Você está na página 1de 2

Cada vez este libro se pone mejor.

Esta cita (aunque larga) merece ser compartida en su totalidad:

“Zizek señala con acierto que las democracias occidentales no pueden ignorar por más tiempo el
hecho de la multiculturalidad y han respondido a ello con una ampliación teórico-práctica de la
doctrina liberal clásica: el multiculturalismo. Pero este intento por redefinir el liberalismo y
hacerlo más abierto a la diversidad cultural es ideológico, en tanto presupone la superioridad de la
concepción liberal del mundo. El multiculturalismo se reduce a un “respeto” por las culturas
tradicionalmente excluidas, a las que garantiza su derecho a la existencia, pero bajo la condición
de que se supediten a las reglas de juego formuladas desde la visión liberal (reglas basadas en la
razón y, por lo tanto, universales). Desde este punto de vista, el multiculturalismo no es sino una
versión actualizada del viejo modelo racista y asimilacionista, que busca integrar a los grupos
culturalmente diferentes a la cultura del grupo dominante. Sólo que esta vez, tal asimilación no
ocurre de forma abiertamente discriminatoria, sino de forma “políticamente correcta”. La
participación en una ciudadanía multicultural sólo es posible si esos grupos renuncian a hacer de
esa particulturalidad, el vehículo para la construcción de una nueva universalidad de su propia
“visión de mundo” (autonomía del individuo, justicia culturalmente neutra, economía de libre
mercado, heterosexualidad normativa), es decir que ésta visión sea objeto de una discusión
democrática, sino que se le pide esto únicamente a los “otros”. De este modo, las estructuras
jerárquicas que tradicionalmente han subordinado a estos grupos, quedan por fuera de cualquier
discusión política.

Es claro entonces por qué razón el esloveno mira con sospecha la simpatía de la izquierda
contemporánea por lo que él denomina “luchas culturales”. Al negar la necesidad apriorística de
las luchas de clase y la determinación en última instancia de la economía sobre todas las demás
formaciones sociales, estas luchas en torno a la raza, el género y la sexualidad son fácilmente
coaptadas por la ideología liberal-capitalista. Pero con este tipo de argumentos, ¿no estará
confundiendo Zizek el liberalismo con la democracia? Pues aunque es cierto que valores liberales
como ”individualismo” y “libre empresa” vienen ligados a la expansión de las relaciones
capitalistas de producción, también es cierto que valores democráticos como “igualdad” y
“libertad” han permitido impugnar esas relaciones económicas de subordinación. No es correcto,
a mi juicio, establecer una equivalencia directa y taxativa entre liberalismo y democracia. Quien
habla de democracia no sólo habla de libertades políticas, sino que también habla de la lucha
contra las desigualdades sociales. No vale, por ello, interpretar las luchas en torno al género, la
raza, la sexualidad y la ecología como subproductos directos del capitalismo neoliberal, pues en
realidad son extensiones del imaginario democrático de la égaliberté. Al ignorar tal distinción,
Zizek se acerca peligrosamente al discurso neoconservador según el cual, la proliferación de
demandas en torno a la igualdad son un grave peligro para la sociedad, pues la tornan
ingobernable. Personajes como Daniel Bell y Samuel Huntington han repetido muchas veces que
las demandas igualitarias que levantan los gays, las lesbianas, las mujeres y las minorías étnicas,
son “excesos de democracia” que deben ser controlados por el Estado.

Recordemos que ya en la década de 1970, el sociólogo Daniel Bell decía que las democracias
liberales habían desembocado en un hedonismo generalizado, estimulado por los medios de
comunicación y el consumo de masas. La democracia, para Bell, es el nombre que reciben hoy día
las sociedades de consumo, orientadas hacia el goce y centradas en la búsqueda del placer
individual. Pero los neoconservadores de hoy son todavía más radicales: dan un paso más allá de
Bell y no dudan en identificar la democracia con el totalitarismo. Pero si los regímenes totalitarios
de ayer se caracterizaban por eliminar la distancia entre el Estado y la sociedad, ahogando las
libertades individuales, lo mismo -pero en dirección contraria- ocurre hoy día con las democracias.
Si antes era el Estado el que devoraba a la sociedad, hoy es la sociedad la que devora al Estado. Lo
que vemos en las actuales democracias, nos dice el actual discurso neoconservador, es que temas
de orden “cultural” como la discriminación de las mujeres, los matrimonios entre parejas del
mismo sexo y el reconocimiento de las diferencias étnicas, se han convertido en demandas
“excesivas” que atentan contra la gobernabilidad de las sociedades. Estamos, pues, frente a
sociedades permisivas, hedonistas, carentes de autoridad, donde el anarquismo cultural es lo que
predomina. ¿No se parece esto demasiado a la crítica que hace Zizek a la
democracia?¿Resemblanzas de familia? Quizás, pues los anti-demócratas de derecha y los anti-
demócratas de izquierda llegan, avanzando en direcciones opuestas, a un mismo punto en el que
sus posiciones coinciden. Coincidentia oppositorum.

No estoy diciendo con esto que Zizek sea un filósofo neoconservador. Él sabe muy bien que las
pretensiones de igualdad y libertad son universales en la medida en que sean encarnadas por
aquellos sectores de la sociedad que “no tienen parte” en la misma. Con ello se distancia de
aquellos partidos de derechas que miran la égaliberté como un peligro a los valores tradicionales,
pero también de aquellos sectores que rechazan la universalidad por considerar que encubre
intereses particulares de orden imperial, colonial, patriarcal, occidental, etc. Lo que digo es que no
es correcto vincular, directamente y sin paliativos, el capitalismo con la democracia. Pues al
hacerlo, caemos fácilmente en una posición radicalista según la cual, las luchas por las formas de
vida son asuntos “culturales” que carecen de relevancia en el marco de acción instaurado por el
capitalismo global. Con ello se ataca el corazón mismo de las luchas democráticas, ya que estás no
se juegan solo en el nivel de las decisiones parlamentarias y en el poder administrativo de la
sociedad capitalista (como quieren los liberales). Sino también en el acto de negarse a permanecer
en el “lugar” que le ha sido asignado a un sujeto por el orden establecido.

(…)

Creo que este juicio sobre las prácticas políticas reales, acusándolas de ser meras apariencias
ideológicas, opera en realidad como una forma de despolitización. Se pasa juicio sobre lo que la
gente realmente hace en nombre de algo que no hace pero que debería hacer. Reaparece así la
figura del intelectual que “sabe” lo que los otros “ignoran”, porque dispone de una ciencia (el
psicoanálisis) que le permite descubrir la “verdad de la ilusión”.

(…)

Es desde esta posición arrogante y moralista que Zizek declara la época contemporánea como
esencialmente pospolítica.”

Santiago Castro-Gómez. Revoluciones sin sujeto. Slavoj Zizek y el historicismo posmoderno. 166-
170

Você também pode gostar