, aunque hubieran transcurrido los plazos fatales de
apelacioá n, puede apelar incidentalmente sobre otros capíátulos de la sentencia dentro del plazo perentorio de quince díáas a
partir del díáa en que es notificada la apelacioá n principal. #4. A menos que conste otra cosa, la apelacioá n se presume hecha
contra todos los capíátulos de la sentencia.
1638. La apelacioá n suspende la ejecucioá n de la sentencia.
1639. #1. Salvo lo prescripto en el can. 1683, en grado de apelacioá n no puede admitirse un nuevo motivo de demanda, ni
siquiera a modo de acumulacioá n uá til; por lo tanto, la contestacioá n de la demanda puede versar solamente sobre si la sentencia
anterior se confirma o bien se reforma tanto en su totalidad como parcialmente. #2. Unicamente se admiten nuevas pruebas a
tenor del can. 1600.
1640. En grado de apelacioá n debe procederse, con las debidas adaptaciones, del mismo modo que en primera instancia; pero, a
menos que eventualmente deban completarse las pruebas, inmediatamente despueá s de la contestacioá n de la demanda hecha a
tenor del can. 1513, # 1 y del can. 1639, # 1, se debe pasar a discusioá n de la causa y a la sentencia.

TÍTULO IX De la cosa juzgada y de la restitución “in integrum”


Capítulo I: De la cosa juzgada
1641. Quedando firme lo prescripto en el can. 1643, se da cosa juzgada:
1º. si ocurren dos sentencias conformes entre las mismas partes sobre la misma decisioá n y hecha por los mismos motivos;
2º. si no se hubiera planteado apelacioá n contra la sentencia dentro del plazo uá til;
3º. si en grado de apelacioá n la instancia hubiera perimido o se hubiera renunciado a ella;
4º. si se dictoá sentencia definitiva, de la cual no se da apelacioá n a tenor del can. 1629.
1642. #1. La cosa juzgada goza de la firmeza del derecho, y no puede impugnarse directamente si no es a tenor del can. 1645, #
1. #2. La misma hace ley entre las partes y da lugar a accioá n de juzgado y a excepcioá n de cosa juzgada, que el juez puede
tambieá n declarar de oficio, para impedir una nueva introduccioá n de la misma causa.
1643. Nunca pasan a cosa juzgada las causas sobre el estado de las personas, sin exceptuar las causas de separacioá n de los
coá nyuges.
1644. #1. Si se pronuncian dos sentencias conformes en una causa sobre el estado de las personas, puede recurrirse en
cualquier momento al tribunal de apelacioá n, aportando nuevas y graves pruebas o razones dentro del plazo perentorio de
treinta díáas desde que se planteoá la impugnacioá n. El tribunal de apelacioá n por su parte, dentro del mes de presentadas las
nuevas pruebas y razones, debe establecer mediante decreto si se debe admitir o no la nueva proposicioá n de la causa. #2. El
recurso al tribunal superior para obtener una nueva proposicioá n de la causa no suspende la ejecucioá n de la sentencia, a no ser
que, o bien la ley establezca otra cosa o bien el tribunal de apelacioá n mande la suspensioá n a tenor del can. 1650, # 3.

Capítulo II De la restitución “in integrum”


1645. #1. Contra la sentencia que haya pasado a cosa juzgada con tal de que conste manifiestamente su injusticia, se da
restitucioá n in integrum. #2. Pero no se considera que consta manifiestamente la injusticia a menos que:
1º. la sentencia de tal manera se base en pruebas que posteriormente se han descubierto como falsas, que sin tales pruebas la
parte dispositiva de la sentencia resulte insostenible;
2º. posteriormente se descubran documentos que prueben indudablemente hechos nuevos que exigen tambieá n una decisioá n
contraria;
3º la sentencia haya sido pronunciada por dolo de una parte y en danñ o de la otra;
4º. haya sido descuidada evidentemente la prescripcioá n de una ley no meramente procesal;
5º. la sentencia contraríáa una decisioá n precedente que haya pasado a cosa juzgada.
1646. #1. La restitucioá n in integrum por los motivos de que se trata en el can. 1645, # 2, nn. 1 - 3 debe ser pedida al juez que
dictoá sentencia dentro de los tres meses a partir del díáa de conocidos esos motivos. #2. La restitucioá n in integrum por los
motivos de que se trata en el can. 1645, # 2, nn. 4 y 5, puede ser pedida al tribunal de apelacioá n dentro de los tres meses de
conocida la publicacioá n de la sentencia; pero, si en el caso del can. 1645, # 2, n. 5 el conocimiento de la decisioá n precedente se
tuvo maá s tarde, el plazo corre a partir de tenido dicho conocimiento. #3. Los plazos de los que se trata arriba no corren
mientras el perjudicado sea menor de edad.
1647. #1. La peticioá n de restitucioá n in integrum suspende la ejecucioá n auá n no iniciada de la sentencia. # 2. Sin embargo, si por
indicio probable se sospecha que la peticioá n se ha hecho para provocar demoras en el ejecucioá n, el juez puede decretar que la
sentencia sea mandada a ejecucioá n, asignando, sin embargo, al peticionante de la restitucioá n las oportunas garantíáas para que
no sufra danñ o, en caso de que se le conceda la restitucioá n in integrum.
1648. Una vez concedida la restitucioá n in integrum, el juez debe pronunciarse sobre la sustancia de la causa.

TÍTULO X De las costas judiciales y del patrocinio gratuito


1649. #1. El Obispo, a quien corresponde dirigir el tribunal, estableceraá normas:
1º. sobre la condena de las partes al pago de las costas judiciales o a su compensacioá n;
2º. sobre los honorarios de los procuradores, abogados, peritos e inteá rpretes y sobre la indemnizacioá n de testigos;
3º. sobre la concesioá n de patrocinio gratuito o disminucioá n de costas;
4º sobre el resarcimiento de danñ o que debe aqueá l que no soá lo perdioá en el juicio, sino que litigoá temerariamente;
5º sobre el depoá sito de dinero o garantíáa que se ha de prestar para el pago de costas y el resarcimiento de danñ os. # 2. Del
pronunciamiento sobre las costas, honorarios y resarcimiento de danñ os no se da apelacioá n por separado, pero la parte puede
recurrir dentro de los quince díáas al mismo juez, quien podraá modificar la tasacioá n.

TÍTULO XI De la ejecución de la sentencia


1650. #1. La sentencia que haya pasado a cosa juzgada, puede ser mandada a ejecucioá n, salvo lo prescripto en el can. 1647. #2.
El juez que dictoá la sentencia y, si se ha entablado apelacioá n, tambieá n el juez de apelacioá n pueden mandar la ejecucioá n
provisoria de una sentencia, tanto de oficio como a instancias de partes, estableciendo si es preciso las oportunas garantíáas,
cuando se trate de provisiones o prestaciones ordenadas al necesario sustento, o cuando urja otra causa justa. # 3. Pero si se
impugna la sentencia de la que se trata en el # 2, el juez que debe conocer de la impugnacioá n, si ve que eá sta tiene fundamento
probable y que de la ejecucioá n puede seguirse un danñ o irreparable, puede o bien suspender la ejecucioá n misma o bien
supeditarla a una garantíáa.
1651. No podraá haber lugar a la ejecucioá n antes de obtener el decreto ejecutorio del juez por el que dispone que la misma
sentencia debe ser mandada a ejecucioá n; dicho decreto, seguá n la naturaleza diversa de las causas, o bien puede incluirse en el
mismo texto de la sentencia o bien darse por separado.
1652. Si la ejecucioá n de la sentencia exige previa rendicioá n de cuentas, se plantea una cuestioá n incidental, que debe decidir
aquel mismo juez que decretoá que la sentencia debíáa ser pasada a ejecucioá n.
1653. #1. A menos que una ley particular establezca otra cosa, la sentencia debe mandarla a ejecucioá n, personalmente o por
medio de otro, el Obispo de la dioá cesis en que se dictoá la sentencia en primer grado. #2. Si eá ste se niega o es negligente, a
instancias de la parte interesada o tambieá n de oficio, la ejecucioá n corresponde a la autoridad a la que estaá sujeto el tribunal de
apelacioá n a tenor del can. 1439, # 3. #3. Entre los religiosos, la ejecucioá n de la sentencia corresponde al Superior que dictoá la
sentencia que debíáa ser mandada a ejecucioá n o que delegoá al juez.
1654. #1. El ejecutor debe ejecutar la sentencia seguá n el sentido obvio de las palabras, a no ser que en la misma sentencia
hubiera sido permitido algo a su arbitrio. #2. Le es líácito decidir sobre las excepciones acerca del modo y la eficacia de la
ejecucioá n, pero no acerca de la sustancia de la causa; pero si le consta por otra parte que la sentencia es nula o
manifiestamente injusta, a tenor de los caá ns. 1620, 1622, 1645, debe abstenerse de ejecutarla y remitir el asunto al tribunal
por el que fue dictada la sentencia, notificaá ndolo a las partes.
1655 # 1. En lo que atanñ e a las acciones reales, cuando se ha adjudicado alguna cosa al actor, le seraá entregada a dicho actor tan
pronto como se tenga la cosa juzgada. # 2. Pero en lo que atanñ e a las acciones personales, cuando el reo ha sido condenado a
entregar una cosa mueble, o a pagar dinero, o a dar o hacer otra cosa, el juez en el mismo texto de la sentencia o el ejecutor
seguá n su arbitrio y prudencia estableceraá n un plazo para cumplir la obligacioá n, que, sin embargo, no seraá reducido a menos de
quince díáas ni superaraá los seis meses.

SECCION II Del proceso contencioso oral


1656. #1. Por proceso contencioso oral, sobre el que se habla en esta seccioá n, pueden tratarse todas las causas no excluidas por
el derecho, a no ser que una de las partes pida el proceso contencioso ordinario. #2. Si se emplea el proceso oral fuera de los
casos permitidos por el derecho, los actos judiciales son nulos.
1657. El proceso contencioso oral se hace en primer grado ante un juez uá nico, a tenor del can. 1424.
1658. #1. Ademaá s de lo que se enumera en el can. 1504, el escrito de demanda debe:
1º. exponer breve, íántegra y claramente los hechos en que se fundan las peticiones del actor;
2º. indicar las pruebas por las que el actor pretende demostrar los hechos y que no puede aportar simultaá neamente, de
manera que el juez puede recogerlas inmediatamente. # 2. A la demanda se deben anñ adir, al menos en copia auteá ntica, los
documentos en los que se funda la peticioá n.
1659. #1. Cuando el intento de conciliacioá n a tenor del can. 1446, # 2, resulte inuá til, si el juez estima que la demanda se basa en
alguá n fundamento, mandaraá dentro de los tres díáas, mediante decreto consignado al pie de la misma demanda, que se haga
conocer una copia de eá sta al demandado, daá ndole facultad de enviar, en el plazo de quince díáas, su respuesta por escrito a la
cancilleríáa del tribunal. #2. Esta notificacioá n tiene los efectos de la citacioá n judicial, de los que se trata en el can. 1512.
1660 Si lo exigen las excepciones del demandado, el juez senñ alaraá al actor un plazo para responder, de manera que aportados
los elementos de ambas partes, el mismo pueda percibir el objeto de la controversia.
1661. #1. Transcurridos los plazos de los caá ns. 1659 y 1660, el juez, a vista de las actas, determinaraá la foá rmula de la duda;
despueá s citaraá a audiencia, que deberaá celebrarse no maá s allaá de los treinta díáas, a todos los que deben asistir a ella, agregando
para las partes la foá rmula de la duda. #2. En la citacioá n se informaraá a las partes que al menos tres díáas antes de la audiencia,
pueden presentar al tribunal alguá n breve escrito para demostrar sus afirmaciones.
1662. En la audiencia, se tratan en primer lugar las cuestiones de los caá ns. 1459 - 1464.
1663. #1. Las pruebas se recogen en la audiencia, salvo lo prescripto en el can. 1418. #2. Cada parte y su abogado pueden
asistir al interrogatorio de las demaá s partes, de los testigos y de los peritos.
1664. El notario recogeraá por escrito la respuesta de las partes, de los testigos y de los peritos, las peticiones y excepciones de
los abogados, pero de modo resumido y soá lo en lo pertinente a la sustancia del asunto controvertido, todo eso seraá firmado por
los deponentes.
1665. Las pruebas que no hayan sido aportadas o pedidas en la peticioá n o en la respuesta, el juez puede admitirlas uá nicamente
a tenor del can. 1452; pero despueá s de haber sido oíádo aunque sea un solo testigo, el juez puede mandar nuevas pruebas
uá nicamente a tenor del can. 1600.
1666. Si en la audiencia no se pudieran recoger todas las pruebas, se estableceraá otra audiencia.
1667. Una vez reunidas las pruebas, se haraá en la misma audiencia la discusioá n oral.
1668. #1. A no ser que de la discusioá n se deduzca que debe completarse algo en las instruccioá n de la causa, o que exista algo
que impida pronunciar debidamente la sentencia, el juez, despueá s de terminada la audiencia, decidiraá la causa inmediatamente
y a solas; enseguida, ante las partes presentes, se leeraá la parte dispositiva de la sentencia. #2. Por la dificultad del asunto u
otra causa justa, puede el tribunal diferir la decisioá n hasta el quinto díáa uá til. #3. El texto íántegro de la sentencia, con expresioá n
de los motivos, seraá notificado a las partes cuanto antes, ordinariamente en no maá s de quince díáas.
1669. Si el tribunal de apelacioá n observa que en el grado inferior del juicio se ha empleado el proceso contencioso oral en casos
excluidos por el derecho, declararaá la nulidad de la sentencia y remitiraá la causa al tribunal que dictoá esa sentencia.
1670 En las demaá s cosas que atanñ en al procedimiento, se observaraá n las prescripciones de los caá nones sobre el juicio
contencioso ordinario. Pero el tribunal puede, por decreto dotado de los motivos, derogar las normas procesales no
establecidas para la validez, a fin de, quedando a salvo la justicia, contribuir a la celeridad del proceso.

PARTE III: De algunos procesos especiales


TÍTULO I De los procesos matrimoniales
Capítulo I: De las causas para declarar la nulidad del matrimonio
Artíáculo 1: Del fuero competente
1671. Las causas matrimoniales de los bautizados corresponden al juez eclesiaá stico por derecho propio.
1672. Las causas sobre los efectos meramente civiles del matrimonio pertenecen al magistrado civil, a menos que el derecho
particular establezca que tales causas pueden ser conocidas y decididas por el juez eclesiaá stico cuando se plantean de manera
incidental y accesoria.
1673. En las causas de nulidad de matrimonio no reservadas a la Sede Apostoá lica, son competentes:
1º. el tribunal del lugar en que se celebroá el matrimonio;
2º. el tribunal del lugar en el que el demandado tiene el domicilio o cuasidomicilio;
3º. el tribunal del lugar en que tiene su domicilio el actor, con tal de que ambas partes residan en el territorio de una misma
Conferencia Episcopal y deá su consentimiento el Vicario judicial del domicilio del demandado habiendo oíádo a eá ste;
4º. el tribunal del lugar en que, de hecho, se han de recoger la mayor parte de las pruebas, con tal de que exista el
consentimiento del Vicario judicial del domicilio del demandado, el cual primeramente interrogaraá al mismo, por si tiene
alguna objecioá n.

Artíáculo 2 Del derecho de impugnar el matrimonio


1674. Son haá biles para impugnar el matrimonio:
1º. los coá nyuges;
2º. el promotor de justicia, cuando la nulidad ya se ha divulgado, si no es posible convalidar el matrimonio o no es conveniente.
1675. #1. El matrimonio que, en vida de ambos coá nyuges no fue acusado no puede ser acusado tras la muerte de uno de ellos o
de los dos, a no ser que la cuestioá n sobre su validez sea prejudicial para resolver otra controversia, ya sea en el fuero canoá nico,
ya en el civil. #2. Si, en cambio, el coá nyuge muere mientras estaá pendiente la causa, se observaraá lo prescripto en el can. 1518.

Artíáculo 3
Del oficio de los jueces
1676. Antes de aceptar una causa y siempre que perciba alguna esperanza de buen eá xito, el juez emplearaá medios pastorales
para inducir a los coá nyuges, si es posible, a convalidar eventualmente su matrimonio y a restablecer la convivencia conyugal.
1677. #1. Una vez aceptada la demanda, el presidente o el ponente procederaá a notificar el decreto de citacioá n a tenor del can.
1508. #2. Transcurrido el plazo de quince díáas desde la notificacioá n, el presidente o el ponente, a no ser que una de las partes
hubiera pedido una sesioá n para la contestacioá n de la demanda, dentro de los diez díáas estableceraá por decreto y de oficio la
foá rmula de la duda o de las dudas y las notificaraá a las partes. #3. La foá rmula de la duda no soá lo buscaraá si consta la nulidad del
matrimonio en el caso, sino que debe tambieá n determinar por queá capíátulo o capíátulos se impugna la validez de las nupcias. #4.
Despueá s de diez díáas de notificado el decreto, si las partes no han opuesto nada, el presidente o el ponente dispondraá mediante
un nuevo decreto la instruccioá n de la causa.

Artíáculo 4
De las pruebas
1678. #1. Al defensor del víánculo, a los abogados de las partes y si interviniera en el juicio, tambieá n al promotor de justicia, les
corresponde el derecho de:
1º. asistir al examen de las partes, de los testigos y de los peritos, salvo lo prescripto en el can. 1559;
2º. examinar los actos judiciales, incluso todavíáa no publicados y revisar los documentos presentados por las partes. #2. Al
examen del que se tratoá en el # 1, n. 1, las partes no pueden asistir.
1679. A menos que las pruebas sean consideradas plenas por otro concepto, para evaluar las declaraciones de las partes a
tenor del can. 1536, el juez emplearaá , si es posible, testigos de la credibilidad de las partes ademaá s de otros indicios y
adminíáculos.
1680. En las causas sobre impotencia o sobre falta de consentimiento por enfermedad mental, el juez se serviraá de la ayuda de
uno o varios peritos, a menos que por las circunstancias, esto se muestre evidentemente inuá til; en las demaá s causas, se
observaraá lo prescripto en el can. 1574.

Artíáculo 5
De la sentencia y la apelacioá n
1681. Siempre que en la instruccioá n de la causa surja una duda muy probable de que no se ha seguido la consumacioá n del
matrimonio, el tribunal puede, suspendiendo la causa de nulidad con el consentimiento de las partes, realizar la instruccioá n
para la dispensa del matrimonio rato, y luego transmitir las actas a la Sede Apostoá lica junto con la peticioá n de dispensa hecha
por ambos coá nyuges o por uno de ellos y el voto del tribunal y del Obispo.
1682. #1. La sentencia que declara por primera vez la nulidad del matrimonio, junto con las apelaciones, si las hay, y demaá s
actas del juicio, deben transmitirse de oficio al tribunal de apelacioá n, dentro de los veinte díáas de la publicacioá n de la sentencia.
#2. Si la sentencia en favor de la nulidad del matrimonio se ha pronunciado en el primer grado del juicio, el tribunal de
apelacioá n, evaluados los alegatos del defensor del víánculo y, si los hay tambieá n de las partes, debe mediante un decreto suyo, o
bien confirmar sin demora la decisioá n o bien admitir la causa a examen ordinario de nueva instancia.
1683. Si en grado de apelacioá n se aduce un nuevo capíátulo de nulidad del matrimonio, el tribunal puede, en calidad de primera
instancia, admitirlo y juzgar sobre eá l.
1684. #1. Una vez que la sentencia, que por primera vez declaroá la nulidad del matrimonio, es confirmada en grado, de
apelacioá n o bien mediante decreto o bien por nueva sentencia, aquellos cuyo matrimonio ha sido declarado nulo pueden
contraer nuevas nupcias en cuanto les sea notificado el decreto o la segunda sentencia, a menos que esto se les prohíába
mediante un veto incluido en la misma sentencia o en el decreto o establecido por el Ordinario del lugar. #2. Las prescripciones
del can. 1644 deben observarse aunque la sentencia que declarara la nulidad del matrimonio hubiera sido confirmada no
mediante una segunda sentencia, sino por decreto.
1685. No bien la sentencia se haya hecho ejecutiva, el Vicario judicial debe notificarla al Ordinario del lugar en que se celebroá el
matrimonio. Este, por su parte, debe cuidar de que se anoten cuanto antes la nulidad que se ha decretado y las prohibiciones
eventualmente establecidas, en los libros de matrimonios y de bautismos.

Artíáculo 6
Del proceso documental
1686. Una vez recibida la peticioá n planteada a tenor del can. 1677, el Vicario judicial o el juez designado por eá ste, puede
declarar mediante sentencia la nulidad del matrimonio, omitiendo las solemnidades del proceso ordinario, pero citando a las
partes y con intervencioá n del defensor del víánculo si, por un documento, que no esteá sujeto a objecioá n o excepcioá n alguna,
consta con certeza la existencia de un impedimento dirimente o el defecto de forma legíátima, con tal de que conste con igual
certeza que no
se ha dado dispensa, o la falta de mandato vaá lido del procurador.
1687. #1. Si el defensor del víánculo estima prudentemente que o bien los vicios de que se trata en el can. 1686 o bien la falta de
dispensa no son ciertos, debe apelar contra esta declaracioá n al juez de segunda instancia, a quien se han de remitir los autos y
quien debe ser advertido por escrito de que se trata de un proceso documental. #2. La parte que se considera perjudicada
conserva intacta la facultad de apelar.
1688. El juez de segunda instancia con intervencioá n del defensor del víánculo y habiendo oíádo las partes, decidiraá , del mismo
modo que se trata en el can. 1686, si la sentencia debe ser confirmada o maá s bien se debe proceder en la causa seguá n el traá mite
ordinario del derecho; en este caso, la remitiraá al tribunal de primera instancia.

Artíáculo 7
Normas generales
1689. En la sentencia, se debe advertir a las partes sobre las obligaciones morales o tambieá n civiles que eventualmente tengan
la una respecto de la otra, y de la prole, a fin de aportar el sustento y la educacioá n.
1690. Las causas para declarar la nulidad del matrimonio no pueden tramitarse por el proceso contencioso oral.
1691 En las demaá s cosas que atanñ en al procedimiento, a no ser que lo impida la naturaleza del asunto, deben aplicarse los
caá nones sobre los juicios en general y sobre el juicio contencioso ordinario, observando las normas especiales para las causas
sobre el estado de las personas y las causas que se refieren al bien puá blico.

Capítulo II
De las causas de separacioá n de los coá nyuges
1692. #1. La separacioá n personal de los coá nyuges bautizados, a menos que se haya provisto legíátimamente otra cosa para
lugares determinados, puede decidirla el Obispo diocesano mediante decreto, o el juez mediante sentencia a tenor de los
caá nones que siguen. #2. Donde la decisioá n eclesiaá stica no surte efectos civiles, o si se preveá una sentencia civil no contraria al
derecho divino, el Obispo de la dioá cesis de residencia de los coá nyuges, atendiendo las circunstancias peculiares, podraá
conceder licencia para acudir al fuero civil. #3. Si la causa versa tambieá n sobre los efectos meramente civiles del matrimonio, el
juez procuraraá que, observando lo prescripto en el # 2, la causa se lleve desde el primer momento al fuero civil.
1693. #1. A no ser que alguna de las partes o el promotor de justicia pidan el proceso contencioso ordinario, se emplearaá el
proceso contencioso oral. #2. Si se ha empleado el proceso contencioso ordinario y se plantea apelacioá n, el tribunal de segundo
grado procederaá a tenor del can. 1682, # 2, observando lo que haya que observar.
1694 En lo que atanñ e a la competencia del tribunal, deben observarse las prescripciones del can. 1673.
1695. El juez antes de aceptar una causa y siempre que perciba una esperanza de buen eá xito, debe emplear medios pastorales
para que los coá nyuges se reconcilien y sean inducidos a restablecer la convivencia conyugal.
1696. Las causas de separacioá n de los coá nyuges tambieá n afectan al bien puá blico; y por lo tanto debe intervenir en ellas siempre
el promotor de justicia, a tenor del can. 1433.

Capítulo III
Del proceso para la dispensa del
matrimonio rato y no consumado
1697. Soá lo los coá nyuges, o uno de ellos, aunque el otro se oponga, tienen el derecho de pedir la gracia de la dispensa del
matrimonio rato y no consumado.
1698. #1. Unicamente la Sede Apostoá lica juzga sobre el hecho de la inconsumacioá n del matrimonio y de la existencia de causa
justa para conceder la dispensa. #2. La dispensa, por su parte, es concedida solamente por el Romano Pontíáfice.
1699. #1. Para recibir el escrito por el que se pide la dispensa es competente el Obispo diocesano del domicilio o
cuasidomicilio del orador, el cual, si consta el fundamento de las preces, debe disponer la instruccioá n del proceso. #2. Si en
cambio, el caso planteado tiene especiales dificultades de orden juríádico o moral, el Obispo diocesano consultaraá a la Sede
Apostoá lica. #3. Contra el decreto por el que el Obispo rechaza la peticioá n, cabe el recurso a la Sede Apostoá lica.
1700. #1. Quedando firme lo prescripto en el can. 1681, el Obispo encomendaraá la instruccioá n de estos procesos, establemente
o en cada uno de los casos, al tribunal de su dioá cesis o de una ajena o a un sacerdote idoá neo. #2. Pero si se introdujo demanda
judicial para declarar la nulidad del mismo matrimonio, la instruccioá n debe encomendarse al mismo tribunal.
1701. #1. En estos procesos siempre debe intervenir el defensor del víánculo. #2. No se admite abogado, pero, por la dificultad
del caso, el Obispo puede permitir que el orador o el demandado sean ayudados por la colaboracioá n de un jurisperito.
1702. En la instruccioá n deben ser oíádos ambos coá nyuges y se observaraá n, en la medida de lo posible, los caá nones sobre la
recoleccioá n de pruebas en el juicio contencioso ordinario y en las causas de nulidad del matrimonio, con tal de que puedan
compaginarse con la íándole de estos procesos.
1703. #1. No se hace la publicacioá n de las actas; sin embargo, si el juez ve que de las pruebas aducidas puede originarse un
grave obstaá culo para la peticioá n del orador o la excepcioá n del demandado, se lo haraá saber prudentemente a la parte
interesada. #2. A la parte que lo solicite, el juez puede mostrarle el documento aportado o el testimonio recibido y fijaraá un
plazo para presentar conclusiones.
1704. #1. Una vez concluida la instruccioá n, el instructor elevaraá al Obispo todas las actas con el informe oportuno, y eá ste
expresaraá su voto acerca de la verdad tanto sobre el hecho de la inconsumacioá n, como sobre la causa justa para la dispensa y la
oportunidad de esa gracia. #2. Si la instruccioá n del proceso fue encomendada a un tribunal ajeno a tenor del can. 1700, los
alegatos en favor del víánculo deben ser confeccionados en ese mismo foro, pero el voto de que se trata en el # 1, corresponde al
Obispo que efectuá a la comisioá n al cual entregaraá el instructor el informe oportuno junto con las actas.
1705. #1. El Obispo remitiraá a la Sede Apostoá lica todas las actas junto con su voto y los alegatos del defensor del víánculo. #2. Si
a juicio de la Sede Apostoá lica se requiere un suplemento de instruccioá n, lo haraá saber al Obispo, indicaá ndole los aspectos sobre
los cuales la instruccioá n debe realizarse. #3. Pero si en el rescripto de la Sede Apostoá lica se declara que, por las conclusiones no
consta la inconsumacioá n, entonces el jurisperito de que se trata en el can. 1701, # 2, puede examinar las actas del proceso, pero
no el voto del Obispo, en la sede del tribunal para sopesar si puede aducir algo grave a fin de plantear de nuevo la peticioá n.
1706. El rescripto de dispensa de la Sede Apostoá lica se transmite al Obispo, eá ste, por su parte, notificaraá el rescripto a las
partes y ademaá s mandaraá cuanto antes al paá rroco del lugar donde se efectuoá el matrimonio y del lugar donde recibieron el
bautismo que se anote la concesioá n de la dispensa en los libros de matrimonios y de bautismos.

Capítulo IV
Del proceso acerca de la muerte
presunta del coá nyuge
1707. #1. Cuando la muerte de un coá nyuge no pueda probarse por documento auteá ntico, eclesiaá stico o civil, el otro coá nyuge no
se consideraraá libre del víánculo matrimonial, sino una vez que el Obispo diocesano haya pronunciado una declaracioá n de
muerte presunta. #2. La declaracioá n de la que se trata en el # 1, el Obispo diocesano puede pronunciarla solamente si, una vez
realizadas las investigaciones oportunas, por la declaracioá n de los testigos, por fama, o por indicios, haya alcanzado certeza
moral sobre la muerte del coá nyuge. La sola ausencia del coá nyuge, aunque sea prolongada, no es suficiente. #3. En los casos
inciertos y complicados, el Obispo consultaraá a la Sede Apostoá lica.

TÍTULO II De las causas para declarar la nulidad de la sagrada ordenación


1708. Tienen derecho de acusar la validez de la sagrada ordenacioá n tanto el mismo cleá rigo como el Ordinario al que estaá
sometido o en cuya dioá cesis ha sido ordenado.
1709. #1. El escrito debe enviarse a la Congregacioá n competente, la cual decide si la causa seraá tratada por la misma
Congregacioá n de la Curia Romana o bien por un tribunal designado por ella. #2. Una vez enviado el escrito, queda prohibido al
cleá rigo, en virtud del mismo derecho, ejercer las oá rdenes.
1710. Si la Congregacioá n remite la causa a un tribunal, se observaraá n, a menos que lo impida la naturaleza del asunto, los
caá nones sobre los juicios en general y sobre el juicio contencioso ordinario, quedando a salvo las prescripciones de este tíátulo.
1711. En estas causas, el defensor del víánculo goza de los mismos derechos y tiene las mismas obligaciones que el defensor del
víánculo matrimonial.
1712. Despueá s de una segunda sentencia que haya confirmado la nulidad de la sagrada ordenacioá n, el cleá rigo pierde todos los
derechos propios del estado clerical y queda libre de todas las obligaciones.

TÍTULO III Del modo de evitar los juicios


1713. Para evitar las controversias judiciales, es uá til emplear la transaccioá n o reconciliacioá n, o bien la controversia puede
encomendarse al juicio de uno o maá s aá rbitros.
1714. Para la transaccioá n, el compromiso y el juicio arbitral se observaraá n las normas elegidas por las partes, o, si las partes no
eligieron ninguna, la ley dictada por la Conferencia Episcopal, si la hay, o la ley civil vigente en el lugar donde se realiza el
acuerdo.
1715. #1. No debe hacerse vaá lidamente transaccioá n o compromiso alguno sobre lo que corresponde al bien puá blico, y sobre
otras cosas de las cuales no pueden disponer libremente las partes. #2. Si se trata de bienes eclesiaá sticos temporales, se
observaraá n, siempre que lo pida su objeto, las solemnidades establecidas por el derecho para la enajenacioá n de cosas
eclesiaá sticas.
1716. #1. Si la ley civil no reconoce eficacia a la sentencia arbitral, si no estaá confirmada por el juez, la sentencia arbitral sobre
una controversia eclesiaá stica, para que tenga eficacia en el fuero canoá nico, necesita de confirmacioá n por parte del juez
eclesiaá stico del lugar en que ha sido dictada la sentencia. #2. Si, por su parte, la ley civil admite la impugnacioá n de la sentencia
arbitral ante el juez civil, en el fuero canoá nico, puede plantearse la misma impugnacioá n ante el juez eclesiaá stico que sea
competente para juzgar la controversia en primera instancia.
PARTE IV: Del proceso penal

Capítulo I: De la investigación previa


1717. #1. Siempre que el Ordinario tenga noticia, al menos verosíámil, de un delito, investigaraá con cautela, personalmente o
por medio de una persona idoá nea, acerca de los hechos y sus circunstancias y acerca de la imputabilidad, a no ser que esta
investigacioá n parezca del todo superflua. #2. Debe evitarse que, por esta investigacioá n, se ponga en tela de juicio la buena fama
de alguien. #3. Quien realiza la investigacioá n tiene los mismos poderes y obligaciones que el auditor en un proceso, y el mismo
no puede actuar como juez, si posteriormente se promueve un proceso judicial.
1718. #1. Cuando se estime que se han tenido elementos suficientes, el Ordinario determinaraá :
1º. si puede promoverse un proceso para imponer o declarar una pena;
2º. si eso conviene, en atencioá n al can. 1341;.
3º si debe utilizarse el proceso judicial o, a no ser que la ley lo prohíába, si habraá de procederse por decreto extrajudicial. #2. El
Ordinario revocaraá o modificaraá el decreto del que se trata en el # 1, siempre que, debido a nuevos elementos, le parezca que
debe decidir otra cosa. #3. Al dictar los decretos de que se trata en los ## 1 y 2, el Ordinario oiraá , si lo juzga prudente, a dos
jueces y a otros jurisperitos. # 4. Antes de decidir a tenor del # 1, el Ordinario consideraraá si, para evitar juicios inuá tiles, es
conveniente, que con el consentimiento de las partes, o bien eá l personalmente o bien el investigador decida las cuestioá n de los
danñ os de acuerdo con la equidad.
1719. Si no son necesarias para el proceso penal, se guardaraá n en el archivo secreto de la curia las actas de la investigacioá n y
los decretos del Ordinario, con los cuales se inicia o concluye la investigacioá n, asíá como todo aquello que precede a la
investigacioá n.

Capítulo II Del desarrollo del proceso


1720. Si el Ordinario considera que debe procederse mediante decreto extrajudicial:
1º. comunicaraá al reo la acusacioá n y las pruebas daá ndole la facultad de defenderse, a no ser que el reo, debidamente llamado
descuidara comparecer;
2º. sopesaraá cuidadosamente con dos asesores todas las pruebas y argumentos;
3º. si consta con certeza de un delito y no se ha extinguido la accioá n criminal, dictaraá un decreto a tenor de los caá ns. 1342 -
1350, exponiendo, brevemente, al menos, las razones de derecho y de hecho.
1721. #1. Si el Ordinario decretara que debe iniciarse un proceso judicial penal, entregaraá al promotor de justicia las actas de la
investigacioá n, y eá ste presentaraá al juez el escrito de la acusacioá n, a tenor de los caá ns. 1502 y 1504. # 2. Ante el tribunal superior
desempenñ a la parte de actor el promotor de justicia constituido para ese mismo tribunal.
1722. Para evitar escaá ndalos, proteger la libertad de los testigos y garantizar el curso de la justicia, el Ordinario puede una vez
oíádo el promotor de justicia y citado el mismo acusado, en cualquier fase del proceso apartar al acusado del ejercicio del
ministerio sagrado o de cualquier oficio o cargo eclesiaá stico, imponerle o prohibirle la residencia en un lugar o territorio, o
tambieá n prohibirle la participacioá n puá blica de la santíásima Eucaristíáa; una vez cesado el motivo, todas estas cosas deben ser r
evocadas, y las mismas tienen fin, en virtud del mismo derecho, al cesar el proceso penal.
1723. #1. El juez que cita al reo debe invitarlo a que nombre un abogado a tenor del can. 1481, # 1, dentro del plazo
determinado por el mismo juez. #2. Pero si el reo no se ocupa, el propio juez designaraá un abogado antes de la contestacioá n de
la demanda, el cual permaneceraá en su funcioá n mientras el reo no nombre abogado.
1724. #1. En cualquier grado del juicio, el promotor de justicia puede hacer renuncia de la instancia, por mandato o por
consentimiento del Ordinario, por cuya decisioá n fue promovido el proceso. #Para que la renuncia valga, debe ser aceptada por
el reo, a no ser que eá ste haya sido declarado ausente del juicio.
1725. En la discusioá n de la causa, ya sea dada por escrito, ya oralmente, el acusado siempre debe tener el derecho de escribir o
hablar en uá ltimo teá rmino o bien personalmente o bien por su abogado o procurador.
1726. En cualquier grado y fase del juicio penal, si consta de modo evidente que el delito no ha sido perpetrado por el reo, el
juez debe declararlo asíá mediante sentencia y absolver al reo, aunque conste a la vez que la accioá n criminal se ha extinguido.
1727. #1. El reo puede plantear apelacioá n, si la sentencia solamente lo hubiera absuelto porque la pena era facultativa, o
porque el juez usoá de la potestad de que tratan los caá ns. 1344 y 1345. #2. El promotor de justicia puede apelar siempre que
considere que no se ha provisto suficientemente a la reparacioá n del escaá ndalo o a la restitucioá n de la justicia.
1728. #1. Quedando a salvo las prescripciones de los caá nones de este tíátulo, en el juicio penal deben aplicarse, a menos que lo
impida la naturaleza del asunto, los caá nones sobre los juicios en general y sobre el juicio contencioso ordinario, observaá ndose
las normas especiales sobre las causas que se refieren al bien puá blico. #2. El acusado no estaá obligado a confesar el delito, ni
puede pedíársele juramento.

Capítulo III De la acción para la reparación de daños


1729 # 1. La parte perjudicada puede ofrecer en el mismo juicio penal la accioá n contenciosa para la reparacioá n de los danñ os
que se le hayan causado por el delito a tenor del can. 1596. #2. La intervencioá n del perjudicado, de la que se trata en el # 1, no
se admite ya si no ha sido hecha en el primer grado del juicio penal. # 3. Pero en una causa por danñ os, la apelacioá n se hace a
tenor de los caá ns. 1628 - 1640, aunque la apelacioá n no pudiera hacerse en el juicio penal; pero si se plantean ambas
apelaciones, aunque sea por partes distintas se haraá un uá nico juicio de apelacioá n, salvo lo prescripto en el can. 1730.
1730 # 1. Para evitar excesivas demoras del juicio penal, el juez puede diferir el juicio sobre danñ os hasta que haya pronunciado
sentencia definitiva en el juicio penal. # 2. El juez que haya obrado de este modo debe juzgar acerca de los danñ os despueá s de
haber dictado sentencia en el juicio penal, aunque este juicio todavíáa esteá pendiente por haberse planteado una impugnacioá n, o
el reo haya sido absuelto por un motivo que no exima de la obligacioá n de reparar los danñ os.
1731. Aunque haya pasado a cosa juzgada, la sentencia dictada en el juicio penal de ninguá n modo constituye derecho respecto
de la parte perjudicada, a no ser que eá sta hubiera intervenido a tenor del can. 1729.
. . . . . . . . . . . . . . PARTE V
Del procedimiento en los recursos administrativos y en la remocioá n por el traslado de los paá rrocos
SECCION I: Del recurso contra los decretos administrativos
1732. Lo que se establece en los caá nones de esta seccioá n sobre los decretos, ha de aplicarse tambieá n a todos los actos
administrativos singulares que se dan en el fuero externo extrajudicial, exceptuados aquellos que realiza el mismo Romano
Pontíáfice o el propio Concilio Ecumeá nico.
1733. #1. Es muy de desear que, cuando alguien se considere perjudicado por un decreto, se evite el conflicto entre el mismo y
el autor del decreto, y que se procure buscar de comuá n acuerdo una solucioá n equitativa, acudiendo eventualmente incluso a la
mediacioá n y al esfuerzo de personas serias de tal manera que, mediante un meá todo adecuado, la controversia se evite o se
dirima. #2. La Conferencia Episcopal puede establecer que en cada dioá cesis se cree un departamento o consejo constituido
establemente, el cual tenga como funcioá n, seguá n las normas que estableceraá la misma Conferencia, buscar y sugerir soluciones
equitativas; si la Conferencia no lo manda, el Obispo puede constituir tal consejo o departamento. #3. El departamento o
consejo de que se trata en el # 2, colabora principalmente cuando se pide la revocacioá n de un decreto a tenor del can. 1734 y
no se han agotado los plazos para recurrir; en cambio, si ya se ha planteado recurso contra el decreto, el mismo Superior que
conoce en el recurso exhortaraá al recurrente y al autor del decreto para que busquen aquellas soluciones, siempre que perciba
alguna esperanza de buen eá xito.
1734. #1. Antes de que alguien plantee un recurso, debe pedir la revocacioá n del decreto o su enmienda por escrito al mismo
autor; una vez planteada la peticioá n, se considera pedida por el mismo tambieá n la suspensioá n de la ejecucioá n. #2. La peticioá n
debe hacerse dentro del plazo perentorio de diez díáas uá tiles desde la intimacioá n legíátima del decreto. #3. Las normas de los ##
1 y 2 no valen:
1º. para plantear recurso al Obispo contra decretos dados por autoridades a eá l sujetas;
2º. para plantear recurso contra el decreto por el cual se decide un recurso jeraá rquico, a no ser que dicha decisioá n haya sido
dada por el Obispo;
3º. para plantear recursos a tenor de los caá ns. 57 y 1735.
1735. Si dentro de los treinta díáas desde que el autor del decreto recibioá la peticioá n mencionada en el can. 1734, el mismo
intima un nuevo decreto mediante el cual o bien corrige el anterior o bien decide que la peticioá n debe ser rechazada, los plazos
para recurrir corren desde la intimacioá n del nuevo decreto; pero si dentro de los treinta díáas no decide nada, el plazo corre
desde el díáa trigeá simo.
1736. #1. En aquellas materias en las cuales el recurso jeraá rquico suspende la ejecucioá n de un decreto, lo mismo produce
tambieá n la peticioá n de que se trata en el can. 1734. #2. En los demaá s casos, a menos que dentro de los diez díáas de recibida la
peticioá n del can. 1734, el autor del decreto decida que la ejecucioá n del mismo debe suspenderse, puede pedirse mientras tanto
esa suspensioá n a su Superior jeraá rquico, el cual puede decretarla soá lo por causas graves y cuidando siempre de que no sufra
detrimento el bien de las almas. #3. Una vez suspendida la ejecucioá n del decreto a tenor del # 2, si despueá s se plantea el
recurso, quien debe entender en eá l debe, a tenor del can. 1737, # 3, decidir si la suspensioá n debe ser confirmada o revocada.
#4. Si no se plantea recurso alguno contra el decreto dentro del plazo establecido, cesa por eso mismo la suspensioá n de la
ejecucioá n, efectuada provisionalmente a tenor de los ## 1 oá 2.
1737. #1. Quien se considera perjudicado por un decreto, puede recurrir al Superior jeraá rquico de quien dictoá el decreto por
cualquier motivo justo; el recurso puede ser planteado ante el mismo autor del decreto, quien inmediatamente debe
transmitirlo al competente Superior jeraá rquico. #2. El recurso debe plantearse dentro del plazo perentorio de quince díáas
uá tiles que, en los casos del can. 1734, # 3, corren desde el díáa en que el decreto ha sido intimado, y en los demaá s casos, en
cambio, a tenor del can. 1735. #3. Aun en los casos en que el recurso no suspenda en virtud del mismo derecho la ejecucioá n del
decreto, ni se haya decretado la suspensioá n a tenor del can. 1736, # 2, puede el Superior, sin embargo, por causa grave mandar
que se suspenda la ejecucioá n, cuidando sin embargo que la salvacioá n de las almas no sufra por ello detrimento alguno.
1738. El recurrente siempre tiene derecho de emplear un abogado o procurador evitando demoras inuá tiles; maá s auá n, se
nombraraá en cambio un patrono de oficio, si el recurrente carece de patrono y el Superior lo considera necesario; no obstante,
el Superior siempre puede mandar que el mismo recurrente comparezca para ser interrogado.
1739. Seguá n lo requiera el caso, el Superior que entiende en el recurso puede no soá lo confirmar el decreto o declararlo nulo,
sino tambieá n rescindirlo, revocarlo, o, si el Superior lo considera maá s conveniente, corregirlo, subrogarlo u abrogarlo.

SECCION II. Del procedimiento para la remoción de los párrocos o su traslado

Capítulo I: Del modo de proceder en la remoción de los párrocos


1740. Cuando el ministerio de alguá n paá rroco por alguna causa, incluso sin culpa grave del mismo, resulta perjudicial o al
menos ineficaz, eá ste puede ser removido de la parroquia por el Obispo diocesano.
1741. Las causas por las cuales el paá rroco puede ser legíátimamente removido de su parroquia son principalmente las
siguientes:
1º. un modo de actuar que produzca grave detrimento o perturbacioá n a la comunioá n eclesiaá stica;
2º la impericia o una enfermedad permanente mental o corporal, que hagan al paá rroco incapaz de desempenñ ar uá tilmente sus
funciones;
3º. la peá rdida de la buena fama ante feligreses probos y serios o la aversioá n contra el paá rroco, si se preveá que no cesaraá n en
breve;
4º. la grave negligencia o transgresioá n de las obligaciones parroquiales que persista despueá s de una amonestacioá n;
5º la mala administracioá n de los bienes temporales con grave danñ o de la Iglesia, siempre que no pueda darse otro remedio a
este mal.
1742. #1. Si por la instruccioá n realizada, constase que existe una de las causas de las que se trata en el can. 1740, el Obispo
discutiraá el asunto con dos paá rrocos del grupo elegido establemente para esta funcioá n por el consejo presbiteral, a propuesta
del Obispo; si a raíáz de aquello juzga que debe llegarse a la remocioá n, indicando para la validez el motivo y las razones
aconsejaraá paternalmente al paá rroco que en el plazo de quince díáas renuncie. #2. Para los paá rrocos que son miembros de un
instituto religioso o de una sociedad de vida apostoá lica, se observaraá lo prescripto en el can. 682, # 2.
1743. El paá rroco puede renunciar, no soá lo pura y simplemente, sino tambieá n bajo condicioá n, con tal de que eá sta pueda ser
aceptada legíátimamente por el Obispo y de hecho la acepte.
1744. #1. Si dentro de los díáas establecidos el paá rroco no responde, el Obispo reiteraraá la invitacioá n prorrogando el plazo uá til
para responder. #2. Si al Obispo le consta que el paá rroco recibioá la segunda invitacioá n, pero que no respondioá a pesar de no
estar afectado por impedimento alguno, o bien si el paá rroco rehuá sa renunciar sin aducir motivo alguno, el Obispo dictaraá el
decreto de remocioá n.
1745. Si en cambio el paá rroco impugna el motivo aducido y sus razones, alegando motivos que el Obispo considera
insuficientes, eá ste, para actuar vaá lidamente:
1º. lo invitaraá a que, una vez examinados los autos, reuá na sus impugnaciones en un informe escrito, maá s auá n a que presente sus
pruebas en contrario, si las tiene;
2º. despueá s, terminada, si es necesario, la instruccioá n, sopesaraá el asunto junto con los paá rrocos a que se refiere el can. 1742, #
1, a menos que, por imposibilidad de eá stos deba designar otros;
3º. finalmente estableceraá si el paá rroco debe ser removido o no, y daraá inmediatamente el decreto sobre el asunto.
1746. Una vez removido en paá rroco, el Obispo lo asistiraá sea mediante la asignacioá n de otro oficio, si es idoá neo para eá sto, sea
mediante una pensioá n, seguá n sea el caso y lo permitan las circunstancias.
1747. #1. El paá rroco removido debe abstenerse de ejercer la funcioá n de paá rroco, cuanto antes dejar libre la casa parroquial, y
entregar todo lo perteneciente a la parroquia a aqueá l a quien el Obispo haya encomendado la parroquia. #2. Si en cambio se
trata de un enfermo, que no pueda ser trasladado de la casa parroquial a otra sin dificultad, el Obispo le dejaraá su uso, incluso
exclusivo, mientras dure dicha necesidad. #3. Mientras esteá pendiente el recurso contra el decreto de remocioá n, el Obispo no
puede nombrar un nuevo paá rroco, sino que proveeraá entretanto por medio de un Administrador parroquial.

Capítulo II: Del modo de proceder en el traslado de los párrocos


1748. Cuando el bien de las almas o la necesidad o la utilidad de la Iglesia pida que un paá rroco sea trasladado de la parroquia
que rige convenientemente a otra parroquia o a otro oficio, el Obispo le propondraá por escrito el traslado, y le aconsejaraá que
acceda por amor a Dios y a las almas.
1749. Si el paá rroco no quiere acceder al consejo y exhortaciones del Obispo, expondraá sus razones por escrito.
1750. Si a pesar de los motivos alegados, el Obispo juzga que no debe apartarse de su decisioá n, con dos paá rrocos elegidos a
tenor del can. 1742, # 1, sopesaraá las razones que favorecen el traslado o lo obstaculizan; si a raíáz de ello, considera que debe
realizarse el traslado, reiteraraá al paá rroco las exhortaciones paternales.
1751. #1. Realizado esto, si todavíáa el paá rroco rehuá sa y el Obispo piensa que debe hacerse el traslado, eá ste haraá el decreto de
traslado, estableciendo que la parroquia quedaraá vacante una vez transcurrido un determinado plazo. #2. Transcurrido
inuá tilmente ese plazo, declararaá vacante la parroquia.
1752. En las causas de traslado se aplicaraá n las prescripciones del can. 1747, guardando la equidad canoá nica y teniendo en
cuenta la salvacioá n de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia.
3|bLegCom

LEGISLACION COMPLEMENTARIA ARGENTINA


INTRODUCCION
El Coá digo de Derecho Canoá nico de 1983 da un notable espacio al derecho particular. En el Decreto Christus Dominus del
Concilio Vaticano II, se dan las razones teoloá gicas que explican la importancia de las Iglesias particulares en la edificacioá n de la
uá nica Iglesia de Cristo, y esto tiene su reflejo en el Derecho.
El nuevo Coá digo distingue claramente entre los Decretos Generales legislativos -que son propiamente leyes (can. 29)- y los
Decretos Generales administrativos o ejecutivos (can. 31). Los primeros soá lo se diferencian de las leyes, en que tratan asuntos
de importancia menor o relacionados con una determinada comunidad, por eso pueden tener una vida maá s breve y son maá s
faá cilmente revocables.
Entre estos Decretos Generales legislativos ocupan un lugar preeminente aquellos, que seguá n el mismo Coá digo (can. 455 ## 1 y
2), son competencia de las Conferencias Episcopales.
Una carta del Cardenal Secretario de Estado del 8 de noviembre de 1983 senñ alaba aquellos caá nones del Coá digo, seguá n los
cuales las Conferencias Episcopales deben o pueden emanar normas complementarias, solicitando a las Conferencias que
emprendieran cuanto antes esta actividad legislativa complementaria.
La Conferencia Episcopal Argentina viene trabajando intensamente desde hace anñ os, con la ayuda de un Consejo de Asuntos
Juríádicos y contando con aportes o recomendaciones, tanto de otros organismos de la Conferencia como de la Santa Sede. Se ha
llegado asíá a completar un total de 42 Decretos Generales, debidamente reconocidos por la Sede Apostoá lica y ya promulgados;
a ellos deben agregarse dos Resoluciones de la Conferencia Episcopal Argentina, referentes a otros dos caá nones.
Este rico cuerpo legislativo para la Argentina contiene normas relativas a ministerios laicales, diaconado permanente,
presbiterado, laicado, diversos organismos de la Iglesia, registros parroquiales, educacioá n religiosa, catecumenado,
ecumenismo, sacramentos del bautismo, confirmacioá n, penitencia y matrimonio, lugares sagrados, díáas de fiesta, ayuno y
abstinencia, asuntos patrimoniales y diversas materias procesales.
Para facilitar la consulta y aplicacioá n de la legislacioá n complementaria, se ha preparado un completo y detallado íándice
temaá tico.
Soá lo faltan al presente las normas complementarias de dos caá nones del Coá digo de Derecho Canoá nico, relativas a formacioá n en
seminarios (las actuales caducaron en 1990), y sostenimiento del culto. Sobre estas materias el Secretariado General de la
Conferencia Episcopal Argentina sigue impulsando los trabajos necesarios.
Al ofrecer el resultado de este esfuerzo legislativo realizado, para bien de la Iglesia en la Argentina, en la que vive la Iglesia
universal, la Conferencia Episcopal Argentina confíáa estar brindando al Pueblo de Dios un servicio valioso, ordenado en uá ltimo
teá rmino a “la salvacioá n de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia” (can. 1752).
1. can. 230 # 1: Edad y condiciones de los aspirantes a los ministerios
de lector y acoá lito
Conforme al canon 230 # 1, la Conferencia Episcopal Argentina decreta:
Art. 1:. Corresponde al candidato que es llamado para la institucioá n del ministerio estable de lector o acoá lito:
1. Haber recibido los sacramentos del bautismo y de la confirmacioá n.
2. Tener la debida madurez humana y espiritual, y haber cumplido veintiuá n anñ os de edad. Si es casado debe haber celebrado el
matrimonio por la Iglesia, presentar el certificado correspondiente y tener el consentimiento de su esposa.
3. Poseer una fe íántegra y adhesioá n firme a la Iglesia, tener recta intencioá n y costumbres intachables y gozar de buena fama.
Tambieá n ha de contar con las cualidades necesarias para ejercer el ministerio eficazmente, y servir a Dios y a los fieles.
Asimismo debe manifestar el deseo de perfeccionarse cada díáa en las virtudes humanas y sobrenaturales, por el estudio y
meditacioá n de las sagradas Escrituras, el ardiente amor a la Eucaristíáa y la piedad filial a la Madre de Dios; asíá como tambieá n
por el conocimiento de la misioá n que la Iglesia le confíáa.
4. Ser presentado por el paá rroco o por el sacerdote que lo conozca y lo crea apto para el ministerio.
5. Haber alcanzado una adecuada preparacioá n espiritual, doctrinal, pastoral y lituá rgica para el ejercicio del ministerio de lector
o acoá lito, asíá como la suficiente idoneidad; y obtener la correspondiente aprobacioá n, seguá n las normas establecidas por el
Obispo diocesano.
6. Finalmente hacer una peticioá n escrita con su propia mano y firmada, en la que manifieste que pide libremente el ministerio,
y que tiene conciencia de la misioá n que se le encomienda.
En dicha peticioá n se debe comprometer a ejercer el ministerio que va a recibir seguá n las disposiciones del Obispo diocesano.
Art. 2:. Corresponde al Obispo diocesano :
1. Determinar en su dioá cesis, las disposiciones que regulen la preparacioá n doctrinal, espiritual, pastoral y lituá rgica de los
candidatos a recibir los ministerios.
2. Verificado el cumplimiento de las condiciones establecidas, el Obispo diocesano podraá llamar y aceptar al candidato para el
ministerio de lector o acoá lito respectivamente.
Art. 3:. Formacioá n de los candidatos.
Los candidatos seraá n preparados mediante un curso que, en lo posible seraá asumido por una Escuela o Instituto para los
ministerios, en el cual se ha de brindar la formacioá n correspondiente, conforme a lo expresado en el artíáculo 2, 1.
Art. 4:. Ejercicio de los ministerios.
1. El Obispo diocesano determinaraá el aá mbito propio para el ejercicio del ministerio de lector y acoá lito y la autoridad inmediata
de quien depende el ministerio.
2. Para el ejercicio habitual de un lector o acoá lito fuera de la dioá cesis donde ha sido instituido, se requiere la presentacioá n del
Ordinario propio, y la autorizacioá n del Ordinario de ese lugar.
3. Para recibir el ministerio de acoá lito, el lector ejercitaraá su ministerio por un tiempo conveniente, a juicio del Obispo.
Art. 5:. Inscripcioá n del ministerio.
Despueá s de la institucioá n de cada ministerio, debe anotarse en un libro especial que se ha de guardar en la curia diocesana, el
nombre del ministro, el ministerio conferido, y el celebrante de ese sagrado rito. Asimismo, se consignaraá el díáa y el lugar de la
celebracioá n.
Junto con este libro se conservaraá n los otros documentos, conforme al artíáculo 1º, 1,4 y 6.
Aprobado 58a AP (1989)
Reconocido 2 diciembre 1989
Promulgado 6 marzo 1990
2. can. 236: Normas para la formacioá n de los aspirantes al diaconado permanente
Conforme al canon 236, la Conferencia Episcopal Argentina decreta:
Art. 1:. Tiempo y lugar de la formacioá n.
1. En cada dioá cesis o regioá n pastoral se erigiraá un Instituto para la formacioá n espiritual, doctrinal y pastoral de los candidatos
al diaconado permanente, que los Obispos juzguen necesarios o convenientes para la labor pastoral de su jurisdiccioá n.
2. El joven que desea llegar al diaconado para dedicarse al servicio de la Iglesia en la observancia del celibato, recibiraá la
conveniente formacioá n espiritual, doctrinal, lituá rgica y pastoral en este Instituto, seguá n el Plan aprobado por la CEA, y
permaneceraá en eá l por un lapso de tres anñ os.
3. El hombre de edad madura, tanto casado como ceá libe seraá preparado mediante cursos teoá rico-praá cticos dirigidos por el
mismo Instituto, siguiendo los lineamientos del mencionado plan de formacioá n, por el tiempo de tres anñ os al menos y
atendiendo particularmente a una buena maduracioá n espiritual, doctrinal y pastoral. Este candidato que por lo general residiraá
fuera del Instituto, seraá encomendado por el Obispo a un sacerdote idoá neo que cuide diligentemente de su formacioá n.
Art. 2:. Formacioá n espiritual.
1. Mediante la formacioá n espiritual el candidato se capacitaraá para ejercer con provecho el ministerio pastoral y se persuadiraá
de que eá ste, desempenñ ado con fe y viva caridad contribuye a su propia santificacioá n. Cultivaraá aquellas virtudes humanas y
sobrenaturales, necesarias para quien dedica su vida al servicio de la comunidad diocesana.
2. Se lo debe formar de modo que lleno de amor a Cristo y a su Iglesia, esteá unido al Romano Pontíáfice y al propio Obispo como
fiel cooperador, trabajando con sus hermanos en el ministerio seguá n los diversos oá rdenes.
3. La celebracioá n eucaríástica seraá el centro de toda la vida del candidato, de modo que en esta fuente reciba las fuerzas
necesarias para el trabajo apostoá lico y para su vida espiritual. Asimismo, ha de ser formado para la celebracioá n de la Liturgia
de las Horas, particularmente laudes y víásperas, dado que a su rezo estaraá obligado como diaá cono permanente (Decreto CEA,
promulgado 19.III.86). Se fomentaraá el culto a la SS. Virgen Maríáa, el rezo del Santo Rosario, la oracioá n mental y las demaá s
praá cticas de piedad con que el candidato adquiere el espíáritu de oracioá n y fortaleza en su vocacioá n.
4. El aspirante acudiraá frecuentemente al sacramento de la penitencia y elegiraá su propio director espiritual. Cada anñ o haraá los
ejercicios espirituales. A lo largo del anñ o escolar se fomentaraá n las convivencias perioá dicas, los encuentros de oracioá n, retiros
espirituales, etc.
5. El joven que se prepara para el diaconado permanente vivido en el celibato, recibiraá una preparacioá n adecuada para
observar el estado que elige, aprendiendo a tenerlo en gran estima como un don especial de Dios. Se le haraá n conocer las
obligaciones y cargas propias del ministerio sagrado que va a ejercer, sin ocultar las dificultades que lleva consigo esta eleccioá n.
Art. 3:. La formacioá n intelectual.
1. La formacioá n doctrinal que recibiraá el candidato al diaconado ha de comprender un amplio y soá lido conocimiento de las
disciplinas sagradas, teniendo en cuenta la cultura general adecuada a las necesidades del tiempo y del lugar.
2. La formacioá n teoloá gica, a la luz de la fe y bajo la guíáa de la Iglesia se ha de dar de manera que el candidato conozca toda la
doctrina catoá lica, la haga alimento de su propia vida espiritual y la sepa comunicar y defender en el ejercicio del ministerio.
3. Se pondraá especial diligencia en formar al aspirante en la sagrada Escritura, de modo que adquiera una visioá n profunda y
completa de ella. El estudio de la teologíáa dogmaá tica y moral se fundaraá en la Palabra de Dios escrita, en la Tradicioá n, asíá como
en el Magisterio de la Iglesia, de manera que el candidato conozca en profundidad los misterios de la salvacioá n.
4. El candidato recibiraá ademaá s una preparacioá n adecuada a su ministerio en teologíáa pastoral, derecho canoá nico e historia
eclesiaá stica. Toda la formacioá n doctrinal, como tambieá n la especíáficamente pastoral (cfr.Art. 4), estaraá regulada en detalle por
el Plan general de estudios que dictaraá la Conferencia Episcopal (ver anexo a este Decreto).
Art. 4:. La formacioá n pastoral.
1. El candidato al diaconado permanente ha de tener conciencia de la necesidad de una formacioá n constante y
permanentemente adecuada a los lugares y tiempos en que ejerceraá su ministerio. Ha de procurar que las verdades aprendidas
alimenten su vida personal y la tarea pastoral.
2. Si bien toda la formacioá n ha de tener una finalidad pastoral, se debe dar una instruccioá n especíáfica para que atendiendo a las
necesidades del lugar y del tiempo, el candidato aprenda los meá todos propios del servicio al Pueblo de Dios como corresponde
a los diaá conos. A traveá s de ejercicios teoá rico-praá cticos se lo instruiraá en la homileá tica y en la catequeá tica. Aprenderaá tambieá n
todo lo que corresponde al diaá cono en el culto divino y en la administracioá n de los sacramentos. Se lo capacitaraá asimismo para
aquellas tareas administrativas que en la Iglesia suelen encomendarse a los diaá conos.
Art. 5:. Gobierno del Instituto.
1. El Instituto seraá regido por un cleá rigo con el tíátulo de Director, nombrado por el Obispo diocesano o por el grupo de Obispos
que corresponda si se trata de un Instituto interdiocesano.
2. El Director de acuerdo con el Plan trazado por la Conferencia Episcopal, orienta y dirige todas las actividades del Instituto y
lo representa dentro y fuera de la dioá cesis.
3. En sus funciones es asistido por un Consejo de direccioá n, integrado por los responsables de las aá reas de formacioá n,
nombrados de la misma forma que el Director (Art. 5, 1).
4. . El Director organiza el anñ o lectivo y coordina la tarea con los profesores promoviendo reuniones de programacioá n y
evaluacioá n.
5. El Director presenta al Obispo los candidatos idoá neos para recibir el diaconado, luego de una evaluacioá n completa que
realiza junto con el Consejo de direccioá n, y con el sacerdote a quien fue encomendado, cuando sea el caso previsto en elArt. 1,3.
Aprobado 58a AP (1989)
Reconocido 2 diciembre 1989
Promulgado 6 marzo 1990

ANEXO: Programa provisorio para la formación de diáconos permanentes


AÑO I
Sagradas Escrituras I . 40 Hs. (30 teoá ricas y 10 praá cticas)
Antiguo Testamento
Teologíáa I . 40 Hs. (30 T. y 10 P.)
Revelacioá n - Fe
Historia de la Iglesia I . 10 Hs.
Liturgia I . 20 Hs. (10 T. y 10 P.)
Liturgia general
Religiosidad popular
Pastoral I . 30 Hs. (20 T. y 10 P.)
Evangelizacioá n
Moral I . 20 Hs.
Moral general

AÑO II
Sagradas Escrituras II . 40 Hs. (30 T. y 10 P.)
Nuevo Testamento
Teologíáa II . 40 Hs. (30 T. y 10 P.)
Misterio de Dios
Cristologíáa
Escatologíáa
Historia de la Iglesia II . 10 Hs.
Liturgia II . 20 Hs. (10 T. y 10 P.)
Homileá tica
Pastoral II . 30 Hs. (20 T. y 10 P.)
Catequesis
Moral II . 20 Hs.
Moral particular
Derecho Canoá nico . 30 Hs. (20 T. y 10 P.)

AÑO III
Sagradas Escrituras III . 40 Hs. (30 T. y 10 P.)
Nuevo Testamento
Teologíáa III . 40 Hs. (30 T. y 10 P.)
Eclesiologíáa
Sacramentos
Mariologíáa
Historia de la Iglesia III . 10 Hs.
Liturgia III . 20 Hs. (10 T. y 10 P.)
Liturgia sacramental
Pastoral III . 30 Hs. (20 T. y 10 P.)
Pastoral especializada
Moral III . 20 Hs.
Moral social
Ensenñ anza social de la Iglesia
Teologíáa Espiritual . 30 Hs.
3. can. 276 # 2,3: Horas lituá rgicas que deben rezar los diaá conos permanentes.
Los diaá conos permanentes tendraá n obligacioá n de rezar laudes y víásperas de la Liturgia de las Horas, conforme al canon 276 #
2,3º.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
4. can. 284: Traje eclesiaá stico
Usen los sacerdotes clergyman o sotana, como signo distintivo de ser un consagrado a un ministerio en la Iglesia.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
5. can. 377 # 2: Lista de presbíáteros candidatos al episcopado
Las listas de proponendis seraá n elaboradas por provincias eclesiaá sticas, una vez al anñ o, conforme al canon 377 # 2.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
6. can. 496: Normas para los estatutos de los Consejos presbiterales
De acuerdo con el canon 496 la Conferencia Episcopal Argentina decreta:
Art. 1:. Cada dioá cesis redactaraá los estatutos del Consejo presbiteral teniendo en cuenta su naturaleza y sus fines a la luz de los
cans. 495 - 502 del Coá digo de Derecho Canoá nico y sus principales fuentes (LG 28; CD 27, 28; PO 7, 8 y DPME 203).
Art. 2:. De acuerdo con las prescripciones del derecho, (cfr. can.497), el estatuto debe determinar cuaá ntos son los miembros
designados por el Obispo y quieá nes son los miembros natos que en razoá n de su oficio participan en el Consejo. Entre los
miembros natos pueden figurar el Vicario o Vicarios generales, el Vicario o Vicarios episcopales, el Rector del seminario; los
Delegados episcopales o Directores de aá reas pastorales, el Deaá n del cabildo catedralicio o un representante del mismo, el
Presidente o un sacerdote de la junta o consejo diocesano de religiosos y el ecoá nomo diocesano o un miembro sacerdote del
Consejo de Asuntos Econoá micos, a condicioá n de que se respete la norma del canon 497 # 1, que exige que aproximadamente la
mitad de los miembros sea de libre eleccioá n.
Art. 3:. El estatuto estableceraá el modo de elegir al secretario y a otras autoridades internas, si fuere necesario, el tiempo que
duran en sus cargos y las funciones que ejercen especíáficamente. De ordinario corresponderaá al secretario, con el
consentimiento del Obispo, la organizacioá n del trabajo, la confeccioá n del orden del díáa, las comunicaciones y la convocatoria,
que se haraá siempre con la debida antelacioá n.
Art. 4:. El estatuto contemplaraá la posibilidad de solicitar la colaboracioá n de peritos ajenos al consejo para que lo asesoren e
informen en casos particulares.
Art. 5:. El estatuto podraá establecer el modo que deberaá emplearse para que un miembro o grupo de miembros del Consejo o
del presbiterio presenten los temas o sugerencias que se estimaran de intereá s para el trabajo pastoral o para el bien del
presbiterio diocesano.
Art. 6:. Es conveniente que el estatuto determine las normas necesarias para regular las relaciones del Consejo presbiteral con
otros organismos de estudio, consulta y gobierno de la dioá cesis en los cuales haya miembros presbíáteros.
Aprobado 59a AP (1990)
Reconocido 16 febrero 1991
Promulgado 12 marzo 1991
7. can. 502 # 3: Colegio de consultores y cabildo catedralicio
Queda firme lo prescrito en el canon 502 # 3, ejerciendo por lo mismo los Colegios de consultores plenamente las funciones
que les acuerda el derecho.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
8. can. 522: Nombramiento de paá rrocos “ad tempus”
El paá rroco gozaraá de estabilidad, y, por tanto, conforme al canon 522 seraá nombrado por tiempo indefinido. Sin embargo, por
este decreto la Conferencia Episcopal Argentina establece para los casos en que por razones pastorales se juzgue necesario
nombrarlos soá lo por un tiempo, el períáodo de seis anñ os, renovable por iguales lapsos.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
9. can. 535 # 1: Particulares libros parroquiales
Art. 1:. Ademaá s de los libros senñ alados como obligatorios por el canon 535 # 1, se dispone que en cada parroquia se lleve un
libro de confirmaciones en el que han de inscribirse los nombres de los confirmados en su jurisdiccioá n, “dejando constancia del
ministro, de los padres y padrinos, y del lugar y díáa de la administracioá n del sacramento” (can. 895).
Art. 2:. Una vez realizada y anotada la confirmacioá n en el libro parroquial deberaá comunicarse “al paá rroco del lugar del
bautismo, para que se haga la anotacioá n en el libro de bautismos a tenor del can. 535, 2”, seguá n lo prescripto por el can. 895.
Cuando la notificacioá n tenga que enviarse a otra dioá cesis, se haraá a traveá s de la propia curia diocesana.
Art. 3:. Se recomienda que en cada parroquia se lleve un libro de enfermos, en el que ha de constar el nombre, el domicilio, las
visitas y los sacramentos recibidos.
Art. 4:. Se dispone que cada parroquia lleve un libro inventario de los bienes parroquiales muebles e inmuebles, y de los
objetos del patrimonio cultural y religioso, en el que se anotaraá n tanto las adquisiciones como las peá rdidas y las enajenaciones
de los mismos. Una copia actualizada de este inventario deberaá enviarse a la curia diocesana de acuerdo a lo prescripto en el
can. 1283, 2-3, con la periodicidad que determine el Obispo diocesano.
Art. 5:. En cada parroquia se llevaraá un libro de entradas y salidas, de acuerdo a las normas establecidas por el Obispo
diocesano , a tenor del can. 537.
Aprobado 57a AP (1988)
Reconocido 3 febrero 1989
Promulgado 13 marzo 1989
10. can. 538 # 3: Sostenimiento de los paá rrocos renunciantes por edad
Conforme al canon 538 # 3, la Conferencia Episcopal Argentina decreta:
Art. 1:. El Obispo diocesano tiene la obligacioá n de asegurar la honesta sustentacioá n y la vivienda digna y conveniente al paá rroco
que haya cumplido 75 anñ os y renuncie a su oficio; para ello tendraá en cuenta tambieá n el aporte de previsioá n social (FIDES)1 u
otra jubilacioá n, o los ingresos, o los medios personales o familiares, que tenga el presbíátero renunciante, asíá como las tareas
ministeriales que eventualmente continuá e realizando.
Art. 2:. Es conveniente crear en cada dioá cesis un fondo destinado a estas necesidades de vivienda y sustentacioá n, como tambieá n
cuidar con particular esmero todo lo referente a la asistencia social (mutual) de los ya renunciantes, a tenor del canon 281, 2.
Aprobado 58a AP (1989)
Reconocido 2 diciembre 1989
Promulgado 6 marzo 1990
11. can. 755 # 2: Normas praá cticas sobre ecumenismo
De acuerdo con las disposiciones del canon 755 # 2, la Conferencia Episcopal Argentina resuelve:
En tanto no se publique el nuevo Directorio de ecumenismo que prepara la Santa Sede no se dictaraá n normas praá cticas sobre el
tema.
Resolucioá n aprobada 59a AP (1990)
12. can. 766: Admisioá n de los laicos a predicar en iglesias u oratorios
Conforme al canon 766, la Conferencia Episcopal Argentina decreta:
Art. 1: . 1) Queda firme que la homilíáa es parte integrante de la Liturgia, y por lo mismo es misioá n propia y exclusiva del
ministro ordenado, de acuerdo al canon 767 # 1.
2) Cuando se den las circunstancias particulares previstas por el derecho canoá nico, los laicos que han de presidir, debidamente
autorizados, algunos ritos lituá rgicos (por ejemplo, los funerales, el matrimonio y el bautismo) podraá n predicar en la forma
indicada por el Obispo.
Art 2:. Para que los laicos puedan ser admitidos a predicar durante un cierto períáodo de tiempo, se requiere la aprobacioá n del
Obispo diocesano.
En casos particulares o de manera ocasional, el mismo Obispo diocesano determinaraá en el aá mbito de la dioá cesis las
condiciones seguá n las cuales el paá rroco puede autorizar la predicacioá n de los laicos.
Art 3:. Para que se pueda otorgar la aprobacioá n de que trata el art. 2, los laicos han de poseer principalmente las siguientes
condiciones personales: buena fama, testimonio de vida cristiana, haber recibido el sacramento de la confirmacioá n, fidelidad al
Magisterio de la Iglesia y adecuada preparacioá n doctrinal, como tambieá n cualidades apropiadas para hablar en puá blico.
En la medida que existan acoá litos, lectores o catequistas reconocidos por el Ordinario del lugar, es conveniente que se les confíáe
a ellos esta tarea.
Aprobado 62a AP (1991)
Reconocido 14 diciembre 1991
Promulgado 3 febrero 1992
13. can. 772 # 2: Exposicioá n de la doctrina cristiana por radio o televisioá n
Con respecto a lo dispuesto en el canon 772 # 2 del Coá digo de Derecho Canoá nico, la Conferencia Episcopal Argentina prescribe:
Art. 1:. Quedando firme lo establecido en el Decreto que regula el canon 831 # 2, tambieá n aquellas personas que no sean
cleá rigos ni miembros de institutos religiosos, para exponer la doctrina cristiana por radio o televisioá n de modo oficial, deberaá n
obtener la autorizacioá n del Ordinario del lugar donde tiene su sede la productora o la del Ordinario del lugar donde se
encuentran los estudios de las emisoras.
Art. 2:. Para obtener dicha autorizacioá n deberaá constar que reuá nen las siguientes cualidades personales: buena fama,
testimonio de vida cristiana, haber recibido el sacramento de la confirmacioá n, fidelidad al Magisterio de la Iglesia, adecuada
preparacioá n doctrinal, y tambieá n aptitudes para actuar en los medios audiovisuales.
Art. 3:. Por lo general los programas se deberaá n preparar previamente por escrito; y, en ellos, los puntos de doctrina cristiana
deberaá n ser expuestos de forma clara e íántegra, en un todo conformes con el Magisterio de la Iglesia y evitando toda
ambiguü edad o confusioá n.
Art. 4:. Es recomendable la utilizacioá n adecuada -sobre todo en televisioá n - del simbolismo expresivo, uniendo la palabra a la
imagen. Asimismo, se procuraraá presentar las verdades en una visioá n cristiana de toda la realidad, para que sean mejor
valoradas y vividas.
Art. 5:. En nuestro tiempo es particularmente necesaria la exposicioá n completa de la Doctrina Social de la Iglesia, desde la cual
podraá n iluminarse grandes temas como la paz, la justicia, la libertad, los derechos de la persona, la convivencia y la
reconciliacioá n entre personas y grupos sociales.
Aprobado 61a AP (1991)
Reconocido 15 junio 1991
Promulgado 5 julio 1991
14. can. 788 # 3: Estatutos sobre el catecumenado
Con referencia al canon 788 # 3 del Coá digo de Derecho Canoá nico acerca de los Estatutos que deberaá n regular el catecumenado,
la Conferencia Episcopal Argentina, decreta:
Durante la preparacioá n de los estatutos que han de determinar particularmente las obligaciones y prerrogativas de los
catecuá menos, y por un períáodo de tres anñ os, se observaraá n solamente las normas establecidas en el Coá digo de Derecho
Canoá nico sobre el catecumenado y el bautismo de adultos (cfr. en particular cans. 788; 789; 852; 857, 2; 865; 866, etc.), asíá
como las contenidas en el Ritual de la Iniciacioá n cristiana de adultos (cfr. Ritual Romano de los Sacramentos, CEA, 1987, paá g.
139-421) y tambieá n las normas emanadas por el respectivo Obispo diocesano (cfr. ibidem, paá g. 150, n. 20 y paá g. 165, n. 66).
Aprobado 59a AP (1990)
Reconocido 16 febrero 1991
Promulgado 12 marzo 1991
Vigencia hasta 12 marzo 1994
15. can. 804 # 1: Catequesis a traveá s de los medios de comunicacioá n social
Teniendo en cuenta las facultades acordadas en el canon 804 # 1 se resuelve, respecto a la catequesis a traveá s de los medios de
comunicacioá n social:
a) que compete a la Conferencia Episcopal Argentina:
- fijar las normas generales que regulen la vigilancia que la Iglesia debe ejercer sobre la utilizacioá n de medios de comunicacioá n
social en la catequesis y en la evangelizacioá n;
b) que compete al Obispo respectivo:
- conceder la licencia para conducir o producir programas de catequesis por los medios masivos (radio, televisioá n, revistas,
diarios);
c) que por las caracteríásticas de estos medios, salvo casos particulares, no se exigiraá una aprobacioá n especial teniendo en
cuenta para ello la idoneidad catequíástica del conductor y/o autor del programa y su contenido.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 16 septiembre 1986
Promulgado 8 diciembre 1988
Educacioá n religiosa catoá lica en las escuelas o a traveá s de los medios de comunicacioá n social
Con respecto a lo dispuesto en el canon 804 # 1 del Coá digo de Derecho Canoá nico, la Conferencia Episcopal Argentina completa
el Decreto promulgado el 8 de diciembre de 1988, con las siguientes normas generales:

Capítulo I: Sobre la formación y educación religiosa católica, impartidas en cualquier escuela


Art. 1:. En todas las escuelas catoá licas se debe impartir una educacioá n integral, fundamentada en los principios de la Fe catoá lica
seguá n el Magisterio de la Iglesia.
Art 2:. La ensenñ anza sistemaá tica de la religioá n seraá cristoceá ntrica y ocuparaá un lugar digno e importante entre las demaá s
asignaturas; debe desarrollarse seguá n un programa propio y aprobado por la CEA; buscando ademaá s uá tiles relaciones
interdisciplinarias con las demaá s materias para que el saber humano se integre y anime por el conocimiento religioso. En esta
ensenñ anza se buscaraá que los alumnos no soá lo adquieran principios teoá ricos sino la valoracioá n vital de los mismos y el
compromiso personal con ellos, empleando los mejores medios didaá cticos actuales.
Art . 3:. La educacioá n religiosa en las escuelas catoá licas se integraraá y completaraá con una visioá n cristiana de las realidades
socio-culturales del propio tiempo y espacio; procuraraá la formacioá n de personalidades con riqueza moral, unidad y fortaleza;
con sensibilidad evangeá lica, solidaridad y amor fraterno, especialmente hacia los maá s necesitados; y con adecuado
discernimiento de las diversas vocaciones -consagradas o laicales-, brindando para ello la correspondiente orientacioá n.
Art. 4:. La Educacioá n para el amor deberaá impartirse en íántima relacioá n con la familia y conforme con las orientaciones de la
Iglesia.
Art. 5:. Los docentes de la escuela catoá lica responsables de la educacioá n religiosa deberaá n ser nombrados o aprobados por el
Ordinario del lugar (cfr. can. 805) y poseer la adecuada preparacioá n, asíá como un sostenido compromiso de vida cristiana
ejemplar, y disposicioá n para la formacioá n permanente. Los docentes de las otras materias, ademaá s de lo indicado en el canon
803 # 2 del CDC, deberaá n poseer, tambieá n, en la medida posible, las cualidades antes indicadas.
Art. 6:. La escuela catoá lica se propondraá formar cristianamente toda la comunidad educativa, contribuyendo a la evangelizacioá n
y catequesis de las familias, especialmente para ayudarlas en la misioá n de ser las primeras educadoras de la fe de sus hijos.
Art. 7:. Se ha de procurar que en las escuelas no catoá licas se imparta formacioá n religiosa y moral, de acuerdo con la conciencia
de los padres (can. 799 del CDC). Cuando se brinde dicha ensenñ anza corresponderaá al Ordinario del lugar designar o aprobar
los profesores de religioá n catoá lica, asíá como supervisar los programas y la ensenñ anza concreta que se imparta. Cuando no se deá
esa formacioá n, el Ordinario del lugar y los paá rrocos procuraraá n con mayor razoá n ofrecer a los ninñ os y joá venes la educacioá n
cristiana adecuada, asíá como hacer tomar conciencia a las familias para que asuman su propia responsabilidad.
Art. 8:. 1. Ademaá s del Consejo Superior de Educacioá n Catoá lica de orden nacional, dependiente de la CEA, en cada dioá cesis
deberaá existir una Vicaríáa, Comisioá n o Secretariado de Educacioá n Catoá lica, al cual el Obispo diocesano encargaraá ejecutar esta
normas, asíá como supervisar todo lo relativo a la educacioá n catoá lica en la dioá cesis.
2. Es conveniente que oportunamente se elabore un Directorio Nacional de pastoral educativa. Este desarrollaraá las normas
generales precedentes; estableceraá las normas de una pastoral educativa integral; y determinaraá los organismos responsables
de la educacioá n catoá lica, su vinculacioá n con la respectiva Comisioá n Episcopal y su integracioá n a una pastoral de conjunto.

Capítulo II: Normas generales sobre la formación y educación religiosa católica cuando ella se imparta en
los medios de comunicación social
Art. 1:. Ademaá s de la responsabilidad de vigilancia que compete por derecho el Ordinario del lugar, la Conferencia Episcopal
Argentina propicia revalorizar y promover la pastoral de los medios de comunicacioá n social. Para tal fin la Comisioá n
correspondiente elaboraraá planes para la formacioá n de los agentes de esta pastoral. Para ello, podraá n crearse nuevas Escuelas
o Institutos de la Iglesia donde se imparta, junto a una soá lida formacioá n doctrinaria, la preparacioá n artíástica y teá cnica de nivel
adecuado.
Art. 2:. La Iglesia trataraá de multiplicar sus propios medios de comunicacioá n social, desde los maá s sencillos, hasta otros maá s
desarrollados, que se destaquen por su calidad y difusioá n.
Seraá necesario tambieá n alentar la produccioá n de programas y escritos, que puedan ser difundidos por diversos medios no
confesionales.
Art. 3:. Los comunicadores catoá licos se abstendraá n de intervenir en aquellos medios o programas que sean anticristianos o
inmorales.
Art. 4:. Los comunicadores catoá licos trataraá n de asociarse y procuraraá n la aprobacioá n de Coá digos de eá tica en los medios en que
habitualmente actuá en.
Ademaá s, colaboraraá n con diversas instituciones de la Iglesia para fomentar la vocacioá n de comunicadores cristianos y para
ofrecer a traveá s de los medios una visioá n e interpretacioá n cristiana de la realidad.
Art. 5. Los pastores en esta materia procuraraá n formar en los fieles un verdadero espíáritu críático frente a los medios de
comunicacioá n; y velaraá n del modo maá s conveniente para defender los valores humanos y cristianos en la comunidad.
Art. 6:. Conviene que oportunamente se elabore un Directorio nacional sobre la pastoral de los medios de comunicacioá n social
que desarrolle y complemente estas normas generales. En eá l se daraá n las debidas orientaciones para la formacioá n de los
seminaristas, para padres, educadores, joá venes y comunicadores catoá licos, como tambieá n para las relaciones con los hermanos
separados, de acuerdo con los documentos de la Iglesia. Este Directorio ha de determinar tambieá n los organismos diocesanos,
interdiocesanos y nacionales que deban cuidar de toda la pastoral de los medios de comunicacioá n social.
Aprobado 62a AP (1991)
Reconocido 14 diciembre 1991
Promulgado 3 febrero 1992
can. 831 # 2
17. Participacioá n de cleá rigos y religiosos en emisiones de radio o televisioá n
Conforme al canon 831 # 2:
a) para que los cleá rigos o miembros de Institutos religiosos tomen parte en programas de radio o televisioá n, en los que se trate
cuestiones referentes a doctrina catoá lica o a las costumbres, es necesario que esteá n autorizados por el Ordinario, en cuyo
territorio estaá instalada la estacioá n de radiodifusioá n.
b) para otorgar dicha autorizacioá n se requiere que quien la solicite posea:
a'- Licencias ministeriales, si se trata de cleá rigos.
b'- Aprobacioá n de su Superior local, para los miembros de Institutos religiosos.
c'- Competencia en los temas que se han de desarrollar.
d'- Aptitudes para actuar en los medios audiovisuales.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 16 septiembre 1986
Promulgado 8 diciembre 1988
18. can. 844 # 4:Administracioá n de sacramentos a cristianos no catoá licos
Con respecto a lo dispuesto en el canon 844 # 4 la Conferencia Episcopal establece que otros casos de necesidad grave en los
que se podraá administrar los sacramentos de la penitencia, Eucaristíáa y uncioá n de los enfermos a los cristianos no catoá licos,
con las condiciones determinadas en el mismo paraá grafo 4, son:
1- accidente o cataá strofe;
2- encarcelamiento o persecucioá n;
3- grave necesidad espiritual por migracioá n o diaá spora;
4- otros casos, de necesidad grave que determine el
Obispo diocesano.
Antes de administrar los mencionados sacramentos se pediraá , a ser posible, una profesioá n explíácita de la fe catoá lica respecto a
los mismos.
Aprobado 59a AP (1990)
Reconocido 15 junio 1991
Promulgado 5 julio 1991
19. can. 851, 1: Adaptacioá n del Ritual de Iniciacioá n cristiana de adultos
Con respecto a lo dispuesto por el canon 851 # 1, la Conferencia Episcopal Argentina decreta:
No realizar por el momento adaptaciones al Ritual de Iniciacioá n cristiana de adultos, ni dar normas peculiares al respecto.
Aprobado 59a AP (1990)
Reconocido 16 febrero 1991
Promulgado 12 marzo 1991
20. can. 854: Modo de administrar el bautismo
Con respecto a lo dispuesto en el canon 854, la Conferencia Episcopal Argentina establece que siguiendo la costumbre
extendida en nuestro paíás el bautismo se administraraá por infusioá n. Cuando las circunstancias pastorales aconsejen su
conveniencia podraá utilizarse el rito de inmersioá n, con la aprobacioá n del Obispo diocesano y observando las normas de
prudencia del caso.
Aprobado 58a AP (1989)
Reconocido 2 diciembre 1989
Promulgado 6 marzo 1990
21. can. 877 # 3
Inscripcioá n del bautismo de los hijos adoptivos
Conforme a las disposiciones del canon 877 # 3 del Coá digo de Derecho Canoá nico, la Conferencia Episcopal Argentina decreta:
Art. 1:. Solamente con la sentencia judicial de adopcioá n, se podraá registrar el bautismo de un hijo adoptivo, consignando los
nombres y apellidos que se le asignen en dicha sentencia.
Art. 2:. En el caso de adopcioá n plena, si, en conformidad con la sentencia judicial se conocieran los nombres de los padres
naturales, eá stos se registraraá n en un libro ad hoc, que se conservaraá en el Archivo secreto de la curia diocesana, y que seraá
consultado especialmente en el caso previsto por el Artíáculo 5. En el mencionado libro se indicaraá libro y folio del acta original
de bautismo; asimismo al margen de la referida acta de bautismo, se haraá una llamada a la anotacioá n reservada.
Art. 3:. Si la adopcioá n es simple, de acuerdo a la legislacioá n argentina vigente a la fecha, se podraá n consignar en nota marginal
los nombres de los padres naturales.
Art. 4:. El bautismo de un ninñ o, durante el períáodo de guarda o tenencia, no se registraraá con el apellido de los posibles o
probables padres adoptivos. En el caso que posteriormente se obtuviera la sentencia judicial de adopcioá n, se inscribiraá una
nueva partida, anulando la anterior, con la autorizacioá n del Ordinario del lugar, cumpliendo el artíáculo 1, 2 y 3.
Art. 5:. En el caso de matrimonio de un hijo adoptivo, se prestaraá especial atencioá n al posible víánculo de consanguinidad (cfr.
can. 1091, CDC ) o al parentesco legal originado en la adopcioá n (cfr. can. 1094, CDC ).
Aprobado 59a AP (1990)
Reconocido 16 febrero 1991
Promulgado 12 marzo 1991
22. can. 891: Edad para la confirmacioá n
En uso de las facultades reconocidas en el canon 891, se establece como edad para recibir el sacramento de la confirmacioá n la
comprendida desde 9 a alrededor de 12 anñ os, a no ser que por justa causa el Obispo respectivo decida otra cosa.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
23. can. 895: Libro parroquial para confirmaciones
[ Las normas de la Conferencia Episcopal Argentina sobre esta materia se incluyen en el Decreto General correspondiente al
canon 535 # 1.]
24. can. 964 # 2: Sede para oíár confesiones
Relativo a lo dispuesto por el canon 964 # 2 se aprueba:
a) el confesonario tradicional, provisto de rejilla;
b) dentro de la iglesia u oratorio se aconseja que se adecue un aula o sala de la reconciliacioá n, donde tambieá n exista la
posibilidad para el penitente de mantener el anonimato, si asíá lo desea, mediante una rejilla entre eá l y el confesor.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
25. can. 1031 # 3: Edad para el presbiterado y para el diaconado permanente
La edad para recibir el presbiterado o el diaconado permanente seraá la que fija el canon 1031 # 1 y 2.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
26. can. 1062 # 1: Promesa de matrimonio
En conformidad con el canon 1062 # 1, la Conferencia Episcopal Argentina decreta:
Art. 1:. No establecer un derecho particular sobre la promesa de matrimonio llamada esponsales, ya que en la Argentina tal
institucioá n no tiene vigencia.
Art. 2:. Sin embargo, cuando los novios soliciten una celebracioá n especial para invocar la bendicioá n de Dios en bien de su
noviazgo, y al ministro le conste la habilidad nupcial de los novios, se podraá realizar el rito de bendicioá n de acuerdo con la
foá rmula establecida en el Bendicional (cap. VI, nn. 197 - 216).
Art. 3:. Se prohíábe terminantemente todo tipo de bendicioá n a los divorciados con motivo de intentar nuevas uniones contra las
leyes de la Iglesia.
Aprobado 61a AP (1991)
Reconocido 15 junio 1991
Promulgado 5 julio 1991
27. can. 1067: Examen de los contrayentes y proclamas matrimoniales
*1. Toda la atencioá n pastoral en orden al matrimonio (cursillos, entrevistas, etc) y el “Expediente Matrimonial” o “Informacioá n
Matrimonial”, han de realizarse como acciones complementarias e inseparables. Soá lo en ambas tareas se cumple el
compromiso que tiene la comunidad cristiana, y sobre todo los pastores, de asistir a las futuras familias (cfr. CDC cans. 1063 -
1065 y 1066 en adelante). En consecuencia, el procedimiento juríádico llamado comuá nmente Expediente matrimonial, se ha de
insertar siempre en la entera accioá n pastoral de la Iglesia, de acuerdo con las normas siguientes.
2. Una de las partes del mencionado procedimiento, ya prescripta por el Coá digo, es el examen de los contrayentes (can. 1067),
que debe realizar el paá rroco a quien compete asistir al matrimonio de acuerdo al derecho. Dicho examen seraá hecho en forma
personal, tomando declaracioá n a los novios por separado y bajo juramento, acerca de las siguientes cuestiones:
- conocimiento de la naturaleza y fines del matrimonio, realidad creada elevada al orden sobrenatural
- capacidad y disposicioá n para prestar el consentimiento matrimonial con la perfeccioá n debida (ausencia de vicios del
consentimiento)
- aptitud para contraer (ausencia de impedimentos)
- actitud actual y personal de fe y formacioá n cristiana elemental.
Soá lo habiendo justa causa el paá rroco podraá autorizar al vicario parroquial, al diaá cono o a una persona idoá nea que cuente con
aprobacioá n del Obispo, para realizar este examen.
3. Ademaá s, para conocer mejor que nada obsta a la celebracioá n vaá lida y líácita del matrimonio, se dispone la publicacioá n de
proclamas, que contengan el nombre completo de los novios, y se realicen durante quince díáas, seguá n la costumbre de cada
lugar aprobada por el Obispo (cfr. can. 1067).
4. Con ideá ntico fin los novios presentaraá n a dos testigos, mayores de edad, que por el conocimiento que tienen de los
contrayentes puedan declarar bajo juramento, respondiendo a las cuestiones propuestas en el nuá mero 2, ante el sacerdote o
diaá cono.
5. Los novios presentaraá n certificado de bautismo, extendido en los uá ltimos seis meses anteriores a la celebracioá n del
matrimonio. Si el caso lo requiere, entregaraá n tambieá n certificado de defuncioá n del coá nyuge, constancia de nulidad del
matrimonio anterior, rescripto de dispensa, etc. No es suficiente la sentencia civil de ausencia con presuncioá n de fallecimiento
del coá nyuge, y en ese caso debe recurrirse al Ordinario del lugar.
6. Como norma general, la edad míánima para contraer líácitamente matrimonio canoá nico en la Argentina, es de 16 anñ os para la
mujer y 18 para el varoá n (cfr. cans. 1072 y 1083). El Ordinario del lugar puede autorizar el matrimonio antes de esa edad,
cumplidas las exigencias del derecho.
7. El matrimonio canoá nico seraá inscripto cuanto antes en el libro correspondiente de la parroquia donde fue celebrado, seguá n
el formulario prescripto por la Conferencia Episcopal (can. 1121 # 1), salvo las excepciones previstas en derecho, y tambieá n en
el libro de bautismo conforme al canon 1122 # 1.
8. En los casos de matrimonios mixtos, las declaraciones y promesas de la parte catoá lica mandadas en derecho (can. 1125), se
realizaraá n por escrito y ante el paá rroco. El contrayente no catoá lico seraá informado de la misma forma. Y cuando eá ste uá ltimo no
quisiera presentarse personalmente, el contrayente catoá lico dejaraá constancia del grave compromiso que adquiere de
informarlo (can. 1126).
9. En los matrimonios mixtos el Ordinario del lugar puede dispensar la forma canoá nica, cuando existan graves dificultades,
como la oposicioá n irreductible de la parte no catoá lica, la peá rdida de amistades muy arraigadas, graves problemas familiares del
contrayente no catoá lico, conflicto grave de conciencia, notable quebranto econoá mico, u otras similares a juicio del mismo
Ordinario; permaneciendo siempre necesaria para la validez alguna forma puá blica de celebracioá n, que podríáa ser: la
celebracioá n religiosa de la parte no catoá lica, la celebracioá n civil, o la presentacioá n ante escribano puá blico, siempre que estos
actos se realicen con intercambio de consentimiento matrimonial, ante dos testigos, y se deje constancia escrita (can. 1127 #
2).
10. La participacioá n conjunta del ministro catoá lico y de otro ministro de alguna iglesia cristiana requiere la autorizacioá n del
Ordinario del lugar, con quien se ha de acordar el modo de realizar la celebracioá n, observando lo prescripto en el can. 1127 # 3.
Aprobado 56a - 57a AP (1988)
Reconocido 12 noviembre 1988
Promulgado 8 diciembre 1988
28. can. 1083 # 2
Edad superior para la celebracioá n líácita del matrimonio
[ La edad superior para la celebracioá n líácita del matrimonio ha sido establecida por la Conferencia Episcopal Argentina en el
Decreto General sobre matrimonio, n. 6 (can. 1067).]
29. can. 1120: Rito del matrimonio
En cumplimiento del canon 1120, la Conferencia Episcopal Argentina resuelve:
No elaborar por el momento un rito propio del matrimonio y atenerse a las foá rmulas del Ritual Romano de los Sacramentos.
Resolucioá n aprobada 59a AP (1990)
30. can. 1121 # 1
Anotacioá n de los matrimonios celebrados
[ El modo de inscribir los matrimonios celebrados ha sido establecido por la Conferencia Episcopal Argentina en el Decreto
General sobre matrimonio, n. 7 (can. 1067). ]
31. can. 1126: Declaraciones y promesas previas a los matrimonios mixtos
[ Las normas de la Conferencia Episcopal Argentina sobre este tema estaá n incluidas en el Decreto General sobre matrimonio, n.
8 (can. 1067). ]
32. can. 1127 # 2: Dispensa de la forma canoá nica en los matrimonios mixtos
[ Las normas de la Conferencia Episcopal al respecto se incluyen en el Decreto General sobre matrimonio, n. 9 (can. 1067). ]
33. can. 1236 # 1: Materias para la construccioá n de altares fijos
Con respecto a lo dispuesto en el canon 1236 # 1 la Conferencia Episcopal establece que la mesa del altar fijo sea,
preferentemente, de un solo bloque de piedra natural. Cuando a juicio del Obispo ello no sea posible, tambieá n se podraá usar,
madera natural, digna y soá lida, o un bloque de cemento dignamente elaborado.
Aprobado 59a AP (1990)
Reconocido 16 febrero 1991
Promulgado 12 marzo 1991
34. can. 1246: Fiestas de precepto
Con respecto a lo establecido por el canon 1246, la Conferencia Episcopal Argentina decide recuperar como fiesta de precepto
intrasemanal la Asuncioá n de la Santíásima Virgen, el 15 de agosto. Para el resto de las fiestas se mantiene la situacioá n actual
legíátimamente vigente desde 1976.
En consecuencia:
a) Son díáas de precepto, ademaá s de los domingos, las fiestas de:
Maríáa Madre de Dios (1º de enero)
Asuncioá n de la Sma.Virgen (15 de agosto)
Inmaculada Concepcioá n (8 de diciembre)
Navidad de N.S.J.C. (25 de diciembre)
b) quedan trasladadas al domingo siguiente las fiestas de:
Ascensioá n del Senñ or
Cuerpo y Sangre de Cristo
c) quedan suprimidos como díáas de precepto las fiestas de:
Epifaníáa (6 de enero)
San Joseá (19 de marzo)
Santos Pedro y Pablo (29 de junio)
Todos los Santos (1º de noviembre)
Aprobado 60a AP (1990)
Reconocido 15 junio 1991
Promulgado 5 julio 1991
35. can. 1251
Materia de la abstinencia
[ La determinacioá n de la Conferencia Episcopal Argentina al respecto forma parte del Decreto General correspondiente al
canon 1253. ]
36. can. 1253: Observancia del ayuno y de la abstinencia, o sustitucioá n por otras praá cticas
A tenor del canon 1253, se retiene la praá ctica penitencial tradicional de los viernes del anñ o consistente en la abstinencia de
carnes; pero puede ser sustituida, seguá n la libre voluntad de los fieles por cualquiera de las siguientes praá cticas: abstinencia de
bebidas alcohoá licas, o una obra de piedad, o una obra de misericordia.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
37. can. 1265 # 2: Normas sobre colectas y otras formas de recaudacioá n
Conforme al canon 1265, sobre colectas deberaá observarse lo siguiente:
Cualquier persona juríádica eclesiaá stica, o sus representantes, o sus enviados,necesitan para realizar cualquier clase de colectas,
la licencia escrita del Ordinario propio y del Ordinario del lugar donde se desee hacer la colecta. Salvo que en la autorizacioá n
conste lo contrario expresamente, todas las recaudaciones permitidas que se realicen en parroquias o iglesias o colegios
catoá licos, y que tengan caraá cter general, no particular, deberaá n remitirse a la curia diocesana, que retendraá para las obras
pastorales de la dioá cesis el 10 % de la recaudacioá n bruta.
Las demaá s formas de recaudacioá n, a saber: festivales, kermeses, rifas, sorteos, bonos, etc., que realicen en las dioá cesis personas
fíásicas o juríádicas pertenecientes a la Iglesia, necesitan permiso escrito del Ordinario del lugar, a quien corresponde juzgar
sobre su finalidad, necesidad o conveniencia. Tambieá n en estos casos, el 10 % de las recaudaciones netas deberaá enviarse a la
curia diocesana para obras pastorales. No se presumen permisos habituales ni verbales.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
38. can. 1277: Actos de administracioá n extraordinaria
Con referencia al canon 1277, los actos de administracioá n extraordinaria seraá n los siguientes, cuando superan la cantidad
míánima establecida por la Conferencia Episcopal Argentina, a tenor del can. 1292 # 1:
a) enajenacioá n o transferencia de dominio por venta o donacioá n;
b) transferencia de alguna facultad que corresponda al dominio;
c) cesioá n onerosa o gratuita de derechos reales, como ser, servidumbre, hipoteca, enfiteusis;
d) adquisicioá n onerosa de nuevos bienes patrimoniales;
e) adquisicioá n onerosa de bienes de produccioá n;
f) aceptacioá n de legados onerosos, de prestaciones vitalicias o de depoá sitos de terceros;
g) locacioá n extraordinaria por causa del tiempo o del uso, arrendamiento y aparceríáa;
h) administracioá n de bienes de terceros;
i) concesioá n de rentas vitalicias;
j) concesioá n de fianzas y de mandatos ad omnia;
k) contratacioá n de preá stamos de consumo o de uso;
l) transformacioá n y demolicioá n de inmuebles, cuando no sean urgentes o imprescindibles.
Aprobado 58a AP (1989)
Reconocido 2 diciembre 1989
Promulgado 6 marzo 1990
39. can. 1292 # 1: Valor maá ximo y míánimo para las enajenaciones
Con referencia al canon 1292:
a) el monto maá ximo para enajenaciones sin autorizacioá n de la Santa Sede seraá de 200.000 doá lares USA.
b) el monto míánimo seraá de 10.000 doá lares USA.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
40. can. 1297: Arrendamiento de bienes de la Iglesia
Con relacioá n al canon 1297, las normas para arrendamiento de bienes eclesiaá sticos seraá n las siguientes:
a) se requieren, al menos, dos tasaciones de peritos por escrito;
b) para arrendar por cifras menores hasta un 10 % de las tasaciones, por alguna causa justa, se requiere el consentimiento del
Consejo de Asuntos Econoá micos. Para maá s de un 10 % por debajo de la tasacioá n se oiraá tambieá n al Colegio de consultores;
c) el tiempo míánimo del arrendamiento es el que fija la ley civil;
d) el tiempo maá ximo seraá de tres anñ os, pudieá ndose agregar una claá usula de proá rroga de hasta otros tres, por acuerdo de partes
en el precio y en la modalidad;
e) para otorgar un arrendamiento por tiempo mayor de tres anñ os, por causa justa a juicio del Obispo (por ejemplo
remodelacioá n del local a costa del inquilino), se requiere el consentimiento del Consejo de Asuntos Econoá micos;
f) para arrendar inmuebles que habitualmente no estaá n destinados a renta, se requiere ademaá s oíár al Colegio de consultores;
g) el mismo reá gimen se aplica a otros tipos de arrendamiento, como ser concesiones, etc.;
h) el arriendo de bienes eclesiaá sticos de personas juríádicas sometidas al Obispo diocesano se rige por estas normas, pero,
cuando se trata de arrendar por un teá rmino mayor de tres anñ os o para arrendar un bien no destinado habitualmente a renta, se
requiere permiso escrito del Obispo.
Aprobado 58a AP (1989)
Reconocido 2 diciembre 1989
Promulgado 6 marzo 1990
41. can. 1421 # 2: Jueces laicos
Con respecto al canon 1421 # 2 la Conferencia Episcopal decide permitir que tambieá n los laicos sean nombrados jueces en los
actuales tribunales interdiocesanos de primera instancia, observando lo prescripto en el canon 1421 # 3.
Corresponde su nombramiento al grupo de Obispos sobre cuyas dioá cesis ejerza su jurisdiccioá n el tribunal o al Obispo
designado por ellos, de acuerdo al canon 1423 # 1.
Aprobado 57a AP (1988)
Reconocido 3 febrero 1989
Promulgado 13 marzo 1989
42. can. 1439 # 3: Obispo designado para el tribunal nacional de segunda instancia
Conforme a lo dispuesto por el canon 1439 # 3, el Obispo delegado de la Conferencia Episcopal Argentina para el tribunal
eclesiaá stico nacional de segunda instancia seraá el Arzobispo pro - tempore de Buenos Aires.
Aprobado 48a - 49a AP (1984)
Reconocido 13 diciembre 1985
Promulgado 19 marzo 1986
43. can. 1714: Normas sobre la transaccioá n, el compromiso y el juicio arbitral
A fin de evitar litigios judiciales, de conformidad con los caá nones 1714 - 1716 del Coá digo de Derecho Canoá nico, para la
transaccioá n, el compromiso y el juicio arbitral, se observaraá n las normas establecidas por las partes. En su defecto, la
Conferencia Episcopal Argentina determina:
Art. 1: La transaccioá n se regiraá por las normas del Coá digo Civil de la Repuá blica Argentina (artíáculos 832 - 861), vigentes a la
fecha de la aprobacioá n del presente Decreto.
Art. 2:. El compromiso o la sujecioá n a juicio arbitral y el mismo juicio arbitral, se regiraá n por las normas del Coá digo Procesal
Civil y Comercial de la Nacioá n (artíáculos 736 - 773), vigentes a la fecha de la aprobacioá n del presente Decreto, con exclusioá n de
los respectivos coá digos de las provincias.
Aprobado 59a AP (1990)
Reconocido 16 febrero 1991
Promulgado 12 marzo 1991
44. can. 1733 # 2: Departamento o consejo diocesano para evitar conflictos
Art. 1:. Con respecto a lo establecido en el canon 1733 # 2 la Conferencia Episcopal recomienda que -consintieá ndolo el Obispo
diocesano - en cada dioá cesis se cree un Departamento o Consejo cuya funcioá n sea buscar o sugerir soluciones equitativas en los
problemas o conflictos derivados de actos administrativos que se produzcan en el fuero externo extrajudicial.
Art. 2:. Se regiraá por las siguientes normas:
1. Estaraá integrado por un nuá mero míánimo de tres consejeros y un maá ximo de nueve. Seraá n designados por el Obispo
diocesano como cuerpo estable por cinco anñ os renovables y su actuacioá n seraá colegiada - mediante la intervencioá n de tres
consejeros en cada caso.
A su vez el Obispo determinaraá los miembros que se ocupen de cada caso concreto, estableciendo tambieá n plazos prudenciales
para su actuacioá n, cuando lo juzgue conveniente.
2. El Consejo haraá que se formulen por escrito las respectivas posiciones de las partes en conflicto, y trataraá de pesar la
relevancia de los hechos y argumentos que se aduzcan, a los efectos de precisar los teá rminos del desacuerdo. Para una mejor
captacioá n de la realidad objetiva podraá interrogar testigos, recibir documentos y realizar consultas. Y, sobre la base de la
verdad y la justicia, trataraá de aproximar los puntos de vista, asíá como de sugerir víáas de solucioá n. Entre sus cometidos estaraá
tambieá n fomentar el diaá logo paciente de las mismas partes, con la presencia de al menos uno de los consejeros, debiendo
consignar por escrito lo sustancial de tales diaá logos.
3. El Consejo verificaraá si en el caso concreto se cumplieron o infringieron las normas del derecho general y particular.
4. Terminada la labor del Consejo, o bien porque se logroá la solucioá n equitativa del conflicto, o bien porque se dio por concluida
la mediacioá n sin resultado, o bien porque transcurrioá el plazo eventualmente establecido, con sus posibles proá rrogas, dicho
Consejo elevaraá un informe con sus conclusiones al Obispo diocesano , y podraá tambieá n entregar su dictamen a las partes. A
pedido del Obispo, el Consejo elevaraá tambieá n informes parciales durante el transcurso de su funcioá n.
5. El Obispo diocesano podraá en su dioá cesis complementar estas normas con otras, seguá n su prudente juicio.
Aprobado 57a AP (1988)
Reconocido 3 febrero 1989
Promulgado 13 marzo 1989
3

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