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TRASHUMANCIA

(SOBRE LAS CUATRO ESTRELLAS DE MI UNIVERSO PERSONAL)

Por José Ignacio Gutiérrez Pita

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1!
…el viaje más importante de nuestra vida es el que hacemos
al interior de nosotros mismos…

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2!
Presentación
La iniciativa para elaborar el presente trabajo, en el que me he tomado la libertad
de sintetizar algunos de los episodios más destacados de los que tengo memoria,
surge como consecuencia de mi interés por hacer del conocimiento, de las cuatro
estrellas de mi universo personal, de algunos de los detalles que considero más
sobresalientes de la historia vital de quien ha sido esposo, y padre de la familia
que integramos con Olga Inés, y en la que compartimos con nuestros hijos:
Catalina Inés, Carlos Ignacio, y Natalia Isabel.

Es muy posible que dicho interés por exteriorizar para ustedes mis vivencias,
pudiera haber tenido su origen en el profundo vacío existencial que trajo a mi vida
la ausencia de ese padre del que no volví a tener memoria desde un poco antes
de haber cumplido los siete años de edad. Sin embargo, llegado este momento
me parece injusto concederle un protagonismo que no merece, y que no ganó en
buena lid, si para ello se considera que en su lugar, otros seres que rodearon mi
vida, suplieron su espacio, haciendo patente su cariño hacia mí con innumerables
muestras de afecto, al grado de haberme convencido – porque en algún momento
llegué a pensar lo contrario -, de que siempre fui un ser bien recibido dentro del
seno familiar.

La oportunidad me sirve además, para dejar constancia por escrito sobre el


inmenso amor que tengo por Olga Inés, mi querida compañera de vida, quien
además de haber hecho posible el mutuo crecimiento como seres humanos, con
infinita paciencia y sabiduría ha sabido llevar con firmeza las riendas de nuestra
unión, y con ello, superar cualquier obstáculo que se haya presentado durante los
casi cuarenta años que llevamos compartiendo, desde ese feliz día 29 de
noviembre de 1974, en la ciudad de Puerto Príncipe, en que ambos nos
comprometimos a un proyecto conjunto, que ha resultado absolutamente exitoso.

A los tres hijos que tuvimos el gusto de integrar al seño familiar, desde ahora, y
por siempre, quiero que sepan que son los seres humanos más importantes de mi
vida; que suceda lo que suceda – que puede acontecer – y si llegara a
presentarse la ocasión, mi último suspiro estará dedicado a ellos, así como al
profundo amor y respeto individual con el que siempre los he distinguido.

A los dos nietos, Valentina y Rodrigo, así como a Raúl Dino Alfonso Campagna,
les reitero que forman parte de ese círculo íntimo de mis afectos mas entrañables,
los quiero por igual, les echo de menos con infinita frecuencia, y en los casos de
Valentina y Rodrigo los considero como una verdadera extensión de mi propio ser.

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3!
Por lo que respecta a los otros seres más queridos de mi entorno más íntimo, a la
madre, doña Martha Yolanda Pita Gómez Duhart, a mis hermanos Martha Patricia,
Carlos Adolfo, y Sylvia del Carmen, siempre les viviré agradecido, ya que, gracias
a su gran afecto, me fue posible disponer del empuje suficiente durante los
primeros años de mi vida, como para evitar enfrentar el riesgo de cualquier posible
desvío del camino más adecuado.

A los adorados abuelos, Don Carlos Pita y doña Leopoldina Gómez Duhart,
quienes no sólo hicieron posible que dispusiera de un hogar, sino que sus brazos
estuvieron siempre abiertos y dispuestos para hacerme sentir su más cálido
afecto.

A los esposos y esposas de mis tres adorados hermanos, a los sobrinos y


sobrinas, a sus cónyuges, y a sus respectivos hijos, ya que por ellos y con ellos
formamos un ente social forjado a la sombra de doña Martha, y mejor conocido
como la familia Gutiérrez Pita.

De la misma manera, y con sentimiento similar, a la familia Gaviria Vélez, a la que,


por supuesto considero como propia, y en medio de la cual, en todo momento me
sentí como en casa, de forma muy especial, refiero al afecto que siempre me
demostraron don José y doña Fabiola.

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4!
Capitulo 1
Nací en el Sanatorio Reforma, en la ciudad de México, D.F., a las 18:20 horas del
miércoles 12 de abril de 1950, y me correspondió el privilegio de ser el segundo
hijo – primer varón – de la pareja formada por José Guadalupe Gutiérrez
González, y de Martha Yolanda Pita Gómez Duhart. El médico que atendió el
parto, don Carlos Martínez Lavín manifestó, una vez terminado el proceso: “este
niño parece chinito, es completamente amarillo”.

La verdad sea dicha, no recuerdo con precisión haber escuchado el manifiesto


referido, sin embargo, quienes me tuvieron en sus brazos por esos días
exclamaron al unísono que, efectivamente, el bebe era medio amarillento. La más
tenaz por sus afirmaciones, así como por la influencia que ejercía sobre nuestra
unidad familiar, fue la abuela, doña Leopoldina, a la que, si escuché en infinidad
de ocasiones referirse a la palidez marfilina del nuevo vástago de la familia:
Gutiérrez Pita.

La inmensa alegría de tenerme cerca y sentir el suave calorcito que emanan todos
los recién nacidos, opacó, casi por completo dicha característica que, con el
transcurso de los años, se vería transformada en un mal de carácter hepático, al
que habré de referirme posteriormente.

La pareja formada por Ignacio Guadalupe y Martha Yolanda procrearon, además


de a mí, a otros tres hijos: Martha Patricia, la mayor, nació el 17 de marzo de
1949, Carlos Adolfo, nació el 16 de noviembre de 1953, y Sylvia del Carmen,
nació el 16 de julio de 1957.

Don Ignacio Guadalupe, mi padre, debo suponer que tuvo que haberse sentido
sumamente orgulloso al darse por enterado de mi nacimiento. Imagino que, al
tomarme por primera vez entre sus brazos habrá sentido profunda satisfacción al
ver un cuerpecito en movimiento, hecho con amor a su imagen y semejanza. No
recuerdo fehacientemente el momento en que cruzamos miradas por vez primera,
o la recepción de sus besos y caricias, ya que no tuve oportunidad de sentir más
de cerca la figura paterna, como hubiera sido mi deseo, truncado efímeramente,
unos años después. Tampoco dispongo de un testimonio gráfico que confirme
dicho primer encuentro.

Don Ignacio Guadalupe, nació a las veintiuna horas del 22 de diciembre de 1917,
en el seno de una familia formada por el médico militar cirujano Adolfo Guadalupe
Gutiérrez, y doña Emilia González, ambos residentes de la ciudad de México, en
la calle de Chihuahua 126, entonces colonia Roma.

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El matrimonio Gutiérrez González tuvo, además, otros dos hijos: Adolfo y Emilio.
Al primero no lo conocí, supe, solamente, que vivía en el norte de México, a
Emilio, sí lo conocí, lo mismo que a un par de sus hijos, de quienes no guardo
memoria, ya que los habré visto, cuando mucho, un par de veces en toda mi vida.

Según comenta doña Martha, mi madre, conoció a quien fuera su esposo a partir
del 11 de agosto de 1948, fecha en que se celebró la ceremonia de matrimonio en
la Iglesia de Nuestra Señora de la Paz, en la calle de Enrico Martínez - oficiando el
padre de apellido Robles -, en la oficina en donde ambos trabajaban, la Dirección
General de Estadística, de la Secretaría de Economía, ubicada, en ese entonces,
en pleno centro histórico de la ciudad capital.

Por lo que respecta a doña Martha, el árbol genealógico de su ascendencia, ha


sido la referencia familiar a la que nos hemos acogido desde toda la vida, por las
muchas y poderosas razones que se irán exponiendo a lo largo del presente
escrito.

Mi madre nació en la ciudad de México, en la calle de Rosales, que a la postre era


la residencia de Don Joaquín Pita, padre de mi abuelo, a las cuatro horas del 16
de agosto de 1919, sus padres, como quedó asentado, fueron don Carlos Pita y
doña Leopoldina Gómez Duhart.

Mi bisabuelo, militar de profesión, coronel de carrera fue, en sus buenos tiempos,


actor importante del proceso de transformación que vivió México en la época pre
revolucionaria, ocupando cargos, bajo el mandato del General Porfirio Díaz, como
diputado local, jefe de policía, y jefe político, todo dentro del Estado de Puebla. Le
correspondió ir a casa de Aquiles Serdán – prócer revolucionario – el 19 de
noviembre de 1910, para actuar en nombre, y a favor de las autoridades
constituidas.

Su padre, don Mariano Pita, mi tatarabuelo, médico cirujano, fue actor importante
durante el episodio épico de la batalla del 5 de mayo de 1862, en ocasión de la
invasión francesa de nuestro territorio nacional, ya que, ese día, muy temprano
asistió a los oficios religiosos que acostumbraba cada mañana, y durante el
transcurso de la misa, se comenzaron a escuchar los estruendos producidos por
las explosiones de la artillería sobre los fuertes de Loreto y Guadalupe, por lo que
don Mariano, de inmediato, se trasladó al hospital principal de la capital del
Estado, lugar en donde atendió, sin distinción de bandera, a los primeros heridos
en esa fecha memorable en los anales de la historia patria.

Por lo que respecta a don Joaquín, una vez concluidos los episodios
revolucionarios más cruentos, y en camino hacia la consolidación del proceso, le
correspondió ocupar el cargo de Inspector General de Policía, en la ciudad capital

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del país, siendo Presidente el general Victoriano Huerta. A partir de dicho
episodio, don Joaquín pasó a retiro de la vida pública, conservando en alto el valor
de su acción durante ese lapso de su existencia, causando la baja militar, con
todos los honores que le correspondieron.

Don Joaquín, casó con Natalia Gutiérrez de Ovando y Domínguez, y procrearon


siete hijos: Rodolfo, Raquel, Humberto, Carlos, Julia, Delfina y Josefina.

Con Carlos, mi abuelo, en todo caso, inicia la zaga que habría de ponerme a mí de
frente, en este pícaro planeta. Nació, como todos sus hermanos, en la Puebla del
siglo XIX que muchos anhelan, incluso ahora, el 4 de noviembre de 1889, supongo
que en la casa paterna de Espejo número 7, esquina calle Santa Clara. A los 18
años realizó su primer viaje a Europa, sin conocer el idioma, e imagino que
tampoco con conciencia de la aventura que iniciaba, como un síntoma de rebeldía,
y de envidia – de la buena – hacia uno de sus más afectos amigos de juventud.

Cuenta don Carlos que su madre – mama tata – lloraba pidiéndole a don Joaquín
que no dejara que el niño se fuera solo a un lugar tan desconocido como lo era,
para ese entonces, la ciudad de Paris. No obstante las súplicas maternas, don
Carlos abordó el pulman del ferrocarril Interoceánico con rumbo al Puerto de
Veracruz, y de ahí al vapor que lo llevaría más allá de las fronteras de su muy
querido México, hacia la búsqueda de su propio destino.

Como suele suceder, don Carlos siempre corrió con suerte, y aunque, como dije,
no sabía ni pedir un plato de lentejas en el idioma vernáculo, poco a poco, fue
aproximándose más y más a la cultura más admirada por él, después de la propia:
la francesa. Además, según comentó el propio don Carlos, la experiencia le
posibilitó confirmar la razón por la que se afirma que: Paris bien vale una misa.

El signo del destino hizo menester su retorno a México, tras su primer viaje, ya
que estalló, en el viejo continente, la primera guerra mundial. Unos años después,
para 1928, habría de regresar con su familia propia. Imagino que en dicho inter fue
que conoció a la que sería su esposa: doña Leopoldina, mi abuela, a su vez,
nacida en la población de El Cuesillo, en León de los Aldama, en Guanajuato, el 8
de junio de 1902. Hija del matrimonio de Luis Gómez Duhart y Luz Contreras,
quienes a su vez procrearon ocho hijos: Dolores, Leopoldo, Angelina, Leopoldina –
estas dos últimas fallecieron siendo muy pequeñas – Angelina, y Leopoldina
(segundas), Luis y Mercedes.

Como fruto del matrimonio entre don Carlos y Leopoldina, nació en calidad de hija
única, doña Martha Yolanda Pita Gómez Duhart, quien pronto incursionó a su vez
por el mundo. A la muy tierna edad de 9 años realizó su primer viaje por vapor al
viejo continente, fijando su residencia en París, ciudad que sirvió de sede a su

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educación más próxima, y que perdura en el tiempo, no sólo por la calidad de la
misma, sino por el hecho de que gracias a sus estudios europeos, muchas puertas
sociales y laborales se le fueron abriendo. Como consecuencia de la guerra civil
española, la familia Pita Gómez Duhart retornó a México, en el año de 1937.

Por el contrario de lo que sucede con doña Martha, mi madre, no me es posible


referir con claridad la ascendencia de quien fuera mi padre, no conocí a mis
abuelos paternos, aunque siempre estuve cerca de ellos, sobre todo las muchas
veces que acompañé a doña Leopoldina al panteón civil de esta ciudad, lugar en
donde dejamos testimonios florales, al menos dos veces al año: el 10 de mayo, y
el 2 de noviembre. Según supe, dichos abuelos fallecieron en 1946, un par de
años antes de que Ignacio Guadalupe casara con mi madre.

Por lo que respecta a mi relación con él, a pesar de lo que pudiera imaginarse,
guardo en mi mente un profundo afecto, así como recuerdos imborrables que
sirven de testimonio de lo singular de un sentimiento que no pudo madurar, por
razones ajenas a mí voluntad, y sólo atribuibles al destino que emergió de entre
las tinieblas, obscureciendo la posibilidad de ubicarlo con precisión, más allá del
limitado tiempo que pude disfrutarlo.

Con motivo de sus frecuentes viajes hacia el norte del país – nuestra madre refiere
que, para ese entonces trabajaba en el Estado de Sonora, con dos asociados,
Víctor Estrella, y Dino Meza, en el negocio de la captura de camarón, en Puerto
Peñasco – no fue sencillo ahondar una relación más allá de la mera formalidad, es
más, fue sumamente difícil concretar aspectos básicos de la vida familiar, como
fueron: el registro civil, y la ceremonia del bautismo. Uno y otro se realizó fuera de
tiempo, el primero, el 5, y el segundo, el 7 de septiembre, ambos de 1951, más de
año y medio después de mi feliz nacimiento.

Tengo entendido que la razón principal de que se produjera una situación como la
descrita, fue la imposibilidad de hacer coincidir las agendas de don Ignacio
Guadalupe, y quien a la postre sería mi padrino más querido, don Héctor Soto
Máynez, y su esposa, América Paniagua.

Para ese entonces, Patricia, mi hermanita mayor, y mi más querida amiga de esa
tierna infancia, tenía ya más de dos añitos. Nacida en Guadalajara, Jalisco,
ciudad en la que sentaron su primera residencia mis padres, tras su feliz
matrimonio, se trasladaron a la gran ciudad capital, en donde sentaron su domicilio
permanente, imagino que por razones familiares, es decir, de mayor seguridad
para nuestra madre y para sus tiernos críos, si se considera para ello los
frecuentes viajes de negocio de nuestro padre.

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Nuestro hogar fue situado en la Avenida Álvaro Obregón 234, esquina con la calle
de Medellín, en el edificio “Comodoro”, que aún existe a la fecha. Ocupamos el
departamento dos – lo recuerdo con claridad, gracias al merolico que anunciaba:
agua Mundet. A lo que la abuela contestaba: al dos, al dos - . En dicho inmueble
vivimos hasta agosto de 1954, ya que nos vimos forzados a marcharnos como
resultado del desahucio de que fue objeto el inmueble por parte de la compañía
“La Latinoamericana”, su propietaria.

Mi recuerdo de la vivencia en esa, mi primera residencia, es grato. Había un


señor de apellido Marqués, y de nacionalidad española, a quien agradaba
especialmente. Me buscaba, utilizando el apelativo: suai, imagino forma afectuosa
empleada en su lugar de origen en la Península Ibérica. Por ese entonces, mi
madre, doña Martha, tenía varias amigas de grata memoria, entre ellas una de
nombre Licha, quien administraba, en la planta baja del inmueble, un local en el
que se expendía material de construcción. Ambas compartían la afición por el
tejido, y cada vez que podían se reunían en el camellón de la propia avenida
Álvaro Obregón, frente a la puerta principal de nuestro edificio, en donde ponían
sillas y algunos sarapes como medida para hacer más cómoda la tertulia.

La víspera de nuestra primera crisis familiar, derivada de las circunstancias


descritas, una señora de nombre Juana Peñaloza, a la postre, abogada de la
contraparte que había demandado, comentó a mi madre: “Hay señora, que pena
por usted y sus hijitos tan güeritos, pero mañana los van a echar del
departamento”. Imagino que la sorpresa fue mayúscula, ya que para aquel
entonces doña Martha, nuestra madre, y la abuela, llevaban varios años
residiendo en el edificio de Álvaro Obregón, como consecuencia de las
desavenencias maritales que surgieron entre doña Leo, y don Carlos Pita, por
causas de su hermanita soltera, la tía Josefina.

Ante la coyuntura, nuestra madre solicitó y obtuvo el apoyo de nuestro abuelo,


quien nos recibió con los brazos abiertos y, fue así que llegamos a nuestro hogar
de infancia de más grata memoria: la casa de Colima 242, en donde don Carlos
residía en compañía de su hermana menor, Josefina, soltera de toda la vida y
fanática del anís del mono y del tequilita. Había dos números telefónicos, para la
residencia: 14 96 12, y para el negocio de antigüedades: 11 09 91

La casa funcionaba como una especie de residencia para huéspedes. Si bien es


cierto, tanto mi abuelo, como la tía Josefina disfrutaban cada uno por separado de
habitación independiente, al menos disponían de dos huéspedes. Una señora
llamada Julieta, muy enferma – creo que de cáncer – y un torero aficionado.
Dicha situación motivó que a nuestra llegada nos fuera asignado como espacio
vital para nuestra solaz existencia, lo que era la sala de la propia residencia. Ahí

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fuimos amontonados: padre, madre y abuela, ya que don Ignacio Guadalupe, no
obstante que andaba para arriba y para abajo, desarrollando actividades diversas
por todo el país, en algunos momentos solía acompañarnos.

De los gratos recuerdos que aún conservo frescos en la memoria, indudablemente


los paseos realizados por padre, madre y hermanos. Patricia y yo estábamos ya
en edad de poder acompañarlo en las diligencias que con frecuencia realizaba
durante sus breves estancias en la ciudad capital. Tengo bien presente el esmero
con que nuestra madre nos preparaba con las mejores galas cuando íbamos, cada
uno dando nuestra mano al padre que en ese entonces adorábamos.

Fuimos varias veces a Cinelandia, en la entonces avenida San Juan de Letrán,


exhibían sólo tiras cómicas – muy de moda en los años cincuenta -. Conservo
varías fotografías en donde aparecemos los dos hermanitos con nuestro padre, él
siempre de traje y corbata. Nosotros con nuestras más vistosas prendas,
generalmente, confeccionadas por nuestra madre.

La toma de la fotografía de Patricia, fue otra de las salidas memorables con


nuestro padre. Mi hermanita fue vestida con un regio atuendo blanco de tira
bordada, con zapatitos y calcetines en combinación, y una cartera en tonos de
azul que contrastaban con su pelo cuajado de rizos dorados que caían sobre su
espalda. El estudio se ubicaba en la avenida Álvaro Obregón, casi esquina con
Jalapa, creo que, a pesar de los años, el inmueble todavía existe en estas fechas.

La ida a Xochimilco y nuestro perro dálmata, llamado “dominó”, también figura un


testimonio fotográfico sobre ese paseo. El famoso auto convertible marca
Oldsmobile, amarillo pollito, en que una mañana llegó don Ignacio Guadalupe a
recoger a sus adorados hijitos para llevarlos a dar una vuelta. La anécdota que se
escenificó a bordo de tan regio carruaje – decidí ese día que el auto era tan bello
que mi color favorito sería, a partir de la fecha, justamente el amarillo pollito – nos
pusimos de acuerdo Patricia y yo para taparle los ojos a nuestro padre, quien no
había caído en cuenta de lo que creímos una broma, y nos armó tremenda bronca,
con toda razón, ya que no medimos las consecuencias de cegar – aunque sea
momentáneamente – a alguien, al momento que conduce un automóvil.

Me toco, otro día, acompañarlo a una visita a casa de su hermano Emilio.


Llegamos, y para variar, yo iba súper engalanado, con un pantalón amarillo corto y
camisa blanca, además, iba montado en un brioso corcel de juguete, ensamblado
con acabados de lujo y montado en una vara roja, con rueditas al final para que se
deslizara sin inconveniente. En contraste, mis primos hermanos, de quienes sólo
guardo parcialmente memoria, montaban caballitos armados sobre un palo de

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escoba, con cabeza de muñecos viejos, sin ojos. Fue ahí en donde caí en cuenta,
conscientemente, por primera vez, sobre el contraste entre uno y otros.

Otro paseo realizado con mi padre, fue para encontrarse con uno de sus amigos y
socios, el señor Víctor Estrella, alojado en el Hotel Bamer, en la avenida Juárez
del centro de la ciudad. En ese entonces, en México no era necesario pasar por la
recepción del hotel para anunciarte, como pasa ahora. Recuerdo que al llegar,
subimos directamente al piso en donde estaba la habitación del señor Estrella,
quien salió a la puerta de su cuarto en calzoncillos y camiseta, al ver que
acompañaba a mi padre, entró corriendo para cubrirse con una bata.

En otra ocasión, siendo un día domingo, nuestro padre ofreció llevarnos a pasear
a Patricia y a mí, para lo cual pasaría a recogernos a la casa de la calle de Colima.
Recuerdo con inmensa tristeza que, tanto Patricia, como yo, estuvimos
esperándolo desde que amaneció, hasta que anocheció. No llegó, y jamás
supimos la razón del primer plantón paterno de mi vida.

Uno de los recuerdos que más me entristecieron fue la nalgada recibida,


seguramente, como resultado de alguna travesura, por virtud de que la misma me
causó una semana de fiebre, y dos días en cama, más por el sentimiento, que por
el dolor real que pude haber experimentado.

Por lo demás, nuestra infancia en la casa del abuelo fue siempre placentera. La
edad que teníamos a nuestra llegada – yo, cuatro años, Patricia, cinco, y Carlos,
diez meses – hacía que fuera imposible que estuviéramos consientes de que
nuestra familia se veía amenazada por la disfuncionalidad.

Un hecho que llegó a nuestras vidas de forma accidental, previo a nuestro cambio
a la casa de Colima, se registró en la cocina del departamento de la avenida
Álvaro Obregón. Nos encontrábamos Patricia y yo cerca de la estufa en donde
hervía la leche, cuando de repente la olla volcó sobre ambos. Todas las miradas
se dirigieron hacia mí, ya que me toque la entre pierna, lugar a donde había ido a
caer la leche, afortunadamente para mí, nada sucedió en esa parte tan importante
de mi anatomía. Por el contrario, Patricia se llevó sus manitas al pecho, lugar que
había sido lacerado por leche hirviendo, quemándole un seno, dejándole como
secuela una cicatriz en esa zona tan importante de su anatomía, misma que
conservó de por vida.

Desde entonces, guardo siempre un gran respeto hacia las cocinas, y


especialmente, cuando hay ollas al fuego.

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Capitulo 2

El entorno que nos rodeó en nuestra casa de la calle de Colima, fue siempre grato,
don Carlos, nuestro abuelo, era un ciudadano respetado en nuestra comunidad.
Abrió el primer negocio de antigüedades a consignación de la ciudad capital, bajo
la razón comercial de “Las Novedades” y su fama fue siempre su mejor tarjeta de
presentación. Elegantemente ataviado, de traje y corbata, con zapatos bien
lustrados, y polainas para el otoño e invierno, fumador empedernido de cigarrillos
“soberbios”, y gustoso de los buenos vinos y la viandas de la cocina gourmet. Sus
quesos favoritos rondaron los Roquefort, y previo al almuerzo, invariablemente su
copita de Pernod que combinaba con agua y hielo.

En la casa, decorada eclécticamente, destacaban varios retratos en blanco y


negro ubicados en el segundo piso, sobre el corredor de acceso a las
habitaciones, con las imágenes de diversos personajes de la estirpe familiar, entre
los que destacaban el de don Mariano Pita, el de doña María de Jesús Candelaria
Francisca Dolores Fernández de Lara Caamaño Conde y Corte de la Banda
Tricolor mal Partida, la tía Chui, la de mayor abolengo, entre otros.

Con ese respeto con que se veía al caballero de la calle de Colima, fuimos
recibidos sus familiares más cercanos. Recuerdo bien que frente a nuestra casa
había tres misceláneas: “Lilia”, “La Luz”, y “La Covacha”. La primera, entiendo era
la mejor en todos los aspectos, mayor surtido, calidad y precio, cuando esas
cualidades eran valoradas por los vecindarios, que dicho sea de paso, estaban
plagados de negocios similares.

En “La Luz”, la propietaria era la señora Teresa, guapa morena, casada en


segundas nupcias con un costarricense, mejor conocido por el apodo de “el
güero”. Procrearon cuatro hijos: Alejandro, Teresita, Arturo y Araceli. Por lo que
respecta a “La Covacha”, siempre disfrutó de mala fama, por virtud de que ahí se
expendían bebidas embriagantes, que se consumían afuera del negocio.

Nuestra vecina inmediata era la señora Adela Damm, una dama muy discreta que
vivía con su señora madre, en el número 243, de la calle de Colima, que era
funcionaria de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes de la época. Un
poco más hacia la calle de Tonalá, en el número 241, la familia Figueroa, cuya hija
mayor, Marta, fue pretendida, años más tarde por Carlitos, mi hermanito.

Sobre la calle Tonalá, estaba la panadería, lugar de obligada visita y en donde se


expendía un sinnúmero de variedades, sabores y colores. Los propietarios
siempre fueron generosos con nosotros y nos distinguieron con su confianza. Esa

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misma confianza que no he vuelto a tener por virtud de que ahora nadie te deja
entrar al negocio como Pedro por su casa. Tanto Lilia, como la señora Teresa,
también nos dispensaron el mismo sentimiento, y me permitían entrar y
despacharme sin que me estuvieran vigilando, ni nada por el estilo. Entre todas
las misceláneas, la tintorería Olimpia, ofertaba sus servicios a los vecinos también

En la misma calle de Colima, de nuestro lado, el de los pares, casi en la esquina


con Tonalá, se encontraba la casa de la familia Díaz Herrera, así como el
laboratorio propiedad de don Antonio, propietario del inmueble.

Junto a nuestra residencia, otra muy parecida, en el número 244, la del abogado
de apellido Solórzano, su esposa, doña Cuca, y sus dos hijos – ambos medio
loquitos -, de nombres Fernando y Oscar, y sus dos empleadas domésticas,
Porfiria y Berna, en el 246 vivió mucho tiempo un personaje conocido como
monono, con una esposa, también medio zafada de la cabeza, llamada doña
Rosalía. Más tarde, una vez fallecido monono la casa fue ocupada por su hijo,
Luis Velasco González, casado con María Elena Munguía, y padres de Luisito y
Laura Patricia Velasco Munguía, los cuales fueron para nosotros dos grandes
amigos y compañeros de juegos.

En el número 248, el señor Luna y la primera agencia de repuestos de la marca


Philips, abierta en México. En el 250, Casa Pastor, y junto, Regalos Ultramar, y
más allá, la regia residencia de la familia Loustanou, propietarios de la cadena de
tiendas “Sederías del Refugio”. Conocimos Patricia y yo a los nietos de la casa
paterna, llamados Federico y Víctor, por quienes suspiraba mi hermanita cada vez
que los veía pasar.

Además de los vecinos, también eran bien conocidos transeúntes de la calle de


Colima, como los vendedores de gusanos de maguey, los de “pantalones para
niño”, los de hidro gas (gas doméstico), los acarreadores de vigas de madera,
arrastradas por mulitas, y un amplio etcétera.

Nuestras primeras letras para Patricia y para mí, fueron en el Instituto Infantil,
ubicado en la calle de Ámsterdam número 120, en la colonia Hipódromo Condesa.
La Directora, la señora Angélica Díaz Covarrubias de Almazán, cariñosamente
conocida como Miss Almazán, de muy grato recuerdo, así como su esposo el
teacher, quien era una especie de “todólogo”, ya que impartía clases, manejaba la
camioneta que nos recogía diariamente, una Chevrolet 1952, color café con leche.

De mi estancia en el Instituto Infantil, recuerdo con alegría varias cosas. Una de


ellas eran los paseos diarios a bordo de la camioneta y la recogida de nuestros
compañeritos. Mi salón de clases, mi profesor – que era el propio teacher – quien
disponía de una mesa de trabajo en la que se encontraba colocado un artefacto

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único, jamás visto por mí antes: un sacapuntas mecánico. Disfrutaba mucho
viendo al teacher utilizarlo, ya que era el único en todo el colegio, y estaba ahí,
justamente en mi primera aula de clases.

La anécdota más chistosa de que tenga memoria en el Instituto Infantil, tiene que
ver con un accidente involuntario que sufrí en carne propia – debo de reconocer
que no sentí nada de vergüenza – sucedió que me hice popó en los calzones y me
quedé callado hasta que empezó a oler muy mal en la clase. Nos empezaron a
investigar a cada niño y niña, hasta que llegaron a mí, constatando el hecho. De
inmediato, la Miss Almazán llamó a la casa y pidió a mi madre que viniera a
recogerme, lo que hizo en breve tiempo.

Al salir de las instalaciones del colegio, abordamos un autobús de la ruta “Roma-


Mérida-Chapultepec” y cuando cruzamos por el parque México, le dije a mi madre:
“…nos bajamos en el parque y vamos a jugar…”. Doña Martha, fingió muy bien
por mi ocurrencia, pero tengo la seguridad de que a mis espaldas se botaba de la
risa que le dio mi ocurrencia.

Nuestra estancia en dicha institución educativa no fue tan larga como nos hubiera
gustado. Por razones idénticas a las enunciadas con respecto a la salida del
departamento de la calle de Álvaro Obregón, fuimos a parar a una escuela oficial,
como se conocía entonces a las que el estado mexicano administraba a través de
la Secretaría de Educación Pública. Guardo en mi mente con toda claridad la
conversación que sostuvieron una mañana indefinida la abuela y mi madre, en
torno a la razón que se daría a la Miss Almazán por nuestra partida. Doña Martha
le dijo a la abuela: “pues dile que los niños – es decir, Patricia y yo – nos íbamos
para Acapulco”.

Y, así fue. Nada más que en lugar de irnos para Acapulco, llegamos a nuestros
nuevos colegios. En mi caso, el Alberto Correa, y Patricia, en el Manuel López
Cotilla, ambos estaban ubicados muy cerca de nuestra casa, en la Plaza Miravalle
(hoy Plaza Cibeles).

El cambio tan brusco obedeció, como señalé, a la modificación de nuestra


situación familiar y económica. Ese año, nuestro padre decidió – sabrá Dios si por
voluntad propia, o forzado por unas circunstancias que nunca sabremos – alejarse
definitivamente de nuestro entorno y de la familia que había fundado, junto con
doña Martha, mi madre.

La verdad sea dicha, a mis seis años cumplidos, no tuve la capacidad para percibir
la gravedad de los acontecimientos, sobre todo, considerando para ello que mi
madre tenía un embarazo de cuatro meses, cuyo final se produjo el 16 de julio
siguiente, con el nacimiento de mi adorada hermanita Sylvia del Carmen.

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Junto con los recuerdos que he venido refiriendo, mi padre me legó,
indirectamente, media docena de trajes que permanecieron colgados – como
mudos testigos de su ausencia – en el closet que estaba junto al desayunador de
la casa de Colima 242. Ese closet, y los trajes, pasaron a mi dominio personal.
Sobre las prendas recuerdo que doña Martha, mi madre, concluyó que yo debía
usarlas, pero para ello, habrían de ser ajustadas, por las obvias razones de la
diferencia de tallas.

Fuimos con un sastre que tenía su taller en la propia calle de Colima, casi esquina
con Orizaba. Ahí, el maistro hizo el milagro de convertir un traje de hombre, en
uno para niño. Poco a poco, creo que a uno por año, me fueron confeccionando
una especie de disfraz que me hizo asemejar algo que todavía no era en la
práctica: un adulto.

Además de los trajes y algunas camisas talla large que siempre intenté ponerme,
recibí su joyero en piel de vaca color caramelo, con algunas piezas de
mancuernas y pisa corbatas que aún conservo hasta estos días, menciono
especialmente, el juego para ropa de etiqueta, que consta de botones en piedras
de azabache, y mancuernas en oro de 18 quilates, así como otras mancuernas
con diseño en monedas antiguas, utilizadas por mí durante muchos años, hasta
que se extravió una, quedando incompleto el juego.

La pipa para fumar marca Dunhil, nueva, me sirvió muchos años de inspiración en
momentos especiales de la vida. La conservé hasta el día que decidí dejar el
vicio, del que me había convertido en habitual; en un momento indeterminado fue
obsequiada, junto con la colección que llegué a acumular a lo largo de los años.

Otra cosa que conservé del intangible legado, fue un claro sentimiento de culpa
por algo que no había hecho, y que se transformó con el tiempo en un sentimiento
de baja autoestima personal, que he venido arrastrando, hasta nuestros días.

La experiencia de nuestra nueva escuela, al menos para mí, fue normal. Lejos de
sentirme menos preciado, intenté, desde que tuve el primer contacto con la Alberto
Correa, sentirme a mis anchas. Recuerdo con especial afecto a mi primera
profesora, la maestra Águeda, del segundo año de educación primaria. Nuestra
aula no disponía del mobiliario adecuado, lo que motivó que mi abuelo me
comprara una mesa de trabajo, y una silla a juego, mismas que llevamos cargando
desde nuestra casa, hasta el propio colegio. Aunque yo no lo recuerdo, mi madre
refiere que la situación descrita en torno al mobiliario, tuvo que ver con el hecho de
que, a través de una visita que hizo a mi salón, me vio sentado prácticamente en
el suelo, lo que le causó profundo dolor.

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15!
De mi primer curso en el Alberto Correa, recuerdo, además, que la maestra
Águeda me regaló una maqueta con un diseño dental modelado en plastilina,
guardada en un gabinete escolar, durante muchos años - según refirió la propia
profesora – .

Por lo que respecta a Patricia, mi hermanita muy querida, refiere mi madre que su
primer año fue fatal, ya que, por ser güerita – como lo era yo también -, y con pelo
ensortijado, ninguna niña quería compartir con ella, es decir, fue discriminada - es
más, alguna profesora con ánimos de ofensa, la había nombrado carpera término
que por aquel entonces no entendimos ni ella ni yo - lo que se tradujo en que cada
día, a la hora del recreo, nuestra abuela, doña Leopoldina, iba al colegio, para
verla desde la calle y conversarle todo cuanto pudiera para que la niña no se
sintiera solita.

Nuestra estancia en la escuela oficial fue de dos años completos, 1957 y 1958.
En el segundo periodo lectivo, es decir, el tercer año de educación primaria, yo ya
me sentía como pez en el agua. El aula que ocupábamos, era en el primer piso y
disponía de un balcón hacia el patio mayor del colegio. La titular era una
profesora llamada Blanca, cuyo rostro tengo muy presente. Como rasgo especial
de esa profesora, su aspecto era diferente al de la maestra Águeda, quien parecía
una madona antigua. Esta era joven y dinámica. Usaba falda y el pelo muy
cortos, en tono rojizo, este último, además, disponía de grandes ojos verdes.

Por esas mismas fechas del año 1958, Patricia y yo hicimos la primera comunión,
justamente el día de la virgen de Lourdes, el 11 de febrero, para lo cual fuimos
puntualmente preparados por dos damas que habían dedicado su existencia a la
congregación del apostolado de la oración, mi tía Raquel, hermana del abuelo don
Carlos, y María Mendoza, una rezandera de las muchas que se encontraban por
todas partes dentro de nuestro ambiente familiar. La ceremonia fue en la capilla
de la Inmaculada, anexa al templo de San Felipe de Jesús, en la avenida Madero
de la capital del país, y tanto Patricia, como yo, fuimos engalanados con trajes
especiales. En mi caso, adquirido en la tienda “El Niño Elegante”, un traje gris
perla, con camisa de ceremonia, cuello Eaton, con corbata de moño del mismo
tono que el traje, crucifijo al cuello y cirio en las manos, junto con el tradicional
misal y el rosario bendito. Obra testimonio gráfico de la ceremonia en múltiples
archivos.

Mientras nosotros enfrentábamos las vicisitudes escolares, nuestra madre tuvo


que comenzar una nueva vida laboral, sobre todo, frente a la responsabilidad de
tener que sostener, desde la perspectiva más amplia posible, a sus cuatro retoños,
lo que la impulsó a responder, casi al mismo tiempo, tres empleos distintos, uno
como profesora de francés en el Colegio Oxford, y otros dos con mi padrino,

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16!
Héctor Soto Máynez, quien fue de gran apoyo para nosotros, especialmente, en
las circunstancias por las que atravesamos con la ausencia de nuestro padre.

El padrino le dio trabajo en los dos principales negocios que tenía por aquel
entonces: La Terraza Casino – centro nocturno de moda – y la Lavandería “La
Terracita”, ubicada en la calzada México Tacuba.

Tras el nacimiento de Sylvia del Carmen, nuestra madre se preparó para


comenzar a trabajar una vez superados los términos médicos post embarazo, así
como las circunstancias derivadas de la ausencia de mi padre, además de las
dolencias lógicas de sus circunstancias personales, se le diagnóstico una nueva
molestia en sus extremidades inferiores, no superada hasta ahora, en que ha
traspasado el umbral de los noventa años. A dicho mal crónico, y al
enfrentamiento social que se registró como consecuencia de la ausencia paterna,
se debieron largas noches de insomnio y lágrimas, refugiándose solamente en la
misericordia del ser supremo al que nuestra madre siempre le ha confiado sus
más importantes momentos.

Superado el primer estadio del trauma familiar vivido, doña Martha se dedicó en
cuerpo y alma al trabajo. Recuerdo sus agotadoras jornadas laborales, entre una
y otra de sus tres obligaciones, apenas le quedaba tiempo para estar con
nosotros, y por supuesto, para descansar. Sus ausencias fueron suplidas por la
presencia permanente de la abuela, quien además de hacer pie de casa estaba
siempre alerta de los cuatro nietecitos – debo reconocer ahora que especialmente
de su Nachito consentido -.

Por ese mismo entonces llegó a nuestro domicilio nuestro primer aparato de
televisión, de marca Philco, y por supuesto, en blanco y negro. Una vez que fue
instalada la antena en la azotea de la casa, de inmediato pudimos captar lo que
fue mi primer programa en vivo y en directo, la serie: mapi y papi, protagonizada
por Mapi y por Fernando Cortés. La señal era del canal 2, del que era propietario
el fundador de la dinastía Azcárraga, don Emilio, dueño, a su vez de la estación de
radio XEW, la de mayor audiencia a nivel nacional, al menos eso es lo que se
decía.

Me tocó, también cursar clases de música. Mi madre me regaló un violín, y


contrató a un profesor – creo que era uno de los músicos de trabajaba en Terraza
Casino - debido a mi falta de interés y dedicación, las clases no duraron mucho, y
jamás aprendí ninguna melodía, aunque guardé por muchos años mi instrumento
que sacaba para exhibirlo entre amigos y familiares, como una especie de trofeo.

Para el propio año de 1958, mi hermanito Carlos Adolfo estaba ya en edad de


asistir al jardín de niños. Recuerdo muy bien que fue inscrito en una escuela

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pública para niños de su edad llamada Benito Juárez, y hasta ahí lo fuimos a
dejar, con la abuela, una fresca mañana de comienzos del año. Cuando cayó en
cuenta que nos íbamos, y que él se quedaba ahí solito puso una carita que jamás
olvidaré, pero se resignó a ese destino que le marcaban sus mayores.

Nunca supe, hasta esta fecha, lo que implicó para mi hermanito nuestra nueva
situación familiar. La ausencia de nuestro padre ocurrió cuando Carlos Adolfo
apenas contaba con un poco más de tres años. Confío en que, por virtud de esa
juventud, los efectos de no conocer mejor a uno de los autores de nuestras vidas,
hayan sido menos doloroso que lo que pudieron haber sentido adultos y niños que
nos vimos afectado por una circunstancia de gran injusticia.

Poco a poco dicha nueva situación familiar se fue estabilizando, gracias al


esfuerzo tanto de nuestra madre, como de los abuelos, quienes nos adoraban y
ofrecían cada día testimonios de su afecto.

Nosotros comenzamos a relacionarnos más intensamente con amigos de la


escuela, y con nuestros primos más cercanos, como fueron los casos de los hijos
de Gloria Párraga, casada con Manuel Carrasco, padres de Eduardo, Jorge,
Leticia, Carlos, Miguel, Antonio, Gloria y Anita. Con estos primos compartimos, y
nos divertimos muchísimo, en mi caso, de forma especial con Jorge o coco ganso
como le decíamos de cariño. Nos juntábamos, principalmente, los fines de
semana, los domingos, sobre todo, para ir a misa en la Sagrada Familia, y
después al parque Orizaba, o al cine de doble función, ya sea al Royal, o en el
club Vanguardias, manejado por el padre Benjamín Pérez del Valle.

Nuestra calle, como ya referí, era un ejemplo clásico del México de los años
cincuenta. Había, siempre, en la esquina de Colima, con la avenida de los
Insurgentes, un agente de la Dirección General de Policía y Tránsito, en uniforme
que coadyuvaba a dirigir el tráfico en un cruce de gran relevancia, ya que a media
cuadra se encontraba la sede central de la Cruz Roja Mexicana, por lo que todos
los semáforos de la ruta, desde la avenida Cuauhtémoc, hasta Insurgentes se
encontraban sincronizados para dar paso a las emergencias cotidianas.

Por la noche, a partir de la diez se escuchaba “el sereno” vigilante nocturno que
garantizaba la tranquilidad de nuestra calle cada vez que hacía sonar su silbato.
Cada diez o quince minutos pasaba, a gran velocidad un vehículo de transporte
foráneo de la línea Flecha Roja, en su ruta: México-Toluca-San Luis-Metepec-
Querétaro.

Una tarde cruzó por enfrente de nuestra casa el vehículo presidencial a bordo del
cual iba nuestro Primer Mandatario, don Adolfo Ruíz Cortines. Mi abuelo, quien se
encontraba afuera del negocio “Las Novedades” se descubrió en señal de respeto,

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18!
y le hizo un afectuoso saludo, mismo que, desde dentro del automóvil fue
contestado.

Con otros amigos con quienes nos veíamos frecuentemente, fue con los Soto
Paniagua, los hijos de mis padrinos América y Héctor. Por virtud de sus
posibilidades económicas, a mi padrino le iba muy bien, viajamos al centro
vacacional de moda: Tequesquitengo, en el estado de Morelos, donde disponían
de una lujosa casa, con piscina (alberca) y jardín envidiables. El centro vacacional
dispone de un hermoso lago, utilizado para realizar todo tipo de deportes
acuáticos, como el esquí de competencia, la natación, etc.

Los viajes a “Teques”, como mejor conocíamos el lugar se dieron con mucha
frecuencia, desde la primera vez en que fuimos invitados, hasta la víspera de que
vendieran la casa, en donde pasamos una estancia de gran tristeza para todos.

Para ese entonces, no sabía nadar. Recuerdo que en mi primera visita al lago, los
Soto se fueron lanzando una a uno, sin mayor protección que la confianza de
saber sostenerse en el agua de un lago tan grande y profundo como el que
teníamos frente a nuestros ojos. Sin pensarlo, me lance al agua, y me sumergí
hasta lo profundo – como dos metros – no fue sino hasta ese instante que caí en
cuenta que no sabía qué hacer. Tomé impulso y empujé mis pies desde el fondo
hacia la superficie, alcanzando a salir sosteniéndome de la orilla en donde estaba
el muelle que servía para amarrar las lanchas de motor del condominio en donde
estábamos alojados.

Me pude morir ese día por irresponsable, afortunadamente, no pasó nada y aquí
sigo, vivito y coleando.

También, con los Soto Paniagua éramos invitados frecuentemente a su residencia


en la calle de Ciruelo número 20, en las Lomas de Xotepingo. Por aquel entonces,
la colonia era conocida como ciudad Jardín, ya que en realidad era una zona
arbolada, y rodeada de protección y vigilancia como ningún barrio por entonces
conocido por nosotros. Con los hermanos que coseché vínculos más estrechos
fueron con Alfredo y Sergio, amigos y compañeros de infinitas odiseas. A nuestro
retorno hacia la colonia Roma, siempre contábamos con el apoyo de la abuela,
doña América, la que tenía un auto del año, y nos llevaba desde ciudad jardín,
hasta la avenida División del Norte, en donde abordábamos un autobús hasta
nuestra casa

Otros primos a los que queremos muchísimo, son los Zavala Hurtado, hijos de la
tía Lucero y de Raúl Zavala – empresario del Teatro Lírico, ahora desaparecido –
Jorge, Pepe, Lee (Víctor Manuel) Juanito y Norma Guadalupe. Por regla general
la tía Lucero los llevaba a casa de su madre (que era, a su vez, hermana de la

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19!
abuela) la madrina Angelina los sábados y domingos de cada semana. Con ellos
íbamos de un lado a otro, jugábamos futbol en cuanto espacio encontrábamos y
hacíamos todo tipo de diabluras. También convivíamos con Agustín y Maricela
Benítez Ortega, hijos de una señora que había sido adoptada por la madrina
Angelina, y que a su vez consideraba como verdaderos nietos.

Las semanas santas de cada año, fueron vividas dentro de la más pura tradición
de nuestra familia, por aquel entonces, y no obstante la laicidad del estado
mexicano, algunas expresiones de religiosidad cobraron auge, como serían los
casos de las procesiones del Vía Crucis, y del Santo Entierro, ambas se
realizaban el viernes en que se conmemoraba la muerte de Cristo, y eran
organizadas por una sociedad civil muy religiosa, y la cofradía del sacerdotes de la
iglesia de la Sagrada Familia, encabezados por Benjamín Pérez del Valle.

Don Carlos Pita, nuestro muy querido abuelo, siempre nos sorprendía, no sólo con
todo el afecto que nos tuvo, sino con hechos reales y tangibles, cuya memoria es
permanente, como el viaje realizado por tren a Veracruz. La primera vez que vi el
mar, fue justamente en el puerto más importante de México. El viaje fue toda una
odisea, según pudimos comprobarlo todos los que en el participamos. Al abuelo
siempre le gustó el tren Interoceánico – había, en esa época dos opciones: el
propio Interoceánico, y El Mexicano. Compró boletos para en primero, incluidos
carros dormitorio y un “gabinete”, especie de camarote con dos camas y baño.

En el “gabinete” se acomodó nuestro abuelo conmigo, y con Patricia, mi hermanita


muy querida. En los asientos dormitorio, la abuela, nuestra madre, y los dos
retoños restantes, Carlitos, y Sylvia.

Salimos de la estación Buenavista. Jorge Párraga, el sobrino favorito de don


Carlos, nos acompañó a la estación, y nos despidió, confiando en que nuestro
destino, el puerto de Veracruz, estuviera al alcance de la mano, cosa que no
ocurrió como era de esperarse. Un par de horas después de nuestra salida – se
suponía que el viaje era por la noche -, cuando ya nos encontrábamos acostados,
cada cual en su respectivo espacio, sentimos que el tren se paralizaba, y así se
mantuvo bastante tiempo, hasta que, de forma repentina, volvió a ponerse en
funcionamiento, pero esta vez, en reversa. Caímos en cuenta que estábamos
regresando a la estación, aunque nada podíamos hacer, sino esperar a disponer
de información pertinente con el jefe de la misma.

La maniobra de recuperación de nuestro tren duró prácticamente toda la noche,


para reemprender el viaje al puerto muy temprano por la mañana. Como era de
prever, el servicio de comedor a bordo sólo había sido previsto para la cena de la

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20!
noche anterior, por lo que el resto del viaje fue menester comer de lo que se
ofrecía en cada parada de las muchas que realizaba el tren, en su ruta al puerto.

No obstante dicho pequeño inconveniente, llegamos felices a nuestro destino.


Acto seguido, nuestro abuelo ordenó que fuésemos a nuestro hotel, el Mena Brito,
del que eran propietarios unos viejos amigos de don Carlos. Llegamos, y nos
instalamos. Recuerdo que lo que más deseábamos era ir al mar, cosa que
hicimos, a pesar de que el clima no era, en ese momento, lo más propicio para
meternos. No obstante, lo hicimos todos, incluso nuestro abuelo, quien iba, como
siempre, muy elegante, con traje de verano y zapatos a dos tonos – como se
usaba, por aquel entonces -.

Como señalé, el clima no nos ayudó mucho, por lo que la lluvia cada vez
intensificó más su fuerza, lo que motivó, entre otras cosas, que tuviéramos que
ubicarnos en otro alojamiento. Esta vez, fuimos recomendados por los Mena
Brito, para ser recibidos en un lindo y nuevo hotel, “El Vacaciones”, que
prácticamente estrenamos. Ahí permanecimos hasta el fin de nuestra estancia, y
por supuesto, nuestro retorno a la ciudad de México, cosa que hicimos a bordo del
famoso ferrocarril Interoceánico, en condiciones similares a las del viaje de ida,
aunque en esa ocasión, el carro en el que nos tocó, era el último del convoy, lo
que hacía posible que nos asomáramos por la puesta del final del tren para
disfrutar del panorama.

En algún punto intermedio del camino, engancharon un carro adicional tras el


nuestro. Dicho carro, es conocido como cabus, y es en el que tradicionalmente
viaja la tripulación del tren. Pues aunque a nosotros la idea nos disgustó bastante,
el famoso cabus salvó nuestras vidas, ya que en el proceso de regreso a la ciudad
de México, nuestro ferrocarril se descarriló en la población conocida como Santa
Clara, y ahí quedamos todos muy asustados, pero sin ningún rasguño, ni nada por
el estilo.

Nos tocó bajar del tren, auxiliados por la población que se agolpaba a nuestro
alrededor, unos para ayudar, y otros para buscar aprovechar la oportunidad y
saquear lo que pudieran. Tengo muy presente la imagen protectora de nuestro
abuelo, quien llevaba su inseparable bastón, que en dicha ocasión, sirvió como
una especie de batuta con la que organizó nuestra salida en busca de un taxi que
nos trasladara hasta nuestra residencia en la ciudad de México, a la que llegamos
muy tarde por la noche, pero con una emoción incontenible por los sucesos recién
registrados, y de los cuales salimos sin consecuencia alguna. La experiencia,
como señalé, fue inolvidable.

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21!
Al concluir el segundo y último año cursado la Escuela Alberto Correa, nuestra
madre solicitó y obtuvo una entrevista con la directora, una anciana maestra de
carrera que había acumulado más de cuarenta años de servicio activo, quien la
recibió con un poco de sorpresa, ya que el motivo del encuentro era para
agradecer a la autoridad colegial por haberme tenido los últimos dos años en el
seno de la institución. Refiere doña Martha que la directora le dijo que en todos
los años que llevaba educando a muchas generaciones de estudiantes, jamás
alguien la había buscado – como hiciera doña Martha – para agradecerle por los
servicios recibidos.

En el curso de la conversación pudimos saber que esa misma profesora, en su


momento, años atrás, fue educadora de don Ignacio Guadalupe, mi padre, quien
como yo, en ese momento, cursó algún nivel de educación primaria en una
escuela oficial.

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22!
Capitulo 3

Para el año de 1959 nos fueron reservadas sorpresas muy agradables. Nuestra
madre estaba trabajando intensamente y dispuso, finalmente, de recursos
suficientes para cambiarnos de escuelas, al menos a Patricia y a mí. Por lo que
respecta a mi hermanita, tenía plaza reservada en el Colegio Oxford, de gran
renombre y fama, por la calidad de estudios que impartía, nuestra madre era ya
una de sus profesoras de francés más estimadas por la directora principal, la
señora Alice Riveroll, quien le otorgó media beca, para el año lectivo señalado.

En mi caso, también había la posibilidad de asistir a una escuela privada.


Inicialmente nuestra madre se fijó en la Escuela Inglesa, ubicada en la calle de
Córdova, de la propia colonia Roma (a unos cuatro cuadras de nuestra casa),
lamentablemente, justo para ese año, la escuela se mudó hasta la avenida
Revolución, en San Ángel, lo que hizo que en la búsqueda se enfocara hacia otra
escuela que, aunque estaba un poco más lejos, cubría las expectativas de nuestra
progenitora, y por supuesto las mías, me refiero al Instituto Fray Juan de
Zumárraga, ubicado en la calle de Providencia 122, en la colonia del Valle.

Tanto el Oxford, como el Zumárraga, disponían de servicio de autobús, lo que hizo


posible que, una vez inscritos, y cursando cada uno el año que le correspondía,
éramos recogidos a la puerta de nuestro hogar, y retornados puntualmente cada
día.

Para acceder a la inscripción, fue necesario presentar un examen de admisión,


que en mi caso reprobé, pero no me amilané. Corrí con suerte, recuerdo la
escena muy bien, en el despacho del director general, don Alberto Vázquez
Bracho, quien confió a mi madre – estando yo presente – que no había pasado el
examen, sin embargo, disponían para mí de un lugar, si para ello repetía el tercer
grado, propuesta que de inmediato aceptamos, y así fue que se cumplió un sueño
muy anhelado.

Dentro del término para cumplir con los requisitos formales del caso, nuestra
madre pensó de inmediato en la salida para mi hermanito Carlos, quien como
indiqué estaba ya en el jardín de niños Benito Juárez. Fuimos los dos a tomar las
fotografías, y juntos, también, a formalizar su inscripción para ingresar a maternal,
ya que contaba con apenas cinco añitos, recién cumplidos.

Y, fue así que quedamos inscritos los dos en el Zumárraga, al tiempo que
cumplíamos con los trámites para adquirir uniformes y libros, costumbre curiosa
que casi todas las escuelas privadas, consideran como exclusivas, es decir,

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23!
teníamos que adquirir en las propias instituciones todo el material, a los precios
que ellos mismos marcaban, y con las condiciones previstas por virtud de los
intereses económicos de cada cual.

Para poder actualizar nuestros conocimientos a la nueva realidad educativa,


nuestra madre contrató los servicios de una profesora particular, la señorita María
Cristina Tico, la que iba cada tercer día a nuestra casa de la calle de Colima, a
ofrecernos cursos diversos, especialmente aritmética.

En fin, nuestra madre tuvo la entereza de enfrentar todos y cada uno de los
requerimientos, tanto para Carlitos, como para mí, y de forma muy especial para
nuestra hermanita Patricia. Comenzamos, de esa manera, una nueva aventura
educativa que nos llevaría por los senderos más adecuados, hasta la culminación
de nuestra primera preparación para enfrentar la vida.

Los cursos comenzaban el mes de febrero, y continuaban hasta noviembre. Por


ese entonces, el Zumárraga tenía horario discontinuo. La primera sesión era de
las ocho a las doce y regresábamos a la casa a almorzar. Retornábamos de las
tres a las cinco horas, y con eso se nos iba el día completo. Al regreso a casa, la
abuela siempre tenía preparado algo, un turno de ración ligera de comida, previa a
la merienda, que en francés se decía gouté.

Mis clases en el tercer año fueron muy gratas. Recuerdo a mi maestra, Laura
María Salgado, quien a su vez tenía una hermana menor que daba clases en
segundo año de primaria, y a su madre, la maestra Graciela Salgado, quien era la
titular de las clases de inglés, y de quien recibí mis primeras nociones sobre esa
importante lengua.

Como toda escuela con deseos de dejar huella imborrable en sus estudiantes, el
Fray Juan de Zumárraga tenía el lema: Esto Vir, que en latín significa: ser hombre.

Carlos Adolfo, quedó inscrito, como señalé en enseñanza elemental. Su maestra


fue una religiosa, de la que conservamos muy gratos recuerdos, la madre Sylvia,
lo quería muchísimo, lo que contribuyó a que a la tierna edad de cinco añitos mi
hermanito recibiera preparación en catecismo, previa a la ceremonia de su primera
comunión, realizada, nada más y nada menos que en la Basílica de Guadalupe.

Sobre su preparación, refiere nuestra madre que cuando la misma había


culminado, el padre José María Ugartechea, capellán de nuestro Instituto, lo
examinara con muy grata sorpresa. Al preguntarle sobre los nombres de nuestros
primeros padres, Carlitos señaló: Adán y Adeva; en respuesta a otra pregunta,
sobre el nombre del Rey que había mandado matar a los niños menores de tres
años, mi hermanito respondió: Hedores.

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Además de las personalidades ya señaladas con anterioridad: el señor Vázquez
Bracho, el padre Ugartechea, las profesoras Salgado y la maestra Sylvia, otros
personajes relevantes de nuestra nueva alma mater fueron: la señora Consuelo
Algarabel, quien era la Directora Técnica, la madre San Pablo, que era una
especie de asistente ejecutiva de la secretaría del Zumárraga, y el maestro
Espejel, quien era el prefecto en turno, además, de don Mario, el chofer del
autobús número tres, nuestro camión de transporte escolar, y el portero del
inmueble, Marcos.

Conforme iba avanzando el curso de nuestro primer año lectivo, tanto Carlitos,
como yo, nos sentíamos con más confianza y llenos de ánimo, por tener la
oportunidad de combinar nuestra rutina escolar diaria, con las actividades que
realizábamos en nuestra casa, cerca de nuestra madre, abuelos y hermanas.

En mi caso, de las lecciones importantes recibidas a la sombra de don Carlos, y


gracias a sus muchos conocimientos del negocio de antigüedades, aprendí sobre
estilos de muebles europeos, que si era Luis XV o Luis XVI, o que a lo mejor María
Cristina, que si la cómoda era de marquetería, o de Bull, sobre porcelanas y
marcas, sobre pintura mexicana y europea, pisapapeles de cristal, relojes de
bolsillo y de autómatas, candiles de cristal de Bacarat, tibores de porcelana de
Sevres llegamos incluso a tener para su venta el magnífico escritorio
perteneciente a don Porfirio Díaz, un mueble digno de tan distinguido propietario,
el mismo fue adquirido –delante de mis ojos - por una mujer bellísima, la
productora cinematográfica Gloria Lozano, quien lo obsequió a su hijo favorito y
consentido.

En ocasiones diversas, mi abuelo contrataba expertos en reparación de muebles


de estilo, con lo cual, si recibía, por ejemplo, una cómoda de Bull en mal estado,
llamaba al señor Arias, restaurador de Bellas Artes, y además un experto en la
ejecución de música para serrucho, para que la reparara, utilizando para ello el
patio de la casa. También tenía a unos maestros tapiceros: Rutilo Schiafino, y su
ayudante Nacho. A ambos los recuerdo con afecto, lo mismo que al señor Arias,
ya que los tres sabían de mi interés por aprender y me permitían ayudarles, lo que
me divertía enormemente.

Por esas mismas fechas teníamos una gata muy simpática y querendona, algo
huraña con quien no conocía, pero especialmente cariñosa conmigo, tal cual
referiré más adelante.

Nos llevaban, cada día, a la puerta de la casa dos o tres litros de leche,
proveniente del establo “El Rosario”, el mejor de la ciudad. La leche, aunque era
pasteurizada, debía hervirse cada día para poder tomarse. A mí me toco en

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infinidad de oportunidades, vigilar, en la cocina, que la leche hirviera, lo que me
emocionaba muchísimo. Después, la abuela sacaba la nata, con la que hacía
pasteles, o untaba en pan. A mí nunca me gustó la nata, ni me ha gustado jamás.

Otra actividad que realizaba con frecuencia, conjuntamente, con mi hermanita


Patricia era la de lavar y secar los utensilios de comida, los trastes. Mientras
Patricia los lavaba, yo los secaba y acomodaba en donde correspondiera.

Y, andando en eso, resulta que un buen día me desperté un poco más amarillo de
lo que de forma natural era. Además de la piel, recuerdo que los ojos estaban a
tono y en combinación con todo mi cuerpecito. Por esas mismas fechas, una
especie de epidemia de sarampión pululaba por nuestro hogar, victimizando a la
mayoría, a mí, un poco después de haberme sido diagnosticado por el doctor
Agustín Navarro, mi pediatra, que tenía hepatitis con cuatro cruces, según se
reveló en los análisis de sangre que me fueron practicados al efecto.

Si, debo reconocer que dichos primeros análisis de sangre fueron traumáticos. A
la salida de la consulta con el doctor Navarro, mi madre me llevó al laboratorio que
era de una amiga de la familia, la doctora Rojina, a quien odié con alma, vida y
corazón, por haber sido la primera persona que practicaba tormentos conmigo,
gracias a la elemental necesidad de obtener una biometría hemática para la
lectura de mi estado de salud.

La circunstancia de no disponer de unas venas gruesas, o lo suficientemente


visibles para obtener un poco de mi sangre, una muestra por la vía normal, en los
brazos, causó que fuera necesario tomar la susodicha muestra de la yugular, nada
más, y nada menos. En el proceso, perdí el sentido, y francamente, me sentí
pésimo. Afortunadamente no fue necesario volver nunca más a dicho laboratorio,
ya que los análisis posteriores fueron tomados en el de nuestro vecino, el doctor
Antonio Díaz Herrera, quien dicho sea de paso, tenía a su servicio unas
enfermeras bellísimas.

Mi enfermedad tardó en curar 45 días, mismos que debí pasar en estado de


aislamiento del resto de mis hermanitos, ya que la hepatitis – al menos en esa
época – era sumamente contagiosa, y mi caso, se complicó, ya que también tuve,
como fue mencionado, al mismo tiempo, sarampión, lo que hizo suponer, en algún
momento, que Nachito podría muy bien chupar faros si no se le complacía en
todo, lo que incluía algunos caprichos que si me di, y que, debo reconocer, me
dejé querer. La dieta, yo la odiaba, ya que era a base de yogurt – en aquél
entonces no había de sabores – por lo que era natural. Me resultaba imposible
comerlo, salvo que fuera acompañado de frutas, tales como las uvas.

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26!
Todos en casa me atendieron como si fuera su “Majestad el Niño” que dicho sea
de paso, lo fui en una única intervención en televisión, en un programa con tal
nombre, al que asistí con mi madre, y que era sobre conocimientos generales. Lo
ganamos (bueno, lo ganó doña Martha) y obtuvimos como premio un sillón
reclinable de la fábrica de muebles “Cuauhtémoc”. Con motivo de la enfermedad,
obtuve premios y regalos de todo tipo. Uno de esos regalos, el que más recuerdo,
era un juego para armar: Tinker Toy, me pasaba horas imaginando las estructuras
más complicadas, e intentando emularlas. Coleccioné también tiras cómicas con
motivos de Walt Disney, o de la Pequeña Lulú, Vidas Ejemplares, etcétera.

Carlitos, mi hermanito, compañero y gran amigo, al llegar del colegio iba y se


sentaba afuera de mi guarida, contemplando los muchos y bellos regalos que fui
recibiendo conforme transcurrían los días. Siempre estuvo ahí, puntual y atento,
queriendo demostrarme todos sus sentimientos a través de gestos y acciones, ya
que, al menos, en ese inter no podíamos tener contacto físico, ni mucho menos.

Un buen día, la gata a que hice referencia recientemente, entró a la recámara,


pavoneándose y llevando en el hocico un pequeño gatito, mismo que dejó al pie
de la cama maullando. Acto seguido, se fue, y unos minutos después, regresó
con un segundo gatito, dejándolo junto al primero, mientras iba a traer a un
tercero, al que ingresó, junto con sus hermanitos, depositándolo en mi cama, en
una especie de ofrenda amistosa que jamás se borrará de mi memoria. Conocí,
de esa forma a sus tres crías, privilegio que mantuve hasta el día que le dio la
gana de mostrarlos al resto de la familia.

A la toma de mis últimos análisis de sangre, el resultado obtenido fue en el sentido


de que la enfermedad había cedido, y que me encontraba ya, en perfectas
condiciones, incluso para retomar el curso de mis actividades escolares –
abandonadas por mes y medio -. Cuando el doctor Navarro conversó con mi
madre sobre la buen a nueva, Carlitos, mi hermanito saltó de gusto, y subió al
segundo piso, al umbral de mi puerta para fundirse en un gran abrazo con su
hermano mayor.

No recuerdo una manifestación fraternal de afecto tan maravillosa como la que


protagonizamos esa tarde los dos hermanitos Gutiérrez Pita. Por supuesto,
después Patricia fue a abrazarme, junto con el resto de la familia.

Mi retorno a clases fue ampliamente celebrado por mis compañeritos, quienes


habían sido prevenidos sobre lo delicado de mi padecimiento. La maestra Laura,
siempre intentó distinguirme con su simpatía, lo que le reconocí en ese entonces,
y le agradezco ahora, a muchos años de distancia. Una anécdota simpática que
me sucedió en dicho curso, fue el regalo que mi madre le envió para el día 15 de

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27!
mayo, en que se celebra a los profesores y maestros. Le compró un piyamero con
forma de muñeco, cuya envoltura era, en comparación con el resto de regalos
exhibidos en el propio salón de clase, el mayor.

La maestra Salgado fue abriendo y agradeciendo, uno a uno de los regalos


recibidos, el último, el mío, causó gran expectación a todos, y todos sonreímos
cuando le vimos, un hermoso muñeco porta piyamas.

Para el mes de noviembre de ese 1959, recibí mi boleta de pase al cuarto año de
educación primaria, junto con la felicidad por haber superado esa etapa de mi
formación escolar.

Un curioso detalle que no quisiera dejar de mencionar, tiene que ver con el hecho
de que dentro de mi grupo escolar, y también en otros más de los que integraban
la plantilla del Zumárraga había alumnos que padecían poliomielitis, enfermedad
muy común en el México de los años cincuenta.

En el ámbito más íntimo de nuestro círculo, nuestra madre llevó a casa un lindo
cachorrito, producto del cruce de dos razas: french poodle y maltés, era macho y
de color gris, le nombramos: jackrubi scooby douby maccartney. La verdad es que
era nuestra primera mascota canina y le fue obsequiado a doña Martha por sus
amigos y alumnos, los Diez Barriga. Señalo que fue nuestra primera mascota
canina – además de dominó – ya que tuvimos gatos, pollos y gallinas.

Nuestro abuelo que era consentidor a ultranza. En algún momento, nos compró
una docena de pollitos, que pronto crecieron, transformándose en gallos y gallinas.
Con el fin de cuidarlos, se construyó en la azotea un gallinero, y ahí subíamos
todos. Era como una especie de club privado a donde llevábamos juegos y nos
divertíamos sanamente.

Por esas fechas llegó a trabajar a la casa una empleada doméstica llamada Ofelia.
Recuerdo muy bien que iba vestida con un hábito café, de carmelita, ya que
estaba cumpliendo una manda o promesa, justamente a la virgen del Carmen. De
esa empleada guardo muy buenos recuerdos, ya que nos conversaba mucho a mi
hermanita Patricia y a mí. A veces sus relatos eran de miedo, como el de la
llorona, o quizá aquel de un bicho de su pueblo, mejor conocido como la cabrilla
especie de parásito que se incrustaba en las entrañas chupando toda nuestra
sustancia vital.

Aprendimos con ella sobre la metamorfosis de las mariposas, gracias a los


muchos capullos que colgaban del árbol cuyas ramas caían sobre una pequeña
azotea que colindaba con la regia mansión de la Reaseguradora Patria, una
novedosa empresa de origen finlandés que realizaba operaciones de riesgo en

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28!
México. Cada año, reunía en su espacioso jardín a sus empleados y se
organizaba una celebración decembrina para conmemorar las fiestas estivales.
Invitaban artistas renombrados, y siempre se repartían regalos de Santa Claus o
de los tres Reyes Magos. Por supuesto, nosotros, aunque no éramos convidados,
veíamos, desde nuestra azotea todo el espectáculo.

Otros insectos que adornaron con su color nuestra infancia, fueron los
azotadores, especie de orugas multicolores que abundaban en los árboles que se
encontraban plantados en la acera de nuestra casa de la calle de Colima.

Como nuestra madre siempre fue muy activa en lo que respecta a las obras
sociales, y a los muchos contactos de que disfrutábamos en nuestro entorno, el
Comité de la Cruz Roja Mexicana la designó como Jefe de Manzana, que era
como el representante de la institución en su vecindario. La función más
importante del Jefe de Manzana, era la de promover la compra de boletos que se
vendían dentro de la colecta anual. El talonario tenía aportaciones por un total de
$1,000.00, repartidos en pequeños cupones que iban desde la denominación de
cien, hasta un peso.

Por supuesto, las celebraciones de cumpleaños para cada uno de nosotros eran
siempre un acontecimiento en el que dominaba la imaginación y la iniciativa de
nuestra madre. Casi siempre nos disfrazábamos. En mi caso en particular, los
más célebres fueron de payaso, y de marinero. Nuestros primos, así como la
familia Soto Paniagua eran los invitados permanentes, y había de todo: merienda,
pastel, sombreritos, serpentinas, piñata, y confeti, además de las melodías
tradicionales, como la que comienza:”…En un hermoso día…”

Para fortalecer su economía, nuestra madre, apoyada siempre por el abuelo, abrió
un negocio en la misma planta baja de nuestra casa – además del de
antigüedades – que fue una papelería, y una librería, esta última, denominada
“Cultura”. Ahí, se recibieron acervos importantes pertenecientes a personajes
conocidos, como don Luis Sánchez Pontón, quien fuera secretario de instrucción
pública.

Varios bibliófilos pasaron por sus puertas, recordando, muy especialmente, a don
Carlos Septién, quien más tarde llevó a su primo, Manuel González de Cossío, a
la postre gobernador del estado de Querétaro.

Dentro de los muchos clientes y amigos de don Carlos, a quienes conocí, o


escuché hablar sobre ellos, ahora recuerdo: Don Francisco García Ruiz don
Pancho dueño del salón de baile “La Floresta”, don Carlos Chávez, introductor de
pulque a la ciudad de México; don Manuel Bancalari, el coronel García Valseca,
dueño de la cadena de periódicos “El Sol”, Justo Fernández; don Raúl Bailleres,

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29!
Francisco González de la Granja; el general Adolfo León Osorio y Agüero, el señor
José de Ambrosi y Carrara, caballero del Santo Sepulcro, el señor Fauzi Haddad,
la familia de la Reguera, o los Arienzzo, Carmen Carrasco viuda de Hoyos, la
misma María Félix – con fama de ser mala paga -, y tantos otros, con quienes de
una u otra forma estuvimos vinculados y en contacto como consecuencia del
ejercicio profesional de don Carlos.

Una afición que mantuvimos por bastante tiempo con mi hermanita Patricia, fue la
de coleccionar figuras de nuestros personajes favoritos de una zaga de Walt
Disney que por aquel entonces sacó la embotelladora de Coca Cola en México, y
que canjeaban por un número indeterminado de corcho latas, más unas cuantas
monedas.

La cita, el camión repartidor, y el interlocutor, el chofer, quien se convirtió de


repente en un personaje para todos los niños que lo buscábamos con ánimo de
ampliar nuestras respectivas figuras favoritas, mismas que, a la postre, incluso,
podían ser coloreadas con pinturas especiales que, también se podían adquirir en
los camiones repartidores.

Mi gusto por el futbol como espectáculo despertó, casualmente, gracias a una


coincidencia que se presentó como consecuencia de la visita de otro de los
clientes del negocio de antigüedades de don Carlos Pita. Un ex novio de la tía
Josefina, el señor Salvador Briseño, obsequió a nuestra madre tres boletos para
asistir al estadio de la Universidad Nacional, para ver el partido América-Celaya.
Fue mi primer partido en vivo, y jamás olvidaré cuando el equipo América salió a la
cancha, al frente del cual venía el portero – de origen peruano – Walter Ormeño.
Un poco más atrás, sus tres defensas: Bosco, Portugal y Lemus. A estas
instancias, no recuerdo el resto de la plantilla, pero quedé muy impresionado con
la experiencia, y sobre todo, por la altura del portero, que asemejaba un gigante
entre sus pares de equipo. Al estadio fui con nuestra madre, y con mi hermanito
Carlos Adolfo.

Este gusto por el deporte también tuvo su expresión en el Zumárraga, ya que


había la costumbre de llevar a los alumnos cada quince días, en sábado, a la
ciudad deportiva, complejo levantado al oriente de la capital, con el ánimo de
propiciar en la niñez y juventud de mi generación, el amor por la cultura física. El
Zumárraga de mi época, contaba con dos equipos: Tarsicios y Dominicos, los
uniformes eran camiseta azul claro, y camiseta roja, ambos con pantalones cortos
en azul obscuro.

Ese fin de año del 59, Santa Claus me trajo como regalo principal un reloj de
cuerda que traía dibujada en su carátula al llanero solitario. El segundero era una

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30!
especie de manita blandiendo la pistola del legendario luchador por la libertad. A
Patricia, mi hermanita le obsequiaron una magnífica bicicleta, misma que
disfrutamos ambos por igual, ya que siempre me la prestó, y a mis otros dos
hermanitos regalos y ropa.

Al comenzar el ciclo escolar, retornamos todos a nuestra rutina diaria: el autobús


número tres, al volante de don Mario, pasaba y nos recogía a las siete con cinco
de la madrugada., nos regresaba a las doce con quince; volvía a pasar por
nosotros a las dos con cinco, y nos depositaba en nuestra casa a las cinco con
quince de cada tarde. A Patricia, mi hermanita, la recogía el autobús número diez
del Colegio Oxford, a la vuelta de la casa, en la calle de Tonalá, esquina con
Tabasco, a las siete con quince de la mañana y la regresaba a las tres con
cuarenta y cinco, ya que su horario era corrido.

Me asignaron al cuarto año “A” con la religiosa Rosa Garrido, de quien guardo una
memoria magnífica. No obstante su hábito, siempre lucía hermosa, era sonriente
conmigo, aunque enérgica cuando hacía falta, y disponía de unos ojos muy bellos,
y dentadura perfecta. Como deferencia especial, siempre que estábamos en clase
me solicitaba que le prestara mi reloj – si, el del llanero solitario que acababa de
recibir como regalo de navidad -, imagino que como medio para calcular el tiempo
que demoraba en impartirnos alguna de las muchas materias que cursé bajo su
batuta.

Desde el primer curso que llevé en mi nueva escuela tuve conocimiento de una
costumbre que fue práctica habitual todos los años que duró mi experiencia en el
Zumárraga, la devoción del viernes primero de mes, que implicaba la celebración
de una misa solemne, a las siete de la mañana, seguida de dos horas de asueto,
generalmente utilizadas para ir a desayunar, toda vez que, para aquel entonces,
sólo se podía comulgar si se había ayunado desde la víspera de tomar el
sacramento.

En nuestro caso, la abuela preparaba siempre un desayuno especial para llevar en


nuestra lonchera, mientras muchos compañeros lo que hacía era formarse en un
restaurante de la avenida Coyoacán, en el que servían unas deliciosas garnachas.
Más tarde, cuando estuve cursando la secundaria iba con algunos compañeros, o
bien a casa de Eduardo de la Torre Campos – cuya residencia estaba a una
cuadra de la iglesia – o a la cafetería Malinali a degustar unos ricos molletes.

Fui también miembro del apostolado de la oración, lo que implicaba disponer de


una medalla plateada con lazo en cordón rojo que debía ser portada en todas las
ceremonias religiosas a las que asistía por parte del colegio.

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31!
En alguna ocasión, la madre Rosa, mi profesora del cuarto año “A”, y yo
conversamos sobre vocaciones sacerdotales, y por una indudable y estúpida
razón, insinué que me encantaría ser curita, respuesta que fue suficiente como
para que intentara llevarme por el mejor camino posible. Fue así que una tarde
me invitó, y fui con ella hasta la sede de una oficina que atendía un sacerdote de
apellido Barreto (padre), creo que tenía que ver o con el seminario, o con el Opus
Dei, la verdad es que entré en pánico, y todos ellos entendieron que mi camino no
era como ministro de Dios, sino como un irredento pecador.

Ese curso comencé a cultivar amistad con los compañeros con quienes mayores y
mejores recuerdos llevo encima, como por ejemplo, con Ricardo Flores Magón –
sí, efectivamente, bisnieto del prócer de la revolución -, o con Tirso Cascajares, o
con Alan Aboumrad Miured, entre otros muchos cercanos y allegados, con
quienes disfrutábamos de nuestros tiempos libres para el ocio más inocente.

Por ese entonces, también, comenzaron a gestarse las actividades que, por su
importancia, me irían siendo asignadas, como por ejemplo, encargado de la
disciplina en el autobús escolar, secretario de grupo, abanderado de la escolta, y
jefe de la misma, durante varios años a lo a largo de los cursos que duró mi
primera formación de educación básica, dentro de dicho plantel educativo.

Al concluir mi ciclo escolar correspondiente al cuarto año, lo pasé sin pena, ni


gloria, uno más del montón de estudiantes revoltosos y juguetones, más afectos a
la diversión que a la meticulosidad del aprendizaje.

Para las vacaciones nos tocó en suerte viajar con el abuelo y la familia al puerto
de Acapulco. Esta vez, fue diferente, ya que no había ferrocarril, tomamos el
expreso de lujo de la línea Estrella de Oro, la que disponía de autobuses de dos
pisos, aire acondicionado, baño y, con dos choferes, asistenta de viaje, y bufet
comercial a bordo, todo ello para un recorrido que duraba, más o menos, seis
horas.

Salimos en la noche, a las cero horas, lo que suponía la llegada como a las seis
de la mañana. El día del viaje, una vez que abordamos nuestro potente medio de
transporte, la radio transmitía en directo una pelea por el campeonato mundial que
sostenía, en la Arena Coliseo, algún púgil mexicano, contra otro extranjero. Lo
importante del combate era que el propio presidente de la república, don Adolfo
López Mateos, gran aficionado al box, se encontraba entre el público que apoyaba
a nuestro feroz compatriota.

Nuestro viaje a Acapulco fue muy exitoso, si lo comparamos con la experiencia


previa a la visita al puerto de Veracruz. Llegamos sin contratiempo muy temprano
por la mañana y nos trasladamos a nuestro alojamiento en el Hotel Caleta, muy

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32!
cerca de la playa del mismo nombre, lugar que, en todo caso, fue testigo de
nuestros ratos de solaz esparcimiento. A este viaje fuimos los cuatro hermanitos,
además de nuestra madre y abuelos. Visitamos los lugares más importantes,
como Pie de la Cuesta, la Quebrada, realizamos un paseo en la lancha con fondo
de cristal que iba a la isla Roqueta, muy cerca de donde se encontraba sumergida
una imagen de la virgen de Guadalupe, patrona de México, y de sus océanos.
Unos años más tarde, realizamos nuestro segundo y último viaje a Acapulco, en
las mismas condiciones antes descritas.

Mi abuelo disfrutaba mucho la costa pacífica mexicana, además, siempre nos


demostró su generosidad a través de memorias imborrables como los tres viajes
que hicimos en conjunto con él como nuestro patriarca, con la abuela, y por
supuesto con doña Martha, nuestra muy querida madre.

Ese viaje, por cierto, nos renovó a todos, y nos permitió regresar a la ciudad
capital llenos de entusiasmo y nuevos bríos para continuar, cada uno, asumiendo
nuestras respectivas responsabilidades, en mi caso, asistir al curso lectivo
correspondiente al quinto año de educación primaria.

Este curso, sin duda fue el mejor año escolar de toda mi vida de estudiante, ya
que, conjuntamente con el recuerdo del maestro Alfonso Curiel, fue memorable,
no sólo por las calificaciones y premios obtenidos, sino por la experiencia
multidisciplinaria que fuera adquirida.

El maestro Curiel, como todos los profesores del Zumárraga era muy religioso,
pero también joven y conocedor de la problemática que enfrentábamos los
alumnos de su clase, lo que motivaba que siempre estuviera ideando nuevas
tácticas de estudio y aprendizaje, con excelentes resultados. Cada vez, montaba
equipos, es decir, dividía el salón en dos grupos: Esparta y Atenas, como ejemplo,
y nos sometía a concursos de conocimiento que variaban entre historia, geografía,
ciencias naturales, lengua y literatura, e incluso moral término que se utilizaba
para ampliar nuestros conocimientos sobre religión.

Por eliminación, se iba viendo quiénes en el grupo iban mejor en los aspectos de
conocimiento sobre la materia en cuestión. En mi caso, casi siempre estuve entre
los finalistas de cada eliminatoria, también, fui asiduo a las actividades extra
curriculares, muchas de las cuales se llevaban a cabo fuera del aula de clases,
como por ejemplo, una excursión a las fuentes brotantes, o una ida al lago de
Chapultepec, lugar en que por primera vez en mi vida, me monté a una lancha de
remos solo con un compañero de nombre: Fernando Treviño Garzón. Ni
Fernando ni yo sabíamos remar, lo que causó risas a todos nuestros compañeros,
incluido el maestro Curiel.

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Otra actividad que asumí con pasión fue mi participación en el equipo de futbol del
quinto año “A”, inscribimos en la liga estudiantil al Tottenham, y logramos
excelentes resultados.

Ese mismo año, fui nombrado “secretario” del grupo, distinción que implicaba un
mayor grado de confianza, ya que era el que iba y venía entre el salón de clases y
la dirección del plantel, llevando documentos de importancia, entre los que
destacaba la lista de asistencia. Cada viernes se hacía entrega de las boletas de
calificación con los resultados de tres mediciones: conducta, aprovechamiento y
asistencia. Los que obtenían puros dieces (que era la más alta calificación)
recibían una boleta de “Excelencia”, quienes obtenían dos dieces y un nueve,
obtenían una boleta de “Mención Honorífica”. La acumulación de unas y otras,
servía de sumatoria a la hora de calcular el promedio final.

Por el contrario, quienes obtenían calificaciones de cinco, o menos cinco, eran


sometidos, como primera instancia a la burla pública, y en algunos casos, a azotes
con látigo, propinados por el capellán del Zumárraga, el padre Ugartechea. Los
latigazos se propinaba a aquellos alumnos cuyos padres habían aceptado
instrucciones al efecto ante las autoridades del colegio, como supongo fue el caso
de Manuel Naredo Morán, cuya flagelación en público, aun la recuerdo ahora con
toda claridad.

Por los méritos acumulados a lo largo de todo el curso, y la estima en que siempre
me tuvo el maestro Curiel, fue posible que, en las postrimerías del año, obtuviera
el promedio más alto de la suma de todos los reportes semanales de las boletas
de calificaciones, mismo que alcanzó: 9.68 lo que se tradujo en la obtención de la
máxima distinción posible para alumno en el Fray Juan de Zumárraga: La
Excelencia, condecoración que me honró en su momento, y cuya joya sigo
conservando con especial cariño, a más de 50 años de haberla obtenido, y en
memoria de ese año de 1960, considerado, como - ya ha sido señalado -, el mejor
y más satisfactorio de mi historia escolar.

El día de la ceremonia de premiación, verificada en acto solemne en el Aula


Tomás de Aquino del edificio principal del Instituto, me sentí muy honrado
mientras mi pecho se cuajaba con las siguientes condecoraciones: Conducta,
Aprovechamiento, Asiduidad, Moral, y la Excelencia.

Al final del acto, estaba que no cabía en mí por la emoción. Recibí saludos y
felicitaciones de maestros y alumnos, entre otros Alan Aboumrad Meured, a quien
gané tal distinción. Otro, quizá el más significativo, fue el de la madre Rosa
Garrido – mi profesora de cuarto año – quien a través de doña Martha, mi madre,

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quiso que yo estuviera enterado del enorme gusto que le dio saberme reconocido
por mis méritos como estudiante.

Ese fin de año recibí, también por parte de mi madre – a través de Santa Claus –
el regalo de un juego de futbolín magnético. La caja de empaque traía el siguiente
mensaje: Nachito, por tus condecoraciones, fue como todos los presentes
recibidos, especialmente significativo.

Nuestras celebraciones de Noche Buena eran siempre especiales y diferentes.


Por esas mismas fechas realizaba su temporada decembrina en la ciudad El Circo
Atayde hermanos, con un espectáculo siempre diferente y emotivo. Sus
presentaciones invariablemente eran en la Arena México, ubicada en la colonia de
los Doctores, no muy lejos de donde estaba nuestra residencia habitual, en la calle
de Colima. Asistíamos con la abuela, y generalmente con Patricia y Carlos, mis
hermanitos, ya que Sylvita era muy pequeña todavía, a las funciones de la
tarde/noche, lo que hacía posible que llegando, nos fuéramos a la cama, previa
nuestra merienda, misma que generalmente era de chocolate caliente.

El día 24 de diciembre era de convivencia obligatoria, siempre en una mesa de


comedor que aún se conserva en poder de nuestra madre, doña Martha, a la que
nos sentábamos puntualmente, con los abuelos y los hermanos. Los días previos,
doña Leopoldina era la encargada de elaborar los suculentos platillos que
degustábamos esa noche, como por ejemplo, el bacalao a la vizcaína, los
romeritos – a veces pavo, aunque no nos gustaba mucho, preferíamos el pollo
rostizado -, una crema de espárragos, frutas secas y colación.

Dentro de dichas especialidades –aunque en diferente temporada -, no podría


olvidar jamás la elaboración de los tradicionales chiles en nogada, ya que se
cocinaban desde el comienzo de todo el proceso, es decir, se pelaba la nogada en
la casa, y se cocinaban paso por paso, hasta ser servidos en ocasiones muy
especiales (especialmente, en época de lluvia, y para el aniversario del bisabuelo,
en agosto 16).

Los niños apenas sí probábamos los platillos, ya que estábamos siempre al


acecho de cualquier señal que fuera indicativa que el milagro de cada año se
repitiese: la llegada de Santa Claus. Una vez que se daba la deseada visita del
misterioso personaje de la infancia tierna de cada niño, nos sentábamos a ver el
nacimiento que doña Martha con toda rigurosidad ponía en el regio ventanal que
estaba a espaldas del comedor. Ahí se destacaban las figuras de la virgen y San
José, ataviados con ropajes confeccionados ex profeso conforme a la tradición de
que fuimos depositarios.

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Recuerdo que pasaba horas contemplando el nacimiento y jugaba con los
pastorcillos, o con los borreguitos y tantas figuras que combinábamos con el
ánimo siempre de divertirnos en la más sana intimidad de nuestro hogar. Por
supuesto, nuestra chimenea contribuía a ofrecer todo el calor necesario en las
frías noches del fin de año mexicano.

Otra actividad importante a la que referí con anterioridad, era la que semana a
semana realizábamos conjuntamente con nuestra madre, los domingos íbamos a
misa a la Sagrada Familia, templo ubicado en la esquina de las calles de Orizaba
y Puebla, en la colonia Roma. Nos gustaba ese horario porque había muchísima
gente joven, proveniente de las cercanías de nuestro entorno citadino. Conocí ahí
a una bellísima rubia con trenzas doradas llamada Eugenia Margain Compeán de
la que medio me enamoré, ya que, por las mismas fechas, advertí también la
presencia de otro bellísimo ejemplar del sexo femenino: Lourdes Barrón Favela,
ambas asistían, como yo, a ver chicos y chicas y a hacer nuevos amigos.

Entre los años 1960-1961 de repente nuestra parroquia fue testigo de un hecho
insólito, al menos para nosotros, en esa época: el exilio cubano, derivado de la
toma del poder en enero de 1959 del comandante Fidel Castro Ruz. El templo
consagró la misa de las 11:00 horas de todos los domingos, como foro para que
los sacerdotes que habían sido expulsados de su patria, pudieran llevar un
mensaje a los atónitos feligreses de la iglesia de la Sagrada Familia.

Para el mes de febrero, los cursos en el Zumárraga iniciaron, con una novedad, el
horario que se había determinado como discontinuo durante muchos años, sería
corrido, es decir, de las ocho de la mañana, a las dos de la tarde, lo que suponía,
en todo caso, un cambio importante para la rutina de los alumnos y para todos los
profesores.

Comenzamos con nuevos bríos, y desde el principio me distinguieron con


merecimientos que fui cultivando durante los años anteriores, como por ejemplo,
ser primero abanderado y posteriormente, jefe de la escolta que portaba la enseña
patria de México en todas las ceremonias cívicas del plantel, secretario del grupo,
y vigilante del autobús número tres, durante sus desplazamientos matutino y
vespertino.

Ese año, el titular de mi curso, el maestro Erasmo Perdomo entusiasmó a la


dirección del plantel con la idea de integrar una banda de guerra con los alumnos
más distinguidos de la sección de primaria – ya existía desde fecha inmemorial
una banda de guerra en la secundaria del propio plantel -. La idea cuajó y el
maestro Perdomo se dio a la tarea de crearla, partiendo sólo de su entusiasmo, y

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36!
de sentimiento similar que nos trasladó a un grupo de alumnos con quienes
armamos el proyecto.

La idea era reunirse cada mañana, a las siete en punto, para hacer la escoleta, o
ensayo para ir conociendo, tanto los instrumentos, como las diferentes marchas y
melodías que deberíamos interpretar, una vez, estuviésemos listos para el gran
día de la inauguración. Por supuesto, junto con los ensayo, también se debía
confeccionar un uniforme, lo más sobrio posible, ya que representaríamos a una
institución educativa de gran prestigio a nivel de la ciudad capital.

Al determinarse cuál sería el uniforme, no quedó más que ir adquiriéndolo de


proveedores especializados el quepís, chapetones, y golpes, así como toda la
parla frenaría que fuera menester, en mi caso, hasta el tambor, las baquetas y el
talí.

La necesidad de asistir cada mañana al horario determinado hizo posible que


nuestra madre tomara una decisión trascendental para todos: ir y regresar a la
escuela en servicio público de tranvía eléctrico, que pasaba por la avenida Álvaro
Obregón, y que nos dejaba enfrente de la escuela, sobre la avenida Coyoacán,
muy cerca de la calle de Providencia en la colonia del Valle.

La odisea fue para mí, y para Carlitos, mi hermanito, quien con gusto me
acompañó en esta aventura – tal cual lo hiciera en muchas otras más -.
Abordábamos puntualmente entre las siete y las siete y diez el tren, pagábamos
cada uno treinta y cinco centavos, y en diez minutos estábamos frente a la puerta
del Zumárraga, y en mi caso, dentro del aula donde habitualmente realizábamos la
escoleta.

Así fue todo el año, y dividí mi tiempo entre las clases de sexto y la práctica con la
banda de guerra. El maestro Perdomo fue siempre muy entusiasta con el
proyecto, es más nos inscribió, a nombre del Instituto Fray Juan de Zumárraga, en
al menos dos eventos que fueron realizados en puntos diversos de la ciudad, en
los que se buscaba a la mejor banda de guerra. Por supuesto, no fuimos
ganadores, pero nos divertimos muchísimo con esta nueva experiencia que, en mi
caso particular, me llenó de profunda y legítima satisfacción.

En algún momento del año lectivo que se ha venido comentando, la dirección del
plantel anunció, en el marco de un acto cívico el sensible fallecimiento de un
compañerito al que por apodo los malosos de siempre decían Tomás (en
referencia a una canción de moda que rezaba: Tomás, qué feo estás), resulta que
el alumno de apellido Herrera Lasso y Antonini padecía de una seria enfermedad
cardiaca, la que se hacía visible por vía de su apariencia violácea, es decir, tanto
su piel, como los ojos y las uñas tenían dicha tonalidad.

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37!
Otro evento importante de nuestra vida familiar fue la posibilidad de que finalmente
nuestro hogar de la calle de Colima quedara libre de huéspedes que no fueran de
nuestro propio entorno, como el caso de Josefina, la hermana de mi abuelito, lo
anterior, se tradujo en la posibilidad de que Carlitos y yo dispusiéramos de nuestra
propia recámara, ubicada en el tercer piso del inmueble, en lo que fue un cuarto
de lavado, que contaba con baño propio, de regadera y una terraza que miraba a
la parte posterior de nuestra residencia.

Recuerdo con especial entusiasmo que nuestro abuelo mandó pintarla en color
verde pistache. El encargado del trabajo fue el señor Arias, quien como ya quedó
asentado, trabajaba en la restauración de muebles finos, pero que llegó a sentir un
real aprecio por nosotros, y por don Carlos. Nuestra madre, para variar, se saltó la
cerca y solicitó un crédito a los almacenes Sears, mismo que, al obtenerlo hizo
posible que nos compraran unas camas nuevas, que constaban de preciosas
literas en madera color avellana en donde pasamos muchas noches de agradable
descanso. Completaba nuestro mobiliario un gabinete con entrepaños y su llave,
en donde guardábamos nuestra ropa.

Años más tarde, fue incorporado al mobiliario mi escritorio que constaba de un


secretaire con su vitrina para guardar documentos y libros. Dicho mueble
perteneció a un sobrino de mi abuelo, el teniente coronel don Héctor Pita – hijo de
su hermano Humberto -, cuya esposa, la siempre guapa Rosita me lo obsequió
tras su fallecimiento. Lo curioso del caso, es que un día estando de visita en casa
de don Héctor, asistí con mi abuelito don Carlos, nos encontrábamos viendo una
corrida de toros – de las muchas que me tocó ver a lo largo de mi vida – y resulta
que comenté al tío que su escritorio era el más bello que jamás había visto, lo
anterior en presencia de Rosita su esposa, quien al recordar la anécdota, ni tarda
ni perezosa me hizo entrega de un obsequio de valor incalculable.

Esa tarde de toros aprendí dos términos escuchados del propio Héctor Pita, quien
dijo: “ese toro es cornivuelto y cornigacho” Jamás supe su significado, pero
quedaron grabados indeleblemente en mi memoria, al menos, hasta hoy.

Otro aspecto relevante de nuestra vida en casa, tiene que ver con el gusto de
doña Martha, quien nos llevaba a Patricia y a mí a ofrecer flores, todos los días, a
las cinco de la tarde, hora del rosario, los meses de mayo y junio. Recuerdo como
si fuera ayer que los cuatro hermanos vestidos especialmente para la ocasión,
Carlitos y yo de acólitos, Patricia de vestido blanco, y Sylvita de ángel.

Dos accidentes domésticos nos tomaron por sorpresa – como sucede casi
siempre con este tipo de eventos -: una tarde, antes de sentarme a comer, doña
Martha, mi madre, me pidió que me fuera a lavar las manos – había un bañito

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afuera del desayunador, que utilizábamos para esos fines – lo cual hice, pero me
entretuve jugando con el agua y haciendo un poco de desorden en el mini bañito,
lo que irritó a la progenitora, quien fue por mí enojada y me pegó una dura
nalgada. Lo lamentable del caso, es que para defenderme, puse las manos en
mis posaderas para amortiguar el golpe, y grande fue la sorpresa de doña Martha
que le rajé el dedo índice de la mano derecha, ya que en mis manos sostenía un
lápiz sin goma y todo mordido, lo que transformaba el instrumento de escribir, en
una verdadera arma punzo cortante.

El resultado del accidente fue que mi madre tuvo que ser transportada por el
abuelo a la Cruz Roja – bastante cerca de la casa – en donde fue curada de
emergencia.

En otra ocasión, Patricia y yo jugábamos muy entretenidos a buscar cosas en el


clóset ubicado detrás del desayunador de nuestra casa de la calle de Colima. En
un momento dado estábamos intentando bajar algunas cajas con ropa usada –
creo que de la abuelita Lucecita, madre de la abuela Leopoldina – y Patricia perdió
el equilibrio, cayendo de la silla hacia el suelo, sin fijarse que en su camino, quedó
colgando del huesito que se encuentra junto a la muñeca, al que se le enterró un
clavo. Afortunadamente, salvo el susto y la cicatriz que vivió siempre con ella, la
cosa no pasó a mayores.

Cerca de nuestra casa en Colima, dentro del vecindario, vivían en privadas como
se conocía por aquel entonces a las casitas ubicadas dentro de un patio en
común. En nuestra cuadra había dos, una en Colima 247 y la otra en Colima 259.
En la primera vivía la familia de la Barrera, quienes eran muy distinguidos y fieles
asistentes a la misa de los domingos en la Sagrada Familia; en la otra privada
residían los Palacios Cruz, una familia trabajadora, integrada por la matriarca de
profesión enfermera de la Cruz Roja, y don Armando, quien hacía y vendía
deliciosas tortas.

Sus hijos eran: Vicente, Anselmo, Armando, Francisco y Ricardo, éste último, muy
amigo nuestro, de profesión pintor, artista y bohemio, lo que nos hizo ponerle
como sobre nombre von Vinci ya que siempre traía en la mano y lápiz o un
carboncillo para hacer bocetos y dibujos diversos.

Otros vecinos conocidos eran el consultorio veterinario del doctor Andonegui, así
como el negocio de corchos cuyo propietario era un nacional de Portugal, el señor
Antonio Sancho, buen amigo de don Carlos, mi abuelo.

Antes de abandonar definitivamente el servicio de autobús escolar, como fuera


indicado un poco más atrás, se presentó una situación bastante simpática, y tuvo
que ver con el hecho de que un compañero de apellido Aguirre – por supuesto

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39!
mayor que yo – y que era transportado también por don Mario, me puso mi primer
apodo conocido, me decía: polilla como una especie de distinción, derivada del
giro del negocio de antigüedades del abuelo, y por virtud de que, efectivamente,
cada día, cuando llegábamos a bordo del autobús, todos los compañeritos
observaban con atención el beso con el que lo obsequiábamos sus nietos.

La molestia derivó no sólo por el apodo, sino por el hecho de que se burlaban que
le diéramos un beso a nuestro querido abuelito, nada más bajarnos del camión.
Le comenté el suceso a doña Leopoldina, entre sollozos, y en respuesta, al día
siguiente se subió al autobús y regañó a Aguirre, diciéndole: “…polilla, pero
rico…”, imagino que este último calificativo referido a nuestra condición económica
más desahogada.

Con la firma del certificado de educación primaria y la expedición de las


respectivas boletas de calificaciones, dio por terminado el curso lectivo de 1961,
contaba, a la postre con 11 añitos, y me sentía estupendamente bien, no sólo por
los logros alcanzados en el curso de los últimos años, sino por las perspectivas
que se iban abriendo ya, dentro de mi imaginario personal, en donde me veía ya,
en algún momento de mi época como adulto, como el presidente de México.

Ese fin de año alguno de mis compañeros había comentado que en lugar de irse a
jugar los dos meses de receso entre períodos lectivos, iría a los negocios de sus
padres o familiares para aprender cosas nuevas, y de esa forma, también ganarse
un dinerito adicional. En mi caso, la opción era el negocio de don Carlos, mi
abuelo, nada más que con él, no había forma de hacerse del dinerito extra, ya que
en esa materia, en nuestra familia, siempre andábamos escasos.

No obstante, la iniciativa tuvo de inmediato eco, y don Carlos, una vez enterado de
mi interés, me ayudó a conseguir el primer trabajo formal de mi vida. Recuerdo
perfectamente que para asistir a la cita preparada por don Carlos, me puse mi
uniforme de la banda del colegio, al que agregué mis condecoraciones de quinto y
sexto años de primaria, lo que me hacía parecer impresionante, acudimos con el
señor Gabriel Pastor Luego, un español exilado, quien había incursionado con
éxito en el negocio de importación de regalos, mismos que traía de destinos
diversos de Europa.

El negocio, Casa Pastor, se ubicaba en una regia mansión (que había sido sede
de la embajada de Suiza) situada en la calle de Colima, esquina con Tonalá – que
mi propio abuelo había intermediado para su adquisición -. Don Gabriel escuchó
con atención la solicitud de don Carlos, y con gran simpatía me recibió para
trabajar con él los meses de diciembre y enero, que dicho sea de paso, eran los
de mayor intensidad durante todo el año.

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40!
Y, así empecé con mi primera responsabilidad laboral, rodeado de un ambiente de
gran cordialidad, tanto de parte de don Gabriel y sus familiares más cercanos, que
a su vez trabajaban ahí, como el hijo Andrés, Julito Luengo, doña Julia, su
segunda esposa, Margarita, la secretaria de toda la vida, Emma, veracruzana,
mecanógrafa, Pedro, el chofer, y Daniel, el mensajero y mozo. Llegaban, a veces,
los sábados los otros hijos, Noemí, y Julio (Pastor García) además de algunos
habituales, como José Pi, vendedor estrella y Antonio Luengo, hijo de uno de los
asociados de don Gabriel en el negocio de Casa Pastor.

Mi primer salario fue de trescientos cincuenta pesos al mes, cantidad que nunca
en mi vida había visto junta. Recuerdo que decidí guardar los setecientos pesos
que había juntado como resultado de mi esfuerzo laboral por dos meses, para
ayudar a mi madre con los preparativos previos para ingresar al colegio, como
eran los gastos correspondientes a uniformes y libros. Qué gran satisfacción tuve
en ese entonces, al saberme útil y al haber apoyado en gastos tan importantes a
mi progenitora. Desconozco si con mi tesoro pude o no solventar el total de
gastos de ese comienzo de año, lo que fue relevante para mí, es el haberme
demostrado el poder que tiene la fuerza de voluntad y el sacrificio – para mí el
dejar de estar haciendo nada dos meses, durante las vacaciones escolares -.

Ese fin de año nuestra madre confirmó algo que, al menos Patricia y yo, ya
imaginábamos: que Santa Claus no existía, que los regalos nos los daban
nuestros propios padres, y que teníamos que ser indulgentes a la hora de nuestras
peticiones, so pena de no recibir nada a cambio de las mismas..

Otro gran acontecimiento que se registró en ese temprano despertar hacia una
adolescencia cuya proximidad ya se veía llegar, tuvo que ver con un
descubrimiento que hice en el patio de recreo del propio Zumárraga. Algunos
compañeritos mayores en edad y malicia de las que yo tenía, se ocultaban debajo
de una escalera de caracol que comunicaba al piso superior, con acceso a las
oficinas administrativas del Instituto. Lo que más llamó mi atención, fue el hecho
que se juntaban muchos más cada vez que ascendía por las propias escaleras
una de las muchas profesoras que trabajaban en el plantel.

La verdad, tal cual lo pude comprobar más adelante, era que quienes estaban
acechando a las profesoras, eran un grupo de mirones – a los que me uní
posteriormente – cuyo fin primordial era verles los calzones en vivo y en directo, lo
que a unos y otros – algunos conscientemente, y otros inconscientemente – nos
producía una extraña sensación de placer, hasta entonces, desconocida.

Al final de ese curso, y tras haber observado a casi todas las profesoras, realice
una promesa: no volver a contemplar calzones de profesoras indefensas, y en

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41!
todo caso, inconscientes de lo que estaba sucediendo en la base de la escalera.
Por supuesto, debo reconocer ahora, que jamás cumplí dicha promesa.

En mi periodo vacacional ya tenía, nuevamente, mi oferta de trabajo en Casa


Pastor, por lo que desde los primeros días del mes de diciembre, me dispuse a
emprender, por segundo año consecutivo, lo que determiné como mi mejor
hazaña de mis tiernos once añitos. Don Gabriel, así como todos los compañeros
se alegraron muchísimo con mi llegada, y pude notar que Margarita, la eterna
secretaria, se había casado, y en su lugar se contrató a otra, mucho más guapa,
llamada Alejandra.

Además de las actividades que me correspondía realizar, como por ejemplo,


recibir y atender clientes – todos mayoristas – despachar y entregar pedidos,
hacer las vueltas al banco, ese año me asignaron la de cobrador en la ruta del
centro histórico de la ciudad, lo que me llenó de entusiasmo, ya que, dicha nueva
comisión, hizo posible que pudiera caminar para arriba y para abajo el primer
cuadro de nuestra ciudad capital, con lo que aprendí muchísimo, al tiempo que me
divertía como loco.

La variedad de actividades laborales asignadas tuvo como contra prestación que


mi salario fuera duplicado, si se compara con el que gané en las anteriores
vacaciones, recibí pues setecientos pesos mensuales, lo que representaba para
mí, además del reconocimiento a mi esfuerzo, un estupendo estímulo, que valoré
en toda su dimensión.

Por las tardes, a lo largo de todo el año lectivo, la abuela recibía la visita de la tía
Delfina, hermana del abuelo don Carlos. La tía Fina como era mejor conocida,
disponía de una gran afición: las telenovelas que por aquel entonces ya producía
el canal de las estrellas. Comenzaban a partir de las cinco de la tarde, y se
alargaban hasta las nueve de la noche. La tía Fina llegaba puntual, y se despedía
muy tarde al anochecer, y salía con rumbo a su casa, en la propia calle de Colima,
pero casi esquina con la avenida Sonora. Antes de irse, por supuesto ya había
merendado con nosotros, y se había fumado medio paquete de cigarrillos Raleigh,
comprados por la abuela expresamente para el disfrute vespertino de las dos.

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fotografía del matrimonio de mis padres el 11 de agosto de 1948.

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43!
con la abuela doña Leopoldina con cuatro años de edad

! ! ! con nuestro padre, don Ignacio Gutiérrez González

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los tres hermanos con nuestros padres

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los tres hermanos con Don Carlos Pita.

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los cuatro hermanos: Carlos, Patricia, Sylvia e Ignacio Gutiérrez Pita

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la familia Gutiérrez Pita con los abuelos, Leopoldina y don Carlos

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cumpleaños maravilloso !

con$Patricia,$mi$hermana$

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con la madre Rosa, cuarto año en el Fray Juan de Zumárraga

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Con el maestro Perdomo, sexto año en el Fray Juan de Zumárraga

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mi mejor año en el Fray Juan de Zumárraga,

obtuve la Excelencia.

la banda de guerra del Fray Juan de Zumárraga

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Capitulo 4

El curso siguiente fue muy importante para mi formación educativa, comencé la


secundaria, y todo el sistema fue novedoso para quienes lo iniciamos, ya que las
clases eran impartidas por un profesor para cada materia, contrario a lo que había
vivido hasta el año anterior. Cada maestro dictada su curso por espacio de
cuarenta y cinco minutos, al cabo de los cuales, disponíamos de un receso de diez
minutos.

Aunque originalmente estaba previsto que nos trasladáramos al edificio de la Calle


de Gabriel Mancera, numero 327, en donde operaba la secundaria, el hecho de
que ese mismo año el Zumárraga iniciara la impartición del programa de
preparatoria, motivó que permaneciéramos en el edificio de la calle Providencia
122.

Curiosamente, el aula en que fuimos acomodados fue la misma en donde cursé


los años tercero y sexto de primaria. Lo anterior no me importó, ya que me daba
más espacio personal, al sentirme como en mi propia casa.

Sobre los nuevos profesores, recuerdo con mucho cariño a varios, en primer lugar,
al maestro José Guadalupe Moreno, quien fungía como una especie de titular del
primer año de secundaria, así como prefecto del Fray Juan de Zumárraga, por la
ausencia del maestro Espejel, a quien ya referí en su momento. Además de los
cargos enunciados, el maestro Moreno nos impartía: Lengua y Literatura
Castellana.

Otros profesores de gran estima para mí, fueron: Juan Abascal Carranza, de
historia patria, otro de apellido Rojas, que nos daba civismo, el de matemáticas, un
arquitecto de apellido Bisogno, Austreberto Montoya el pollo, Melesio Villalba P.,
de taller de electricidad, por cierto una de las materias que más provecho me trajo,
el profesor de biología, que fumaba en clase como si fuera el último cigarrillo del
mundo, y un amplio etcétera, del que guardo muy gratos recuerdos, como sería el
caso de la experiencia con Abascal Carranza.

Como mi profesor de historia consiguió ejercer una influencia importante en esos


años de mi formación personal, a pesar de que yo no caía en cuenta de la
verdadera influencia ideológica que, en todo caso, inspiraban sus clases,
motivadas por una vieja tradición ultra conservadora, fraguada en el anochecer de
nuestra historia patria, sobre todo, desde la perspectiva del conflicto religioso de
que fue víctima nuestro país, en los años veinte de ese siglo.

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53!
El padre de Juan Abascal Carranza fue cofundador de la Unión Nacional
Sinarquista que representaba los intereses de esa vieja clase católica mexicana,
que justa o injustamente, se hacía llamar como victimizada por el estado
mexicano, a cuyos representantes caracterizaban con el término de jacobinos.

La familia Abascal Carranza era propietaria de la Editorial Jus, cuyas


publicaciones, eran siempre anti establishment.

El maestro Abascal, cursaba la licenciatura en sicología en la Universidad


Iberoamericana, lo que hizo posible que un buen día me invitara para servirle de
conejillo de indias y pudiera aplicarme una de las pruebas que generalmente
realizan los estudiantes de dicha carrera universitaria. La situación fue que me
recogió en mi domicilio, y de ahí partimos hacia la sede de la Universidad,
ubicada, por aquel entonces, en la vieja sede de avenida de las Torres, en la
Colonia Campestre Churubusco. Todo sucedió con la más absoluta normalidad,
hasta que ingresó al aula una compañera muy guapa y estuvo conversando con el
grupo de compañeros que estaban en dicho espacio académico. Yo por mi parte,
me le quedé viendo con insistencia, sin caer en cuenta que, a su vez, todos los
colegas de mi profesor me estaban observando, intentando sacar una conclusión
de mi comportamiento.

Pasadas varias semanas desde la aplicación de la prueba sicológica,


ingenuamente pregunté al maestro Abascal que cuál había sido el resultado, que
si la había superado, a lo que el profesor contesto: eres un precoz.

Por aquel entonces, mi hermanita Patricia ya había ingresado también a lo que en


el Oxford llamaban el high school, lo que prácticamente la hacía aparecer como
toda una señorita, no sólo por la forma en que eran tratadas en el seno de la
institución educativa, sino por el hecho de que todos y cada una de sus
compañeras comenzaban a pensar en fiestas y muchachos, es decir, un
verdadero despertar de juventud, actitud que, en lo personal, no sólo me convino,
sino que me permitió ir, cada sábado, a una fiesta distinta, actuando en calidad de
chaperon de una generación un año mayor que yo.

Acompañé a Patricia a un sinnúmero de fiestas por aquel entonces. A las más,


íbamos siempre escoltados por amigos o primos, como fueron los casos de Oscar
y Gustavo Mañón, nuestros primos, Carlos Zavala, amigo, con José Luis
Henríquez Barrios Gómez (tino) algunas veces Andrés Pastor García, hijo de don
Gabriel, con quien trabajaba los fines de año, en época de vacaciones. Sin
embargo, quien fue nuestro asiduo compañero y amigo inseparable, fue Adolfo
Martínez Solares, a quien conocí en el Zumárraga – a partir de la secundaria – e
hijo de un conocido director de cine, don Gilberto Martínez Solares.

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54!
Otros de los amigos habituales de esa época fueron Francisco Ceballos, y
Guillermo Gómez “El Taroco”

La ventaja de ir con Adolfo era doble, por una parte, al ser mi amigo, yo siempre
me divertía, no obstante que las señoritas eran mayores en edad, casi siempre,
pero muy hermosas, y por otra, que teníamos garantizado el transporte, ya que
don Gilberto estaba siempre puntual tanto para recogernos y llevarnos a la fiesta,
como para pasar por nosotros, al término de la misma, y dejarnos en nuestra casa
de la calle de Colima 242.

De las muy cercanas y queridas amigas de Patricia, recuerdo, especialmente, a


Norma Beitia, Elena Vía, Gloria Shaw, Dolores Ustaran, Guadalupe Chagoya,
Patricia López, Matilde Haik, otras de apellidos Rosas Priego, y seguramente,
muchas más, a las que guardo inmenso afecto por brindarme la oportunidad de
asistir a sus fiestas, convirtiéndome en un verdadero ratón como algunas me
decían, ya que aparecía en el momento que menos se esperaba.

Así fue que, de la mano de mi hermanita Patricia, y al amparo del nutrido ramillete
de amigas del Colegio Oxford, fui despertando, poco a poco, a una realidad
insoslayable, mi advenimiento a la tierna adolescencia, y mi búsqueda incesante
de una identidad propia.

De gran ayuda para abonar en dichos menesteres fue mi gran amigo Adolfo, quien
disfrutaba de una regia mansión en la calle de San Francisco, en la colonia del
Valle, y era afecto a visitar los estudios Churubusco, durante los días en que su
padre, don Gilberto se encontraba dirigiendo alguna de las muchas películas que
obran en su propio acervo, llevándome consigo, como si fuera su sombra.

Ahí tuve oportunidad de conocer a muchos artistas del cine mexicano, así como a
técnicos, fotógrafos, utiliteros, y un amplio etcétera, dentro de los que más se me
quedaron grabados en la memoria, destaca Norma Duval, mujer joven y preciosa,
viviendo su plenitud, Javier Solís, cantante, actor y boxeador, quien tenía
deferencias muy especiales con Adolfo, al que regaló una hebilla de plata con sus
iniciales, a Viruta y a Capulina, personajes cómicos de la época de mi tierna
infancia y adolescencia, al galán Armando Silvestre, al otoñal Carlos Agosti, a
Pedro de Urdimalas, al gallo giro Luis Aguilar, y a muchos otros más.

En una ocasión fui invitado para asistir a la filmación de una coproducción en la


que el padre de Adolfo, don Gilberto, había invertido buena parte de su capital, la
película se llamó: Ha llegado un Ángel, en la que actuaba, como protagonista el
señor Broderick Crawford, acompañado por una niña como de seis años, quien a
su vez, compartía los estelares.

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55!
Hasta donde tengo entendido, nunca se recuperó la inversión, ya que la película
no se pudo colocar como hubiese gustado a la contraparte mexicana, y el fracaso
fue mayúsculo, al grado de que, de ahí en adelante, don Gilberto tuvo que vender
algunas de sus más estimables propiedades particulares.

En cuanto a mí, el viaje a Acapulco fue estupendo, fue por carretera en un


fabuloso auto Ford Mustang, del año. Nuestra estancia fue como de cinco días, y
estuvimos alojados en el Hotel Club de Pesca, en una especie de bulgallow que
compartimos, además de Adolfo y yo, con su padre, don Gilberto.

Fuera de las fiestas que compartimos, o de las idas a los estudios


cinematográficos, con Adolfo tuvimos en común el gusto por ir al boliche, la afición
prendió fuerte en nosotros, y siempre que podíamos, y muy especialmente,
cuando teníamos dinero, íbamos al que estaba ubicado en la avenida de los
Insurgentes, el bol Casablanca.

De las muchas cosas que aprendí en la secundaria, la clase de talleres me abrió


perspectivas antes desconocidas, pero sumamente atractivas, ya que llevábamos
radio, electricidad y academias, lo que se tradujo, por ejemplo, en el conocimiento
de los elementos indispensables para abordar los misterios de la radio, al construir
mi primer y único aparato de radio, uno de galena, que entiendo era la forma más
primaria de disponer de un aparato de ese tipo.

Otra cosa que intenté, pero que nunca logré armar, fue un radio de bulbos, ya que
había que comprar material diverso, y si bien es cierto doña Martha, mi madre,
siempre se esmeró en proporcionarme los recursos suficientes para avanzar
conforme a las exigencias, yo prefería gastarlos en otros menesteres, mucho más
efímeros.

La clase de electricidad sí fue de gran utilidad para mí, ya que me dio la


oportunidad de apoyar a mi muy querido abuelo, don Carlos, en labores propias
del negocio, como por ejemplo la electrificación de candiles de velas. La cara que
puso don Carlos la primera vez que electrifique un candil de veinticuatro luces, es
indescriptible. Su satisfacción por la labor del nieto ha sido el mayor y mejor
reconocimiento jamás recibido por mí, como resultado de la concreción de un
trabajo manual.

Durante este período de inicio de mi adolescencia, como ya fue señalado, mi


afición a las fiestas ha sido una de sus principales características, ya que siempre
existió la posibilidad de que Patricia, mi hermanita, gustara de ser acompañada
por el ya famoso ratón, es más, era tan grato a sus amigas, que siempre fue
demandada mi presencia.

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Una de las fiestas más memorables a las que me tocó ser invitado, fue el
cumpleaños número quince de Conchita Hernández Zavala (Tacha), la hija favorita
de don Arturo Hernández, dueño del teatro Lírico, y de la señora Concepción
Zavala, hermana de nuestro tío Raúl Zavala, esposo de Lucero Hurtado. Previo al
evento, durante seis meses, se organizaron los ensayos para preparar el vals La
Bella Durmiente, bailado en el momento culminante de la fiesta, regiamente
presentada en el Salón Fiesta del Hotel María Isabel (el mejor y más lujoso de esa
época).

A los ensayos fue invitada Patricia, ya que estaba avocada a ser una de las quince
damas que acompañarían a la Tacha en la ceremonia de su presentación en
sociedad. Dichos ensayos fueron pautados para realizarse tres días a la semana,
en el domicilio particular de la celebrante, en la calle de Tiber, casi esquina con la
avenida Melchor Ocampo, en la colonia Cuauhtémoc. El vals fue puesto por el
propio coreógrafo del Teatro Lírico, el señor Xavier Fuentes (todo un personaje en
la farándula de teatro de revista).

Y, como a donde iba Patricia, no muy lejos, podrían encontrarme a mí, sin ser uno
de los chambelanes convocados al efecto, fue el de los más asiduos, y de esa
manera es que aprendí a bailar al ritmo de vals.

Los ensayos y la convivencia con los allegados a Conchita Hernández, se


convirtieron en aleccionadores para este joven imberbe que ya intentaba concretar
algunos acercamientos con las virtudes de la juventud en pleno.

La fiesta fue un gran acontecimiento, se dice que don Arturo – el padre de la


quinceañera – erogó más de cien mil pesos, sin contar las bebidas alcohólicas,
cuya suficiencia fue ampliamente reconocida. Para nosotros, ni se diga, yo alquilé
mi primer smoking y hubo hasta cadetes del Colegio Militar que formaron valla
ante el paso de la homenajeada y su corte de damas y chambelanes.

Durante algún tiempo estuvimos en contacto con la Tacha, quien además, nos
invitó a otra fiesta de ensueño: La noche hawaiana. En dicha ocasión la
residencia de los Hernández fue decorada y ambientada como si realmente
entrásemos a una casa de la Isla del Pacífico. Las damas en trajes de fibra de
piña y coco, y los caballeros con sus camisas de verano tropical. Por supuesto,
una orquesta en vivo, y la joven cantante: Diana Mariscal, entonando una canción
que por aquél entonces cantaba Marie Laforet: Olvidemos el Engaño.

La novel Diana Mariscal alcanzó la fama, un poco más tarde, al ser la protagonista
de la película: Fando y Liz, dirigida por el realizador chileno Alejandro Jodorovski,
quien a la postre también alcanzó la fama con su obra, ya que la misma despertó
una inmensa polémica en México, por hacer aparecer a la tierna niña en una

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escena, completamente desnuda. Como era la primera vez que públicamente se
exhibían escenas como las descritas, las críticas y las condenas hacia la
protagonista no se hicieron esperar.

Poco después, la propia Tacha nos invitó a una fiesta celebrada en el jardín de la
casa de su hermana, cerca de la calzada México-Tacuba, fue la primera lunada a
la que asistí, por supuesto, en mi calidad de chaperón, aunque en esta ocasión
también fue doña Martha, nuestra madre, lo anterior, por virtud de la cercanía con
Lucero, la segunda esposa del tío Raúl, quien a su vez era padre de Raúl, Beto y
Carlos Zavala, éste último, asiduo a muchas de nuestras actividades de
adolescentes, y permanente, pretendiente de Patricia.

La lunada fue para mí toda una nueva experiencia de tipo existencialista, ya que
casi todos los invitados se comportaban como los personajes de una película que
hizo moda en México: West Side History, cuya traducción en México fue: “Amor
sin Barreras”. La música, casi toda instrumental, interpretada por la orquesta de
Ray Conniff, como plato fuerte, dentro de un escenario cuya única luz era la fogata
al centro del jardín.

Llegado el momento, nos correspondió reciprocar invitaciones, la ocasión, el


quince aniversario de Patricia, cuya fiesta fue quizá la mejor y más lucidora de las
que celebramos en la calle de Colima. Nuestro abuelo, don Carlos, se encargó de
todos los detalles, apoyado por todos nosotros. A mí me correspondió hacerme
cargo de las bebidas, especialmente por lo que respecta a que estuvieran bien
frías. Previo a la fiesta, por supuesto se celebró un te deum al que asistió la
familia en pleno: tías, primos, amigos, y un amplio etcétera.

Por lo que respecta al ambito escolar, como ya quedó asentado, mis años de
secundaria fueron muy gratos. El ambiente en el Zumárraga, en el edificio al que
me trasladé para el segundo curso, en la calle de Gabriel Mancera, era de franca
camaradería, así como de intensa competencia en casi todas las actividades,
tanto estudiantiles, como deportivas. Comencé a interesarme por los autos, los
veía con una mirada diferente, es decir, tratando de conocer mejor las diferencias
entre los diversos tipos de vehículos que circulaban por la gran ciudad, y en
aquellos en que algunos padres llevaban a sus respectivos hijos, puntualmente,
cada mañana.

Desde la casa tomaba conjuntamente con Carlitos, mi hermanito más querido, el


tren más o menos, entre las siete con cinco, y la siete con quince. Me bajaba en la
avenida Coyoacán y Xola para dejar a Carlitos en la puerta del Zumárraga, y de
ahí me trasladaba a pie hasta el edificio en que se ubicaba la secundaria,
realizando, a la inversa el recorrido a mi salida, es decir, a pie hasta la calle de

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58!
Providencia, recogía a Carlitos, y ambos abordábamos el tren en la avenida
Coyoacán, trasladándonos hasta la casa, en la parada de la avenida Álvaro
Obregón con la calle de Tonalá.

De los recuerdos importantes que guarda mi memoria de los años en secundaria,


los nombres de dos profesores insignes: Salvador Oropeza Carrión, y Antonio
Vázquez Pérez.

El primero, director de la secundaria, así como maestro de lengua y literatura


castellana, y el segundo, director de la preparatoria y profesor de física y química.
Uno más que fungía como prefecto, de apellido Gantús, fue en todo caso, una
especie de oráculo para casi todos los jóvenes del colegio que por aquél entonces
comenzábamos a intuir los cambios hormonales derivados del comienzo de la
pubertad. A él recurríamos con preguntas insospechadas, y siempre recibíamos
respuestas acertadas y orientadoras que cumplían la misión de satisfacer nuestra
curiosidad.

A bordo de nuestro transporte diario, viajaban casi siempre muchísimos chicos y


chicas en su ruta a los diversos colegios que se encontraban a lo largo y ancho del
tramo que, por treinta y cinco centavos, recorría el tranvía eléctrico. Tengo muy
presente mi permanente disponibilidad para conocer bellas jovencitas, ansiosas de
un galán, poseedor de mis quilates. Las más guapas eran las que cursaban en el
Colegio Madrid. Siempre tuve una sonrisa amable que vencía mi timidez y me
animaba a ir más allá de un simple saludo.

Además de Adolfo Martínez Solares, por aquellos años ingresaron al Zumárraga


Joaquín y Gerardo Morán Noreña, hijos de un médico cirujano que prestaba sus
servicios en el IMSS. Con esta pareja de hermanitos hicimos muy buena y
cercana relación, especialmente, en mi caso, con Joaquín, quien no obstante
residir en la calle de San Marcos en Tlalpan, realizaba actividades diversas en el
área próxima a la casa de Colima, como por ejemplo, sus clases de inglés,
mismas que recibía en el Coronet Hall, centro especializado, ubicado como a
cuatro cuadras de mi domicilio particular.

Por dicha razón, nos veíamos con frecuencia en horarios fuera del colegio, y eso
contribuyó a que frecuentáramos amistades en común, como el caso de Lourdes
Barrón Favela, y un poco más tarde, Martha Ludlow Wiechers, hermana de un
compañero de Carlitos, mi hermanito, el buen Alberto, quien tenía a su vez, otros
cinco hermanos: Alejandro, Jorge, Beatriz, Leonor y Antonio.

Con Joaquín compartíamos el gusto por el boliche, por lo que fuimos con Adolfo
infinidad de veces a practicarlo. Otra afición que fue recurrente, tiene que ver con
el gusto por ir a la Cruz Roja, ubicada muy cerca de mi casa, y ver la llegada de

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59!
las ambulancias con el descargue de heridos y lesionados. Podíamos pasarnos
horas y horas, simplemente viendo como salían y llegaban los equipos de
emergencia de la benemérita institución. Un poco más tarde, descubrimos la
morgue, ubicada en el sótano del nosocomio, con ventanas hacia la calle de
Durango, desde donde se podían ver los cadáveres tendidos sobre improvisadas
camillas de emergencia.

De forma paralela, y siempre atendiendo un especial interés por los temas cívicos,
a iniciativa de mi madre, y siempre con su apoyo, cada vez que se desarrollaba
una visita de algún dignatario extranjero a México, acudíamos puntualmente a
verlo en persona, para lo cual ibamos al monumento a la Independencia, el
famoso Angel, ubicado en el Paseo de la Reforma, lugar en el que la mayoría de
mandatarios cumplia con el acto protocolario de depósito de una ofrenda ante la
tumba de los héroes de la independencia, cuyos restos reposan en la propia
columna. De los dignatarios más destacados de que tengo memoria pude
observar en esa calidad de público infantil, fueron: John F. Kennedy, de los
Estados Unidos de América; y Juan Bosch, de la República Dominicana.

Otra de mis actividades favoritas consistía en asistir al desfile militar


conmemorativo de la proclamación de la independencia, realizado cada 16 de
septiembre. Nuestra presencia se daba a su paso por la columna de la
independencia. Desde muy temprano, acompañados de nuestra madre, algunos
primos, y con el tío Jorge Párraga – verdadero entusiasta de la fiesta cívica -,
alquilábamos unos huacales, que hacían de sillas ejecutivas, permitiéndonos
observar con atención y fervor patrio el paso marcial de nuestras gloriosas
Fuerzas Armadas.

Por lo que respecta a otro de mis gustos favoritos, la música de mi preferencia fue
la del ritmo que estaba de moda por esas fechas: el rock and roll, cuya influencia
cultural en México no ha dejado de ser significativa, incluso, hasta estas fechas en
las que seguimos escuchando a algunos de los representantes más conocidos
como sería el caso del sexagenario Alex Lora, integrante del grupo “The Three
Soulds in my Mind”.

Por supuesto que la influerncia más importante de esta nueva generación de


música provino de los Estados Unidos de América, con casi todos sus más
destacadas figuras, como Elvis Presley. De los locales con más fanáticos, los
Locos del Ritmo, Los Yaqui, Los Teen Tops, con su vocalista Enrique Guzmán,
quien creció en el ambiente de la mano de César Costa, Alberto Vázquez y de
Manolo Muñoz; Javier Batiz y sus Thinks, Johnny Laboriel, y así un largo etcétera.

!
60!
De los grupos de música romántica, los hermanos Carrión fueron de mis favoritos,
así como el grupo de los Mods – seguramente desconocidos por muchos –
integrado por los hijos de una amiga de doña Martha mi madre, y vecinos del
barrio “Romita”.

De mis pasatiempos más frecuentados, además de las fiestas, la música, el


boliche, las pintas y otras actividades de carácter lúdico, la visita a las muchas
amigas que tuve cerca de mi entorno en la propia calle de Colima, fue algo que
siempre retendré en la memoria, ya que, por razones de mi comportamiento
personal – siempre fue en extremo gentil en el trato a las mujeres -, priorizaron
algunas de ellas una relación que en la mayoría de los casos, nunca dejó de ser
simbóloca, ya que, a pesar de que mi verdadero interés era ver qué lograba de
éllas, la verdad es que en muy pocas oportunidades tuve el éxito esperado, o
deseado.

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61!
Capitulo 5

Mi reclutamiento en las juventudes del PRI, en el año de 1964, fue gracias a una
circunstancia fortuita, motivada por la empatía desarrollada con un transeunte de
nuestra calle en la colonia Roma. El personaje en comento era Alberto Pozzi
Pardo, más tarde apodado “fistolito” en referencia a que algunos opinaban que era
anticuado e inútil. Yo, por mi parte, jamás comulgué con el calificativo atribuido a
la familia Ludlow Wiechers, de la que formaría parte, unos años después, como
consecuencia de su matrimonio con Martha, de los mismos apellidos.

Alberto fue para mí un amigo de referencia, con quien tuve la oportunidad de


vincularme a una actividad que, por esas fechas, trajo aparejada a mi vida no sólo
sensaciones distintas, sino sentimientos encontrados, como consecuencia de
vislumbrar desde la perspectiva del partido en el poder, una excelente ocasión
para mi crecimiento personal, gracias al esfuerzo individual, derivado de la
constancia y el empreño por salir siempre adelante.

En todo caso, el PRI fue para mí una nueva ventana, desde la que tuve
oportunidad de ver las cosas desde una perspectiva mucho más amable de la que,
por lo general, había sido característica, desde que tuve memoria a ese entonces.

Con Alberto también, nuestras familias se vincularon. Conocí a su madre, doña


María, y a sus hermanos: Antonio, Elena y María. Todos trabajaban en esa casa,
lo que permitía que mantuvieran un nivel adecuado a las circunstancia de esa
época en México. También residían en la Calle de Colima, en una casa tipo
porfirista – como la nuestra -, ubicada casi esquina con la calle de Jalapa.

De nuestras correrías en el comité directivo del primer distrito electoral del D.F.,
recuerdo que a mi llegada fui designado como jefe de la sección 59, y más tarde
secretario de organización de la dirección juvenil distrital, ocasión que me brindó la
oportunidad de comenzar mis visitas a la sede del comité distrital en la avenida
Alvaro Obregón (un local ubicado casi esquina con la calle de Monterrey).

Ahí conocí, entre la fecha de mi ingreso, y el año de 1966, a mucha gente que
deambulaba por las instalaciones del partido. Tanto ciudadanos común y corriente
– como era mi caso – hasta viejos dirigentes partidistas, o seguidores que
continuaban añorando las mieles de un poder que jamás les hizo justicia.

Un poco después, y siempre acompañando a Alberto, comenzamos a visitar la


sede del Comité Regional del D.F., en sus oficinas de la calle de Puente de
Alvarado esquina con la calle de Aldama. Ahí conocí al dirigente juvenil del D.F., a

!
62!
la postre, Carlos Reta Martínez, y a sus cercanos colaboradores, mismos que eran
entusiastas representantes de los tres sectores que integran el propio partido:
popular, obrero y campesino.

En el propio comité regional, tuve oportunidad de conocer también al presidente,


Rafael P. Gamboa Cano, así como al secretario de acción social, don José María
de los Reyes; y a la secretaria de acción femenil, doña Martha Andrade de del
Rosal; así como al oficial mayor, don Ricardo Regalado.

Más tarde, también visitamos la sede del Comité Ejecutivo Nacional, en la avenida
de los Insurgentes, esquina con Héroes Ferrocarrileros. Por aquel entonces el
presidente era Lauro Ortega, cuyo secretario auxiliar se proyectaba hasta nuestros
días, nada más y nada menos que Manuel Bartlet Díaz. El director nacional
juvenil de aquellos años era Rodolfo Echeverría Ruiz, buen amigo durante muchos
años. Aún ahora, seguimos el fraternal vínculo.

Al término del mandato de Carlos Reta en la dirección juvenil regional, llegó al


cargo un joven oaxaqueño, lleno de enorme entusiasmo – que nos contagió a
todos –, era: Heladio Ramirez López. Su equipo más cercano, lo integraron:
Carlos Tarrab Quesnel; Jesús Anlén; José Murat, y otros muchos jovenes
entusiastas, como nosotros.

Por lo que respecta al comité del que yo formaba parte, el número Uno, el
presidente que fue designado por ahí de 1966, era don Jaime Esteva Silva, cuyo
encargo principal fue el de ir preparando los cuadros distritales para las elecciones
federales que habrían de celebrarse durante el mes de julio de 1967.

Mientras esto sucedía, en mi vida personal se dieron dos eventos relevantes:


finalicé la secundaria, en noviembre de 1966, y previamente a ello, Patricia, mi
hermanita, culminó su carrera de comercio en el Colegio Oxford, graduándose en
una bella ceremonia, a la que siguó un elegante baile formal, ocasión que me
brindó la oportunidad de volver a vestir de etiqueta – por supuesto, con ropa
alquilada al efecto -.

Nuestra mesa en la cena-baile de graduación del Colegio Oxford, contó con la


asistencia de tíos, tías, y amigos. Recuerdo muy bien que mi madre le solicitó a
Luis Velasco – nuestro tío postizo al que ya me he referido – que fungiera como
anfitrión, lo que implicaba que fuera el quien, en todo caso, cubriera la cuenta final,
financiada, por supuesto por nuestra madre, doña Martha.

No recuerdo otra fiesta en la que hubiera bailado más. Me parece que todas las
melodías que fueron ejecutadas, tuvieron como febril aficionado en la pista a
Ignacio Gutiérrez, siempre acompañado de una pareja, que podría ser una tía,

!
63!
prima, o en su caso, la señora Guadalupe Paniagua, hermana de la madrina
América, quien se divirtó de lo lindo con mi grata compañía – al menos eso fue lo
que me dijo al final del convivio -.

El año de 1967 fue para mí, de gran relevancia, ya que, entre otras cosas, marcó
una etapa renovada de mi muy incipiente actividad pública, sobre todo, de cara a
lo que sería el rumbo definitorio de mi principal esfuerzo profesional, es decir, mi
pertenencia al Servicio Exterior Mexicano SEM. En tal sentido, conviene recordar
que, para este año, mi ascenso en las filas de la juventud revolucionario del PRI,
en la que me fui involucrando, como ya se mencionó, desde el año de 1964, hizo
posible acceder a un espacio preferente dentro del proceso de la campaña política
para renovar a nivel federal la Cámara de Diputados al H. Congreso de la Unión,
cuya XLVII Legislatura habría de ser elegida el primer domingo de julio de ese
año.

A la par de dicho progreso, sucedió algo que resulta inevitable, si para ello se le
considera que, como consecuencia directa de mi vinculación partidista, descuidé,
en mucho, otro aspecto fundamental de mi formación personal. Mis estudios en el
Fray Juan de Zumárraga, mismos que pasaban por un muy mal momento. La
verdad, debo reconocer que me dejé llevar por ese mal consejero, intangible, que
se aparece a dichas alturas de la vida, en este caso, de la propia.

Sucedió que comencé los estudios de preparatoria sin convencimiento sobre si


continuar en el Zumárraga, o ir a una escuela oficial de la UNAM, lugar de destino
de muchos de mis viejos compañeros de clase, adicionalmente, con mi amigo
Joaquín Morán, comenzamos un plan que consistía en ir un día sí, y un día no, a
la escuela. Para ausentarnos, sobornábamos al portero del edificio de la calle de
Gabriel Mancera, de la propia colonia del valle, quien nos daba paso en la mañana
abriéndonos la reja de acceso, repitiendo, la operación a una hora cercana a la de
salida, lo que hacía posible que nadie notara nuestra ausencia en un día largo de
actividad escolar.

Lo anterior, hizo posible que, durante el primer año de la preparatoria fuera


expulsado, con toda seguridad, como lógica consecuencia de ese espíritu de
rebeldía en contra de lo que había sido para mí – hasta ese entonces – una
especie de pesado código de buen comportamiento, en el que se incluía, además
de la misa de cada viernes primero, la férrea formación moral de los círculos
ideológicos más conservadores, dentro de los que movía su mano invisible la
iglesia católica en México.

A su vez, en el Zumárraga, muchos de los profesores simpatizaban con el Opus


Dei , como sería el caso del señor Alberto Vázquez Bracho, a la postre director, y

!
64!
propietario (al menos formalmente) de nuestra institución académica, la que en
realidad pertenecía a la escuela de la novedosa corriente – para ese entonces –
de los Legionarios de Cristo, fundada, como se conoce ya ampliamente, por el
tristemente célebre Marcial Maciel.

Mi expulsión del Zumárraga, pese a todos los inconvenientes señalados, me dolió


bastante, pero debo aceptar, a estas alturas del paseo, que el único culpable, fui
yo. El hecho, sucedió como consecuencia lógica de mi comportamiento, desde el
cual ya se avizoraba un espíritu incapaz de someterse, sin dar antes tenaz batalla
a favor de la defensa de mis principios sobre el comportamiento humano.

Al consumarse mi salida del Zumárraga, no fue difícil para mí adaptarme a lo que


sería mi nueva realidad existencial, ya que, mi amigo Joaquín Morán, me arrastró
a una salida escolar poco ortodoxa, pero que, a los fines prácticos, cumplía con
las exigencias del momento. De esa forma, ingresé al Centro Escolar
Universitario, institución debidamente reconocida por la U.N.A.M., y que, además,
su sede se encontraba bastante cerca de la casa en donde yo vivía, en la avenida
Chapultepec, en la colonia Cuauhtémoc.

Dentro de mis expectativas para ese 1967, junto con la expulsión escolar, se
presentaba un evento de gran magnitud, al que me referí anteriormente: la
campaña para las elecciones federales del mes de julio.

Ese propio año, el mes de febrero, se celebró el décimo aniversario de la fecha en


que mi padre, don Ignacio Gutiérrez González decidió ausentarse de su esposa e
hijos por igual, sin que hasta ese momento tuviéramos conocimiento de la, o las
razones de tan sentida determinación. El 28 de julio, del propio año, sufrimos la
infinitamente dolorosa pérdida de nuestro muy querido abuelo: don Carlos Pita, en
circunstancias que relataré un poco más adelante.

Muy lejos estaba yo, y tal vez, mis tres hermanitos de tener algún sentimiento de
culpa por tal hecho, de gran trascendencia para nuestra realidad familiar,
convertida en una especie de pesadilla de la que posiblemente nunca
despertaríamos.

Las circunstancias vitales de Patricia, con su graduación del Colegio Oxford el año
anterior, así como la asistencia de Carlos Adolfo al Fray Juan de Zumárraga, han
venido acompañando el presente relato, mismo en donde poco se ha mencionado
a Sylvia del Carmen, mi hermanita más pequeña, y por supuesto más querida.
Para ese entonces, cursaba como alumna, en el propio Colegio Oxford.

Fue una niña muy querida por todos. Mi abuelo, la adoraba, era como la luz de
sus ojos, y su compañera cada noche, antes de pasar a descansar. El no haber

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65!
conocido a nuestros padre, que también fue el suyo, sirvió – al menos eso imagino
yo – para blindar su corazoncito y hacerlo inmune a un sentimienteo que, en una u
otra forma guardábamos sus otros tres hermanitos.

Por lo que respecta a mi actividad partidista, y tal cual era lógico en un año
electoral, las campañas empezaron con mucha anticipación, y a la que fui
asignado, en mi calidad de dirigente juvenil del PRI en el primer distrito electoral
del Distrito Federal, tuvo como candidato a Pedro Luis Bartilotti, a quien
acompañó, en la fórmula como diputado suplente, a don Andrés Díaz Pavia, más
conocido por su nombre artístico, el del legendario Andrés Soler.

Por el principal partido de oposición, el PAN, se postuló a un médico cirujano de


prestigio, el doctor Raúl Velasco Zimbrón, con cuya hija hice una magnífica
relación, ya que ambos participamos, por separado en la campaña de promoción,
como voceros o merolicos juveniles.

Por tratarse de un candidato afecto a las altas esferas del poder partidista, Pedro
Luis Bartilotti, dispuso de ingentes recursos económicos, así como apoyos de todo
tipo, como medida para concretar una campaña muy significativa, si se compara
con la línea tradicional en que se mueven otras campañas proselitistas, aun en
nuestros días.

Recuerdo con mucho interés la variedad de afiches, así como la creatividad de los
mismos; el equipo de trabajo que se unió al proceso dentro del primer distrito
electoral, encabezado por el abogado Jaime Esteva Silva, presidente del comité
distrital, y al que le simpatice siempre, tal vez, por la inocencia política con que me
fui aproximando a los entretelones de lo que fue llamado, con justicia por Octavio
Paz, como el Ogro Filantrópico.

Fue quizá por ese sentimiento de simpatía con que me veía Esteva Silva, que una
mañana me llamo para solicitarme que aceptara ser el conductor y encargado de
un vehículo especializado en campañas políticas, ya que disponía de megáfono,
planta de luz, proyector, cabina cerrada, y un largo etcétera, muy adecuado para
constituirse, en ese momento, como mi refugio personal y centro emisor de
vitamina “P” (política) hacia todo mi entorno.

Una vez a cargo de dicho baluarte – que consideré transitoriamente como mi más
valiosa posesión – se abrió ante mí un panorama de inusual popularidad, dentro y
fuera de mi casa era visto con admiración, sobre todo, al término de las largas
jornadas de proselitismo, ya que llegaba y estacionaba ese vehículo mágico a las
afueras de nuestra casa de la calle de Colima.

!
66!
Compartí mi vocación dirigente con otros aficionados políticos, como serían los
casos Juan Claudio Meyer, Luis Araiza, Rodolfo Amador, Miguel García Cordero y
por supuesto con Alberto Pozzi, quien por razones laborales, en dicho entonces,
limitaba su participación a un horario reducido.

Con Rodolfo y Miguel compaginamos nuestros gustos partidistas con otros del
orden de aventuras juveniles, como el de las amigas, caso especial, las hermanas
Dighero, con las que saliamos en parejas, por aquel entonces.

Por lo demás, lo pasamos estupendo. Recorrimos todo el distrito anunciando la


opción juvenil de nuestro candidato. Nos deteníamos por momentos a las afueras
del local que ocupaba nuestro comité distrital en la calle de Álvaro Obregón, lugar
al que llegaban infinidad de niños y jóvenes, quienes al tiempo que nos aplaudían,
manifestaban su admiración por la juventud revolucionaria que nosotros
representábamos.

Una tarde, de las muchas que pasé a bordo de la camioneta del PRI, se acercó
hasta mí una señora, de las cotidianas seguidoras del partido que con frecuencia
llegaban a las oficinas del comité distrital, me preguntó que a qué horas me iba, y
que si podría darle un aventón a su casa. Señaló que vivía en el centro de la
ciudad, en la calle de Dolores, pero que con gusto cooperaría con la gasolina si a
mí me parecía bien.

La verdad, para mí, el consumo de combustible nunca fue un problema, ya que el


comité distrital se encargaba de mantener siempre el tanque lleno, por lo que
señalé que no era necesario su aporte, y que la llevaría sin mayor trámite.

El viaje se tradujo, más que en un simple traslado de una entusiasta militante


hacia su destino, en la posibilidad de compartir por primera vez en mi existencia,
la intimidad con mi fortuita pasajera, de quien recibí esa lección de vida – a la que
todos accedemos - bajo la penumbra de la noble cabina que integraba, en ese
momento, mi centro de poder juvenil.

El éxito con que se desarrolló la campaña proselitista en la que intervinieron


muchos y variados entusiastas, coronó con la elección de Pedro Luis Bartilloti, el
primer domingo de julio de ese año.

Debo afirmar que, en lo personal, fue una estupenda experiencia que me ofreció
múltiples oportunidades de aprendizaje – además del enunciado a bordo de la
camioneta -, y la posibilidad de disponer de dicho vehículo hasta el final de la
campaña. Es más, por diversos azares del destino, tuve en mi poder, de forma
gratuita, otra camioneta pick up, de la marca Jeep Willis, imagino que del año 54 o

!
67!
55, adornada, a su vez, con los distintivos partidarios, alusivos a la campaña del
candidato a diputado por nuestro distrito electoral.

Este vehículo estuvo en mi poder hasta comienzos del año siguiente: 1968, y tal
cual sucedió con su predecesora, contribuyó a enriquecer mi popularidad, sobre
todo entre los amigos y parientes que tuvieron el gusto de disfrutarla; es más, en
la misma, iba a recoger a Martha Ludlow a su colegio en Polanco, el Margarita de
Escocia, casi siempre acompañado el perro San Bernardo de nombre “Viejo”,
propiedad de la familia Ludlow Wiechers.

Como ya fue escrito, el mes de julio, un poco después de las elecciones federales,
falleció el muy querido abuelo, don Carlos Pita. Tuvo, en sus últimos momentos
todo el auxilio que es menester en estas transiciones, tanto desde el punto de
vista médico, como del espiritual – tan importante para toda nuestra familia -.

Me tocó el triste privilegio de verlo expirar en mis brazos. Ahí cayó el caballero
que fue nuestro padre sustituto y protector, y sobre quien siempre guardaré mi
más amplio reconocimiento por su afecto y cariño hacia sus cuatro niños.

Para variar, su muerte nos tomó desprevenidos, como casi siempre nos
encontrábamos, ante cualquier eventualidad. Mi madre, tuvo que recurrir a Luis
Velasco González, en búsqueda de auxilio para hacer viable el cumplimiento de
las formalidades previas al entierro, es decir, la velación, la sala funeraria, y los
gastos en paralelo que se debe sufragar en este tipo de transiciones.

Fue llevado a la agencia funeraria Alcazar, de la avenida Chapultepec, ahí


estuvimos la tarde y la noche del día de su fallecimiento, hasta la mañana del día
siguiente, el 29, fecha en que fue enterrado en el cementerio de Xoco, lugar
ubicado en la delegación de Coyoacán del D.F., y en donde también fueron
inhumados, en su momento, sus muy queridos padres: don Joaquín Pita, y doña
Natalia Gutiérrez.

En su lápida, elaborada meses después del entierro, mi madre mandó poner un


libro abierto con la siguiente leyenda: “Una oración por su alma la recoge Dios”.

Dentro de lo más relevante del día del funeral, la asistencia al mismo de un viejo
amigo de la familia: don José Muñoz Zapata, a la postre, embajador de México y
Director General del Ceremonial en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Refiere mi madre que Pepe Muñoz Zapata conoció a don Carlos durante sus
correrías por Europa, en la ciudad de París, lugar en el que ambos parrandearon
juntos, al tiempo que convivieron con la abuela Leopoldina, y con mi propia madre,
durante el lapso en que vivieron en la bella capital de la República Francesa.

!
68!
Don Pepe Muñoz Zapata, desde ese entonces, ya trabajaba para la cancillería
mexicana, en nuestra embajada en Paris, en la 9 Rue de Longchamp y Presidente
Wilson. Su actividad era importante, ya que gracias a sus conocimeintos de
contaduría había sido nombrado pagador general para todas las embajadas de
México en Europa.

En el día de los hechos, es decir, el funeral de don Carlos Pita, Pepe Muñoz
Zapata acudió puntualmente, por la mañana, para presentar sus respetos a
nuestra abuela, y a doña Martha. Ahí lo conocí, y de inmediato se generó una
empatía. Me preguntó que qué tipo de actividad desarrollaba, a lo que contesté
que, de momento, era estudiante, a lo que señaló: si te interesa trabajar, avísame
y me entregó su tarjeta personal en la que anotó su número de teléfono directo, el
529 4153 en la nueva torre de la cancillería, de la avenida Nonoalco número 1
(más tarde Ricardo Flores Magón) en Tlatelolco.

Ese número telefónico que aun guardo en la memoria, resultaría clave, ya que, en
circunstancias similares, de no haberlo tenido, me hubiera sido prácticamente
imposible comunicarme con tan distinguido personaje de la vida diplomática de
nuestro país.

Mientras el dolor por la pérdida de don Carlos fue mitigando mi angustia


existencial, la vida continuó a un ritmo acelerado. Mi tiempo fue girando en torno a
una serie de actividades diversas que iban ampliando mis expectativas vitales, y
en todo caso, mi inserción a la realidad cotidiana.

Por supuesto, los estudios de preparatoria continuaron en buena y debida forma, y


aunque esta no fue una de las etapas más provechosas desde el punto de vista
académico, aprendí cosas importantes, al tiempo que compartí ricas experiencias
con compañeros de estudios y con amigos, como sería el caso de la nueva
palomilla, en la que siempre se destacó Joaquín Morán, Alberto Pozzi Pardo, los
hermanos Ludlow Wiechers, especialmente Antonio y Alberto, así como Martha, la
menor de las mujeres, con quien nos divertimos muchísimo.

En el caso de Martha, su amistad se extendió a mi hermana Patricia, y por


supuesto a otra de mis amigas más queridas: Lourdes Barrón Fabela, con quienes
compartimos en grupo compacto experiencias que aun vienen a mi cabeza y de
las que siempre me sentiré satisfecho.

Cabe mencionar también que, por este período, Adolfo Martínez Solares se
convirtió nuevamente en habitual, gracias al interés que le despertó la posibilidad
de hacerse novio de Lourdes Barrón, a quien admiraba con la discreción que
siempre le caracterizó.

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69!
Por lo que respecta a mi trabajo en la dirección juvenil del PRI, la experiencia de
haber vivido una campaña a elecciones federales en la que la participación de los
jóvenes fue muy relevante, abrió el camino para un mayor involucramiento, en
este caso, dentro de un proyecto que venía fraguándose a nivel nacional: la
apertura de nuevos espacios de participación para los más de ocho millones de
jóvenes que en ese entonces registraba el censo más actualizado.

Con la conclusión de ese año de 1967, se abrió un cúmulo de expectativas sobre


mi incierto futuro, sobre el cual fue menester tomar importantes decisiones cuya
relevancia trascendía mi coyuntura vital, como consecuencia de que se produjeron
cambios importantes en la mayoría de aspectos que giraban en mi entorno,
principalmente, desde la perspectiva familiar, cuyo centro de gravedad giró en
sentido al papel protagonista que asumió doña Martha, mi madre, quien desde que
nuestro abuelo enfermó, previo a su deceso, tomó las iniciativas del caso a los
fines de sacarnos adelante, de la mejor forma posible, de la frágil coyuntura que
todos enfrentamos con mucha determinación y solidaridad.

Fue de esa manera que durante el trance del agravamiento de la salud de don
Carlos, nunca faltó ni médico, ni medicinas; fue necesario – sobre todo durante los
días finales del mes de julio – disponer de un tanque de oxígeno, como mejor
forma de ventilar los pulmones de nuestro querido abuelo, quien – como ya se
mencionó – se fue consumiendo poco a poco, hasta que llegó el desenlace fatal
de sus últimas horas, en donde estuvo siempre acompañado de sus seres más
queridos: esposa, hija, nietos, hermanas y sobrinos.

Una vez que se produjo la muerte, y los eventos naturales que este hecho tan
normal traen como consecuencia, doña Martha asumió la dirección del negocios
que nos daba el sustento diario y que era la forma en que ingresaban los ingentes
recursos económicos con que sobrevivimos durante mucho tiempo, hasta que
dicha fuente se fue agotando poco a poco, entre otras razones, por las muchas
deudas que don Carlos fue acumulando a lo largo de los años, como
consecuencia de la incertidumbre que primó en un negocio tan promisorio como lo
fueron las antigüedades.

Enfrentar dichos adeudos, sin que para ello, quedara en duda la honorabilidad de
nuestro abuelo, fue, como se señaló, un verdadero calvario para todos, ya que, el
pago de los compromisos inherentes al manejo de un negocio tan especial,
minaba nuestra capacidad de bienestar familiar, lo que nos afectaba, de una u otra
manera a todos.

Otra asignatura pendiente, era la circunstancia en torno a la hermana menor de


don Carlos, Josefina, solterona que vivía con nosotros como consecuencia de

!
70!
obligaciones morales heredadas al querido abuelo, por su padre, Joaquín. Como
consecuencia de una promesa realizada al borde de la muerte, el bueno de Carlos
Pita ofreció a su agónico padre cuidar y procurar a su hermanita, mientras sus
posibilidades físicas y emocionales se lo permitieran.

Don Carlos, mi abuelo cumplió cabalmente la palabra empeñada. Josefina, su


hermana soltera, estuvo con él hasta su muerte.

Dicha obligación no era extensible, por lo que, más tarde que temprano, nuestra
abuela, Leopoldina, encaró a su cuñada y la conminó a abandonar la casa de
Colima 242, a la brevedad del caso. Con lo anterior, quedó saldada una vieja
deuda entre cuñadas, misma que causó profundo daño a la relación de don Carlos
y la abuela.

En medio de dichas circunstancias, la vida continuó con su paso, y nosotros no


intentábamos constituirnos como la excepción, por lo que fue necesario avocarme
a mis principales obligaciones, como sería el caso del cumplimiento de mis
primeras responsabilidades de carácter cívico con el servicio militar nacional,
prescrito para todos los jóvenes de mi edad. El haber solicitado y obtenido con
carácter de adelanto, la cartilla – como se conocía la libreta militar -, resultó un
evento muy emocionante, cuya consecuencia lógica fue el haberme matriculado
en un centro de reclutamiento, lugar en el que debería cumplir el adiestramiento
cada uno de los sábados correspondientes al año de 1968.

Por lo tanto, junto con mis deberes escolares, es decir, el avance de los estudios
de preparatoria, la militancia partidista – cuya actividad principal de ese año, como
ya se indicó, fueron las elecciones federales -, se anotaba el cumplimiento del
servicio militar, con mi inscripción en el centro de reclutamiento de la Universidad
Iberoamericana, cuya sede, en ese entonces, estaba en la avenida de las Torres,
en la colonia Prado Churubusco.

En otro orden de ideas, lejos estaba yo de suponer que el haber conocido a don
Pepe Muñoz Zapata, el día del funeral de mi muy querido abuelo, traería como
consecuencia la posibilidad de obtener mi primer trabajo formal remunerado, como
oficial administrativo en la Secretaría de Relaciones Exteriores, lugar al que llegué,
como siempre se accede a este tipo de actividades laborales: por recomendación
personal de un embajador de carrera.

La verdad sea dicha, había realizado, sin éxito, un par de intentos para concretar
cita con el embajador Muñoz Zapata, a los fines de recordarle que estaba a la
espera del llamado para obtener la crucial oportunidad de obtener un empleo,
sobre cuyo contenido o desempeño no tenía la más mínima idea, por lo tanto, por
encima de mi capacitación laboral, primaba mi más amplio deseo por disponer de

!
71!
un lugar que hiciera posible mi independencia económica, al menos, en lo relativo
a no tener que estarle pidiendo dinero a nuestra madre, quien atravesaba por una
situación económica de gran fragilidad, como ha quedado ya debidamente
anotado.

Sin estar plenamente consciente de mis más recientes responsabilidades,


comenzó el trascendental año de 1968, al que llegué sin planes concretos, pero
con un gran entusiasmo.

Lo cotidiano, llegó como un suspiro, es decir, lo relativo a mis estudios, con el


curso del segundo de preparatoria, al tiempo que, dentro del PRI se fijaron una
serie de proyectos importantes encaminados a encauzar a un ingente número de
jóvenes que veían con mucha desconfianza la participación política. De acuerdo
con estudios realizados desde el comienzo de la administración de Gustavo Díaz
Ordaz (1964-70) en México había, aproximadamente unos ocho millones de
personas en edades comprendidas entre los 13 y los 29 años, a los que se podría
cooptar para integrar las nuevas generaciones de militantes que haría más
promisorio el futuro partidista.

Con dicha idea en la mente, y aprovechando los más recientes cambios en la


cúpula juvenil partidista, el nuevo dirigente nacional Julio Antonio Gallardo, y el
regional del D.F., Heladio Ramírez López, por supuesto de la mano del Presidente
del Comité Ejecutivo Nacional, Lauro Ortega, concretaron el proyecto de fundar
una magna organización a la que denominaron: Movimiento Juvenil
Revolucionario MJR.

Nos correspondió a Alberto Pozzi y a mí, los pasos relativos a la implementación


del proyecto a nivel del primer distrito electoral del D.F., lugar en el que nos
movíamos ya, como peces en el agua, como consecuencia de la rica experiencia
acumulada en los años de trabajo, especialmente, la parte de la campaña para las
elecciones federales de julio de 1967.

Con todo lo anteriormente enunciado a cuestas, la famosa llamada al embajador


Muñoz Zapata, finalmente funcionó. Una vez que transcurrieron las fiestas de
año nuevo, me comunique con don Pepe – esta vez había pensado decirle que si
no tenía novedades, que se olvidara de mi interés por trabajar en la Secretaría -,
no obstante, la respuesta fue positiva. Me dijo: ¿cuándo puedes venir a hablar
conmigo?. De inmediato manifesté mi disponibilidad, lo que hizo posible que al
día siguiente estuviera en su despacho, lugar en donde fui atendido con mucha
cordialidad.

Don Pepe me dijo: sube a hablar con José Gallástegui, el es el Oficial Mayor, su
despacho está en el piso 17. Subí de inmediato, y me indicaron que debería

!
72!
esperar en la antesala, lo que hice, durante unas tres horas, al cabo de las cuales,
el susodicho Oficial Mayor me recibió un par de minutos para indicarme que bajara
al piso 7, al departamento de personal, en donde la señorita Victoria Trueba, a la
postre, jefa de personal, ya tenía instrucciones para emitir un nombramiento en mi
favor.

Con absoluta sorpresa bajé al lugar indicado, y tras una breve espera, fui recibido
por doña Victoria, quien me entregó una serie de documentos que harían posible,
tanto mi nombramiento, como mi filiación en calidad de servidor público, y demás
trámites inherentes.

Al término de dichas gestiones, consulté sobre el mejor momento para hacerme


presente en el lugar en donde me desempeñaría, y cuál sería dicho lugar. Para mi
sorpresa, fui comisionado, justamente, a la Dirección General de Ceremonial, de la
que era titular, precisamente don José Muñoz Zapata.

!
73!
Capitulo 6

Recibí la instrucción de presentarme al día siguiente, es decir, el 16 de enero, al


piso 15, de la torre de Tlatelolco, en donde se ubicaba, justamente, la Dirección
General del Ceremonial, lugar en el que quedaría adscrito, hasta nueva orden, tal
cual rezaba mi nombramiento.

Como era mi costumbre, llegué puntual a la cita, y de inmediato el embajador


Muñoz Zapata me asignó un lugar de trabajo, teniendo como jefe inmediato a
Francisco Borrego, a la postre, ayudante del Ceremonial (cargo que, en esa época
era de gran estima y prestigio). Fui presentado a todos mis compañeros de
trabajo, cuya lista permanece en mi mente, de forma imborrable. Además del
Director General, había un subdirector, que era Fernando Flores Tejada; y tres
ayudantes, que además del señor Borrego, eran: Juan Cortés Osnaya; y Ruth
Martínez Ross.

El resto del personal, comenzando por Ada Esther Gutiérrez, que era la secretaria
de don Pepe Muñoz Zapata; María de los Ángeles Hernández, Secretaria del
Subdirector; Julieta Ortega, encargada del despacho de franquicias; Josefina
Cerritos, secretaria; Héctor Jasso, secretario; Teresa Amezcua de Haussner,
encargada del departamento de importación de vehículos; Luis Terán, jefe de
archivo, a quien auxiliaba Antonio Medina Arriaga; Maura Carrillo, afanadora;
Alberto Lozada, mensajero, y don Hilario Ochoa, chofer del director general.

Mi primera actividad, como señalé, fue la de apoyar los trabajos que realizaba el
señor Francisco Borrego, quien estaba encargado del departamento de
acreditación e identificación, que implicaba llevar el registro del personal integrante
del cuerpo diplomático acreditado ante el Gobierno de México, así como todo lo
relativo a los privilegios e inmunidades que para esas fechas, disfrutaban en
nuestro país.

Durante los primeros meses de mi encargo, la verdad sea dicha, no alcance a


visualiza la coyuntura diplomática que me tocó vivir, como consecuencia de que mi
irrupción en esas aguas tan poco diáfanas fue, eminentemente, incidental, en todo
caso, derivada de un interés por realizar un trabajo remunerado, sin disponer para
ello del sustento académico que me hiciera comprender que para esos años se
desarrollaba a nivel internacional - México no fue la excepción - una guerra
soterrada que se llevaba a cabo entre las dos principales potencias surgidas como
consecuencia del fin del conflicto bélico más sangriento de ese siglo: la II guerra
mundial.

!
74!
Ese año del 68, además de la evolución de la denominada guerra fría, se
consolidó, principalmente, en el continente europeo, un movimiento que pugnaba
en contra del sistema internacional prevaleciente, caracterizado por un
consumismo exacerbado, así como un estatismo nugatorio de las libertades
individuales y personales. Fue una verdadera revolución existencialista y
anarquista, contra la guerra, el militarismo y la sociedad de consumo. Dicho
movimiento tuvo como verdaderos protagonistas a miles de jóvenes
contestatarios, quienes, principalmente, desde sus centros educativos clamaron
por un mundo menos excluyente y de más y mejores oportunidades.

Los casos más emblemáticos de dicho movimiento, sin lugar a dudas, fueron los
estudiantes universitarios de la ciudad de París (la primavera), así como los
intentos por democratizar las estructuras políticas en Checoslovaquia, cuyo
desenlace fue la invasión de tropas del pacto de Varsovia, comandadas por el
régimen soviético de la época. Se supo, y yo fui uno de los muchos sorprendidos
a nivel mundial, de la inmolación en las calles de la ciudad de Praga, del joven
universitario Ian Palach, transformado, con el paso de los años, en un ícono del
clamor por la libertad personal.

El fenómeno, como ya se mencionó, tuvo repercusiones en México, circunstancia


que ya había sido advertida por la administración sexenal del presidente Díaz
Ordaz, quien, en todo caso, había determinado la conveniencia de cooptar a los
jóvenes como mejor medida para evitar la creciente disidencia, así como para
allegar recursos humanos frescos a la maquinaria política del país que se
encontraba ya en pleno proceso de descomposición.

Ahí, en medio de esa coyuntura, tuve la magnífica oportunidad de visualizar, por


vez primera, los dos escenarios que servirían de punta de lanza a mi carrera
personal y profesional, la cual se encontraba en busca del éxito al que todos
tenemos derecho de optar.

Sin querer, fui avanzando en el proyecto de mayor acercamiento del partido hacia
los jóvenes de mi generación, por vía de organizaciones como el Movimiento
Juvenil Revolucionario MJR, del que fui militante fundador, y cuya semilla
trascendió el período de gobierno diazordacista, consolidándose años más tarde,
en el brazo juvenil del PRI

El surgimiento a la luz pública del MJR, se dio el 13 de septiembre de 1968, fecha


trascendental para la historia patria de México, ya que coincidió con un aniversario
más de la invasión estadounidense de 1847, así como la gesta heroica de los

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75!
Niños Héroes, jóvenes cadetes del Colegio Militar, que ofrendaron su vida por la
defensa del castillo de Chapultepec.

La fecha del evento todavía se mantiene fresca en mi memoria, no por la


participación multitudinaria de que fue objeto nuestro distrito, el primero de la
capital del país, sino por quiénes acompañaron a nuestra delegación portando
estandartes.

Ahí estuvieron Beatriz, Leonor y Martha Ludlow Wiechers, así como sus dos
hermanos, Antonio y Alberto; y Lourdes Barrón Fabela. Lo destacado de dicha
presencia es que, en los casos de Beatriz, Leonor y Martha, representaban la
antítesis del movimiento revolucionario; circunstancia comprobada unos meses
más tarde, ya que las tres asumirían posiciones radicales y anti gobiernistas, como
consecuencia del infortunado evento del 2 de octubre, en la plaza de Tlatelolco, al
que me referiré un poco más adelante.

Por lo que respecta a mi trabajo en la Secretaría de Relaciones Exteriores, cada


día que pasó, fue para mí de enorme trascendencia, ya que me permitió ir
visualizando un mundo desconocido, pero inmensamente atrayente, al que
finalmente me acogí con pasión y le entregué durante los cuarenta años
siguientes, alma, vida y corazón, lo que hace posible que, llegado este momento
de mi vida, repita con absoluta convicción que volvería sobre mis pasos, si la
existencia me concediera una nueva oportunidad para ello.

Mi cotidianeidad, es decir, el día a día de mi existencia, prácticamente se desdobló


en dos mitades. Por una parte, el trabajo en la Secretaría de Relaciones
Exteriores; por la otra, mis obligaciones estudiantiles y partidarias. Lo anterior, no
tendría nada de significativo, salvo por el hecho de que en mi interior se produjo, a
su vez, un desdoblamiento, y durante una buena temporada, acostumbré a
vestirme de traje por las mañanas para acudir a la Secretaría, y por la tarde, para
mis actividades estudiantiles y partidistas, como un verdadero existencialista,
incluyendo en mi atuendo camisas llamativas, anillos, collares y demás adornos
muy de moda entre los jóvenes de mi edad, quienes, de tal forma, hacían patente
su inconformidad por el rol que les tocaba jugar dentro del entramado social
prevaleciente.

El año transcurrió sin mayores sobresaltos en lo laboral, ya que, poco a poco fui
asumiendo el rol que me correspondía jugar dentro del trabajo de la Cancillería en
Tlatelolco, y a pesar de que, para ese entonces, era uno más de los muchos
trabajadores que pululaban por los pasillos de la regia torre – por cierto, apenas
inaugurada dos años antes -, ni mi presencia, ni el trabajo que desarrollaba
pasaron desapercibidos, sobre todo, para aquéllos que estaban a la caza de

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76!
simpatizantes personales o ideológicos, como lo eran muchos de los diplomáticos
acreditados, sobre todo, los de los países bajo la órbita soviética, comenzando por
la propia embajada de la URSS.

Por la índole de las responsabilidades propias de las funciones que me fueran


asignadas, así como por mi capacidad para retener nombres y caras, aprendí la
nomenclatura completa de todos y cada uno de los integrantes del cuerpo
diplomático acreditado, las funciones que les eran asignadas – al menos
nominalmente – así como el número de personas que formaban parte de cada
misión, conjuntamente con sus familiares.

La embajada de los Estados Unidos de América era encabezada por Fulton


Freeman; su segundo de abordo era el Ministro, Henry Dearborn. Había una
funcionaria en el Consulado General que atendía cualquier solicitud del
Ceremonial de Relaciones Exteriores, la vicecónsul Leila S. Belaval. La embajada
británica tenía como titular a Charles Peter Hope C.M.G y T.D. La de la URSS,
era encabezada por un encargado de negocios, el señor Boris Kazantzev, quien
disponía de unos cuarenta funcionarios, entre los que se destacaban: Mikhail P.
Davidosvski, quien fungía como secretario particular y jefe de protocolo; Pablev
Kovalev, asistente de la agregaduría militar, y asiduo visitante a nuestras oficinas;
y Anatoli Mazourin, quien llegado el momento fue el funcionario que se encargó de
concretar una relación personal conmigo.

En la embajada de Checoslovaquia se encontraba, como titular el señor Karel


Hanus, y tenía como segundo de abordo al señor Jiri Svestka. Por lo que respecta
a Cuba, su embajador, Joaquín Hernández Armas, manifestó siempre conmigo
gran cordialidad, ya que fue uno de los primeros en formalizar invitaciones a mi
favor para atender diferentes eventos de carácter cultural, como fue el caso del
concierto del cantante “Bola de Nieve”, llevado a cabo en los salones de la antigua
sede de la misión, en la calle de Francisco Márquez, en la colonia Condesa.

Los nombres de algunos de los funcionarios enunciados, sobre todo los de las
embajadas de la URSS y Checoslovaquia, tuvieron cierta importancia, sobre todo,
los últimos, ya que durante ese año del 68, como ya se mencionó, el ejército
soviético desplegó sus fuerzas militares en territorio del vecino país, acto que fue
condenado internacionalmente, pero de forma muy especial, por México, durante
el informe presidencial de septiembre 1 de 1969 – el primero al que asistí como
ayudante del ceremonial -.

Aún recuerdo con viva emoción que el presidente Gustavo Díaz Ordaz, desde la
tribuna del Congreso de la Unión, de forma emotiva, y mirando hacia el palco que
ocupaba el H. Cuerpo Diplomático, saludó al pueblo checo, representado por su

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77!
embajador, condenando nuevamente el uso de la fuerza como medida para la
solución de conflictos por parte de la URSS, hacía un país que lo único de
clamaba era por su libertad. En respuesta, el embajador Hanus se levantó y
saludó con respeto a nuestro jefe de estado, al tiempo que recibía un caluroso
aplauso de todos los ahí presentes.

La verdad, este año de 1968 nos sobre pasó a todos, ya que México fue escenario
de múltiples eventos de gran relevancia, entre los que se destaca la celebración
de la XIX edición de las Olimpiadas, para lo cual se realizó un amplio despliegue
de esfuerzos, tanto a nivel del Gobierno Federal, como a nivel de la iniciativa
privada, medios masivos de comunicación, autoridades encargadas de fomento y
promoción de la cultura, estas últimas, como consecuencia de que a nuestro país
le interesaba sobremanera que la cultura fuera una parte importante de la
proyección que se intentaba dar de una joven nación latinoamericana - por cierto,
la primera que asumía la responsabilidad de un evento olímpico -.

El lema más destacado fue en favor de La Paz, como principio motivador de


movimiento tan importante.

De forma paralela a la organización del magno evento, en nuestro país se


comenzaron a registrar diversos actos que no presagiaban, en todo caso, nada
halagüeño, ya que se percibía en el ambiente, una atmósfera turbia, muy
posiblemente, derivada de los sucesos que hemos comentado que ya se venían
registrando en el viejo continente.

El detonante del movimiento estudiantil que se desarrolló, al menos seis meses


antes de la noche de Tlatelolco, tuvo como escenario un conflicto - aparentemente
insignificante - derivado del enfrentamiento entre alumnos de una preparatoria
privada, la Isaac Ochoterena, en contra de sus contrapartes, alumnos de una
escuela técnica del Instituto Politécnico, ambas, ubicadas en la periferia de la zona
conocida como Ciudadela, cerca del centro de la capital del país.

La intervención del cuerpo de granaderos para aplacar los ánimos estudiantiles


creo un ambiente de indignación a nivel nacional, sobre todo, en los estamentos
de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) entidad en donde ya
había comenzado a germinar un ambiente proclive a la influencia politizada
proveniente del extranjero.

A partir de entonces, y hasta la madrugada del 2 de octubre, el movimiento


estudiantil fue creciendo, a través de la participación de muchos y variados
interlocutores, entre los que no se deben soslayar a las principales autoridades
académicas de la UNAM, encabezadas por su rector, el ingeniero Javier Barros
Sierra.

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78!
Me correspondió vivir muy de cerca este fenómeno que pudo poner en riesgo la
estabilidad institucional de México, ya que fue creciendo exponencialmente, hasta
que prácticamente se les salió de las manos a todos, culminando con los sucesos
registrados en la Plaza de las Tres Culturas, que más adelante serán reseñados.

Por mi parte, y dentro de la disciplina partidista que se iba haciendo más


convincente a mis fines personales, continué, junto con mis más allegados
copartidarios, entre ellos Alberto Pozzi, organizando el surgimiento de ese
movimiento de las juventudes que se esperaba pasara a la historia como el
germen más auténtico de la organización de una juventud ávida de participación
política. Fue de esa manera que, con todo el apoyo del gobierno y partido, se
fundó, como ya he mencionado, el día 13 de septiembre, el Movimiento Juvenil
Revolucionario, del que yo formaba parte, y cuyo acto inaugural fue al pie del
monumento a los Niños Héroes en Chapultepec.

Esa jornada fue ampliamente difundida por la prensa nacional, la cual destacó, en
su edición del día 14, en primera plana - ver periódico El Nacional - la presencia
de nuestro contingente.

Al margen de lo anterior, mis actividades laborales giraban en torno al desempeño


dentro de la Dirección del Ceremonial, lugar en donde, poco a poco, fui intuyendo
lo trascendente de las labores que se desplegaban desde dicha trinchera de la
Cancillería mexicana.

Un muy activo Cuerpo Diplomático, cuyos entretelones más íntimos iba


descubriendo día a día, como consecuencia lógica de mi diario desempeño, en el
que, mis labores más directas, estuvieron encaminadas a satisfacer sus más
vitales y personales necesidades, durante la misión que les tocaba desempeñar
en México.

Por razones del carácter específico del ejercicio soberano de su acción


internacional, nuestro país disponía de algunas embajadas sui generis como lo fue
el caso de la República Española en el exilio, entidad que se mantuvo vigente
hasta la muerte del dictador español Francisco Franco. El eterno encargado de
negocios, y jefe de la representación, fue don Manuel Martínez Feduchi, cuya
esposa, Dora Contreras, complementó, con toda dignidad una representación
absolutamente fuera de lugar en el contexto internacional prevaleciente.

Otra de las misiones que hicieron época, fue la de la República de China (Taiwán)
que representaba al gobierno encabezado por Chang Kai Shek, a la postre, uno e
los Cinco Grandes que surgieron como consecuencia del final de la Segunda
Guerra Mundial. El representante, un embajador de carrera, el señor Chih Ping
Chen, quien junto con su esposa, la señora Liliana Wong, concretó una misión

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inolvidable, que culminó con su precipitada salida de nuestro país, en fecha
cercana al reconocimiento diplomático que realizó México de la administración de
Mao Zedong, cabeza de la República Popular China.

No contábamos con representación diplomática del Vaticano, ya que, por aquel


entonces, no había relaciones formales como consecuencia de nuestras razones
puramente doctrinarias, y que no variarían hasta el año de 1991 en que
formalmente se establecieron.

En este contexto, el tiempo fue avanzando hasta la fecha en que,


indefectiblemente, serían inaugurados formalmente los XIX Juegos Olímpicos, de
la era moderna, el día 12 de octubre.

De forma paralela a mis actividades y observaciones de carácter personal, las


secuelas del movimiento estudiantil mencionado, evolucionaron hasta un punto de
no retorno, cuya culminación fue la convocatoria a un acto de protesta, a celebrar
la noche del 2 de octubre el la plaza de las Tres Culturas, en Tlateolco, justo a un
costado del lugar en que se encontraba emplazada la sede de la Cancillería, en
cuyo piso 15 – la Dirección General del Ceremonial – trabajaba yo, como asistente
administrativo en el departamento de acreditación y de privilegios e inmunidades.

La crisis derivada del movimiento estudiantil prevaleciente, se vio reflejada con


gran dramatismo, esa tarde/noche en que las fuerzas militares gubernamentales,
apoyadas por los servicios de inteligencia nacional emprendieron una feroz lucha
en contra de los rijosos, entre quienes indudablemente, había participantes
inocentes.

No ha sido posible – ni lo será – determinar el nivel de culpabilidad de unos y


otros, ya que las responsabilidades recaen en los actores que, desde la sombra
movieron los hilos, para más tarde, escudarse en el anonimato de su cobardía.

Como consecuencia del enfrentamiento se registraron muertos y desaparecidos,


sobre los que no hay conformidad sobre el número de unos y otros, el balance
refleja, una vez más las diferencias fundamentales que se presentaron entre los
dos principales actores de dicho movimiento: un estado autoritario frente a una
ciudadanía inconforme con el status quo prevaleciente.

Considerando que el choque se produjo por la tarde/noche de ese día 2 de


octubre, no me encontraba en la sede de mi lugar de trabajo – ya que cumplía un
horario en el turno matutino -, sin embargo, a la mañana siguiente, es decir, el día
3 de octubre, cuando todos los integrantes de nuestra plantilla nos presentamos
para comenzar nuestra jornada laboral, las fuerzas militares y policiales aún
mantenían cerrada con vigilantes armados la zona de la plaza de las Tres

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80!
Culturas, así como los edificios más emblemáticos del entorno, como sería el caso
del “Chihuahua” (desde donde se supone el comité de huelga encabezaría su acto
de protesta).

El ambiente que pude presenciar fue de gran tensión. Toda la mañana fue de un
inmenso silencio, únicamente interrumpido por disparos aislados que se
escuchaban en las afueras de la torre de Tlatelolco. Más o menos al medio día, un
nuevo disparo, claro y sonoro, llamó la atención de todos, lo que hizo posible que
fuéramos testigos visuales de la forma en que una víctima de la represión caía
herido de muerte sobre la avenida San Juan de Letrán (hoy Eje 1 Lázaro
Cárdenas).

No me sería posible dejar de reconocer mi impresión sobre los hechos que se


describen. A dicho respecto, hay quienes dicen que hubo un México antes del 2
de octubre, y otro, muy distinto después. Lo que sí me atrevería a afirmar es que,
desde mi propia perspectiva, las consecuencias de la inacción del gobierno del
presidente Gustavo Díaz Ordaz, podría haber sido causa del desbordamiento de
pasiones, con efectos impredecibles.

Las críticas nacionales e internacionales que generó la acción del gobierno,


tuvieron consecuencias negativas hacia la imagen que desde la perspectiva oficial
se quería proyectar durante la realización en México de los XIX Juegos Olímpicos
de la era moderna.

Sin embargo, el éxito deportivo y cultural del evento, permitió que la evaluación
final sobre el papel que jugamos en ese año histórico para los movimientos
sociales en el mundo, fuera bastante positivo, toda vez, que aún a estas alturas –
a más de 45 años de distancia – se siga poniendo en tela de juicio la idoneidad de
los actores gubernamentales principales, así como el castigo histórico del que
debieron ser acreedores.

El ambiente en la Villa Olímpica, entidad creada ex profeso, al sur de la ciudad


capital, para recibir a los muchos atletas que representaron a sus respectivos
países, fue estupendo, y por supuesto, reinó la armonía y la camaradería entre los
cientos de jóvenes, ataviados con vistosos uniformes, acordes con sus propias
ideologías y usanzas.

Por lo que respecta al público en general, y ese fue mi caso, el ambiente olímpico
nos sobre pasó. Caímos en una especie de euforia colectiva, y todos nos
convertimos en coleccionistas de escudos olímpicos, engalanados con leyendas
diversas y logotipos en infinidad de idiomas, tantos, cuantos atletas estuvieron
durante los quince días de paroxismo nacionalista.

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81!
De las delegaciones más importantes, por supuesto la de los Estados Unidos y la
de la entonces URSS, una de cuyas integrantes cautivó a los mexicanos: Natalia
Kuchinscaya, de apenas unos 16 o 17 añitos, y competidora en gimnasia, la gran
favorita de su delegación, cuya competencia con la homóloga checa Vera
Chaslavska, de aproximadamente 28 años, polarizó los gustos nacionales,
algunos, con tintes políticos, ya que, ese mismo año la URSS había recién
victimizado a la pequeña Checoslovaquia con la presencia invasora de sus fuerzas
armadas.

Tuve la oportunidad de conocer a la Kuchinscaya, gracias a la invitación recibida


por parte de la embajada de la URSS, para una recepción en la que estuvieron
presentes algunos de los atletas más emblemáticos, como sería el caso de la
gimnasta, así como el levantador de pesas conocido por su apellido: Zhavotinski –
un tipo con más de dos metros de estatura -.

Me tocó recibir, en calidad de obsequio del señor Francisco Borrego (mi jefe) dos
boletos para asistir en el estadio olímpico “México 1968” a igual número de
eventos, celebrados entre semana y por la tarde, con lo que no tuve de faltar a mis
obligaciones laborales en nuestra Cancillería, en Tlatelolco.

Lo más memorable de dichos juegos olímpicos, además del aspecto


organizacional de las dos fases de los mismos (deportiva y cultural) fue la medalla
de oro que obtuvo en la competencia de natación el representante mexicano:
Felipe “el tibio” Muñoz.

Lo anterior, en todo caso, no contribuyó a disminuir el clamor popular en torno a la


necesidad de deslindar responsabilidades personales y políticas sobre la autoría
de la incursión del ejército en la Plaza de las Tres Culturas, la noche del 2 de
octubre.

Por lo que a mi respecta, se registraron avances sustanciales dentro de mi


ascendente carrera personal en la Cancillería, ya que, aunado a las diversas
invitaciones que comenzaba a recibir de parte de las distintas representaciones
diplomáticas, principalmente, las de la URSS y Cuba, el propio Pepe Muñoz
Zapata, comenzó a distinguirme para apoyar los eventos diversos que, como
anfitriones, nos correspondía asumir en la Secretaría de Relaciones Exteriores, así
como en otras instancias gubernamentales, como sería el caso de la Presidencia
de la República.

En lo concerniente a las actividades derivadas de mi aprendizaje como bisoño


oficial del ceremonial, se contaban, desde el acudir a la puerta de acceso de la
avenida Nonoalco número 1, en donde me correspondía recibir a un dignatario
extranjero – casi siempre algún embajador – y acompañarlo al despacho

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82!
específico en donde desahogaría su diligencia, hasta participar en alguno de los
muchos eventos sociales que se celebraban a la sombra de nuestra Cancillería,
como serían el caso de una recepción diplomática, generalmente presidida por el
Secretario, quien a la postre era don Antonio Carrillo Flores, cuya esposa, doña
Fanny Gamboa, sentía especial aprecio por mi, incluso, se me llegó a denominar:
“el junior del ceremonial”.

El señor Juan Cortés Osnaya fue trasladado a un puesto en el servicio exterior, y


en su lugar el embajador Muñoz Zapata invitó a colaborar al ceremonial a un señor
muy agradable, Alberto Sales, “el gato”, quien fungió como primer ayudante, y
tercero de a bordo en nuestra Dirección General.

Ese mismo año también, ingresó a la secretaría Pablo Cuevas Hilditch, a la postre
hijo de un conocido embajador, Francisco Cuevas Cancino – representante
permanente de México ante la ONU – a Pablo lo asignaron como auxiliar en
ceremonial. El pretexto era tenerlo ocupado mientras se tomaba el tiempo para
decidir qué actividad sería la rectora de su destino personal.

Me correspondió servir como una especie de “lazarillo” con la comisión específica


de intentar convencerlo de los beneficios generados por las mieles del servicio
exterior, cuyo mágico sonido también era apreciado ya por mí, a estas alturas de
mi paso por la Secretaría.

Y, aunque Pablo no demostró el más mínimo interés por el trabajo derivado de su


cargo administrativo, la circunstancia de haberlo invitado un día a nuestra casa,
derivó en el nacimiento de un romance con mi hermana Patricia, con la cual se
casó, ese mismo año. Como fruto de dicha unión, tuvieron dos hijos: Ana Edna y
Pablo Francisco, dos de mis sobrinos favoritos.

En mi recuerdo, descansan también en un sitio especial las muy variadas


actividades que me correspondió atender, para comienzos del año de 1969, de
las que conviene destacar, entre otras, dos: la boda del hijo mayor del entonces
Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, cuyo heredero, del mismo
nombre celebró, en la residencia oficial de Los Pinos (que en todo caso sería mi
primera visita al domicilio oficial) con la señorita Paulina Castañón; y la célebre
despedida del embajador de Suecia, decano del H. Cuerpo diplomático, el señor
Tord Goranssen, a quien el propio Carrillo Flores ofreció una magnífica cena de
gala, con vestuario de “corbata negra” para los caballeros y traje de coctel para las
damas, enmarcando así, la ceremonia de condecoración con la banda de primera
clase de la orden mexicana del Águila Azteca.

Con respecto a este último evento, la sede de nuestra Cancillería disponía de un


regio salón de recepciones, precedido de un vestíbulo con escaleras de mármol de

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83!
carrara color blanco, de cuyo muro lateral pendía un magnífico mural de David
Alfaro Siqueiros denominado “relaciones exteriores”. Ahí, al pie del mural, y en la
escalera baja, se colocaba la línea de recepción del ceremonial, en la que casi
siempre me ubicaban a mí, lo que hacía posible que fuera recibiendo y saludado
de mano, a uno por uno de los invitados, así como a los funcionarios de la casa
(Secretaría) quienes poco a poco, comenzaron a identificarme como el “junior del
ceremonial”.

La cena fue magnífica – e inolvidable – ya que el comedor había sido adornado


con el mejor gusto, y los platillos que integraron el menú fueron preparados por
Mayita Parada – legendaria chef, protagonista de las mejores veladas
gubernamentales de la época -, el cuerpo de meseros, también merece mi
comentario, ya que lo integraba un número indeterminado de profesionales,
dirigidos por Ramón Carrillo, cuya presencia se hacía visible a través del atuendo
de rigurosa librea.

Además de los integrantes del cuerpo diplomático que figuraban como invitados
permanentes, Carrillo Flores, nuestro canciller, disponía de excelentes relaciones
personales y oficiales con los empresarios más importantes de la época, como
serían los casos de Carlos Trouyet, Licio Lagos, Emilio Carrillo Gamboa (director
de Telmex) y muchos más, a quienes conocí en los salones de la Secretaría,
cumpliendo mis funciones oficiales.

La Secretaría de Relaciones Exteriores de esta década, es decir, cuando yo inicié


mi carrera profesional, se caracterizaba por presentar un ambiente de gran
cordialidad y fraternidad, en el que se percibía una comunidad de intereses
basados en objetivos específicos, y poseedora de una rica tradición diplomática
depositada en la vasta experiencia de un servicio exterior profesional y de carrera,
que ya para ese entonces, no era ajeno a los vaivenes políticos de su época.

Al respecto, conviene destacar que uno de los logros diplomáticos más


importantes de esa época fue la firma del Tratado para la Proscripción de las
Armas Nucleares en América Latina, mejor conocido como “Tratado de Tlatelolco”
- 14 de febrero de 1967 -uno de cuyos arquitectos fue don Alfonso García Robles,
Subsecretario para asuntos multilaterales , y más tarde, ganador del Premio Nobel
de la Paz.

Para ese momento de mi vida, una de mis inquietudes más importantes fue la
culminación del servicio militar, ya que, dentro de los requisitos para concretar mi
filiación como servidor público, se contaba la necesidad de disponer de la “cartilla”
liberada, es decir, con los respectivos sellos de haber cumplido con dicha
obligación ciudadana.

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84!
No obstante lo anterior, mi agenda de actividades hacía un tanto cuanto difícil
dedicarle el tiempo y esfuerzo suficientes para avanzar en el cumplimiento de
dicho compromiso, por lo que comenté a don Pepe Muñoz Zapata mi
preocupación por no poder avanzar en ese tema, a lo que me respondió que me
colaboraría. Acto seguido, conversó con alguno de sus amigos en el Estado
Mayor Presidencial, a la postre dirigido por el general Luis Gutiérrez Oropeza,
quien le solicitó el envío de la cartilla, asegurándole que, al término de ese mismo
año, quedaría liberada, como finalmente sucedió.

Un hecho insólito despertó no sólo mi atención personal, sino la atención de todo


el mundo, el primer vuelo tripulado hacia la Luna, planeta que fue conquistado,
finalmente por el hombre, coronando la misión de Apolo XI, el día 21 de julio de
ese memorable año de 1969.

Debo confesar que más de uno – entre quienes me contaba yo - se quedó con la
boca abierta cuando pudimos ser testigos de ese famoso alunizaje, concretado por
el comandante de la misión, Neil Armstrong.

El recuerdo sigue fijo en mi memoria, esa tarde, en el espacio de la casa de la


calle de Colima en donde se ubicaba nuestra televisión Philco que transmitía
señales en blanco y negro, en la intimidad de la familia – sólo estaba como
invitado el amigo legendario del Fray Juan de Zumárraga, Joaquín Morán -, fuimos
testigos de ese paso trascendental para la humanidad.

De las funciones oficiales en que comencé a participar ese año, se destacan los
rituales de la época, como sería el caso del informe presidencial, el 1 de
septiembre; la celebración del sacrificio de los Niños Héroes de Chapultepec, el 13
del propio mes, así como los dos eventos más relevantes de la conmemoración de
la proclamación de la Independencia Nacional: El Grito, la noche del día 15; y el
desfile militar, durante la mañana del día 16.

Para mi fue maravillosa oportunidad compartir esas experiencias trascendentales


mismas que, en todo caso, hicieron posible que vislumbrara con claridad las
inmensas posibilidades de crecimiento personal y profesional que se abrían para
un joven como yo, miembro de una familia absolutamente normal, y sin ningún tipo
de privilegios, producto de canonjías o herencias ancestrales de carácter
revolucionario.

Aun se mantiene fresca en mi mente la mañana del quinto informe presidencial de


Gustavo Díaz Ordaz, más que por lo que en sí representaba en ese entonces un
ritual republicano de esa naturaleza, por el modesto, aunque muy significativo rol
que me tocó jugar, como ayudante del ceremonial, esperando al pie de la
escalinata de la sede del Congreso de la Unión, en la confluencia de las esquinas

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de las calles de Allende con República de Cuba, a que uno a uno, los jefes de
misión del H. Cuerpo Diplomático acreditado, hicieran su llegada al evento formal
de nuestro gobierno.

Recuerdo, con viva emoción, como me acercaba a los vehículos oficiales en que
los embajadores eran conducidos hasta el recinto – muy significativo el de la Gran
Bretaña, ya que era un Rolls Royce, de color verde -, los saludaba y les daba la
bienvenida, invitándoles a trasladarse hasta el palco de honor, en el primer piso
del recinto, lugar en el que ya los esperaba el personal de la Cancillería,
encabezado por el Jefe de Ceremonial, don José Muñoz Zapata.

Por esa misma puerta ingresaban los integrantes del gabinete presidencial, así
como los integrantes de los tres poderes de la Unión, lo que hacía posible que yo
les viera en persona, y en algunos casos, que ellos también me vieran a mí, como
sucedió con el Secretario de Relaciones Exteriores, don Antonio Carillo Flores,
con quien cruce una mirada de soslayo al tiempo que descendía de su vehículo
oficial, un Chevrolet Impala, color negro.

Antes de la llegada del presidente, todos debíamos despejar el acceso principal


del Congreso de la Unión, por lo que subí al palco de honor y me ubiqué en una
silla lateral, reservada al efecto por el propio jefe de ceremonial. Así transcurrió el
evento, en donde se ejecutó el himno nacional, se escucharon veintiún salvas de
artillería, y muchos – como fue mi caso – vibramos de emoción por estar
presentes en evento tan significativo.

Además del enunciado con respecto a los temas de política exterior, otro instante
muy significativo, fue cuando el propio presidente declaró asumir todas las
consecuencias políticas e históricas a que hubiere lugar, como resultado de los
sucesos del 2 de octubre de 1968, ordenados por su gobierno.

Por lo que respecta al evento conmemorativo del sacrificio de los Niños Héroes de
Chapultepec, el día 13 de ese mes de septiembre, la ceremonia ha sido siempre
muy significativa y entrañable, ya que nos recuerda a todos una más de las
muchas invasiones estadounidenses de que fue objeto nuestro país, en ese caso
específico, en el año de 1847, por el hecho de que las tropas imperiales llegaron
hasta la misma capital de la joven república mexicana.

La misión del ceremonial, como lo fue el día del informe, consistía en atender al H.
Cuerpo Diplomático acreditado, durante su participación en este evento formal de
nuestro ritual republicano, por lo que, cada uno, en este caso, me incluyo,
asumimos nuestro rol, es decir, me correspondía recibir a los jefes de misión
diplomática a su llegada al monumento en Chapultepec, y conducirlos hasta una
tribuna especialmente señalada para dicho efecto. Ahí, todos presenciábamos la

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86!
llegada del presidente, gabinete, integrantes de los tres poderes de la unión, y
fuerzas vivas de la nación, para dar comienzo a un acto, que no por conocido,
dejaba de ser – y sigue siendo – muy emocionante.

Los actos conmemorativos de la proclamación de la independencia nacional, es


decir, la noche del día 15, y el mediodía del día 16, transcurrieron, como los
eventos recientemente reseñados, enmarcados en la más absoluta solemnidad y
trascendencia para la vida política del país, con la participación de las principales
fuerzas vivas de la nación, las que compartieron con sus invitados extranjeros – en
este caso, el H. Cuerpo Diplomático, y misiones militares ad hoc -, la euforia de
celebraciones tan significativas.

Por lo que respecta a la recepción oficial de la noche del día 15, precedida por la
ceremonia de “El Grito”, la participación del ceremonial de la Secretaría de
Relaciones Exteriores, se sujetó a la atención de los jefes de las misiones
diplomáticas extranjeras acreditadas, a las que se recibió en el patio central del
propio palacio nacional, para acto seguido, conducirles a los salones protocolarios
del primer piso, lugar desde el cual el presidente de la república salía al balcón
central desde el cual procedía con la ceremonia más emocionante de nuestro
repertorio patrio.

Para llegar al Palacio Nacional esa noche, don Pepe Muñoz Zapata me solicitó
acompañar a una de las dos personas que colaborarían en el evento de atención
al cuerpo diplomático, la señora Ruth Martínez Ross, a quien fui a recoger a su
residencia particular en la colonia Escandón, lugar al que me trasladé en una de
las dos limousines Cadillac de que disponía la cancillería, conducida por el señor
Arias (un viejo oficial de transportes con muchísima experiencia en este tipo de
eventos formales).

La señora Martínez Ross, a su vez, se hizo acompañar de su hija, una chica como
de dieciséis años – muy bella, por cierto – de nombre Mirdza.

Una vez que estuvimos los tres en el vehículo, nos trasladamos hasta el palacio
nacional, y cada uno por su lado, y todos en conjunto, realizamos nuestras
funciones formales esa noche magnífica de mi debut en la sede del poder
ejecutivo de nuestra patria, a la edad de 19 años me encontraba ahí, como pez en
el agua.

Algo similar sucedió la mañana del día siguiente, el día 16, durante el desfile
militar realizado en el Zócalo, frente al balcón central. Me tocó presenciar desde
un lugar inusitado un evento al que, año con año, había asistido en compañía de
familiares y amigos, como ya ha sido relatado con anterioridad. Invitados, más
bien animados por Jorge Párraga, nuestro querido tío “coco”, siempre de la mano

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de doña Martha, nuestra madre, partíamos muy temprano con rumbo al
monumento a la independencia, en cuya base, sobre el Paseo de la Reforma,
acudíamos puntualmente, a nuestra cita anual.

Esta vez, en todo caso, fue diferente, ya que, por razón de nuestra ubicación – en
una tribuna en la parte baja el balcón central – la mayoría de tropas y banderas
giraban, justo frente a nosotros, en señal de respetuoso saludo a su Comandante
en Jefe.

El balance de los eventos septembrinos celebrados ese verano de 1969 fue para
mí decisorio, es decir, hubo un antes y un después en mi vida, lo que se tradujo en
que, prácticamente, caí subyugado ante el mundo que se abría en mi horizonte
personal y la proyección profesional derivada del mismo, percibida a partir del
encantamiento vivido como consecuencia del rol que me tocó desempeñar a la
sombra de la Cancillería mexicana, lugar en donde fui acogido con la mayor
naturalidad.

Un hecho que no guardaba relación alguna con mi diario acontecer, pero que a la
larga se transformaría en un acto de carácter histórico, se dio como consecuencia
de la inestable situación que a finales de los años sesenta se vivían en la
República de Panamá, lugar en donde además de un presidente de la república
tenía un “hombre fuerte”, es decir, el jefe de la guardia nacional, en ese entonces,
Omar Torrijos, a quien algunos oficiales jóvenes intentaron dar un golpe de estado
mientras se paseaba por México, asistiendo a las carreras en el hipódromo de
“Las Américas”

Ante tales circunstancias, Torrijos debía de volver a su patria para intentar retomar
el poder, circunstancia que se le dificultó por la falta de contactos que, como
consecuencia de la coyuntura, se le dieron. Sin embargo, tuvo la gran suerte de
que una compatriota, en aquel entonces agregada a la embajada en México, la
señora Emilia Arosemena, dispusiera de su crédito personal para alquilar el avión
en que el hombre fuerte regresó a su tierra, y retomó el poder. Como
consecuencia inmediata de esa feliz circunstancia, a doña Emilia la designaron
embajadora en México, cargo que ostento, desde el año de 1970, hasta finales de
los ochenta.

Con Emilia Arosemena se desarrolló una amistad personal desde esa época,
hasta que tuve la suerte de vivir en Panamá, como embajador de México, a partir
de 1992.

No obstante la determinación de un horizonte propio, generado como


consecuencia del hecho simple de sentirme bien, y a gusto en el ambiente
generado por mi desempeño laboral, algunas prácticas que se fueron conjugando

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88!
con el simple transcurso del tiempo, continuaron llevándose a cabo, como una
especie de inercia que las empujaba, intentando con ello, no dejarlas ancladas en
el desván de los recuerdos.

Dentro de dichas prácticas, mi gusto por seguir vinculándome al trabajo partidista


dentro del PRI – en donde me mantuve hasta la siguiente campaña para
elecciones federales, en 1970 -, así como las compañías no muy aconsejables,
como serían los casos del grupo musical en el que supuestamente tocaba el novio
de Lourdes Barrón, mejor conocido como “chiquis”, mismas que me obligaban a
desdoblar mi personalidad – tal cual comenté previamente -, para interactuar de
día, como todo un oficinista, y por la tarde/noche – en el horario en que atendía
turno vespertino en la preparatoria -, como un rockero o existencialista.

El año no podía haber concluido mejor, sin que para ello se me asignara, en
calidad de “oficial de protocolo” en los trabajos que nuestra cancillería desarrollo
para la creación del Organismo para la Proscripción de las Armas Nucleares en
América Latina y el Caribe, derivado de la vigencia de “Tratado de Tlatelolco”. MI
actividad se resumió a recibir y a acompañar dignatarios, auxiliando en ello a don
Fernando Flores Tejada, subdirector del ceremonial, bajo cuyas acertadas
indicaciones desempeñé mis primeras funciones en un evento multilateral.

A pesar de que los trabajos se extendieron por espacio de una semana, yo percibí
que habían sido muy cortos, ya que, a esas alturas, estaba ávido de nuevas y
excepcionales experiencias que iban impregnando todo mi ser, hasta formar parte
de mí.

Fue ahí en donde vi por primera vez a casi todos los actores principales del
multilateralismo de nuestra cancillería, como serían los casos del propio Alfonso
García Robles, subsecretario; o Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, director en
jefe para asuntos multilaterales, cuya esposa, la señora Noema Gutman, años
más tarde sería crucial para mi en mi desempeño profesional; o don Carlos Peón
del Valle, Director en Jefe para asuntos especiales; y un amplio etcétera, como
serían los casos de Gustavo Iruegas Evaristo, Virginia García (esposa de don
Fernando Flores); así como la hija menor, Rocío Flores García.

Otros de los funcionarios inolvidables de esa época, fueron: Alfonso de


Rosenzweig-Díaz, cuya esposa, Feodora Stancioff, de nacionalidad búlgara, fue
también una referencia profesional

Por lo que toca al ambiente meramente familiar, una tarde llegó Patricia, mi
hermana, junto con el que ya para ese entonces era su novio formal, comentó con
doña Martha, nuestra madre que su novio le había propuesto matrimonio, evento
que se realizó a la brevedad del caso, en la ciudad de Nueva York, en la iglesia de

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89!
San Juan Nepomuceno. Les tocó viajar, invitados por el suegro, don Francisco
Cuevas Cancino a la ceremonia privada, tras lo cual, regresaron y se instalaron en
el departamento que para ese entonces Pablo compartía con su hermana Ana
Manuela.

En ese lugar, ubicado en la calle de Kepler 116, en la colonia Anzures, nuestra


muy querida hermanita Patricia vivió quizá los años más felices de su vida – al
menos, en un principio – ya que, ese mismo año, el día 20 de diciembre, nació
Ana Edna, la primogénita. Más tarde, en mayo 20 de 1973, nacería el segundo
vástago, Pablo Francisco.

El matrimonio de Patricia, así como las circunstancias derivadas al nacimiento de


la primera nieta de doña Martha, y bisnieta de la abuela (doña Leopoldina), así
como la difícil situación por la que – para variar – pasábamos, motivaron dos
movimientos trascendentales para la familia Gutiérrez Pita.

En primer lugar, la decisión de cerrar para siempre el negocio de antigüedades,


hecho que se consumó el mismo mes de enero de 1970; y en segundo lugar, el
traslado a un nuevo domicilio, esta vez un pequeño departamento en la misma
colonia Anzures en la que ya vivía Patricia, en la calle de Herschel 159.

La verdad, uno y otro eventos fueron traumáticos para todos, ya que, el hecho
cerrar definitivamente las cortinas de “Las Novedades” que así se llamaba el
negocio del abuelo, y abandonar nuestra casa de Colima 242, tuvieron, no sólo el
costo económico que hubo que sufragar, sino uno que no puede cuantificarse, y
que atiende a circunstancias emocionales muy particulares para cada uno de los
que concretamos el traslado, además de mi caso particular, el de mis hermanitos
Carlos y Sylvia, así como el de nuestra madre, doña Martha, escoltada, como
siempre, por la abuela Leopoldina.

De los tres pisos, e infinidad de espacios de que teníamos en la casa de Colima,


nos acomodamos en 90 metros cuadrados, mismos que constituían nuestra nueva
morada. Así, felices, y con la novedad de estar otra vez muy cerca los unos de los
otros – especialmente por lo que respecta a Patricia -, intentamos consolidar un
nuevo rumbo a nuestras vidas, en espera de que el mismo se tradujera en aliento
esencial para los proyectos presentes y futuros de cada uno de nosotros.

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90!
Capitulo 7

A quien correspondió arrancar, casi de inmediato, un nuevo proyecto laboral, fue a


doña Martha, nuestra madre, quien comenzó a desempeñarse en el negocio
antigüedades “Imperio” de Eduardo Haidenberg, un comerciante de origen judío
quien le extendió la mano en una circunstancia económicamente difícil para todos
nosotros.

Y, aunque de esta experiencia, nuestra madre no conserve muy buenos


recuerdos, de momento, se constituyó en una especie de parte aguas, a cuyo
cobijo transitamos decorosamente por los senderos del destino en pos de cual,
cada uno, a su manera, intentaba escalar el mayor número de peldaños.

Por mi parte, con una situación laboral en camino de consolidar el nivel inicial, me
sentí con el ánimo de incursionar en el proceso que allanaría mi ingreso al servicio
exterior, por vía del examen público de concurso, para lo cual, aunque ya me
sentía muy preparado, lejos estaba de imaginar los complicados vericuetos que
era menester superar, como vía única, hacia la consecución de ese sueño.

La vía, como siempre, fue el consejo del embajador Muñoz Zapata, así como la
cercanía con algunos de los aspirantes que intentaban allanarse, como era mi
caso, la vía más adecuada para vivir dicha experiencia derivada de la vocación por
el servicio público.

En la Secretaría se organizó un grupo de estudios que era tutelado por un insigne


maestro: don Indalecio Sánchez Gavito, quien diariamente se trasladaba hasta la
torre de Tlatelolco, en cuyo piso 12 – que era reservado como sala de reuniones
de la dirección general de Organismos Internacionales -, a las 8 de la mañana,
impartía cátedras magistrales sobre una variedad de temas de su especialidad,
vinculados al examen de ingreso al servicio exterior.

Ahí confluimos, entre otros entusiastas, Marcelo Vargas Campos, Margarita


Diéguez Armas, Gloria Molina, Luis del Río Santoyo, Sara Alicia López Lira,
Francisco Acevedo Morga, Gonzalo Aguirre Enrile, Aida Moreno Mancinelli, Nunila
Carmona, Guadalupe Herrera Frimont, Francisco Xavier Márquez, y al menos
otros diez colegas más, cuyos nombres no mantengo en la memoria, ya sea como
consecuencia de que no dieron seguimiento a su aspiración de ingresar al servicio
exterior, o que en el inter, es decir, durante los exámenes, no dieran el ancho, lo
que motivó que se ubicaran a la zaga del camino.

Por lo que a mí respecta, los cursos fortalecieron mi interés por avanzar lo más

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91!
posible en el conocimiento de las herramientas que me abrirían las puertas de la
nueva profesión que elegí, deslumbrado por los hechos presenciados, mismos
que, día a día, sobrepasaban mi capacidad de sorpresa.

Durante el curso de ese año, dos eventos importantes en la cancillería se llevaron


a cabo, teniendo como anfitrión a nuestros país. Por una parte, la primera
asamblea general del Organismo para la Proscripción de las Armas Nucleares en
América Latina y el Caribe (OPANAL) mismo que era la consecuencia lógica de la
entrada en vigencia del Tratado de Tlatelolco, comentado ya con anterioridad; el
otro evento, fue la reunión de la Unión Internacional de Organismos Oficiales de
Turismo UIOOT, base para la creación de la Organización Mundial de Turismo
(OMT).

En ambos eventos fui invitado a participar como oficial de protocolo, cargo similar
al que ya había desempeñado en comisiones similares en años anteriores. Por lo
que respecta a la asamblea general del OPANAL, la fecha de su inauguración fue
muy significativa, ya que como invitados especiales, participaron, en primer lugar
el Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, y el secretario General de la
ONU, U Thant.

Por lo que respecta a la UIOOT, las delegaciones fueron muy numerosas, y el alto
funcionario de nuestra cancillería que interactuó como anfitrión fue el embajador
Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, quien años más tarde, sería nombrado
titular de nuestra Secretaría por el presidente José López Portillo.

Además de dichas actividades desarrolladas en la Secretaría de Relaciones


Exteriores, ese año, se celebraron, el mes de julio, las elecciones presidenciales
en las que obtuvo el triunfo el candidato del PRI, Luis Echeverría Álvarez. Y,
aunque no me correspondió concretar ningún trabajo político derivado de mi
condición de dirigente juvenil, si tuve la oportunidad de acercarme al comité
distrital, del que era parte, para ofrecer mis servicios al candidato a diputado por
nuestra circunscripción, a la postre, un conocido locutor de televisión, el señor
León Michel.

Nuestra colaboración no fue bien recibida, así lo percibimos, conjuntamente, con


Alberto Pozzi Pardo, director juvenil del primer distrito electoral. Lo anterior, no
disminuyó mi interés por mantenerme activo, así fuera en cuestiones
absolutamente desideologizadas, como sería el caso de un evento que intentamos
armar con Rodolfo Amador, mi muy querido escudero partidista, quien estuvo
presente en casi todas mis hazañas políticas de esa época.

El evento en cuestión era una especie de festival artístico de las juventudes del
PRI. Me valí de la posibilidad que me ofrecía el disponer de números de teléfono

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92!
de la mayoría de los actores y actrices más conocidos en el ambiente artístico
nacional, mismos que me habían sido proporcionados por Carlos Zavala, hijo del
tío Raúl Zavala, dueño del Teatro Lírico.

La verdad es que nuestras entrevistas con los artistas fueron muy exitosas, una
vez que les comentamos que la idea era concretar presentaciones en un estadio
del tamaño del toreo, la idea les encantó, asegurándonos su activa participación.
De los actores con quienes nos entrevistamos, la que más impresionados nos
dejó, fue Zulma Fayad, vedette argentina, la que disponía de un espectáculo diario
en el hotel Regis del centro de la ciudad capital.

No fue posible convencer a Rafael P. Gamboa Cano, presidente del comité


regional del PRI, para obtener el aval del instituto político, razón por la cual ese
proyecto quedó, prácticamente en la nada. La ganancia, por un lado, fue la
satisfacción por haber obtenido unanimidad en el cuerpo de actores y actrices
invitados; y por otro, sentir que cuando se quiere se puede concretar proyectos de
envergadura como el señalado.

Una situación que mantengo en la memoria por haberse presentado en


circunstancias absolutamente fortuitas, tiene que ver con el hecho que, durante la
noche en que fuimos al centro nocturno para sostener un encuentro con la señora
Zulma Fayad, a la salida del Hotel del Prado, situado en la avenida Juárez, lugar
en que estábamos Rodolfo Amador y yo, vi que el embajador de Etiopía
acreditado ante el gobierno de México, salía del inmueble, acompañado de una
señorita rubia y muy hermosa, la cual no era su esposa, ya que como ha sido
enunciado, mi trabajo en el Ceremonial se constituía, entre otras
responsabilidades, en ver diariamente los expedientes de todos y cada uno de
quienes integraban el Cuerpo Diplomático.

Lo dramático de ese recuerdo, lo que lo volvería trascendental, tiene que ver con
el hecho de que esa misma noche, un empleado doméstico de nacionalidad etíope
que colaboraba en la residencia oficial de la embajada, había enloquecido,
asesinando a la esposa del señor embajador, e hiriendo a dos de sus hijos
menores.

El relato de los hechos adquiere una dimensión de inverosímil, si para ello se


considera que por ser una representación diplomática que disponía de inmunidad,
la residencia oficial no podía ser vulnerada por ninguna autoridad local, si para ello
no disponía, previamente, del beneplácito de autoridad competente que, en el
presente caso, era el propio embajador, funcionario al que no se pudo localizar ya
que se encontraba fuera de su residencia.

A fin de proveer los auxilios que la emergencia demandaban, fue necesario que

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93!
don Antonio Carrillo Flores, titular de la Secretaría, hiciera acto de presencia en la
residencia oficial del embajador, y autorizara, por razones humanitarias, el acceso
de los socorristas de la Cruz Roja quienes trasladaron a los servicios de
emergencia a los familiares ahí agredidos.

Al concluir mis estudios de preparatoria – dicho sea de paso, nada buenos –


decidí estudiar la carrera de derecho, para lo cual, ya había conversado con Luis
Velasco González (a quien le dábamos tratamiento familiar, como si de verdad
fuera un tío) sobre la posibilidad de que me introdujera con el rector de la Escuela
Libre de Derecho ELD, entidad de gran prestigio, famosa por forjar los mejores
abogados de la capital del país.

Llegado el momento, con Luis Velasco escoltándome, fuimos al viejo edificio de la


calle de Basilio Badillo, en el entorno donde se ubicaba la sede de la Lotería
Nacional. Ahí, conocí al secretario de la ELD, el señor Barrera, quien una vez que
constató mi promedio como alumno de bachillerato, accedió a mi ingreso
inmediato para optar por la formación de mi futura carrera de abogado.

Fue un paso muy importante para mí, ya que ingresé a una institución de prestigio,
misma que ofrecía excelentes oportunidades para quienes, como era mi caso,
trabajábamos y estudiábamos de forma simultánea. El horario matutino era de 7 a
9 horas; por la tarde, de las 5 a las 8, y se cursaban cinco materias durante el
primer año de estudios.

Durante el curso inaugural, nuestra primera cátedra la recibí de parte del abogado
Fausto Rico, quien impartía la materia de derecho civil I; otros profesores de
quienes guardo un imborrable recuerdo son: Genaro María González, que impartía
la cátedra de Introducción al estudio del derecho; y Fauzi Hamdam, de economía
política.

Sin embargo, mucho más relevantes resultaron algunos de los compañeros con
quienes compartí este curso, entre otros, Julio Sánchez Beristaín (hijo del
procurador general); German Corona del Rosal (hijo del Jefe del departamento del
D.F.); Fernando Lerdo de Tejada (hijo del secretario general del gobierno del
D.F.); David Franco Lugo (hijo del Secretario del Patrimonio Nacional) y José Luis
Nassar (hijo del director federal de seguridad); Rolando Téllez Strafond (hijo del
que fuera presidente de la suprema corte de justicia de la nación) y un amplio
etcétera.

Dicha coincidencia obedeció más a las circunstancias políticas vigentes en nuestro


país, que al simple gusto por compartir una institución modelo en la enseñanza de
la profesión de abogado. Como se recordará, enuncié los sucesos derivados del
movimiento estudiantil de 1968, cuyos protagonistas principales – desde la

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94!
trinchera gubernamental – fueron los padres de los que ese curso fueron mis
condiscípulos.

En lo personal, desarrollé relaciones muy especiales con los compañeros: Ricardo


del Valle y de los Ríos; Carlos Cristiani; Antonio Díaz de León; Juan José
Mandujano Estrada; Antonio Pérez Moisés; y Héctor Lozano. Con algunos de
ellos, aun a estas alturas de la vida me mantengo en contacto.

Algunos de estos compañeros hicieron un bonito coro conmigo, al compartir


experiencias diplomáticas significativas, es decir, fuimos juntos a invitaciones que
me eran formuladas por embajadas diversas, como serían el caso especial de la
de Jamaica, cuyo encargado de negocios, Thomas Alvin Stimpson, acompañado
siempre de su esposa, Alison, realizaban estupendos eventos en su residencia de
la avenida de las Fuentes en Tecamachalco, a los que acudía muchísima gente
joven, entre otros, colegas diplomáticos de países africanos, como los de la
embajada de Ghana, entre ellos Peter Abam.

De los buenos amigos diplomáticos de esa época, también recuerdo al embajador


de Nicaragua José Antonio Ortega Urbina, al Consejero José Sandino Arellano, y
al secretario Silvio Morales Ocón. Otro amigo, un joven secretario de la embajada
de Australia, Keith Baker, quien se casó en nuestro país con una mexicana, y cuya
carrera diplomática lo llevó a desempeñar, años más tarde, el cargo de embajador
de su país en México.

Mis incursiones a eventos del Cuerpo Diplomático siempre iban acompañadas por
algún amigo o amiga, ya que al no disponer de vehículo propio, me movilizaba
gracias al aporte de dichos conocidos. Especial significado tuvieron en esa época,
amigos como Miguel García Cordero, en cuyo Volkswagen subí y baje, entre el
cielo de las invitaciones del Cuerpo Diplomático, y el purgatorio que significaba
andar de cacería por las calles de mi entorno urbano.

Otro compañero de correrías, fue el nuevo vecino de la colonia Anzures: Eduardo


Zamudio, al que llamábamos el “orate”, quien tenía un auto marca Renault 6
blanco, en que aplanamos calles a discreción. Otro de los nuevos conocidos de la
colonia Anzures, fue Javier Azpilicueta, gran personaje, muerto trágicamente, años
más tarde

Mi agenda de eventos fue muy amplia. Me movía entre mi afición a la música


cerca de amigos con grupos de rock, las actividades partidarias, las clases en la
universidad, y mi trabajo en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Debo reconocer que fue una época muy intensa en la que la vida me abrió nuevas
ventanas, y obtuve perspectivas sobre mi rol en la sociedad que me rodeaba que

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95!
jamás me habría imaginado.

Considero que en ese momento comenzó una nueva etapa de cuya memoria no
quisiera perder el rastro. Sobre todo por el cúmulo de relaciones, tanto
diplomáticas como personales que fueron floreciendo a la luz de las muchas
expectativas que se creaban en torno a mi desempeño en la Cancillería mexicana,
en la que me sentía como pez en el agua.

Como resultado de dichos avances, fui conociendo a diplomáticos de todas las


latitudes. Recuerdo muy especialmente al embajador de Haití, Fritz Cineas, un
joven y empeñoso diplomático que vino a nuestro país tras haber estado como
secretario privado de François Duvalier; Eduardo Ochoteco, embajador del
Uruguay; Luis Gómez Ceara, embajador de la República Dominicana; don Manuel
Gil Morlis, embajador del Paraguay, con cuya nieta Susana, salí en diversas
ocasiones o con el diligente Hugo Couchonal, ministro de la propia misión
diplomática del Paraguay.

Otros conocidos destacados, fueron: Terusuke Terada, segundo secretario de la


embajada del Japón, y su esposa, de origen francés, Marie France; la sempiterna
secretaria de la embajada de Italia, Lauretta Belssaso, la señora Consuelo Vivas,
secretaria del embajador del Japón, y Pedro Sarkis, Agregado a la Embajada de
Líbano.

También buenos amigos resultaron diversos integrantes del personal de la


embajada de Indonesia, como serían los casos de: Sukaida Pringojardjoso,
Marlijoes Hata; Bang Bang Poerwanto Wibisono; también algunas relaciones
derivadas de mi buena diligencia para colaborar hacia el público que se iba
acercando a mi escritorio de joven ayudante del ceremonial; en estos casos:
Ximena Walker Seguel, representante de Florida Export Warehouse; o la abogada
Elena Huerta Psihas.

Tal cual señalé con anterioridad, mi agenda de diarios compromisos estaba


marcada por al menos dos o tres atenciones que involucraban invitaciones a
eventos del Cuerpo Diplomático acreditado en México.

De dichas invitaciones, las más personales, indudablemente eran con los


representantes de la URSS, entre otros Anatoly Mazourine o Mikhail P.
Davidovski, quienes imagino, realizaban un marcaje personal con miras a obtener
información que jamás les proporcioné, no sé, realmente, si es que no tenía idea
de sus propósitos, o que nunca di pauta para que a mi costa se desahogaran las
inmensas inquietudes derivadas de la Guerra Fría prevaleciente entre las dos
superpotencias de esa época.

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96!
No obstante mi prudencia, diversos eventos, de relativa importancia se dieron en
nuestro país como consecuencia directa de la tensión prevaleciente, como fueron
los casos de las acusaciones formuladas por el gobierno cubano – a través de su
embajador, Joaquín Hernández Armas -, en contra del consejero y agregado de
prensa a nuestra embajada en La Habana, a quien se señaló como agente de la
CIA.

En sus observaciones, el gobierno del presidente Osvaldo Dorticós, y del primer


ministro Fidel Castro, adujeron que el funcionario mexicano había mantenido
contactos radiales con sus supuestos cómplices en territorio de los Estados
Unidos de América, a quienes proporcionaba información confidencial sobre las
actividades del gobierno cubano.

A pesar de que México nunca reconoció las imputaciones, el hecho quedó


grabado indeleblemente en el marco de los vínculos bilaterales. Sobre el
incidente, considero importante destacar que el imputado, había sido nombrado
directamente por el titular del poder ejecutivo de nuestro país, en marzo de 1968; y
que además, era sobrino del entonces canciller, Antonio Carrillo Flores.

Otro incidente mayor, y con indudable trascendencia, fue el que se presentó un


par de años después, durante la administración del presidente Luis Echeverría
Álvarez (1970-76), quien a través de su canciller, Emilio O. Rabasa, declaró como
personas non gratas a seis funcionarios de la embajada de la URSS, entre otros,
al ministro Dimitri Diakonov, y el agregado naval, Oleg Netchiporenko.

Por lo que a mí respecta, me la pasaba estupendo, gracias a las relaciones


desarrolladas, como señalé, por una parte, con los integrantes del Cuerpo
Diplomático, y por otra con los amigos que ya iba adquiriendo en la Secretaría,
con quienes concretamos una muy linda fraternidad, en la que compartíamos
desde aficiones por la música, las artes, los espectáculos, hasta los intereses en
común por integrarnos al servicio exterior.

De ahí surgió una relación diferente con Aida Moreno Mancinelli, quien como
señalé, formaba parte del grupo de estudio que se había integrado con el objetivo
de atender los cursos diarios que impartía don Indalecio Sánchez Gavito. Con
Aida, quien ya era canciller del servicio exterior, y que había estado comisionada
con ese cargo en diversas misiones en el continente europeo, salíamos de vez en
cuando juntos, o en grupos heterogéneos, como fue el caso de un viaje que
realizamos por carretera al puerto de Acapulco.

El objetivo de ese viaje era que Aida quería ver a su novio, quien trabajaba como
gerente del Hotel Papagayo en ese puerto del pacífico mexicano. Salimos por la
noche de un jueves, y llegamos a nuestro destino en la madrugada del viernes;

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97!
además de Aida y yo, iban en el paseo José Luis Cuevas (hermano menor de
Pablo, mi cuñado) y Lourdes Castro, otra amiga de la Secretaría.

La verdad, en ese momento no sé porqué razón caí en el juego de Aida, ya que el


susodicho novio se puso furioso cuando la vio - más bien, nos vio – accediendo a
darnos posada por esa noche y enviándonos de regreso a la ciudad de México a
la mañana siguiente.

Las cosas con Aida siguieron su curso, nos veíamos de vez en cuando en la torre
de Tlatelolco – ella trabajaba en el piso 17, y yo en el 15 – hasta que una tarde
recibí una llamada de una persona que no se identificó, y cuya consigna era
informarme que Aida se había internado en el hospital siquiátrico Fray Bernardino
de Sahagún, ubicado por el barrio de Tlalpan. El mensajero señaló que la
interesada había pedido por favor que la fuera a visitar a dicho lugar.

Acto seguido, me dispuse a ir hasta dicho hospital, y al preguntar por Aida, me


hicieron pasar a verla a una habitación en donde se encontraba en calidad de
paciente. Al tomar contacto con ella, su estado me impresionó. La verdad, nunca
me había imaginado que pudiera estar con algún tipo de enfermedad mental, y
que, al mismo tiempo, estuviera consciente de ello, lo cual pude comprobar por el
hecho de que, dos noches atrás de la fecha en que la visitara, había llegado por
su propio pie, y lo que realmente quería de mí, es que le colaborara con su
vehículo – el cual podría usar hasta que ella saliera de su hospitalización – cuya
ubicación me fue señalada por la propia interesada.

A partir de ese momento, y durante al menos un par de meses, dispuse del


Volkswagen de la amiga, al tiempo que, de vez en cuando pasaba a saludarla al
hospital siquiátrico para interesarme por la evolución de su padecimiento.

Antes de concluir ese año de 1970, la Secretaría de Relaciones Exteriores, y con


ella, todo su personal ejecutivo, estuvieron encargados de los actos protocolarios
encaminados a la recepción de la H.H. Misiones Especiales que visitaron nuestro
país como consecuencia de la ceremonia de toma de posesión del Presidente
Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, electo durante el proceso de julio
del propio año.

Para variar, se me incluyó dentro del selecto grupo de integrantes del ceremonial
que colaboraron con este importante y solemne evento que marcó el final de la
administración del Gustavo Díaz Ordaz.

En el contexto de las ceremonias en las que participé, me correspondió estar


presente el día 30 de noviembre, en Palacio Nacional, para la recepción de las
cartas credenciales de las H.H. Misiones. Al término de ese primer evento, tuve la

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98!
oportunidad de saludar de mano al todavía presidente, quien me devolvió el
saludo con una sonrisa. Esa misma noche, en el gran salón de recepciones de la
propia cancillería, el todavía titular, don Antonio Carrillo Flores, ofreció una
espléndida recepción en honor de los ilustres invitados.

En ese escenario algunos de los altos dignatarios lucieron sus galas más
impresionantes, como sería el caso del embajador británico, el señor Charles
Peter Hope, CMG y TD, quien portaba su uniforme de caballero del Imperio
Británico, mismo que incluía su bicornio borlado con plumas.

El propio día 2 de diciembre, acudí nuevamente a Palacio Nacional para la primera


audiencia que el Presidente constitucional concedió a los integrantes de las H.H.
Misiones especiales que acudieron a su toma de posesión. Ahí fui testigo de un
encuentro muy colorido, ya que la mayoría de integrantes del nuevo gabinete
ministerial eran en exceso informales, tanto como un alto funcionario quien vestía
en un colorido verde, tanto traje, como camisa y corbata. El funcionario que más
llamó mi atención, fue el secretario particular del propio Jefe de Estado, por su
juventud; no pasaba de los veinticinco años de edad, su nombre: Ignacio Ovalle.

El registro de dichas fechas fue muy relevante, ya que tuve la oportunidad de estar
en los escenarios políticos más destacados del país, en los momentos más
cruciales del acontecer nacional.

De forma paralela, mi interés por las carreras de Fórmula 1, hicieron posible que
durante los grandes premios de México, correspondientes a los años 1969 y 1970,
asistiera – en compañía de Pablo, mi cuñado, y Patricia, mi hermana -, siendo
testigo del gran espectáculo que dicho acontecimiento tenía (y sigue teniendo en
la actualidad).

Pablo tenía varios amigos vinculados al automovilismo, quienes nos facilitaron


boletos y lugar para presenciar el evento. Recuerdo con claridad que uno de
dichos amigos tenía una refaccionaria en la zona de Peralvillo, denominada “La
Flechita de Oro”, ese amigo, introducía un vehículo tipo pick up, al que le ponía
plataforma para poder subir al mismo, y desde esa superficie ver con mayor
claridad el desarrollo de la carrera.

Todavía retumban en mis oídos el claro zumbido de los bólidos de Fórmula 1, así
como el sensible olor de sus motores, aceites y lubricantes, cuyo aroma
impregnaba el escenario.

Dentro de los favoritos siempre estuvieron los corredores mexicanos, en los casos
en que yo estuve como espectador, Pedro Rodríguez, uno de los dos legendarios
corredores – Ricardo, su hermano, fue el otro – de la escudería Ferrari. Sin

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99!
embargo, el escocés volador, Jim Clark se llevó ambos trofeos, ganando las dos
ediciones del Gran Premio de México que dispusieron de mi testimonio presencial.

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100!
Capitulo 8

El nuevo presidente, Luis Echeverría, designó como sus más cercanos


colaboradores a funcionarios allegados a su entorno personal, algunos de los
cuales sin experiencia, como fue el caso de Emilio O. Rabasa, a la postre,
Canciller, así como embajador en Washington por muy corto lapso de tiempo.

Era habitual en la transición sexenal de la época que, una vez que se conocía el
nombre del candidato del PRI a la primera magistratura, éste sugería al gobierno
que se mantenía en el centro del poder político, la designación de un embajador
ante el gobierno de los Estados Unidos de América, en cuyo caso, al comienzo de
la nueva administración, retornaba al país para hacerse cargo de la titularidad de
la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Dicha figura se dio, puntualmente, en el caso de Rabasa, quien fue designado y


fungió en dicho encargo varios meses del año de 1970.

El equipo con el que llegó el joven Rabasa a la Cancillería, desdibujó un poco la


experiencia que había presentado nuestra Secretaría durante la gestión de
Antonio Carrillo Flores. Es más, el consultor jurídico de la entidad, era el propio
señor padre del nuevo titular, el abogado Oscar Rabasa, quien, como
consecuencia de la llegada de su vástago, se jubiló de su carrera como servidor
público.

Don Daniel Cosío Villegas, conocido escritor y politólogo, en dos pequeños


opúsculos publicados como consecuencia de la llegada al poder de Luis
Echeverría, satirizó a Rabasa hijo, señalando sobre él que, su experiencia en el
campo internacional era la de haber representado a México en la ceremonia de la
entrega de los premios “Oscar” de la academia de cine de los Estados Unidos de
América, durante el tiempo en que fue Director General del Banco
Cinematográfico del gobierno de nuestro país.

La sátira abordó a la mayoría de quienes habían sido invitados por Echeverría


para formar parte de su gabinete, ya que, casi todos, fueron producto de la
improvisación.

En la Secretaría de Relaciones Exteriores, junto con Rabasa, el equipo compacto


de mayor responsabilidad fue de los subsecretarios, Rubén González Sosa ( a
quien Pepe Muñoz Zapata llamaba Santanón, por su baja estatura), José S.
Gallástegui, y María Emilia Téllez Benoit, los tres, miembros del servicio exterior, y
embajadores de carrera.

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101!
A pesar de que el embajador Muñoz Zapata fue ratificado, unos meses después
de la toma de posesión presidencial, solicitó su jubilación, y pasó a retiro –
circunstancia que, personalmente, lamenté muchísimo -. En su lugar, fue
designado otro embajador de carrera, Joaquín Bernal y García Pimentel, a quien
impusieron algunos cambios en la dirección general del ceremonial, entre otros,
con la llegada de Elisa Díaz Lombardo de Buch, amiga íntima de la señora
Socorro Gamboa de Rabasa (la coquis) quien era la esposa del nuevo secretario,
así como el cónsul en Boston, Jaime Peña Vera, quien fue designado subdirector
general.

Por lo que a mí respecta, durante dicha transición política, continué en el mismo


sitio en el que me encontraba, ya que, para mi beneficio, la experiencia adquirida
con el par de años transcurridos, incidió favorablemente en mi situación laboral, la
que, para ese entonces, enfilaba con claridad hacia mi integración al servicio
exterior de carrera, aspiración que complementaba, tanto con mi trabajo diario,
como con mis responsabilidades en la ELD, y de vez en cuando, las
responsabilidades dentro de la dirección regional del PRI, cuyo dirigente Heladio
Ramírez López me había ofrecido el cargo de director juvenil del Noveno Distrito
Electoral, cargo que, por algunos meses estuve ponderando, hasta que,
definitivamente rechace, por virtud de que era muy complicado para mí
trasladarme día a día a la sede del comité, en la avenida Inguarán.

Otro hecho trascendental que se presentó, muy al inicio del sexenio echeverrista,
y que se suscitó como consecuencia de una protesta estudiantil, el jueves 10 de
junio de 1971, derivando en un desenlace poco prometedor para las esperanzas
de apertura democrática ofertadas durante la campaña proselitista de quien
ocupaba ya en ese momento la primera magistratura del país. El acto de protesta
culminó en el marco de la represión de que fueron víctimas sus protagonistas, por
parte de un cuerpo de choque – armado con bastones de bambú, al estilo de las
artes marciales de Corea -, al que se denominó posteriormente como “Los
Halcones”.

Se supo que dichos elementos pertenecían a las fuerzas armadas, y que habían
sido entrenados como grupo de choque para “romper” cualquier tipo de protesta
ciudadana, de cara a mantener el status quo de un sistema político que
comenzaba a “echar agua”.

Como consecuencia de los hechos señalados, el gobierno anunció – como


siempre lo hace – una investigación a fondo “caiga quien caiga”, y en este caso, el
que cayó, fue el jefe de gobierno de la ciudad capital (conocido como el Regente
de la ciudad de México) Alfonso Martínez Dominguez, un poderoso e influyente
integrante de la nomenclatura partidista (PRI).

!
102!
En ese contexto se dieron los avances específicos para el examen de ingreso al
servicio exterior, al que concurrí como el más joven aspirante – y quizá, el que
menos experiencia profesional tenía, desde las perspectivas de formación
académica - , no obstante, mi entusiasmo, quienes estuvieron a cargo de la
organización, consideraron que mi perfil no alcanzaba – en ese momento – el de
un candidato con posibilidades reales de triunfo, por lo que debería esperar hasta
la siguiente oportunidad, en cuanto esta se presentase.

Dentro de los más destacados integrantes de esa generación, la de 1971,


recuerdo con especial afecto, a la representantes del sexo femenino: Sandra
Fuentes Berain; Martha Lara Alatorre; Alicia Cabrera; Martha Ortíz de Rosas;
Martha Ramírez, y a los colegas Edgardo Flores Rivas, quien obtuvo el primer
lugar del concurso; Francisco Acevedo Morga; Marcelo Vargas Campos; Salvador
Campos Icardo; Moisés Torres; Gonzalo Aguirre Enrile; Walter Astié Burgos;
Jaime Enrique Cordero Rossel; Humberto Zamora Treviño; Santiago Suárez Gil, y
Gustavo Iruegas Evaristo.

Con quienes desarrollé una relación más cercana fueron Sandra Fuentes; Martha
Lara, y Martha Ortíz de Rosas, a las que invité infinidad de veces a las muchas
recepciones diplomáticas a las que yo mismo era convidado por esa época. De
los eventos más familiares, es decir, entre personal de la Secretaría y los nuevos
aspirantes, recuerdo con especial afecto, las reuniones en las que participó
Manuel Tello Macías, quien años más tarde alcanzaría el honor de presidir nuestra
Cancillería, como su titular.

Tanto en este año, como en el siguiente, 1972, el área que organizaba los
concursos en la Cancillería, era la del director en jefe, correspondiente al
embajador Carlos Peón del Valle, cuya asistente personal, Sylvia Klee, fue una
amiga muy querida. En la parte operativa, de forma directa, dos entrañables
amigos de ese momento y de los años por venir: el embajador Donaciano
González, y Federico Urruchúa Durand, quien para esas fechas era segundo
secretario, en el escalafón del servicio exterior.

El embajador Donaciano González se dirigió siempre a mí con gran aprecio y


admiración, señalando: “…don Ignacio, es usted un genio..”, la verdad, en esos
momentos no alcanzaba yo a determinar la razón de tal señalamiento, fue más
tarde que deduje que era motivado por el hecho de que, a mis 22 años de edad, el
haberme presentado al concurso de ingreso señalado, teniendo como
competidores directos a jóvenes mexicanos, la mayoría graduados de carreras
profesionales afines, era algo realmente sorprendente.

Y, sorprendente fue también el hecho de que, para la convocatoria del año de

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103!
1972, nuevamente inscribí mi nombre, y tuve, en esa oportunidad el privilegio de
resultar como uno de los quince candidatos seleccionados como ganadores,
dentro de un universo de más de quinientos solicitantes.

La satisfacción personal y familiar – aún la percibo en lo más profundo de mis más


íntimos sentimientos -, fue realmente, para mi una hazaña, de la que obtuve un
privilegio ganado a pulso, derivado de mi esfuerzo y dedicación personales.

Llegué a la conclusión de que: la vida me lo debía. Me enamoré de lo que hacía,


y el romance se mantuvo incólume hasta el final; así era yo. De esta forma, pude
averiguar de lo que soy capaz cuando me encuentro a gusto con algo.

Dicha conclusión, de carácter subjetivo, me la inventé, como la mejor fórmula para


impulsar mi interés por comprometerme en un nuevo proyecto, cuyas expectativas
– en ese entonces – y en la lontananza del tiempo, es decir, en mi realidad actual,
eran difíciles de predecir, toda vez, que tuve en mis manos un bien tangible cuyo
valor de adquisición estuvo siempre al alcance de mis manos.

Sin saberlo de antemano, mi llegada al nuevo desempeño profesional, trajo


consigo, como un beneficio enriquecedor, la posibilidad de alcanzar las cuatro
estrellas de mi universo personal: una esposa, Olga Inés, y tres hijos
maravillosos, Catalina Inés, Carlos Ignacio, y Natalia Isabel, a los que adoro hoy,
lo mismo que mañana, y por siempre jamás, y mientras sea capaz de sostenerme
en pie por mis propios medios.

El concurso de ingreso, dispuso, como todos, con sus propios protocolos y reglas
de una formalidad impecables: la convocatoria, la inscripción, el período se
selección, el concurso propiamente dicho, los resultados y conclusiones, y la
expedición de un nombramiento provisional por espacio de un año, como
Vicecónsul del Servicio Exterior Mexicano.

Como ya quedó asentado, las inscripciones despertaron un amplio interés entre la


juventud profesional de todo el país, no sólo por el hecho de que se abría una
magnífica oportunidad para obtener – de forma muy democrática – una
oportunidad de vida promisoria, sino por el hecho de que, ya para ese momento, el
presidente Echeverría había nombrado como embajadores de México, a un
ramillete de mozalbetes, uno de apenas 30 años de edad, para desempeñarse en
cargos de la más absoluta prioridad fuera de nuestras fronteras.

Fue así que a lo largo de unos treinta días se llevó a cabo el concurso de ingreso,
mismo que incluía exámenes orales con sinodales, todos ellos representantes de
las más importantes instituciones de educación superior del país. Las materias
eran muy específicas, y todas ellas enfocadas al mejor conocimiento y

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104!
aprovechamiento de las herramientas al alcance de la mano para el mejor ejercicio
del cargo como integrante del servicio exterior.

Al concluir el concurso, nos integramos a las filas del servicio exterior mexicano,
en calidad de vicecónsules, los siguientes compañeros: José Luis Yunes Celis,
con el primer lugar de esa generación; Antonio Villegas Villalobos; Sergio Romero
Cuevas; Elda P. Paz, Martha Millán Becerril; Ana Celia Pérez Charles; Valentín O.
Treviño; Salvador Cassian Santos; Ismael Orozco Guzmán; Fernando Vega Mora;
Mario Morales; Alfonso de Aquino; Héctor Aguilar Meza; e Hipólito Santillán.

Lo más interesante de ese concurso tiene que ver con la decisión que asumieran
las altas autoridades de la Cancillería, en el sentido de comisionarnos para llevar a
cabo una experiencia inédita: enviarnos a realizar prácticas al exterior, en el
contexto de un programa que incluía la estancia por tres semanas en el consulado
general en Laredo, Texas; de ahí, participar en una reunión de la comisión
interparlamentaria bilateral, a realizarse en San Antonio, Texas; participar como
invitados al curso de formación para funcionarios de las Cancillerías de los países
miembros de la OEA, en la sede de dicho organismo regional en Washington; y de
ahí, algunos de los egresados partirían hacia otro curso, este, en Nueva York, en
la sede de la ONU.

Por lo que a mí respecta, todo estaba listo, ya que mi disponibilidad era inmediata.
Algunos de nuestros compañeros de generación, los que estaban ya
comisionados en el exterior, como fueron los casos de Gustavo Iruegas y de
Sergio Romero Cuevas, tuvieron que retornar a sus adscripciones, en donde, en
todo caso, disfrutarían ya de su nuevo estatus como funcionarios del servicio
exterior mexicano.

Al resto, conmigo incluido, se nos proveyó de nuestros respectivos nombramientos


– con carácter provisional – así como de pasaportes diplomáticos (mi primer
pasaporte) en el que se encontraba estampada la visa – categoría A-2 – para
viajar a los Estados Unidos de América, tanto a la ciudad de Laredo, Texas, como
al resto del curso de entrenamiento.

Fuimos recibidos por el Canciller Emilio O. Rabasa, quien se encontraba en su


despacho en el piso 19 de la torre de Tlatelolco, acompañado por el subsecretario
Rubén González Sosa, quien fungía, a su vez, como presidente de la comisión de
personal del servicio exterior. En su intervención, procuró imbuirnos de lo que para
él era la filosofía del presidente Echeverría con respecto al espacio que México
debería desempeñar en el extranjero, como líder y paladín de las causas más
importantes del Tercer Mundo.

Los preparativos para el viaje, previsto para los meses de mayo y junio del propio

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105!
año de 1972, ocuparon importantes espacios de mi tiempo disponible, partiendo
del hecho de que mis responsabilidades laborales como ayudante del ceremonial,
se mantuvieron en todo momento, hasta mi regreso, y posterior nombramiento
para desempeñarme de forma permanente, en nuestra embajada en La Paz,
Bolivia, lugar al que llegué en agosto del propio año.

Un dato curioso que refleja con claridad la forma en que se manejaban los asuntos
administrativos de la secretaría en ese entonces, tiene que ver con el hecho de
que nuestras autoridades confiaban en que la mayoría de nosotros pertenecía a
familias acomodadas, las que podían cargar – al menos en un principio – con los
gastos relativos a esta, nuestra primera comisión del servicio exterior. Como
resulta lógico, en dicho imaginario no me encontraba yo, aunque, para ese
entonces ya trabajaba, mi salario mensual apenas alcanzaba para sufragar mis
gastos personales directos.

En esa situación se encontraban, al menos, más del 75% de los nuevos


vicecónsules, una circunstancia en particular, la del colega y amigo Hipólito
Santillán, cuyo humilde origen en el municipio de Mixquiahuala, en el Estado de
Hidalgo, reflejaba la realidad ineludible de que nuestra Cancillería actuaba de
forma equivocada en esta ocasión.

Sin embargo, se nos anunció que durante el curso de nuestro programa de


entrenamiento dispondríamos del apoyo de nuestras representaciones en el
exterior, como serían los casos del Consulado General en Laredo, y la Embajada
en Washington, D.C., en donde se nos irían proporcionando recursos para los
gastos inherentes al buen desempeño de nuestras respectivas comisiones.

Con la certeza de que la secretaría honraría su palabra, ninguno de nosotros puso


en tela de juicio la directriz, bajo cuyo razonamiento organizamos el viaje al primer
destino, la ciudad de Nuevo Laredo, Tamaulipas, desde donde cruzaríamos la
frontera de México con los Estados Unidos de América, para ubicarnos en Laredo
Texas.

La subsecretaría de Rubén González Sosa encomendó a dos compañeros, Martha


Lara y Jaime Cordero Rossel, graduados de la generación de 1971, para que nos
acompañaran, y en todo caso, sirvieran de interlocutores a nuestro grupo, en esta
comisión inédita en los anales de la Cancillería mexicana.

Una vez avanzados todos los preparativos, la fecha de salida implicó para mí, por
varios motivos, un día de la más absoluta emoción, por un lado viajar finalmente
fuera de México – nunca lo había hecho -, y además, tomar un vuelo en avión, que
tampoco lo había realizado.

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106!
La verdad, lo del avión, no representó ningún tipo de emoción especial – tal cual
había imaginado -, por supuesto, ninguno de mis compañeros sabía que en esos
menesteres era primerizo, así que las cosas se desarrollaron con absoluta
tranquilidad, toda vez que para nuestra salida desde el Aeropuerto Internacional
de la ciudad de México, se había organizado una despedida familiar para los
quince vicecónsules, a los que se nos destinó la apertura del salón “Mexicano” de
protocolo.

Como señalé, el viaje fue tranquilo, un par de horas después de haber abordado el
vuelo de Mexicana de Aviación, llegamos a nuestro destino, y ahí nos esperaba el
Cónsul General en Laredo, Texas, el señor Héctor Jara, con quien cruzamos la
frontera del Río Bravo, utilizando para ello nuestros respectivos pasaportes
diplomáticos, sellados al momento de ingresar a los Estados Unidos de América,
por la vía terrestre.

Acto seguido, nos trasladamos al Hotel Plaza en el que habríamos de alojarnos


durante las tres semanas de duración del entrenamiento. Cada uno de los
compañeros participantes ocupamos una habitación individual, cuyo costo, al final
de nuestra comisión, fue cubierto por el propio Consulado General, con cargo a los
viáticos que, de una u otra forma devengamos durante todo el periplo.

Al día siguiente, muy temprano, nos trasladamos a la sede del Consulado General,
en el 1612 de la calle Farragut, fuimos recibidos por un muy simpático portero al
que todos llamaban “tonino”. Ahí, al tiempo que fuimos presentados con el
personal que laboraba en nuestra representación, presenciamos la importancia de
dicha oficina del servicio exterior, cuyos servicios diarios eran demandados, más o
menos, por unos quinientos usuarios, siendo el trámite de visa de facturas
consulares, la gestión más numerosa.

Además de Héctor Jara, titular, laboraban en el Consulado General los cancilleres


Antonio Quintana, Ada Ortega, y Manuel Ortega, así como los empleados
auxiliares Alicia Salinas, Enrique Zamora Treviño, y Luis Tamez, junto con la
secretaria del Cónsul General, de nombre Alicia.

Para ese entonces, la importancia de nuestro Consulado General tenía que ver
con una doble función: la de protección de ciudadanos mexicanos, y la de
recaudación por concepto del pago de las visas a las facturas consulares, con
ingresos superiores al millón de dólares al año. En la actualidad dicho cobro ya no
se realiza, al haber desaparecido el requisito de visado por tal concepto.

El objetivo de nuestro entrenamiento consular era el de poder rotar por todos y


cada uno de los departamentos en que se dividía la oficina, como por ejemplo:
protección, visas a extranjeros, expedición de pasaportes y matrículas a

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107!
mexicanos, etc.

En dicho punto se centró nuestra atención principal durante todos los días del
entrenamiento, período que también aprovechamos para conocer – un poco – el
ambiente fronterizo prevaleciente de uno y otro lado de la frontera en común entre
México y los Estados Unidos de América.

La verdad sea dicha, por lo que a nuestro país se refiere, la situación fronteriza era
deprimente – fenómeno que aún a estas alturas de la vida se mantiene -, los
contrastes hieren cualquier sensibilidad, y si bien es cierto, por decoro, tratamos
de disimular las diferencias entre cada uno de los lados de la frontera, la verdad
pesa mucho más sobre cualquier intento altruista por nuestra parte.

Durante el período de entrenamiento, una fuerte tormenta, derivada quizá de algún


fenómeno meteorológico, inundó la ciudad de Laredo, Texas, circunstancia que
motivó, entre otros daños, que nuestro lugar de alojamiento, el Hotel Plaza, se
viera en la necesidad de ser desalojado, al menos por una noche, lo que nos
causó las inconveniencias de la incertidumbre en un lugar con el que ninguno
teníamos familiaridad alguna.

Es curioso, un mes más tarde, cuando ya nos encontrábamos por culminar


nuestro curso de entrenamiento en la OEA, en Washington, D.C., se suscitó un
fenómeno parecido. En mi caso, estaba yo como invitado en la casa de Gustavo y
Susana Iruegas, en Alexandria, Virginia, y el condominio donde tenían su
departamento, fue desalojado por los bomberos, como consecuencia de la
recurrencia de un fenómeno meteorológico similar al de la ciudad de Laredo,
Texas.

A pesar de las limitaciones de las ciudades de Nuevo Laredo, Tamaulipas, y


Laredo, Texas, el balance de nuestro ejercicio fue muy positivo, ya que tuvimos la
oportunidad de conocer in situ, y a pesar de la situación prevaleciente para
nuestros compatriotas, la forma tan primaria con la que operaba nuestra
representación consular, la que era encabezada con la mayor dignidad, por el
Cónsul General, el señor Héctor Jara.

En lo referente a compras y adquisiciones, rubro que, de una u otra forma, todos


contemplábamos dentro de nuestras prioridades, muy pocos tuvieron la
oportunidad de hacerse de cosas de interés, por ejemplo, ropa, ya que las tiendas,
como sería el caso de “Joe Brand” manejaban precios muy por encima de
nuestras posibilidades reales.

Lo curioso del caso, es que dentro de los insumos que quedaron en nuestro poder,
se singularizan, por ejemplo, la plancha que compró Hipólito Santillán, o la

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108!
máquina de escribir – mecánica - de Héctor Aguilar. Yo por mi parte, adquirí un
radio-reloj-despertador, que consideré de gran utilidad, y lo tuve hasta que culminé
mi primera misión diplomática permanente, en el año de 1973.

Al culminar nuestra primera escala de entrenamiento, nos dispusimos a


trasladarnos a la ciudad de Washington D.C., por vía de una escala en la ciudad
de San Antonio, misma que visitamos en calidad de turistas entusiasmados,
recorriendo pasajes y lugares de interés, como el viejo edificio sede de nuestro
consulado general.

En nuestro siguiente destino, es decir, la ciudad capital de los Estados Unidos de


América, fuimos recibidos en el aeropuerto internacional “Dulles” por personal de
la embajada y de la misión ante la OEA.

Me correspondió trasladarme al lugar asignado para nuestro alojamiento, en los


departamentos del hotel Dupont Circle, en el vehículo del buen amigo Gustavo
Iruegas (un Volkswagen del año).

En la asignación de departamento fui ubicado con dos compañeros, Valentín


Treviño y Jaime Cordero. Conviene mencionar que dichos apartamentos
disponían de tres pequeñas habitaciones, sala de estar, baño y cocina, lo que a
todos nos pareció estupendo y muy cómodo, ya que estaban ubicados en un lugar
bastante cercano a la sede de nuestra misión ante la OEA, en la avenida
Massachussets.

A la mañana siguiente nos trasladamos en grupo a la sede principal de la


Organización de Estados Americanos, ubicada en el viejo edificio de la “Unión
Panamericana”. Ahí fuimos recibidos por personal de la oficina de relaciones
públicas del organismos, cuyo titular, el señor Jorge Thevenet (de nacionalidad
uruguaya) nos introdujo a dos de sus asistentes – quienes servirían de lazarillos
durante nuestra estancia en Washington – la señorita Alicia Pareja Valiente, y el
señor Edgar Maya (ambos de nacionalidad colombiana).

El grupo al que se invitó para participar en el Curso sobre el Sistema


Interamericano, que se ofrece a funcionarios de Ministerios de Relaciones
Exteriores, fue quizá el más numeroso recibido hasta esa fecha, ya que
normalmente participa un funcionario por país, y en nuestro caso, por México,
éramos quince.

Al respecto, conviene señalar que el secretario general de la OEA en ese


entonces era el ex presidente del Ecuador, el señor Galo Plaza; y nuestro
representante, don Rafael de la Colina, uno de los diplomáticos históricos con los
que tuve el gusto de compartir durante mis correrías por el servicio exterior. Se

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109!
sabía que a don Rafael, a la edad de 19 años lo habían designado como
vicecónsul, en virtud de un nombramiento expedido por el presidente de México,
don Venustiano Carranza.

La experiencia para nuestro grupo en general, y para mí en lo particular, fue


especialmente significativa, no sólo por el hecho de encontrarnos en una ciudad
como la capital de los Estados Unidos de América, sino por el sesgo que tomó la
iniciativa originalmente planeada como un simple curso de entrenamiento o de
introducción a un mundo cuya magnitud, así lo he mencionada en diversas
ocasiones, estábamos lejos de imaginar.

Los vicecónsules atendimos puntualmente todas y cada una de las actividades


previstas, tanto las que se desarrollaron en el marco de la propia Organización
Regional, como aquellas encaminadas a darnos una visión global de la
importancia estratégica que representa para el mundo el poderío de los Estados
Unidos de América, de forma muy especial, en la década de los setenta, fecha en
que se desarrolló nuestra experiencia profesional.

El programa, aunque no incluía expresamente nuestra participación en la visita de


estado que realizó por ese entonces el presidente de México, Luis Echeverría, nos
brindó la oportunidad de estar presentes en diversos eventos del programa oficial,
como sería el caso de la recepción en el aeropuerto internacional de Dulles, a las
afueras de la ciudad capital. Recuerdo con precisión que en la fecha, mi gran
amigo Andrés Rozental, quien se desempeñaba como segundo secretario en la
misión ante la OEA, junto con Vivian su esposa, me recogieron en los
apartamentos de Dupont Circle, en su magnífico Chevrolet Malibu, de color verde
olivo.

A su vez, fuimos invitados a la ceremonia oficial de bienvenida – en el jardín de las


Rosas – en la Casa Blanca, encabezada por el entonces presidente Richard M.
Nixon, quien estuvo acompañado por su esposa la señora Patricia. Además,
algunos de nosotros – y fue mi caso – participamos en la recepción que fuera
ofrecida en la sede de nuestra embajada en Washington, misma que servía, a su
vez, como residencia oficial del señor embajador, José Juan de Olloqui y
Labastida.

Con nuestros amigos de la oficina de relaciones públicas de la OEA, tuvimos el


gusto de visitar la sede del Fondo Monetario Internacional, así como la del Banco
Mundial. Recorrimos las áreas públicas del Departamento de Estado, y visitamos
la sede del Comando Estratégico del Pentágono. Dicho lugar era el centro
neurálgico de comunicaciones estratégicas del ejército de los Estados Unidos de
América.

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110!
Otra de las visitas más significativas fue la que realizamos a la sede del Banco
Interamericano de Desarrollo, en ese entonces presidido por el eminente
mexicano don Antonio Ortíz Mena, quien, con su característica amabilidad, nos
recibió, y ofreció un coctel de bienvenida, al tiempo que nos brindó la oportunidad
de conocerlo personalmente, lo que, en algunos casos, como fue el mío,
representó una experiencia extraordinaria.

La ciudad de Washington y sus alrededores, ofrecen lugares muy variados e


interesantes para las visitas de carácter turístico. Nuestro grupo no desaprovechó
ningún día para introducirse lo más posible en la vorágine que representa la
experiencia de visitar lugares de carácter histórico, como serían los monumentos a
Lincoln, el Obelisco a Washington, el museo Smithsoniano, la sede del Congreso
con su magnífica biblioteca, y un amplio etcétera.

Además visitamos una infinidad de restaurantes y lugares de recreación públicos,


como sería el caso del Blackis, en donde almorzaba con frecuencia el embajador y
representante ante la OEA, Rafael de la Colina. Otro espacio dentro de la ciudad
con mucho interés para nosotros, era Georgetown, en donde confluían todo tipo
de visitantes, como fue nuestro caso. Recuerdo especialmente un lugar: “maiçon
de crepes” especializado en dicho producto de la cocina francesa.

Por lo que respecta a nuestro acercamiento con la misión ante la OEA, recuerdo
que don Rafael de la Colina se sirvió extendernos una cordial y calurosa invitación
para que le visitáramos y para que nos incorporáramos al esquema de trabajo
prevaleciente en esa importante sede del gobierno de México. Don Rafael
acostumbraba guardar en su mente un cúmulo de información sobre las diversas
incidencias de su larga trayectoria diplomática, soportaba los datos recabados en
pequeñas tarjetas anotadas a mano con la síntesis de cada una de las ideas ahí
salvaguardadas.

Otro aspecto que llamó poderosamente mi atención tiene que ver con el esquema
diario de trabajo en nuestra misión ante la OEA, en el que tanto el titular, como
todo el personal adscrito, compartían un área conjunta, en la que se encontraban
dispuestos todos los escritorios del equipo que nos representaba ante la
organización regional.

Al culminar nuestro curso de introducción al sistema interamericano, fuimos


homenajeados por las altas autoridades de la OEA, en la persona del Presidente
del Consejo, el ecuatoriano Galo Leoro, quien nos hizo entrega a todos y cada uno
de nosotros del respectivo diploma – cuyo ejemplar me ha acompañado a lo largo
y ancho de mi desempeño profesional -.

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111!
Para despedirnos, además del evento de las altas autoridades de la organización
regional, algunos de nosotros, como fue mi caso, fuimos invitados por Alicia Pareja
y Edgar Maya, nuestros “lazarillos” a un convivio de especial significado.

La víspera de la salida hacia la ciudad de Nueva York, habiendo dejado ya nuestro


departamento en el Dupont Circle, el colega Gustavo Iruegas me traslado para
pasar esa noche, a su casa en Virginia. Lo curioso de dicho evento, tiene que ver
con el hecho de que por la noche, cayó tremendo aguacero, circunstancia que
anegó el sistema de alcantarillado del entorno del inmueble que nos alojaba, lo
que motivó que el cuerpo de bomberos municipales nos alertara para evacuar la
zona, como medida de seguridad y salvaguardia personales.

Lo anterior, me dio mucha risa, ya que, como se recordará, durante nuestra


estancia en la ciudad de Laredo, Texas, sucedió algo muy parecido, derivado del
fuerte aguacero que cayó sobre dicha tierra, lo que motivó que fuéramos
desalojados del Hotel en donde nos encontrábamos residiendo temporalmente.

La siguiente escala fue bastante breve, y correspondió a la ciudad de Nueva York,


sede de la Organización de las Naciones Unidas, ONU, cuyo edificio principal
domina la bahía de Manhattan, desde la que se puede apreciar una magnífica
panorámica de la capital financiera mundial. Ahí concurrimos a diversos eventos,
todos ellos encaminados a introducirnos en el mundo de la organización
multilateral más heterogénea creada desde comienzos de la humanidad.

Los lugares más trascendentales del edificio sede, son: la Asamblea General, y el
Consejo de Seguridad, ambos han sido testigos de la toma de decisiones
importantes desde la fundación de la ONU, en el año de 1945.

La misión de México, a la postre encabezada por un insigne representante, el


embajador Alfonso García Robles, estaba ubicada en el inmueble de la 8 East y la
calle 41, propiedad del gobierno de México, en el que, además de la misión, se
encontraba el Consulado General, a cuyo frente estaba el titular, un señor de
apellido Pesqueira.

Además de la visita a las instalaciones del edificio sede de la ONU, no tuvimos


tiempo para concretar algún programa específico, salvo por los recorridos que
durante la tarde-noche de los días que transcurrieron de nuestra estancia,
alcanzamos a dar, cada uno por su cuenta, o en grupo.

De regreso a la capital del país, uno a uno fuimos desfilando ante diversos
interlocutores, los cuales intentaron determinar – conforme a nuestras
capacidades personales – el destino inmediato para nuestra primera comisión

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112!
permanente en el exterior. En mi caso, y a través de una conversación telefónica
que tuve estando en Washington, el colega Raúl Valdés, en ese entonces
subdirector de la Dirección del Servicio Diplomático, me había confiado que estaba
ya firmado mi acuerdo para ser adscrito “al cono sur”, sin especificar a qué país
concretamente.

A pesar de la incertidumbre que representó la expectativa por conocer cuál sería


finalmente mi destino, no me preocupé demasiado, ya que, por una parte, no tenía
ninguna prisa por conocerlo, ya que, a mi regreso a México, tenía varios proyectos
personales por concluir, como paso previo a lo que desde ese momento intuía que
sería una nueva vida para mí, en la que tendría que desenvolverme por mis
propios medios, circunstancia que me hacía una verdadera ilusión, dado que
significaba una especie de independencia personal de todo aquello que, hasta esa
fecha, me había rodeado.

El tiempo que trascurrió entre el comienzo del mes de julio y la fecha en que
debería programar mi viaje a La Paz, Bolivia, lugar en donde finalmente quedaría
adscrito durante mi primera comisión permanente del servicio exterior, pasó como
un suspiro, no lo sentí, a pesar de las muchas cosas que quedaban en el camino,
como serían los casos de mis enamoramientos permanentes, y todas las
actividades que, de una u otra forma formaban parte de mi entorno en esa
importante etapa de mi vida.

Además del círculo familiar más íntimo, entre quienes figuraban madre, abuela y
hermanos, la familia del padrino Héctor Soto Máynez, y su esposa América, se
hicieron presentes colaborando conmigo en todo lo posible, hasta la fecha de mi
salida fuera de México; lo mismo podría decirse con respecto a las hermanas de
don Carlos, mi abuelo, especialmente la tía Raquel Pita viuda de Campero.

Para mi salida de México fui provisto de un pasaje de primera clase, así como los
correspondientes cupones de exceso de equipaje previstos para mi menaje de
casa en la ruta: México-Lima-La Paz, por la compañía Braniff International, para el
día 6 de agosto, fecha que puede ser tomada como punto de referencia de la
verdadera trashumancia de la existencia que aquí se pretende relatar.

El día señalado, en compañía de madre, abuela y hermanos, acudí puntualmente


al aeropuerto internacional de la ciudad de México, provisto de tres maletas
nuevas de color café, mi portafolio, y una gabardina de color azul que había
adquirido con el dinero que me había sido liquidado como parte de la comisión
respectiva de los meses de mayo y junio anteriores, a Laredo Texas, Washington,
D.C., y Nueva York.

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113!
Capitulo 9

Sin mayor pretensión que el cumplimiento de un anhelo personal, como fuera


señalado, comencé la mayor aventura de la vida, cuya incierta culminación aun
determina inquietantes zozobras personales que llaman a mi mente, de
madrugada, a esa hora en que uno se encuentra más vulnerable, y sin capacidad
alguna de defensa.

El vuelo salió puntual, y sin imaginar, la primera escala fue en el Aeropuerto El


Dorado, en la ciudad de Bogotá, en donde bajamos del avión por espacio de una
hora aproximadamente, tiempo durante el cual, me fue entregada una peculiar
bolsa en yute conteniendo una libra de café colombiano de altísima calidad. Al
término de la escala técnica, y a bordo del mismo avión, partimos con destino final
a la ciudad de Lima, en Perú, lugar de mi destino inicial y pernocta hasta el día
siguiente.

En el aeropuerto pude presenciar la militarización de que venía siendo objeto la


República peruana, como consecuencia del desenvolvimiento de la revolución de
corte izquierdista (1968-1975), encabezada por el general Juan Velasco Alvarado,
quien en la fecha de inicio de su mandato accedió al poder a través de un golpe de
estado en contra del presidente Fernando Belaúnde Terry.

Así como aconteció en el Perú, otras repúblicas sudamericanas, a su vez, se


encontraban políticamente encendidas, como consecuencia de asonadas
militares, o movimientos revolucionarios como los que me tocaría ver a lo largo de
los siguientes años de mi vida, especialmente, en el caso de Bolivia, lugar cierto
de mi más próximo destino.

La escala en la ciudad de Lima fue muy agradable, a pesar de que la tarde/noche


que estuve en esta capital, estuvo pintada del gris característico de un cielo
contaminado y del aroma a harina de pescado que flotaba en ese ambiente. Una
vez que me instalé en el céntrico Hotel Libertador, salí presuroso a dar una vuelta
por el entorno, cierto de que en las proximidades de mi alojamiento temporal, se
encontraban dos iglesias, una dedicada a Santa Rosa de Lima, y la otra a Fran
Martín de Porres.

La razón de dichas visitas, superaba cualquier hipótesis sobre la vocación


religiosa que las inspiraba, la verdad es que durante el curso de las despedidas
familiares de que fui objeto en México, la tía Raquel (hermana del abuelo) me
había preguntado sobre la ruta a seguir, a lo que le contesté que iría a Bolivia, por
vía aérea con escala en Lima. Me solicitó que, si me era posible, pasara por los

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114!
lugares – calificados por ella como santos – en donde se rendía culto a una y al
otro objeto de su culto.

No me costó ningún esfuerzo adicional, y durante mi recorrido por el centro de la


ciudad de Lima, visité los dos lugares, y adquirí estampas alusiva a ambas
deidades, mismas que, a vuelta de correo las hice llegar a la tía Raquel, a la
abuela, y por supuesto a doña Martha, mi madre.

Al regreso al hotel, cené algo ligero y subí a mi habitación. Ahí en la soledad de la


primera noche de la aventura de mi vida, me senté en la cama y de cara al espejo,
me vi reflejado como jamás me había contemplado. Lloré con inmensa alegría y
sentimientos encontrados, desconociendo en ese preciso instante la razón
valedera de mi comportamiento, aunque en el ambiente flotaba ya una verdad
contundente que me acompañaría durante toda la vida, a partir de ese momento
de nostalgia quedó determinado mi destino bajo la siguiente premisa: con la vista
siempre hacia adelante.

Es posible que bajo la influencia de esa nueva realidad existencial, cerrara para
siempre el capítulo abierto, en el ya lejano momento del mes febrero de 1957, con
la partida definitiva de don Ignacio Gutiérrez, coautor de la historia de mi vida, y de
quien aún sigo pensando lo difícil que pudo haber sido para él olvidar a sus muy
queridos retoños, entre los que me encontraba yo.

Al pasar esa página que todavía me llena de nostalgia, tuve la fortaleza de


enfrentar con los medios a mi alcance, esta nueva aventura de vida, por cierto, en
circunstancias muy distintas a la experiencia histórica de mis predecesores
familiares, quienes debieron dar paso a sus respectivos destinos en coyunturas
existenciales completamente diferentes a la que estaba viviendo en ese momento.

Ese viernes del mes de agosto, abordé mi vuelo con destino a La Paz, capital
política de la República de Bolivia. Con viva emoción, y desconociendo, bien a
bien lo que me esperaba, llevando en mi maleta una sola carpeta que me había
sido entregada por el joven diplomático de nuestra cancillería, don Raúl Valdés,
quien me recomendó leerla con atención, ya que abordaba todo lo relativo a la
figura de asilo político y territorial, que según me explicó, sería de gran utilidad a la
hora de poner en práctica mi nueva actividad profesional.

La llegada al nuevo destino se presentó sin mayores inconvenientes, ya que el


vuelo sobre la cordillera de Los Andes se realizó en las condiciones más
favorables de que tenga recuerdo. La verdad, quedé gratamente sorprendido por
el maravilloso escenario por el que nuestro avión surcaba un espacio tan inmenso,
sumido en el más profundo silencio, como consecuencia de su cercanía con el
cielo que todos hemos imaginado como lo más cercano al ser que se supone es el

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115!
autor de la creación.

Cuando bajé del avión en la estación determinada para el pasaje en el aeropuerto


internacional de El Alto (ubicado a 4,100 metros sobre el nivel del mar) lo primero
que vi, me sorprendió: un cielo azul impresionante, con un clima bastante
agradable, lo que suponía para mí, un magnífico augurio sobre el giro que tomaría
mi adscripción a nuestra embajada en La Paz.

Una vez concluidos los trámites de migración, y con mis maletas dispuestas, se
me aproximo una persona, cuyo nombre era José Batachis, empleado
administrativo de nuestra representación, quien acudió a darme la bienvenida a
nombre de todo el equipo de la representación diplomática que, a partir de esa
fecha, sería mi centro de trabajo.

Agradecí al señor Batachis por su atención, y nos dispusimos a abordar el


vehículo oficial de la embajada – un Mercedes Benz 280 E – color negro con
interiores en beige, en el que, prácticamente bajamos a la ciudad de La Paz (a
3,200 metros de altura sobre el nivel del mar) por vía de una avenida llena de
colorido y de contrastes característicos, como todos los escenarios que me tocó
vivir en este país de fantasía al que acababa de llegar.

El señor Batachis me comentó que se había realizado una reservación en el Hotel


La Paz, sobre la avenida Camacho – una de las más importantes de la ciudad
capital -.

Más o menos unos cuarenta y cinco minutos después de que comenzamos


nuestro recorrido, llegamos al lugar de destino, el Hotel La Paz, en donde fui
alojado en una muy bien orientada habitación, con vista a la avenida principal.

Ahí me dispuse a dar cumplimiento con la recomendación que me había sido


sugerida en el sentido de que debería reposar, al menos unas veinticuatro horas, a
los fines de que la altura de la ciudad no me afectara de la misma manera que
sucede con la mayoría de extranjeros poco acostumbrados a la escasez de
oxígeno, característico de dichas latitudes.

Con el señor Batachis acordamos un programa para el domingo por la tarde,


mismo que consistió en acudir al teatro municipal para ver la obra “La Fiaca” que
se presentaba con bastante éxito en la cartelera local. Muy puntual fue el señor
Batachis en pasar por mi hotel a la hora determinada, y de ahí, en servicio público
nos trasladamos al centro de la capital, hacia el emplazamiento del Teatro
Municipal, al que llegamos caminando por las empinadas calles del centro paceño,
y fue de dicha forma que caí en cuenta que había pasado la primera prueba de
adaptación a la altura de la ciudad, tras un descanso de 24 horas.

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116!
A la mañana siguiente me trasladé a las instalaciones de nuestra embajada, en la
avenida 6 de agosto 2932, ubicada en lo que fue una residencia de carácter
familiar de dos pisos con un pequeño jardín, alquilada a los efectos de servir como
oficina y sede de la misión diplomática de México en la ciudad de La Paz.

A mi llegada fui recibido por el propio señor Batachis, quien de momento estaba a
cargo de los servicios consulares, mismos que ocupaban parte importante de la
planta baja del inmueble. Me señaló que en el primer piso estaban las oficinas del
señor embajador, Humberto Martínez Romero, y que en dicho espacio también
estaban las oficinas que servirían a los fines de mi despacho personal como
secretario de la Embajada, rango con el que finalmente quedé acreditado
formalmente ante el gobierno nacional.

Mi primer contacto con el embajador fue muy grato, ya que lo había visto en
algunas ocasiones durante mi estancia en México en las labores propias de
ceremonial. A esas fechas, Martínez Romero fungía como Director General de
Asuntos para Trabajadores Migratorios, siendo su segundo de a bordo el abogado
Juan Barona Lobato.

La ocasión fue propicia para que me presentara a Susana Campero, la secretaria


personal, y a la señora Mary Solís, quien fungía como auxiliar secretarial.
Además, doña Juanita, una simpática cholita – con vestimenta autóctona – quien
era la encargada del servicio de limpieza, el mensajero Rolando, y el chofer del
jefe de misión.

De momento, no había más personal del servicio exterior, ya que mi predecesor,


Vicente Cueto y Jiménez, había sido trasladado a otra comisión en el extranjero, y
el titular de los servicios consulares, a la postre Víctor Hugo Ramírez Lavalle, no
había llegado aún.

El embajador Martínez Romero, funcionario de carrera del servicio exterior, había


desempeñado muchas misiones en los Estados Unidos de América,
principalmente, con rango de la rama consular; en la rama diplomática había sido
nombrado previamente embajador en Haití, y ahora ante el gobierno boliviano, por
lo que, mientras yo estuviera en esa adscripción sería mi jefe inmediato.

Estaba casado con una guapa mexicana-estadounidense, la señora Elba Pelayo, y


tenía cuatro hijos, todos menores: Elbita, Humberto, Carlos y Lety, todos vivían en
el grupo familiar y disfrutaban del confort de una residencia oficial muy adecuada,
ubicada en la calle 5 de Obrajes, que era una zona residencial preferente. A la
entrada de la residencia, siempre había un guardia armado de la Policía Nacional,

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117!
entidad encargada de la seguridad de las misiones diplomáticas extranjeras
acreditadas en el país.

Las labores principales que me fueron asignadas eran las normales y lógicas de
una representación ubicada en un país profundamente conflictivo en donde nadie
sabía bien a bien, el tipo de acontecimientos políticos que verían la luz del día, a la
mañana siguiente. Dentro de mis primeras asignaciones, la instrucción pertinente
para el manejo del servicio de télex – que era el medio más idóneo de
comunicación en la mayoría de representaciones de México en el exterior -, así
como los dos volúmenes de claves para cifra de documentos confidenciales,
guardados siempre bajo llave, en una caja de seguridad, ubicada en el propio
despacho del embajador.

Como venía sucediendo en la mayoría de los casos, no me fue muy complicado


involucrarme en el manejo adecuado de uno y otro elemento de trabajo, sobre
todo, por virtud de que el embajador acostumbraba redactar largos mensajes
epistolares sobre coyuntura política que, en la mayoría de los casos, me
correspondía transcribirlos a lenguaje cifrado, y de ahí, grabarlos y transmitirlos a
México a través de los servicios del télex.

Además de dichas responsabilidades, y siempre con la mente puesta en la


posibilidad de que supliera las ausencias temporales del titular, para quedar
acreditado como encargado de negocios a. i., me tuve que involucrar en todo lo
relativo al manejo de los distintos asuntos, tanto políticos, como administrativos, y
consulares que se trataban en nuestra representación.

Mientras tanto, tenía varios asuntos personales pendientes por resolver. En


primera instancia, el alojamiento, ya que, si bien era cierto que disponía de mis
gastos de instalación – generalmente consistían en un mes de salario -, debería
ser muy cuidadoso con mis recursos, ya que, por esas épocas, la tesorería de la
federación se tomaba su tiempo para hacer llegar al extranjero los sueldos del
personal acreditado en nuestras misiones.

Lo anterior, motivó que pronto abandonara el hotel, y que aprovechara la oferta de


la señora Mary Solís, empleada de la embajada, para tomar en alquiler una
habitación con baño de que disponía en su residencia particular de la calle de Uría
de la Oliva, en el barrio de Sopocachi. El servicio incluía la posibilidad de degustar
tres alimentos, lo que me pareció de la más absoluta comodidad, por lo que, en
breve me trasladé a esa residencia en donde estuve, más o menos un mes y
medio, hasta el momento en que encontré un bello apartamento, ubicado en la
avenida Arce – por cierto muy cerca de la embajada -, mismo que a su vez, había
sido rentado a mi predecesor, Vicente Cueto y Jiménez.

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118!
La propietaria del inmueble, la señora Aída Valdivieso, estuvo encantada de que
me movilizara a su departamento, ya que, cobrara de renta, aproximadamente
unos dólares $ 200.00, que en esa época era, más o menos, un tercio de mi
salario como vicecónsul del servicio exterior.

Antes de trasladarme a mi nuevo departamento, y aprovechando la buena acogida


de que había sido objeto por doña Mary, realizamos algunos viajes a diferentes
sitios turísticos, como sería el caso de Los Yungas, balneario ubicado como a
unos 90 kilómetros de La Paz, con un clima excelente. Ahí fuimos acompañados
por el novio de la señora Mary, el señor Otho, y por sus dos hijas, acompañadas
cada una de sus respectivos novios, uno de ellos de nombre José Urriolagoitia,
además de una amiga llamada María del Carmen (Nini) Grisi.

Para esas fechas, se anunció la llegada del nuevo canciller, el señor Víctor Hugo
Ramírez Lavalle, quien viajó a La Paz, acompañado de su esposa Ingrid y de su
pequeña hijita Astrid.

Como yo ya tenía mi propio vehículo – mi primer auto nuevo -, un Dodge 1500, de


color amarillo huevo y de fabricación argentina, me ofrecí para recogerlo en el
aeropuerto y trasladarlo al lugar en el que se alojó, junto con su familia, por unos
cuantos días, mientras ubicaban una residencia permanente. Con un poco de
suerte, en pocos días consiguieron un departamento bastante regular en la calle
de Corneta Mamani, nombre por el cual, le hice burla, desde el momento mismo
en que me enteré, y siempre que me fue posible.

Con Víctor Hugo concretamos un gran amistad, más allá el mero compañerismo,
ya que tuvimos que sobrellevar, conjuntamente, la euforia del embajador por
enviar mensajes políticos confidenciales, cuyos textos nos correspondía traducir al
lenguaje cifrado prescrito por la norma de nuestra Cancillería. En dicho menester,
tuvimos largas jornadas en la sede de nuestra embajada, en donde una vez que
concluíamos la cifra, nos tocaba procesar los textos para ser enviados por la vía
del télex, lo que, en términos actuales, implica una trabajo artesanal del que ya
poco se realiza en los términos de nuestras embajadas en el extranjero.

Durante el curso de los primeros meses desde mi llegada a La Paz, se


presentaron diversos hechos importantes, como sería el caso de la celebración del
primer aniversario del golpe de estado que el régimen del general Hugo Banzer
Suárez dio en contra de Juan José Torres, por cuya inspiración izquierdista, el
régimen vigente en los Estados Unidos de América, tenía en su mira desde que
accedió al poder, en medio de una acción similar a la que propició su
derrocamiento.

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119!
Para dicha celebración – el 21 de agosto de 1972 – fueron invitados
representantes de diversos medios de comunicación internacionales, entre los que
figuraba la empresa mexicana Televisa, la que envió a Juan Manuel Rentería, un
periodista reconocido, y a un camarógrafo que, para ese entonces, iba dispuesto
de una cámara de ocho milímetros.

Como era lógico y natural, los representantes mexicanos buscaron acercamiento


con la embajada, razón por la que visitaron a su titular, Humberto Martínez
Romero, a quien no sólo entrevistaron como testigo del avance del proceso
iniciado a través del Frente Popular Nacionalista (FPN) a cuya cabeza figuraba
como jefe de estado, el propio general Hugo Banzer Suárez, sino sobre asuntos
más domésticos, como sería el caso del estado actual de los inmuebles con que
contaba nuestra representación diplomática en Bolivia.

Conviene mencionar sobre dicho particular que, por esas mismas fechas, una
misión de legisladores mexicanos viajó, en visita de trabajo, por diversos países
europeos, y que durante su periplo por el viejo continente, visitaron nuestras
representaciones diplomáticas acreditadas ante los Estados objeto de su recorrido
europeo.

Como consecuencia de dicho viaje, y a su regreso a México, los legisladores


hicieron públicas declaraciones sobre el estado lamentable de inmuebles y
mobiliario con que operaban nuestras representaciones en los países visitados;
exhortando, al mismo tiempo, a la administración del presidente Echeverría – en el
caso concreto que se enuncia, a su canciller, Emilio O. Rabasa – a tratar de dar
una solución decorosa al lamentable estado que presentaban las embajadas
citadas.

La verdad, fue un escándalo muy sonado, lo que suscitó, a su vez, una profunda
reflexión en torno a la forma en que se deberían reencauzar las partidas a gastos
correspondientes dentro del presupuesto que ejercía la Secretaría de Relaciones
Exteriores, en los rubros pertinentes, lo que implicaba austeridad en otras partidas
que previamente habían sido priorizadas.

En dicho ambiente, los periodistas que visitaron Bolivia le pusieron una trampa a
nuestro embajador, ya que, tras un opíparo almuerzo al que fueron invitados, y en
el que no faltó una buena dosis de bebidas espirituosas, se trasladaron a la
embajada, lugar en el que comenzó el interrogatorio sobre la poca calidad del
mobiliario, así como el lamentable estado en que el mismo se encontraba.

El embajador se lamentó de que la Secretaría no le apoyaba, y que él mismo, con

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120!
sus ahorros financiaba mensualmente un déficit de más de cinco mil dólares que
se erogaban por diversos conceptos, entre los que enunció el necesario decoro
con el que se debía representar a nuestro país en el extranjero. Para variar, el
embajador me involucró a mí, invitándome a que sirviera de testigo a los fines de
puntualizar con toda claridad que el era un hombre de gran patriotismo que lo
único que buscaba era el bien para México.

La reacción de la Secretaría, una vez que el video captado por la crónica de Juan
Manuel Rentería, fue transmitido por el canal de las estrellas en el marco de uno
de sus noticieros, fue de gran malestar. Según recuerdo, Martínez Romero me
comentó que había recibido una llamada de Enrique Gutiérrez, a la postre Director
General de Información, manifestándole en nombre propio y del Secretario, su
malestar por lo expresado ante los medios masivos de nuestro país.

A pesar de que el embajador comentó que no le importaba lo que dijera su


interlocutor de México, la verdad sea dicha, es que durante varias semanas le dio
una inmensa depresión, al grado de que se la pasó bebiendo alcohol como si
fuera la última vez, y descuidando algunas de sus principales funciones, como las
de estar presente en su domicilio personal atendiendo a sus hijos, cuya madre, en
esa coyuntura se encontraba disfrutando de vacaciones en la ciudad de Los
Ángeles, en los Estados Unidos de América.

Lo anterior, motivó que me solicitara, le hiciera el favor de ir a almorzar con sus


hijos en la residencia oficial, encomienda que, por otra parte, para mí fue muy
grata, ya que los cuatro adolescentes eran muy agradables y estaban muy bien
educados.

El otro evento de gran trascendencia, en este caso familiar, tiene que ver con doña
Martha, mi madre, quien finalmente tuvo la fortuna de obtener, el mes de octubre
de este año, el empleo que merecía, y en el cual, siempre ha ocupado el espacio
adecuado a sus méritos personales y al gran empeño con que asume los retos
que le ha ido marcando la vida, el Grupo Bal, entonces dividido en diferentes giros
comerciales, encabezado por don Alberto Bailleres, de quien fue, y seguirá siendo
durante mucho tiempo, la mano derecha.

Por lo que respecta a la coyuntura boliviana, conviene destacar que el FPN


encabezado por el presidente Hugo Banzer, estaba conformado por otras dos
fuerzas políticas: el Movimiento Nacionalista Revolucionario (centro derecha) del
ex presidente Víctor Paz Estenssoro; y Falange Socialista Boliviana (ultra derecha)
del canciller Mario Gutiérrez Gutiérrez.

Se desprende de dicho acuerdo que los principales cargos gubernamentales,


incluidos los jerarcas de las fuerzas armadas, se encontraban en posesión de

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121!
militantes de dichas fuerzas representativas, como fueron los casos de Mario
Gutiérrez, quien fue designado – como ya ha sido señalado – Ministro de
Relaciones Exteriores, y Ministro de Educación, a Jaime Tapia Alipaz, con quien
consolidé una relación personal muy cercana.

Otro alto dirigente gubernamental, cuyo significado en mi análisis de la relación


bilateral, ocupó un lugar prominente, fue: el ministro del interior, el coronel Mario
Adett Zamora, conocido como sanguinario y represivo, calificativos que, meses
más tarde pude comprobar como consecuencia de un hecho que involucró el
otorgamiento de asilo político a un nacional boliviano.

Para este entonces, ya me movía como en mi casa en la ciudad de La Paz. No


me faltaban invitaciones para salir a distintos lugares, uno de los preferidos fue
siempre el valle de La Luna, en las proximidades de la ciudad capital, cerca del
club de golf “Mallasiya”.

Aunque las semanas que permanecí como huésped en la casa de la señora Mary,
fueron muy gratas, resultó mucho mejor la posibilidad de cambiarme a un
departamento en un moderno edificio de la avenida Arce, lugar en el que, a su
vez, había vivido mi predecesor Vicente Cueto y Jiménez, cuya madre, la señora
Margarita, aún permanecía en Bolivia, como invitada de la señora Aída Valdivieso,
propietaria del inmueble que me serviría de hogar por unos tres meses.

Fue justamente, en casa de doña Aída Valdivieso, una tarde casual, en que me
invitara a cenar, que conocí a María Laura Ávila, quien resultó a la postre una
especie de talón de Aquiles para mí, al menos durante el tiempo en que estuve en
Bolivia. La nueva amiga trabajaba como asistente de vuelo para la empresa
Braniff en el aeropuerto internacional de El Alto, lo que la tenía ocupada la mayor
parte del día, y muchas noches, ya que su empresa asistía a los vuelos de la filial
de Canadian Pacific, la que cumplía con un itinerario desde su origen hacia
Buenos Aires, con escala a media noche en La Paz.

A pesar del magnífico ambiente que prevaleció en el nuevo departamento, así


como la posibilidad de que poco a poco lo fuera amueblando, apoyándome en el
préstamo de diversos insumos que me hiciera el embajador, en muy pocos meses
me aburrí del lugar y conseguí un pequeño chalet en la calle número 6 en Obrajes,
prácticamente a una cuadra de la residencia oficial.

Lo primero que hice una vez que firmé contrato con el señor Manuel Crespo –
quien había sido Canciller del gobierno de Hernán Siles Suazo – es enviar a
pintar, principalmente las paredes, en colores fuertes, por ejemplo, la sala y el
comedor en rojo/naranja, la estancia del primer piso y mi habitación, en azul, la
cocina en blanco con franjas rojas, y el baño, también en blanco con franjas

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122!
amarillas. Compré un refrigerador a tono con la cocina, es decir, en rojo, y poco a
poco le fui añadiendo diversos detalles en la decoración, como sería el caso de
una chimenea en cobre que me fuera prestada por don Juan Pascoe, a la postre,
de nacionalidad mexicana, y representante del PNUD en Bolivia.

Por razones que desconozco, pero estoy seguro de que tenía que ver mucho el
mal genio de la esposa del embajador, el mayordomo de la residencia, Juan, fue
despedido. Tuve la pésima idea de sentir pena ajena y lo contraté como mi
mayordomo personal, lo que, desde el punto de vista de mi trabajo, me dejaba en
malas condiciones frente al embajador, aunque desde el punto de vista personal,
me otorgaba una seguridad que, aunque no la necesitaba, me hacía sentir
cómodo, sobre todo porque me encantaba recibir amistades en mi casa.

Para esas fechas, y ya en mi cómoda residencia particular, conocí a un señor de


nacionalidad húngara, Tibor Teller, quien se especializaba en la atención de todo
tipo de servicios para cocteles y fiestas, lo que me resultaba muy útil, a los fines
de mis propósitos presentes y futuros en la coyuntura en la que me encontraba.

Otra de mis adquisiciones importantes para ese entonces, fue mi equipo de


sonido: Bang Oluffsen, de fabricación danesa, comprado, con muy poco uso, a un
colega del Consulado General de Chile. Por cierto, sólo como un comentario
adicional, Bolivia y Chile no tenían relaciones diplomáticas en ese momento, y la
representación chilena estaba a cargo de una misión consular, encabezada por
Enrique Stein, por cierto gran amigo del embajador Martínez Romero.

En lo relativo a contactos diplomáticos que merece la pena recordar, Delivasic


Vasco, de la entonces embajada de Yugoslavia, Pablo Sánchez de España (país
con el que no teníamos relaciones formales en ese entonces), el encargado de
negocios de Panamá, y la cónsul honoraria, Margarita de Pol. Por lo que respecta
a la cancillería, Rolando Tapia, del protocolo, y Marcelo Antezana, de la misma
oficina.

Además de dichos vínculos personales con diplomáticos locales y acreditados, el


jefe de protocolo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, Jerjes Vaca Diez, y su
segundo de a bordo, Carlos Costa du Rels, así como el viceministro Manuel
Céspedes, quien era el número dos, tras el canciller Mario Gutiérrez.

Para el mes de diciembre de ese año de 1972, había tomado ya la suficiente


confianza en el desempeño de mi encargo, sobre todo desde que viajó al país el
señor subsecretario José S. Gallástegui, quien fue enviado a supervisar las
razones del abandono en que se suponía se encontraba nuestra embajada en La
Paz, tal cual se desprendía de las declaraciones de don Humberto Martínez
Romero, a los representante de Televisa.

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123!
Con Pepe Gallástegui siempre existió un grado de confianza especial, ya sea
porque siempre supo que había entrado a la Secretaría a través de mi relación con
José Muñoz Zapata, o porque mi buen amigo Rodolfo Echeverría – en ese
entonces sobrino del presidente Echeverría Álvarez – le había confiado que era
dirigente juvenil del PRI.

Por lo antes señalado, le comentó al embajador Martínez Romero que yo era una
persona muy estimada en la Cancillería, y que debía ser especialmente cuidadoso
en su trato conmigo.

La verdad, como señalé, es que me encontraba como pez en el agua, y decidí que
para el 20 de diciembre realizaría en mi casa una posada mexicana, en la que
tendríamos de todo, empezando por la piñata, así como muchos amigos del
cuerpo diplomático y de la Cancillería, además de amigos y amigas especiales,
como sería el caso de María Laura Ávila, a la que tendría que recoger en el
aeropuerto, después de la media noche de la madrugada de la celebración.

Mi posada fue un éxito, llegaron muchos amigos y amigas, la mayoría de los


cuales nos amanecimos en un excelente ambiente de camaradería. Y, tal cual
mencioné, a la media noche me escapé de la fiesta – dejando como encargado de
la casa a mi amigo Víctor Hugo Ramírez, para subir hasta el aeropuerto, recoger a
la amiga tan admirada, llevarla a su casa en la calle Abdón Saavedra, en
Sopocachi, y de ahí bajar hasta el barrio de Obrajes, en la calle 6, en donde
estaba mi casa, y la fiesta.

Nos divertimos como locos, y a mi regreso, como a las 2 de la madrugada, ya se


había terminado toda la comida, y parte de la bebida, por lo que, acompañado por
algunos colegas, nos trasladamos a la zona del estadio nacional, lugar de
referencia para todos los trasnochadores, en donde degustamos un delicioso “api”,
acompañado de riquísimos anticuchos.

Un detalle que me pasó desapercibido, tiene que ver con la presencia en la


posada de algunos de los ayudantes de la casa militar de la Presidencia,
encabezada por el mayor Guillermo Escobar, quien era algo así como el jefe del
Estado Mayor del Presidente de la República, el general Hugo Banzer Suárez.
Los amigos de la casa militar comentaron con su jefe algunos de los detalles más
significativos de la fiesta mexicana a la que habían asistido, y en donde se había
divertido como nunca antes.

Como consecuencia del evento relatado, organizado por mí, sin mayor pretención
que la de divertirme y trasladar a los amigos en Bolivia el saber hacer de su

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124!
colega mexicano, se abrió para mi presente diplomático en ese país, una puerta
que jamás habría imaginado estaría a mi alcance, al menos, en los términos de
edad y rango con el que fungía en nuestra embajada en ese momento. La verdad,
ahora que lo recuerdo en la lontananza del tiempo, sólo puedo concluir que
cuando se tiene madera, se tiene, lo que se traduce en esa sensibilidad que hace
la diferencia entre el que puede planear a largo plazo, y quien vive de la coyuntura
del momento, la que llega y se va en un instante.

En dicho sentido, una mañana, recibí la llamada del colega Marcelo Antezana –
del protocolo de la Cancillería – quien me pidió que lo pasara a visitar a la sede del
Ministerio de Relaciones Exteriores, ubicado en la Plaza Murillo, en pleno centro
de la capital paceña. Me dispuse de inmediato a obsequiar la invitación, y en
breve plazo estaba estacionando mi vehículo en el espacio reservado para dicho
efecto en el perímetro de la propia plaza, a las afueras de la Cancillería.

Me sorprendió ver a mi amigo Marcelo Antezana, quien me esperaba en la entrada


del ministerio, solicitándome que le acompañara, ya que el mayor Guillermo
Escobar, Jefe de la Casa Militar, quería conversar conmigo, por lo que, ambos
cruzamos a pie la Plaza Murillo, hasta la sede de la presidencia, en el Palacio
Quemado, mismo que es custodiado de día y de noche, por elementos
uniformados en traje de gala, del Batallón Colorado.

Entramos sin mayor trámite, y de ahí a la antesala del despacho del mayor
Escobar, quien, por cierto, era muy joven y amable. Me invitó a pasar y
conversamos sobre la posibilidad de que le apoyara en la gestión para hacer
posible que el avión presidencial, un Beetchchaft de modelo reciente, pudiera ser
llevado a una revisión de rutina, con el agente de la marca, cuya sede estaba en
México.

La verdad el planteamiento me sorprendió un poco, pero con esa seguridad que te


da la experiencia y el coraje ante los retos, le solicité los datos técnicos de la
aeronave, ofreciendo que haría las consultas del caso, y que en cuanto tuviera la
respuesta, de inmediato se la daría a conocer. Aprovechamos la oportunidad para
conversar sobre cómo la estaba pasando en el país, y que lugares había
conocido, y si me gustaría que a través de esa oficina presidencial me apoyaran
para conocer las regiones más alejadas, como por ejemplo los departamentos de
Beni y Pando.

Antes de despedirnos, el mayor Escobar abordó conmigo la razón de la


convocatoria, había que despedir a uno de los edecanes del señor presidente,
quien partía de la capital, con rumbo a posesionarse de un nuevo cargo con
mando de tropa, fuera de la capital. El problema que se había presentado – según

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125!
me confió el mayor Escobar – es que el lugar en donde habitualmente se reunían
para este tipo de eventos, un restaurante chino “chifa” propiedad del segundo
viceministro del interior, el señor Oscar Greminger, estaba ocupado para la fecha
escogida, por lo que estaría buscando un lugar reservado y discreto, al cual acudir
con la confianza que la convocatoria requería.

El mayor Escobar supo, desde el momento en que me vio entrar, que yo era la
persona adecuada para implementar su plan estratégico, que consistía en que
voluntariamente ofreciera mi casa para llevar a cabo la fiesta. Una condición me
habían puesto, y la misma tenía que ver con que desde ese despacho se
proveería todo lo necesario para contribuir al éxito de la fiesta de despedida.

Me solicitaron que invitara algunas amigas, de las mismas que habían acudido a la
posada mexicana, entre las que se encontraban varias muy bellas y simpáticas,
como fue el caso de Leticia Brun, quien había concursado en el certamen de
señorita Bolivia, representando al departamento de Santa Cruz, lugar de la
geografía local en donde – según decían – estaban las mujeres más guapas del
país, Irene Simón, María del Carmen Grisi, y otras más.

Como suele suceder, intenté hacer lo mejor posible en mi calidad de anfitrión, y


dispuse lo necesario para recibir a los amigos. Por supuesto, hice partícipe del
evento a Víctor Hugo Ramírez, y aunque no se me hubiera ocurrido invitar al
embajador, coincidió la fiesta con un viaje que realizó a la Argentina, con la
encomienda de adquirir diverso mobiliario que había autorizado la Secretaría,
como vía para mitigar el síndrome de abandono que fuera cantado por el jefe de
misión, durante su entrevista con los representantes de Televisa.

Lo importante, en todo caso, fue que, tal cual había sido previsto, la reunión se
realizó en fecha y hora señalados, resultando, como siempre, un evento de
referencia en los corrillos de quienes giraron en mi entorno, considerados mis
amigos.

En un momento de la noche, uno de los edecanes presidenciales se me acercó y,


con la más amplia cortesía, me solicitó que fuera a abrir la puerta exterior del
inmueble, cosa que hice sin pensarlo demasiado. Para mi sorpresa, quien había
hecho su arribo fue, nada más y nada menos, que el propio presidente de la
república, el general Hugo Banzer Suárez, quien me confió de la forma más
campechana que, por una parte agradecía mi invitación, y por otra, que venía a
pasar un rato agradable con colegas y amigos.

No dejó de sorprenderme la sencillez del general Banzer. La verdad, no sé, la


verdad sea dicha, cuántos de mis colegas de esa época, incluidos muchos de los
embajadores más conocidos, habían tenido la oportunidad de recibir, en el marco

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126!
de la mayor informalidad, al jefe de estado en funciones, en los salones de sus
residencias particulares.

Para mí, fue una gran deferencia. No me lo imaginaba, pero me pareció normal,
una vez que aterrice la facilidad de la que siempre dispuse para hacerme un
ambiente propicio, en cada una de las empresas que me tocó emprender a esas
alturas de mi vida.

El general Banzer estuvo más de tres horas en mi casa, conversando, oyendo


música y bailando una que otra melodía, con alguna de las bellas amigas que
había invitado. A la que mayor tiempo dedicó, fue a Leticia Brun, a la que – supe
posteriormente – había enviado como segunda secretaria a la embajada de Bolivia
en Madrid -, muy bien para ella, y bien para mí, ya que sin querer queriendo, había
obtenido para la amiga un bien intangible que, en otras circunstancias, jamás
habría podido conseguir.

A pesar de la discreción con que siempre quise manejar esta invitación,


especialmente, en lo referido al embajador Martínez Romero, éste se enteró y me
llamó la atención, menospreciando con ello mi capacidad para integrarme
socialmente en el medio ambiente que giraba, por esa época en la ciudad capital
del país.

La verdad sea dicha, poco me importó el extrañamiento del embajador, ya que


consideré que había sido motivado – y con razón – como consecuencia de una
especie de recelo profesional, ya que yo era un simple tercer secretario de la
embajada, y él era el titular, y jamás había conseguido que el jefe de estado
visitara la residencia oficial de nuestra embajada.

El presidente Banzer no sólo honró mi casa con su presencia, estuvo en dos


ocasiones más, y tal como sucedió en la primera, lo vi muy contento y divertido.
Recuerdo que al término de su última visita, a la que llegó acompañado,
solamente, de un asistente y su chofer, me tomé la libertad de seguirlo en mi
vehículo en el trayecto desde mi casa, hasta la residencia presidencial, ubicada
cerca de la Plaza Abaroa, en el barrio de Sopocachi.

Como consecuencia de los constantes viajes que hacía el embajador,


especialmente, en época de las vacaciones escolares de sus hijos, tuve
oportunidad de inter actuar como encargado de negocios en eventos significativos,
como sería el caso de la toma de decisiones con respecto al otorgamiento de asilo
político en beneficio de refugiados pertenecientes al Ejército de Liberación
Nacional ELN, quienes eran perseguidos por los cuerpos de seguridad del estado,
con la encomienda de darles de baja.

!
127!
Dos casos muy significativos comento aquí, ya que, ambos tuvieron sus
consecuencia específicas de cara a mi análisis sobre el balance de la misión
desempeñada en este mi primer puesto en el extranjero.

El primer caso, el de la familia Liendo, integrada por la pareja de esposos que una
tarde llegaron a la sede de nuestra embajada, en las avenida 6 de agoto, para
solicitar asilo político. La práctica en esos casos, consistía en una entrevista a
cada uno de los solicitantes, por separado, y al final de la misma, con base a los
datos aportados, elaborar un informe en el que se hiciera constar, de ser el caso,
el fundamente con el que se les otorgaba el asilo solicitado.

Supe por los señores Liendo que, cuando fueron detectados por las fuerzas de
seguridad del estado, en su escapatoria, fue aprehendida su menor hija – de tres
meses de edad – a la que estarían torturando en los calabozos ubicados en el
sótano del ministerio de interior, del cual era titular el coronel Mario Adett Zamora.

Una vez que tomé la decisión de otorgar asilo a los dos integrantes de la familia
Liendo, y comunicar mi decisión a la Secretaría – la que la aceptaba, sin mayor
requerimiento -, notifiqué a la Cancillería local del hecho, fundando mi decisión en
la Convención respectiva a asilo político de 1954, suscrita en Caracas Venezuela,
al mismo tiempo, solicitaba el salvoconducto respectivo para que los refugiados
pudieran viajar a nuestro país, bajo el amparo y protección del gobierno mexicano.

La parte más difícil del episodio, tuvo que ver con la menor de edad que había
sido secuestrada por los esbirros de los organismos de seguridad del estado, y la
cual estaba siendo torturada – según señalaron sus padres – en los sótanos del
ministerio del interior.

Sin embargo, el ingenio fue parte importante de todo mi desempeño profesional,


tanto en Bolivia, como en todos los demás países en que me tocó trabajar como
representante de México. Hice lo que debía hacer. Llamé a la señora Aida Cava,
a la postre secretaria privada del ministro, y amiga personal, con la que había
tenido la oportunidad de convivir en varias reuniones a las que fui invitado por la
familia del fallecido general Enrique Pol.

La conversación no fue muy larga, ni detallada. Le comenté lo que había


sucedido, y la forma en que se suponía se encontraba la menor hija de los ahora
ya asilados en la embajada de México. Mi amiga me confió que hablaría con el
ministro, y que en cuanto tuviera alguna razón, me buscaría.

No tuve que esperar mucho, esa misma tarde, el un vehículo privado fue enviada
la hija menor de los señores Liendo, a la sede de la embajada. Ahí la recibimos

!
128!
en articulo mortis y comprobamos que, efectivamente, había sido víctima de la
falta de sensibilidad de los torturadores oficiales, quienes la habían despojado de
las uñas en todos sus deditos en manos y pies.

La escena, la verdad sea dicha, fue dantesca. Nunca me llegué a imaginar que
algo así podría suceder, pero pasó. Lo importante en ese momento, era atender
la emergencia médica, por vía de hacerle llegar el auxilio de un especialista, que la
revisara y que le tratara las heridas que le habían sido causadas como
consecuencia de la venganza gubernamental en contra de la ideología de sus
progenitores.

No resultó fácil conseguir un médico que fuera a la sede de nuestra embajada


para procurar el auxilio necesario, ya que, como consecuencia de las condiciones
prevalecientes – incluso había toque de queda -, no se atrevían. Otra solicitud que
me hicieron los señores Liendo, fue la de poder conseguir un sacerdote para que
procurara administrar el sacramento del bautismo a la menor, antes de que se
diera un desenlace fatal.

Mi sorpresa fue grande, cuando caí en cuenta de que, ni el médico, ni el sacerdote


que se requerían en dicha emergencia, se podían conseguir fácilmente. Fue
bastante complejo hacer llegar a uno y a otro al lugar en donde finalmente se
habían reunido los señores Liendo con su hijita, pero lo logré. La niña fue curada,
y bautizada, antes de viajar a nuestro país, al amparo del salvoconducto que le
otorgara el gobierno boliviano.

El otro caso de asilo que me tocó determinar tiene que ver con un refugiado que
llegó subrepticiamente a la residencia oficial de la embajada, en la calle 5 de
Obrajes. La circunstancia que se dio como consecuencia de la ausencia del señor
embajador, fue que el personal doméstico que se encontraba a cargo, se
comunicó conmigo por la vía telefónica para avisarme que un desconocido se
había saltado por la barda de la residencia y que estaba a la espera de conversar
conmigo.

Como era usual, el personal doméstico sabía que, si se llegara a presentar un


caso de acceso subrepticio a cualquiera de las instalaciones de nuestra
representación en Bolivia, la instrucción era de comunicarse, ya sea con el
embajador, o a quien estuviera en calidad de encargado de negocios, como fue mi
caso particular, en esa fecha memorable.

Al recibo de la llamada, me encontraba en mi domicilio particular, es decir, en la


calle 6 de Obrajes, distante de la residencia como a medio kilómetro, pero de un
camino en subida, por lo que, de inmediato, tomé mi vehículo y me trasladé hasta
la entrada principal de la residencia, accediendo a bordo del propio vehículo hasta

!
129!
el edificio principal, en donde me detuve, al tiempo que vi a un extraño, al que
supuse fue el motivo de la llamada de emergencia.

Cuando me acerqué a conversar con él, me preguntó que quién era yo, a lo que
respondí que el encargado de negocios, y acto seguido, sacó un arma y
apuntándome con ella, me indicó: “vengo a que me de asilo, o lo mato”. La
verdad, y sin pensarlo mucho, me di media vuelta, ofreciendo, inconscientemente,
mi espalda, como una señal de que no creía en lo que me había dicho, ya que,
además, su suerte – si es que ameritaba el asilo – estaba plenamente en mis
manos.

No tuve tiempo de reaccionar cuando el intruso disparó el arma, y la bala me tocó


en sedal, en la parte baja de mi cadera izquierda, circunstancia que motivó que, de
inmediato, perdiera el sentido, y no supiera con certeza el desenlace del episodio
para mí, tan doloroso, ya que motivó que fuera hospitalizado por tres días, y me
viera incapacitado por una semana más.

Según supe posteriormente, una vez que se produjo el disparo, el guardia de la


Policía Nacional que estaba en la entrada principal, ingresó al inmueble, y detuvo
a intruso, quien fue enviado de inmediato ante la autoridad competente, a los fines
de determinar su situación personal, tras haber atentado contra la integridad
personal de un funcionario diplomático acreditado ante el gobierno nacional.

A partir de dicho incidente, y una vez que me recuperé, un oficial de la Policía


Nacional de nombre Luis García, que había servido como escolta de la embajada
durante el tiempo que medió la emergencia del golpe de estado del año 1971, me
consiguió un revolver, calibre .38 aconsejándome portarlo, siempre que fuera
posible, a los fines de evitar cualquier tipo de vicisitud como, sucedió en el caso
del ataque dentro de la residencia de la embajada.

Otro de los eventos que me dejaron profunda huella en esta experiencia boliviana,
tiene que ver con el deseo que, inconscientemente, fuera manifestado a mis
amigos de la casa militar, entre ellos al capitán Palenque, sobre mi interés en volar
en uno de los aviones T-33 que acababa de adquirir la Fuerza Aérea Boliviana
FAB, en un programa de asistencia militar con el gobierno de Canadá.

La verdad, jamás se me hubiera ocurrido que la intensión expresada


informalmente, al capitán Palenque, fuera a ser del conocimiento del mayor
Guillermo Escobar, jefe de la casa militar, quien me formuló una invitación para
“dar una vuelta” y sobrevolar el área de la ciudad capital a bordo del avión de
combate de más reciente adquisición por la FAB.

A dicho fin, fui convocado una mañana muy temprano, y desde la plataforma

!
130!
militar, salimos en un vuelo de prueba, tripulado por el propio capitán Polanco,
cuyos efectos inmediatos, y de largo plazo, siguen estando presentes en mi
mente, y lo seguirán estando hasta el final de mis días. La experiencia se
constituyó como lo más horrible que me ha sucedido en esta vida.

Dentro de las actividades cotidianas que me tocó acompañar, el caso del


protección del actor y cantante mexicano Manuel López Ochoa, mejor conocido en
Bolivia por su participación en la novela radial “Chucho el Roto”, quien fue
contratado por un empresario local, del departamento de Santa Cruz, con el fin de
realizar varias presentaciones a lo largo y ancho de las principales capitales
departamentales, incluida la ciudad capital.

Una de las primeras cosas que hizo López Ochoa a su llegada a La Paz, fue
visitar al señor embajador, quien más tarde que temprano organizó en la
residencia oficial una serenata a la que invitó, además de conocidos de la colonia
mexicana, a un grupo selecto de damas de la sociedad paceña. La presentación
privada resultó muy exitosa, ya que el actor no sólo cantó y deleitó al público
femenino, sino que comprobó su calidad de favorito entre todos los asistentes.

Transcurridos aproximadamente unos diez días desde su presentación en la


residencia oficial, de repente, volvió a visitarnos en la Cancillería de nuestra
embajada, para solicitar nuestro apoyo, ya que, según refirió había sido víctima de
un fraude, como consecuencia de que el empresario que lo contrató, le había
expedido un cheque sin fondos, por el importe de unos treinta mil dólares.

López Ochoa señaló que estaba convencido de que el empresario que lo había
defraudado no disponía de respaldo alguno para enfrentar el adeudo, por lo que
había concluido que la única forma de resarcir su trabajo en el país, era a través
de una donación de los fondos para las obras sociales de la primera dama de la
república, doña Yolanda Prada de Banzer, solicitando el apoyo de nuestra
embajada para obtener la cita, y hacer la entrega del cheque respectivo.

En verdad, tanto en esa, como en otras actividades que correspondían al


embajador, éste no tuvo el carácter suficiente para acompañar la gestión hasta
que la misma culminara favorablemente a los intereses de nuestro compatriota,
por lo que, si bien es cierto, solicitó y obtuvo la cita para ir a ver a la señora de
Banzer, me instruyó para que yo acompañara al señor López Ochoa, cosa que
hice con el mayor beneplácito.

Para ese entonces, de repente recibí una llamada telefónica de doña Martha, mi
madre, quien me anunciaba el enlace matrimonial de mi hermanito, Carlos Adolfo,
con la señorita Carlota Padilla, con quien formaría un hogar, al que llegaron, en su
momento, dos bellas hijas: Karla Angélica y María Fernanda, sobrinas muy

!
131!
queridas.

Durante el segundo semestre de ese año de 1973, conocí a una familia chilena,
quienes estaban vinculados, a su vez, con la familia de Rolando Tapia, mi mejor
amigo boliviano. Los nuevos conocidos estaban de visita en la ciudad de La Paz
como resultado de las circunstancias que se estaban presentando en su país,
como consecuencia de las vicisitudes por las que atravesaba el gobierno de la
Unidad Popular, encabezado por Salvador Allende.

La familia Tapia, cuyo patriarca era el ministro de educación de la administración


del general Banzer, veía con preocupación la situación prevaleciente en el vecino
geográfico, toda vez que, como representantes de un partido (la Falange
Socialista Boliviana) de extrema derecha, estaban convencidos de que la situación
política interna de Chile, cambiaría muy pronto, sin poder determinar el alcance del
cambio, ni las consecuencias internas y externas derivadas del mismo.

En dicho contexto les conocí, y me vinculé con ellos, especialmente con María
Inés, la hija mayor, con quien salí casi a diario, durante las dos semanas que duró
su visita a La Paz. Antes de concluir el viaje, María Inés me hizo una invitación
para visitarles en Chile – país que, por cierto, no conocía -, como era de esperar,
acepté de inmediato, confiando en que, mal que bien, podría obtener la
autorización del embajador para concretar mi viaje.

Mientras se concretaba mi visita, iba notando que, en nuestra relación personal, el


embajador se comportaba con mayor reserva, muy probablemente, como
consecuencia de algunas de mis hazañas, o tal vez, como resultado de varias de
las maniobras negativas que realizaba, y que fui descubriendo, ya que en algunos
casos afectaban mis intereses personales, como la circunstancia de importar en
franquicia insumos que vendía a terceros, obteniendo beneficios de dudosa
legalidad, contrarios a las buenas prácticas diplomáticas vigentes en la materia.

La verdad sea dicha, en ese momento, lo que menos me interesaba era el tipo de
insumos asequibles a importar bajo régimen de franquicia, ni los beneficios que
como consecuencia de su venta a terceros pudiera obtener, como lo hacían
muchos de los colegas del cuerpo diplomático. Mis únicas adquisiciones en la
época de referencia fueron, por una parte, el vehículo Dodge 1500, varias cajas de
bebidas alcohólicas, diversos cortes de casimir, y un radio transoceánico marca
Zenith 7001 Y, mismo que disponía de la más alta tecnología de esa época.

Lejos estaba yo de imaginar lo que me tenía deparado el destino, cuando solicité a


nuestro embajador un permiso económico para viajar a Chile dentro de un
itinerario que marcaba una estancia entre el 10 y el 13 de septiembre. Mi
intensión, como ya mencioné, era estar con mis nuevos amigos, especialmente

!
132!
con María Inés, quien tenía su domicilio en Alberto Magno 1405, (Providencia) en
Santiago, aprovechar esa oportunidad para llevarles productos diversos,
especialmente de higiene personal, y dar un vistazo a la crítica situación que ya se
vislumbraba como inminente.

Mi viaje fue en la madrugada del día 10, por vía de la línea aérea Canadian
Pacific, con vuelo directo entre La Paz y Santiago. Llegue a la capital de Chile
muy temprano, y de inmediato me dispuse a ir al hotel Sheraton, ubicado en pleno
centro de la ciudad de Santiago, casi enfrente al Palacio de la Moneda, por cierto,
epicentro de los acontecimientos políticos que se llevarían a cabo a partir de la
madrugada siguiente, es decir del día 11 de septiembre.

Ese día fue muy agradable, ya que por la mañana me trasladé hasta la casa de
mis amigos, a los que hice entrega del material que había traído desde Bolivia. En
su momento, almorzamos, conversamos y pasamos una tarde divertida en la que
hubo música, algunos traguitos y ambiente de gran camaradería.

Más o menos como a las diez de la noche me despedí y me trasladé al hotel


Sheraton, con la promesa de que, durante la mañana del día siguiente nos
volveríamos a ver para ir a dar un paseo por sitios de interés de la capital del país.

A mi llegada al hotel no percibí ningún movimiento alarmante que, en todo caso,


pudiera alertarme sobre acontecimientos a producir, de forma inminente, y que, de
una u otra manera, habrían de cambiar el giro de la historia política del país, como
consecuencia de la coyuntura vigente.

Esa madrugada comenzó la ofensiva militar para derrocar al régimen de la Unidad


Popular, encabezado por Salvador Allende. Durante todo el día fue imposible
movilizarme hacia ningún lado, ni comunicarme por vía telefónica con nadie. Sólo
pude ser testigo, desde la ventana de mi habitación, de que, a partir de muy
temprano por la mañana, cómo se iban produciendo los distintos acontecimientos
que habrían de culminar, más o menos, a partir del medio día, y hasta las tres de
la tarde, con el bombardeo del Palacio de la Moneda, y con el asesinato del Jefe
de Estado (se dice que se suicidó mediante un disparo con su ametralladora AK-
47, Kalashnikov), ungido en dicho cargo, mediante elecciones democráticas, en un
país de arraigada solidez política.

Había tanto miedo en el entorno al hotel, así como por todos los rumbos de la
ciudad capital, que lo único que atiné a resolver, era la forma más expedita en que
debía salir del país, a los fines de reincorporarme a mis funciones en nuestra
embajada en La Paz, Un aspecto que me gustaría resaltar, tiene que ver con el
hecho de que mi viaje se había producido en el contexto de una autorización
económica por parte del embajador, lo que se traduce en que no se había

!
133!
informado a México del susodicho viaje de placer, por lo que debíamos de
mantenerlo en la más absoluta reserva.

Debo reconocer en este momento, que tuve la entereza para actuar de la forma
más adecuada a mis intereses en esa coyuntura, por lo que decidí emprender, de
forma inmediata la retirada, ya sea por vía aérea, o de cualquier otra manera que
me pusiera, a la brevedad en La Paz.

La forma más idónea, al menos en ese momento, fue por tierra, es decir, a través
de un transporte público que viajaba – con diversas escalas - desde la ciudad de
Santiago, hasta el puerto de Arica, distante a más de mil kilómetros. Desde Arica,
la segunda parte del viaje fue de ingreso a Bolivia, a través de la frontera en el
departamento de Oruro. Demoré más de dos días en ese febril traslado,
acompañado por muchas vicisitudes que resultaron a la postre, muy formativas.

Lo demás, la historia se ha encargado de ponerlo en su justa dimensión. No me


corresponde determinar si ese día 11 de septiembre fue bueno o malo, en todo
caso, para unos resultó positivo, mientras que para otros, fue fatal, especialmente,
para los muchos chilenos que encontraron en México una salida decorosa a la
difícil situación personal y familiar que pudieron vislumbrar como consecuencia de
un cruento golpe de estado que enlutó muchos hogares de ese gran país, ubicado
en el extremo sur de nuestro continente.

Al poco tiempo de mi regreso del viaje a Chile recibí, por la vía del télex de nuestra
cancillería, la orden de traslado hacia un nuevo destino, en este caso, a la
República de Haití, en donde quedaría adscrito hasta nuevas órdenes – según
rezaba la fórmula tradicional utilizada por nuestra secretaría -.

La verdad sea dicha, no me sorprendió la instrucción recibida, aunque debo


reconocer que, tan sólo estuve en mi adscripción catorce meses, tiempo
insuficiente para poder integrar un programa de desempeño personal y
profesional, de acuerdo con los cánones vigentes para este tipo de funciones
diplomáticas.

Sin embargo, lejos estaba yo de adivinar las razones que motivaron a la


Secretaría propiciar un cambio tan inesperado, aunque, al final, como suele
suceder en situaciones similares, intuí que en el fondo estaba el señor embajador,
quien había solicitado mi traslado, al percibir en mí, que era más que un sumiso
colaborador, un crítico capaz de levantar mi voz, de presentarse las condiciones
adecuadas para dicho extremo.

No me importó mucho despedirme de la experiencia vivida en este magnífico país,


en donde recibí mis primeras lecciones de ejercicio diplomático. Algunos amigos y

!
134!
colegas de profesión dicen, sobre dicha primera experiencia, que nos pasa como
acontece con la primera novia: nunca la olvidas.

Desde entonces, recuerdo con nostalgia mi experiencia boliviana, no sólo por


haber sido la primera, sin por el hecho de que fue única.

!
135!
Capitulo 10

El día 3 de octubre de 1973 salí del país en el vuelo de la línea aérea Iberia en
ruta La Paz-San Juan, Puerto Rico, y de ahí, a la ciudad de Port au Prince, en
Haití.

Junto con mis pertenencias, equipaje, algunos adornos y piezas de artesanía local
- como una colcha de alpaca y un tambor -, en mis valijas, guardé con especial
cariño dos recuerdos en plata boliviana – un plato y un vaso -, recibidos ambos,
como testimonio de la misión diplomática desempeñada por tan corto tiempo.
Dichas piezas forman parte aún de lo más preciado de mi menaje de casa
personal.

Antes de remontar el vuelo hacia el nuevo destino, el jefe de protocolo, el


embajador Jerjes Vaca Diez me comunicó que el gobierno había decidido
condecorarme con la orden del “Cóndor de los Andes”. La verdad sea dicha,
nunca recibí la presea, aunque siempre agradecí el gesto del diplomático boliviano
quien simbólicamente intentó reconocer una labor que, dicho sea de paso, me
produjo la gran satisfacción que he venido comentando.

Previo a mi viaje al nuevo destino me comuniqué en Puerto Rico con un conocido


amigo: José Luis Cuevas, hermano de Pablo, mi cuñado, quien estaba adscrito,
como Canciller, a esa representación en la zona del Caribe.

A mi llegada a San Juan, tras un recorrido de una seis horas y media, me


aguardaba José Luis, con quien pasamos una tarde/noche agradable, previo a que
me instalara en el Hotel Excélsior, cerca del malecón de la capital de la isla. Al día
siguiente, y previo a mi viaje a Haití, visité una tienda de ropa y me compré un
traje de verano en color blanco, el primer traje que tuve en ese color.

La conexión de San Juan a Port au Prince fue a través de Air France, cuyo vuelo
directo entre uno y otro punto, se cumplió conforme al itinerario. Mi llegada a la
capital de Haití se presentó sin mayores sobresaltos. Estaba en el aeropuerto
internacional para recibirme, Emilio Gaytán, el canciller de la embajada, quien
gentilmente me colaboró hasta el punto de dejarme en el hotel Villa Creole, en
Petion Ville, lugar en el que se había concretado una reservación a mi nombre.

Lejos estaba yo de adivinar en ese momento que, justamente, en esta Perla del
Caribe encontraría la primera estrella de mi universo personal, quien ha sido
para mí la mayor y mejor influencia a lo largo de la vida.

!
136!
Al día siguiente de mi llegada a Haití, con toda puntualidad, me trasladé en un taxi
de turistas hacia la sede de nuestra embajada en la Route Delmas. La
representación se ubicaba en una vieja casa-oficina que cumplía con cierta
dignidad la función que se le había encomendado.

Mi primer contacto con el embajador Mario Armando Amador Durón, fue grato y
conveniente a los fines de mi futuro dentro de la representación, la que disponía
del personal mínimo, como suele suceder en la mayoría de nuestras misiones en
el exterior, como señalé, además del jefe de misión, se contaba con los servicios
de un canciller, quien estaba a cargo de la sección consular, el jefe de cancillería –
que en el presente caso, era yo – y varios empleados auxiliares, como era el caso
de la señorita Karin Mews, secretaria del embajador; el señor Anati, mensajero, el
señor Louis, portero, y el señor Letamp, chofer.

La familia del embajador estaba integrada por su esposa, la señora María Meza-
Calix; la hijita de ambos Angélica, quienes vivían en la residencia oficial, la Maiçon
Shresburry ubicada en la Montaña Negra, en los suburbios de la ciudad capital,
cerca del hotel Djambalá. Dentro del personal doméstico, el mayordomo era el
señor Charles, había una niñera, una cocinera, y un mozo de oficios.

Por lo que respecta al personal del servicio exterior, Emilio Gaytán estaba con su
esposa, Carmen, y con su hijo menor, Mauricio, quienes vivían en una residencia
muy agradable, propiedad de la familia Anglad.

Por lo que a mi respecta, mis primeros días fueron muy gratos, ya que permanecí
alojado en el hotel Villa Creole, como consecuencia que tenía planeado viajar a
México en uso de mis primeros treinta días de vacaciones, iniciadas a finales del
mes de octubre, y durante parte de noviembre del propio año de 1973. En ese
periodo, mi hermanito Carlos Adolfo contrajo nupcias con su novia, Carla Padilla.

A mi regreso a Haití, junto con los detalles propios de mi adaptación y localización


de un domicilio permanente, colaboré con los trabajos que correspondieron a
nuestra embajada, en todo lo relativo a la atención de la selección de México que
participó en el torneo eliminatorio de la CONCACAF, con miras a la clasificación
de nuestro equipo al campeonato mundial, a celebrarse en Alemania el año
siguiente.

Desafortunadamente, nuestra selección nacional no sólo despertó creciente


animadversión entre el entusiasta público local, sino que fue eliminada,
correspondiendo el honor de participar en la justa mundial, a la República de Haití.

Por lo que respecta a mi domicilio particular, su ubicación fue relativamente fácil,


ya que disponía de un contacto importante que me había sido recomendado por

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137!
Ingrid Roí, esposa de Sergio Romero Cuevas, colega del servicio exterior. Mi
anfitrión fue el señor Pierre Roí, padre de la propia Ingrid, quien además contaba
con una familia numerosa y divertida, con la que estreché muy buenos vínculos
personales.

El señor Roí, fue muy amable conmigo y me facilitó todo cuanto estuvo a su
alcance, como fue el caso de alquilarme un apartamento en el condominio
horizontal de su propiedad, ubicado el la Rue Villate número 50, en Petion Ville,
ahí me encontré rodeado de una gran mayoría de extranjeros, quienes, como era
mi caso, tenían alguna función a desempeñar, como fueron los casos de Mario
Bello Andino, Ministro de la embajada de la República Dominicana, y Edgar
Hernández y Rojas, secretario de la misión de Colombia en Haití.

Un poco después, llegaron otros extranjeros, en condiciones similares a las mías,


así como Emilio Gaytán, quien cambió su hogar del condominio en que se había
ubicado desde su llegada, a la residencia del buen amigo Pierre Roí, en Petion
Ville.

Mis responsabilidades en la embajada no dejaron de ser de mero trámite, como


por ejemplo, la visita a la cancillería a fin de contactar contrapartes en las áreas
sustantivas, como la dirección política, la de organismos internacionales, o el
protocolo, a cuyo frente se encontraba el embajador René Hipollite, cuyo jefe, es
decir, el Ministro de Relaciones Exteriores era Adrien Raymond, quien fue
sustituyó al cabo de unos meses por el señor Edner Brutus.

Nuestras actividades comenzaban muy temprano, a las 08:00 y estábamos en


jornada hasta las 13:00 horas. El resto del día cada quien a su propia iniciativa, lo
que nos ofrecía una excelente oportunidad para desarrollar todo tipo de
actividades personales de la intensidad que cada uno de nosotros estuviera
dispuesto a poner en práctica.

Por mi parte, me correspondió testimoniar el clima prevaleciente en ambientes


muy cerrados, como lo fue el que me tocó vivir, bajo el régimen hereditario y
vitalicio del presidente Jean Claude Duvalier, quien controlaba el país a través de
los temidos “tontón macoutes” o como se les denominaba eufemísticamente:
Voluntarios de la Seguridad Nacional (VSN), al mando del general Gracia
Jacques, quien, por otra parte, cumplía funciones como escolta personal del
propio “Baby Doc” adjetivo con el que era mejor conocido el joven dictador.

En ese contexto, todo en Haití funcionaba perfectamente, salvo la disidencia


política, que era duramente reprimida. El clima de aparente tranquilidad hacía
posible que floreciera en todo el país una clase media emprendedora y muy afecta
al trabajo productivo, cuyos esfuerzos principales estaban enfocados a la

!
138!
promoción de una creciente industria turística, cuyos momentos estelares se
vieron durante la década de los años setenta, tras la inauguración de importantes
proyectos, como fue el caso de La Habitación Leclerc, ubicada en los predios de
una vieja hacienda que perteneció a la hermana de Napoleón, Paulina Bonaparte.

Como ejemplo de los señalado, en el centro de la ciudad capital se podían


encontrar todo tipo de negocios en los que se expendían mercancías de origen
europeo – principalmente francés – muy apreciadas por los cientos de miles de
turistas que semana a semana desembarcaban de cruceros caribeños, o
provenientes de paquetes aéreos desde puntos tan distantes como Alemania,
Inglaterra, Canadá, o los Estados Unidos de América.

En contraste con la bonanza señalada, se podía percibir a flor de piel, la pobreza


extrema de un pueblo depauperado, como consecuencia de la expoliación de sus
recursos naturales, así como la explotación de los recursos humanos, en ese país
con una población de apenas cinco millones de habitantes, en donde la cualidad
mayor de los nativos consistía en la generosidad hacia los extranjeros que, como
fue mi caso, compartíamos ese pedazo de isla con un pueblo acostumbrado a
sonreír, a pesar de las muchas vicisitudes que debía enfrentar como mejor vía de
supervivencia.

Por lo que respecta a México, lo que estaba de moda – y siempre lo ha estado –


era su folclor, la música de mariachi, el cine vernáculo y tradicional, así como todo
lo que tenía que ver con nuestra cultura. Empresas como Películas Mexicanas
desarrollaron proyectos muy significativos, como la cadena de cines Triunph,
inaugurados con la visita de una caravana artística que contó con el apoyo del
Banco Nacional Cinematográfico, y que estuvo integrada por: Miguel Aceves
Mejía; Amalia Mendoza la Tariácuri; la Prieta Linda; y como presentadora la juvenil
artista Susana Dosamantes.

Me tocó el privilegio de atender a dicha caravana, ya que nuestro embajador


Amador Durón optó por hacer mutis y no involucrarse con nuestros compatriotas
como mejor medida para no comprometerse con nada, especialmente si de un
gasto monetario se trataba.

Dentro del grupo de amigos con el que me fui vinculando, además de Mario Bello
Andino -con el que mi relación de extendió más allá de este período de mi vida, ya
que, unos meses más tarde sería trasladado a México - y Edgar Hernández, el hijo
del encargado de negocios de Chile, Marcelino Moreno comenzó a buscarme, bajo
el pretexto de ser amable, y en todo caso, de que le facilitara mi motocicleta
Suzuki de llantas anchas que había comprado como vía de propiciar salidas hacia
el campo haitiano, de una belleza extraordinaria.

!
139!
La verdad, es que para ese momento, no disponía de recursos suficientes para
adquirir un auto propio, cosa que me fue posible, unos meses después, gracias a
la generosidad del médico mexicano, el doctor Hernández, quien trabajaba como
titular para la Oficina Sanitaria Panamericana, en el programa de erradicación de
la malaria. A su salida del país, me ofreció a un excelente precio, una camioneta
Ford Cortina, adquirida por mí, gracias a un préstamo obtenido en el Banco
Colombo-Haitiano.

Con respecto a la moto y al buen Marcelino Moreno, me enteré, posteriormente,


que cortejaba a una chica colombiana de gran belleza, llamada Olga Inés, - la
primera estrella de mi universo personal - a la que aún sin conocer, despertó mi
curiosidad, como consecuencia de que Edgar Hernández , colega y amigo, de la
embajada de Colombia la mencionaba con bastante frecuencia.

La primera oportunidad en que nos cruzamos con esta esa belleza, fue la noche
del 24 de diciembre, en ocasión de la invitación que ambos habíamos recibido
para participar en una cena de navidad en casa de Sergio Moreno, representante
chileno en Haití.

Me tocó acudir a la cena, acompañando a Ana María, la hija mayor de don Sergio,
y de su esposa, Martha, mientras que Marcelino, el hijo menor, iba con Olga Inés,
la que se encontraba en el país como becaria del gobierno, en el Instituto Lope de
Vega, dirigido por el muy conocido académico, el señor Guy Lamothe, gran
promotor de la cultura hispana en todo el país.

Como es de suponer, esa noche no tuve oportunidad de avanzar ningún tipo de


iniciativa que me acercara con Olga Inés, ya que, como quedó señalado, por un
lado yo había sido invitado por Ana María, correspondiendo a Marcelino, hacer los
honores a la bellísima colombiana, de la que supe que provenía del departamento
de Antioquia, de la ciudad de Medellín, y que conversaba con un acento que para
mí, en ese momento, era de española.

A temprana hora fue necesario que me despidiera, ya que tenía un compromiso


previo con Emilio Gaytán, su esposa Carmen, el niño Mauricio, y otros dos
mexicanos más, quienes compartían alojamiento en el complejo de departamentos
de la familia Anglad, y que a su vez, iban ha celebrar una cena navideña, similar a
la que se desarrollaba en la residencia de la embajada chilena.

No me fue posible imaginar esa noche, que Olga Inés había llegado en ese
momento a mi vida, para no salir nunca jamás, y que a la postre, se convertiría,
como ya señalé, en la primera estrella de mi universo personal.

La verdad, concluí que este último compromiso estaba de más. Creo que debí

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140!
quedarme en la embajada de Chile, ya que ahí quedó la persona que en ese
momento fue el centro de mi mayor atención.

A Olga Inés, por razones ajenas a nuestra voluntad no la vi más durante los
siguientes meses, ya que cada uno de nosotros desarrollaba por su cuenta sus
propias actividades. En mi caso, en la embajada, y por su parte, estudiando,
dando clases de español, y trabajando en la boutique La Bagatelle, en la que
realizaba diseños de moda y vestidos pintados a mano por ella misma.

La oportunidad se presentó en ocasión del término de misión del embajador


Amador, lo que me brindó la oportunidad de mudarme a la residencia oficial de la
Montaña Negra.

Aquí, me gustaría hacer un breve paréntesis, ya que el término de misión de


Amador Durón, se dio como consecuencia de su participación en un evento de
esos que encantaban al presidente Echeverría: reunión de embajadores de
México (por zonas geográficas) en América Latina y el Caribe, concretada en La
Guaira, Venezuela.

Según me confiara el embajador, a su llegada a la cita con nuestro Canciller, en la


sede del magno evento, éste le comentó que lo veía sumamente delgado y
desmejorado, a lo que Amador contestó que, efectivamente, y que, con toda
seguridad, la razón de su circunstancia personal, era como consecuencia de las
difíciles condiciones en que tenía que desempeñar su misión en Haití. El propio
Rabasa ofreció a nuestro embajador que, una vez que regresara a México, vería la
forma en que pudiera propiciar un cambio, a la brevedad posible, y a un país con
mejores condiciones de vida.

Tal cual lo relato, me lo comentó el embajador Amador a su regreso. Es más,


estando ambos sentados en su despacho, sin conocer el próximo destino, me
preguntó si me gustaría irme con él hacia el nuevo país, a lo que yo, sin meditarlo,
respondí afirmativamente.

De esa forma, una vez que Amador Durón recibió su orden de traslado a
Paraguay, me volvió a formular la misma pregunta, a lo que yo anticipé mi
respuesta afirmativa. Al menos, para ese momento, ya sabía mi siguiente destino,
aunque sin disponer aun de la certeza sobre la fecha posible de partida.

En el intermedio entre la salida del embajador y mi traslado a la residencia oficial,


tuve el gusto de recibir la visita de doña Martha, mi madre, quien pasó unos diez
días en Haití, conociendo y disfrutando de este paraíso del Caribe. Uno de los
primeros paseos que realizamos, fue al malecón, para observar el hermoso mar
que se abría ante nuestra mirada en la inmensidad del horizonte.

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141!
Lo curioso de este viaje de doña Martha es que no conoció a Olga Inés, ya que
para esas fechas, nuestras salidas no eran frecuentes, como consecuencia de que
ambos teníamos actividades diferentes que, pocas veces coincidían con lugares
comunes.

Volviendo al punto que motivó este breve relato, me encontraba en mi


departamento de la Rue Vilate comentando con mis colegas y amigos sobre mi
traslado a la residencia de la embajada, la Maiçon Shresburry, en la ruta a la
Montaña Negra, como consecuencia del fin de misión del titular, cuando llegó a
casa de Edgar Hernández la bellísima Olga Inés, quien me aseguró que me
colaboraría para que me cambiara de domicilio, cosa que no hizo, ya que tenía,
por su lado, una preocupación importante que debía abordar con el cónsul
colombiano, a la postre, el propio Edgar Hernández.

Éste último, como suele suceder con todos los cobardes, no manifestó interés, ni
capacidad para resolver un caso de protección de su propia connacional,
comentando que ese caso, seguramente su colega de México – refiriéndose
concretamente a mí - podría ofrecer una vía de solución, como finalmente sucedió.

El tema que aquejaba a Olga Inés, tiene que ver con el hecho de que la beca que,
se supone debería estar cobrando mes a mes, desde su llegada al país, no le
había sido entregada, por el Ministerio de Industria y Comercio, lo que implicaba
para ella un enorme sacrificio personal, ya que nunca mencionó en su casa en
Medellín, que se encontraba si percibir los recursos que le había sido ofrecidos
como estímulo para su viaje a Haití.

La verdad, para mi, la resolución del problema no fue difícil, ya que tenía una
magnífica relación con el alto funcionario, a quien invité a una cena privada en la
residencia oficial, a la que asistió acompañado de su esposa. Por supuesto, yo
estaba con Olga Inés, quien aprovechó la afortunada circunstancia para abordar el
tema, y de esa manera, obtener una resolución definitiva, que implicaba el pago
del total de los recursos destinados al efecto, para la beca gubernamental, y que
habían sido objeto de extrañas manipulaciones por parte de personal cercano al
despacho del propio ministro.

A partir de entonces, nos hicimos inseparables, visitamos juntos los lugares más
conocidos, como el restaurante Chez Gerard, o la discoteca La Cave, e incluso la
Hipopótamo de la Habitación Leclerc. También acudimos a las playas más
famosas como Kiona, o Kaloa, ambas con infraestructura suficiente para atender a
un creciente número de visitantes, especialmente extranjeros.

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142!
Algunas de las anécdotas inolvidables de ese romance sucedieron como
consecuencia de hechos casuales, como la invitación a comer, más bien a cocinar
que me hiciera Olga Inés, quien, por otra parte, no tenía idea de cómo se guisaban
los pescados recién capturados, a los que no supo quitarles las tripas, y así me los
dio a comer, o la sopa de tomate, a base de salsa cátsup.

De ahí mi promesa a tener siempre en casa a una persona que le ayudara, como
mejor medida de garantizar que sus manitas se mantuvieran consagradas al
sagrado corazón de Jesús.

Otro momento importante fue la convivencia para presenciar el carnaval en Port


au Prince, espectáculo fuera de serie, con una rica tradición africana, y en donde
todo mundo bailaba, sólo por escuchar la suave música del Merengue.

Una cena en el Palacio Presidencial a la que también asistimos invitados por Jean
Claude Duvalier, fue el marco para una broma al embajador de los Estados Unidos
de América, quien habitualmente se descalzaba durante este tipo de eventos
sociales. Esa noche, junto con mi colega de Colombia, Edgar Hernández y Rojas,
escondimos los zapatos del embajador, quien al buscarlos debajo de la mesa, se
sorprendió cuando un mesero se los hizo llegar sobre una bandeja de plata.

Conforme nos íbamos acercando afectivamente, tuve la oportunidad de ir


conociendo a los integrantes del círculo íntimo de Olga Inés en Haití, como fueron
los casos de René y Maryland Chauvet, pareja con la que residía en la parte alta
de Petion Ville, con sus dos hijos Tammy y Papouch. Así como a la familia
Teophile: Jerry y Gladys (esta última de nacionalidad colombiana), Alan Teophile,
hermano de Jerry, Lulú Yardot y Jorge Etear, quien por mucho tiempo la estuvo
pretendiendo (además de Marcelino Moreno, y muchísimos otros jóvenes de esa
época)

La verdad, tuve mucha suerte, ya que, poco a poco, casi sin pensarlo demasiado,
me fui enamorando de quien con el paso del tiempo, se transformó en el ser
humano más importante de mi vida.

Al cambiarme de residencia, es decir, cuando ocupé la sede de nuestra embajada


la Maiçon Shresburry, en la Montaña Negra, con número de teléfono 70761, tuve
oportunidad de disponer de una visión diferente a la que hasta ese momento había
tenido de la realidad haitiana.

La vista panorámica que se vislumbró ante mis ojos, no sólo era producto de la
perspectiva desde la cual se divisaba el ancho mar, a través del balcón de la regia
mansión, sino del nivel de compromisos oficiales que iban aparejados al ejercicio
de una encargaduría de negocios, en un pequeño país, en el que además de las

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143!
fiestas cotidianas, se trataban asuntos de fondo, como sucedió en el caso del
doctor Héctor Acuña Monteverde.

El eminente profesionista mexicano anunció su visita a Haití, con el fin de


promover su candidatura a la Dirección General de la Oficina Sanitaria
Panamericana (OSP) cargo que finalmente obtuvo y que ejerció dentro del período
1975-1983.

El Dr. Acuña viajó al país, acompañado de otro eminente médico mexicano, el


doctor René Bejarano, alto funcionario de la Secretaría de Salubridad y Asistencia
(hoy Secretaría de Salud). Con ambos profesionistas visitamos a las más
importantes autoridades nacionales, como fueron los casos de los ministros de
Relaciones Exteriores, Edner Brutus, y de Salud, René Beaulieau.

El Dr. Acuña Monteverde obtuvo el apoyo gubernamental de Haití, condicionado a


un donativo que fue obtenido, y que consistía en un lote de vacunas, gestionado
exitosamente por mí, considerado, en su momento como un punto favorable en mi
gestión personal, tal cual fuera reconocido por el propio ministro Beaulieau, días
antes de emitir el voto favorable a nuestra candidatura.

Para ese entonces, nuestro amigo Emilio Gaytán, canciller de la embajada, había
sido trasladado a un nuevo encargo en el consulado de México en Tucson,
Arizona, lo que lo llenó de inmensa alegría, ya que su familia era del estado de
Sonora, es decir, del otro lado de la frontera en común.

En su lugar fue designado Heriberto González Escamilla, quien venía procedente


del consulado de México en San José, California. La verdad sea dicha, el nuevo
canciller aterrizó en Port au Prince en medio de muchas vicisitudes, ya que, como
suele suceder en la mayoría de los casos de los integrantes del servicio exterior
adscritos en los Estados Unidos de América, piensan que nunca van a salir de ese
país, por lo que adquieren infinidad de compromisos personales y económicos
que, en circunstancias diferentes, les sería muy difícil enfrentar.

Sin embargo, Heriberto era una persona inteligente y buen trabajador, por lo que,
con el transcurso del tiempo se fue adaptando a su nueva adscripción, y
conseguimos integrar una excelente relación personal.

Otra visita importante que me tocó atender fue la del secretario de Patrimonio
Nacional, el economista Francisco Javier Alejo, integrante de la efebocracia
echeverrista, término que se dio a personajes del sexenio que, por su edad, como
era el caso de Alejo, apenas había dejado las aulas universitarias, y ya estaba en
un cargo de primer nivel en un país como lo era México.

El joven representante gubernamental aterrizó en el aeropuerto internacional a

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144!
bordo de un avión gubernamental, tipo Falcon, acompañado de dos funcionarios
de su propio entorno, y por una señorita, Susy González Tauch, hija de un antiguo
funcionario del servicio exterior, quien además me solicitó asilo económico en la
embajada, por el tiempo que iba a estar en el país.

A mí, la verdad, me pareció gracioso que Susana se atreviera a pedir aventón en


el avión oficial, y que, además, a su llegada a Haití declarara enfáticamente que
requería colaboración ya que no disponía de dinero para pasar sus vacaciones de
manera confortable.

Afortunadamente, Heriberto alzó la mano, y nuestra huésped quedó bajo su


custodia.

A estas alturas del paseo, la secretaría comunicó a la embajada que el presidente


había designado a Renato Irigoyen Alonso alias el bombón, como nuevo
embajador de México en Haití, por lo cual, me instruyeron para solicitar el
beneplácito de estilo ante las autoridades competentes.

El hecho de que Renato Irigoyen fuera designado para el cargo, suscito diversas
interrogantes planteadas, en su momento, por Mario Armando Amador, quien para
esas fechas ya se encontraba en Paraguay ejerciendo sus nuevas funciones.

El tema es que Mario Amador hizo algunas trampas con los recursos provenientes
de México para el mantenimiento de nuestra misión diplomática en Haití. El
hecho, me hizo recordar situaciones parecidas, vividas en mi anterior adscripción,
bajo el mando de Humberto Martínez Romero, quien actuaba de forma similar a lo
que Amador Durón dejo antes de partir de Haití.

La verdad es que este último me engaño – quizá como consecuencia de mi falta


de experiencia, y la buena fe que, en ese entonces tenía sobre nuestros
embajadores -, señalándome que había un serio déficit en la cuenta de gastos de
mantenimiento, y que él, llegado su momento, no las iba a poder cobrar, ya que la
firma pasaba, junto con mi encargaduría de negocios, al jefe de misión.

Por lo que, durante los meses en que duró mi encargo como titular de la
representación, tuve que cubrir de mi peculio personal, tanto el monto
correspondiente a la renta de la Maiçon Shresburry, propiedad del estadounidense
Frederick Strong, como diversos gastos inherentes a las partidas autorizadas a
dicho efecto por el gobierno de México.

Ingenuamente le creí a nuestro embajador, y caí en la celada al pensar con


ingenuidad que la buena fe era compartida.

Sin embargo, el nuevo embajador, Irigoyen Alonso, distaba mucho de ser bisoño

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145!
en estos menesteres administrativos de las misiones de México en el extranjero,
resultó igual de marrullero, por lo que, durante varios meses, a partir de su
llegada, y posteriormente, durante algún tiempo correspondiente con mi estancia
en Asunción, estuvo promoviendo todo tipo de sanciones en mi contra, - muy
merecidas, por otra parte - como consecuencia de haber creído un cuento que no
disponía de soporte hacia el área de auditoria interna de nuestra Cancillería.

La verdad es que, visto a la distancia, y no obstante el malestar que me produjo en


su momento, una situación como la que se comenta, por fortuna, salí bien librado,
y correspondió, tanto a Amador Durón, como a Irigoyen Alonso, dirimir sus cuitas
personales sin que para ello involucraran mi prestigio como individuo, ni como
funcionario del servicio exterior, quien, a partir de dicho momento, comenzó a
tomar nota de las trampas y vericuetos para soslayar las normas vigentes, de
funcionarios como los aludidos, de los que el servicio público en México,
lamentablemente está plagado.

Durante el lapso que duró la encargaduría, como ya se señaló, tuve el privilegio de


irme acercando con mayor ímpetu a Olga Inés, con quien nos veíamos cada vez
que cualquiera de los dos disponía de tiempo, y estaba en positivo estado de
ánimo, lo que se tradujo en que, día a día, había al menos una señal de parte y
parte.

La señal definitoria de nuestra romántica relación se dio como consecuencia de mi


enunciado traslado al Paraguay. Era, pues un hecho concreto que me motivaba a
actuar, en el sentido más adecuado al momento que vivíamos, a pesar de que
había sido advertido que dicho traslado se concretaría hasta que estuviera en la
plaza el nuevo embajador de México.

Se me ocurrió, en todo caso, invitarla a ir conmigo a Paraguay, a lo que me


contestó que en qué calidad quedaría ella si se diera dicho supuesto. Al no
disponer de una respuesta adecuada al tipo de sentimiento que ya iba germinando
en mi corazón, le propuse matrimonio. Así, sin pensarlo mucho, motivado por un
deseo real y sincero de compartir con ella, todo aquello que me fuera posible.

Lo curioso del caso es que Olga Inés respondió afirmativamente a la propuesta, y


me señaló que nos casáramos el día 20 de noviembre – distante, más o menos
tres semanas, a partir del día en que acordamos acto tan trascendental -. En ese
momento me sentí eufórico, al tiempo que caí en cuenta que la ley del servicio
exterior, vigente en ese momento, preveía que para contraer matrimonio con
extranjera se debía disponer de un permiso previo, so pena de perder el puesto.

Tomando en cuenta esa disposición, de inmediato procedía a solicitar el permiso,


por la vía institucional, es decir, por télex, sin considerar para ello el tiempo que

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146!
tardaría en llegar la aprobación respectiva.

Visto en la distancia, la verdad, es que la Secretaría tardaba bastante en producir


cualquier tipo de respuesta, y mi solicitud no fue la excepción. Por lo que, sin
importarme un comino lo que pensara, avance las gestiones pertinentes, como
sería el caso de la petición de mano a la familia de Olga Inés, en Medellín, lo que
hizo posible nuestra unión, ya que la Secretaría otorgó su autorización hasta dos
meses después de celebrado nuestro matrimonio.

A dicho fin, dirigí una atenta carta a don José Gaviria Berrío, con la que traté de
expresarle mis sentimientos hacia su adorada hija, a la que deseaba desposar a la
brevedad del caso.

Como consecuencia de la carta petitoria, Olga Inés recibió en respuesta, además


del aliento familiar, el anuncio de que su madre, doña Fabiola Vélez Uribe, viajaría
en breve a Haití, para estar presente en tan trascendental evento.

Mientras tanto, la pareja de enamorados avanzamos detalles relativos a lo que


sería nuestro feliz evento matrimonial.

En ese sentido, el primer pequeño obstáculo que se cruzó en nuestro camino,


tenía que ver con el tipo de ceremonia que habríamos de celebrar. Para el caso de
matrimonio civil – que fue de esa forma que decidimos concretar el enlace -, tanto
la embajada de México, como la de Colombia, se encontraban imposibilitadas para
auxiliarnos, ya que en ambos casos la legislación correspondiente les faculta a
celebrar matrimonios civiles entre dos personas de la misma nacionalidad.

Por lo que, acto seguido, nos concentramos en buscar la opción de la legislación


local, es decir, la haitiana, como mejor medida para concretar nuestra voluntad.

Sin embargo, dicha legislación determinaba una serie de pasos concretos, como
serían de las amonestaciones, charlas prematrimoniales, análisis de laboratorio, y
un amplio etcétera que, por el tiempo que faltaba para la fecha determinada por
nosotros para la boda, hacía muy difícil que pudiéramos superarlos.

Con respecto a los análisis de laboratorio, Olga Inés me confió una de sus
seculares debilidades, misma que tenía que ver con el pánico que le producía todo
lo relativo al tema de venas y sangre. Más tarde, supimos que dicho temor se
denomina científicamente como flebofobia.

A fin de evitar cualquier tipo de contratiempo, decidí comunicarme, directamente


con el Canciller, el doctor Edner Brutus, quien con gran cordialidad me expresó
que él mismo me colaboraría, por lo que, un par de horas después de mi
comunicación, recibí la llamada del oficial de registro civil más importante del país,

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147!
el doctor Jacques M. Oriol, quien señaló estar disponible para atender nuestra
solicitud, en fecha y hora en que nosotros lo determinemos, para lo cual, el
acudiría en persona a los fines de unirnos como pareja.

La inesperada solución nos llenó de entusiasmo y alegría, por lo que, nos


concretamos a avanzar los detalles del enlace, mismo que se realizó en la sede de
la residencia oficial de la Embajada, a donde yo vivía, el día 29 de noviembre de
1974.

Fue muy emocionante para todos, ya que, procedente de Colombia llegó a Haití
doña Fabiola, quien fue recibida por nosotros en el aeropuerto internacional, y
trasladada a la residencia de la familia de Jerry y Gladys Teophile a bordo del auto
oficial de la embajada, conducido por Letamp, el chofer.

Para esto, ambos habíamos sido objeto de una serie de despedidas, como la que
organizaron las dos propietarias de la boutique Bagatelle, en donde trabajaba Olga
Inés, otra en la embajada de Chile, con la familia Moreno, y una más en la
embajada del Perú, con nuestro amigo en común, el embajador Raúl Gutiérrez, y
su familia.

Además de los colegas diplomáticos con quienes habíamos estrechado una


agradable amistad, dentro de los que no podemos dejar de incluir al encargado de
negocios de la Argentina, Luis Halcón, acudieron al evento, Teófilo Partida, y su
esposa Irma, ambos mexicanos, así como los conocidos de Olga Inés, incluidos
los Teophile, René y Maryland (con quienes vivía la novia), Tammy y Papouch, los
compañeros de la embajada y una nutrida concurrencia con aproximadamente 65
participantes.

Transcurrida la ceremonia civil, presidida por el doctor Jacques M. Oriol, fue


ofrecido un brindis por la felicidad de los nuevos esposos, al término del cual, y
con gran prudencia, nuestros invitados se despidieron a fin de dejarnos solos
durante nuestra primera noche juntos, como pareja.

De esa manera quedó formalizada la llegada a mi vida de la primera estrella de


mi universo personal.

Al día siguiente partimos rumbo a la playa Kaloa, en donde reservamos un lindo


bungalow frente al mar, como mejor escenario para pasar una luna de miel
inolvidable, en medio de la cual ambos comprobamos los sentimientos que nos
unieron como pareja.

Para estar lo más acorde con ese momento, adquirimos trajes de baño idénticos,
en color verde chillante, así como dos flotadores en color azul y blanco,
combinados.

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148!
Fueron pocos días, pero los aprovechamos muy bien. La verdad sea dicha, se
desarrolló una empatía extraordinaria, y a pesar de que cada uno disponía de una
visión de la vida muy diferente, coincidimos en lo más importante, que era
justamente el interés por avanzar nuestra relación de la forma más conveniente
para ambos. Integramos, desde un principio un equipo triunfador.

Al regreso de la luna de miel, tuvimos el inmenso gusto de disfrutar, al menos, un


par de meses más en la residencia oficial, ya que el acuerdo que había concretado
el embajador Amador con el propietario el inmueble, el señor Strong, implicaba
que dejaríamos esa casa, una vez que llegara el sustituto, es decir, el embajador
Irigoyen, cosa que sucedió a finales del mes de enero de 1975.

Para esas fechas, buscamos y encontramos una casita muy hermosa, ubicada
sobre una montaña en la zona de Butiliere, con magnífica vista al mar, e
incorporada a un complejo residencial cerrado. Ahí permanecimos, adorándonos,
hasta la fecha en que partimos con rumbo a nuestro siguiente destino, la ciudad
de Asunción en Paraguay, previas varias escalas muy importantes, que hicieron
posible que pasáramos tanto por la ciudad de México, como por la de Medellín, en
donde tuve el gusto de conocer a todos los integrantes de la familia Gaviria Vélez.

Antes de partir, el embajador Irigoyen Alonso presentó sus cartas credenciales al


presidente Duvalier, a quien nosotros ya habíamos conocido en persona, gracias a
las diversas invitaciones recibidas a eventos el en Palacio Presidencial, en los que
se contó con la participación del cuerpo diplomático acreditado, dentro del cual yo
figuraba como jefe de la misión de México.

La ceremonia de presentación de cartas credenciales del embajador Irigoyen


revistió la misma solemnidad que caracteriza este tipo de eventos, ya que, por la
mañana, fue recogido en vehículos oficiales en la sede de su residencia – que
había cambiado, y que se ubicaba en el barrio de Pacó -, a donde yo ya me había
trasladado muy temprano, vistiendo traje de ceremonia jaquet, de ahí, al Palacio
Presidencial, en donde nos tocó el turno inmediato al embajador de Turquía, Sakip
Bayaz, quien por cierto, tenía su residencia en México.

Una vez que terminó la ceremonia, el embajador, acompañado del jefe de


protocolo, René Hipollite, un par de ayudantes del protocolo, y por mí, presentó
una ofrenda floral ante el monumento del marrón inconue, que era la
representación del esclavo liberado que había conquistado la independencia
nacional desde el año de 1804.

A partir de ese momento quedamos en libertad de iniciar nuestros preparativos de


traslado a la nueva adscripción, a la que llegaríamos una vez realizadas varias
escalas en un muy merecido viaje nupcial y de descanso, con escalas en Miami,

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149!
Estados Unidos de América, México, Panamá, Medellín, Buenos Aires, y
finalmente Asunción, en Paraguay.

Antes de nuestra salida de Haití, el embajador nos pidió que si podíamos llevar
con nosotros a su señora madre, una viejecita suave y dulce, a quien
acompañamos hasta la ciudad de México, con la escala previa en Miami, a donde
estuvimos un día solamente, pero que ambos aprovechamos para disfrutar de
nuestra recíproca compañía.

De las responsabilidades que me tocó atender en la misión desempeñada en


Haití, figura en lugar destacado el programa de becas bilaterales, cuyos beneficios
fueron, en los dos años que las maneje, a favor de estudiantes de medicina a los
que me he encontrado posteriormente, a la largo de mi carrera en el servicio
exterior, señalo los casos de: Leo Jaques Charles y Leonel Benoit, ambos
graduados con honores.

Se me olvidó comentar que, previo a nuestro viaje a México, Olga Inés se tiñó el
pelo de negro, algo que no volvió a hacer nunca más. La verdad es que no
encuentro explicación a la razón que validó la iniciativa, aunque a mí me pareció
adecuada, ya que, en todo caso, se veía lindísima, y yo estaba muy enamorado.

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150!
Capitulo 11
Llegamos pues a México, y ahí fuimos recibidos por toda la familia, desde el
aeropuerto internacional, hasta la fecha en que salimos, una semana después,
con rumbo al nuevo destino, no dejaron de atendernos todos, y hacernos sentir
verdaderamente en casa.

Un solo detalle hizo que nuestra visita a México resultara afectada negativamente,
el hecho es que doña Martha, suponiendo que nos hacía un favor, estuvo
realizando gestiones encaminadas a que concretáramos nuestra unión
matrimonial, por vía de un rito católico, a lo que, adelantó gestiones en la curia
mexicana para obtener no sé que tipo de permisos estúpidos, y hasta ofensivos
para ambos, como consecuencia de que la abuela comentaba: que si no nos
casábamos por la Iglesia católica, viviríamos amancebados.

La verdad, optamos por hacer caso omiso a la sugerencia de doña Martha, a la


que yo expliqué en detalle la forma en que nos habíamos casado, y que con eso
bastaba a nuestros intereses personales y familiares, ya que, en algún momento –
y esto fue verdad –, habíamos considerado la posibilidad de que si las cosas no
funcionaban tal cual nosotros creíamos que saldrían, podríamos divorciarnos a
través de un sencillo mecanismo que estaba de moda, justamente en Haití: el
divorcio al vapor.

Salimos de México con destino a nuestro siguiente punto de escala, la ciudad de


Panamá, en donde realizamos una escala de dos días, mismos que nos dieron la
oportunidad de visitar la Zona del Canal, desde las esclusas de Miraflores, y
pasear por los lugares de mayor interés turístico. La tarde de la víspera de
nuestra salida con rumbo a Medellín, fuimos al cine a disfrutar de la película de
moda: “Tiburón”, cuyas secuelas negativas perduran en nuestras memorias.

El viaje a Medellín fue especialmente emocionante, ya que Olga Inés no


disimulaba su interés por estrechar a padres y hermanos, quienes desde nuestra
llegada, hasta nuestra salida, demostraron muchísimo afecto no sólo hacía la
integrante de la familia, sino al nuevo yerno/cuñado, quien fue objeto de muchas
muestras de afecto.

La llegada se produjo al aeropuerto internacional Olaya Herrera, ubicado en el


centro de la capital del departamento de Antioquia. Ahí fuimos recibidos por don
José y doña Fabiola, quienes nos acompañaron a su domicilio particular en la calle
58 A número 40-30 (Bucaramanga y Mon y Velarde), una regia mansión en donde
vivían con once de sus doce hijos, ya que el mayor, Carlos Alberto se había

!
151!
casado con la señorita Nora Guendica.

Desde nuestra llegada al domicilio particular, hasta la hora del almuerzo – más o
menos a las 12:30 – fueron llegando, poco a poco, todos los hermanos: Blanca
Ruth, casada con Carlos Alfredo Cock, quienes vivían en un pequeño
departamento en la planta baja de la casa paterna, Juan Guillermo, José Obdulio,
Luz Beatriz, Luis Mario, Hernán Darío, Álvaro Mauricio, Jorge Fernando, Jaime
Humberto, y el menor Diego Alejandro.

En Medellín estuvimos, más o menos, una semana, período que sirvió para que
realizáramos algunos paseos inolvidables a lugares de interés dentro del
departamento, como La Ceja, lugar en el que habían nacido los ocho primeros
hijos de don José y doña Fabiola, entre otros mi adorada mujercita; la Piedra del
Peñol, en el municipio de Guatapé, la zona conocida como “vuelta de Oriente” que
corre por la periferia en donde cruzan caminos de extraordinaria belleza, por
donde don José tuvo un sinnúmero de fincas y propiedades a las que llevaba a
sus retoños, cada fin de semana a disfrutar del bello campo antioqueño.

En la residencia de don José, provista de una diez habitaciones, ubicadas en tres


pisos con que contaba el inmueble, trabajaban también, al menos dos muchachas
de servicio, entre ellas, la más importante, era la cocinera, Ana, pintoresco
personaje que pululaba por toda la casa obsequiando con infinidad de delicias
elaboradas en su taller de cocina.

De los familiares cercanos a los Gaviria Vélez, tuvimos el gusto de conocer a doña
Carmen Emilia “mamá Mila” la abuela materna e integrante del clan de los Vélez,
oriundo, como ya se mencionó de La Ceja, que contaba con una numerosa prole,
entre las que se contaban, además de doña Fabiola, sus hermanos: Gregorio,
Gustavo, Alfredo, Mario, Cecilia, Norma, Elena y Elvia.

De estos hermanos, Elena y Norma fueron religiosas, la primera de la


Presentación (Emilia del Sagrado Corazón) y la segunda, de María Auxiliadora.

De acuerdo con el censo familiar, elaborado por integrantes de la numerosa


comunidad, los descendientes de Obdulio y Carmen Emilia, fueron: nueve (9)
hijos; cuarenta y nueve (49) nietos; ochenta y cinco bisnietos (85); y treinta y un
(31) tataranietos, en total ciento setenta descendientes (170).

Además del círculo íntimo señalado, tuve el gusto de conocer a los Guendica,
padres de Norita, la esposa de Carlos Alberto. El señor Conrado y la señora
Amanda, padres de la cuñada de Olga Inés, fueron en exceso generosos, ya que,
además de invitarnos a conocer su bellísima mansión en El Poblado, nos invitaron
un rico almuerzo, y de ahí subimos a su pabellón de radio aficionados, desde

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152!
donde se comunicaban con el mundo, a través de las siglas: HK4BXV.

Esa tarde intentamos abrir un canal de comunicación con algún radio aficionado
en Paraguay, y tuvimos suerte, salió al aire: ZP5JU, cuyo titular era el señor Simón
Uner, comerciante de origen judío, afincado en la ciudad de Asunción, con quien
desarrollamos, en su momento, una muy cordial relación personal, una vez que
llegamos a nuestro destino.

La verdad es que, al menos para mí, se abrió un nuevo mundo en las


comunicaciones, ya que, hasta ese momento, parte importante de mi salario en el
extranjero lo había dedicado a pagar las facturas de mis conversaciones
personales a México.

A partir de ese contacto, tuvimos muchas sesiones de radio familiar desde


Asunción, hasta la ciudad de Medellín, en donde siempre encontramos el apoyo
de la familia Gaviria Vélez.

De nuestra visita – la primera mía – a Medellín, guardamos un recuerdo


imborrable, no solo por lo bello de la geografía del departamento de Antioquia, sus
olores, sabores y colores, también contribuyeron a mantener una invitación
abierta, que fue atendida, con el mayor comedimiento, siempre que nos fue
posible. Algunas veces, Olga Inés viajó sola, o con alguno de nuestros hijos, las
más, viajamos toda la familia, siendo acogidos con el mayor afecto por padres,
hermanos, tíos, primos, y sobrinos.

Visitamos fincas, especialmente, muchas de las que don José era propietario, en
donde se abrieron para mi nuevas posibilidades de ampliar mi cultura general,
especialmente en lo que se refiere al conocimiento del entorno de nuestra
naturaleza.

Además, desde muy al principio de nuestros viajes a Medellín, tuvimos el privilegio


de viajar a la casa campestre de Carlos Alberto, quien dispone de una propiedad
en Guatapé, municipio turístico, próximo a la piedra del Peñol; o a la finca de José
Obdulio, en Cocorná, ambas dentro del Departamento de Antioquia.

Al concluir nuestra primera visita a Colombia, partimos hacia la siguiente escala


del viaje: la ciudad de Buenos Aires. Como resultado de esta visita, entendí que a
partir de ese momento, podía considerar que disponía de otra nueva familia.

La mañana de nuestro vuelo sucedió algo que casi siempre se presentaba en la


ciudad de Medellín, sobre todo, en lo que tiene que ver con la llegada y salida de
aeronaves por la terminal local Olaya Herrera.

Sucede que temprano, casi al amanecer, pesa sobre la ciudad de Medellín, una

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153!
gruesa capa de bruma, cuyas consecuencia, generalmente, tienen que ver con el
retraso de vuelos de alcance local, o internacional, como sucedió en esa ocasión,
cuando intentábamos salir a nuestro destino, vía la ciudad capital: Bogotá.

La verdad sea dicha, tampoco fue un gran inconveniente, sucedió de esa manera,
y lo positivo fue que tanto don José, como doña Fabiola se solidarizaban siempre
y nos acompañaban en dicho trance, hasta la salida de nuestro vuelo.

Al final, logramos llegar a nuestro destino, la ciudad de Buenos Aires. La primera


impresión que tiene un turista – y nos sucedió a ambos - cuando llega al
aeropuerto internacional de Ezeiza, es que la capital del país es una gran ciudad,
cosmopolita, con indudable influencia europea, y caótica en las horas pico.

Como no disponíamos de una reserva específica, buscamos opciones en un


módulo de información, y encontramos un hotel acorde a nuestras posibilidades
económicas, y cercano a la zona que nos interesaba conocer, lo que nos condujo
a optar por el Panamericano, ubicado en la calle de Corrientes.

Como disponíamos de unas treinta y seis horas hasta nuestro siguiente vuelo a la
ciudad de Asunción, nos dimos a la tarea de salir a caminar, y a respirar el aire de
la gran capital, llena de lugares excitantes, tiendas con inmensas ofertas en
mercancías de gran calidad, tabernas y restaurantes que abrían el apetito de
todos.

Nuestras miradas se detuvieron en la calle peatonal de Florida, y a ella dedicamos


el máximo de tiempo posible, ya que ahí, sin la preocupación del tráfico
automotriz, caminamos con descuido y nos divertimos como un par de
enamorados, culminando nuestro paseo ante la mesa del restaurante Santa
Generosa cuyo plato principal era la carne y todo tipo de papas infladas, algo
novedoso para nosotros en ese momento.

Al día siguiente, y tal cual había sido previsto, iniciamos el viaje al Paraguay, cuya
ciudad capital, Asunción, era nuestro destino inmediato, y tal vez incierto, ya que
poco sabíamos ambos sobre las condiciones de vida que habríamos de enfrentar,
a partir de esa fecha.

La llegada fue muy tranquila, el embajador en persona, acompañado de su hija


menor, Angélica, nos esperaba en la terminal, y de ahí, una vez que cruzamos el
umbral de migración y la entrega de nuestras respectivos equipajes, salimos hacia
el hotel Guaraní, en pleno centro de la ciudad, en donde quedamos alojados, a
partir de la fecha de llegada, y hasta que encontramos nuestro departamento, en
un inmueble nuevo, en la calle de Humaitá, esquina con Chile, muy cerca del lugar
en donde estaba la sede de nuestra representación diplomática.

!
154!
Una vez que nos acomodamos en la habitación del hotel, nos dispusimos a
disfrutar del entorno, ya que la ciudad de Asunción, se encuentra ubicada en la
rivera del Río Paraná, muy cerca de la frontera norte con la República de la
Argentina, en la ciudad de Clorinda, famosa ésta, por disponer de un creciente
mercado paraguayo, que la visitaba para disponer de ofertas de productos con
importantes descuentos.

En nuestro caso, y no obstante de que estaba prohibido importar mercancías sin el


previo pago de impuestos, al disponer de una acreditación diplomática, podíamos
ir y venir a la frontera con la Argentina, las veces que nos pareciera más
adecuado, lo que aprovechamos con bastante frecuencia, a veces íbamos los dos,
otras en compañía de amigos, o colegas del propio cuerpo diplomático.

Al día siguiente de nuestra llegada, tocaba comenzar las funciones inherentes a mi


cargo de tercer secretario de la embajada, por lo que me trasladé desde el Hotel,
hasta la calle de Independencia Nacional, número 565, 2º.piso, en donde se
encontraba nuestra misión, dentro de un inmueble bastante conveniente, si para
ello se consideran las circunstancias de otras misiones diplomáticas acreditadas.

Tal cual sucedió en mis previas experiencias diplomáticas en Bolivia, y en Haití, la


embajada en el Paraguay era, en términos de recursos humanos del servicio
exterior, mínima, ya que contaba con el titular, es decir, el embajador Mario
Armando Amador; un tercer secretario, que era yo; y un canciller, que hacía
funciones de encargado de la sección consular, que desempeñaba, Pedro
Labariega, quien, entre otras responsabilidades, le tocaba procurar atención a
nuestros connacionales, incluida la colonia de menonitas originarios de nuestro
país, cuyo número superaba las mil familias.

Además de los mencionados, la secretaria Tota, el mensajero y el chofer del


embajador.

Caso aparte, el del Consejero José H. Ibarra Morales, quien a pesar de haber sido
trasladado a la Secretaría para desempeñarse como subdirector general de
Archivo Biblioteca y Publicaciones, con el embajador Manuel Alcalá, se mantenía
en la misión, como consecuencia de haber importado para su venta un vehículo en
régimen de exoneración, cuya autorización de libre de impuestos duraba, más o
menos, seis meses.

Sin embargo, el Consejero Ibarra se mantuvo siempre al margen de la actividad


diaria de la embajada, lo que hizo posible que, en mi caso, pudiera desempeñar
con libertad el trabajo a mí asignado.

No obstante la magnífica disposición con que siempre atendí la labores que se me

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155!
encomendaban, la verdad sea dicha, el flujo de trabajo en Asunción, era más bien
poco, por lo que, con frecuencia, tenía que inventar de la nada cosas por hacer,
como serían los casos de la actualización de los informes sobre inventario y corte
de efectos, así como la respuesta a comunicaciones que nos hacía llegar la propia
Secretaría.

En breve, a partir de la fecha de nuestra llegada, y gracias al apoyo recibido de


nuestro contacto por radio (ZP5JU) el señor Simón Uner, ubicamos el lugar más
apropiado para servir de alojamiento durante el término de nuestra misión
diplomática en el Paraguay.

Como ya fue señalado, encontramos un lindo departamento amueblado, en el


edificio de la calle de Humaitá, esquina con Chile, más o menos, a unas cinco
cuadras de donde estaba la embajada de México.

Antes de trasladarnos, visitamos varias tiendas locales en donde se vendían


diversos elementos indispensable para hacer viable nuestra estancia en el
inmueble que se transformó en nuestro hogar nupcial. De esa forma adquirimos,
entre otras cosas, cuatro componentes de una vajilla en cristal de Arques, en color
verde, así como cubiertos, vasos, alguna olla, y artículos diversos de limpieza.

Para apoyar en las labores de hogar, contratamos, en esquema de entrada por


salida, a Tina, quien era una jovencita con magnífica disposición, pero con
ninguna experiencia, cosa que, por otra parte, fue de gran utilidad, ya que a Olga
Inés le gusta formar al personal doméstico que ha trabajado en nuestros diversos
domicilios.

La primera instrucción que Olga Inés enunció a la susodicha Tina, causó sorpresa,
ya que dentro de las indicaciones sobre las funciones que le serían encargadas,
surgió una: lavar los trastes, qué, en términos nuestros, implicaba el lavado de los
elementos que serían utilizados durante nuestros alimentos. Sin embargo, en
Paraguay, la palabra “traste” significa trasero, por lo que la empleada pensó que le
correspondería lavar los tarseros de sus patrones.

El escenario que nos correspondió compartir, desde el punto de vista político, fue
muy interesante, ya que, como ocurrió en Bolivia, en el Paraguay gobernaba una
dictadura militar, encabezada por Alfredo Stroessner, quien asumió el poder tras
un golpe de estado, perpetrado en 1954, manteniéndose en calidad de titular del
Poder Ejecutivo hasta 1989, año en que fue defenestrado en condiciones idénticas
a las que había llegado a la más alta magistratura del país.

La dictadura militar en el Paraguay, hizo muy poco por sacar al país del
lamentable estado económico y social en el que se encontraba en los años

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156!
cincuenta, por el contrario, se generó una elite político-económica corrupta y
criminal, generadora de un estado de represión en contra de la oposición al
régimen, cuyo saldo criminal ha quedado grabado en los anales de la
historiografía continental.

Era ampliamente conocida la asociación mafiosa de Stroessner con traficantes


internacionales, a quienes abrió las puertas del país, aprovechando para ello lo
intrincado de la geografía en la frontera que compartía con Argentina y Brasil, en
la zona del Río Paraná, generador este, entre otros muchos beneficios de la
riqueza energética que generaban los proyectos Ytaipú-binacional (con Brasil) y
Yaciretá (con Argentina).

Gracias a ambos, Paraguay obtuvo ingentes recursos económicos provenientes


de la venta de electricidad a sus vecinos fronterizos, así como la explotación de
una industria novedosa: el turismo, como eje fundamental del desarrollo, sobre
todo si se considera la mediterraneidad del encierro geográfico de este pequeño y
muy curioso país, con tan solo cinco millones de habitantes.

Nada se movía en el país sin la bendición del dictador. Hay quienes se atreven a
señalar que estaba, tanto física, como a través de los mecanismos de inteligencia
de la dictadura, en todas partes, por lo que, nadie hablaba en serio de temas
políticos, y mucho menos, en contra del régimen.

Como buen macho, Stroessner tenía amantes repartidas a lo largo y ancho de la


geografía nacional, era vox populi que el dictador era muy generoso con sus
amantes, a las que seducía, disfrutaba y desechaba con la misma facilidad con
que repetían esa hazaña los jeques árabes poseedores de riqueza petrolera, sin
embargo, en el caso de este criollo, mitad guaraní, y mitad europeo, su
generosidad incluía la provisión de vivienda y gastos para las integrantes de su
harem particular.

Su gobierno, también, era inamovible. Así como estuvo en el poder por treinta y
cinco años, la mayoría de sus ministros lo acompaño por al menos veinte, como
sería el caso, entre otros, de Raúl Sapena Pastor, canciller entre 1956 y 1976.

Junto con Stroessner, los hombres fuertes del régimen, eran quienes integraban la
cúpula del Partido Colorado, entelequia política que validó las muchas ficciones
electorales que generaron un aparente marco democrático a la dictadura.

Entre los sobresalientes más conocidos – al menos por mí – Mario Abdo Benítez,
secretario particular, Sabino Augusto Montanaro, Ministro del Interior, por
supuesto, su esposa oficial Ligia Mora, o el hijo mayor, Alfredo Stroessner Mora,
quien era piloto de las líneas Aéreas Paraguayas (LAP) negocio familiar, del que

!
157!
se beneficiaban los Stroessner.

Para esas fechas, LAP disponía de un equipo obsoleto, tres aviones Elektra, turbo
hélice, que servían las rutas hacia países vecinos, como Argentina, Brasil o Perú.
En nuestro caso, con Olga Inés, viajamos en dicha línea, en su ruta a Lima.

Una vez que nos instalamos en el nuevo departamento de la calle de Humaitá,


esquina con Chile, intentamos vincularnos con colegas del cuerpo diplomático
acreditado, entre quienes desarrollamos buenas relaciones con la mayoría de
representaciones de nuestra región geográfica, además de los funcionarios con
cargos similares a los nuestros de Israel y Sudáfrica (para ese entonces, México
no tenía relaciones con esa nación, como consecuencia de la aplicación de una
política de segregación racial).

Además de dichas atenciones, tuvimos la oportunidad de viajar, tanto dentro del


territorio paraguayo, como fuera de sus fronteras.

Los casos más significativos, fueron la visita a Foz de Iguazú, en Brasil, cuya
frontera paraguaya era: puerto Presidente Stroessner, en donde su ubicaba la
parte más visible del proyecto binacional de Ytaipú, por aquel entonces en proceso
de construcción.

Ni Olga Inés, ni yo, imaginamos, en su momento, la dimensión del lugar


geográfico; la verdad sea dicha, jamás habíamos visto algo parecido en
majestuosidad y belleza natural combinadas en un solo lugar, por lo que poco
podría referir a estas alturas que hiciera posible dejar constancia de nuestra
sorpresa al contemplar lo que consideramos como una de las reservas hídricas de
la humanidad.

El viaje lo disfrutamos, tal cual lo hacen las parejas de enamorados. Visitamos lo


que se conoce como “la garganta del diablo” que es una inmensa catarata de la
que fluyen ciento de miles de kilolitros de agua cristalina, en su curso hacia el
inmenso embalse que hace posible el milagro de generar la energía con que se
mueve el mundo.

Brasil, por su parte, a esas alturas, nos deslumbró también, por la gran influencia
que ejerce en su entorno geográfico, especialmente por lo que respecta a la
frontera con el Paraguay, en donde la sociedad interactúa en tres idiomas
distintos: español, portugués y guaraní.

De los dos países vecinos geográficos más cercanos, el que más visitamos fue
Argentina, ya que, como fuera señalado con anterioridad, la frontera con el
Paraguay estaba muy cerca, solo era menester cruzar el Río Paraná,
generalmente en transbordador (ahora hay ya un puente internacional) y en diez

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158!
minutos se llegaba a la población de Clorinda, transformada en una inmensa
bodega de mercancías que se trasladaban, generalmente, de contrabando, al otro
lado del Río.

En nuestro caso, una vez que tuvimos un vehículo, cruzamos el Río, con el fin de
realizar compras de alimentos, unas seis veces, por lo menos.

Sobre nuestro vehículo, adquirimos a crédito, un Volkswagen Pasat, fabricado en


el Brasil, e importado por una agencia local, cuyos términos de entrega eran de al
menos treinta días.

No obstante lo anterior, tuvimos la suerte de disponer de un buen amigo en la


agencia importadora, quien medió para que nos entregaran en calidad de
préstamo – mientras disponíamos de nuestro auto nuevo – un vehículo de la
misma marca, que utilizamos para nuestros desplazamientos diarios.

Una vez que nos fuera entregado el bellísimo Volkswagen Pasat, programamos
viaje a la Argentina, hasta la ciudad de Buenos Aires, cuyo recorrido realizamos
por tierra, es decir, la carretera que comienza en Clorinda, pasa por Resistencia y
Reconquista, en el Chaco, va hasta Santa Fe, continúa por Rosario y culmina en
la gran capital.

Dentro de las diversas motivaciones que nos animaron a emprender ese viaje
maravilloso, la crítica situación económica por la que atravesaba el gobierno de
María Estela Martínez de Perón, viuda del caudillo más famoso de la Argentina en
el siglo XX.

A Juan Domingo Perón, la mitad del país lo odiaba, y la otra, era capaz de ir hasta
el sacrificio en su nombre, como sucedió en la última elección presidencial de su
vida, en la que impuso la candidatura como vicepresidenta, a su esposa, la
bailarina María Estela Martínez, quien como único bagaje para ejercer cargo de tal
importancia, disponía tan solo el de ser pareja ocasional del moribundo caudillo.

A la muerte de Perón la vicepresidente, María Estela Martínez, asumió el cargo


como Presidenta Constitucional, circunstancia que contribuyó a que Argentina se
sumiera en la profunda crisis se culminó con el golpe de estado de que fue
víctima, por parte de las Fuerzas Armadas, encabezadas por el general Jorge
Rafael Videla.

Durante el mandato de la viuda de Perón, se exacerbaron las profundas


diferencias que caracterizaron la vida institucional del país, al menos, a partir del
comienzo de la segunda mitad del siglo XX, ya que, desde la cúpula
gubernamental, se propició el surgimiento de grupos al margen de la ley, como los
Montoneros, o la Triple AAA, cuya misión más trascendental, fue la de perseguir, y

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159!
asesinar, a cualquier opositor a la doctrina política prevaleciente, misma que,
como ya se indicó, disponía de una gran capacidad para dividir a la nación.

En fin, con Olga Inés, y con algunos colegas del cuerpo diplomático,
intercambiamos información, y como consecuencia de los datos obtenidos,
coincidimos en el hecho de que era una magnífica oportunidad para realizar
nuestro viaje a la Argentina..

Nuestro acierto fue confirmado con los hechos. Nunca habíamos imaginado el
caos prevaleciente que nos tocó presenciar en ese viaje realizado en el año de
1975, y del que, hasta esta fecha, guardamos un recuerdo muy agradable.

En la fecha del viaje, muy temprano salimos por la mañana con rumbo al puerto
fluvial de donde comenzaba el trayecto a bordo del transbordador que nos cruzaba
por el Río Paraná, en un corto recorrido de aproximadamente media hora; en el
transporte, que siempre iba completamente lleno, no había servicio de nada, ya
que se trataba simplemente de una plataforma en la que se acomodaban unos
cuarenta vehículos - de todo tipo -, y una vez que se completaba el cupo, se daba
la señal de salida.

La ruta terrestre entre la ciudad de Clorinda, y la capital federal de la Argentina,


era bastante buena, es decir, aunque no era una autopista, salvo en los tramos de
acceso a las ciudades principales, como lo son Santa Fe, Rosario y Buenos Aires,
se podían recorrer los casi mil kilómetros sin mayores sobresaltos, como nos
sucedió a nosotros.

Algunos detalles importantes que notamos, con cierta preocupación, tienen que
ver con la cantidad de retenes que se iban configurando a lo largo de la ruta,
siempre bajo la vigilancia de las autoridades federales argentinas, que portaban,
en la mayoría de los casos, armas de alto poder.

Si se aproximaba uno por un fuerte militar, o algún cuartel con tropas, ubicado con
vista a la carretera, las señales de alerta eran evidentes. Anuncios que rezaban,
por ejemplo: "está a punto de cruzar zona militar, vigilada por personal armado. Si
se detiene puede ser objeto de disparos", además, curiosamente, y quizá como
consecuencia del tipo de vehículo en que circulábamos (el Pasat, blanco, nuevo,
con matrícula paraguaya) fuimos objeto de una detención preventiva, con castigo,
por parte de una patrulla federal, cuyo ocupante consideró que circulábamos por
encima de la velocidad permitida. El castigo: una hora de detención vigilada, es
decir, durante ese lapso de tiempo estuvimos parados al lado de la carretera bajo
la atenta vigilancia del patrullero.

La primera jornada del viaje nos condujo por una inmensa recta que nace desde

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160!
Clorinda, hasta la ciudad de Rosario, cruzando la provincia de Formosa, el Chaco
argentino por las ciudades de Resistencia, Reconquista, y finalmente Rosario, en
donde nos cayo la noche.

Decidimos pernoctar en algún lugar dentro de la ciudad, por lo que comenzamos a


buscar tanto un alojamiento, como un lugar para cenar.

Lo curioso del caso, es que ambos estábamos vestidos informalmente, y aunque


nuestra apariencia era inmejorable, nos costó bastante que nos recibieran en un
hotel normal, por lo que decidimos ingresar a un baño público para cambiar
nuestro aspecto, es decir, yo me puse una gabardina, y Olga Inés una chaqueta,
nos aseamos, y realizamos un nuevo intento, esta vez, exitoso, de tal forma que
nos abrieron las puertas de un hotel, cuya tarifa en pesos argentinos equivalía
como a diez dólares, circunstancia que nos sorprendió bastante, pero nos dio la
oportunidad de contemplar, por vez primera, la realidad económica por la que
atravesaba la República, en un momento de gran crisis debido al pésimo gobierno
que encabezaba la viuda de Perón.

Una vez que conseguimos hotel, de inmediato buscamos un restaurante de carnes


-típico - y cenamos delicioso, a pesar de las malas maneras del mesero que nos
atendió, a quien premiamos con una propina generosa, momento en el que casi se
cae al suelo y nos rindió pleitesía, como si fuéramos sus benefactores o algo
parecido. Ahí se confirmó la máxima de: como te ven te tratan.

A la mañana siguiente, descansados y frescos, emprendimos viaje a la ciudad


capital: Buenos Aires, distante unos trescientos kilómetros desde Rosario.

A nuestra llegada, el acceso a las principales zonas de interés turístico fue


bastante fácil, ya que la señalización urbana era clara y directa, al menos por lo
que respecta a la llegada al centro urbano, lugar en el que buscaríamos alojarnos
en el mismo hotel Panamericano, sobre la calle Corrientes, al que llegamos en
nuestro primer viaje a Buenos Aires.

Una vez que nos registramos y cumplimos con las formalidades lógicas de
ingreso, salimos a visitar lugares, y de forma especial, a comprar cosas. Como se
indicó, el cambio de divisas con respecto al dólar, o a otro tipo de moneda
extranjera, como el cruceiro (vigente en esas fechas para el Brasil) favorecía a la
ingente industria turística, volcada en la ciudad capital en busca de adquirir, a
precios exageradamente bajos, mercancías de alta estima y valor de intercambio.

Por lo que respecta a nosotros, compramos principalmente artículos de piel, como


zapatos y chaquetas, cuyo precio era risible, una vez que se cancelaba con
divisas extranjeras.

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161!
Paseamos mucho, e incluso visitamos el Teatro Colón para ver una comedia, cuyo
contenido no entendimos, ya que la misma era interpretada, tanto en español,
como en lunfardo, una especie de combinación entre español e italiano, con giros
porteños.

No nos importó demasiado. Nos salimos a disfrutar de nuestra recíproca


compañía en una urbe cosmopolita, con intensa vida nocturna, en la que se
podían ver familias completas – con bebés – a media noche, buscando un lugar
para cenar, escuchar música, o compartir una copa de vino con los amigos.

Nos encontramos en este viaje con un buen amigo del servicio exterior, adscrito a
nuestra embajada en Buenos Aires: Raúl López Lira (padre) con su esposa Corina
(guatemalteca), además, conocimos al mayor Roberto Badillo, quien fungía como
agregado militar y aéreo, y a su esposa Charo. Con estas dos parejas
mantuvimos una muy buena relación cuya trascendencia en el tiempo, ha llegado
hasta nuestro días.

Almorzamos con ellos, y nos acompañó también Roberto De Negri, quien era el
ministro de la propia embajada, al frente de la cual se encontraba el joven político,
Celso Humberto Delgado.

Como todo lo bueno, los días transcurrieron rápidamente, y antes de que


cayéramos en cuenta, ya estábamos en vísperas de nuestro retorno a la ciudad de
Asunción.

Nos dispusimos a la partida, felices por las muchas compras realizadas – por
supuesto, en proporción a los recursos de que disponíamos - y comenzamos el
retorno con el estado de ánimo muy en alto, por la ruta ya conocida, esta vez, sin
escalas, lo que preveía un viaje extenuante, como finalmente lo fue.

En nuestra ruta hacia el Paraguay, fuimos detenidos en varias oportunidades por


retenes policiales o militares. En uno de ellos, un agente me pidió mi licencia de
conducir, misma que, de momento, no llevaba, aunque para subsanar la falta,
dispuse del fresco ingenio de Olga Inés, la que le mostró un ticket de compra de
una tienda en los Estados Unidos, llamada JC Penny, por supuesto, en inglés,
señalando que ese papelito era la contraseña del tránsito en donde estaba
supuestamente mi licencia.

El agente, con toda certeza, no sabia leer o escribir, ya que dio por bueno el
documento, con los mismos efectos que hubiera tenido el haberle entregado la
licencia reclamada.

Antes de nuestra llegada a la frontera, y con el cielo ya a obscuras, en otro retén


nos solicitaron dar un aventón a dos guardias fronterizos uniformados, a lo que no

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162!
nos negamos, y partimos con ellos, confiados al hecho de que, efectivamente
fueran lo que creíamos que eran.

Con la buena fortuna de nuestro lado, los guardias llegaron con nosotros a la
frontera entre Argentina y el Paraguay, se bajaron del vehículo y continuaron su
camino hacia el lugar que les fue asignado, mientras que, por nuestra parte, nos
dirigimos al puerto para abordar el transbordador que nos llevaría a la ciudad de
Asunción, y de ahí, hasta nuestro departamento en la calle de Humaitá, esquina
con Chile.

Una vez reintegrados a las labores habituales en la embajada, continuamos con


los contactos sociales y entre colegas que la misión demandaba, destacándose,
muy especialmente, la cercana amistad que desarrollamos con la familia Gil
Morlis, entre los que destacaba Susana, nieta del ex embajador del Paraguay en
México, su padre, cardiólogo del mismo nombre; el cirujano plástico, doctor Hugo
Bibolini, y José Félix Palma, con su esposa Doris, quienes se encontraban en
misión por cuenta de la OEA, y con quienes coincidimos años después en
diversos países, incluido México, Guatemala, y finalmente en Honduras.

De los detalles importantes de la agenda bilateral, la visita del presidente


Stroessner a México, en donde fue recibido en Cancún, por el presidente Luis
Echeverría, me parece fue lo más destacado, no tanto por el hecho de la propia
visita, ya que formaba parte de la escala que el dictador debía hacer en su ruta a
Taiwán, a donde era esperado como invitado oficial.

Los aspectos bilaterales fueron abordados por el embajador Mario Armando


Amador, quien varios días antes de la proyectada visita, viajó a México para estar
presente durante el evento, por lo que yo estuve al frente de la embajada, como
encargado de negocios, en los días previos del viaje, lo que posibilitó que
asumiera importantes decisiones, sobre todo frente a la terquedad de los
encargados del protocolo, quienes no entendían las razones por las que nuestro
primer mandatario iba a recibir a Stroessner en atuendo de guayabera.

Para convencerme de que el presidente paraguayo estimaba casi como una


ofensa que nuestro jefe de estado lo recibiera en atuendo informal, me visitó en la
sede de nuestra misión diplomática el embajador Conrado B. Papalardo, jefe de
ceremonial del Palacio Presidencial, quien entre otras significativas razones,
arguyó que Stroessner era teniente general del ejército argentino – además de jefe
de estado del Paraguay -, como si ese hecho fuera relevante.

Mi obligación era cumplir con las funciones inherentes a mi cargo, por lo que
transmitía a la Secretaría el detalle de la visita del funcionario paraguayo, para lo
que no hubo respuesta alguna.

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163!
Lo demás, es decir, los detalles del avión, permiso de sobrevuelo y aterrizaje, así
como los integrantes de las comitivas, serían trasladados a México, vía télex de la
empresa RCA, ya que el que teníamos en la embajada estaba descompuesto.

Otro hecho relevante en el que nos tocó participar, fue la visita de estado que
realizara al Paraguay el presidente del Uruguay, Juan María Bordaberry, a quien
se recibió con toda la dignidad del caso en un programa impregnado de hechos y
lugares curiosos, como fuera el caso de la parada militar en la avenida del
Mariscal López, a la que asistimos en representación de la embajada, o a la cena
de estado en el Palacio Presidencial, y la de reciprocidad, en la residencia de la
embajada del Uruguay.

Como detalle curioso de este último evento, se recuerda con suspicacia que
durante el ágape fallecieron dos representantes gubernamentales de alto rango, a
quienes la edad y el clima, además del frac cuajado de condecoraciones, les pasó
una fatal factura.

Desde esa época en que Bordaberry ejerció una accidentada presidencia, el


fenómeno del movimiento de los Tupamaros, de extrema izquierda, fue perseguido
y reprimido, casi hasta su extinción, como sucedió con fenómenos similares en
países de la región sudamericana.

Con la familia Amador, la relación fue excelente. Algunas veces, nos invitaban a
eventos importantes, como cenas formales, o juegos de ping pong, del que el
señor embajador era muy aficionado. En una ocasión, la señora María Meza-
Calix, esposa de don Mario Armando de nacionalidad hondureña, nos pidió viajar
con ella a la Argentina, cosa que hicimos con agrado Olga Inés y yo, haciendo
posible que el embajador nos facilitara el vehículo oficial, un FIAT berlina 1100,
que era el mejor de su gama, en la época.

En otra ocasión memorable, asistimos con Olga Inés a una cena formal en la
residencia, y para variar, la señora de la casa estaba ausente, por lo que el
embajador le solicitó le auxiliara con las instrucciones a la cocinera, a la que había
que indicar que el plato fuerte – cochinillo relleno – se servía con perejil en las
orejas y con una manzana en la boca.

La verdad es que esta es una anécdota que le encanta comentar a Olga Inés, ya
que, llegado el momento, la cocinera ingresó al comedor sosteniendo el platón con
el cochinillo crujiente, portando en la boca (su boca) la manzana, y en las orejas
(sus orejas) el perejil, causando gran hilaridad entre todos los comensales
presentes.

Un año después de habernos unido en matrimonio civil, decidimos realizar una

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164!
sencilla ceremonia religiosa, en la Parroquia de la Encarnación, en Asunción, justo
el día 29 de noviembre de 1975, a la que nos acompañaron el embajador Amador
y su esposa, María Meza-Calix, y que fue llevada a cabo por el sacerdote Agustín
Rogarín A., quien nos hizo entrega de una Libreta Familiar, que aún conservo
como recuerdo de esa fecha memorable para nosotros.

Este evento pautó nuestra salida del país, aunque originalmente, habíamos
pensado en tomar solo vacaciones, concluimos que lo mejor sería retornar a
México, como vía más idónea para que Olga Inés se vinculara al país, y que, en
mi caso, dispusiera de mayores y mejores oportunidades de crecimiento
profesional.

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Capitulo 12
Nuestro viaje de regreso fue a partir de Asunción, con escala en Lima, Perú;
viajamos a bordo de un vuelo de las Líneas Aéreas Paraguayas, que por ese
entonces, como ya fue mencionado, disponía de una flota de aviones Elektra,
turbo hélice, pilotados, en circunstancias especiales, por el propio Alfredo
Stroessner hijo, delfín del dictador local.

A nuestra llegada a México, a finales del propio año de 1975, nos tocó vivir con la
familia las celebraciones propias de la temporada decembrina, como son la
navidad y el día 31 de diciembre. Nos alojamos en casa de doña Martha, en la
calle de Herschel 159-2, en la colonia Anzures, a donde se nos habilitó el cuarto
que fuera de la abuela, lo que nos ofrecía privacidad e intimidad.

No obstante esa generosidad, en breve nos trasladamos a un lugar más


independiente, en las Junior Ejecutive Suites, ubicadas en la calle de Río Rhin, en
la colonia Cuauhtémoc, en donde dispusimos de un lindo apartamento amueblado,
desde donde comencé mis actividades en la Secretaría, ubicándome, en una
primera instancia, en la Dirección General del Servicio Diplomático, a donde se me
asignó como jefe del Departamento de Personal.

A partir de ese cambio, nos tocó vivir una nueva experiencia como pareja, ya que
habíamos decidido intentar tener familia, eso como uno de nuestros principales
propósitos personales, además de los planes laborales que, en mi caso, intentaba
poner en práctica, aprovechando para ello los contactos que había realizado en la
época previa a mi salida al exterior.

Para ese entonces, en México se vivía ya un clima de cambio político, ya que el


sexenio de Luis Echeverría Álvarez comenzaba su declive, una vez que fue dado
a conocer el nombre del candidato presidencial del PRI a las elecciones de julio de
1976.

Mientras esto sucedía a nivel nacional, en la Secretaría había sido nombrado


como su titular el embajador Alfonso García Robles, a quien conocí desde mi
ingreso en 1968, y durante los trabajos correspondientes a la creación del
Organismo para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina
(OPANAL) que, en todo caso, sería como consecuencia de la vigencia del Tratado
de Tlatelolco, cuyo arquitecto fue, justamente, el propio nuevo Secretario de
Relaciones Exteriores.

Además de la cabeza de la Cancillería, pocos movimientos se hicieron en los


mandos importantes, ya que los Subsecretarios Rubén González Sosa y José S.
Gallástegui, así como la Oficial Mayor, María Emilia Téllez Benoit, disponían de un

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vínculo directo con el propio presidente, con quien habían estudiado derecho en la
UNAM, lo que garantizó su permanencia en esos cargos.

La elección de José López Portillo a la primera magistratura del país no causó


ninguna sorpresa a nivel de la opinión pública nacional, sin embargo, el modelo
mexicano comenzó a desgastarse, y a mostrar todos sus defectos, cuando el
principal partido de oposición, el Acción Nacional PAN, decidió no presentar
candidato a la presidencia, por lo que el PRI, en alianza con el Partido Popular
Socialista (PPS) y el Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) apoyaron la
candidatura única en favor de quien resultó electo.

Por lo que respecta a las ofertas que había recibido antes de mi viaje de retorno a
México, se destaca la de Antonio Villalba, designado como primer Director General
de Cooperación Técnica Internacional, instancia de reciente creación, y abocada a
promover las acciones que en la materia eran entregadas al gobierno de México,
ya sea por la vía bilateral, o multilateral.

Sin embargo, al momento de nuestra llegada al país, no estaba listo el trámite


respectivo que me hiciera posible vincularme de inmediato, por lo que, como ya
fue señalado, fui nombrado en la Dirección General del Servicio Diplomático, al
frente de la cual estaba un buen amigo, el embajador Joaquín Mercado, y sus dos
subdirectores, a su vez, eran buenos amigos también: Ignacio Villaseñor Arano, y
Daniel de la Pedraja y Muñoz.

Con ellos trabajé muy a gusto mientras duró el breve encargo, en el intermedio, el
subsecretario Gallástegui, buscó apoyarme, otorgándome una comisión – que en
todo caso, se constituyó como la primera en el servicio exterior - para asistir en la
ciudad de Lima a la reunión internacional sobre Cooperación y Desarrollo,
convocada por las Naciones Unidas.

El viaje fue de seis días, y la delegación fue presidida por el embajador Víctor
Manuel Barceló, asistieron, como delegados, el propio Antonio Villalba, Enrique
Fernández del Campo, representante del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología CONACYT, Emilio Brodziak, de la Presidencia de la República, y yo,
como secretario de la delegación.

Mientras atendía dicha comisión, Olga Inés había permanecido en la suite,


intentando adaptarse lo mejor posible a nuestro país, para lo cual, además de su
magnífica voluntad, disponía del vehículo Volkswagen que le habíamos comprado
a Jorge Soto Cortizo y a Josefina su esposa.

Antes de que se adentrara en el tráfico citadino, Olga Inés tomó un curso,


superado con éxito y obtuvo su licencia de conducir, lo que hizo posible que, a

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167!
partir de ese momento, siempre tuviera a su disposición un vehículo personal.

Al mismo tiempo, intentaba ubicar un departamento lo suficientemente cómodo


como para que nos adaptáramos a el de la mejor forma posible, y fue así que
encontró uno en la calle de Medellín, cerca del Viaducto Miguel Alemán, en un
edificio prácticamente nuevo, al que nos mudamos de inmediato, es decir,
mientras yo regresaba de la comisión en el Perú, Olga Inés metió al Volkswagen
nuestros efectos personales – que tampoco eran muchos - y concretó el cambio
en el menor tiempo posible.

Un detalle ocurrido durante el cambio y que nos hizo estremecer, tiene que ver
con la llegada al inmueble, y con la buena disposición del portero del edificio,
quien sin avisar nada, abrió la válvula de gas doméstico, a los fines de facilitar la
circulación de agua caliente y combustible para la cocina. La situación pudo haber
tenido consecuencias fatales, ya que en Colombia, tanto el agua caliente, como la
estufa en la cocina, funcionaban a base de electricidad, por lo que mi querida
esposa desconocía en ese justo momento que los efectos del gas doméstico
pueden llevar a la muerte.

A mi regreso del viaje, y ya con el departamento en uso, Olga Inés me confió que,
de no haber sido por la oportuna intervención del propio portero, podría haber
fallecido, toda vez que al no notar ningún tipo de olor especial al ingresar a la
cocina, cayó al suelo y perdió el sentido, la oportuna asistencia del propio portero,
así como el hecho afortunado de haber dejado abierta la puerta, fueron claves
para que no enviudara a tan temprana edad.

Una vez que me encontraba en casa, y con el ideal de tener una familia en mente,
Olga Inés quedó finalmente embarazada de nuestra primera hija, a la que
esperamos con verdadera ilusión, confiando a su buena salud, y a una vigilancia
especializada por parte del doctor Jorge Madrigal, ginecólogo del Hospital
Español, con quien desarrollamos una magnífica relación personal, y quien nos
acompañó durante todo el proceso

Unos tres meses después de que tomamos el departamento de la calle Medellín,


Patricia, mi hermana, me comentó que en su edificio, de la calle de Kepler 116,
había otro vacío y disponible, por lo que de inmediato contactamos con el
propietario, el señor José Azpiazu, quien nos lo rentó en los mejores términos
posibles.

Nuestra nueva residencia estaba mejor ubicada que la anterior, aunque el edificio
era viejo, pero confortable, nos propusimos decorarlo de la forma más adecuada a
nuestros gustos compartidos, y por supuesto a nuestros recursos económicos.

!
168!
Visitamos infinidad de tiendas de muebles y accesorios, finalmente optamos por
un estilo modernista con alfombra naranja en el área social, ya que las dos
recámaras tenían piso de madera, mueble juguetero en vidrio, comedor con base
cromada y cubierta de vidrio, con sillas a juego en cromo con asiento de bejuco,
los muebles de la sala en color negro con aplicaciones cromadas, adquirimos dos
lámparas de mesa que se prendían con sonido, y adornamos todo el
departamento con plantas - ya que Olga Inés siempre afirmó que las plantas son
las porcelanas de los pobres - que compramos en Xochimilco, lugar al que nos
encantaba ir, tanto en visitas turísticas, como en viajes para adquirir nuestros
ornamentos naturales.

Con los muebles comprados, comenzamos, finalmente, a sentirnos en nuestra


propia casa y a actuar con la mayor libertad en todas nuestras responsabilidades
habituales.

Debo destacar sobre este particular que Olga Inés desarrolló siempre un fino
sentido de empatía hacia la familia, motivada para ello en su carácter amable y de
colaboración. Con la abuela se inició una magnífica relación y afecto recíproco,
sucediendo algo parecido con doña Martha, a la que, pese a las diferencias que
desde un principio se dieron, guarda especial respeto y admiración.

Con los hermanos, en primer lugar, con Patricia, Pablo y con los hijos Ana Edna y
Pablo Francisco, no sólo por el hecho de vivir pared de por medio, sino porque en
realidad se cultivó una amistad y gran cariño; era frecuente que se reunieran a
conversar, salieran de compras, compartieran gustos por cosas afines, y un amplio
etcétera.

Por lo que respecta a Sylvia, y una vez que se casara con Javier Castro Cabrera
el 3 de septiembre de 1977, y tuviera a sus tres hijos: Mauricio, Martha Sylvia y
Carlos, siempre hubo afecto especial, y compartieron eventos de rica tradición
familiar, tal cual nuestra madre calificó siempre las conmemoraciones que
unificaban a nuestro entorno más cercano.

Con Carlos mi hermano y con Carla, su esposa, y con las niñas Karla Angélica y
María Fernanda, siempre que nos fue posible, estuvimos cerca. Olga Inés se
caracterizó, en esa época, por su buena disposición para adaptarse a todo lo que
viniera, gracias a su estado de ánimo positivo, que poco a poco, me fue
contagiando.

En lo tocante al desarrollo profesional, en la primera oportunidad que tuvo el buen


amigo Antonio Villalba para concretar la invitación a colaborar en la Dirección
General de Cooperación Técnica Internacional, me llamó, y me nombró Jefe del
Departamento de Difusión e Intercambio Científico y Tecnológico, cargo que me

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169!
permitió adentrarme en todo lo relativo a la cooperación bilateral y multilateral que
recibía, por aquel entonces, el gobierno de México.

El trabajo era a tiempo completo, es decir, desde la mañana hasta bien entrada la
noche; y no obstante la distancia entre mi residencia particular y la Cancillería en
Tlatelolco, diariamente iba a comer a la casa, con el fin de estar en compañía de
mi querida esposa.

Con el pasar de los meses, poco a poco nos íbamos aclimatando mejor,
propiciando acercamientos con un círculo de amigos de la propia Secretaría, así
como de las antioqueñas residentes en México, entre quienes conocimos, en una
primera instancia a Luz Mercedes Cano, de Medellín, casada con Aquilino
Fernández, y a Nelly Gardiezábal, de Ibagué, casada también con Nicolás Rubio,
mexicano. Un caso especial fue el de Josefina y Jorge Soto, a quienes
conocíamos de antemano, y quienes residían también en el edificio de Kepler 116,
es decir, eran nuestros vecinos.

Con Antonio Villalba en la Dirección General de Cooperación Técnica


Internacional, trabajaban, como subdirector general, Edgardo Briones, y como
jefes de departamento, Alfonso Duarte, bilateral, e Ivonne Loyola, multilateral,
además de Martha Villanueva, quien ejercía aspectos administrativos.

El círculo cercano a Antonio lo integraba su secretaria particular, Rosalba, quien


había sido traída desde Tepetitlán, Hidalgo, lugar en el que poseía una residencia
campestre, la que visitamos con Olga Inés, en varias oportunidades, también, el
oficial de transportes (chofer) Francisco Careaga, quien más tarde sería jefe de la
oficina de transportes de la Secretaría.

Además de los amigos de la colectividad colombiana que íbamos tratando, los


compañeros de la Secretaría con los que hubo siempre empatía por ese entonces,
fueron: Pedro González Rubio, y su esposa Lucinda; Rafael Steger Cataño, y
Mercedes Ruiz, Federico Urruchúa Durand, y Graciela; Manuel Martínez del
Sobral, y Linda; Gonzalo Aguirre Enrile, y Marcela, Víctor Solano, y Guadalupe,
Vicente Montemayor, soltero por ese entonces, entre otros.

Estábamos abiertos y muy dispuestos para hacer nuevos amigos, con lo cual se
iba perfilando con mayor firmeza nuestra adaptación al nuevo país, al que ya
contemplábamos desde una visión como pareja.

Con las elecciones del mes de julio comenzaron a producirse más cambios dentro
de la Secretaría, por mi parte, y tal cual se ha mencionado, me encontraba en la
Dirección General de Cooperación Técnica, desempeñándome como jefe del
departamento de difusión e intercambio científico y tecnológico, uno de los de

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170!
mayor movimiento, y quizá, también, de los de mayor proyección hacia el mundo
académico, como consecuencia de que desde dicha trinchera burocrática se
concretaba la selección de personas que viajaban al exterior para disfrutar de
alguno de los programas de post grado que se ofrecían a México, como resultado
de programas bilaterales, y en muchos casos, multilaterales.

En los comités de selección participaban, además de representantes de la


Secretaría y los de la entidad bilateral o multilateral del caso, la mayoría de las
instituciones de educación superior del país, entre otras, la UNAM, el Instituto
Politécnico, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación
Superior de todo el país, ANUIES.

En ese escenario se produjo un evento, cuya memoria aún perdura: la devaluación


monetaria, que se produjo como consecuencia de las malas decisiones de
carácter económico asumidas durante el sexenio echeverrista, especialmente, en
acciones populistas destinadas a extender la influencia del presidente más allá del
término legal de su mandato.

Aun recuerdo a muchos de los altos funcionarios en la Secretaría expresar


negativas opiniones en contra del Presidente, sobre todo por los actos de
corrupción que le fueron atribuidos, tanto a él mismo, como a sus más cercanos
familiares, amigos y colaboradores.

Por lo tanto, el sexenio tuvo un mal cierre, circunstancia que incidió positivamente
a que el sucesor, es decir, José López Portillo reflexionara en torno a la necesidad
de modernizar el sistema político mexicano para transformarlo de un régimen de
partido dominante, a otro de mayor pluralismo político, proceso que fuera
encomendado en su momento a Jesús Reyes Heroles, verdadero ideólogo de la
Revolución Mexicana, y autor de la reforma que hizo posible disponer de un país
más democrático.

Mientras todos estos sucesos se desarrollaban, nosotros tuvimos el gusto de


recibir, por vez primera, la visita de familiares de Colombia, llegaron Carlos
Alberto, hermano mayor de Olga Inés, su esposa Norita, y una hermana de doña
Fabiola, la monja Elena, permaneciendo en el país por espacio de unos quince
días.

Tuvimos la oportunidad de que conocieran a toda la familia, así como de recibir


algunos presentes significativos - enviados por familiares de Colombia -
especialmente si para ello se considera el estado de gravidez en que se
encontraba Olga Inés, quien esperaba a nuestra primogénita para mediados del
mes de enero siguiente.

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171!
Todos nuestros invitados se alojaron en el departamento de la calle de Kepler, el
cual no obstante de disponer de solo dos habitaciones, fue suficiente para
contribuir a un mayor acercamiento familiar, y a que todos disfrutáramos de la
recíproca compañía.

Una anécdota de esa visita fue protagonizada por la hermana Elena, quien
además de ser muy inquieta y curiosa, nunca se despojó de sus hábitos religiosos,
no obstante que por esa época en México estaba prohibido utilizar en público
vestuario de carácter religioso.

El hecho que se comenta tiene que ver con el interés de la propia hermana por
conocer la estación Insurgentes de El Metro capitalino, ubicada en la avenida del
mismo nombre, en el cruce con Chapultepec y Oaxaca, de intenso tráfico, y sin
espacios para estacionar vehículos. Se le ocurrió a la hermana Elena descender
del vehículo en el que viajaba acompañada por Olga Inés, Carlos Alberto y Norita.

Al ingresar por una de las puertas de acceso, se vio en la obligación de seguir de


frente hasta la zona de los andenes del propio servicio público, viéndose con ello
en la imposibilidad de retornar al punto de partida, por lo que, quienes la
esperaban, debieron seguir por su ruta hasta el departamento en la calle de
Kepler.

Un par de horas después del desaguisado, fue llevada a la estación de televisión


de la empresa Televisa, desde donde se realizó un llamado a los familiares de sor
Elena, la que había sido encontrada en la estación de El Metro, y por quienes se
solicitaba la presencia para recoger a la extraviada, al mismo tiempo, una llamada
a la Secretaría me alertó sobre la presencia en la estación de televisión de la
susodicha monjita, respondiendo que le pidieran un taxi para que la trasladaran a
nuestro domicilio, lugar al que finalmente llegó, finalizando con ello su aventura
urbana en la ciudad de México.

La verdad sea dicha, la visita fue muy grata, aunque algo pesada, sobretodo para
Olga Inés, quien se encontraba ya en avanzado estado de gravidez, tal cual ha
sido ya mencionado.

Por lo que respecta a las responsabilidades oficiales, previo a la ceremonia de


traspaso del Poder Ejecutivo que se llevaría a cabo el día 1 de diciembre de 1976,
el embajador Joaquín Bernal, quien estaba al frente de la Dirección General de
Ceremonial, me solicitó en comisión para apoyar todos los aspectos protocolarios
en que se verían involucradas las misiones especiales que viajaron a nuestro país
a la toma de posesión de José López Portillo, como Presidente de la República.

La comisión fue muy positiva, ya que me brindó la oportunidad de estar muy cerca

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172!
del máximo acontecer político nacional, así como de sus principales protagonistas,
entre los que se destaca al nuevo Secretario de Relaciones Exteriores, Santiago
Roel, designado al cargo la víspera de la ceremonia de toma de posesión.

Además de los detalles relativos a las ceremonias que siempre se desarrollan en


paralelo, como fue el caso ya descrito de la toma de posesión de Luis Echeverría,
entre las que se destacan la recepción ofrecida por el Canciller Alfonso García
Robles la noche del día 30 de noviembre, tras la recepción en Palacio Nacional de
las Cartas Credenciales de los titulares de las Misiones Especiales, así como las
respectivas bienvenidas en el Aeropuerto Internacional, el acto más relevante fue
el saludo de los Jefes de dichas Misiones Especiales al Presidente de la
República, el día 2 de diciembre, en el salón principal del Palacio Nacional.

En dicho escenario, junto con varios colegas de la Cancillería, fuimos los primeros
que entramos en contacto con el nuevo Secretario, Santiago Roel, quien con
agrado nos saludo, advirtiendo que una vez que tomara posesión del cargo, haría
que el edificio de Tlatelolco retumbara en sus cimientos como consecuencia de los
cambios que se preveía realizaría.

La verdad, no nos intimidamos por la advertencia, es más, nos sentimos muy


fortalecidos, aunque, de momento no estábamos capacitados para poder
determinar el alcance de las palabras del nuevo Secretario.

Una de las debilidades de Santiago Roel, originario del Estado de Nuevo León, era
lo poco que sabía de diplomacia, por lo que impuso un estilo personal caprichoso
para su desempeño del cargo, prevaleciendo en sus decisiones más que la
capacidad de las personas a las que asignó los puestos de mayor responsabilidad,
el compromiso político, derivado de deudas o apoyos recibidos en el transcurso
del ejercicio de su profesión como abogado.

Al culminar el proceso de transición gubernamental, de inmediato me incorporé a


mi encargo en la Dirección General de Cooperación Técnica y Científica, lugar en
el que designado como titular el médico odontólogo Eustacio Salinas, en
sustitución de Antonio Villalba, quien en breve fue promovido como embajador de
México en Senegal.

Por lo que a mí respecta, y considerando la índole de mi trabajo, el nuevo Director


General me renovó la confianza, bajo la salvaguardia de su vigilancia personal a
mi desempeño, mismo que cumplí como siempre lo he hecho durante todas mis
comisiones en el Servicio Exterior.

Mientras se sucedían los diversos cambios y reestructuraciones de la Cancillería,


un gran evento puso en pausa mi actividad febril, llenándome de alegría y

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colmando de satisfacción a nuestro hogar: el nacimiento de la primogénita,
Catalina Inés, quien vio su primera luz de este pícaro mundo, el 21 de enero de
1977, en el Hospital Santa Mónica, en la colonia Polanco, a donde fue trasladada
Olga Inés la noche previa al extraordinario acontecimiento, que habría de
constituirse en el advenimiento a mi vida de la segunda estrella de mi universo
personal.

El nacimiento de nuestra bellísima hija fue precedido por la llegada a México de


doña Fabiola, quien en todo momento estuvo cerca y pendiente de Olga Inés, y
por supuesto de su nueva nieta, afecto compartido por toda la familia en nuestro
país, y que fuera de inmediato demostrado, tanto por doña Martha, mi querida
madre, la abuela, hermanos, cuñados, sobrinos, y todos nuestros afectos
personales que se encontraban en nuestro entorno para celebrar tan feliz
acontecimiento.

Al cabo de unos tres días, Olga Inés se recuperó al ciento por ciento del trabajo de
parto, y nos dispusimos a llevar a nuestra hermosa bebe a su primera casa, en el
departamento de la calle de Kepler 116. Para su traslado adquirí un bambineto en
color rosado en donde la depositamos, y junto con la madre, la abuela, y a bordo
del vehículo que yo tenía en ese momento, un Chevy Nova, nos trasladamos a
casa.

El entorno familiar al que llegó Catalina Inés, fue el más adecuado posible.
Habíamos adquirido una hermosa cuna en latón, a la que le procuramos adornos
muy bellos en combinación con el espacio de que disponíamos, así como el ajuar
de bebe que había sido confeccionado por Olga Inés, incluidos detalles
significativos tejidos a mano tanto por la abuela Martha, como por Fabiola.

La llegada de Catalina Inés, Caty, fue para nosotros de intensa emoción, la


verdad, cuando la tuvimos por primera vez en la casa, comenzamos a disfrutar de
ese gusto que no se puede expresar, pero sí compartir, de inmensa satisfacción
por aprender con el nuevo ser querido todos los secretos que la vida te va
revelando conforme se presentan escenarios tan especiales como el movimiento
de un pequeño ser que, de una u otra forma, es producto de una relación tierna y
armoniosa, como lo ha sido siempre con Olga Inés.

Su respiración pausada y silenciosa, los primeros movimientos, sus enormes ojos


tan claros como la luz del día, fueron contribuyendo a que ambos padres nos
comprometiéramos cada día más, en las tareas cotidianas y necesarias en
circunstancias como las que compartimos esos primeros días de inmensa
felicidad, en compañía de nuestra niña muy bien amada.

Contrario a lo que sucede con algunos padres, en mi caso, nunca sentí la

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sensación de miedo por cargarla, sentir su calorcito sobre mi pecho henchido de
emoción e ilusiones por ver como iba evolucionando a través de los días, cada
uno de los cuales descubríamos cosas diferentes que nos hacían entender con
mayor precisión el milagro de la vida.

Como señalé, ambos aprendimos muchas cosas nuevas gracias al nacimiento de


nuestro primer angelito, en quien depositamos todos nuestros más lindos y
cariñosos sentimientos, así como el compromiso ineludible por convertirla en la
persona que es hoy, y sobre la que sus padres tenemos un inmenso orgullo.

Llegaste para alegrarnos la vida, en un momento en que los dos éramos


inmensamente felices, tal cual sucede ahora, en que lo seguimos siendo, y en el
avenir, en el que sin duda mantendremos el mismo sentimiento.

Dentro del intenso laberinto por el que nos toco circular en ese magnífico
escenario familiar, nuestra querida doña Fabiola deseaba gastar los dólares que
había traído a México, por lo que, a menos de cinco días del nacimiento de Caty,
nos tocó empacar para nuestra primera salida a carretera, con destino al pueblo
de Chiconcuac, lugar en donde le apetecía comprar suéteres de gruesa lana,
similares a los que había visto en una telenovela en su natal Medellín.

La verdad es que no dejó de sorprendernos un poco dicha adquisición, ya que la


ciudad capital del departamento de Antioquia disfruta de una temperatura
promedio de 24 grados centígrados, por lo que las prensas referidas servirían para
poco, ya que eran demasiado calientes para usarse de diario.

No obstante que la estancia de doña Fabiola en México fue más corta de lo que
nosotros hubiéramos deseado, disfrutamos, como sucedió siempre, mucho de su
compañía, de su buen sentido del humor, de su don de gentes, de su afabilidad, y
su amabilidad.

Una anécdota simpática que quiero referir, tiene que ver con la ida a misa el
primer domingo después de su llegada. Estábamos en medio de la ceremonia, y
doña Fabiola de repente comenzó a reír, sin poder controlarse, por lo que fue
necesario que saliéramos de la Iglesia para averiguar la razón de esa incontrolable
risa. Según nos comentó, es que al escuchar al sacerdote como se expresaba,
recordó el tono de voz de las películas del inimitable Mario Moreno "Cantinflas".

Mientras esto sucedía, en mi desempeño profesional en la Secretaría, se iban


concretando los diversos cambios determinados por la nueva administración,
encabezada por Santiago Roel, quien designó como titular de nuestra Dirección
General a un médico odontólogo sin la más mínima experiencia, pero con el
sentido necesario para hacer valer en buena lid su posición.

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175!
En mi caso, no tuve ningún problema para relacionarme con el nuevo titular a
quien convencí, gracias a mi trabajo, que era una persona de confianza, no sólo
por ser miembro del servicio exterior, sino porque conocía a fondo lo que estaba
haciendo en el departamento de difusión e intercambio científico y tecnológico.

Fue así que, con motivo de la apertura de las Delegaciones Foráneas de la


Secretaría en las ciudades de Monterrey y Guadalajara, recibí sendas comisiones
para trasladarme a dichos lugares para explicar tanto a las delegados, como a las
autoridades estatales y municipales, así como a los representantes de
instituciones de educación superior, el detalle de los programas de becas de post
grado que estaba recibiendo el gobierno de México, a través de diversas fuentes
de financiamiento, tanto bilaterales, como multilaterales.

Mis visitas fueron exitosas, por lo que gané el reconocimiento del Director General,
y de algunos funcionarios de la jerarquía de la Secretaría, cuya importancia era
fundamental, como sería el caso del Secretario Particular del licenciado Roel, el
capitán Manuel Olguín de la Llave, con quien tuve oportunidad de concretar
diversos acercamientos positivos, o el señor Servando Leal, designado para
realizar labores específicas que le encomendaba el propio Secretario

Sin embargo, la fama que comenzó a adquirir el nuevo Canciller, no era la mejor,
ya que se le señalaba como incapaz, grosero, brusco, y otros adjetivos que no
merece la pena señalar, principalmente como consecuencia de que era oriundo de
la ciudad de Monterrey, y ahí la gente es muy especial.

A raíz de la llegada de tantos nuevos funcionarios provenientes de los principales


establos regiomontanos, se fue creando un ambiente hostil hacia el personal del
servicio exterior, circunstancia que redundó muy positivamente en nuestro favor -
para Olga Inés y para mí - ya que se fue consolidando un cordial acercamiento
entre los cónyuges del servicio exterior que estábamos en México, propiciado por
una señora muy hermosa, la esposa del Subsecretario Alfonso de Rosenzweig-
Díaz, Feodora Stancioff (de origen búlgaro) quien adoptó prácticamente a Olga
Inés.

Otra de sus grades amigas de ese época fue Gloria Bartlett, esposa del Manuel
Bartlett Díaz, designado en un cargo de importancia: Director en Jefe para
Asuntos Políticos.

Debo reconocer aquí, y en cualquier lugar en donde sea menester, que mi bella
esposa dispuso siempre, dentro de sus más destacadas cualidades, las de la
sencillez y la simpatía. Dispuesta en todo momento a ser útil, a dar un poco más
de lo que estaba a su alcance, y la de saber ubicarse en el sitio que siempre le
correspondió, por lo cual, a mí no me extrañó que muy pronto la esposa del

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176!
Secretario, la simpatiquísima Gloria Roel, se fijara en Olga Inés como una persona
de gran interés y finos modales, útil a su causa de promoción personal dentro de
la Cancillería

Gran parte de los avances que fui cosechando en esta época magnífica de la vida,
se los debo al apoyo solidario de Olga Inés, quien estuvo en todo momento a la
altura de las circunstancias. Con una mujer así, todo se me hizo más fácil.

En la Dirección General de Cooperación Técnica y Científica, el doctor Eustacio


Salinas intentó abrir espacios para sus seguidores, designando al efecto al
maestro en ciencias David Valdés Alejándres, como Subdirector General, en lugar
de Edgardo Briones, quien fue promovido a un cargo en el servicio exterior,
también hizo su arribo a esta área de trabajo Andrés Rozental Gutman, quien fue
designado Director General Adjunto.

Con Andrés Rozental siempre guardé una excelente relación personal, por lo que
su llegada a la Dirección General, fue más que bienvenida, no sólo por el clima de
trabajo que prevaleció entre los colegas ahí reunidos, sino por el hecho de que su
padrastro, el embajador Jorge Castañeda, llegaba con frecuencia a nuestras
oficinas para solicitar el apoyo secretarial en las muy modestas labores que le
habían sido asignadas, sobre todo considerando su gran experiencia diplomática,
especialmente en el área multilateral.

En el sexenio del Presidente Echeverría, Castañeda y Álvarez de la Rosa, se


había constituido en uno de los principales negociadores multilaterales en temas
de la mayor relevancia estratégica, como fueron los casos de la Carta de
Derechos y Deberes Económicos de los Estados, y el Tratado sobre el Derecho
del Mar.

Sin embargo, con las vueltas que da la vida, en el principio de la administración


lópezportillista, lo habían hecho de lado con comisiones insignificantes en foros,
principalmente de las Naciones Unidas en Ginebra, de lo que se deduce que,
siempre que podía nos visitaba en el piso 12 de la Cancillería en Tlatelolco, para
solicitar apoyo en el desahogo de diversas tareas.

A dicho fin, comisionamos para apoyarlo a la que fue mi secretaria durante el


tiempo que estuve en Cooperación Técnica Internacional, la señora Patricia
Gómez Laverne.

Por lo que respecta a nuestro acontecer familiar, con Olga Inés y con Caty
salíamos siempre que nos era posible fuera de la ciudad, para tomar aire fresco y
divertirnos un poco. Uno de los lugares que visitamos con mayor frecuencia, fue
Cuautla a donde íbamos generalmente a nadar, o visitábamos lugares diferentes,

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177!
como la falda de los volcanes Popocatépetl e Iztlacihuatl, en donde adquirimos un
terreno en el fraccionamiento campestre “Buenavista” en Huejotzingo, Puebla, en
donde planeamos construir una cabaña, proyecto que no fue concretado, hasta
esta fecha.

Además de las varias visitas que realizamos al Estado de Morelos, en su balneario


de Cuautla, también comenzamos a desplazarnos por diversos Estados de la
República, en un intento por hacer ver a Olga Inés las muchas cosas agradables
de nuestro país.

El Estado de Puebla, fue uno de los que nos acompañaron en diversos paseos,
así como el paseo a Michoacán, a donde viajamos por carretera, acompañados
por la abuela, apreciando el bello panorama de una provincia rica en color y
tradición.

Un lugar muy hermoso que visitamos, fue el Lago de Pátzcuaro, con sus
tradicionales pescadores, y toda esa belleza que lo rodeo, la isla de Janitzio a la
que llegamos por vía de bote turístico, la ciudad de Morelia con variadas y ricas
artesanías en laca policromada.

Al Estado de Guanajuato lo visitamos también acompañados de la abuela, a la


que llevamos a visitar la ciudad de León de los Aldama, y la pequeña población de
Cuesillo, en donde nos comentó que había nacido.

Guanajuato es uno de los Estados más bellos del país, se caracteriza por ser una
referencia clara del arte colonial mexicano, que se puede contemplar en casi todas
las ciudades, como la capital del mismo nombre, así como San Miguel de Allende,
Irapuato y Celaya.

Dentro de los entornos a la ciudad capital que nos gustaba visitar los fines de
semana, se destaca Tepotzotlán, legendario escenario de nuestro pasado colonial,
con la magnífica iglesia de arquitectura Churrigueresca, y su Museo del Virreinato,
ambas joyas de los siglos XVI y XVII. También nos trasladábamos con frecuencia
a Xochimilco, no sólo con el fin de comprar flores y plantas, sino para admirar el
paisaje lacustre de fama mundial.

A los pocos meses de nacida de nuestra bella Caty, Olga Inés viajó a Medellín,
con el fin de que todos en casa conocieran a nuestro bello retoño. El viaje fue
como todos, acá en México nos quedamos ilusionados y enamorados esperando
el feliz retorno, cuya llegada se produjo unas semanas después.

Como siempre, la visita estuvo impregnada de infinidad de anécdotas, así como la


promesa de que don José, mi suegro, viajara a México, en breve, para conocer
este bello país en donde ahora nos encontrábamos residiendo.

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En el Estado de Guerreo, además del balneario y puerto de Acapulco, visitamos la
ciudad de Taxco, así como las Grutas de Cacahuamilpa, cuya extraña belleza nos
cautivó a los tres, quedando invitados a un retorno que se produjo un par de años
después acompañados de la hermana menor de Olga Inés, Luz Beatriz, quien
viajó a México con su hija Juanita.

La estancia en México se prolongó por aproximadamente seis años, de los cuales,


los primeros dos, me correspondió desempeñarme, por una parte, en la Dirección
General del Servicio Diplomático, y por otra, en la de Cooperación Técnica
Internacional.

El resto, es decir, a partir de finales de finales de 1977 y hasta 1982 en la


Dirección General del Ceremonial, la que más tarde cambió su nombre por
Dirección General de Protocolo.

Desde esta última trinchera, y aprovechando la experiencia adquirida con respecto


al tratamiento con la cúpula roelista que imponía su voluntad en la Cancillería,
recibí un impulso inesperado, al atender la invitación que me fuera formulada por
el embajador Carlos Gutiérrez Macías, Director General del Ceremonial, para
unirme a su equipo de trabajo, en principio, en calidad de Subdirector, aunque en
la práctica, la plaza no existía, al menos, en una primera instancia.

No fue necesario pensarlo mucho, ya que intuí desde el principio que en esta
nueva adscripción – como ya fue mencionado – tendría más y mejores
oportunidades de que se viera mi trabajo, y que el mismo fuera apreciado en
términos similares a los que prevalecieron hasta mi primera salida al exterior, en
agosto de 1972.

De las primeras comisiones que me fueran asignadas, se destacan la visita oficial


del Titular del Consejo Presidencial de la entonces República Socialista Federativa
de Hungría, Pal Lozonczi, el mes de noviembre del propio año de 1977, en la que
desarrollé diversas labores de acompañamiento que me hicieran acreedor a recibir
la condecoración de la Orden al Mérito, en grado de Encomienda, del propio
Gobierno Húngaro.

Fui acreedor también de otra condecoración: la Orden de la Bandera Yugoslava


con Estrella de Plata, misma que me fuera asignada por el cargo que
desempeñaba, en ocasión de la última visita oficial que realizara a México el
Presidente de la República Socialista Federativa de Yugoslavia, el Mariscal Josip
Broz Tito. Me fue impuesta dicha presea por el embajador en México, el señor
Ignac Golob, de quien guardo muy gratos recuerdos personales.

Además, me tocó desempeñarme como Subdirector Técnico del Protocolo,

!
179!
durante la visita a México del Presidente del Brasil, Ernesto Geisel, quien estuvo
en nuestro país entre el 14 y el 18 de enero de 1978.

Como consecuencia de dicha visita, tuve la oportunidad de conocer a diversos


colegas de la Cancillería brasileña Itamaraty, con quienes desarrollamos nuestras
respectivas comisiones específicas en el ámbito protocolario. La ocasión fue
propicia para que dichos colegas me invitaran a conocer al avión presidencial, un
Boeing 737 de la Fuerza Aérea Brasileña.

Al concluir la visita oficial recibí del gobierno del Brasil la condecoración de la


Orden de la Cruz del Sur, por los méritos en torno al acercamiento de la relación
entre ambos países.

Para el mes de julio, fui comisionado para atender en visita privada al Puerto de
Acapulco del Presidente electo de Guatemala, el general Fernando Romeo Lucas
García, como el viaje era dentro del país, y con gastos pagados, decidí que me
acompañaran tanto Olga Inés, como Caty, con quienes nos desplazamos vía
terrestre en un vehículo oficial de la Secretaría, y nos alojamos en el Hotel
Princess, el más lujoso de todo el puerto, y al que había llegado nuestro ilustre
huésped, quien por cierto, no demandó ninguna atención especial, pero estaba
consiente de nuestra presencia por si algo llegara a ocurrir.

Otras comisiones especiales recibidas durante ese año, fue el viaje presidencial a
China y a Japón, en octubre de 1978, ocasión que aproveché para concretar una
estadía de tres semanas en la zona, como consecuencia de que, el Beijing el
entonces embajador, Omar Martínez Legorreta, deseaba que me comisionaran en
dicha plaza, por lo que el entonces subsecretario José Juan de Olloqui, acordó
que me fuera unos días antes de la gira de nuestro primer mandatario para ir
preparando los trabajos correspondientes a la mencionada visita.

Por lo que a mí respecta, la experiencia fue extraordinaria, no sólo por el viaje


propiamente dicho, sino por el hecho de estar en ese preciso momento histórico,
por un lado, en el Gigante Asiático más misterioso, en donde el mundo era
percibido de forma muy distinta a como lo percibíamos en Occidente, y por otro,
en la tercera potencia mundial, aún gobernada por el tristemente célebre
Emperador Hirohito.

Mi aventura se realizó, como era lógico en distancias tan largas, tras un ajetreado
periplo con escalas en Los Ángeles, Honolulú, y Tokio, en donde estuve un par de
días, y tuve oportunidad de ver – tras mucho tiempo de no hacerlo – al colega
Antonio Villegas Villalobos, compañero de generación del servicio exterior, y al
embajador de México, Javier Olea, a quien hice entrega de una valija diplomática
en donde le fueron remitidos los ejemplares de la papelería oficial del Presidente

!
180!
de la República, para su utilización durante la visita.

Una vez que entregué la encomienda a nuestra embajada en el Japón, y tras dos
días en Tokio, en el Hotel New Otani, oportunidad que aproveché para conocer la
ciudad más impresionante del país, partí con rumbo a la capital de China, la
ciudad de Beijing, a cuyo aeropuerto internacional llegué en un vuelo de la línea
nacional: CAAC.

La expectativa por la llegada del Presidente a China era muy grande, al menos
para el personal de la embajada, con quienes de inmediato me puse a trabajar en
los aspectos relativos a los diversos eventos incluidos en el programa oficial que,
además de la ciudad capital, determinaban visitas a Suchow y Shanghái.

Además del embajador Martínez Legorreta, estaban adscritos a nuestra misión


diplomática, Antonio Dueñas Pulido, Flora Bottom, y otros colegas, entre los que
figuraban los representantes de nuestras Fuerzas Armadas, acreditados como
agregados militar y aéreo; y naval, respectivamente.

De forma previa al programa presidencial, tuve la oportunidad de realizar diversas


visitas de lugares en el entorno de la ciudad de Beijing, como serían los casos de
la Gran Muralla, el Templo el Cielo, La ciudad Prohibida con su extensa área de
palacios y Museos, el Mausoleo de Mao, la Plaza Tienanmen, y muchos lugares
vinculados al creciente turismo que ya despuntaba como fuente de riqueza para el
país.

La visita propiamente dicha se llevó a cabo sin mayores sobresaltos, salvo por las
situaciones muy especiales protagonizados por la primera dama del país, cuyas
excentricidades la llevaron – desde mi punto de vista - a un paroxismo sin igual en
la vida política de nuestro país.

El Presidente de México llegó a China como un verdadero Emperador, con sus


dos aviones Boeing 727, de la Fuerza Aérea Mexicana (TP 01 y TP 02)
acompañado de una amplísima comitiva, en la que se incluía, además de su
familia, es decir, el entrono más íntimo, esposa, hijos, novios de sus hijos, amigos
de sus hijos y demás invitados indeseables, de funcionarios del gobierno,
representantes de los otros dos poderes de la Unión (Legislativo y Judicial),
empresarios, dirigentes sindicales, periodistas, ayudantes, camarógrafos,
fotógrafos, y un amplio etcétera, hasta totalizar, más o menos unos ciento
cincuenta viajeros.

Dentro de los funcionarios de la Cancillería, además de su titular, recuerdo bien al


embajador Manuel Bartlett Díaz, en ese entonces Director en Jefe para Asuntos
Políticos Bilaterales.

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181!
El programa de tres días contemplaba, además de las conversaciones con Hua
Kuo Feng, máximo líder de esa Nación en la coyuntura de la visita, con dirigentes
de la cúpula partidista y otras personalidades.

La comitiva mexicana fue recibida y atendida con toda meticulosidad por su


contraparte china. Los eventos sociales incluyeron las más finas viandas de la
cocina nacional, así como los vinos más exquisitos de las bodegas del Partido
Comunista.

Mi función principal, desempeñada siempre con mi colega Jaime Soriano Bello,


era el puntual seguimiento del programa oficial, para lo cual, durante las noches
de cada jornada, nos reuníamos en un salón del Hotel Beijing con los funcionarios
de la Cancillería, con quienes compartíamos con el mayor detalle, cada
movimiento de nuestro primer mandatario.

A la salida de la capital, es decir, una vez que concluyó la visita oficial, viajamos a
la provincia de Suchow, y de ahí continuamos hasta Shanghái, ésta última, ciudad
emblemática y de avanzada a lo que China es hoy en día.

Para esta visita, la Secretaría asignó como auxiliar, a una compañera del servicio
exterior adscrita a nuestra Embajada en Camberra, de nombre Cristina Argudín,
con quien tuve la oportunidad de visitar casi todas las tiendas para extranjeros que
había en la capital del país, en donde adquiría infinidad de regalos para Olga Inés,
Caty, y para toda la familia.

Del punto de salida de China Continental hacia el siguiente destino en la ciudad de


Tokio, viajé, junto con Jaime Soriano Bello, en el avión presidencial TP 02, en el
cual se transportaba a los representantes de los medios masivos de comunicación
que cubrían el evento.

En Japón, el Presidente y su familia fueron recibidos y atendidos regiamente.


Para comenzar, se alojaron en el Palacio de Akasaka, en la ciudad de Tokio, el
resto de la delegación en dos lugares diferentes: el Hotel Imperial y el New Otani,
en donde quedamos Jaime Soriano y yo.

Durante el curso de programa, el Emperador Hirohito acudió en persona a visitar


al Presidente de México en el propio Palacio de Akasaka. Recuerdo con especial
emoción la llegada del histórico dirigente, de menudo cuerpo y de personalidad
casi imperceptible al pie de las escaleras monumentales de la regia residencia
oficial.

Muy lentamente fue subiendo, peldaño a peldaño, hasta llegar a su destino en la


planta principal. En ese momento, un comedido chambelán de palacio me señaló
que no estaba permitido ver al Emperador y que debía bajar la cabeza, por

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182!
supuesto que fingí demencia como medida para disponer de una momentánea
visión del emblemático personaje, al que tomé una instantánea con la cámara que
previamente había adquirido, justamente en Tokio.

La visita oficial al Japón fue para mí una experiencia inolvidable, no sólo por lo que
respecta al viaje a Oriente, sino por haber llegado a un país en donde la cultura
cívica es un digno ejemplo a seguir, y muy difícil de superar.

Por lo demás, me faltaría tiempo para comentar las anécdotas que merecieron la
pena recordar como consecuencia de la visita a un país absolutamente diferente al
nuestro. Mi viaje de regreso a México fue en avión de línea comercial: Japan
Airlines (JAL) vuelo directo Tokio- Vancouver -México D.F.

De vuelta en casa, en mis valijas se habían conservado unos veinte cortes de


brocado de seda china, así como infinidad de bellos recuerdos, cuyos
destinatarios, en la mayoría de los casos fueron familia, salvo por lo que respecta
a dos leones en jade verde que traje para el Subsecretario José Juan de Olloqui,
quien en todo caso fue quien patrocinó esta comisión tan importante.

Entre el 17 y el 22 de noviembre del mismo año, se llevó a cabo una de las visitas
más esperadas, la del Rey de España, Juan Carlos I, acompañado por la Reina,
Sofía, y una nutrida comitiva de personalidades, todas inquietas y deseosas de
contribuir positivamente a esta, la primera visita a México del Monarca ibérico,
país con el que estuvimos sin vínculos formales mientras duró la dictadura de
Francisco Franco.

El embajador de España, don Luis Coronel de Palma, Marqués de Tejada, realizó


una magnífica labor previa a la esperada visita, por lo que, Don Juan Carlos y sus
acompañantes fueron recibidos en nuestro país con una gran expectativa de parte
de la mayoría de los círculos sociales, políticos y económicos de nuestra Nación,
en donde a pesar de no disponer de una Corte, en el sentido europeo, si
contábamos con familias de recio abolengo y con muchas ganas de figurar.

Dentro de esas familias tan pertinentes, recuerdo muy especialmente a los


Corcuera, ya que la señora Viviana, esposa de don Pedro (Perico) –que era el
sobrenombre que se le daba a su marido -, incursionó en las profundidades de la
Cancillería, seduciendo con su sonrisa – lo que no era difícil – al licenciado Roel,
nuestro Secretario, consiguiendo que se le adscribiera, de forma temporal, como
integrante de la Dirección General del Ceremonial, de la cual era titular un querido
amigo, el embajador Ricardo Galán Méndez.

La verdad sea dicha, la señora Corcuera poco tuvo que ver con los detalles de la
visita. Su interés era, exclusivamente, figurar en los eventos sociales; quizá

!
183!
obtener una foto con El Rey, o con La Reina, y si fuera posible, con ambos, mejor.

Por nuestra parte, realizamos de forma muy profesional todos los detalles de la
esperada visita oficial, nos organizamos en grupos que atendieron, en primer
lugar, su estancia en la ciudad capital, y posteriormente, sus visitas a diversos
Estados de la República.

A mí me tocó el programa realizado en uno de los Estados más bellos:


Guanajuato, gobernado en esos años por Luis H. Ducoing, del Partido
Revolucionario Institucional PRI.

El balance de la visita, fue muy positivo, tuve el privilegio de recibir, en nombre del
Rey, la Encomienda de la Orden del Mérito Civil, que me fuera impuesta por el
propio Luis Coronel de Palma, Embajador en México.

Para concluir este año de viajes y actividades profesionales y familiares tan


diversas, proyectamos una visita a Colombia, misma que hizo posible que
pasáramos en Medellín las fiestas decembrinas en compañía de toda la familia de
Olga Inés.

Durante este viaje, tuvimos la oportunidad de conocer algunas de las fincas de las
que era poseedor don José, así como algunos de los familiares y allegados de esa
casa antioqueña. Recuerdo bien que, en ocasión de nuestro traslado con destino
a México, en vuelo vía Bogotá, el día 1º del año de 1979, nos quedamos
atascados en la ciudad con motivo de que la línea Avianca no tenía vuelos ese
día.

El siguiente año, las comisiones fueron muchas y diversas, una de las más
importantes, fue acompañar al Secretario Santiago Roel en su viaje al Brasil, para
asistir a la ceremonia de transmisión del Poder Ejecutivo a favor de Joan
Figueiredo, quien fue juramentado como Presidente de la República para el
período 1979-1984.

La relevancia de esta visita tiene que ver, más con la cercanía al Canciller, que
con el motivo del viaje, ya que, como consecuencia de los muchos invitados
extranjeros de alto rango que acudieron a Brasilia, mi rol fue más bien pequeño,
casi testimonial, en lo referente a los eventos en que participé.

Sin embargo, y considerando que mi viaje fue con cinco días de anticipación, tuve
oportunidad de hacer sendas escalas técnicas en Río de Janeiro, y posteriormente
ya en la capital, alojarme en el complejo residencial en donde se albergaba
nuestra Embajada.

En dicho complejo, construido ex profeso para servir de sede a nuestra

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184!
representación por los arquitectos Zabludovski y Teodoro González de León, se
encontraban, como señalé, la sede de la Cancillería, la residencia del embajador y
las residencias particulares del personal del servicio exterior.

En una de esas casas, la del Agregado Cultural, Constantino Morales, me aloje


durante los días que permanecí en Brasilia. Ahí conocí, además de los colegas de
la representación diplomática, al artista mexicano Xavier González, quien me
vendió una obra de su creación, que aún conservo con mucho cariño.

El titular de la embajada era don Juan Gallardo, un viejo lobo de mar, con gran
experiencia, y un magnífico don de gentes. Lo apoyaban, entre otros, José
Borjón, José Luis Suárez y Coello, Rafael Mijares Ferreiro, el propio Constantino
Morales, y otros diplomáticos más a quienes guardo especial afecto por el apoyo
brindado para facilitar mis labores como representante del protocolo mexicano.

El Presidente de Francia, Valery Giscard d Estaing, realizó una Visita de Estado el


mes de febrero, acompañado de un número importante de funcionarios y
empresarios franceses, todos deseosos de obtener de parte del gobierno de
México un tratamiento favorable en las ventas de petróleo que nuestra Nación
comenzaba a capitalizar como una “abundante riqueza”

Fue esta visita muy oportuna, ya que el embajador de Francia, por aquel entonces,
el señor Jean René Bernard, me honró con su aprecio personal, solicitándome
incluso que le apoyara en funciones inherentes a su responsabilidad como
anfitrión en el banquete que fuera ofrecido en la residencia oficial en honor del
Presidente de México.

Al concluir la visita, recibí la condecoración de la Orden de la Legión de Honor, en


grado de Oficial.

Participé también en la visita que realizara el mismo año a México el Presidente de


los Estados Unidos de América, Jimmy Carter, y con dicho motivo, las labores del
Protocolo fueron muy cercanas a los dignatarios estadounidenses que
acompañaron al Jefe de Estado en su visita.

Por vez primera, subí a bordo de uno de los cuatro helicópteros franceses Puma
que recién había adquirido nuestro gobierno, para integrarlos a la Fuerza Aérea
Mexicana, adscritos a la presidencia de la república. La ocasión fue con motivo de
la avanzada, encabezada por el teniente coronel Álvaro Vallarta Ceceña, para
concretar el programa de la estancia del ilustre visitante, en el trayecto de la
ciudad de México, a la de Pastejé, en Tlaxcala, sede del centro empresarial del
que era propietario el señor Alejo Peralta.

Me correspondió a su vez, organizar una visita por diversas zonas arqueológicas

!
185!
de interés, tanto en el Estado de Oaxaca, como en Chiapas, del Secretario de
Comercio Exterior del Gobierno de Francia, al que transportamos en el avión
presidencial en uso por esa época, un Boeing 727, bautizado como Quetzalcóatl
por nuestro primer mandatario, José López Portillo.

El propio Secretario Santiago Roel, a quien acompañé en todo momento sirvió de


anfitrión al ilustre visitante, al que paseamos por las zonas arqueológicas de Mitla,
y Palenque, entre otros lugares de interés de nuestro país.

Para esas fechas, muy lejos estaba el Secretario Santiago Roel de imaginar que
sus días en la Cancillería estaban contados, es decir, el manejo que había
impuesto como premisa de su mandato tenía ya su designio marcado por factores
propios y ajenos, derivados ambos del estado de ánimo presidencial.

El golpe final fue el 16 de marzo de 1979, fecha en la que se anunció


públicamente su destitución, así como el nombramiento como Secretario de
Relaciones Exteriores del embajador Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa,
personaje muy querido y controvertido en nuestra Cancillería.

Por lo que respecta a mi situación personal en la Secretaría, debo comentar que


fui uno de los que corrimos con mayor suerte tanto con el licenciado Roel, como
con el recién nombrado, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa. Por lo que
respecta al primero, obtuve la promesa de ser nombrado Subdirector del
Ceremonial, que sí se llevó a cabo, a pesar de no disponer de la plaza respectiva.

Además, y gracias a la confianza de que llegué a gozar durante la administración


del licenciado Roel, el mismo día de su cese, me había designado para
desempeñar una comisión de carácter confidencial, para desempeñarla de forma
inmediata, en la isla de Cozumel, en Quintana Roo, a donde el Presidente de la
República recibiría al comandante Fidel Castro, Jefe de la Revolución cubana, y
poseedor de todos los más altos cargos inherentes a su investidura.

Tal cual marcan los cánones, me dispuse a viajar ese mismo día por la mañana a
la isla de Cozumel, en donde debería de instalar el puesto de protocolo o enlace
con la delegación cubana, en la que dominaba como jefe el general Abrantes,
primer viceministro de Interior, con quien se concretó una magnífica sintonía
desde el primer momento en que intercambiamos frases de cortesía.

Acordamos encontrarnos esa noche, en el mismo Hotel Presidente, lugar en


donde compartiríamos una cena de trabajo.

Previo a mi encuentro con el general Abrantes, recibí una llamada de México, del
subdirector del Ceremonial, Antonio García Alonso, quien me manifestó que había
salido el Secretario Roel, y que en su lugar se había designado a Jorge Castañeda

!
186!
y Álvarez de la Rosa, como nuevo titular, que además, él mismo sería quien
encabezaría el equipo de la Secretaría, y que por tal motivo, estuviera pendiente
de ofrecerle todo tipo de atenciones.

La verdad es que la nueva situación me sorprendió bastante, aunque me llené de


gusto por haber sido interlocutor de tan importante noticia, misma que debía
trasladar a los colegas de la Secretaría que se encontraban ya en Cozumel, entre
los que se destacaba Andrés Rozental Gutman, Mariano Lemus, Feliciano Guerra,
y Manuel Bartlett Díaz.

Antes de poder ponerme en contacto con Mariano Lemus y con Feliciano Guerra ,
respectivamente, Directores Generales del Servicio Diplomático y de Información,
ambos regresaron intempestivamente a la ciudad de México, para estar lo más
cerca posible de su anterior jefe.

Por mi parte, una vez que colgué el auricular de la llamada en donde me


informaban de los cambios, marqué el número personal de la residencia del en
ese momento ex Secretario de Relaciones Exteriores, Santiago Roel, para
saludarlo, y para agradecerle por la confianza que había depositado en mí durante
los dos años y poco en que había encabezado los trabajos de la Secretaría.

Había otro asunto personal que debía comentarle, ya que en Cozumel se


encontraba esperando la visita del propio licenciado Roel, una bella y joven
entrenadora de tenis, con la que, al menos eso fue lo que yo creí, pensaba pasar
un par de jornadas de solaz esparcimiento.

El mensaje fue: “..cuida que regrese a México en las mejores condiciones


posibles..”.

Acto seguido, recibí una llamada de Andrés Rozental, quien deseaba informarse
sobre los planes de la avanzada de protocolo que yo encabezaba. Le señalé que
cenaría con el general Abrantes, y que si así lo quería, podía encontrarnos más
tarde en el salón comedor del hotel, al mismo tiempo le dije que me gustaría
compartir con él una información reservada que acababa de recibir de México, y
que, en todo caso, nos afectaba a todos en la Cancillería.

Mi intención, y logré dicho propósito, fue despertar la curiosidad de Andrés, quien


me manifestó su interés por conocer esa noticia a la que me referí. Señalé: “..sólo
quisiera que me asegures que no olvidarás quién te ha dado esta noticia…” al
recibir una respuesta afirmativa le dije: “…ha sido cesado en el cargo Santiago
Roel; y en su lugar fue designado como nuevo Secretario de Relaciones
Exteriores, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa…”

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187!
Más me tarde en hacerle saber el mensaje que recibiera una atenta convocatoria
para encontrarnos a la brevedad del caso el la recepción del hotel, lugar al que
llegué de inmediato y me encontré a un Andrés Rozental absolutamente feliz, por
saber que, finalmente, su padre había sido nombrado para tan alta
responsabilidad y juntos fuimos a la cena pactada con el representante cubano, a
quien acompañaba la periodista mexicana Cristina Pacheco.

A partir del nombramiento de Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, y durante la


breve visita de Fidel Castro a Cozumel, las circunstancias para mí, y estimo que
para muchos colegas del servicio exterior, cambiaron de forma muy positiva.

Por lo que respecta a la presencia del líder cubano, las eventos registrados en el
programa oficial se llevaron a cabo con absoluta puntualidad, comenzando por la
llegada a la isla de Cozumel del Presidente de México, acompañado, tanto por
Jorge Castañeda, como por una nutrida comitiva, en la que se incluyó también, al
nuevo Secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid Hurtado,
años más tarde, sucesor en la jefatura de estado de López Portillo.

Los que tuvimos oportunidad de estar muy cerca de los eventos programados por
el gobierno de México, en su calidad de anfitrión, fuimos testigos del magnífico
clima de entendimiento bilateral al que llegaron los dignatarios de ambos países,
sobre todo, el caso cubano, ya que, según se pudo saber, el Presidente López
Portillo comentó a Fidel Castro que no lo invitaría a participar en la Cumbre Norte-
Sur que se celebraría en México para el año de 1981, ya que, si él venía, se corría
el riesgo de que no estuviera presente su homólogo de los Estados Unidos de
América.

Fidel Castro regresó a la Habana satisfecho de haber vuelto a México tras una
larga ausencia, sobre todo, por el hecho de confirmar su liderazgo internacional en
coyunturas difíciles como la que se vivía en ese momento en el que nuestro país
comenzaba a administrar la abundancia, frase esta, acuñada, justamente por el
Presidente López Portillo.

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188!
Capitulo 13
De regreso a México, el nuevo Secretario comenzó su labor de reorganización de
la Cancillería, comenzó por destituir a Feliciano Guerra y a Mariano Lemus, ambos
Directores Generales, como consecuencia de haber abandonado la comisión que
se les había asignado con motivo de la visita a Cozumel del Presidente de Cuba,
Fidel Castro.

En su equipo compacto, es decir, los funcionarios más cercanos, nombró a Jorge


Eduardo Navarrete, como Subsecretario para Asuntos Económicos y a Aida
González, como Oficial Mayor. Los otros dos Subsecretarios, José S. Gallástegui
y María Emilia Téllez Benoit, continuaron en sus respectivos encargos. También
designó a un nuevo Secretario Particular, a Miguel Marín Bosch.

Determinó una nueva estructura en la Secretaría, creando las Direcciones


Regionales por áreas geográficas y diversificando las áreas encargadas de la
atención de los asuntos multilaterales. Por lo que respecta a nuestra Dirección
General, cambió de Ceremonial, a la de Protocolo, confirmando en ella a Ricardo
Galán, como su titular, y en mi caso, como Subdirector Técnico.

Mi relación con el nuevo Canciller fue excelente, de Jorge Castañeda tuve


deferencias singulares que no he tenido con ningún otro Secretario de Relaciones
Exteriores, y mi actitud hacia él, fue siempre de absoluta lealtad. Por razones que
nunca entendí, su esposa, la señora Neoma Gutman – madre de Andrés Rozental-
a su vez se mostró ante mí con una inusual simpatía, reciprocada de mi parte.

En este breve período de crecimiento profesional que arranca desde el nacimiento


de mi muy querida Caty, se dieron eventos personales y familiares de gran
singularidad, como lo fueron las visitas de Don José Gaviria, quien viajó a México
con enormes ilusiones de conocer el país, y de disfrutar con nosotros nuestra
recíproca compañía.

Con don José visitamos muchos lugares dentro del entorno de la gran capital,
como fueron Xochimilco, Taxco, Cuernavaca y Cuautla. Olga Inés lo introdujo con
sus las muchas amistades que ya se habían cultivado, y gracias a dicha
presentación, fue posible que mi querido suegro agotara la existencia de
esmeraldas que le acompañó durante ese primer viaje a México.

Por supuesto que hubo muchas oportunidades de convivencia con la familia, con
mi madre, la abuela, hermanos, cuñados y sobrinos. Nuestro círculo familiar
siempre acogió con simpatía a la familia de Colombia.

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189!
Como consecuencia de que Caty estaba ya en edad de comenzar a interactuar
con otros niños de su edad, Olga Inés la inscribió para realizar un curso de verano
en el jardín de niños “Tres Picos” en la colonia Polanco, lugar en el que conoció a
las dos hijas de una amiga colombiana muy entrañable: Estela Acosta, casada con
un Italiano llamado, Cornado Pioti. Con Paola y Carla, que así se llamaban las
hijas referidas no se concretó el mismo tipo de vínculo como el que tuvimos con
sus padres.

Durante ese mismo año realizó su primer viaje fuera de Colombia el ahijado de
Olga Inés, su hermano más pequeño: Diego Alejandro, quien estuvo por espacio
de unas tres semanas visitándonos y disfrutando de su experiencia fuera de las
fronteras patrias.

Para ese entonces, como señalé, se formalizó un lindo grupo de señoras de la


Cancillería, que realizaban actividades voluntarias, principalmente de
acercamiento con las familias del personal del servicio exterior, y del personal del
Cuerpo Diplomático acreditado, a quienes se invitaba a conocer lugares de interés
en el país, y dentro de la ciudad capital.

En dicho entorno, Olga Inés llevó a su hermanito Diego Alejandro a pasear con
esposas de otros diplomáticos extranjeros, acompañados siempre de Feodora de
Rosenzweig-Díaz, esposa del Subsecretario de Relaciones Exteriores.

Otra de las visitas gratas que tuvimos por esa época, fue la de Darío, uno más de
los hermanos de Olga Inés, quien llegó a México el día de Halloween, y encontró a
Olga Inés con Caty en la calle, pidiendo dulces, atendiendo una costumbre muy
enraizada en nuestro país.

La estancia de Darío fue un poco más larga que las previas que habíamos
recibido, ya que, según manifestó, en sus planes estaba quedarse a estudiar en
México, tal vez la carrera de medicina. Y, aunque dicho supuesto no se dio, fue
para todos muy grata su compañía, ya que impuso un estilo musical muy
agradable, al tiempo que dedicaba sus jornadas de asueto a jugar futbol, y a dar
clases de guitarra.

También tuvimos el gusto de recibir por segunda ocasión la visita de doña Fabiola,
quien vino acompañada de una hermana de don José: Hermilda, quien durante
toda su vida fue profesora en escuelas públicas, y mujer de gran valor personal y
profesional.

En este viaje, doña Fabiola y la tía de Olga Inés, tuvieron la oportunidad de ser
recibidas con gran afecto por parte de todos nosotros, como siempre sucedió
durante nuestra estancia en México.

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190!
Sucedió también que, en medio de la alegría de esta visita, llegado el momento,
uno de los hermanos de Olga Inés – Carlos Alberto – se comunicó por la vía
telefónica con nosotros para comentar que el esposo de Luz Beatriz, la hermana
menor, había fallecido como consecuencia de un accidente automovilístico.

El incidente, como era lógico, motivó el retorno inmediato de doña Fabiola a


Medellín.

Otro grupo importante con el que interactuamos durante este período de nuestra
vida profesional, fue la Asociación de Ministros Consejeros, Secretarios y
Agregados Diplomáticos AMCOSAD, acreditados ante el gobierno de México,
entidad en la que socializaban todos los diplomáticos que no fueran jefes de
misión, circunstancia que favoreció enormemente nuestro trabajo en la Secretaría,
de cara a las responsabilidades con los colegas extranjeros.

En algún momento de nuestro vínculo, y en el ánimo de acercar más a la


Secretaría con los integrantes del Cuerpo Diplomático, fui designado Secretario de
la Junta Directiva que encabezaba la Agregado del Perú, Lilia Puente. Integraban,
a su vez con diversos cargos de responsabilidad en AMCOSAD el primer
secretario de la embajada de Finlandia, Miko Pihala; el Consejero de la embajada
de España, José Manuel López Barrón; el agregado a la embajada de los Estados
Unidos de América, David Mac Donald; y el consejero de la embajada e Colombia,
el doctor Héctor Abad.

A su vez, integraron nuestro círculo de amistades la señorita Beatriz Puga,


Secretario de la embajada del Ecuador, y el señor Hernán Donoso, Ministro de la
propia representación, así como Julio César Pineda, Ministro de la embajada de
Venezuela, con su graciosa esposa Dubravska, quienes tenían como mascota un
perro de la raza mexicana “Escuintle”.

Con Héctor Abad, y Cecilia Facciolince, mantuvimos una relación de gran


cordialidad, ya que, por ser paisano de Olga Inés, es decir, antioqueño, y sin
experiencia diplomática, como sucede con muchos representantes de tan bella
nación, el acercamiento fue, tanto de índole familiar, como profesional.

Por ese entonces, era embajadora de Colombia la señora María Elena de Crobo,
una destacada política en su país, pero que dejaba mucho que desear en su
comportamiento personal, ya que con frecuencia, se le encontraba borracha.

Como consecuencia de mi crecimiento personal y profesional dentro de la


Secretaría, poco a poco, comenzamos a tener una alcancía con ahorros
suficientes como para darnos ciertas libertades económicas, como sería el hecho

!
191!
de comprar acciones de la bolsa de valores, experiencia muy socorrida por aquel
entonces.

Ese mismo año de 1979, visitó México el Presidente de Colombia, Julio César
Turbay Ayala, a quien recibimos con especial afecto, por ser el máximo
representante de la tierra de Olga Inés.

Me correspondió apoyar directamente los trabajos de la avanzada colombiana,


encabezada por el jefe de protocolo, a quien llevé a cada uno de los lugares en
que su Presidente realizaría su programa, como fue el caso de la visita al
entonces Procurador General, Oscar Flores, con quien se conversó sobre la
necesidad de alcanzar un esquema de cooperación bilateral en la lucha contra el
tráfico de estupefacientes.

El embajador colombiano que estuvo a cargo de esta visita fue el doctor Julio Ortiz
Márquez, caballero serio y responsable, aunque con pocas tablas diplomáticas.
Gracias a sus buenos oficios, obtuve el honor de ser condecorado con la
Encomienda de la Orden de San Carlos.

Durante el viaje del Jefe de Estado a México, pudimos realizar acercamientos


personales tanto con el Canciller, como con el Ministro de Defensa colombianos,
con quienes simpatizamos de inmediato.

Un poco más tarde, el Secretario Castañeda me solicitó atender personalmente la


visita privada que realizó a México la señora Imelda Romualdes de Marcos,
esposa del Presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos quien viajó a nuestro país
para solicitar el apoyo del gobierno de México en materia de suministro de
petróleo para su país.

La estancia en México de la Primera Dama fue de unos tres días, y su programa


incluyó un viaje a Monterrey, lugar en donde se encontraba la Primera Dama
mexicana, atendiendo asuntos relacionados con sus funciones al frente del
patronato de Fonapas, una entidad del gobierno de México dedicada al fomento
de actividades sociales y culturales.

Por supuesto que acompañé a la ilustre visitante y a sus invitados, entre los que
se encontraban personalidades importantes de su país, como serían los casos de
la señora Ingrid Santamaría, la señora Therese Tantoco, y el hermano de la propia
señora Marcos, el gobernador P. Romualdes.

Tanto para su viaje a México, como para el desplazamiento a Monterrey, la señora


Marcos utilizó un avión de la línea Philippines Airways, en el que se abrió un cupo
para el representante de la Cancillería, en este caso, para mí.

!
192!
A continuación, el Presidente de México disponía en su agenda de dos
importantes visitas, la primera a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en
Nueva York, para atender el debate en torno a un Plan Mundial de Energía, y su
cuarto encuentro en Washington, D.C., con el Presidente James Carter.

Al recibir la comisión de desplazarme de inmediato a la ciudad de Nueva York,


partí en el mismo vuelo en el que se desplazó el equipo de apoyo del Estado
Mayor Presidencial EMP, encabezado por el teniente coronel Abraham Campos
López, militar con quien cultivé una excelente relación personal.

Por lo precipitado de la orden recibida, no hubo tiempo de realizar reservaciones


de hotel para mí, por lo que estuve unas horas en la más absoluta incertidumbre,
hasta que por la noche, un oficial de la sección cuarta del propio EMP, me señaló
que podía ir a dormir a la suite que se había destinado al Secretario de Relaciones
Exteriores, Jorge Castañeda, el las Torres del Hotel Waldorf Astoria, idea que me
pareció de los más conveniente.

Por supuesto, al día siguiente, es decir, el de la llegada de la delegación de


México, me trasladé a otro hotel, y dispuse de mi habitación personal.

El Presidente de México llegó puntual al aeropuerto de La Guardia, en la ciudad


de Nueva York, y de ahí se trasladó a la suite que tenía asignada en el propio
Hotel Waldorf Astoria, en donde pasó la noche.

Muy temprano, al día siguiente nos dispusimos para trasladarnos a la sede de las
Naciones Unidas, para lo cual, conté siempre con el apoyo del representante
alterno, el embajador Luis Beckman Muñoz, segundo de a bordo del entonces
titular, el conocido político, Porfirio Muñoz Ledo.

Con él fui a la división de protocolo de la Organización Internacional para recabar


los pases especiales que fueron otorgados a la delegación de México para asistir,
en la sala de la Asamblea General a la presentación que realizó en Jefe de Estado
Mexicano.

Para mí, fue especialmente grato ingresar al recinto en donde se han desarrollado
los debates más importantes en la historia reciente de las relaciones
internacionales, por lo que observé y escuché con la máxima atención, bajo el
supuesto que esa era la primera, y quizá la única vez que me encontraría en
recinto tan relevante.

Posteriormente, nuestro Presidente y su comitiva viajaron a la ciudad de


Washington D.C., lugar al que me trasladé, con el fin de acompañar los trabajos
inherentes al encuentro bilateral en donde se acordaron temas de relevancia para
los dos países, según me fuera comentado por Charles Meyer, Secretario Adjunto

!
193!
del Departamento de Estado para Asuntos Latinoamericanos, con quien había
concretado una buena relación personal durante la visita previa a México del
propio señor Carter.

Al comenzar el año de 1980, inscribimos a Caty en su primer escuela formal, el


jardín de infancia Pícolo, muy cerca de nuestra casa en la colonia Anzures, lugar
al que yo la llevaba cada mañana, en rumbo a mis actividades en la Cancillería.

Unos meses más tarde me correspondió atender la visita de Estado de realizó el


Presidente de México a Brasil, concretamente a la ciudad de Brasilia, lugar al que
me trasladé acompañado de un colega de Protocolo, el señor Emilio Gilly. Como
encargados de las actividades diplomáticas de la visita, cargamos con una
cantidad considerable de condecoraciones de la Orden Mexicana del águila
Azteca que serían entregadas a la delegación brasileña como parte del
intercambio que se acostumbra en situaciones similares.

A pesar de que tuvimos especial cuidado en realizar el empaque de la forma más


compacta posible, en nuestra escala en el vuelo México-Caracas-Manaos-Brasilia,
al llegar al aeropuerto Internacional de Maiquetía, comenzamos a ver en la banda
de entrega de equipaje, las cajas abiertas conteniendo las diversas
condecoraciones que formaban parte de nuestro equipaje diplomático.

La verdad el incidente pudo pasar inadvertido, toda vez que, una vez que al
realizar el inventario notamos que no se había extraviado ninguna de las
condecoraciones, sin embargo, en nuestro vuelo viajaron varios periodistas de la
fuente que iba a cubrir los detalles de la visita, por lo que sacaron fotografías de
las cajas dispersas en la banda de equipaje y las enviaron a sus respectivos
medios, los que de inmediato las publicaron como un incidente en el que “nos
habían robado las medallas”.

A la llegada a Brasilia, fuimos recibidos por representantes de nuestra embajada,


encabezada en ese entonces por Francisco Cuevas Cancino, el suegro de
Patricia, quien para ese entonces ya se había divorciado de Pablo, mi cuñado.

Aunque no fue necesario conversar sobre temas personales, el apoyo de nuestra


embajada fue muy importante, ya que su titular era un profesional de excelencia,
quien nos representaba de forma muy destacada.

El Presidente López Portillo cumplió con el programa asignado para la Visita de


Estado, y llegó acompañado, como era habitual, de su familia, esposa, hijos,
amigos de los hijos, otros amigos, representantes de los Poderes de la Unión,
Secretarios de Estado, entre quienes estaba, además del Canciller, la de Turismo,

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194!
la doctora Rosa Luz Alegría, quien fungía, además de promotora de turismo, como
amante del Jefe de Estado.

Para variar, durante esta visita se dieron detalles fuera de programa que merece la
pena destacar, como sería el caso de la Cena de Estado en el Palacio de
Itamaraty, a la que asistió la delegación mexicana en pleno. En la mesa de honor,
fuera de las miradas de curiosos, la Primera Dama mexicana se divirtió arrojando
a sus cercanos amigos bolitas de migajón.

Por su parte, nuestro Presidente visitó en diversas ocasiones, bajo la cobertura de


sus ayudantes del Estado Mayor, en particular, el teniente coronel Germán Trejo
Sozaya, la habitación de la doctora Alegría, con quien imagino obtuvo el soslayo y
el esparcimiento que no tenía en su casa.

De regreso a México, comencé a concretar los preparativos para la compra de


nuestra primera propiedad, un bello departamento en la Colonia de Valle, que
había sido adquirido por el buen amigo Mario Bello Andino, quien trabajó como
Ministro Consejero de la Embajada de la República Dominicana en nuestro país.

Conviene aquí señalar que dicha adquisición fue posible realizarla, gracias a los
buenos oficios de una secretaria que tenía yo por aquel entonces en la Dirección
del Protocolo: Almita.

Una tarde, llegó Almita a mi oficina y me preguntó que si podía bajar a las oficinas
del sindicato – ubicadas en un edificio cercano a la sede de la Cancillería – la
razón de su visita era que iba a recoger un boleto para la rifa de unas casas que
había asignado el FOVISSSTE para personal de la Secretaría.

Al autorizarla para ir a recoger su boleto, le dije: “…muy bien, vaya usted, pero
cuando regrese, me trae un boleto a mi, también…”

Dicho y hecho, Almita recogió su boleto, y solicitó otro para mí. Lo efectivo de
dicho boleto, es que se transformó en una casa. Sí, mi número fue el primero que
salió en el sorteo realizado el sábado siguiente, por lo que me hice acreedor de
una casa de las que fueran asignadas para personal de la Secretaría por el
FOVISSSTE.

Sucedió que cuando se cantó el número, y se hizo del conocimiento quién era el
feliz ganador, el Secretario General del Sindicato, anuló mi premio arguyendo que
yo era personal de confianza, y que por tal motivo no era acreedor al premio.

Nadie me avisó nada, y el lunes siguiente, uno de los muchos conductores de


vehículos oficiales me dio el pésame. Me dijo, más o menos lo siguiente: “señor
Gutiérrez, qué pena que anularan su premio, fue el primer boleto ganador” A lo

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195!
que yo contesté: “cómo así”. Mi interlocutor señaló: “es que el líder del sindicato
dijo que usted no era trabajador sindicalizado, sino que de confianza, y que eso
anulaba la posibilidad de obtener el premio”.

En fin, que se cometió un error en mi perjuicio, según pude argüir posteriormente,


y como consecuencia, el premio, que era una casa de interés social, fue canjeado
por un crédito de más o menos unos cincuenta mil dólares (su equivalente en
moneda nacional).

Con esta cantidad, y un esfuerzo económico adicional, que consistía en la firma de


unas letras de cambio a favor de Mario Bello Andino, me hice de una magnífica
propiedad, ubicada en la calle de Patricio Sanz 529, departamento 802, en la
colonia del Valle, nuestro primer hogar propio.

El traslado a la nueva casa fue todo un acontecimiento familiar, tanto para Olga
Inés, como para nuestra muy querida Caty, y de forma muy especial, nuestra
madre, abuela y hermanos, quienes, junto con nosotros, hicimos los mejores votos
por el bienestar futuro de nuestro proyecto en común.

Estrenamos, también un nuevo vehículo que me fuera asignado por la Secretaría,


un Renault 12 color beige, entregado para uso oficial durante el tiempo de mi
encargo como Subdirector Técnico del Protocolo.

El nuevo departamento fue objeto de todo nuestro cuidado. Procuramos


amueblarlo de la forma más eficiente posible, y conforme al nivel de nuestros
recursos económicos.

Por principio de cuentas, adquirimos una nueva recámara de ratán, con cama king
size, en lugar de la cama redonda que habíamos compartido hasta ese entonces,
también adquirimos, muebles de sala en tonos café con adornos contrastando en
flores multicolores, la alfombra de todo el departamento fue en color tabaco, y
nuevamente, lo llenamos de flores naturales, macetas con plantas de diversos
tipos, y cortinas panorámicas que cubrían los ventanales tanto de la sala, como de
las tres recámaras de que constaba nuestra nueva propiedad.

Disfrutamos muchísimo este departamento, al que le conseguí un aparato que


estaba comenzando a verse en México, el Betamax, que era una
grabadora/reproductora de video casetes, que permitía, por una parte, grabar
desde la programación de televisión, hasta reproducir video casetes con películas
de moda por aquel entonces.

Por lo que respecta a nuestra cocina, Olga Inés se empeñó en tenerla lo más
adecuada posible, con un piso nuevo, y una mesa con cuatro sillas que usábamos
como desayunador.

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196!
A mediados del mes de julio recibí instrucciones para trasladarme a la ciudad de
San José, en Costa Rica, lugar al que el Presidente de México se trasladaría con
el fin de suscribir con su homólogo venezolano, el Acuerdo de “San José” que
tenía como finalidad apoyar a los países de la región de Centroamérica y el Caribe
con la venta de hasta 120,000 mil barriles diarios de petróleo a precios que les
daban la posibilidad de disponer de un 20% de la factura para la realización de
proyectos de infraestructura.

Debo reconocer que dicho Acuerdo fue especialmente positivo para los países que
se beneficiaron del mismo, sobre todo en una coyuntura de crisis internacional que
los dos países patrocinadores habían sorteado con bastante éxito.

El traslado a San José, fue a bordo de un avión Sabreliner de la Fuerza Aérea


Mexicana, en el cual, entre otros funcionarios iba el teniente coronel Abraham
Campos López del Estado Mayor Presidencial. Hicimos una escala técnica en
Chetumal capital del Estado de Quintana Roo, y de ahí continuamos el viaje hasta
la ciudad de San José, en donde fuimos recibidos por nuestra embajadora, la
señora Pilar Saldívar, con quien revisamos el proyecto de programa a desarrollar
que incluía las visitas a la Casa Presidencias en la ciudad capital, lugar en donde
fue suscrito el mes de agosto el famoso instrumento de cooperación mexicano-
venezolano.

El Presidente de Ecuador, Jaime Roldós, acompañado por su esposa, Martha


Bucaram, y una nutrida delegación oficial, visitó México y desarrollo un intenso
programa que incluyó su presentación ante el Senado de la República, quien lo
recibió en sesión extraordinaria a la que yo asistí, como parte del personal de
Protocolo.

Debo comentar que el Jefe de Estado ecuatoriano nos sorprendió a todos por la
facilidad con la que improvisó un discurso excelentemente articulado, y con un
fondo muy intenso sobre la radiografía de su país.

Por supuesto que la visita no se circunscribió exclusivamente a esa actividad, ya


que durante su estancia en México cumplió con las formalidades que este tipo de
reuniones bilaterales, como el encuentro entre presidentes y sus respectivas
delegaciones, la suscripción de acuerdos bilaterales, la ceremonia de depósito de
ofrenda floral ante el monumento a la independencia, la declaratoria de Huésped
Distinguido de la ciudad de México, y un amplio etcétera.

Como consecuencia de la visita, tuve el honor de recibir la condecoración de la


Orden al Mérito Civil, en grado de Encomienda.

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197!
Un poco más tarde, a su vez, fui comisionado, junto con varios colegas del Estado
Mayor Presidencial, a cubrir la escala técnica de seis horas que hizo el Presidente
de México en las islas Bermudas.

El viaje a nuestro destino fue en avión de línea comercial, y a pesar de que se


supone que este punto geográfico está más cerca de nuestro continente que de
cualquier otro lugar, nuestro trayecto fue muy largo, aunque confortable.

Cuando llegamos a la isla, nos alojamos en un hotel turístico, y de ahí fuimos a la


Gobernación para conversar con el representante del señor Gobernador de esta
posesión británica, a quien comentamos el detalle del proyecto de escala, así
como nuestros puntos de vista sobre el programa a desarrollar.

Nuestros interlocutores fueron muy cordiales, y aprobaron todas nuestras


sugerencias, agregando la posibilidad de que el presidente López Portillo y su
comitiva, fueran invitados a un almuerzo que ofrecería el señor Gobernador, en la
sede de su despacho.

La verdad sea dicha, no hubo, en el cumplimiento de esta nueva comisión ningún


inconveniente, ya que, la misma, se cumplió sin mayores novedades. Al finalizar
los trabajos inherentes, volvimos a México por la misma vía por la que llegamos a
esta bella isla en medio del Océano Atlántico.

Con mi hermano Carlos hicimos un viaje por tierra hasta la ciudad de San Antonio
Texas, nos acompañaron Olga Inés y Caty, quien dicho sea de paso, se portó
maravillosamente, sobre todo si se considera que para el viaje nos demoramos
unas doce horas a la ida, y el mismo tiempo para el regreso.

El objetivo de dicho viaje fue financiar la adquisición de una computadora IBM


para que Carlos pudiera utilizarla en trabajos de asesoría, bajo la expectativa de
que, ambos obtendríamos como resultado algunas ganancias adicionales.

La verdad sea dicha, nunca recibí un solo peso por la inversión, aunque debo
afirmar que Carlos, mi hermano, cubrió el valor total de la computadora, misma
que posteriormente, quedó bajo su custodia.

En ese entonces, estaba comisionado en nuestro Consulado General, un buen


amigo del servicio exterior, Luis del Río, quien por muchos años fue un gran
cantante, con registro de tenor, quien amablemente se sirvió apoyar nuestro viaje.

A finales de ese mismo año, recibimos la visita de José Obdulio, Carmenza y su


pequeño hijo Juan José. Este hermano de Olga Inés, aunque aparenta ser súper
tímido, con el tiempo ha tenido la oportunidad de destacarse en el mundillo político
colombiano.

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198!
Con ellos pasamos unas fiestas de navidad muy agradables, compartimos con la
familia en México y acercamos la relación personal lo máximo posible.

La otra hermana de Olga Inés, Luz Beatriz, también nos visitó en México,
acompañada de su hija Juanita, que es de la misma edad de Caty, así que fue
sumamente agradable recibirla y pasearlas lo más que pudimos, entre otros
lugares visitados, recuerdo especialmente, el viaje que hicimos a Taxco, y a las
grutas de Cacahuamilpa.

Durante el mes de enero de 1981 se programó una de las visitas más interesantes
que me habían tocado atender, fue el viaje a la India, en donde nuestro presidente
asistió como invitado especial a las festividades del aniversario de la República,
programadas entre el 25 y el 30 del propio mes.

Como era de esperar, me tocó viajar unos días antes de la programada visita, para
integrar la avanzada, para la cual yo llevaba dos instrucciones específicas del
propio Canciller, Jorge Castañeda: sería su lazarillo durante todo el viaje, es decir,
estaría encargado principalmente de apoyar los trabajos del propio Secretario, y
de su esposa, la señora Neoma Gutman, además, correr con los detalles de
organización de la cena de Estado que ofrecería el Presidente de México en honor
de su homólogo indio.

El nuevo director del protocolo era el embajador Carlos González Parrodi, persona
muy estimable, y de gran aprecio dentro de los cuadros profesionales de la
Cancillería.

Organicé mi viaje, de forma de hacer coincidir con el mismo vuelo en el que


partieron algunos elementos del Estado Mayor Presidencial que servirían de
avanzada. Nuestra primera escala fue en la ciudad París, a la que llegamos
procedentes de México en vuelo directo de la línea Air France.

Pasamos una noche en París, ciudad de la eterna ilusión en la que muchos años
atrás mi madre, doña Martha, había vivido en compañía de sus queridos padres,
don Carlos y la abuela Leopoldina. Como nunca había estado en la ciudad luz
disfruté mucho de esa noche, recodando algunas de las muchas anécdotas que
me fueran referidas durante toda la vida.

Al día siguiente viajamos a la legendaria Nueva Delhi, con una breve escala en el
aeropuerto de Doha, en los Emiratos Árabes Unidos, lugar que me impresionó
mucho, sobre todo al ver la forma en que las mujeres se ocultaban debajo del
tradicional Chador, en medio de otros atuendos indescriptibles que les cubrían por
completo.

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199!
Como la escala fue breve, poco tiempo tuve para observar con mayor atención las
circunstancias por las que atravesaba la población femenina en países como el
visitado.

De inmediato abordamos en vuelo de Air India que nos condujo directamente a la


capital del país, en donde fuimos recibidos por colegas de la embajada, entre los
que se destacó el licenciado Antonio Dueñas Pulido, quien era, en ese entonces,
el Ministro de la representación, encabezada por la profesora (de El Colegio de
México) Graciela de la Lama.

Nos trasladamos por el intenso tráfico citadino hasta el Hotel Ashoka,


perteneciente a una cadena que disponía de una participación del estado, por lo
que era de capital mixto.

Una vez que nos instalamos, fui invitado para conocer las instalaciones de la sede
de nuestra embajada, en donde conocí a la mayoría del personal acreditado, entre
los que se destacaban, además de la embajadora y del licenciado Dueñas Pulido,
la Consejera científica, la señora Miriam Weisberg, quien había llegado al país
unas semanas antes de la visita presidencial.

En el ánimo de ir avanzando los detalles del trabajo que me correspondía realizar,


de inmediato tomé contacto con los colegas de la Cancillería India a los que
solicité la lista de las personalidades que deberíamos incluir en la cena de Estado
que ofrecería a su homólogo Indio, nuestro Primer Mandatario.

Los colegas indios se mostraron siempre en extremo agradables, a pesar de sus


limitaciones personales y laborales, con los amigos del Estado Mayor Presidencial
realizamos diversos recorridos por los sitios en donde se llevarían a cabo los actos
correspondientes a la visita, entre los que se destacan, el Palacio Presidencial –
Rashtrapati Bhavan -, la sede de la Oficina de la Primera Ministra, los cenotafios
de Gandhi y Nehru, la explanada de la avenida principal en donde se realizaría un
desfile, la Universidad de Delhi, y el Hotel Taj Mahal, que sería el lugar en donde
se alojaría el Presidente de México y su comitiva oficial.

En todos y cada uno de los sitios se determinó una persona de enlace a la que
podríamos contactar cada vez que fuera necesario.

No obstante que la visita incluía, además de la ciudad capital, la ciudad de Agra,


los sitios arqueológicos de Ayanta y Alora, y la ciudad de Bombay, a mí me
correspondió quedarme en Delhi organizando el evento que era mi principal
responsabilidad, para lo cual dispuse de las mayores facilidades por parte de
nuestra representación diplomática acreditada.

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200!
En un plazo bastante razonable concluí con el encargo de organizar la cena de
estado, siempre apoyado por los colegas del Estado Mayor Presidencial,
concretamente, del capitán de navío Sergio Ayón, determinado como coordinador
de la visita a ese país.

Para concretar mi encomienda, solicitamos a los encargados de la oficina de


eventos del Hotel Taj-Mahal, acogerse al diseño de un plano de mesas que
habíamos confeccionado con base a la normativa del protocolo de México, país
que en todo caso, sería el anfitrión del evento.

Con dicho convencimiento, concluí positivamente mi encargo, y por lo tanto, me


dispuse a dar comienzo a la segunda parte de la comisión que se me había
señalado, es decir, el acompañamiento del Secretario de Relaciones Exteriores
durante su presencia en la visita de estado.

La llegada de la delegación mexicana se produjo con la puntualidad esperada, y


de inmediato me dispuse a estar lo más cerca posible del Canciller Jorge
Castañeda, quien iba acompañado de la señora Neoma, su esposa.

Así transcurrió el programa el la ciudad capital, en donde el Presidente de México


visitó, entre otros destacados dirigentes locales, al Presidente de la República, y a
la Primera Ministra, Indira Gandhi, atendiendo, a su vez, actos meramente
protocolarios, como el depósito de ofrendas florales ante los cenotafios de Nehru y
Gandhi.

De ahí nos trasladamos a la ciudad de Agra, lugar en donde se encuentra


emplazado ese magnífico monumento al amor: El Taj-Mahal, construido con un
mármol en blanco incandescente. Visitamos el sitio y los alrededores, quedando
impactados por la majestuosidad de la obra, a la que se ingresa sin zapatos, tan
sólo con unas fundas en tela que son proporcionadas con el ánimo de preservar lo
mejor que se pueda la instalación.

Recuerdo con claridad que tomé muchas fotografías de la pareja de esposos


Castañeda, a quienes obsequié posteriormente, un bello álbum alusivo.

Al concluir la visita a la ciudad de Agra, nos dispusimos a volar hacia los sitios
arqueológicos de las cuevas de Ayanta y Alora, lo anterior, a bordo de un avión de
Air India que se dispuso para apoyar los desplazamientos de la delegación
mexicana.

En la ruta hacia nuestro destino, el capitán de la aeronave sobrevoló la cordillera


del Himalaya, bordeando la elevación más alta del planeta: el monte Everest, al
que contemplamos desde varios miles de pies por encima de su enigmática

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201!
cúspide, lo que nos hizo poseedores de uno de los tesoros más grandes que
encierra nuestro planeta.

La visita a las magníficas cuevas, espacios destinados para cantar a las diosas y
demás divinidades míticas de la idiosincrasia india, el poema de amor más antiguo
que registra la historia de la humanidad.

Más tarde, viajamos a la enorme ciudad de Bombay, lugar en donde nuestro


Presidente visitó diversas fábricas e industrias locales, concediendo en turno a
nuestro Canciller, y a su esposa, la posibilidad de dedicar ese día a ver otro de los
grandes atractivos locales: el comercio de todo tipo de bienes y servicios.

Me correspondió ir con el Secretario Castañeda y con su esposa por los laberintos


de una ciudad que vive en constante amenaza de caos urbano, como
consecuencia del hacinamiento de personas y animales que conviven en calles y
avenidas.

No es de extrañar que, en la mayoría de ciudades y poblaciones de la India, uno


pueda tropezar, por un lado, con vacas – animal sagrado para la religión hindi – y,
por otro, con las diversas especie de micos o chimpancés que pululan como
verdaderas plagas por los lugares menos imaginados. Nuestro guía, un cortés
funcionario de la Cancillería, nos advirtió sobre el peligro latente que
representaban dichas especies, transmisoras de todo tipo de infecciones.

El plácido retorno a la ciudad capital, se llevó a cabo en el mismo avión de Air


India en que nos desplazamos en el programa establecido. Nuestra llegada fue
como a las dos de la tarde, y esa misma noche nuestro Presidente tenía previsto
ofrecer a su homólogo indio una cena de Estado en el Hotel Taj-Mahal, tal cual
había sido previsto.

Por lo anterior, contrario a lo que se podría suponer, de inmediato me desplacé


hacia la embajada a buscar los diagramas de las mesas, así como los diversos
personificadores que fueran confeccionados previo a la gira ahora comentada, y
así, con el material en mi poder, me desplacé hacia el Hotel Taj-Majal para
organizar nuestro evento.

La primera sorpresa que me llevé fue que nuestros amigos del Estado Mayor
Presidencial habían ordenado una nueva forma de acomodar las mesas dentro del
salón, como consecuencia de las instrucciones que les fueran impartidas,
supuestamente, por el señor general Miguel Ángel Godínez, Jefe del Estado
Mayor Presidencial, quien, a su vez, iba acompañado por su bella esposa.

Ante el nuevo escenario que no sólo había sido alterado por el movimiento de las
mesas, sino por la manipulación de las relaciones escritas sobre el acomodo de

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202!
las diversas personalidades que yo había elaborado, se produjo una especie de
crisis que, conforme fue pasando el tiempo, se transformó en un verdadero caos,
al grado de que, una vez que estábamos por comenzar la cena, con ambos
presidente en el umbral de la entrada al hotel, decidí abrir las puertas del salón,
permitiendo con ello que los invitados ingresaran al recinto, acomodándose donde
mejor se pudo.

La verdad, y visto a la distancia, debo reconocer que esta situación, presentada,


principalmente por culpa de los lambiscones de siempre, ha sido la peor falla
protocolaria que registra mi memoria durante todo mi desempeño profesional.

Como suele suceder en casos similares, una vez que el propio Presidente de
México cayó en cuenta que sus principales colaboradores habían quedado en
lugares lejanos a su majestad, registrando con ello una falla imperdonable a su
infinito ego, demandó al Jefe del Estado Mayor una explicación sobre lo sucedido.

A su vez, el general Godínez me convocó hasta su mesa para averiguar las


razones del caos prevaleciente en una cena de Estado de tanta relevancia. Mi
respuesta fue muy sencilla: señalé que yo asumía la responsabilidad, pero que
habían incidido en el caos, las demandas de oficiales del propio Estado Mayor,
quienes habían ingresado mesas adicionales a los fines de ubicar en los mejores
sitios posibles a personas ajenas al evento, pero consecuentes con sus propios
intereses.

Por lo demás, a pesar de que el susto fue grande, nada pasó, por virtud de que,
entre otras razones, siempre tuve una reputación intachable, y el general Godínez
comprendió que las instrucciones que con toda seguridad había impartido a sus
subalternos, había sido las principales causantes del desaguisado de esa noche
inolvidable para mí.

Había olvidado mencionar que en esta visita también integró la delegación


mexicana, el muy querido amigo, Pedro González Rubio, especialista en temas de
la India, y en la relación bilateral, como consecuencia de sus comisiones en dicho
país, lugar en el que cultivó una estrecha relación personal tanto con la señora
Gandhi, como con su hijo Rashid, quien años después sería también, Primer
Ministro.

Al término de la visita, la delegación de México partió con destino a nuestro país,


quedando pendiente mi traslado de regreso, que concreté gracias a la
generosidad del representante de Aeroméxico en la Cancillería, quien había sido
instruido para proporcionarme todas las facilidades del caso, ya que iba a ser el
acompañante del señor Secretario.

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203!
El cupón de viaje que me fuera entregado antes de viajar a esta comisión, hizo
posible mi retorno aéreo por la compañía Air France en la ruta, Delhi-París, en
primera clase; y de la ciudad Luz a México, a bordo del avión supersónico
Concord, con una breve escala en la ciudad de Washington, D.C.

En lo familiar, a mi retorno a México, tuve el gusto de traer muchísimos regalos


para Olga Inés y para Caty, entre otros tela para hacer saris prenda típica de las
mujeres indias, también me quedó tiempo disfrutar nuestra nueva adquisición, el
departamento de la colonia del Valle, en donde fijamos nuestra residencia, y ahí
vimos el crecimiento de nuestra muy querida hija Caty, la cual cada día estaba
más bella, y poseedora de una inteligencia privilegiada.

Casi cada fin de semana lo aprovechábamos para salir y para conocer sitios
nuevos e interesantes tanto dentro de la ciudad capital que ahora nos albergaba,
como en las cercanías, dentro de los Estados de México, Pachuca, Puebla,
etcétera.

Una característica importante de esos bellos años en México, es que hubo gran
armonía familiar, tanto con los miembros más cercanos, como por lo que respecta
a doña Martha, la abuela, hermanos, cuñados y sobrinos. Convivimos y
compartimos mucha alegrías, lo que hizo posible que se respirara una atmósfera
de camaradería en la que, cada uno por su cuenta, iba creciendo en lo personal y
desarrollándose profesionalmente. Salvo el caso de Patricia, mi hermana, la cual
se había separado definitivamente de Pablo, mi cuñado.

Debo reconocer, en este momento, que Patricia tenía un genio terrible, era capaz
de detener el tráfico de una arteria importante de la ciudad, como excusa para que
su voluntad se cumpliera. Sin embargo, no fue como consecuencia de ese
carácter tan singular de mi hermanita que se produjo la separación, Pablo mi
cuñado fue siempre inmensamente egoísta.

No supo valorar los quilates que poseía Patricia, a quien, en repetidas ocasiones
maltrató verbalmente delante de mí. No obstante, dentro de las causales que
podrían invocarse como determinantes para la ruptura, señalo el papel que jugó
Ana Manuela, hermana de Pablo, como fundamental. Yo pienso que su
intermediación hizo posible que el esposo de Patricia adoptara la decisión final
que fragmentó definitivamente la relación.

Patricia, mi hermanita muy querida, nunca se repuso de este golpe de la vida, que
arrastró durante el término de su existencia, hasta el día de su lamentado
fallecimiento el año de 2007.

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204!
La visita a México del Primer Ministro de Belice, George Price, líder del PUP,
quien mantenía cercano vínculo con el gobierno de nuestro país, de cara a la
independencia nacional, cuyo proceso se encontraba en vísperas de alcanzar – el
21 de septiembre de 1981 -, sirvió para que fuera comisionado para atenderlo
durante los tres días que duró avanzando en sus actividades.

Tuve oportunidad, por tal motivo de estar muy cerca del dignatario beliceño, quien
al término de su estancia en nuestro país, se sirvió enviarme una carta personal
muy significativa..

Otras actividades profesionales determinadas para el año de 1981, además de la


visita señalada, incluyó un evento de la más absoluta relevancia internacional para
nuestro país, con lo cual se confirmó el espacio que poco a poco fuimos ganando
a nivel mundial, gracias a la indiscutible relevancia que recibimos como
consecuencia de los inmensos y valiosísimos recursos petroleros que fueron
descubiertos en profundos yacimientos en la zona de la sonda de Campeche.

A iniciativa del Presidente de México, José López Portillo, del Primer Ministro de
Canadá, Pierre Eliot Trudeau, y del Canciller austriaco, Bruno Kreisky, fueron
convocados 22 Jefes de Estado y de Gobierno, más el Secretario General de la
ONU, Kurt Waldheim, para asistir, en la ciudad de Cancún, en el Estado de
Quintana Roo, a la Reunión Internacional sobre Cooperación y Desarrollo
(Cumbre de Cancún) con sesiones para los meses de agosto (a nivel de
cancilleres) y octubre (a nivel de Jefes de Estado).

Los dignatarios que, finalmente, concurrieron a la cita los días 22 y 23 de octubre


de 1981, a nivel de Jefes de Estado o de Gobierno, fueron: el Príncipe Heredero
de Arabia Saudita, Fahd; el Presidente de Argelia, Chadli Bendjedid; el Presidente
de Bangladesh, Abdus Sattar; el Presidente de Costa de Marfil, Simeón Ake; el
Presidente del Consejo Presidencial de China, Zhao Ziyang; el Primer Ministro de
Canadá, Pierre Eliot Trudeau; el Presidente de los Estados Unidos de América,
Ronald Reagan; el Presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos; el Presidente de
Francia, François Mitterand; el Presidente de Guyana, Forbes Burnham; la Primer
Ministro de la India, Indira Gandhi; el Primer Ministro del Japón, Zenko Suzaki; el
Presidente de Nigeria, Alhahi Shehu Usman Allyu Agari; la Primera Ministra del
Reino Unido, Margaret Tatcher; el Primer Ministro de Suecia, Thorbjorn Falldin; el
Presidente de Tanzaria, Julius Nierere; el Presidente de Venezuela, Luis Herrera
Campins; el Presidente del Consejo Presidencial de Yugoslavia, Sergei Kraigfer.

Las otras delegaciones se hicieron representar por altos dignatarios, como serían
los casos de Alemania, con Hans Dietrich Genscher, Vicecanciller Federal,

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205!
Austria, Willibald Paha, Viceprimer Ministro; Brasil, con Ramiro Eliseo Guerreiro,
Ministro de Relaciones Exteriores.

Dos ausencias importantes para la coyuntura internacional del momento, fueron la


de Cuba, país que fuera vetado por los Estados Unidos de América, y la URSS,
cuya dirigencia política ni siquiera se tomó la molestia de contestar la carta de
invitación enviadas por los tres jefes de estado y de gobierno, impulsores de la
iniciativa, entre los que destacó México.

Según se supo en su momento, los objetivos principales que animaron la


importante convocatoria, fueron concentrados en la unión de fuerzas para lograr
un Nuevo Orden Económico Internacional, iniciativa que, dicho sea de paso, formó
parte integral de los más importantes objetivos de la política exterior del sexenio
del presidente López Portillo.

Mi referencia específica a este evento de política exterior de México, tiene que ver
con el hecho de que, desde que fuera formulado el anuncio, el Secretario Jorge
Castañeda había designado como Coordinador General a Andrés Rozental,
señalándole, específicamente su interés porque me uniera a este equipo, lo que
se concretó con mi designación como Coordinador General Adjunto, encargado de
la oficina especial que fuera instalada en la zona VIP del área de conferencias de
la Cancillería.

Lo anterior, hizo posible que dispusiera de un cubículo diferente al que tenía como
subdirector del Protocolo, en el espacio de mayor privilegio del área de
Conferencias. Durante los siguientes seis meses ocupé el despacho destinado a
la presidencia de las reuniones internacionales que se llevaban a cabo en las
instalaciones de la Secretaría, que había sido utilizado, entre otros dignatarios, por
el embajador Alfonso García Robles, de muy grata memoria tanto para mí, como
para México.

A partir de ese momento, me transformé en interlocutor de todas las delegaciones


cuyos dignatarios estuvieran determinados a participar en la cumbre referida, lo
que, no sólo permitió crecer personal y profesionalmente dentro de los colegas de
mi propia edad y rango, sino hacia la comunidad diplomática, en la que ya
disponía de muy buenos amigos, y hacia otras instancias del Gobierno Federal.

Nuestra coordinación general quedó encargada de supervisar y organizar todo lo


relativo a protocolo y logística de la Cumbre, otra oficina, la del Subsecretario
Jorge Eduardo Navarrete, se encargó de la parte sustantiva de la propia Reunión
Internacional, en donde quedaron incluidos los textos de los documentos que
fueron circulados para consulta, y en su caso, aprobación por las partes
contratantes de tan importante evento internacional.

!
206!
Como consecuencia de la nueva comisión, y una vez instalado en mis nuevas
oficinas, fue necesario desplazarme, casi cada semana, al puerto de Cancún, a los
fines de concretar los detalles correspondientes a la infraestructura que el
gobierno de México concretó a dicho menester, como serían los casos del Hotel
Sheraton, sede de la Cumbre, y lugar en el que deberían de alojarse los
dignatarios invitados, así como un número determinado de integrantes de sus
respectivas delegaciones.

Como se podrá suponer, dicho trabajo implicó una serie de inconvenientes, si para
ello consideramos que, para esas fechas (1981) Cancún apenas estaba
floreciendo como polo turístico, por lo que, contrario a lo que sucede ahora, por
esas fechas el número de hoteles disponibles – a la altura del evento - apenas se
podía contar con los dedos de una mano. Se dispuso, además del Centro de
Convenciones, dirigido por aquel entonces por la ex actriz del cine nacional: Irma
Dorantes. El espacio fue aprovechado como centro de comunicaciones y de
prensa internacional.

Sin embargo, lo anterior no representó un obstáculo, sino todo un reto, superado


con éxito, tal cual quedó comprobado a la hora de que fuera formulado el análisis
final. Debo aclarar que, si bien es cierto, nuestro trabajo fue impecable en todos
los aspectos, los objetivos que persiguió la Cumbre, lamentablemente, no fueron
alcanzados, ni en ese histórico momento, ni a estas alturas de la coyuntura
internacional, en la que aún se le considera como utopía.

Como parte de mi responsabilidad directa, asumí las riendas de la nueva


coordinación, toda vez que Andrés Rozental mantuvo su cargo como Director
General para América del Norte, dependencia de la Secretaría en donde se
concentraba la mayor carga de trabajo, si para ello se toma en cuenta el peso
específico que tiene para nuestra política exterior la relación bilateral con los
Estados Unidos de América y Canadá.

La buena comunicación prevaleciente hizo posible que nuestras responsabilidades


de realizaran dentro de la mayor armonía. Por mi parte, además de los trabajos en
que tuve que realizar mi mayor empeño, algunas actividades adicionales
vinculadas directamente al Secretario Castañeda, centraron esfuerzos adicionales,
afortunadamente, en mi propio beneficio.

En ese contexto se acercó la fecha para la celebración de la reunión preparatoria


de la Cumbre de Cancún, realizada en los primeros días del mes de agosto. Se
supone que los Cancilleres de los países invitados se concentrarían, como
sucedió en la realidad, y a nosotros, los funcionarios de la Cancillería nos

!
207!
correspondió echar a andar toda la maquinaria que el gobierno de México empeñó
en beneficio de la exitosa culminación del proyecto de Cumbre.

Por parte de la propia Secretaría, el titular, Jorge Castañeda abrió los trabajos en
el inmueble que se construyó al efecto en una de las zonas de esparcimiento del
propio Hotel Sheraton, mismo que, albergó con eficiencia la primera prueba.

Como señalé, varias entidades del Gobierno Federal estuvieron presentes


ofreciendo su apoyo en los trabajos relativos a la Cumbre, además de la
Cancillería, el Estado Mayor Presidencial, frente al cual estuvo el subjefe
operativo, el general Carlos Humberto Bermúdez, al que apoyaron con eficacia, el
teniente coronel Francisco Arellano Noblecía; y el también teniente coronel, Raúl
Salinas, con estos últimos dos oficiales tuve el privilegio de cosechar una relación
personal de amistad.

Dentro de las personalidades que mayor impresión me causaron en dicha reunión


preparatoria, distingo a los representantes de los Estados Unidos de América y del
Reino de Arabia Saudita, respectivamente, el Secretario de Estado, Alexander
Haig, y el Ministro de Relaciones Exteriores, príncipe Saud Al-Faisal Bin Abdulaziz
Al Saud. Las razones de dicha apreciación fueron diversas, sobre todo, por la
forma en que se desplazaron desde sus lugares de origen hacia la sede de la
Cumbre.

Al concluir los trabajos, y una vez que certificamos que todo estaba bajo control,
nos trasladamos de regreso a la ciudad de México con el fin de planificar el evento
más importante que se nos había encargado, es decir, la reunión Cumbre de Jefes
de Estado y de Gobierno, programada, como ya quedó establecido para los días
22 y 23 de octubre.

Durante el intermedio entre una y otra reuniones, el Secretario Castañeda recibió


la comisión para representar al Presidente de la República en la ceremonia de
conmemoración de la proclamación de la independencia nacional, a llevarse a
cabo en Dolores Hidalgo, Guanajuato, la noche del 15 de septiembre siguiente.

Para cumplir con dicha comisión, el Canciller Castañeda me pidió organizar una
avanzada para coordinar los detalles del evento con el señor gobernador del
Estado, Enrique Velasco Ibarra. A dicho fin, unos días antes de la celebración me
trasladé por carretera, a bordo de un vehículo oficial de la Secretaría, hasta el
Estado de Guanajuato, distante de la ciudad de México, aproximadamente, una
cuatro horas.

El diseño del programa que tradicionalmente se cumple en festividades de tal


naturaleza, dispone de un guión preconcebido, por lo que no fue menester añadir

!
208!
o eliminar ninguno de los pasos que lo integran. La idea, en todo caso, era
familiarizarme con todos los detalles, y hacerlos del conocimiento del Canciller,
quien, por cierto, era en extremo cordial a la hora de dar cumplimiento con las
formalidades del caso.

De los detalles que más fácilmente vienen a mi memoria, fue la explicación que
tuve que darle para que, llegado el momento de la ceremonia de El Grito, al
enarbolar la bandera nacional frente al portón principal de la Iglesia desde la cual
el cura Miguel Hidalgo llamara a la sublevación, pronunciara las arengas
específicas, al tiempo que ondeaba la enseña patria y hacía sonar la campaña de
Dolores.

Este acto de malabarismo, repetido siempre por nuestros jefes de estado, no es


nada fácil, y requiere de habilidades específicas, mismas que, afortunadamente,
nuestro Canciller, las tenía, por lo que cumplió con éxito su cometido, y junto con
él, todos nosotros, quienes le acompañamos, como fueron los casos de su
esposa, la señora Neoma Gutman y Andrés Rozental.

Al culminar los actos protocolarios de la ceremonia, quienes acompañamos al


Secretario Castañeda descansamos en la casa cural mantenida por el gobierno
del Estado, misma que disponía de muy poco espacio para acomodar
delegaciones numerosas, circunstancia que derivó en la iniciativa que tomó
Andrés Rozental para consentir que compartiéramos una cómoda habitación hasta
la mañana siguiente.

Nuestro retorno a la ciudad capital se dio sin mayores inconvenientes. Por su


parte, el Secretario Castañeda, su esposa y Andrés, disponían de un convoy para
dicho efecto, lo que motivó que mi regreso fuera sin compañía, en el vehículo que
me fuera asignado por la Cancillería para cumplir con esta importante comisión
oficial.

El siguiente evento que teníamos en puerta era la Cumbre de Cancún, es decir, la


ronda en la que estarían participando los jefes de Estado y de Gobierno de los 22
países participantes, además del Secretario General de la ONU, el doctor Kurt
Waldheim.

En el detalle de los preparativos nos concentramos todo el equipo que integramos


en la Coordinación General, además de diversos apoyos temporales que nos
fueran proporcionados por la Secretaría, seleccionados del personal de nuevo
ingreso al servicio exterior, quienes al tiempo de participar en un evento
multilateral de esta envergadura, cumplieron con un entrenamiento extraordinario
sobre manejo de cumbres internacionales.

!
209!
De los diversos viajes que me tocó realizar al puerto de Cancún en esta fase final,
recuerdo especialmente uno, ya que, previo a mi salida un viernes, le avisé a Olga
Inés que regresaría hasta el domingo, lo que no ocurrió, ya que las actividades
que teníamos programadas fueron cumplidas con éxito el mismo sábado en que
regresamos.

A mi llegada a la casa, encontré sigilosas a las más cercanas amigas colombianas


de Olga Inés, las que estaban viendo una película en la videocasetera que
teníamos en nuestra recámara. Al ingresar, todas se quedaron petrificadas y no
sabían que decir, ya que la película que estaban contemplando era “La Insaciable”
protagonizada por la actriz Marilyn Chambers, convertida en una de las clásicas
del cine porno de los Estados Unidos en la década de los ochenta.

La verdad poco me importó el detalle, ya que esa película la había conseguido a


través de un amigo en los Estados Unidos, quien me la envió como un regalo para
estrenar la videocasetera “Betamax” muy de moda también en esa década, ahora
superada tecnológicamente por muchos adelantos sorprendentes.

Por cierto, Olga Inés que ya había visto la película se encontraba, inocentemente
en la cocina preparando arepas para sus muy queridas invitadas.

Una vez que estuvieron a punto los detalles finales del proceso de preparación, es
decir, la coordinación de todas las instancias que iban a involucrarse en los
trabajos inherentes a la Cumbre, nos trasladamos a la ciudad de Cancún, más o
menos unos cuatro días previos a la inauguración.

El equipo compacto de la Secretaría, entre los que yo fui incluido, quedamos


alojados en el propio Hotel Sheraton, centro de gravedad de todo el evento, así
como lugar de alojamiento de los principales integrantes de las delegaciones
participantes.

No obstante dicha previsión, el Presidente de Filipinas, cuya delegación solicitó y


obtuvo la autorización de nuestro gobierno, optó por rentar una casa individual
para alojar al Presidente Ferdinand Marcos, a quien según nos fuera señalado, no
le gustaba alojarse en un Hotel.

En fin, desde la Presidencia de la República se determinaron una serie de pautas


importantes en materia de protocolo, como sería el caso de la ceremonia de
recepción, que sería atendida directamente por el Jefe de Estado, conjuntamente
con su jefe de Protocolo; una vez que fueran llegando los diversos mandatarios a
la terminal aérea, se trasladarían a las instalaciones del Hotel Sheraton, en donde
sería recibidos por el Canciller Jorge Castañeda, a quien acompañé en todo

!
210!
momento, incluso cuando el Presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan
aterrizó a bordo de un helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana.

Fue muy emocionante todo el proceso de llegada y despedida de las


delegaciones, ya que, de una u otra manera, me tocó estar en primera línea, tanto
en el Aeropuerto Internacional, como en el acceso del Hotel Sheraton.

Por lo demás, como ya fuera señalado, las dos sesiones que ocuparon la agenda
de los dignatarios se desarrollaron en un clima de gran camaradería, a pesar de
que los logros esperados no fueran alcanzados ni en ese momento, ni treinta años
después, en que la agenda de un Nuevo Orden Económico Internacional, sigue en
debate.

El Secretario Jorge Castañeda obtuvo para sí, y para su equipo de trabajo, un


amplio reconocimiento de parte de todas las autoridades locales y extranjeras,
mismo que se hizo extensivo a sus colaboradores más cercanos, entre los que yo
me contaba, para mi privilegio y satisfacción.

Debo aclarar que en el cumplimiento de esta comisión, y de otras muchas que


ocuparon gran parte de mi tiempo como funcionario de la Cancillería, no recibí
ninguna compensación económica adicional, salvo por lo que respecta a mi salario
como subdirector del protocolo, y los gastos relativos a viajes y estancia en los
puntos determinados de cada una de ellas.

A nuestro retorno a la ciudad capital, además del gusto de encontrarme


nuevamente con Olga Inés y con nuestra querida hija Caty, el Secretario
Castañeda me solicitó saber de qué forma podría apoyarme, ya sea en una
promoción escalafonaria, o con una comisión al extranjero.

La propuesta fue consultada con Olga Inés, y ambos coincidimos en que sería una
buena idea volver al exterior, por lo que hice saber al Secretario que deseaba ser
adscrito al extranjero, y me fueron ofrecidas dos opciones, ambas para ocupar la
plaza de jefe de cancillería, con mi rango de Consejero del Servicio Exterior. Las
opciones fueron: Embajada en Japón, o Embajada en Madrid.

Nuestra decisión fue ir a Madrid, y debo reconocer ahora que resultó de lo más
positiva, ya que, en España no sólo consolidamos nuestra relación de pareja, sino
que incrementamos nuestro núcleo familiar, gracias al nacimiento de Carlos
Ignacio, quien se constituyó desde la fecha de su ingreso al mundo en la tercera
estrella de mi universo particular.

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Caty de “colitas”

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Carlos Ignacio con su disfraz favorito

en camello en El Cairo

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Navidad en Egipto

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Súper emocionado

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Natalia Isabel

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Carlos Ignacio, Caty y Natalia

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con Carlos Ignacio

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Caty

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221!
Natalia y Carlos Ignacio

con las cuatro estrellas de mi universo personal

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Caty y Raúl

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Raúl Dino Alfonso Campagna

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con esposa, hijos, yerno y nietos Valentina y Rodrigo

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Capitulo 14
Los preparativos para esta nueva aventura, nos llevaron parte importante del
tiempo disponible hasta la fecha en que programamos el viaje, el mes de marzo de
1982.

Entre tanto, nuestra bella Caty cumplió sus cinco primeros años, el día 21 de
enero, por lo que decidimos realizar una celebración memorable, con el doble
objetivo de señalar fecha tan importante, y aprovechar para que nuestra nena
recibiera a familiares y amigos, de los que se despediría antes de realizar el viaje
a Europa, aunque, para esas fechas, ya habíamos convenido que previamente
fueran a Medellín para saludar a la familia en Colombia.

Por lo pronto, me tocó participar en dos eventos oficiales de gran relevancia, el


primero fue la visita de estado que realizó a México, entre el 17 y el 23 de enero,
el Rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo, quien vino acompañado de su esposa,
Silvia.

La visita fue muy lucida, y nuestros huéspedes realizaron un programa social y


cultural muy amplio, atendiendo visitas a diversos museos y zonas arqueológicas,
y asistiendo a ceremonias oficiales, como la cena de estado ofrecida en el salón
comedor del área de conferencias de la Cancillería, con la Presencia del
Presidente de México y su señora esposa, además de unos 300 invitados, entre
los que estábamos el equipo de protocolo de la Secretaría.

Como resultado de esta visita, recibí la encomienda de la Orden Real de la


Estrella Polar, que me fue otorgada por el Reino de Suecia.

El otro evento que atendí, por expresas instrucciones del Secretario Castañeda,
fue un almuerzo charro, ofrecido en honor del H. Cuerpo Diplomático por el Jefe
del Departamento del Distrito Federal, el señor profesor Carlos Hank González., al
que asistieron en pleno los jefes de las misiones acreditadas ante el gobierno de
México, acompañados de sus respectivas esposas.

En pocas ocasiones me había tocado el privilegio de ver tan contentos al


Secretario Castañeda y a su esposa, la señora Neoma. La verdad sea dicha,
disfrutó muchísimo ese evento, mismo que hizo posible que el jefe del gobierno
capitalino hiciera gala de sus dones como anfitrión, ya que echó la casa por la
ventana en un festival memorable, del que aún ahora guardo muy gratos
recuerdos.

Unos días después coincidimos con el Secretario y con su esposa, la señora


Neoma. En esa oportunidad, fui distinguido por la señora Castañeda, quien me

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226!
manifestó que estaba enterada de mi traslado a España, que celebraba el cambio,
y refirió que era muy merecido, al tiempo que me deseaba la mayor de las suertes.

La verdad, sentí gran emoción, ya que, la señora Castañeda no tenía ninguna


obligación de referirme elogio alguno, sin embargo, lo hizo, con lo cual percibí el
afecto que tenía hacia mi persona, imagino, como consecuencia del trabajo
realizado a favor de nuestro Canciller, don Jorge Castañeda, a quien no volví a
ver, hasta una mañana, años después, tras su retiro de la vida pública, y con su
nueva pareja, Alicia Cabrera, durante un viaje de placer a Grecia, en donde me
convocaron al sitio arqueológico del Oráculo de Delfos.

Me dio mucha pena ver a don Jorge, vencido por la diabetes, apenas me
reconoció, y confundió a Olga Inés con mi hija.

En fin, una vez que culminamos con las diversas encomiendas oficiales,
procedimos con los preparativos del viaje, que incluían la venta de parte del
mobiliario que habíamos adquirido con motivo de la adquisición del departamento
de la calle de Patricio Sanz, mismo que fue rentado en condiciones muy
favorables a un ejecutivo japonés que había llegado recientemente a México.

Dicho ejecutivo, optó por adquirir algunos de nuestros muebles, como fue el caso
de la recámara, prácticamente nueva, que quedó a su disposición. Aquí cabe
mencionar a nuestro muy querido amigo Jorge Soto Cortizo, quien amablemente
se ofreció a administrar dicho inmueble – sin costo alguno – lo cual fue muy
positivo, ya que como Jorge es abogado, conocía de todo lo relativo a la
administración de bienes.

Cuando todo estaba bajo control, acordamos con Olga Inés que viajaría yo
adelantado a Madrid para avanzar los detalles de alojamiento y demás que
facilitan este tipo de traslados, mientras que Olga Inés y Caty irían a Medellín para
estar con la familia en Colombia más o menos un mes, y de ahí volarían directo a
la capital de España.

Y, así sucedió, me adelanté en el viaje hacía la nueva adscripción europea, en


donde con mucho interés me esperaba ya nuestro embajador, el contador público,
Francisco Alcalá Quintero, austero funcionario con orígenes en la banca pública
mexicana, quien había sido Director General del Banco de Comercio Exterior.

A mi llegada al aeropuerto de Madrid-Barajas, estuvo a recibirme José Luis García


Iñiguez, quien a la postre era el encargado de la administración financiera de la
representación diplomática. Mi sorpresa fue grande cuando al tiempo que nos
saludamos por primera vez, me hizo entrega del documento de identificación que
había sido emitido en mi favor, por el Ministerio de Relaciones Exteriores.

!
227!
Nos trasladamos al lugar en que había concretado mis reservaciones: el hotel
Eurobuilding, que me fuera recomendado por la familia Bailleres, a través de los
buenos oficios de doña Martha, mi madre. Ahí formalicé un contrato de estancia
semanal, a los fines de dar espacio para la eventualidad de que, en breve tiempo,
encontrara un departamento a la altura de las necesidades de nuestra familia.

En mi primer día de trabajo me presenté puntualmente a las ocho de la mañana –


horario determinado por el titular, y que se prolongaba de forma continua, hasta
las 15:00 horas –, conversé brevemente con el señor embajador, quien siempre
llegaba de primero a la misión diplomática ubicada en la avenida Castellana.

Se me asignó una oficina, y comencé a desempeñar mis labores como Consejero,


Jefe de Cancillería, y encargado de la Sección Política.

De inmediato, comenzaron a llegar los integrantes del personal, recuerdo con


mucho aprecio a Hugo Gutiérrez Vega, Consejero Cultural; Hero Rodríguez Toro,
Consejero para Información y Prensa; Carmen Ruiz de González Haba, Tercer
Secretaria encargada de Cooperación Técnica y Científica; Luisa Treviño, Tercer
Secretaria de asuntos políticos; Rafael Cortés Armenta, encargado de Archivo y
Correspondencia; a Martín Brito, Consejero, encargado de la Sección Consular;
Francisco Alverde, vicecónsul; Carmelita Casasús; Carlos Tirado, encargado de la
sección de información y Prensa; María de Jesús Urtaran; las Cancilleres María
de los Ángeles Arana de los Cobos; María Luisa Flores Sardaneta; y Flor María
del Rocío Carrillo Cabrera, a quien asignaron para apoyarme como secretaria.

Una mención muy especial para Daniel de la Pedraja, quien era el Ministro de la
embajada, pero que tenía la mala costumbre de llegar después de las once de la
mañana, razón por la que el señor embajador no lo determinaba demasiado.

En la nueva adscripción había varias agregadurías especializadas, como las de


las fuerzas armadas, en las que se encontraban acreditados como Agregado
Naval, el vicealmirante Federico Carballo Jiménez; y el general brigadier Jaime
Contreras Guerrero, como titular de la agregaduría Militar y Aérea, a quien
acompañaba como adjunto, el mayor Mauro Enrique Tello.

Se encontraban también acreditados como agregados, los señores José


Calderoni, quien estaba encargado de los asuntos comerciales; y el ingeniero
Virgilio Blanco, de asuntos agrícolas.

También disponíamos de un Consulado General en Barcelona, el cual estaba a


cargo de Carlos Planck, quien era su titular.

Por lo que respecta a las labores específicas de la agregaduría naval, conviene


destacar que el Vicealmirante Carballo Jiménez estaba a cargo de cuatro

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228!
proyectos muy significativos que consistían en la construcción de tres buques
patrulleros, artillados y con un helicóptero a bordo; y una nave insignia, el velero
Cuauhtémoc, que fuera botado en el puerto de Bilbao por las mismas fechas en
que nosotros llegamos a Madrid.

Bien, aunque eran demasiados, poco a poco fui estrechando positivas relaciones
con la mayoría, ya que, parte de mis funciones, como jefe de la sección política,
eran las relativas a la relación con la Cancillería, con la que el trato era muy
intenso, como consecuencia del enorme potencial de las relaciones bilaterales en
esta primera etapa de los vínculos entre ambos países.

Debo reconocer que, para ese entonces – marzo de 1982 - México ya había
avanzado mucho en el afianzamiento de los vínculos rotos como consecuencia de
la guerra civil española, desde finales de los años treinta. A la muerte del general
Franco y con el advenimiento de un nuevo régimen, encabezado por el Rey Juan
Carlos I, la administración del Presidente López Portillo formalizó contactos a nivel
de Cancilleres (Santiago Roel-Marcelino Oreja) para el restablecimiento de
relaciones diplomáticas.

Previo al reinicio de los vínculos bilaterales, México rompió los existentes con la
República Española en el exilio, por considerar que la misma constituía una
ficción, a la luz de los acontecimientos en la historia del país ibérico.

A mi llegada a España era Presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, del
mismo partido que su predecesor, Adolfo Suárez, del Centro Democrático y Social
CDS, cuya bancada en el Congreso disponía de una mayoría relativa.

A pesar del recíproco interés gubernamental por avanzar en todos los campos en
que fuera posible, se mantenían en ambos lados del Atlántico ciertos síntomas de
hostigamiento, percibidos por mí, sobre todo, en ambientes conservadores del
estamento local, los que antepusieron sus perennes reservas, como consecuencia
de la indudable influencia ideológica vigente en España, sobre todo, por lo reciente
de la muerte del caudillo.

Por lo que respecta a los arreglos personales para la instalación en Madrid, un


colega del servicio exterior, el embajador Jaime Fernández Mac Gregor me ofreció
para alquilar un departamento que tenía disponible en una zona muy céntrica,
cerca de la avenida Castellana, en la calle de Alberto Alcocer. Fui a verlo,
acompañado por una de las empleadas auxiliares de nuestra embajada.

A pesar de que el piso era muy bueno, tenía una desventaja: no disponía de
mobiliario, por lo que no nos convenía, ya que, como consecuencia de la venta de

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229!
todo nuestro menaje antes del viaje, de preferencia buscábamos un alojamiento
amueblado o al menos con parte del mobiliario.

Tal fue el caso de un bello lugar, ubicado en Pinar de Chamartín, en la calle de


Caleruega, por el que finalmente optamos, ya que era medio amueblado y
contaba, entre otras comodidades, con piscina, cancha de tenis, y un hermoso
entorno.

La decisión para rentarlo la pospuse hasta la llegada de Olga Inés y de Caty,


mientras tanto, continué alojado en el sitio al que llegué desde el primer día, el
Eurobuilding.

Para mis desplazamientos por la ciudad, la embajada dispuso se me prestara uno


de los vehículos oficiales de que disponía, un Renault 18, en color gris-verde, muy
cómodo y práctico a la luz de mis necesidades de la coyuntura, y para mientras
podía comprar el vehículo que, en una primera instancia usaría en esta nueva
adscripción, dicho auto fue un Volvo 360 GLT, en color gris metálico, muy
hermoso, adquirido a Hero Rodríguez Toro, quien al culminar sus funciones en la
embajada, regresó a México, con el fin de seguir ejerciendo su profesión como
periodista.

A las pocas semanas de haber llegado a Madrid, Olga Inés y Caty, hicieron su
arribo procedentes de Medellín, lugar al que viajaron, como señalé con
anterioridad, para despedirse de la familia, y para extender una cordial invitación
para que nos visitaran a la mayor brevedad posible.

La llegada de mis dos amores a la capital de España iluminó el panorama familiar


e hizo posible que, en el plazo de una semana, nos trasladásemos al
departamento de Pinar de Chamartín, en donde disfrutamos de una estancia
maravillosa, gracias a la magnífica disposición de los tres, al trabajo tan grato que
me tocó desempeñar, y a la familiaridad con que emprendimos esta nueva
aventura de vida cuya marca indeleble me corresponde ahora esbozar.

Como señalé, desde el inicio de la misión diplomática en esta maravillosa ciudad,


poco a poco, fuimos abriendo puertas, gracias a ese toque personal e
inconfundible que caracterizó a la pareja que integramos con Olga Inés, desde el
momento en que decidimos ir por la vida juntos, como una mancuerna indisoluble,
e inmune a cualquier efecto negativo que pudiese cruzarse en nuestro camino.

Por lo que respecta a nuestra nena, Caty, de inmediato la inscribimos en un


colegio local, el Macarena Wihlloby, ubicado en la calle Príncipe de Vergara, cerca
de nuestra residencia particular, y del hipermercado Jumbo (favorito de Olga Inés)

!
230!
lo que hacía posible que, tanto Olga Inés, como yo, cualquiera de los dos, la
lleváramos y la recogiéramos.

El único inconveniente que la propia Caty nos llegó a manifestar con respecto a su
nueva institución educativa, era sobre el almuerzo que le hacían ingerir, a pesar
de que, en muchas ocasiones, manifestó su inconformidad, como consecuencia
de que la diversidad de comidas entre los platillos que conforman la cocina
española, y la mexicana, o en todo caso la colombiana, era abismal.

Por lo demás, Olga Inés también pudo adquirir un vehículo personal, un Ford
Fiesta, en color rojo, maravilloso, que le sirvió para realizar todo tipo de visitas y
paseos, especialmente a los principales centros de comercio locales, entre los que
ocupó un lugar destacado “El Corte Inglés”, tanto en su sede de Castellana, como
la de la calle Preciados, en el centro de la ciudad capital.

Con mucha frecuencia salíamos a comer en los cientos de lugares que ofrece la
variedad culinaria de una ciudad cosmopolita por excelencia como lo es Madrid, al
tiempo que organizamos paseos por las proximidades, a lugares de interés, como
Toledo, Segovia, Alcalá de Henares, lugar este último en el que compramos – el
primer años de nuestra llegada – la enciclopedia Espasa Calpe que consta de más
de 120 volúmenes.

Visitamos también, entre otros lugares de la periferia madrileña, el Palacio de El


Escorial, Aranjuez, el valle de los Caídos, en donde estaba enterrado Franco.

A los pocos días de haber llegado a Madrid, en Argentina se produjo la invasión de


las Islas Malvinas, desatándose con ello una guerra entre dicho país y la Gran
Bretaña que demandaba la propiedad de las mismas en el Atlántico del Sur. La
guerra no fue muy prolongada, ya que comenzó el día 2 de abril, y culminó tres
meses después, en junio del mismo año.

Lo interesante que conviene destacar, fueron sus repercusiones internacionales,


en el caso de España, el Presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo lo mejor
que pudo hacer fue producir una infortunada declaración que rezaba de la
siguiente manera: “..es un conflicto distinto y distante..”, muy criticada a nivel
mundial.

Además de las actividades profesionales que me tocó realizar en la embajada,


tuve oportunidad de inscribirme, en régimen de alumno visitante, en la Universidad
Complutense, a donde estudié, en un período de tres años, los cinco que
comprenden la carrera de Ciencias Políticas y Sociales. A pesar de que me fue
imposible convalidar estudios previos (los de la Escuela Libre de Derecho) como
consecuencia de que, en esa época no disponíamos de un convenio en la materia,

!
231!
la experiencia fue formativa, y me permitió confirmar que querer es poder, ya que
el resultado final fue sumamente positivo.

Conviene señalar que 1982 fue el último año del sexenio de José López Portillo,
razón por la cual, ese mes de julio se produjeron elecciones federales en México,
resultando triunfador Miguel de la Madrid Hurtado, para el período 1982-1988.

Por tales motivos, la familia presidencial, viajera a ultranza, no cejó en su empeño


por disfrutar de las mieles de un poder que se les iba de las manos. Como
consecuencia de ese gusto por cruzar por el Atlántico, llegaron a Madrid, en
fechas diferentes, dos de las integrantes de nuestra corte real vernácula: la señora
Margarita López Portillo, por un lado; y Carmen Romano de los mismos apellidos,
una hermana del gran Tlatoani, y la otra, cónyuge del propio primer mandatario.

Por razones que desconozco, pero que entiendo muy bien, el señor embajador
Francisco Alcalá Quintero me solicitó, en uno y otro casos, que hiciera presencia
para apoyar en lo que se pudiera ofrecer a las dos distinguidas visitantes.

Por lo que respecta a la señora Margarita mi presencia no fue tomada en cuenta,


ya que viajaba, como solía hacerlo, acompañada de una corte de personajes
ligados a los medios artístico y culturales.

La señora Carmen Romano, no cejó en sus excentricidades, demandando a la


administración del Hotel Villa Magna retirar diversas ventanas de la fachada
exterior del inmueble que se encontraba sobre la avenida Castellana, para poder
ingresar (volado) un piano de cola que utilizaba para sus esparcimientos
personales.

En esta comisión tuve mejor suerte, ya que su jefe de seguridad era el Teniente
Coronel Antonio Clemente Fernández Peniche, con quien mantuve una excelente
relación personal durante mi última estancia en Protocolo, en México. En este
viaje la señora López Portillo visitó la Biblioteca Nacional, lugar en que fue recibida
con interés y respeto, al tiempo que tuvo la oportunidad de ver diversos incunables
que son sigilosamente salvaguardados en las bóvedas del inmueble.

En otro orden de ideas, al poco tiempo de habernos instalado y comenzado una


vida plena de satisfacciones, recibimos - durante el verano, la visita de algunos
integrantes de la familia en México. Llegaron mi madre y la abuela; Ana Edna y
Pablito, y Carlos – mi hermano – con su esposa Carla y la hija de ambos Karlita.

Esta visita fue muy grata, ya que hizo posible que viajáramos por diversos lugares
dentro de España, e incluso que nos trasladáramos a Francia, a la ciudad de
París, en donde pasamos el 14 de julio de ese año de 1982, y que tuvimos

!
232!
oportunidad de presenciar el desfile militar en los Campos Elíseos, presidido por el
entonces Presidente de la República, François Mitterand.

Recuerdo con especial cariño los ratos memorables que pasamos visitando
lugares en común que fueran los mismos espacios de esparcimiento de doña
Martha, y la abuela, durante el período de su estancia en la ciudad Luz, en
compañía de nuestro muy querido abuelo, don Carlos Pita.

Dentro del programa de visitas que realizamos por España, la ciudad de Ávila
ocupó un lugar muy especial, sobre todo para Ana Edna y para Pablito, ya que, a
la fecha de su viaje a Europa, no habían hecho la primera comunión, por lo que a
doña Martha se le ocurrió la feliz idea de que la hicieran justamente en esa
ciudad, llena de tan bellas iglesias.

Entramos a la catedral y ahí, sin más, doña Martha conversó con el abad a quien
comentó sobre el tema. El abad señaló que no había ningún inconveniente y que
los chicos podrían hacer su primera comunión, si fuera posible, la siguiente
semana. La respuesta, de inmediato, fue positiva, por lo que, a nuestro regreso
de la comentada visita a París, fuimos nuevamente a Ávila para que los dos
sobrinos concretaran este deseo de su abuela.

El evento hizo posible que este viaje magnífico de tanta familia de México,
coronara con éxito sus objetivos.

Para ese momento, pleno verano de 1982, Olga Inés ya tenía en su vientre a
nuestro segundo vástago la tercera estrella de mi universo personal, a quien
nombramos, Carlos Ignacio, el 6 de marzo siguiente.

Los preparativos para la llegada del nuevo integrante de nuestra familia, fueron
muy gratos, ya que implicaron infinidad de vueltas a los diversos almacenes en los
que la oferta de todo tipo de enseres infantiles era muy abundante, aunque, de
antemano conocíamos cuál sería el elegido, no dudamos ni un instante en ampliar
nuestro menú de posibilidades.

Al final, decidimos que lo que ofrecía El Corte Inglés era lo más adecuado a
nuestras necesidades y posibilidades económicas del momento, partiendo del
principio de que sería la Secretaría la que cubriría los costos derivados del
alumbramiento, como una de las prestaciones de que disponíamos al estar
comisionados en el exterior.

Por lo que respecta a la administración propiamente dicha de nuestra nueva


residencia, contratamos una asistente de nacionalidad española, de nombre
Yolanda, quien nos fuera recomendada por la familia de Arturo Ciudad, con cuya
esposa, Julia, Olga Inés hizo una relación muy cercana.

!
233!
La susodicha Yolanda, no duró mucho tiempo, como consecuencia del tipo de
hábitos que quería imponernos, y a los que nosotros nos opusimos. No obstante,
la suerte estuvo de nuestro lado, y en breve, tuvimos la oportunidad de que nos
fuera recomendada una empleada de nacionalidad filipina, la señorita Susan
Montino, quien estuvo a nuestro lado, no sólo durante la misión en Madrid, sino
que toda nuestra estancia en Europa.

En ese mismo período, Caty quería tener una mascota, para darle gusto,
comenzamos con adquirir un hámster, el que un buen día se perdió dentro del
sistema de ventilación del carro, por lo que dejamos de verlo, y lo olvidamos. Un
poco después, se nos antojó un perrito, y adquirimos una de raza pekinesa, al que
tuvimos como seis meses, término tras el cual constatamos que no teníamos
vocación para cuidarlo y atenderlo como se merecía, por lo que lo regalamos a
unos vecinos de nuestro edificio, los que lo aceptaron y se mostraron sumamente
agradecidos con nosotros.

A pesar de que el departamento era semiamueblado, descubrimos que en España


existían enormes posibilidades de irnos haciendo de un menaje de casa propio,
por lo que comenzamos a invertir, adquiriendo el juego de sala en piel, más tarde,
y durante un viaje que realizamos a Valencia, adquirimos porcelanas de Lladró, el
juego de comedor, y una serie de elementos antiguos, adquiridos a un
comerciante en Tavernes Blanques.

Dentro de dichos elementos, una pintura antigua (del siglo XVII) al óleo, atribuida a
EL Españoleto, una cómoda Isabelina; un reloj de péndulo; un barqueño morisco,
y adornos diversos, mismos que, hasta esta fecha conservamos con especial
afecto.

Conforme iba pasando el calendario fue menester disponer de un médico


ginecólogo de cabecera, así como adquirir un seguro médico de gastos, mismo
que nos fue de gran utilidad, ya que la empresa que lo vendía: Sanitas, nos resultó
muy conveniente, sobre todo para emergencias infantiles, o para consultas
externas.

El médico que contactamos a los fines del período de embarazo de Olga Inés, fue
una de los más famosos de ese entonces, en doctor Botín Blanco, quien había
atendido en sus embarazos a la Reina de España y a la cantante Isabel Pantoja,
quien dio a luz a su vástago unos meses antes que Olga Inés, en el mismo
hospital en donde sería atendida mi bella esposa, el San Francisco de Asís.

Así, durante los meses previos al parto, acudimos puntualmente a la cita médica
mensual, hasta los momentos previos al alumbramiento, mismo que se produjo,
como mencioné, el día 6 de marzo, a las doce en punto.

!
234!
Para el mes de septiembre, con motivo de las fiestas patrias, el embajador no
organizó absolutamente nada, dado su carácter austero, por lo que un grupo de
entusiastas programó una velada mexicana, en casa del Consejero Agrícola,
Virgilio Blanco, quien junto con su esposa nos recibió a todos, disfrutando de la
doble oportunidad de ver en persona a la cantante María Dolores Pradera, la que
engalanó la velada, junto con el concierto a piano del propio embajador Alcalá
Quintero.

Dicho sea de paso, nosotros, es decir, Olga Inés y yo, invitamos posteriormente al
señor embajador a una cena en nuestro domicilio particular, oportunidad que
aprovechamos para reunir a algunos de nuestros colegas de la embajada, entre
los que se destacaron el Consejero Comercial y su esposa.

Una vez que disfrutamos de la rica cena, el señor embajador procedió a


despedirse, cosa que hizo de inmediato. A fin de acompañarlo hasta la entrada
del inmueble, abordé el ascensor y una vez que se cerró la puerta, ambos oímos
con claridad que Olga Inés comentó: “…ahora sí va a empezar la fiesta…” Esta
anécdota, cada vez que la contamos nos hace sonreír, ya que, como señalé los
dos que estábamos en el elevador nos miramos sin decir absolutamente nada.

Para el mes de octubre fueron convocadas elecciones generales al Parlamento


Español, se disputaba la Presidencia del Gobierno entre dos candidatos
principales, y tres más con menos posibilidades de alzarse con el triunfo, con
independencia de que uno de los partidos con menos simpatizantes era
justamente el Centro Democrático de Adolfo Suárez, y de Leopoldo Calvo Sotelo,
que tuvo como abanderado a quien fuera presidente del Congreso de los
Diputados, Landelino Lavilla, y el otro, el Partido Comunista Español, cuyo
abanderado era Santiago Carrillo, dirigente histórico de la izquierda.

Los partidos con mayores posibilidades fueron el Socialista Obrero Español


PSOE, y Alianza Popular AP, respectivamente, con sus cabezas de lista: Felipe
González, y Manuel Fraga Iribarne.

El triunfo del PSOE fue arrollador, obtuvo mayoría absoluta, y gobernó el país
entre diciembre de ese año y hasta 1996, en que perdió la mayoría en el
Congreso, para nosotros fue un evento muy relevante, ya que, como encargado
de la sección política, estuve vinculado a todo el proceso, e incluso, el mismo día
de las elecciones asistí como observador al Centro de Convenciones en la ciudad
capital.

A la toma de posesión de Felipe González viajaron dignatarios de muchos


rincones del mundo, incluidos de México y Colombia.

!
235!
De forma casi simultánea, el día 1º de diciembre, tomó posesión como Presidente
de México, Miguel de la Madrid Hurtado, quien se sirvió designar a Bernardo
Sepúlveda Amor, como su Canciller.

Antes de dicha toma de posesión, el señor embajador Alcalá Quintero regresó a


nuestro país al término de su misión diplomática.

Recuerdo de forma especial que el embajador me convocó a su casa y me señaló


que antes de partir definitivamente del país, quería que me llevara algunas de las
muchas botellas de vinos y licores que había adquirido de forma personal, y que
no deseaba que otros (imagino que refiriéndose a Daniel de la Pedraja) se los
apropiaran.

En fin, antes del nacimiento de nuestro segundo hijo, realizamos un viaje por tierra
a San Sebastián y a Bilbao, acompañados por Carlos Tirado y su novia Mayte. La
verdad fue súper agradable, ya que el País Vasco dispone de lugares
sorprendentes y cuenta con una cocina suculenta. El traslado por tierra a dicha
comunidad autónoma fue bastante largo, por lo que todos quedamos sorprendidos
con la actitud de Caty, quien en ningún momento demandó atención especial.

Ese año pasamos las fiestas de diciembre y enero en Madrid en donde


celebramos de la forma tradicional, acompañados por amigos y compañeros de la
embajada.

A fin de que Olga Inés no estuviera sola, durante el alumbramiento de nuestro


segundo hijo, invitamos a Madrid a doña Fabiola, quien presurosa viajó desde
Medellín, estando puntualmente con nosotros en ese día tan feliz de nuestras
vidas en que vimos por vez primera a nuestro retoño, Carlos Ignacio, quien como
señalé, se transformó en la tercera estrella de mi universo personal,
llenándonos de dicha a todos.

El parto de nuestro segundo retoño fue muy particular, ya que, en la fecha en que
Olga Inés comenzó a sentir los primeros síntomas del alumbramiento, nos
trasladamos de madrugada a la sede del hospital, encontrando en nuestro camino
un obstáculo con el que no habíamos contado: la puerta eléctrica del
estacionamiento del edificio no funcionaba, por lo que fue necesario contratar un
servicio de taxi de alquiler, para que nos llevara hasta nuestro destino en el barrio
de Salamanca.

Un vez en el hospital San Francisco de Asís, y mientras yo me encargaba del


registro y de los trámites que eran menester, Olga Inés se enfrentó al primer reto
de la transición materna: la persona que la atendió era una matrona, es decir, una
de esas personas que de forma empírica coadyuvan a las labores de parto, bajo

!
236!
las costumbres de una rancia tradición religiosa en la que, las parturientas debían
sentir los dolores del alumbramiento, porque esa era la forma de honrar a no se
qué Dios que en esos momentos me negaba invocar.

En fin, Olga Inés rogaba porque se le aplicara una anestesia que mitigara el
sufrimiento por el que estaba pasando. Al negarse a ello la matrona, Olga Inés
demandó la presencia del doctor Botín Blanco, y se dispuso lo necesario ante la
inminencia de la llegada al mundo del gran Carlos Ignacio. Debo señalar que, sin
esperármelo, el doctor Botín Blanco me señaló que si quería ingresar al quirófano,
lo podría hacer, a lo que no me negué.

El alumbramiento fue muy hermoso, y supe que nuestro hijo era niño, ya que,
conforme iba saliendo, dejó al descubierto sus atributos varoniles que contemplé
con verdadero éxtasis. Ahí estaba ya, nuestro hijo muy bien querido, quien llegó a
este pícaro mundo en medio de una familia que, a partir de ese mismo instante
comenzó a adorarlo.

Una vez que Olga Inés pasó a la sala de recuperación, tuve oportunidad de
trasladarme hasta el departamento para recoger a doña Fabiola, y a Caty, quienes
en ese momento esperaban ansiosas noticias sobre el nuevo hermanito.

Recogí algunas pertenencias que nos eran necesarias, y de inmediato nos


dispusimos a trasladarnos al hospital, para acompañar a doña Fabiola y a Caty,
quienes anhelaban ver a Carlos Ignacio.

El encuentro con el nieto y el hermano, respectivamente, fue todo un


acontecimiento, ya que Carlos Ignacio fue, como sucedió Con Caty, un bebé muy
hermoso y tierno, a pesar de que, generalmente, en ese justo momento post
alumbramiento, los pequeños suelen ser bastante feítos.

Olga Inés fue, a lo largo de sus embarazos, una mujer extremadamente fuerte y
sana, lo que hizo posible que, en breve, saliéramos del hospital con el nuevo
retoño, a quien comenzamos a disfrutar desde el primer momento. Ahora bien,
para dar cumplimiento a todos esos rituales a los que estaban acostumbradas
nuestras familias, muy pronto procedimos a bautizarlo, eligiendo como padrinos a
los señores Ciudad, Julia y Arturo, quienes desde ese momento se convirtieron en
nuestros compadres muy queridos.

De forma previa a la salida del hospital, recibimos una visita inesperada, la de Luis
Carlos Sánchez y su esposa, colombianos, muy amigos nuestros en México,
durante la temporada que él fungió como Director de la Oficina de Información de
las Naciones Unidas para nuestro país. Como obsequio para el bebé, llevaron un
oso de peluche azul, mismo que ha conservado nuestro hijo hasta nuestros días.

!
237!
Por lo que respecta a doña Fabiola, como siempre la paseamos bien y bonito, ya
que para ella, como para cualquiera, ese viaje representaba una ilusión enorme,
por lo que hicimos lo posible para que se sintiera lo más cómoda con esta rica
experiencia europea.

A las pocas semanas del nacimiento de Carlos Ignacio y, aprovechando alguno de


los muchos puentes que se celebraban en España, realizamos un viaje por tren
hacia la Comunidad de Galicia, desde donde bajamos por tierra hacia Portugal, y
de ahí de regreso a Madrid, pasando por la Comunidad de Extremadura. El viaje
por tren fue muy agradable, ya que disponía de la facilidad de llevar a bordo
nuestro automóvil Volvo.

A nuestra llegada a la Coruña, visitamos el lugar y de ahí nos trasladamos a


Santiago de Compostela, alojándonos en el Parador de los Reyes Católicos, que
en esa época era el más famoso de toda España, de ahí fuimos, nos trasladamos
en ruta hacia Portugal por vía de Vigo, el Ferrol y a otras muchas poblaciones en
donde nuestro pequeño recién nacido, y la bella Caty, se comportaron de forma
estupenda.

El ingreso a Portugal, fue a su vez, sumamente gratificante, llegamos a Lisboa,


gran capital desde donde emprendimos el regreso hacia España por vía de la
Comunidad de Extremadura, en cuya ciudad capital, y los entornos de Trujillo,
descubrimos el culto, por un lado a la virgen de Guadalupe local, y por otro, a don
Hernán Cortés, originario de esas lejanas tierras.

Por lo tanto, a sólo tres semanas de haber visto este pícaro mundo, Carlos Ignacio
hizo su primer viaje por vía terrestre hacia La Coruña, en Galicia, y de ahí a
Portugal, pasando por su gran capital, Lisboa, para comenzar un retorno familiar a
través de Extremadura.

Un buen día recibimos la invitación para presentar un número musical sobre


México en la programación de Televisión Española, en su primera cadena,
oportunidad que aprovechamos para propiciar que Caty tuviera su debut artístico
en el programa “Hola Chicos” a donde la llevamos como representante de México,
con un bello vestido de chiapaneca - que le había regalado su abuelita Martha –.

La producción del programa contrató un mariachi – el que acompañaba a Rocío


Durcal – y nuestra nena se presentó cantando: “el mariachi de mi tierra” con
mucho éxito. La ocasión nos brindó la magnífica oportunidad de grabar en video el
evento, conservando la cinta con especial cariño.

Una de las grandes ventajas de vivir en Madrid es la relativa a la posibilidad de


viajar con frecuencia, tanto dentro de la geografía nacional, como de visitar países

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238!
vecinos, incluidos los del norte de África, como fue el caso de nuestro viaje a
Marruecos, y a los departamentos africanos de España: Ceuta y Melilla.
Cruzamos el estrecho que separa la frontera de ambas naciones, desde la parte
española, con la Comunidad de Andalucía, a bordo de un trasbordador, mismo
que utilizamos tanto de ida como de vuelta.

Durante el primer año de vida de nuestro pequeño bebe, recibimos también otra
visita de México, nuestra madre Martha, con la abuela, quienes deseaban conocer
al vástago del que habíamos hablado infinidad de veces.

En este viaje, ambas tuvieron oportunidad de disfrutar al nietecito, por un lado, y al


bisnieto, por el otro. Como en todas sus visitas, disfrutamos la compañía y
realizamos varios viajes no sólo a las ciudades cercanas a Madrid – las
tradicionales – sino que hasta Granada en la Comunidad de Andalucía, pasando
por la ciudad de Burgos, en donde nos alojamos en el Parador de El Cid
Campeador.

En Granada visitamos los sitios más conocidos, entre ellos la Alhambra, obra
maravillosa de valor universal que representa la majestuosidad de la influencia de
la dominación árabe a España durante muchos siglos; ahí vivió sus momentos
finales Boabdil, último Rey moro

A pesar del tiempo transcurrido desde la expulsión de los califatos árabes de


tierras españolas, aún se puede apreciar la destreza constructiva de una cultura
que, hoy por hoy, sigue extendiéndose por el mundo.

De nuestra breve visita a Andalucía conservamos recuerdos magníficos, como


sucedió casi siempre que nos desplazamos por sitios de interés dentro de la
geografía española.

Para ese entonces tuvimos la oportunidad de conocer personalmente a uno de los


actores políticos de la transición democrática en España, el Alcalde de Madrid,
don Enrique Tierno Galván, cuya obra como burgomaestre dejó amplia huella en
los anales de la administración pública local, y en las letras españolas, por el
contenido de sus famosos bandos municipales, con exquisita carga literaria, de
buen humor y don de gentes.

El espacio que compartimos con él y con otros distinguidos admiradores de


México, entre los que destacamos a Plácido Domingo, Amparo Rivelles, y un lago
etcétera, fue en ocasión del homenaje al músico y poeta, Agustín Lara, por quien
se sembró de rojos claveles la Gran Vía, hasta en donde se ubicaba el famoso
“Bar Chicote” mundialmente famoso por la copla Madrid del propio autor.

!
239!
Como consecuencia de dichos homenajes, fui comisionado para representar a la
embajada en la develación de una escultura del músico mexicano en la Plaza de
Lavapiés, recuerdo que la ocasión fue motivo para un reportaje de la revista Hola,
la cual dedicó una fotografía alusiva – en blanco y negro -, en la que aparecemos
junto con Olga Inés.

De las primeras visitas que correspondió atender a Daniel de la Pedraja, en su


calidad de Encargado de Negocios, la del nuevo Secretario de Hacienda y Crédito
Público, Jesús Silva Herzog, quien llegó al país acompañado del Director General
de Asuntos Hacendarios Internacionales, Ángel Gurría, quien unos años más
tarde, coronaría una exitosa carrera profesional como Canciller de México.

Esta visita tenía un único objetivo: renegociar la altísima deuda exterior que había
acumulado México, como consecuencia de los infaustos excesos de la
administración lópezportillista. Si, la administración 1976-1982 jugó un rol
importante en la situación que presentaba la economía del país en la difícil
coyuntura internacional que terció en su mandato Miguel de la Madrid, cuyo signo
gubernamental fue enfatizado el la austeridad más extrema.

En ocasión del cierre de nuestra representación diplomática en Teherán, un gran


amigo, Rafael Steger, fue comisionado para ir a dicho país y proceder como
corresponde a cuantificar los bienes muebles, enajenarlos, y en su caso, devolver
a México los más valiosos, como sucedió con la cubertería en plata.

Transportando dicha cubertería, en su retorno a México, hizo una escala técnica


en Madrid, lugar en donde tuvimos oportunidad de convivir con él por un largo día,
en el trascurso del cual lo pasamos súper divertidos, visitando los tablaos que se
encuentran en Cava Alta y Cava Baja, en el centro de la capital.

Otra visita relevante fue la de Ramón Aguirre Velásquez, Jefe de Gobierno de la


ciudad de México, o Regente capitalino como se conocía mejor el cargo. Esta
visita tuvo como empeño principal, motivar la colaboración recíproca entre los
gobiernos locales de México y Madrid, a través de la implementación de proyectos
de recíproco interés, y suscribir el acuerdo para el envío a España de una
escultura del prócer de la independencia, don Miguel Hidalgo y Costilla (copia de
la que se encuentra en la Columna de la Independencia), y por parte de España,
para México, una reproducción de la escultura de las Cibeles.

En esta vorágine de actividades tuve oportunidad de superar con éxito mi primer


curso en la Universidad Complutense, en la carrera de Ciencias Políticas. Para el
siguiente ciclo, convencido de que más tarde que temprano sería movilizado hacia
otro puesto dentro del servicio exterior, me inscribí en los programas del segundo

!
240!
y tercer año académico. Esto fue posible como consecuencia de que estaba
matriculado como alumno visitante, lo que hizo más fácil y elástico el calendario.

Como era de esperar, ambos cursos fueron superados con éxito, no obstante el
esfuerzo de carácter personal y académico que implicó este ejercicio de
superación profesional. Culminé los estudios de la carrera el ciclo siguiente, es
decir 1984-1985, de forma coincidente con mi salida hacia una nueva adscripción
en la embajada de México en Atenas, Grecia.

Mientras tanto, ese primer año de la administración de Miguel de la Madrid


comenzaron a llegar muchos altos funcionarios del gobierno de nuestro país, entre
los que se destacaron el Canciller Bernardo Sepúlveda, quien estuvo tres días
cumpliendo un muy discreto programa, al que acompañó, en todo momento,
Daniel de la Pedraja, quien como fuera ya señalado, cumplía con las funciones de
Encargado de Negocios, cargo que desempeñó hasta la llegada del nuevo
embajador, el licenciado Rodolfo González Guevara, cuya misión diplomática,
hasta que estuvimos adscritos a nuestra embajada en España, fue muy positiva en
todos los aspectos, sobre todo en el personal, ya que, como consecuencia de mi
experiencia y de las muchas habilidades que me caracterizaban, don Rodolfo me
exteriorizó su gran confianza, hasta la fecha de la cena de nuestra despedida.

Con respecto a Bernardo Sepúlveda, si bien es cierto que su llegada a la


Secretaría de Relaciones Exteriores estuvo presidida de una muy bien ganada
fama como experto funcionario en las lides de la política exterior – fue nuestro
embajador en Washington por breve período -, su personalidad no le permitió
permear hasta las bases de la estructura de la Cancillería, cuyos recursos
humanos siempre demandaron de un mejor trato.

Por lo anterior, en Madrid todos quedamos con un mal sabor de boca, no tanto por
sus acciones, sino como consecuencia de sus omisiones.

Se presentó la oportunidad de cambiar de vehículo, es decir, el Volvo 360 GLT


que habíamos comprado a Hero Rodríguez Toro, lo vendimos a una nueva colega
de la agregaduría militar y aérea, la capitana Del Pozo, de reciente adscripción en
Madrid, y en su lugar encargamos un bellísimo Mercedes Benz 230 E, color azul
marino con interiores color arena. Su costo fue el equivalente de $ 13,000.00
dólares en su equivalente a marcos alemanes, y tardó en llegar tres meses, fue
matriculado en junio de ese 1984.

De nuestros huéspedes familiares, nos visitaron varios de los hermanos de Olga


Inés, como serían los casos de Carlos Alberto y Norita, los cuales se encontraban
desarrollando un viaje de negocios por varios países de Europa, por lo que no se
quedaron con nosotros, en nuestra casa, sino que nos visitaron y realizamos

!
241!
algunos paseos en conjunto; Juan Guillermo, también estuvo unos días en casa, lo
mismo sucedió con respecto a don José y doña Fabiola, los que viajaron con Olga
Inés a Paris, a Roma y a Londres.

La verdad, creo que en ninguna adscripción de las que tuvimos hasta ese
momento, nos había dado tantas satisfacciones en lo relativo a visitas de
familiares y amigos.

Un poco más entrado el año, la Secretaría comenzó a enviar a nuevos integrantes


del personal, como serían el caso de Ana Laura Monsiváis, y Catalina Moye,
ambas cancilleres, quienes quedaron adscritas, por un lado, conmigo, y por otro,
en la secretaría particular del señor embajador.

A la llegada del nuevo embajador, se acreditaron otros nuevos funcionarios, uno


como consejero, Juan Manuel González Camarena; otro como secretario
particular del embajador, con rango de Segundo Secretario, Oscar Elizundia, y uno
más como agregado para asuntos de información, Eduardo Arvizu, experimentado
periodista con quien nos hemos mantenido en contacto hasta el día de hoy.

La fecha de llegada del embajador fue muy bienvenida, ya que la dinámica de las
relaciones bilaterales, demandaba disponer de un jefe de misión de altura, para
que la interlocución con las contrapartes tuviera un cause más adecuado.

El embajador era una persona bastante sencilla por lo que respecta a su forma de
vida y a la inmensa experiencia política de la que estaba revestido, casado con
una señora muy dulce, doña Elisa Macías, formaban una pareja muy digna y
adecuada a las necesidades de nuestro país en ese momento.

Como señalé anteriormente, tuve el privilegio de disponer de un lugar especial en


el equipo de trabajo del nuevo embajador, ya que, sin temor a una falsa modestia,
era yo el funcionario de carrera con mayor experiencia en los menesteres
inherentes al acompañamiento del embajador en sus diversas funciones, tanto de
representación, como protocolarias, por lo que, desde un principio, descubrió en
mi desempeño profesional cualidades de utilidad para su misión diplomática.

Lo acompañé en casi todas sus visitas y entrevistas de carácter político, lo mismo


sucedió con respecto a las visitas de cortesía a los colegas del Cuerpo
Diplomático, especialmente a los anglo parlantes, ya que don Rodolfo no
manejaba idiomas extranjeros y yo le hacía como su improvisado intérprete.

Fui invitado a participar en una reunión de la Organización de las Naciones Unidas


para el Desarrollo Industrial ONUDI, en la que fue elegido presidente de la mesa
de trabajo, auxiliándose para ello con mi apoyo profesional, así como en diversos

!
242!
eventos de carácter público y de representación de la embajada, cuya vocería
autorizada, en temas de carácter político, recayó en mi persona.

Uno de los actos más importantes de la misión diplomática del embajador, fue la
presentación de sus Cartas Credenciales ante su Majestad el Rey Juan Carlos I,
en ceremonia de gala en el Palacio Real, en la que el atuendo era frac y
condecoraciones.

Para esa fecha, acompañamos al señor embajador, la nueva Ministra, Ivonne


Loyola de Pilihos; los agregados militar y aéreo; y el de la Armada; el Consejero
Cultural, Hugo Gutiérrez Vega; el Consejero para asuntos consulares, Martín Brito;
y el Consejero Político, que era mi caso.

Al término de la presentación de credenciales, el embajador ofreció un vino de


honor en la residencia oficial, a donde nos trasladamos todos los participantes, así
como otros invitados de la colonia mexicana y personalidades gubernamentales.

Tuve la percepción de que el señor embajador vivió con gusto su nuevo


desempeño como jefe de misión en una representación tan importante para
México como lo es nuestra embajada en Madrid.

Unos meses más tarde, el gobierno de México acreditó a un nuevo agregado


militar y aéreo, se trataba del señor general de división Antonio Riviello Bazán,
quien ocuparía, años más tarde, la titularidad de la cartera de Defensa Nacional,
durante el sexenio del Presidente Carlos Salinas de Gortari.

Con el señor general Riviello, se desarrolló una relación muy positiva, como lo
fueron siempre nuestras relaciones con los representantes militares de México en
el exterior, al grado de que el señor embajador le señaló al general Riviello que
por mi conducto podría realizar todas las gestiones que considerara de utilidad a
los fines de su desempeño en España.

Otro agregado militar y aéreo con quien sostuvimos excelentes relaciones en esa
época, fue el general Carlos Vallejo, padre de una compañera de viajes
presidenciales, la señorita Ivette Vallejo, quien estuvo adscrita como auxiliar de
vuelo en la flota presidencial, que se operaba a través del Estado Mayor, y a quien
conocí en la gira a China y al Japón.

Una de las hermanas de la familia Vallejo, que se desempeñaba a su vez como


auxiliar de vuelo en la flota presidencial, había fallecido años atrás en un
infortunado accidente sufrido por uno de los aparatos de la Fuerza Aérea
Mexicana.

!
243!
Durante ese verano de 1984 realizamos un viaje muy emocionante a México y a
Colombia, previa una visita en Orlando, Florida a Disney World, a donde nos
encontramos con Darío, el hermano de Olga Inés.

Antes de nuestra visita a la zona de diversión en Orlando, pasamos un par de días


en la ciudad de Miami, en donde compramos algunas novedades tecnológicas,
como fue el caso de la cámara Betamovie de la casa Sony, en la que
comenzamos a guardar nuestra más gratas memorias en video.

Una vez que estuvimos dispuestos, nos fuimos a Orlando y ahí pasamos varios
días visitando tanto la tierra de Disney, como Epcot, y varios de los diversos
parques recreativos disponibles en esa zona de solaz esparcimiento infantil y
juvenil.

Al concluir nuestra visita en Orlando, salimos con destino a México, D.F., en donde
habíamos planeado realizar muchos paseos en compañía de la familia y de
diversos amigos. Nuestra bienvenida fue muy grata, nos alojamos en casa de
doña Martha, en el departamento de la calle de Herschel, y Carlos mi hermano
nos hizo favor de prestarnos un vehículo Renault 18 como medida para facilitar
nuestros desplazamientos por todos los lindos lugares que visitamos.

Para nuestra llegada, fuimos a almorzar a un restaurante típico muy agradable por
el rumbo de Santa Mónica en el Estado de México; el lugar estaba animado por
música en vivo, con mariachis y otros grupos de música norteña, muy de moda
desde ese entonces en nuestro país.

Fueron todos los hermanos, con sus respectivas parejas – los que tenían - e hijos,
recuerdo muy bien a Patricia, con Ana Edna y Pablito; Carlos con Carla, Karlita y
María Fernanda; Sylvia y Javier con Mauricio y Marthita, por supuesto, doña
Martha y la abuela en primera fila, muy animadas y contentas de vernos en vivo y
a todo color.

Unos días más tarde, Carlos mi hermano ofreció una amena comida en su nuevo
departamento de la calle de Pestalozzi en la colonia Narvarte. A ese evento,
además de la familia más cercana, fueron invitados Jorge Párraga y Maru, su
esposa; la tía Delfina – hermana del muy querido abuelo – la madrina América,
quien fue con uno de sus muy queridos hijos, el mayor, Héctor.

Guardo, de ese grato momento familiar, un video, originalmente grabado con la


cámara Betamovie, y ahora ya digitalizado.

A partir de entonces, y durante casi cuatro semanas tuvimos oportunidad de


realizar paseos y reuniones familiares, visitando lugares agradables, como nuestro

!
244!
terreno a las faldas del Popocatépetl, Amecameca, las grutas de Cacahuamilpa, y
el convento de Tepotzotlán, con su museo nacional del Virreinato.

Muy lamentable el anuncio que recibimos durante el curso de esta etapa de


nuestras vacaciones, en el sentido de que uno de los hermanos de Olga Inés, de
nombre Jaime Humberto, había fallecido en un accidente de aviación, en Medellín,
lugar a donde deberíamos de viajar en una semana más. Recuerdo con el
corazón sobrecogido la tristeza de mi muy querida esposa en cuanto se enteró de
la noticia que me había sido comunicada por un buen amigo de la Secretaría,
Víctor Manuel Solano, entonces Director General del Servicio Exterior.

A partir de ese momento, y hasta que estuvimos en Colombia, Olga Inés lo pasó
bastante desanimada, y era comprensible.

Cuando continuamos nuestro viaje de vacaciones, la primera escala en ruta a


Medellín, fue Bogotá, lugar en donde vivían Luz Beatriz, con su hija Juanita; y
Juan Guillermo. Habíamos coordinado con la primera la posibilidad de pasar una
noche en su departamento en la capital del país, lugar al que llegamos finalmente.

Ahí nos encontramos con el propio Juan Guillermo, y armamos una fiesta muy
agradable en la que cantamos, comimos y disfrutamos inmensamente de la
recíproca compañía.

Al día siguiente salimos hacia Medellín, llegando al aeropuerto Olaya Herrera, que
era utilizado por ese entonces para los vuelos nacionales e internacionales. Ahí
estaba don José y doña Fabiola esperándonos para llevarnos a la casa familiar de
la calle 58ª número 40-30 (Bucaramanga y Mon y Velarde) en donde vivían casi
todos los hijos, con excepción de los que estaban casados, como eran los casos
de Carlos Alberto, Blanca Ruth, y José Obdulio.

La verdad, al comienzo estuvieron comentando las incidencias respectivas al


fallecimiento de Jaime Humberto, sin embargo, poco a poco, el tema fue
postergado en el ánimo de hacernos sentir lo más confortables posible,
circunstancia que siempre prevaleció como mejor recuerdo de nuestras muchas
visitas a la tierra de Olga Inés.

Por supuesto, los preparativos para enseñarnos lo más posible de Colombia,


estaban dados. Nuestro primer viaje fue a la playa de Tolú, distante, por carretera
a unas doce horas de Medellín, viajando a bordo de una magnífica camioneta 4X4
que obraba en el parque vehicular de don José. Fuimos con Doña Fabiola y nos
encontramos en el puerto con Darío, Diego Alejandro; Jorge Fernando; y Álvaro
Mauricio, quienes acompañados de algunas amiguitas disfrutaban de una cabaña

!
245!
muy simpática que había negociado don José en algunos de los muchos negocios
que hacía a diario.

A nuestro regreso visitamos lugares muy agradables en la ciudad de Medellín, al


tiempo que acompañamos en alguna jornada de trabajo a don José, quien tenía –
en ese entonces – su centro de negocios en el café Ganadero. Dentro de las
diversas actividades que tenía don José, disponía de un depósito de dulces y
cigarrillos, ubicado en el Centro mismo de la ciudad.

Unos días después, viajamos a la finca de José Obdulio y Carmenza en Cocorná,


distante de la ciudad de Medellín, como a unas tres horas, siguiendo la carretera
que une a la ciudad de Medellín, con la capital del país. La finca de José Obdulio,
era muy hermosa, ya que, por su extensión, y su ubicación geográfica – entre
montañas – la hacía muy atractiva para personas de cultura urbana, como era mi
caso, y el caso de Caty y Carlos Ignacio, quienes la verdad sea dicha, disfrutaron
cada instante de esta magnífica vacación veraniega.

Ahí en la propiedad nos encontramos con Luis Mario y Peggy, su primera esposa,
quien estaba acompañada de su señora madre y de su medio hermano de nombre
Michael (que tenía la nacionalidad estadounidense). Montamos a caballo,
disfrutamos de las mieles de la rica fruta que se daba en la finca, como serían los
casos de las exquisitas guayabas y piñas. Nadamos en el Río Cocorná, y tuvimos
una feliz estancia junto con la más efusiva acogida. Para ese entonces, José
Obdulio y Carmenza tenían una cría de cerdos que engordaban para vender como
carne.

Al siguiente fin de semana viajamos para conocer la muy famosa finca de don
José: El Algarrobo” en donde había casi de todo. Una extensión inmensa de tierra
buena y virgen; mina de pepitas de oro; y lo que más me impresionó fue el molino
de caña para producir panela.

Ahí grabamos un video sensacional en el que aparece, siempre en primer lugar,


don José, quien dirigía eficazmente a los muchos trabajadores agrícolas de la
finca. Se nos unió a este paseo, además de los hermanos que habitualmente
estaban en la finca, Juan Guillermo, quien como señalé, residía en la ciudad de
Bogotá, capital del país.

Otros paseos realizados con nuestros muy queridos hijos, Caty y Carlos Ignacio,
fueron la vuelta a Oriente, zona exquisita del Departamento de Antioquia, en
donde se ubica La Ceja, lugar de nacimiento de Olga Inés. Por cierto en esa visita
estábamos acompañados de Carlos Alberto y Norita, y grabamos la casa familiar
en donde residieron los Gaviria Vélez antes de su traslado a Medellín; además de
dicha visita, contemplamos desde el panorama a Rio Negro, concretamente el

!
246!
lugar en donde años más tarde se ubicaría el Aeropuerto Internacional José María
Córdoba, ahora en uso para vuelos de todo tipo.

Según comentaron tanto Olga Inés, como sus hermanos, esos terrenos en donde
ahora se encuentra el aeropuerto internacional, en algún momento fueron
propiedad de Don José, quien en alguna de sus infinitas operaciones comerciales
los cambió por un par de alpargatas.

Esa tarde almorzamos un sitio muy bello ya que disponía de un lago artificial en
donde se podía pescar trucha. Ahí, Caty y Carlos Ignacio hicieron su debut
intentando capturar uno. La verdad es que sí lo pudieron pescar y alguien de los
que estábamos esa tarde en el paseo se lo almorzó.

La visita final que realizamos en esta vacación fue a la casa de Carlos Alberto y
Nora en Guatapé, al lado de la represa del Peñol, en donde disponían de todas las
facilidades. Una residencia muy hermosa, con vista privilegiada, además una
lancha para recorrer la represa y en donde Caty aprendió a esquiar sobre el agua,
ante el pánico de sus respectivos padres, quienes la vimos llenos de estupor, pero
encantados por sus habilidades innatas.

!
247!
Capitulo 15
Al culminar nuestros primeros dos meses de vacaciones con pago de pasajes
aéreos, retornamos muy animados a Madrid, en donde tuvimos que enfrentar un
nuevo cambio de domicilio, esta vez al barrio de Miraflores, en la calle de Piña
Pintada, en donde ubicamos una urbanización con casas en régimen de
condominio horizontal muy cómodas para nuestras necesidades, ya que, como se
recordará, además de nosotros cuatro, estaba Susan, nuestra muy eficiente
asistenta de Filipinas.

Concretamos rápidamente el cambio de domicilio, habituándonos de inmediato a


la nueva vivienda que disponía, entre otras comodidades, de un jardín interior al
que accedíamos todos los habitantes del condominio.

Conviene mencionar ahora que, como consecuencia del drama económico en que
el Presidente López Portillo dejó a nuestro muy querido país, un par de profesores
españoles que vivieron más de cuarenta años en México, dedicados a la cátedra
universitaria, y con los cuales yo tuve vínculos cuando estudiaba el quinto año de
bachillerato, de repente se aparecieron en la Embajada con el ánimo de ser
recibidos por el titular, quien los atendió presuroso, al menos para escuchar su
situación personal como maestros eméritos de la UNAM, jubilados en condiciones
de privilegio, al menos, antes de la devaluación que sufrimos todos los mexicanos,
así como muchos extranjeros, como sería el caso de mis profesores.

En realidad, no hubo peticiones específicas al embajador, salvo por el hecho de


que, vistos los diversos tipos de cambio que se presentaron al peso mexicano con
respecto al dólar de los Estados Unidos, su pensión pasó de unos dólares $
4,000.00, a dólares $ 400.00, cantidad, a todas luces insuficiente para su
manutención como adultos mayores, con amplias expectativas a su retorno a la
patria.

Por mi cuenta, tampoco podía hacer mucho por salvaguardar la situación personal
de este par de jubilados a los que se abrió un inmenso abismo justo al término de
sus ciclo laboral. Sin embargo, al escuchar el problema, ellos mismos ofrecieron
una salida viable a su situación; dicha salida implicaba el arrendamiento de una
casita finca que habían construido, amueblado y decorado con inmenso afecto, en
un pequeño poblado, llamado Encinillas, cerca de la ciudad de Segovia.

En el ánimo de apoyarles, renté durante una temporada la casa de Encinillas, la


cual visitábamos con frecuencia tanto solos, como acompañados por algunos
amigos y colegas del Cuerpo Diplomático acreditado en España, como serían los
casos del Consejero de la Argentina y su familia, entre otros.

!
248!
Como Olga Inés era una entusiasta para las diversas actividades que organizaban
las damas diplomáticas, en una ocasión la esposa del embajador de la URSS
programó un viaje a su país, visitando las ciudades de Moscú y Leningrado. En
primer lugar, por supuesto, mi muy querida esposa se anotó en la lista, y
convenció a la esposa del agregado militar y aéreo, el señor general Riviello
Bazán, para que, a su vez se anotara y participara de esa magnífica experiencia.

El viaje duró más o menos una semana, y tanto Olga Inés, como todas las señoras
que participaron estuvieron sumamente contentas, compartiendo las anécdotas
que se les fueron presentando en el curso de sus visitas guiadas por museos,
teatros, transportes públicos, y tiendas de conveniencia. Una de las anécdotas
más comunes fue la relativa al tipo de cambio entre la moneda local (rublo) y el
dólar para extranjeros, ya que suscito situaciones muy curiosas, como la que vivió
Olga Inés, al vender en rublos su ropa a una rusa a cambio del pago en moneda
local sin valor alguno para una extranjera.

Por lo que respecta a atenciones oficiales de visitas de funcionarios mexicanos,


correspondió al Subsecretario de nuestra Cancillería, Ricardo Valero, a quien yo
había conocido previamente cuando se desempeñaba como asistente del propio
Jorge Castañeda, en sus épocas de Director en Jefe para asuntos multilaterales.

La visita de Ricardo Valero fue muy positiva, ya que nuestro país, por ese
entonces, se encontraba involucrado en el proceso de pacificación de
Centroamérica, a través de la iniciativa del Grupo Contadora, del que formaban
parte, además de México, Colombia, Panamá y Venezuela.

Esta iniciativa fue muy bien acogida a nivel de la región Latinoamericana, pero
seguida con mucho recelo por parte de la administración estadounidense a cuya
cabeza estaba, nada menos que el Presidente Ronald Reagan, quien no sólo
había alentado a grupos insurgentes, conocidos como los “contras” quienes
enfrentaron al nuevo régimen nicaragüense, encabezado por el Frente Sandinista
de Liberación Nacional FSLN.

El amplio debate suscitado por el tema de la pacificación de Centroamérica


trascendió las fronteras continentales, ampliándose a nivel de la Unión Europea,
lugar en donde surgían muchas dudas con respecto a la capacidad negociadora
de los países que integraban el Grupo Contadora, como consecuencia de la
indudable influencia en los asuntos de nuestra región por parte de los Estados
Unidos de América.

No obstante, en su labor de divulgación institucional, nuestro gobierno avanzó muy


positivamente en el enunciado de la necesidad de determinar soluciones

!
249!
regionales a problemas como el que se presentaba en nuestra zona de influencia
en Centroamérica.

Fue muy conocido el apoyo de la administración del Presidente estadounidense


para realizar actividades de injerencia política, así como de sabotaje clandestino
en contra del Gobierno de Nicaragua, tal cual fue rebelado en su libro por el ex
agente de la CIA, Philip Agee, a quien tuve oportunidad de conocer personalmente
en una de sus visitas a España, por aquellos años en que me tocó desempeñar la
misión diplomática que se comenta.

Aprovechando siempre las diversas oportunidades que se iban presentando entre


la atención familiar, el desempeño de la misión diplomática y la universidad,
realizamos una visita a la Comunidad de Andalucía, en esta ocasión a la bellísima
ciudad de Sevilla en donde pudimos constatar la gran influencia de la cultura
árabe durante los siglos de dominación en esa región geográfica del país.

La ciudad tiene en sus riberas el Río Guadalquivir, por donde desde hace milenios
surcan unas aguas con olor a frescura que sirve a todos los usos, principalmente
de navegación, hacia la entraña de este pueblo mágico de la cultura ibérica, con
personalidad propia.

Uno de los sitios que más nos impresionó fue la Mezquita. Un bellísimo conjunto
morisco, consagrado a la oración en el rito musulmán, transformado por la cultura
vernácula en un adefesio de catedral de nada, en donde se confunden uno y otro
estilos, ambos integrados en forma armónica, de manera que, tanto una, como
otra cultura, trascienden sus amplias y alineadas paredes.

Con esta bella Mezquita de Sevilla, se hizo un poco lo que intentaron concretar los
conquistadores de nuestro continente, quienes en su afán de imponer su causa
religiosa, destruyeron los símbolos de culturas milenarias, ubicadas a lo largo y
ancho de nuestra regió, como sucedió, específicamente en México, con las ricas y
diversas expresiones precolombinas.

Para las Fiestas Patrias de ese año de 1984, contrario a lo que sucedió en años
precedentes, el señor embajador obtuvo del Alcalde de la Villa de Madrid, don
Enrique Tierno Galván, el apoyo para adecuar el inmenso espacio ubicado a un
costado de la residencia oficial, convirtiéndolo en un bello jardín, con fuentes que
imitaban al Generalife, en Granada.

En dicho escenario, se invitó a una recepción diplomática a la que asistieron


amigos de México, funcionarios del Gobierno, integrantes del Cuerpo Diplomático,
y connacionales de nuestro país, quienes departieron con sus anfitriones y con los
integrantes del personal de nuestra embajada.

!
250!
Previo a dicha recepción, se realizó un acto frente al monumento al prócer de la
independencia, don Miguel Hidalgo y Costilla, ubicado en los jardines de una zona
muy importante, La Moncloa, en el entorno de la sede del Presidente del Gobierno
Español.

El señor embajador me concedió el alto honor de ser el orador del evento, al que
asistieron, además de los colegas de la embajada, el propio señor Alcalde, Don
Enrique Tierno Galván, quien dicho sea de paso, estaba siempre en eventos de
nuestro país, al que admiraba y quería profundamente.

De la misma manera, cuando se celebró el día de la Armada de México, se


convocó a un convivio en la propia residencia de la embajada, y me correspondió
el honor, a sugerencia del propio Agregado Naval y del señor embajador, de
pronunciar lo que se conoce como el “rezo del marino”, ante la nutrida
concurrencia.

Como consecuencia del Congreso del Partido Popular que, en ese entonces
encabezaba Manuel Fraga, el señor embajador me solicitó acudir, con la
representación de la Embajada, a cubrir el evento que fue realizado en la ciudad
de Barcelona, lo que me brindó la oportunidad de visitar la ciudad condal, y de
contactar a representantes de la secretaría de asuntos internacionales de los
partidos locales; Convergencia Democrática; y Esquerra Republicana.

Durante la misión diplomática del embajador González Guevara, y en mi calidad


de encargado de la sección política, tuve la oportunidad de estrechar vínculos con
la mayoría de los partidos políticos con representación en el Congreso Nacional,
lugar al que acudí en diversas ocasiones para presenciar algunos de los debates
más intensos de esta etapa del proceso de consolidación democrática en España,
en la que eran frecuentes los enfrentamientos entre el Jefe de Gobierno, Felipe
González, y la cabeza del primer partido de oposición, Manuel Fraga.

Conviene enunciar que España vivió durante el Gobierno de Felipe González, su


despegue definitivo como un Estado moderno y Europeo, participante en las
principales alianzas políticas, económicas y militares, como serían los casos de la
Unión Europea, y la OTAN, diversificando sus intercambios con un mayor número
de naciones alrededor del mundo, y afianzando sus vínculos con las potencias
más importantes de la época.

El gobierno de González, a su vez, con cuatro legislaturas en su haber, cada una


de cuatro años, impulsó, gracias a su compromiso, la corriente del nuevo
socialismo europeo, movimiento que tuvo entre sus grandes exponentes a
personajes como Mario Soares, en Portugal; François Mitterand, en Francia;
Andreas Papandreu, en Grecia; y Olof Palme, en Suecia, entre otros.

!
251!
Este movimiento de socialismo europeo, desde mi perspectiva analítica,
contribuyó a humanizar las acciones políticas de los estados bajo cuyos
regímenes se implementó, lo cual repercutió en la modernización social en cada
uno de ellos, abriendo espacios de interacción que habían sido vetados como
consecuencia de las dos fuerzas monolíticas surgidas durante la Guerra Fría.

La perspectiva personal para el año de 1985, que sería el último de nuestra misión
diplomática en Madrid, llegó acompañada del evento de mayor relevancia de la
misión desempeñada en este país: la visita de Estado del Presidente de México,
Miguel De la Madrid, durante el mes de junio, acompañado por una nutrida
comitiva, entre la que figuraron, además del Secretario de Relaciones Exteriores,
Bernardo Sepúlveda, otros integrantes del gabinete, representantes del poder
legislativo, familiares del jefe de estado, su esposa Paloma, y uno de sus hijos,
Federico.

No obstante la relevancia de esa visita, el evento más trascendente para la familia,


fue la primera comunión de Caty, quien llevó a cabo una ceremonia íntima en la
iglesia de la virgen de Guadalupe, seguida de una animada celebración en nuestra
casa de la calle de Peña Pintada, a la que asistieron algunas de las más cercanas
amiguitas de nuestra nena.

En nuestro entorno se hizo habitual que cada año, en las fecha en que se
conmemoraban los respectivos cumpleaños de Caty, 21 de enero; Carlos Ignacio,
6 de marzo; y por supuesto Olga Inés, en febrero 14, se partía un pastel,
generalmente, en medio de una fiesta familiar en la que participaban amigos
escolares y ocasionales. Carlos Ignacio inició clases en el Colegio Cumbres.

Para la visita oficial del Presidente, en breve se produjo la primera avanzada


preparatoria encabezada por nuestro buen amigo Pedro González Rubio, Director
del Protocolo, a quien acompañó el señor general Arturo Cardona, entonces
Subjefe operativo del Estado Mayor Presidencial, ambos realizaron un recorrido
por todos los lugares por los que estaba previsto algún evento durante la visita del
Presidente de México.

En dicho empeño, y en la medida de mis posibilidades Pedro me solicitó apoyo


para los eventos en los que hubiera injerencia de temas protocolarios, vinculados
con la visita presidencial, con independencia de que para las fechas previstas de
la llegada del ilustre visitante me correspondiera dar cumplimiento con la orden de
traslado a mi siguiente asignación diplomática, en este caso, a nuestra embajada
en Atenas.

Cuando tuvimos conocimiento formal de dicho traslado, nos pusimos de inmediato


en guardia a los fines de dar cumplimiento con las demandas de nuestra

!
252!
Cancillería. En nuestro balance personal, caímos en cuenta que todo fue positivo,
no solamente en lo que respecta al país y a las funciones desempeñadas, sino
que, sobretodo, por el hecho de que en esta Nación habíamos concebido a la
tercera estrella de mi universo personal, materializado por Carlos Ignacio, quien
a esas fechas ya tenía dos años cumplidos.

Decidimos viajar para después de la visita de Estado, por lo que concretamos


nuestras necesidades a dicho menester, sopesando la conveniencia de llevar,
además de nuestros efectos personales – que ya eran muchos para ese momento
–, los dos vehículos, el Mercedes Benz 230 E, y el Ford Fiesta rojo, además de
nuestra asistente personal, la señorita Susan Montino, de nacionalidad filipina, a la
que invitamos a unirse a nuestro traslado, obteniendo una respuesta inmediata y
afirmativa, lo que nos llenó de alegría.

Por lo que respecta a los trabajos correspondientes a la visita de Estado,


programamos todo con base a las indicaciones del señor embajador, quien por su
parte había recibido una comunicación de la Secretaría, en el sentido de
incorporarme a todas las actividades inherentes al programa en el que tendría
injerencia, especialmente, en las actividades vinculadas a la Dirección General de
Protocolo.

De esa manera, quedé a cargo de todos los detalles de la organización de la cena


que ofrecerían el Presidente de México y la señora De la Madrid en el Palacio de
El Pardo, sede de alojamiento para jefes de estado en visita oficial a España,
como sería el presente caso.

Mientras esto sucedía, comenzamos con los rituales de despedida en los que nos
vimos involucrados cada término de funciones.

Sobre dichos rituales, conviene subrayar que recibimos afecto especial y pesar por
nuestra despedida, de parte del señor embajador Rodolfo González Guevara, su
esposa, la señora Elisa Macías, así como del señor agregado militar y aéreo, el
general de división Antonio Riviello Bazán. En el primer caso, mediante una cena
en la residencia de la embajada; y en el segundo, con otra cena en el mejor
restaurante de la época: “El Zalacaín” que se ubicaba a la vuelta de la sede de la
residencia oficial de la embajada.

En el vértigo de la visita se dieron situaciones muy simpáticas, ya que, en una de


ellas, nuestra bellísima hija Caty, a quien llevamos al aeropuerto de Barajas para
la bienvenida a la delegación de México, saludó e hizo entrega de unas rosas a su
Presidente, a la esposa, la señora Paloma; y lo más importante, al Rey Juan
Carlos I, a la Reina, y a Felipe González, Jefe de Gobierno.

!
253!
Resulta curioso que los tres altos dignatarios acudieran al aeropuerto a una
recepción de Jefe de Estado, lo que, sin lugar a dudas, fue para nosotros – México
– un honor merecido.

La segunda situación se presentó durante la visita que hizo la pareja presidencial


a la residencia de la embajada, lugar en donde estaba previsto encontrarse con la
colonia mexicana residente. Como era habitual, la esposa del embajador solicitó a
Olga Inés acompañarla en todo momento, especialmente en el de llegada a la
reunión, a la puerta de la residencia. Lo primero que vio la señora De la Madrid a
su llegada fue que la hermosísima esposa del Consejero tenía un vestido idéntico
al de ella (yo creo que el de Olga Inés era más bonito) por lo que no le quedó más
que entregar a Olga Inés su chal, como señal de que se lo cuidara.

Olga Inés, siempre fresca, llevó el chal a la recepción y ahí lo dejó. Un poco más
tarde, un jovencito se le acercó y le preguntó que en donde compraba su ropa
Emmanuel (por aquel entonces un cantante bastante conocido) a lo que Olga Inés
respondió: “ ..y tú quién eres...”, a lo que su interlocutor respondió: “..soy Federico
de la Madrid..”, claro, ahí cayó en cuenta que era uno de los hijos del presidente,
por lo que le dijo: “...te diré en dónde compra su ropa, si me consigues una
fotografía con tu papá..”; a lo que respondió el joven de inmediato, tomando del
brazo a la más bella de esa fiesta, a la que condujo hasta el lugar en que su padre
departía en ese momento con el señor embajador y con el Canciller, Bernardo
Sepúlveda.

Tras las presentaciones del caso, finalmente Olga Inés se tomó la fotografía con el
Presidente, misma que nunca llegó a su destino, es decir, a Atenas a donde nos
trasladamos una vez que concluyó la visita.

La tercera situación fue en la noche previa a la salida del presidente y su comitiva


con destino a México, durante la recepción que ofreció el propio jefe de estado
mexicano en honor al Rey y a la Reina, en el Palacio de El Pardo, con acceso de
invitados estrictamente restringido por los cuerpos de seguridad de ambos
gobiernos.

Sucedió que a mi secretaria, la señora Ana Laura Monsiváis, se le ocurrió robarse


dos tarjetas de invitación – estaban en la oficina que yo tenía asignada en la
embajada – y hacérselas llegar a dos prostitutas de lujo que pretendieron
introducirse al convivio en donde estaba alojado el presidente y su esposa, para
después poder ejercer sus antiguos oficios en beneficio de uno de los varios
militares mexicanos que viajaban en la comitiva.

Nunca supimos cuál de dichos altos jefes de nuestras fuerzas armadas motivó la
pequeña intriga secretarial en donde incluso se involucró a mi amada esposa,

!
254!
quien de forma fortuita fue cuestionada por uno de los oficiales que rondaban por
la zona, quien le preguntó en clásico léxico azteca: “..de casualidad es usted una
de las muchachonas para mi general..” a lo que lógicamente Olga Inés respondió
de forma negativa, cayendo en cuenta de la afrenta que estaba por darse en pleno
evento de estado presidido por nuestro primer mandatario.

La realidad es que, a raíz del cuestionamiento, comenzamos a atar cabos,


descubriendo, al final que la propia señora Monsiváis, suponiendo que nadie se
enteraría, había convocado a dos de sus amigochas, quienes estaban destinadas
a compartir esa noche madrileña en los brazos de un bravo y rudo general
mexicano, cosa que se pudo evitar, gracias a las circunstancias que nos
favorecieron.

Ante el cierre de mis responsabilidades oficiales en la embajada, nos dispusimos a


dar inicio a la aventura de visitar, en calidad de integrantes de la misión
diplomática de México, un nuevo país, en este caso, Grecia.

Como colofón de la misión diplomática ante el gobierno de Su Majestad el Rey


Juan Carlos I, recibí la condecoración de la Orden de Isabel la Católica, en grado
de Encomienda de número.

!
255!
Capitulo 16
Con el fin de obtener información de última mano sobre nuestra nueva
adscripción, acudimos a un amigo para realizar diversas consultas sobre lugares
adecuados para la llegada de nuestra familia a la ciudad de Atenas, ese amigo era
Yanis Pilihos, esposo de Ivonne Loyola, quien como ya comenté, había sido
designada como Ministra de nuestra embajada en Madrid.

Yanis nos comentó que había ubicado un hotel que tenía servicio de alojamiento
con cocineta y baños, disponibles de conformidad con nuestras necesidades, por
lo cual nos registramos y concretamos una reserva para una suite con dos
habitaciones, baño, cocineta y demás facilidades, ubicada en la zona turística de
la ciudad, en la calle de Markopoulos.

Y, ahí llegamos, un fin de semana del mes de julio de 1985, en vuelo de Madrid a
Atenas, por la línea Iberia. Previamente, nuestro menaje de casa y los dos
vehículos que lo integraban fueron embarcados para su traslado hasta el Puerto
de El Pireo, lugar al que llegaron diez días después de nuestro arribo al país.

Nuestro arribo a Atenas fue tal cual lo habíamos planeado, muy tranquilo y sereno.
Estuvo en el aeropuerto para darnos la bienvenida, una vieja amiga, la ministra
Olga Schaufelberger, a quien sustituí, y por razones que desconozco, aún se
mantenía en el país, quizá en espera de noticias sobre su solicitud de jubilación.

Nos instalamos sin mayores inconvenientes en el hospedaje predeterminado, que


resultó bastante cómodo, pero con el inconveniente de que era un poco antiguo,
aunque a nosotros no nos importó mucho, ya que comenzábamos una nueva
experiencia y estábamos en un estado de ánimo muy positivo.

Al día siguiente de nuestra llegada, es decir, un domingo, de inmediato Olga


Schaufelberger nos invitó a comer al puerto de El Pireo, en un restaurante en
plena costera, con vista magnífica del Mar Egeo, y del monumento más importante
de la cultura griega: La Acrópolis.

Tuvimos el gusto de conocer, ese mismo día, y durante el almuerzo con Olga
Schaufelberger, a Jorge Batalas, gran amigo de México, enamorado de nuestro
país en donde había vivido varios años, y con gusto exquisito sobre todo cuanto
ocurriese alrededor de nuestra querida patria.

El primer día laboral, un lunes, y previo a mi presentación formal, dejé a la familia


descansando y organizando nuestros diversos enseres a los fines de encontrarnos

!
256!
lo más cómodos posibles, para lo cual Olga Inés contaba con la ayuda de nuestra
asistente Susan.

Mi presentación en la embajada se produjo dentro del horario matutino, es decir,


llegué como a las ocho horas, encontrándome con casi todos los integrantes del
personal, menos la señora embajadora, Olga Pellicer, quien acostumbraba llegar
después del medio día, para desarrollar una jornada que culminaba para todos a
las tres de la tarde.

Mientras esperábamos a la embajadora, fui conociendo al resto de los


compañeros de trabajo, entre quienes destacaban Rosa María Casas, Segunda
Secretaria; Arturo Hernández Basave, Tercer Secretario, encargado de la sección
consular; Horacio Flores Sánchez, agregado cultural; Lourdes García Donahue,
canciller; y las empleadas auxiliares, Lourdes Bakulas; Sylvia Gerostatos; Leonora
Moreleón; María del Carmen Fakis; y Amalia Roubalis, esta última contratada
como traductora

La sede de la embajada se ubicaba en uno de los barrios más importantes:


Zappio, en donde a su vez tenía su sede el Palacio Presidencial, en la calle de
Vasileos Constantinou, en un edificio en donde compartíamos inmueble con las
embajadas de Suecia, Paises Bajos, Irlanda, y el Consulado General de Francia,
una comunidad muy conveniente para todos.

De inmediato me puse a trabajar, intentando con ello disponer de la mayor


información posible para que mi desempeño profesional fuera convenientemente
evaluado.

Como sucedió con el caso de la España de Felipe González, en Grecia, bajo el


gobierno de Andreas Papandreu, se comienza con un proceso de modernización
de las principales instituciones del país, en especial, las leyes que negaban a las
mujeres la posibilidad de disponer de derechos cívicos, como era el de patria
potestad, transmisión de nacionalidad, y un amplio etcétera.

De la mano del Primer Ministro Andreas Papandreu, poseedor de la herencia


familiar de vieja raigambre, estuvo en esa histórica coyuntura, su valerosa esposa,
Margarita, de nacionalidad estadounidense, firme impulsora de los derechos
civiles de su género. También, como parte importante de la familia, el joven
Giorgos Papandreu, hijo del Primer Ministro, quien a su vez formaba parte del
gobierno como Ministro de la Juventud.

El ministro de Relaciones Exteriores era el señor Karolos Papulias, buen amigo de


México, e impulsor, junto con el Primer Ministro, de acciones multilaterales como
la que conformaron con México: La iniciativa de Paz y Desarme de los Seis, de la

!
257!
que formaban parte, además de México y Grecia: Argentina, India; Tanzania, y
Suecia. Al señor Papulias lo asistía con éxito la señora Rula Papayanópulos,
originaria de Uruguay, con nacionalidad griega

Gracias a dicha iniciativa, y a la buena relación que había cultivado nuestra


embajadora con los dos integrantes del matrimonio Papandreu, la relación bilateral
era muy fluida y tersa, orientada a propiciar los mayores acercamientos en los
temas más contingentes para la humanidad en la coyuntura en la que los dos
países enfrentaban a la comunidad internacional, en su calidad de economías
emergentes, vale la pena señalar que, para esas fechas ese país era una de las
dos economías menos favorecidas dentro de las que integraban la Unión Europea.

Durante los días siguientes a nuestra llegada, tuvimos la oportunidad de realizar


contactos importantes, tanto para ubicar una residencia, como para buscar la
mejor opción educativa para Caty, quien sería inscrita, por vez primera en un
colegio internacional, modelo educativo que acordamos como la mejor proyección
a futuro para nuestros muy queridos hijos.

Por supuesto que, en el caso de Carlos Ignacio, la urgencia no era tanta, ya que
nuestro lindo gatito (como se les decía a los nacidos en Madrid) contaba apenas
con dos añitos cumplidos.

En nuestra labor de investigación contactamos con uno de los dos mejores


colegios internacionales en plaza, el Tassis Helenic School, y ahí matriculamos a
nuestra nena, la cual, a partir de su ingreso tuvo que enfrentar el reto de una
nueva lengua: el inglés. Para coadyuvar a su aprendizaje tomo los cursos ESL
que significaban que el inglés era su segunda lengua.

Como siempre, la suerte estuvo de nuestro lado, ya que Caty aprendió con
bastante rapidez su idioma, superando con éxito incluso a otras compañeritas que
estaban, como ella, en calidad de extranjeras en Grecia.

A Carlos Ignacio, desde esa temprana edad lo vinculamos a un jardín de infancia


ubicado en las cercanías de nuestra casa, el Zuzunia que en griego significa algo
así como el zumbido que hacen las abejas.

En el ínterin, antes de ubicar lo que sería nuestra residencia, recibimos el


contenedor con nuestro menaje de casa, así como los dos vehículos que
embarcamos previo a nuestra salida de España.

Por lo que respecta a nuestra vivienda, tras buscar múltiples opciones, corrimos
con suerte al ubicar un departamento cómodo, amplio, y en un barrio muy
conveniente: Maroussi, en la calle de Esopou, propiedad de la señora Giorgili, que
constituía un pent house con cuatro habitaciones, tres baños, salón para juegos o

!
258!
de televisión, amplias terrazas laterales y una terraza en el segundo piso del
propio inmueble, además de dos espacios con estacionamiento cubierto.

Ahí pasamos nuestras primeras experiencias en Grecia, y nos afincamos por el


rumbo que se encuentra al norte de la ciudad capital, conectado por la avenida
Kifisias, trazada desde el centro de la urbe helena, hasta la parte más alta que
conecta con las carreteras hacia las provincias al norte, como la ciudad de
Tesaloniki.

Como el horario laboral era entre las ocho y las quince horas, en muchas
oportunidades, sobre todo en esa época de verano, Olga Inés y los niños se iban a
la playa en la zona de Voula y Vouliagmeni, de las más conocidas del perímetro
del malecón ateniense.

El día a día de Olga Inés no fue nada fácil, con independencia de que se defiende
muy bien en los idiomas, inglés, francés, y portugués, la mayoría de las personas
con las que tenía que hacer contacto a los fines de salir a comprar, por ejemplo,
en el mercado, sólo hablaban en griego, por lo que fue menester que utilizara sus
mejores dotes de mímica para hacer del conocimiento de los interlocutores lo que
realmente quería. Como ejemplo de ese ejercicio, una situación que se presentó
cuando fue a comprar pollo: tuvo que decir: “..pío, pío..”

Otro de los casos chistosos que tuvo que enfrentar, cuando fue a comprar un par
de zapatos, al señalar que quería unos con tacón, el dependiente le dijo algo así
como: “estractobuta” y Olga Inés imaginó que le estaban diciendo que tenía pies
de puta, por lo que se comunicó conmigo por la vía telefónica a la embajada en
donde teníamos como traductora a la señora Amalia Roubalis, quien conversó, a
su vez con el dependiente, quien señaló que lo que había dicho es que Olga Inés
tenía un pie tan pequeño como el de Cenicienta, que en griego se dice más o
menos como Olga Inés entendió que le dijeron.

Para esas fechas, Ana Edna y una amiga muy cercana: Caharla Fernández de
gira por Europa, nos anunciaron que nos visitarían en Atenas, una vez finalizado
un viaje – que a la postre no fue muy bueno – a la ciudad de Londres, en donde su
abuelo Francisco estaba desempeñando funciones como embajador de México.
Parece ser, según nos confió Ana Edna, que los problemas no surgieron como
consecuencia de una mala disposición del abuelo, sino de quien en ese momento
era su pareja sentimental.

Nosotros, como siempre, recibimos a las dos señoritas con mucho cariño en
nuestro departamento de Maroussi, al tiempo que les atendimos, las paseamos
por todos los lugares que estuvieron a nuestro alcance.

!
259!
Como anécdota curiosa comento que parte de la familia de Caharla – la amiga de
Ana Edna . falleció unos meses más tarde, como consecuencia del desplome de
un edificio emblemático del centro de la ciudad capital en México: la “Super
Leche”, en donde tenían su domicilio, la abuela, tíos y primos de la afectada.

De las primeras visitas que nos correspondió recibir y atender en nuestro nuevo
puesto, la del muy querido amigo Andrés Rozental, con su esposa Vivian y con
sus suegros. Andrés estaba en esos momentos como embajador en Suecia, y
viajaron a Grecia con el fin de abordar un crucero de lujo que se internaba por
Turquía hacia el Mar Negro, visitando ciudades portuarias como Estambul, Yalta,
Odesa, Sebastopol, etc.

Los invitamos a almorzar en El Pireo, les prestamos un vehículo para que visitaran
zonas arqueológicas de interés como Delfos, y finalmente los acompañamos a
abordar el crucero de lujo que los transportó por ese paseo idílico, en el que
conmemoraban los cincuenta años de matrimonio de la familia de sus suegros, los
señores Holtzer.

Apenas zarpó el barco del puerto de El Pireo, con nuestros amigos viajando hacia
lugares de fantasía en el Mar Negro, un tremendo episodio sísmico se dio en
México, D.F., materializándose en un temblor de 8.5 grados de la escala de
Richter, que trajo como consecuencia al menos veinte mi muertos y más de cien
mil desaparecidos, con infinidad de edificios colapsados, sobretodo en la zona de
Nonoalco, Tlatelolco.

La tragedia fue inmensa, y la sociedad civil salió a las calles para sustituir la falta
de atención inicial del gobierno constituido del presidente Miguel De la Madrid,
quien quedó estupefacto durante los primeros días, en actitud de no creer lo que
en realidad estaba sucediendo, además de no saber cómo actuar ante tremenda
contingencia.

Una de sus primeras reacciones – de las más absurdas – fue la de rechazar a


priori cualquier apoyo internacional, bajo el argumento de que los mexicanos
disponemos de la fuerza suficiente para levantarnos de una tragedia tan
impactante como la que se había presentado.

La verdad sea dicha, no estábamos preparados, nuestra cultura de protección civil


apenas alcanzaba a disponer de unos cuantos criterios y elementos disponibles en
ese momento, a todas luces insuficientes para hacer frente a la contingencia, con
el agravante de que el día 21, es decir, dos días después del primer movimiento,
se presentó, por la noche, una réplica casi con la misma intensidad de su

!
260!
predecesora, lo que motivó que muchos de los daños causados el día 19, fueran
ampliados o consolidados por el segundo fenómeno.

La emergencia fue tal que, entre otras de las instalaciones importantes cuyas
sedes colapsaron, se contaban el Centro Médico Nacional, el Hospital de
Cardiología, la Clínica de Gineco-Obstetricia, y muchas instalaciones más del
Instituto Mexicano del Seguro Social IMSS. Otra dependencia cuya sede central
colapsó, fue la Secretaría de Industria y Comercio, la propia sede de la Cancillería,
en Tlatelolco, el Palacio Nacional sufrió, a su vez, innumerables daños internos y
de sus cimientos.

En la avenida Juárez, dos hoteles completos se colapsaron: El Regis y el Del


Prado, dejando innumerables víctimas cuyos cadáveres nunca fueron
recuperados, en lo que era la avenida San Juan de Letrán (hoy Eje Lázaro
Cárdenas) un número indeterminado de edificios de vinieron abajo, como fue el
caso del que alojaba un conocido restaurante “La Súper Leche”, propiedad de una
familia de la que Ana Edna –mi sobrina – era cercana amiga. Esa familia, en el
evento perdió a más de seis de sus miembros, entre lo que estaba la señora
madre de dueño del inmueble.

La verdad todo fue horroroso, según cuenta mi hermano Carlos, ya que, tanto él,
como algunos amigos de su círculo más cercano, en los muchos recorridos que
realizaron por toda la ciudad, no podían creer la enorme destrucción que se abatió
sobre la capital de México, así como el sinnúmero de damnificados que los sismos
dejaron a lo largo y ancho de mi querida ciudad.

Una vez que fue posible iniciar la cuantificación de los daños, el gobierno de
nuestro país tuvo que rectificar la posición adoptada en un principio, en el sentido
de rechazar cualquier tipo de apoyo extranjero, es más, demandó con urgencia la
asistencia que fuera menester, como vía para poder hacer frente a una
contingencia de la envergadura que realmente fue.

De todo el mundo llegó asistencia humanitaria a nuestro país, y nosotros pudimos


tener información sobre la familia, gracias a la llamada que recibimos desde
Colombia, mediante la cual, Carlos Alberto, el hermano mayor de Olga Inés –
quien hizo contacto por radio con México -, nos dijo que nuestra familia estaba
bien y a salvo.

La información nos dio un grato respiro, y procedimos en consecuencia con los


muchos mexicanos que residían en Grecia, para intentar suplir el corte general de
servicio telefónico de que fue víctima la capital del país, haciendo contacto con
ellos a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores que mantenía su servicio
de télex con todas las representaciones en el exterior. Esa fue la vía más expedita

!
261!
del momento, ya que, como fue señalado, todos los circuitos telefónicos había
colapsado y se encontraban fuera de servicio.

Por lo que respecta al Gobierno griego, el Primer Ministro ordenó se canalizara


ayuda de emergencia, enviando de inmediato, a nuestro país, un avión Hércules
de la Fuerza Aérea, con equipo de primeros auxilios, y suministros básicos de
utilidad inmediata.

Acto seguido, se organizó, con el apoyo de la embajada un Gran Festival de


Música Latinoamericana, atendido por un importante número de asistentes y
participantes de todo el país. Los fondos que se recaudaron, a su vez, fueron
enviados a la Cruz Roja mexicana, a una cuenta de emergencia que fue utilizada
en las labores propias de la contingencia que presentaba nuestro país.

Este evento de solidaridad con México ha sido uno de los muchos que nos
hicieron comprender lo importante que es nuestra gran nación, en el contexto
internacional, al tiempo que hizo posible que una niña mexicana – Caty Gutiérrez
Gaviria – agradeciera en el idioma de ese país, en nombre de la niñez mexicana
por el invaluable apoyo recibido.

Lo dicho por Caty en esa ocasión, quedó grabado en video y forma parte de
nuestros tesoros infantiles del recuerdo a nuestros queridos hijos.

Una vez superada la emergencia, y con el país más tranquilo, sobre todo, gracias
al avance de los trabajos de reconstrucción – muchos de los cuales, a estas
alturas, no han sido concluidos -, nosotros continuamos con nuestra rutina laboral,
y quehacer personal, por lo que, Olga Inés y yo programamos un viaje a Estambul,
como medida para conmemorar, el 29 de noviembre, nuestro aniversario de
bodas.

A dicho fin, coordinamos un programa mediante reservaciones desde Atenas, e


instruimos a Susan, nuestra asistente filipina para que estuviera pendiente de los
detalles correspondientes al día a día de Caty y Carlos Ignacio, quienes dicho sea
de paso, siempre guardaron una conducta estupenda, derivada del modelo
educativos que implementamos su madre y yo.

Iniciamos nuestro viaje con muchas y positivas expectativas, viajando por la línea
aérea de bandera: Olympic, con salidas diarias a Estambul, en una de las cuales
nos embarcamos en una ruta de aproximadamente hora y media.

Esta bella ciudad, capital hasta el año 330 de nuestra era del Imperio Bizantino; a
partir de dicho año, y hasta 1453, se denominó Constantinopla, capital del Imperio
Romano fundado por Constantino. El nombre actual Istambul, fue adoptado

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262!
durante todo el Imperio Otomano, pero determinado oficialmente hasta marzo de
1930, en que ya se denominaba Turquía a esta Nación.

A nuestra llegada, de inmediato fuimos al Hotel que reservamos previamente, y de


ahí, decidimos salir a dar un paseo para ubicarnos cerca de ambos lados de la
Turquía europea y de la asiática. La vista desde el estrecho Bósforo – que divide
la ciudad en dos -, y que conecta el Mármara con el Mar Negro, es estupenda, y la
convivencia diaria es muy exótica y contrastante, si para ello consideramos el
punto de vista occidental con el que admiramos tantas bellezas de carácter
arquitectónico e histórico, como serían los casos de la Mezquita Azul o de la
Catedral de Santa Sofía, ambas ubicadas sobre un magnífico escenario entre dos
continentes.

Además de visitar dichos monumentos, conocimos el exótico Palacio de Topkapi,


residencia de los últimos sultanes del Imperio Otomano, que aún conserva su
misterioso encanto como consecuencia de la colección de mobiliario, equipo y
artículos de joyería que reposan en urnas especiales que pueden apreciarse a
través de las diversas visitas guiadas al alcance de la oferta turística que llega a
este destino.

Otra de las cosas emocionantes que descubrimos en este viaje fantástico, fue El
Gran Bazar, lo más parecido que habíamos visto ambos a las cuevas de Alí Babá,
por el cúmulo de tesoros exhibidos y puestos al alcance de la demanda turística
que, como en nuestro caso, nos quedamos con los ojos abiertos de admiración, y
las lágrimas de Olga Inés, quien no podía creer lo que sus ojos le estaban
mostrando.

La verdad sea dicha, admiramos, y nos embelesamos conforme recorrimos cada


uno de los corredores que albergan este magnífico mercado de todo. La oferta es
infinita, y la demanda queda sujeta a la capacidad económica de cada uno de los
visitantes, quienes como fue nuestro caso, gastamos parte de nuestro
presupuesto en adquirir alguna joya o aderezo, artículos en fino cuero, y por
supuesto, una alfombra tejida a mano de mediana calidad.

Turquía en General, y Estambul en particular, dejaron en nosotros una amplia y


profunda impresión, no sólo por el hecho de lo que representa en la historia
compartida de oriente y occidente, sino por el pulso que percibimos de una gran
Nación en movimiento y con inmenso potencial político, económico y social, en su
futuro inmediato.

!
263!
A nuestro regreso a Atenas, continuamos con nuestras actividades tanto en la
embajada, como en la parte social que corresponde al encargo como jefe de
Cancillería, fue así que conocimos a un matrimonio mu agradable, por un lado,
Eduardo Barajas, recién designado como Cónsul General de Colombia, y por otro
su esposa de nacionalidad griega, Klety, ambos padres de una hermosa niña
llamada Terena.

Con Eduardo y con Klety cultivamos muy positivos vínculos, duraderos hasta el
presente, a pesar de que en algún momento ambos decidieron divorciarse y vivir,
uno en Colombia, y la otra en Grecia.

Otro de nuestros amigos más cercanos de aquel entonces, fue Francisco Ramos,
y su esposa Maritza. Paco era el representante de la línea aérea Iberia, y
Martitza, de nacionalidad costarricense, era su segunda esposa. Entre ambos,
tuvieron un hijo: Paquito, el chillón.

De las más cercanas amigas de Olga, la melliza Greifestan, casada con un


empresario griego Nicolás Shildari, quien era el dueño de una textilera de nombre
“balalaika”, ampliamente conocida en Colombia, y disponía de otros negocios
importantes tanto en Grecia, como en los Estados Unidos de América.

Con ellos y con otros amigos circunstanciales desarrollamos programas muy


agradables y divertidos, como serían paseos a sitios arqueológicos, noches de
bohemia en las variadas buzukias de que disponía Atenas, o simples almuerzos
de camaradería.

De los contactos a nivel diplomático, además de los esposos Barajas, hicimos muy
buenas relaciones con casi todos los representantes de América Latina, o con los
de países específicos como sería el caso de Egipto, con el Consejero Mohamed
Dorhami, y su esposa Nezma, quienes posteriormente sirvieron como
embajadores en México; la señora Filena Worden, secretaria de la embajada de
los Estados Unidos de América.

Resulta muy curioso señalar que, como me había sucedido muchos años atrás,
recién ingresado a la Secretaría, varios funcionarios de inteligencia, principalmente
de las embajadas de los Estados Unidos y de la URSS, me buscaban con el
ánimo de obtener información sobre temas específicos de su interés.

En el presente caso, es decir, mediados de los años ochenta, las dos


superpotencias seguían involucradas en la denominada Guerra Fría, cuyos
episodios se desarrollaban a lo largo y ancho de nuestro entorno internacional.

!
264!
Por ese entonces, como ya enuncié durante el relato de nuestra estancia en
España, el manejo de algunas iniciativas importantes determinadas por la
administración del Presidente De la Madrid, como el caso de su involucramiento
en el proceso de paz en Centroamérica, a través de la iniciativa del Grupo
Contadora, causaba interés y curiosidad de las dos potencias mundiales con
respecto a la forma en que los integrantes del servicio exterior veíamos dicho
proceso.

A fin de orientar sus informaciones a sus respectivas sedes diplomáticas, me tocó


el papel de conversar con funcionarios de ambas orientaciones ideológicas, los
cuales me visitaron con cierta asiduidad. Uno de los más persistentes fue el de la
embajada de los Estados Unidos de América, cuyo seudónimo era: David Crocket;
el otro, el de la embajada de la URSS, Mikhail Shein.

Dentro de los otros interlocutores más asiduos, se encontraba el Consejero de la


embajada de Albania, Sanús Milihan cuyo régimen, con el que teníamos
relaciones diplomáticas, en ese entonces, comenzaba a propiciar un proceso de
apertura, al menos en lo bilateral con el Gobierno griego, con el cual mantuvo un
estado de guerra, desde los años cuarenta, hasta 1986.

Antes de que finalizara el año, la embajadora Pellicer acostumbraba organizar una


cena-posada a la que invitaba a las mujeres mexicanas residentes en el país, cuya
suma alcanzaba más de cien. No todas podían asistir al ágape, como
consecuencia de que muchas de ellas vivían en zonas remotas de la capital, y
muchas veces, a lo largo y ancho de las cientos de islas que conforman la
geografía griega.

Para nosotros siempre era un gusto participar en eventos de esa naturaleza,


principalmente por el hecho de que los hijos requerían ir conociendo y apreciando
las costumbres del país cuyo padre representaba en ese momento.

Para finales de nuestro primer año en Atenas, decidimos concretar un viaje de


fiestas navideñas a Londres, en donde disponía de buenos amigos, como sería el
caso de Rafael Steger, y Carlos López Estrada, en cuya casa celebramos la
Noche Vieja.

A dicho viaje, fuimos los cuatro, y estuvimos una deliciosa semana, misma que
aprovechamos para visitar casi todos los museos de la periferia, Almacenes como
el Harrods, de gran fama mundial, u otros localizados en la zona de Oxford Street,
así como al mercado de “pulgas” en donde uno siempre puede encontrar cosas
sorprendentes y exóticas, como fue el caso de un elefante de cristal que
adquirimos por unas cuantas libras esterlinas, o el cascarón de un huevo de
avestruz, mismo que aún conservamos.

!
265!
Con nuestros compañeros y amigos del servicio exterior, tuvimos la oportunidad
de disfrutar en ambiente familiar las fiestas de ese momento, así como
invitaciones para conocer lugares famosos, como el zoológico, restaurantes, y
puntos de interés turístico, como el Palacio de Buckingham, residencia de Su
Majestad, la Torre de Londres, el Parlamento, y un amplio etcétera, que hizo
posible que nos mantuviéramos la mayor parte del día en la calle, disfrutando del
ambiente magnífico de esa capital europea tan cosmopolita.

Al término de este viaje regresamos felices y contentos a nuestra sede en la


ciudad de Atenas, compramos cosas de uso personal muy significativas, como un
par de zapatos Church – los más finos del mundo -, y cepillo para peinar de cerdas
naturales, dos pares de zapatos de gamuza, y ropa interior para todos,
especialmente para las damas.

A nuestro regreso tanto Caty, como Carlos Ignacio se incorporaron a sus


respectivas actividades escolares, una en el Tassis Helenic, y el otro en Zuzunia,
lugar en donde comenzaba a conversar con dificultad, como consecuencia de que
no había idiomas en común con los que pudiera expresarse, ya que en su casa se
hablaba español; Susan, nuestra asistente, se desenvolvía en inglés y en tagalo;
sus compañeritos en griego, y algunos en otro idioma, como por ejemplo el
japonés.

Caímos en cuenta lo difícil que era para nuestro joven Carlos Ignacio el poder
relacionarse con el entorno, por lo que decidimos apostar por un idioma en común:
el inglés, que era el único que hizo posible que, poco a poco, dejara de
tartamudear cada vez que se quería comunicar.

Con los niños salimos muchísimo, tanto a visitar lugares de interés a lo largo y
ancho del país, como dentro de la ciudad capital en donde la oferta para
extranjeros era muy variada y extensa. A esas edades, asistían con mucho gusto
a las ferias de juegos mecánicos. Cerca de nuestra casa en Maroussi había por lo
menos dos de esas ferias, las que visitábamos con asiduidad.

También los aficionamos al cine en casa, gracias a las facilidades que


comenzaban ya a universalizarse, como era los casetes de video en los dos
formatos disponibles: Beta y VHS, disponíamos de dos lectores, uno para el
primero y el otro para el segundo, por lo que, de forma indistinta, alquilábamos en
los diversos videoclubes de la periferia.

Debo reconocer que Carlos Ignacio se aficionó tanto a este nuevo entretenimiento
que, casi cada tercer día quería alquilar una sola película: Himan.

!
266!
Por ahí de la tercera semana del mes de abril, decidimos realizar un viaje de sumo
interés: Meteora, que es una localidad cuya característica principal es que se
ubican en su entorno muchos y antiguos monasterios que mantienen ritos
ancestrales, tales como la prohibición de que mujeres los habiten, y en su caso,
las que tienen la suerte de visitarlos, deben utilizar atuendos especiales que
cubran cualquier parte de su cuerpo que pueda resultar una “tentación” a la
circunstancia de meditación de los propios monjes.

Afortunadamente, nosotros no tenemos ningún tipo de prejuicio con respecto a


esos usos y costumbres de carácter medieval, por lo que, tanto Olga Inés, como
Caty, a los monasterios que visitamos, siempre estuvieron dispuestas a vestir
como mejor pareciera a sus moradores. Lo curioso del caso, es que para entrar a
los susodichos monasterios era menester hacerlo en una canastilla que era jalada
desde las alturas al pie de la puerta de acceso a sitios tan particulares.

Lo curioso de este paseo es que se produjo de forma simultánea, en fecha


coincidente con un evento de carácter mundial: el incidente nuclear de la planta
nuclear de Chernóbil, en la República de Ucrania, de la entonces todavía, URSS.

Como es bien sabido, el día 26 de abril de 1986, se produjo un tremendo


accidente en esa planta nuclear, que derivó en el envío a la atmósfera de
cantidades ingentes de gases contaminantes, tales como: Dióxido de Uranio;
Carburo de Boro; óxido de Europio; Erbio; aleaciones de Circonio; y Grafito,
mismas que produjeron, en el instante, muchos decesos, y otros efectos de
mediano y largo plazos, no cuantificables, hasta este momento.

La verdad fue que nosotros nos encontrábamos a una distancia relativamente


cercana, aunque lo suficientemente alejada, como para que pudiésemos resentir
de inmediato cualquier tipo de efectos. No obstante, y por espacio de al menos
seis meses, se declaró una veda a la ingesta de cualquier tipo de productos de
origen cárnico, o vegetales, ya que para su alimentación, y su cultivo,
respectivamente, podían quedar afectados por los efectos de la contaminación
atómica.

Como consecuencia de dicha veda, nuestra dieta familiar fue modificada, a grado
tal que, si deseábamos comer una carne asada, debíamos traer carne de la
Argentina, que afortunadamente se importaba por un comerciante cuya empresa
tenía sede en Bruselas.

Por lo cual adquirimos carne argentina, y nos dimos el gusto de agregar a nuestro
consumo alimenticio diario, vianda tan exquisita.

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267!
Nunca supimos, y creo que no sabremos jamás si, como resultado de la comisión
en Grecia, en ese preciso momento de nuestra biografía personal, pudimos
quedar afectados, o susceptibles a algún tipo de efecto negativo como
consecuencia del evento nuclear que se ha relatado. La cruda realidad, sigue
siendo un misterio.

Durante todo ese año me correspondió atender diversos encargos de nuestra


Cancillería, vinculados a gestiones oficiales sobre asuntos de nuestra
incumbencia, como solicitudes para el intercambio de votos en organizaciones
multilaterales, u otros de carácter bilateral.

Nuestra contraparte en la Cancillería helénica era el subdirector general regional,


el señor Lisandro Migliaresis, hijo de un viejo diplomático griego que había estado
adscrito en embajadas cuyo idioma local era el castellano, razón por la cual
hablaba perfectamente nuestra lengua materna.

Como disponíamos de tiempo suficiente para el esparcimiento y el ocio,


conjuntamente con nuestro amigo Francisco Ramos, solicitamos ingreso al
Glyfada Golf Club, uno de los mejores en la ciudad capital, nos inscribimos a un
curso para aprender dicho deporte, encargamos nuestros equipos, cada uno con
el suyo, incluida Caty, y comenzamos a jugar este divertido deporte de fama
internacional.

Aprovechamos el entusiasmo e íbamos con Olga Inés, tres veces por semana,
lunes, miércoles y viernes; conseguimos una persona que jugaba más o menos
como nosotros, el señor Alex Kukulas, recomendado por nuestra entrenadora, la
señora Beatriz. Con Alex concretamos una cercana relación despojada de todo
tipo de interés que no fuera el gusto de ambos por el golf, lo que nos sirvió mucho
para divertirnos.

Además de Paco Ramos, coincidimos en el gusto por el golf con otro amigo
español, Amadeo, quien representaba en Grecia a la empresa promotora turística
Ibero jet.

Un poco más tarde, conforme comenzamos a jugar mejor, nuestro amigo, Eduardo
Barajas, quien había sido promovido de ser Cónsul General, al grado de
Embajador en Grecia, se unió a nuestro grupo, con lo que sumamos cuatro
entusiastas que salíamos siempre que se podía.

Por lo que respecta a Caty, como iba al colegio entre semana, decidimos que la
señora Beatriz, quien nos había dado las primeras clases que integran el curso
básico, la recibiera para práctica los sábados. Grande fue nuestra sorpresa que,

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268!
más pronto de lo que nos imaginábamos aprendió las bases principales,
animándose con ello a salir al campo para entrenar con nosotros.

La membresía al Club de Golf era con carácter de cortesía para los integrantes del
cuerpo diplomático, por lo que nosotros únicamente cubríamos con gusto, los
consumos que realizábamos.

Para el gasto diario en alimentos y consumos familiares, Atenas disponía de una


amplia variedad de centros de distribución o supermercados, dentro de los que,
los más conocidos eran el Vasilópulos y el Marinópulos, ahí concurríamos siempre
en busca de las mejores ofertas del día.

Otro de nuestros amigos en Atenas era un joven propietario de la joyería Zeus,


ubicada en la calle Pandroso, en el barrio de Placa (la zona más popular para el
turismo internacional), Marcos Hatziioanú, casado con Metaxía, y padre de
Constantino, de la misma edad de Carlos Ignacio. Con Marcos y con su familia,
además de los descuentos que conseguimos en la adquisición de diversas piezas
de joyería, concretamos cierta cercanía, que hizo fácil nuestra estancia en la
ciudad de Atenas.

Cada vez que teníamos oportunidad salíamos a paseos por distintos lugares de
interés en la capital y sitios circunvecinos, incluso, con Olga Inés salimos de viaje
a Hungría, lugar al que nos acompañaron Rosa María Casas y Arturo Hernández,
quien se había casado recientemente con su novia, una chica que vino desde
México al efecto.

La visita a Budapest fue estupenda, ya que Hungría es una nación maravillosa, a


pesar de que el viaje coincidió con la época en que la URSS seguía siendo la
potencia hegemónica en esta parte del continente, bajo dominio de la alianza
militar del Pacto de Varsovia.

No obstante, los cuatro días que duró la visita, fueron muy cómodos en todos los
aspectos, sobre todo en función del costo/beneficio que no correspondió cubrir
como pago por el viaje, organizado por una agencia especializada.

Uno de los detalles que más nos impactó, tiene que ver con el hecho de que, una
noche, bajamos a la piscina del Hotel Buda Pente, que estaba climatizada y
cubierta con un gran ventanal desde el cual se tenía una magnífica vista
panorámica de la ciudad, nadamos un rato, y más tarde decidimos entrar al baño
sauna, que era mixto. La sorpresa tiene que ver con el hecho de que todos los
que estaban en ese pequeño espacio estaban desnudos; sí, completamente en
pelotas, y los sorprendidos fuimos nosotros, quienes veníamos de occidente en

!
269!
donde se supone – nosotros así lo creíamos – que la gente era más liberal; pero
nos equivocamos.

Viajamos también, por carretera, hacía la capital de Bulgaria, la ciudad de Sofía, a


este paseo nos hicimos acompañar de Caty y de Carlos Ignacio, quienes siempre
se comportaron como si fueran unos verdaderos adolescentes, aunque para esas
fechas, apenas rondaban los nueve y los tres añitos. En el transcurso de nuestro
viaje nos correspondió cruzar la frontera terrestre entre Grecia y ese país,
circunstancia por demás interesante, ya que dicho espacio geográfico, era a su
vez, la frontera entre los países de la Alianza Atlántica (OTAN) y los del Pacto de
Varsovia, razón por la cual, era muy misteriosa.

Lo extraordinario que notamos, tiene que ver con el hecho de que una vez que
pasas la estación migratoria griega, ingresas a una especie de tierra de nadie, que
es una zona con alambrados y múltiples letreros de advertencia que, lógicamente,
no pudimos interpretar. Al término de dicho espacio territorial, comenzaba la zona
búlgara propiamente dicha, con su estación migratoria de paso obligatorio para
cualquier ingreso legal al país.

De ahí, continuamos hacia nuestro destino, la ciudad de Sofía, misma que


presentaba avances significativos, desde nuestro punto de vista, y siempre
teniendo como referencia nuestros estándares culturales. El régimen del
presidente Yivkov, quien se hacía acompañar siempre por su hija Liudmila, que
hacía funciones de primera dama, había consolidado paulatinamente ciertos
avances, claro, siempre, dentro de la ideología prevaleciente para las naciones
bajo la influencia de la URSS.

A nuestra llegada a la ciudad capital, nos alojamos en un hotel en un lugar


bastante céntrico, y ahí comenzamos nuestra aventura, siempre alentada por la
curiosidad de saber lo más que se pudiera sobre la cultura de los búlgaros,
nacionalidad poco frecuentada por las agencias de viajes de nuestro propio país.

Una anécdota importante, y a la vez formativa, tiene que ver con la indicación que
nos fuera impartida sobre la inconveniencia de cambiar nuestras divisas
convertibles en lugares no autorizados a dicho efecto, es decir, no dejarnos
engañar por los múltiples cambistas callejeros, ya que podríamos ser fácilmente
engañados.

No obstante dichos señalamientos, caímos en la tentación, ya que, si bien es


cierto, el cambio oficial estaba a uno por uno, con respecto al dólar
estadounidense, los cambistas callejeros ofrecían un supuesto cinco por uno, lo
que, en principio, hacía más valedero el intercambio para ambas partes.

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270!
Con el primer cambista ambulante que nos abordó, caímos en su juego, ya que le
entregué un billete de cien dólares, y él aparentemente, me lo canjeo por
quinientos pesos búlgaros, que no eran sino quinientos dracmas (moneda en
Grecia) lo cual fue comprobado por Olga Inés, quien me señaló que había caído
en una trampa.

Recuerdo claramente que nuestros dos muy queridos hijos insistieron que
deberíamos continuar con el ejercicio, ya que si habíamos sido engañados una
vez, la segunda sería mucho más difícil, argumento que yo me creí a raja tabla,
por lo que volví a caer en el engaño, circunstancia que me hizo reflexionar lo
inconveniente del ejemplo que estaba dando a mis dos bellos hijos, y a mi muy
querida esposa.

Superado dicho extremo, visitamos en Sofía muy bellos lugares, como por ejemplo
mezquitas y centros culturales que emulaban el nombre de la hija del presidente
Yivkov, así como invernaderos en donde se cultivaba la flor nacional: la rosa, de la
que se preparaba todo tipo de cosméticos y productos de belleza, y hasta
perfumes.

Fue un viaje muy agradable que, además hizo posible que nuestros dos hijos,
Caty y Carlos Ignacio, pudieran ver y contrastar las diferencias culturales que a
todas luces se apreciaban, entre lo que les había tocado vivir en nuestros países
occidentales, y las tradiciones y costumbres de una Nación como la búlgara.

Regresamos a Atenas por la misma ruta por la que iniciamos nuestro viaje
sorprendente y emotivo, frontera ideológica y político/militar de dos culturas que,
para ese entonces, se contraponían.

Ese verano nos tocó viajar a México y a Colombia, de forma que organizamos lo
mejor posible esta nueva experiencia cerca de nuestros familiares más cercanos
en uno y en otro país. En mi caso, el viaje a México coincidió con la visita (la
primera) que realizó a nuestro país un Primer Ministro griego, cuyo doble objetivo
fue, por una parte, participar en la segunda reunión de los jefes de estado del
grupo de los seis que ya he referido, y por otra, el cumplimiento de una agenda
bilateral.

En lo que tuvo que ver con la visita bilateral, como siempre, se me solicitó el apoyo
para facilitar el debido desarrollo del programa que realizó en nuestro país. El
encargo, fue muy positivo a los fines de mi desempeño profesional, ya que estuve
en todo momento acompañando a la comitiva griega, entre otros, además del
Primer Ministro, los Ministros de Cultura y de las Juventudes, respectivamente,
Andonis Tritsis, y Georgios Papandreu (hijo del Primer Ministro).

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271!
Por cierto, el Ministro Tritsis hablaba y escribía perfectamente el castellano, lo que
facilitó mucho su comunicación con los diversos interlocutores con quienes estuvo
en contacto.

Dentro del programa de la visita incluían encuentros con el Presidente Miguel De


la Madrid y su comitiva, así como la declaratoria de Huésped de Honor de la
ciudad capital. Al término de dicho actos protocolarios, y en camino hacia el hotel
en donde se alojó la delegación griega, tanto Tritsis, como Giorgos Papandreu, me
preguntaron en dónde podrían comprar libros sobre México, curiosamente,
estábamos pasando por La Alameda central, en donde se ubicaban dos
excelentes librerías, cosa que les señalé, y me dijeron que si podrían bajar ahí
mismo, por supuesto les respondí afirmativamente, por lo que nos bajamos los
tres y de ahí, una vez que compraron algunos ejemplares, nos trasladamos en un
taxi hasta el hotel.

Por lo que respecta a nuestras vacaciones, tal cual era de esperarse, disfrutamos,
tanto en México, como en Colombia de nuestras respectivas familias.

En México paseamos con todos y visitamos lugares que siempre nos fueron de
interés; por lo que respecta a Colombia, lo mismo, fincas, días de alegría y
cercanía con la familia. Lo que más sorprendió a todos en Colombia fue el hecho
de que Carlos Ignacio guardaba un gran parecido con Jaime Humberto, en
hermano de Olga Inés que falleció en un accidente de aviación.

Al término de este nuevo período de merecidas vacaciones, nos regresamos a


Atenas, vía Madrid, en vuelo de Iberia.

Para cerrar el año de la forma más adecuado posible programamos un viaje a


Egipto, aprovechando para ello la oferta que nos fuera realizada por nuestro amigo
y compañero de generación del servicio exterior, Héctor Aguilar, quien se
desempeñaba en nuestra embajada en El Cairo, al frente de la cual estaba el
señor embajador Jorge Palacios Treviño, y como segundo, un viejo amigo del
Ceremonial, Juan Cortés Osnaya.

Concretamos los arreglos, y más tarde que temprano, viajamos desde Atenas,
hasta el Cairo a bordo de un vuelo de Egypt Air, por cierto, una línea con
bastantes informalidades, como por ejemplo, en el cumplimiento de los horarios de
sus respectivos vuelos internacionales.

Sin embargo, nuestro estado de ánimo era óptimo, así que no desaprovechamos
la oportunidad para involucrarnos en los secretos de una de las culturas milenarias
más destacadas en la historia de la humanidad.

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272!
A nuestra llegada al Aeropuerto Internacional nos encontramos con el propio
Héctor, quien nos recibió con infinitas muestras de cariño, llevándonos a su casa,
en donde estaba su esposa Lety, y Héctor, uno de los dos hijos de la pareja – el
otro estaba en proyecto aún -. Por cierto, mi amigo ocupaba un hermoso
departamento en el piso 16 de un edificio panorámico, cercano al Río Nilo, y
desde el que se apreciaba con claridad la silueta de las Pirámides de Guiza:
Keops, Kefrén y Micerino, así como de La Esfinge.

Dentro de las primeras visitas que realizamos, por supuesto, hasta el sitio
arqueológico de Guiza, en donde pudimos sorprendernos por la increíble belleza
de los monumentos, las observamos lo más cerca que se pudo, y contrario a lo
que en su momento se comentaba, sí pudimos bajar hasta el corazón de la mayor,
la de Keops, además de recorrer la zona completa, practicamos la montada de un
camello, primero Olga Inés sola, después, con Caty; más tarde con Carlos Ignacio;
y finalmente yo solo.

De este paseo, conservamos un video grabado con nuestra cámara Betamovie,


que además capturó nuestra visita al Museo Arqueológico, en donde el plato
fuerte, por decir de alguna manera, fue una de las joyas arqueológicas de mayor
esplendor, el tesoro de la tumba de Tutankamon, incluyendo la máscara de oro
que portaba al momento de su descubrimiento.

No me quedó otro remedio que conversar en silencio con ese gran tesoro de la
humanidad, al que confié mi destino en este magnífico planeta (la verdad, no se
me ocurrió nada más solemne).

Realizamos, además un recorrido por el Río Nilo, visitamos el mercado de Janjalili,


una especie de Gran Bazar en donde se encuentra absolutamente todo. Nosotros
no escatimamos, adquirimos seis mesitas de marquetería, cuyo recuerdo aún
pasea por nuestros espacios vitales, además, una curiosa mesita plegable
incrustada en marfil y hueso.

Dentro de los objetos más populares y más interesantes, los papiros pintados a
mano – de los que compramos más de veinte – y las joyas en oro con diferentes
geroglíficos, muchos de los cuales, determinan el nombre de quien los porta. Por
su parte Olga Inés adquirió unos cabouchones de una piedra denominada
alejandrina, que más tarde fueron adornados como dos bellas mancuernas que
aún conservo en mi basta colección.

Por lo que respecta a las celebraciones decembrinas, nuestro amigo Héctor


Aguilar, y su esposa Lety, se aseguraron de organizar un evento muy familiar que
contó con nuestra participación, y con la invitación del segundo de la embajada,
Juan Cortés Osnaya y su esposa.

!
273!
Coronamos con éxito este viaje, y regresamos a nuestra ciudad de destino
diplomático, es decir, a Atenas, en un vuelo en el que veníamos repletos de las
muchas y variadas adquisiciones que hicimos en este lugar.

Un detalle que no se puede dejar pasar sin algún comentario sobre ese particular,
tiene que ver con dos costumbres que implementamos en este país.

La primera, tiene que ver con la tarjeta de felicitación que, con motivo de las
fiestas de fin de año, enviamos a familiares y amigos; esta tarjeta consistía en una
fotografía de Caty y Carlos Ignacio en distintas posiciones, como fue la del primer
año que la implementamos en donde Caty estaba de Virgen María, y Carlos
Ignacio, todavía un bebé, como niño Jesús. En otro años, las enviamos con
fotografías desde la Acrópolis, con el Partenón en el fondo; y una más, con los
típicos trajes de charro mexicano.

La segunda, el envío de obsequios simbólicos a diferentes personalidades del


gobierno griego. Dichos obsequios, generalmente eran pinturas, elaboradas de
forma artesanal en corteza de amate, verdaderamente muy bonitas. Nosotros las
adquiríamos en México, y las enviábamos a enmarcar en Grecia, y cada fin de año
las hacíamos llegar de forma económica a contactos importantes que tenían algo
que ver con la relación bilateral con México.

Una vez que finalizamos la visita a Egipto, continuamos con nuestros esfuerzos
encaminados a representar a México desde la perspectiva más adecuada a los
intereses de nuestro país, acogido muy positivamente en el ambiente político en
Grecia, no sólo por el clima de respecto generado en torno a las causas comunes,
como la famosa iniciativa de los seis sobre Paz y Desarme, comentada con
anterioridad.

El año comenzó como todos, con el cumpleaños de Caty el día 21 de enero, y la


fiesta que organizó su madre para reunirla con algunas de sus más cercanas
compañeras del Tassis, como fue el caso de María Checherone, y otras más,
entre las que no faltaron las amigas de Olga Inés, como fueron los casos de la
melliza, y de Maritza.

Lo mismo sucedió con las celebraciones de cumpleaños de Olga Inés y de Carlos


Ignacio, respectivamente, el día 14 de febrero, y el día 6 de marzo. En el caso del
cumpleaños de Carlos Ignacio, por supuesto se organizó una fiesta en nuestro
departamento de la calle de Esopou, en Maroussi, a la que asistieron amigos del
homenajeado, y de la familia.

Ese año viajó a Grecia el hermano de Olga Inés, José Obdulio, a quien, como en
ocasiones anteriores, atendimos y paseamos como si fuera la última vez.

!
274!
Los paseos incluyeron visitas a la Acrópolis, Placa, Kolonaki, y desplazamientos
por diversas zonas arqueológicas, como Corinto, Delfos, Epidauro y otras del
mayor interés, lo que se tradujo en una estancia muy provechosa para todos,
especialmente, para José Obdulio.

Lo mismo sucedió en el caso de la visita de Luz Beatriz, quien vino desde


Alemania, acompañada de Álvaro Mauricio. Los dos estuvieron muy a gusto y
contentos con nosotros durante su estancia en Atenas.

Otro viajante que recibimos ese año, fue de Carlos mi hermano, quien, junto con
su familia, es decir, esposa e hijas, nos acompañaron a un crucero por el Mar
Egeo, a bordo del barco Stella Solaris, de bandera italiana. Los sitios a los que
fuimos, saliendo desde el puerto de El Pireo, fueron: Santorini, Mikonos, Patmos
(en donde se supone que San Juan escribió La Apocalipsis) del lado turco, el
puerto de Kuzadasi, y de ahí viajamos en autobús a recorrer el sitio arqueológico
de los que fue la ciudad de Efesos, con su magnífica biblioteca y sus obras
clásicas de imborrable memoria.

El crucero fue de cinco días, mismos que disfrutamos muchísimo, sobre todo por
los lugares que visitamos, el ambiente a bordo, y el buen gusto con el que este
tipo de cruceros, manejan su relación con los pasajeros. En Turquía,
aprovechamos la oportunidad para adquirir una seis alfombras tejidas a mano, y
sobre todo, a precios razonables.

Otros paseos que realizamos a bordo de embarcaciones como sería las de los
Flight Dolphins fueron: Hydra, Poros y Egina, distantes a pocas millas náuticas de
la ciudad de Atenas. Estos navios, popularmente conocidos con el nombre citado,
eran unas embarcaciones de fabricación soviética que navegaban por encima de
la superficie del agua a velocidades considerables.

Uno más, en que llevamos incluso nuestro vehículo, fue a bordo de un barco
transbordador, de los muchos que se mueven desde ciudades importantes de la
costa griega hacia las muchas islas que conforman su territorio, en esta ocasión, a
la isla de Andros. Por razones que desconozco, a pesar de las muchas
recomendaciones que nos habían hecho sobre lo hermosa que es esta isla, la
verdad es que no salimos complacidos de su visita, es posible que la razón
principal de dicha conclusión, tuvo que ver con el hecho de que estaba habitada,
casi totalmente, por adultos mayores, siendo que nosotros éramos muy jóvenes, y
llevábamos a dos niños, nuestros queridos Caty y Carlos Ignacio.

A pesar de que podría aparentar que nos la pasábamos viajando en esta


adscripción en Grecia, la verdad sea dicha, es que las actividades oficiales que
desarrollamos en la embajada, eran muy pocas, para la cantidad de funcionarios

!
275!
que estábamos acreditados. Dicha circunstancia tuvo que ver, entre otras
razones, a que la embajadora Olga Pellicer, era muy cercana al Secretario
Bernardo Sepúlveda, razón por la cual, casi siempre respondía afirmativamente a
las solicitudes que se le encausaban.

Sin embargo, y en descarga a dicha afirmación, confieso que doña Olga Pellicer
desarrolló una magnífica labor política cerca del gobierno griego, y de forma muy
especial, como ya quedó asentado, con el Primer Ministro, Andreas Papandreu, y
muy especialmente, con su esposa (de origen estadounidense) Margarita.

Lo anterior hizo posible que a todos los funcionarios acreditados se nos facilitara
nuestra labor de información y difusión. En mi caso concreto, además de los
contactos institucionales que fueron realizados, pude desarrollar otros con enlaces
de los principales partidos políticos con representación parlamentaria, entre ellos
el Pasok, que era el gubernamental (centro izquierda); Nea Demokratía, principal
de oposición (centro derecha); el KKE (comunista); y el KKE exotericón (euro
comunista).

Durante este período nos visitó, lo que desde mi punto de vista fue la primera
misión parlamentaria mexicana en pisar territorio griego, integrada por
representantes de tres partidos políticos: María Emilia Farías, por el PRI; Sergio
Armando Valls Hernández, por el PAN; y Heberto Castillo, por la izquierda
representada en ese entonces en el PSUM.

Con ellos, al igual que con todos los funcionarios que nos visitaron, desarrollamos
una labor más allá de lo que, en teoría era lo obligatorio, es decir, procuramos
apoyarlos en todo aquello que nos fue posible, incluso en el tema de las
adquisiciones, ya que, recuerdo bien el caso del diputado Heberto Castillo – quien
viajó con su señora esposa – lo llevamos a que adquiriera un abrigo de visón, con
el que engalanó a su señora esposa.

Unos meses más tarde, me correspondió el gusto de obsequiar a Olga Inés con un
abrigo de visón, confeccionado con puros lomos, lo que suponía que era de la más
alta calidad.

Para esas fechas también, se produjo el traslado a otra comisión al exterior de la


señora Lourdes García Donahue, quien era Canciller, encargada de las cuentas y
del área administrativa, con responsabilidad directa conmigo. En su lugar la
Secretaría envió a Lucila Gómez, una señora bastante tranquila y simpática con la
que hicimos una excelente relación personal.

!
276!
Lucila llegó a Grecia acompañada de su señora madre, y de uno de sus dos hijos:
Mauricio. El otro, de nombre Roberto, se encontraba adscrito a nuestra embajada
en Bulgaria, razón ésta, por la que intuyo, solicitó su cambio a Atenas.

En las fiestas de Pascua, concretamos una visita guiada, es decir, dentro de un


viaje contratado con una agencia de promoción turística a Estambul, esta vez
fuimos con Caty, y con Carlos Ignacio. Fue una excelente experiencia, salvo por
algunos inconvenientes que se registraron a la salida hacia Atenas desde el
aeropuerto internacional, desde donde Olga Inés fue jaloneada por un funcionario
de migración que la confundió con griega; por lo demás, todo estuvo muy bien.

La verdad, en nada cambió el esquema de trabajo que estaba muy bien


determinado, en el entendido de que cada uno de nosotros tenía sus propias
responsabilidades, y que todos en su conjunto se coordinaban conmigo, quien a
su vez, respondía ante la embajadora. Ese era el esquema de trabajo de nuestras
representaciones en el exterior, en que la figura de Jefe de Cancillería, disponía
de funciones muy específicas.

En el intermedio al final del año, Olga Inés y yo habíamos planeado – como


consecuencia de nuestro aniversario de bodas - un viaje a Italia, queríamos ir a
Venecia y a Florencia, al menos unos cinco días, sin embargo, una llamada
telefónica de Carlos mi hermano, me hizo estremecer; me dijo: “…falleció
Sylvia…”, nuestra querida hermana.

Quedé anonadado, y no supe que decir. Le pedí que me diera la oportunidad de


recobrarme y que ya le llamaría en breve.

En su momento, volvimos a comunicarnos, y supe que doña Martha, nuestra


madre, estaba desconsolada, por lo que tomé la decisión de realizar un viaje de
emergencia a México al día siguiente del 28 de noviembre, fecha del deceso.

Mi llegada a México fue con el exclusivo objetivo de consolar a doña Martha, lo


cual era una hazaña muy difícil. Estuve con los seres queridos, y lloré como no lo
había hecho en muchos años, sobre todo viendo las circunstancias que rodearon
la existencia de mi hermanita muy querida, quien contaba apenas con treinta años,
y tres hijos, el menor, Carlitos, de un año.

Una vez superada la lamentable transición, como consecuencia del fallecimiento


de Sylvia, ese fin de año tuvimos varios eventos destacados, como fueron una
fiesta de disfraces que organizó el Club de Golf Glyfada, al que asistíamos con
nuestro grupo de amigos entusiastas y aficionados a ese deporte; una posada
para las mexicanas residente; y finalmente, la cena de noche buena que nos toco
pasar en la residencia oficial de la embajada, teniendo como anfitriones a la

!
277!
embajadora, y a su esposo, el profesor Brodi (de origen austriaco) que era un
profesor emérito de la UNAM.

Antes de dichos eventos, se produjo uno extraordinario, es decir, el matrimonio por


lo civil del segundo secretario Arturo Hernández Basave, quien trajo a Atenas a su
novia mexicana, razón por la cual fue posible que la propia embajadora celebrara
la ceremonia civil, en la residencia oficial.

Por lo que respecta a la fiesta en el Club de Golf, nosotros asistimos, como


siempre lo hicimos del mejor humor posible, hicimos una mesa en la que
estábamos, además de Olga Inés y yo, Eduardo Barajas, Klety, su esposa; y
Francisco Ramos, y Maritza; Amadeo, y su esposa.

Lo pasamos estupendo, y sucedió algo muy curioso, yo fui con mi traje de charro
mexicano, y de repente se acercó a nuestra mesa una señora a la que no
conocíamos – después supimos que era Illiona Staller, la chicholina – quien me
invitó a bailar, cosa que acepté, y bailamos un par de piezas, bajo la mirada
burlona de todos nuestros amigos en la mesa.

El otro evento, la posada mexicana, fue un acto muy especial, ya que fue invitada
de honor la señora Margarita Papandreu, quien recibió por parte de todos nuestra
admiración y respeto. Como sucedió desde mi llegada, fui el locutor y animador
del evento, lo que me permitió el honor de solicitar a la señora Papandreu que me
acompañara en un baile, cosa que, con agrado acepto tan encantadora dama.

Por lo que respecta a la cena de nochebuena, asistimos con Caty y con Carlos
Ignacio, ahí estuvieron invitados todos los funcionarios de la embajada, y
participaron también los hijos de la embajadora: Carlos y Sebastián, ambos
estudiantes de la Universidad de Oxford, en Inglaterra.

Pudimos descubrir que, pese a su apariencia de un hombre muy serio, el profesor


Brodi era una persona en extremo simpático, con quien compartimos – todos los
presente – momentos de mucha alegría.

Comento aquí que, pocos meses después de este convivio, y una vez que el
profesor Brodi regresó a México, nos enteramos de que había sido víctima de un
asalto, y como consecuencia del mismo, perdió la vida.

Para el año siguiente nos encontramos con bastantes novedades, en primer lugar,
la convocatoria a la embajadora para poner fin a su misión diplomática en Atenas,
y trasladarse, en breve plazo, a su nueva comisión como Representante Alterna
ante la Delegación de México en la ONU, en la ciudad de Nueva York, lo que
indudablemente representaba para ella una promoción importante, así como un
reconocimiento a la labor desarrollada al frente de la embajada en Grecia.

!
278!
Por lo que respecta al ámbito personal, recibí de México la excelente noticia de
haber sido promovido al rango de Ministro, considerado como el último eslabón de
la carrera en el servicio exterior, ya que los nombramientos de Embajador o Jefe
de Misión, eran otorgados por el Presidente.

En fin, la embajadora tomó las providencias del caso, y tal cual se mencionó, en
breve se trasladó a su nuevo destino.

Mientras eso sucedía, aprovechamos la oportunidad para concretar un viaje muy


especial, si para ello consideramos el país: Albania.

Esta Nación que durante muchos años se sostuvo bajo un régimen de absoluta
ortodoxia comunista, encabezado por el legendario dirigente Enver Hoxha,
finalmente comenzaba a promover una paulatina apertura hacia el exterior, dando
pasos lentos, pero muy concretos, en su relación bilateral con Italia, y con Grecia,
lo cual quedó claro con la decisión de dar por finalizado el “estado de guerra” que
prevaleció entre ambas Naciones, desde el comienzo de la Segunda Guerra
Mundial.

El anticuado líder gobernó con mano de hierro el país, hasta 1985, año en que fue
sustituido por Ramiz Alia (1985-1991), quien a la postre condujo al país hacia una
paulatina apertura con la Europa Occidental.

Lo que representaba la decisión de apertura, no era sino un mero acto de voluntad


política, seguido de algunas señales importantes, como lo fue la apertura de su
frontera terrestre con Grecia, a partir de la ciudad de Jirokastra, circunstancia que
hizo posible que algunos extranjeros viajaran por el interior de esta Nación tan sui
generis, como fue nuestro caso, una vez que nuestro amigo Oke Wadstein,
Consejero de la embajada de Suecia, y Adela, su esposa de nacionalidad
colombiana, nos indicaran que fue una experiencia memorable que deberíamos
intentar, sobre todo llevando a nuestros hijos.

Decidimos que correríamos el riesgo, aunque antes nos acogimos a algunos


consejos prácticos que nos señalaron nuestros amigos, como sería el caso de
llevar como reserva unos galones adicionales de gasolina dentro de la cajuela de
nuestro vehículo Mercedes Benz 230 E, con inyección electrónica.

Para concretar los detalles relativos al viaje, aproveché la relación que se había
concretado con el colega Consejero de la Embajada de Albania, quien fue el
intermediario para la obtención de las visas, así como las reservaciones en el
Hotel oficial del Estado, en la capital del país, la ciudad de Tirana.

El viaje, como la mayoría de los que realizamos por ese entonces, fue muy
agradable. La ruta hacia la frontera es a través de campos muy bellos, mismos

!
279!
que se continúan vislumbrando en el panorama del país del misterio, a partir de
cruce en Jirokastra, al que accedimos sin mayores complicaciones, circulando por
vías bien pavimentadas, pero absolutamente vacías, cruzando poblaciones como
fueron los casos de: Berat, y Lushnje, hacia la ciudad de Tirana, capital del país.

Una de los detalles que más nos llamó la atención en nuestra ruta terrestre, es la
calidez con la que la gente del campo nos veía pasar, saludándonos, y
haciéndonos señas como intentando articular algún tipo de comunicación. Este
detalle, después averiguamos que era un intento de que les hiciéramos saber la
hora, ya que muy poca gente en el país, y sobre todo en la zona rural – que es la
mayoría del territorio - dispone de relojes de pulsera, considerados como artículos
de absoluto lujo.

Cruzamos, también, por infinidad de construcciones de concreto, en forma de


pequeños hongos, similares a trincheras defensivas contra posibles ataques
aéreos de supuestos enemigos foráneos.

A nuestra llegada a la ciudad de Tirana, más o menos, al caer la tarde, nos


preguntábamos la razón por la que no veíamos la ciudad iluminada, o al menos
señales – como las que nosotros reconocíamos – de que estábamos próximos a
una ciudad, medianamente poblada.

La verdad, no se dieron dichas señales. Llegamos así, nada más a la ciudad


capital, y de inmediato nos dirigimos, en la penumbra de unas calles
absolutamente vacías de tráfico, hacia el hotel en el que se nos había realizado la
reservación, al que llegamos en un santiamén, y de inmediato fuimos conducidos
a nuestras habitaciones, mismas que, dicho sea de paso, eran bastante
confortables, si para ello las contrastamos con lo que hasta ese momento
habíamos visto de este nuevo y mágico país.

Por la mañana, al día siguiente, bajamos a desayunar al salón comedor del hotel,
que se encontraba absolutamente vacío, ya que, como fue mencionado, el acceso
estaba prohibido a nacionales, y sólo se permitía que extranjeros en misión oficial
o de viaje turístico, disfrutaran de unas comodidades vedadas a todos dentro del
país.

En fin, recuerdo que ordenamos algo ligero, y procedimos a degustar nuestro


alimento matutino, dejando, en algunos casos, un pedazo de pan, y un poco del
huevo frito que alguno de los niños había ordenado. Al levantarnos de la mesa
con rumbo al estacionamiento en el que habíamos dejado nuestro vehículo,
notamos que el mesero en turno, el mismo que nos había atendido, y que, a su
vez, no nos quitaba un ojo de encima, aprovechaba esa oportunidad para comer

!
280!
con verdadera fruición los restos de alimento que habíamos dejado tras nuestro
desayuno.

No dejamos de sentir verdadera lástima por lo que habíamos presenciado, sin


embargo, durante esa mañana, tuvimos oportunidad de percibir la realidad del
país, anclado en los años cincuenta, con un Estado policía que todo lo vigilaba
subrepticiamente, aunque nosotros, en principio, no lo notáramos.

Sin embargo, tras dar unas vueltas por algunos sitios marcados como de interés
histórico turístico, como fueron los casos del Museo Nacional, el Pabellón en
homenaje al líder Enver Hoxha, y un almacén de ventas de todo tipo de artículos,
decidimos ir a visitar un parque público, en donde tanto Caty, como Carlos Ignacio
estuvieron jugando un buen rato.

En ese lapso de tiempo en que estábamos todos en el parque, de repente un niño


albanés se acercó a Carlos Ignacio, quien de forma espontánea le obsequió un
paquete con golosinas, de los muchos que traíamos en nuestro equipaje. La
verdad, el niño quedó tan sorprendido que no sabía que hacer, sin embargo, a
unos pasos de nosotros, había un guardia que señaló al pequeño que debía
devolver ese regalo, considerado como innecesario a los gustos de la población
local.

El día se pasó sin mayor pena ni gloria, aunque encontramos un lugar en el que
vendían, entre otras cosas artesanales, alfombras hechas a mano. Nos
detuvimos, vimos lo que había en el lugar, y adquirimos dos alfombras albanesas,
cuya memoria aún se conserva como parte del menaje de nuestra residencia
particular.

Otro evento que nos dejó perplejos, tuvo que ver con la adquisición por medio de
cupones de la gasolina que requeríamos para nuestro viaje de regreso. Sucedió
que dichos cupones sólo se podían adquirir en lugares determinados para
extranjeros, mismos que no contaban con personal que hablara ningún idioma que
no fuera el propio, por lo que, al adquirir los cupones solicité que fueran de “nafta”,
imaginando que, tal cual sucede en Argentina, eso equivaldría a gasolina sin
plomo.

La verdad fue que una vez que fuimos a la estación de gasolina, le llenaron el
tanque, pero no con el tipo de gasolina que estaba determinado para este tipo de
vehículos, sino que le pusieron diesel. La reacción, de inmediato, fue como que el
motor iba a estallar, tuvimos tiempo sólo de llegar al hotel, y uno de los vigilantes
que ahí permanecía me aseguró que él mismo podría ayudarme a lavar el motor,
si fuera el caso de que yo tuviera gasolina sin plomo nueva.

!
281!
Por suerte, como ya fue asentado, llevábamos en la cajuela dos recipientes, cada
uno como de cuatro galones, cantidad que fue suficiente para sacarnos del
embrollo, y hacer posible que, al día siguiente emprendiéramos la segunda fase
del paseo, es decir, visitar el balneario más popular del país: Durrés.

El traslado a dicho punto no duró más de hora y media. Efectivamente, era un


balneario cerca del Mar, pero absolutamente vacío, y sin ningún tipo de
facilidades, refiriéndome, a las que estábamos acostumbrados a tener, por lo que,
con gran pena, nos quedamos un par de horas, y de esa manera, dispusimos
nuestro regreso a Grecia, utilizando para ello la misma ruta que el día en que
ingresamos a Albania.

Para ese entonces, estaba yo como encargado de negocios, ya que la embajadora


Pellicer viajó a la ciudad de Nueva York, a tomar posesión de su nuevo encargo,
por lo que la Secretaría me hizo llegar la solicitud de beneplácito a favor de la
propuesta de embajador en Grecia, en la persona de Don Luis Beckman Muñoz,
diplomático de amplia trayectoria, y bien conocido en los círculos de nuestro país.

Como corresponde, hice del conocimiento de la Cancillería local la solicitud a favor


de la propuesta de nuevo embajador, al tiempo que recibí la noticia del viaje a
Grecia del Secretario, Bernardo Sepúlveda, quien vendría en visita oficial.

Me pareció muy pertinente solicitar a mis colegas de la Cancillería griega que,


tomando en cuenta la visita del Secretario de Relaciones Exteriores de México –
que era la primera de un Canciller a Grecia -, aceleraran las gestiones
encaminadas al otorgamiento del beneplácito solicitado.

La verdad, nunca me habría imaginado el malestar del gobierno griego por nuestra
propuesta, ya que, unos años atrás, siendo funcionario de nuestra representación
ante las Naciones Unidas, el señor Beckman había sido enviado a Chipre, como
representante personal del Secretario General, a tratar de resolver la diferencia
surgida como consecuencia de la creación de la República de Chipre del Norte,
impulsada por el gobierno de Turquía, a través del dirigente local Rauf Denktash.

Ante la insistencia sobre la conveniencia de avanzar el proceso, un buen día me


convocó el Canciller, Carolos Papulias para señalar la sorpresa que se había
llevado el gobierno griego, al recibir la solicitud de beneplácito para el nuevo
embajador, en la persona de un funcionario que durante mucho tiempo había
actuado en contra de los intereses locales en la diferencia con Turquía sobre
Chipre.

El Canciller señaló dos legajos que reposaban sobre su mesa de trabajo,


indicándome: “…aquí tengo dos expediente sobre el señor Beckman Muñoz; en

!
282!
uno, el resúmen sobre su actuación en el caso de Chipre..” Concluyó: “..en todas
sus gestiones, fue contrario a nuestros intereses…” Además señaló el Canciller,
“…en este otro legajo, dispongo de información confidencial y fidedigna sobre el
comportamiento personal del señor Beckman, con los altos mandos militares de la
fuerza de ocupación..!

Aunque no se mencionó, intuí que el segundo legajo contenía relatos y fotografías


que habían sido tomadas al representante del Secretario General de la ONU, en
actitudes comprometedoras, a la causa que él representaba.

Una vez que informé a México sobre lo acontecido, la Secretaría ofreció enviar
una nueva solicitud, aunque el viaje del Canciller Sepúlveda seguía en firme para
el mes de mayo de ese año, mismo que era de gran trascendencia para México,
ya que era un año electoral, y las campañas políticas comenzaban a activarse,
especialmente, la del representante de las izquierdas, Cuauhtémoc Cárdenas,
viejo priista que había salido de su partido, acompañado de otros dirigentes de
importancia como Porfirio Muñoz Ledo, e Ifigenia Martínez.

En un breve espacio que encontré entre las múltiples funciones que realizaba, hice
una visita a la Montaña Sagrada, o Monte Athos, lugar ubicado en una de las tres
penínsulas que componen la provincia de Macedonia, a donde está estrictamente
prohibido que ingrese mujeres, es más, la autoridad local solo autoriza el paso de
120 personas diarias, 110 griegos, y diez extranjeros.

Lo interesante del punto milenario, es que ahí se ubican 20 monasterios


ortodoxos, entre griegos, rusos, búlgaros, rumanos, y depende jerárquicamente
del patriarca de Constantinopla.

A este viaje fui con Andonis Tritsis, quien fue Ministro de Cultura, y con quien,
como ya fue señalado, hice una muy buena relación personal.

Por lo que respecta a la visita de nuestro Canciller, el viaje comenzó mal, ya que el
vuelo de la línea aérea KLM en que llegó a Atenas, había extraviado sus maletas,
y las de su esposa Ana Iturbide, por lo que, la primera reacción fue muy negativa.
No obstante, la Secretaría había tomado la precaución de solicitar a la embajadora
Pellicer que viajara desde Nueva York, hasta Atenas, para hacer más fácil los
encuentros.

Como siempre, Olga Inés de inmediato se ofreció a prestar alguna de sus prendas
más elegantes a los fines de que la señora Sepúlveda no se sintiera mal en los
eventos que le correspondía atender, por lo que, para nuestra sorpresa, al día
siguiente de su llegada, y primero de la visita oficial, la señora Sepúlveda lució un
bello vestido de Olga Inés.

!
283!
El Secretario se hizo acompañar de varios funcionarios de nuestra Cancillería,
entre los que destacaban: Roberta Lajous, Directora General para Europa
Occidental; y Manuel Rodríguez Arriaga, Coordinador de Asesores.

El programa se desarrolló sin contratiempos, e incluía, dentro de otros eventos, la


inauguración, en el Museo Nacional, de una muestra itinerante de Arte
Precolombino Mexicano, catalogada como extraordinaria, que sí lo era.

En los encuentros bilaterales, tanto con el Canciller, como con el Primer Ministro,
estuve siempre presente y atento a lo que acontecía, ya que esa era mi
responsabilidad. Se había previsto que Sepúlveda ofreciera un almuerzo en honor
del Canciller griego, y de otras autoridades nacionales, para lo cual se dispuso una
organización en la que estuvo muy involucrado.

Un par de días antes de dicho almuerzo, le había solicitado a Manuel Rodríguez


Arriaga que era menester disponer del texto del discurso, ya que si el Secretario
Sepúlveda lo leía en español, nadie iba a entender nada, por lo que se requería
hacer la traducción, de forma que se pusieran los textos sobre la mesa unos
minutos antes de la lectura.

Sin embargo, no fui escuchado, lo que determinó que llegado el momento, el


Secretario Sepúlveda leyó sólo parte del texto, y la otra parte se la entregó a mi
amigo Haralambos Hatzilambis, quien trabajaba en la embajada de Grecia en
México, quien lo leyó, y lo tradujo a su manera.

Esa fue la única falla detectada a lo largo de la visita, en la que se inauguró la


exposición, y se hizo un paseo de fin de semana por zonas arqueológicas de
interés general.

Al concluir el viaje, recibimos otra visita, esa de gran interés para todos, ya que se
trató del embajador Alfonso García Robles, Premio Nobel de la Paz, y actor
importante en el Comité de Desarme de las Naciones Unidas. Su viaje lo hizo con
la representación presidencial, y el objetivo fue asistir a una de las reuniones del
Grupo de los Seis sobre Paz y Desarme, realizada en la población local de
Karditsa.

A la que nos trasladamos, constatando que era una especie de pueblo infame con
gran humedad ambiental, y en el que, lo menos que nos sucedió es que nos
asignaron una habitación en un hotel muy por debajo de la investidura que
representábamos. A este viaje, fuimos todos, con Olga Inés, Caty, Carlos Ignacio
y Susan, por lo que, a pesar del entorno, lo pasamos muy bien, como siempre.

De regreso, las contrapartes griegas de la Iniciativa de los Seis, ofrecieron una


cena baile para las delegaciones, oportunidad que nos cayó como anillo al dedo,

!
284!
sobre todo para mantener la cercanía necesaria con nuestro Premio Nobel de la
Paz. Llegado el momento, García Robles solicitó a Olga Inés si quería bailar, a lo
que mi dulce esposa accedió positivamente.

En medio de la melodía que ambos seguían con puntual ritmo, a Olga Inés se le
ocurrió preguntas al embajador García Robles qué había sentido cuando recibió
su Oscar. García Robles, no se aguantó la risa y respondió: “..no fue un Oscar;
fue el Premio Nobel de la Paz..”

Este relato siempre lo hemos tomado con infinita alegría, ya que, a pesar de lo
ingenua de la pregunta, el interlocutor era un hombre con una educación de
excelencia, y con magnífico sentido del humor.

Al término de la visita, García Robles nos agradeció las muchas atenciones


recibidas, deseándonos la mejor de las suertes posible.

Dentro de la secuencia de mis responsabilidades oficiales, unas semanas más


tarde, la Secretaría nuevamente me envió una solicitud de beneplácito para el
nuevo embajador, en este caso, el poeta y escritor Hugo Gutiérrez Vega, viejo
conocido nuestro, desde la época e nuestra misión en España.

!
285!
Capitulo 17
Como era de esperarse, el gobierno griego otorgó, en breve plazo, su aceptación
al nombramiento de Hugo, quien en un plazo de un mes, aproximadamente, arribó
a Atenas, acompañado de Lucinda, su esposa, procediendo, en breve a la
presentación de sus cartas credenciales ante el presidente Kristos Sartzetakis, en
una ceremonia solemne en el Palacio Presidencial, ubicado en la zona de Zappio,
barrio en el que también se encontraba nuestra misión diplomática.

Desde su llegada, Hugo tomó posesión de los trabajos de la embajada, así como
de los espacios de la residencia oficial, un bello y céntrico departamento,
propiedad de los Armadores locales, la familia Gulandrís.

Por lo anterior, la importancia de mi trabajo, paulatinamente se fue reduciendo,


toda vez que el propio embajador me señaló que había solicitado para que se
acreditara ante la embajada a un viejo amigo de ambos, Carlos Tirado, quien
trabajo con nosotros en España.

El caso de Carlos era muy curioso, ya que, durante la misión en Madrid, su trabajo
lo desempeñaba con una plaza de empleado local, lo que implicó que, en breve
tiempo, se preparara y para el concurso de ingreso al servicio exterior, al cual se
incorporó, desde el primer intento, lo que implicaba que a su comisión en Atenas
llegara en calidad de Tercer Secretario.

Para nosotros ese anuncio no tuvo ninguna relevancia, ya que para ese momento
estábamos ocupados con infinidad de temas familiares como serían los casos de
las escuelas de Caty, y finalmente de Carlos Ignacio, quien estaba ya en edad de
comenzar sus cursos de pre primaria, por lo que lo inscribimos en otra escuela
internacional: El Campion, en donde tuvo oportunidad de aprender sus primeras
letras.

Para ese verano fue muy difícil que nos trasladáramos todos en viaje de
vacaciones – como consecuencia de la reciente llegada del embajador -, como
había sido nuestro deseo, sin embargo, Olga Inés, Caty y Carlos Ignacio si
viajaron, sobre todo considerando para ello, su periodo de vacaciones veraniego.

La verdad sea dicha, me hicieron mucha falta, ya que, nos quedamos solos con
Susan, y no era lo mismo que tener la oportunidad de escuchar a los dos hijos
conversando y riendo todo el día.

A su regreso del período vacacional, comenzamos a buscar una nueva vivienda,


ya que la señora Giorgili, propietaria de departamento de la calle de Esopo, en

!
286!
Maroussi, nos hizo saber que el inmueble requería de ciertas reparaciones, como
consecuencia de la aparición de innumerable humedades en paredes y techos.

Como la razón no sólo tenía lógica, sino que estaba debidamente fundamentada,
comenzamos el proceso para ubicar un nuevo espacio para nuestra familia. La
suerte corrió de nuestro lado, y localizamos una hermosa casita sola, con un
pequeño jardín y áreas de esparcimiento, en la calle Gissi, en el barrio más
elegante de la ciudad: Paleo Psihikó.

Nos mudamos casi de inmediato, y coincidimos todos en afirmar – salvo Caty –


que el cambio nos había beneficiado, no sólo por tener una casa independiente,
sino por el hecho de que estuviera en un barrio de gran prestigio. Como dato
adicional, comento que nuestro vecino más próximo era el joven Giorgos
Papandreu, hijo del Primer Ministro, y en ese entonces, ministro de la juventud.

El motivo que razonó Caty sobre su disgusto con la casa, tenía que ver más con el
color en que estaba pintada, que con el inmueble, propiamente dicho. La
inconformidad fue desapareciendo una vez que pintamos toda la casa en blanco, y
que nuestra amiga griega, Klety, comentara que era una típica residencia
mediterránea, lo que, imagino, emocionó a nuestra muy querida nena.

Los únicos cambios que realizamos, justamente, en el verano, tienen que ver con
la instalación de dos splits o aires acondicionados, que adquirimos para ubicarlos
en las habitaciones.

Como ya teníamos esa casita, el embajador del Perú nos obsequió un cachorro de
perrito callejero, que llevamos a la residencia como vía para que los dos hijos
dispusieran de una mascota. El primer problema que se presentó con esta nueva
mascota, tiene que ver con el hecho de que, al estar en la parte externa de la
casa, es decir, en el jardín, cada vez que pasaba un vehículo por la acera, salía
corriendo para ladrarle, y de esa forma hacerse presente.

La primera queja no tardó en llegar. Los escoltas del señor Papandreu hicieron
notar que nuestro perrito les incomodaba, ya que, a la hora de la siesta –
normalmente, después del almuerzo – ladraba de forma intermitente; sugerían que
se guardara a la hora de la siesta, y que estuviera fuera el resto del día, a lo que
accedimos sin ningún inconveniente.

Para ese verano, doña Martha concretó la anhelada visita a Grecia; quería tener el
gusto de ver el Partenón desde la lontananza del paisaje, cosa que no fue difícil, si
para ello se conoce la ciudad capital, ya que, el camino obligatorio desde el
aeropuerto, hacia nuestra casa en Paleo Psihikó, era por la avenida Singrou, ruta
que me permití seguir, con lo cual, el primer deseo fue cumplido.

!
287!
Nuestra madre vino acompañada por su gran amiga América Paniagua de Soto,
mi madrina, y de América, su hija, con la que, durante muchos años de nuestra
más tierna infancia, compartimos fines de semana inmemorables en la casa que
poseían en Tequesquitengo.

Con nuestras visitantes paseamos mucho, mi madre estuvo muy contenta todo el
tiempo, es más, organizaron dos paseos, el primero a Estambul; y el otro a Egipto,
con recorrido por el Río Nilo, hasta el Valle de los Muertos.

Al primer lugar, es decir, Estambul, las dejamos ir solas, sin embargo, a Egipto, las
acompañó Olga Inés, siempre con su magnífica disposición para todo,
especialmente, los paseos.

Ese fin de año, se celebraba en México un acto político de gran singularidad: la


toma de posesión del presidente electo, Carlos Salinas de Gortari (PRI) cuyo
triunfo en las elecciones federales del mes de julio, era impugnado por el
candidato que aglutinó a la izquierda política, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas
Solórzano.

La legitimidad de Carlos Salinas de Gortari, nunca será aclarada, como no han


sido aclarados innumerables eventos políticos en México, cuyo componente
principal es la pugna de poder entre los grupos que ejercen una constante
hegemonía en todo tipo de decisiones, sobre todo, en aquéllas que afectan a sus
intereses corporativos.

Consideré adecuada la oportunidad para viajar a México para esas fechas, ya que,
en mi panorama personal y profesional, la misión realizada en Grecia tocaba a su
fin, a pesar de que no había recibido ninguna indicación que me hiciera suponer lo
anterior, el hecho mismo de que Hugo Gutiérrez Vega, no me considerara como
parte de su equipo en Grecia, alentaba la posibilidad de mover algunos resortes
en nuestro país, como mejor medida para migrar hacia otro destino.

No sabía en ese momento, y lo supe, una vez que el presidente tomó posesión el
1 de diciembre de 1988, que contaría con algunos aliados importantes en la nueva
administración, como fueron los casos de Andrés Rozental, designado
subsecretario de Relaciones Exteriores por el nuevo Canciller, Fernando Solana; y
en la Secretaría de la Defensa Nacional, con el nombramiento del general Riviello
Bazán, como titular.

Además, para ese entonces, don Rodolfo González Guevara, ex embajador en


Madrid, ya había retornado a México, sin embargo – y de eso me enteré después
– era identificado como simpatizante de la corriente política de izquierda que se

!
288!
había salido del PRI, como fueron los casos del propio Cuauhtémoc Cárdenas,
Porfirio Muñoz Ledo, y otros más.

En mi ronda de visitas a amigos en el gobierno, sólo tuve la suerte de saludar a


Andrés Rozental, a quien indiqué que me gustaría dejar la misión que estaba
desempeñando, para cambiarme, ya sea a un nuevo país, o a México, cerca del
área de su incumbencia en la Cancillería mexicana.

Andrés fue, es y será una persona muy abierta y sincera, de la que guardo un
absoluta confianza. Me dijo que regresara a mi adscripción, y que esperara a que
la comisión de personal determinara la rotación de personal del servicio exterior, y
que él apoyaría una buena posición para mí.

A mi regreso a Atenas, la Secretaría había solicitado a nuestro embajador viajar a


las ciudades capitales de Bulgaria y a Rumanía, a los fines de determinar si se
daba la posibilidad de trasladar algunos de los bienes muebles de dichas
representaciones a nuestra misión en Grecia. La razón de dicho requerimiento
estaba vinculada con la decisión – errada, desde mi punto de vista - de cerrar
ambas representaciones, justamente, en un período en el que se estaban
produciendo acontecimientos de gran importancia en dicha zona europea, como
se pudo comprobar, con la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989.

El embajador consideró útil y necesario que yo le acompañara en el viaje, al que


fuimos, además de Hugo Gutiérrez Vega, y Lucinda, su esposa, el conductor
oficial de la representación, Yanis Hatzis.

Al primer punto al que nos dirigimos fue a la ciudad de Sofía, capital de Bulgaria;
ahí estaba Roberto González, hijo de Lucila Gómez, canciller en Atenas. Me llevé
una magnífica impresión de Roberto, ya que parecía un funcionario muy bien
capacitado y activo.

Las instalaciones de nuestra representación diplomática en Sofia, eran más bien


austeras, sobre todo si se considera que se ubicaban en un viejo y deteriorado
inmueble, construido, seguramente, antes de la Segunda Guerra Mundial.

Dentro de los diferentes enseres que vimos, se destacaba un regio y señorial


comedor – había sido de nuestra embajada en Líbano -, con la que nosotros
teníamos la concurrencia, no obstante, no era factible trasladarlo a Atenas por
falta de espacio en la residencia oficial. Lo único que llamó la atención del señor
embajador, fue el vehículo oficial, un Citroën antiguo, que decidimos traer que se
solicitara su baja en Bulgaria, y el alta en Atenas.

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289!
De ahí viajamos a Bucarest, una ciudad capital que parecía de fantasmas, dadas
las circunstancias de postración en que tenía a dicha Nación su gobernante
sempiterno, Nicolai Caesescu. Nuestra embajada disponía de dos inmuebles
magníficos: la residencia, que era un palacete de las mejores épocas del país; y la
cancillería, una bella casa, adornada con singular gusto y modernidad.

El último embajador en ese período fue, mi amigo, Luis Wybo Alfaro, quien en
alguna ocasión viajó a visitarnos en Atenas, acompañado de su novia rumana,
Marietta, a quien después se llevó a Kenia, país al que fue destinado una vez
culminó su misión en Rumanía.

Por lo anterior, se encontraba como encargado de negocios el Secretario Gerardo


Camacho, y como Canciller, Francisco Ortega – colega al que conocí desde mi
comisión en Laredo, Texas -, hacía casi veinte años, ambos muy consecuentes, y
amistosos, por ejemplo, Gerardo me señaló que podía conseguir 500 gramos de
caviar ruso en dólares $ 50.00, lo que me pareció un regalo sorprendente.

El tipo de cambio de la moneda local, con respecto a dólar de los Estados Unidos
era muy alto, por lo que si solicitabas que te convirtieran dólares $100.00 en
moneda local, tendrías algunos millones de billetes sin valor comercial posible,
circunstancia que nos hizo reflexionar un poco sobre las causales de la situación
por la que atravesada este país magnífico.

De Rumanía se solicitó enviar a Grecia, casi todo el mobiliario del despacho del
embajador, quien disponía de muebles en cuero, libreros de vidrio y madera, así
como otro tipo de enseres dignos de trasladar hacia el lugar de nuestro destino.

Este viaje por las interioridades de los dos países balcánicos, se llevó a cabo por
el mes de marzo de 1989, circunstancia que impidió a la Secretaría prever que la
frágil situación política que atravesaban los países aliados de la URS, ahora
gobernada por el renovador Mikhail Gorbachov, estaba a punto de entrar en un
punto crítico, tal cual sucedió, primero en octubre 18, con la renuncia del
Presidente de la República Democrática de Alemania, Erich Honeker, situación
que derivaría, el siguiente mes, en la caída del Muro de Berlín, y el comienzo de
un acercamiento paulatino entre las dos potencias hegemónicas: Estados Unidos
y la URSS.

Por lo que respecta a Bulgaria, el todopoderoso Teodor Yivkov, renunció en propio


mes de noviembre, a su cargo de máximo dirigente del país; y un mes después,
en diciembre, Nicolai Caesescu, fue defenestrado gracias a un movimiento
ciudadano de repudio, apoyado por las máximas jerarquías de las fuerzas
armadas del país.

!
290!
El dirigente, Caesescu, mejor conocido como El Conducatore, y su esposa Elena,
fueron fusilados públicamente tras un juicio sumarísimo en que se le acusó, de
entre otros cargos, de genocidio, y corrupción.

Ese año, sucedieron cosas de gran trascendencia en el viejo juego de las dos
superpotencias, algunos de los más destacados dirigentes mundiales con
intervención directa en los hechos que se reseñan, fueron: Helmut Kohl, Canciller
alemán; Mikhail Gorbachov, dirigente máximo de la URSS, e inspirador del
movimiento de Glasnot y Perestroika; Margaret Tatcher, Primera Ministra del
Reino Unido; Juan Pablo II, máximo jerarca de la iglesia católica; y Ronald
Reagan, Presidente de los Estados Unidos de América.

Una vez que regresamos de la visita a las dos repúblicas socialistas, recibí de la
Secretaría las instrucciones para trasladarme a un nuevo puesto en el exterior, en
nuestra embajada en Nueva Delhi, India, a donde quedaría adscrito hasta nueva
orden.

En sustitución llegaría en breve, el Consejero Carlos Ignacio González Magallón,


quien ocuparía mi lugar como jefe de cancillería de nuestra embajada en Grecia,
por lo cual, comenzamos a determinar los detalles tanto del viaje, como el traslado
de nuestros enseres personales hasta el lejano país, al que había visitado el año
de 1981, en ocasión de la gira internacional acompañando al entonces presidente
José López Portillo.

Antes de concluir el relato sobre la experiencia en Grecia, no quisiera omitir que


nuestra embajada en Atenas era concurrente – al menos nominalmente – en
Líbano, país que se encontraba sumido en una tremenda guerra civil,
circunstancia que había obligado a nuestro gobierno a cerrar nuestra misión
diplomática en Beirut.

Y, aunque la embajadora Pellicer nunca se atrevió a viajar a dicho país, a mí si me


correspondió, no solo desplazarme a Beirut, a través de una ruta muy peligrosa
vía Chipre, y de ahí, por lancha rápida a la zona cristiana de la ciudad de Beirut,
sino formular los informes mensuales sobre coyuntura libanesa que fueron
enviados con puntualidad a su destino en México.

La comunidad mexicano-libanesa, estaba constituida por aproximadamente


cincuenta mil personas, repartidas a lo largo y ancho de todo el territorio del país,
razón por la cual era muy difícil estar en contacto con todos, sobre todo, si para
ello se considera el alto nivel de riesgo que se corría con cualquier desplazamiento
terrestre entre los distintos barrios/fortalezas repartidos por toda la ciudad.

!
291!
Una vez que fui autorizado para organizar todo lo relativo a nuestro viaje, lo
primero que hicimos fue obtener información sobre la India, gracias al material que
nos fue facilitado por alguno de nuestros amigos de la embajada de los Estados
Unidos de América, así como los datos relevantes sobre vacunas y previsiones
sanitarias indispensables para ir a dicha Nación.

Entre tanto, la señora Meli, de nacionalidad argentina, esposa de Carlos Ignacio


González Magallón, llegó al país, de forma imprevista, y se puso en contacto con
nosotros, buscando con ello nuestro apoyo y solidaridad para desahogar los
preparativos de viaje de su familia, que constaba, además de los padres, de un
hijo de la misma edad que Carlos Ignacio.

Por supuesto que le apoyamos en todo lo que nos fue posible, incluso, el espacio
que tenía Carlos Ignacio en el Colegio Campion, a nuestra salida, lo heredó el hijo
de nuestro colega.

Por lo que respecta a nuestros preparativos, ya habíamos iniciado la ingesta de


las varias vacunas que son necesarias para ingresar a la India, cuando recibí,
intempestivamente, una llamada de mi buen amigo Andrés Rozental, quien me
anunció que había acordado con el Secretario que me fuera a México, para
colaborar como segundo de a bordo de José Caballero Bazán, entonces Director
General de Protocolo.

La idea, en general, me pareció estupenda, ya que, en mi panorama de corto


plazo, estaba la posibilidad de interactuar de la forma más adecuada posible, con
la esperanza de ser nombrado embajador durante ese sexenio que ahora
comenzaba. La verdad sea dicha, no me equivoqué, a pesar de que para Olga
Inés, la experiencia de vivir en la India, ya se había arraigado en su pensamiento,
idea que perdura en el tiempo.

De inmediato nos dispusimos a modificar la ruta, de forma que, en breve, los


cuatro, junto con nuestro gatito persa Vasilis Konstantineas, nos trasladamos a la
ciudad de México, a bordo de un vuelo de Lufthansa que partió de Atenas, con
ruta a nuestro país, por vía de la conexión con Frankfurt.

Al término de esta misión diplomática tuve el privilegio de recibir la condecoración:


Orden de Honor, en grado de Gran Cruz de Oro.

Por lo que respecta a Susan Montino, nuestra fiel asistenta, permaneció en


Atenas, lugar en donde ya se había involucrado con la colectividad de filipinas
residentes, además de disponer de un novio de nacionalidad griega, propietario de

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292!
un negocio de venta de artesanías, ubicado en Plaka, el barrio en donde se
reciben más turistas de la ciudad capital.

Uno de los amigos queridos que dejamos, y con el que nos mantuvimos en
contacto por algún tiempo, fue Jorge Batalas; el fiel traductor de todo tipo de textos
del griego al español, o del español al griego.

Nuestro traslado al país se concretó a finales de ese año de 1989, en que fuimos
recibidos en casa de nuestra madre, doña Martha, quien nos hizo espacio
suficiente en la recámara de la abuela, a donde nos acomodamos los cuatro, más
el gato persa, que deambulaba por la casa con cierto resentimiento, y como que
no atinaba a adivinar qué había pasado con tanto movimiento durante nuestro
traslado por avión de Atenas a la ciudad de México.

La llegada se dio, pero con el gran inconveniente de que fueron extraviadas –


durante más de diez días – dos maletas, justamente con la ropa de Olga Inés. El
resto de nuestro menaje de casa había sido embarcado en El Pireo, con destino a
Veracruz, en puerto mexicano.

Casi de inmediato, se nos habían reservado cupos en el colegio Eaton,


supuestamente internacional – que no lo era – para Caty y para Carlos Ignacio,
quienes ingresaron muy animados, a pesar de que no era el modelo de institución
que habíamos buscado, ya que, dentro de nuestras necesidades educativas, el
idioma Inglés, para nuestros hijos, era fundamental. De la condición de dicha
entidad educativa nos dimos cuenta muy pronto, no obstante que la administración
nos había solicitado que no los sacásemos, procedimos a matricularlos en el
colegio en el que permanecieron durante esta temporada en que vivimos en
nuestro bello país, que era, para Carlos Ignacio, su primera vez en la patria de su
padre, y de la nación que representábamos en el exterior.

Su llegada a México, fue muy cómica, ya que apenas tenía seis añitos y, bien a
bien, no tenía claro el perfil de su identidad, autodenominándose como grexicano,
término inventado por el mismo, como una especie de protección ante la
eventualidad de que se le cuestionara su nacionalidad, en función de los
conocimientos que tuviera sobre su propio país.

Paradójicamente, era sobre esa falta de conocimientos que ambos tenían sobre
México, que fue necesario reforzamientos extra curriculares, implementados,
principalmente por su madre, Olga Inés, la que con toda paciencia colaboró con
ambos, pero muy especialmente con Carlos Ignacio, quien prácticamente tuvo que
aprender, nuevamente, a escribir. Considero que, en ese período, es en el que
implementó el tipo de escritura que aún conserva, mismo que refleja el cruce de

!
293!
las dos culturas que experimentó en momentos importantes de su formación
intelectual, durante la infancia.

Además de los ejercicios de lecto-escritura que fueron indispensables para los dos
hijos, fue menester reforzar, también, sus conocimientos de historia y geografía de
México, a los fines de obtener la convalidación de estudios que les fue requerida.

Por lo que respecta al nuevo Colegio Green Gates, la verdad sea dicha, nos dio
muchas satisfacciones, ya que el modelo educativo obedecía al de una institución
internacional, bajo el programa estructurado por el gobierno de la Gran Bretaña,
país que disponía de un representante en la junta directiva, en la persona del
embajador de Su Majestad en México.

Celebramos muchísimo ese cambio, que nos vino como anillo al dedo,
independientemente que, dentro de los requisitos para ingresar, quedaba
determinado abonar una cuota – no recuperable – de más o menos cinco mil
dólares por alumno, cubiertos, en ambos casos, sin el mayor cuestionamiento de
nuestra parte.

Para ese entonces, ya habíamos encontrado el lugar en el que viviríamos nuestra


experiencia en la capital del país, justamente un bello penthouse en la avenida
Campos Elíseos 417, propiedad del buen amigo y colega del servicio exterior,
Pedro González Rubio, quien para esas mismas fechas tenía previsto viajar a una
nueva comisión en el extranjero.

Acordamos un precio adecuado para ambas partes, y firmamos un contrato para el


regio apartamento, que disponía de dos plazas de estacionamiento; una privada, y
la otra en el estacionamiento general del inmueble.

De forma paralela, adquirimos un vehículo marca Renault 9, a precio muy


adecuado, y que nos sirvió prácticamente todo el tiempo que estuvimos en
México, incluso, a nuestro salida lo dejamos encargado en un estacionamiento
que se encontraba cerca de la sede de la Secretaría, bajo el cuidado del señor
Francisco Caregada – buen amigo -, y jefe de intendencia.

Al poco tiempo de nuestra llegada, nos fue comunicado que el menaje había
llegado a puerto, y que por tal motivo se requería avanzar los trámites de
importación libre de impuestos, conforme lo determina la ley en México. Para
esas fecha, era justamente en la Dirección General del Protocolo en donde se
realizaban ese tipo de gestiones, por lo que, no fue muy complicado adelantar
cualquier gestión que fuera menester.

Por lo que respecta a mis actividades profesionales en la Cancillería, debo


comentar que mi llegada a la Secretaría despertó ciertas suspicacias, sobre todo

!
294!
entre el personal que para ese entonces integraba la plantilla de José Caballero
Bazán, titular de la Dirección General, quien siempre fue muy cordial conmigo, a
pesar de que reflejaba una imagen de angustia por el peso de la responsabilidad
que tenía bajo sus hombros.

Como señalé, la idea de mi adscripción al puesto, fue en función de que actuaría


como una especie de alter ego del Director General, sobre todo, frente a sus
constantes ausencias producto de la cargada agenda internacional del Presidente
de México, Carlos Salinas de Gortari, y de las innumerables responsabilidades
que había ido acumulando esa dependencia de la Secretaría.

Yo estaba muy confiado, ya que sabía que, al menos, disponía de un buen apoyo
en la persona de Andrés Rozental, Subsecretario de Relaciones Exteriores, y muy
cercano a Fernando Solana, titular de nuestra Cancillería.

Una de las prácticas virtuosas para mí del nuevo Secretario era la organización de
reuniones mensuales de planificación, que se constituyeron en verdaderos
intentos por transformar la autoridad de la Cancillería de su posición
tradicionalmente vertical, a una horizontal, en donde los líderes se comunicaban
directamente con las bases, a través de experiencias como la que se comenta.

Además, inauguró el esquema de las reuniones de Embajadores y Cónsules


Generales de México, que se desarrollan durante el invierno, los meses de enero
de cada año, a partir de la primera que fue en 1990 y, a pesar de no ser
embajador en ese momento, me tocó participar como parte del comité de
organización de la Secretaría, encabezado por el propio titular.

Muy pronto tuve oportunidad de conocer en directo la forma ejecutiva en que se


movía el nuevo Secretario Fernando Solana, ya que, como consecuencia del
desarrollo de una agenda mal manejada, en ocasión de la visita que realizó al
Japón el Presidente Salinas de Gortari, se me instruyó una mañana, para
desplazarme a la ciudad de Canberra en Australia, a donde llegaría nuestro jefe
de estado para realizar una visita oficial en aproximadamente 36 horas.

Y, tal como era de esperarse, estuve puntual a la cita en Canberra, tras haber
realizado gestiones burocráticas para la obtención de pasajes, viáticos, y demás
detalles sobre esta visita, de la que yo sería parte en unas horas. Recuerdo un
hecho lamentable, ya que, dentro del protocolo de vestimenta incluido en el
programa, había una cena con el Primer Ministro en la que se incluía corbata
negra, por lo que pedí a Olga Inés averiguar en cuál de las más de trescientas
cajas con nuestro menaje que habían sido depositadas en nuestro Penthouse de
Campos Elíseos, se encontraba dicha vestimenta, cosa que era, de por sí,
bastante difícil.

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295!
La verdad creo que no me medí, ya que me indispuse con Olga Inés por algo que
no tenía que ver en absoluto con ella, es más, si apareció el famoso smoking, fue
gracias a la magnífica disposición que siempre tuvo ante cualquier tipo de
eventualidades.

Una vez que conté casi con todo lo que era menester llevar – salvo los viáticos –
que me llegaron con un propio al aeropuerto internacional, abordé mi vuelo con
destino a Los Angeles, y de ahí, a la ciudad de Sídney, en donde hubo que
trasbordar a un vuelo de Quantas – la línea aérea local - , hacia la ciudad capital.

El avión de Quantas llegó unos minutos antes de que aterrizara en la misma pista
el avión Boeing 757 de la Fuerza Aérea Mexicana, TP 01, en el que hacía su
arribo el presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, y una comitiva
importante de acompañantes oficiales.

Como era lógico, no esperé a que se realizara el dispositivo de bienvenida, sino


que de inmediato me trasladé al Hotel en que, previamente, se había reservado
una habitación para mi, en donde de inmediato tomé un baño refrescante, y me
cambié de ropa, utilizando un traje de fino casimir, combinado con camisa y
corbata haciendo juego, culminando con la aplicación de una discreta dosis de
colonia. Una vez listo, bajé a la recepción del hotel en donde me encontré con los
integrantes de nuestra delegación, quienes habían llegado hacía pocos minutos.

Uno de los que me vieron con mayor gusto fueron el embajador Caballero Bazán –
mi jefe – y, a Daniel de la Pedraja, también embajador, y en ese entonces Director
General del área política para Asia Pacífico en la Cancillería.

Quien más se sorprendió con mi llegada, fue Fernando Solana, quien abrió
tremendos ojos en una especie de señal positiva de mi presencia en ese lugar, al
que correspondía el comienzo de una corta visita oficial de nuestro Presidente.

Por supuesto que me encontré con un viejo amigo, el señor Keith Baker,
embajador de Australia en México, al que había conocido años antes – cuando era
segundo secretario – en funciones diplomáticas en nuestro país, al que ahora
regresó, con su esposa María Magdalena Ramírez, para desempeñar las más
altas funciones de la carrera dentro del servicio exterior de su país.

La visita del Presidente Salinas fue muy bien recibida, tal cual sucedería con las
siguientes visitas oficiales o de estado a las que, me correspondió acompañarlo en
ejercicio de mis responsabilidades, que me correspondió acompañarlo. De
Canberra viajamos a Sídney, y ahí fuimos recibidos por el gobernador, quien
ofreció un magnífico almuerzo en el regio escenario del edificio de la Opera de esa
bella ciudad del Pacífico australiano.

!
296!
Previo al almuerzo, la delegación de México disfruto de un viaje-recorrido por la
bahía de Sídney a bordo de una bella embarcación turística, en cuya cubierta
departimos todos los que presenciamos el bello panorama. En eso se me ocurrió
preguntarle a Andrés Rozental sobre la identidad de una joven señora que estaba
casi siempre cerca del Presidente Salinas, me señaló que era la doctora Ana
Paula Gerard Rivero, Secretaria Técnica del Gabinete Económico, que trabajaba
directamente con José Córdova Montoya, mejor conocido como una especie de
alter ego presidencial.

Un detalle que no mencionó, pero que era vox populi dentro de toda la delegación,
es que la señora Gerard cumplía funciones conyugales con el propio presidente de
México, al que asesoraba desde todos los puntos de vista, desde los que se le
quisiera uno aproximar.

Este secreto a voces, circulaba con fruición dentro del grupo compacto del Estado
Mayor Presidencial que, en la cabeza del general Arturo Cardona Marino,
acompañaba siempre en sus giras internacionales a nuestro primer mandatario, a
quien estaban consagrados todos por igual.

Al terminar la visita, despedí a nuestro presidente en el aeropuerto internacional


de Sídney, y unas horas después, por mi parte, emprendí el regreso a México.

Un detalle que olvidaba referir, y que tiene que ver con el famoso smoking que
incluí en mi vestuario para este viaje. La noche de la cena, me dispuse a
organizar mi vestuario, y acto seguido, salir a esperar a la comitiva que asistiría a
la cena en la residencia oficial del Primer Ministro. La verdad, es que no estaba
incluido en el reducido número de invitados, por lo que, mi buen amigo Daniel de
la Pedraja me propuso que cenáramos juntos esa noche, y fuimos a comernos una
rica hamburguesa australiana.

Ese fin de año decidimos realizar un viaje rumbo a los Estados Unidos de
América, concretamente a Laredo, Texas, con el fin de comprar el vehículo al que
teníamos derecho los miembros del servicio exterior mexicano, a nuestro regreso
de comisión en el exterior. Las varias sugerencias que recibimos de queridos
amigos, como fueron los casos de Héctor Aguilar y Lety, así como de Salvador
Cassián, ambos comisionados en la Dirección General de Delegaciones, eran
sobre las ventajas del Chrysler Sable, bien cotizado, y con buen poder de reventa.

A pesar de las buenas vibras que siempre tuvimos sobre ambos amigos,
decidimos irnos por la libre, y dejar que la vista nos llenara la pupila a la hora de
tomar la decisión final, que recayó en un vehículo fabricado por la Ford, modelo

!
297!
Cougar, coupe, en azul obscuro con interiores grises, automático y con las
mayores comodidades que pudimos encontrar, dado lo limitado de nuestros
recursos de que disponíamos, aproximadamente, unos quince mil dólares.

Antes del viaje a la frontera, conversé con un muy querido amigo, y colega del
propio servicio exterior, Valentín O. Treviño, quien por esas épocas se había
casado con una colombiana, llamada Martha Eugenia, dejado el servicio exterior, y
radicado en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, en donde había continuado con
el negocio familiar de joyería, heredado de su padre.

Coincidimos en lo positivo que sería que nos encontráramos las dos parejas –
Valentín ya conocía a Olga Inés -, aunque nosotros aún no conocíamos a su
esposa, por lo que acordamos que pasaríamos las fiestas de noche buena juntos,
alojados en su casa, y asistiendo a la cena que presidiría su hermana mayor,
quien había asumido las riendas familiares, tras el fallecimiento de su señora
madre.

Dispusimos nuestro viaje lo mejor que pudimos, y llegamos, por vía aérea a la
ciudad de Monterrey, en donde fuimos recogidos de inmediato por Valentín y
Martha Eugenia, con quienes compartimos de forma muy agradable los siguientes
días, en compañía de nuestros muy queridos hijos, Caty, Carlos Ignacio, y la
familia Treviño.

Valentín siempre fue un gran jinete, habilidad que heredó su hijo primogénito, a
quien tenía cursando clases de equitación, para lo cual, disponía de al menos
unos cuatro caballos en el club ecuestre más prestigioso de la ciudad, y en donde
estuvimos viendo con emoción los avances del joven Treviño.

En ese escenario de camaradería se dio la cena navideña, en la que no estuvieron


ausentes los padres de Valentín, cuya presencia física era tangible, gracias al
afecto sembrado en todos sus hijos.

El día 25 de diciembre nos despertó, casi de madrugada, el fuerte ruido de una


aspiradora eléctrica, puesta en funcionamiento por Martha Eugenia, de quien
supimos, en su momento, que estaba obsesionada con la limpieza, cualidad que,
imaginamos aun conserva.

Muy temprano – para variar – el día 26 salimos hacia la frontera con los Estados
Unidos, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, a bordo de un vehículo conducido por el
propio Valentín, quien nos acompañó hasta el punto de cruce, en donde nos
quedamos, encantados y agradecidos con el amigo por su magnífica disposición, y
por las muchas atenciones recibidas de su parte, sin que para ello existiera ningún

!
298!
tipo de obligación, salvo por lo que respecta al afecto personal que generó esta
relación entre colegas del servicio exterior.

Sobre Valentín, debo afirmar que fue un empresario muy trabajador, un padre de
familia ejemplar, esposo afectuoso, con un estado de ánimo muy positivo, y con
infinitas ganas de salir adelante. Tuve oportunidad de encontrarlo un par de veces
más – una de ellas, justamente, cumpliendo un capricho que consistía en
encargarle una televisión, misma que nos llevó hasta la ciudad de México -, sin
embargo, por razones que aun no alcanzo a entender, falleció pocos años
después, como consecuencia de un cruce de enfermedades infeccionas, que le
causaron septicemia, o envenenamiento de la sangre.

Además de este amigo, tuve otro muy querido, Alberto Pozzi Pardo, de quien
referí en múltiples ocasiones la cercanía que siempre nos unió. Como quedó de
manifiesto, se casó con Martha Ludlow Wiechers, gracias a que fui yo quien los
presentó. La relación de esta pareja, justamente en la época a que me refiero en
este momento, llegó a niveles muy altos, como consecuencia de la cercanía de
Martha con la familia De Gortari, es decir, de la madre del Presidente Carlos
Salinas, con quien se veían con gran cercanía.

Por tales circunstancias, Martha Ludlow, ascendió personal y profesionalmente en


la escala de preferencias burocráticas en organizaciones que tenían que ver con el
bienestar de la niñez y de la familia, lo que, me parece enredó su relación de
pareja – la cual, imagino no pasaba por sus mejores momentos -, de tal manera,
que un buen día Alberto se lanzó desde la altura de la ventana de su apartamento
en Tlatelolco, perdiendo la vida, y dejando una inmensa huella entre quienes nos
consideramos sus amigos.

Una vez que adquirimos nuestro nuevo vehículo, que realizamos algunas
compras; y que concretamos los trámites necesarios para su ingreso, como
fueron: la obtención del permiso de importación temporal; compra de seguro; y su
placa provisional, emprendimos el retorno a la ciudad de México, a través de la
carretera Panamericana, misma que, por esas fechas, dejaba mucho que desear,
imagino que, tal cual sucede ahora.

A nuestro feliz retorno a la capital de inmediato nos incorporamos, cada uno a


nuestras respectivas responsabilidades, los chicos a la escuela, en mi caso a los
trabajos en la Cancillería; y Olga Inés a organizar todo lo relativo a la estabilidad
de nuestro círculo familiar.

!
299!
El contexto internacional que nos tocó vivir al comienzo de la década de los
noventa, época en la que la administración de Carlos Salinas de Gortari
comenzaba, con bastante éxito, su estrategia en materia de política exterior, me
dio la magnífica oportunidad de ir entendiendo el avance que ya se traían entre
manos, nuestros principales estrategas políticos.

Debo reconocer que a México le tomó por sorpresa tanto la caída del Muro de
Berlín, como el desmembramiento de la Cortina de Hierro, seguida por el proceso
de paulatina apertura de los países que, en su momento, conformaron, no sólo
una entidad económica cerrada – el CAME -, sino una alianza militar, con el Pacto
de Varsovia, cuya influencia se percibía no sólo a nivel regional en Europa, sino
dentro del contexto multilateral, en foros como las Naciones Unidas, lugar en el
que, con frecuencia, se concretaron intensos debates político ideológicos, en los
que siempre se percibió el interés de una, y de otra Superpotencias, por hacer
prevalecer sus propios intereses.

Llegado el momento del choque, la utilización del derecho de Veto dentro del
Consejo de Seguridad, medió posibles soluciones a conflictos que, en caso de no
existir la hegemonía de las Superpotencias, hubieses sido atenuados, o al menos
minimizados.

Por lo que respecta a la tendencia que se generó a partir de ese momento


histórico, observamos que contribuyó a la formalización de grupos económicos
regionales o subregionales, uno de cuyos mejores ejemplos era la Comunidad
Económica Europea, entre otros, y así, paulatinamente, la conformación de
entidades como la APEC, o el espacio económico conformado por México,
Canadá y los Estados Unidos de América, cuyo instrumento principal, el NAFTA o
Tratado de Libre Comercio de América del Norte, cuya negociación se abrió,
justamente ese año de 1990.

En ese contexto, y con la gran habilidad de Fernando Solana para interpretar


fidedignamente la estrategia presidencial, comenzó para mí un nuevo capitulo de
activa participación en la implementación de algunas de las más importantes
acciones internacionales de nuestro país, durante el sexenio 1988-1994.

En el ánimo de propiciar una mayor horizontalidad en la estrategia de nuestra


Cancillería, correspondió mi participación en una de las varias reuniones de
planificación en las que me tocó participar. Fue, justamente la primera, en el
marco de la cual el Secretario Solana pidió que me ubicaran en su mesa – la
principal – durante el almuerzo con el que, generalmente, se cerraba el evento.

!
300!
En dicho almuerzo, Solana Morales tuvo la oportunidad de calar mi estado de
ánimo, así como el potencial, que eventualmente, podría ser aprovechado en
beneficio de su causa política.

A partir de ese detalle de su parte, cada día, buscaba mi apoyo en diferentes


acciones que me solicitaba realizar, siempre dentro de la línea de mando de mi
principal interlocutor, el embajador José Caballero.

Se determinaron infinidad de comisiones, tanto dentro del país, como fue el caso
de la reunión de APEC, celebrada en Puerto Vallarta, Jalisco, y a la que me envió
para servir como una especie de asistente personal, acompañándole en la
mayoría de las reuniones en que tomó parte, tanto como jefe de la delegación de
México, como presidente de la Reunión.

Por supuesto, quienes formaban parte de su equipo compacto, fueron los


principales responsables del área económica de la Cancillería, como fue el caso
de Daniel Dultzin, Director General de Asuntos Económicos Bilaterales, entre
otros.

Mientras yo cumplía con esta comisión, el buen amigo y colega del servicio
exterior, Antonio Villegas, organizó un almuerzo campestre – al que no pude asistir
- en su residencia en Cocoyoc, por lo que me aseguré que Olga Inés, Caty, y
Carlos Ignacio, pudieran estar presente, y aprovechar esa oportunidad para
disfrutar de un magnífico día de campo.

La persona que amablemente se ofreció a transportarlos fue el señor embajador


de Líbano, quien había sido nuestro colega en Atenas, en donde había
desempeñado cargo similar. Como consecuencia de que, justamente, mi trabajo
era cerca del Cuerpo Diplomático acreditado, desde que llegamos propiciamos
todo tipo de acercamientos, como fue el presente.

Me comenta Olga Inés que, una vez que llegaron a Cocoyoc, Carlos Ignacio de
inmediato se puso su traje de baño, y se metió a la piscina – afortunadamente
desde pequeño fue muy buen nadador -, estando todos presentes, le preguntó a
Antonio Villegas: “… ¿Toño, tu finca tiene nombre?…” a lo que Antonio respondió:
“..no, Carlitos, no tiene..”; entonces Carlos Ignacio dijo: “..¿qué te parece si le
ponemos chingolandia..”, a lo que Antonio, ya no contesto; sólo hubo risas entre
los asistentes al evento.

Un par de semanas después, el Presidente Salinas de Gortari determinó una visita


a Jamaica, en la que abordarían dos temas concretos: la relación bilateral, y una
reunión de CARICOM, en la que México reafirmaría su interés por vincularse,
cuanto fuera posible, a dicho esquema de integración Caribeña.

!
301!
Durante el viaje tuve oportunidad de encontrar a dos queridos amigos: en primer
lugar, al embajador, Joaquín Mercado Flores, cuyo segundo de abordo era
Francisco Borrego, con rango de Consejero, y primer jefe que tuve en mis años
mozos de ingreso a la Secretaría, en la Dirección General del Ceremonial,
alrededor del año de 1968.

De la misma manera, estuve comprometido personalmente en la preparación de


tres importantes visitas de Estado que se recibieron por esas fechas: el Presidente
de Indonesia, Suharto; el de Corea del Sur, RohTae-Woo; y el de China, Yang
Shang Kun, cuyos resultados, fueron siempre positivos, lo que incidió a favor de
mi desempeño profesional.

Para poder realizar un trabajo medianamente adecuado, en esa coyuntura


específica de nuestro país, era indispensable disponer de la alianza de una
entidad que jugó siempre un rol fundamental, y con la que había estado ya en
contacto: el Estado Mayor Presidencial, al frente del cual se encontraba el señor
general Arturo Cardona, quien disponía de un grupo de colaboradores curtidos en
sus respectivas responsabilidades, como sería el caso concreto del señor general
de brigada Pedro Bautista, Subjefe Operativo, y eminencia gris, en el entorno de la
organización presidencial.

El señor general Bautista, en una de las muchas reuniones de coordinación a las


que asistí en el contexto de una de las visitas a México de Jefe de Estado, cuya
responsabilidad por parte de la Secretaría recaía bajo mis hombros, instruyó a
todo su equipo, en primer lugar, a reconocerme, y en segundo lugar, acreditarme a
los fines del mejor desarrollo de los trabajos inherentes a las responsabilidades
propias de la Dirección General del Protocolo.

De esa forma, los más cercanos colaboradores del Subjefe Operativo, entre los
que se contaban, los siguientes: el coronel Eduardo Bahena; el Capitán de Navío,
Guillermo Playán; el Teniente Coronel, Rafael Rodríguez; el coronel Arturo del
Pozo, el coronel, Jorge Romano, entre otros, siempre estuvieron de mi lado, a la
hora de compartir responsabilidades.

Otro equipo importante con el que fui diseñando un esquema de colaboración lo


más cercano que fuera posible, era el que se desempeñaba cerca del Consejero
Presidencial, José Córdoba Montoya. Y, aunque ya mencioné a la Coordinadora
del Gabinete Económico, la señora Ana Paula Gerard, había otra Coordinación –
que a veces actuaba con cierta hostilidad para con la Cancillería – del Gabinete de
Política Exterior, al frente de la cual estaba Jorge Alberto Lozoya; y un poco más
tarde, José Natividad González Parás.

!
302!
Una vez que fui tejiendo mi red – como dice la canción de La Araña – me quedaba
un capítulo importante que cubrir, es decir, el de mi propia Institución, en donde se
presentó la oportunidad para optar, en elección, a la Presidencia de la Asociación
del Servicio Exterior Mexicano ASEM, cargo al que opté, y gané el proceso
electoral para desempeñarme como su dirigente durante el bienio de 1990-92.

Como siempre, en el desahogo de esa, así como de casi todas mis


responsabilidades, estuvo siempre cerca de Olga Inés, ofreciendo su valiosa
experiencia en la mayoría de los temas relacionados con nuestras experiencias
personales y familiares dentro del servicio exterior.

El conocido dirigente político de la Democracia Cristiana de Italia, Giulio Andreotti,


realizó una visita privada a México, y fui comisionado para atenderlo en lo que
tenía que ver con las entrevistas realizadas con diversos intelectuales de nuestro
país, además de algunos recorridos por zonas turísticas de interés. Además, por
parte de la embajada de Italia, fue comisionada mi muy buena amiga Lauretta
Belssaso, para apoyar al viejo dirigente demócrata cristiano en su estancia en
nuestro país.

Para ese entonces, Andreotti ya no desempeñaba cargo alguno, aunque llegó a


ocupar el de Primer Ministro de su país en varias oportunidades. Al término de
dicha visita, me obsequió un libro, escrito por él, titulado: “ Los Estados Unidos
vistos de Cerca”, cuya edición en español acababa de ser producida.

En fin, ese año de 1990, nos vino a visitar Susan Montino, quien ya había
trasladado su residencia a Canadá, y aprovechó la oportunidad del cumpleaños de
Carlos Ignacio para llegar a México. El viaje resultó muy agradable, más no la
celebración de la fiesta de Carlos Ignacio, quien se encontraba muy animado de
celebrar su séptimo cumpleaños, justamente, en su bello país.

Lamentablemente, y como consecuencia de que acabábamos de llegar a México,


el evento que celebramos en el restaurante Mac Donalds de la avenida Periférico,
estuvo muy desanimado, ya que, fuera de sus propios familiares, y Susan
Montino, sólo lo atendió un amigo peruano, Diego Hartman, hijo del representante
permanente adjunto del PNUD en México.

Bueno, ese fue un mal día para todos, pero aprendimos una buena lección: con
los únicos con quienes se puede contar es con los integrantes del círculo íntimo
familiar.

!
303!
En lo concerniente a las diversas actividades dentro de la Secretaría, me
asignaron un vehículo oficial muy simpático, ya que era un Volkswagen sedán,
color blanco, en cuyas puertas estaba pintadas leyendas relativas a que era
propiedad de la Secretaría de Relaciones Exteriores, por lo que, con frecuencia,
era detenido para obtener información diversa de la Cancillería, especialmente,
sobre los requisitos para obtener un pasaporte.

Otras de las visitas importantes a México que me tocó coordinar, fueron por una
parte, la del Presidente de los Estados Unidos de América, George Bush a
Monterrey, lugar en el que se lanzaron formalmente las negociaciones del TLC
bilateral, firmado unos pocos años después; la del Presidente del Perú, Alberto
Fujimori; y la del Presidente de Checoslovaquia, Vaclav Havel, éste último,
personaje histórico, cabeza de la denominada “Revolución de Terciopelo”, que
consistió en una movilización popular que desmanteló la dictadura comunista
prevaleciente, sin derramamiento de sangre, el mes de septiembre de 1989.

El Mecanismo de Concertación Política, Grupo de Río se constituyó como una


iniciativa regional encaminada a la búsqueda de soluciones pacíficas a diversos
acontecimientos que se habían venido presentando, principalmente en la región
de Centroamérica, como fueron los casos de Nicaragua, El Salvador y Guatemala.

Como suele suceder en circunstancias similares, la idea de establecerlo fue


concebida gracias a las valiosas aportaciones de personajes importantes a nivel
internacional, como serían los casos de Olof Palme, Primer Ministro de Suecia, o
los premios Nobel de la Paz, Alfonso García Robles, y Amyra Mirdal; así como el
Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.

Aunque originalmente se conformó como Grupo Contadora, en el que participaron


México, Panamá, Colombia y Venezuela, en breve, se unieron otras cuatro
naciones: Argentina, Brasil, Perú y Uruguay, determinándose para ellas el nombre
de Grupo de Apoyo a Contadora. Poco después, se amplió a Bolivia, Chile y
Ecuador, lo que hizo mayor su representatividad como interlocutor regional.

Asistí a dos de su Cumbres, la IV, ese año de 1990, en Caracas, siendo


Presidente todavía, Carlos Andrés Pérez; un año después, a la V, en Cartagena
de Indias, Colombia, durante la Presidencia de César Gaviria, oportunidad que me
permitió estar cerca de la tierra de Olga Inés, aunque, para ese entonces, no tuve
la ocasión de viajar a Medellín.

De las primeras giras internacionales que me tocó viajar con el Presidente de


México, fueron las respectivas a Argentina, Brasil y Uruguay, lugares a los que
previamente visitamos en la avanzada que me tocó coordinar, conjuntamente con
personal del Estado Mayor Presidencial, de la Dirección de Comunicación Social

!
304!
de la Presidencia, y de la Coordinación del Gabinete de Política Exterior, de la
propia Presidencia de la República.

Cada visita internacional del Presidente de la República, implicaba la réplica de


dicha estrategia, es decir, éramos un equipo que nos movíamos coordinadamente,
que hacíamos dos viajes al lugar, o lugares del destino final, del programa que
incluyera la gira del Jefe de Estado.

Para la visita a los tres países de Suramérica, coordinamos el equipo con el


general Domiro García Reyes, uno de los oficiales más estimados por el señor
general Cardona, Jefe del Estado Mayor Presidencial, quien llevaba la voz
cantante – siempre que podía -, en ese sentido, debo confesar que, muchas
veces, los oficiales del Estado Mayor no tenían la más mínima experiencia
internacional, pero siempre querían llevar el mando de cualquier tipo de
coordinación que involucrara los intereses que ellos representaban.

Por esa razón, tuve siempre la precaución de ser muy discreto en mis
intervenciones, lo cual me ganó la fama, por una parte, de hábil interlocutor, y por
otra, de respetuoso con los sentimientos de mis contrapartes nacionales.

La coordinación de esa gira resultó muy positiva, por lo que, llegado el momento,
tuve la oportunidad de acompañar al Presidente de México, por vez primera, en el
avión presidencial, un Boeing 757, silencioso y eficaz, en el que partimos con
rumbo a una gira de siete días.

Desearía comentar que, los desplazamientos al exterior que realizaba el


Presidente de México, invariablemente, se realizaban, por una parte, a bordo del
avión TP-01, Boeing 757; un segundo avión, el TP-02, un Boeing 737; y un tercer
avión ejecutivo, Grumman IV, en el que se desplazaba el Subjefe Operativo del
Estado Mayor Presidencial, el general Pedro Bautista, y sus más cercanos
colaboradores, se supone que era el equipo que llegaba unos minutos antes al
lugar de la gira, y despegaba unos minutos después del avión principal, es decir,
el TP-01.

La parte más pintoresca de mi primera gira, se desarrolló en Buenos Aires, lugar


en el que fue anfitrión, el Presidente Carlos Saúl Menem, cuyo inmenso ego era
tan significativo como su ánimo de impresionar a su colega, Carlos Salinas de
Gortari, a quien además de involucrarlo en el compromiso de ampliar las
posibilidades de cooperación bilateral, intentó venderle prototipos de aviones de
combate argentinos Púcaro – en fase de experimentación -, o movilizarlo en su
poderoso Ferrari testa rosa, en las inmediaciones de la Casa Presidencial de Los
Olivos, a las afueras de Buenos Aires.

!
305!
Afortunadamente para el resto de quienes le acompañamos, la visita fue muy
positiva, ya que, además de alojarnos en el Hotel Alvear Palace, de avenida
Alvear 1891, conocimos la Casa Rosada, los despachos y dependencias
presidenciales; el Teatro Colón; las mejores parrillas de la ciudad capital, así como
los lugares más exclusivos para escuchar y bailar tango. Al menos, para mí, fue
un lujo, posible, por una parte, gracias al programa de la visita, y por otro, a las
atinadas sugerencias de los colegas de la Cancillería argentina, quienes en todo
momento fueron en extremo cordiales.

La siguiente fase de la gira, la República Oriental del Uruguay, gobernada por Luis
Alberto Lacalle, fue sumamente grata para todos, salvo en mi caso, ya que, antes
de salir de Buenos Aires, el presidente Menem le había obsequiado a Salinas de
Gortari, varias cajas de vino tinto de la cosecha propia del mandatario argentino.
La circunstancia que motivó mi desagrado, tiene que ver con el hecho de que
varias botellas se reventaron, y vertieron su líquido sobre algunas de las maletas
acomodadas en el compartimiento respectivo del avión presidencial.

El hecho fue que, justamente, una de las maletas dañadas, es decir, manchadas
por el vino tinto, fue la mía, por lo que, casi la totalidad de mis camisas blancas,
quedaron teñidas en colores que iban, desde el rosado, hasta el violáceo, no restó
interés por lo aprendido en la ciudad de Montevideo, cuya gente acogió con
simpatía a los invitados mexicanos.

El viaje a Brasilia, y la visita a la principal ciudad industrial del país, Sao Paulo,
representó, una vez más, una delicada experiencia que pude contrastar con los
muchos viajes que tuve oportunidad de realizar al Coloso del Sur, como mejor se
conoce al Brasil.

El gobierno estaba encabezado por uno de los más jóvenes presidentes que ha
tenido dicha nación: Fernando Collor de Melo, quien sirvió como anfitrión a su
homólogo Carlos Salinas de Gortari, con quien signó importantes acuerdos de
importancia bilateral.

Como se mencionó, de la capital, viajamos a la ciudad de Sao Paulo, verdadero


hervidero en el que se puede palpar, con gran precisión, el pulso económico por el
que se encamina la potencia económica. En el curso de la visita a Sao Paulo,
Salinas de Gortari, tuvo oportunidad de encontrarse con su viejo amigo, el
dirigente del Partido de los Trabajadores: Luis Ignacio Lula da Silva, quien en unos
pocos años más tarde, se convertiría en un Presidente muy bien valorado en el
Brasil.

!
306!
De regreso a México, a bordo del avión presidencial, la señora Ana Paula Gerard
Rivero se aproximó hasta la zona en donde yo tenía mi asiento como pasajero,
justo al lado del Rector del ITAM, con quien guardaba alguna cercanía como
consecuencia del trabajo que para ese entonces realizaba mi madre, doña Martha,
en el grupo que encabeza don Alberto Bailleres. El comentario que formuló, me
dejó un tanto cuanto perplejo, ya que señaló: “..cómo me sorprende la diferencia
profesional que pudimos ver del los diplomáticos tanto en Brasil, como en
Argentina, con respecto a los nuestros..”

Sin dudarlo ni un instante, señalé: “..es verdad, existe una gran diferencia; ellos –
refiriéndome a los diplomáticos de ambas naciones – se forjaron durante
regímenes dictatoriales, mientras que, en México, nuestros diplomáticos han sido
producto de desarrollo dentro de un régimen democrático…”

Mi comentario fue positivamente utilizado, ya que, a partir de mi afirmación, el


ITAM se interesó por implementar un proyecto de programa para un diplomado en
negociaciones internacionales, patrocinado por la ASEM – de la que yo era
presidente – y la propia Secretaría, gracias a la gentileza del propio Fernando
Solana.

En fin, regresamos a México, y por esas fechas Olga Inés y los hijos realizaron un
viaje para visitar a la familia en Medellín, lo que me dejaba, parte del verano, solo
con mi alma, y una agenda sobrecargada de actividades diversas en la Cancillería,
entre las que se destacaba la planificación de una visita al Estado de Chiapas, que
ofrecía el Secretario de Relaciones Exteriores en honor del los jefes de misiones
diplomáticas acreditados ante el gobierno de México.

Esa visita, fue tan sólo la primera de una serie, en las que se incluyeron otros
Estados, como Oaxaca y Zacatecas, que organizó el Canciller, en el ánimo de
propiciar un mayor conocimiento de México de los jefes de las misiones
acreditadas en nuestro país. La parte organizativa y operativa, quedó a cargo de
nosotros, en Protocolo.

Mientras tanto, el Presidente Salinas de Gortari asistió a la cumbre de las


Naciones Unidas para determinar los Derechos de los Niños, celebrada en Nueva
York, en septiembre de 1990.

Además de dicha cumbre, nuestro presidente – a mí también me tocó


acompañarlo – asistió a diversos eventos relevantes en la capital financiera de los
Estados Unidos, como fueron los casos de la inauguración de la Magna
Exposición: “México, Veinte Siglos de Esplendor”, abierta en el Museo de Arte

!
307!
Moderno. Una vez inaugurada la muestra, se realizó una cena de gala por
México, a la que asistieron infinidad de personalidades, entre las que pude ver –
conocer – nada más y nada menos que a Madonna.

De Nueva York, viajamos a la ciudad de Boston, lugar elegido para el


otorgamiento de un doctorado honoris causa a nuestro Presidente, por parte de la
Universidad de Harvard. En el marco de una sencilla y solemne ceremonia
académica, Salinas de Gortari fue investido, y ahí estuvimos para acompañarlo.
Más adelante, nos dirigimos a la ciudad de Chicago, bastión de una de las
comunidades mexicanas más influyentes, con la que nuestro presidente buscaba
sintonizar, como vía para ampliar nuestro el círculo de influencia, carca de
interlocutores importantes, avocados a la aprobación del futuro Tratado de Libre
Comercio, cuya plataforma estaba ya en proceso de negociación.

La gira incluyó otras dos ciudades en el Estado de Texas: Austin – la capital – y


San Antonio, lugar en donde la comunidad de mexicanos residentes es muy
importante, por lo que, cualquier posibilidad de acercamiento con nuestros
paisanos, era bien vista, sobre todo de cara al proceso de libre comercio bilateral,
que ya había comenzado a negociar.

De conformidad con lo que escuché a nuestro regreso, Jorge Alberto Lozoya,


coordinador del Gabinete de Política Exterior de la oficina de José Córdoba
Montoya confió al Canciller, Fernando Solana, que esta gira fue muy bien
manejada, refiriéndose al trabajo de la Secretaría, no siempre bien reconocido,
como ya he referido en ocasiones anteriores.

Un mes después me tocó coordinar la visita presidencial a Bolivia, sí a esa Nación


que consideré como mi primera novia, ya que casi veinte años atrás me había
correspondido comenzar mi incipiente – en ese entonces – paso por el servicio
exterior.

La verdad, debo reconocer, que el cambio se percibía con gran claridad, al menos
por lo que respecta a la ubicación de ciertas zonas o desplazamientos
poblacionales, mismos que nada tenían que ver con la ciudad de La Paz que me
tocó disfrutar durante época tan memorable.

Sin embargo, los desplazamientos aéreos desde México, hacia Bolivia, seguían
presentando los mismos inconvenientes que se pueden ver hasta estas fechas,
sobre todo, por lo que respecta a la falta de opciones, por lo que, para la
coordinación de la gira, tuvimos que ir, en primera instancia a la ciudad de Miami,
en los Estados Unidos de América, de ahí, en vuelo de la línea boliviana Lloyd
Aéreo, hasta Santa Cruz de la Sierra – en el Oriente boliviano – y, finalmente,
hasta la ciudad capital.

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308!
Para este viaje, estaba como embajador un buen amigo y colega de muchos años,
Enrique Fernández Zapata, quien en todo momento estuvo con la mejor
disposición para apoyar en los detalles que correspondía atender a la avanzada
que yo encabezaba.

Visitamos los lugares tradicionales en los que eran atendidos los jefes de estado
de países amigos en visita oficial, como serían: el Palacio Presidencial, el
Congreso, la Cancillería, la Alcaldía Municipal, casi todos ubicados en el centro
político de la ciudad de La Paz.

Una vez que concluimos nuestro trabajo, regresamos a México, no sin antes
adquirir una caja de mate de coca, misma que sería servida a todos los
integrantes de la comitiva presidencial, antes de desembarcar en el Aeropuerto
Internacional de El Alto, ubicado a más de cuatro mil metros de altura.

La visita, el mes de octubre, fue exitosa, y permitió cubrir el objetivo presidencial


de hacer presencia en la mayor parte de países de América del Sur que fuera
posible.

Por lo que respecta al programa para conocer el Estado de Chiapas, la parte


social fue elaborada por una colaboradora muy cercana de Fernando Solana: la
señora Graciela Peralta, quien cumplía con el papel de cónyuge del Canciller, al
menos, a los fines de todo tipo de atenciones oficiales, como la que se relata.

El viaje se dio un fin de semana, es decir, de viernes a domingo, y participamos


conjuntamente con Olga Inés, diversos colaboradores del Protocolo, la
subsecretaria Rosario Green, el Director en Jefe para Asuntos Multilaterales,
Héctor Ezeta, y algunos Directores Generales, como Antonio Villegas y su esposa.

Por lo que toca al desarrollo del programa, estuvo estructurado con la idea de que
fuera posible un amplio intercambio entre los participantes, así como las
autoridades locales, encabezadas por el gobernador, Patrocinio González Garrido,
y su esposa, Patricia Ortiz Mena, hija del otrora muy bien conocido político y
economista: Antonio Ortiz Mena.

Visitamos la zona arqueológica de Palenque; navegamos por el Cañón del


Sumidero, visitamos la capital del Estado, Tuxtla Gutiérrez, y admiramos las
cascadas de Agua Azul, rumbo a San Cristóbal de las Casas, en pleno Altos de
Chiapas.

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309!
Nos desplazamos en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana, un Boeing 727, con
capacidad para 90 pasajeros, número similar al de invitados que asistimos a esta
cita turística cortesía del Gobierno de México, que desde mi perspectiva, como
experiencia, resultó única.

Al regreso de esta interesante visita continuamos en el desahogo de nuestras


recíprocas responsabilidades, tanto en lo que tiene que ver con el trabajo en
Protocolo, como el lo relativo al proselitismo determinado para las elecciones a la
Presidencia de la ASEM, a cuyo efecto, integramos una plantilla en la que yo
estaba a la cabeza, y me acompañaban, para el cargo de Secretario, José Urrutia;
y para Tesorero, Leonardo Ayala, quien se desempeñaba como Coordinador
Administrativo en la Subsecretaría a cargo de Sergio González Gálvez, quien sin
mencionarlo explícitamente, apoyaba nuestra opción.

Como suplentes, es decir, candidatos a Vocales, se inscribieron, mi buen amigo


Luis Wybo Alfaro, y Enrique Romero Cuevas.

Hubo otra plantilla, encabezada por el embajador Raúl Valdés Aguilar, quien tenía
como candidato a la Secretaría a Arturo Puente Leyva, y como Tesorero, a
Columba Calvo.

El día de la elección, celebrada en la Sala Magna del área de conferencias de la


Secretaría, ganó nuestra plantilla, es decir, la Presidencia fue para mí, así como la
Tesorería, sin embargo, en el caso de la Secretaría, tuvo mayor votación el
candidato de la plantilla contrincante, lo que para nosotros no implicaba obstáculo
alguno, ya que, la participación de Arturo Puente en la Mesa Directiva, fue muy
bien recibida.

Desde un comienzo, tuvimos el tiempo y las energías para desarrollar un trabajo


constante e inteligente. Mi muy querido amigo Daniel de la Pedraja, quien me
precedió en el cargo, me hizo entrega de los bienes muebles e inmuebles de
nuestra organización, y de tal forma integramos un plan de trabajo, siempre
enfocado a las mejores causas del servicio exterior.

Una de las sorpresas iniciales que tuvimos que enfrentar, tiene que ver con un
proyecto inconcluso para la edificación de un edificio junto al principal de nuestra
sede social, en la calle de Jalapa, en la colonia Roma, destinado a servir como
una especie de hotel para miembros del servicio exterior, en viaje temporal a
México.

La verdad sea dicha, la idea era excelente, sin embargo, la persona encargada de
materializarla, era una arquitecta bastante irresponsable, quien, llegado el

!
310!
momento, nos dejo con la obra inconclusa, por lo que de forma inmediata, no se le
podía dar el uso para el que estaba destinada.

Otro aspecto positivo de la casa sede de la ASEM, tenía que ver con el alquiler
que se hizo a favor de una concesión para cafetería, que funcionaba, más o
menos en condiciones adecuadas, hasta que la encargada comenzó a realizar
cierto tipo de irregularidades, nada convenientes a nuestros intereses gremiales.

La otra propiedad de la ASEM, era una casa de descanso en la ciudad de


Cuernavaca, muy bien montada, sobre un extenso terreno en donde se disponía,
además de un amplio estacionamiento, de piscina, cancha de tenis, cinco
habitaciones, área social, y área para parrilladas.

El mantenimiento de esta propiedad estaba a cargo de un arquitecto, quien


cumplía, más o menos con su obligación, sobre todo, en lo que respecta a las
áreas húmedas del inmueble, como piscina y baños, además, había un matrimonio
que estaba encargado de la limpieza, aseo, y labores de jardinería, así como de
los aspectos relativos al alojamiento de miembros del servicio exterior, de paso por
esa casa de descanso.

En nuestro caso, aprovechamos muy bien dicha facilidad, ya que, especialmente


Olga Inés, era muy afecta a ir a la casa de la ASEM para llevar insumos, como
serían los casos, de vajilla, cubertería, vasos, ollas y demás artículos
indispensables para facilitar una estancia agradable a nuestros visitantes, quienes
dicho sea de paso, pagaban una cuota por arrendamiento.

Para finales de ese año, recibí instrucciones para trasladarme al Japón, con el fin
de realizar los preparativos correspondientes a la presencia de una delegación –
que encabezó la señora Cecilia Ocheli de Salinas de Gortari -, a los actos de
entronización del nuevo Emperador, Akihito, quien asumía el cargo tras el
fallecimiento de su antecesor, el día 12 de noviembre.

Con tal propósito, fui enviado a Tokio, más o menos la tercera semana de octubre,
y la idea era volver a México para acompañar a la Primera Dama, la señora Cecilia
Occelli de Salinas desde nuestra capital, y de esa manera, poder realizar mi
trabajo de la mejor forma posible. No obstante, nuestro plan no funcionó, ya que,
desde mi llegada, hasta culminar las ceremonias, todo movimiento de las
delegaciones quedó sujeto a la discrecionalidad de la Corte Imperial, al frente de
los preparativos para la recepción de unas 170 delegaciones de todo el mundo
que coincidieron en Japón.

Visto desde esa perspectiva, y considerando que nuestra embajada no disponía


de titular, se consideró más conveniente que no viajara de regreso, sino que

!
311!
permaneciera en Tokio, hasta la conclusión del evento, por lo que, contrario a mi
proyecto, me tocó quedarme casi tres semanas en la ciudad capital del Japón,
lugar en el que me avoque a desarrollar una agenda que combinaba los ensayos
oficiales – que se dieron muchos – el desahogo de intereses turísticos, y el
contacto con nuestra embajada, a cargo de Héctor Pérez Gallardo, quien aun
teniendo rango de embajador, estaba acreditado como segundo de abordo.

Con él, su esposa, y con otras parejas agradables de nuestra representación


diplomática en Tokio, tuve oportunidad de realizar muy buenos paseos por
diferentes lugares, tanto de la capital como de zonas cercanas a la misma; viajar
en metro; en tres bala – hacia Osaka – e infinidad de programas que se pueden
desarrollar en una de las capitales más cosmopolitas del mundo, y también vale la
pena señalar que sumamente caras.

Una de las parejas – diplomáticas – que conocía en Tokio, era la del ex embajador
de Grecia en México, Andonis Vassis, y su esposa María, quienes ahora estaban
en misión similar en Japón. Una tarde los llamé, y me comentaron que les
agradaría mucho que pudiésemos encontrarnos, pero que, como era normal el,
señor embajador estaba organizando la presencia de la delegación de su país a la
ceremonia de entronización, por lo que me comentó su esposa si quería que me
acompañara a comprar un regalo para Olga Inés, a lo que respondí
afirmativamente.

En dicho sentido, al día siguiente, la señora María me buscó en el Hotel Imperial –


en donde estuve alojado todo el tiempo -, y de ahí fuimos, nada más y nada
menos que al joyero Nikimoto, famoso por ser el distribuidor de las mejores perlas
del mundo. Por supuesto, tras un buen rato viendo y admirando las gemas, me
decidí por dos lazos, quizá no de la mejor calidad – que lo era – pero acordes con
mi capacidad de pago.

Por lo que respecta al punto concreto que motivó mi desplazamiento al Japón, es


decir, la ceremonia de entronización del Emperador Akihito, el día 12 de
noviembre, más pronto de lo que yo mismo me había imaginado, comenzaron a
llegar los integrantes de nuestra comitiva, en primer lugar, el personal del Estado
Mayor Presidencial, y acto seguido, el Subsecretario Sergio González Gálvez,
quien a esas fechas, ya había sido embajador de México en Japón, y buen amigo
de la Familia Imperial.

Con el Subsecretario coseché, desde mi llegada a México, una excelente relación


personal, misma que fue de gran utilidad conforme se fue desarrollando el curso
de esta comisión en México.

!
312!
En relación con los actos propiamente dichos a la ceremonia de entronización,
puedo comentar que, desde un par de días antes de la ceremonia, se podía ver
con toda naturalidad a los distintos dignatarios asistentes, como fueron los casos
de varios jefes de estado latinoamericanos, acostumbrados al ejercicio matutino, o
vespertino, por lo que se les encontraba en las periferias de los principales hoteles
del entorno del Palacio Imperial tanto caminando, trotando, o simplemente
disfrutando de la tranquilidad de una ciudad en estado de excepción.

Dentro de las personalidades que más llamaron mi atención, el día de la


entronización, fue la pareja Real de Gran Bretaña, es decir, la conformada por
Carlos y Diana de Gales. Ella era la más impresionante de todas las mujeres
presentes, y por supuesto, a su llegada o salida, un alud de fotógrafos,
camarógrafos, y trabajadores de la lente, le seguían con fruición.

Los Emperadores asumieron, formalmente, el encargo, en medio de la expectativa


internacional, y dentro de un creciente interés por todo lo que tuviera que ver con
el país que ellos representaban.

Al día siguiente de la ceremonia de entronización, todos los integrantes de la


delegación, incluida la Primera Dama, regresamos a México a bordo de un vuelo
comercial de la línea Japan Air Lines, con única escala, en la ciudad de
Vancouver, lugar en donde fuimos recibidos y atendidos por el Cónsul de México
en dicha circunscripción.

Como era lógico, mi llegada a casa fue celebrada por todos, Olga Inés, Caty y
Carlos Ignacio me llenaron de su cariño, al tiempo que les hice entrega, a cada
uno, de un lindo recuerdo de mi viaje al Japón; por supuesto, las perlas Nikimoto
muy pronto fueron exhibidas en el cuello de su feliz poseedora.

A pesar de que, para ese entonces, ni Olga Inés, ni yo habíamos contemplado el


crecimiento de nuestra familia, la semilla fue insertada, y como consecuencia,
unos meses más tarde, concretamente el 1º. de agosto de 1991, recibiríamos a
Natalia Isabel, la cuarta estrella de mi universo personal, la que, tal cual
sucedió con sus hermanitos, llenó de dicha nuestro hogar.

Mientras eso sucedía, con Olga Inés organizamos un bazar navideño en la casa
de la ASEM en la calle de Jalapa, para lo cual, invitamos a diversos vendedores
de artesanía nacional, quienes gustosos aceptaron llevar sus productos, tanto
para la promoción de los mismos, como para su venta. El balance de este evento,
como el de otros que organizamos para nuestra organización, fue muy positivo.

!
313!
Ese año culminamos nuestras actividades con celebraciones en México,
apegados, como solía suceder, a las costumbres que había determinado doña
Martha, como cabeza de familia.

Para el año siguiente, como señalé, fue muy especial, ya que nació nuestra hija
menor, Natalia Isabel, además, la euforia de los viajes del Presidente de la
República, continuaron en su apogeo, por lo que el programa era bien extenso, y a
mí me tocó realizarlo en dos etapas, tal cual era la costumbre, es decir, una misión
de avanzada, y un acompañamiento durante la gira determinada.

El primer desplazamiento fue hacia costa Oeste de los Estados Unidos de


América, a las ciudades de San Diego, Los Ángeles, y San Francisco – Stanford –
a la Universidad de Stanford, en donde Salinas de Gortari recibió un doctorado
Honoris Causa.

Esta visita cumplió con las expectativas que se había previsto en lo relativo a la
necesidad de propiciar acercamientos con poblaciones significativas de mexicanos
residentes, a quienes se buscaba involucrar en el interés del Gobierno por avanzar
el proceso de un tratado de libre comercio trilateral entre México, Estados Unidos
y Canadá.

Lo mismo sucedió en la otra gira importante por nuestro continente, en este caso,
a Canadá, en donde se visitaron, además de la capital en Ottawa, las ciudades de
Montreal y de Toronto, en donde el Presidente de México fue acogido muy
positivamente.

En ambas giras viajé en el avión presidencial, el Boeing 757 de la Fuerza Aérea


Mexicana.

La otra gira destacada de ese año, fue a Europa, visitamos – en mi caso dos
veces – Moscú, Praga, Budapest, Roma y El Vaticano.

Todas estas visitas resultaron muy importantes, ya que, nuestro primer mandatario
tuvo la oportunidad de disponer de la interlocución de estadistas de talla universal,
como fueron los casos del líder de la U.R.S.S, Mikhail Gorbachov, o del Papa Juan
Pablo II.

En la visita a la U.R.S.S:, parte de nuestra delegación estuvo alojada en un


departamento especial dentro del complejo de edificios que integran el Kremlin,
por lo que tuve la oportunidad de disponer de una aproximación de primera mano
del interior de este inmueble de carácter histórico, así como de algunos de sus
salones más representativos, como el San Jorge; el San Andrés – antiguo salón
del trono -; y el San Alexander, e innumerables estancias inter comunicadas por
patios o salones protocolarios, todos con una decoración extraordinaria,

!
314!
comparable con la magnificencia de las Joyas del Kremlin, colección de valores
universales representativos del pasado zarista de esta república, exhibidas en
exclusiva para unos cuantos privilegiados, como fue nuestro caso.

En Hungría y en Checoslovaquia, el Presidente realizó contactos muy importantes,


especialmente por lo que respecta al nuevo ambiente que ya se respiraba en esos
lugares como consecuencia del proceso iniciado con la caída del Muro de Berlín,
en noviembre de 1989.

En Hungría el programa incluyó la visita a las más altas instancias


gubernamentales en la ciudad de Budapest, quienes disponían de sus respectivas
oficinas en el edificio del Parlamento, cuya arquitectura al margen del Río
Danubio, es muy similar a la del Parlamento Británico.

En esta bella ciudad europea, aproveché la oportunidad para comprar algunos


obsequios, tanto para Olga Inés, como para mis adorados hijos, Caty y Carlos
Ignacio.

En Praga, ciudad magnífica, llena de monumentos de exquisita calidad artística,


capital de la otrora República de Checoslovaquia, gobernada por Vaclav Havel,
quien un año atrás – como se comentó – visitó nuestro país.

La visita a Italia, así como la primera visita oficial al Vaticano, atrajeron a muchos
empresarios mexicanos que pugnaron por acompañar al Primer Mandatario de
México, en lo que fue calificado como un hito histórico sin precedente. Debo
señalar, que me tocó vivir con intensidad ese programa, desahogado en una
mañana en la que convivimos con Juan Pablo II y con su círculo más íntimo de
colaboradores, visitamos los lugares más simbólicos de este pequeño Estado, así
como su plaza magnífica – de San Pedro – por la cual ingresamos al corazón de la
cristiandad.

Recuerdo vivamente a nuestro embajador, don Agustín Téllez Cruces, quien fuera,
en época de López Portillo, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación.

En Italia, el Presidente viajó por diversos lugares, como fueron los casos de
Venecia y Milán. En la primera, navegamos por sus canales, disfrutamos de sus
vistas, de las plazas magníficas, y nos alojamos en el mejor hotel, el Danieli.

Un poco más tarde, en Milán, Salinas de Gortari tuvo encuentros con los más
grandes industriales italianos, entre los que se destacan los de Benetton, de la
confección, y Giovanni Agneli, de la automotriz.

!
315!
Tal como señalé, el regreso a México, desde Italia, supuso una modificación en el
transporte en el que me correspondió viajar, ya que el avión presidencial se había
llenado de empresarios afectos al sistema, quienes motivaron que algunos
pasajeros nos moviéramos a otro de los aviones de apoyo, en este caso, me
correspondió viajar con el general Pedro Bautista, subjefe operativo del Estado
Mayor Presidencial, quien disponía del mando del Grumman IV, que salió del
aeropuerto Leonardo da Vinci, y tras ocho horas de vuelo llegamos al aeropuerto
internacional de Gander, Canadá, desde donde continuamos hasta la ciudad de
México, al Hangar Presidencial.

En Roma, antes de que sucediera cualquier cosa, fui a comprar una carriola para
nuestra querida nena, quien, para esas fechas, estaba a punto de nacer, llenando
con ello de ilusión nuestra existencia.

A mi regreso, tuve el privilegio de participar en el programa que realizó en México,


el propio mes de julio, Nelson Mandela, sobre quien hay muy poco que decir que
no se haya dicho ya, aunque el motivo de su presencia en nuestro país tiene que
ver con un acto de gratitud personal por la acción de nuestro país – sobre todo a
nivel de las Naciones Unidas – en contra del régimen de apartheid que prevaleció
en Sudáfrica.

!
316!
Capitulo 18
Antes del nacimiento de Natalia, se celebró en México la I Cumbre
Iberoamericana, en la ciudad de Guadalajara, los días 18 y 19 de julio, a la que
asistieron los 21 Jefes de Estado y de Gobierno de los países que integran la
comunidad, entre los que se incluyeron al Rey de España, Juan Carlos I; el
Presidente del Gobierno, Felipe González, al Presidente de Portugal; y a su Primer
Ministro, además del Presidente de Cuba, Fidel Castro.

La organización de los detalles relativos a la Cumbre recayeron, tanto en la


Secretaría, como en la Presidencia. Por parte de la Cancillería, fue responsable,
mi buen amigo, el embajador Gustavo Iruegas, y el designado presidencial, fue el
ex gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo

A nosotros, en Protocolo nos correspondió la parte de organización de llegadas y


atención a las delegaciones, razón por la cual, en repetidas oportunidades tuve el
privilegio de estar al pie de la escalerilla de los diferentes aviones que trasladaron
a los Jefes de Estado y del Gobierno, para darles la bienvenida en el aeropuerto
internacional de la ciudad de Guadalajara.

Una vez que concluyó este evento tan trascendental para la unidad
iberoamericana, regresé a México para estar pendiente del programa que
habíamos determinado con el ginecólogo de Olga Inés, el doctor Elizundia, quien
nos anunció que Natalia Isabel nacería por cesárea el día 1 de agosto, fecha en la
que recibimos a la cuarta estrella de mi universo personal, en el Hospital
Pediátrico Infantil de la ciudad de México, ubicado en el Viaducto Miguel Alemán.

El día previsto para el alumbramiento, salimos muy temprano – Caty y Carlos


Ignacio estaban con nosotros – hacia el hospital, lugar al que llegamos en pocos
minutos desde nuestra residencia en Campos Elíseos 417. Mientras yo
organizaba los detalles del ingreso, Olga Inés fue llevada al quirófano para
comenzar el procedimiento que había sido estipulado previamente.

Mientras eso sucedía, me dispuse a ir al aeropuerto internacional para recoger a


doña Fabiola, quien, como en los dos partos anteriores, nos acompañó en este, el
tercero.

Doña Fabiola llegó puntual a la ciudad de México, acompañada por el hermano de


Olga Inés, Álvaro Mauricio, quien para ese entonces no había visitado México.
Una vez que fueron recibidos en el aeropuerto, nos trasladamos de inmediato al
hospital en donde Olga Inés ya había dado a luz a Natalia Isabel.

!
317!
Estaban ya en el hospital doña Martha, mi madre, así como Caty y Carlos Ignacio,
quienes dieron la bienvenida a doña Fabiola y a Álvaro Mauricio, con quienes de
inmediato nos felicitamos por la llegada de nuestro angelito.

Natalia Isabel llegó a este mundo dentro de un clima de infinito cariño, fue una
niña muy bien recibida, y todos, absolutamente todos, nos encontrábamos muy
ilusionados con esta la cuarta estrella de mi universo personal, a la que
prodigamos muestras de nuestro cariño, cada momento que era posible.

Por razones lógicas, Olga Inés permaneció dos días más en el hospital, ya que, al
haber dado a luz por cesárea, el reposo que le fue requerido por su médico, era
mayor, en tiempo, al que se requiere en partos por otro tipo de procedimientos, por
lo que, tanto Caty, como Carlos Ignacio, y demás familiares, nos trasladamos a la
casa para ubicarnos, y desde ahí, acompañar a nuestras dos lindas mujeres.

Por mi parte, recuerdo con mucho cariño que fui a comprarle a Olga Inés unos
muñecos de peluche, era una madre gorila, con su pequeño retoño, ambos de
color negro azabache, y con quienes viajamos muchos años, por diversos
destinos, hasta que finalmente nos desprendimos de ellos, como lo hemos hecho,
a lo largo del tiempo con tantas cosas que hemos ido acumulando.

Olga Inés lo pasó bastante bien durante el período post operatorio, su estado
anímico era – como siempre – muy positivo, sin embargo, apenas llegamos a la
casa, comenzó a presentar algunos malestares, como fueron fiebre alta – de casi
40 grados -, algunos temblores, y malestar general. Debo confesar que me asusté
mucho, aunque el diagnóstico médico determinó que dicha condición obedecía a
que no se estaba amamantando a Natalia, como consecuencia de la falta de
leche.

Este cuadro de malestar general se extendió por espacio de más o menos una
semana, al término de la cual, se fue, tal cual había llegado: sin previo aviso, para
nuestra mayor tranquilidad, y la de todos los que se encontraban en nuestro
entorno.

Una vez que se recuperó Olga Inés, comenzamos nuevamente con las actividades
cotidianas, especialmente enfocadas al paulatino crecimiento que fue
experimentando nuestra bebé, la cual tuvo un muy tranquilo comportamiento, al
menos, durante las primeras semanas.

Aprovechando la presencia de doña Fabiola, decidimos bautizarla en la Iglesia de


San Ignacio, en Polanco, siendo sus padrinos, nuestros buenos amigos Jorge
Soto, y Josefina su esposa.

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318!
El día señalado para la ceremonia, organizamos una reunión en nuestro
departamento a la que asistieron nuestros más cercanos familiares, hermanos,
sobrinos, madre, abuela, y como invitados especiales, Julia Ciudad – la comadre
que bautizó a Carlos Ignacio en Madrid -, su hija Loreto, y el señor embajador de
Marruecos y su esposa, con quienes concretamos una muy agradable relación
personal.

Una vez que la familia comenzó con su ritmo de trabajo habitual, con doña Fabiola
viajando a Medellín, me correspondió realizar un doble viaje a Chile, a los fines de
coordinar la visita del Presidente de México, misma que se realizó entre el 21 y 22
de septiembre, y en la cual ambos gobiernos – el de Chile con Patricio Aylwin a la
cabeza, – suscribieron un Acuerdo de Complementación Económica, mejor
conocido como TLC bilateral, considerado como el primero que suscribió nuestro
país, previo al Tratado de Libre Comercio para América del Norte.

El viaje a Chile fue para mí muy significativo, ya que, por vez primera, tras haber
transcurrido casi veinte años desde mi última visita – coincidente con el golpe de
estado contra Salador Allende -, pude constatar, sobre todo, en los lugares más
simbólicos, como el Palacio de la Moneda, el gran avance que había registrado
esta Nación, siempre tan cerca de México.

Por supuesto que la visita de Carlos Salinas de Gortari al país, fue un hecho de
gran relevancia bilateral, lo que pude constatar cuando me toco encabezar la
avanzada de nuestro gobierno que visitó la ciudad de Santiago para organizar los
detalles del programa que desahogaron los dos Jefes de Estado, durante evento
tan importante.

El hecho es que, encontrándome en la Cancillería local, conversando con las


contrapartes nacionales, de repente me anunciaron una llamada que debía
atender, y que era de la señora Hortensia Bussi de Allende, viuda del fallecido
Presidente, quien me solicitó pedir al Presidente Salinas de Gortari, colaborar para
que le hicieran llegar a Chile – insinuó que en el avión presidencial – varias obras
de arte que le había sido obsequiadas durante los años del exilio en nuestro país.

La verdad, no era mi función la interlocución con la viuda de Allende, aunque debo


reconocer, me emocionó escucharla, y por supuesto, trasladé su solicitud a las
altas instancias de la Secretaría. Por lo demás, la visita de avanzada se realizó
sin mayores inconvenientes, salvo por el juicio que me hice sobre la calidad
humana del Presidente chileno, quien debía ofrecer, en su residencia personal, un
almuerzo privado al presidente de México; cuando hicimos la visita a la residencia,
constatamos que se trataba de un inmueble familiar, sin mayor pretención que la
de servir de vivienda a un humanista democrático.

!
319!
Una vez que me encontré en México, formulé los comentarios del caso, y la visita
se llevó a cabo sin mayores inconvenientes. Ambos gobiernos suscribieron el TLC
bilateral, y a mí me tocó el privilegio de estar presente durante el acto de firma, lo
que hizo posible que, en la edición del día 23 de septiembre, el matutino Excélsior
publicara una foto de los dos mandatarios firmando el compromiso, y justamente
detrás de ambos, me encontraba yo.

Ese mismo verano, el Secretario organizó una nueva visita para los Jefes de
Misión del Cuerpo Diplomático acreditado, esta vez al Estado de Oaxaca,
oportunidad que fue aprovechada para que, la mayoría de embajadores que
asistieron, tuvieran el gusto de observar los aspectos más destacados de uno de
los rincones de la provincia mexicana más ricos en oportunidades turísticas,
culturales y folclóricas.

El Estado era gobernado en ese entonces por un viejo amigo mío: Heladio
Ramírez López – otrora dirigente juvenil del PRI en el D.F. – con quien de
inmediato me identifiqué, y noté que demostró mucho gusto por el encuentro,
además, sirvió como un magnífico anfitrión, ofreciendo a los dignatarios presentes,
y a quienes les acompañábamos, todo tipo de facilidades, además de una cena
con platos típicos, la presentación de la Guelaguetza.

A nuestro retorno a México, y en ocasión de la ceremonia de inauguración del


diplomado sobre Negociaciones Internacionales, organizado conjuntamente por la
ASEM – de la que yo era Presidente – y el ITAM, el Secretario Solana me
comentó, por vez primera, la posibilidad de que me nombrara Embajador de
México, disponiendo, para esas fechas de dos opciones: Finlandia y Honduras,
ambas atractivas para mí, no sólo por el hecho de lo que podría representar el
nombramiento, sino porque mi plan de vida, era lo que esperaba para ese
momento de desarrollo profesional.

La verdad, en respuesta, le señalé al Secretario que cualquier decisión que él


tomara sería conveniente para mí, por lo que, dejé en sus manos el modus
operandi de mi hipotético nombramiento.

Me pareció de utilidad comentar con el Subsecretario Sergio González Gálvez la


propuesta que había recibido, misma que fue celebrada por el alto funcionario y
amigo, quien señaló: “..si te dan a escoger, pide Honduras, ya que con Finlandia
apenas tenemos vínculos bilaterales..”

Las cosas siguieron como se habían venido desarrollando hasta esa fecha, por lo
que, de mi parte, siempre estuve atento a desarrollar el máximo esfuerzo en todas
las comisiones que recibí, mismo que, por la índole de su desempeño, siempre
hicieron posible que estuviera expuesto a la vista, tanto del Secretario, como del

!
320!
círculo de más cercanos colaboradores de la Presidencia de la República,
circunstancia que abonó, siempre a mi favor.

El año definitorio para nosotros, fue 1992, en que la agenda internacional de


México fue de gran intensidad, destacándose, de forma prioritaria, los recientes
cambios en la Constitución Política – artículo 130 -, con el reconocimiento de las
Iglesias, así como la personalidad jurídica de las mismas, lo que abrió paso al
establecimiento de relaciones diplomáticas plenas con el Estado Vaticano, cuyo
representante oficioso por más de quince años, Gerolamo Prigione, coronaba de
esa manera con éxito su gestión en nuestro país.

Aunque no me corresponde pre juzgar la actividad proselitista del señor Prigione,


muchas voces se levantaron en contra del representante vaticano, sobre todo por
su pertinaz injerencia en asuntos de exclusiva competencia del Estado ante el cual
se encontraba acreditado. No obstante, llegado el momento, alcanzo a
acreditarse como Embajador del propio Estado Vaticano, y justamente, a mí me
correspondió proveerlo del carnet de identidad correspondiente, mismo que era
emitido en la Dirección General del Protocolo.

A comienzos del año el Secretario Solana volvió a organizar la reunión de


Embajadores y de Cónsules Generales, lo que se transformó en un hábito muy
conveniente, ya que la experiencia hizo posible que nuestros representantes más
importantes en el exterior viajaran a la capital del país, y desde ahí disponer de la
más alta interlocución con los principales actores políticos, comenzando por el
Jefe de Estado, quien se reunía con ellos y les impartía instrucciones específicas
sobre el manejo de las prioridades en materia de política exterior.

Durante el transcurso del evento, el Secretario Solana invitó a un número reducido


de colaboradores del servicio exterior – entre los que me encontraba yo – con el
fin de sostener lo que todos intuimos como una charla informal, mediante la cual
nuestro jefe nos sometería a una prueba, cuyo resultado, al menos en mi caso, lo
convenció sobre la conveniencia de nombrarme embajador, tal cual ya había sido
al menos enunciado.

El Secretario nos formuló una simple pregunta: ¿Cuál consideran ustedes que ha
sido el logro más importante en materia de política exterior del gobierno del
Presidente Carlos Salinas?

Las respuestas fueron vario pintas, ya que algunos colegas enunciaron que, a
partir de esta administración, la Secretaría había sido dotada de computadoras a
la mayoría de sus funcionarios, tanto en México, como en el extranjero.

!
321!
En mi caso, y atendiendo a mi propia experiencia, comenté que, por razones del
trabajo que desempeñaba desde mi llegada a México, había podido viajar casi por
todo el mundo, en ocasión del acompañamiento realizado durante las muchas
visitas al exterior del Presidente de la República, como consecuencia de lo
anterior, era testigo de la positiva acogida con que se había recibido a nuestro
primer mandatario, lo que, indudablemente se traducía en la ampliación de
nuestros propios horizontes de acción en el extranjero.

Eso fue todo, me gané el premio como consecuencia de mi asistencia a esa


reunión, y lo que quedaba ahora, era esperar pacientemente el momento en que
se tomara la decisión en mi favor.

Unos días más tarde del mismo mes, es decir, el 16 de enero, México fue país
anfitrión de la firma de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno de El Salvador, y la
guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) evento al que
asistieron los representantes – Jefes de Estado – de los países integrantes del
Mecanismo de Concertación Política, uno de los cuales era Panamá, gobernado
en ese momento por Guillermo Endara Galimani.

Para coordinar evento tan relevante, el Secretario Fernando Solana me señaló


que el Presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari le había dado el visto
bueno para que se nombrara un embajador – habíamos retirado al último como
consecuencia de la invasión de los Estados Unidos de América -, y que ese
funcionario sería, probablemente yo, por lo que me daría mi primera asignación
cerca de la delegación panameña, nombrándome edecán civil del Jefe de Estado
que nos visitaba.

Me sentí sumamente honrado, y por supuesto, manifesté mi mejor disposición


para llevar a cabo esta nueva encomienda que se me otorgaba, sobre todo, ante
la perspectiva de mi adscripción en el corto plazo, a esa Nación tan cercana a
México, y tan interesante desde el punto de vista de las posibilidades de un trabajo
eficaz y creativo.

De esa forma fui presentado al Presidente de Panamá, quien viajó acompañado


de su esposa, Ana Mae, y del Canciller, Julio Linares, con quienes de inmediato
tuve la oportunidad de sintonizar con buenas vibraciones que me fueron de gran
utilidad durante el desempeño de mi misión diplomática en aquella Nación.

La firma de los Acuerdo de Paz se realizó en el marco de un evento solemne


llevado a cabo en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, al que, como mencioné
asistieron un número importante de Jefes de Estado y representantes de alto nivel,
una vez finalizado el ceremonial correspondiente, el Presidente de México, Carlos

!
322!
Salinas de Gortari ofreció un almuerzo a los invitados asistentes, con quienes
compartió el gusto por ver cristalizado un proceso que, aparentaba, no tener fin.

Al finalizar dicho almuerzo, el Presidente Endara se acercó a Salinas de Gortari a


quien solicitó la posibilidad de que ambos países determinaran en el corto plazo
normalizar sus relaciones diplomáticas, a través del intercambiando de
embajadores, a lo que nuestro primer mandatario respondió que ya había dado las
instrucciones respectivas a su Canciller – Fernando Solana -, quien incluso ya
sabía el nombre del candidato.

Acto seguido, nuestro presidente buscó con la mirada a Fernando Solana, quien
se desplazó hasta la mesa de honor, respondiendo a la pregunta que fuera
formulada por el presidente Endara de la siguiente forma: “..nuestro próximo
embajador en Panamá es justamente el funcionario que acreditamos como su
edecán civil, el señor licenciado Ignacio Gutiérrez Pita..”

Una vez que concluyó el almuerzo, el Presidente Endara, y su comitiva, se


dirigieron a su hotel Camino Real, hacia donde yo los acompañé. Debo suponer
que en el camino le confió a Julio Linares – el Canciller – que era yo el candidato a
embajador en Panamá, por lo que, imagino, le instruyó a solicitarme el envío de mi
hoja de vida a los fines del otorgamiento del beneplácito de estilo. De esa
manera, una vez que llegamos a nuestro destino, el Canciller se me acercó y me
dijo que le daba mucho gusto que fuera yo quien había sido nombrado como
embajador, por lo que me agradecería que le hiciera llegar la información
pertinente para que en breve pudiera yo comenzar a desempeñar mis funciones.

Días después, Caty cumplió sus primeros quince años, razón por la cual era
importante para todos subrayar de la mejor forma posible dicho aniversario
impulsados, más por la costumbre mexicana, que por el convencimiento de que
las jóvenes a esa edad comenzaban a ser mujeres. En el caso de Caty, siempre
fue considerada de dicha manera. En fin, la fecha sirvió para que organizáramos
una deliciosa cena familiar en el restaurante de El Lago, en el centro de la
segunda sección del Bosque de Chapultepec, al tiempo que le obsequiamos con
un equipo de sonido estéreo marca Sony.

Durante el resto del primer semestre del año, nos avocamos a organizar diversos
eventos, como fue el caso de las elecciones para renovar la mesa directiva de la
ASEM, cuyo Presidente concluía el período para el cual había sido electo, y debía
ser sustituido por otro funcionario del servicio exterior, mediante un proceso que
determinaba la conveniencia de inscribir plantillas, realizar una breve campaña, y
acudir al día de la elección mediante una Asamblea General.

!
323!
La oportunidad de haber ejercido por dos años la Presidencia de la ASEM, me
abrió muchas puertas dentro de la Secretaría, especialmente con su titular,
Fernando Solana, quien a través de dicha capacidad, y observando mi trabajo
como Director General Adjunto del Protocolo, decidió impulsar mi carrera a través
del nombramiento de Embajador, cargo que de inmediato me distinguió por
encima de muchos colegas que esperaban con la misma ansiedad una promoción
de tal naturaleza.

El proceso electoral en la ASEM culminó con la elección del embajador Héctor


Cárdenas, a la postre, Directos General para Asia y África, y colega muy estimado
dentro del estamento de la Secretaría. Con él coincidimos en muchos escenarios
profesionales, especialmente, en atenciones ofrecidas por misiones diplomáticas
extranjeras, que se lamentaban con frecuencia, por la falta de presencia de
representantes oficiales – es decir, de la Cancillería - en los diversos eventos que
con frecuencia organizaban.

Otra actividad importante a la que dedicamos el mayor tiempo posible, fue asistir
a una gran variedad de eventos organizados por las distintas representaciones
diplomáticas acreditadas ante nuestro gobierno, lo que se tradujo en que, en
reciprocidad, obtuvimos la simpatía de la mayoría de embajadores o
representantes de organizaciones internacionales, quienes con frecuencia
reclamaban nuestra presencia.

Hicimos un verdadero equipo en el que, con gran maestría, Olga Inés confirmó las
indudables cualidades adquiridas durante el transcurso del desempeño de las
diversas misiones diplomáticas que conjuntamente realizamos. Si por lo que se
refiere a mi caso personal, estaba a punto de recibir mi primer nombramiento
como embajador, en el caso de la valoración de mi cónyuge, el honor de dicha
promoción se duplicaba, ya que siempre estuvo a mi lado, y pendiente de cuanto
pudiera acontecer, tanto lo bueno, como lo menos importante.

De los muchos colegas con los que tuve el privilegio de trabajar durante este
período de mi vida, y a los siempre agradecí por su dedicación, señalo
especialmente a: Víctor Delgado, Sergio Jacobo y María de la Luz Oñate, ya que
durante todos los viajes que realizamos, tanto dentro del país, como en el exterior,
integrando el equipo del Protocolo, cosechamos mutuo aprendizaje, y sobre todo,
una amistad entrañable y solidaria, incluso en momentos de la máxima tensión,
como suelen ser los vinculados a la responsabilidad de apoyar los trabajos que
implicaban la presencia del Presidente de México, y por supuesto, el Secretario
Fernando Solana.

!
324!
Una vez más, y como consecuencia de la activa agenda desplegada, el propio
Secretario fue anfitrión de una visita de los jefes de misión del Cuerpo Diplomático,
al Estado de Zacatecas, bello terruño de la provincia mexicana, en donde el arte
colonial y el colorido paisaje, nutren una entidad pujante y vigorosa que recibió a
casi 60 embajadores y sus esposas, en un fin de semana que, a nosotros, nos
pareció inolvidable.

Por supuesto, estuvimos presentes en todo lo relativo al proceso de organización,


apoyando a la señora Graciela Peralta, quien en esta ocasión no asistió a la visita,
ya que el Secretario se había casado una vez más con la señora Sonia Altmann,
quien fungió como anfitriona del evento.

Al regreso de la visita al Estado de Zacatecas, nos enfrentamos a un hecho muy


lamentable para todos, ya que, por circunstancias aparentemente fortuitas,
algunos integrantes del Estado Mayor Presidencial, entre los que se encontraban
el General de Brigada Pedro Bautista,; el Capitán de Navío, Guillermo Playán
Cuéllar; el teniente Coronel Rafael Rodríguez, entre otros, fallecieron
trágicamente, como consecuencia de la caída en Huautla de Jiménez, Oaxaca, de
un helicóptero de la Fuerza Aérea (TPH04) matrícula XC-VHN, tipo Puma.

Los personajes señalados fueron nuestros compañeros en muchas de las más


importantes actividades que desarrollamos durante estos dos últimos años en
México, sobre todo, en aquellas en las que estuvo involucrado por alguna acción
de política exterior, el Presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari.

A la ceremonia fúnebre, llevada a cabo en el velatorio de la Secretaría de la


Defensa Nacional, asistimos, en nombre de la Secretaría, acompañando al
Subsecretario Sergio González Gálvez, en ese momento, Encargado del
Despacho, de la Cancillería.

Un poco después, fui comisionado para integrar la avanzada que preparó la visita
presidencial a la Gran Bretaña, Francia, Alemania y España, todas ellas de gran
relevancia para nosotros, ya que, en cada uno de los países a visitar, la agenda a
cubrir era muy intensa, especialmente por la índole de los asuntos a tratar. En esta
ocasión, por parte de la Presidencia de la República, asistió José Natividad
González Parás, Secretario Técnico del Gabinete de Política Exterior – de reciente
nombramiento -, quien en todo caso hacía sus pininos en estos menesteres
internacionales.

Además, siempre el equipo del Estado Mayor Presidencial, de la Dirección de


Comunicación Social de la Presidencia de la República, de nuestra propia
Cancillería, del área de política bilateral, por lo que éramos una delegación muy
representativa, que viajó, en primera instancia a Francia, en donde fuimos

!
325!
recibidos por el embajador Manuel Tello Macías, titular de nuestra representación
diplomática en París.

Los puntos fuertes de la agenda en esa bella nación tenían que ver, en primer
lugar, con la parte bilateral que abordamos con los colegas de la Cancillería local –
Quai d Orsay -, y por otra con la aceptación de México a la Organización de
Cooperación y Desarrollo Económico OCDE, mejor conocida como el club de los
países ricos.

Coordinamos, en una y en otra instancia, un muy sustantivo programa cuyo


borrador fue enviado a México para su revisión, y en su caso, aprobación.

De ahí, nos fuimos a Alemania, cuya capital aún se encontraba en Bonn, lugar en
el que se encontraba nuestra embajada, al frente de la cual se encontraba el
siempre diligente, Juan José Bremer, un funcionario con gran calidad y grandes
dotes como representante de nuestro país. El programa en Alemania no se
circunscribía a la ciudad capital, sino que incluían visitas a Berlín – futura capital –
a las ciudades de Frankfurt, Hamburgo y Wolfsburg- sede de la firma
automovilística Volkswagen -.

Una vez concretados los detalles del programa, nos desplazamos a la ciudad de
Londres, en la Gran Bretaña, lugar en el que fuimos recibidos por el embajador,
Bernardo Sepúlveda Amor, quien siempre fue muy cordial con todos, facilitando
nuestro trabajo, así como las visitas que teníamos programadas realizar, como
fueron los casos del Palacio de Buckingham; - Galería Real, Salones de Estado,
Caballería Real, entre otras estancias - la residencia oficial del primer Ministro en
el 10 de la calle Downing Street, la sede de la City, el Banco Central, el Museo
Británico, y Chatham House.

Para concluir nuestra misión, fuimos a España, en Madrid nos atendió el


embajador Jesús Silva Herzog, con quien estaba adscrito, como Cónsul General,
mi gran amigo Salvador Cassián, y segundo de a bordo, Francisco del Río. El
programa en esa Nación lo integraban tres eventos de gran relevancia: la II
Cumbre Iberoamericana, a celebrarse en Madrid; la Inauguración de la Feria
Internacional de Sevilla, en donde disponíamos de un pabellón; y la Inauguración
de los Juegos Olímpicos en Barcelona.

Además de dichos colegas, saludamos a Luisa Treviño, a la postre Primera


Secretaria, y a María de Jesús Urtaran, quien estaba adscrita al Centro Cultural
México

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326!
En mi opinión, este programa fue el más extenso, y se requirió nuestro
desplazamiento por cada una de las ciudades incluidas en la agenda, es decir,
Madrid, Sevilla, y Barcelona.

Por lo que se refiere al programa en la capital, los colegas de la embajada y de la


Cancillería nos dieron todo tipo de facilidades, lo que hizo más ligero nuestro
trabajo. Al mismo tiempo, se concertaron las citas específicas con las autoridades
encargadas tanto de la inauguración de la Feria Internacional, como la de los
Juegos Olímpicos, lo que implicó nuestro traslado a una y otra ciudades.

A Sevilla fuimos en el tren rápido, que cubre la ruta en aproximadamente tres


horas. Ahí, el Cónsul General, Jorge Alberto Lozoya, estaba a cargo del montaje
de nuestro pabellón, así como de lo relativo a las funciones inherentes a su
investidura.

Posteriormente, por vía aérea viajamos a Barcelona, en donde también tenemos


un Cónsul General, en este caso, Miguel Marín Bosch, quien nos puso en contacto
con las diversas instancias olímpicas, las que con cordialidad meridiana nos
atendieron, advirtiendo que, por su parte, también estaban convocando a una
reunión con las delegaciones de los países que participarían en el evento, misma
que se nos informaría oportunamente.

No obstante lo anterior, la información que fue requerida, la obtuvimos de primera


mano, aunque hubo algunos aspectos que aún no se habían definido, mismos que
estaban a la espera de decisiones superiores, que nos fueron trasladadas una
pocas semanas después, conjuntamente con la agenda para el recorrido oficial
por las instalaciones olímpicas, elaborado conjuntamente por el gobierno de
España, y por el Comité Olímpico Internacional.

Al segundo recorrido por las instalaciones olímpicas de Barcelona ya no asistí, ya


que la cita fue programada para unos diez días después de nuestra visita inicial,
por lo que la Secretaría decidió enviar a una funcionaria de la Dirección General
para Europa, quien estuvo presente y atenta a las indicaciones pertinentes, sobre
todo a las que implicaban la presencia del Presidente de México.

A mi regreso al país tuve el placer de estar un poco más cerca de la familia,


oportunidad que aprovechamos para realizar diversos paseos de gran interés, ya
que nuestros desplazamientos eran acompañados, tanto por Caty y Carlos
Ignacio, como con nuestra nueva heredera, Natalia, quien venía evolucionando
bastante bien, a pesar de que aún no cumplía un añito de edad. Debo reconocer
que, como bebé, nuestra nena fue muy tranquila, lo que no nos sorprendió mucho,
ya que sus dos hermanitos, a pesar de la diferencia de edad que hubo entre cada

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327!
uno de ellos, fueron más bien unos chicos estupendos, a los que gozamos, en su
momento como si fueran hijos únicos, y en eso, se marcó la diferencia.

En el Green Gates, escuela en la que se desenvolvieron muy bien tanto Caty,


como Carlos Ignacio, encontramos un magnífico ambiente escolar, lo que revirtió
de forma muy positiva en ambos, sobre todo por la carga extra que tuvieron que
asumir para dar cumplimiento con los requisitos contemplados para los trámites de
convalidación de estudios que, finalmente lograron con resultados muy positivos.

Acudimos a diversos eventos escolares, y en una de las ferias que organizaba


anualmente el colegio nos ganamos un pasaje de ida y vuelta a Londres, mismo
que obsequiamos al profesor de Carlos Ignacio, ya que, en nuestro programa
familiar, la visita a la capital del Reino Unido no estaba contemplado, como
consecuencia de nuestro pasado reciente en el continente europeo, así como por
mis frecuentes viajes al extranjero.

Una de las hazañas más memorables de Carlos Ignacio, se presentó un día en


que yo no me encontraba en México, y su madre, quien lo esperaba en el horario
habitual, no lo recibió, ya que, según el conductor del autobús, se había bajado en
la confluencia que hay entre la avenida Presidente Masarik, y el Periférico, lugar
en el que se encontraba el restaurante Mc Donalds más cerca de la casa. Al nene
se le había antojado comer una rica hamburguesa, y sin pensarlo, le pegó un
tremendo susto a su madre.

El viaje a Europa del Presidente de México, se dio tal cual estaba planeado,
visitando, en primer lugar, Alemania, en donde fue recibido en la ciudad de Bonn
por el Presidente Richard von Weizsäker, y por el Canciller Federal Helmut Kohl,
con los cuales sostuvo conversaciones sustantivas. De ahí, nos trasladamos a
Berlín, futura capital federal, en donde ya se avanzaban los trabajos para erigir,
sobre las ruinas de la otrora sede de gobierno, la nueva capital del país unificado,
tras la caída del Muro que separó a dos estados nacionales.

Por supuesto, visitamos los restos del Muro, sobre todo la parte que se decidió
conservar como testimonio de un error de la humanidad que no se debería volver
a cometerse – al menos en Alemania –.

De ahí al Museo de Pérgamo, ubicado en un complejo conocido como La Isla de


los Museos, en donde se albergan colecciones artísticas de culturas milenarias
como lo fueron las helenísticas de la ciudad de Pérgamo (de ahí el nombre del
Museo), Islam, Roma y Grecia, y sobre todo Mesopotamia, ya que ahí se puede
admirar, entre otras reliquias la Puerta de Istar; el Altar de Zeus (de la ciudad de
Pérgamo), la Puerta del Mercado Romano de Mileto, la Fachada de Mushatta; y la
famosa estatua de Espinario.

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328!
De Berlín nos trasladamos hacia Frankfurt en donde estaba como Cónsul mi muy
querido amigo Gonzalo Aguirre Enrile, a quien saludé con mucho afecto, mientras
nos desplazábamos por los sitios a visitar por nuestro Presidente. Acto seguido, a
Hamburgo en helicóptero, y una vez que concluimos la visita, salimos a Wolfsburg,
sede mundial de la empresa Volkswagen, misma que inició la construcción de su
fábrica en Puebla, gracias a los buenos oficios de la administración del Presidente
Adolfo López Mateos, cuyo Secretario de Industria y Comercio, fue el padre del
Presidente Salinas, don Raúl Salinas Lozano, a quien se rindió un sentido
homenaje durante la visita a la planta.

El viaje presidencial continuó hacia Londres, la capital del Reino Unido, a donde
llegamos con prontitud, y comenzamos a desarrollar el programa de la visita
oficial, mismo que incluyo, además de la entrevista con la Reina Isabel II, - a quien
tuve el gusto de saludar - y una cena de Estado en el Palacio de Buckingham, un
encuentro con el Primer Ministro John Mayor, en su residencia oficial del 10 de
Downing Street, además, la inauguración de una muestra de arte precolombino en
el Museo Británico, la recepción en la City financiera de Londres, la presentación
de una conferencia magistral en Chatham House (Centro Independiente de
Pensamiento en Materia de Asuntos Internacionales).

Debo señalar que en nuestra embajada, además de conocer a su titular, Bernardo


Sepúlveda, también tuve como amiga a una funcionaria del servicio exterior con
muchos años de antigüedad – la decana de la misión diplomática -, la señora
Bárbara Litwin de Meyer, a quien saludé con aprecio, y agradecí por el valioso
apoyo que se sirvió otorgar al equipo del protocolo que cubrió esta visita.

Otro de los funcionarios comisionados para apoyar esta gira del Presidente de la
República fue, el embajador Víctor Manuel Rodríguez, quien en esos momentos
era titular de nuestra representación en Bagdad, Irak. También se incorporó,
llamado por el Secretario Fernando Solana, el embajador Ricardo Ampudia, quien
pocas semanas después sería designado como Director General del Protocolo.

Del Reino Unido nos trasladamos hacia el siguiente punto del programa, el Reino
de España, en donde como señalé con anterioridad, el Presidente de México
asistió a tres eventos de gran relevancia: la II Cumbre Iberoamericana, en la
ciudad de Madrid; la inauguración de la Exposición Universal, en Sevilla; y la
Inauguración de los Juegos Olímpicos, en la ciudad de Barcelona.

Tal cual estaba previsto, la II Cumbre Iberoamericana recibió la visita de los 22


Jefes de Estado y de Gobierno que conforman el mecanismo – creado un año
atrás en Guadalajara, México -, ahí nuestro primer mandatario tuvo oportunidad de
conversar con la mayoría de los colegas presentes, entre los que figuraba el

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329!
Presidente de Panamá, Guillermo Endara, quien nuevamente se acerco a Salinas
de Gortari para preguntarle sobre la situación prevaleciente con respecto al envío
de embajadores, pautado el mes de enero, durante la ceremonia de firma de los
Acuerdo de Paz para El Salvador.

El Presidente Salinas, nuevamente solicitó a Fernando Solana que le señalara la


razón por la que aún no se había cumplido con dicho acuerdo, a lo que el Canciller
contestó que: “..este mismo día se solicitará el beneplácito a favor del nuevo
embajador, Ignacio Gutiérrez Pita..” Acto seguido, me indicó que regresara a
México a la brevedad del caso, a los fines de ir preparando mi viaje a Panamá
como nuevo Embajador de México.

La instrucción me llenó de alegría, y aunque la misma señalaba que regresara de


inmediato, no me fue posible, ya que el programa en España era muy amplio y
complicado, por lo que se consideró que mi regreso podría posponerse hasta que
finalizada la gira en ese país – faltaban las escalas en Sevilla y Barcelona -, por lo
cual, ya no me tocó acompañar a la delegación en la fase final del viaje a Francia.

Lo más pronto que pude me comuniqué con Olga Inés para comentarle la noticia,
lo que hizo posible que ambos – nuestros hijos también – nos manifestáramos
muy felices, quedando atentos de mi pronto retorno, mismo que se produjo tan
sólo unos días después de que culminara la gira en España.

Por supuesto, a mi llegada a México comenzamos a interesarnos por aspectos


específicos de la relación bilateral con Panamá, en espera de que la Cancillería
procediera con los trámites previos a mi salida - solicitud de beneplácito,
comparecencia ante el Senado, elaboración Cartas Credenciales, etc. -, además,
inicié la ponencia que debería entregar a la Comisión de Relaciones Exteriores del
Senado, como requisito para la aprobación legislativa del nombramiento.

Entre tanto, estuve preparando los detalles de mi entrega de la oficina, que


incluyeron el desahogo de asuntos pendientes, la diligencia de los pasaportes, los
presupuestos para el traslado del menaje de casa, así como atender las
despedidas de que fuimos objeto, tanto por parte de la familia, como por parte de
colegas y amigos vinculados con nosotros profesionalmente.

Recuerdo con mucho afecto los homenajes de que fuimos objeto por parte de
nuestra familia, nuestra madre, la abuela, los hermanos y sobrinos, así como tíos y
otros parientes cercanos, como fue el caso del padrino Héctor Soto Máynez, y su
esposa, la madrina América.

Tomamos la decisión de que sólo llevaríamos parte del mobiliario de que


disponíamos, ya que fuimos informados que la residencia que habitaba nuestra

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330!
embajada en Panamá estaba parcialmente amueblada, por lo que no se requería
que desplazáramos todos nuestros enseres. Por lo anterior, la misma empresa
que fue autorizada para trasladar el menaje nos colaboró con el almacenaje de
más de ochenta paquetes entre muebles y artículos de decoración que
asumíamos no sería necesario transportar.

Los meses transcurrieron con lentitud, ya que mi regreso a México, desde España,
se produjo a mediados de julio, y no fue sino hasta principios de septiembre que
fui recibido por las comisiones conjuntas de Relaciones Exteriores del Congreso
que sesionaban en ese entonces, en el auditorio del Centro Médico Nacional,
como consecuencia del incendio que se había producido en las instalaciones de la
Cámara de Diputados.

A pesar de que había sido advertido de que los representantes del PRD, con toda
seguridad, no iban a aprobar mi nombramiento, más por el hecho de la situación
prevaleciente en Panamá, que por lo que respecta a mi experiencia como
miembro de carrera del servicio exterior, a la hora de la hora, las bancadas de los
partidos PRI y PAN, optaron por aprobar el nombramiento sin mayor trámite, es
decir, yo expuse mi proyecto de actividades a desarrollar en el lugar en el que
había sido designado, recibí y contesté puntualmente, diversas preguntas, y mi
dictamen fue firmado de inmediato, por lo que fui convocado para el día siguiente
a los fines de que el Pleno me recibiera en sesión conjunta para la aprobación
final, y la toma de protesta.

Una vez cumplidas las formalidades del caso, y tras concretar una ronda de visitas
importantes con interlocutores con intereses en Panamá, tanto del sector privado,
como público, determinamos los detalles finales, como serían los casos del
programa para el empaque y embalaje de nuestros enseres personales, la
obtención de los respectivos pasaportes, pasajes, y gastos de instalación,
calendarizamos nuestro viaje para el día 18 de septiembre, fecha en la que
iniciamos nuestra nueva aventura de vida.

Antes de viajar tuve la oportunidad de despedirme del Secretario Fernando


Solana, quien de forma muy amable me deseo todo género de éxitos en el
cumplimiento de mi nueva misión diplomática, al tiempo que me hizo llegar el
número de su telefax privado, al que le podría hacer llegar comunicaciones
directas, si se diera el caso de que las mismas fueran necesarias.

Lejos estaba yo de adverir que, como consecuencia de esta salida al exterior,


nunca más regresaría a trabajar a la torre de Tlatelolco, lugar simbólico e insigne,
inspirador de muchos años de esfuerzo diplomático desplegado por nuestro país,
a través de algunos de sus actores más destacados, quienes contribuyeron con el

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331!
diseño, planificación y ejecución de muchos de los logros más importantes en
materia de política exterior.

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332!
Capitulo 19
El día 18 de septiembre del 1992, abordamos el vuelo de la línea aérea de
bandera venezolana Avensa con destino a Caracas, previa escala en la ciudad de
Panamá, lugar de nuestro destino final, al que llegamos con la emoción contenida,
los cinco integrantes de la familia Gutiérrez Gaviria.

Durante el curso del viaje un detalle curioso llamó nuestra atención, ya que
tuvimos reservados lugares en primera clase, cada uno se acomodó en la fila que
le correspondía, es decir, Olga Inés y Natalia, conmigo; Caty y Carlos Ignacio, en
lugares diferentes cada uno, por lo que nos sorprendió que una de las asistentes
de vuelo le comentara a Caty si podría cambiar su lugar con El Puma, ya que, al
actor sólo le gustaba viajar en ese asiento.

Como Caty no tenía ni la menor idea de quién era el susodicho Puma, contestó
que ni aunque fuera un Jaguar, se movería, lo que nos produjo una intensa risa
una vez que nos enteramos del caso, sobre todo, por el hecho de que el famoso
Puma era el conocido cantante venezolana José Luis Rodríguez, quien viajaba
también en el mismo vuelo, pero cuyo destino era la ciudad de Caracas.

A nuestra llegada, como suele ser habitual, fuimos recibidos por un representante
de la Cancillería, en el Salón Diplomático del aeropuerto internacional de
Tocúmen, en donde también se encontraban los integrantes de nuestra misión
diplomática, entre los cuales, el encargado de negocios Ricardo Zaldo, me saludó
efusivamente, lo mismo sucedió con Víctor Hugo Gómez, encargado de la sección
consular.

Una vez que fueron cubiertos los trámites respectivos, agradecimos al


representante de la Cancillería, así como a los colegas de la embajada, y nos
dispusimos a ir a la residencia oficial, un departamento moderno en el edificio
Winston Churchill, en la zona residencial de Punta Paitilla, por ese entonces, una
de la más destacadas de la ciudad capital del país.

Ahí fuimos recibidos por la única empleada de que disponía la residencia, la


señora Gladys, quien además sólo trabajaba medio día, es decir, una vez
preparaba el almuerzo y ordenaba los utensilios de cocina, concluía su jornada
laboral.

El departamento estaba ubicado en un inmueble muy bien protegido, con


instalaciones amplias y modernas, disponía de una piscina común para los

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333!
propietarios, y dos tipos de ascensores: uno para los residentes; y el otro para el
personal de servicio y doméstico.

Todos coincidimos en que era un departamento inadecuado para el tipo de


servicios que prestaba, es decir, como residencia oficial de la embajada de
México, sobre todo si se consideraba que, hasta unos tres meses antes de nuestra
llegada, lo habitaba en calidad de asilado político el gobernador del Banco Central,
quien obtuvo su salvoconducto, gracias al mejoramiento del nivel de relaciones
bilaterales, determinado por el recíproco envío de embajadores.

Conviene señalar sobre la relación bilateral que, durante casi tres años, contados
a partir de la invasión de los Estados Unidos de América, el 20 de diciembre de
1989, México retiró su embajador en Panamá, acogiéndose para ello a los
preceptos determinados por la “Doctrina Estrada”, ya que el gobierno encabezado
por el Presidente Guillermo Endara, quien a su vez tenía dos Vicepresidentes,
Guillermo Ford Boyd; y Ricardo Arias Calderón, había tomado posesión en la sede
del Comando Sur, lo que, desde nuestro punto de vista, determinaba una especie
de sometimiento.

Por lo anterior, Panamá salió del Grupo Contadora, del que era socio fundador, así
como de diversos beneficios bilaterales, como la cancelación de iniciativas de
proyectos de cooperación derivados del Acuerdo de San José – sobre suministro
de petróleo, suscrito entre México y Venezuela -. Por su parte, y de forma
unilateral, Panamá dejó de honrar un adeudo pendiente con nuestro país, cuyo
pago fue negociado una vez que yo tomé posesión del cargo como embajador.

A pesar de que los gobiernos emanados del partido político PRD, habían sido
nuestros aliados naturales durante muchos años, posiblemente, como
consecuencia de que quien inspiró dicho instituto político fue el legendario general
Omar Torrijos, los hechos finales del régimen del general Manuel Antonio Noriega,
acusado por Washington de colaborar con la insurgencia nicaragüense, y de dar
cobijo a los principales traficantes de estupefacientes de la época, marcaron un
epílogo – al menos temporal -, a su interlocución política con nuestro país.

El gobierno ante el cual estaba acreditado, había sido conformado por la alianza
de tres partidos políticos, el Arnulfista – fundado por Arnulfo Arias -, la Democracia
Cristiana; y el Movimiento Liberal Republicano Nacionalista (MOLIRENA), éste
último, surgido a principios de la década de 1980, como resultado de la prohibición
de partidos políticos determinada tras el golpe de estado – 11 de octubre de 1968
- perpetrado por integrantes de la Guardia Nacional, en contra del Presidente de la
República Arnulfo Arias Madrid.

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334!
La sucesión de diversos eventos políticos registrados desde dicho golpe de
estado, determinó que los partidos tradicionales se fueran paulatinamente
atomizando, dibujando un tablero de poder muy complicado en esta República
ístmica, desde donde la Zona del Canal, ocupaba el centro neurálgico de la
estrategia política global, sobre todo, una vez fueron suscritos los Tratados
Torrijos-Carter, en donde se contempló la devolución a la soberanía nacional del
importante recurso estratégico.

Por lo que respecta a la misión diplomática que me tocó desempeñar, el guión de


los diversos acercamientos que se concretaron, fue muy ambiguo, si para ello se
considera que, por una parte, el Secretario Fernando Solana me había animado a
dejarme llevar por mi instinto político, es decir, confiaba en mí, y por otra, la
Subsecretaria Rosario Green, y su principal artífice, Federico Urruchúa – a la
postre Directos General regional -, nunca estuvieron convencidos sobre la buena
disposición de la contraparte para avanzar de la mano de México.

En fin, creo que supe interpretar tanto el interés de las más altas autoridades de
México, como de las diversas contrapartes panameñas, con respecto al
momentum de la relación bilateral, lo que se tradujo positivamente al formular un
balance de la situación prevaleciente al comienzo de mi encargo, frente a los
resultados obtenidos, una vez que fuera finalizada mi gestión al frente de nuestra
representación diplomática en Panamá.

Nuestra llegada al país, como fue señalado, fue el viernes 18 de septiembre, lo


que nos permitió aprovechar ese fin de semana para ir a pasear un poco por la
ciudad, y conocer algunos de los lugares de interés dentro de la capital del país.
Por supuesto, se da por descontado que la zona de mayor interés para todos, fue
el entorno de los principales almacenes de ventas al menudeo, de los cuales está
llena la ciudad capital.

Los cinco nos dispusimos a conocer un poco mejor el panorama del lugar en el
que nos tocaría vivir los siguientes años, tantos como durara la comisión como
embajador de México en Panamá, por lo que no nos apresuramos a ver todo en
un solo día, sino que dimos una vuelta familiar, acompañados, de todos los
elementos que era menester para trasladar a nuestra bebé, Natalia Isabel, quien el
día 1º de agosto cumplía su primer aniversario de edad.

El siguiente lunes, a temprana hora solicité al chofer de la embajada que me


llevara a la Cancillería, es decir, a la sede de nuestra representación diplomática,
ubicada en el séptimo piso del edificio Bancomer de la calle 50. Ahí, tuve el gusto
de conocer a todo el personal diplomático, entre quienes, además del señor

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335!
Ricardo Zaldo, y Víctor Hugo Gómez, se encontraban, Tirso Beltrán, y Hugo René
Oliva.

Una vez que tomé posesión física de nuestra representación diplomática, fui
informado que el Canciller, Julio Linares me recibiría el siguiente miércoles con el
fin de cumplir con la entrega de las copias de mis Cartas Credenciales, acto que
puntualmente se llevó a cabo en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores,
lugar al que acudí acompañado por el jefe de protocolo, el embajador Junior
Arosemena.

Cumplido el procedimiento, en el marco de una breve y cordial ceremonia, me fue


comunicado que el Presidente de la República, Guillermo Endara Galimani, me
recibiría el viernes de esa misma semana, en el Palacio de las Garzas, sede de la
Presidencia de la República.

Dicho lo cual, me dispuse a avanzar con este acto formal, mientras que, desde la
perspectiva familiar habíamos contactado con una escuela para Caty y para
Carlos Ignacio, el International School de Panamá, en donde quedaron inscritos y
listos para iniciar su ciclo escolar, para lo cual contratamos un servicio de
transporte escolar, mismo que fue suspendido una vez que Caty comenzó a
manejar el vehículo de servicio, un Nissan Sentra de color amarillo claro.

Caty y Carlos Ignacio también tuvieron la oportunidad de grabar en Panamá, sus


primeros comerciales en televisión, lo anterior, como consecuencia de un hecho
fortuito que les llevó a ingresar a un estudio en que se realizaba la selección de
candidatos, en el entendido que su destino original era un colegio de música al
que pensábamos inscribir a Natalia. A la llegada al estudio señalado, de
inmediato los anotaron como viables a los fines que estaban buscando, y más
pronto de lo que nos podríamos imaginar, Carlos Ignacio apareció anunciando
“Sopas Chan”, y Caty, “Súper 99”.

Por lo que se refiere a los vehículos oficiales de la embajada, menciono que antes
de viajar a Panamá, tuve la oportunidad de seleccionar, dentro de un lote de
vehículos que obraba en depósito en el estacionamiento de la Secretaría, como
resultado del decomiso realizado por el Servicio de Administración Tributaria, un
Mercedes Benz del año 1985, modelo 280 SE , que me fue enviado a mi sede
diplomática para registrarlo como vehículo oficial.

Dicho automóvil llegó puntualmente, y fue adscrito a la embajada, junto con el otro
que cumplía con las mismas funciones, un Ford Sable, por cierto, bastante
deteriorado, pero con suficiente capacidad como para cumplir con las funciones
inmediatas. Dicho vehículo fue usado por Olga Inés durante una buena
temporada.

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El día señalado para la ceremonia de presentación de las Cartas Credenciales,
acordamos con la Cancillería cuáles serían los detalles protocolarios, a los fines
de mi presentación ante el Palacio de las Garzas. A una hora determinada, un
vehículo oficial del gobierno de Panamá pasó a la residencia oficial, y de ahí,
acompañado por un oficial del protocolo quien me condujo hasta la entrada del
salón de embajadores en el Palacio Nacional.

En ese lugar fui recibido en el marco de una ceremonia solemne por el Presidente
Guillermo Endara, a quien acompañaba el doctor José Raúl Muliño, Viceministro
de Relaciones Exteriores – con quien cultivé, más adelante, una cordial relación
personal -, así como otros funcionarios adscritos a la propia presidencia de la
república.

La ceremonia duró aproximadamente media hora, lapso dentro del cual tuve
oportunidad de comentar al Jefe de Estado cuáles serían mis prioridades como
jefe de la representación diplomática de México, a los fines de procurar el
estrechamiento de las relaciones bilaterales. El Presidente Endara se mostró muy
complacido tanto por mi presencia, como por el hecho e que los vínculos
bilaterales finalmente volverían a los cauces que siempre les caracterizaron.

Una vez concluida la ceremonia, y previo a la presentación de los integrantes del


personal de la misión, hice entrega al señor presidente de dos obsequios que llevé
expresamente para ese momento; por un lado, una edición encuadernada de la
Historia de México –de El Colegio de México -, y una imagen enmarcada de la
Virgen de Guadalupe, a la que, tanto el señor Endara, como su esposa Ana Mae,
tenían gran devoción.

Estos obsequios fueron escogidos como consecuencia del viaje que el matrimonio
Endara realizó a México, el mes de enero anterior, en donde yo estuve
comisionado como Edecán Civil del mandatario, a quien acompañé, entre otros
lugares, a una librería, y a la Basílica de la Virgen de Guadalupe.

Una vez que se cumplió con dicha ceremonia formal, comencé con la ronda de
visitas a los diversos dignatarios del gobierno nacional, así como a los colegas que
integraban el Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno Nacional,
encabezados por el Nuncio Apostólico, Monseñor Osvaldo Padilla, de origen
filipino.

Incluí también, en la ronda de visitas de diversas autoridades, a los comisionados


para el Canal de Panamá, así como a su Administrador – todos ellos,
representando a las autoridades estadounidenses, las que tenían a su cargo la

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337!
zona canalera. De la misma manera, hice una visita de cortesía al general (cuatro
estrellas) George A. Joulwan, Jefe del Comando Sur de los Estados Unidos de
América.

Tuve algunos acercamientos con ex presidentes de la República, así como ex


cancilleres, entre los que se destacan, Nicolás Ardito Barleta; y Oyden Ortega.

Transcurrido poco más de un mes desde nuestra llegada a Panamá, una ingrata
noticia nos llenó de dolor: el fallecimiento de la abuela, doña Leopoldina, el día 28
de octubre. Según refiere doña Martha, mi madre, la muy querida abuela había
sentido gran orgullo cuando se enteró de mi nombramiento como embajador, al
tiempo que su salud fue deteriorándose; afortunadamente, no sufrió, ya que
nuestra madre procuró todo tipo de facilidades especiales, como fue el caso de la
contratación de una enfermera permanente, quien la acompañó hasta el momento
de su deceso.

Tal cual sucedió en los casos de fallecimiento de los seres más cercanos, como
serían los casos del abuelo don Carlos, o de la hermana, Sylvia de Carmen, el
dolor fue infinito, tanto como la esperanza por que todos alcancen, llegado el
momento, el descanso eterno al que en principio tenemos el derecho de
acogernos.

Lamentablemente, y como consecuencia de no disponer a voluntad ni de mi


tiempo, ni de mis desplazamientos, especialmente, por mi reciente llegada a
Panamá, no me fue posible – como lo hubiera deseado – viajar a México para
acompañar a la familia y expresarles a todos nuestra solidaridad más sincera,
sobre todo, tratándose de doña Leopoldina, quien durante mucho tiempo me
consideró como uno de sus nietos favoritos.

Como señalé, nuestra estrategia en materia de conseguir una nueva residencia


oficial, era buscar la posibilidad de encontrar una casa, en lugar del departamento
que habitábamos en ese momento, por lo que visitamos muchas opciones, la
mayoría de las cuales no cumplía con el requisito de ser amueblada, ya que
nuestro gobierno no disponía de mobiliario suficiente, y apenas teníamos algunos
enseres indispensable a los fines de representación.

En dicha búsqueda ocupamos nuestro tiempo libre, tanto Olga Inés, como yo, y
fue justamente mi consorte quien tuvo la suerte de visitar una casa que había
pertenecido al ex presidente Arnulfo Arias Madrid, que cumplía con todos nuestros
requerimientos, incluido el del mobiliario. La residencia se encontraba ubicada en
el barrio de Bellavista, en la calle de Venezuela.

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338!
La circunstancia fue que el monto que solicitaban como alquiler mensual los
propietarios era, justamente, el doble de lo que en ese momento disponíamos en
nuestro presupuesto, por lo que fue necesario convencer a la Secretaría sobre la
necesidad de que nuestra representación en Panamá dispusiera de una residencia
oficial con las características de nuestro prospecto.

Afortunadamente, tanto en este caso, como en la mayoría de gestiones que


iniciamos a favor de la embajada, la respuesta fue favorable, por lo que fuimos
autorizados a cambiar la sede de la residencia oficial a un inmueble amplio,
seguro y decoroso.

Por lo tanto, antes de los primeros tres meses de haber tomado posesión, ya
habíamos avanzado algunas de las gestiones más determinantes para el feliz
término de la misión diplomática que nos fuera encargada, especialmente, en la
coyuntura por la que atravesaban las relaciones bilaterales.

El buen comienzo se reflejó, no sólo en el espacio que organizamos para el


ejercicio de las funciones, sino en los diversos contactos que, desde un principio
concretamos, tanto con representantes oficiales, como con los principales actores
económicos, sociales, culturales, y por supuesto, con los más destacados
interlocutores de los medios masivos de comunicación.

Dentro del círculo empresarial que nos acogió con mayor entusiasmo, se destaca
la familia Motta, con el patriarca en la cabeza, don Alberto; así como el industrial
Bobby Tsanetatos; el ingeniero Pedro Heilbrun, Presidente de la línea aérea Copa;
Fernando Eleta; Samuel Lewis Galindo, quien unos años más tarde sería
Canciller; Nicolás González Revilla, y un amplio etcétera.

También cosechamos vínculos con la señora Mireya Moscoso (en aquel entonces,
casada con un señor de apellido Gruber) presidenta del partido arnulfista, y
Presidenta de la República, años más tarde. Frecuenté programas de televisión
de mucha audiencia en donde realicé presentaciones sobre nuestro país, así
como para el debate de temas de coyuntura internacional, como fue el programa
“choque de opiniones” en el que fueron anfitriones dos legisladores de partidos
políticos contrarios: Willy Coches (demócrata cristiano); y Mario Romagnoni
(PRD).

Por lo que respecta a las relaciones más personales, destaco el acercamiento con
la amiga de muchos años, Emilia Arosemena, ex embajadora en México; y el
matrimonio de Gladys y Miguel Salama, con quienes tuvimos la oportunidad de
disfrutar muchas cosas en común. Por supuesto que nos sorprendió también
encontrar a Mario Bello Andino, quien para ese momento se desempeñaba como

!
339!
Cónsul General en Panamá, ya que se había casado en segundas nupcias con
una nacional de ese país, la señora Silka.

Como señalé a lo largo de la presente crónica, con Mario Bello Andino nos
conocimos en Haití, de ahí fue trasladado a México en donde fue designado como
Ministro Consejero de la embajada, y tuvo oportunidad de acercarse a nuestra
familia, la que lo acogió con verdadero entusiasmo. A nuestro regreso de la
misión en Asunción, Paraguay, lo encontramos también, aunque estaba a punto
de finalizar su encargo, al ser trasladado a Santo Domingo, donde estuvo unos
años más.

Al regreso al poder del Presidente Balaguer, retomó el hilo de su carrera


diplomática, gracias a los buenos oficios de su hermano, Rafael Bello Andino,
quien era Ministro de la Presidencia del régimen, así como asistente personal del
anciano jefe de estado, quien para colmo estaba casi ciego.

Por lo que respecta al sector privado panameño, por cierto, muy bien organizado,
se encontraba aglutinado dentro de la Cámara de Comercio, Industrias y
Agricultura, y año con año realizaban un magno evento: EXPOCOMER, al que
invitaban a una personalidad internacional, como fue el caso de ese 1992, en el
que el presidente de Colombia, César Gaviria.

La junta directiva de la Cámara propuso a su Consejo de Administración la


posibilidad de invitar para el siguiente año al Presidente de México, Carlos Salinas
de Gortari, a quien convocaron por mi conducto, confiando en que nuestro primer
mandatario aceptara la oferta, sobre todo, considerando para ello la buena
disposición que pensaron existía de parte de nuestro gobierno, para propiciar los
mayores y mejores acercamientos bilaterales posibles.

Entre tanto, con Olga Inés organizamos un paseo especial con motivo de nuestro
aniversario de matrimonio, el 29 de noviembre, viajamos a la Isla de Contadora,
ubicada a unos treinta minutos de vuelo desde la capital del país, partiendo del
aeropuerto local de Punta Paitilla, en la línea aérea Islas. La verdad, nos sentimos
muy decepcionados, ya que la isla propiamente dicha carece de atractivos
especiales, ya que disponía solamente de un hotel, y unos cuantos lugares para
ser visitados, en recorridos que usualmente se realizan en moto o en bicicleta.

Lo que importaba en realidad, era la posibilidad de celebrar un evento de la mayor


relevancia, como fue nuestro aniversario de bodas, mismo que siempre hemos
considerado como un día de gran importancia para nuestro entorno familiar, por lo
tanto, el viaje cumplió con nuestras expectativas.

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340!
Una vez que nos instalamos en nuestra nueva residencia oficial, de inmediato
comenzamos con las atenciones que se esperaba del nuevo embajador de
México. Al respecto, el primer motivo fue la visita a Panamá del conocido pintor
mexicano José Luis Cuevas, quien presentó una exposición con obras de su
autoría, siendo homenajeado a distintos niveles del gobierno nacional, como fue el
caso de la Alcaldesa de la capital, Mayín Correa, quien le hizo entrega de un
diploma como visitante ilustre de la ciudad.

En el caso del evento organizado por los empresarios panameños, la


EXPOCOMER, el Presidente de México recibió la invitación para asistir el año de
1993, y decidió que, en su lugar, lo representara el Director General del Banco
Nacional de Comercio Exterior, José Ángel Gurría, quien en todo caso, lejos
estaba de saber que, en breve, sería designado como titular de la Secretaría de
Relaciones Exteriores (en la administración de Ernesto Zedillo).

Dentro de los temas de importancia que se me había encomendado, la existencia


de un adeudo de, aproximadamente ochenta millones de dólares, era uno de los
que más incomodaban a las dos partes, ya que Panamá, en diversas
oportunidades, a través del Contralor General Rubén Darío Carles, había señalado
que ese adeudo no se pagaría, ya que el mismo había sido asumido por la
dictadura militar, cuyo último representante fue Manuel Antonio Noriega.

La tesis de México, tanto en ese caso, como en otros similares, partía del
supuesto de que un adeudo gubernamental debía honrarse siempre, con
independencia del tipo de gobierno nacional que lo hubiera sumido, por lo que, en
breve, llegó a Panamá el Director General de Asuntos Hacendarios
Internacionales, Marco Provencio, quien inició la ronda de conversaciones que,
poco tiempo después, llevaron a un final conveniente para las partes.

Otro adeudo que mantenía cerradas las puertas de Panamá a cualquier tipo de
crédito por parte de México, era el que tenía el Instituto Panameño de Turismo
(IPAT) con la empresa Ingenieros Civiles Asociados (ICA) que había sido
encargada de la construcción del centro de convenciones ATLAPA, en la ciudad
capital, y el más importante del país. Sobre dicho adeudo, gracias a los buenos
oficios de la embajada se pudo estructurar y cobrar la deuda, tal cual fuera
reconocido, años más tarde, por el presidente del grupo, Bernardo Quintana.

Para finales de ese, nuestro primer año, fue organizado por el despacho de la
Primera Dama – oficina que era manejada por Marcela Endara, hija del Jefe de
Estado – un Bazar Internacional en el que participaban todas las misiones
diplomáticas acreditadas ante el gobierno nacional, el mismo tenía como fin

!
341!
principal labores de asistencia social que eran canalizadas a poblaciones
económicamente vulnerables.

En el caso de México, conversamos con Olga Inés la conveniencia de organizar


algo muy especial, a los fines del mejor lucimiento, tanto de la representación
diplomática, como de nuestro país, por lo que recordamos un evento reciente que
habíamos coordinado en la ASEM, el año anterior, al que invitamos a diversos
productores de artesanías, quienes tuvieron la suerte de concretar muy buenos
negocios con quienes les visitaron.

A ese fin, Olga Inés se comunicó por la vía telefónica, y pudo obtener
ofrecimientos muy interesantes, lo que motivó la idea de viajar a México para traer
todos los productos artesanales, aprovechando para ello las facilidades que fueran
otorgadas por la línea aérea COPA, que garantizó traer, sin costo alguno, los
productos que serían ofertados en la Feria Internacional.

En un abrir y cerrar de ojos Olga Inés viajó a México, acompañada por Carlos
Ignacio, quien, con toda buena voluntad se ofreció como facilitador a los fines de
apoyar a su muy querida madre. La verdad, el viaje fue muy bueno, ya que Olga
Inés, apoyada por la familia, pudo concentrar en diversas cajas de cartón los
productos que llevamos a la Feria Internacional, en la que, además, ofertamos
bebidas mexicanas, como fueron los casos del tequila.

Un detalle curioso del viaje a México, fue el protagonizado por Carlos Ignacio,
quien una vez que estaban ambos en el aeropuerto, listos para salir con rumbo a
Panamá, de pronto se desapareció ante la angustia de su querida madre, quien no
supo a dónde se había escapado su hijito de tan sólo nueve años de edad. Al
final, el susodicho acompañante había decidido que antes de iniciar su viaje de
regreso, debía adquirir una cajita feliz de su alimento favorito: McDonald’s.

Una vez que regresaron, Olga Inés quedó encargada de nuestro pabellón, así
como de la donación a las obras filantrópicas del despacho de la Primera Dama,
de los recursos obtenidos como consecuencia de nuestra presencia en el Bazar
Internacional.

Uno de los placeres más agradables que nos tocó cultivar durante esta comisión
en el exterior, fue el de la comida. La variedad de lugares para degustar la cocina
nacional e internacional en la capital del país, era muy variada, por lo que con
frecuencia visitamos, tanto en familia, como con amigos comunes lugares
excelentes, con atención personalizada, y un cálido ambiente.

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342!
Por ese entonces, también me di el gusto de adquirir un vehículo para uso
personal: un Jaguar XJ6, por el que pagué un precio accesible a mi cartera, y con
el que disfrutamos muchos paseos, como fue el caso del viaje a Costa Rica, en
donde estuvimos cuatro días en el entorno de la ciudad capital, San José.
Además, compramos un lindo cachorro de Bulldog, al que nombramos Jake.

Por lo que respecta a nuestros vínculos con los integrantes del Cuerpo
Diplomático, con frecuencia asistimos a los diversos eventos que se presentaban,
tanto con motivo de fiestas nacionales, como celebraciones diversas, vinculadas a
nuestra representación en Panamá. Como caso curioso comento que el nuevo
embajador de Ecuador – llegó con una diferencia de pocos meses desde nuestra
llegada -, el señor Gustavo Buchelli, era ya un amigo de años atrás, conocido
cuando se desempeñaba como Ministro de la embajada en México.

A pesar de dicha circunstancia, nuestra relación personal nunca fue tan cercana
como la que desarrollamos con amigos similares, como fueran los casos de Emilia
Arosemena, o Mario Bello Andino.

En el caso específico de Emilita, Olga Inés encontró siempre en ella una amiga
muy sincera y cariñosa, además de conocedora de la realidad nacional, y bien
recibida en todo tipo de ambientes, especialmente los sociales de los rabiblancos,
como eran mejor conocidos los que asistían al Club Unión, centro principal de
convivencia del círculo de los más acaudalados empresarios locales.

Gracias a esta relación tuvimos la oportunidad de adquirir un bien inmueble muy


valioso, en la ciudad de México, el departamento que había sido de su propiedad,
en la calle de Lamartine 231-101, en Polanco, mismo que nos fue facilitado en
calidad de préstamo – para conocerlo – en las vacaciones de diciembre de 1994, y
posteriormente, cerramos el trato, a un precio muy conveniente para ambas
partes.

En una ocasión en que nos encontrábamos visitando el palacio presidencial de


Las Garzas, Emilita nos comentó que su abuelo había sido Presidente de la
República en la época en que fue construida la sede gubernamental, y que incluso
su figura, en forma de un retrato, había quedado inmortalizada en el techo del
salón principal de Las Garzas, hecho que comprobó ahí mismo.

Otro de los viejos amigos de las lides diplomáticas y que, por un error involuntario
no había mencionado, es el caso de Rey Montenegro, a quien conocimos cuando
cumplíamos nuestra misión en Atenas; en ese entonces a el le correspondió el
encargo de ser Cónsul General de Panamá en el puerto de El Pireo, posición que
le permitía ingresar a sus cuentas personales muchos miles de dólares anuales,

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343!
como consecuencia del esquema prevaleciente para el ejercicio de cargos
consulares por mandato del Gobierno de Panamá.

Como consecuencia de dicho sistema, quienes son nombrados – casi siempre por
razones políticas – disponen del privilegio de percibir un alto porcentaje del total
de cobro por los diversos conceptos incluidos en los derechos consulares que
determina el Estado. Dicho sistema, no es exclusivo de Panamá, ya que otros
países del mundo, como sería el caso de la República Dominicana, proceden de
idéntica forma, tal cual me corroboró mi amigo Mario Bello Andino.

En fin, traje a colación a Rey Montenegro, como consecuencia de que una vez que
se enteró de que estaba yo como embajador en Panamá, de inmediato me buscó,
y tuvimos la oportunidad de compartir recuerdos muy gratos de nuestra estancia
en Grecia, país en donde fungía como embajadora, y decana del Cuerpo
Diplomático, la señora María Lakas, hermana del ex presidente Demetrio Lakas.

Con Rey Montenegro se dio la posibilidad de una entrevista personal con el


entonces Secretario General del PRD, el doctor Ernesto Pérez Balladares, quien
un par de años después, tras el proceso electoral de mayo de 1994, sería electo
como Presidente de la República. Durante el encuentro, Pérez Balladares estuvo
acompañado por la mayoría de dirigentes de su partido, el PRD, quienes me
manifestaron su beneplácito por mi llegada al país, confiando en que la relación
bilateral que se empeñaban en concretar con México, marchara por los caminos
más adecuados.

Este contacto con la dirigencia política de unos de los partidos más relevantes del
panorama político panameño, me abrió muchas puertas, al tiempo que facilitó la
misión que me había sido encomendada por el gobierno de México.

Posteriormente a este magnífico contacto, Rey y su esposa nos invitaron a la


recepción que ofrecieron con motivo del matrimonio de su hija; en esa recepción
privada había mucha gente importante, y nosotros fuimos distinguidos
asignándosenos la misma mesa que el señor Pedro Heilbrun, Presidente de la
línea Aérea COPA, así como con su señora esposa, con quienes departimos muy
amigablemente.

Otro empresario que nos favoreció por su cercana amistad y sobre el que ya
referimos su nombre, fue Bobby Tsanetatos, quien, como fue señalado era un
exitoso hombre de negocios que tenía intereses en diversos ámbitos, como sería
el caso de medios masivos de comunicación, almacenes de conveniencia, y
además representaba a la trasnacional Sears Roebuck International.

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344!
Una de las invitaciones de que fuimos objeto, se dio en el contexto de una
ceremonia en la que fue condecorado por el gobierno griego con la gran cruz de la
orden del mérito civil, como consecuencia de que durante muchos años había sido
cónsul honorario del mencionado país en Panamá.

Otra, se dio en el contexto de un almuerzo familiar al que fueron invitados, además


de nosotros, otros compatriotas griegos, entre los que figuraban el ex presidente
de la república, Demetrio Lakas, quien por cierto llegó tarde al convivio, razón por
la cual fue sentado en una mesa distinta a la nuestra, curiosamente, coincidiendo
con Caty y Carlos Ignacio, a quienes comentó – como fue – que había sido
presidente de la república. En respuesta, Carlos Ignacio me llamó y me dijo:
“..qué crees papá..” “…este man que está junto a mí dice que fue presidente de
Panamá..”, a lo que yo contesté: “…pues es cierto, lo fue..”

De los empresarios que siempre buscaron nuestra convivencia, recuerdo muy


especialmente a don Gabriel Lewis Galindo, y a Fernando Eleta, con quienes
viajamos un grupo de embajadores de América Latina – en dos aviones privados -
a la provincia de Chiriquí, lugar en el que el señor Eleta disponía de una regia
finca en donde criaba caballos de pura sangre, los que corrían con bastante éxito
en los diversos hipódromos de la región centroamericana.

El objetivo de la invitación, además de conocer la finca y degustar un soberbio


almuerzo, fue el de ver la forma en que un regio potro montaba a una potranca,
así como el procedimiento para inseminar otras bestias de las muchas de que
disponía la finca. Como dato curioso, comento que dentro de los jefes de misión
de los países de nuestra región había también una dama, la embajadora de Chile,
quien no fue invitada al paseo, según nos advirtieron nuestros anfitriones, porque
les daba pena que viera un espectáculo – refiriéndose a la monta – de carácter
machista.

Otro empresario que se acerco a nosotros, en este caso, a la familia Gutiérrez


Gaviria, fue Alberto Motta, quien era un exitoso comerciante en la Zona Libre en
Colón, ubicada en el extremo Atlántico de la geografía local. Una mañana nos
buscó para invitarnos a conocer su empresa, para lo cual, nos trasladaríamos en
su avión privado, mismo que salió del aeropuerto de Punta Paitilla, y fuimos
acompañados, además del propio Alberto, por el ex canciller Oyden Ortega, quien
fue con su señora esposa.

Al llegar a Colón, tras un placentero vuelo de cuarenta minutos, fuimos recibidos


en vehículos especiales por personal de su empresa, el cual nos trasladó a la
zona libre, lugar en donde se encontraban sus principales negocios, como la
agencia de importación de vehículos Mercedes Benz, la que visitamos, y en la

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345!
que, el propio Alberto le ofreció a Olga Inés – imagino que en calidad de obsequio
– el vehículo que más le gustara.

La verdad sea dicha, Olga Inés no escogió ninguno, aunque le hubiera encantado,
ya que, en nuestra posición, la prudencia era una de las virtudes más reconocidas.

Al finalizar la visita a la agencia automotriz, fuimos trasladados al negocio más


importante de la familia, la empresa “Motta International”, dedicada a la
importación y venta de todo tipo de artículos libres de impuestos. Ahí don Alberto
nos hizo varios obsequios que aceptamos con gusto, al tiempo que nos invitó a
almorzar en su casa de la propia zona libre de Colón, lugar en el que conocimos a
sus hijos, especialmente a Stanley Motta, el mayor de ellos.

Por la tarde regresamos todos, por la misma vía aérea a la ciudad capital en
donde nos esperaba ya el conductor del vehículo oficial para trasladarnos a la
residencia de la embajada.

De los diversos asuntos que nos correspondió abordar como representante de


México, fue el relativo a los connacionales residentes en el país, encontrando que
se encontraban divididos en dos grupos principales: las damas mexicanas-
panameñas (sic); y la asociación cultural mexicana. Con ambas entidades
desarrollamos acercamientos importantes que hicieron posible que integráramos
programas de promoción de México en los más amplios aspectos posibles, sobre
todo, el de promoción de nuestras raíces.

Además de esas comunidades, también encontramos en Panamá un número


creciente de connacionales presos en los distintos correccionales que había en la
ciudad capital. Con todos, que sumaban aproximadamente unos veinte, entre
quince mujeres y cinco hombres, estuvimos en contacto, y al mismo tiempo, al
menos dos veces al año les proveíamos de enseres fundamentales, sobre todo de
limpieza, abrigo y alimentación.

Por lo que respecta a los hijos, tanto Caty como Carlos Ignacio siguieron
exitosamente, cada uno por separado, sus respectivos cursos en el Colegio
Internacional. Sin embargo, en el caso de Natalia, pronto caímos en cuenta sobre
cierto tipo de características que la hacían desenvolverse de forma distinta al
promedio de niñas de su edad, partiendo del supuesto que apenas disponía de
año y medio de edad, por lo que, de inmediato, determinamos un programa que
hiciera posible, a través del estímulo, que avanzara conforme a los tiempos de la
edad que ya tenía.

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346!
A dicho fin, contratamos a una especialista en terapias infantiles, la profesora
Laura Fábrega, quien trabajó con nuestra Natalia durante, al menos, un par de
años, término que hizo posible un paulatino avance, aunque no dentro de los
términos que suponíamos debía de haber alcanzado, con respecto a su edad
cronológica.

Durante nuestra permanencia en el país, Natalia asistió a diversas instituciones


educativas, como fueron los casos de: Tu Guía, y Hogar Montessori.

Como consecuencia de lo anterior, reflexionamos sobre la posibilidad de que, a


través de la aplicación de distintas terapias, superaríamos una condición que, en
esos momentos, aún no descubríamos las causas o razones posibles que
incidieran en el comportamiento que presentaba.

El paulatino avance de la agenda bilateral hizo posible que la Subsecretaria para


América Latina y el Caribe, Rosario Green, realizara una visita a Panamá, como
consecuencia de la reunión de la comisión mixta, en la que se abordaron, con
bastante superficialidad, algunos temas de interés para ambas partes, sin obtener
resultados concretos, al menos desde la óptica que yo veía desde mi posición
como embajador.

Un segundo viaje de Rosario Green a Panamá, se dio en el contexto de una


gestión encomendada a los Cancilleres del G-3 (México, Colombia y Venezuela)
que visitaron el país, aunque en el caso de Fernando Solana, por razones no
determinadas, decidió que en lugar de que acompañara a sus colegas Noemí
Sanín (Colombia) y Luis Ochoa (Venezuela) le reemplazara la segunda de abordo.

La empresa mexicana propietaria de los tres transbordadores que cruzan en ruta


entre Puerto Vallarta, y La Paz, Baja California, propiedad del almirante Miguel
Ángel Gómez Ortega (ex Secretario de Marina) realizó servicio de mantenimiento
de sus unidades en los astilleros Braswell, ubicados en la ribera del Canal de
Panamá, en la salida hacía el Océano Pacífico.

Lo anterior, nos dio la oportunidad de contactar con los propietarios, los señores
Braswell quienes nos dieron el detalle del tipo de trabajos marítimos que
realizaban en embarcaciones como las tres que les habían sido traídas desde los
mares mexicanos.

Resulta interesante comentar que durante el período en que fueron reparados los
navíos con bandera mexicana, coincidió en las fechas en que correspondía
celebrar la primera fiesta nacional que organizamos en Panamá, para la noche del
15 de septiembre, por lo que, dispusimos de una escolta de marinos mercantes
mexicanos, quienes fueron responsables de trasladar nuestro lábaro patrio desde

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347!
las afueras del salón en donde llevamos a cabo la recepción, hasta el lugar en
donde me encontraba con Olga Inés, preparado para la ceremonia de El Grito.

Más adelante daremos los detalles de dicho festejo, por cierto muy exitoso, y
favorablemente acogido.

Por supuesto, las respectivas fiestas de cumpleaños de nuestros queridos hijos,


Caty, y Carlos Ignacio – a principios del año – fueron celebradas como
corresponde, lo mismo sucedió en el caso de Natalia, durante el mes de agosto, y
de la reina de la casa, el 14 de febrero.

Para el mes de marzo, me fue anunciado que, como representante del Presidente
de México asistiría a la inauguración de EXPOCOMER, el señor licenciado Ángel
Gurría, a la postre, Director General del Banco Nacional de Comercio Exterior,
BANCOMEXT, por supuesto, muy buen amigo. El evento, como sucede cada año,
fue muy exitoso, y me ofreció, adicionalmente, la magnífica oportunidad de
celebrar una ronda de negocios con empresarios locales y con representantes
gubernamentales, en el marco de la cual, el interlocutor de excelencia conversó
sobre las positivas expectativas para hacer negocios con México.

Además de la reunión mencionada, el Director General de BANCOMEXT tuvo la


oportunidad de percibir, de propia mano, la situación prevaleciente en el país,
sobre todo, desde la perspectiva de socio comercial para México. Como bien se
recuerda, Panamá sustenta su economía en cuatro pilares principales: la Zona del
Canal; el Centro Bancario Internacional; la Zona Libre de Colón; y el régimen de
Bandera de Conveniencia, que no es otra cosa que la puesta a disposición de un
régimen fiscal favorable en beneficio de las más grandes flotas marítimas
internacionales.

Otro evento de gran relevancia para la relación bilateral tuvo que ver con la
subasta de una de las empresas más onerosas del Estado, la compañía de
Cemento Bayano, adquirida, en subasta pública por la mexicana CEMEX,
propiedad de Lorenzo Zambrano, cuya sede principal se encuentra en la ciudad de
Monterrey, en el Estado de Nuevo León.

Tuvimos oportunidad de tratar directamente con los principales responsables de la


oferta mexicana, quienes estuvieron encabezados por el señor licenciado
Alejandro González, con quien mantuvimos el contacto hasta la culminación de
nuestra siguiente misión diplomática en la República Dominicana.

Poco a poco se fueron acumulando las acciones positivas en abono a la relación


bilateral, lo que hizo posible que nuestra representación diplomática adquiriera
mayor relevancia, si para ello se considera que durante la parte final de la

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348!
administración del Presidente Endara – quien culminó su mandato en 1994 -, las
señales fueron claras y constantes, al menos, desde nuestra perspectiva.

En el ámbito interno de la embajada, como era lógico, el ministro que había estado
como encargado de negocios durante una buena temporada, el señor Ricardo
Zaldo, fue trasladado para desempeñar una nueva misión diplomática en el
extranjero, y en su lugar fue designado Fernando Torres Vasconcelos, casado con
una nacional de Guatemala, y con quien concretamos una excelente relación
personal.

Lo mismo sucedió con el segundo secretario Tirso Beltrán, quien pasó a ocupar un
nuevo cargo en el exterior, en su lugar, la Secretaría asignó a una joven integrante
del Servicio Exterior, Martha Eugenia Tapia, con quien, a su vez, se desarrollo un
inmejorable clima de trabajo.

El caso de Víctor Hugo Gómez, trasladado a nuestra embajada en la India, es muy


particular, ya que, a él correspondía encargarse de la sección consular, lugar en
donde fueron detectadas innumerables anomalías, subsanadas posteriormente,
como resultado de los informes que hice llegar a nuestra Cancillería.

En fin, correspondía avanzar los preparativos para la primera fiesta nacional que
nos tocaba presidir, por lo que, quisimos que fuera algo muy especial, por lo que
nos empeñamos en los detalles que hicieran de nuestra conmemoración patria,
algo diferente al resto de los eventos similares, tan comunes, como aburridos.

Por lo tanto, conversamos con nuestra muy querida amiga Emilia Arosemena,
quien era socia del Club Unión, lugar en donde se disponían de un salón muy
bueno para eventos de la magnitud del nuestro, mismo que alquilamos un
adaptamos a nuestras necesidades.

Como ya se comentó, obtuvimos el apoyo de los oficiales de los barcos


transbordadores, quienes portando sus uniformes de gala, sirvieron de escolta a
nuestra bandera, misma que trasladaron hasta el frente de salón de recepciones
en donde se procedió con la ceremonia de El Grito. Además, la presidente de la
asociación cultural mexicana, invitó a un grupo folclórico de la Universidad de
Michoacán, que deleitó a toda la concurrencia.

La misma entidad cultural disponía, dentro de sus agremiados, de artistas


plásticos que contribuyeron con el diseño de una escenografía del balcón central
del Palacio Nacional (en México) utilizada en ese y otros muchos eventos más,
durante el curso de nuestra misión diplomática en el extranjero. Los adornos con
los símbolos patrios – escudos y pendones – también fueron confeccionados por

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349!
la misma asociación, por lo que nuestro menú de símbolos patrios fue muy
variado.

Unos días antes de la fiesta, doña Martha, mi querida madre, acompañada de


Karla Angélica, la sobrina, viajaron a Panamá para acompañarnos unos días,
visitando el país, y a nuestra familia. Tuvimos el gusto de recibirlas en la nueva
residencia oficial, pasear con ellas, convivir con cercanía, y hacerlas partícipes de
nuestra celebración nacional, cuyo programa, además de la recepción, incluyó el
depósito de una ofrenda floral ante el monumento a Vasco Núñez de Balboa, en el
centro de la ciudad capital.

Por lo que respecta a la fiesta propiamente dicha, la verdad, invitamos a


muchísimos representantes gubernamentales, aunque no contamos con la
participación de funcionarios de la Cancillería – por ejemplo, su titular, Julio
Linares -, aunque el gobierno nacional estuvo representado por el Vicepresidente,
Guillermo Ford Boyd, quien siempre manifestó gran simpatía con nosotros en lo
particular, y con México en lo general.

La mayoría de quienes tomaron parte de nuestro evento, salieron felices de la


recepción de la embajada, en la que, tal cual se adelantó, fue preparado un
excelente menú de opciones, entre las que se destacaron, además de la
presentación del Grupo Folclórico de la Universidad de Michoacán, la ceremonia
de El Grito, así como los honores previos a la enseña patria.

Me gustaría comentar un detalle que me dejó perplejo, ya que la presidente de la


asociación cultural mexicana, tuvo la iniciativa de organizar unas dos
presentaciones adicionales del ballet, mismas que, con los recursos provenientes
de la recaudación de boletos, se podría hacer una donación para las obras
sociales de la primera dama, que en el caso de Panamá, la oficina estaba
manejada por la señora Marcela Endara, hija del Presidente de la República.

A dicho fin, solicitamos una cita, misma que nos fue concedida, y en el marco de la
misma, planteamos la posibilidad de ofrecer en donación los recursos obtenidos
de sendas presentaciones de nuestro ballet folclórico. La respuesta de la señora
Endara, aunque fue cortés, se dio en el sentido negativo, por lo que nuestro
proyecto no tuvo un feliz término.

Un evento que causó mucha tristeza, al tiempo que luto nacional, fue el sensible
fallecimiento del Ministro de Relaciones Exteriores, Julio Linares, acaecido el 28
de octubre de ese año, por causas naturales, determinadas por un padecimiento
respiratorio.

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350!
Se ofreció un acto religioso en su memoria, al tiempo que el gobierno determinó
tres días de duelo nacional. En su lugar, al menos de forma interina, se designó
como encargado al Ministro de la Presidencia, Julio Harris, y más tarde, se
formalizó la designación de José Raúl Muliño, vicecanciller, como titular de la
cartera.

En el marco del acuerdo de convalidación de sentencia penales, suscrito entre


México y Panamá, se obtuvo la autorización para el traslado a nuestro país de tres
reos, dos hombres y una mujer, acusados de delitos contra la salud, a los fines de
que purgaran sus respectivas condenas en cárceles en territorio nacional En ese
sentido, la Procuraduría General de la República envió un avión especial, así
como a varios agentes federales para que materializaran el traslado.

Unos meses más tarde, y como consecuencia del traslado de Hugo René Oliva a
una nueva comisión, fue adscrito el buen amigo Rafael Cortés, quien se convirtió
en un especialista de los temas de administración, tal cual lo venía haciendo su
predecesor. En dicha ocasión, Rafael se había casado en segundas nupcias con
una chica española, con la que vivió la experiencia de Panamá.

Con quien también tuvimos una excelente relación personal fue con el señor
Lucas Zarak, del Partido Arnulfista, y presidente del Congreso unicameral, quien
además era un hombre económicamente poderoso que se encontraba disfrutando
de las mieles de un segundo matrimonio con una señora mucho más joven que el.

Fue él quien influyó en forma determinante para que el gobierno del Presidente
Endara ofreciera asilo político al ex presidente de Guatemala, Jorge Serrano Elías,
quien propició un golpe de estado en su país, el 25 de mayo de 1993. Se mantuvo
en el poder, únicamente siete días, ya que el 1º de junio fue depuesto y trasladado
a la ciudad ístmica, en donde reside todavía, dedicado a los negocios de bienes
raíces e inversiones, gracias a los recursos obtenidos como consecuencia de su
corto mandato presidencial.

El siguiente año, fue muy importante, no sólo por el hecho de que Carlos Ignacio
decidiera hacer su primera comunión, y a tal fin, tuve la oportunidad de conversar
con el nuncio apostólico, monseñor Osvaldo Padilla, quien con mucha simpatía
accedió a proceder con la preparación del joven alumno, al que introdujeron en el
catecismo y en la liturgia religiosa del caso.

Una vez culminó su preparación, se dio el gran día de la celebración de su primera


comunión, evento que reunió a casi todos sus amiguitos del colegio, así como a
otros niños y niñas con los que comenzaba a cultivar una tierna amistad. Tuvimos
el gusto del que doña Fabiola, la abuelita del consagrado, estuviera en Panamá

!
351!
para acompañarnos al evento, mismo que una vez fuera celebrado, propició la
posibilidad de ofrecer una recepción en su honor.

Bueno, desde el punto de vista personal y familiar, esa fue la novedad más
destacada, junto con la visita a Panamá de doña Fabiola, la que, aprovechó la
oportunidad para barrer por todo el comercio local, acompañada al efecto tanto por
Olga Inés, como por Emilia Arosemena, quien a la fecha, ya se había convertido
en una gran amiga de mi muy querida cónyuge.

Realizamos también un viaje por tierra a Costa Rica, partiendo desde la ciudad de
David, al menos yo, ya que había ido a realizar una jornada de promoción sobre
México; al terminar esa actividad, volaron desde la ciudad capital en un avión de la
empresa Alas de Panamá, Olga Inés y los tres hijos. Desde ese punto cruzamos
la frontera en común, y nos adentramos hasta la ciudad de San José.

El viaje tuvo algunos inconvenientes, sobre todo, por el hecho de que un colega de
la embajada de México no encontró mejor lugar para alojarnos que un punto como
a 90 kilómetros de la capital – un hotel campestre bastante interesante -. Por
nuestra parte, poco nos importó el desaguisado, ya que nos divertimos mucho y
aprovechamos para probar nuestro nuevo auto, el Jaguar XJ-6 cuyo manejo fue
muy conveniente.

Por lo que respecta al diario acontecer, y una vez que regresamos a Panamá, el
evento de mayor relevancia, fue el proceso electoral del 8 de mayo, en el cual fue
electo como Presidente de la República, con el 33% del voto universal, el doctor
Ernesto Pérez Balladares, quien asumió su mandato el día 1 de septiembre
siguiente.

En el caso de México, 1994 fue un año devastador, si para ello se consideran


varios hechos, como fueron los casos del surgimiento del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional EZLN, el día 1 de enero, fecha exacta en que inició su
vigencia el Tratado de Libre Comercio para América del Norte, entre México,
Canadá y los Estados Unidos de América.

Ese mismo año, que por cierto, se celebraron elecciones federales en México, fue
asesinado el 23 de marzo, Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la
Presidencia de la República, tragedia que, de una u otra manera, puso en riesgo la
estabilidad política de nuestro país, así como la celebración de las propias
elecciones federales del primer domingo de julio.

Ante la magnitud de dicho acontecimiento, el régimen político de nuestro país,


encontró una salida – afortunada – para paliar dicha coyuntura, en la persona de
Ernesto Zedillo Ponce de León, quien asumió la estafeta como candidato del

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352!
partido hegemónico, obteniendo, durante el proceso comicial, un triunfo
indiscutible, tal cual pudo ser verificado por los observadores internacionales que,
por vez primera en nuestra historia republicana, fueron invitados por nuestro país
para presenciar la jornada electoral.

Dentro de dichos observadores internacionales, fue invitada por Panamá, la


señora Julia Regales de Woolchon, perteneciente al Partido Demócrata Cristiano,
e integrante del equipo de campaña del candidato presidencial por dicho
movimiento político.

En Panamá, los acontecimientos acaecidos en nuestro país hicieron cimbrar


algunos institutos políticos, como fuera el caso del PRD, y de su candidato
presidencial, el doctor Ernesto Pérez Balladares, quien se hizo presente en la
sede de la embajada de México para presentar su pésame, así como organizar
una ceremonia religiosa en memoria del candidato fallecido.

Otra visita relevante fue la del buque escuela “Cuauhtémoc” de la Armada de


México, quien realizó una visita operacional al país en ruta hacia su programa
anual de entrenamiento de cadetes. La estancia fue de aproximadamente tres
días, al término de los cuales fue posible para nosotros le acompañáramos en el
cruce por la Zona del Canal de Panamá, cuya travesía es de, aproximadamente,
ocho horas.

La cercanía con el futuro Presidente de la República, y con su esposa, la señora


Dora Boyd, fue muy conveniente para nosotros, ya que, el equipo de la familia
Gutiérrez Gaviria, tuvo la oportunidad de disponer de una positiva relación con
ambos, misma que hizo posible la apertura de muchas puertas, sobre todo, a partir
del momento en que fuera electo con Presidente de la República, ocasión que hizo
posible que programara un viaje a México, con el fin de propiciar la mayor
cercanía con la administración de nuestro país.

A dicho viaje, al que fue con su señora esposa, le acompañamos con Olga Inés
por lo que fuimos testigos de la deferencia con que se le fue tratado a todos los
niveles, lo que ofrecía un panorama muy positivo para la relación bilateral, tal cual
nos lo confiaran ambos, durante uno de los recesos del viaje a México.

Se incluyó en el marco de esa visita un encuentro con el empresario mexicano


Carlos Slim, quien ofreció a Pérez Balladares una cena, en su residencia
particular, a la que tuve el gusto de asistir, y con ello, ser testigo de un evento de
la más absoluta relevancia entre un exitoso emprendedor, y un futuro presidente
de su país.

!
353!
A la toma de posesión de Pérez Balladares, asistió, como representante de
México, el Canciller, Manuel Tello Macías, quien hizo su arribo la víspera del
evento, pautado para el 1 de septiembre del propio año de 1994. Nos
correspondió recibirlo en el aeropuerto internacional de Tocúmen - llegó
acompañado de su esposa y de un amigo, el señor Juan Barragán -, a bordo de
un avión de la Fuerza Aérea Mexicana FAM, mismo que, una vez cumplida su
misión se devolvió a nuestro país, no sin antes verse envuelto en un inconveniente
mayúsculo, ya que, en el compartimiento de equipaje, se mantuvo la maleta de
nuestro Canciller, quien montó en cólera al darse por enterado que no había sido
trasladada hasta su hotel.

Afortunadamente, Olga Inés tomó la iniciativa, y de inmediato se comunicó con las


autoridades del Salón Diplomático, a las que solicitó detener la salida del avión,
hasta en tanto no se desembarcara el equipaje del Secretario de Relaciones
Exteriores, así como de los integrantes de su comitiva oficial.

Salvado dicho inconveniente, el Secretario asistió, tal cual estaba previsto, a la


ceremonia oficial, de posesión del nuevo Presidente de Panamá, el doctor Ernesto
Pérez Balladares, realizada en la sede del Congreso (unicameral).

Al término de los actos oficiales, y junto con los integrantes de su comitiva,


regresó a México en vuelo comercial.

El nuevo gobierno incluyó, dentro de los cargos de más alta representación, el


nombramiento de Samuel Lewis, como Ministro de Relaciones Exteriores, con
quien el embajador de México, ya había cultivado una excelente relación personal,
misma que se tradujo en la posibilidad de disponer de buenas posibilidades de
acceso e interlocución, a los fines de la agenda bilateral.

Dicha agenda se vio enriquecida desde un principio, ya que, en el corto plazo,


tanto representantes gubernamentales, como potenciales inversionistas
mexicanos viajaron a Panamá, con el fin de manifestar su interés por ampliar los
espacios de interacción, en beneficios de ambas partes.

La primera visita importante, fue la del Presidente Carlos Salinas de Gortari, quien
realizó un viaje relámpago – de más o menos doce horas – a la ciudad capital del
país, en donde se abordaron los temas más determinantes para iniciar una nueva
interacción en el ámbito bilateral.

El día de la llegada, sucedió un evento que me puso los pelos de punta, ya que,
como era habitual, los días previos a la fecha de la visita, habíamos coordinado
con la avanzada de México, los detalles relativos al programa, pautando un

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354!
encuentro en el aeropuerto internacional de Tocúmen, al menos dos horas antes
de la llegada de nuestro primer mandatario.

Sin embargo, el día de inicio del programa, fui convocado por el Canciller, Samuel
Lewis, a su despacho oficial – se había cambiado la sede, y ahora se ubicaba en
la zona de áreas revertidas -, desde donde, según me dijo, acompañaríamos al
presidente Pérez Balladares al aeropuerto internacional. Nunca imaginé que el
viaje que iniciamos desde el inmueble en donde funcionaba el Ministerio, hasta el
Palacio Presidencial de las Garzas, y de ahí, al aeropuerto internacional,
pudiéramos realizarlo en menos de una hora, por lo que, mi estado de ánimo, era
pésimo, ya que el vuelo del Presidente de México tenía un itinerario que conocía
yo muy bien.

Para mi tranquilidad, a nuestra llegada al Palacio de las Garzas, el Presidente me


dijo que lo iba a acompañar a estrenar su helicóptero, y que a bordo del mismo,
haríamos el recorrido hasta el aeropuerto internacional de Tocúmen, en un vuelo
que duraba apenas diez minutos.

Mientras sobrevolábamos la ciudad capital, en ruta hacia nuestro destino, en el


horizonte se podía ver la maniobra de aproximación del avión presidencial TP01,
de la Fuerza Aérea Mexicana, que hizo su arribo al lugar determinado para el
aterrizaje, dos minutos después de nuestra llegada en el torocóptero, apelativo
con el cual se distinguió el helicóptero presidencial de Panamá.

La visita, aunque breve, fue muy exitosa. Lo primero que Pérez Balladares confió
a su colega mexicano, fue que, lo felicitaba, por haberme designado como
embajador, ya que, según expresó, se habían dado las condiciones de empatía
necesarias para que fuera yo un digno interlocutor de los intereses de nuestro país
en Panamá.

Como era de suponer, me dio muchísimo gusto tal distinción – que agradecí – así
como la deferencia de haber dispuesto una mesa especial – durante el almuerzo
oficial ofrecido al Presidente Salinas de Gortari – en el que estaban, además de
los dos presidentes, sus cancilleres, y el embajador de México. Confieso que me
sentí un poco intimidado, pero no me amilané, y mantuve una posición lo más
acorde posible con las circunstancias.

El día 29 de noviembre celebramos con Olga Inés nuestro vigésimo aniversario de


feliz matrimonio. La verdad, organizamos una reunión privada y nos
intercambiamos algunos obsequios, en mi caso, le hice entrega de un bello collar
en oro, junto con su libertad personal. A partir de esa fecha, según ambos
interpretamos, nuestra relación había llegado a estadios superiores, por lo que,

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355!
nada que sucediera en el futuro, podría incluir en nuestro estado de ánimo como
pareja.

Por lo que respecta a la relación bilateral, muchos empresarios exitosos visitaron


Panamá, interesados en participar en las licitaciones para la realización de los
proyectos de obras públicas que había propuesto la administración de Pérez
Balladares. Dentro de la lista de emprendedores importantes, se destacan: David
Peñalosa, Presidente de Tribasa; José Andrés de Oteyza, del mismo grupo, así
como otros constructores con experiencia, sobre todo en carreteras, puentes y
grandes proyectos urbanos.

Lo curioso del caso, es que cada vez que recibía el Presidente a un empresario
mexicano, me convocaba para que le hiciera compañía, y en todo caso, al menos,
hacer acto de presencia. Este trato especial que recibí del alto dignatario
panameño, se siguió observando durante el resto del tiempo que duró mi misión
diplomática en Panamá, aproximadamente el mes de mayo del siguiente año.

Mientras eso sucedía, en México se celebraron elecciones federales, alzándose


con el triunfo el candidato del PRI, Ernesto Zedillo Ponce de León, quien una vez
ungido por el Congreso, es decir, declarado formalmente como Presidente
Constitucional, programó una gira por diversos países de la región, entre los que
se incluyó a Panamá, lugar al que llegó, puntualmente, el mes de noviembre.

La recepción, como era de esperarse, fue muy cálida, y sucedió un hecho


parecido a lo que comenté se presentara durante la breve visita de Salinas de
Gortari, es decir, Pérez Balladares volvió a señalar su complacencia con mi
trabajo, lo que, de una u otra manera, era una especie de reconocimiento a las
labores que había yo desempeñado durante el tiempo de mi misión diplomática en
el país.

El Presidente Zedillo anunció que durante su administración, priorizaría las


relaciones con los países de la región, por lo que, Panamá, dispondría de un
aliado estratégico en la procuración de los temas de la agenda bilateral.

A la ceremonia de toma de posesión de nuestro Presidente, el doctor Pérez


Balladares encabezó la delegación de Panamá, por lo que recibí instrucciones de
trasladarme a nuestro país, con el fin de acompañar al ilustre invitado durante su
estancia en México, que no se prolongó más allá del día dos de diciembre.

No obstante, acompañaron al Pérez Balladares, también, el Canciller Samuel


Lewis, y un par de funcionarios de alto nivel.

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356!
Lo anterior, me dio la magnífica oportunidad de estar presente en los actos
correspondientes a evento tan relevante, llevado a cabo en nuestro país, al que
viajé unos días antes, a los fines de coadyuvar en lo que correspondía en lo
relativo a la delegación panameña.

Por lo que, desde su llegada, hasta la finalización de los actos protocolarios,


incluida la ceremonia en la sede de la Cámara de Diputados – constituida en
Congreso General -; la cena en honor de los jefes de las misiones que asistieron a
la toma de posesión; y el almuerzo en la explanada del Museo Nacional de
Antropología e Historia.

Fue muy importante este viaje, ya que, además, tuve oportunidad de estar
presente en la toma de posesión del nuevo Canciller, Ángel Gurría, con quien,
desde años atrás, me unía una excelente relación personal, además de la
circunstancia de que nuestros hijos – Caty y Carlos Ignacio – estuvieran en la
misma escuela que sus hijas, es decir, el Green Gates.

A mi regreso a Panamá, de inmediato me incorporé a las diversas actividades


incluidas en el programa bilateral, así como a la edición de un Boletín Informativo
electrónico, materializado con el fin de hacer públicas las acciones más relevantes
del entorno en común entre México y Panamá.

Unas semanas después, volví a viajar a México a fin de participar el las sesiones
de la Reunión de Embajadores y Cónsules Generales, celebrada los primeros días
de 1995.

Previo a la cita del mes de enero, aproximadamente, el día 20 de diciembre, se


produjo una situación de suma gravedad para la economía de nuestro país, como
consecuencia de no disponer de las reservas monetarias suficientes para seguir
apuntalando la paridad monetaria, cuya fijación, en ese momento era de tres
nuevo pesos por dólar.

Se supone que, al solicitar el nuevo Presidente de la República, al Congreso de la


Unión, la posibilidad de adquirir un crédito internacional por aproximadamente,
veinte mil millones de dólares, con el fin de evitar que nuestra unidad monetaria se
devaluara – como sucedió, finalmente, cayendo a un valor de $ 7.20 por dólar -, se
despertaron las alarmas económicas nacionales, lo que hizo posible que el
conocido error de diciembre, se transformara en una crisis internacional, a la que
se bautizó con el apelativo de efecto tequila, por las indudables repercusiones a
nivel mundial.

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357!
Como es bien sabido, el Gobierno de nuestro país fue, finalmente, salvado por la
administración estadounidense, encabezada por el Presidente William Clinton, la
que facilitó los recursos financieros necesarios, confiando, para ello, en su socio
comercial en apuros económicos.

Por lo anterior, una vez que concluyó la reunión de embajadores, fuimos todos
conminados para regresar a nuestras respectivas sedes laborales, con el fin de
ponernos a disposición de la comunidad internacional, y de esa manera, hacer
frente a nuestra emergencia nacional.

Un poco después de mi regreso, fui notificado de que la misión diplomática en


Panamá, llegaría su fin, para lo cual, me instruían para solicitar beneplácito a favor
de Manuel Martínez del Sobral, quien había sido designado por el Gobierno de
México como nuevo embajador en Panamá.

Con anterioridad a la finalización de la misión diplomática, el gobierno de México


convocó a la celebración de una reunión de la comisión mixta bilateral, a
celebrarse en la ciudad de México, y en el marco de la cual fueron aprobados los
programas de cooperación científico-técnica, y educativo cultural, con más de cien
acciones, para los años 1995-96.

Al regreso de la delegación panameña – yo no viajé, ya que no fui convocado -, el


Presidente Pérez Balladares quedó positivamente sorprendido, por lo que convocó
a una reunión especial, a celebrarse en el Palacio de las Garzas, a los fines de
hacer del conocimiento público la generosa oferta que nuestro país había hecho
llegar al gobierno y pueblo de Panamá.

Desde mi punto de vista, ese fue el colofón de la misión diplomática en ese país,
del que nos despedimos unas semanas después, no sin antes haber celebrado, de
forma muy especial, el dieciocho cumpleaños de Caty, quien a partir de esa fecha,
comenzó su mayoría de edad.

Antes de viajar a la ciudad de Santo Domingo, lugar al que había sido designado,
como embajador en la República Dominicana, recibí, de manos del viceministro de
Relaciones Exteriores, la Gran Cruz, placa de plata, de la Orden de Vasco Núñez
de Balboa, en reconocimiento a los valores intrínsecos de la misión diplomática
realizada en Panamá.

Otra sorpresa muy agradable, fue la invitación a un almuerzo privado con el


Presidente de la República, y con su esposa, la señora Dora Boyd, en el Palacio
de las Garzas, quienes de esa manera quisieron testimoniarnos su afecto
personal, cosechado desde la fecha de nuestra llegada al país.

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358!
Por cierto, Caty decidió en Panamá que quería ser confirmada, por lo que asistió a
un curso de preparación, en compañía de varios de sus amigos. El día de la
ceremonia, eligió a Emilia Arosemena como su madrina, y fue acompañada por
sus seres más cercanos.

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359!
Capitulo 20
Para estar en posibilidad de iniciar funciones como embajador en la República
Dominicana, fue necesario viajar a México, a los fines de elaborar la presentación
que presenté ante la comisión de Relaciones Exteriores del Senado de la
República, ante el cual comparecí a los fines de dar cumplimiento con los términos
establecidos por nuestra Constitución Política.

El día de la confirmación por el pleno, tuve el gusto de ser acompañado por doña
Martha, mi madre, y por Carlos, mi hermano.

Una vez cumplido con dicho requisito, y previo a mi viaje a la ciudad de Santo
Domingo, dejé a la familia en Panamá, ya que, en fechas cercanas a nuestro fin
de misión, Caty debería graduarse de bachillerato, como consecuencia de las
innecesarias presiones de que fui objeto por parte de Manuel Martínez del Sobral,
quien manifestó que mientras no tomara posesión, estaría sin cobrar su salario.

En fin, en mi traslado a la capital de la República Dominicana, me hice acompañar


de nuestra mascota, Jake, el perro bulldog que adquirimos durante la misión
diplomática en Panamá.

A mi llegada al país fui recibido en el salón de Protocolo del aeropuerto


internacional de Las Américas por un representante de la Cancillería, así como
dos funcionarios de la embajada, el ministro, Gil Gil Masa; y el segundo secretario
Gerardo Camacho, con quienes de inmediato nos trasladamos hacia la residencia
oficial, y de ahí, a almorzar en un céntrico restaurante de la Zona Colonial, lugar
en el que se ubicaba la nueva sede de la Cancillería, en la calle Arzobispo Merino,
esquina con calle Las Mercedes.

Además de los funcionarios citados, en nuestra representación había dos


cancilleres, una, Ana María Cassián, hermana de mi gran amigo, Salvador
Cassián, y la otra, a cargo de los aspectos administrativos de la embajada.

De inmediato tomé posesión del cargo, al tiempo que solicité a la Cancillería local
que determinara una fecha para hacer la presentación de las copias de las Cartas
Credenciales que, llegado el momento, presentaría ante el Jefe de Estado, el
doctor Joaquín Balaguer.

Fui convocado para la ceremonia de presentación de las copias de estilo, en la


que el viceministro, José Manuel Trullols, me recibió con la más absoluta cortesía,
indicándome la fecha en que se levaría a cabo la ceremonia oficial de
presentación de los originales ante el Presidente Joaquín Balaguer.

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360!
El día previo a la cita presidencial, mi amigo Mario Bello Andino, me buscó para
que lo acompañara a saludar a su hermano Rafael, quien era el Ministro de la
Presidencia, así como “mano derecha” del Jefe de Estado, quien a pesar de que
estaba prácticamente ciego, disponía de una mente privilegiada, tanto para los
asuntos de fondo, es decir, de la gobernabilidad del país, como para las
situaciones más cotidianas, como sus paseos diarios para hacer ejercicio en los
alrededores del parque “mirador sur” de la ciudad capital.

Al día siguiente, 10 de mayo, y tal cual estaba previsto, hice la presentación de las
Cartas Credenciales ante el Presidente Balaguer, en la sede del Poder Ejecutivo,
en el Palacio Nacional. Previo a la ceremonia, los representantes del protocolo de
la Cancillería me habían advertido que el doctor Balaguer suele conversar por muy
poco tiempo, más o menos, unos diez minutos, por lo que, fui prevenido para no
insistir en ampliar dicho término, con el fin de evitar un esfuerzo adicional al
anciano mandatario.

La verdad fue, que el propio Primer Mandatario, se manifestó absolutamente


cordial conmigo, y por supuesto con México, haciendo referencia a situaciones
muy agradables para él, como fue su época de diplomático en nuestro país; se
comprometió a realizar los mayores esfuerzos por alcanzar objetivos sustantivos
en la relación bilateral, y recordó con nostalgia su último viaje a nuestro país, en
ocasión de la celebración de la I Cumbre Iberoamericana, celebrada en
Guadalajara, en 1991.

Lo anterior, nos llevó, aproximadamente, media hora de conversación, por lo que,


a pesar de las advertencias de sus colaboradores del Protocolo, el Presidente
hizo, lo que estaba acostumbrado: su santa voluntad.

Acompañaron al Jefe de Estado en el acto solemne, el vicepresidente, Jacinto


Peinado Garrigoza; y el Canciller, Carlos Morales Troncoso.

Al término de la ceremonia, ofrecí una copa de champagne, en honor tanto a los


representantes de la Cancillería, como a los Jefes de Misión diplomática de los
países de América Latina y El Caribe, acreditados ante en Gobierno Nacional, y
por supuesto, de los colaboradores directos de la Embajada.

De los primeros asuntos que fue necesario abordar, el traslado al nuevo inmueble
de la Cancillería, un edificio restaurado en la zona colonial, puesto a nuestra
disposición mediante un usufructo entre ambos gobiernos, ya que, la sede con que
contábamos, no sólo era una casa privada en pésimas condiciones, sino que
seguíamos pagando recibos por concepto de arrendamiento, cuando teníamos la
posibilidad de ahorrarnos el numerario específico.

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361!
Sin embargo, para poder concretar la mudanza, era necesario disponer de dos
elementos indispensables, si para ello se considera la circunstancias que
atravesaba el país, en materia de generación de energía eléctrica, por una parte,
un equipo portátil para energía eléctrica, así como un transformador de corriente,
para bajar de la línea de alta tensión de la calle, hacia el inmueble de la embajada.

Afortunadamente para mí, la Secretaría estaba plenamente consciente de dichos


requerimientos, por lo que, les envié las cotizaciones respectivas, y de inmediato
fui autorizado para adquirirlos, por lo que, una vez instalados, procuramos
trasladarnos, ese mismo año de 1995, al inmueble en la calle de Arzobispo
Meriño, esquina con la calle de Las Mercedes.

Por lo que respecta a la residencia oficial, ubicada en la calle de Sarasota, esquina


con la calle Bohechío, en el Ensanche Bellavista, según fui informado, se habían
recibido infinidad de solicitudes para cancelar el contrato de arrendamiento, y
buscar una nueva opción, que dispusiera de las comodidades necesarias para
hacer más placentera la función del embajador y su familia.

A mi llegada al país, pude constatar que el inmueble referido disponía de lugares


en muy malas condiciones, más como consecuencia de la falta de mantenimiento,
que como resultado del deterioro propio de este tipo de propiedades, por lo que,
tras una exhaustiva búsqueda de opciones, me pareció que lo más adecuado era
permanecer ahí, y buscar que los propietarios dieran al menos una mano e gato al
inmueble.

Mientras tanto, la familia programó su viaje a Santo Domingo, lo que motivó que
yo los fuera a alcanzar en Panamá, en donde habían permanecido mientras Caty
se graduaba. De esa forma, ya estábamos juntos, otra vez, los cuatro integrantes
de la familia Gaviria Vélez.

De inmediato nos dimos a la labor de avanzar el tema escolar de Caty y Carlos


Ignacio, quienes en todo momento tuvieron al alcance de la mano las mayores
facilidades, tanto desde el punto de vista de opciones universitarias – el caso de
Caty -, como de colegios internacionales, para Carlos Ignacio, quien finalmente,
optó por el “Colegio Interamericano”, cuya sede estaba en la avenida Lincoln, de la
capital del país.

Por lo que respecta a Caty, al tiempo que hizo su solicitud de matrícula a la


Universidad Iberoamericana en México, se vinculó con la UNIBE en Santo
Domingo, a la que estuvo asistiendo por un período de tiempo bastante breve, ya
que, no se sintió a gusto en ese lugar.

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362!
Nuestra muñeca, Natalia Isabel, llegó a la República Dominicana un poco antes de
cumplir sus primeros cuatro añitos, por lo que, bien a bien, aún no habíamos
detectado el tipo de característica que presentaba, desde el punto de vista
cognitivo, ya que durante su estancia en Panamá, como se indicó, estuvo mucho
tiempo bajo la generosa preparación de una especialista, la señorita Fábrega,
quien optó por un programa de estímulos motrices como vía para actualizar sus
capacidades a las propias de una niña de su temprana edad.

Desde que estábamos en Panamá, Natalia tuvo, además de su terapista la


profesora Laura Fábregas, a una persona que se dedicó por completo a su
cuidado y atención, como fue el caso de María, a la que, incluso llevamos de viaje
a Disney World y a México, durante las vacaciones en 1994.

Por lo tanto, en Santo Domingo, procuramos una persona adecuada para atender
a nuestra nena, al tiempo que desarrollaba otro tipo de actividades propias de la
casa, en apoyo a Olga Inés. También, intentamos ubicarla en los centros
educativos más convenientes, como fueron los casos de: Caminito Infantil;
Preescolar Alván; y finalmente en Kairos centros escolares en los que tuvo una
atención especializada.

Sobre su condición cognitiva, pudimos detectar, algunas características en su


comportamiento, como fueron los casos de su rechazo de cualquier tipo de
acercamientos personales que no fueran de su estricto círculo familiar; su
aislamiento físico cuando nos encontrábamos en grupos de amigos o con
familiares; su inconformidad para permanecer mucho tiempo en lugares cerrados,
como restaurantes o reuniones en domicilios de terceros.

Fue necesario que comenzáramos a comprometernos todos y cada uno de los


integrantes de la familia por el bienestar y superación de nuestra nena; uno de los
primeros pasos fue el dividirnos por turnos para cuidarla durante nuestras salidas
a algún lugar público, por ejemplo a comer, en donde la estrategia era que cada
uno de los cuatro miembros de la familia hacía un turno para quedarse con
Natalia, y de esa manera, todos podíamos comer a gusto.

Esta solidaridad familiar fue de gran trascendencia, para comprender mejor a


nuestra nena, ya que, a partir de la misma, y de forma consciente, cada uno de los
cuatro integrantes de nuestro círculo íntimo, asumimos roles complementarios en
beneficio de quien más lo necesitaba, sobre todo, en esos momentos críticos de
su existencia.

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363!
Una vez que todos estuvimos reunidos en Santo Domingo, comenzamos con las
reparaciones que requería el inmueble de la residencia, así como la adquisición de
algunos insumos necesarios para nuestro mayor confort, como fueron los casos
de un comedor familiar, tapizado de mobiliario de las dos salas de recibo; pintura e
impermeabilización, así como el necesario mantenimiento al jardín, y a la piscina.

Mientras concretábamos las labores de adaptación, comencé lo que se denomina


la tournée diplomática, que no es otra cosa que la visita a los colegas del Cuerpo
Diplomático, comenzando por el Decano, un religioso de origen francés François
Baqué, de quien supe – a través de monseñor Padilla, Decano en Panamá – que
era un representante diplomático que poco agradaba al Papa, Juan Pablo II
(desconozco las razones, y lo cito tal cual).

Otros colegas con los que me encontré por segunda ocasión, fueron los de
América Latina y el Caribe, entre los que menciono de una forma especial a Hugo
Miranda, embajador de Chile, y a su esposa Cecilia Bachelet, quienes vivieron en
nuestro país, como asilados políticos, al tiempo que, una vez que retornó a la
democracia su gran Nación, fueron designados como embajadores en México.
Además, volvimos a coincidir con José Manuel López Barrón, y con su esposa
Mercedes, con quienes convivimos, tanto en México, como en Madrid, durante
nuestra misión en dicho país, nuestros amigos fueron designados, meses más
tarde, como embajadores de España, ante el gobierno dominicano.

Un caso significativo que quisiera resaltar, por el tipo de relación que se desarrolló,
fue el de la embajadora de los Estados Unidos de América, Dona Jean Hrinack, a
quien solicité una cita – visita de cortesía - para ir a presentarme, y como
respuesta, me hizo una invitación familiar para acudir a un almuerzo almorzar en
la residencia oficial. Ahí, fuimos recibidos por la propia representante
estadounidense, quien se hizo acompañar de su esposo Luis (de origen
mexicano), y por el hijo de ambos, Wyat. En algún momento del encuentro,
imagino para subrayar la confianza que despertamos en esa pareja, Luis me invitó
a realizar un recorrido por las instalaciones más privadas de la residencia oficial,
que observé con curiosidad e interés.

Otros amigos muy queridos fueron el Cónsul General de Suiza, Jaques Gremaud y
su esposa Monique, con quienes compartimos en muchas divertidas ocasiones
mientras estuvimos en Santo Domingo. Años más tarde, supimos que habían sido
designados como embajadores en República Dominicana, y un poco más tarde,
nos enteramos del sensible fallecimiento de la bella Monique, víctima de un
accidente doméstico en su patria. Nos dio mucho pesar conocer tan infortunada
noticia.

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364!
Con ellos nos integramos a un grupo muy agradable en el que era frecuente ver al
señor general José Aníbal Sanz Jiminian, a la postre, Jefe de la Policía Nacional, y
a su muy grata esposa, Francia.

Una vez que se concretó el traslado a la nueva sede de la cancillería, al inmueble


de la calle de Arzobispo Meriño, esquina calle Las Mercedes, comenzamos con la
programación de los diversos proyectos que habíamos elaborado para la
promoción de nuestro país, como fueron los casos del “Aula de México”, instalada
en el espacio asignado para la biblioteca de la representación diplomática, y a la
que invitamos, por regla general, a los connacionales residente, así como a
amigos dominicanos.

Gracias a la colaboración que nos fue otorgada por el empresario Pepín Corripio,
propietario de un canal de televisión, y de diversas empresas de radio,
comenzamos con la transmisión del programa sabatino “La Hora de México”, por
la estación de amplitud modulada, HIJP. Este proyecto se desarrolló,
aproximadamente, durante unas 150 horas, participando del mismo, tanto Olga
Inés, Caty, y otros invitados especiales que fueron convocados a participar, como
fue el caso del Secretario Ángel Gurría.

Otro de los proyectos que se mantuvo durante mucho tiempo olvidado, fue el caso
del conjunto escultórico a Fray Antón de Montesinos, espacio público donado al
país durante el sexenio del Presidente José López Portillo, en el ánimo de resaltar
la memoria del religioso en comento, quien llamó la atención de los
conquistadores – en pleno Siglo XVI – sobre el hecho de que los indígenas del
nuevo mundo también deberían ser considerados como seres humanos “hijos de
Dios”.

A nuestra llegada, dicho espacio estaba completamente olvidado y deteriorado,


como consecuencia de la falta de mantenimiento, y por el paso de los años.

Desde un principio, y sobre todo durante la administración del Presidente Leonel


Fernández, pugnamos por la recuperación del espacio escultórico, mismo que
podría haber sido transformado en centro de promoción de México, al menos esa
fue la idea.

En la República Dominicana siempre nos sentimos muy a gusto, ya que, como


país, dispone de lugares increíbles para visitar, tanto en la ciudad capital, como a
lo largo y ancho de los muchos centros turísticos, ubicados dentro de su litoral
marítimo. Además, por lo que respecta a mi desempeño como embajador, los

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365!
muchos retos que enfrenté en pos de alcanzar los mayores avances en beneficio
de la relación bilateral

Por su fama internacional, destacamos, entre otros centros turísticos, La Romana,


Altos de Chavón, Punta Cana, Puerto Plata, Samaná, Juan Dolio, Boca Chica, y
un amplio etcétera, lugares en los que estuvimos, y disfrutamos de sus hermosas
playas, así como otros sitios de interés.

Otro de los monumentos destacados de la obra del Presidente Balaguer, fue el


Faro a Colón, un impresionante – e inútil – inmueble ubicado a un costado de la
zona colonial, en el que, dentro de una cripta, fueron depositados los restos
mortales del descubiertos, el Almirante Cristóbal Colón. La verdad sea dicha, el
Gobierno de España nunca ha reconocido que los verdaderos restos mortales del
ilustre navegante, sean los que se encuentran en dicho espacio monumental, ya
que arguyen que, los restos del famoso genovés reposan en la Catedral de
Sevilla.

A pesar del debate binacional, la verdad sea dicha, el gobierno dominicano erogó
una verdadera fortuna en la construcción de dicho monumento, mismo que es
alumbrado muy de vez en cuando, ya que uno de los más grandes problemas de
infraestructura que padece el país, es la falta de generación de energía eléctrica
suficiente, como para que el país salga del rezago en el que se encuentra.

En algún momento de nuestra estancia en la capital del país, realizamos una visita
oficial al monumento, en donde fuimos recibidos por el señor gobernador, e
inauguramos un salón que lleva por nombre el de nuestro país.

Por lo que respecta a la relación bilateral, la subsecretaria para América Latina y el


Caribe, Rosario Green, realizó una visita en la que se abordaron temas de interés
para las relaciones entre México y la República Dominicana. Como suele suceder,
nosotros fuimos unos excelentes anfitriones, partiendo del supuesto que, por
razones que desconozco, la subsecretaria fue siempre una persona difícil de
carácter, no intentamos congraciarnos con ella, al menos, de forma más personal.

De forma paralela a los estudios que había iniciado, Caty comenzó a interesarse
por desarrollar alguna actividad laboral, ya que disponía no sólo de tiempo, sino de
entusiasmo para comenzar con su cosecha propia de logros personales.

Uno de los sitios en los que tocamos la puerta, fue la oficina del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD, cuya dirección estaba a cargo del
señor Paolo Oberti, de nacionalidad italiana, y con amplia experiencia en la
conducción de una representación con alto impacto en lo que a la cooperación
internacional se refiere.

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366!
El señor Oberti, de inmediato, se interesó por el potencial que vislumbró en Caty,
quien, en breve comenzó a desempeñarse en la oficina del PNUD, en donde le
fueron encargadas responsabilidades vinculadas a los proyectos de educación y
cultura, mismos que manejó con gran éxito, durante un período de tiempo.

A las inquietudes laborales, también se hicieron presentes otras, más relacionadas


con los medios masivos de comunicación, ambiente en el que incursionó con
bastante éxito, especialmente, en el canal musical Mango TV, propiedad del muy
conocido músico y compositor Internacional, Juan Luis Guerra. Caty fue una de
sus estrellas y conductoras de diversos programas juveniles.

La primera fiesta nacional que nos tocó celebrar un evento especial y diferente, ya
que organizamos una cena previa a la ceremonia de El Grito, misma que fue
acompañada por la presentación de un grupo de baile, el de la Universidad de
Michoacán, al que invitamos como consecuencia del éxito que había obtenido, en
sus presentaciones en Panamá, durante nuestra anterior misión diplomática.

Antes de viajar a esta nueva sede, tuve la oportunidad de entrevistarme con mi


predecesor, Fernando Benítez, conocido intelectual mexicano, quien me dio
algunos sugerencias importantes, cuya pauta fue de gran utilidad para el
cumplimiento de la misión diplomática que me había sido encomendada. De los
diversos consejos de que fui objeto, el caso de la señora Rosa María Vicioso, en
esa época directora del Museo de las Casas Reales, fue quizá, el más
conveniente, ya que el ex embajador había estado enamorado de esta especie de
diva cinematográfica, ya que, señaló que disponía de un rostro muy parecido a
Catherine Deneuve.

Por supuesto, un poco después de nuestra llegada contacté con la dama


señalada, quien desempeñaba un papel significativo en el contexto de la
promoción social y cultural de la vida en Santo Domingo, en donde se encontraba
la sede de su institución, en la Zona Colonial, en la calle de Las Damas,
reconocida mundialmente, por haber sido la primera de que dispuso en el siglo
XVI la ciudad capital.

Por lo que respecta a la Cancillería local, en el protocolo se encontraba como su


titular, el embajador José Nadal Rincón, quien disponía de un despacho en la
casona sede de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, en la que
funcionaban la mayoría de dependencias adscritas, entre las que se encontraba la
Departamento de Asuntos Culturales, cuyo encargado era el embajador Manuel
Morales Lama, de quien tuvimos noticia desde que estuvo, en compañía de su
esposa, Margarita Vicens.

!
367!
En el Palacio Presidencial funcionaba, a su vez, una oficina de protocolo, al frente
de la cual se encontraba el embajador Roberto Blandino, sobrino de un ex
embajador de República Dominicana en México, con el que tuvimos una excelente
relación personal, durante el tiempo de nuestra última comisión en nuestro país.

Otro ex embajador dominicano con el que buscarnos vincularnos, fue Luis Gómez
Ceara, quien estuvo destacado, también, en México, durante los años sesenta,
cuando ingresé a la Cancillería, ya que él tenía un hijo, más o menos de mi edad,
con quien cultivé una muy buena relación personal.

El esquema político que nos tocó vivir a nuestra llegada a la República


Dominicana, pronto sufrió transformaciones relevantes, ya que, los tres partidos
más importantes, es decir, el Reformista Social Cristiano, PRSC; el Revolucionario
Democrático, PRD; y el de la Liberación Dominicana, PLD, comenzaron sus
respectivas campañas para las elecciones efectuadas durante la primavera de
1996.

El partido que comenzó con mayor anticipación –desde el mes de mayo de 1995 -,
fue el PLD, cuyo fundador, el profesor Juan Bosch – a quien tuve la suerte de
conocer personalmente -, sufrió diversos quebrantamientos de su salud,
consecuencia de enfermedades como el Alzheimer, que motivaron su incapacidad
para volver a participar como candidato presidencial. En su lugar, la convención
nacional designó a un joven y destacado seguidor del pensamiento del legendario
líder político, el doctor Leonel Fernández Reyna, quien estuvo acompañado como
candidato vicepresidencial del doctor Jaime David Fernández Mirabal (nieto de
una de las famosas hermanas Mirabal, sacrificadas por la dictadura de Rafael
Leónidas Trujillo).

Acto seguido, el gubernamental PRSC, que escogió como candidato presidencial


a Jacinto Peinado Garrigoza, quien fue acompañado de la empresaria Maribel
Gasol, como candidata a la vicepresidencia. Dicha selección se dio como
consecuencia de que el entonces presidente, Joaquín Balaguer, disponía de un
impedimento constitucional para volver a presentarse como candidato,
circunstancia que hizo posible su retiro definitivo de la política local.

Mientras esto sucedía, el evento de mayor significado desde el punto de vista


familiar, fue nuestro viaje a Colombia, en ocasión de conmemorarse los cincuenta
años de matrimonio de don José con doña Fabiola (abril de 1946).

!
368!
A la fiesta organizada por todos los hermanos, asistimos, hijos, hijas, cónyuges, y
nietos, además de los familiares más cercanos de los homenajeados. El acto
central fue la celebración de una eucaristía, seguido de una fiesta, todo ello, en la
finca/residencia de José Obdulio y Carmenza, en Copacabana, a las afueras de la
ciudad de Medellín.

Por lo que respecta a las elecciones se desarrollaron, en una primera vuelta, el 16


de mayo de 1996, sin que alguno de los tres principales contenedores obtuviera el
cincuenta más uno de los votos totales del proceso, por lo que fue necesario
convocar, 45 días después a una segunda vuelta, en la que optarían por el cargo
los dos partidos que habían alcanzado el mayor porcentaje de votos, en todo caso,
el PRD, con el 41.1%; y el PLD, con 38.9%.

Para la segunda vuelta, programada para la tercera semana de junio, los dos
principales partidos buscaron, con todos los recursos válidos, la preferencia
electoral, cuya balanza se inclinó a favor del PLD, y de su candidato, Leonel
Fernández Reyna, quien obtuvo en su conteo personal, el 51% del total de votos
emitidos, gracias al apoyo que le fuera exteriorizado por el PRSC, contra el 49%
de su más cercano contrincante, el doctor José Francisco Peña Gómez, del PRD,
quien aceptó con desagrado su derrota.

De forma previa a la celebración de esta segunda vuelta, una delegación de


dirigentes políticos de nuestro país, de los partidos PRI y PRD, viajó a la ciudad de
Santo Domingo, con el fin de realizar un trabajo de observación del proceso, así
como para celebrar una reunión informal de la Confederación Permanente de
Partidos Políticos de América Latina COPPPAL, misma que tenía una cercana
relación con el PRD local, así como con su candidato José Francisco Peña
Gómez, de quien se esperaba el voto favorable a favor de México, para vincularse
a la Internacional Socialista, de la cual, el PRD dominicano, ejercía la
Vicepresidencia Internacional.

En verdad, nunca me hubiera enterado de esa visita, de no ser por el hecho de


que mi muy buen amigo, el embajador de Chile, Hugo Miranda, me invitara a su
residencia oficial, a fin de participar en una parrillada que organizó a sus amigos
de nuestro país.

Ahí tuve el gusto de saludar a Porfirio Muñoz Ledo, quien iba con su esposa del
momento, y a la señora María Emilia Farías – que aunque no era legisladora, era
dirigente de COPPPAL -, además de buena amiga desde nuestra época en
Grecia, país al que viajó como parte de una delegación parlamentaria a la que
recibimos, cuando estuvimos adscritos a dicho país.

!
369!
Por lo que respecta a Muñoz Ledo, lo invité con su esposa para ir a dar una vuelta
por los entornos de la ciudad capital, culminando nuestro periplo en Boca Chica,
en donde almorzamos en el restaurante Neptuno, lugar en el que siempre se
servía excelente comida, rociada con vinos de calidad. La esposa de Muñoz Ledo
quedó encantada, aunque el dirigente político no paraba de protestar de forma
injustificada.

Una vez declarado Presidente electro, el doctor Fernández me buscó para poder
conversar sobre temas de interés bilateral, específicamente, en lo relativo a los
supuestos previstos en el marco del Acuerdo de San José, del que la República
Dominicana era un cliente asiduo, ya que para ese entonces, nos compraba veinte
mil barriles diarios de crudo, cuyo valor agregado, a la luz del acuerdo referido,
representaba para el país la posibilidad de disponer de hasta 120 millones de
dólares, utilizables en proyectos de desarrollo.

Los términos determinados por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público para


disponer de dichos recursos, establecían que los mismos deberían erogarse en
proyectos con un contenido mínimo de 80% de insumos mexicanos, por lo que, de
una u otra manera, se encontraban prácticamente atados a nuestra disponibilidad;
otro candado que hizo complicado el acceso dominicano, tenía que ver con la
capacidad de pago de los países beneficiarios, por lo que, la República
Dominicana, en esos momentos no tenía credenciales suficientes, como
consecuencia de un viejo adeudo que había cancelado a través de la adquisición
de deuda mexicana en el mercado internacional.

Dicho pago cerró las puertas de República Dominicana al fondo del Acuerdo de
San José, ya que nuestro gobierno, tras arduas gestiones de nuestra parte,
condicionaron la entrega de recursos a que el país se vinculara con el Banco
Centroamericano de Integración Económica BCIE.

La petición que me formuló el Presidente Fernández era muy simple: solicitar al


gobierno de México que esperara hasta después del 16 de agosto – fecha en que
tomó posesión de la jefatura de estado -, para conversar bilateralmente la
utilización de los fondos disponibles.

Por mi parte, trasladé la petición a las autoridades competentes, vía la Secretaría,


a los fines de ir armando una agenda bilateral de cara a la nueva administración
que, en breve, asumió en poder en el país.

Antes de posesionarse el nuevo gobierno, tuvimos información, por parte de la


empresa Ingenieros Civiles Asociados ICA, de la existencia de un magnífico
proyecto de inversión: La Rosario Dominicana, la mina de oro, a cielo abierto
mayor del mundo (según los funcionarios dominicanos), por lo que, dentro del

!
370!
ánimo de interesar a inversionistas mexicanos, busqué dentro del Grupo Bal, en el
que trabaja doña Martha, la posibilidad de interesar al señor licenciado don Alberto
Bailleres, Presidente del Consejo de Administración del Grupo Bal y de Industrias
Peñoles de México.

La respuesta fue favorable, por lo que, en breve plazo, nos visitó el señor
ingeniero Jaime Lomelí, Director General de Industrias Peñoles de México, con
quienes fuimos hasta el yacimiento, lo recorrimos, se tomaron diversas muestras –
por especialistas en la materia -, y conversamos, tanto con el administrador de la
empresa, el general Antonio Imbert, como con el gobernador del Banco Central, el
doctor Héctor Valdez Albizu

A pesar de que dicho negocio nunca fue concretado, los espacios de interacción
para empresarios mexicanos comenzaron a abrirse paulatinamente, tanto como
consecuencia de las circunstancias económicas de la República Dominicana –
crecimiento sostenido superior al 7% anual -, como por la acción de la propia
embajada, cuyas iniciativas fueron muy amplias e interesantes, como sucedió,
nuevamente, con el caso de CEMEX, empresa que adquirió una productora de
cemento en este país, a través de una negociación directa, y sobre la que tuvimos
conocimiento, gracias a la información que nos fue proporcionada por el buen
amigo Alejandro González, quien para ese entonces seguía escalando peldaños
dentro de la escala ejecutiva de su empresa en nuestro país.

Otro negocio que promovimos, directamente, fue el de servicio telefónico, ya que,


de conformidad con la información que manejamos, la República Dominicana es el
cuatro usuarios internacional de servicio de larga distancia hacia los Estados
Unidos de América, detalle que conversé, directamente con el empresario Carlos
Slim, quien me honró al recibirme en sus oficinas en México, junto con Jaime
Chico Pardo, quien en ese momento era Director General de Teléfonos de México.

Comenté al señor Slim que la República Dominicana disponía, en ese momento,


de cuatro concesiones, otorgadas a particulares, para el suministro de servicio
telefónico. El tema interesó mucho al empresario mexicano, al grado de que envió
a uno de sus ejecutivos con el fin de sondear la posibilidad de invertir en el país,
proyecto que culminó – años más tarde – con la compra de CODETEL, que es la
empresa más grande del país.

Una vez que tomó posesión el nuevo Presidente de la República, el 16 de agosto


de 1996, las posibilidades de ampliar el espectro de la relación bilateral, se fue
ampliando, no sólo como consecuencia de la promoción que realizaba nuestra
embajada, sino como una acción espontánea, derivada, entre otras cosas, como

!
371!
ya se comentó, de los excelentes resultados macroeconómicos que presentaba
como país.

Como representante oficial del gobierno de México a la ceremonia de toma de


posesión del nuevo primer mandatario, viajó a Santo Domingo, el Canciller, Ángel
Gurría, con quien tenía – tal cual ha sido ya comentado – una magnífica relación
personal, misma que siguió cultivándose como consecuencia de dicho encuentro
en el que, además de atender los diversos actos protocolarios, le organizamos una
agenda bilateral en donde incluía un encuentro privado con el Presidente Leonel
Fernández; una visita a la Embajada, para asistir a una sesión del Aula de México
(con asistencia de mexicanos residentes); una presentación en nuestro programa
La Hora de México; y una entrevista con los integrantes de la Cámara de
Comercio domínico-mexicana, de reciente creación.

Además, el Canciller tuvo oportunidad de ser testigo de la labor que Olga Inés
estaba desarrollando en la embajada, en cuya sede disponía de un espacio para
apoyar en todo lo relativo a la parte informativa y cultural, así como lo que tenía
que ver con nuestro programa radial de La Hora de México.

El Secretario partió muy motivado, anunciándome que, en breve, se buscaría que


se reuniese la Comisión Mixta Intergubernamental, cuya sesión se desarrollaría
justamente, en la ciudad de Santo Domingo, ese mismo año.

Por lo que respecta a la configuración del nuevo esquema directivo de la


Cancillería, fue designado Secretario de Estado, Eduardo Latorre, intelectual de
muchos quilates – según manifestaban quienes lo conocían – quien, desde un
principio, imprimió un toque personal en la conducción de los asuntos en materia
de política exterior. Una de sus primeras acciones fue la de “vetar” la posibilidad
de que representantes extranjeros tuvieran la posibilidad de comunicarse
directamente con el Jefe de Estado.

Dicha determinación, tuvo su fundamento en el hecho de que varios jefes de


misión diplomática – como fue mi caso – disponíamos de una interlocución directa,
es decir, a veces, el propio presidente me buscaba, con el fin de desahogar algún
punto de interés bilateral, circunstancia que nunca fue del agrado del Canciller
Latorre.

Por lo demás, el resto de interlocutores en la sede de la Secretaría de Estado,


fueron cambiando, paulatinamente, aunque algunos, como fue el caso de Guido
de Alexandre, Subsecretario para Asuntos Bilaterales, conservaron su posición,
encontrando nuevos colegas con el mismo rango, como fue el caso de la
Subsecretaria Minou Tavares de Mirabal, otra de las integrantes de la famosa
familia Mirabal asesinada durante el gobierno de Rafael Leónidas Trujillo.

!
372!
En esa época de comienzos de la administración del Presidente Fernández, se
expidieron una infinidad de cargos con rango de embajador a personalidades
vinculadas al partido en el poder, el PLD, entre otros el de la señora Jenny
Podestá de Vázquez, esposa de Hernán Vázquez, amigo y discípulo de Juan
Bosch, así como del Presidente de la República.

Debo señalar que, justamente, gracias a los buenos oficios del señor Hernán
Vázquez, es que pude acceder directamente al que en esos momentos era ya, el
nuevo Jefe de Estado. Por lo demás, como corresponde, era mi obligación, como
embajador, buscar, por vía de todo tipo de relaciones, el mayor acercamiento
hacia quienes estaban en la cúpula del poder político del lugar en donde estaba
acreditado, como fue el caso.

A partir de los hechos señalados, se comenzó a estructural una nueva agenda


bilateral, mucho más actualizada y con nuevos elementos, como sería el caso del
aprovechamiento que el país deseaba hacer con los recursos provenientes de los
fondos del Acuerdo de San José, sobre los que presentaron un proyecto para
financiar la modernización del transporte, así como otros vinculados con la
posibilidad de realizar experiencias compartidas en materia energética, por
enumerar algunos.

Antes de finalizar ese año de 1996, se programó en la ciudad de Santo Domingo,


la reunión de la Comisión Mixta Intergubernamental, presidida, por nuestra parte,
por el Subsecretario Juan Rebolledo, por cierto, muy buen amigo, y compañero de
muchas giras internacionales – de la época del sexenio de Carlos Salinas de
Gortari, y por el dominicano, el propio subsecretario Guido de Alexandre.

Previo a su celebración, propuse al subsecretario Rebolledo, la conveniencia de


convocar a una reunión de embajadores de México en la zona del Caribe, a
llevarse a cabo, justamente, en la ciudad de Santo Domingo, ya que la misma
haría posible por una parte, determinar una agenda de prioridades en materia de
nuestra agenda regional, y por otra, escuchar de viva voz de las altas autoridades
de nuestra Cancillería algunas de las acciones más relevantes emprendidas por el
gobierno del Presidente Ernesto Zedillo. A pesar de que hubo muchas reticencias
para concretar el proyecto, finalmente, el subsecretario aceptó la propuesta, por lo
que se convocó a nuestros colegas en toda la región.

Desde mi punto de vista la convocatoria resultó muy productiva, ya que, durante


una jornada completa, el subsecretario escuchó de viva voz nuestra ideas y, por
nuestra parte, los embajadores, recibimos las indicaciones pertinentes sobre lo
que se esperaría de nuestro trabajo en la parte bilateral. Debo señalar el gusto

!
373!
que nos dio recibir la visita de Olga Pellicer, ex embajadora en Grecia y, en ese
momento, directora general del Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos,
a su vez, parte de la delegación que acompañó al subsecretario Juan Rebolledo.

Al día siguiente de la reunión, acudimos a la Cancillería con el ánimo de avanzar


los trabajos de la Comisión Mixta Intergubernamental, en un ambiente muy
positivo para la agenda bilateral, salvo por el caso de que nuestra delegación
demandó a su contraparte dominicana suscribir un acta en la que se incluyó un
párrafo relativo a que las partes no estábamos de acuerdo con la agudización por
parte del gobierno de los Estados Unidos de América, sobre el embargo a Cuba.

Dicho texto fue rechazado de plano por el Canciller, Eduardo Latorre, quien señaló
que su gobierno no iba a incluir un párrafo que sólo atendía a los intereses
políticos de México, y que no reflejaba la posición del gobierno dominicano en la
materia, por lo que, durante varias horas de ese mismo día, y la mañana del día
siguiente, nuestra delegación siguió pugnando por su aceptación, circunstancia
que finalmente sucedió, suscribiendo el Acta final, el subsecretario Guido de
Alexandre, quien con su firma no sólo apoyó a nuestro país, sino que, dio
muestras de “colmillo político”.

De los puntos importantes que favorecían nuestro proyecto de agenda bilateral,


destaco la creación de la “Cátedra de México”; de los cursos de capacitación para
la Academia Diplomática dominicana, especialmente, en lo relativo a nuestra
experiencia con comunidades en el exterior, punto en el cual coincidían las
agendas de los dos países, ya que la República Dominicana tiene importantes
comunidades residiendo en el exterior, especialmente, en los Estados Unidos de
América, como es nuestro caso.

La primera edición de la Cátedra de México fue presentada por el señor licenciado


Jorge Álvarez, en ese entonces, Director General de Cooperación Técnica
Internacional, y gran amigo personal.

Nuestra muy querida amiga Emilia Arosemena nos visitó en la República


Dominicana, más o menos, por el lapso de una semana, vino acompañada de una
querida amiga suya, y ambas disfrutaron de nuestra hospitalidad, alojándose en la
residencia de la embajada. Por supuesto, conjuntamente con Olga Inés,
realizaron infinidad de visitas a sitios turísticos, paseos y compras en general.

Coincidiendo con dicha visita, sorprendí a Olga Inés con el obsequio de una
magnífica camioneta, marca Ford Explorer XLT, color verde, que estrenamos,
justamente, el viaje al aeropuerto para acompañar a nuestra muy querida amiga
de Panamá.

!
374!
Otra de las visitas muy agradables que recibimos en Santo Domingo, fue la de los
hermanitos Gaviria Vélez, Jorge Fernando y Diego Alejandro, quienes estuvieron
con nosotros más o menos para la temporada de Navidad, paseando y visitando
muchísimos lugares de interés, pero sobre todo, fraternizando con nosotros en
todo momento.

Doña Martha, mi muy querida madre, viajó también a Santo Domingo, esta vez,
acompañada de Patricia, mi muy querida hermana, quien rara vez se montaba a
un avión, pero que, una vez que se decidió, lo disfrutamos muchísimo. Estuvieron
para el cumpleaños número cinco de Natalia, y aprovechamos la oportunidad para
realizar una fiesta muy bella, en donde fueron convidados los niños y niñas que
estaban en el colegio de la nena, así como hijos de amigos cercanos, como fueron
los casos de los de Mario Bello Andino y Silka, su esposa.

Lo mismo sucedió con la gratísima visita de don José, y doña Fabiola, quienes
tuvieron siempre una invitación abierta, y de quienes disfrutamos enormemente
cada vez que teníamos el placer de recibirlos. Por supuesto, paseamos por
muchos lugares, pero recuerdo de forma muy especial el viaje a Samaná, lugar en
el que una vez al año, cientos de ballenas llegan a reproducirse y a parir a sus
respectivos ballenatos.

Por lo que respecta a Carlos Ignacio, empezó a desperterse su interés por


comenzar a salir con chicas de su edad, sin embargo, en ese momento, era
sumamente tímido, y además, no sabía bailar ni merengue, ni salsa, por lo que fue
menester que tomara el curso de la muy famosa “chicha” profesora
experimentada, quien lo puso al día, casi de forma inmediata. A partir de ese
momento, cada sábado acudía a las discotecas más conocidas y se conviertió, no
sólo en un gran bailarían, sino en un tremendo conquistador de chicas.

Por lo que respecta a los diversos temas de la agenda bilateral, reconozco que
uno de los que más dolores de cabeza me dio, fue el relativo al desembolso de los
recursos correspondientes al Acuerdo de San José, así como a la implementación
del proyecto para la renovación del transporte pública, enunciado por el Presidente
Leonel Fernández, así como por sus más cercanos colaboradores, como fue el
caso de Eduardo Selman, Secretario Técnico de la Presidencia, y encargado de
los proyectos de Cooperación Técnica Internacional.

Ese tema quedó inscrito, con letras indelebles, en la agenda de la visita de estado
que realizó el Presidente Fernández a México, en 1997.

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375!
Otro importante proyecto de inversión por parte de empresarios mexicanos, fue
por cuenta del Grupo Salinas, que incursionó en el país con una estrategia muy
agresiva, procediendo con la apertura de hasta veinticinco tiendas Elektra, cuya
oferta primaria era la de entregar artículos a crédito en condiciones sumamente
favorables para un segmento empobrecido de la población dominicana, poco
afecto a la obtención de financiamiento bancario.

De esa forma, las tiendas Elektra dieron un vuelco a la costumbre con que
operaban las más importantes cadenas nacionales de venta al menudeo –
especialmente electrodomésticos -, entre las que se destacan, Casa Lama,
mismas que no sólo no daban créditos personales, sino que no asumían ningún
tipo de responsabilidad o garantía, por los productos que distribuían.

Fue así que se comenzó a fraguar una especie de complot en contra de la


empresa mexicana, a la que le eran detenidos los contenedores que llegaban a la
aduana, como medida de presión, para evitar su crecimiento. Sin embargo, los
representantes del grupo me buscaron, haciendo de mi conocimiento la situación
prevaleciente, además de que solicitaron mi apoyo oficial, mismo que le otorgué,
mediante una entrevista con el Director de Aduanas, el señor Miguel Cocco – con
quien cultivé una buena relación, fincada en el respecto mutuo -, a quien expuse
las circunstancias derivadas de la acción conjunta en contra de la libre
competencia.

El señor Director de Aduanas comprendió perfectamente el asunto, ofreciendo el


mayor apoyo, así como la vigilancia específica, como medida para evitar cualquier
tipo de arbitrariedad en contra de la empresa de origen mexicano.

La primera visita de estado del Presidente Leonel Fernández a México, fue el 18


de agosto de 1997, desde mi punto de vista, fue muy exitosa, ya que, durante el
curso de la misma, fueron suscritos importantes compromisos bilaterales, como
serían los casos del Convenio de Cooperación Energética; el Convenio Básico de
Cooperación Científica y Tecnológica; Convenio de Cooperación Técnica entre la
Secretaría Técnica de la Presidencia de República Dominicana, y la Secretaría de
Desarrollo Social de México; Acuerdo de Cooperación Académica entre las
Cancillerías de las partes; Convenio de Colaboración entre Bancomext y el Centro
Dominicano de Promoción de Exportaciones; Convenio para la Supresión de visas
en pasaportes diplomáticos y oficiales; y el Acuerdo para el Intercambio de
Experiencias en materia Consular y de Protección a Connacionales.

La verdad sea dicha, el paquete de compromisos bilaterales que fue suscrito en la


misma fecha en que se realizó la visita, y tuvo un componente en común: la acción
coordinada entre nuestra embajada, y el apoyo de la Secretaría misma que, en

!
376!
todo momento se manifestó dispuesta a enriquecer la agenda en común, sobre
todo, por la circunstancia del interés de propiciar una mayor visibilidad de nuestro
país en la región del Caribe hispanoparlante, sobre todo, por la fuerza que ya se
estaba percibiendo del lado de Venezuela.

A su llegada a México Leonel Fernández hizo dos cosas importantes que me


beneficiaron directamente. La primera, durante las conversaciones privadas,
celebradas en Palacio Nacional, en el Salón de Embajadores; ahí el Presidente
Dominicano señaló a su contraparte mexicana lo siguiente: “..quiero agradecer a
usted por haber designado como embajador a Ignacio Gutiérrez Pita, con quien
hemos desarrollado un excelente nivel de colaboración..”. Estábamos presentes
en esa conversación, además de los dos jefes de estado, los Cancilleres, Ángel
Gurría, y Eduardo Latorre.

La segunda, el trato deferente con que fui obsequiado durante el curso de todos
los eventos que se realizaron durante la visita de estado, especialmente, en los
que participaba el Presidente de México y su Canciller. Otro honor que recibí en
esa visita, fue el de compartir la mesa principal del salón de recepciones del
Palacio Nacional, en la cena que ofreció el Presidente Zedillo a su homólogo,
Leonel Fernández.

Antes de mi regreso al país de mi adscripción, el Secretario Gurría me solicitó


pasar a conversar con él, cosa que hice de inmediato, y durante la entrevista, el
propio Gurría subrayó ante el Director General para América Latina y el Caribe de
la propia Secretaría , el señalamiento que había hecho Leonel Fernández sobre el
trabajo del embajador de México.

En la entrevistas, Ángel Gurría me dio “la bendición” y me encargó que al volver a


la República Dominicana estructurara un proyecto para hacer viable el espacio en
torno al Conjunto Escultórico a Fray Antón de Montesinos.

Como era de esperarse, regresé feliz a mi adscripción y seguí colaborando en


todo aquello que tenía que ver con el mejoramiento del entorno bilateral,
particularmente, con el seguimiento de las diversas acciones acordadas durante el
viaje a México de Leonel Fernández.

Durante su estancia en la República Dominicana, Olga Inés reinició, y concluyó un


proyecto personal que había comenzado varios años atrás, su carrera profesional
como sicóloga clínica. Tuvo la oportunidad, y la aprovechó estupendamente bien,
graduándose exitosamente en la Universidad de la Tercera Edad, bajo el método
andragógico, del cual, también se volvió una consumada experta. Todos en casa
celebramos que coronara de forma tan meritoria una aspiración que vivió con ella

!
377!
durante un buen número de años. Se cumple el refrán que reza: “querer es
poder”.

El año de 1998 comenzó con muchas novedades en lo relativo a nuestro


programa oficial de actividades, en el que se incluía, entre otras prioridades, la
celebración de la segunda edición de la Feria Internacional del Libro, dedicada a
nuestro país, así como la conmemoración del 110 aniversario del establecimiento
de relaciones diplomáticas entre México y la República Dominicana, evento de
gran trascendencia, y sobre el cual se elaboró un detallada programa que fuera
sometido a las Cancillerías de las dos partes.

Debo destacar, sobre este último evento, la positiva labor desarrollada por el
embajador dominicano en México, el señor Pablo Mariñez, quien entre otras de
sus muchas cualidades, era amigo personal del presidente Leonel Fernández, y
catedrático de la UNAM.

Por lo que a nosotros respecta, y a pesar del entusiasmo desplegado en la


elaboración de la propuesta del programa, la llegada a la Cancillería, como titular
de la señora Rosario Green, así como la designación en el cargo de mayor
responsabilidad para la promoción de la cultura del embajador Jorge Alberto
Lozoya, hicieron posible que la gran mayoría de eventos que conformaban nuestra
iniciativa fueran descarados, ya que, la nueva dirigencia de la Secretaría no
consideraba como prioritaria la relación de México con los países de nuestra
región, y mucho menos, con los caribeños, por lo que, a partir de esa fecha, el
entusiasmo que había encontrado respaldo con el Canciller Ángel Gurría, entraba
en picada.

No fue necesario realizar esfuerzos especiales a fin de que nuestro país, al


menos, en lo relativo a la segunda edición de la Feria Internacional del Libro, ya
que, nuestra presencia fue amplia y muy elocuente, lo que hizo posible que, al
menos, una docena de libreros mexicanos participaran, así como la presencia
física de intelectuales de la talla de Jaime Labastida, Enrique Krauze, y Carlos
Monsiváis, a los que recibimos y atendimos en la medida de nuestras
posibilidades, que siempre fueron muchas.

También pasó por ahí el intelectual Jorge G. Castañeda, quien formaba parte del
Grupo Sao Paulo – de intelectuales de izquierda – liderado, entre otras
personalidades, por Luis Ignacio Lula da Silva, quien años más tarde ocuparía la
primera magistratura de su Nación.

!
378!
Con Castañeda siempre tuve cercanía, ya que era hijo de uno de los cancilleres
de México a quienes he admirado con mayor entusiasmo, su padre, Don Jorge
Castañeda y Álvarez de la Rosa, fue especialmente generoso conmigo, sobre todo
durante el tiempo que estuvo al frente de la Secretaría, oportunidad en la que me
brindó su confianza e hizo posible una mayor cercanía.

El Castañeda hijo al que me refiero, en ese momento había entrado en conflicto


directo con la administración de los presidente de México, Carlos Salinas de
Gortari, y Ernesto Zedillo, por lo que su presencia en círculos oficiales o
diplomáticos de nuestra administración, estaba prácticamente vedada, es más, fue
el causante de que su hermanastro, Andrés Rozental, fuera cesado del cargo de
embajador en Londres, como consecuencia de la publicación de uno de sus más
de veinte libros publicados en torno a cuestiones políticas sensibles.

Sin embargo, yo nunca me negué a hacer presencia – sobre todo en eventos a los
que estaba invitado – y fue así que sucedió nuestro encuentro en un acto público
en el que se esperaba que Castañeda fuera el orador oficial. Llegado el momento,
al no ver mi nombre en la mesa de honor, preguntó con cierta curiosidad: “..me
imagino que el señor embajador de México no ha venido…” Como estaba en el
auditorio, levanté la mano y expresé: “..por supuesto que aquí estoy..”

Poco después, el Presidente Fernández organizó, el una sala del Palacio


Presidencial, una charla de Castañeda con intelectuales y altos funcionarios
gubernamentales, a la cual fui invitado. El tema eran las elecciones federales en
nuestro país, en el horizonte del año 2000.

Una vez que concluyó la visita, Castañeda me agradeció la presencia, al tiempo


que me hizo llegar sus datos personales, así como el número telefónico y del fax
de sus oficinas personales en México.

Por lo que respecta al entorno familiar, Caty había avanzado mucho en lo relativo
a las actividades que con el mayor empeño desarrollaba, tanto a nivel de estudios
profesionales, como desempeño laboral, tanto en las oficinas del PNUD, en donde
estaba encargada de los programas educativos y culturales, como fue el caso del
ABCDEspañol, ideado por el profesor colombiano, Javier González, muy bien
acogido en el país.

Caty también hizo varios viajes, especialmente a Florida, lugar en donde compró
su computadora personal.

Carlos Ignacio, había participado en dos ocasiones en un proyecto para jóvenes


avanzados organizado en su colegio y que implicaba ir, por al menos un mes al
año, a la experiencia Calowee, desarrollada en Carolina del Norte, en los Estados

!
379!
Unidos de América. El resultado, había sido muy positivo, ya que, la experiencia
de estar solo durante ese período de tiempo le hizo crecer de mucha maneras.

Empezaba también a interesarse por conducir vehículos, por lo que lo inscribimos


en un curso especializado, mismo que hizo posible que obtuviera su primera
licencia, utilizada para transportarse, en uno de los vehículos de la embajada,
desde su casa, hasta la sede del Interamerican, su colegio, en la avenida
Abraham Lincoln. Un poco más tarde, nos enteramos que no sólo iba y venía
desde y hacia su colegio, sino que también se desplazaba hasta Arroyo Hondo,
lugar en donde tenía varios amiguitos, y sobre todo, una noviecita, muy linda, de la
que estaba muy enamorado.

El mes de septiembre el país sufrió los efectos del Huracán Georges – categoría
tres -, que fue devastador, ya que ingresó al país con gran potencia, dejando como
consecuencia un número indeterminado de víctimas mortales, y lo más grave,
daños a la infraestructura turística por alrededor de dos mil quinientos millones de
dólares.

Nosotros, por fortuna, no nos vimos mayormente afectados, salvo por ciertos
daños en la residencia, como caída de árboles, y daños recuperables, sin mayor
costo. Lo mismo sucedió con el inmueble de la Cancillería, en la zona Colonial,
que sólo resintió la caída de una antena parabólica que había sido instalada por la
agencia de prensa Notimex, a los fines de hacernos llegar, diariamente, sus
resúmenes informativos.

Sin embargo, el cálculo de los daños a nivel nacional - como ya fue señalado -,
fueron muy cuantiosos, por lo que el Presidente de México en comunicación con
su colega Leonel Fernández, le preguntó el tipo de ayuda inmediata que le podría
hacer llegar. La respuesta fue que techos para casas, ya que la zona mayormente
afectada de la ciudad capital, reflejaba un gran déficit en ese tipo de enseres
domésticos.

Por lo anterior, unos tres días después del paso del huracán, el gobierno de
México envió, a bordo de dos aviones Hércules de la Fuerza Aérea, el material
solicitado, mismo que fue recibido por mí, y por representantes del gobierno
dominicano, en la base de la Fuerza Aérea local.

Otra de las visitas importantes que recibimos en esa época, fue la de la Secretaria
de Turismo, la señora Silvia Hernández, quien asistió en representación de
nuestro país a una cumbre de titulares de turismo de los países integrantes de la
Asociación de Estados del Caribe AEC, recién creada en la Cumbre de Trinidad y
Tobago, y de la cual, México era parte. Estaba previsto que para el siguiente año,
es decir, para 1999, se celebrara en Santo Domingo la segunda reunió cumbre de

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380!
la propia organización, por lo cual, República Dominicana era – en ese momento –
secretaría pro tempore.

La visita de la Secretaria Hernández, además de ser muy grata en lo personal,


cumplió con los objetivos trazados, por lo que, tanto Olga Inés, como yo la
invitamos y la llevamos a lugares diferentes dentro de la capital del país,
incluyendo lugares en los que pudiera adquirir algunas prendas de alta costura
local, a precios muy convenientes.

Estábamos por cumplir cuatro años en el país, por lo que, se vislumbraba en


nuestro horizonte un posible cambio. Muy dentro de mí, consideraba opciones
convenientes a los fines de trabajo incansable, así como crecimiento familiar,
sobre todo en el caso de nuestra nena, quien había cumplido recientemente, siete
años de edad, y la veíamos muy frágil en todos los aspectos de su
desenvolvimiento personal.

Por lo que respecta a nuestra mascota, el bulldog Jake, falleció víctima de alguna
infección cuya curación no nos fue posible alcanzar, con el tiempo suficiente.

Para comienzo del año, me correspondió viajar a México para participar en la


reunión de embajadores y cónsules generales, convocada para el mes de enero,
en la ciudad capital.

Esta vez, la expectativa fue muy especial, ya que se programó la visita de estado
del Presidente Ernesto Zedillo, a la República Dominicana, así como su
participación en los trabajos de la segunda reunión cumbre de la AEC, para el mes
de abril siguiente.

Al concluir la reunión de embajadores, fuimos recibidos por el Presidente Zedillo, a


quien saludé con viva emoción, comentándole sobre su viaje a la República
Dominicana, lo que me confirmó. Un poco después de esa visita, conversé con la
Secretaria Rosario Green, quien me dio instrucciones específicas para los
preparativos, al tiempo que señaló que, una vez que concluyera la visita
presidencial se podría ir pensando en mi traslado a otro cargo de relevancia.

Los preparativos para la agenda en común, vista la próxima visita de estado del
presidente de México, fueron desarrollados con especial esmero, especialmente,
en lo relativo a dos aspectos fundamentales: la posibilidad de que se concretara el
acceso de la República Dominicana a los fondos del Acuerdo de San José; y la
viabilidad financiara para allegarlos a proyectos de desarrollo.

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381!
Fue en esos dos puntos en los que no se pudo avanzar, independientemente de
que, para agilizar su determinación, realicé varios viajes a México, visitando – por
indicaciones expresas de la Secretaría, al Secretario de Hacienda y Crédito
Público, Ángel Gurría; y al Director General de Bancomext, Enrique Vilatela.

En ambos casos, uno y otro, valoraron mi interés, sin pronunciarse formalmente


en torno a una decisión conveniente para las partes, salvo el hecho de subrayar
que nuestro gobierno estaba canalizando dichos recursos por vía del BCIE, del
cual la República Dominicana no era parte.

Se llegó, finalmente, el día de la visita de estado, el 15 de abril, misma que se


cumplió puntualmente, conforme a un programa muy bien elaborado que incluía,
además de los encuentros entre los dos mandatarios, y sus respectivas comitivas,
una comparecencia ante el Congreso local, la declaratoria de huésped de honor,
por parte de la Síndico del Distrito Nacional, la señora Peggy Cabral de Peña
Gómez, y la suscripción de diversos acuerdos bilaterales.

Sobre dichos acuerdos, se subrayan los siguientes: Cooperación Agropecuaria;


Cooperación en Materia de Salud, Cooperación interinstitucional entre el IDSS, y
el ISSSTE; Programa de Trabajo entre el Centro Dominicano de Exportaciones, y
el Bancomext; Colaboración entre la oficina de Promoción de la Inversión
Extranjera, y el Bancomext; Acuerdo para colaboración en proyectos de
señalización de carreteras, por un monto de diez millones de dólares; y Combate
al Tráfico Ilícito, abuso de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas.

Con toda honestidad, el balance fue en extremo positivo, aunque había dos cosas
que no se concretaron, por un lado, el acceso a los fondos del Acuerdo de San
José; y por otro, el proyecto para la utilización del espacio escultórico a Fray Antón
de Montesinos, sobre el cual, el propio Presidente Zedillo me señaló que: “..no
hiciste tu tarea en ese lugar que se encuentra abandonado..” Y, fue verdad, ya
que, el propio primer mandatario, acostumbrado a trotar, al menos una vez al día,
visitó, junto con su jefe del Estado Mayor Presidencial el sitio, ubicado sobre el
malecón de la ciudad capital.

Acto seguido, se celebró la segunda Cumbre de la AEC, a la que asistieron todos


los jefes de estado y de gobierno de los países integrantes, incluyendo los
presidentes de México, Cuba, Colombia y Venezuela, por mencionara algunos,
sobre todo, en lo referido al comandante Hugo Chávez, quien aprovechó una
conferencia de prensa que fue celebrada al concluir los trabajos de la Cumbre,
para lanzarse en contra de México, es decir, del Presiente Zedillo, a quien increpó
por no facilitar el acceso a los fondos del Acuerdo de San José, mientras que su

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382!
gobierno estaba financiando ya, al menos, cincuenta proyectos en beneficio de la
población más depauperada del país que era el anfitrión – en ese momento -.

Dicho público señalamiento, enfureció a nuestro presidente, quien se lanzó en


contra de su Canciller, la señora Rosario Green, quien, tal cual sucede en este tipo
de situaciones, señaló al embajador en la República Dominicana, como causante
directo de que el tema no avanzara con la celeridad del caso.

La verdad, cuando me enteré de que había sido victimizado, no me extrañó para


nada, ya que, no obstante los esfuerzos personales desplegados desde la visita
de estado del presidente Fernández a México, en agosto de 1997, hasta el
momento de la que estaba realizando nuestro primer mandatario, había intentado
cumplir, de la mejor forma posible, con mis actividades como embajador. Para mi
infortunio, las decisiones no se tomaban a mi nivel, y la República Dominicana no
fue nunca una prioridad para nuestra Canciller, quien dicho sea de paso, le tenía
pavor a su jefe inmediato, es decir, al Presidente de la República, Ernesto Zedillo.

Supe desde un principio que mi suerte estaba echada, así que esperé, con
paciencia y lealtad – como sucedió siempre – cuál sería mi próximo destino.

Al los pocos meses de haber culminado la agenda prevista para ese año, recibí
una llamada telefónica de la Secretaria, quien me anunció que estaba nombrado
como Cónsul General en Guatemala, por lo que sería conveniente que comenzara
con los preparativos específicos para asumir, en breve, con mi nueva comisión
diplomáticas.

De inmediato procedí en consecuencia, por lo que, en breve, fue necesario mi


desplazamiento a la ciudad de México con el fin de avanzar la presentación que
elaboré para la comparecencia ante el Pleno del Senado, a los fines de la
ratificación del nombramiento.

Durante mi estancia en México, tuve la oportunidad de coincidir con Caty, quien


por razones profesionales, a su vez, había viajado, por lo que compartimos
habitación en el Hotel Polanco, ubicado en la avenida de los Campos Elíseos, en
donde tuve mi centro de actividades durante los diez días que corrieron entre la
presentación de la ponencia, y la ratificación por parte del Pleno del Senado de la
República.

Con todos los detalles pendientes resueltos, regresé a Santo Domingo y procedí
con los trámites correspondientes a mi salida definitiva del país. Una vez que fue
determinada la fecha, fui notificado que el Presidente Leonel Fernández me había
otorgado la Gran Cruz, Placa de Plata, de la Orden de Duarte, Sánchez y Mella,

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383!
misma que me fuera impuesta por la subsecretario de Relaciones Exteriores,
Minou Tavares de Mirabal.

Nuestra salda definitiva de Santo Domingo fue el mes de noviembre de ese mismo
año de 1999, destacando, sobre dicho viaje, dos cosas significativas: en primer
lugar, Caty decidió permanecer en República Dominicana, atendiendo las muchas
actividades que ya había comenzado a realizar, así como la conclusión de sus
estudios universitarios, lo anterior, fue entendido, como una especie de ruptura del
cordón umbilical, ya que nuestra joven y bella hija había decidido emprender el
vuelo, con sus propias alas. Nosotros lo sentimos como padres, pero lo
celebramos como un paso positivo.

En segundo lugar, Carlos Ignacio tenía una novia, Chantal, de la que estaba muy
enamorado. La despedida en el aeropuerto internacional de las Américas, fue
patética – para mí- ya que ninguno de sus padres estuvimos en capacidad para
suavizar el dolor de nuestro muy querido hijo.

Concluyo con lo siguiente: aprendimos en República Dominicana muchas más


cosas de las que habíamos aprendido durante toda la carrera, además, quedó ahí,
con nuestra querida hija, parte de nuestro corazón.

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384!
Capitulo 21
Antes de comenzar la nueva misión diplomática, viajamos a la ciudad de Miami, en
los Estados Unidos de América, con el fin de descansar un poco del estrés que
caracterizó nuestra existencia los meses previos a nuestra salida de la República
Dominicana, lugar en el que dejamos, como ya fue señalado, a nuestro tesoro, la
segunda estrella de mi universo personal, además de infinidad de gratos
recuerdos, a los que muchas veces nos apegamos, como mejor fórmula para
permanecer siempre en contacto con la bella Caty.

Cerramos un ciclo importante de la vida, y tan sólo empacamos algunas de


nuestras pertenencias más necesarias, ya que, como fue señalado desde que
fuimos trasladados a Panamá, la idea fue de que siempre llegaríamos a una
residencia oficial, lo que no sucedió en el caso de Guatemala, ya que, la figura del
Cónsul General, aunque disponía de autonomía funcional, era ensombrecida por
la del embajador, quien representaba los intereses políticos de México.

En fin, viajamos a Miami, y permanecimos unos cuatro días, término que


utilizamos para pasear y realizar algunas compras interesantes, como fue el
obsequio que me hizo Olga Inés, de un bello equipo estéreo, marca Fisher, que
aún conservo con especial afecto.

Nuestra llegada a Guatemala fue muy cordial, ya que estuvo a recibirnos en el


aeropuerto internacional de la Aurora, el señor embajador Salvador Arreola, con
quien cultivé una excelente relación en años precedentes, cuando fue Secretario
General del Sistema Económico Latinoamericano SELA, con sede en Caracas,
Venezuela.

Además, le acompañaba, la funcionaria que se encontraba como segunda de


abordo en el Consulado General, Liliana Ferrer (hija del ex embajador de México
Carlos Ferrer Argote) con quien desarrollamos una magnífica relación, tanto en lo
oficial, como en lo personal, estaba casada con un abogado estadounidense, con
quien también hubo empatía suficiente.

Una vez que fuimos recibidos, disponíamos de reservaciones para alojarnos en el


Hotel Camino Real, quien tenía como Director al connacional Juan Gurrola,
casado con Melba, y con quienes cultivamos también, una cordial relación.

Nuestro conductor, don Raúl Pérez, quien tenía a su cargo el vehículo oficial, un
Mercedes Benz 560 SEL, fue desde un principio una magnífica persona, muy
servicial y discreto, especialmente, con Natalia, a quien día a día transportaba a
las diversas escuelas y terapias en que la involucramos durante nuestra estancia

!
385!
en Guatemala. El otro vehículo oficial, una Suburban muy adecuada para el país,
antes de nuestra llegada sufrió un grave accidente que casi la dejo inservible.

Una vez que quedamos alojados, nos dispusimos para las faenas cotidianas. Lo
principal era ubicar un lugar para residir, así como las instituciones educativas en
las que quedarían inscritos nuestros dos hijos; por lo que respecta a Carlos
Ignacio, para continuar con sus estudios a nivel medio; y con Natalia en una
entidad en la que dispusieran de espacio para nuestra nena, determinado por las
condiciones de su evolución personal.

De inmediato, me hice presente en la sede del Consulado General, ubicado en


una residencia familiar que había sido transformada en oficina, de la zona 10 en la
ciudad capital, un lugar excelente, desde el punto de vista de las facilidades de
acceso para el público en general que nos visitaba con el fin de solicitar la
prestación de los diversos servicios que nosotros proporcionábamos, como el de
visas para extranjeros, y gestiones a favor de nuestros connacionales.

A pesar de que no disponía de mucha experiencia en los trabajos que se


desarrollaban en la rama consular, no me fue extraño, ni difícil atender todos los
asuntos que me eran consultados, sobre todo partiendo del supuesto de que, tenía
muy claro que en adelante, mis responsabilidades al frente del consulado general
no eran de carácter político, sino meramente técnicas. El trabajo político y el
seguimiento de la relación bilateral, se ventilaban desde la embajada.

Además de Lilian, quien como se señaló era la segunda del Consulado General,
estaban adscritos a nuestra oficina, en diferentes rangos de la rama
administrativa, Guadalupe González, y Enrique Constantino, este último, viejo
conocido de muchos años atrás, ya que, durante nuestra estancia en Asunción
Paraguay, cuando fue trasladado a México el canciller Pedro Labariega, Enrique
fue a sustituirlo, siendo en ese entonces soltero.

Para abordar el tema de ubicar una residencia particular, contamos con el apoyo
de una promotora inmobiliaria, la señorita María Martha Samayoa, quien con gran
paciencia y dedicación, nos encontró – en el término de un par de meses - el lugar
más indicado; un hermoso departamento de dos pisos, en penthouse, en la zona
14, una de las más bien ubicadas en la capital del país, que disponía, además, de
piscina, gimnasio, y cancha de squash.

Muy cerca de nuestra nueva residencia, encontramos una escuela que atendía a
pequeños con circunstancias especiales, como era el caso de Natalia, Hogar
Montessori, a la que de inmediato la inscribimos. Por lo que respecta a Carlos
Ignacio, optó por el colegio internacional “Maya”, ubicado en la carretera a El
Salvador, por lo que contratamos, a su vez, el servicio de transporte a domicilio.

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386!
Un poco más tarde, Natalia agotó las posibilidades que Hogar Montessori le
ofrecía, y la trasladamos al colegio Santa Sofía de Jesús, al tiempo que, de forma
paralela, tomaba clases de natación en un club denominado Excerson. Costó
bastante esfuerzo a su madre, hasta que, finalmente, aprendió a nadar muy bien.

Otra de las actividades importantes que realizó desde el punto de vista escolar,
fue su participación en el estudio de la profesora Vilma Leal, quien utilizaba un
novedoso método para el aprendizaje, el Fordesi.

Por lo que respecta a nuestras actividades particulares, coincidimos con Olga


Inés, de que disponíamos, no sólo de tiempo, sino del entusiasmo suficiente como
para involucrarnos en un proyecto diferente, por ejemplo, de corte académico, lo
que motivó que nos inscribiéramos para realizar estudios de post grado en la
Universidad Francisco Marroquín, una de las más reconocidas a nivel nacional.
Cada uno escogió el programa que más le interesaba, inscribiéndonos,
respectivamente, en la maestría de capacitación de recursos humanos; y en la de
relaciones internacionales.

El plan contemplaba para ambos dos cursos lectivos. En mi caso, culminé los
estudios, y proseguí con los del doctorado en ciencias sociales, también
concluidos – la parte académica -, ya que el grado incluía, además de la
presentación de una tesis, un examen general sobre conocimientos adquiridos,
que no pude tomar, como consecuencia de nuestra salida de Guatemala, hacia un
nuevo destino en el exterior.

Por lo que respecta a Olga Inés, interrumpió el magnífico aprovechamiento


alcanzado, como consecuencia del fallecimiento, el 24 de julio de 2001 de su muy
querida madre, doña Fabiola.

Ambos comenzamos con inmenso potencial. Estábamos, no sólo muy animados,


sino que también con la mejor disposición para avanzar en ese y otros proyectos
personales y profesionales.

Por lo pronto, y en el ánimo de disponer del mobiliario suficiente para nuestra


nueva vivienda, solicitamos a la empresa en donde permaneció almacenado
nuestro menaje de casa, que nos lo hiciera llegar a Guatemala, lo cual sucedió
puntualmente, ofreciéndonos con ello la posibilidad de estar aún más confortables.
Antes de recibir los enseres de México, esperamos el contenedor que vino desde
Santo Domingo en el que habíamos enviado hasta nuestro vehículo Jaguar XJ6.

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387!
Un hecho inaudito llamó nuestra atención cerca de la fecha en que se nos había
informado que el contenedor había llegado a puerto en Guatemala. La prensa
subrayó tremendo incendio en la aduana fiscal – justamente en donde se había
llevado nuestro contenedor -, por lo que temimos que nuestras cosas habían sido
consumidas en esa ocasión. Afortunadamente, nada sucedió que nos afectara,
por lo que en breve recibimos nuestros enseres personales.

Para el fin de año, que no era cualquier año, sino el tránsito entre el siglo XX, y el
XXI, tuvimos el gusto de que viajara a Guatemala nuestra Caty, con quien
realizamos un viaje a Atitlán – a las orillas del lago con el mismo nombre – en
donde nos tocó presenciar el tránsito de una época a otra.

Ese año 2000, en enero, Caty cumplió 23 de vida, una mayoría suficiente como
para hacer frente a su destino, cosa que ha venido haciendo con mucho éxito, ya
que, además de sus estudios profesionales, obtuvo cupo, para el siguiente año, es
decir 2001, para participar en la maestría sobre administración de entidades
públicas, en la Universidad de Nueva York, NYU, en los Estados Unidos de
América.

En mi caso, el mes de abril me correspondió el privilegio de acceder a la edad


dorada, celebré mi quincuagésimo aniversario, y fui sorprendido de forma
memorable, ya que Olga Inés organizó, en secreto, una exquisita cena de gala, a
la que asistieron colegas y amigos, pero en forma muy significativa, nuestra
adorada hija Caty, quien se trasladó desde Santo Domingo, hasta la ciudad de
Guatemala.

Durante el período en que estuvimos comisionados en este bello país al sur de


nuestra frontera, gobernaba, como Presidente de la República, Álvaro Arzú, una
vez finalizado su mandato, asumió el poder, Alfonso Portillo, quien al cumplir los
cuatro años determinados por la norma aplicable, fue sustituido por Oscar Berger.

Como señalé, a nuestra llegada fungía como embajador, Salvador Arreola,


sustituido, un poco más tarde, por Carmen Moreno Toscano, quien fue jubilada al
cumplir 65 años de edad, a su vez, un poco más tarde, fue reemplazada por
Rosalba Ojeda.

Muy curioso me resulta comentar que durante los cinco años de la comisión en
Guatemala, me tocaron tres cambios importantes, en el primer caso, de los jefes
de estado; y en el segundo de los representantes diplomáticos de nuestro país,
con quienes siempre mantuve una excelente relación de cooperación, partiendo
de la circunstancia de que, cada uno tenía sus respectivas responsabilidades.

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388!
Como cónsul general, me correspondió, además de las funciones de oficina, es
decir, supervisar la emisión de todo tipo de documentos para ingresar a nuestro
país, las de protección a connacionales, en todo tipo de casos, como fue el gran
número de compatriotas que purgaban condenas en los reclusorios de mi
jurisdicción, por delitos contra la salud, eufemismo empleado para calificar el
tráfico de estupefacientes, cuyo auge se encontraba en todo su esplendor.

Lo que hizo posible que, de cada diez casos de protección que debíamos atender,
al menos siete eran de compatriotas asaltados en las carreteras locales, a las que
accedían con vehículos, casi siempre con matrículas de nuestro país, en busca de
adquirir cualquier tipo de narcóticos que estuvieran en el mercado, los que por
supuesto, pagaban en dinero en efectivo que transportaban clandestinamente en
el doble fondo de sus vehículos.

Además de ese tipo de contingencias a las que se enfrentaban nuestros paisanos,


del otro lado de la frontera la situación era peor, sobre todo, por los excesos de los
representantes de las diversas corporaciones federales, estatales y municipales,
que se dedicaban a expoliar a cualquier tipo de migrantes que cruzaban desde la
frontera sur, hacía los Estados Unidos de América, lugar de destino final, y en
donde cientos de miles de centroamericanos tenían puestas sus esperanzas de
una vida mejor.

Lamenté mucho la situación prevaleciente en la frontera sur, durante el tiempo que


me tocó vivirla, desde la perspectiva del desempeño de mi comisión oficial, pude
observar las innumerables injusticias cometidas a diario, casi de la misma forma
como sucede ahora, a pesar de las muchas promesas de ambos gobiernos para
procurar el combate frontal a todo tipo de delitos que se cometen en esa zona
geográfica en común, en donde incluso, actualmente, es considerada como una
especie de tierra de nadie, absolutamente abandonada, y sin futuro cierto.

El consulado general, originalmente, formaba parte de una red consular que


disponía, además de otras dos representaciones con el mismo nivel, una en
Quetzaltenango; y la otra en Tecún Umán. Un poco después del segundo año
desde mi llegada, la Secretaría determinó transformar en consulados de carrera
las oficinas citadas, dejando bajo mi jurisdicción, como cónsul general, toda la
circunscripción de Guatemala.

Ese mismo año, se celebraron en México elecciones federales – el primer


domingo de julio -, resultando triunfador, el representante del primer partido de
oposición en México, el PAN, al frente de cual estaba Vicente Fox Quesada, un
personaje que representaba con claridad el perfil del anti político por antonomasia,
que generó muy positivas expectativas, por el hecho simple de haber sacado del

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389!
monopolio de la presidencia de la república al PRI, tras haberlo ejercido por más
de setenta años.

Entre los muchos que se alegraron, por el indudable avance que registraron los
anales de nuestra historia política, figuraron casi todos los que estaban en nuestro
entorno, ya que, a estas alturas del proceso democrático de nuestro país, un
cambio de esa trascendencia, era muy bien visto, tanto a nivel nacional, como
internacional.

Sin embargo, llegado el momento de la acción, es decir, tras la toma de posesión


el 1 de diciembre, el nuevo presidente comenzó a mostrar su verdadera cara, al
poner en manos de algunos de sus más cercanos amiguetes las principales
responsabilidades de dirección política, como fue el caso del personaje a quien
nombró Canciller: Jorge G. Castañeda.

Aunque no estaba, de momento, en capacidad para calibrar el grave daño que


causó nombramiento tan irresponsable, a las causas inmutables de nuestra
política exterior, ahora que lo veo en la lontananza, puedo afirmar que, contrario a
la brillante labor de su padre, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, el güero,
como mejor se le conoce en el ámbito de la comentocracia nacional, no fue capaz
de valorar, o interpretar en toda su dimensión, la coyuntura que se nos
presentaba, con un gobierno encabezado por el representante de la tradicional
oposición política en México.

Una de las perlas más características de este irresponsable, fue su intento por
modificar el artículo 89, párrafo X de la Constitución Política de nuestro país, en
donde se determinan los principios que sustentan la acción internacional de
México, entre los que se destacan: la autodeterminación; no intervención; solución
pacífica de controversias; proscripción de la amenaza del uso de la fuerza en las
relaciones internacionales; igualdad jurídica entre los Estados; la cooperación
internacional para el desarrollo; el respeto, la protección, y la promoción de los
derechos humanos; y la lucha por la paz y la seguridad internacionales.

La verdad sea dicha, bien a bien, desconozco hasta dónde quería llegar el güero
en su ofensiva jurídica, aunque me parece que, suponía como anticuados
principios como el de la no intervención o la autodeterminación, ambos se
contraponían a las corrientes ideológicas liberales de vanguardia, de las que era
representante, sobre todo, del Foro de Sao Paulo.

El tropiezo más importante – aunque no fue el único - que registró su breve


reinado al frente de la Cancillería, fue la imposibilidad de llegar a un acuerdo con
el gobierno de los Estados Unidos de América – la administración de George Bush

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390!
hijo -, para la aprobación de una nueva ley de migración, mejor conocida en el
lenguaje vernáculo como “la enchilada completa”.

En segundo lugar, falló en la conducción de un tema muy delicado para México en


el manejo de las relaciones internacionales – en el que su padre tuvo mucho éxito
– la relación con Cuba, y con su máximo dirigente, Fidel Castro. Forma parte de la
antología de despropósitos internacionales, la llamada telefónica del presidente
Vicente Fox al comandante cubano, en la que le señala: “…Fidel, comes y te
vas..!, en referencia a su participación en una cumbre de las Naciones Unidas,
celebrada en Monterrey.

Por lo que se refiere a mi trabajo en el consulado general, una vez que fui objeto
de un inmerecido homenaje por parte de Olga Inés, en ocasión de mi cumpleaños
número cincuenta, comenzamos a buscar espacios disponibles para trasladar las
oficinas de la sede consular a un inmueble más moderno, ubicado en la avenida
Reforma de la capital del país.

El traslado se concretó en breve, por lo que suscribimos un contrato por tres años,
ya que, para ese entonces, el gobierno de México había decidido construir la sede
de nuestra representación en Guatemala, ubicando dicho inmueble todas las
representaciones de que disponíamos en el país, entre las que se encontraban, la
de la Procuraduría General; Secretaría de Agricultura, Ganadería y Asuntos
Rurales; Gobernación, con el Instituto Nacional de Migración, y el CISEN
(inteligencia civil); agregadurías militar y aérea; y la de la Secretaría de Marina;
Bancomext, y el propio consulado general, además de un Centro Cultural y una
biblioteca pública.

El nuevo inmueble cumplió a cabalidad con los objetivos desde el momento de


nuestra instalación, hasta el día en que nos trasladamos a la sede de nuestra
representación diplomática en Guatemala.

A finales del año, decidimos hacer un viaje por tierra a México, partiendo desde la
ciudad de Guatemala, salimos por la frontera con por Belice, ingresando a
territorio nacional por la ciudad de Chetumal, en el Estado de Quintana Roo, de
ahí subimos hasta Cancún, en donde permanecimos cuatro días, y a donde llegó
Caty, procedente de la República Dominicana.

En Cancún, tuvimos muy mala suerte, ya que, la mayor parte de los días que duró
nuestra estancia, estuvo lloviendo. Sin embargo, continuamos hacía la ciudad de
Mérida, más adelante, Campeche, Veracruz, Puebla y, finalmente, el Distrito
Federal, a donde llegamos extenuados. El viaje fue en el nuevo vehículo que
habíamos adquirido para el consulado general, una camioneta Nissan Pathfinder,
del año, aunque, originalmente, habíamos pensado traer un vehículo similar, Land

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391!
Rover, Discovery, que adquirimos en una subasta de eBay, gracias a los buenos
oficios de Carlos Ignacio.

En fin, cuando llegamos al Distrito Federal, nos ubicamos en un sitio excelente,


una casa en las Lomas de Chapultepec, que rentamos a la señora Adela,
Directora de la empresa “Kings Suites”, para ejecutivos.

Como era lógico, asistí a la reunión de embajadores y cónsules generales,


convocada por la Secretaría, pero el evento familiar de mayor relevancia, fue la
asistencia de Caty al programa de su maestría en la NYU, en la ciudad de Nueva
York, en los Estados Unidos de América, para cuya primera instalación, la
acompañó Olga Inés, en un viaje que, según comentaron, fue inolvidable para
ambas.

Una vez que Caty se quedó instalada en la ciudad de los rascacielos, Olga Inés
retornó a México, desde donde regresamos a Guatemala por la misma vía que
habíamos tomado en nuestro viaje inicial.

Tuvimos el gusto de recibir en Guatemala a don José y a doña Fabiola, con


quienes tuvimos la oportunidad de realizar hermosas visitas, sobre todo a lugares
del entorno, como la ciudad de Antigua, mundialmente famosa, por sus
construcciones, por el estado de conservación de los inmuebles históricos, así
como el escenario geográfico en el que se ubica.

Este viaje fue muy especial, ya que, doña Fabiola falleció el día 24 de julio, por lo
que ya no volvimos a verla.

Aunque muy al principio de nuestra llegada a Guatemala, no habíamos querido


viajar a la frontera en común, pronto comenzamos a incursionar por los caminos
del vecino del sur, sobre todo, hacia territorio nacional, visible a partir de ciudad
Hidalgo, pero mucho más interesante desde la capital económico-financiera del
Estado, la ciudad de Tapachula.

Íbamos, prácticamente de compras, además, a comer productos mexicanos


tradicionales, no tanto por el hecho de extrañar nuestra cocina, ya que la
guatemalteca es muy parecida, y también excelente, sino para aspirar nuestra
propia atmósfera.

Se hicieron tan cotidianos estos viajes, que en algunos nos hicimos acompañar de
varios de nuestros familiares y amigos, como fueron los casos de don José, Juan
Alejandro; Eduardo barajas, por mencionar a algunos. Por cierto que, cuando
traíamos a Natalia, lo disfrutaba mucho, sobre todo, cuando pernoctábamos,
especialmente en el hotel Kamico, de la propia ciudad de Tapachula.

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392!
En el mismo nivel del edificio de la zona 14 en el que se encontraba nuestro
penthouse, residía en un departamento similar, un personaje con el que pronto
cultivamos una excelente relación de amistad, el señor Uri Roitmann, de origen
israelí, y su esposa Elisa, nacida en Buenos Aires, en la Argentina, así como con
la madre de esta última, la señora Conchita, una dama española que se había
establecido en el país, gracias a la pensión de que fue objeto como consecuencia
de haber sido una de las muchas damnificadas por ingerir aceite de colza.

Nuestro amigo se dedicaba al negocio de la seguridad, además de disponer de


una fabrica de insumos militares (uniformes y parla frenaría para el ejército)
además, estaba involucrado en el negocio de la aviación mediante su participación
en la línea aérea Tikal Jet que realizaba vuelos hacia destinos locales,
principalmente hacia zonas arqueológicas de la cultura Maya, en el departamento
del Petén.

Como consecuencia de los muchos años que llevaba viviendo en el país, conocía
prácticamente a todos los personajes políticos y empresariales del panorama
nacional, con quienes compartía y departía cotidianamente, haciéndonos
partícipes con frecuencia de dicho ambiente, en el fuimos muy bien recibidos.

En otro ambiente en donde me sentía muy cómodo era el académico, en la


Universidad Francisco Marroquín, cursando la maestría en Relaciones
Internacionales, en donde tuve la suerte de conocer profesores memorables, así
como compañeros inolvidables como Pedro Trujillo, ex integrante del Ejército
español, y participante en muchas misiones pacificadoras internacionales, por
cuenta de las Naciones Unidas.

Este nuevo amigo estaba casado con una guatemalteca de muchos quilates, Lois,
con quien tuvo dos hijos – además de los que cada uno tenía por su lado -, con
ambos coincidimos en muchas cosas, especialmente, como consecuencia de la
empatía que se desarrolló entre las dos familias.

Como país, Guatemala fue muy generoso con nosotros, ya que nos ofreció la
posibilidad de concretar proyectos personales y profesionales de gran relevancia,
como fueron los de capacitación académica, intimidad familiar, disposición de
tiempo libre para viajar dentro del territorio nacional, así como a países vecinos,
como fue el caso mencionado de Belice, y posteriormente, El Salvador, y en
general, disponer de un nivel de vida superior al que pudimos tener en otras
circunstancias en donde la presión laboral no ofrece posibilidad alguna de escape.

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393!
Por lo que respecta a Carlos Ignacio culminó su bachillerato en el Colegio Maya, y
acto seguido, comenzó a recibir comunicaciones de diversos centros educativos
en los Estados Unidos a los que había postulado. La selección incluyó carta de
aceptación de la universidad de Notre Dame, en el Estado de Indiana, a donde
enfocó sus esfuerzos para comenzar el siguiente año lectivo que comenzaba el
mes de agosto.

Debo confesar que, al primer momento, es decir, cuando le fue comunicado que
fue aceptado, y de inmediato le señalaron el tipo de obligaciones financieras que
debería cumplir, sentí una especie de desazón, estimando que no tendría la
oportunidad de concretar con dicha aspiración, ya que las cuotas mensuales que
debería honrar, estaban un poco alejadas de nuestro presupuesto.

Sin embargo, al final si se pudo, por ello fue menester realizar el viaje hasta South
Bend, Indiana, a donde le acompañé, desde Guatemala, vía ciudad de México, y
Chicago. De ahí, viajamos por tierra – en un vehículo rentado – hasta nuestro
destino, al que llegamos puntualmente. De inmediato, Carlos Ignacio, una vez que
fue identificado, le entregaron su credencial como alumno, y a partir de ese
momento participamos en algunas actividades conjuntas, fuimos al lugar en donde
se había determinado su alojamiento: Keenan Hall, en el que tuvo oportunidad de
quedar instalado.

Una vez que Carlos Ignacio quedó finalmente el la universidad, me devolví a


Guatemala, partiendo por la misma ruta, es decir, de South Bend a Chicago, en el
vehículo que habíamos alquilado. Me gustaría confesar que, una vez que dejé el
campus universitario, y durante todo el trayecto hasta la ciudad capital del Estado
de Illinois, me fui llorando como un verdadero estúpido, ya que, intuí que a partir
de ese momento la tercera estrella de mi universo personal estaría a merced
de sus propios instintos, motivados por la educación recibida a lo largo de su
historia personal.

El mes de septiembre de ese año de 2001, nos despertamos inmensamente


sorprendidos por las imágenes que se estaban transmitiendo a nivel mundial,
como consecuencia del ataque masivo perpetrado por el grupo terrorista Al
Qaeda, en contra de intereses de los Estados Unidos de América, en las ciudades
de Nueva York, y Washington, D.C.

Como nuestra hija Caty se encontraba, justamente, en la Universidad de Nueva


York NYU, cuando vimos el ataque en contra de las torres gemelas del World
Trade Center, de inmediato la llamamos, ya que tenía su domicilio en Manhattan,
en un lugar cercano a donde se estaban desarrollando los acontecimientos más

!
394!
sorprendentes del presente siglo: un ataque directo en territorio de la primera
potencia mundial.

Afortunadamente, de inmediato conversamos con ella y nos comentó que hasta


ese momento no había visto ni oído nada, por lo que nuestra llamada le sorprendió
mucho. Un poco más adelante, supimos que se había trasladado, junto con otras
compañeras de la Universidad, a un lugar seguro, en las afueras del epicentro de
hechos tan lamentables.

Una vez que concluyó Caty sus estudios en al Universidad de Nueva York,
regresó a la República Dominicana en donde comenzó a trabajar en Banco Ademi,
lugar en el que, en principio, le tenían gran aprecio, aunque imagino, no era
posible para ella mostrar todo su potencial, como consecuencia del sinnúmero de
obstáculos que se van presentando en una organización cuasi burocrática.

No obstante, nosotros teníamos mucha confianza en sus merecimientos, ya que


nuestra hija siempre dispuso de ese toque personal que la hace diferente, y es,
justamente ahí, en donde se aprecia la diferencia.

Muy pronto Caty conoció a un chico muy agradable, de profesión ingeniero civil,
de quien se enamoró, y se comprometió formalmente, incluso, con pedida de
mano de por medio. Cuando decidieron que seguirían por la vida en pareja, de
pronto viajaron a Guatemala en donde los recibimos con inmenso agrado y, ahí
conversó con nosotros – al estilo tradicional – señalándonos que se quería casar
con nuestra muy adorada hija.

Por supuesto, para todos fue una sorpresa, incluso para Carlos Ignacio, quien nos
confió que cuando estaba en Washington, D.C., haciendo sus práctica de verano
en The Washington Office for Latin America WOLA, se había quedado
sorprendido, pero igual que nosotros, feliz.

Acordamos con los contrayentes que la ceremonia de matrimonio se llevaría a


caso en Medellín, Colombia, el 5 de julio de 2003, por lo que comenzamos – todos
– con los preparativos del caso.

Para nosotros fue muy emocionante, ya que, especialmente Olga Inés comenzó
con los detalles correspondientes, entre los que se destacaron, principalmente, la
convocatoria a las familias, tanto en México, como en Colombia, y por supuesto en
la República Dominicana.

Por lo que respecta a las participaciones, tuvimos el gran privilegio que el tío Jorge
Párraga, especialista en la materia, nos las obsequiara – es decir, a Caty y Raúl
Dino Alfonso Campagna-, por lo que comenzamos a circularlas en todas las
direcciones del caso.

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395!
Antes de que se me pase, quisiera comentar que, por razones de nuestra mejor
conveniencia, decidimos dejar el penthouse de la zona 14, para trasladarnos a una
casa muy hermosa en la carretera a El Salvador, en donde estuvimos en un
condominio horizontal muy bien vigilado, y además, especialmente confortable.
Ahí regalamos a Natalia un conejo holandés para que lo tuviera como mascota;
más tarde, Olga Inés adquirió una bella perrita French Poodle, tasita de té, muy
hermosa y pequeña, de nombre Juliana. Cuando estuvo en edad de reproducirse,
tuve una cachorro al que llamamos Bruni.

A comienzos de ese mismo año, el güero, Jorge Castañeda, decidió renunciar al


cargo, por lo que fue designado como Canciller, por el presidente Vicente Fox, el
doctor Luis Ernesto Derbez Bautista, otro de los cercanos escuderos de nuestro
primer mandatario, quien llegó a la Secretaría en medio de inmensas dudas sobre
la mejor forma de remediar todos los entuertos en los que había incurrido su
predecesor.

La verdad sea dicha, con el güero Castañeda, nunca tuve una diferencia
fundamental de carácter personal, es más, como ya quedó asentado, durante mi
gestión como embajador en la República Dominicana, no solo lo recibí, sino que
tuve la entereza de hacerme presente en eventos en los que no debería de estar,
como consecuencia de las profundas desavenencias que había tenido con los dos
últimos presidente de México.

A pesar de mi bonhomía, durante el tiempo en que estuvo a la cabeza de la


Secretaría, nunca me quiso recibir, siempre hubo excusas, y demandaba que mi
interlocutor fuera otro amigo en común, Gustavo Iruegas, a la postre subsecretario
para América Latina y el Caribe.

Con el nuevo titular de la Secretaría, hubo un contacto positivo, mismo que fue
motivado por una visita que realizó a Guatemala, en donde tuve la oportunidad de
explicar el nuevo sistema de visados para extranjeros, determinado con medidas
de seguridad especiales, y diseñado para evitar falsificaciones. Dicho sistema, fue
implementado en Guatemala, como parte de un proyecto piloto que ahora es
utilizado por la mayoría de las misiones de México en el exterior.

Por lo que respecta al matrimonio de Caty y Raúl, los preparativos fueron


concretados durante nuestro viaje de quince días a Medellín, a donde llegamos y
fuimos alojados en el departamento en el que vivía don José con Blanca Ruth, y
Diego Alejandro, en el centro de la ciudad – la casa de la calle 58ª número 40-30,
había sido vendida.

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396!
Fuimos muy bien recibidos y concretamos con la administración de la finca
Fizebad, los detalles correspondientes a la ceremonia, a la recepción, y al
alojamiento de los invitados que viajarían desde el extranjero, ente quienes se
destacaron, doña Martha, mi madre, quien se hizo acompañar de María Fernanda
– la hija de mi hermano Carlos -, la madre de Raúl, la señora Bruni Campagna,
quien viajó con dos de los hermanos del novio, Ricky y Santiago.

Otros de nuestros amigos que viajaron a Medellín, fueron Uri y Eliza, así como
Pedro Trujillo y su esposa Lois.

El evento propiamente dicho, fue muy emocionante. Poco se puede decir con
palabras, ya que, desde que llegaron los novios al país, hasta que viajaron de
regreso a la República Dominicana, tuvimos la sensibilidad a flor de piel, con
inmenso afecto, y profundo cariño para ambos.

Asistieron más de cien invitados, por supuesto, la mayoría de ellos, familiares de


Olga Inés, entre tíos y tías, hermanos, sobrinos, cuñados, y por supuesto, don
José, quien para ese entonces, seguía lamentando la pérdida de su compañera de
toda la vida, doña Fabiola, a la que todos recordamos con gran afecto.

Una vez que concluyó el gran evento familiar, nos dispusimos a regresar a
nuestros lugares de actividades, nosotros a Guatemala, nuestra madre a México
junto con María Fernanda, y los demás invitados y acompañantes, cada uno a
cumplir con sus respectivas responsabilidades personales y laborales.

Previo a nuestro retorno a Guatemala, viajamos a la ciudad de Brownsville, Texas,


en los Estados Unidos de América lugar al que habíamos solicitado se nos hiciera
llegar un vehículo que compramos en una subasta de eBay, un Jaguar XJ12 del
año de 1995, por el que había pujado nuestro hijo Carlos Ignacio.

La verdad, el auto era precioso, por lo que decidimos llevarlo por tierra, hasta la
sede de nuestras actividades, en la ciudad de Guatemala. Nuestro amigo Héctor
Aguilar Meza, quien estaba adscrito como cónsul en dicha plaza, nos recibió con
el mismo afecto de siempre, alojándonos en su residencia particular durante los
tres días en que estuvimos ultimando los detalles para el gran viaje de retorno.

Tardamos un par de días en el traslado desde la frontera de México con los


Estados Unidos de América, hasta nuestro destino, al que llegamos sin mayores
contratiempos, salvo por lo que se refiere a fallas diversas que se presentaron en
el funcionamiento del aire acondicionado, arregladas, sin mayor complicación en
un talles especializado de la ciudad de Guatemala.

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397!
Durante el tiempo que estuve ausente de la sede de mi comisión, quedó al frente
de los trabajos del consulado general, un funcionario de notable inteligencia, al
que aprecio muchísimo, el licenciado Manuel Morodo, quien sustituyo a Lilian
Ferrer, tras su traslado a la embajada de México en Washington, D.C., y con quien
concreté un muy cordial amistad, motivada por su amplia vocación a favor del
servicio exterior mexicano.

Olga Inés, como fue su costumbre, hizo magníficas relaciones personales durante
nuestra estancia en Guatemala, de las amigas más entrañables, se destaca
Conchita, la madre de Eliza Roitmann; la propia Eliza; Mabela, esposa del
agregado para asuntos legales de la PGR; e Isabel Brito, (de nacionalidad
venezolana), quien fue condiscípula en la Universidad Francisco Marroquín, en la
misma maestría de mi querida mujercita.

Con ellas y con otras personas vinculadas a la comunidad mexicana, supo abrirse
sus propios espacios de interacción, en donde siempre fue una referencia y
magníficamente recibida. Otros de nuestros amigos entrañables, más por la
relación que cultivaron con Carlos Ignacio, a quien incluso llevaron a pasear a
Europa, visitando, entre otros lugares, Ámsterdam, Bruselas, Roma y el Vaticano,
fueron Marianel, y sus padres, Antonio Coolen y Gloria, su esposa.

Desde entonces, y hasta esta fecha, hemos seguido en contacto con esta familia –
que sigue viviendo en Guatemala -, así como con Isabel, la cual, por su parte,
cuenta con muchos amigos en México. Por lo que respecta a Marianel, una vez
que culminó sus estudios profesionales en la Universidad de Vancouver, en
Canadá, ingresó a una organización holandesa de cooperación internacional, la
que la ha llevado por distintos países del mundo, incluso, se casó con un paisano
suyo, y ahora tiene dos bellos hijos, uno de los cuales, es ahijado de Carlos
Ignacio.

Para ese entonces, Olga Inés había concretado un sustantivo ahorro personal
cuyo monto estaba amparado por un certificado que le había extendido el
CITIBANK de Puerto Rico. Por alguna razón que ahora entiendo, durante el curso
de uno de nuestros traslados, le perdió la pista, causando en ella una onda
preocupación, hasta que comentó el tema con un abogado amigo, Rodrigo
Rosenberg, quien con una indudable astucia, no solo recuperó el certificado, sino
que hizo posible que el mismo volviera a quedar en poder de la interesada.

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398!
Con el producto de dicho ahorro personal, Olga Inés comenzó a buscar invertirlo
en una propiedad inmobiliaria en Medellín, proyecto que coronó positivamente,
gracias a los buenos oficios de su hermana mayor, Blanca Ruth, quien encontró
una oferta estupenda para adquirir, mediante una fórmula muy utilizada en
Colombia: sobre planos, que consiste en invertir a futuro, sobre un proyecto
específico, en su caso, el conjunto residencial Sao Paulo.

Unos años después de haber firmado el contrato correspondiente, en mayo de


2005, le fue entregado su departamento en el proyecto comentado, ubicado en la
zona residencial de El Poblado, mismo que disponía de infinidad de amenidades,
además de las incluidas en el propio departamento, la comunidad disponía de
piscina, jardines, áreas húmedas, gimnasio, dos cupos para estacionamiento, y
cuarto útil.

Actualmente, y como consecuencia de una decisión familiar que adoptamos, nos


encontramos residiendo, con carácter permanente, en la ciudad de Medellín, en el
propio departamento adquirido por Olga Inés, ubicado en la calle 18CSur, número
43 A 200, edificio Sao Paulo, departamento 1406.

El siguiente año, viajamos dos veces a la República Dominicana, la primera, para


el mes de julio, con el fin de visitar a los dos recién casados, quienes disponían de
un bello departamento en el Ensanche Naco, de la capital del país. En esa visita,
concretamos un proyecto que había venido concibiendo durante un par de años,
con una proyección hacia el futuro, considerando para ello la posibilidad de
culminar con mi carrera en el servicio exterior.

Dicho proyecto fue la creación de una organización no gubernamental, cuyos


trámites de constitución culminaron, justamente, ese mes de julio, fecha en la que
celebramos la primera asamblea general constituyente del Consejo Internacional
para la Promoción de la Libertad y el Desarrollo Humano Sostenible PROLIDER ,
cuyas actividades darían comienzo, una vez que no existiera ningún tipo de
incompatibilidad con el trabajo que para ese entonces realizaba.

Por lo anterior, la gestión se llevó a cabo, de forma paralela al desarrollo de las


actividades de cada no de nosotros, los integrantes de la Junta Directiva, entre
quienes se destacan: Olga Inés; Caty; Raúl; Carlos Ignacio. Entre tanto,
comenzamos a estructurar nuestra plataforma electrónica a través de la apertura
de una página en Internet, y la obtención de nuestro primer dominio:
www.prolider.org.

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399!
La segunda visita a Santo Domingo, fue para el mes de noviembre, como
consecuencia de la celebración de los treinta años de casados con Olga Inés,
contratamos, a dicho fin, un crucero por el caribe en: Adventure of the Seas. Para
el inicio de nuestro regalo de aniversario dejamos a Natalia al cuidado de su
hermana y su cuñado, y de ahí nos trasladamos a San Juan, en Puerto Rico,
desde donde partió nuestro barco.

Lo pasamos estupendamente bien, y sobre todo, disfrutamos de nuestra recíproca


compañía, durante siete días inolvidables.

Cuando culminó nuestro paseo, y de vuelta a Santo Domingo, nos dispusimos a


retornar a Guatemala, a fin de retomar nuestras rutinas personales y laborales.

Ese fin de año, recibimos la visita en Guatemala de Don José, y de Sarita, nuestra
sobrina, la hija de José Obdulio y Carmenza, con ellos viajamos por lugares
diversos de la geografía nacional, al tiempo que cruzamos la frontera con México,
viajando hasta la ciudad de Tapachula. A ese viaje, también nos acompañó
nuestro amigo Eduardo Barajas.

También nos visitaron Caty, Raúl y Carlos Ignacio, con quienes estuvimos durante
las fiestas decembrinas, con la alegría de ver a toda la familia reunida en un
ambiente de gran optimismo para todos. El mes de enero, y antes de que cada
uno regresara a dar cumplimiento a sus respectivas actividades, celebramos la
primera Asamblea General de nuestra organización, PROLIDER.

Para el año siguiente, muy pronto, el mes de enero, se comunicó conmigo el


subsecretario Miguel Hakim, quien me hizo partícipe de la propuesta que, en
nombre del Canciller, Luis Ernesto Derbez, me formulaban para aceptar el cargo
de embajador de México en Honduras. De inmediato, hice saber mi aceptación,
por lo que, en breve, se procedió a solicitar el beneplácito de estilo.

De esa manera, la comisión que se me había encomendado, como cónsul general


en Guatemala, llegaría en breve a su fin, lo que produjo en mí un doble
sentimiento. Por un lado, nostalgia, ya que Guatemala, tal cual señalé, nos había
recibido con los brazos abiertos; y por otro, la alegría infinita de ver reconocido, de
nuevo, mi desempeño profesional, al otorgarme señalamiento tan destacado.

Natalia, por cierto hizo su primera comunión ahí mismo, y aprendió con Vilma, su
terapista, cosas diferentes, sobre todo, en lo relativo a la auto seguridad para
trabajos manuales, gracias a la terapia de puntitos que le fuera impartida.

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400!
Para concretar nuestro traslado a Tegucigalpa, organizamos nuestros enseres
personales y menaje de casa, enviándolos en transporte por tierra, a través de una
de las empresas especializadas que había en el país.

La embajadora, Rosalba Ojeda, fue especialmente cariñosa con nosotros cuando


se enteró de la nueva comisión. Dentro de sus atenciones personales, un
almuerzo de despedida al que invité a dos parejas de amigos, entre quienes se
encontraban Uri Roitmann y el profesor Alatorre, de la Universidad Francisco
Marroquín, con quien desarrollamos una muy cordial relación.

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401!
Capitulo 22
Antes de iniciar la misión diplomática en Honduras, fue necesario comenzar varios
procesos, en primer lugar, la obtención del beneplácito por parte de las
autoridades correspondientes, mismo que fue emitido el 21 de febrero; además,
preparar la comparecencia ante el Senado de la República, a los fines de la
ratificación del nombramiento, y finalmente, preparar la agenda bilateral con los
proyectos a realizar durante mi encargo.

De forma paralela, Carlos Ignacio se graduó en la universidad de Notre Dame, el


mes de mayo, por lo que, junto con Olga Inés y con Natalia, viajamos hasta South
Bend, en Indiana, con el fin de hacernos presentes en las ceremonias de
conclusión de su ciclo de preparación universitaria.

El viaje fue muy agradable, y la estancia, a su vez, muy fraterna, ya que


conocimos a varios de sus amigos y condiscípulos, con quienes compartimos el
gusto por la finalización del programa de licenciatura de nuestros respectivos hijos.

Una vez concluida la graduación, nos regresamos a Guatemala en donde


estuvimos a la espera de noticias de la Secretaría, sobre todo, en torno a la fecha
en que debería comenzar la misión, ya que, de momento, mi predecesor, Walter
Astié Burgos, no había manifestado ningún síntoma de querer concluir sus
labores, sobre todo, ante la perspectiva del viaje a Honduras del Presidente de
México, Vicente Fox, para participar de los trabajos de la cumbre del Sistema de
Integración Centroamericana, SICA, a realizarse entre el 29 y el 30 de junio de ese
mismo año.

No obstante la indisposición de mi antecesor para concluir su misión diplomática,


la Secretaría le instruyó viajar de regreso a México, y hacer posible que yo
asumiera el cargo a la brevedad posible, cosa que hice, el mismo mes de junio,
llegando a Honduras, por vía terrestre, el día 11.

El viaje lo realizamos por carretera en nuestros dos vehículos personales, la Land


Rover Discovery; y el Jaguar XJ12, en los que, además de equipaje y diversos
artículos más, transportamos a las dos perritas French Poodle, Juliana y Bruni.

A nuestra llegada a la frontera, fuimos recibidos por el segundo de a bordo de la


embajada, el ministro Luis Franco Todoberto, quien se hizo acompañar de uno de
los dos conductores de la representación, de nombre Isabel, quien era mejor
conocido por el diminutivo de “Chabelo”.

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402!
Una vez que concluimos el recorrido y que llegamos a la ciudad de Tegucigalpa,
nos dirigimos hacia la residencia oficial, ubicada en uno de los barrios de mayor
nivel económico.

En breve plazo, como consecuencia de la asistencia del presidente Vicente Fox a


la cumbre del SICA, fui recibido por el canciller, con el objetivo de presentar las
copias de mis cartas credenciales, para posteriormente, el día 21 de propio mes
de junio, hacer entrega de los originales al presidente, Nicolás Maduro, en la sede
del poder ejecutivo, o casa presidencial, como mejor era conocida.

Como suele ser habitual, la ceremonia de entrega de mis cartas credenciales, se


llevó a cabo sin mayores contratiempos, y obtuve la simpatía del jede de estado,
quien comentó que iría a San Pedro Sula a recibir a su colega mexicano, quien de
ahí partiría a la capital del país a los fines de participar en la cumbre multicitada.

Acto seguido, comencé con los preparativos de la presencia de nuestro presidente


en evento tan importante, para lo cual, la propia Secretaría fue integrando el
expediente respectivo, en donde se hizo constar las diversas facilidades que eran
requeridas para su desplazamiento entre nuestro país, y Honduras.

En la fecha señalada, estuve presente en la ciudad de San Pedro Sula, a donde


llegó el jefe de estado, proveniente de Belice – a donde había realizado una visita
oficial – a bordo de su helicóptero, le acompañaba en primer ministro beliceño, con
quien se trasladó hasta la ciudad de Tegucigalpa, una vez que fue recibido, con
todos los honores, y que procedió, junto con su colega hondureño a inaugurar
obras realizadas con fondos provenientes del Plan Puebla Panamá PPP, otro de
los inventos de cooperación, ideados por las brillantes mentes de quienes se
desempeñaban por aquel entonces en nuestra Cancillería.

De ahí, nos trasladamos en helicóptero – de la Fuerza Aérea Mexicana – hacia la


ciudad de Tegucigalpa, a la que llegamos en unos treinta minutos de vuelo. En el
aeropuerto nuestro presidente se despidió de su colega hondureño, y del primer
ministro de Belice, procediendo a trasladarse al Hotel Marriot, en donde
permaneció hasta el momento de su traslado, dentro del mismo espacio, a la
sede de la cumbre del SICA.

La misión que me tocó desempeñar durante el evento referido, tuvo más que ver
con las diversas facilidades que desde la embajada tuvimos que gestionar en
torno a alojamientos, permisos de sobre vuelo y aterrizaje de tres aviones de la
Fuerza Aérea FAM (el TP01; el TP02; y un Grumman) además de seis
helicópteros, también de la FAM.

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403!
Nuestra delegación, también fue integrada por algunos gobernadores (de los
Estados que participaban en el PPP), quienes a su vez, viajaron en aviones con
matrícula civil de nuestro país. En conjunto, en el momento de mayor presencia
de delegados mexicanos a la cumbre del SICA, se podían contar más de diez
aviones, y seis helicópteros.

Al concluir el despliegue de nuestra presencia en Honduras, tuve oportunidad de


percibir, con mayor claridad, el grado de influencia que ejerce nuestro país en la
región centroamericana, a pesar de las muchas vicisitudes por las que atravesaba
la coyuntura mexicana, prácticamente volcada hacia la consecución de nuestros
intereses con América del Norte, especialmente, con los Estados Unidos de
América.

Ciertamente, uno de los puntos flojos más notorios de nuestra estrategia en


materia de política exterior, fue el escaso interés que despertó en la administración
de Vicente Fox, la región de América Latina y el Caribe, a la que, si bien es cierto,
dedicó algunas iniciativas como la del PPP, en donde se llegó a incluir a Colombia,
la mayoría de los proyectos sustantivos que fueran enunciados – como la refinería
de petróleo -, en su mayoría, no coronaron con éxito, hasta el punto de que, el
ambicioso plan, poco a poco se fue desdibujando en el horizonte de buenos
propósitos que ha rodeado la historia de nuestra región geográfica, a lo largo de
los años.

A mediados del mes de julio, una nueva desgracia tocó a las puertas de nuestra
familia, Patricia, mi hermana, falleció, víctima de las infortunadas circunstancias
que rodearon su historia personal, sobre todo, a raíz de la separación de Pablo, su
esposo, con quien nunca llegó a disfrutar de una relación libre de
cuestionamientos y menosprecios, a pesar de las muchas e indudables virtudes de
esa tierna mujer, madre en dos ocasiones, y compañera de juegos primerísima de
nuestra tierna juventud.

El dolor que imagino debe haber sentido nuestra madre, doña Martha, fue
inmenso, al grado de que no lo podría ni llegar a imaginar, ya que, con la
desaparición física de Patricia, sumaron dos hijas fallecidas, ambas en
circunstancias desafortunadas, por virtud de la juventud en que las dos culminaron
su existencia.

Para nosotros, es decir, para nuestra familia, fue también muy triste, ya que, con
independencia de los muchos años en que vivimos juntos bajo el techo de la
familia Gutiérrez Pita, con Olga Inés, y con nuestros tres hijos, también se
desarrollo la empatía que hizo posible que todos albergáramos un positivo
sentimiento hacia su persona.

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404!
Por mi parte, realicé un breve viaje a México, acompañado por Carlos Ignacio, a
fin de estar cerca de doña Martha, quien con toda seguridad, pasó momentos de
inmenso dolor, sólo superables gracias a su apego a la voluntad infinita del Dios, a
quien considera como autor de todo lo que determina el designio de nuestra raza
humana.

Un poco después, y gracias a la generosidad de Olga Inés quien la acompañó,


viajó a Honduras, en donde pasó unos quince días, en fecha que coincidió con el
viaje que realizó a Tegucigalpa, don José, quien vino acompañado por Blanca
Ruth. Los consuegros tenían algo de tiempo de no haberse encontrado – desde el
matrimonio de Caty y Raúl -, por lo que ambos conversaros, y seguramente,
también tuvieron oportunidad de rezar e invocar, cada uno por su cuenta a los
seres queridos que dejaron de existir.

Una vez que concluyeron sus respectivas estancias, tanto don José, como mi
madre, doña Martha, regresaron a sus lugares de sus respectivas residencias. A
doña Martha, la acompañó Carlos Ignacio, quien en ese momento todavía no
estaba trabajando.

Por lo que se refiere a nuestro bienestar cotidiano, Natalia fue inscrita en la


escuela República de Costa Rica, en donde intentamos que tuviera la oportunidad
de estrechar vínculos con estudiantes de su edad, que para ese momento, era de
catorce años, además, le procuramos estímulos y opciones alternativas, como la
equino terapia, cuya práctica había comenzado en Guatemala, y complementó en
el país de nuestra adscripción.

El progreso de nuestra nena se fue haciendo tangible, toda vez que, en


Guatemala obtuvimos la primera aproximación al diagnóstico que nos fue
confirmado en México, y que determinaba: autismo atípico, con retraso mental, por
lo que, a partir de dicho escenario, fue posible para todos los que estábamos a su
alrededor, comenzar con los intentos para hacer viable que nuestra adorada la
cuarta estrella de mi universo personal hija dispusiera de una vida lo más
conveniente posible.

Con Olga Inés a la cabeza del esfuerzo rehabilitador de Natalia, probamos casi de
todo, pasando de embriones de pato y cordero, hasta trasladarla a centros
hospitalarios especializados en enfermedades del cerebro en Cuba, o en clínicas
especializadas de los Estados Unidos de América.

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405!
Por lo pronto, no cejamos, ni dejaremos de realizar cualquier tipo de esfuerzo que
haga posible que nuestra muy querida Natalia tenga a la mano todo aquello que
podamos ofrecerle, a favor de su bienestar personal, y de la mejor calidad de vida
que quisiéramos para todos.

De la escuela República de Costa Rica la pasamos al colegio La Esperanza, en


donde tuvo la oportunidad de conocer a otras compañeritas más o menos de su
edad.

La misión diplomática en Honduras, si bien es cierto, tuvo excelentes momentos,


sobre todo, desde la perspectiva del tipo de comodidades a que teníamos derecho
de disfrutar, estaba lejos de ser la panacea que había soñado durante casi todo el
curso de mi carrera en el servicio exterior, ya que, la nueva administración
gubernamental de nuestro país, dejaba mucho que desear, sobre todo en el
contexto del diálogo que debería existir con sus representantes en el exterior.

Y, cuando digo: “la mula es pinta”, es porque tengo los pelos en la mano. Se hizo
mención a que el día 18 de enero anterior, el subsecretario Miguel Hakim me
había llamado para consultarme si estaría de acuerdo en que se me nombrara
embajador en Honduras, mi respuesta, ya fue enunciada, y fue afirmativa, por lo
que me dispuse a concretar los detalles del fin de la comisión en Guatemala, y el
comienzo de la nueva misión diplomática.

Lo curioso del caso – bueno, de mi caso – es que, contrario a lo que sucedió, tanto
con Fernando Solana, como con Ángel Gurría, antes de mis nombramientos en
Panamá y la República Dominicana, con los nuevos Secretarios, comenzando por
el güero Jorge Castañeda, y su sucesor, Luis Ernesto Derbez, nunca hubo diálogo
alguno, convirtiéndose en mi interlocutora, la jefe de gabinete del subsecretario
para América Latina y el Caribe, a quien agradezco por haberme orientado sobre
el nuevo contexto en el que deberíamos desempeñar funciones los integrantes del
servicio exterior, quienes fuimos considerados más que colaboradores,
potenciales enemigos.

En ese contexto fui atemperando las responsabilidades inherentes a mi


desempeño profesional en Honduras, país que enfrentó, durante el mes de
noviembre, elecciones generales, para renovar el Congreso Nacional, los
Ayuntamientos, y la Presidencia de la República.

El proceso culminó con en triunfo del candidato del partido liberal, Manuel Zelaya
Rosales, quien con un margen mínimos de votos, triunfó sobre su más cercano
contendiente, Porfirio Lobo, del partido nacional. Por lo que respecta a los 125
integrantes del Congreso Nacional, el partido que se alzó con mayor número de

!
406!
escaños, fue también el liberal (62), seguido del nacional (52); por lo que respecta
a las 298 alcaldías, el partido liberal, obtuvo 165; el nacional, 130.

Es decir, el partido liberal, obtuvo mayoría en las tres instancias de gobierno, lo


que lo contribuyó a su fortalecimiento a nivel nacional, efecto que benefició el
trabajo que enfrentó, una vez que tomó posesión, el nuevo jefe de estado, Manuel
Zelaya Rosales.

Previo a la toma de posesión, tuvimos el gusto de recibir la visita de Caty y Raúl,


quienes pasaron con nosotros, en Tegucigalpa, las fiestas decembrinas, dentro de
un ambiente de la más agradable armonía, a pesar de que me tocó viajar a la
ciudad de México, a los fines de estar presente en la reunión de embajadores y
cónsules generales.

Durante mi estancia en la capital del país, tuve la oportunidad de ver la obra de


construcción de un conjunto inmobiliario, en pleno Paseo de la Reforma, a la altura
de la calle de Havre, en los terrenos que alguna vez fueron del Hotel Paseo. Sin
pensarlo demasiado, a mi regreso comenté con la familia, y nos dimos a la tarea
de ubicar la página en Internet del Conjunto Residencial Reforma 222.

Con sorpresa vimos la posibilidad de hacernos de una propiedad en dicho


conjunto, por lo que, en breve, escogimos un departamento, y vía de correo
electrónico celebramos un contrato de adquisición, el propio mes de enero de ese
año de 2006.

La investidura, tal cual estaba previsto, se llevó a cabo, el 27 de enero, en el


marco de una solemne ceremonia en el estadio nacional, transformado, para la
ocasión, en sede del Congreso Nacional. En representación de México, anunció
su presencia, el Presidente Vicente Fox – por cierto, se constituyó en la primera
vez en que un jefe de estado de nuestro país, se hace presente en ceremonias de
este tipo -, quien viajó a Tegucigalpa acompañado de una amplia comitiva,
integrada por funcionarios y empresarios.

Como es habitual, estuvimos puntuales a su llegada en el área militar del


aeropuerto internacional Tonkontín, de la ciudad de Tegucigalpa, en donde tras
rendirle los honores de ordenanza, fue trasladado al Hotel Marriot, lugar en que
fue alojado, junto con su esposa, la señora Marta Sahagún.

En algún momento del proceso de organización de la ceremonia de toma de


posesión, corrió el rumor del interés que tenía en nuevo jefe de estado, por
ingresar al estadio nacional, montado en un brioso caballo, acompañado de su
colega de México, quien también era aficionado a la vida en el campo.

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407!
Afortunadamente para todos, dicha propuesta nunca se formalizó, ya que, nuestro
presidente ingresó al recinto como corresponde a su alta investidura.

Al día siguiente de la ceremonia, la delegación de México regresó a su destino de


origen, y las aguas en la embajada volvieron a su cause.

Mientras todos estos acontecimientos se llevaban a cabo, Carlos Ignacio,


consiguió una oportunidad de trabajo en la representación de Colombia ante el
Banco Centroamericano de Integración Económica BCIE, cuya sede se
encontraba en la capital del país. Desde ahí, tuvo oportunidad de participar en la
revisión y aprobación de diversos proyectos de financiamiento para países
beneficiarios.

Además, el representante de México ante dicho banco, el señor Pedro Especia, en


algún momento lo contactó, con propósitos similares a los que lo tenían
desarrollando sus actividades laborales en el banco, por lo que, Carlos Ignacio
tuvo la doble oportunidad para trabajar en ambas oficinas.

Por lo que respecta a la situación política de México, comento que ese año, en el
mes de julio, se realizaron elecciones federales, en primer lugar, para nuevo
presidente de la república, y en segundo lugar, para renovar el Congreso de la
Unión, dividido en dos cámaras, la de diputados, con 500 integrantes, y la de
senadores, con 128.

Como suele suceder en este tipo de acontecimientos, el Instituto Federal Electoral


IFE, implementó por vez primera, un mecanismo para hacer viable el voto de los
mexicanos en el exterior, partiendo del supuesto de que nuestro país consideraba
que disponía de más de trece millones de connacionales radicando fuera de las
fronteras geográficas, por lo que, se esperaba, una masiva afluencia para el
proceso del primer domingo de julio.

Con todo honestidad, se debe de reconocer que pese a su buena disposición, el


IFE no fue realista, por virtud de que el procedimiento para recabar la credencial
permanente de elector, se lleva, más o menos, cuatro semanas, razón por la cual,
la mayoría de mexicanos residentes en el extranjero, no tuvieron la oportunidad de
hacerse con la suya, ya que, por regla general, sus viajes a México eran en
promedio de entre una semana, y a lo sumo, quince días.

Otro obstáculo importante tuvo que ver con la exigencia de un domicilio fijo,
requisito que se acreditaba con un recibo por pago de servicios públicos, lo cual
era bastante difícil, ya que muchos paisanos se encuentran residiendo en los
Estados Unidos de América, de forma ilegal.

!
408!
Dicha realidad, pudimos comprobarla nosotros, ya que, si bien es cierto
disponíamos, en principio de la mayoría de requisitos, a la hora de acreditar
domicilio en el lugar de residencia, todas las facturas por concepto de servicios
estaban a nombre de la embajada de México, por lo que los analistas que
recibieron nuestra solicitud la rechazaron tajantemente. El único que pudo votar
sin mayores inconvenientes, fue Carlos Ignacio, quien, en todo caso, se sintió
profundamente satisfecho por haber cumplido su deber cívico.

Durante el proceso comicial, hubo una serie de irregularidades importantes, lo que


trajo como consecuencia que el IFE no estuviera en posibilidad de anunciar, esa
misma noche del primer domingo de julio, al triunfador, ya que la diferencia entre
el candidato del partido en el gobierno PAN, Felipe Calderón, y su más cercano
contendiente, el representante del PRD, Andrés Manuel López Obrador, era
mínima, algo así como doscientos mil votos.

Por lo anterior, fue necesario dar continuidad al proceso establecido en la norma


correspondiente (COFIPE) en donde quedaba previsto un término de tres días,
contados a partir de la fecha de la elección, para que la autoridad competente
(IFE) recibiera las actas respectivas levantadas en cada uno de los trescientos
distritos electorales federales, en que está dividido el país.

Mientras esto sucedía, el candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador,
comenzó a balbucear frente a sus seguidores que se había desarrollado un gran
fraude electoral, y que se le quería “despojar” de un triunfo legítimo; que por
ningún motivo iba a reconocer otro triunfo que no fuera el propio, y que emplazaba
a sus seguidores a tomar calles y avenidas para formalizar un “plantón” que se
extendió por espacio de más de dos meses en que fue bloqueado el Paseo de la
Reforma, una de las principales arterias de la capital del país.

A pesar de las muchas muestras de desagrado de representantes de las


principales fuerzas de izquierda, el proceso electoral fue turnado al Tribunal
Federal Electoral en donde se dirimió la disputa, determinando que no existían
razones específicas para suponer que el triunfo del candidato del PAN, Felipe
Calderón, no fuera legítimo, por lo que se le declaró presidente electo, a finales del
mes de octubre.

Por lo tanto, el Presidente electo programó una agenda de visitas al exterior, entre
las que se destacaron las que realizaría por países de América Latina y el Caribe,
entre las que figuraban varias ciudades en Centroamérica, aunque no se
contempló, inicialmente, la ciudad de Tegucigalpa.

!
409!
No obstante, el Presidente de Honduras, Manuel Zelaya, con inmenso olfato
político, se comunicó personalmente con el presidente electo, a quien invitó a
participar en la cumbre sobre seguridad del SICA (Honduras tenía la secretaría pro
tempore, evento al que no podía faltar.

Como la respuesta fue favorable, el día 1 de noviembre, el presidente electo de


México, hizo una breve escala en Honduras a donde participó en su primera
reunión multilateral – tras haber sido declarado triunfador del proceso electoral del
mes de julio -, y ahí estábamos nosotros para recibirlo, en la base militar del
aeropuerto internacional.

A dicho fin, me hice acompañar de Olga Inés, y del personal de la embajada, para
que tuvieran su primer contacto con quien sería nuestro primer mandatario a partir
del siguiente 1 de diciembre.

El presidente electo llegó acompañado de un número limitado de colaboradores,


entre los que se pueden destacar Arturo Sarukhan, y Juan Camilo Mouriño
Terrazo, este último, verdadero brazo derecho del futuro jefe de estado.

Durante la presencia de Felipe Calderón en los trabajos de la cumbre, tuve el


privilegio de sentarme a su mano derecha, durante más o menos una hora. El
espacio fue cedido por los más cercanos colaboradores del nuevo jefe de estado,
quienes estuvieron afuera de la sala, imagino que realizando gestiones que les
fueron encomendadas.

La media mañana que duró la visita, se fue como el agua. Al momento en que
caímos en cuenta, el licenciado Felipe Calderón abordaba el helicóptero – cedido
por el presidente de El Salvador – en que se trasladó hasta la base de la Fuerza
Aérea de Honduras, en donde le esperaba su avión, el TP02 de la FAM.

Unas semanas después de la visita del presidente electo, el jefe de estado


hondureño, Manuel Zelaya, fue invitado a realizar una visita de trabajo a México,
misma que se llevó a cabo el día 1 de noviembre. A esta visita, por supuesto le
acompañé, viajando a la ciudad capital un par de días antes, con el fin de
coordinar con las contrapartes nacionales los detalles correspondientes.

La interlocución para la coordinación del viaje fue con Jorge Chen Carpentier,
subsecretario del área geográfica que había sustituido a Miguel Hakim. A pesar
de que la agenda era muy precisa, los colegas de la Cancillería no dejaron de
hacer notar su malestar por la presencia de Zelaya, sobre todo en fecha tan
cercana al fin del mandato del hasta ese entonces presidente de México, Vicente
Fox.

!
410!
Para mí, la situación era perfectas, ya que la labor de un embajador estaba muy
bien determinada, y yo contaba con la experiencia suficiente como para reconocer
los lugares en donde me correspondía estar, por lo que, desde la llegada de
Manuel Zelaya, estuve a recibirlo en el aeropuerto internacional, dese donde nos
trasladamos al Hotel Presidente Intercontinental, en donde quedó alojado.

Al día siguiente fue todo el programa oficial, fue recibido en Los Pinos (residencia
oficial del Presidente) y sostuvo conversaciones privadas con nuestro jefe de
estado, en las que estuve presente. De ahí, nos trasladamos a un salón especial
con el fin de sostener una conferencia de prensa. En el camino entre el lugar
donde se habían llevado a cabo las conversaciones y la sala de prensa, tuve la
oportunidad de conversar brevemente con Luis Ernesto Derbez, Secretario de
Relaciones Exteriores, y por supuesto, mi jefe.

Le sonreí, y le expresé mi agradecimiento por haberme nombrado embajador en


Honduras. Mi interlocutor me escuchó con atención, y me respondió de la
siguiente manera: “…de verdad me estás agradeciendo por el nombramiento…”, a
lo que respondí afirmativamente, a lo que Derbez contestó: “…me sorprendes
mucho, ya que he escuchado que los miembros de carrera del servicio exterior no
me pueden ni ver…”, añadió: “…piensan que mi nombramiento fue para
perjudicarlos, y ha sucedido todo lo contrario, como fue tu caso…”

Así nada más, me sorprendió por su respuesta, y estimo, el propio Canciller fue
sorprendido por mi conversación, sobre todo, por el hecho de haberle agradecido
algo que, por otra parte, resulta de elemental cortesía, sobre todo, si era la primera
oportunidad que tenía de verlo frente a frente.

No me sentí ni mucho menos, ya que al término de la conferencia de prensa, nos


trasladamos de nuevo al edificio principal de Los Pinos, en donde se celebró un
almuerzo íntimo – para veinte invitados - , en donde compartimos los integrantes
de ambas comitivas.

En resumen, la visita, a los fines de mi trabajo, fue positiva, por lo que mi retorno a
Tegucigalpa se produjo al día siguiente de la despedida del presidente de
Honduras, quien, a su vez, viajó a su patria.

Un poco más tarde, es decir, para el día 1 de diciembre, fecha en que Felipe
Calderón tomó posesión como Presidente de México, entre las delegaciones que
se hicieron presentes, la de Honduras fue encabezada por el propio presidente,
Manuel Zelaya, quien viajó a la ciudad capital para dicho propósito.

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411!
Contrario a lo que fue práctica en nuestra Cancillería, esta vez no fui convocado,
por lo que no estuve presente en evento tan relevante, me quedé en Tegucigalpa,
aprovechando la magnífica oportunidad para disfrutar a la familia con quienes
realizamos durante el período de nuestra estancia en el país, varios viajes, como
por ejemplo a El Salvador y a Nicaragua, descubriendo en ambos el encanto de
naciones y pueblos tan cercanos al nuestro.

De las muchas visitas agradables que recibimos en Honduras, la de José Obdulio,


hermano de Olga Inés, fue una de ellas. Llegó al país, invitado por el partido
nacional, cuyo dirigente Pepe Lobo deseaba disponer de su asesoría. Los tres
días que duró su estancia, la pasó con nosotros en la residencia oficial de la
embajada de México.

El fin de año acordamos encontrarnos en México con Caty y con Raúl, hábito que
hemos procurado fomentar como vía para estar siempre en contacto directos con
ellos, por nuestra parte, viajamos al Distrito Federal con Olga Inés, Carlos Ignacio,
y Natalia.

Durante nuestra estancia en el país, celebramos la tercera asamblea general


ordinaria de nuestra organización, PROLIDER, teniendo como objetivos
inmediatos el fortalecimiento institucional, como vía para que Caty y Raúl, a su
regreso a Santo Domingo, procuraran obtener la documentación oficial
correspondiente, a fin de que comenzáramos a operar como una organización no
gubernamental sin fines de lucro.

Hasta ese momento, y como consecuencia del cargo que ejercía, me encontraba
imposibilitado para desarrollar una actividad vinculante a nuestra organización, por
lo que, tanto Caty, como Raúl, se encontraban ultimando los detalles previstos en
la norma dominicana correspondiente, además la estructura de la página en
Internet, y el seguimiento al registro de nuestro dominio.

En eso estábamos, cuando nos regresamos a Honduras, con la novedad de que


dentro del gabinete presidencial del nuevo presidente, había sido nombrada como
titular de la Secretaría, Patricia Espinoza Cantellano, joven embajadora, sin
experiencia suficiente, y con una gran responsabilidad a cuestas. El subsecretario
para América Latina y el Caribe, fue un militante partidista (PAN) Jerónimo
Gutiérrez, a quien no conocía.

Por ese entonces, el gobierno de Manuel Zelaya decidió finalmente designar una
embajadora en nuestro país, beneficio que recayó en la joven Rosalinda Bueso,
quien dentro de su experiencia profesional, se anotaba el haber colaborado
durante la campaña electoral como asesora personal. Por supuesto que nuestra
Cancillería, en breve, produjo una respuesta positiva al nombramiento.

!
412!
Por lo que respecta a mi suerte profesional, muy pronto, para el mes de mayo,
concretamente, el día 3, el propio subsecretario me comunicó que el señor
presidente había designado a Tarsicio Navarrete como embajador en Honduras,
por lo que, en breve, me haría llegar su hoja de vida a los fines de solicitar el
beneplácito de estilo. El futuro embajador era amigo personal del presidente, y ex
colega diputado en la misma legislatura en la que Felipe Calderón había sido
coordinador de la bancada de su partido.

Debo confesar que al principio sentí un profundo vacío, ya que el subsecretario en


ningún momento comentó cuál sería mi futuro destino, una vez que concluyera la
misión diplomática que estaba por concluir.

No obstante, de inmediato inicié las gestiones del caso ante la Cancillería local,
disponiéndome a procesar lo que corresponde en casos similares, es decir, a
recorrer un camino andado muchas veces, por lo que, a esas alturas, me resultaba
bastante familiar.

Fue necesario esperar, más o menos dos meses, para que la Secretaría me
hiciera llegar información sobre mi futuro destino en México, se me indicó que
estaba propuesto para encabezar una delegación de la Secretaría que podría ser
en la ciudad de México, o en alguno de los siguientes puntos: Cancún, en
Quintana Roo; y Ciudad Juárez, en el Estado de Chihuahua.

Solicité y obtuve tiempo para meditar la propuesta, acto seguido, recabé la


autorización para disfrutar de los dos meses de vacaciones a los que tenía
derecho, y con ello, estar en posibilidad de emitir una respuesta sobre mi destino
profesional inmediato.

Por lo que respecta a la misión diplomática en Honduras, es decir, al término de la


misma, fui informado que el gobierno nacional deseaba otorgarme la
condecoración José Cecilio del Valle, en Grado de Gran Cruz, placa de plata, que
me sería impuesta en una solemne ceremonia en el salón de recepciones de la
Cancillería hondureña.

Recuerdo con precisión el evento al que me hice acompañar de Olga Inés y los
dos hijos presentes, Carlos Ignacio, y Natalia, con quienes en breve nos
dispusimos a retornar a nuestro bello y mágico país.

Antes de programar el retorno a la patria, fue necesario embalar y dejar listo para
su envío nuestro menaje personal, mismo que fue embarcado para el puerto de
Veracruz, un par de meses después.

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413!
Mientras tanto, nos dispusimos a viajar de regreso a la patria, y tomé una decisión
que vista en la distancia, me pareció equivocada, ya que, consideré que los cuatro
podríamos hacer un lindo recorrido entre las ciudades de Tegucigalpa, y el Distrito
Federal, en México, pasando por El Salvador, Guatemala, cruzar la frontera en
Ciudad Hidalgo, seguir hasta Tapachula, y de ahí, Oaxaca, Veracruz y Puebla.

El recorrido fue en nuestros dos vehículos personales, la Land Rover Discovery, y


el Jaguar XJ12.

Con lo que no contábamos es que, contrario a lo que se podría suponer, las


peores carreteras que encontramos fueron, justamente, en territorio de nuestro
propio país.

La salida definitiva de Honduras fue el día 5 de agosto de 2007, fecha en que


comenzó para todos una nueva etapa de nuestra existencia. En mi caso, sin
saberlo a ciencia cierta, el comienzo de un período de libertad desconocido.

!
414!
Capitulo 23
Durante nuestro muy largo recorrido entre la ciudad de Tegucigalpa, y la capital de
México, a donde nos trasladamos en los mismos vehículos personales con los que
habíamos llegado a Honduras dos años antes, tuvimos la oportunidad de
experimentar algunas situaciones inéditas en los anales de los viajes por carretera
experimentados hasta entonces, ya que, al menos por lo que respecta a los
caminos dentro del territorio nacional de la patria, las condiciones eran pésimas –
e imagino que aún en este momento, continúan siéndolo, si para ello se tiene en
cuenta, la intermitencia con que el país ha sido afectado por los innumerables
fenómenos meteorológicos que se han cebado sobre su territorio -.

Antes de viajar de regreso, confiamos a nuestras dos perritas, Juliana y Bruni, a


manos amigas, quedando la primera en poder de Esteban Soberanes y su esposa,
éste, un eficaz colega de la embajada, y la segunda, con José Gutiérrez,
mayordomo de la residencia oficial de la representación diplomática, quien supo
granjearse nuestro aprecio personal, gracias a las muchas muestras de lealtad
recibidas de su parte.

Como señalé, iniciamos nuestra aventura en los vehículos personales, el Jaguar


XJ12, y la Land Rover Discovery. En uno, nos acomodamos con Olga Inés, y en
la Sport Utility Vehicle (SUV), viajaron Carlos Ignacio y Natalia.

Debo reconocer ahora que en la programación del viaje fui un poco desaprensivo,
ya que ambos vehículos fueron cargados por encima de su capacidad con
artículos que suponíamos nos eran indispensables, por lo que, el primer susto que
nos llevamos, fue unos kilómetros antes de llegar a la frontera en común entre
Honduras y El Salvador, gracias a una falla técnica en el sistema de frenos de la
Discovery.

Afortunadamente, el diagnóstico fue el de un recalentamiento general del sistema,


por lo que, una vez que volvió a la temperatura normal, pudimos continuar en
nuestra ruta sin ningún problema. Debo reconocer que el mecánico que atendió el
mantenimiento de nuestros vehículos en Tegucigalpa, dio muestras de
responsabilidad, ya que, una vez que se presentó la emergencia, de inmediato lo
llamamos, y se ofreció a ir hasta donde estábamos, y de esa manera, ofrecernos
auxilio.

Aunque no fue necesario dicho apoyo, el maestro viajó por sus propios medios
hasta el punto en que nos encontrábamos, y se hizo presente, lo que mereció una
recompensa económica, y por supuesto nuestro emotivo agradecimiento.

!
415!
Una vez superado dicho obstáculo, cruzamos definitivamente la frontera del país,
ese mismo día, con rumbo hacia la ciudad de San Salvador, capital de la
República de El Salvador.

Para ser sincero, no consideramos pertinente permanecer demasiado tiempo en


ese bello país, por lo que decidimos continuar nuestra ruta hasta la ciudad de
Guatemala, en donde habíamos confirmado con nuestro amigo Juan Gurrola unas
reservaciones en el Hotel Camino Real, lugar de muy gratos recuerdos para todos.

Nuestra llegada a la ciudad de Guatemala fue por la noche, por lo que de


inmediato fuimos recibidos muy cordialmente por la recepcionista del hotel, quien
nos anunció que el señor Director General había ordenado la reservación de dos
habitaciones en el área VIP del hotel, ambas, por cortesía de la casa.

Nos sentimos inmensamente felices, y antes de proceder a acomodarnos, Carlos


Ignacio demando que le dejáramos a él solo en una de las habitaciones, por lo que
los otros tres, nos quedáramos en la otra, decisión que aceptamos con agrado, de
esa manera, los días que nos alojamos en esa residencia temporal, fueron muy
positivos, sobre todo, a los fines de avanzar una gestiones para obtener la copia
del titulo de propiedad de nuestra Discovery, el cual habíamos extraviado en una
de tantas mudanzas que realizamos.

En ese espacio de tiempo, tuvimos oportunidad de reunirnos además de nuestros


amigos Juan Gurrola y Melba, con Julián Vázquez, funcionario del consulado
general de México, y con Isabel Brito, la gran amiga en Guatemala de Olga Inés,
experta en todo tipo de gestiones, y de una cordialidad a prueba de todo. Su
apoyo, fue muy conveniente, ya que hizo posible que, durante el breve plazo que
habíamos previsto emplear en la gestión, pudiéramos continuar con nuestra
odisea familiar hacia nuestro destino.

En fin, tal cual lo habíamos planeado, el día señalado, comenzamos el viaje hacia
México, no sin antes pasar por la frontera en el cruce entre Tecún Umán y ciudad
Hidalgo, sobre el puente en el Río Suchiate. Una vez que llegamos a la ciudad de
Tapachula, y antes de continuar por la autopista hacia Arriaga, documentamos con
los permisos de importación temporal, en el sitio conocido como “Viva México”
validos hasta por seis meses, a nuestros dos vehículos – uno a mi nombre, y el
otro a nombre de Olga Inés.

Con esa gestión cumplida, dejamos finalmente, la empobrecida frontera en común


entre México y Centroamérica, testigo de múltiples infracciones a las más
elementales libertades de inocentes migrantes, sorprendidos en su buena fe,
como consecuencia del precio que tienen que pagar como contraprestación en la
búsqueda de una salida que les ofrezca una vida menos lacerante de la que

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416!
llevaba en sus lugares de origen. Ante dicha situación, reflexioné: si de verdad
no intentamos al menos buscar una solución real y efectiva a la situación
prevaleciente en esa zona del territorio nacional, el fenómeno puede revertir, en el
corto plazo, en contra nuestra.

Reconocí que como funcionario público, fui testigo de la conclusión de infinidad de


compromisos gubernamentales en la materia, cuyos textos prácticamente
quedaron en el olvido una vez que fueron signados, de la misma manera como
sucedió en otros casos similares, en que tampoco fueron honrados, lo que me
hace suponer que la misma suerte correrán acuerdos en la materia previstos,
tanto para el futuro inmediato, como más allá en el tiempo.

La realidad más cruda es que no hay voluntad política por parte del gobierno de
nuestro país por mejorar las condiciones de hacinamiento social que se presentan
en los estados más cercanos a nuestra frontera con Centroamérica, situación que
se multiplica, cuando el fenómeno se reproduce, con una lamentable precisión en
naciones más frágiles que la propia, como son los casos de países como
Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, exponentes principales de la
creciente tasa migratoria desde el sur, hacia el norte.

En fin, con dicha inquietud en mente, tomamos la ruta hacia la ciudad capital, y tal
cual mencioné, durante nuestro trayecto enfrentamos un sinnúmero de vicisitudes,
motivadas, principalmente por el pésimo estado en que se encuentran nuestras
vías de acceso en los estados mayormente afectados por el impacto de
fenómenos naturales, así como por el intenso tráfico de vehículos pesados.

Como consecuencia de esa situación, y circulando por la sierra de Oaxaca, nos


cayó la noche dentro de una jornada en la que, además, el vehículo que yo iba
conduciendo sufrió una avería mayor, determinada por la rotura de la manguera
de la dirección hidráulica, lo anterior, como consecuencia de los innumerables
baches que se cruzaron durante nuestro camino.

Afortunadamente, y de forma casi milagrosa, un vehículo de policía estatal nos


alcanzó, auxiliándonos en las reparaciones de emergencia, suficientes como para
alcanzar, en breve, una estación de servicio en donde ubicamos un mecánico. En
esa jornada, Carlos Ignacio, mostró el gran temple con el que había sido forjado,
ya que, contrario a lo que a mí me sucedió, supo manejar con absoluta firmeza y
claridad la situación que se nos había presentado.

Lamentablemente, y como consecuencia de la inexistencia de una pieza


homologable a nuestro vehículo, esa noche no fue posible culminar la reparación,
por lo que tuvimos que pernoctar en nuestros automóviles, circunstancia que
causó en mí amplia meditación sobre la falta de pertinencia de una decisión como

!
417!
la que había tomado: regresar a México por vía terrestre, sobre todo, por el alto
riesgo en que estuvo en algún momento la integridad personal de nuestra familia,
y muy especialmente, la de Natalia, quien afortunadamente nunca imaginó en
realidad lo que había sucedido.

Una vez superado dicho escollo, continuamos hacia la ciudad de México, en


donde nos esperaba una reservación que habíamos concretado con la señora
Adela, la propietaria de las suites para ejecutivos que habíamos alquilado cada
vez que viajábamos a México en vacaciones. En esta oportunidad, conseguimos
un departamento dentro de una casa que tiene en las Lomas de Chapultepec, y
ahí llegamos, un poco tarde, por la noche.

Afortunadamente, para nosotros, los porteros de la residencia habían recibido


indicaciones para esperar nuestra llegada, y apoyarnos en todo lo que tenía que
ver con nuestra instalación.

Una vez que estuvimos en territorio seguro, determinamos que un viaje como el
que acabábamos de hacer, no sería repetiríamos nunca más, al menos, dentro de
las condiciones que se presentaron durante el término de nuestro recorrido.

En fin, ya en casa, cambiamos de prioridad y comenzamos a abordar la parte más


importante correspondiente a nuestro futuro inmediato, por lo que, al día siguiente,
de la fecha de llegada, me comuniqué por la vía telefónica con los funcionarios de
la Secretaría a quienes debía contactar a fin de obtener una cita y concretar un
encuentro para conversar en torno al destino que llevaría a mi carrera en el
servicio exterior, a un punto de no retorno, si para ello se toman en cuenta, las
posibilidades reales que nos habían sido presentadas como opciones posibles.

Además, dentro del plano más personal, de inmediato nos pusimos en


comunicación con nuestra madre, doña Martha, a la que buscamos con gran
afecto, lo mismo, por lo que se refiere a Carlos, mi hermano, quien dicho sea de
paso, se nos adelantó y llegó directamente a nuestra residencia para saludarnos,
y para ponerse a nuestras órdenes en todo cuanto se pudiera llegar a ofrecer.

El departamento que nos fue asignado, lamentablemente nos quedó pequeño, ya


que tenía solo dos habitaciones, en una de las cuales, nos acomodamos con Olga
Inés, y en la otra, pusimos a Natalia, por lo que, fue necesario habilitar como
dormitorio emergente, un sofá cama que había en el salón del departamento para
que pudiera acomodarse Carlos Ignacio.

La situación, en breve, le fue comentada a la señora Adela, quien asumió el


compromiso de mejorar las condiciones de alojamiento en unos días más, ya que
se iba a desocupar la parte principal de la residencia, y que en ese mismo lugar,

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418!
no solo dispondríamos de tres habitaciones completas, sino que contaríamos con
sala-comedor, y espacios más amplios, por lo que, una vez que estuvo disponible,
nos trasladamos, y ampliamos nuestro contrato hasta un poco más de un mes.

Mientras esto sucedía, nuestra adorada hija Caty estaba a la espera – para el mes
de noviembre – de nuestra primera nieta, quien habría de convertirse en el primer
lucero de mi universo personal, por lo que, con tan grato motivo, aprovechamos
la oportunidad para organizar un Baby Shower, al que invitamos a todos los
familiares que quisieron asistir, entre otros muy cercanos, además de doña
Martha, las tías Elena, Gloria y Lourdes (primas de la primera) fueron también
Karlita, María Fernanda, Ana Edna, el tío Jorge Párraga y Maru, su muy bella
esposa, y buena amiga de Olga Inés.

El evento fue como se esperaba: magnífico, sobre todo por la genialidad con que
tanto Olga Inés, como Carlos Ignacio organizaron los diversos concursos, por
demás hilarantes que hicieron parte de una velada inolvidable, al menos para
nosotros. Dentro de las bromas más memorables, la que tenía que ver con la
posibilidad de diferencias distintos tipos de chocolates, para cuyos asientos
habían sido utilizados pañales desechables.

Teniendo eso en mente, tanto Caty como Raúl, estuvieron siempre presentes
entre nosotros, especialmente, en esos momentos únicos del primer embarazo de
nuestra nena. Lo anterior, hizo posible que por unos instantes me transportara
con inmensa nostalgia al viaje que hizo nuestra hija a Guatemala, unos años atrás,
en ocasión de celebrar la primera comunión de Natalia. En dicha oportunidad,
aprovechamos la visita para que Olga Inés organizara una despedida de soltera,
llevada a cabo en el hotel Quinta Real, y a la que asistieron unas cincuenta
personas, todas amigas de Olga Inés, o compañeras de trabajo (embajada y
consulado general).

Tal cual sucedió entonces, nuevamente ahora, su madre ideó las mejores
sugerencias para hacer que el evento fuera tan divertido, como al final resultó,
sobre todo, por la oportunidad en que fue programado, ya que para ese momento,
Caty estaba cerca de los siete meses de embarazo, razón por la que comenzamos
a planificar el viaje que realizarían a República Dominicana Olga Inés, junto con
Natalia, los primeros días del mes de noviembre, con el fin de estar cerca de
nuestra hija en el momento del alumbramiento, además estaba previsto que tanto
Carlos Ignacio como yo, uno poco más tarde, en diciembre, les alcanzaríamos,
una vez que dejáramos listo el acondicionamiento del departamento en donde
íbamos a vivir en México.

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419!
En eso estábamos cuando finalmente tuve la oportunidad de ser atendido – que
no recibido en la Secretaría – mi interlocutor, el Director General del Servicio
Exterior -, me pidió una respuesta con respecto a la propuesta que me había sido
realizada sobre la posibilidad de ser designado como titular de una delegación de
la Secretaría en la ciudad de México, o en su caso, en alguna en el interior del
país.

Mi interlocutor fue enfático al señalar que de darse el caso de no aceptar alguno


de dichos cargos, la opción era muy sencilla: causar baja en el servicio exterior, a
través de cualquiera de los dos mecanismos disponibles para mi, por un lado, la
jubilación, y por otro, el retiro voluntario, este último, mucho más conveniente
desde el punto de vista económico, por venir provisto del pago, de una
gratificación equivalente al promedio del salario devengado en la Institución,
durante los últimos cinco años.

Antes de producir una respuesta definitoria, y por diversos conductos útiles,


intenté, tal cual fue la praxis en la Secretaria, obtener una audiencia con su titular,
Patricia Espinoza Cantellano, quien jamás se dignó ni siquiera devolverme el
saludo, razón que motivó que mantuviera la templanza necesaria, que ahora
interpreto como algo así como una especie de blindaje personal ante lo adverso
de ese momento, por el que nunca imaginé llegar a enfrentarme anteriormente a lo
largo de los casi cuarenta años de servicio en la Cancillería, oportunidad que
aproveché para determinar con sensatez sobre el camino más conveniente a
seguir, a partir de ese instante existencial.

Como consecuencia de lo anterior, mi respuesta fue en el sentido de que una vez


que concluyera mi período vacacional a finales del mes de octubre, procedería con
el inicio del trámite del retiro voluntario, lo que implicó, indefectiblemente, mi salida
de la casa que había habitado la mayor parte de mi vida laboral, así como el inicio
de una nueva época dentro de mi historia personal.

Llegado ese momento, conviene enunciar algunas de las diversas consideraciones


que me llevaron a adoptar una decisión tan relevante, en la que, ni siquiera mi
principal asociada y compañera de vida, Olga Inés, estuvo nunca de acuerdo,
aunque valido con respeto – como siempre lo ha hecho - la opción que yo había
señalado como la más adecuado a nuestros intereses familiares.

En primer lugar, y tal cual ha sido referido a lo largo del presente escrito, desde mi
llegada a la Cancillería de Tlatelolco, siempre fui distinguido por un trato
diferencial; al principio, derivado de los merecimientos de mi mentor, el señor
embajador José Muñoz Zapata, al que guardo mi más amplio reconocimiento por
haberme abierto las puertas de su generosidad, sin siquiera conocerme, ya que la

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420!
única referencia que tuvo sobre mi persona, se derivó del vínculo de afecto que
sostuvo durante su larga estancia en Paris, Francia, con don Carlos Pita, mi
querido abuelo, y con su adorada familia, integrada por Leopoldina, su esposa, y
mi madre, doña Martha Yolanda Pita Gómez Duhart.

Como resultado de mi compromiso individual, obtuve, casi de inmediato la


simpatía y el aprecio personales de quienes integraron en aquel comienzo del año
de 1968, la estructura principal de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y de esa
misma manera, en forma paulatina, fui abriendo espacios de preferencia que, con
el correr de los años hicieron posible mi acceso al servicio exterior de carrera, con
plenos derechos, como sucedía siempre con cualquier joven con el entusiasmo
parecido al que se presentó a la puerta de mi casa, el mismo día en que obtuve mi
primer empleo formal.

A partir de ese momento, siempre me sentí parte importante de un equipo de


trabajo integrado por los mejores hombres que tuvo nuestro país en la época de
post guerra, caracterizada por haber sido una de las que registró la mayor tensión
internacional, y en medio de la cual México desempeñó un papel fundamental en
el concierto de naciones, como consecuencia de la adecuada aplicación de
principios inmutables en materia de política exterior, determinados por cruciales
episodios de su historia independiente.

La casa desde la cual se inspiraba nuestra acción, considerada siempre como mi


propia casa, fue la torre de Tlatelolco, inmueble construido por el arquitecto Pedro
Ramírez Vázquez, e inaugurada el año de 1964, por el entonces presidente de la
república Gustavo Díaz Ordaz, lamentablemente, quedó herida de muerte como
efecto de los sismos que afectaron nuestra ciudad capital el mes de septiembre de
1985, por lo que su vigencia fue de un poco más de veinte años después de haber
sido habilitada.

Ahí comenzaron sus respectivas carreras un número indeterminado de servidores


públicos con vocación para desempeñarse en el extranjero; algunos nunca
volvieron al país, otros respetamos la secuencia de concretar alternativamente
periodos en México, con lo cual se cumplía cabalmente con la premisa de
mantenerse constantemente actualizado sobre nuestras realidades nacionales, lo
que repercutía favorablemente en nuestro desempeño.

Debo reconocer tal cual fue señalado con anterioridad, que siempre estuvo al
alcance de mi mano la posibilidad de conocer y aprender cosas nuevas,
experiencias enriquecedoras que fueron abriendo, paulatinamente, mi horizonte de
crecimiento personal y profesional, siempre en beneficio de los ideales con los que
fui formado desde la infancia.

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421!
En segundo lugar, y como consecuencia de esa enseñanza sobre la vida, tuve la
oportunidad de ir por el mundo en viajes cuyos recorridos en total, considero
sumaron más de un millón de kilómetros, incluyendo la visita de países en todos
los diferentes continentes, con ideologías disímbolas, sistemas políticos con
tendencias contradictorias, concepciones humanísticas y espirituales totalmente
diferentes a las propias, lenguas e idiomas ininteligibles, y costumbres similares o
diametralmente opuestas las unas con las otras.

Todo ese aprendizaje que tuve la oportunidad de llevar sobre mis hombros, me
transportó desde las alturas de la cordillera más alta del mundo, la del Himalaya,
en donde se alberga la guarida del Monte Everest, hasta los más bajos niveles
sobre el límite marítimo, en las riveras del Mar Muerto, en mi horizonte se
dibujaron, en algún momento de mi existencia, la Gran Muralla China, el Palacio
del Taj Mahal, las Pirámides de Guiza con la Esfinge milenaria, las Cataratas de
Iguazú, los hielos perpetuos de la Antártida, las construcciones arqueológicas de
culturas milenarias en nuestro continente, como los Mayas, los Aztecas, los Incas,
además, los vestigios de grandes culturas europeas, como La Acrópolis en
Atenas, el Circo Romano, en Roma, el Palacio Topkapi en Estambul, y tantos
castillos y fortalezas erigidos en nombre de una cultura de guerreros ideológicos
perpetuos.

Tuve el privilegio de estar cerca de los personajes políticos y humanistas más


destacados de la segunda mitad de la pasada centuria, como fueron los casos de
Mikhail Gorbachov, Margaret Tatcher, Juan Pablo II, Indira Gandhi, Jimmy Carter,
Ronald Reagan, William J. Clinton, George Bush padre, y George Bush, hijo,
Nelson Mandela, Yitzhak Rabin, Juan Carlos I, Isabel II, Carlos XVI Gustavo,
Pierre Eliot Trudeau, François Mitterand, el Rey Fahd, de Arabia Saudita, Alfonso
García Robles, Salvador Allende, Fidel Castro, Vaclav Havel, Adolfo Suárez,
Felipe González, Andreas Papandreu, Giulio Andreotti, Alexander Haig, James
Baker, U Thant, Butros Ghali, y tantos otros que estuvieron al alcance de mi
mano, como consecuencia del ejercicio de mi profesión como diplomático de
carrera.

Estuve físicamente en el interior de inmuebles legendarios, como la Casa Blanca,


y el Congreso de los Estados Unidos, la antigua casona de la Unión
Panamericana, en Washington, D.C., la sede de las Naciones Unidas en Nueva
York, el Kremlin, en Moscú, el Gran Palacio de Pueblo, en Beijing, el Palacio
Imperial, y el Palacio de Akasaka, en Tokio, El Palacio del Eliseo, en Paris, el
Palacio de Buckingham, el Parlamento, y el número 10 de Downing Street, en
Londres, el Palacio Real, la Zarzuela, y el Palacio de El Pardo, en Madrid, el
Palacio Presidencial en Bonn; el Quirinal, en Roma, el Rashtrapati Bhavan, en
Delhi, El Palacio de Planalto, en Brasilia, la Casa Rosada, en Buenos Aires, el

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422!
Palacio de la Moneda, en Santiago, el Palacio Quemado, en la Paz, el Palacio
Presidencial en Port au Prince, el Palacio de las Garzas, en Panamá, y un amplio
etcétera que, aunque no me hacen valedor del mundo, significaron un privilegio de
carácter personal que deseo sea conocido.

Con este breve balance en la mano, así como con la sumatoria de otras muy
valiosas experiencias que, aunque no hayan sido enunciadas en detalle, forman
parte del bagaje que viaja siempre conmigo, intento hacer patente que no me fue
difícil expresar mi sentimiento ante el reclamo de sumisión, por contraste el
pundonor por mantener la frente – y el espíritu profesional - en la posición en que
siempre estuvieron durante el transcurso de todas mis acciones: en alto.

De esa forma tan sencilla se cerró para siempre, y nunca jamás, un ciclo de mi
existencia, y se abrieron otros más, y con certeza manifiesto que el de mayor
relevancia ha sido el de ser abuelo, conjuntamente, con el privilegio que me da el
de ser padre a tiempo completo, y esposo cariñoso y amantísimo, a partir de
entonces, esas son las razones de mi vida, así como las causas que hacen
posible el aliento, y que me motivan para amanecer cada mañana disfrutando de
una vida plena.

Con la conciencia tranquila, como debe ser, sin mayores deudas ni sobresaltos
pendientes de honrar, ni escusas por defender, di vuelta a la página, y me
concentré en la tarea más importante del momento, preparar el legado que debo
entregar a esposa, hijos y nietos, quienes llegado el momento serán los únicos
con capacidad de valorar el desempeño que tuve a cuestas durante todos estos
años de mi vida.

A partir de ese momento, concentré todos mis esfuerzos en concretar nuestra


instalación en el departamento de Lamartine 231, en Polanco, además, realizar los
preparativos para alcanzar a Olga Inés y a Natalia en el viaje a la República
Dominicana que realizaron los primeros días de noviembre.

Ese mismo mes, el día 27, Caty trajo al mundo al primer lucero de mi universo
personal, Valentina, la muy deseada nieta llegó al mundo envuelta entre
algodones de infinito cariño, así como promesas de ventura para todos quienes le
rodeamos, entre los que se destacan, además de sus padres, su abuelita Bruni,
sus tíos, primos y demás familiares en la República Dominicana, además los de
nuestras respectivas familias en México y en Colombia.

En poco menos de un mes, es decir, para el día 24 de diciembre, en compañía de


Carlos Ignacio, viajamos a Santo Domingo con el fin de conocer a Valentina, y de
esa manera, unirnos a la alegría familiar que en ese momento nos invadía a todos
por igual.

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423!
Me cupo el honor de ser, además de su abuelo, el padrino de bautismo, privilegio
compartido con Bruni, la consuegra cordial y cariñosa de la cual guardamos en
muy alta estima.

No pudo concluir de mejor manera ese año, y el siguiente, nos preparamos para
comenzar con nuevos planes de desarrollo personal y familiar. Desde el principio,
en ocasión de la asamblea general de nuestra organización PROLIDER,
conversamos sobre la oportunidad que se me presentaba para iniciar con una
serie de proyectos que podríamos echar a andar de forma inmediata, debido a que
ya no existía impedimento alguno que mediara entre mis otrora responsabilidades
diplomáticas, y mi desenvolvimiento profesional.

Por lo pronto, una vez que regresamos a México, y concluimos con la decoración
del departamento de Lamartine, comenzamos con la misión de ubicar el mejor
lugar para que Natalia continuara con el proceso de educación que correspondía a
su situación personal.

En ese sentido, Olga Inés se puso en contacto con varias instituciones, entre
otras, con la Secretaría de Educación Pública, la que recomendó como mejor vía
para orientar el proceso de incorporación socio laboral de nuestra hija, un sistema
denominado: Centro de Atención Múltiple CAM, uno de cuyas entidades se
encontraba cerca de nuestra residencia, en la colonia Anáhuac, por lo que de
inmediato procedimos con su matricula, cuyo costo fue de doscientos pesos
anuales.

Natalia asistió puntualmente al CAM 73 los siguientes cuatro años, atendiendo un


horario que comenzaba a las ocho de la mañana, y se extendía hasta la cuatro de
la tarde. Para llevarla y recogerla cada día, nos turnamos indistintamente, ya que
disponíamos de al menos dos vehículos personales en casa, además de la Land
Rover Discovery, y el Jaguar XJ12.

Para el mes de febrero de ese mismo año, nos fue entregado el departamento de
Reforma 222, bello conjunto residencial, construido en el centro neurálgico de la
capital del país, en un concepto novedoso, ya que además de la torre de viviendas
unifamiliares, le fueron integrados un centro comercial, una torre de oficinas, y otra
con departamentos tipo loft, cuyo acceso era por la calle de Hamburgo, a espaldas
de la entrada principal.

La posesión de esta propiedad fue para nosotros una magnífica inversión,


considerando para ello la alta plus valía que registra esa zona residencial,
clasificada dentro de la “milla de oro” del Paseo de la Reforma, la de mayor
proyección a nivel nacional.

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424!
Por lo que respecta a nuestra relación familiar, inesperadamente comenzamos a
percibir un paulatino alejamiento, la verdad sea dicha, no alcanzo a entender la
razón que motivó situación tan particular, ya que a lo largo de nuestro desempeño
fuera de nuestras fronteras, todos y cada uno de los integrantes del círculo íntimo
de nuestra propia sangre, fue recibido con inmenso afecto en el punto geográfico
en el que nos encontrásemos.

Las excepciones, si se pueden considerar de tal manera, fueron, en primer lugar,


doña Martha, mi madre muy querida, de quien imagino jamás ha considerado la
posibilidad de asumir una actitud de indiferencia, percibida de parte de otros
cercanos familiares, en segundo lugar, Carlos mi hermano y compañero fraternal
de toda una vida, quien a pesar de su incapacidad física para hacer patente su
afecto entrañable hacia nosotros, por sus acciones, dio muestra de que lo
mantiene incólume.

Aunque las razones por dicha actitud las desconozco – si es que existen -, es
posible que circunstancias ajenas al libre albedrio del cual somos detentadores los
seres humanos, las propiciaran como una situación de hecho, por cierto, muy
difícil de entender, y por supuesto explicar o justificar.

Por nuestra parte, la unidad familiar se ha mantenido incólume y fortalecida en el


entorno de Natalia, quien nos ha ofrecido elementos frescos y novedosos que
hemos asumido como retos para sentirnos felices de poder participar en el
proyecto en común a favor de su crecimiento y superación personales, percibidos
a simple vista, a través de la constancia y del pertinaz involucramiento de todos
nosotros, sus seres más cercanos.

Por lo que respecta a Carlos Ignacio, quien estaba prácticamente recién egresado
de sus estudios profesionales en la Universidad de Notre Dame, y con un trabajo
fuera de nuestras fronteras, en el BCIE, en Honduras, tuvo que desdoblar
esfuerzos en procuración de una oportunidad de trabajo que hiciera posible su
desenvolvimiento, acorde con las circunstancias que le rodeaban.

Como siempre, la suerte le favoreció, y gracias a los contactos realizados desde


nuestra llegada al país, especialmente, por lo que respecta a sus amigos israelíes,
Eres y Alón, tuvo una entrevista con los ejecutivos de una fundación: IDEAS,
dedicados a la elaboración de estudios encaminados a la implementación de
políticas pública para los tres niveles de gobierno en que se divide la
administración pública en México: federal, estatal, y municipal.

En ese lugar, labró una labor excelente, lo que le impulsó a interesarte por ese
nicho de actividades, situación que le ha proyectado hasta los escenarios de la
actualidad más reciente, que lo ha llevado a cursar estudios de post grado en

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425!
Gran Bretaña, en el London College; donde culminó una maestría; y en Rand
Corporation, en Santa Mónica, California, donde cursa, actualmente, el doctorado
en la misma materia.

Por lo que respecta a las expectativas personales en torno a la posibilidad para


encontrar ubicación en alguna actividad laboral remunerada, debo reconocer que,
a pesar de las muchas promesas recibidas de parte de innumerables empresarios
mexicanos a quienes acompañamos en sus aventuras fuera de nuestras fronteras,
a nuestro regreso a México, tras insistir con la mayoría, las puertas se
mantuvieron cerradas, por lo que, tal como sucedió en el caso de nuestra
Cancillería, decidimos que la forma más elocuente de cancelar cualquier
esperanza, era la de un pronto mutis, evitando con ello la zozobra de una
permanente incertidumbre-

Por dicha razón, y de común acuerdo con Olga Inés, comenzamos con la labor de
impulsar el desarrollo de diversos proyectos, enmarcados en nuestra organización
PROLIDER, a la cual, a partir de ese momento, estuvimos en capacidad de
dedicarle tiempo y esfuerzo, al grado de haber aprovechado la oportunidad del
viaje que realizaron ese verano a México Caty, Raúl y Valentina, para presentar al
primer lucero de mi universo personal ante la familia en nuestro país, para
formalizar su constitución, de conformidad con las leyes nacionales, en una
especie de desdoblamiento a la labor realizada en la materia en la República
Dominicana.

En dicho sentido, conviene mencionar que desde nuestra llegada a México,


tuvimos la oportunidad de conocer al doctor Luis Orlando Castro Cabrera, un
científico colombiano, quien había viajado a nuestro país, en compañía de su
esposa Paulina, con el fin de poner en marcha un proyecto, basado en su patente
de invención, determinado al aprovechamiento de la parte orgánica de los
residuos sólidos domiciliarios (rsd) mismos que son transformados en dos
productos finales: abono orgánico, y reconstructor de suelos.

A pesar de que en un principio no se desarrolló la empatía que llegamos a


compartir en breve lapso de tiempo, siempre sentimos simpatía por ellos, ya que,
el proyecto referido se comenzó a desarrollar en circunstancias no
necesariamente aceptables para ambos, como consecuencia de razones
subjetivas derivadas del carácter de su asociado principal en el proyecto, por lo
que motivó que nos buscaran con frecuencia, como referencia cercana a los fines
de ponernos al tanto de los sinsabores de una relación que cada vez se
encontraba más contaminada.

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426!
Como consecuencia de dicha cercanía, y tal cual suele suceder en circunstancias
similares, una cosa llevó a la otra, y más temprano de lo que se esperaba, el
trabajo científico de nuestros nuevos amigos, despertó nuestra curiosidad, por lo
que comenzamos a dialogar sobre la posibilidad de llevar los beneficios de la
patente por diversos países de nuestra región, como fueron los casos de
Guatemala, Nicaragua, Colombia, Chile, Estados Unidos de América, y otros más
que, como fue avanzando el tiempo, manifestaron interés por el trabajo científico
objeto de dicha patente de invención.

Por lo anterior, decidimos que sería conveniente involucrar a PROLIDER en la


promoción de la experiencia contemplada en el trabajo del doctor Castro Cabrera,
buscando acercamientos con contrapartes en el extranjero, como fueron los casos
de Eurotec en Guatemala, e inversionistas en Colombia, interesados en
desarrollar proyectos tanto en la ciudad de Medellín, como en Bogotá.

Con el fin de ir concretando la idea, ese año viajamos a uno y otro países, es
decir, a Guatemala, en donde visitamos la capital, y la ciudad de Quetzaltenango;
y a Colombia, en donde nos entrevistamos con altos representantes del gobierno
nacional, entre los que figuraron los ministros de Medio Ambiente, y de Agricultura.

Esta última visita a la tierra de Olga Inés, se vio favorecida por el invaluable apoyo
que nos prestó, por una parte, José Obdulio, quien a pesar de haber concluido con
su trabajo como asesor presidencial, mantenía sus vínculos en las altas esferas
del gobierno del presidente Álvaro Uribe, y por otra, Jorge Fernando Gaviria Vélez,
quien se constituyó como nuestro asociado local, a los fines del seguimiento del
proceso inicial del proyecto que presentamos para ver la posibilidad de procesar
los rsd en las ciudades de Medellín, y de Bogotá, de conformidad con los
protocolos determinados en la patente de invención del doctor Castro Cabrera.

De esa forma, comenzamos a tejer una nueva red de contactos en la que


involucramos a nuestra organización no gubernamental, buscando con ello la
posibilidad de incorporarnos nuevamente a la población económicamente activa,
en nuestra nueva calidad de emprendedores.

Además de las investigaciones científicas de Luis Orlando Castro Cabrera, uno de


los temas que más nos interesaba promover, tiene que ver con la posibilidad de
implementar proyectos de capacitación para recursos humanos en los partidos
que integran el mosaico político de la geografía de México.

Nuestra experiencia en la materia, nos jugó una broma que todavía ahora me hace
sonreír porque, a través de la misma, se hace patente la picardía característica de
nuestra clase política gobernante. Un representante del partido Nueva Alianza
PANAL, quien a su vez, fue mi profesor en la Escuela Libre de Derecho, nos

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427!
buscó, a través de Carlos mi hermano, supuestamente, interesándose en la
posibilidad de poner en práctica nuestra oferta capacitadora, para lo cual
concertamos un encuentro en el marco del cual supimos la realidad de sus
verdaderas intenciones.

La idea que nos fue esbozada, era que les vendiéramos facturas de nuestra
organización, en las cuales se hiciera constar la impartición de cursos de
capacitación que jamás habían sido honrados, es decir, un subterfugio muy
utilizado en el medio ambiente político en México, como medio para disimular el
desvío del gasto en partidas del numerario que recibían como parte de las
prerrogativas gubernamentales a que por ley tenían derecho.

Al no haber llegado a ningún acuerdo en particular sobre la materia, la idea fue


descartada, aunque en nuestro espíritu prevaleció la intención de explotar ese
nicho de negocio, ya que las posibilidades de crecer dentro del mismo, eran
inmensas.

Por otra parte, Olga Inés, quien siempre se constituyó como un valor potencial en
nuestro entorno familiar, estuvo intentando buscar opciones en México, para el
ejercicio de su carrera profesional como sicóloga clínica, especialista en
Andragogía, Programa de Enriquecimiento Instrumental PEI, terapia familiar, y
muchas otras técnicas desarrolladas como consecuencia de su magnífico espíritu
de emprendimiento.

Hicimos lo más que pudimos por allegarnos en el curso del desarrollo de las
muchas ideas que implementamos, los beneficios que se esperan a la hora de
echar a andar algún tipo de proyecto, sin embargo, la verdad sea dicha, no
logramos vislumbrar esa mágica luz al final del túnel que hace la diferencia entre
ser o no ser exitoso en algo.

Sin embargo, y para nuestra fortuna, ni uno ni otro, sentimos el más mínimo
desánimo a la hora de realizar el balance de nuestras acciones. El capital está
ahí, es más, cada vez que volteamos a verlo, caemos en cuenta sobre su
crecimiento, por lo que, se hace imperativo irlo colocando en sitios estratégicos,
como mejor medida para garantizar la posibilidad de llevar a feliz término el
proyecto de mayor envergadura que enfrentamos como reto, para el avenir de los
próximos años: hacer posible la mejor calidad de vida para Natalia, la cuarta
estrella de mi universo personal, de quien a pesar de que no se ha dicho mucho
a lo largo de este escrito, ocupa ahora nuestro centro gravitacional, por virtud de la
vulnerabilidad con que enfrenta una existencia en la que ha disfrutado del inmenso
amor y comprensión de quienes nos encontramos en su entorno más íntimo, sus
padres, hermanos, cuñado y sobrinos.

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428!
Con esa idea en mente hemos intentado avanzar lo más posible en la consecución
de los tres objetivos prioritarios que nos hemos determinado: unidad familiar, entre
los hijos, el yerno y los nietos; buscar por todos los medios posibles los mayores
estadios de bienestar posibles; y procurar las condiciones más favorables en
beneficio del crecimiento sustentable de Natalia.

Para hacer posible el logro de todos y cada uno de dichos objetivos estamos
empeñados en nuestra causa en común por todos los medios a nuestro alcance,
incluida la posibilidad de romper con mitos e hitos determinados por costumbres o
usos de carácter particular, familiar, social, religioso, o geográfico.

Un encuentro que me ha resultado de gran satisfacción personal, tiene que ver


con la posibilidad de ser convocado por un reducido grupo de ex compañeros de
estudios en el Instituto Fray Juan de Zumárraga, entidad de la que guardo, como
ha sido señalado en su oportunidad, grandes y estupendos recuerdos,
especialmente el que me causó en haber cursado el quinto grado de educación
básica, a cuya conclusión fui premiado con los mayores honores, incluida la
medalla de la “Excelencia”.

De quienes asistieron a los diversos convivios que se realizaron a lo largo del año
2008, mi aprecio especial para Adolfo Martínez Solares, Fernando Hubbe, José
Vicente Masón de la Parra, Eduardo Dominguez, Fermín Attié Gallo, Francisco y
Javier Islas Dondé, Antonio Díaz de León Matushita, José Dávalos Mejía, Vicente
Fiorenzano, Raymundo Piñones, Luis Fuentes, Paulino Ramírez, y otros más que
poco a poco se fueron sumando a un intento por conocer hacia dónde habían ido
nuestras respectivas vidas, tras más de cuarenta años de no vernos
personalmente.

Por cierto, el amigo y condiscípulo Paulino Ramírez, falleció un poco después de


que tuvimos el gusto de iniciar esta ronda fraternal de ex compañeros de la
juventud.

De los eventos importantes que celebramos ese fin de año, además de la semana
que pasamos en la República Dominicana como consecuencia del primer
cumpleaños de Valentina, el viaje de fin de año a Medellín, en donde celebramos
las fiestas del mes de diciembre y comienzos de enero en compañía de la familia
de Olga Inés en Colombia, además de nuestros hijos, Caty, Carlos Ignacio,
Natalia, Raúl, y la nieta Valentina, quien fue presentada ante todos los
participantes de esa alegría maravillosa.

Lo pasamos maravillosamente bien, y ese año de 2009 llegó a nuestras vidas con
la esperanza del nacimiento de un nuevo integrante de nuestra familia, el
segundo lucero de mi universo personal, Rodrigo, llegó a este pícaro mundo el

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429!
día 17 de noviembre, en medio de la dicha tanto para sus padres, como para
todos en general.

Al mismo tiempo, el mes de agosto, el día 16, doña Martha mi madre, celebró
noventa años de feliz existencia, evento que nos colmó de gran esperanza, ya
que, en la medida de lo posible, su estado de salud, y por supuesto, de ánimo,
fueron inmejorables.

La oportunidad fue aprovechada como un homenaje en medio del cual fue


presentado un libro maravilloso que estuvo elaborando a lo largo de los últimos
años, y en el que quedó vertido un resumen erudito sobre fechas significativas
para México, a partir de la fundación del Imperio Azteca, y hasta nuestros días,
edición en la que quedó determinado el gusto de doña Martha por la investigación
de carácter histórico, además de sus magníficas dotes de memoria.

Antes de concluir el evento, y a petición general, doña Martha declamó un bello


poema de Amado Nervo, titulado “En Paz”, que reza de la siguiente manera:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,


porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino


que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,


fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:


¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;

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430!
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.


¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

De verdad, todos quedamos conmovidos por el bello poema, sin embargo, lo más
destacable de su enunciado, fue la frescura con la que fue recitado por una dama
que en esa fecha, celebraba la multiplicación por seis de sus primeros quince
años, es decir, noventa aniversario de fructífera vida.

Emprendimos el viaje a Santo Domingo, a donde llegamos un par de días antes


del feliz alumbramiento de nuestro segundo nieto: Rodrigo, quien, tal cual estaba
previsto, llegó a la tierra el día 17 de noviembre, entre el júbilo de sus más
cercanos familiares residentes en la República Dominicana, y de quienes venimos
desde México para ser testigos de evento tan magnífico.

Además de Olga Inés y Natalia, viajaron con nosotros Carlos Ignacio y una linda
novia que tenía por aquel entonces, Antonia Zabala, nacida en Chile, país
maravilloso, con una historia singular, y al que yo tengo profunda admiración por
su pasado, su presente, y seguramente, por su futuro.

Carlos Ignacio nos había comentado que a principios del año siguiente, es decir,
de 2010, tenía la intención de irse a vivir a la ciudad de Santiago, para lo cual,
desde el mes de enero, comenzaría una campaña de promoción personal con
miras a ubicar un puesto de trabajo, y de esa manera, migrar de México en busca
de nuevos destinos.

A nosotros, la noticia nos pareció bastante bien, ya que, desde que comenzamos
con la educación de los tres hijos, decidimos que cada uno estaría en capacidad
de determinar el rumbo a seguir con respecto a sus expectativas de vida, y si bien
es cierto, Carlos Ignacio había vivido con nosotros hasta entonces, salvo por lo
que respecta al período en la Universidad de Notre Dame, tiempo en el que estuvo
viviendo en las instalaciones del propio campus, en South Bend, Indiana.

Estábamos en ese proceso, cuando recibimos una llamada desde Medellín, era
José Obdulio, el hermano de Olga Inés, quien nos comunicó la triste noticia del
sensible fallecimiento de don José, el adorado padre de la familia Gaviria Vélez, y
muy querido suegro, y abuelo de nuestros tres hijos.

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431!
La verdad sea dicha, todos lamentamos la pérdida, ya que don José fue toda su
vida un gran luchador. Levantó una familia de doce hijos, todos con un futuro
promisorio, y con un presente en el que la mayoría de sus necesidades personales
fueron objeto de un trato individual de excelencia.

Ese año, como era de esperarse, el mes de enero, celebramos nuestra Asamblea
General de PROLIDER en Santo Domingo, en la que participamos todos los
integrantes de la Junta Directiva.

A nuestro regreso a México, Natalia se reincorporó a las actividades del CAM 73,
la institución educativa en la que culminaría su formación el año siguiente, como
consecuencia de que el sistema sólo admite que los participantes permanezcan,
como máximo, cuatro años, a partir de su fecha de incorporación, por lo que,
tomando lo anterior en consideración, comenzamos a buscar nuevas opciones que
hicieran posible el crecimiento sustentable de nuestra hija, al menos, por lo que
respecta a la parte de socialización, que es la más importante para una persona
con autismo atípico.

No obstante las muchas indagaciones que realizamos, sobre todo, en centros


especializados, llegamos a la conclusión que, al menos en la ciudad de México, no
existe, en forma permanente y activa, una institución que aborde desde todas las
posibles aristas existentes, el tratamiento en busca de la forma de encauzar mejor
a nuestra hija, por lo que comenzamos a sopesar la posibilidad de migrar a un
lugar en donde fuera posible encontrar el lugar más adecuado a nuestras
necesidades vitales.

Fue en ese contexto que ubicamos en Medellín, en Colombia, al menos tres tipos
diferentes de instituciones que abordaban en forma directa el tratamiento, y en su
caso, la canalización hacia mejores estadios de bienestar, de personas con la
misma discapacidad que nuestra hija, por lo que comenzamos a vislumbrar la
posibilidad de migrar hacia la tierra que vio nacer a Olga Inés.

Antes de tomar cualquier decisión importante, ese mismo año, para el 20 de


febrero, Carlos Ignacio nos anunció que dejaba la casa, es decir, soltaba sus alas
al vuelo, y se mudaba a un departamento propio, en donde viviría con su novia,
Antonia Zabala, por lo que, a partir de entonces, comenzó una nueva etapa de
vida, muy conveniente para todos, especialmente, para él mismo.

Tanto a Olga Inés, como a mí, nos pareció adecuado la decisión del hijo, quien, en
todo caso, había sido educado pensando en que estuviera en capacidad de
asumir sus responsabilidades en el momento en que las mismas se le fueran
presentando, como sucedió en el presente caso.

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432!
Entre tanto, la decisión en torno a nuestro futuro sujeto a la suerte de Natalia, se
produjo el mes de julio de 2011, fecha en que concluyó su proceso de
capacitación en el sistema de CAM de la Secretaría de Educación Pública de
México. Debo reconocer que para nosotros, fue una excelente oportunidad de
aprender cosas nuevas de la mano de nuestra hija, de forma especial, sobre sus
capacitadores, sus hermanos, y familia en general, quienes de una u otra forma,
contribuyeron, directa, o indirectamente, a que Natalia se ubique en estadios muy
positivos y halagüeños, con un impresionante grado de avance, y sobre todo, con
una expectativa de vida mucho mejor.

Ese fin de año, nos pusimos de acuerdo con Caty y con Raúl, para encontrarnos
en Orlando, Florida, en los Estados Unidos de América, en donde había rentado
una casa familiar muy conveniente, en la que celebramos las fiestas de año
nuevo, en compañía de Bruni, nuestra consuegra, y sus dos hijos, Ricardo y
Santiago.

Además de los paseos naturales que se realizan por todo el parque de diversiones
Disney, ese centro vacacional para niños dispone, además, de una zona urbana,
en donde los centros comerciales están a la orden del día, así como las ofertas
estivales, que atraen cantidades ingentes de turistas y viandantes de todas las
latitudes del mundo.

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Capitulo 24
Al concluir nuestra vacación de fin de año por los parques recreativos de Disney,
así como las múltiples ofertas de los centros comerciales en Orlando, de inmediato
programamos el traslado a Medellín, destino que determinamos podría ofrecernos
la valiosa oportunidad para avanzar en la consecución de los tres objetivos que
nos trazamos, como consecuencia lógica de nuestra nueva actitud mental y
laboral, cuyo testimonio queda grabado indeleblemente a través de estas páginas.

De lo mucho o poco que acomodamos en un contenedor de veinte pies, la


mayoría de los muebles y enseres domésticos que nos vinieron acompañando por
más de veinte años, encontraron un espacio que hizo posible que los ubicáramos
en el departamento de la calle 18 C Sur, número 43 A 200, que Olga Inés adquirió
en Medellín desde el año de 2005, y en donde vivió don José, su muy querido
padre, en compañía de Blanca Ruth, la hermana mayor.

Por supuesto que, previo a dicho traslado, concluimos algunos asuntos


pendientes, como serían los casos de nuestros vehículos personales, en el caso
del Honda Fit, color rojo de Olga Inés, fue vendido en condiciones bastante
favorables, ya que había sido utilizado de forma muy conveniente; por lo que
respecta al Dodge Avenger de mi propiedad, se lo dejé a Carlos Ignacio, en
calidad de obsequio; un poco más tarde, me enteré que lo había vendido a Adolfo
Martínez Solares, un poco antes de su viaje a Gran Bretaña, en donde cursó
estudios de maestría.

En los casos de la Land Rover Discovery, Olga Inés la obsequió a su hermano,


también sicólogo, Álvaro Mauricio, quien residía en Puerto Vallarta; por lo que
respecta al Jaguar XJ12, de mi pertenencia, lo obsequié a mi hermano Carlos, de
quien espero lo disfrute tanto o más de lo que yo sentí al manejarlo, por los cinco
países por los cuales me hizo compañía.

En el transcurso del par de día que mediaron entre nuestra llegada de Orlando, y
el viaje a Medellín, procedimos con las despedidas del caso; en primer lugar, de
doña Martha, mi muy querida madre, y en segundo lugar, de Carlos, mi hermano
muy querido, y de sus hijas Karla Angélica, y María Fernanda, a quienes
agradecimos por las atenciones recibidas durante nuestra estancia en México, en
los cuatro últimos años de convivencia.

Con gran estoicismo emprendimos el viaje a Colombia, cargados hasta los dientes
de enseres que no podíamos dejar atrás, sobre todo, si tiene en cuenta que, de
ese instante en adelante, comenzaríamos una vida diferente a la que habíamos
llevado en los últimos años, es decir, se cerraba una puerta, y de inmediato,
comenzábamos a interactuar en un escenario conocido, aunque lleno de

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434!
incertidumbres, al menos para mí, ya que la realidad del país que encontraríamos,
era diametralmente opuesta a lo que había sucedido en la tierra de Olga Inés en
los últimos treinta años.

A nuestra llegada a Medellín, decidimos que no avisaríamos a ningún familiar


sobre el dato y horario del vuelo de la compañía Avianca en que nos
transportamos, como mejor medida para no causar mayores inconvenientes, sobre
todo, considerando el volumen de nuestro equipaje, mismo que, como ha sido
señalado, era fiel reflejo de nuestras circunstancias coyunturales de ese mes de
enero de 2012.

Sin mayores sobresaltos, del aeropuerto internacional nos trasladamos en un taxi


hasta el departamento en El Poblado, zona residencial de excelencia de la capital
del Departamento de Antioquia, y lugar de nuestra residencia permanente en
Colombia.

Una vez que nos instalamos, fuimos a recoger el vehículo Nissan Tiida que
adquirimos por recomendación de dos de los hermanos de Olga Inés, Diego
Alejandro, y Jorge Fernando.

Acto seguido, procedimos a inscribir a Natalia en el centro educativo Los Álamos,


lugar que habíamos visitado previamente, y en donde suponemos se encuentra la
opción más favorable a los fines del avance sustentable en la educación de
nuestra hija.

A partir de esa gestión, comenzamos a planificar nuestras acciones para el corto y


largo plazos, por lo que invertimos unos ahorros en la compra de una oficina,
desde la cual consideramos que cada uno podría realizar las actividades que
habíamos planeado, en el caso de Olga Inés, la posibilidad de ejercer su profesión
como sicóloga clínica, y en mi caso, representar a diversas empresas mexicanas
con interés de proyectarse en Colombia.

Para lo cual, creamos una entidad comercializadora a la que denominamos


GUGACOLMEX S.A.S. (acrónimo de Gutiérrez Gaviria Colombia México) que nos
ha servido de plataforma para lanzarnos a la conquista del mercado colombiano, a
través de la experiencia de cada uno de nosotros en su respectivo campo de
acción.

Por mi parte, además, de haberme convertido en emprendedor, e intentado


incursionar en diversos campos de participación personal, como serían los casos
de cátedras universitarias, colaboraciones periodísticas, programas de radio,
emisión de opiniones, estudios y análisis de carácter político, o iniciándome en la

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435!
práctica de cierto tipo de aficiones, como sería el caso del aprendizaje para tocar
mi saxofón, entre otras.

Aunque al momento de concluir con la escritura de este documento no he tenido


avances significativos en los emprendimientos iniciados, confío en mi buena
estrella como signo de que los mismos avanzarán positivamente, tal cual ha
venido sucediendo a lo largo y ancho de mi vida, principalmente, por lo que
respecta a mi entorno familiar, a las cuatro estrellas de mi universo personal, así
como a esos dos nuevos luceros que desde ahora llenan mis días de verdadera
alegría, y por supuesto, a los otros muchos luceros con que la vida me provea en
el futuro cercano.

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436!
… NADA DE LO QUE EL HOM BRE HA
SIDO, ES O SERÁ, LO HA SIDO, LO ES, NI
LO SERÁ DE UNA VEZ PARA SIEMPRE,
SINO QUE HA LLEGADO A SERLO UN
BUEN DIA, Y OTRO BUEN DÍA DEJARÁ DE
SERLO…

(José Ortega y Gasset)

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437!
INDICE

Presentación 3

Capítulo 1 5

Capítulo 2 12

Capítulo 3 23

Fotografías 24

Capítulo 4 53

Caspítulo 5 62

Capítulo 6 74

Capítulo 7 91

Capítulo 8 101

Capítulo 9 114

Capítulo 10 136

Capítulo 11 151

Capítulo 12 166

Capítulo 13 189

Fotografías 212

Capítulo 14 226

Capítulo 15 248

Capítulo 16 256

!
438!
Capítulo 17 286

Capítulo 18 317

Capítulo 19 333

Capítulo 20 360

Capítulo 21 385

Capítulo 22 402

Capítulo 23 415

Capítulo 24 434

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439!

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