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CONSIDERACIONES PARA LA SOSTENIBILIDAD DE LOS SISTEMAS

CONSTRUCTIVOS.

Realizar una revisión de los criterios imperantes en la construcción actual


para lograr su adaptación a los nuevos tiempos será labor ardua y lenta,
pero inaplazable. Sabemos que no podemos actuar ahora con las mismas
actitudes en cuanto a consumos energéticos y a contaminación del entorno
como hace tan sólo 20 años; ni tenemos la energía que se demandará, ni la
tierra resulta ser un sumidero de desechos sin fondo. Por ello, es conveniente
el recuerdo de algunas consideraciones, expresadas ya en multitud de foros,
que corrigen algunos desajustes y ponen freno a buen número de desvaríos.

La consideración del material en sí es fundamental, no sólo por la influencia


que en el entorno pueda tener la obtención de su materia prima, su
fabricación, manipulación o puesta en obra, sino por el comportamiento
que como residuo tenga al final de su vida útil. Un cerramiento, una partición
o una estructura portante, resulta ser siempre la asociación de varios
materiales, por lo que con frecuencia es más importante comprobar la
repercusión de esta asociación que su comportamiento aislado; el yeso
como tal, resulta ser material de buena reciclabilidad, pero su asociación
con materiales cerámicos o pétreos invalidan o lastran a éstos como residuo
de fácil aprovechamiento.

La segunda de las condiciones resulta ser obvia; si la primera tenía que ver
con la calidad la segunda tiene que ver con la cantidad: consumo justo de
material. El empleo de secciones correctamente dimensionadas sin los
habituales excesos de material empleado y sin ningún beneficio funcional,
es moneda corriente en nuestras construcciones. Se pueden realizar distintas
conformaciones estructurales de un mismo objeto, todas con un buen
funcionamiento mecánico y sin embargo albergan consumos de material
muy distintos, por lo que recurrir al de aportes más bajos resulta ser buena
práctica sostenible a la par que económica. Además, la ejecución debe ser
limpia y precisa, obligando a todos los agentes de la construcción a realizar
su tarea con precisión previendo los problemas y desajustes que toda puesta
en obra tiene.

La utilización de recursos materiales reemplazables, renovables, se justifica


por sí sola. La materia prima se cultiva o se regenera en ciclos más o menos
largos pero predecibles y controlables. La fuente no tiene caducidad. Su uso
resulta ilimitado, si se realiza bajo criterios sostenibles de gestión (recordando
la idea inicial de obtener réditos inmediatos o cercanos en el tiempo, sin
comprometer necesidades futuras).
Junto con esta aseveración, incorporaríamos opiniones expresadas por
autores relevantes*, en los que se resalta la idea de la mala praxis en la
utilización de determinadas materias primas como por ejemplo, el petróleo;
el petróleo, es en efecto una fuente no renovable, contaminante en sus
procesos de transformación y con un destino final altamente pernicioso para
el medio ambiente, sobre todo en aquellas aplicaciones derivadas de su
utilización como fuente energética. Pero también resulta ser capaz de
generar materiales, - como ejemplo los plásticos -, con aceptables
rendimientos desde el punto de vista de su comportamiento
medioambiental. El error estaría entonces en la dependencia de su
consumo como fuente de energía, pero no en las aplicaciones derivadas.
Además, actualmente y en este caso concreto, sería difícil desenvolvernos
con normalidad en el mundo actual, sin acudir a la utilización masiva de los
plásticos. Existe controversia, como no podría ser de otra manera, con
respecto a estas consideraciones u otras similares, pero del debate saldrá la
solución.

La durabilidad: la utilización de materiales de vida corta, tan habitual y


demandado hace poco, es práctica insostenible que necesita de revisión.
Los productos de coste excesivamente bajo llevan consigo una temprana
fecha de caducidad; esa repercusión económica inmediata genera
expectativas en los consumidores que ven en ellos una manera de obtener
bienes a precios asequibles, sin reparar en que deberán ser repuestos en un
plazo muy breve. Esta reposición representa un nuevo coste para el usuario
y la puesta en marcha de un ciclo productivo completo. Desde la
perspectiva que nos ocupa, resulta muy recomendable tender al uso de
materiales perdurables, pues alarga su ciclo de vida reduciendo con ello los
impactos que producción y retirada requiere.
La construcción industrializada permite un control exhaustivo de la
ejecución de la pieza, lo que conlleva mejoras notables en su
comportamiento mecánico así como en su durabilidad; además, los
residuos generados por defectos en las piezas o por la propia secuencia de
fabricación, pueden ser asumidos y puestos de nuevo en valor en el proceso
de producción, con un coste mucho menor (económico y medioambiental)
que el que se produce con la fabricación “in situ”.

Es preciso recordar que la utilización de sistemas prefabricados no tiene


porqué representar ni mermas en las capacidades creativas del proyectista
ni gravámenes inasequibles en la construcción.
Asumir igualmente ciertos criterios modulares, obtiene mejoras en los
rendimientos de taller y permite el intercambio de productos entre sistemas
similares, ofreciendo una versatilidad desconocida. El uso de módulos en la
confección de puertas y ventanas o en particiones desmontables, por poner
un ejemplo, es revelador. Al desarrollo del módulo se le encomiendan las
posibilidades de expansión y ensamblaje con otros elementos; se puede
dotar entonces de grados crecientes de flexibilidad a los espacios servidos,
lo que redunda en la sostenibilidad de la propuesta. Sin llegar tan lejos, sería
bueno una pequeña reflexión sobre la trascendencia y el alcance de la
observancia del módulo. Uno de los módulos más universales, de utilización
cotidiana en todos los ámbitos del sector, es el ladrillo, y sin embargo no es
corriente que nuestros edificios se plieguen a él. La ejecución de machones
y fábricas que no guardan sus medidas representa la generación de residuos
que deben ser gestionados. Puede que no represente un montante excesivo
dentro del volumen total de una construcción, pero tan sólo es una muestra
del uso inadecuado, que en virtud de los nuevos criterios sostenibles,
realizamos de algunos elementos. Eso sin mentar el deterioro que en la
correcta traba de las piezas pudiera ocasionar.

Si la construcción es en seco, el desmontaje permite la reutilización previa al


reciclaje. Elementos cuyo nexo de unión sea a través de tornillería,
ensamblaje o simple apoyo, permiten la reversibilidad de la operación y por
tanto su inmediata puesta en valor con un mínimo de reparaciones.

Si la construcción es húmeda la homogeneidad de los materiales resulta


determinante para su posterior reciclaje. El gasto energético es superior al
de la reutilización pero desde luego muy inferior al de la elaboración de un
nuevo producto. Desde este punto de vista conviene prestar atención a
quien preconiza la transformación de los modelos de producción industrial,
de manera que puedan acomodarse a las posibilidades abiertas por la
reciclabilidad de los materiales, generando componentes más saludables
con capacidad para prolongar (incluso indefinidamente) los ciclos de
reciclado, con el objetivo primordial de minorar los costes (ambientales y
energéticos) que actualmente tienen estos procesos. Sin dejar de apuntar a
este objetivo, parece más real y cercana la necesidad de poner de nuevo
en el mercado los productos obtenidos por reciclado; áridos, morteros,
perfiles o tableros, ya aportan soluciones que deben calar más en el sector.
Incentivar la investigación, la conciencia social y la imposición de
gravámenes ante malas prácticas ambientales permitirán el desarrollo en
este campo vital.

La flexibilidad de los espacios es una de las consideraciones más interesantes


promulgadas desde lo sostenible. Es algo resuelto en el sector terciario, pero
asignatura pendiente en el campo residencial. Nuestros edificios de oficinas
se acomodan con facilidad a los cambios de uso; techos suspendidos,
suelos técnicos, paramentos y particiones desmontables permiten acoger
actividades diversas. No sucede lo mismo con nuestras viviendas, donde el
mínimo cambio puede provocar complejas operaciones de adaptación.

El cambio de usuarios o los avatares de la vida puede sugerir la


transformación del espacio residencial, lo que supondría intervenciones de
cierta envergadura. No las observaremos desde la repercusión económica
(que desde luego no resulta pequeña) sino desde su repercusión
medioambiental, y esto representa la generación de residuos, la fabricación
de nuevos materiales y su posterior puesta en obra. En definitiva, consumos
que podrían haber sido reducidos si nuestras viviendas contemplasen de
manera implícita posibilidades de ordenación distintas de la original.

En el mismo saco se encuentra la registrabilidad de las instalaciones. El


trazado actual no suele contemplar las necesarias operaciones de
mantenimiento que su ciclo de vida demanda y la inspección,
manipulación o reparación de componentes requiere habitualmente de
intervenciones traumáticas. Un trazado controlado desde la concepción
misma del proyecto permite su fácil acceso, simplificando al mismo tiempo
las operaciones de desconstrucción al final de la vida útil del edificio.

Una de las primeras consecuencias de la observancia de estos criterios


consiste en la reducción de residuos, cuestión que ya tiene una creciente
repercusión debido a la entrada en vigor de normativas reguladoras tanto
de ámbito local como autonómico y estatal, y que a su vez se supeditan a
directrices desarrolladas en el marco de la Comunidad Económica Europea.
Recordemos que controlando la generación de residuos reducimos los
costes derivados de su desecho o recuperación, y ésta es cuestión que
abarca todas las fases de la vida del edificio, desde la concepción del
proyecto, pasando por su ejecución y mantenimiento, hasta su demolición.

Desde estas perspectivas, resulta todo un aliciente, y un reto, intentar ocupar


en la propia construcción los residuos que vamos generando; no resulta
tarea nueva, ya que muros y forjados han dado testimonio a lo largo de la
historia de la construcción, de este tipo de soluciones; el reto entonces,
supone activar el ingenio de técnicos y agentes participantes en general,
para resolver las situaciones que puedan presentarse en la actualidad con
exigencias constructivas de mayor rigor y calidad que las de tiempo atrás. El
tratamiento que de los escombros se realiza “in situ”, en determinadas
construcciones (siempre que la cantidad generada resulte
económicamente viable), permite su uso como árido reciclado,
directamente, a pie de obra, o como bases de firmes, elementos de
jardinería, incluso en la confección de hormigones no resistentes. La materia
prima en este caso procede de un desecho; desde la perspectiva de lo
sostenible representa una excelente elección.

La intervención en lo construido, (rehabilitación, adecuación o restauración


de edificios), permite abrir de manera decidida las puertas a estas
consideraciones; un breve repaso descubre algunas posibilidades, que
posteriormente tendrán cabida y un mayor desarrollo, con el estudio de las
distintas tipologías; la recuperación de escuadrías de madera en buen
estado, o la reutilización de sillares y mampuestos en el mismo lugar que
ocupaban o en otro asignado por el proyectista en el nuevo proceso
constructivo, permite una reducción sustancial en la incorporación de
nuevos materiales.

También la construcción de obra nueva, tiene algún recurso que


actualmente se desestima, por ignorancia o por pura inercia. Hablamos de
las tierras extraídas en la excavación de futuros sótanos o cimientos, y que
pudieran tener un mejor destino que su retirada a vertedero. Del uso que de
la tierra pudiera hacerse, da fe su utilización a lo largo de siglos, formando
parte intrínseca del quehacer constructivo en tipologías variadas. Sin llegar
a proponer actuaciones excesivamente comprometidas en este terreno, no
será la primera vez que vemos salir camiones con tierras de una obra, para
comprobar como posteriormente entran otros tantos camiones, con
volúmenes similares para su utilización en labores tan poco arriesgadas
como relleno de jardines o formación de taludes en urbanización de
exteriores.

Determinantes económicos:
El mercado en este sentido es muy amplio. Podríamos hablar de
revestimientos de pinturas muy accesibles o de aplacados bañados en oro
con precios inalcanzables para la gran mayoría de mortales.

La economía es un factor inabarcable en un post, pero sin duda es un


aspecto a tener en cuenta. No obstante cabe decir que la tecnología nos
ha acercado materiales otrora inaccesibles y hoy en día es más frecuente
encontrar un freno en la imaginación, o conocimiento, que en el bolsillo.
Dicho todo esto, la decisión final pasa por la búsqueda eficiente del
equilibrio entre factores estéticos, funcionales, económicos y de
mantenimiento.
En determinados momentos nos interesará que funcionalidad y
mantenimiento predominen sobre el resto de aspectos, pasando la estética
a un segundo plano. Por ejemplo, si nos encontramos diseñando una
vivienda de verano en la que buscamos inmediatez, limpieza rápida,
cómoda, una vivienda funcional, de poco tránsito, centrada en el disfrute
sobre todo exterior…

Por contra, si nos planteamos una vivienda con una estética muy cuidada,
sublime, reflejo de una determinada personalidad o estatus con la que nos
sentimos identificados, o fruto de una necesidad de posicionamiento incluso
a nivel marca personal, que pudiera ser segunda o tercera residencia y en
la que el factor económico tiene poco peso; en este caso habría que asumir
un desequilibrio priorizando estética y funcionalidad.

En definitiva, se trata de aplicar sentido común desde una óptica global


basada en 4 aspectos: estética, función, economía y mantenimiento; y
apoyada en el conocimiento del mercado y la sicología de las personas.

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