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RECORDANDO EL FUTURO

Author(s): Manu Goswami and Patricia Muñoz


Source: Historia Social, No. 69 (2011), pp. 119-127
Published by: Fundacion Instituto de Historia Social
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/23227901
Accessed: 17-02-2016 09:29 UTC

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RECORDANDO EL FUTURO

Manu Goswami

Geoff Eley es un destacado experto de la nueva izquierda sobre la historia social contem
poránea, tanto alemana como europea. Su libro Una línea torcida constituye una medita

ción en torno a la relación que existe entre su biografía intelectual, las transformaciones
políticas y el cambio historiográfico producido desde la historia social de las décadas de
1960 y 1970 hasta el giro cultural de las de 1980 y 1990. Se trata de un libro deliberada
mente híbrido. La valentía del autor a la hora de entrelazar sus recuerdos personales con el

análisis historiográfico y la crítica política lo sitúan en el terreno del giro cultural y lo con
vierten en producto del mismo cambio que describe, de la historia social a la historia cul
tural. Sin embargo, este hincapié en el contexto político de la historia social y cultural per
manece fiel a los principios básicos de la historia social. El carácter híbrido del texto
envuelve su concluyente aunque controvertido argumento de que las prácticas históricas

contemporáneas han combinado hasta tal punto la historia social con la cultural que han
obviado cualquier "necesidad de elegir" entre ellas (p. 181).
El libro de Eley compagina los recuerdos personales e intelectuales con un mapa al
estilo de la escuela antigua hobsbawmiana sobre los debates históricos que han tenido lu
gar en el Reino Unido, Alemania, Europa y el sur de Asia. El carácter heterodoxo de esta
obra queda patente a la vista del registro afectivo de los títulos de sus capítulos: "Optimis
mo", "Desilusión", "Reflexión" y "Desafío". Igualmente heterodoxa es la estructura tem
poral de la narración. El texto va desde la dimensión política y existencial de la conversión
en historiador social marxista en las décadas de 1960 y 1970 hacia un panorama histórico
más amplio del intercambio entre la política y los debates historiográficos de la posguerra
en el Reino Unido, Alemania y Estados Unidos para obtener una instantánea afirmativa
concluyente de las prácticas históricas contemporáneas. Este notable abanico proporciona
una rara demostración de las múltiples y heterogéneas épocas (desde el punto de vista po
lítico, generacional y existencial) que favorecen un balance historiográfico crítico. El for
mato experimental del libro sugiere que la única manera de que sea inteligible el paso de
la historia social a la cultural consiste en eludir la narración lineal en favor del mandato
concluyente de Bertolt Brecht -enunciado por Galileo- según el cual "si existen obstácu
los, la línea más corta entre dos puntos puede ser la línea torcida".

Resulta tentador leer Una línea torcida como si se tratase del ajuste de cuentas de un

historiador (o de la generación de historiadores posterior a 1968) con el cambio de la histo


ria social a la cultural. Sin embargo, aunque dicho cambio lo realizara una generación espe
cífica, sus orígenes y sus consecuencias se extienden mucho más allá de esa generación.
Para mí, historiadora de la India moderna formada a mediados y finales de la década de
1990, cuando los estudios culturales y la historia poscolonial se hallaban en su apogeo, la
fuerza de este libro reside en su reescritura explícitamente política de ese cambio tan signi

Historia Social, n.° 69, 2011, pp. 119-127. 119

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ficativo. Eley lleva a cabo una lectura generosa y productiva de la historia social y cultural
como ejemplos contextualmente específicos de "política insurgente". No obstante, frente a
su celebración de la historia cultural contemporánea, considero que la atención a la política
de la historiografía en un sentido temporal amplio pone de manifiesto una pérdida esencial
basada en el giro cultural. En mi opinión, el proyecto de la historia social ha contado con el
respaldo de una visión transformadora y de futuro, y la ausencia de esta orientación limita
la capacidad de la historia cultural para estudiar el presente histórico desde una perspectiva
crítica. Al extender este argumento al debate de Eley en torno a los subaltern studies, consi
dero el eclipse de la economía política y de los marcos comparativos como víctimas rela
cionadas del giro cultural, y propongo que esto impide comprender un presente histórico
marcado por la renovación imperial y la expansión del neoliberalismo.
Eley comienza con un vivido relato de su aceptación del modelo marxista británico
de historia social basado en las clases. Este proyecto supuso ir a contracorriente de la es
tructura insular de las disciplinas universitarias en la Gran Bretaña de finales de la década
de 1950 y en la de 1960, de las desigualdades entre clases del modelo fordista-keynesiano
de capitalismo (grandes cadenas de montaje, organización política de masas y régimen de
bienestar regulado) y de la "aversión devoradora de datos a las teorías" de la investigación
histórica recibida (15). Frente a la postura reconstructiva y retrospectiva de la historiogra
fía tradicional, los historiadores materialistas elaboraron un marco conceptual que encerra
ba una noción radical de la política como elemento constitutivo de la historia. El "avance
hacia la historia social era impensable", señala Eley, "sin el sentido de posibilidad política
que tan atrayente resultaba a finales de la década de 1960" (59). El impulso político de la
historia social, ejemplificado por E. P. Thompson, dirigió la apropiación de las dimensio
nes suprimidas de aquellas luchas del pasado que se consideraba ofrecían la posibilidad de
una redención retrospectiva en el presente. El amplio materialismo de la historia social
mostraba una fuerte afinidad con el estructuralismo de la escuela francesa de los Annales y
con el marco unificador de la sociología histórica weberiana en Estados Unidos. A lo largo
de la década de 1960 y principios de la de 1970, el entrecruzamiento de estos marcos res

paldó el enfoque comparativo y macroescalar de un terreno de investigación interdiscipli


nar en expansión.

Eley hace un seguimiento del declive de este proyecto de historia social hasta los
avances producidos a finales de la década de 1970 y a lo largo de la siguiente: la atenua
ción de los movimientos obreros; la desaparición de la revolución socialista de la narrativa
de la historia; la reconfiguración de las relaciones estado-sociedad en el contexto de la

desindustrialización, del desempleo galopante y de las crisis monetarias; así como la ex


plosión aparente de movimientos sociales que han articulado las luchas entre sexos, razas
y clases de formas nuevas y llamativas. Estas transformaciones han socavado la plausibili
dad empírica de los principios básicos del marxismo británico, y en especial su idea del
conflicto entre clases como dimensión reestructuradora del cambio histórico y su atribu
ción de la acción histórica mundial a la clase obrera. Desde principios hasta mediados de
la década de 1980, la percepción creciente de un impasse histórico de facto había evolu
cionado hacia términos teóricos: el paradigma centrado en el estado dentro de una historia
unificada, la concepción teleologica del tiempo histórico, la asignación de la primacía ana
lítica a las relaciones entre clases y las concepciones objetivistas de la subjetividad perdie
ron su carácter presuntivo. La dificultad de redimir los fracasos políticos por la vía meto
dológica o, más concretamente, dentro de los términos del marxismo de clases, dio paso a
una fuerte "desilusión" colectiva. Y fue en medio de esta coyuntura donde tuvo lugar el
giro cultural.
Los orígenes del giro cultural son numerosos y se resisten a ser resumidos fácilmente.

120 Aquí adquirieron una especial importancia el feminismo y su manera de forjar nuevas ca

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tegorías de análisis y formas narrativas (Eley cita como ejemplos a figuras como Carolyn
Steedman y Joan Scott); la revolución discursiva inspirada en Foucault en cuanto al con
cepto del archivo y al rechazo asociado de los modelos de historia heredados del siglo xix
en favor de la crítica genealógica; y la movilización de Foucault y del postestructuralismo
por parte de historiadores poscoloniales que propugnaban que el colonialismo constituyó
una base no reconocida de los conceptos prevalentes de modernidad, subjetividad y tiem
po histórico. Estos avances intelectuales estuvieron ligados -de maneras no exploradas por
Eley- a la recepción de la semiótica estructuralista de Saussure y posterior a él procedente
de la Francia de principios de la década de 1970. De hecho, la teoría de la ideología de
Althusser y el concepto de discurso de Foucault ya apuntaban hacia la aplicación de los
modelos semióticos posteriores a Saussure en la investigación histórica y sociológica. Lo
que mantuvo unidos a los enfoques feminista, foucaultiano y poscolonial fueron sus fun
damentos epistemológicos comunes basados en la semiótica. La historia cultural propuso 121

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ciertas prácticas reveladoras como la clave para entender el poder, la textualidad como
medio privilegiado y objeto de análisis interdisciplinar, y el lenguaje y las prácticas repre
sentacionales como las únicas bases para una historia antitotalizadora. A pesar de que Eley
evita entrar en un debate sobre la inflexión semiótica de la historia cultural, su narración
contrapunteada de respuestas emocionales, inversiones políticas y encendidos debates in
telectuales ofrece una perspectiva visceral de las relaciones entre política e historia.
Con su hincapié en este enfoque íntimo, Eley muestra las historias social y cultural
como modalidades contextualmente diferentes de "política insurgente". Sin embargo, para
poder evaluar las posturas conceptuales que conllevan los cambios de paradigma, es nece

sario prestar una mayor atención a la política temporal de la historiografía en sentido am


plio o a las considerables diferencias que presentan los historiadores sociales y culturales a
la hora de entender las relaciones entre pasado, presente y futuro. Una línea torcida no

aborda estos interrogantes de forma explícita, pero esta línea de investigación adquiere es
pecial intensidad en su explicación del auge de la historia social. La enardecida visita
guiada de Eley por los historiadores sociales británicos (Christopher Hill, E. P. Thompson,
Eric Hobsbawm y Raymond Williams) hace algo más que confirmar que el marxismo
ejerció, en palabras de Frederic Jameson, el papel de "mediador desvaneciente" en el sur
gimiento de la historia cultural y de los estudios culturales en las humanidades en general.1
Al retomar este archivo en la compañía competente de Eley, recordamos que la historia so

cial surgió en una época en la que la contención política colectiva se combinó con el mate
rialismo histórico para ofrecer una visión del futuro muy diferente de la que existe en la
actualidad.
El impulso totalizador de la historia social encontró diversas expresiones en la "histo
ria de la sociedad" de Hobsbawm, en el "modo de vida total" de Raymond Williams y en las
"grandes estructuras", los "procesos amplios" y las "comparaciones enormes" de Charles
Tilly.2 Estuvo ligado a una concepción de la política como la constitución temporal am
pliada (la deseada producción, reproducción y transformación) del conjunto de las relacio
nes sociales. Dentro de los términos del materialismo histórico, un horizonte orientado ha
cia el futuro daba sentido al presente histórico, del mismo modo que las contradicciones
del presente permitían a un tiempo enmarcar los esfuerzos por conjurar el pasado y abrir la

perspectiva de un futuro radicalmente distinto. Esta percepción de las relaciones entre pa


sado, presente y futuro dio pie a que se tratara de reconstruir la historia de una totalidad
social e impulsó la recuperación de las luchas y de las experiencias de los grupos domina
dos. Ambas iniciativas se hallaban inmersas en un entorno directamente político: el impul
so totalizador era antisistema, y este esfuerzo de recuperación se entendía como un acto de

remembranza crítica colectiva con potencial para mediar entre el pasado y el presente, en
tre lo real y lo posible. Esta lógica transformadora y orientada al futuro superó y transfor
mó la histórica teoría de las dos etapas y el esquematismo sociológico de las clases y los
modos de producción que perseguían al marxismo ortodoxo.
El eco popular de la historia social provenía de su capacidad para asociar la experien
cia colectiva (especialmente la esfera de las aspiraciones) con el conocimiento histórico.
Su estatus como paradigma crítico residía en su orientación hacia las historias de lo posi

1 Frederic "The mediator: Narrative


Jameson, vanishing structure in Max Weber", New German Critique,
1 (1973), pp. 52-89.
2 Eric "From Social History to the History of Society", Daedalus, 100 (1971), pp. 20-45 ["De
Hobsbawm,
la historia sociala la historia de la sociedad", Historia Social, 10 (1991), pp. 5-26], Raymond Williams, "Cul
ture Is Ordinary", en Norman Mackenzie (ed.), Conviction, Londres, 1958, pp. 93-120. Charles Tilly, Big
Structures, Large Processes, Huge Comparisons, Nueva York, 1984 [Grandes estructuras, procesos amplios,
122 comparaciones enormes. Alianza, Madrid, 1991].

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ble, no solo hacia las reales. Pero es precisamente por estos motivos por lo que resulta di
fícil coincidir con el respaldo que brinda Eley a la historia cultural contemporánea, y mu
cho menos con la afirmación categórica de que "simplemente ya no es utilizable" (189) un
paradigma coherente de historia social. Eley no especifica las bases concretas que funda
mentan esta aseveración. Dichas bases se encuentran en parte en una operación metoni
mica en la que las fortunas historiográficas del marxismo británico se unen en favor de la

heterogeneidad "real existente" de la historia social y del marxismo en su conjunto. Asi


mismo, equipara la prevalencia de la historia cultural con la idoneidad conceptual como
tal, poniendo en duda su carácter de formación insurgente. Sin embargo, a diferencia de
estas conclusiones señaladas, el hilo narrativo del libro apunta en otra dirección. Hace hin
capié en el carácter profundamente consecuente del cambio desde una tradición de la his
toria social repleta de contenidos anticipatorios hacia un giro cultural lastrado por la con
vicción melancólica de que la crítica sistèmica y la transformación social son imposibles.
Mientras la historia social trata de incorporar la posibilidad de transformación a las contra
dicciones de un presente histórico, el giro cultural articula la negación de tensiones entre
la experiencia (pasado) y las expectativas (futuro), rechaza la posibilidad de un futuro dis
tinto reconocible.
Las premisas organizativas de la historia cultural (contingencia, rupturas episódicas sur
gidas en contradicciones sociales inmanentes, indecisión, diferencia, fragmentación) marcan
un brusco cambio de rumbo desde el horizonte colectivo de expectativas que informaba y
otorgaba poder a la historia social. En términos historiográficos, esto se ha manifestado en la
proliferación de historias fragmentarias sobre análisis de transformaciones a gran escala, en
la prevalencia de la interpretación sobre la explicación causal y en el estatus axiomático de
lo local, lo particular y lo contingente sobre estructuras profundas, desigualdades duraderas y
hegemonías persistentes. En el ámbito social esto queda patente en el declive de una política
temporal concreta: la de imaginar un futuro constitucionalmente distinto.

Lejos de validar declaraciones de un presente perpetuo, estos cambios deben dar paso
al reconocimiento de una deshistorización perturbadora dentro de la historia cultural pos
terior a Foucault. La dimensión de la experiencia histórica que se ha visto afectada más
profundamente por las formas sociales y representacionales específicas del capitalismo
neoliberal es la de nuestra relación con el futuro. Estas formas sociales incluyen la integra
ción acelerada y volátil de los mercados financiero, laboral y de capitales, así como la

prioridad de la especulación financiera a corto plazo sobre los horizontes de desarrollo a


largo plazo. Estos cambios se han producido en medio de una oleada tras otra de reestruc
turaciones industriales (desindustrialización en el norte e industrialización intensiva en de
terminadas zonas del sur), seguidas de un estancamiento salarial, de la dispersión espacial
de la producción y del desmantelamiento de los modelos heredados fordistas-keynesianos
y de Bandung sobre desarrollo nacional y legislación.3 La ascendencia del neoliberalismo
a lo largo de distintos contextos regionales y nacionales ha estado marcada por una mayor
mercantilización de los recursos en la vida cotidiana y por la intensificación de las desi
gualdades económicas entre clases, sexos, razas y regiones. Estos procesos sociales a esca

la mundial han acentuado la primacía de la información con formato tecnológico sobre el


contenido narrativo, y a su vez han engendrado un exceso paradójico de representaciones

3 obras claves sobre las transformaciones son: Giovanni


Algunas contemporáneas Arrighi, The Long
Twentieth Century: Money, Power, and Origins of Our Times, Londres, 1994 [El largo siglo xx, Akal, Madrid,
1999]; Pierre Bourdieu, The Weight of the World: Social Suffering in Contemporary Societies, traducción de
Priscilla Pankhurst, Stanford, 1999 [La miseria del mundo, Akal, Madrid, 1999]; Robert Brenner, The Boom
and the Bubble, Londres, 2003; David Harvey, The Condition of Postmodernity: An Enquiry into the Origins of
Cultural Change, Cambridge, 1990; Harvey, A Brief History of Neoliberalism, Nueva York, 2005. 123

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históricas y una falta de conciencia histórica. Aunque estas transformaciones no hayan
sido uniformes de una región a otra, sí han desencadenado esfuerzos por vislumbrar un fu
turo más allá del presente.
El horizonte temporal transformador de la historia social se hallaba inmerso en un
momento histórico y en un entorno geopolítico específicos. En el presente histórico no se
puede acceder de inmediato al horizonte sociohistórico que impulsó a la historia social
clásica. Sin embargo, cualquier intento de establecer un marco opositor rehistorizante de
berá tener en cuenta los obstáculos que plantea el abandono de un horizonte colectivo de

expectativas que visionaba las semillas de un nuevo futuro a partir de las contradicciones
de un presente histórico en favor de una era neoliberal igualmente despojada de lo que
Pierre Bourdieu denominaba "la simple posibilidad de que las cosas puedan transcurrir de
otro modo".4 La cuestión aquí no consiste en revivir las determinaciones mecánicas y las
estrictas teleologías que debilitaban los principales hilos con los que se tejía la historia so
cial materialista, sino en subrayar la importancia que tiene explorar el significado de nues
tro presente histórico neoliberal desde el punto de vista del marco crítico y orientado hacia
el futuro de la historia social.
Entre los principales logros de Una línea torcida está la forma en que perfila las in
flexiones locales de los giros culturales instituidos en los distintos ámbitos regionales. Con
toda seguridad existen importantes excepciones al movimiento que se refleja en el libro,
como por ejemplo, la continua oscilación de los paradigmas de la historia social dentro de
la historiografía moderna latinoamericana. La vigencia de los principios neogramscianos
dentro de la historia comtemporánea de América Latina, orgánicamente vinculados a la
proliferación y la fuerza de diversos movimientos sociales de la región, supone en realidad
un lastre aún mayor para la reivindicación de Eley sobre la reciprocidad entre el campo
político y las formas historiográficas. No obstante, resulta difícil cuestionar la ascendencia
del giro cultural dentro del conjunto de las humanidades.
El hecho de que tantos historiadores en numerosos campos hayan realizado el giro cul
tural sugiere que éste es una respuesta a avances producidos fuera de dichos campos. Es

más, no podemos explicar este giro en términos de la historia cultural. La historia cultural
no puede explicar las condiciones de su propio advenimiento y eco mundial sin recurrir a
las formas de la totalización histórica que rechazó al generar la reacción contra la historia
social. Solo un marco en sintonía con el intercambio dinámico entre las transformaciones
sociales y las categorías de percepción podría plantear -pero ni mucho menos abordar- la
doble tarea de explicar el surgimiento de la historia social y cultural como distintos puntos
de vista críticos y de demostrar su inmanencia dentro de un campo específico social, políti
co e intelectual. Es precisamente esta tarea la que William Sewell, protagonista de la narra
ción de Eley, aborda en una serie de ensayos recientes.5 Uno de los rasgos que caracterizan
a los marcos genuinamente críticos es la capacidad de reflexionar sobre sí mismos, de loca
lizar sus propias categorías y conceptos en el contexto social e histórico de su aparición.6 Si
atendemos al llamamiento de Eley para forjar nuevas "historias de la sociedad" críticas ten
dremos que reintroducir la problemática de la mediación social de las categorías de per
cepción y de las prácticas cotidianas sin reificar lo social dotándolo de una unidad repre
sentacional o de un fin histórico determinado. Despojada de estas mediaciones, la petición

4
Pierre Bourdieu, The Logic of Practice, traducción de Richard Nice, Oxford. 1990, p. 99 [El sentido
práctico, Siglo XXI, Madrid, 2008].
5 William H. Sewell, Jr., Logics of History. Social Theory and Social Transformation, Chicago, 2005,
pp. 22-80 y 318-372.
6 El lector
encontrará una lúcida explicación en torno a la reflexividad como cuestión metodològica en
Pierre Bourdieu, In Other Words. Essays towards a Reflexive Sociology, traducción de Mathew Adamson, Ox
124 ford, 1990.

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concluyeme que hace Eley en favor de un "pluralismo básico" en la práctica histórica pue
de señalar en cualquier dirección metodológica y epistemológica (201).
En el caso concreto de la historia moderna del Asia meridional, Eley incide en que
los subaltern studies "negociaron dentro de su propia trayectoria todos los aspectos de la

transición de la historia social a la cultural que experimentaron los historiadores europeos


en esos mismos años" (144). De hecho, resulta significativo que los subaltern studies "a
un tiempo presagiaban y discurrían en paralelo" a los cambios historiográficos de "Occi
dente" (146). En otras palabras, no existía desfase temporal en la trayectoria de los subal
tern studies a la hora de realizar el giro cultural. Comparto la opinión de Eley sobre los lo
gros que ha alcanzado la historiografía del sur de Asia y de otros lugares a través de
historiadores subordinados.
Desde su aparición a principios de la década de 1980, el colectivo de subaltern stu
dies ha desafiado minuciosamente las concepciones institucionales y formalistas de las
subjetividades políticas y de las luchas populares. En su afán por reivindicar a las discipli
nas subalternas como algo más que las marcas de agua invisibles asociadas a los archivos
coloniales, los historiadores subordinados han creado nuevas técnicas para releer el archi
vo colonial a contracorriente. Han agudizado nuestro sentido de la violencia social y cate

gorial labrado por el colonialismo en los grupos sociales subordinados, de la acción dife
rencial de los colonizados y de los límites de las concepciones ideal-típica y teleologica de
la modernidad a la hora de examinar la dinámica de las sociedades coloniales y poscolo
niales. El énfasis en la especificidad de las sociedades coloniales y poscoloniales supuso 125

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un correctivo crucial para aquellos relatos que no prestaban atención o que abiertamente

despreciaban la diferencia. Durante la década de 1990, este hincapié inicial cobró mucha
más fuerza con la proliferación de afirmaciones sobre una diferencia inconmensurable. Di
chas afirmaciones se manifestaron en la fortuna cambiante del subordinado categorial, que
perdió su significado gramsciano inicial y adquirió una relevancia cada vez mayor en tanto
que signo de alteridad intraducibie como tal.
Este cambio ha discurrido casi en paralelo al cambio de significado de la categoría
"Europa", que, según señala Eley, adquirió el estatus de "abstracción particular" en las his
torias subordinadas (194). Para muchos historiadores subordinados, "Europa" es sinónimo
del historicismo desarrollista que caracteriza tanto a las estructuras de la modernización li
beral como al marxismo tradicional.7 Sin embargo, para muchos, las deficiencias de estos
marcos comparativos específicos se han materializado en un rechazo de las comparaciones
como tales en favor de un hincapié en las formas de heterogeneidad que superan a la capa
cidad representacional del pensamiento histórico dominante. Existe una atracción seductora
específicamente histórica hacia la disputa subordinada con "Europa" que surge en parte de
la promesa de contener la transformación de los mundos recibidos de valor y significado
generados por el gobierno colonial y la dominación económica imperial. Sobrecargada has
ta lo imposible, la categoría "Europa" es escenario de un deseo utópico de territorializar la
dinámica transformadora ligada al gobierno colonial y al capitalismo imperial. Y simultá
neamente da impulso al movimiento complementario de postular un entorno indígena como
pura externalidad, algo simplemente exterior a este dominio. Tal como se adelantó inicial
mente, las fuertes declaraciones de incomparabilidad y singularidad no solo se arriesgaron a
una inaudibilidad general en términos políticos, sino que acabaron por ser ininteligibles in
cluso para ellos mismos. Esto se debe a que el concepto de singularidad es necesariamente
relacional. Puede marcar los límites de la inteligibilidad de conceptos y tropos específicos,
pero no podemos captar cognitivamente la singularidad como tal. Los argumentos a favor
de la existencia de un punto de vista privilegiado fuera del conjunto históricamente consti
tutivo de las relaciones coloniales o poscoloniales (ya sea en términos de "esfera espiritual
interior", de alteridad intraducibie o de una "modernidad alternativa") preservan incons
cientemente, aunque traten de superarlas, las concepciones normativas de "Euro-América"
como escenario de una modernidad unitaria.8
El significado cambiante del término subaltern es muestra de un movimiento más

amplio dentro del ámbito interdisciplinar de los estudios coloniales alejado del hincapié
inicial sobre las desigualdades en el desarrollo, las relaciones entre centro y periferia y la
explotación de los materiales, para dirigirlo hacia una dialógica colonial, estrategias repre
sentacionales, hibridez cultural y regímenes disciplinarios dispersos.9 Este giro cultural ha
tratado de ir más allá del economicismo que marcó tantas obras anteriores en torno al co
lonialismo. Pero también se ha visto impulsado por la convicción de que el análisis de los
procesos de transformación a gran escala y de sus fundamentos materiales no hace sino le

gitimar las narraciones imperiales euroestadounidenses. Sin embargo, el poder normativo

7 El texto de referencia en torno a este argumento es el libro de Dipesh Chakrabarty, Provincializing Eu


rope: Postcolonial Thought and Historical Difference, Princeton, 2000.
8 Acerca de la "esfera
espiritual interior", véase Partha Chatterjee, The Nation and Its Fragments: Colo
nial and Postcolonial Histories, Princeton, 1993, p. 6. Esta obra marcó un giro más amplio en los subaltern stu
dies desde las perspectivas gramscianas y foucaultianas. En cuanto a la "modernidad alternativa", véase Dipesh
Chakrabarty, Habitations of Modernity: Essays in the Wake of Subaltern Studies, Chicago, 2002; Dilip Goankor
(ed.), Alternative Modernities, Durham, 2001; Gyan Prakash, Another Reason: Science and the Imagination of
Modern India, Princeton, 1999; Timothy Mitchell (ed.), Questions of Modernity, Minneapolis, 2000.
9 El lector encontrará revisiones de estudios coloniales e historias del imperio desde distin
programáticas
tos puntos de vista en Nicholas Dirks (ed.), Colonialism and Culture, Ann Arbor, 1992; y Frederick Cooper.
126 Colonialism in Question: Theory, Knowledge, History, Berkeley, 2005.

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y analítico de los primeros marcos materialistas provino en parte de la fidelidad a la labor
y a las prácticas de numerosos intelectuales y movimientos anticolonialistas claramente
translocales y materialistas en su textura y alcance. Paradójicamente, han surgido intentos
recientes de desplazar el capitalismo como objeto central del análisis histórico para enten
der la formación de imperios, de relegarlo a una "Europa 'hiperreal'"10 en un momento
histórico definido por la inmanencia mundial creciente del neoliberalismo. La coexistencia
simultánea de proyectos renovados imperiales y neoliberales parece preparada para gene
rar marcos que equiparen la economía política con lo que podríamos llamar el imperativo
comparativo más escolástico que haya existido. Hay que romper con la idea sensata de que
la atención a la dinámica compleja de la acumulación y de la desposesión nos devuelve
necesariamente a la esclavitud de las metanarrativas caracterizadas por el desprecio de las

negociaciones cotidianas, la acción expresiva y la acción creativa de las disciplinas subal


ternas. Como han mostrado diversos antropólogos y teóricos sociales críticos, se pueden
escribir historias del capitalismo como una formación desigual y con contradicciones in
ternas, pero de carácter social mundial sin reducirlo a un modo de producción y sin tratar
la economía como un dato ontològico, como un entorno autorregulado o como determi
nante en un temido último término.11

Tras los acontecimientos refractados mundialmente de 1989, una oleada de erudición


transformó las múltiples derrotas de la generación de la nueva izquierda en ostentosas de
claraciones sobre el fin de la historia, el fin de la ideología, el fin de lo social.12 En su de
fensa de la historia como vocación política, Una línea torcida indica por qué estos finalis
mos históricos deben poner a prueba los límites de nuestra credulidad. Representa un

fortalecedor antídoto contra narraciones que o bien celebran abiertamente o reflejan de

manera acritica la ausencia de una alternativa sistèmica a las formas sociales y políticas
predominantes del presente. La esperanza "desafiante" que proclama el libro según la cual
pueden surgir nuevas "historias de la sociedad" como consecuencia del giro cultural se
suma a un coro creciente de llamamientos para romper con las barreras del culturalismo

(203).13 Estos esfuerzos bien podrían estimular una mediación permanente entre las for
mas sociales y culturales en los debates históricos y en la imaginación política por igual.

Traducción de Patricia Muñoz

10 D.
Chakrabarty, Provincializing Europe, p. 45.
11 El lector encontrará no economicistas
del capitalismo en Pierre Bourdieu, The Social
concepciones
Structures of the Economy, Oxford, 2005 [Las estructuras sociales de la economía, Anagrama, Barcelona,
2003]; Derek Sayer, The Violence of Abstraction: Analytical Foundations of Historical Materialism, Londres,
1987; Karl Polanyi, The Great Transformation: The Political and Economic Origins of Our Times, 1944;
reimpr., Boston, 2001; y en Moishe Postone, Time, Labor and Social Domination, Cambridge, 1993. Los estu
dios antropológicos acerca del capitalismo contemporáneo e histórico son demasiado numerosos para mencio
narlos, pero entre ellos se encuentra el de Jean Comaroff y John Comaroff (eds.), Millennial Capitalism and the
Culture of Neoliberalism, Durham, 2001.
12
Algunas obras claves son las de Jean Baudrillard, The Illusion of the End, traducción de Chris Turner,
Stanford, 1994; Baudrillard, In the Shadow of the Silent Majorities... or the End of the Social, traducción de
Paul Foss, Paul Patton y John Johnson, Nueva York, 1983; y Francis Fukuyama, The End of History and the
Last Man, Harmondsworth, 1992 [Elfin de la Historia y el último hombre. Planeta, Barcelona, 1994], El lector
encontrará una crítica en Perry Anderson, "The Ends of History", en Anderson, A Zone of Engagement, Lon
dres, 1992, pp. 279-375; y en Lutz Niethammer, Posthistoire: Has History Come to an End?, traducción de Pa
trick Camiller, Londres, Verso, 1992.
13 Victoria E. Bonnell in the Study of So
y Lynn Hunt (eds.), Beyond the Cultural Turn: New Directions
ciety and Culture. Berkeley, 1999; Harry Harootunian, History's Disquiet: Modernity, Cultural Practice, and
the Question of Everyday Life, Nueva York, 2000; Reinhart Koselleck, "On the Need for Theory in the Disci
pline of History", en Koselleck, The Practice of Conceptual History: Timing History, Spacing Concepts, tra
ducción de Todd Samuel Presner, Stanford, 2002. pp. 1-19; Koselleck, "Social History and Conceptual His
tory", ibid., pp. 20-38; y Sewell, Logic of History. 127

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